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Section 1: Introduction
La vasta región que se extiende del río Mississippi al Océano Pacífico es uno de los paisajes más extraordinarios de la Tierra. Llegan turistas de todo el mundo para ver sus montañas, cañones, desiertos y llanuras.
Para los colonos americanos del otro lado del río Mississippi, estas enormes extensiones de praderas, montañas y desiertos era el Oeste. A pesar de toda su belleza, el Oeste era un entorno desafiante. Considera los nombres que los colonos pusieron a sus distintas características 1
físicas. ¿En qué otra parte de los Estados Unidos se puede encontrar una cadena de montañas llamada the Crazies, un ardiente desierto llamado Death Valley, un cañón color rojo sangre llamado Flaming Gorge o un río bravo llamado el River of No Return? A pesar de sus desafíos geográficos, el Oeste nunca estuvo desocupado. Quizá hasta tres millones de indios americanos lo habitaban antes de la llegada de los europeos. Estos primeros habitantes del oeste eran mucho más diversos en lengua y cultura que los europeos que reivindicaban sus tierras. Sin embargo, para la mayoría de los americanos a principios de los años 1800, el Oeste era en su mayor parte un mapa en blanco. Para 1850 se había convertido en la tierra de la oportunidad. El Oeste contaba con espacios abiertos y gran riqueza en madera para construcción, oro, plata y otros recursos. Se convirtió en un imán para inmigrantes y habitantes del este que buscaban hacer vida nueva. Y a medida que los americanos emprendieron su viaje hacia el oeste, crearon nuevos mercados para los comerciantes del este. Con el paso del tiempo, el Oeste cambió la economía y la política del país. También creó un folclore del “individualismo rudo” que ha llegado a ser un elemento duradero de la cultura americana. El periodista Horace Greeley captó el creciente entusiasmo por “ir al oeste” cuando escribió: “Si no tienes familiares o amigos que te ayuden y te faltan posibilidades, ... vuelve la vista al gran Oeste, y construye allí un hogar y una fortuna”. En este capítulo aprenderás sobre ocho grupos de personas que volvieron la vista al oeste durante la primera mitad de los años 1800. Aprenderás sobre los motivos por los que salieron para el Oeste, las dificultades que enfrentaron y los legados que dejaron. Section 2: The Explorers
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Click to read caption A principios de los años 1800, varias expediciones salieron de los Estados Unidos para explorar el Oeste. La más famosa fue la Expedición de Lewis y Clark, que se realizó por orden del presidente Thomas Jefferson. El principal motivo de la expedición era establecer contacto amistoso con tribus de indios a las que pudiera interesar el comercio. Un segundo motivo era encontrar el “Pasaje del Noroeste”, una ruta fluvial a través de Norteamérica que los exploradores llevaban buscando desde que Colón llegó a las Américas. Con la compra de Luisiana a Francia en 1803, la expedición ganó un tercer motivo—enterarse de qué exactamente había comprado los Estados Unidos. Río arriba por el río Missouri En mayo de 1804 la expedición de 45 integrantes salió de St. Louis, Missouri, en tres barcos. Dirigían la expedición el secretario privado de Jefferson, Meriwether Lewis, y su amigo, William Clark. Sus miembros incluían a soldados, hombres de la frontera y un esclavo afroamericano llamado York, quien trabajaba para Clark. El viaje les resultó difícil desde el primer día. Remar río arriba contra la fuerte corriente del río Missouri dejó a los exploradores con las manos llenas de ampollas y los músculos adoloridos. Los mosquitos se dieron un festín con sus caras quemadas por el sol. Para el verano los exploradores habían llegado al territorio de los indios. La mayoría de los indios americanos dieron la bienvenida a los forasteros, y York fascinó a los indios. Nunca antes habían visto un hombre negro. Una y otra vez, Clark escribió en su diario, York permitió 3
