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Richard Wagner, Biografía L a biografía de Wagner ilustra el retrato de un hombre de su tiempo, involucrado en la problemática ideológica y política de la época, lleno de contradicciones, que acabó protegido por un monarca al estilo del más genuino Antiguo régimen, después de lanzar su manifiesto de músico del porvenir que abría el camino a la estética musical del siglo XX. Wagner nació en Leipzig el 22 de mayo de 1813, unos meses antes de que, algo más al sur, viera también la luz Giuseppe Verdi. No existe ningún antecedente artístico destacable en su familia, más bien modesta, salvo el ambiente teatral que vivió en su infancia y que se manifestó sobre todo desde el momento en que su madre, Johanna, al enviudar el mismo año en que nació Richard, su noveno hijo, se desposó con el actor Ludwig Geyer. La formación cultural de Wagner fue intermitente y autodidáctica. Como alumno destacaba más por la imaginación que por la disciplina, interesándose sobre todo por la literatura. Al descubrir la obra de Weber, su atención se dirigió, absorbente como era en sus pasiones, hacia la música. Este interés se disparó cuando en 1830 asistió a una representación de Fidelio, de Beethoven, donde cantaba Wilhelmine Schröder−devrient, la cual años después dio vida a tres de sus hijos: Adriano, Senta y Venus. Estudió con un frenesí cercano a la locura piano y armonía y leyó sin descanso, al mismo tiempo que analizaba milimétricamente sus partituras predilectas. Trabajó el contrapunto con el Kantor de la iglesia de Santo Tomás Theodor Weinlig, y en seis meses aprendió todo lo que el maestro fue capaz de enseñarle. La composición de algunas partituras provienen de estos años, entre 1829 y 1832. Comenzó a trabajar como director de coro en el teatro de Wurzburgo y luego se hizo cargo de la dirección de la orquesta de Magdeburgo, debutando con el Don Giovanni mozartiano en la temporada de verano. Compuso para entonces dos óperas: Las hadas (1833) sobre un texto de Carlo Gozzi y la prohibición de amar (1836), adaptación de Medida por medida, de Shakespeare. En Magdeburgo conoció a Minna Planer, actriz mediocre de teatro, pero joven y bella, a quien en escenario se le otorgaban los papeles destinados a las ingenuas enamoradas, cometido que solía realizar con bastante convicción, hasta el punto de encender en el músico una pasión juvenil sin control. Se casó con ella en 1836. Después de una corta etapa como director de la orquesta de Königsberg, en la que las dificultades económicas ya se habían instalado en la vida de la pareja como un estigma que perseguirá a Wagner durante casi toda su vida, las relaciones con Minna empezaron rápidamente a deteriorarse, a causa de lo cual Minna mantuvo una aventura culpable con un comerciante de la localidad. Un contrato para hacerse cargo de la orquesta de Riga pareció, de momento, poner fin a sus problemas familiares y pecuniarios. De Rienzi a Lohengrin La estancia profesional en Riga fue provechosa, pero incapaz de satisfacer las ambiciones del músico, que tenía puestos sus ojos en París, la meca de la ópera. Con tranquilidad y entusiasmo, Wagner compuso Rienzi al estilo de la gran ópera de Meyerbeer, del cual esperaba una recomendación para poder estrenarla en la capital francesa. Su situación en Riga se estaba haciendo insostenible, por culpa de las deudas y de las intrigas de un colega que ambicionaba su puesto, por lo cual Wagner se sintió con ánimos de encaminarse a probar 1
