Revista Affectio Societatis Vol. 10, N. 19. ISSN

Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 Revista Affectio Societatis Departamento de Psicoanálisis Universidad de Antioquia affect
Author:  Josefa Correa Vera

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884

Revista Affectio Societatis Departamento de Psicoanálisis Universidad de Antioquia [email protected] ISSN (versión electrónica): 0123-8884 ISSN (versión impresa): 2215-8774 Colombia

2013 Juan Felipe Cano Posada FUGACIDAD (1915 [1916]) Sigmund Freud (Traducción) Revista Affectio Societatis, Vol. 10, Nº 19, diciembre de 2013 Art. # 11 Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia Medellín, Colombia

Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884

FUGACIDAD (1915 [1916]) Sigmund Freud (Traducción) Juan Felipe Cano Posada1 Universidad de Antioquia, Colombia [email protected]

Nota introductoria del traductor La nueva traducción de este escrito de Freud que aquí es ofrecida responde, ante todo, al siguiente propósito: re-cordar, en el sentido en que dicha palabra resonaba originariamente, es decir, hacer pasar algo nuevamente por el corazón. En consecuencia, recordar de este modo implica abrirse a nuevos efectos con relación a lo dejado atrás por nuestro presente. Han transcurrido ya cien años desde aquel encuentro que inspiró a Freud las ideas contenidas en este breve texto y noventa desde que el poeta que lo acompañaba, Rainer Maria Rilke, dio a conocer al público sus dos monumentales obras, Las elegías del Duino y Sonetos a Orfeo. Basta leer estos títulos para advertir que lo allí poetizado es la experiencia de la pérdida y del duelo, tema abordado en Fugacidad y de no poca presencia en la poesía rilkeana. De hecho, la segunda de aquellas obras lleva por subtítulo “Escritos como epitafio a Wera Ouckama Knoop”, joven bailarina a la que una grave enfermedad aquejó hasta conducirla a la muerte en 1919. En su homenaje, la figura trágica de Orfeo se erige como símbolo de todo aquello que oscila entre la muerte y la vida, de todo aquello que, cruzando la “puerta del sepulcro”, no se desliga sin embargo de la existencia. Para ilustrar de forma más íntegra la disposición anímica que Freud toma por objeto de análisis en Fugacidad, lo mejor será citar la carta que Rilke dirige en 1925 a la pintora suiza Sophy Giauque: ¡Hasta qué punto están en migración todas las cosas! ¡Cómo se refugian en nosotros, cómo desean, todas, ser salvadas de su vida exterior y revivir en ese más allá que encerramos en nosotros mismos, para hacerlas más profundas! Como en suaves conventos de cosas vividas, de cosas soñadas, de cosas imposibles, todo lo que teme al tiempo se refugia en nosotros, y realiza, de rodillas, su deber de eternidad. Somos pequeños cementerios, adornados por esas flores de nuestros gestos fútiles, que contienen una multitud de cuerpos difuntos que nos piden que demos testimonio de sus almas. Completamente cubiertos de cruces, llenos por entero de inscripciones, cavados y removidos por los innumerables entierros de lo que nos sucede, tenemos encomendada la tarea de la transmutación, de la resurrección, de la transfiguración de todas las cosas. Porque ¿cómo salvar lo visible, si no es

1 Filósofo. Maestrando en Investigación Psicoanalítica, Universidad de Antioquia. Miembro del Grupo de Investigación Psicoanálisis, sujeto y sociedad, Universidad de Antioquia (Colombia).

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 transformándolo en el lenguaje de la ausencia, de lo invisible? ¿Y cómo hablar de esas cosas que permanecen mudas, si no es convirtiéndolas en canto, apasionadamente, sin ninguna ilusión de hacerse comprender? 2

Puede conjeturarse sin gran margen de duda que, en el paseo mencionado al comienzo de Fugacidad, “el amigo taciturno” o más bien la amiga que se encontraba con el poeta y el psicoanalista era Lou AndreaSalomé, íntima del primero desde 1897 y discípula del segundo a partir de 1911. Como queda consignado tras el punto final, Freud redactó este escrito en noviembre de 1915. Correspondió así a la solicitud que entonces le hiciera la Sociedad Goethe de Berlín de una contribución al volumen que un año después, intitulado La tierra de Goethe 1914-1916, apareció en pleno corazón de la primera guerra mundial con variadas muestras del genio de algunos de los artistas y pensadores más sobresalientes de los pueblos de habla alemana. Y ya que se hace alusión a la guerra, no carecerá de valor recordar y repensar en nuestro país lo que al respecto sostiene Freud, pues hace parte de nuestro destino histórico el que tal fenómeno no resulte para nosotros ajeno ni indiferente.

