Sátira y albur en la Nueva E s p a ñ a

Sátira y albur en la Nueva España El caso de Mateo Rosas de Oquendo Carlos Pineda Amén de las figuras señeras de la literatura novohispana: Juana de

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Sátira y albur en la Nueva España El caso de Mateo Rosas de Oquendo Carlos Pineda

Amén de las figuras señeras de la literatura novohispana: Juana de Asbaje y Juan Ruiz de Alarcón y de las obras de los primeros cronistas como Bernal Díaz del Castillo, hay autores de esa época que a pesar de haber sido objeto de estudio por parte de los especialistas, son ignorados por los lectores usuales de literatura. Pa rtiendo de esta realidad, juzgo pertinente convocar a estas tablas universitarias a un poeta sui generis: Mateo

Rosas de Oquendo, para que nos ofrezca con su obra una singular claraboya desde la cual podamos mirar al mundo colonial de fines del siglo XVI y principios del XVII desde una perspectiva inédita.

I

Aunque la obra de este poeta no es muy extensa (por lo menos hasta donde se tiene noticia), hay en ella elementos muy valiosos que nos ayudarán a comprender tanto la vida cotidiana de la Ciudad de México de aquellos días, como algunas particularidades de su devenir social. Por ello, la producción que reviste mayor interés para su comentario es aquella donde la sátira se erige como el aliento vivificador del texto, dado que en ella el poeta vuelca no sólo sus mejores aciertos estilísticos, sino que lo lleva —quizá sin conocimiento de causa— a fijar de manera literaria lo que bien podemos denominar como albur primitivo. Oquendo, como muchos autores de la época, es un autor que presenta problemas desde que se intenta establecer su identidad e historia, elementos que, en su caso, serían de gran utilidad para enunciar con mayor seguridad los juicios que se han de emitir sobre su obra. Nace probablemente en Sevilla cerca de 1559 y en algún momento de su vida viaja hacia América, sin que se sepa la razón de este viaje, ¿placer?, ¿problemas con la Inquisición?, ¿líos de faldas?, él mismo en uno de sus Máscara, Pinotepa Nacional, Oaxaca

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poemas dice “por muxer perdí mi patria”. Su periplo en el continente comienza en el Perú, a donde llega aproximadamente en 1584, para después viajar hacia la Nu eva España a principios del siglo XVII, lugar donde redacta un documento seudo histórico cuya fecha es el último signo que hay sobre la existencia de Oquendo: 1612; posteriormente a esta fecha no se sabe nada de él. Si regresó o no a España, el año y lugar de su muerte, y otros datos de su existencia aún están por establecerse. Los problemas con su identidad no terminan aquí, ya que incluso la veracidad del nombre por el cual lo conocemos hoy día se encuentra en tela de juicio por dos razones fundamentales: que ni en el Archivo de Indias (1577-1584), ni en las actas de pasajeros a Indias (1575-1577) se han encontrado indicios de nadie llamado Mateo Rosas de Oquendo, y que por el uso reiterado de seudónimos en su obra (Andronio, Lucino, Jerónimo, Juan Sánchez) se puede sostener la hipótesis en la cual el susodicho precisa de la máscara para poder actuar, entonces, por extensión, Mateo Rosas de Oq u e n d o puede también ser un seudónimo. Una vez que ha quedado en claro (¿?) la condición “fantasmal” y por tanto proteica de nuestro poeta, hay que considerar varios aspectos particulares de la escritura oquendiana. En primer lugar, es preciso comentar que los originales de los poemas que cito en este ensayo se encuentran en un manuscrito catalogado con el número 19387 ubicado en la Biblioteca Nacional de Madrid bajo el título Papeles varios de varios poetas.1 Si bien los textos se encuentran escritos de manera homogénea en cuartetas octosilábicas (con ciertas excepciones, producto del descuido), la ortografía presenta u n a anarquía tal, que sólo podemos atribuirla a una conciencia transgresiva radical, o a que nuestro poeta era un analfabeta funcional. Los comentarios a su obra los comenzaremos con un breve recorrido por la parte “seria” de ella, para que, a través de la comparación, podamos aquilatar la valía de sus textos satíricos. Entre sus crónicas encontramos la Memoria de las cosas notables y de memoria que an susedido en esta ciu dad de la Nueba España desde el año de 1611 asta hoy, sinco del mes de mayo de 1612 (sic). Este texto se encuentra enmarcado en una “moda” muy de la época: redactar relaciones de sucesos notables. Por lo que

