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Integración económica & Exclusión social: desigualdades de género en el mercado de trabajo del MERCOSUR

Rosario Radakovich1

Prepared for delivery at the 2001 meeting of the Latin American Studies Association, Washington DC, September 6-8, 2001.

Profesora de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de la República, Analista de datos del Instituto Nacional de Estadísticas-Uruguay. 1

Introducción Este trabajo intenta complejizar los distintos aspectos de la desigualdad de género en el mundo del trabajo en la última década en el contexto del MERCOSUR. El mismo presenta datos estadísticos que señalan la posición diferencial de las mujeres de los países del Mercosur frente al mercado de trabajo: posición de desventaja en el acceso y en las formas de permanencia (tipo de contrato, acceso a seguridad social, etc.), en la división resultante de la segmentación del mercado y de la segregación ocupacional. El producto de estas múltiples condicionantes da un saldo negativo de las oportunidades femeninas sobre las masculinas en la última década, a pesar de los avances realizados en formación educativa de las mujeres que desde hace treinta años salieron masivamente al mercado. Para entender estas situaciones parece necesario partir de ciertas consideraciones iniciales sobre distintas aristas del problema a tratar. En primer lugar, en relación a la estructura androcéntrica y patriarcal de la sociedad contemporánea donde la categoría masculina ocupa el papel hegemónico, siendo la femenina una categoría subordinada. En estas condiciones, según señala Saltzman (1989), los varones tienen indiscutiblemente mayor poder frente a las mujeres gracias al ordenamiento social que distribuye distintas funciones, recursos y medios entre los sexos. Así en los microprocesos, los varones podrán convertir el poder de los recursos en poder de microdefinición reforzando y legitimando las definiciones sociales que le otorgan mayor poder y en los macroprocesos las élites mayoritariamente masculinas utilizan su poder para reproducir el sistema de género imperante, impartiéndolo a través de sus definiciones a miembros de instituciones y sociedades en general. Las definiciones sociales de lo bueno y deseable favorecen las funciones y rasgos asociados con la masculinidad, devaluando el trabajo de las mujeres, sin otro motivo que el estar hecho por ellas. La división sexual del trabajo supone un intercambio en el cual los varones han tenido tradicionalmente un acceso directo a los recursos materiales, ya que normalmente obtienen un salario por su trabajo. Las mujeres, hasta poco tiempo atrás recluídas en el ámbito doméstico, no recibían ningún sueldo ni valoración social por el mismo. Ello redunda en que las mujeres no tuvieran sitio alguno en la historia, y por tanto, no existiera una historia del trabajo femenino, aparentemente inexistente (Sullerot: 1970, Bock:1989). La reciente inserción masiva a empleos remunerados por parte de las mujeres pone en cuestión este ordenamiento y sus consecuencias más evidentes. En segundo lugar, en relación a la significación de los cambios recientes en el mundo del trabajo, los cuales señalan nuevas formas de desigualdad, también en lo que respecta al género. La reestructuración de los mercados de trabajo en el contexto de la globalización se cristalizó en la apertura comercial, contracara a la disminución de los empleos industriales, el avance tecnológico, que significó una importante reducción de personal, la flexibilización laboral, que deterioró la calidad de los empleos y la lucha por la estabilidad macroeconómica que mantuvo pendiente los costos sociales, generando una deuda social creciente. Estos procesos dan cuenta, en lo que refiere a los cambios en la organización social del trabajo, de la permanencia de desigualdades estructurales y además de la aparición de nuevas desigualdades, las que según Fitoussi y Rosanvallon (1997) están basadas en las distintas oportunidades derivadas de las inequidades en las trayectorias

personales. Ello supone una “nueva cuestión social” (Rosanvallón: 1995) donde el individuo pierde certezas ante su relación con el mundo del trabajo: para él éste es un mundo de incertidumbres. En este contexto interesa discutir esta nueva configuración de las inequidades dinámicas y estructurales pero en relación a la cuestión de género y su relación con la idea de igualdad. Si bien las brechas existentes entre varones y mujeres en cuanto al acceso y participación en el empleo han disminuído en los últimos años, las mismas constituyen situaciones que preexisten a las desigualdades laborales clásicas -segmentación del mercado y segregación sexual de las ocupaciones- y también están presentes en las desigualdades intracategoriales -más recientes-. No son fácilmente eliminadas, inclusive contando con importantes avances en la inversión educativa femenina en las últimas décadas. Tampoco lo son en el contexto actual de cambios demográficos, donde el descenso de la natalidad y el aumento de la edad de matrimonio retrasan y disminuyen la carga familiar adjudicada a las mujeres. Ello da cuenta de la transversalidad de las desigualdades de género en el mundo del trabajo. Las mismas anteceden a las diferentes expresiones de la cuestión laboral actual y también a sus mecanismos tradicionales de legitimación de las desigualdades. Por tanto, las inequidades en la cuestión de género son desigualdades primarias, es decir, son resultado de un sistema de “dominación masculina” (Bourdieu:1998) que sustenta la división sexual del trabajo y pone en cuestión el logro de la equidad en la cuestión de género. Autores como Sen (1992) creen en la consideración de la capacidad de lograr los proyectos personales como medida de igualdad. Rawls (1990), coloca la cuestión en términos del acceso a los bienes sociales primarios. Fitoussi y Rosanvallon (1997) lo hacen en función de la compensación a la desigualdad de oportunidades. En el caso de las desigualdades de género, éstas parecen ser legitimadas como adscriptas cuando en realidad son desigualdades adquiridas. Hasta que el sistema de género patriarcal y androcéntrico no pierda legitimidad, las medidas generales de igualdad deben ser repensadas para el caso de las mujeres, ya que las posiciones de género se sustentan en un sistema legitimado de desigualdades entre los sexos que se visualiza como “natural”. Según señala Sylviane Agacinski (1999) las antiguas formas de subordinación o de exclusión son reconsideradas, pudiendo solamente ser combatidas denunciando de forma ritual la contradicción entre la igualdad teórica de los seres humanos y la condición de desigualdad de los varones y las mujeres. En relación con la igualdad y la diferencia de los sexos, la diferencia aparece como principio organizador de las sociedades. Para Levi-Strauss esta diferencia es inherente al pensamiento mismo de la sociedad, es una estructura cognitiva que genera los sistemas simbólicos y las categorías del lenguaje (Arango:1995). El sistema de dominación masculina rige sobre los sistemas de valores y de representaciones, dominación mas compleja que las prácticas. Asimismo, la complejidad de las desigualdades de género, es la transversalidad con otras modalidades de desigualdad, las incesantes descomposiciones y recomposiciones de divisiones entre los dos sexos en todos los sectores del empleo, de la creación, como de la vida cotidiana. En particular, la división sexual del trabajo, ha sido estudiada en profundidad por ejemplo, por Delphine Gardey (1995), que investigó el mundo de los trabajadores de las oficinas en el siglo XX, a través del género, comparando sistemáticamente las posiciones, carreras y comportamiento profesionales de hombres y mujeres que ocupan un mismo sitio de empleo. Este tipo de estudios han permitido comprender los principales mecanismos