suerte en París. En la travesía por mar de Pillau a Londres, pasando por Noruega, una terrible tempestad marítima hizo peligrar la embarcación. Wagner leía entonces la historia del holandés errante en la prosa de Heinrich Heine. Estos hechos concatenados, el del marinero condenado a vagar por los mares inhóspitos hasta que una mujer, por amor, le redima, se los hace propios el músico. En París los Wagner subsistieron al borde de la miseria, sin encontrar la ayuda esperada, malviviendo de las reducciones para piano que le conseguía algún colega, empeñando las pocas alhajas del joyero de Minna o componiendo canciones sobre textos literarios franceses. La buena voluntad de Meyerbeer, a quien Wagner dio a conocer su Rienzi, no se concretó en una ayuda eficaz o suficiente. Abandonaron finalmente París cuando la Ópera de Dresde aceptó su Rienzi: el estreno, en 1842, logró un éxito tal que el compositor fue promovido al cargo de director operístico del teatro sajón. En Dresde dio a conocer un año después El buque fantasma, obra que fue acogida con frialdad, y en 1845 Tannhäuser, que tampoco obtuvo la respuesta esperada, desorientando de nuevo con sus audacias a sus contemporáneos. En los seis años que pasó Wagner en Dresde, el paulatino deterioro de las relaciones entre el músico y la administración del teatro culminaron con el rechazo a estrenar Lohengrin. El músico se sintió atraído por los problemas sociales de la época. Pronunció una conferencia en la Asociación Patriótica Republicana de Dresde y luego conoció y frecuentó al anarquista ruso Mihail Bakunin. La Insurrección ciudadana de 1849, a causa de la violación constitucional llevada a cabo por el rey de Sajonia, contó con la participación activa de Wagner a favor de los sublevados, redactando y repartiendo un panfleto que convocaba a la solidaridad popular. Las tropas prusianas abortaron la rebelión. Una orden de arresto inmediato del compositor le obligó a huir a Weimar, donde contaba con la ayuda de Franz Liszt, a quien había conocido unos años atrás en un concierto en Berlín. Instalado en Zurich, donde al poco tiempo se reunió con Minna, recibió con satisfacción la noticia de que Lohengrin, estrenada en Weimar en 1850, gracias al apoyo de Liszt, se había convertido en un gran triunfo. De esta época datan la mayoría de los escritos teóricos de Wagner, donde expresa sus ideas sobre el arte en general y la música en particular, mientras arremete contra todo lo que de su tiempo más le desagrada: Arte y revolución, El judaísmo en la música, Ópera y drama, La obra de arte del porvenir. Su situación económica se resolvió con algunos conciertos que dirigió, además de una pensión que le otorgó su amiga y admiradora de Dresde Julie Ritter, ayuda que recibió hasta 1859. Años de peregrinaje A pesar de su corta estatura y de un físico no precisamente agradable a primera avista. Wagner se consideraba un gran seductor, y no hubo mujer que se le pusiera a tiro a quien no tratara de conquistar. En Zurich conoció a un rico comerciante en sedas, Otto Wesendonk, aficionado al arte y casado con la joven Mathilde, mujer culta, sensible y bien parecida, con la Wagner pronto traicionó la confianza del amigo, que además de admirarle le ayudaba con una generosa asistencia económica. A causa de esta pasión, Wagner abandonó la redacción de la obra que tenía entre manos sobre el poema de los Nibelungos (La muerte de Sigfrido ya está finalizada) para, estimulado por Mathilde, volcarse en el texto del amor culpable entre Tristán e Isolda. Acuciados por su especial atracción, tanto física como espiritual, con la especial característica del músico de hacer espectaculares puestas en escena de sus sentimientos por más íntimos que fueran, la pareja era cada vez menos cauta y, cuando más confiados se encontraban en la vorágine de su pasión, cayó en manos de Minna una de las incendiarias cartas enviadas por Wagner a Mathilde. El contenido no ofrecía la menor duda acerca de la relación que mantenía la pareja. Wagner se vio obligado a marcharse de Zurich para evitar el escándalo, abandonando a Mathilde y a su esposa, con la cual rompió definitivamente en 1862. En marzo del año siguiente, en una época de su vida en la que las negativas circunstancias personales habían 2