* * *

FUGACIDAD No hace mucho tiempo me paseaba por un floreciente paisaje veraniego en compañía de un amigo taciturno y de un joven y ya renombrado poeta. Éste admiraba la belleza de la naturaleza a nuestro alrededor, aunque sin alegrarse a causa de ella. Lo perturbaba la idea de que toda esta belleza estaba consagrada a la extinción, de que en invierno se habría desvanecido, pero igualmente cada una de las bellezas humanas y todo lo bello y noble que el hombre hubiera creado y pudiera crear. Todo cuanto él habría amado y admirado de no ser así le parecía desvalorizado por el destino de fugacidad al cual estaba condenado. Sabemos que de dicho hundimiento en la caducidad de toda belleza y perfección pueden emanar dos diversos movimientos anímicos. Uno conduce al doloroso hastío del mundo que observamos en el joven poeta, mientras el otro a la sublevación contra la afirmada facticidad. No, es imposible que todas estas magnificencias de la naturaleza y del arte, de nuestro mundo sensorial y del mundo exterior hayan realmente de diluirse en la nada. Creer en ello sería muy absurdo y sacrílego. De algún modo tienen que poder subsistir sustraídas de todo influjo destructor. 2 Tanto la cita de la carta como la mayoría de los datos referidos a Rilke han sido consultados en: Pau, Antonio. (2007). Vida de Rainer Maria Rilke, La belleza y el espanto. Madrid, España: Trotta. Véanse en particular las páginas 30-31, en las que se menciona el encuentro de Rilke con Freud y se cita la presente carta.

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 Sólo que esta exigencia de eternidad deja ver tan claramente que es un triunfo de nuestro deseo como para que pueda reivindicar el valor de realidad. También lo doloroso puede ser verdadero. No pude decidirme a rebatir la fugacidad universal, como tampoco a reclamar una excepción para lo bello y lo perfecto. Sin embargo, rebatí al poeta pesimista que la fugacidad de lo bello implicara su desvalorización. ¡Por el contrario, implica un incremento de su valor! El valor de la fugacidad es el de la rareza en el tiempo. La limitación en la posibilidad del goce aumenta su valía. Declaré incomprensible cómo la idea de la fugacidad de lo bello hubiera de enturbiarnos el regocijo que nos depara. En lo concerniente a la belleza de la naturaleza, retorna al año siguiente tras cada degradación invernal, y dicho retorno puede calificarse de eterno comparado con la duración de nuestra vida. Dentro de nuestra propia vida vemos desaparecer para siempre la belleza del cuerpo y del rostro humanos, pero este carácter efímero añade a sus atractivos uno nuevo. El florecimiento de una flor no se nos manifiesta menos espléndido en razón de que dure una única noche. Tampoco fui capaz de comprender cómo habrían de ser desvalorizadas la belleza y la perfección de la obra artística y de los logros intelectuales debido a su limitación temporal. De llegar un tiempo en que las pinturas y las estatuas que hoy admiramos se hubieran desintegrado, o en que una generación posterior a la nuestra no comprendiera más las creaciones de nuestros poetas y pensadores, o incluso una era geológica en la que todo lo viviente sobre la Tierra hubiera enmudecido, el valor de esta belleza y perfección sería determinado únicamente en función de su significado para nuestra vida sensorial, no precisa sobrevivirla y es por lo tanto independiente de la duración absoluta. Yo estimé inapelables estas consideraciones, mas observé que no habían causado ninguna impresión en el poeta ni en mi amigo. Deduje de este fracaso la injerencia de un fuerte factor afectivo que les enturbiaba el juicio, y más tarde creí además haberlo encontrado. Debe haber sido la sublevación anímica contra el duelo 3 la que les desvalorizó el goce de lo bello. La representación según la cual esta belleza era fugaz dio a los dos sensibles un anticipo del duelo por su decadencia y, puesto que el alma retrocede por instinto {instinktiv} ante todo lo doloroso, sintieron menoscabado su goce de lo bello por la idea de semejante fugacidad. El duelo por la pérdida de algo que hemos amado o admirado se manifiesta al lego tan natural que lo juzga evidente. No obstante, para el psicólogo es el duelo un gran enigma, uno de esos fenómenos que no se aclaran en sí mismos, pero a los que se reducen otras oscuridades. Nos figuramos poseer una cierta medida de capacidad de amor, llamada libido, que se había orientado hacia el propio yo al comienzo del desarrollo. Después, aunque propiamente desde muy temprano, se aparta del yo y se dirige a los objetos que de esta manera, por así decirlo, se incorporan a nuestro yo. Si los objetos llegan a ser destruidos o si los perdemos, se libera así de nuevo nuestra capacidad de amor (libido). Puede tomar como sustituto otros objetos o