que le frotaran la piel con un dedo mojado para demostrar “que no era un hombre blanco pintado”. Los exploradores acamparon para el invierno cerca de un pueblo mandan en el actual estado de Dakota del Norte. Allí se les unió un cazador de pieles francés con su esposa de 16 años de edad, una shoshone llamada Sacagawea, y su bebé. De niña, Sacagawea había sido secuestrada de su tribu por otra tribu india. Lewis y Clark esperaban que ella les sirviera de intérprete cuando llegaran al territorio de los shoshone. Ida y vuelta al Pacífico En la primavera de 1805 los exploradores salieron de nuevo. A medida que remontaban el Missouri, rápidos y cascadas los retrasaban. Cuando transportaban sus lanchas por tierra rodeando estos obstáculos, las espinas de los nopales les atravesaban los pies. Mientras tanto, los osos pardos asaltaban sus campamentos. La caza escaseaba. Para finales del verano, los exploradores podían ver las Montañas Rocosas que se alzaban delante de ellos. Para cruzar las montañas antes de que las primeras nevadas del invierno cerraran los pasos altos, tendrían que obtener caballos—y pronto. Afortunadamente, la expedición había llegado a la tierra donde Sacagawea había pasado su niñez. Un día se les acercó un grupo de indios. Para gran alegría de Sacagawea, resultaron ser shoshone. Al saber que su hermano era ahora un jefe shoshone, Sacagawea lo convenció para que les proporcionara a los exploradores los caballos que tan urgentemente necesitaban. Los exploradores lograron cruzar las Rocosas, pero llegaron al otro lado más muertos que vivos. Los nez percé, un pueblo indio que habitaba el Noroeste Pacífico, los salvó de morir de hambre. Agradecido, Lewis escribió en su diario que los nez percé “son el pueblo más hospitalario, honesto y sincero con el que nos hemos encontrado en nuestro viaje.” Cuando se acercaba el invierno, los exploradores llegaron a su destino final: el Océano Pacífico. Clark marcó el evento al grabar en un árbol, “William Clark 3 de diciembre de 1805 por tierra desde los E. Unidos.” El legado de los exploradores Después de un invierno lluvioso y hambriento en Oregon, los exploradores salieron para su ciudad. En septiembre de 1806, dos años y cuatro meses después de su salida, regresaron a St. Louis. Lewis le escribió con orgullo a Jefferson: “Obedeciendo nuestras órdenes, hemos penetrado en el continente de Norteamérica hasta el Océano Pacífico”. Lewis y Clark tenían sobrados motivos para enorgullecerse. No habían encontrado el Pasaje del Noroeste, pues no existía. Pero sí habían viajado unas 8,000 millas. Habían trazado una ruta al Pacífico. Habían establecido buenas relaciones con indios del oeste. Sobre todo, habían traído información de valor inestimable sobre el Oeste y sus habitantes. Otros exploradores aumentaron este legado y ayudaron a preparar el terreno para la colonización del Oeste. En 1806, el mismo año en que Lewis y Clark volvieron a St. Louis, 4
Zebulon Pike, un teniente del ejército de 26 años de edad, salió para explorar la parte sur del nuevo Territorio de Luisiana. Pike y su partida viajaron por el valle del río Arkansas hasta el actual estado de Colorado. Allí Pike vio la montaña que hoy en día se llama Pikes Peak. Pike pasó a explorar territorio español a lo largo del río Grande y el río Rojo. Sus informes de la riqueza de las ciudades españolas atrajeron a muchos comerciantes americanos al Suroeste. Sin embargo, a Pike no le convenció el paisaje. Le llamó al Oeste el “Gran Desierto Americano.” Otro célebre explorador, John C. Frémont, ayudó a corregir esta imagen. Apodado “el Explorador”, Frémont trazó el mapa de gran parte del territorio entre el río Mississippi y el Océano Pacífico durante la década de 1840. Sus elogiosas descripciones de una “tierra de abundancia” inspiraron a muchas familias a probar suerte en el Oeste. Section 3: The Californios Si Lewis y Clark se hubieran desviado al sur en Oregon después de llegar al Pacífico, habrían descubierto el secreto mejor guardado de España: una tierra inundada de sol llamada California. Las misiones de California En 1769 un misionero español llamado Junípero Serra llevó a un grupo de soldados y sacerdotes desde México en dirección norte hasta California. El objetivo de Serra era convertir a los indios de California al cristianismo. Para ello estableció una cadena