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SAN FRANCISCO DE JERONIMO
Jaime Correa Castelblanco, S.J.
Presentación.
Esta vida de San Francisco de Jerónimo es la cuadragesimotercera de una serie dedicada a los Santos de la Compañía de Jesús. Francisco de Jerónimo vivió en la primera mitad del siglo dieciocho. Fue la época más difícil de la Compañía de Jesús. En medio de las borrascas que pretendían la supresión de los jesuitas, Francisco supo mantenerse fiel. La Iglesia y la Compañía consideran a san Francisco como a uno de sus grandes santos y también como a un adelantado de los apóstoles sociales de todos los tiempos. Los procesos jurídicos para llegar a los altares no tuvieron especial dificultad a pesar de la extinción de la Compañía. San Francisco de Jerónimo es el único jesuita que llegó a los altares en los cuarenta años duros de la extinción.
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CONTENIDO
Presentación Nacimiento y patria Una familia de santos Las primeras letras En el Convictorio del pueblo En Tarento es alumno de los jesuitas Nápoles Los estudios y ordenación sacerdotal En el Colegio de Nobles El discernimiento vocacional El Noviciado Las primeras misiones Paralelismo curioso Y de nuevo en Nápoles Ofrecimiento para las misiones extranjeras La situación socio-religiosa de Nápoles En la Casa profesa del Gesù- Nuovo La predicación callejera La Congregaci¢n mariana de artesanos El ministerio de la Comunión general Las otras actividades de Francisco El apóstol de la ciudad Las erupciones del Vesubio Los favores de San Ciro El apostolado de los Ejercicios El misionero rural Entre los condenados a galeras Opción hacia los pobres El patriotismo de Francisco Dificultades en el ministerio Su muerte Los funerales La glorificación
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SAN FRANCISCO DE JERONIMO Fiesta: 2 de julio San Francisco de Jerónimo es el Santo de la opción preferencial por los pobres. Durante cuarenta años participó en la vida de los marginados. En Nápoles, ayudado por casi doscientos laicos, todos pobres, se dedicó a la evangelización de los pecadores, las prostitutas, los encarcelados, los más alejados, los artesanos, los obreros portuarios, la gente ociosa y los esclavos. Nacimiento y patria Francisco nace el 17 de diciembre de 1642 en Terra de Grottaglie, en el extremo sur de la península de Italia. Es el Reino de las Dos Sicilias. Grottaglie era, en ese tiempo, una ciudad de ocho mil habitantes. Francisco es el hijo primogénito. Sus padres, Juan Leonardo de Jerónimo y Gentilesca Gravina, pertenecen a la clase media. El padre es un pequeño industrial y la madre, una mujer fervorosa, hija de agricultores con fortuna. La familia tiene una propiedad valiosa, dentro de los muros de la ciudad. El pequeño es bautizado, al día siguiente del nacimiento, en la iglesia colegiata, de estilo románico, la única parroquia de la ciudad y de la zona. Francisco recibe en la pila bautismal el nombre de su abuelo materno. Una familia de santos Después de él, nacen otros diez hermanos. Solamente siete logran llegar a la edad adulta. José María, como su hermano, ser jesuita y vivir largos años, con fama de santidad, en el Noviciado de Nápoles como Ayudante del Maestro de Novicios. Tomás, el hermano menor, será el Arcipreste de la colegiata de Grottaglie y durante treinta años ejercer el ministerio parroquial en la ciudad de la familia. Cataldo y Domingo contraer n matrimonio y ser n tan piadosos como sus hermanos sacerdotes. Isabel, Teresa y Catalina serán excelentes madres cristianas. En fin, es una familia de santos, como dirán los contemporáneos. Las primeras letras Según la costumbre de la época, la madre es la encargada de enseñar a los niños pequeños las oraciones y las primeras letras. En Grottaglie, a Francisco también le es fácil aprender el camino hasta la iglesia colegiata del pueblo. Allí recibe la Primera Comunión y el sacramento de la Confirmación. Desde los 9 años, enseña Catecismo a los niños más pequeños. En el Convictorio del pueblo Cuando Francisco cumple los 11 años de edad, sus padres lo matriculan en el Convictorio de San Cayetano ubicado a pocos metros de la casa. Unos sacerdotes diocesanos viven allí en comunidad y han convertido su propiedad en un pequeño Internado para los muchachos de Grottaglie.