1 Este dato lo obtengo de María Christen Fl o rencia, “Literatura popular y un manuscrito inédito americano español de principios del siglo XVII”, Signos, Anuario de Humanidades, año V, tomo I, México, 1991, pp. 259-294. Dada la imposibilidad de acceder al material original, yo me basé en dos trabajos que lo citan en sus obras, el primero es: Antonio Paz y Meliá, Ca rtapacio de diferentes versos a diversos autores, compuestos o recogidos por Mateo Rosas de Oquendo, Bulletin Hispanic, 1907, tomo XIX, pp.154-185 y María Christen Florencia, Antología comentada, Ensayos, cuaderno veintinueve, UAM-I, México, 1984, p. 57.

Máscara, San Pedro Jicayán, Oaxaca

cuando en 1612 hubo un levantamiento de negros y mulatos, Oquendo registra este hecho desde la pretendida objetividad que otorga el estar presente en el suceso histórico, la óptica desde la cual parte para redactar su crónica, a diferencia de la hecha por su contemporáneo Mateo Alemán, tiene todos los elementos de lo que hoy día denominaríamos como amarillismo periodístico. Es decir, que la prosa de Oquendo hace alarde en el uso de la hipérbole en cuanto a la descripción de las acciones que observa, así como de los elementos que las constituyen; por otro lado, explota el morbo de la gente al presentar en detalle los sucesos sangrientos. Veamos un ejemplo: el miércoles 18 de abril la ciudad es anunciada de que mil negros van por la calzada de la Piedad, por lo que “salió todo México a pie y a caballo con grandísimo ánimo (...) ubo muchas luces (...) porque hasía muy escuro y estaba lloviendo” (nótese cómo prepara psicológicamente al lector por medio de la ambientación) continúa: “(...) los pobres españoles (iban) por el lodo, y las muxeres y los niños llorando a las puertas y ventanas, que daban gran dolor”, (si Goya hubiera estado ahí) la tragedia está ya cerca... la matanza

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sanguinaria de niños y mujeres a manos de negros endemoniados se acerca, pero... “no ubo negro ninguno” ni mártires, ni nada.