3 Sobre este tema, véase también Duelo y melancolía [Trauer und Melancholie], texto escrito por Freud en 1915 y publicado en 1917.

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 retornar por momentos al yo. Ahora bien, no entendemos por qué este desprendimiento libidinal de los objetos debe ser un proceso tan doloroso ni podemos en la actualidad derivarlo de ningún supuesto. Vemos tan sólo que la libido se aferra a sus objetos y que no quiere renunciar a los que ha perdido aun cuando el sustituto se encuentre a la mano. Eso, por consiguiente, es el duelo. La conversación con el poeta tuvo lugar el verano que antecedió a la guerra. Un año después irrumpió ésta y robó al mundo sus bellezas. No sólo destruyó la belleza de los paisajes que recorrió y las obras de arte que rozó a su paso, sino que además quebrantó nuestro orgullo por las conquistas de nuestra cultura, nuestro respeto por tantos pensadores y artistas, nuestras esperanzas en una superación definitiva de las diferencias entre pueblos y razas. Mancilló la excelsa imparcialidad de nuestra ciencia, puso en evidencia nuestra vida pulsional en su desnudez, desencadenó en nosotros los espíritus malvados que creíamos perennemente dominados por la educación que durante siglos impartieron nuestros seres más nobles. Otra vez empequeñeció nuestra patria y otra vez hizo remoto y vasto el resto de la Tierra. Nos robó tanto de lo que habíamos amado y nos mostró la caducidad de mucho de lo que habíamos tenido por estable. No es sorprendente que nuestra libido, tan empobrecida de objetos, haya investido con intensidad tanto mayor aquello que nos ha quedado, de modo que nuestro amor a la patria, la ternura hacia quienes nos son más cercanos y el orgullo por lo que tenemos en común se hayan vuelto de repente más fuertes. Pero esos otros bienes, ahora perdidos, ¿han llegado en verdad a desvalorizarse ante nosotros por el hecho de resultar tan caducos e incapaces de resistencia? A muchos de nosotros les parece así, aunque yo opino, por el contrario, que sin razón. Creo que quienes así piensan y parecen dispuestos a una renuncia permanente, dado que lo valioso ha probado no ser duradero, se encuentran simplemente en el duelo ocasionado por la pérdida. Sabemos que, por doloroso que pueda ser, el duelo se agota espontáneamente. Ha de consumirse también a sí mismo una vez haya renunciado a todo lo perdido y entonces, en tanto aún seamos jóvenes y vitales, nuestra libido quedará otra vez libre para sustituir los objetos perdidos, de ser posible, con otros nuevos de igual o mayor valía. Es de esperar que nada distinto suceda con las pérdidas causadas por esta guerra. Sólo cuando el duelo sea superado se demostrará que nuestro gran aprecio por los bienes culturares no ha sufrido perjuicio alguno por la experiencia de su fragilidad. Reconstruiremos todo lo que la guerra ha destruido, quizá sobre un fundamento más firme y más perdurable que antes.

Viena, noviembre de 1915.