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Este Colegio es casi un Seminario menor. Los muchachos visten el traje talar y la diócesis de Tarento elige allí candidatos para el sacerdocio. Francisco es un buen estudiante y suele acompañar a los maestros en los ministerios sacerdotales. Continúa con la enseñanza del catecismo. Hay buenos testimonios de su virtud y aplicación. A los dieciséis años recibe la tonsura clerical en la iglesia del Convictorio. En Tarento es alumno de los jesuitas A los 17 años, el Obispo lo invita a Tarento para iniciar los estudios sacerdotales. El muchacho acepta. Su padre, Juan Leonardo, lo acompaña, a lo largo de la Vía Apia, hasta la espléndida ciudad greco-romana. Francisco vive, por supuesto, en el Seminario, junto a la catedral, pero los cursos debe seguirlos en el Colegio de la Compañía de Jesús. En esa ciudad de Tarento transcurren los próximos cinco años de Francisco. Dedica dos a los estudios humanísticos y se distingue en los ramos del arte. Se entrega con gusto a la pintura, afición que continuar cultivando en los años venideros. La Filosofía la estudia con seriedad. Es cierto, los jesuitas de Tarento se han esmerado en el Colegio, y tienen buenos profesores. Francisco, como algo muy natural, ingresa en la Congregación Mariana (hoy Comunidad de Vida cristiana, CVX) donde se preparan los mejores seminaristas en la devoción a María y en las prácticas apostólicas. Superados los exámenes, Francisco recibe, en 1663, las órdenes menores y el Subdiaconado. Poco después, el diaconado que lo prepara al sacerdocio. El fallecimiento de su madre, a los 42 años de edad, al dar a luz a su undécimo hijo Tomás, lo llena de inmenso dolor. A prisa viaja a Grottaglie a acompañar a su padre y para ayudarlo respecto a los hermanos menores. Cataldo tiene dieciocho años, Isabel doce. José recién ha cumplido nueve. Catalina tiene cinco y Domingo es un pequeño de dos años. Tomás, unos días. Nápoles Un año después de la muerte de la madre, Francisco nuevamente deja la casa paterna. Con él viaja esta vez José, su hermano pequeño. Francisco tiene ahora veintidós años y se ha decidido por la ciudad de Nápoles. En esta decisión, ciertamente, está la mano de los jesuitas que se han dado cuenta de los buenos talentos de Francisco. En Nápoles podrá formarse muy bien y, además, en la capital del Virreinato español están los mejores centros universitarios de Teología y de Pintura. Francisco desea recibir el sacerdocio e ingresar, a su regreso, en la comunidad de los sacerdotes diocesanos de Grottaglie. Los jesuitas est n de acuerdo y lo respetan. José, su hermano, muestra una fuerte inclinación por el Arte y Francisco cree importante matricularlo en alguna de las escuelas de los grandes maestros. No sabemos nada de las impresiones de los dos jóvenes provincianos al poner pie en la famosa metrópoli. Para ellos la ciudad de Nápoles aparece inmensa y muy hermosa. Las cien iglesias, los palacios, el gran puerto, la riqueza del comercio, el anfiteatro con las colinas floridas, el Vesubio, hacen que Francisco la llame "grande y magnífica ciudad". Los estudios y ordenación sacerdotal Tampoco sabemos dónde vivieron Francisco y José los primeros meses. Tal vez, en el Seminario, recomendados por el Arzobispo de Tarento.
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Pero pronto, para costear los estudios de teología, Francisco solicita un empleo en el célebre Colegio de Nobles que los jesuitas mantienen en Nápoles para la educación de los jóvenes aristócratas del Virreinato. Francisco dedica el primer tiempo, probablemente en la Universidad estatal, a los cursos de derecho canónico y civil. Después, para los cursos de teología dogmática, se matricula en el Colegio Máximo de la Compañía de Jesús, el célebre Colegio Napolitano, la más importante de las universidades del Reino. Acompaña, cuando puede, a su hermano José a la Escuela de Bellas Artes y, en las horas libres, toma clases de Pintura. En el Gesù Vecchio, de los jesuitas, ingresa en la Congregación Mariana de Nuestra Señora de la Asunción. El 20 de marzo de 1666, en Pozzuoli, es ordenado sacerdote. En el Colegio de Nobles En ese Colegio, mientras estudia la teología, a Francisco se le confía el cargo de Prefecto de disciplina. Esa tarea es desempeñada, normalmente, por un jesuita y ciertamente por un sacerdote, pero la alta estima que se ha ganado Francisco, en virtud y letras, lo hacen ser apto, aun en el año de su diaconado. También los jesuitas han autorizado a José a vivir con su hermano. La misión confiada es exigente. Francisco la desempeña, a plena satisfacción de profesores y alumnos, durante cinco años. En los procesos jurídicos, hay excelentes testimonios de sus discípulos acerca de su carácter, virtud y preparación. Francisco tiene la responsabilidad de los veinte alumnos mayores. Duerme con ellos en el mismo dormitorio. Todas las mañanas los acompaña a clases al vecino Colegio Napolitano. En las tardes, gasta largas horas ayudándolos en sus materias. En los tiempos de diversión, él interviene con su arte. Y al mismo tiempo, Francisco estudia y reza. El discernimiento vocacional Al cabo de tres años, Francisco supera con éxito sus exámenes de doctorado. Ha llegado, entonces, así lo piensa, el momento de tomar una decisión acerca de su vida futura. Con los jesuitas de Nápoles Francisco hace un discernimiento vocacional. Durante años le ha estado dando vueltas la idea de consagrarse en la vida religiosa. Hace los Ejercicios espirituales de San Ignacio y decide ingresar en la Compañía de Jesús. Con firmeza, convence a su padre que lo quiere tener en casa para bien de la familia. Juan Leonardo le había escrito: ¿Cómo puede su primogénito truncar, de un solo golpe, todas las esperanzas de tanta gente que lo quiere bien? El Noviciado El 1 de julio de 1670 ingresa en el Noviciado de la Provincia de Nápoles, a los veintiocho años de edad. Su hermano José le ha precedido en algunos días, pues ha entrado en la vigilia de san Luis Gonzaga. El conocimiento cabal que tienen los jesuitas de Francisco y su virtud, permite decir al P. Andrés de Mari, rector y maestro de novicios: "Hoy es un día de gloria para la Compañía, porque Dios le ha dado un santo".