Máscara, Michoacán

América le dio al mundo, el cacao, es duramente vituperado pues “caca no se come”. Para Oquendo, en la época en que escribe la Sátira, la Nueva España no es más que el reflejo de los vicios de la península, todos ellos están aquí y de manteles largos, a éstos habría que sumarle los vicios propios de los naturales, entre los que se encuentra la homosexualidad: “(...) en la misma miseria / do se afeminan los hombres / y los hijos que II producen / ellos de serlo se corre n”. Es curioso obserExiste un texto que si bien está ya es- var la burla que hace del lenguaje indígena, para él son crito bajo la inspiración de la sátira, nombres dignos “de la barca de Aqueronte”, sin embaraún no llega a ser el punto álgi- go usa estos vocablos a lo largo de su producción poética, do de la expresión lúdica de y no pre c i s a m e nte desde el ángulo de la sátira, sino coOquendo. Me refiero a la mo un elemento lingüístico necesario e intrínseco a su Sátira 2 que hizo un galán a escritura, cuya asimilación tiene como resultado un una dama criolla que le alaba - lenguaje mestizo. ba mucho a México (en adelante Sátira ) donde el poeta toma el III papel de parodiador desmitificador. En este poema escrito a su llegada a la Ciudad de México, Oquendo se burla de la Hay en la producción oquendiana verdaderas joyas de fisonomía de la ciudad, de las costumbres y sus lo que se puede llamar el estilo popular o, por lo menos, gentes. La pluma del poeta desacraliza la vi- obras profundamente influenciadas por éste, debido sión idílica de México propuesta por Bernar- quizás a que él, en su vida de poeta diletante, conoció do de Balbuena, todo lo alto, lo “noble”, lo que los poe- los arrabales, las pulquerías y los callejones tapizados tas cultos suelen cantar con la mano en el pecho y la con multicolores prostitutas; lo importante no es sólo pluma de ganso en el sombrero es puesto por los sue- que conociera a esa gente y su entorno, sino sus usos los, mientras que lo socialmente condenable es eleva- del lenguaje. Para Oquendo la escritura no era sólo un do a alturas mal vistas por las buenas conciencias y las g o zoestético o un oficio pagado por la nobleza, era funnormas de comportamiento.3 Veamos el asunto con damentalmente una forma de sobrevivir, componiendo m a yor detenimiento, la dama “Mi señora mexicana” es coplas y jugando a las cartas como todo un lazarillo sanamenazada de ser golpeada “que si le doy coplas hoy guinolento. /mañana le daré azotes” si persiste en su afán de loar a Gracias a las razones anteriores y seguramente a su inMéxico, y Oquendo nos dice que “ Yo no vine de Cast i- terés lingüístico (probablemente inconsciente) Oquendo lla / a beber cacao pinole /ni a ver en México damas, / i n t roduce en su lenguaje voces caribes, nahuas, que dan sus plazas, calles, ni coches”. En este texto, a través de la como resultado un español que ha dejado de ser ibérico c o mparación constante con España, Oquendo nos para pasar a ser netamente americano. muestra una ciudad donde la ve rdad es excepción y la Existe un romance que amén la riqueza de vocabumentira gobierna holgadamente, donde sus casas son lario mexicano utilizado y sus referencias gastronómitan sólo “cuatro adobes” infestadas de chinches y rato- cas, tiene como protagonista por vez primera a un mesnes, inclusive uno de los productos culinarios que tizo, de ahí que sea de suma importancia comentarlo. El texto comienza con una suerte de exordio: “ ¡Hay, señora Juana! / Busarsé perdone / y escuche las quexas / de 2 Hay que recordar que desde la satura romana, la sátira cumple un mestiso pobre; 4 / (...) hidalgo y noble, (y de padres) una función transgresiva; es una manera de romper con los cánones eshixos, / de conquistadores” el mestizo, llamado Juan de tablecidos. Para Linda Hutcheon “ la sátira posee un ethos marcado Diego (nótese la semejanza con el Juan Diego al que se (entiéndase como una reacción buscada,una impresión subjetiva que es le aparece supuestamente la Virgen María) pretende m o t i vada por un dato objetivo) (...) más bien despreciativo, desdeñoso, que busca la irrisión ridiculizante con fines reformadores”. En “Ironía, conquistar a una mujer llamada Juana. Sátira, Parodia. Una aproximación pragmática a la ironía”, traducción Si bien el texto está escrito siguiendo los cánones Pilar Hernández Cobos en De la Ironía a lo Grotesco (en algunos textos li clásicos pertinentes al caso, el uso de los tiempos de la terarios hispanoamericanos), UAM-I, México, 1992, pp.173-193. 3 En este aspecto Oquendo actua siguiendo de cerca los p receptos primera y la tercera persona es muy original, ya que del Carnaval. Consúltese: Mijail Bajtín, La cultura en la Edad Media y en el Renacimiento. El contexto de François Rabelais, traducción Julio Fo rc a rt y César Conry, Barral, 1971, y Problemas de la poética de Do stoievski, traducción Tatiana Bubnova, FCE, México, 1989.

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Las cursivas son mías.

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en primera instancia parece ser que el yo poético le h abla a un tú, y nosotros escuchamos directamente al yo dialogar, pero en verdad sabemos de sus cuitas gracias a un tercer personaje que se encuentra fuera de la escena como testigo: “Aquesto cantaba / Juan de Diego el noble”. Ahora bien, este mestizo es valiente, puesto que capa toros, y no le tiene miedo a los españoles que en su boca pasan a ser “esos” es decir, los otros, algo completamente ajeno, de aquí podemos deducir que la conciencia de ser americano, ya no indio, ya no español, está ya más que en ciernes. Entre la variedad de referencias gastronómicas que contiene el texto encontramos: “tamales”, “elotes”, “xolote”, “camotes”, etcétera, pero hay una en especial que llama la atención por su permanencia desde los tiempos de la Conquista en las crónicas, me refiero al “chismole”. Recordemos cómo los primeros cronistas, entre ellos Bernal Díaz del Castillo, cuando temían perder la vida a manos de la “costumbre antropofágica” de los indígenas, siempre hacían referencia a que se los iban a comer en chismole. In t e resante es observar cómo años después, Juan de Diego lo utiliza de la misma manera, cuando dice que no le teme a los arcabuces, ni a los perdigones de los españoles sino que “de contento” se los come en “chismole”.