de formación subalterna de lo femenino en el mundo del trabajo, casi siempre desvalorizado tanto en prestigio como en salario. La insistente pregunta acerca de las cualidades adcriptas disfraza las cualificaciones adquiridas, por ejemplo en los procesos la concentracion de las mujeres en un número pequeño de empleos, por la distancia persistente entre nivel de formación y de realización profesional y las escalas salariales. Al parecer, las mujeres son conducidas a tomar desventajas en lo que se refiere a los elementos simbólicos, impregnados en nuestra sociedad a través de las imágenes, la comunicación, los factores de prestigio, de distinción y la representación de si. Considerando tales aspectos parece evidente que las relaciones entre los sexos se vuelven discriminantes. Investigaciones recientes en la temática de género han resaltado la necesidad de estudiar las desigualdades entre varones y mujeres en lo que atañe específicamente a la dimensión económica en el mundo del trabajo. En este sentido se han analizado los mecanismos de acceso diferencial a los empleos, la mayor proporción femenina en empleos precarios y subvalorados, las disparidades salariales entre unos y otros, la segregación y discriminación laboral que han enfrentado las mujeres a la hora de salir a trabajar, lo cual constituye otro aspecto de la división sexual del trabajo en la esfera de la producción. En los límites acotados de este trabajo se procura acercar esta discusión al ámbito latinoamericano ya que el mismo presenta sus propias dinámicas en cuanto a las disparidades entre los sexos. En este sentido la intención es realizar una aproximación a las disparidades de género en el mundo del trabajo en América Latina y más específicamente en el contexto de la subregión constituída a partir del MERCOSUR. Se va a analizar la dinámica de integración (y exclusión) en el mercado de trabajo a través del acceso y posición diferencial de varones y mujeres en el mercado de trabajo de la región durante la década del 90. Para ello se observan las tendencias de varios indicadores socioeconómicos tales como la tasa de actividad por sexo según grandes grupos de edades, la tasa de empleo de varones y mujeres, desempleo, participación según distintos sectores de la economía (servicios, industria, comercio), la incidencia de las mujeres en el trabajo formal e informal y el nivel de salarios comparados por sexo. El estudio se centra en la dimensión económica de la exclusión social de género, analizando aspectos que muestran claramente situaciones desiguales tales como el desempleo hasta modalidades más sutiles en el acceso a empleos de diferente calidad. Se ha señalado además que junto al problema de la exclusión del empleo coexiste el desarrollo de procesos de precarización de los empleos tradicionales y el surgimiento de nuevos empleos precarios. Ello puede ser señalado como un indicador de la profundización de situaciones de pobreza y marginalidad en los países socios y en especial, en los sectores de mayor vulnerabilidad dentro de la región. El desafío de la integración en términos sociales es uno de los más importantes que enfrenta el Mercosur en la actualidad. Los avances en términos comerciales regionales no han reducido los serios problemas sociales existentes, sino más bien, han contribuido al agravamiento de las diferencias sociales y la transformación del mercado de trabajo regional. La exclusión social en el mercado de trabajo de la subregión ha afectado prioritariamente a los sectores socioeconómicos más pobres, a las mujeres y a los jóvenes (Ruiz Tagle, 1997). Dentro de los sectores mencionados, las brechas existentes entre mujeres y varones permiten evidenciar las distancias existentes en términos de igualdad de oportunidades y demostrar la inequitativa distribución de los

réditos del crecimiento económico en toda la población. Estas se traducen, por ejemplo, en una tasa de participación femenina menor en el mercado de trabajo, en mayores tasas de desocupación de las mujeres y en un menor acceso a empleos de calidad así como menor remuneración en ocupaciones semejantes a los varones. Estudios realizados de estos indicadores en los países del MERCOSUR y Chile (Jaime Ruiz-Tagle 2000) destacaron el crecimiento de la tasa de participación femenina en los sectores más pobres en todos los países de la subregión para el período 1990-1997. Paralelamente, los ingresos laborales femeninos siguen siendo muy inferiores a los masculinos, aproximadamente el 35%, aunque las distancias se han acortado a lo largo de la última década. El abordaje de este trabajo es realizado en una perspectiva comparada de los países miembros del MERCOSUR y las ciudades capitales de los mismos. El análisis tiene por objetivo observar grados diferenciales de inclusión y exclusión de género de la región, avances y retrocesos de cada país entre 1990 y 1999; así como la relación existente entre las tendencias observadas en los países y sus principales centros urbanos. Asimismo, las ciudades capitales constituyen los núcleos urbanos más industrializados y concentran, no sólo la mayor parte de la población nacional en muchos de los casos, sino que nuclean la actividad económica, social y cultural de los países. Además, es ya una constatación empírica recurrente que la participación femenina en las áreas urbanas es mayor que en las zonas rurales en las últimas décadas (Valdés & Gomáriz: 1995). La opción tiene además un fundamento metodológico que se inscribe en la intención de mejorar la comparabilidad entre las fuentes de datos secundarias existentes de la región, utilizando varios niveles de comparación (regional, nacional y municipal). Por tal motivo, se trabajó sobre procesamientos especiales de las encuestas de hogares para la elaboración de cuadros e indicadores, de forma de obtener estadísticas armonizadas para los países y ciudades comparadas y reelaboración de datos disponibles no armonizados a nivel de regiones (América Latina y Mercosur). Las diferencias de género del Mercosur en el contexto Latinoamericano El estudio de los procesos de regionalización de latinoamérica señalan situaciones diferenciales al interior de los mismos, al mismo tiempo que expresan modos de desarrollo económico y social específicos. En este contexto, la creación del Mercosur da cuenta de una subregión con características propias en el marco latinoamericano. En términos económicos, el Mercosur significó una vía para disminuir la vulnerabilidad externa de los países de la región en el marco de la liberalización económica. Su conformación constituyó una alternativa para adecuar acuerdos preferenciales preexistentes a los procesos de liberalización comercial (Terra:1999). Por lo tanto, la finalidad primaria de los Estados al integrarse ha sido una respuesta estratégica conjunta a la crisis y una “fórmula” para mejorar su posicionamiento económico mundial. Cada uno de los socios intenta garantizarse, por este medio, mayores seguridades en su relación económica con los demás socios y con el resto del mundo. La forma de lograrlo ha significado la redefinición del papel del Estado respecto a la apertura externa de la economía con el objetivo de favorecer una integración básicamente comercial. El incremento del comercio entre los países del Mercosur da cuenta de este proceso (Stolovich, 1994, Sunkel, 1993) y se

visualiza a través del rápido crecimiento del mismo en los últimos años. Por ejemplo, entre 1988 y 1997 las exportaciones entre los países miembros de Mercosur alcanzó un volúmen de casi 20 billones, lo cual representa alrededor del 50% de las ventas realizadas externamente entre los países de Latinoamérica. La puesta en práctica de un paradigma de internacionalización de las economías y de desregulación de los mercados no considera el costo social como un efecto derivado de su puesta en práctica y ha provocado la desestructuración de los mercados de trabajo del Mercosur (Pochmann: 2000) que se traduce en una ampliación del desempleo, una reducción de la participación relativa del empleo asalariado en el total de los ocupados y la creciente precarización de las ocupaciones. Entonces, uno de los planos más sensibles de intersección entre el ritmo de integración económica y el modo de integración social refiere a los cambios en el mercado de trabajo de la región, el cual experimentó fuertes desigualdades internas durante la última década. En tal sentido, es imposible desconocer las asimetrías existentes entre los países miembros, las cuales señalan posiciones diferenciales al interior de la región y diferentes grados de exclusión social (De Sierra, Serna, 2001). Así, los principales indicadores de acceso al mercado de trabajo que comparan el Mercosur y Latinoamérica en términos de género señalan una mayor disminución de la brecha de participación entre varones y mujeres a lo largo de la década que viene acortándose desde la década anterior. Si bien, la brecha inicial (1990) es de 35 y 36 puntos respectivamente, al finalizar la misma en el Mercosur desciende a 27 mientras en América Latina sólo baja un punto (35). Ello podría vincularse a los mejores indicadores en términos educativos del Mercosur con respecto al continente, lo cual se vinculara con índices más altos de búsqueda de empleo y ocupación efectiva de las mujeres. Sin embargo, ello no explica el fenómeno, sino que la brecha disminuye gracias a una menor participación masculina en el mercado de trabajo del Mercosur, mientras que existe una participación similar de la población femenina. La diferencia negativa de avance en términos de participación entre Latinoamérica y el Mercosur se explica fundamentalmente por el peso de México, Venezuela, Chile y Costa Rica en el promedio latinoamericano. En relación a los tramos de edad de mayor inserción, en ambos casos se concentra entre los 25 y 49 años, edades centrales del ciclo vital. Las diferencias de participación en estos tramos señalan que mientras los varones están casi sin excepción (96% promedio) activos, para el caso de las mujeres, aún en éstas edades tienen una participación de alrededor del 63% promedialmente, lo cual quiere decir que 4 de 10 mujeres no trabajan ni buscan trabajo. Cuadro Nro. 1. Promedio de participación en el mercado de trabajo de América Latina y Mercosur entre varones y mujeres (1990 y1999) Región

Años

Am.Latina Alrededor 1990 Alrededor 1998 Mercosur Alrededor 1990 Alrededor 1998

Tramos de edad Varones Mujeres Total 15-24 25 a 34 35 a 49 50 y más Total 15-24 25 a 34 35 a 49 50 y más 79 68 95 96 66 43 40 57 55 22 84 62 95 97 65 49 42 64 64 30 79 69 97 97 61 44 47 60 57 22 79 69 97 96 60 52 50 68 68 31

Nota: Los promedios regionales se hicieron para 16 países de América Latina Fuente: Elaboración propia en base a Cepal, Panorama Social 1999-2000.