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Francisco permanece solamente un año en la casa del Noviciado. Esa es la costumbre para los novicios sacerdotes. Las primeras misiones En 1671 es destinado a la ciudad de Lecce para el ministerio sacerdotal de las misiones rurales. Francisco va con gusto porque es la tierra de los desvelos del misionero jesuita san Bernardino Realino, cien años antes. Conforme a la costumbre, el viaje lo hace a pie, con un compañero, el P. Agnelo Bruno. Juntos recorren los quinientos kilómetros, cruzando las ciudades de Nola, Bari, Canosa y Brindis. La primera visita, al llegar al Colegio de Lecce y a la iglesia de la Compañía, es a la tumba de san Bernardino. En Lecce, Francisco termina el noviciado y, el 2 de julio de 1672, junto a la Tumba de san Bernardino Realino, se consagra con los votos de pobreza, castidad y obediencia. Durante cuatro años recorre, incansable, las provincias de Otranto y la Pulla, sin dejar aldea o pueblo, misionando con éxito. La gente solía decir: "El P. Bruno y el P. Jerónimo son dos ángeles bajados del cielo. Han venido a ayudarnos". Paralelismo curioso Francisco de Jerónimo, desde su destino a la ciudad de Lecce, compara su vida con la del santo jesuita Bernardino Realino. Francisco lo hace todos los días, porque acostumbra a rezar, en la Iglesia del Gesù, junto a la Tumba del que considera como el mejor misionero rural de la Compañía. Ambos son napolitanos. Los dos han entrado ya mayores y doctores en derecho y teología. Ambos han sido destinados, por los superiores, al trabajo con los humildes y con los marginados. Los separa, eso sí, exactamente un siglo. Realino es el padre de los pobres desde 1571 a 1616. Francisco será misionero desde 1671 a 1716. Bernardino empezó en 1574 cuando fue destinado a Lecce y salió desde Nápoles. Francisco, a la inversa, saldrá en 1674 desde Lecce hasta Nápoles. Los historiadores jesuitas van un poco más allá en estas consideraciones: Bernardino es el mejor exponente de la Provincia napolitana en su primer siglo de vida; Francisco es el representante del segundo siglo, el siglo de oro de la Compañía de Jesús en el Reino de Nápoles. Y de nuevo en Nápoles En 1674, Francisco es trasladado, nuevamente, a la ciudad de Nápoles. Antes de la profesión solemne de cuatro votos, los superiores le piden repasar y dar un examen de las materias de filosofía y teología, cursadas antes de su ingreso en la Compañía. Después de estos exámenes y de sus Votos solemnes, Francisco queda destinado a la misma ciudad de Nápoles, a la Casa profesa del Gesù Nuovo como operario. En esa casa va a pasar el resto de su vida. Ofrecimiento para las misiones extranjeras Francisco en cuatro ocasiones solicita ser destinado a las misiones extranjeras. Concretamente pide las Misiones de Japón o de la India. Lo motivan, de una manera especial, las noticias llegadas a Europa sobre los martirios en el Japón de los bienaventurados jesuitas Carlos Spinola y sus quince compañeros japoneses y de los hermanos Diego y Miguel Carvalho, también de la Compañía.