de misiones que con el tiempo se extendieron desde San Diego hasta justo al norte de San Francisco. Cada misión controlaba enormes extensiones de tierra, así como también a los indios que las trabajaban. Aunque los misioneros tenían buenas intenciones, las misiones les resultaron mortales a los nativos californianos. A veces se trataba con dureza a los indios, y miles murieron de enfermedades traídas a California por los recién llegados. Los colonos siguieron a los misioneros a California. Guadalupe Vallejo escribió, “Nosotros éramos los pioneros de la Costa del Pacífico, construyendo pueblos y misiones mientras George Washington hacía la guerra de la Revolución.” Para recompensar a los soldados y atraer colonos, los españoles iniciaron la práctica de hacer grandes concesiones de tierras. Cuando México logró su independencia en 1821, California quedó bajo el dominio mexicano. En 1833 el gobierno mexicano cerró las misiones. Se suponía que la mitad de las tierras de las misiones se destinaban a los indios. Sin embargo, México estableció su propio sistema de concesiones de tierras en el Suroeste y entregó la mayor parte de las tierras de las misiones a soldados y colonos. Al típico californiano hispanoparlante, o californio, se le otorgó un rancho de 50,000 acres o más. La vida de los ranchos La vida de los ranchos combinaba el trabajo duro con alguna que otra fiesta, o reunión social. La mayoría de las familias vivían en sencillas casas de adobe con piso 5
de tierra. Los californios producían casi todo lo que necesitaban en casa. Criados indios realizaban gran parte del trabajo. Los ranchos eran tan enormes que los vecinos vivían a un día de distancia unos de otros como mínimo. Por lo tanto, los forasteros siempre eran bienvenidos por las noticias que traían del mundo exterior. Durante las bodas y fiestas, los californios celebraban con canciones, bailes y brillantes demostraciones de manejo de caballos. Durante la década de 1830, la cría de reses se convirtió en la industria más importante de California. El ganado proporcionaba cuero y sebo (grasa de res) que podían cambiarse por mercancías importadas que llegaban en barco. Entre las mercancías que un marino americano llamado Richard Henry Dana llevaba a California en su barco mercante había té, café, azúcar, especias, pasas, melaza, artículos de ferretería, loza, artículos de hojalata, cubiertos, ropa, joyas y muebles. Como California estaba tan lejos de la capital en la Ciudad de México, el gobierno mexicano desatendía el territorio. No se pagaba a los soldados, y éstos les quitaban lo que necesitaban para sobrevivir a las personas que se supone que tenían que proteger. A menudo los funcionarios enviados para gobernar California eran torpes y a veces deshonestos. El legado de los californios En 1846 los Estados Unidos capturó California como parte de la guerra con México. Dentro de poco, los californios eran minoría en California. Aun así, los californios dejaron una herencia perdurable. California está llena de nombres geográficos españoles como San Diego, Los Ángeles y San Francisco. Los californios también introdujeron gran parte de los famosos cultivos de California, como uvas, aceitunas y cítricos. Sobre todo, abrieron California al mundo—y dentro de poco el mundo entró a toda prisa. Section 4: The Mountain Men La expedición de Lewis y Clark despertó nuevo interés en una industria antigua, el comercio de pieles. Inspirados por los informes de los exploradores de haber encontrado castores en las Rocosas, Manuel Lisa, un comerciante español, siguió su ruta al oeste. En 1807 Lisa remontó el río Missouri al frente de un grupo de 42 cazadores de pieles. El año siguiente llevó a 350 tramperos hasta las Rocosas. Durante los 30 años siguientes, los tramperos cruzaron el oeste de un lado a otro en busca de valiosas pieles. La vida de los tramperos Los tramperos, también llamados montañeses, llevaban una vida dura y con frecuencia morían jóvenes. Durante la primavera y el otoño, colocaban sus trampas en arroyos helados. En julio viajaban a puestos comerciales para cambiar pieles por provisiones o se reunían para un rendez-vous, o encuentro, anual.