En cuanto a la distribución de la población femenina económicamente activa ocupada, algo más de la mitad se emplea como asalariada en América Latina y la subregión, manteniendo promedios similares en las mismas y logrando una relativa “estabilidad” de estos promedios durante la década. El 47% restante se desempeña como trabajadora cuenta propia y no remunerada y como empleada doméstica, siendo casi inexistente la categoría de empleadora en ambos contextos. Esto supone la existencia de importantes contingentes de trabajadoras en situación de precariedad laboral, especialmente en lo que refiere a la magnitud del problema de acceso a la seguridad social y beneficios sociales. En términos comparativos, mientras América Latina mantiene un promedio mayor para los trabajadores cuenta propia (31% y 33%) en relación al Mercosur (25% y 26%), esta relación se invierte para el caso de las empleadas domésticas, donde el Mercosur presenta mayores promedios (18%) que los del contexto Latinoamericano (16% y 13%). Este último muestra una importante disminución en el período estudiado de las mujeres empleadas en servicio doméstico, mientras en el Mercosur el promedio no disminuye en la década. Por otra parte, existe una mayor proporción de mujeres empleadoras en el contexto del Mercosur, aunque en ningún caso representan más que porcentajes mínimos que confirman la segregación sexual de las ocupaciones y aún más, la desigual distribución de la riqueza y el poder entre los sexos.

Cuadro Nro. 2. Distribución porcentual de la población femenina económicamente activa ocupada, según inserción laboral, en América Latina y Mercosur, zonas urbanas, 1990 y 1998 Años Am.Latina Mercosur

Empleadores 1990 1998 1,7 2,6 2,4 2,8

Asalariados Total 1990 1998 53,6 53,8 54,1 53,2

Trab. Cuenta Propia Empleo Doméstico 1990 1998 1990 1998 31,3 33,2 15,7 12,7 24,8 26,4 17,7 17,6

Nota1: Los promedios regionales se hicieron para 15 países de América Latina Nota2: Las trabajadoras cuenta propia incluyen trabajadoras no remuneradas Fuente: Elaboración propia en base a Cepal, Panorama Social 1999-2000. En relación a las diferencias de ingresos, ambas regiones experimentan una mejora durante la década. Asimismo, las mujeres de América Latina presentan mayores desigualdades en términos promediales que las del Mercosur, donde la brecha se reduce en 9 puntos, casi el doble de lo que se reduce en todo el continente. También en valores absolutos, los ingresos medios de las mujeres de la subregión indica menores disparidades: los ingresos femeninios representan un 65% promedial del ingreso masculino. Igualmente, estas cifras indican que aún se está muy lejos de lograr equipar ocupaciones y salarios y una distribución más igualitaria de los ingresos entre los sexos. Cuadro Nro. 3. Porcentajes promediales del ingreso medio de las mujeres comparados con el de los hombres para América Latina y Mercosur. Años América Latina Mercosur 53,8 55,2 1990 58,6 65,3 1998

Nota: Los promedios regionales se hicieron para 15 países de América Latina Fuente: Elaboración propia en base a Cepal, Panorama Social 1999-2000. En síntesis, las condiciones de los sexos en Latinoamérica y Mercosur, presentan algunas pequeñas diferencias que colocan a la subregión en una posición más dinámica, algo más igualitaria que el contexto general del continente. Sin embargo, las desigualdades se mantienen, aunque en términos generales se reducen las principales brechas de ingresos y de participación, no muestran una relación concomitante con otros indicadores en los cuales las mujeres han invertido, entre los cuales se destaca la mayor capacitación. Además, según señala Gálvez (2000), las mujeres latinoamericanas mantienen cargas globales de trabajo mayores que sus pares varones debido a que conviven con el trabajo no remunerado doméstico y de reproducción y, por tanto, mantienen dobles jornadas laborales, elementos que no se incluyen en las estadísticas oficiales. También siguen teniendo menor acceso a los beneficios de los sistemas previsionales y no han accedido a ocupaciones estratégicas para disminuír las brechas en la toma de desiciones, las élites de poder continúan principalmente en manos masculinas. Además, se constata que en América Latina las familias más pobres tienen también más personas en edades centrales (entre 20 y 64 años) dedicadas exclusivamente a los quehaceres del hogar, personas que en su gran mayoría son mujeres. Ello quiere decir, que en situación de pobreza las inequidades de género son

mayores, sea por una mayor carga familiar (número de hijos) como por menores posibilidades de acceso al mercado de trabajo. La participación en el trabajo remunerado según sexos en el MERCOSUR El acceso al trabajo remunerado constituye un indicador que da cuenta de aspectos diferenciales entre varones y mujeres ya que buena parte del trabajo no remunerado es tarea de mujeres exclusivamente. Por tanto, sobre una base común de 24 horas diarias, las mujeres disponen de menor tiempo para dedicar al trabajo remunerado ya que sufren una recarga laboral, en cuanto a que se hacen cargo de las tareas dentro del hogar. Los mecanismos de funcionamiento y las interdependencias entre la estructuración del mercado laboral, el tipo de regímenes de bienestar social y la organización familiar en cuanto a tiempos y distribución de los trabajos determinan la distinta situación social de mujeres y varones. Más específicamente, las demandas entre trabajo remunerado, trabajo familiar doméstico y oportunidades de bienestar condicionan la forma de participación de los sexos (Carrasco: 2000). Por otra parte, la tasa de actividad económica se relaciona con la pobreza en la medida que restringe las posibilidades de acceso a los medios materiales y humanos para buscar empleo e integrarse al mercado de trabajo y por ello segrega a las mujeres más pobres de la región. A pesar de ello en la última década se constata un aumento generalizado de la participación de mujeres pobres en el mercado laboral en el Mercosur2(Ruiz Tagle: 2000) y también en el contexto de América Latina (Gálvez:: 2000). A su vez, existen rasgos comunes y diferenciales entre los países de la región respecto a los avances en la reducción de la brecha entre hombres y mujeres. Se observa un aumento importante de la tasa de participación de las mujeres en todos los países de la región en el período 1990 a 1997. En cambio, la situación de los hombres es diferente, ya que existe un aumento mínimo para Argentina mientras que los demás países presentan una leve disminución. Varias son las razones para explicar el ingreso masivo de las mujeres en el mercado de trabajo. El deterioro de los salarios reales de los trabajadores intensificó la necesidad económica de incorporar nuevos miembros del hogar para complementar los ingresos familiares. Sin embargo, no sólo las mujeres pertenecientes a estratos bajos ingresan al mercado de trabajo, sino también aquellas provenientes de estratos medios y altos. Por tanto, influyen múltiples factores en el ingreso al mercado de trabajo de las mujeres, tales como factores demográficos, la fortaleza de los movimientos sociales, factores culturales, institucionales y ampliación de la ciudadanía social. Paralelamente se puede observar que la diferencia relativa de participación entre los sexos ha disminuido entre 1990 y 1997, acortando las distancias existentes gracias a la creciente participación de las mujeres. Comparativamente, Argentina (31 %) presenta la mayor distancia entre varones y mujeres en la región para 1997, mientras la menor distancia regional la tiene Paraguay donde, para este mismo año, la diferencia es sólo de 24 %. Esta situación se explica en parte, gracias al aumento de la participación de las mujeres paraguayas en el mercado de trabajo, mayor que 2 Esto no se constata en Chile que forma parte del estudio de Ruiz Tagle, donde ocurre lo contrario, aumenta la tasa de participación de quienes pertenecen al quintil más rico.