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"La gracia que Dios hace a nuestros hermanos al ser destinados a misiones me entusiasma. De rodillas y con todo el corazón le pido concederme el favor que otras veces he suplicado. Deseo seguir las huellas de san Francisco Javier y el camino de nuestros mártires. Si no tuviere yo cualidades, me emplearé en el servicio de los que son más dignos que yo. Tengo treinta y cuatro años y espero con toda el alma su permiso". En 1678, el P. General Juan Pablo Oliva amablemente le contesta que las misiones tan deseadas por él deberán ser la ciudad y el Reino de Nápoles. "¿Cómo podría defenderme de los lamentos de la Provincia y qué respondería yo a los Padres consultores que me han presentado un excelente testimonio acerca de los apostolados confiados? En realidad, me parece que estos trabajos en Nápoles son muy provechosos y deseo que Ud. continúe en ellos". Francisco, con esta decisión de su Superior queda tranquilo y decide, entonces, gastar todas sus fuerzas en la patria. Se dedica entonces, hasta la muerte, al servicio de su "India doméstica", como él llama al sur de Italia. Van a ser 40 años de misión en los que jamás va a olvidar a San Francisco Javier, su verdadero patrono. La situación socio-religiosa de Nápoles La situación social y religiosa de la m s grande ciudad del sur italiano y capital del reino español de las Dos Sicilias, en la segunda mitad del siglo XVII, es extremadamente seria. Nápoles tiene una población de casi 200 mil habitantes, ubicada en el estrecho perímetro amurallado. Pero una docena de arrabales periféricos se extienden a lo largo de las playas del hermoso golfo azul. Algunos están muy cerca del humeante y temible volcán Vesubio. Nápoles es una ciudad de grandes contradicciones. En esto se parece a muchas otras ciudades europeas contemporáneas. Por una parte, est el esplendor medieval, barroco y renacentista de los palacios y las iglesias. Por la otra, las callejuelas insanas y las casas, sin luz e higiene, donde viven en penosa promiscuidad la mayor parte de los napolitanos. El alto nivel de vida de la nobleza, ociosa y pendenciera, contrasta con las fatigas del numeroso grupo de artesanos, comerciantes y pescadores. Atraídos por el espejismo de la gran ciudad se han establecido allí numerosos emigrantes. Hay griegos y bereberes, ortodoxos y musulmanes, aventureros, aldeanos pobres, charlatanes, soldados mercenarios, marinos y galeotes, ladrones y prostitutas. Todos luchan por sobrevivir, en medio de una gran pobreza y degradación humana y, por cierto, en total olvido religioso. Este último es el campo que los Superiores eligen para Francisco. En la Casa profesa del Gesù-Nuovo Francisco de Jerónimo queda encargado de lo que se llama la "Misión de Nápoles". Es éste un conjunto de ministerios, especialmente tres: la predicación por las calles y plazas de la ciudad, la dirección de la Congregación Mariana de artesanos y la organización de la Comunión general de todos los meses. La predicación callejera Todos los domingos y festivos debe predicar al aire libre en los lugares donde se junta el pueblo. Casi siempre va a la gran Plaza del Castillo, la m s frecuentada de la ciudad, o bien a la Plaza del Mercado. Muy a menudo debe atravesar la Puerta de los arsenales y caminar a lo largo de la calle Alfieri hasta el molo y el enorme puerto. En todas partes los napolitanos son maestros en el arte de gritar. Pero el bullicio calla cuando aparece Francisco con la gran cruz de la Misión llevada por sus congregantes.
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En general sus prédicas reflejan las verdades eternas de la Primera Semana de los Ejercicios espirituales de San Ignacio. No se cansa de presentar el amor de Dios Padre. "El hombre es creado, para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor y mediante esto salvar el alma". Este es el plan divino, mientras estemos en este mundo. Y nuestro premio será la vida eterna. Francisco insiste ante sus oyentes en que deben lograr esa fundamental ubicación espiritual. Después les habla de "las otras cosas sobre la haz de la tierra", como dice su padre Ignacio. Los hace sentirse dueños de toda la Creación. Esto les gusta a sus napolitanos. Les enseña también a discernir para no dejarse llevar por el ansia del dinero, del honor, la salud y la riqueza. En sus prédicas sobre el pecado, Francisco se detiene. Sabe muy bien que el napolitano necesita pedir perdón. Por eso motiva a su público de mil maneras. Después lo invita a recibir el sacramento de la reconciliación en el Gesù- Nuovo. Y en el confesionario Francisco pasa largas horas. En los otros días de la semana, Francisco dice la misa ante un gran gentío. Después confiesa. En la tarde visita el barrio de las meretrices y vuelve a predicar. En más de alguna ocasión, sus compañeros de misión atestiguan haber sido testigos de algún hecho extraordinario. Los napolitanos hablan de milagros. La Congregaci¢n mariana de artesanos Los obreros y los artesanos de la ciudad lo siguen como a un único guía. Esos obreros son la cosecha permanente de su Misión callejera. Francisco los organiza en una Congregaci¢n mariana. En el Gesù- ellos tienen una capilla en la cripta de la Iglesia. La patrona es la Virgen de los Dolores. Allí asisten a la Misa, celebrada por Francisco. Oyen su exhortación, se confiesan con él y tienen como apostolado el acompañarlo en sus penitencias y correrías misionales. Ellos lo protegen, lo acompañan en procesión, cantan y aseguran el orden del auditorio. Los días viernes, asisten todos al Vía crucis cantado a lo largo del paseo Santa Lucia. El ministerio de la Comunión general La Comunión general es el tercer domingo de cada mes. Francisco semana anterior recorriendo las casas de la ciudad, puerta tras puerta, Para eso tiene un grupo selecto de congregantes: son los setenta y área que visita es de unos mil kilómetros cuadrados: desde Pozzuoli Nola en el oriente.