alterado su sistema nervioso, haciéndole pensar en el suicidio, Wagner inicio una gran gira musical que incluía varias ciudades alemanas −por fin, la amnistía le permitió volver a su país− y algunas rusas, entre ellas San Petersburgo y Moscú. En una de las primeras etapas, el director de orquesta Hans von Bülow fue el encargado de los conciertos. Von Bülow estaba casado con Cosima, la hija de Liszt y de la condesa Marie d'Agoult, que Wagner había conocido de niña y luego había vuelto a ver esporádicamente. Aunque la joven de 25 años no presentaba un atractivo físico destacado, poseía un magnetismo especial, derivado de una sensibilidad excesiva, cuya profundidad cautivó a Wagner. Los sentimientos se afianzaron en los múltiples y románticos paseos que realizaron, mientras el marido ensayaba con la orquesta. Los conciertos de esta extensa gira siguieron aumentando la popularidad de Wagner, pero no llenando su bolsillo. Al volver a Viena con la esperanza de ver realizado su sueño de estrenar Tristán, la decepción le aguardaba: después de varios ensayos, el tenor se negó a cantar un papel que consideraba imposible de sacar adelante. Siempre al borde de la miseria, sorteando acreedores, Wagner se encontraba ya en una situación insostenible. Escapó de los usureros que le perseguían implacables, dando con sus huesos finalmente en una mísera pensión de Stuttgart. Allí, en 1864, se produjo el milagro. Luis II de Baviera sucedió en el trono a los 19 años a Maximiliano. No tenía ninguna disposición ni el menor interés por sus tareas reales y vivía en un mundo de sueños, poblado por personajes literarios y románticos que encendían su sensibilidad enfermiza. Al escuchar la música de Lohengrin sintió como una especie de revelación. Su ideal de la música era el que surgía de aquel pentagrama de sonidos tan cristalinos y suaves como enérgicos y viriles. Su máxima aspiración desde entonces fue encontrar y ayudar al músico que había despertado en su interior tanto entusiasmo y devoción. El rey loco La ayuda de Luis de Baviera llegó a Wagner en un momento decisivo de su vida. Satisfechas todas sus deudas, instalado en la casa Pellet en el lago de Starnberg, vivió desde entonces un periodo libre de preocupaciones, incluso lleno de lujos dispendiosos, dedicado solamente a su tarea creadora. Su única ocupación, aparte de la de componer, era la de entrevistarse casi a diario con el rey, con quien mantuvo largas conversaciones sobre arte, literatura y música. Wagner invito a su morada regia al matrimonio von Bülow, y, para tener a la esposa cerca, hizo que el marido fuera nombrado director del Teatro Real de la Ópera. Para entonces Cosima ya estaba encinta y nadie dudaba de la paternidad del que sería su tercer hijo. Gracias al apoyo del rey, dio a conocer varias óperas en munich y estrenó, con un éxito incontestable, Tristtán e Isolda el 10 de junio de 1865. Luis II pensó en construir un nuevo teatro, el idóneo para dar a conocer la nueva y titánica obra del maestro, El anillo del Nibelungo. En 1865, Wagner comenzó a dictar a Cosima la que fue su monumental Autobiografía, que, a pesar de las inexactitudes y excesos de presunción, resulto decisiva para el conocimiento profundo de la personalidad del músico. Pero el mal carácter de Wagner no tardó en conseguir que la corte y luego el pueblo bávaro se volvieran contra su persona. La prensa intervino finalmente y se produjeron manifestaciones callejeras que llegaron en algunos casos al desorden, por lo que la situación se hizo insostenible. El tío abuelo del monarca le entregó un ultimátum redactado por sus ministros donde se le conminaba a elegir entre la felicidad de su pueblo o la amistad de un hombre despreciable. Wagner emprendió un nuevo destierro, en busca de una residencia más o menos definitiva. Años felices Poco tiempo después de saber de la muerte de Minna, se instaló en Ginebra, donde vivió gracias a la pensión de Luis II. Allí trabajó en Los maestros cantores. Se le reunió Cosima −ya sin ninguna consideración hacia su 3
