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TEMA 10. LAS REVOLUCIONES DE 1848. De las revoluciones de 1830, sólo Bélgica habÃ−a conseguido la independencia y una constitución liberal. En Francia, el viraje conservador de la monarquÃ−a orleanista a partir de 1832 supone una traición para la revolución que ha llevado al trono a Luis Felipe; en Italia los austrÃ−acos mantienen su presencia; en Alemania muchos estados siguen gobernados por soberanos con un régimen prácticamente absolutista; en Polonia los rusos han suprimido todas las libertades. Ante este panorama, en 1848 se extiende por Europa una nueva oleada revolucionaria. A diferencia de los movimientos revolucionarios de 1830 que preconizaban las ideas del liberalismo (sufragio censitario, soberanÃ−a nacional, despreocupación por las grandes diferencias sociales y la monarquÃ−a como forma de gobierno), los revolucionarios del 48 reivindicaban el sufragio universal, la soberanÃ−a popular (ejercida por la totalidad de los individuos), la igualdad social y la república como forma polÃ−tica más idónea. Son las nuevas ideas democráticas. A estos ideales democráticos hay que añadir los problemas económicos y las convulsiones sociales que azotaban Europa: las malas cosechas hicieron que los precios agrÃ−colas subieran provocando la hambruna; tras varios años de prosperidad, y probablemente de superproducción, algunas fábricas quiebran debido a la insuficiencia de las ventas, provocando que miles de obreros se queden sin trabajo. Ante los sufrimientos y las miserias de las clases trabajadoras, surgieron una serie de pensadores que criticaban el sistema capitalista y las desigualdades sociales que provocaba. Es el socialismo utópico, la fase inicial de la evolución del pensamiento socialista. Estos movimientos revolucionarios, alentados por la pequeña burguesÃ−a (por el deseo de asumir la hegemonÃ−a polÃ−tica y, por tanto, económica) y por los grupos obreros (gracias a la difusión de las ideas socialistas), comenzaron en Francia, y desde allÃ−, pasaron a Italia, Austria y Alemania. FRANCIA En Francia, el régimen de Luis Felipe de Orleáns habÃ−a encumbrado a la clase media industrial, predominante en la polÃ−tica. Con sus grandes fortunas, los nuevos hombres de la clase media cÃ−nicamente desmoralizaban las elecciones. Empezó a considerarse corriente y lÃ−cito lo que después hemos llamado corrupción electoral. El resultado fue la atonÃ−a en las altas esferas del gobierno, somnolencia parlamentaria harto fastidiosa para Francia, que se habÃ−a acostumbrado a la agitación de las jornadas revolucionarias. Uno tras otro, los grupos polÃ−ticos empezaron a desertar de la monarquÃ−a de julio de 1830. Desde el principio, los republicanos, irreconciliables con la Restauración, se dieron cuenta de que Luis Felipe no era muy diferente de los Borbones. También se mantenÃ−an enemigos los aristócratas ante un rey que lo era por proclamación armada del pueblo. A los descontentos se sumó el ejército, desmoralizado por el olvido de sus sacrificios en Argelia y por el carácter interminable de la lucha social; la Iglesia, que se quejaba de las limitaciones en el campo de la educación católica; y, por supuesto, los proletarios, cada vez más numerosos y más convencidos de sus derechos, estaban también en la oposición. En una atmósfera de crisis, la oposición republicana abrió la denominada “campaña de los banquetes” donde se plantearÃ−a la cuestión del sufragio universal. La prohibición del banquete, que debÃ−a celebrarse el 22 de febrero de 1848, provocarÃ−a en cuestión de pocas horas la dimisión del ministro Guizot. La insurrección continúa en ParÃ−s provocando la abdicación de Luis Felipe y el hundimiento de la monarquÃ−a orleanista.