en los demás países de la región durante la década (10 puntos porcentuales), pero además por una tasa “alta” de participación femenina a nivel regional en los años tomados de referencia, acompañada por una también alta participación masculina en los mismos períodos, en relación a los otros países. Interesa destacar que la reducción de la brecha de participación entre los sexos en todos los países del Mercosur no significó una disminución importante de la participación masculina, la cual casi no experimenta variación alguna en el período considerado. Cuadro 4. Tasas de participación en la actividad económica por sexo y su diferencia. Personas de 20 a 64 años. Alrededor de 1990 y 1997. Zonas urbanas.

País Brasil Argentina Paraguay Uruguay

Mujeres

Alrededor de 1990 Varones Diferencia Mujeres 45 82 -37 38 76 -38 50 84 -34 44 75 -31

Alrededor de 1997 Varones Diferencia 51 80 45 76 61 85 50 75

-29 -31 -24 -25

Nota: Definición de tasa de participación en la actividad económica: mujeres (ú hombres) de 15 y más años de edad que están ocupados o desocupados sobre el total de mujeres (ú hombres) del mismo grupo etáreo, por cien. La diferencia se calcula por la tasa de las mujeres menos la de los hombres y los puntos de diferencia expresan la brecha entre ambos, que en una situación de igualdad sería igual a cero. Fuente: Elaboración propia en base a Thelma Gálvez. (CEPAL, 2000)

Este aumento de la participación femenina en el mercado de trabajo es parte de un proceso más general de inserción masiva que se ha acentuado en los últimos treinta años. El mismo señala no sólo la mayor presencia femenina en el mundo del trabajo remunerado sino también que las mujeres se integran más tempranamente al mercado laboral y cuando lo hacen ya no regresan al ámbito familiar como único espacio de trabajo sino que comparten sus tiempos entre trabajo remunerado y no remunerado. La tasa de actividad laboral femenina varía, a su vez, de acuerdo al tramo etario. En 1999 el grupo de mujeres entre 15 y 24 años es mayor que la correspondiente a la de mujeres mayores de 54 años. Ello indica dos características importantes de las mujeres de la región: una de ellas es que desde muy jóvenes buscan empleo o trabajan. La otra indica que las mujeres de generaciones mayores (55 años y más) probablemente accedieran más tardíamente o se retiran más tempranamente del mercado laboral. En estos casos habría que replantearse la posibilidad de que fueran desalentadas por permanecer desempleadas por un largo período e incluidas como inactivas. Además, si se equiparan los últimos dos tramos etarios las tendencias muestran un descenso de la participación para ambos sexos (aunque las tasa de participación de los varones no descienden en el mismo nivel hasta los 65 años). La tasa de empleo varía concomitantemente con la tasa de actividad: menor en los tramos más jóvenes y mayor entre los tramos de 25 a 54 años, para volver a descender luego en edades superiores a los 55 años. Las diferencias más notorias en el acceso al empleo entre los sexos son mayores en los tramos etarios más jóvenes y en los de mayor edad, y tienden a disminuir en la etapa de mayor actividad laboral ( 25 a 54 años).

En la participación en el empleo en los tramos de mayores edades se observa cómo los varones están efectivamente más empleados que las mujeres. Ello indica la presencia mayoritaria de mujeres de las generaciones anteriores a la búsqueda masiva de empleo femenino (a partir de la década del 70) y, por tanto, mantienen patrones de comportamiento más bien tradicionales sobre la estructura de la división sexual del trabajo. Las tasas de actividad y empleo entonces tienen un comportamiento similar que deja en evidencia situaciones diferenciales según la edad en el análisis comparado de varones y mujeres en la región. Ello se visualiza ante las menores posibilidades de acceso al empleo de las mujeres muy jóvenes y aquellas pertenecientes, no sólo a la tercera edad sino también de muchas en edades centrales en términos laborales(55- 64 años principalmente). Cuadro no.5 Tasas de participación y de empleo en los países del Mercosur por sexo según tramo de edades para 1999. TASA DE PARTICIPACION PAÍSES

Total

TASA DE EMPLEO

15-24 25-34 35-44 45-54 55-64 65+

Total 15-24 25-34 35-44 45-54 55-64 65+

BRASIL Mujeres

51,3

65,9

65,2

53,7

28,8

7,1

18 85,3

73,4

85,7

90,6

92,7

Varones

79,1

71,1

94,9

94,5

86,1

65,4

26 90,3

81,2

91,8

94,4

94,2

Mujeres

43,7

36,5

61,9

60,7

58,2

36,6

7,2

37

26

52,6

53,6

52,8

32,6

6,2

Varones

73,8

53,7

94,2

97,2

94,1

76,6

22 63,7

40,4

83,6

88,2

84,5

66,3

18

Mujeres

48,4

39,4

58,9

60

56,7

45

23 42,3

34,1

64,3

67,1

61,4

34,4

5,8

Varones

73,3

67,1

96,3

97,6

93,5

72

16 53,6

43,5

76,5

79,5

74,4

49,1

9,4

Mujeres

48,4

39,4

58,9

60

56,7

45

23 46,9

33,9

54,6

57,4

54,6

42,2

22

Varones

85,5

73

96,3

95,9

87,4

58,1

74 80,3

65,1

92,5

91,6

92,2

81,2

57

ARGENTINA

URUGUAY

PARAGUAY

Fuente: Elaboración propia en base a datos suministrados por IBGE, INDEC, INE e DGEC.

Si analizamos las tasas de participación de varones y mujeres de algunas de las principales ciudades de la región surge que mientras la tasa total de varones permanece casi estática (disminuyendo levemente en algunos casos), la de mujeres aumenta varios puntos, coincidentemente con la tendencia observada en los países. Podría interpretarse que el incremento de la participación femenina está vinculado a las mayores oportunidades de acceso a servicios sociales urbanos ( especialmente los que brindan servicios de cuidados) y proximidad a centros de concentración de empleo, entre otros. En cuanto a la estructura de participación según los tramos de edades podemos señalar que la participación del grupo entre 14 y 19 años baja durante la década en todas las ciudades consideradas en el caso de las mujeres. En el caso de los varones jóvenes entre 14 y 19 años se observa que durante la década disminuyen su participación en el mercado salvo en el caso de Asunción, donde se mantienen constantes. Entre los 20 y 59 años se encuentran las mayores concentraciones de la participación en el mercado de trabajo en las ciudades analizadas. Por su

parte, los varones en este rango permanecen en valores muy próximos a los de 1990, mientras éstos son los grupos de edades donde existe un aumento muy pronunciado de las tasas de actividad femenina. El grupo de los mayores de 60 años aumenta en todos los casos para las mujeres, mientras los varones presentan situaciones diversas, por ejemplo, aumentan su participación Gran Bs. As, mientras que Montevideo y Asunción disminuyen la misma y Río de Janeiro - San Pablo disminuye en menor proporción, manteniéndose casi igual (35.4% en 1990 y 34.6% en 1999). Cuadro No.6 Tasa de participación por sexo en ciudades capitales del Mercosur según grupos de edades 1990 y 1999 1990 CIUDADES