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Puede que los rendez-vous fueran divertidos, pero las vidas de los tramperos estaban llenas de peligros. Los atacaban ladrones de pieles, indios, lobos y osos. El montañés Hugh Glass sufrió un ataque de una osa madre que tiró trozos de su carne a sus cachorros hambrientos antes de que lo rescataran sus amigos. Los accidentes eran comunes también. Con frecuencia un solo paso mal dado en una montaña o unos rápidos de velocidad mal calculada significaban la muerte súbita. Las enfermedades también se cobraban numerosas víctimas. Cuando un hombre pidió noticias de una partida de tramperos, se enteró de que “algunos habían muerto por enfermedades prolongadas y otros por la mortal bala de rifle o flecha.” De 116 hombres, escribió, “no quedaron con vida más de dieciséis.” Libertad y aventura Los tramperos afrontaban los peligros de este estilo de vida por la libertad y aventuras que ofrecía. Un buen ejemplo es Jim Beckwourth, un afroamericano de Virginia que se convirtió en cazador de pieles y explorador. Mientras cazaba castores en las Rocosas, Beckwourth fue capturado por indios crow. Según Beckwourth, una anciana lo identificó como su hijo desaparecido desde hacía mucho tiempo, y fue adoptado por la tribu. “¿Qué podía hacer?” escribió después. “Aunque negara mi origen crow, no me creerían.” Beckwourth vivió con los crow durante seis años y llegó a ser jefe. Cuando dejó la tribu durante la década de 1830, el comercio de pieles estaba en declive. Sin embargo, como otros montañeses, Beckwourth continuó su vida aventurera como guía, explorador para el ejército y comerciante. En 1850 descubrió el paso más bajo de la Sierra Nevada, que hoy día se conoce como Beckwourth Pass. El legado de los montañeses En su búsqueda de pieles, los montañeses exploraron la mayor parte del Oeste. Las rutas que abrieron a través de las montañas y desiertos pasaron a ser los 7
caminos de Oregon y California. Sus puestos comerciales se convirtieron en centros de aprovisionamiento para los colonos que seguían estos caminos hacia el oeste. Un sorprendente número de montañeses dejaron otro tipo de legado: sus diarios personales. Sus historias todavía tienen la capacidad de hacernos reír y llorar—y preguntarnos cómo vivieron el tiempo suficiente para contar sus historias.
Section 5: Los Misioneros Desde que Lewis y Clark aparecieron entre ellos, los nez percé se habían mostrado amistosos con los americanos. En 1831 tres nez percé viajaron a St. Louis para aprender más sobre las costumbres de los blancos. Allí los nez percé pidieron que alguien fuera al oeste a enseñarle a su pueblo los secretos del “Libro Negro”, o la Biblia. Varios misioneros respondieron a ese llamado. Los más conocidos fueron Marcus y Narcissa Whitman y Henry y Eliza Spalding. En 1836 las dos parejas viajaron hacia el oeste desde St. Louis por el Camino de Oregon. Fue un viaje difícil. Narcissa describió las Rocosas como “las montañas más terribles por lo empinado”. Aun así, los misioneros llegaron a Oregon sin ningún percance, así demostrando que las mujeres podían resistir el viaje al oeste. Un comienzo difícil Al llegar a Oregon, el grupo se dividió. Los Spalding se fueron a trabajar con los nez percé. Los Whitman trabajaron entre una tribu vecina, los cayuse. Ninguna de las parejas sabía mucho sobre los pueblos a los que esperaban convertir. El resultado fue un comienzo difícil. Después de tres años, los Spalding finalmente lograron sus primeros conversos. En 1839 Henry bautizó a dos jefes nez percé. Un año después, uno de los jefes hizo bautizar a su hijo pequeño también. El niño llegaría a ser el líder mejor conocido como el jefe Joseph. Aprenderás más sobre él en un capítulo posterior. Los Whitman tuvieron menos éxito. A los cayuse les interesaban mucho más las armas y herramientas de los blancos que su religión. La pareja también ofendió a los cayuse. Se negaron a pagar por la tierra que tomaron para su misión o a ofrecerles regalos a sus visitas, como era costumbre entre los indios. No se convirtió a la nueva fe ni un solo cayuse.