le dedica toda la invitando a todos. dos discípulos. El en el oeste hasta
El día lunes lo consagra a los napolitanos que han construido sus casas entre el Vesubio y el mar. A veces llega hasta Sorrento. El martes recorre el lado opuesto de la bahía, hasta el mismo Pozzuoli. Los demás días va recorriendo con gran paciencia cada uno de los otros barrios de la gran ciudad. Siempre a pie y, cuando es muy lejos, en un jumento. Llegado el domingo, sus amigos se congregan desde todos los rincones de Nápoles. Vienen en procesión cantando el rosario. Los peregrinos cruzan las antiguas murallas: por la Puerta del Carmen, por la Puerta de Capua, por la de San Genaro. Otros bajan desde las colinas y todos caminan hacia el Gesù- Nuovo. Este madrugar sacrificado agrada a los napolitanos. Además saben que el P. Francisco los espera en el Gesù. Cuando llegan, Francisco les da la bienvenida. Es imposible que ese mar tenga cabida en la gran iglesia. Una parte queda en la plaza. Francisco celebra la Eucaristía, predica y bendice a su pueblo con la gran Custodia. Después, pasa la tarde en el confesionario. Los napolitanos son casi todos artistas, también en su piedad. Pueden pasar el día entero en el Gesù.
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Con el entusiasmo y el fervor son muchos los que atribuyen a Francisco milagros y profecías. En el año 1683, así lo dicen, ha anunciado la victoria de Viena y el triunfo de Juan Sobieski ante los turcos. Francisco ejercita este ministerio durante cuarenta años. Algunas veces se cuentan hasta 20.000 comuniones, no bajando de 10.000 los días más fríos y lluviosos. Las otras actividades de Francisco Podríamos narrar muchas actividades apostólicas de Francisco. En los cuarenta años de su vida en Nápoles tuvo tiempo para todo. En los hospitales de la ciudad, Francisco es persona muy conocida. Además de atender espiritualmente, se preocupa también de la atención corporal de los enfermos. Lo llaman con frecuencia, especialmente los moribundos. En las cárceles, también atiende un día a la semana. Francisco también es catequista. Lo ha sido desde niño pequeño: en Grottaglie, en Tarento, en el Gesù-Vecchio cuando estudió teología. También, en el Colegio de Nobles y en el Noviciado. La catequesis fue la tarea predilecta de sus misiones en Lecce. Y desde el Gesù-Nuovo continúa. Serán sesenta y seis años de catequista. Francisco es también el hombre que pone paz. Si ocurre una pelea entre los pescadores, entre los bandos de los barrios o en los ánimos caldeados de los napolitanos, son las mujeres de esos hombres las que corren a buscar a Francisco. Este llega, se impone y logra cordura. A veces sólo logra una tregua, pero después siempre obtiene el tratado de paz. El apóstol de la ciudad Con su celo Francisco obtiene, con gran esfuerzo, un cambio de costumbres en la ciudad. La frecuencia de sacramentos aumenta en las iglesias. El juego, los duelos de honor, los robos a mano armada y la prostitución retroceden. Todo el mundo empieza a hablar de ‚l y en el ambiente de los pobres se habla de los prodigios que hace en todas partes. Se multiplican las historias de los pecadores que después de diez, veinte o más años se reconcilian con la Iglesia. Grandes familias deponen sus odios ancestrales. Una mayor justicia y caridad parece existir desde los poderosos hacia los pobres. Muchos cuentan la historia de Catalina, esa mujer pecadora que ha vuelto a la vida, gracias a la oración de Francisco. Esa Catalina había rechazado las prédicas de Francisco y le había hecho una guerra despiadada. Ante lo extraordinario del suceso, confirmado por varios testigos, muchas mujeres dejan la prostitución y algunas ingresan a la vida religiosa. Organiza una Casa de refugio bajo la dirección de una mujer piadosa. En ella se da instrucción humana y religiosa. Francisco se preocupa del futuro de sus penitentes: el matrimonio, el mundo del trabajo o una casa religiosa. Las erupciones del Vesubio El 5 de junio de 1688 el Vesubio entra en erupción. Hacia las cuatro de la tarde sobreviene un fuerte terremoto. En el tercer movimiento, un buen número de casas y edificios caen. La cúpula de la iglesia del Gesù se desmorona. Francisco, con sólo un congregante que lo acompaña, recorre las ruinas de la ciudad y predica incansable a la población que tiembla. Durante tres días, todos cantan llorosos el salmo Miserere.