marido legal− y la pareja se instaló en Tribschen, en una hermosa colina rodeada de bosques dominando el lago de los Cuatro Cantones, donde residieron felices seis años de apacible existencia. Von Bülow concedió el divorcio a Cosima y Wagner se casó con ella el 25 de agosto de 1870 en Lucerna. La pareja ya tenía entonces tres hijos: Isolda (nacida en 1865), Eva (en 1867) y Sigfrido (en 1869). Por entonces Wagner ya era considerado por sus admiradores como una especia de leyenda. Contrastando con el aislamiento al que su vecindario suizo le condenó por su relación con Cosima, juzgada escandalosa, por Trisbschen peregrinaron una serie de intelectuales de la época atraídos por la personalidad del músico y por la admiración hacia su obra. Villiers de l'Isle Adam acudió con Catule Mendès y su esposa Judith se convirtió en uno de los apóstoles más fervientes de la obra wagneriana en Francia. Por su parte, el colega Alexander Serov. Que también le visitó en su paraíso suizo, devino el mayor difusor ruso de su obra. Pero la gran amistad de estos años, fruto de su mutua admiración, es la que entabló Wagner con Friedrich Nietzsche, a quien había conocido en Leipzig a fines de 1868, y que era profesor en la Universidad de Basilea, cerca de Tribschen. Este deslumbramiento recíproco acabó en un odio violento, una antipatía tan incontrolada que culminó con un desprecio notorio por parte de Nietzsche, que tildó al músico de viejo ateo, carente de toda sinceridad ética, intelectual y moral, comediante del alma. La ruptura llegó después del estreno de Parsifal, que el filósofo consideró la obra de un burgués degenerado arrodillado ante la cruz, matando con ello al artista dionisiaco que le había fascinado. Wagner lamentó siempre el perder esta amistad, de la que le compensó en parte el contemporáneo encuentro en Roma con el diplomático y escritor Arthur Gobineau, que le abrió las puertas a las filosofías y religiones orientales, tan decisivas en la concepción de Parsifal. Calmados los ánimos en Munich, con la protección real aún más firme y dispendiosa, Wagner se sentía ya el restaurador del arte alemán, para lo cual contó con la ayuda de Luis II, que encontraba en ello su destino personal y real. Bayreuth Desde hacía algún tiempo, Wagner daba vueltas en su cabeza a una idea ambiciosa: Construir un teatro especialmente diseñado para la más idónea representación de sus óperas. Un recinto moderno, dotado de las últimas conquistas técnicas, capaz de satisfacer las complicadas exigencias de El anillo del Nibelungo, que, de esta forma, adquiriría su verdadera dimensión teatral. Un edificio, además, que aportara nuevos desafíos en cuanto a la amplitud del escenario y del foso, donde la orquesta estaría fuera de la vista del público y éste en lugares especialmente diseñados para que no pudiera distraerse y mantuviera su atención fija siempre en el mensaje que se expandiera desde la boca del escenario. Un templo más que un lugar de esparcimiento. Colaborarían también en esta especie de rito, de gran misa wagneriana, la iluminación y la acústica, igualmente concebidas en la única función de potenciar el mensaje religioso−músical del maestro. El arquitecto Gottfried Semper facilitó unos planos que recogían todos los preceptos pormenorizados por el músico para ser construido en Munich, con la ayuda de su rey Luis II. Pero la oposición de la corte fue de nuevo tajante. Se supone que Wagner tuvo la idea de construir este teatro en Biudad de Franconia, leyendo un folleto de propaganda turística donde precisamente se hacía un elogio del teatro barroco allí construido, original de Giuseppe Bibliena. El músico viajó en 1971 para conocer el lugar, eligiendo para su emplazamiento una colina de los arrabales. La municipalidad de Bayreuth concedió gratis el terreno y la edificación del que se llamó ya el Festspielhaus (Teatro de los Festivales) se realizó a través de una suscripción internacional, que pronto resultó insuficiente, debiendo aportar las arcas reales bávaras la cantidad necesaria para su conclusión. La primera piedra se colocó el 22 de mayo de 1872, día en que el compositor cumplía 59 años, en un acto de enorme repercusión, en el que el propio Wagner dirigió a una orquesta constituida por un gran número de instrumentistas, todos alemanes, en la interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven. El teatro, aunque exteriormente es de una gran sobriedad, por dentro pone en práctica todos los principios de 4