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Click to read caption Un paraíso de pioneros Marcus Whitman tuvo mucho más éxito en la conversión de los americanos a la creencia de que Oregon era un paraíso de pioneros. “No me preocupa tanto lo que le pueda pasar a cualquier grupo dado de indios”, escribió. “Nuestro mayor cometido es... ayudar a la colonización blanca de este territorio y ayudar a fundar sus instituciones religiosas”. En 1842 Marcus viajó a caballo hacia el este. Por el camino instó a los americanos a que se establecieran en Oregon. A su regreso, guió a un gran grupo de colonos por el Camino de Oregon. Pronto siguieron más colonos. “Los pobres indios están asombrados por el número abrumante de americanos que llegan al territorio”, observó Narcissa. “Parece que no saben qué pensar”. En 1847 el sarampión llegó al oeste con los colonos y se extendió por la misión de los Whitman. Marcus cuidó a los enfermos lo mejor que pudo. Los cayuse notaron que los blancos generalmente se recuperaban, mientras que su propia gente moría. Se hizo correr rumores de que los Whitman les daban píldoras mortales a los indios. Indios cayuse atacaron la misión, matando a ambos Marcus y Narcissa. El legado de los misioneros Como los sacerdotes españoles en California, los predicadores americanos en Oregon esperaban que su legado fuera grandes números de indios cristianos. De hecho, relativamente pocos indios se hicieron cristianos. Sin embargo, muchos murieron por enfermedades que llegaron al oeste con los misioneros. El verdadero legado de los misioneros fue abrir el Oeste a la colonización. En California, Oregon y otros territorios, los colonos siguieron los pasos de los misioneros. Section 6: Los mujeres pioneras Las mujeres pioneras compartieron los peligros y el trabajo de colonizar el Oeste. La mayoría de estas mujeres eran esposas y madres de familia, pero algunas eran solteras en busca de 9
concesiones de tierras, un esposo u otras nuevas oportunidades. Las mujeres pioneras no sólo ayudaron a determinar el futuro del Oeste, sino que también lograron un nuevo estatus para sí mismas y para las mujeres de todo los Estados Unidos.
Click to read caption En el camino Entre 1840 y 1869, cerca de 350,000 personas viajaron al oeste en carromatos. La mayoría de los pioneros que iban rumbo al oeste se reunían cada primavera cerca de Independence, Missouri. Allí se formaban columnas de carromatos llamadas caravanas de carromatos. El viaje al oeste duraba entre cuatro y seis meses y abarcaba unas 2,000 millas. Había tan poco espacio en los carromatos que los pioneros tenían a dejar atrás la mayoría de las comodidades del hogar. Cuando el camino se empinaba, a menudo se veían obligados a tirar los pocos tesoros que habían podido traer consigo. El Camino de Oregon estaba lleno de muebles, loza, libros y otros objetos preciados. Se esperaba que las mujeres realizaran las labores que habían hecho en casa además de viajar entre 15 y 20 millas diarias. Cocinaban, lavaban la ropa y cuidaban a los niños. Las “comidas sobre ruedas” eran sencillas. “Casi la única alternativa que tenemos al pan con tocino es el tocino con pan”, escribió Helen Carpenter . El penoso trabajo diario agotaba a muchas mujeres. Lavinia Porter recordó, “Yo hacía un valiente esfuerzo por mostrarme alegre y paciente hasta que se acababa el trabajo del campamento. Entonces adelantándome a la yunta y a los hombres, cuando me parecía que 10
