SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA VICENTE PÁEZ MUÑOZ DE MORALES 1 SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA 1 Biografía de san José 2 San José, Corred

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SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

VICENTE PÁEZ MUÑOZ DE MORALES 1

SAN JOSÉ, ESPOSO DE LA VIRGEN MARÍA

1 Biografía de san José 2 San José, Corredentor y Padre adoptivo de Dios 3 Lugares evangélicos donde aparece San José

1 Biografía de San José San Mateo facilita en su Evangelio la única biografía de San José que existe: "José era un hombre justo" (Mt 1,19). Justo quiere decir en la terminología bíblica y teológica cumplidor de la ley, temeroso de Dios, perfecto, santo. San José es el santo del Silencio, pues no sabemos quienes fueron sus padres, cómo fue su niñez, su juventud, muy pocas cosas de su vida matrimonial, nada de su muerte, ni el lugar donde murió ni fue enterrado. San José es la figura más importante de la redención, después de María, por ser el esposo de la Madre de Dios y Padre legal o adoptivo de Jesús, Dios encarnado, y el más santo de todos los santos. Aparece siempre en el Evangelio con un papel de extra, personaje de referencias, o acompañando a María con virtuosos comportamientos de simple esposo, que hay que imaginar.

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2 SAN JOSÉ, CORREDENTOR Y PADRE ADOPTIVO DE DIOS Podríamos decir que, haciendo un parangón con María, San José fue Corredentor del género humano y Padre adoptivo de Dios de manera comparativa. La teología de la Redención se puede resumir en este pensamiento: Jesucristo, Dios, es el Redentor del género humano, como causa principal y eficiente, y María, Inmaculada, Madre Virgen, de Jesucristo Redentor, Dios juntamente con su Hijo formando un solo principio de redención, es Corredentora, como causa secundaría complementaria. Si María es Corredentora del género humano en sentido propio, podríamos decir que San José fue Corredentor en sentido figurado, porque juntamente con María colaboró con su esposa, formando un solo principio en la Redención, como Padre adoptivo de Dios, haciendo las veces de padre. Ejerció esta altísima misión en el oficio humilde del cumplimiento del deber familiar, con la oración y el trabajo de las cosas sencillas y ordinarias de la vida. Fue un hombre, como todos los demás: concebido en estado de pecado original; sometido, como cualquier hijo de Adán, a tentaciones, luchas, vaivenes de la convivencia social, malos momentos, como cada hijo de Dios. Tendría sus defectos temperamentales, más bien faltas e imperfecciones, que fueron quizás para algunos hombres contemporáneos ofensas o molestias, pero no pecados importantes delante de Dios, sino purificaciones de su santidad progresiva y la de todos los hombres. Por ser esposo de la Madre de Dios, los Papas lo han declarado Patrón de la Iglesia y de los sacerdotes.

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Era un hombre de Dios, sencillo, de elevada oración mística, superior a las características excepcionales que tuvieron los místicos más renombrados de la Iglesia católica, en la que conjugaba la alta contemplación con la acción ordinaria, sin manifestaciones espectaculares en su persona, que son defectos de la mística ordinaria. Su oración era una habitual intercomunicación familiar con Dios de unión trinitaria, y su acción la realización especial, extraordinaria y única, de las cosas sencillas y ordinarias de la vida, en grado supremo místico. Su oración era un estar a gusto con Dios, viviendo casi el gozo del Cielo, con el sacrificio de las debilidades del cuerpo humano, de manera parecida al misterio de la persona divina de Jesús que, sin perder el gozo de la visión intuitiva de la naturaleza divina, sufría las flaquezas de su naturaleza humana. La oración extática y la acción ordinaria de su vida santa fueron al estilo de María, aunque en grado inferior, porque eran personas humanas divinizadas. San José fue el mayor santo de la Iglesia, el Santo del Silencio, admirable e imitable en sus actitudes y actos, y no como muchos santos que fueron admirables, pero no imitables en todos sus actos, sino en sus actitudes. San José fue un simple obrero de su tiempo que con su oración y trabajo perfeccionó su personalidad humana, sustentó a Jesús y a Santa María, su virginal esposa, contribuyó con su esfuerzo a hacer una familia religiosamente santa, sociedad más justa, y, sobre todo, hizo que su santidad creciera delante de Dios y a favor de los hombres. A imitación de San José, nosotros debemos orar y trabajar no solamente para conseguir con paz y tranquilidad, sin agobios ni egoísmos, la supervivencia digna, sino también para contribuir al desarrollo y perfeccionamiento de nuestra persona, y contribuir al bien social. El trabajo, realizado en estado de gracia, tiene además una dimensión evangélica y apostólica. La oración, cualquiera que sea, con las deficiencias propias de las debilidades humanas, es acción apostólica, y la acción cristianizada cultiva las virtudes del hombre, evita el