Wagner sobre la forma idónea de escuchar su música. El abismo místico oculta la orquesta a los ojos de los espectadores. Que se sitúan en un sencillo anfiteatro (algo incómodo también), vacío de cualquier elemento decorativo perturbador. La inauguración tuvo lugar el 13 de agosto 1876 con El oro de Rin, a la que siguieron las otras tres partes que forman la Tetralogía. El acontecimiento fue impresionante. Entre los asistentes, que presidían tres testas coronadas (Luis II, el emperador de Alemania, Guillermo I, y el de Brasil, Pedro II), se contaron un sinfín de personalidades de la cultura y la música, entre ellos, Saint Saënns, Tchaikovski, Liszt, Gounod, Grieg, Mahler, Bruckner, Tolstoi y Nietzsche. Sin embargo, el déficit fue tal que hasta 1882 no pudo ofrecerse ninguna representación más. Wagner intentó paliar la ruinosa situación del Festival dando conciertos en Londres, donde disfrutaba de mucha popularidad, pero los resultados no fueron los previstos. En estos seis años, los Wagner repartieron su tiempo entre sus estancias en Bayreuth y los viajes por Italia, que les llevaron por algunas de las ciudades que el maestro más admiraba: Venecia, Verona, Bolonia (donde encontró sus mejores admiradores), Sorrento, Nápoles, Palermo y Roma. En Bayreuth, gracias de nuevo a la generosidad de Luis II, pudo construir una casa, la Wahnfried, al igual que el teatro, también a la medida de sus deseos. El nombre provenía de una carta dirigida por el músico a su rey protector donde escribió: Mi casa está lista. Tenía que darle un nombre y lo busqué durante un largo tiempo. Finalmente lo encontré y lo hago grabar ahora en estos versos: Aquí donde mis ilusiones (Wähnen) paz (Friede) encontrarán. Wahnfried se llamará esta casa. Despedida Mientras se dedicaba a la composición de Parsifal, Wagner siguió dando satisfacción a su vena literaria, escribiendo ensayos y colaborando en las Bayreuther Blätter, con artículos de temática divertida, desde teología hasta biología. El frío clima de Bayreuth agudizó una enfermedad de tipo nervioso que su régimen vegetariano y el cálido ambiente de su casa familiar apenas lograron mitigar. La luminosa Italia atrajo al compositor, que alquiló una villa en Polisipo, cerca de Nápoles. Luego, con la llegada del calor, se trasladó a Siena, que disfrutaba de un clima más benigno. Su catedral con la cúpula hexagonal le sugirió el decorado donde realizaban sus ritos los caballeros del Grial. Parsifal, necesitó de nuevo la ayuda de Luis II para su estreno en Bayreuth. La elaboración de la partitura había finalizado a comienzos del 1882, mientras se encontraba en una de sus paradas de peregrinaje italiano, Palermo. En esos momentos, Renoir realizó su famoso retrato en el que Wagner parecía un pastor protestante. Por su parte, Cosima escribió en su diario a propósito de este hermoso retrato: Acerca del resultado, muy raro, azul−rosa, Richard piensa que parece un embrión de un ángel. Además de descansar Wagner trabajó a diario en un ensayo sobre la parte femenina que podía existir en el hombre, aunque no olvido la música, pergueñando una sinfonía. Leyó mucho sobre todo a su amigo Gobineau, que acaba de morir de un ataque cardíaco mientras se trasladaba con autobus a Turín. La última lectura de Nietzsche le repugnó. El traslado de sus restos a Bayreuth fue un continuo espectáculo el tren donde reposaba el músico en su ataúd paraba en todas las estaciones para recoger homenajes fúnebres. Obras −Óperas primeras. −1833 Las hadas −1834−35 La prohibición de amar −1838 Rienzi 5