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El 6 de abril de 1694, Nápoles nuevamente sufre la visita del Vesubio. Es un día diáfano, azul como ninguno. De repente se oye el trueno y la tierra tiembla. Del hermoso cráter se eleva amenazante una inmensa columna de humo. Ocho días dura el peligro. Entretanto Francisco exhorta, confiesa y tranquiliza los ánimos. El día de la Comunión General el volcán se calma y vuelve a su silencio acostumbrado. El 28 de julio de 1707 comienza la más fuerte erupción del volcán, en la vida de Francisco. La montaña parece un incendio. Las cenizas cubren todo. A mediodía del día 2 de agosto el cráter vomita grandes cantidades de humo, lava y ceniza. El terror es inmenso. Los que corren no saben a qué atenerse. La ceniza les entra a los ojos y les cubre la ropa. Se respira un aire nauseabundo. Los napolitanos, est n, esta vez, muy asustados. Una gran multitud va hacia la tumba de San Genaro, el patrono de Nápoles, a pedir su protección. Francisco ha pasado la mañana recorriendo las calles y las plazas. Hacia las cuatro de la tarde está también en la plaza de Santa Catalina acompañando a la gente que ruega a San Genaro. Allí Francisco vuelve a predicar. Acompaña por horas a la gente que llora. Exhorta a los napolitanos a que pidan perdón por sus pecados y confíen en la misericordia de Dios. Está a la derecha del arzobispo, el cardenal Francisco Pignatelli. En la procesión es ‚l quien lleva las reliquias de San Genaro. El pueblo gime y llora mirando hacia el ardiente volcán. Francisco levanta la voz. Acalla la histeria de la gente y la hace rezar. El Vesubio sigue con su danza de humo y ceniza. De repente el volcán asusta con un ronquido sordo. Después se va callando y comienza a ceder para volver a ser el de todos los días. Nápoles entera atribuye la calma del volcán a un milagro de San Genaro. La gente se precipita a las iglesias. Esa noche Francisco la pasa en el confesionario. Las confesiones duran todo el día siguiente. Los favores de San Ciro Para los hechos extraordinarios, Francisco encuentra una buena explicación. A lo mejor ‚l no la cree, pero ciertamente se libra de muchas impertinencias. Todos los favores los refiere a la intercesión de San Ciro mártir, un médico de Alejandría del siglo III, de quien él es devoto. Ha encontrado en el Gesù una pequeña reliquia atribuida al mártir. Y a este San Ciro, Francisco atribuye las sanaciones, las conversiones a la fe, la cesación de las pestes y las buenas cosechas. Siempre es San Ciro el que actúa. Él, Francisco, solamente le pide ayuda. Un día el P. Canati, que lo acompaña y es testigo de una curación, lo interroga y recibe una sencilla explicación. "No puede Ud. figurarse, querido Padre, a cuántos enfermos ha mejorado San Ciro. Vea este niño: estaba raquítico y contrahecho. San Ciro lo ha puesto bueno en un segundo. Igualmente ha sanado a otros 46 que se hallaban en las mismas condiciones. Yo le he visto dar vista a los ciegos, oído a los sordos, razón a los locos, salud completa e instantánea a los moribundos. En verdad, el número de las curaciones obtenidas con la aplicación de la reliquia de San Ciro llega a miles". Pocos días antes de la muerte de Francisco, el Nuncio del Papa en Nápoles, Juan Alejandro Vicentini, lo visitó y le preguntó por los hechos extraordinarios que se contaban en la ciudad. Francisco le confirmó que eran varios miles los favores que se debían a la intercesión de San Ciro. El Nuncio, entonces, solicita una reliquia del santo alejandrino. Francisco se la da con gusto. El Nuncio le pide escribir un documento en que conste esa autenticidad. Francisco lo hace. El Nuncio se despide feliz y dice a los jesuitas que lo acompañan: "Me llevo dos reliquias, pero la más valiosa es la del P. Francisco". Para la fiesta de San Ciro, el 31 de enero, Francisco convoca todos los años a una solemne Eucaristía en acción de gracias celebrada en el Gesù- nuevo.
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El apostolado de los Ejercicios Para los Ejercicios espirituales de las comunidades religiosas de Nápoles, Francisco es el jesuita más solicitado. A veces se ve obligado a darlos a dos comunidades al mismo tiempo. Y siempre hay asuntos que arreglar en más de alguno de los treinta conventos de Nápoles. No todas las religiosas se han incorporado libremente a la vida de clausura. Algunas están allí por motivos financieros, sin dote suficiente para un buen matrimonio. Otras no han logrado casarse y el convento es siempre un buen sitio para quedar ubicadas. Por supuesto todas tienen fe, pero las faltas de caridad son muy frecuentes. Para el arzobispo de Nápoles, Francisco es el hombre ideal para conseguir paz y hasta fervor en los monasterios. Francisco sabe que este ministerio es el predilecto de San Ignacio. Cada vez que lo solicitan, él está presto. En la dirección de los Ejercicios sigue riguroso el directorio escrito por el P. Juan Polanco. Da instrucciones breves, no más de dos veces al día. En la dirección espiritual quita escrúpulos y mueve a muchas religiosas a seguir el camino suave del amor que el Señor enseña a todos. En los procesos jurídicos de la Causa de Francisco, hay muchos testimonios de conversión, buenas elecciones en el estado de vida y decisiones hacia la santidad. El misionero rural A partir de 1702, el Padre provincial se ve obligado a pedir al P. Francisco otro ministerio. Desde los pueblos del interior cada vez est n pidiendo con m s urgencia al Padre Francisco. El Provincial le dice que podrá permanecer seis meses en la ciudad y los meses de otoño e invierno en los pueblos. Francisco tiene sesenta años. Sonríe y no rechaza el aumento del trabajo. Dedica, desde entonces, una parte de su tiempo a las misiones rurales. No podemos seguirlo en esa multitud de lugares. Predica en Nola, en Capua, en Benevento, en los Abruzzos, en Pescara y en Tarento. En su tierra natal, Grottaglie, da una misión en la iglesia de su hermano Tomás, el arcipreste, y vive unos días alegres junto a su padre tan anciano. Casi siempre desarrolla el mismo plan. En cada lugar ocupa ocho días. Las prédicas, al ponerse el sol, son las de San Ignacio de Loyola en la Primera Semana de los Ejercicios. La Misa la celebra a primera hora del día. Después, el confesionario ocupa el resto de la mañana. En las tardes visita las casas de los enfermos y los hospitales. Catequiza a los niños y lleva consuelo a los encarcelados. No parece tener tiempo para las casas de los poderosos. Su opción la dirige siempre a los marginados. Entre los condenados a galeras Durante la sublevación de Mesina, San Francisco se preocupa de una manera especial de los condenados a galeras en la flota española anclada en Nápoles. La Cuaresma de 1685 la dedica entera a preparar a los presos para el cumplimiento pascual. Predica en cada barco. Busca catequistas entre los mismos forzados. Confiesa sin descanso y los acompaña en procesión, el día de Pascua, a la iglesia del Molo. Se preocupa también de los esclavos musulmanes que trabajan a bordo de los galeones y también de los cargadores del puerto. Consta en los procesos que en muchas ocasiones pide limosnas para completar los rescates de los prisioneros cristianos en los países africanos.