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La presión popular (las masas obreras habÃ−an jugado un papel clave en la revolución) exige la formación de un gobierno provisional que decreta la proclamación de la República, el sufragio universal, la abolición de la esclavitud en las colonias, libertad de prensa y reunión, supresión de la pena de muerte, derecho al trabajo, libertad de huelga, limitación de la jornada laboral a 10 horas, creación de talleres nacionales en los que se dé trabajo a los parados... La II República francesa habÃ−a nacido con una fuerte preocupación social y con presencia en el gobierno provisional de dos socialistas. Sin embargo, las elecciones celebradas en abril para la Asamblea Constituyente demostraron ya que la revolución que habÃ−a comenzado democrática y radical viraba hacia la burguesÃ−a y la derecha. Pronto las elecciones a la Presidencia de la República, que se verificaron limpiamente, con sufragio universal, acabaron de demostrar el carácter burgués y derechista de Francia en 1849. Luis Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón I, triunfa sobre los otros candidatos, en parte por el apoyo de los monárquicos. Se camina hacia una república conservadora (ya en 1849 se promulgaron varias leyes de tendencia absolutista: supresión del sufragio universal, control sobre los clubs, la prensa y las universidades...). AsÃ−, en 1851, el presidente ya preparaba la restauración bonapartista. En diciembre de 1851 dio un golpe de estado que le permitió deshacerse de sus enemigos republicanos. Según un plebiscito de algunos dÃ−as después, se redactaba una nueva Constitución que rigió desde el 14 de enero de 1852, por la cual el presidente conservarÃ−a el poder durante diez años. Tras un nuevo plebiscito el 21 de noviembre de 1852, el presidente Luis Napoleón fue proclamado emperador el 2 de diciembre de aquel mismo año con el nombre de Napoleón III. El desenlace de la revolución del 48 no puede ser más paradójico: de una república social se ha pasado a una monarquÃ−a autoritaria, de una revolución a una reacción conservadora, de un movimiento que se habÃ−a iniciado contra el escaso respeto de la monarquÃ−a de Luis Felipe por la Constitución a un régimen que se inicia suprimiendo el sufragio universal. ITALIA En 1831, el ejército austrÃ−aco habÃ−a ahogado los movimientos insurreccionales de los patriotas italianos inspirados por la revolución francesa de 1830. El nuevo rey del Piamonte, Carlos Alberto, despierta esperanzas entre los patriotas, pronto desvanecidas. Entre 1831 y 1846, la `Joven Italia', el grupo fundado por el genovés Giuseppe Mazzini fomentó una serie de insurrecciones, mal preparadas y todavÃ−a peor ejecutadas, condenadas al fracaso. En 1846 fue elegido como papa PÃ−o IX, favorable al Risorgimento. Durante su papado y bajo la presión de los liberales, una oleada de reformismo institucional y jurÃ−dico atravesó la penÃ−nsula italiana. PÃ−o IX concedió una amnistÃ−a para delitos polÃ−ticos, establecimiento de una Consulta que recogerÃ−a los deseos de la población, libertad de prensa... Leopoldo II en Florencia y Carlos Alberto I en TurÃ−n moderaron el absolutismo. La revolución de ParÃ−s de 1848 impulsó el movimiento y lo radicalizó, asÃ− como la correspondiente secuela de motines en Viena y la dimisión de Metternich. Venecia se sublevó, y el pueblo de Milán, amotinado contra los austrÃ−acos, obligaba, después de cinco dÃ−as de lucha por las calles (las `cinque giornate', 18-23 marzo), a las fuerzas austrÃ−acas de Radetzky a evacuar la capital lombarda. Toda la Italia revolucionaria se movilizó electrizada por los sucesos de Milán y Venecia. El entusiasmo popular era irresistible. En medio de esta efervescencia se desarrolló la primera guerra de la independencia (25 de marzo de 1848). Carlos Alberto, rey del Piamonte (cuya capital era TurÃ−n) se puso a la cabeza de los patriotas italianos, rehusando la ayuda de la II República francesa y reservando exclusivamente a los italianos la tarea de la redención nacional. La ofensiva obtuvo diversos triunfos hasta principios de julio, a causa del debilitamiento de las fuerzas austrÃ−acas, ocupadas en la represión de Viena. Pero la coalición de los diferentes reinos italianos se resquebrajó rápidamente. PÃ−o IX, aterrado por el movimiento revolucionario y antiaustrÃ−aco, evolucionó hacia una actitud conservadora y reaccionaria, que ya no abandonarÃ−a, y se 2