estaba fuera del alcance del oído, me tiraba al suelo del hostil desierto y soltaba los sollozos y las lágrimas como una niña ”. Peligros del camino El número de muertos en el camino era elevado. Las enfermedades cobraban la mayor parte de las víctimas. Los accidentes eran muy frecuentes también. La gente se ahogaba al cruzar ríos. Los ataques de indios eran poco frecuentes, pero la posibilidad de que éstos se produjeran aumentaba la sensación de peligro. Para el final del viaje, cada mujer tenía una historia que contar. Algunas habían visto estampidas de búfalos e incendios en las praderas de las Grandes Llanuras. Otras por poco habían muerto congeladas en las montañas o de sed en los desiertos. Pero la mayoría sobrevivieron para construir una nueva vida en el Oeste. Un grupo de mujeres pioneras— afroamericanas escapadas de estados esclavistas o llevadas al Oeste por sus amos— enfrentaban un peligro único. Aunque la esclavitud estaba prohibida en la mayor parte del Oeste, con frecuencia cazadores de recompensas lograban dar con los fugitivos. No obstante, para algunas afroamericanas el viaje al oeste traía la libertad. Por ejemplo, cuando el amo de Biddy Mason intentó llevarla de California (un estado libre) a Texas, Mason lo demandó por su libertad y ganó. Se trasladó a Los Ángeles, donde llegó a ser una conocida pionera y líder comunitaria. El legado de las mujeres pioneras El viaje al oeste cambiaba a las pioneras. Las adversidades del camino ponían de manifiesto virtudes y capacidades que desconocían en sí. “Sentí una secreta alegría,” declaró una pionera de Oregon, “al tener la capacidad para poner las cosas en movimiento.” Y las mujeres sí ponían las cosas en movimiento. Dondequiera que se establecían, pronto florecían escuelas, iglesias, sociedades literarias y grupos caritativos. Por ejemplo, Annie Bidwell dejó un legado notable. Cuando Annie se casó con John Bidwell, se trasladó a su rancho en la actual ciudad de Chico, California. Allí enseñó costura a las indias locales y ayudó a los hijos de éstas a aprender a leer y escribir inglés. Annie convenció a John de que dejara de beber—él cerró la taberna que había formado parte de su casa—y fomentó la construcción de la primera iglesia de Chico. Annie tomaba parte activa en otras causas también, incluyendo el movimiento para obtener para las mujeres un derecho que se les había negado en el Este desde hacía mucho: el derecho al voto. El Territorio de Wyoming tomó la delantera al conceder el derecho al voto a las mujeres en 1869. Para 1900, 20 años completos antes de que las mujeres de todo el país lograran el derecho al voto, las mujeres ya votaban en cuatro estados del oeste. La libertad y sensación de igualdad disfrutadas por las mujeres del Oeste ayudaron a preparar el terreno para un trato más equitativo de las mujeres en todo Estados Unidos. Éste, tal vez, fue el mayor legado de las mujeres pioneras. 11
Section 7: Los mormones En 1846 una caravana de carromatos formada de pioneros se dirigió al oeste en busca de un nuevo hogar. Al mirar desde arriba la brillante superficie del Gran Lago Salado del actual estado de Utah, su líder, Brigham Young, declaró, “¡Éste es el lugar!” No era un sitio prometedor. Un pionero describió el valle como una “llanura ancha y estéril... abrasándose bajo los rayos del sol de verano.” Una mujer escribió, “Débil y cansada como estoy, preferiría seguir mil millas más que quedarme.” Pero éste era uno de los atractivos del valle. Nadie más quería el lugar que Brigham Young reclamó para sus seguidores, los mormones. Un grupo perseguido Los mormones eran miembros de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Joseph Smith había fundado esta Iglesia en Nueva York en 1830. Smith enseñaba que había recibido un libro sagrado, El libro de mormón, de un ángel. Creía que su cometido era fundar una comunidad de creyentes que sirvieran fielmente a Dios. Los seguidores de Smith vivían en comunidades unidas, trabajando duro y compartiendo sus bienes. Sin embargo, dondequiera que se establecían—primero en Nueva York, después en Ohio, Missouri e Illinois—los perseguían sus vecinos. Muchas personas se sentían ofendidas por las