estado en que se encuentran los bienes de cierta “señ ora,” así como de un pequeño recuento del devenir social del lugar. Sólo citaré los ejemplos que a mi juicio representan la mejor muestra del primitivo albur mexicano en voz de Antón Calco el Romo,6 quien al dirigirse a su señora le dice: (...) (ha) abido buena cosecha, y os lo tengo todo adentro, que no hay nada de enzerrar (...) el montón de las bellotas eché xunto al de los garbansos, y como estava uno cerca del otro, se rrebolvían. Yo os arrempujé todas las bellotas hasía la parte de dentro, y os saqué el garbanso un poco fuera... Y un párrafo más abajo dice: “No falta, mi ama, otra cosa sino que os metan este año más que os metieron en el pasado, porque siendo ansí, estaréis más contenta, ya 6

Nótese cómo incluso el apellido de nuestro personaje “Ro m o” contrasta con su carta, ya que romo significa chato, sin filo, mientras que su escrito es todo lo contrario. Por otro lado, si leemos su otro apellido “Calco” desde su función derivada del verbo calcar, leeríamos: calco el chato. La interpretación de esto último se lo dejo al caro lector.

IV

Después de los aperitivos anteriores es momento de abordar un texto en prosa donde encontramos al Oquendo alburero; en este escrito tenemos la primera referencia fijada literariamente del albur mexicano tal como lo conocemos. El albur en un principio se refería únicamente al juego de cartas, posteriormente tomó el sentido de juego de palabras con referencias a lo sexual donde se busca burlar al otro, provocando al mismo tiempo la risa. Este tipo especial de lenguaje precisa de un código de desciframiento compartido entre el emisor y el receptor.5 En este acto de comunicación encontramos también cierto espíritu carnavalesco, en el tratamiento de lo escatológico y de familiaridad en que se encuentran los individuos que se alburean. El texto al que aludí al principio de esta sección se titula Carta que enbia un aperador a su señora. Es este escrito una relación del

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Muestra de ello es la poesía de germanía, la cual si actualmente no es leída con un diccionario de germanía a la mano y notas explic a t i vas sobre los re f e rentes históricos a que alude, el lector contemporáneo poco entendería, e inclusive podría desvirtuar su contenido y su sentido, puesto que el lenguaje que utilizaban los hablantes de germanía estaba cifrado, y nosotros carecemos del código exacto para lleva r a cabo su desciframiento. Máscara de gachupín, Guerrero

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Oquendo introduce en su lenguaje voces caribes, nahuas, que dan como resultado un español que ha dejado de ser ibérico para pasar a ser netamente americano.

Máscara, Michoacán

Máscara, Guerrero

mí no me pesará de ello”. Con los siguientes renglones nos muestra Oquendo su agilidad en el manejo del equívoco en el lenguaje. “Mi ama: buestros vinos están muy buenos; sólo la cuba de medio se salía por el aguxero”. Por otro lado tenemos el elemento grotesco-carnava l e sco que es una suerte de relato inserto:

juelo barbechado”. La interpretación de estos textos es obvia, mas, como en la sección de los griegos y los romanos del Libro de Buen Amor, que cada quien interprete según su sapiencia, su conciencia y su malicia. Como hemos visto a través de este rápido recorrido por la obra de nuestro poeta novohispano, su carácter lúdico lo lleva a trastocar todas las reglas (gramaticales, sociales); su actitud recuerda en más de una ocasión al modelo del pícaro, y, por supuesto, al Arc i p reste de Hita, ya que los dos, a través del equívoco y de la sátira, toman determinada actitud crítica que se ve acentuada gracias a que recurren a la risa. Risa que obliga al que ríe y al que la provoca a llevar a cabo operaciones mentales en las que dos elementos antitéticos chocan frontalmente, produciendo un tercer elemento que contiene en su seno una polisemia que supera la suma de sus constituyentes. Hasta aquí el periplo. Y como bien diría Oquendo tras la máscara de Andronio “adiós, que la pluma es mala, / y es torpe mi tosco inxenio”, vale.

Con Antón Be r m e xo, que fue Alcalde el año pasado, t uvo un fuerte pleito Pascual de Antoxa, sobre la burra que le acreo; porque abía muerto una lechona de María Alonso, la prieta. Descárgase al Alcallde con desir que ay ley que quien mata muera; y asi me parece que ahorcarán a la triste burra.

Al final de su misiva, cuando el lector ya no guard a sospecha alguna de que remitente y destinatario no sólo guardan relaciones laborales sino íntimamente sexuales, el amante le dice a su segundo frente que “el motilón os hará entender lo que se trabaxó en rro p e ros el pedaso de enmedio, que cae entre el monte negro y la tierra del ma-

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