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Opción hacia los pobres Es cierto, su ministerio preferencial es el de los pobres. Sin embargo también se dirige a ambientes más intelectuales, en conventos y en los colegios de la ciudad. Los sacerdotes, religiosos y diocesanos, las más altas autoridades, los nobles y los que cultivan las letras acuden a visitarlo en búsqueda del buen consejo. Francisco atiende a todos con exquisita caridad. Sabe que los poderosos pueden ser los mejores benefactores de los pobres. Visita a los ricos, les pide limosna y la da a los pobres. Jamás manifestó impaciencia. Los menesterosos lo rodean siempre. Y ellos saben ser impacientes, especialmente si son napolitanos. En los procesos jurídicos un testigo dice: "El P. Francisco puede ser canonizado, únicamente por la paciencia heroica que tuvo con los pobres". Esta característica del modo de ser de Francisco, la de alternar con los ricos y los pobres, con los grandes y los pequeños, y de no rechazar jamás al necesitado, es la causa que explica la verdadera veneración de los napolitanos. El patriotismo de Francisco ¿Cuál fue la posición política de Francisco? Le tocó una época muy dura respecto a su patria. El país estaba ocupado por los españoles. Y Francisco amaba a su tierra y quería, por cierto, su independencia. La vida de san Francisco de Jerónimo transcurre toda en el Reino de las Dos Sicilias y en la ciudad de Nápoles. Por la historia, Francisco sabe que, en otros tiempos, su patria ha sido libre. Él es testigo de las ambiciones siempre amenazantes de los extranjeros. Ha asistido a rebeliones y a sometimientos violentos impuestos por la fuerza. Por cierto él ama a su patria y como hombre inteligente tiene una opinión y una preferencia en materia política. Sin embargo nadie se muestra m s prudente que Francisco. Trata con todos y con gran deferencia ante la autoridad. Siempre buscó la paz. A la muerte sin sucesión del rey español Carlos II en 1700, Nápoles queda en el centro de las disputas extranjeras. El Reino pasa a ser una carta de juego para las conversaciones interminables entre Francia y Austria. Francisco es consultado por el pueblo. Jamás pierde la paz. "La guerra es un castigo de Dios. Para aplacarlo debemos convertirnos. Lo importante es vivir en gracia". Se conserva una carta de Francisco Jerónimo fechada el día 9 de julio de 1707. Allí indica que ha seguido atentamente los acontecimientos. Dice que las tropas imperiales han entrado pacíficamente en la ciudad. Lo que no dice es que ese entrar pacífico se debe en gran parte a la propia acción de Francisco. Los historiadores recuerdan el pánico de los napolitanos en la víspera de la entrada de las tropas imperiales. Temen, como siempre, saqueo y fuego. Muchos huyen y el resto permanece inquieto. Francisco reza. Al fin dice: "Dejemos actuar al Señor, no tengamos temor. Permanezcamos en nuestras casas sin inquietar a la Iglesia de Cristo". Todos piensan en una profecía. Y efectivamente nada sucede. Dificultades en el ministerio Francisco de Jerónimo, como otros apóstoles no siempre queda exento de dificultades. Las más duras son las más cercanas, las que no esperaba. En 1690 esa Rector de la Casa profesa el P. Octavio Caracciolo, antiguo Provincial, quien le hace sufrir una dura prueba. M s de alguna vez, Francisco es reprendido por las salidas de casa tan seguidas. El Rector ordena que se le pidan permisos expresos. Y cada vez que Francisco lo hace, el Superior pide explicaciones, presenta inconvenientes y termina, con frecuencia, negando la licencia.