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ocio inútil, libera del peligro de muchos vicios, y contribuye al bien común de la Sociedad y es apostolado. Para santificarse y santificar a los hombres no hace falta, de suyo, hacer grandes cosas sino orar como se sepa y pueda, y hacer que todas las cosas, aunque sean pequeñas y sencillas, se hagan grandes por el amor a Dios y a los hombres. El quehacer de cosas grandes y admirables es obra especial del Espíritu Santo o producto de grandes hombres o genios, fruto de la gracia de Dios en la naturaleza humana. Cuando oras, como sabes, y haces bien lo que tienes que hacer, colaboras de alguna manera a la redención de todos los hombres, siendo corredentor del género humano, supliendo, como dice San Pablo, lo que faltó a la pasión de Jesucristo. Imitemos a San José, que sin hacer grandes cosas en su vida, sino haciendo bien y con amor lo que se tenía que hacer, grande o pequeño, fue apóstol místicamente en el mundo.

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3 LUGARES EVANGÉLICOS DONDE APARECE SAN JOSÉ: - En la Anunciación; - en la revelación del ángel a san José sobre el misterio de la encarnación (Mt 1,18-25); - en el nacimiento de Jesús; - en la adoración de los Magos; - en la circuncisión del Niño Jesús; - en la presentación del Niño Jesús en el templo; - en la emigración a Egipto; - en la vida oculta; - y en la escena del Niño Jesús perdido y hallado en el tempo.

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EN LA ANUNCIACIÓN En el relato de la concepción de María por obra del Espíritu Santo se habla de María, “una virgen desposada con un varón llamado José” (Lc 1,27), sin más. REVELACIÓN DEL ÁNGEL A SAN JOSÉ SOBRE EL MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN (Mt 1,18-25); Para afianzar la fe en María sobre su concepción virginal de su Hijo, Jesús, por obra del Espíritu Santo, el ángel San Gabriel le comunicó la noticia sobrenatural de que su parienta Isabel estaba ya en el sexto mes de su gestación, a pesar de ser estéril y estar en la vejez, porque nada hay imposible para Dios. Ante la propuesta de ser la Madre de Dios, María dio la respuesta diciendo: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra” (Lc 1, 38). Y en ese momento concibió. Las palabras del ángel a María en la Anunciación sobre el estado de su parienta Isabel la obligaron a visitarla, para felicitarla por haber concebido, siendo estéril y de avanzada edad; y, de paso, echar una mano a una mujer mayor, que necesitaba cuidados especiales en los preparativos de la última etapa de su embarazo. Aprovechando esta ocasión ambas madres hablarían de los planes providenciales de Dios sobre sus dos hijos, protagonistas en la Historia de la salvación.

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Martín Descalzo piensa que lo más seguro es que María iría sola en alguna caravana, en compañía de buena gente, como era frecuente viajar entonces desde la Montaña a Jerusalén. Acaso haría el viaje acompañada de algún familiar, mayor que Ella, o amistad que la protegiera, pues parece imprudente que una jovencita de unos catorce o quince años tuviera la osadía de recorrer sola con extraños 150 kilómetros. Probablemente José y María dejaron la convivencia virginal de su matrimonio, de mutuo acuerdo, para cuando regresara de su viaje, después de cumplir el oficio cariñoso y caritativo de "chacha" con su prima, que se encontraba anciana en su gestación avanzada. TENTACIONES DE SAN JOSÉ Al regreso de María a Nazaret, San José observó pronto, antes que nadie, que en su esposa había signos evidentes de maternidad. Ante este hecho cierto de la concepción de su mujer, lo debió pasar muy mal, sin poder dormir muchas noches, dándole vueltas a la cabeza sobre este grave problema. Sabía que su mujer era santa, virtuosa y virgen; y que en la maternidad de María, él no tenía arte ni parte, como se dice vulgarmente en castellano. ¿Cómo se explica la concepción en María, mi esposa? Y como consecuencia de pensamientos inexplicables sobre este asunto, le sobrevino la zozobra, la inquietud, la desazón, el malestar, la lucha, la tentación y una serie de interrogantes sin respuestas. Se sentía aprisionado en un laberinto sin salida. A esta lucha, verdaderamente crucial, llama Martín Descalzo la noche oscura de José, porque por más que pensaba y buscaba razonamientos para buscar una solución, no encontraba ninguna. Se sentía aprisionado en un laberinto sin salida. Pero no preguntó a su esposa María la razón por la que iba a ser madre. ¿Por qué? ¿Por vergüenza, delicadeza, caridad? Después de pasarse días y noches con cavilaciones de tortura, a San José se le ocurrieron tres posibles soluciones:

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Primera: “José, su esposo, que era justo y no quería denunciarla, resolvió despedirla en secreto” (Mt 1,18). Pero esta opción no le pareció humana ni religiosa, porque él hubiera quedado ante el pueblo con la mala fama, injusta, de mal esposo, que abandona a su mujer dejándola embarazada, hecho que merecería ser llevado a los tribunales del Sanedrín, y su mujer quedaría expuesta a muchos chismes del pueblo. Y desechó esta solución. Segunda: Hablar serena y piadosamente con su esposa; y en el caso de que hubiera sufrido una posible violación forzosa en el viaje a Ain Karin, comprenderla, amarla y aceptar el fruto de sus entrañas, como algo natural del matrimonio. Nadie se iba a enterar, y él cumpliría un deber de amor comprensivo y acto de caridad extrema para con el hijo no querido de su mujer, que no era suyo. Pero esta decisión suponía para los dos, principalmente para él, tema muy espinoso y desagradable, y, en cierto sentido, aceptar religiosamente un hijo de pecado. Y desechó esta opción. Tercera Acudir a los tribunales y pedir el derecho de repudio que consistía en dejarla legalmente. Pero este comportamiento, aunque legal, era frío, poco humano y religioso, porque sería dejar a su mujer con un desprestigio inmoral público. Y a San José, que era fiel cumplidor de la Ley, le remordía la conciencia hacer esto, aunque legal, pero poco caritativo con su mujer, que probablemente era inocente. San José pensó que, tal vez, habría alguna razón que él no entendía, pues le parecía imposible en María un desatino de tal calibre, pero nunca imaginó que era por obra del Espíritu Santo, misterio insondable. Por otra parte, María sufrió en silencio las posibles dudas y sufrimientos de su esposo San José. ¿Por qué María

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no dijo a José que había concebido por obra y gracia del Espíritu Santo? Si María se lo hubiera dicho a San José, ¿se lo habría creído? La mejor solución fue la que adoptó María, la Virgen Santísima, tal vez por inspiración divina: guardar silencio, porque la concepción de María por obra del Espíritu Santo fue un misterio sobrenatural, absoluto, que sólo se puede creer por revelación de Dios, como sucedió, o por fe.

La solución vino por revelación: “El ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: José, hijo de David, no temas recibir a María, tu esposa, pues lo concebido en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo le pondrás el nombre de Jesús, porque Él salvará a su pueblo de sus pecados. Y sin haber tenido relaciones, María dio a luz un hijo, al que él puso por nombre Jesús" (Mt 1,20-21). Cuando la revelación vino de parte de Dios, por medio de un ángel, José, hombre de fe, creyó en la concepción de Jesús en el seno virginal de María. Lo que hicieron los dos es lo mejor que pudieron hacer, porque así sucedieron las cosas, y hay que pensar que ambos obraron en conciencia, iluminados por el Espíritu Santo, porque las cosas sobrenaturales se creen no por la razón sino por la fe. La Virgen Santísima creyó la palabra de Dios porque tenía fe; y San José creyó el misterio, no porque se lo explicó la Virgen, sino simplemente porque se lo reveló Dios por medio de un ángel. Acostumbrémonos a guardar silencio y no cuestionar ni discutir los misterios de Dios, aceptando sin dudas ni vacilaciones las verdades de fe, comprendiendo a los que no tienen el don divino de creer, pidiendo por ellos, y dejando las cosas en manos de Dios, que sabe juzgar a todos los hombres con fe y sin ella, con misericordia infinita.

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Esto mismo pasa ahora con nosotros, que creemos en Jesucristo en la Eucaristía, no porque nos lo han dicho nuestros padres, ni porque nos lo han enseñado en la escuela o en la catequesis, sino porque tenemos fe. Nadie cree si no tiene la potencia sobrenatural de creer. Pongamos dos ejemplos. ¿Cómo se va a entender con la razón que un hombre, llamado sacerdote, actualiza en la Santa Misa el mismo sacrificio que Jesucristo ofreció en la cruz por nuestros pecados? ¿Cómo un hombre, sacerdote, puede convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesús? ¿Cómo un sacerdote, hombre, puede perdonar los pecados que otro hombre comete contra Dios? Todos los dogmas, incomprensibles para la razón, son misterios que sólo se entienden, por la fe. A imitación de San José, ante los misterios de la fe y de la vida que no entiendes, ora, sé fiel cumplidor de la Ley y espera a que Dios solucione las cosas que no tienen explicación humana, sabiendo que “en todas las cosas interviene Dios para el bien de los que ama” (Rm 8,28).

