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SECCION DE BELLAS ARTES
La pintura norteamericana
en los siglos XIX y XX Por ROSE MARIE CASTRO H. Toda la gente sonríe en la misma lengua y pinta en la misma lengua también; y es por medio de esa sonrisa y de esa pintura, por el arte, que se llega a conocer a un pueblo. Si no hubiera sido por las excavaciones de las ruinas de Herculano (1719), las de Pompeya (1748) y todas aquéllas que se han llevado a cabo, sacando a la luz los monumentos griegos y, ton ellos, datos no sospechados sobre el arte y la vida de los antiguos, nuestro conocimiento de la religión, costumbres y civilización en general de ese pueblo, sería incompleto y confuso. De allí que lo que llegamos a saber de una civilización se halla en relación directa con el conocimiento que tengamos de su arte. Son mis deseos, por medio de esta exposición sobre la pintura Norteamericana en los siglos XIX y XX, aumentar, aunque sea en una mínima parte, el entendimiento de las fuerzas espirituales, sociales y políticas que han ido formando la civilización de los Estados Unidos de América en esta época contemporánea. La Escuela Norteamericana de pintura tiene escasamente 200 años; pero, éstos han sido de mucho fruto. Pocos países, en períodos similares, han podido producir "per cápita", tantas telas cubiertas con pinturas al óleo, como lo han hecho los Estados Unidos. Forbes Watson, uno de los críticos más famoso~ de los Estados Unidos, en "American Painting Today", dice: "La pintura norteamericana no se desarrolla a partir de una base primitiva. Proviene de una serie de trasplantes de raíces diferentes importadas por los inmigrantes
REVISTA DE LA UNIVERSIDAD DE COSTA RICA
que fueron nuestros antepasados. Es el arte de un pueblo que, hasta hace relativamente poco, se volvía a Europa para recoger su orientación y sus enseñanzas. Durante muchos años nuestros estudiantes, nuestros filósofos y nuestro~ científicos, miraban a Alemania; nuestros artistas, a Francia; nuestro~ escritores, a Inglaterra. Nuestro arte es el de un pueblo que, a lo largo de sus épocas de colonización y a pesar de su desarrollo industial, continuó siendo intelectualmente una provincia de Europa". Después de conocidas estas influencias, nos sorprende ver cómo los artistas norteamericanos han desarrollado una corriente de independencia: en sus cuadros vemos interpretado el panorama de los Estados Unidos, _los .bellos paisajes de Maine, los rascacielos de Manhattan, las fábricas de Chicago, los puentes· de San Francisco, los cowboys, los barrios pobres, los trabajadores, las mujeres de su teatro, la vida hogareña. Para escribir sobre el arte norteamericano serían menester volúmenes de libros; pero ya que no dispongo más que de un espacio limitado, trataré de hacer un resumen lo más completo posible dentro de esa limitación. A principios del siglo XIX, después de la Guerra de 1812 a 1815, un fuerte espíritu nacional comenzó a desarrollarse en los Estados UnidQs, dando nuevos frutos en la literatura de Poe, Washington Irving, en la poesía de la naturaleza de Bryant, en la filosofía de Emerson, en la pintura de la Escuela del Río Hudson (Hudson River School). Esa escuela, la primera que verdaderamente puede llamarse norteamericana, fué inspirada por dos hombres, Thomas Doughty (1) y Thomas Cole (2), y continuada, principalmente, por Wyant ( 4) / Martín (3) y el más grande de sus representantes, Ceorge Inness. La Hudson River School viene a ser en los Estados Unidos, como la de Barbizon en Francia. La fama e influencia de la Escuela de Barbizon llegó hasta América alrededor de 1860. Ceorge Inness, padre (182 5-1894) , (también su hijo / quien llevó el mismo nombre de su padre (1854-1926), fué un pintor famoso), a la edad de veinte años abrió su propio estudio. Se interesó entonces por la Hudson River School, pero dos años más tarde viajó a Europa, haciendo paisajes de Italia y Francia y fué influenciado por la Escuela de Barbizon. Trabajaba el paisaje buscandb la luz y el color, despertando el interés por el paisaje nativo a través del romanticismo.
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lnness decía que él tenía dos estilos para pintar: uno era impetuoso y ardiente; el otro, clásico y elegante. Esta desigualdad se debía a que lnness no estaba muy seguro de lo que quería. e.El propósito del pintor, decía, es simplemente reproducir en otras mentes la impresión que una escena ha causado en él. Una obra de arte n