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Francisco acepta, se somete con humildad. La prueba dura dieciocho meses. Al fin el Rector dice: "Quedo convencido de que el P. Francisco es obediente". También el Cardenal Arzobispo de Nápoles tuvo prevenciones en contra de Francisco. Se lo habían pintado como persona imprudente y exagerada, en palabras y en hechos. Entonces, le prohibe la predicación y los ministerios en los conventos de la ciudad. Francisco no reclama y decide pasar las horas del día en el confesionario. Se admira el Cardenal de este silencio y humildad. Pide m s informaciones y le suplica volver a sus trabajos habituales. Su muerte Francisco de Jerónimo trabaja sin descanso casi hasta el día de su muerte. "Quiero trabajar hasta el último momento. Mientras me quede un hilo de vida, me iré, aunque sea arrastrando, por las calles de Nápoles. Si caigo bajo la carga, dar‚ gracias al Señor. Un burro de carga debe morir bajo su fardo". Los primeros días del mes de marzo de 1716 debe interrumpir los Ejercicios espirituales que da en el Colegio de Nápoles. Algo repuesto viaja a Capri para una misión y dar los Ejercicios al clero y a una comunidad religiosa. A fines de marzo una fuerte pulmonía lo obliga a retirarse a la Enfermería de la Casa profesa de la capital. Allí se ejercita en paciencia durante un mes. Al médico que acude para su atención, le dice con mucha paz: "Gracias, doctor, por esta última visita. El lunes próximo será el final de mi vida". Recibe el sacramento de los enfermos y el vi tico con plena lucidez. Agradece a todos y a la Compañía de Jesús el haberlo tolerado tantos años. El 11 de mayo de 1716, como a las diez de la mañana, cuando el Hermano enfermero le moja los labios secos, Francisco agradece el servicio. Dice gracias y se aletarga. Reunida la comunidad, el P. Rector reza las últimas oraciones. En medio de ellas, Francisco suavemente inclina la cabeza y expira. Tiene 73 años. Los funerales Por unas horas los jesuitas no quieren dar a conocer la noticia. Temen demasiado, y con razón, la importuna devoción de los fieles. Avisan al Virrey. Este viene con los suyos a venerar los restos. Después el cadáver es trasladado a la sacristía. El domingo siguiente se efectúa el funeral. Desde las primeras horas la iglesia del Gesùest colmada. Ahí están todas las autoridades: el Virrey, el Arzobispo, el clero y los religiosos de la ciudad y también de los pueblos vecinos. Las misas se celebran ininterrumpidamente. Cuarenta mil personas reciben la comunión, prueba de la honda estima de su querido pueblo de Nápoles. La glorificación Los procesos se iniciaron de inmediato en la ciudad de Nápoles. En el año 1718 dan su testimonio 96 testigos, y en el año 1725 otros 67. Los exámenes y el proceso apostólico llegan a feliz término en 1748. Pero los decretos del papa Urbano VIII que impiden empezar una causa antes de los cincuenta años de la muerte detienen la Causa. La extinción de la Compañía en 1773 parece que va a dar un golpe de muerte. Todas las Causas de los jesuitas est n paralizadas. Pero la iglesia de Nápoles continúa su tarea a pesar de los obstáculos y se las arregla para sortearlos.
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El papa Pío VII lo beatifica en 1806. Es el único jesuita elevado a los altares durante el período de extinción de la Compañía. El papa Gregorio XVI lo canoniza el 26 de mayo de 1839. Es el primer jesuita canonizado en la resucitada Compañía de Jesús. Hoy día San Francisco de Jerónimo es el Patrono principal de la ciudad de Nápoles, junto a San Genaro.
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SANTOS JESUITAS Colección . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
San Ignacio de Loyola San Francisco Javier San Estanislao de Kostka San Francisco de Borja San Luis Gonzaga San Edmundo Campion San Alexander Briant San Pedro Canisio San Pablo Miki San Juan Soan San Diego Kisai San Roberto Southwell San Enrique Walpole San Claudio La Colombière San Alonso Rodríguez San Pedro Claver San Roberto Belarmino San Juan Ogilvie San Bernardino Realino San Juan Berchmans San Nicolás Owen San Roque González San Alfonso Rodríguez San Juan del Castillo San Juan Francisco R‚gis San Isaac Jogues San René Goupil San Juan de La Lande San Juan de Brébeuf San Antonio Daniel San Gabriel Lalement San Carlos Garnier San Natal Chabanel San Andrés Bóbola Santo Tomás Garnet San Edmundo Arrowsmith San Enrique Morse San Felipe Evans San David Lewis San Juan de Brito San Melchor Grodiezcki San István Pongrácz San Francisco de Jerónimo San José Pignatelli
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Distribuye: JAIME CORREA C. Alonso Ovalle 1480 Casilla 597 - Tel‚fono 6984868 Santiago de Chile.
Nihil Obstat Imprimi Potest Juan Díaz Martínez, S.J. Provincial de la Compañía de Jesús en Chile Santiago, Imprimatur Sergio Valech Aldunate Vicario General de Santiago de Chile Santiago
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