enseñanzas de los mormones, especialmente su aceptación de la poligamia—la práctica de tener más de una esposa. A otras personas les molestaban el rápido aumento de poder y riqueza de los mormones. En 1844 el resentimiento se convirtió en violencia cuando una turba mató a Joseph Smith en Illinois. Después de la muerte de Smith, Brigham Young asumió el liderazgo de los mormones. Young decidió trasladar a su comunidad a Utah. Allí posiblemente se dejaría en paz a los mormones para que pudieran practicar su fe. Al oeste hasta Utah Young resultó ser un líder tan práctico como devoto. “Es bueno rezar”, dijo, “pero cuando se necesitan papas al horno y budín y leche, la oración no puede sustituirlos.” Young planeó cuidadosamente cada detalle de la caminata a Utah. Los pioneros a los que guió al oeste se detuvieron por el camino para construir refugios y plantar cultivos para los que vendrían después. Incluso con esta planificación, el viaje resultó difícil. “Dentro de poco se nos hacía raro”, escribió un mormón, “dejar un campamento sin enterrar a una o más personas”.
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Cuando llegó al Gran Lago Salado, Young trazó su primer asentamiento, Salt Lake City. Cuando Young murió en 1877, Utah contaba con 125,000 mormones residentes en 500 asentamientos. Para sobrevivir en este territorio árido, los mormones tuvieron que aprender nuevos métodos de cultivo. Construyeron presas, canales y acequias de irrigación para llevar agua preciosa desde los arroyos de la montaña hasta sus granjas en el valle. Con esta agua hicieron florecer al desierto. El legado de los mormones Los mormones fueron los primeros americanos en colonizar la Gran Cuenca. Fueron los primeros en usar los métodos de cultivo adoptados por los colonos posteriores de esta árida región. También ayudaron a otros colonos a llegar al oeste. Salt Lake City pronto se convirtió en una parada importante para los viajeros necesitados de alimentos y provisiones. Sin embargo, para los mormones su mayor legado fue la fe que plantaron tan firmemente en el desierto de Utah. Desde su centro en Salt Lake City, la iglesia mormona se ha convertido en una religión mundial con más de 11 millones de miembros. Section 8: Los del Cuarenta y Nueve En 1848 el carpintero James Marshall estaba construyendo un aserradero en el río Americano en el norte de California. De repente vio algo que brillaba en el agua. “Alargué la mano y lo agarré,” escribió más tarde. “Me dio un vuelco el corazón, porque estaba seguro de que era oro.” Cuando se filtró la noticia del descubrimiento de Marshall, gente de toda California lo dejó todo para ir corriendo a los yacimientos de oro. “Todos se dirigían a las minas,” escribió un clérigo, “algunos a caballo, otros en carretas y otros con muletas.” El mundo llega corriendo Para 1849, decenas de miles de buscadores de oro de todo el mundo se habían unido a la fiebre del oro de California. Cerca de dos tercios de los del cuarenta y nueve eran americanos. El motivo de la fortuna también atrajo colonos de México, Sudamérica, Europa, Australia y hasta China. El primer desafío de los del cuarenta y nueve era simplemente el llegar a California. Desde China y Australia, tenían que afrontar la tormentosa travesía del Océano Pacífico. Desde el Este, muchos viajaban en barco hasta Panamá en Centroamérica, atravesaban peligrosas selvas hasta llegar al lado del Pacífico, y se embarcaban rumbo a San Francisco, más al norte. Otros hacían el arduo viaje por tierra. La mayoría de los del cuarenta y nueve eran jóvenes, y casi todos eran hombres. Cuando Luzena Wilson llegó a Sacramento con su familia, un minero le ofreció $5 por sus bollos, sólo 13