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VERGÄNGLICHKEIT (1915 [1916]) Vor einiger Zeit machte ich in Gesellschaft eines schweigsamen Freundes und eines jungen, bereits rühmlich bekannten Dichters einen Spaziergang durch eine blühende Sommerlandschaft. Der Dichter bewunderte die Schönheit der Natur um uns, aber ohne sich ihrer zu erfreuen. Ihn störte der Gedanke, daß all diese Schönheit dem Vergehen geweiht war, daß sie im Winter dahingeschwunden sein werde, aber ebenso jede menschliche Schönheit und alles Schöne und Edle, was Menschen geschaffen haben und schaffen könnten. Alles, was er sonst geliebt und bewundert hätte, schien ihm entwertet durch das Schicksal der Vergänglichkeit, zu dem es bestimmt war. Wir wissen, daß von solcher Versenkung in die Hinfälligkeit alles Schönen und Vollkommenen zwei verschiedene seelische Regungen ausgehen können. Die eine führt zu dem schmerzlichen Weltüberdruß des jungen Dichters, die andere zur Auflehnung gegen die behauptete Tatsächlichkeit. Nein, es ist unmöglich, daß all diese Herrlichkeiten der Natur und der Kunst, unserer Empfindungswelt und der Welt draußen, wirklich in Nichts zergehen sollten. Es wäre zu unsinnig, und zu frevelhaft daran zu glauben. Sie müssen in irgend einer Weise fortbestehen können, allen zerstörenden Einflüssen entrückt. Allein diese Ewigkeitsforderung ist zu deutlich ein Erfolg unseres Wunschlebens, als daß sie auf einen Realitätswert Anspruch erheben könnte. Auch das Schmerzliche kann wahr sein. Ich konnte mich weder entschließen, die allgemeine Vergänglichkeit zu bestreiten, noch für das Schöne und Vollkommene eine Ausnahme zu erzwingen. Aber ich bestritt dem pessimistischen Dichter, daß die Vergänglichkeit des Schönen eine Entwertung desselben mit sich bringe. Im Gegenteil, eine Wertsteigerung! Der Vergänglichkeitswert ist ein Seltenheitswert in der Zeit. Die Beschränkung in der Möglichkeit des Genusses erhöht dessen Kostbarkeit. Ich erklärte es für unverständlich, wie der Gedanke an die Vergänglichkeit des Schönen uns die Freude an demselben trüben sollte. Was die Schönheit der Natur betrifft, so kommt sie nach jeder Zerstörung durch den Winter im nächsten Jahre wieder, und diese Wiederkehr darf im Verhältnis zu unserer Lebensdauer als eine Ewige bezeichnet werden. Die Schönheit des menschlichen Körpers und Angesichts sehen wir innerhalb unseres eigenen Lebens für immer schwinden, aber diese Kurzlebigkeit fügt zu ihren Reizen einen neuen hinzu. Wenn es eine Blume giebt, welche nur eine einzige Nacht blüht, so erscheint uns ihre Blüte darum nicht minder prächtig. Wie die Schönheit und Vollkommenheit des Kunstwerks und der intellektuellen Leistung durch deren zeitliche Beschränkung entwertet werden sollte, vermochte ich ebensowenig einzusehen. Mag eine Zeit kommen, wenn die Bilder und Statuen, die wir heute bewundern, zerfallen sind, oder ein Menschengeschlecht nach uns, welches die Werke unserer Dichter und Denker nicht mehr versteht, oder selbst eine geologische Epoche, in