Total

1999

14-19 20-29 30-39 40-49 50-59 60+

Total 14-19 20-29 30-39 40-49 50-59 60+

GRAN BS.AS. Mujeres

37,5

22,4

56,6

50,6

51,7

39,5

8,4

43,8

20,4

62,2

59,6

60,3

50,1 12,4

Varones

74

37,2

91,4

97

97,1

88,4

33

74,3

31,7

92,3

97,8

96,3

91,4 35,1

Mujeres

47,4

28,7

71,6

74,8

67,4

48,3

12

51,9

27

75,5

81,3

77,3

60,7 12,2

Varones

74,5

44,5

87,7

98,6

97,4

92,8

33

73,1

39,8

87,2

97,4

97,3

90,9 28,6

MONTEVIDEO

ASUNCIÓN Mujeres

S/d

42,2

68,6

64,4

55,6

44,6

15 s/d

38,2

77,8

77,5

77,3

51,4 23,5

Varones

S/d

39,9

88,6

98,3

97,1

92,9

56 s/d

39,2

86,6

96,3

96,1

93 53,2

RIO-SAN PABLO Mujeres

44,4

36.1

59.7

54.7

48.8

32.9 10.5

48.2

34.7

64.4

62.3

56.4

38.5 12.3

Varones

81.1

56.2

94.2

97

94

76.9 35.4

77.1

49.7

90

94.8

92.7

75.5 54.6

Fuente: Elaboración propia en base a datos suministrados por IBGE, INDEC, INE y DGEC.

Capacidades similares e ingresos desiguales La idea de trabajo actualmente se identifica con empleo. Si bien el trabajo familiar doméstico destinado a cuidar, organizar, gestionar y producir desde el hogar siempre ha sido la parte central de la supervivencia humana no es considerado un trabajo desde la perspectiva actual. El orden social construido a partir del empleo, delimitará la identidad social de los individuos (Prieto: 1999), lo cual se traducirá en identidades distintas para mujeres y varones en consonancia con el trabajo que desempeñan y el salario generado. Desde este punto de vista, el salario es el gran legitimador del empleo. Por tal motivo, ingresos y salarios constituyen dos de los aspectos más relevantes a la hora de señalar las diferencias existentes entre varones y mujeres, ya que como vimos delatan inequidades propias de la división sexual del trabajo en el reparto entre el trabajo remunerado y el trabajo doméstico y de reproducción. La brecha entre mujeres y varones en términos de capacidad de generar ingresos es muy alta y se mantiene en un nivel muy similar entre países. A pesar de lo cual, la tendencia entre 1990 y 1997 expresa una evolución positiva: el ingreso por mujer se ha acortado en términos de distancia al ingreso por hombre en todos los países de la región, siendo Uruguay quien ha

logrado disminuir en mayor proporción la brecha salarial y Argentina quien presenta una menor variación en estos términos. Cuadro Nro. 7. Ingreso global por mujer / ingreso global por hombre3 Valor del Indicador

Variación: 1997

País Alrededor 1990 Alrededor1997 Menos 1990 Nivel nacional Brasil 36.1 44.6 8.5 Nivel urbano Argentina 34.9 42.5 7.6 Paraguay 36.7 46.7 10 Uruguay 37 53.5 16.5

Nota: Definición Ingreso Global por sexo: ingresos generados por mujeres (o por hombres) dividido por el número total de mujeres (o de hombres) de todas las edades. Indicador: relación porcentual entre el ingreso global por mujer y el ingreso global por hombre. Concepto de ingreso: ingreso distribuido a los hogares, que proviene de las encuestas de hogares. Fuente: Elaboración propia en base a Thelma Gálvez. (CEPAL, 2000).

En términos generales, esta disminución relativa de la brecha de ingresos entre los sexos puede explicarse por el mejoramiento del nivel educativo que han logrado las mujeres comparativamente (Ruiz-Tagle: 1999), especialmente en el comercio y los servicios (educación, salud, trabajo social, etc.). Esta tendencia también involucra un cambio sociocultural, que procura superar las segmentaciones laborales que perjudican principalmente al sexo femenino y tienden a situar a las mujeres en las ocupaciones de peor remuneración. También la relación salarial entre sexos señala una reducción general durante la década en todos los países del Mercosur. Sin embargo, mientras en Brasil el salario de las mujeres representa un 70% del masculino, constituyendo el país que enfrenta mayor inequidad en estos términos en el contexto regional, en Argentina los salarios de las mujeres experimentan la menor brecha regional (un salario femenino constituye el 89.9% de un salario masculino). Incorporando el factor educativo se há señalado que la desventaja relativa en los salarios por hora de las mujeres adultas en relación a los hombres equivale aproximadamente a cuatro años de educación formal para América Latina (Arriagada: 1997). Para Brasil en particular, según cálculos recientes esa diferencia es de siete años (Abramo: 2000). ¿Qué significa esto? Significa que la configuración actual del mercado de trabajo está condicionada en gran parte por los factores institucionales y socioculturales de los años anteriores. Harán falta todavía muchos años para que la realidad aproxime las expectativas y aspiraciones de las mujeres del Mercosur que ingresan actualmente en el mercado laboral con formación similar a la de los varones. Asimismo, los prejuicios derivadas de la estructura desigual de oportunidades y de la división sexual de las ocupaciones es notoria -como Indicador sugerido por el proyecto “Economic gender equlity indicators” encargado por los Ministerios Federales – Provincipales / Territoriales Responsables por el States de las Mujeres, Canadá. Tomado de Internet, publicación ISBN 0-662-26159-3, 1997. 3

vimos antes- en las mujeres más educadas que mantienen grandes diferencias salariales con los varones. A este respecto es posible señalar que si bien las distancias se acortan, las diferencias persisten aún comparando entre niveles educativos iguales. Sobre este aspecto es posible puntualizar que las mujeres y varones de la región presentan una tendencia a disminuir las distancias en condiciones de igualdad educativa en los últimos años, pero siguen existiendo diferencias importantes en estos términos. Esta situación no tiene una relación proporcional al esfuerzo masivo realizado en la inversión educativa de las mujeres actualmente, sino que hay que atribuirlo sobre todo al gran desnivel de partida entre los sexos. Cuadro Nº8. Relación de salarios entre los sexos, según tramos de educación para el Mercosur. 1990-1998, Nivel urbano PAIS AÑOS AÑOS DE ESTUDIO APROBADOS TOTAL ARGENTINA BRASIL PARAGUAY URUGUAY

0 A 5 6 A 9 10 A 12

13+

1990

82.6

76.5 78.8

78.8

1997

89.9

75.8 85.8

85.8

71.1 70

1990

67.2

56 55.8

60.7

59.4

1996

70

54 58.8

72.2

57.3

1990

63.4

48.4 52.1

72.5

60.1

1996

76.8

60.9 59.8

81.7

68.2

1990

73.5

64.5 67.9

68

71.1

1997

76.3

65.2 71.2

69.4

62.5

Nota 1: se refiere a los asalariados urbanos en edades de 25 a 29 años que trabajan 35 horas y más por semana. Nota 2: Uruguay refiere al total nacional Fuente: elaborado en base al Anuario Estadístico de CEPAL (1999)