NACIMIENTO DE JESÚS En el cumplimiento del empadronamiento que el orgulloso César Augusto mandó hacer se ve también el silencio de San José: "También José, por ser descendiente de David, fue desde la ciudad de Nazaret de Galilea a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, para empadronarse con María su mujer, que estaba encinta" (Lc 2,4-5). Ni una sola palabra evangélica de José aparece en la simple narración del hecho del viaje de Nazaret a Belén. Todo queda reservado para la piadosa imaginación y meditación. Te tienes que imaginar el nacimiento de Jesús de la manera que más te guste; y luego, colocar a José, como testigo mudo del gran acontecimiento de los siglos, en el belén que construya tu fantasía. Lucas no nos ha dejado constancia evangélica de las

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palabras y comportamientos de José en el momento crítico del nacimiento de Jesús. Estando ellos allí, en Belén, “se le cumplió a Ella el tiempo y dio luz a su Hijo primogénito, le envolvió en pañales en un pesebre, porque no había sitio para ellos en la posada” (Lc 2,6-7). ADORACIÓN DE LOS MAGOS José estuvo presente en la adoración de los pastores junto con María: "Fueron de prisa, y encontraron a María, a José y al niño acostado en el pesebre" (Lc 2,16). Allí estaría atendiendo con palabras y gestos de educación religiosa y gratitud humana a los pastores, que se hacían lenguas de admiración y alabanzas contando la aparición de los ángeles, mientras San José colocaba en una despensa improvisada los presentes que le traían. CIRCUNCISIÓN DEL NIÑO JESÚS José debió presidir el acto de la Circuncisión, en el que obligadamente se requería la presencia del padre del circuncidando, y no de la madre. Lo da a entender el ángel, cuando se le apareció en sueños (Mt 1,21). Sin embargo, no tenemos ninguna constancia de este acontecimiento en el Evangelio. San Lucas se limita simplemente a contar el hecho de la Circuncisión de Jesús, sin entrar en detalles de su celebración: “A los ocho días, cuando le circundaron, le pusieron el nombre de Jesús, el indicado por el ángel antes de ser concebido en el seno (Lc 2,21). PRESENTACIÓN DEL NIÑO JESÚS EN EL TEMPLO En la ceremonia litúrgica de la presentación del Niño en el Templo, sus padres aparecen otra vez en silencio. José y María llevaron a Jesús " le llevaron a Jerusalén para ofrecerlo al Señor, y para ofrecer el sacrificio según lo ordenado en la ley del Señor: un par de tórtolas o dos pichones. Su padre y su madre

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estaban admirados de las cosas que decían de él" (Lc 2,23-24.33). Ni una sola palabra de consignación evangélica brotó de los labios de los santos esposos. Pero, sin duda, debieron ser las precisas que tenían que decir para mostrar su educación humana y gratitud religiosa al ofrecer su Hijo a Dios Padre, y la ofrenda de un par de tórtolas o dos pichones. EMIGRACIÓN A EGIPTO Lucas, el evangelista de la infancia de Jesús, nos narra el hecho de la emigración de la Sagrada Familia de Nazaret a Egipto, motivada por la cruenta persecución de Herodes. De su viaje y su estancia en ese País extranjero no tenemos noticia evangélica. Solamente nos consta el mandato que el ángel hizo a José: "Un ángel del Señor se apareció en sueños a José y le dijo: Levántate, toma al Niño y a su Madre, huye a Egipto y estate allí hasta que yo te avise, porque Herodes va a buscar al Niño para matarlo. Él se levantó, tomó al Niño y a su Madre de noche, se fue a Egipto y estuvo allí hasta la muerte de Herodes" (Mt 2,13-15). EL NIÑO JESÚS PERDIDO Y HALLADO EN EL TEMPLO En el episodio del Niño Jesús, perdido y hallado en el Te mplo, aparece José como un personaje de referencia histórica de segundo plano, en el que María se apoya en él para hacer valer los derechos de madre, al reprender cariñosamente a su Hijo: "Hijo, ¿por qué has hecho esto? Tu padre y yo te hemos estado buscando muy angustiados" (Lc 2,48).

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