por comer “pan hecho por una mujer.” Cuando ella dudó, él dobló su oferta. “Las mujeres eran escasas en aquellos tiempos,” escribió Wilson. “Viví seis meses en Sacramento y sólo vi a dos.” Section 9: Los Chinos Gam Saan, o “Montaña de Oro” era lo que los habitantes de China llamaban a California en 1848. A los campesinos chinos pobres y hambrientos Gam Saan les parecía un paraíso. Allí, se les decía, “Ustedes tendrán sueldos magníficos, casas grandes y comida y ropa de las características más finas... el dinero es abundante.” Para 1852 más de 20,000 chinos se habían aventurado a cruzar el Pacífico hasta California. Ese año uno de cada diez habitantes de California era chino. Una bienvenida incierta Al principio, los chinos recibieron una bienvenida cordial. Lai-ChunChuen, uno de los primeros inmigrantes, observó que éstos “eran recibidos como huéspedes” y “acogidos con bondad.” En 1852 el gobernador de California elogió a los inmigrantes chinos como “una de las clases más dignas de nuestros ciudadanos recién adoptados.” Sin embargo, a medida que la extracción de oro se hizo más difícil, las actitudes para con los inmigrantes comenzaron a cambiar. Un minero de Chile se quejó: “El yanqui consideraba a todo hombre salvo... un americano como un intruso que no tenía ningún derecho a venir a California y recoger el oro.” También los chinos se veían amenazados. Los mineros americanos hicieron intervenir al gobierno para expulsar a los extranjeros de los yacimientos de oro. En 1852 la legislatura del estado aprobó una ley que requería que los mineros extranjeros pagaran una tarifa mensual por una licencia para extraer oro. Cuando los recaudadores de impuestos llegaron a los campamentos, la mayoría de los extranjeros se fueron. Un viajero los vio “desperdigados por los caminos en todas direcciones,” como refugiados que huyen ante un ejército invasor.
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Los chinos se quedan Sin embargo, los chinos pagaron el impuesto y se quedaron. Cuando el impuesto a los mineros no expulsó a los chinos, los americanos trataron de obligarlos a irse. Los blancos les cortaron las largas queues, o trenzas, que usaban los chinos varones. Quemaron las chozas de los mineros chinos. Después de los incendios hubo golpizas. Inmigrantes chinos desanimados dejaron las minas para abrir restaurantes, lavanderías y tiendas en las crecientes ciudades de California. “Los mejores sitios para comer de San Francisco”, escribió un minero, eran los abiertos por los chinos. Se establecieron tantos chinos en San Francisco que los periódicos locales llamaron Chinatown a su barrio. Hoy en día el Chinatown de San Francisco sigue siendo la comunidad china más antigua y más grande de los Estados Unidos. Otros chinos emplearon sus habilidades agrícolas en el fértil Valle Central de California. Drenaron pantanos y cavaron acequias de irrigación para regar los campos áridos. Con el paso del tiempo, ayudarían a transformar a California en la canasta de frutas y ensaladera de América. El legado de los inmigrantes chinos La mayoría de los chinos que llegaron a California en busca de oro esperaban regresar ricos a China. Unos cuantos lo lograron. Sin embargo, la mayoría se quedó en los Estados Unidos. A pesar del constante prejuicio en su contra, su duro trabajo, su energía y sus habilidades beneficiaron enormemente a California y otros estados del oeste. “En la minería y la agricultura, en las fábricas y en el trabajo de California en general”, observó un escritor en 1876, “se ha demostrado que el empleo de los chinos es de lo más deseable”. Los chinos no sólo ayudaron a construir el Oeste, sino que también lo hicieron un lugar más interesante para vivir. Dondequiera se establecieron, los inmigrantes chinos trajeron consigo las artes, los sabores, los aromas y los sonidos de una de las culturas más antiguas y más ricas del mundo.
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