−1843 El buque fantasma o El holandés errante −Óperas Wagnerianas. −1853 El anillo del Nibelungo −1859 Tristán e Isolda −1862−67 Los maestros cantores de Nurenberg −1877−82 Parsifal −1853−75 La Tetralogía: −El oro del Rin −La walkiria −Sigfrido −El ocaso de los dioses En la historia de Trístan e Isolda, Isolda odia a Trístan, que ha matado a su novio Morholt y la lleva como una esclava para que se case con el rey Marke, a quien ella no conoce. Decidida a terminar con ambos, Isolda le da un veneno que la fiel Brangania se equivoca o acierta de pócima y les da un filtro erótico. Tristán e Isolda se enamoran y quieren desaparecer en la noche eterna, morir de amor. Por fin el se saca los vendajes que cubren sus heridas y morirá en brazos de ella, que sucumbirá en la famosa muerte de amor, suerte de desmayo sexual o mortífero donde el sujeto desaparece en el orgasmo y la muerte, disuelto en el alma del mundo. Giussepe Verdi, Biografía F ue el espíritu de la vida musical italiana de la segunda mitad del siglo XIX. En la ascendencia familiar de Verdi no hay predecesores músicos que merezcan consideración. Nació la tarde del 10 de octubre de 1813 en Roncole, cerca de Busseto, provincia de Parma, en una humilde casa que hoy se exhibe a la curiosidad y devoción de sus admiradores, un poco agobiada por las carreteras que la circundan fruto a una época de culto al automóvil y la velocidad, era el primer hijo de Carlo, un comerciante que regentaba una tienda de comestibles con una pequeña taberna adicional, ayudado en la tarea por su esposa, Luigia Uttini, mujer silenciosa y trabajadora que inspiro al hijo un respeto y veneración que contrastan con la escasa presencia materna en su obra de ficción musical. Verdi, que creció sano pero algo arisco e introvertido, acudía de niño a escuchar música a la iglesia situada frente a su casa. Del organista, un tal Pietro Basitrocchi, y aprendió el muchacho el abecé de la instrucción musical. Carlo y Luigia advirtieron esta inclinación y la alimentaron así, en su octavo cumpleaños le regalaron una espineta que hoy puede admirarse en el museo del Teatro de la Scala de Milán. El negocio de los Verdi era abastecido por un comerciante de Busseto, Antonio Barrezi, un apasionado de la música que al descubrir las inclinaciones de Giussepe se ofreció generosa mente a sostenerlas. Vió también con buenos ojos la buena inclinación entre el joven y su hija Margherita, una dulce serena muchacha de bello 6
rostro y mirada sincera, según se desprende del retrato realizado por Augusto Musiini. De Busseto a Milán Ferdinando Provesi, organista de la catedral de Busseto y director de su Escuela de música, valoró rápidamente el talento de Verdi y lo instaló estudio de las partituras de Haydn, Porpora y otros compositores. Además, le permitió, dada la disponilidad del protegido, que le sustituyera en bastantes ocasiones al frente de la banda municipal. A los dieciocho años Verdi veía caro su futuro: ser organista de la iglesia de Roncole, maestro de capilla y director de banda en Busseto y compositor de obras religiosas y profanas para el orfeón local. Ello le permitiría vivir holgadamente en su región natal al lado de su esposa Margherita. Modesto futuro para un talento cono el suyo que las circunstancias se encargarían de desviar. El funcionario que redactó el pasa porte de Verdi para Milán nos describe al joven diecinueve años de esta manera: Alta estatura, boscoso pelo negro, frente alta, cejas negras, ojos grises, nariz aquilina, boca pequeña, barba oscura, mentón oval, rostro carnoso y color pálido. Con Lavigna, Verdi trabajó la música de Mozart y Beethoven , al mismo tiempo que profundizó en la obra de Marcello y Palestrina. Con gran éxito, sustituyó como director al indispuesto maestro que había de realizar una lectura de La Creación de Haydn. Los años de galera Rossini en París mantenía un silencio compositivo desde hacía trece años, Bellini había muerto siete años atrás y Donizetti estaba en pleno auge como compositor internacional y muy próximo a su rápido y lamentable desenlace, Verdi representó desde el triunfo de Nabucco la gran esperanza compositiva peninsular, por encima de sus colegas contemporáneos que seguían trabajando en Italia. Las peticiones de los teatros se sucedían incansables y el músico, aprovechando las circunstancias, daba salida a su incontrolable imaginación y a su potente fuerza creadora. Todavía no se había apagado los ecos políticos despertados por el coro de los hebreos de Nabucco cuando Verdi compuso I