Estas diferencias son más notorias en la población que tiene menor nivel de instrucción (5 o menos años aprobados), es decir, con nivel primario. Sin embargo, no hay una tendencia directa que relacione mayor número de años aprobados y mayor paridad salarial, ya que si bien las distancias se acortan en los grupos de educación media, las diferencias vuelven a ser mayores entre quienes tienen 13 o más años de educación aprobados. Ello indica que inclusive y particularmente entre las mujeres que alcanzan mejores desempeños educativos (como podemos apreciar en el cuadro Nº8) existe una importante brecha de ingresos en términos relativos con sus pares varones. Durante la década, las brechas disminuyen en todos los países en los grupos con niveles medios de educación (tramos de 6 a 9 y 10 a 12 años de estudio aprobados). Sin embargo, para el grupo de menor y mayor nivel educativo (0 a 5 años aprobados y 13 y más) la brecha disminuye para Paraguay y Uruguay, mientras aumenta en Argentina y Brasil, profundizando las distancias salariales relativas a género en estos países. Brasil presenta las mayores brechas salariales dentro del Mercosur, y prácticamente no experimenta variaciones de acuerdo a la inversión educativa (en términos de años de estudio aprobados). Por ejemplo, mientras el salario de una mujer que tiene entre 0 y 5 años de estudio aprobados representa el 54% del salario de un varón con igual número de años aprobados, el salario femenino de aquellas con 13 o más años aprobados es igual al 57.3% del salario masculino en igualdad en términos educativos. Ello da cuenta además, de la magnitud de la brecha salarial entre varones y mujeres, considerando

que el salario masculino es prácticamente el doble que el femenino para los grupos de mujeres de mayor y menor educación. Empleos de calidad: la segregación sexual de las ocupaciones Las desigualdades de género en el mercado laboral aumentan la concentración del trabajo femenino en el sector terciario de la economía y en ocupaciones de bajas remuneraciones, de bajo reconocimiento social y formas de trabajo precarias. Además, si observamos las diferencias entre ramas de actividad por sexo, éstas son aún mayores que entre sectores (Durán: 2000). Así por ejemplo, las mujeres tienden a aglutinarse en los servicios personales, mientras que tienen una participación minoritaria en sectores como la construcción y energía. Por otra parte, analizando el tipo de inserción laboral de las mujeres de la región se observan que acceden en menor medida que los varones a empleos formales, habiendo entre un 15 y un 20% de las mujeres ocupadas en cada país que están empleadas en servicio doméstico. En Brasil y en Paraguay ese sector representa el 20% de las mujeres ocupadas y en Uruguay un porcentaje muy próximo, el 17 %, mientras que la participación de varones en estas tareas es insignificante en todos los casos. Para Argentina el porcentaje de mujeres empleadas como domésticas es mucho menor, lo cual contrasta con los demás países de la región. El empleo doméstico incluye limpiadoras, cocineras, mucamas y cuidadoras de niños entre otros. En términos sociales, la relación entre la participación de varones y mujeres en todos los países analizados de la región muestra cómo aún en la actualidad se manifiesta en nuestras pautas culturales la consideración de la mujer como proveedora de servicios y cuidados vinculados a la reproducción del hogar. En términos económicos ello significa que gran parte de las mujeres ocupadas y principalmente las más pobres trabajan en condiciones de subempleo y precariedad laboral, lo cual impide el acceso de las mismas a cobertura médica y seguridad social; y además ,aumenta la brecha entre la calidad del empleo de varones y mujeres así como entre los distintos grupos de mujeres, aumentando las desigualdades internas. Cuadro no.9 Estructura de la población ocupada urbana de los países del Mercosur según inserción ocupacional- 1998 PAÍS

Empleadores

Asalariados

Cta.propia

Serv.dom.

Varones

6,2

64,8

28,2

0,9

Mujeres

2,6

52,4

25

20

Varones

9,9

60,1

29,2

0,9

Mujeres

3,7

34,9

41

20,4

BRASIL

PARAGUAY

URUGUAY Varones

5,7

69

25,1

0.2

Mujeres

2,3

58.1

22

17.6

Varones

6,1

70,5*

23,4

Mujeres

2,2

64.1

22,1

ARGENTINA 11.6

Nota1: corresponde a la población de 15 años y más. *Nota2: los asalariados varones en Argentina incluyen el servicio doméstico. Fuente: Elaboración en base a CEPAL/ Panorama social 1999. Para todos los países del Mercosur es notorio que el número de empleadores entre las mujeres es mucho menor que el de varones, representando entre la mitad y una tercera parte de los mismos. Ello ubica a las mujeres en desigualdad en cuanto a salarios y posiciones de poder, proceso que colabora a mantener las desigualdades entre los sexos en la región. Los asalariados concentran el mayor volumen de población ocupada, los cuales son mayoritariamente varones en todas las ciudades salvo en Argentina donde se incluye entre los mismos a los empleos domésticos, donde -como ya vimos- la casi totalidad de las personas que desempeñan estas tareas son mujeres. Dentro de los asalariados, las mujeres se concentran mayoritariamente en empleos de baja productividad (5 o menos personas), lo cual implica nuevas desigualdades en términos de calidad del empleo para este grupo. Los cuentapropistas presentan una distribución similar entre los sexos, donde la mayoría del sector está integrado por varones, salvo en el caso de Paraguay, donde las mujeres constituyen el doble que los varones en estas ocupaciones. Sin embargo, podemos señalar que si analizamos al interior de esta categoría, la distribución por sexo de los cuenta propia profesionales, el grupo está constituido en su mayoría por varones. Los factores explicativos de la exclusión de las mujeres en los empleos de calidad, se vinculan a la segregación sexual de las ocupaciones y a las restricciones que les imponen a las mismas las obligaciones familiares. En cuanto a la segregación sexual del mercado de trabajo, hay que señalar que se hace referencia a la tendencia para varones y mujeres a ser empleados en diferentes ocupaciones dentro de todas las posibles (Siltanen, J: 1993). Estas tendencias son aún más acentuadas en las principales ciudades capitales analizadas en la región durante 1999. En Asunción por ejemplo, las mujeres constituyen el 71% del sector servicios, mientras sólo son un 15 % del sector industrial y un 11% del sector comercio. En Montevideo durante el mismo año, las mujeres representan el 81.4%, el 0.7 % y el 15.1% respectivamente, lo que significa que las diferencias son aún peores en la perspectiva comparada. En este sentido, hay que señalar la estructura existente en Gran Buenos Aires que señala importantes situaciones de inequidad en cuanto al número de empleadores entre varones y mujeres. El personal ocupado en Buenos Aires y Río de Janeiro - San Pablo para la última década (1990 y 1998) por sexo en tareas de servicios domésticos y como empleadores presentan una de las más significativas brechas en términos de situación laboral e inserción ocupacional entre varones y mujeres, como se observa en las gráficas 1 y 2. Mientras los primeros son absoluta mayoría dentro del grupo de empleadores, las mujeres tienen una participación insignificante; la relación se invierte absolutamente para las ocupaciones de servicio doméstico, donde la participación masculina es casi inexistente. Es un hecho que en los últimos tiempos se han incorporado mujeres a trabajos que han sido considerados a lo largo de la historia como típicamente masculinos. Al parecer, los “espacios permitidos” para el desempeño laboral de las mujeres están prefijados socialmente y se relacionan con actividades de

menor dinamismo económico, pero ¿qué sucede cuando la mujer logra insertarse dentro de esos espacios en los que hasta ahora no había tenido lugar? Gráfico N°1 Distribución porcentual de la población ocupada en empleo doméstico por sexo según dos ciudades del Mercosur Distribución porcentual de la población ocupada en empleo doméstico por sexo según ciudades

120 100 80 Varones

60

Mujeres

40 20 0 1990

1998

BS.AS.

1990 RIO-SAN PABLO

1996

Gráfico N° 2 Distribución porcentual de la población ocupada como empleadores por sexo según dos ciudades del Mercosur

Distribución porcentual de empleadores por sexo 90 80 70 60 50

Varones

40

Mujeres

30 20 10 0 1990 BS. AS.

1997

1990 RIO-SAN PABLO

1996

Fuente: Elaboración propia en base a datos proporcionados por INDEC e IBGE.