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 der alles Lebende auf der Erde verstummt ist, der Wert all dieses Schönen und Vollkommenen wird nur durch seine Bedeutung für unser Empfindungsleben bestimmt, braucht dieses selbst nicht zu überdauern und ist darum von der absoluten Zeitdauer unabhängig. Ich hielt diese Erwägungen für unanfechtbar, bemerkte aber, daß ich dem Dichter und dem Freunde keinen Eindruck gemacht hatte. Ich schloß aus diesem Mißerfolg auf die Einmengung eines starken affektiven Moments, welches ihr Urteil trübte, und glaubte dies auch später gefunden zu haben. Es muß die seelische Auflehnung gegen die Trauer gewesen sein, welche ihnen den Genuß des Schönen entwertete. Die Vorstellung, daß dies Schöne vergänglich sei, gab den beiden Empfindsamen einen Vorgeschmack der Trauer um seinen Untergang, und da die Seele von allem Schmerzlichen instinktiv zurückweicht, fühlten sie ihren Genuß am Schönen durch den Gedanken an dessen Vergänglichkeit beeinträchtigt. Die Trauer über den Verlust von etwas, das wir geliebt oder bewundert haben, erscheint dem Laien so natürlich, daß er sie für selbstverständlich erklärt. Dem Psychologen aber ist die Trauer ein großes Rätsel, eines jener Phänomene, die man selbst nicht klärt, auf die man aber anderes Dunkle zurückführt. Wir stellen uns vor, daß wir ein gewisses Maß von Liebesfähigkeit, genannt Libido, besitzen, welches sich in den Anfängen der Entwicklung dem eigenen Ich zugewendet hatte. Später, aber eigentlich von sehr frühe an, wendet es sich vom Ich ab und den Objekten zu, die wir solcher Art gewissermaßen in unser Ich hineinnehmen. Werden die Objekte zerstört oder gehen sie uns verloren, so wird unsere Liebesfähigkeit (Libido) wieder frei. Sie kann sich andere Objekte zum Ersatz nehmen oder zeitweise zum Ich zurückkehren. Warum aber diese Ablösung der Libido von ihren Objekten ein so schmerzhafter Vorgang sein sollte, das verstehen wir nicht und können es derzeit aus keiner Annahme ableiten. Wir sehen nur, daß sich die Libido an ihre Objekte klammert und die verlorenen auch dann nicht aufgeben will, wenn der Ersatz bereit liegt. Das also ist die Trauer. Die Unterhaltung mit dem Dichter fand im Sommer vor dem Krieg statt. Ein Jahr spatter brach der Krieg herein und raubte der Welt ihre Schönheiten. Er zerstörte nicht nur die Schönheit der Landschaften, die er durchzog, und die Kunstwerke, an die er auf seinem Wege streifte, er brach auch unseren Stolz auf die Errungenschaften unserer Kultur, unseren Respekt vor so vielen Denkern und Künstlern, unsere Hoffnungen auf eine endliche Überwindung der Verschiedenheiten unter Völkern und Rassen. Er beschmutzte die erhabene Unparteilichkeit unserer Wissenschaft, stellte unser Triebleben in seiner Nacktheit blos, entfesselte die bösen Geister in uns, die wir durch die Jahrhunderte währende Erziehung von Seiten unserer Edelsten dauernd gebändigt glaubten. Er machte unser Vaterland wieder klein und die andere Erde wieder fern und weit. Er raubte uns sovieles, was wir geliebt hatten, und zeigte uns die Hinfälligkeit von manchem, was wir für beständig gehalten hatten.

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Revista Affectio Societatis Vol. 10, N.° 19. ISSN 0123-8884 Es ist nicht zu verwundern, daß unsere an Objekten so verarmte Libido mit umso größerer Intensität besetzt hat, was uns verblieben ist, daß die Liebe zum Vaterland, die Zärtlichkeit für unsern Nächsten und der Stolz auf unsere Gemeinsamkeiten jäh verstärkt worden sind. Aber jene anderen, jetzt verlorenen Güter, sind sie uns wirklich entwertet worden, weil sie sich als so hinfällig und widerstandsunfähig erwiesen haben? Vielen unter uns scheint es so, aber ich meine wiederum, mit Unrecht. Ich glaube, die so denken und zu einem dauernden Verzicht bereit scheinen, weil das Kostbare sich nicht als haltbar bewährt hat, befinden sich nur in der Trauer über den Verlust. Wir wissen, die Trauer, so schmerzhaft sie sein mag, läuft spontan ab. Wenn sie auf alles Verlorene verzichtet hat, hat sie sich auch selbst aufgezehrt, und dann wird unsere Libido wiederum frei, um sich, insoferne wir noch jung und lebenskräftig sind, die verlorenen Objekte durch möglichst gleich kostbare oder kostbarere neue zu ersetzen. Es steht zu hoffen, daß es mit den Verlusten dieses Krieges nicht anders gehen wird. Wenn erst die Trauer überwunden ist, wird es sich zeigen, daß unsere Hochschätzung der Kulturgüter unter der Erfahrung von ihrer Gebrechlichkeit nicht gelitten hat. Wir werden alles wieder aufbauen, was der Krieg zerstört hat, vielleicht auf festerem Grund und dauerhafter als vorher.

=Wien=, November 1915. Sigm. Freud.

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Cano, J. F. (2013). Fugacidad (1915 [1916]) Sigmund Freud (Traducción). Revista Affectio Societatis, Vol. 10, N.° 19 (diciembre 2013), pp. 145-151. Medellín, Colombia: Departamento de Psicoanálisis, Universidad de Antioquia. Recuperado de: http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas/index.php/affectiosocietatis

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