declaró fuera del conflicto en virtud de su misión de pastor de la Iglesia universal. En agosto todo estaba perdido: Radetzky habÃ−a recibido refuerzos de Viena y Carlos Alberto no tuvo más remedio que firmar un armisticio. Las hostilidades recomenzaron al año siguiente para acabar con una completa derrota de los piamonteses en los llanos de Novara. Carlos Alberto abdicó en el campo de batalla y marchó a morir a Portugal. Su hijo VÃ−ctor Manuel II le sucedió y tuvo que firmar un nuevo armisticio. Los austrÃ−acos ocuparon de nuevo las legaciones pontificias y los ducados. En todas partes, menos en TurÃ−n, se restauró la monarquÃ−a absoluta y los soberanos ejercieron una rigurosa represión que provocó la partida de numerosos proscritos. Sólo Cerdeña-Piamonte conservó su constitución y se constituyó en esperanza de los patriotas italianos. La lección que toda Italia sacó de las guerras del 48 y 49 fue que no bastaba el concurso de un prÃ−ncipe italiano para que triunfara la revolución: nunca se podrÃ−an libertar las provincias sujetas a la dominación austrÃ−aca sin el apoyo de una potencia extranjera con un ejército fuerte. AUSTRIA Viena, que habÃ−a sido con Metternich el alma de la represión y el más firme baluarte del absolutismo en Europa, se vio arrastrada también por la revolución en 1848. El emperador austrÃ−aco y, sobre todo, Metternich sabÃ−an muy bien que el Imperio abarcaba diversos pueblos y consideraban que una monarquÃ−a constitucional conducirÃ−a a la desintegración. El único nexo de unión para todos esos pueblos era la figura del monarca, la lealtad hacia el soberano, un legitimismo apoyado en la nobleza, la burocracia, la Iglesia y el ejército. Al luchar por el legitimismo en Europa, Austria defendÃ−a al mismo tiempo el principio de su propia existencia. La situación interna austrÃ−aca, a pesar de la vigilancia policÃ−aca y la censura, que reducÃ−an la vida social y económica a un modesto nivel, iba evolucionando sin embargo a causa de las exigencias constitucionales y democráticas promovidas por sectores disconformes con el centralismo autoritario de la corte vienesa, y de las renacidas conciencias nacionales (â multiplicidad de pueblos componen el Imperio con diversidad de lenguas y culturas). La Revolución de ParÃ−s de 1848 repercutió en Austria, y además de en Viena estallaron rebeliones en HungrÃ−a, Bohemia e Italia. Fernando I, el emperador, ante la presión popular, concedió una constitución liberal, basada en dos cámaras y en el sufragio censitario; pero la izquierda democrática exigÃ−a el sufragio universal y la Cámara única. El triunfo de los radicales obliga al emperador a abandonar Viena en mayo de 1848. Sin embargo, la revolución vienesa estaba condenada al fracaso: las fricciones sociales y los desacuerdos entre las fuerzas polÃ−ticas liberales permitieron que el ejército imperial ocupara Viena, significando el final de la revolución en Austria. Al mismo tiempo, los italianos habÃ−an sido derrotados en Custozza (julio) y poco después el ejército austrÃ−aco aplastó la revuelta en Bohemia. Igual suerte corrieron los húngaros: aunque lograron resistir hasta agosto de 1849, fueron sometidos con el apoyo de Rusia (â el fracaso del movimiento nacionalista húngaro fue debido, sobre todo, a los problemas internos del recientemente formado Estado húngaro: los húngaros no estaban dispuestos a que las minorÃ−as étnicas que viven en HungrÃ−a consigan la independencia). Después de la derrota de la revolución de 1848 en Austria, se implantó un neo-absolutismo personificado en el ministro Alexander von Bach, bajo el reinado de Francisco José I. (â