Dentro de la población ocupada por país se observa cómo las mujeres van obteniendo mayor participación en la categoría de profesionales, técnicos y trabajadores asalariados en toda la región. Ello se relaciona con la creciente formación de las mujeres del Mercosur en los últimos años -como se analizó previamente-. Por otro lado, si bien las mujeres más educadas aumentan su participación en el mercado laboral y logran acceder a empleos de calidad, ellas presentan las mayores distancias en términos salariales respecto a sus pares varones. A pesar de los progresos efectuados para la entrada de las mujeres en el mundo del trabajo, no ha desaparecido la barrera de los sexos. Aunque hoy son raros los oficios prohibidos a las mujeres, sigue siendo poco frecuente el ascenso de estas a los puestos directivos y a los más altos escalones de las jerarquías, tanto en la función pública como en la privada. Cuadro no.10. Estructura de la población ocupada urbana por sexo según grupos ocupacionales PAÍS BRASIL Varones Mujeres PARAGUAY Varones Mujeres URUGUAY Varones Mujeres

TOTAL

0-1

2

3

4

5

67 8 9

X

100 100

6,7 15,1

7,7 4,6

6,3 12,5

14 7,9 9,3 16 32 5,1

37,5 11,1

11 3,9

100 100

7 13,2

4,9 2

8,2 9,5

23 7,5 6,8 32 32 2,8

42,4 8,3

0,5 0

100 100

7,4 17,6

4,8 2,7

11 18,8

13 17

45,7 11,3

0 0

10 7,8 31 1,5

Principales grupos ocupacionales: 0-1 Profesionales, técnicos y trabajadores asimilados 2 Directores y funcionarios públicos superiores 3 Personal administrativo y trabajadores asimilados 4 Comerciantes y vendedores 5 Trabajadores de los servicios 6 Trabajadores agrícolas y forestales, pescadores y cazadores 7,8 y9 Obreros no agrícolas, conductores de máquinas y vehículos de t transporte y trabajadores asimilados X Trabajadores que no pueden ser clasificados según la ocupacion. Aclaración: población de 15 y más años de edad. Fuente: Elaborado en base al Anuario Estadístico de CEPAL, 1999

Los puestos de directores y funcionarios públicos superiores en la región son ejercidos principalmente por varones, constituyendo alrededor del doble de las mujeres en toda la región. Las disparidades en estas ocupaciones indican que el acceso a puestos de poder es menor para la mujer que para los varones. Los grupos 3, 4 y 5 aglutinan a la mayor parte de las mujeres y éstas son mayoría en los tres grupos señalados para todos los países del Mercosur, especialmente en el grupo correspondiente a los trabajadores de los servicios. El sector administrativo concentra a más mujeres que varones, con distintos matices en la región, alrededor del doble de mujeres que de hombres en Brasil, una proporción similar en el Uruguay, y una participación casi simétrica entre los sexos en el caso de Paraguay. Comerciantes y vendedores ocupados son mayoría las mujeres en todos los países con distancias diferenciales entre los sexos. Así es, que en este grupo, Brasil tiene un mayor número de varones ocupados y casi alcanzan a

las mujeres, mientras en Paraguay, hay una distancia de 9 puntos porcentuales entre unos y otros. Los servicios concentran al 32 % del total de las mujeres ocupadas en Brasil, Uruguay y Paraguay, existiendo coincidencia en la región. La concentación de la población ocupada femenina en estas ocupaciones es mayor comparativamente que la de los los varones. Los trabajadores agrícolas y forestales, pescadores y cazadores, obreros no agrícolas, conductores de máquinas y vehículos de transporte y trabajadores asalariados son ocupaciones típicamente masculinas, donde la participación de las mujeres es bien reducida, incluso representa la quinta parte de la de los hombres para el caso de las paraguayas. Los motivos que explican esta división sexual de las ocupaciones para la región tienen que ver con las habilidades asociadas preferentemente a uno u otro sexo, fruto de la socialización, lo cual influye en la demanda de trabajadores, como las elecciones de estudios y capacitación que hacen uno y otro sexo, lo que incide sobre la oferta de trabajadores. Los excluidos del empleo La tasa de desempleo es mayor para las mujeres casi a cualquier edad y situación socioeconómica para casi todos los países de la región. Asimismo, la inactividad por cansancio en la búsqueda de empleo también es más fuerte en las mujeres que en los varones ya que existe menor presión social para que estén empleadas y, por tanto su condición de desempleadas queda subregistrado estadísticamente, siendo incorporadas muchas veces a los inactivos propiamente dichos. Si observamos la tendencia del desempleo entre los años 1992 y 1999 podemos observar que aumenta de forma alarmante en todos los países del Mercosur. En 1999, la mayor tasa de desocupación fue la de Argentina (13.7% en varones y 15.5% mujeres), mientras el menor valor de la región fue el de Paraguay, país donde existe la menor tasa de desocupación regional tanto para varones (6.1%) como para mujeres (7.5%). Comparativamente según los sexos, se destaca la situación de Brasil que casi cuatriplica el nivel de desempleo para el total de las mujeres y Argentina que casi triplica el valor de 1992. Con relación al desempleo femenino por tramos de edad se observa que las más jóvenes son las más desfavorecidas ya que presentan los mayores valores para todos los países de la región. Pero no sólo las más jóvenes están desempleadas, sino que las mujeres entre 25 y 34 años les siguen en volumen. Ello indica que las mujeres ocupadas se concentran en edades superiores a los 35 años y que las oportunidades de emplearse de quienes recién se insertan al mercado de trabajo por razones de edad (las jóvenes) tienen mayores dificultades para conseguir empleo. Los varones tienen menores tasas de desempleo pero asimismo los valores se acrecentaron en la década, duplicándose para todos los países del Mercosur, salvo para Paraguay donde se mantiene incambiado. La estructura de edades muestra que el aumento del desempleo fue generalizado, expandiéndose en todos los tramos considerados, y duplicándose en casi todos ellos.

Cuadro no. 11. Tasa de desempleo de varones y mujeres en los países del MERCOSUR en 1992 y 1999 1992 PAÍSES

Total

1999

15-24 25-34

35-44 45 y más

Total

15-24 25-34

35-44 45-54 55-64

65 y más

ARGENTINA Mujeres

6,3

11,9

5

4,6

4,7

15,5

28,7

15,1

11,6

9,2

11,1

13

Varones

6,8

13

4,2

4,5

6,2

13,7

24,8

11,3

9,3

10,2

13,5

16,3

Mujeres

11

26

11,1

7

4,8

14,5

31,9

13,5

11,1

8,2

8

3,5

Varones

6,4

18,9

4,9

2,2

2,4

8,6

21,6

6,9

3,5

4,5

5,7

5,9

URUGUAY

PARAGUAY Mujeres

3,7

8,7

2,1

1,9

5,0

7,5

13,9

7,3

4,3

3,7

6,3

1,7

Varones

6

10,7

3,6

6,9

3,7

6,1

13,9

7,3

4,3

3,7

6,3

1,7

Mujeres

3,9

7,8

3,8

1,7

0,6

14,7

26,6

14,3

9,4

7,3

4,6

3,4

Varones

4,8

8,8

4,7

2,8

1,9

9,7

18,8

8,2

5,6

5,8

6,1

3,8

BRASIL

Fuente: Elaboración propia en base a datos suministrados por INE, INDEC, DGEC e IBGE para 1992 y 1999. Las ciudades analizadas no presentan similitudes en cuanto a la tendencia de los respectivos países, salvo Argentina y Bs.As., en 1990 para las mujeres y en 1999 para los varones. Comparando las ciudades surge que para los varones en 1990 la Paz tuvo las mayores tasas de desempleo (9.9%), mientras le siguió Montevideo (7.3%) y por último Buenos Aires y Río de Janeiro - San Pablo, con una tasa de apenas el 5.7% y 5.5%. El fin de la década marca cambios importantes en estas tendencias, donde Buenos Aires en 1999 pasa a tener el mayor desempleo en términos de las ciudades analizadas y se coloca en el primer lugar, con un 12.4 %, luego Montevideo con 9.2%, y por último Río de JaneiroSan Pablo. Por tanto, podemos señalar que la tendencia resultante del desarrollo de la última década invirtió las situaciones iniciales de cada ciudad. La tendencia del desempleo femenino en las tres ciudades analizadas muestra que en todos los casos aumenta, de la misma manera que aumenta en estos países. La máxima variación se encuentra en Buenos Aires donde casi se triplica y en Río de Janeiro – San Pablo donde se duplica. Cuadro no. 9. Tasas de desempleo por sexo según grandes grupos de edades en ciudades capitales de la región en 1990 y 1999 1990