lombardi alla prima crociata. Con esta obra se enfrentó por primera vez a la censura, en este caso religiosa porque en la opera aparecían procesiones y bautizos en una geografía bíblica que se consideraba intocable para la práctica teatral. Fue el primer encontronazo del músico con la intolerancia, que en lo sucesivo se repetiría con diversa significación. A esta ópera siguen Ernani para Venecia, cuyo coro Si ridesti il lion di Castiglia vuelve a levantar el ardor político combativo de los espectadores. I due Foscari sobre Byron ve el mismo año el estreno romano, mientras que al año siguiente Giovana d'Arco, su primera adaptación de Friedrich Schiller, es recibida cortésmente en la Scala. Alzira, basada en la tragedia de Voltaire, supone el primer estreno verdiano con destino al Teatro San Carlo de Nápoles. Verdi siempre consideró esta ópera la peor de su catálogo. Attila es el único estreno del año 1846. Con destino al hermoso Teatro La Fenice de Venecia, obtuvo un triunfo arrollador: los asistentes deliraron con la escena segunda del acto primero, en la que se representaba la fundación de la ciudad de las lagunas. En 1847 Verdi inicia su expansión internacional al estrenar en el Teatro de Londres I Masnadieri, inspirada en otro drama de Schiller. A éste le sigue el primer encuentro entre el compositor y William Shakespeare, con Macbeth, dada a conocer en el Teatro de la Pergola de Florecia el 14 de marzo de aquel año. Jerusalem, para la Ópera de París, es una adaptación francesa de I lombardi. Il cosaro 1848, La battagliadi Legnano, Luisa Miller 1849, y Stiffelio 1850, completan el periodo llamado por el compositor de galeras, porque las continuas peticiones de los empresarios le obligaban a llevar una actividad imparable, a riesgo de que se resintieran su inspiración y la cálida del producto acabado. En la actualidad, las obras directamente surgidas de estos 7
momentos intensísimo mantienen un interés continuamente renovado. Giuseppina Strepponi había abandonado su carrera sopranil, al perder prematuramente su voz, y se había trasladado a París, donde daba clases de canto. A partir de 1847 Verdi y la Strepponi comenzaron a verse con regularidad y pronto hicieron vida en común. Huyendo del azote del cólera que asolaba París, la pareja se trasladó a Busseto y allí se instaló en el palacio Orlandi, situado en el centro de la localidad. Los conciudadanos de Verdi no vieron esta relación con ecuanimidad. A Giuseppina se le hizo el vacío y al maestro le llegaban cartas anónimas criticando su situación sentimental y social. Estos roces acabaron levantando entre el maestro y los bussetanos un muro de frialdad e incomprensión que el paso del tiempo no logró derribar del todo. Sin embargo, su amor por la tierra natal no se enfrió. Enterado de que, en el vecino Ayuntamiento de Villanova d'Arda, se ponía a la venta el fundo de Santa Agata, un amplio terreno muy rico en viñedos y bosques que descendían hasta el río Po, confió en su suegro Barezzi su compra. Se acondicionó la casa, que pronto se llenó de recuerdos y regalos que el maestro recibía de diversas partes del mundo. Se organizó un frondoso jardín embellecido con un lago artificial, donde se podía componer y descansar. La trilogía romántica Entre 1851 y 1853, Verdi compuso 3 óperas decisivas en su evolución artística. Despues de Rigoletto estrena Il trobadore en Roma y La traviata en Venecia. La primera basada en el drama de Antonio García Gutierrez cuenta: Azucena, mientras trabajaba en la ópera, murió la madre del compositor y lo acertado de la pintura del personaje no puede ser ajeno a este doloroso acontecimiento. Igualmente, su situación con giuseppina ha de verse repulsivo de la deliberada descripción de Violetta Valéry en La traviatta. Sin embargo, la cortesana parisina que se redime por amor al apasionado e ingenuo Alfredo, fracasó en su estreno veneciano por causas ajenas a sus excelencias musicales: la soprano estaba demasiado gorda para tornar verosímil su tuberculosis mortal. La posterioridad subsanó con creces esta miopía