No se restauró el régimen feudal, la polÃ−tica económica del nuevo régimen siguió siendo liberal y permanecieron en vigor algunas reformas progresivas de la enseñanza secundaria y universitaria llevadas a cabo en los tiempos de la revolución. Sin embargo, como la meta a que apuntaba el régimen era una monarquÃ−a unitaria, se suprimió la autonomÃ−a de las provincias, no hubo más elecciones y toda la administración quedó en manos de la burocracia. Ya no se hablaba de igualdad de derechos para todas las lenguas: el alemán debÃ−a ser la lengua de la administración y de la enseñanza secundaria y universitaria). ALEMANIA
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En Alemania, el movimiento de 1848 adquirió, por una parte, un signo nacionalista, y por otra, un signo democrático y liberal. La amplitud de la crisis económica de 1846-47 señalan el inicio de las revueltas del 48 en Alemania. Primero son revueltas campesinas, provocadas por la crisis económica y, seguidamente, son revueltas de la burguesÃ−a industrial y comerciante que reclaman con violencia la convocatoria de un parlamento electo (â En BerlÃ−n consiguen que el monarca convoque por sufragio universal una Asamblea constituyente. Esta victoria de los insurrectos de BerlÃ−n provoca nuevas revueltas y nuevas concesiones en otros estados). Con el compromiso de no tomar decisiones contra los monarcas se acuerda la celebración de una Asamblea en Frankfurt (mayo 1848). Formada principalmente por notables e intelectuales de ideas liberales y unitarias, ya desde el principio se aprecian claramente las diferencias entre los liberales (partidarios de monarquÃ−as reformadas y de asambleas que no se reunirán de forma periódica) y los demócratas (partidarios de una República federal). La Asamblea no tuvo la suficiente fuerza para imponer sus puntos de vista, de modo que hubo de consentir en la continuidad de las instituciones estatales tradicionales y, en particular, de las fuerzas armadas de cada estado. Divididos entre las presiones de Austria (que habÃ−a sofocado la revolución en Viena) y Prusia, los parlamentarios acabaron ofreciendo la corona imperial al monarca prusiano (Federico Guillermo III), que la rechazó, en parte por no deber su trono a una asamblea elegida, y en parte también porque temÃ−a que Prusia quedara diluida en el nuevo Imperio. Este rechazo provocó, en un breve plazo, la disolución del Parlamento. En BerlÃ−n, la persistencia de una agitación hizo que el rey prusiano pactase con la aristocracia y con el ejército, reprimiendo duramente a los sublevados. La reacción se generaliza en todos los estados alemanes que vuelven a su situación de principios de 1848. CAUSAS DEL FRACASO DE LAS REVOLUCIONES DE 1848 La causa de este fracaso fue principalmente la actitud vacilante de la burguesÃ−a ante el empuje adquirido por las reivindicaciones proletarias y campesinas. El temor a una revolución social, capaz de superar los planteamientos estrictamente polÃ−ticos, debilitó estos núcleos liberales de la burguesÃ−a, que por otra parte no lograron la movilización del proletariado y de los campesinos (â Los campesinos, satisfechos por la abolición de la servidumbre y el feudalismo, temen que una revolución de mayor alcance les prive de la propiedad). Otro factor es la solidaridad que se produce entre los monarcas absolutistas en los momentos decisivos y la insolidaridad entre los revolucionarios de los distintos paÃ−ses. Sin embargo, se deben a este movimiento algunas conquistas polÃ−ticas y sociales: la implantación del sufragio universal en Francia y de constituciones en diversos paÃ−ses; la eliminación del régimen feudal agrario en los pueblos de la Europa central; la aparición de Prusia y Piamonte como núcleos de atracción de los movimientos nacionales alemán e italiano; y, en el ámbito social, los trabajadores han descubierto que no obtendrán ventajas de una revolución protagonizada por la burguesÃ−a y se impone contar con las propias fuerzas.
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