1999

Total 14-19 20-29 30-39 40-49 50-59 60+ Total 14-19 20-29 30-39 40-49 50-59 60+ Gran Buenos Aires Mujeres

6,4

26

8,5

2,9

4,5

3,1

2,4 17,2

43,1

22,4

14,3

12,6

Varones

5,7

16,2

6,5

4,3

4,6

3,4

4,9 12,4

33,6

13,8

8,7

7,6

13

7,5

Mujeres

12

41,3

15,5

8

5,5

4,3

0,7 14.8 46.9

Varones

7,3

34,5

15,7

6,1

2,9

3

Mujeres

5.1

12.2

7.5

3.6

1

0.6

0.5 11.1

29.2

13.3

9

5.6

5.4

4

Varones

5.5

12.7

7.4

4

2.9

2.8

0.9

20.1

9.2

5.5

4.5

5.7

3.6

10,5 16,1

Montevideo 2,8 9.2

35.4

21.1

12.3 14 5.1

10 8.1

5.9

4.5

5.7

4.4

Río – San Pablo 7.8

Fuente: Elaboración propia en base a información proporcionada por INDEC, (Uruguay) e IBGE para 1990 y 1999.

INE

Si comparamos las tasas de desempleo de los sexos entre las ciudades observamos que en 1990 la mayor diferencia entre tasas de varones y mujeres se visualizaba en Montevideo, mientras en las demás ciudades no habían grandes diferencias. Sin embargo, en 1999 las diferencias son importantes en todos los casos. En Montevideo el desempleo femenino supera en 5 puntos al masculino, mostrando una diferencia de alrededor del 50% entre uno y otro. Algo similar ocurre en Gran Buenos Aires donde mientras el desempleo femenino asciende al 17.2, el masculino esta situado en 12.4 %. La situación de Río - San Pablo expresa menor diferencia entre las tasas, siendo la de las mujeres una tercera parte mayor que la masculina. El análisis del desempleo según los tramos de edad señala que para ambos sexos el mayor nivel de desempleo en 1990 estaba concentrado en los más jóvenes (14-19 años) disminuyendo en los demás tramos de edad. Para el caso de las mujeres ello no implica, como ya vimos que las de mayores edades estén efectivamente empleadas, sino que muchas están registradas como inactivas. En 1999 se mantiene esta tendencia, aunque en todos los casos aumenta el desempleo sobre el último tramo considerado (60 y más) para ambos sexos. ALGUNAS CONSIDERACIONES FINALES

Las tasas de actividad y participación de las mujeres en la década del 90 indican la continuidad de la tendencia a largo plazo a incrementar la participación de la mujer en el mercado de trabajo regional. Sin embargo, esa tendencia es diferente según tramos de edad. Hay un significativo logro de las generaciones más nuevas, que han ido ganando espacio en el mercado laboral del Mercosur en los últimos años. A pesar del pronunciado aumento de las mujeres activas, persisten las brechas existentes en la dimensión económica de la participación por sexos que se traducen en ingresos desiguales inclusive en situaciones de paridad en los niveles educativos. La educación ha sido un factor de reducción de la brecha que reforzó la participación de las mujeres, sin embargo, no ha conseguido eliminarla. Las diferencias están situadas principalmente en los grupos extremos, por una parte aquellas mujeres que logran bajos niveles educativos, y por otra, entre las que alcanzan los niveles educativos más altos. Por tanto, se entiende que el factor educativo ha estimulado la equidad pero no ha conseguido eliminar las diferencias en las remuneraciones, pese a la importante inversión que realizaron las mujeres de la región. En la década del noventa se continúan observando tendencias de segregación ya existentes para América Latina (Gálvez:2000, Arriagada:2000) y la región (Delgado:2000) en el tipo de trabajo al que acceden las mujeres. Por un lado, tienen una participación minoritaria en empleos formales, mientras que consiguen más fácilmente el acceso a empleos informales y precarios. Por otro lado, la participación de las mujeres en diversos sectores de la economía se distribuye asimétricamente, teniendo participación minoritaria en los sectores primario y secundario, y ampliada en el sector servicios. A su vez, esta participación mayoritaria en servicios se orienta hacia los subsectores que producen menos valor agregado, y que están vinculados a la reproducción del hogar. Hay una importante concentración de mujeres en la región dedicada al trabajo doméstico (alrededor del 20% de las mujeres ocupadas en cada país desempeñan estas tareas), especialmente las más pobres, lo cual constituye un elemento más para el mantenimiento y

reproducción de la feminización de la pobreza. Además, el empleo femenino se concentra en sectores de baja productividad, para los cuales se exige poca inversión y poco capital inicial, así como proveen de menores incentivos y de capacitación laboral. Por tanto, la desigual distribución de oportunidades laborales entre mujeres y varones favorece la exclusión de las primeras no sólo en términos económicos sino también en términos de reconocimiento social y capacidad de superación. El desempleo es una de las consecuencias más fuertes de la exclusión en la década del 90, y su aumento contrasta con el avance de la participación femenina en el mercado laboral ya que afecta más a mujeres que a varones y de forma más importante a las más jóvenes, que eran las que hasta ahora habían avanzado en la reducción de las diferencias. Las tendencias observadas de los indicadores analizados en los países de la región señalan mayores disparidades entre los sexos en Argentina que el resto, con respecto al acceso al mercado de trabajo entre varones y mujeres en la década. Podría explicarse esta situación como un impacto de la aplicación más profunda de las reformas económicas neoliberales en estos países durante el período considerado. También puede estar influenciando el efecto del incremento del nivel educativo acumulado de las mujeres, que mantengan una actitud más reticente a emplearse en trabajos subcalificados o precarios que signifiquen pérdida de status y de pocos ingresos adicionales. En términos regionales, con los actuales niveles de disparidad salarial y acceso al empleo no es posible considerar al Mercosur como un consistente mercado común (Kumar Saha: 2000). Si bien la década experimenta un aumento generalizado de la participación de las mujeres en el mercado, las tasas de actividad de casi todos los países del Mercosur son significativamente más bajas que en los estados industrializados debido principalmente a una menor participación relativa de las mujeres. Ello indica una estructura social pautada por la división sexual del trabajo, donde predomina una inserción desigual entre varones y mujeres en el mercado laboral traduciéndose por ejemplo en una menor tasa de actividad en las mujeres, lo que implica pues, un menor acceso al empleo. Otra consecuencia de la división sexual del trabajo es la reproducción de la segregación sexual de las ocupaciones. La misma se expresa en múltiples inequidades en la calidad y estratificación del empleo entre los sexos. Por una parte, en términos de mayor participación en sectores de baja productividad y de menor prestigio social; por otra, expresada en la disparidad absoluta entre el número de mujeres y varones en cargos de decisión, a lo que debe agregarse el mantenimiento en prácticamente todas las ocupaciones de brechas salariales en favor de los hombres. En suma, los resultados presentados dan cuenta de la relevancia de incorporar dentro de la agenda social pendiente del Mercosur, la problemática del déficit democrático de integración (Jelin: 2000) con respecto a las desigualdades de género en la dimensión económica de la participación en el mercado de trabajo. Ello plantea implícitamente un cuestionamiento a la eficacia de las instituciones existentes y a la ausencia de distintos actores y movimientos sociales en la toma de decisiones. Esto expresa en gran medida, importantes dificultades de articulación de intereses, así como también la inexistencia de una mentalidad comunitaria en la región. Este es uno de los tantos aspectos de integración negativa que enfrenta el Mercosur y que plantea la necesidad de aumentar la participación de la sociedad civil, en particular de los grupos menos privilegiados en los procesos de negociación intergubernamental.

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