inicial del público contemporáneo. Al final Giuseppina murió de una pulmonía en 1897. La casa de Santa Ágata resultaba demasiado grande para la vejez del músico y se fue a un hotel en Milán donde era atendido por su sobrina María Carrara. Pasó Verdi serenamente la Navidad de 1900 rodeado de amigos, entre ellos Teresa Stolz y los Ricordi. Verdi entró con buen pie en el siglo XX, pero el 21 del 1901 sufrió mientras se cambiaba un ataque de apoplejía y no recobró el reconocimiento hasta su muerte el 27 de enero del mismo año. Fue enterrado como el deseaba, con máxima sencillez, pero un mes más tarde cuando la municipalidad otorgó el permiso para su enterramiento en la Casa de Reposo para Músicos, una institución creada por Verdi en auxilio de sus colegas necesitados, la demostración popular de admiración y cariño fue asombrosa. Obras Verdi compuso 28 óperas, cifra que resulta de considerar títulos autónomos a Jérusalem, que es una adaptación francesa I lombardi, y a Aroldo, que es un arreglo de Stiffelio. Esta producción le ocupo 54 años de vida creativa, de 1839 a 1893, y también hizo música sacra la misa del Réquiem y las Cuatro piezas sacras. Pero Verdi es un compositor de carácter teatral y sin ninguna duda puede afirmarse que es el mayor músico operístico de todos los tiempos. Óperas primas −1839 oberto, conde de San Bonifacio 8
Trata de una historia ambientada en el s. XIII, en la que Riccardo, el prometido de Cunizia seduce a Leonora, pero el padre de esta, Oberto, lo reta a duelo para vengar la afrenta. Muerto en la contienda del seductor, Leonora escoge una salida discreta y se retira a un convento. −1840 Un giorno di regno Es un error en la carrera del músico pero pueden rescatarse inspirados momentos de puro melodismo. Primeros triunfos −1893 Nabucco Las ansias patrióticas despertadas por esta opera aún perduran en el público italiano. −1843 I Lombardi alla prima crociata Trata de los problemas personales de algunos nobles milaneses que acuden a reconquistar Tierra Santa e la primera cruzada. −1844 Ernani El Ernani de Hugo representa la quinta esencia del Romanticismo y Verdi insufló una música cargado de emoción y energía. Años de trabajo −1844 I due Foscari Verdi utiliza motivos o temas que definen a los personajes y que aparecen siempre para introducirlos en la acción. −1845 Giovanna d'Arco Verdaderamente un fracaso, Verdi no volverá a estrenar en el Scala de Milán hasta 42 años después. −1845 Alzira Según Verdi su peor obra −1845 Attila En cambio esta posee un aliento melódico que recupera cierta presencia en las programaciones teatrales. Internacionalidad −1847 I Masnadieri Un asunto muy dramático con crueldad entre hermanos. −1847 Macbeth Es una unión de Shakespeare y Verdi con dos personajes de fuerte contenido dramático. 9
−1848 Il Corsaro Corrado, Corsario griego, cae en manos del pachá turco Said. Gulnara, la concubina de Said, se enamora de él y lo salva, pero cuando regresa a su patria, encuentra moribunda a su prometida Medora, desesperada por la falsa noticia de la muerte del amado. Corrado se arroja a las aguas del Mediterráneo. Camino de la madurez −1849 La bataglia de Legnano Combina el aspecto político con el triángulo amoroso. −1849 Luisa Miller Supone un cambio importantísimo en el estilo verdiano. −1850 Stiffelio Stifelio, pastor protestante de ideas rígidas, descubre la infidelidad de su esposa. Después de una intolerante reacción, acaba perdonando a Lina basándose en unas palabras del Evangelio. Obras maestras −1851 Rigoletto Tuvo innumerables problemas con la censura y tuvo que cambiar nombres y situaciones. −1853 Il Trovatore De un argumento disparatadísimo de Antonio García Gutiérrez, encuentra la inspiración verdiana. −1853 La traviata Conoció un rotundo fracaso pero pronto se convirtió en un éxito, que ahora se sitúa como favorita de todo el mundo. Más partituras operísticas −1855 I vespri siciliani −1857 Simon Boccanegra −1857 Otello −1860 Un ballo in maschera −1862 La forza del destino −1871 Aida
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