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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES -Sede académica Argentina- PROGRAMA DE DOCTORADO EN CIENCIAS SOCIALES En cotutela con: UNIVERSITE SOR

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FACULTAD LATINOAMERICANA DE CIENCIAS SOCIALES -Sede académica Argentina-

PROGRAMA DE DOCTORADO EN CIENCIAS SOCIALES

En cotutela con:

UNIVERSITE SORBONNE – PARIS IV -École Doctorale V: “Concepts et Langages”-

DOCTORAT EN SCIENCES SOCIALES

Título de la Tesis:

Agricultura transgénica: modos de producción y uso del conocimiento científico. Ciencia, Estado e Industria en los cultivos transgénicos en la Argentina.

Autor: Mg. Pablo Ariel Pellegrini Director: Dr. Pablo Kreimer

2011

Resumen Los cultivos transgénicos constituyen uno de los desarrollos científico-tecnológicos con mayor repercusión en la actualidad. En la Argentina, su uso en la agricultura desde 1996 es masivo, y hay numerosas empresas y centros públicos de investigación desarrollando o utilizando cultivos transgénicos. También hay organismos encargados de su regulación y controversias respecto a su uso. Los transgénicos movilizan distinto tipo de actitudes y posiciones, pues suponen un cruce entre el conocimiento científico y un espacio tradicional como la agricultura. Esta tesis busca dilucidar los modos en que la producción y utilización del conocimiento científico en transgénesis vegetal en la Argentina se vinculan con el desarrollo que opera a nivel internacional en dicha área. Para ello, se realiza un trabajo empírico que busca explicar cómo se fue desarrollando la producción y utilización de conocimientos científicos vinculados a la biotecnología vegetal. Indagando a los distintos sectores involucrados (empresas privadas, centros públicos de investigación, organismos estatales de regulación, ONGs, productores agropecuarios) y a partir de fuentes documentales se propone reconstruir el escenario actual de la agricultura transgénica en el país, mediante un análisis inscripto en la sociología de la ciencia. En algunos aspectos, sobre todo en lo que se relaciona con la controversia pública sobre los transgénicos, se llevan a cabo comparaciones con la situación en otros países, en particular con Brasil y Francia. En líneas generales, la tesis apunta a describir los procesos singulares que adoptó la transgénesis vegetal en la Argentina, pero dando cuenta, a la vez, de fenómenos sociales más amplios en los que dicho desarrollo científico-tecnológico está involucrado.

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Abstract Transgenic crops are one of the scientific-technological developments with the greatest impact in the present. In Argentina, its use in agriculture is massive since 1996, and there are numerous enterprises and public research centres developing or using transgenic crops. There are also organizations in charge of its regulation, and controversies about its use. Transgenic crops mobilize different sort of attitudes and stands, as they imply a cross between scientific knowledge and a traditional space as agriculture. This thesis seeks to elucidate the ways in which scientific knowledge production and utilisation in vegetal transgenesis in Argentina, relates with the developing at the international level in the area. For that purpose, an empirical work it’s realize searching to explain how it was developed the scientific knowledge production and utilisation related with vegetal biotechnology. A reconstruction of the actual scenario of transgenic agriculture in the country is proposed, through an analysis from the sociology of science, inquiring the different sectors involved (private enterprises, public research centres, state regulatory organisms, NGOs, farmers) and through documentary sources. In some aspects, mainly in what is related to the public controversies about transgenic crops, comparisons with the situation in other countries are carried on, in particular with Brazil and France. Overall, the thesis aims to describe the singular process that vegetal transgenesis adopted in Argentina, but considering, at the same time, broader social phenomena in which this scientific-technological development is involved.

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Résumé Les

cultures

transgéniques

constituent l’un

des

développements

scientifico-

technologiques de plus grand impact dans l’actualité. En Argentine, leur utilisation dans l’agriculture depuis 1996 est massive, et il y a plusieurs entreprises et centres publics de recherche qui développent ou utilisent des cultures transgéniques. Il y a aussi des organismes chargés de leur régulation et des controverses vis-à-vis de leur utilisation. Les transgéniques mobilisent différentes attitudes et positions puisqu’ils supposent un croisement entre les savoirs scientifiques et un espace traditionnel comme l’agriculture. Cette thèse cherche à élucider les modes dans lesquels la production et l’utilisation du savoir scientifique en transgénèse végétale en Argentine sont liés au développement qui opère à échelle internationale dans ce domaine. Pour cela, on réalise un travail empirique qui cherche à expliquer comment la production et l’utilisation de savoirs scientifiques liés à la biotechnologie végétale se sont développées. En fouinant les différents secteurs impliqués (entreprises privées, centres publics de recherche, organismes de régulation de l’Etat, ONGs, producteurs agricoles) et à partir de sources documentaires, elle se propose de reconstruire la scène actuelle de la agriculture transgénique dans le pays, à travers une analyse qui s’inscrit dans la sociologie de la science. Dans quelques aspects, surtout en ce qui est lié à la controverse publique sur les transgéniques, on établit des comparaisons avec la situation dans d’autres pays, particulièrement au Brésil et en France. En termes généraux, la thèse vise à décrire les procès singuliers que la transgénèse végétale a adoptés en Argentine, mais en montrant à la fois de larges phénomènes sociaux dans lesquels s’insère ce développement scientifico-technologique.

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Agradecimientos Lo que he aprendido y crecido durante esta tesis, se debe a la colaboración y el apoyo de muchas personas e instituciones, con quienes tengo una deuda que rebalsa los márgenes de estos agradecimientos. Algunos nombres, sin embargo, han incidido tanto que no quiero dejar de mencionarlos. En primer lugar, agradezco a Pablo Kreimer por haberme recibido hace ya varios años, cuando me acerqué con más ganas que conocimientos al campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, y desde entonces, por alguna razón, me ayudó a encontrar las herramientas para defenderme en este campo. También a Terry Shinn, quien al poco tiempo de conocerme empezó a confiar en mí, y a darme fuerzas y desplegar oportunidades para que pueda desarrollarme. Aportes indudables y cotidianos recibí del grupo de estudios sociohistóricos de la ciencia de la Universidad Nacional de Quilmes: Juan Pablo Zabala, Lucía Romero, Luciano Levin, Gabriel Matharan, Victoria Ugartemenía, Adriana Feld, Marina Rieznik, José Buschini, Federico Briozzo, Paula Bilder, Manuel González y Bárbara Tagliaferro. En las discusiones e intercambios que compartí con ellos se fue forjando un análisis crítico mordaz que, para bien o para mal, ya forma parte de mí. También agradezco a Leonardo Vaccarezza y a Hernán Thomas, por brindarme una cálida colaboración cada vez que lo necesité. Con los compañeros del Instituto de Estudios sobre la Ciencia y la Tecnología he compartido charlas que también me han servido mucho: a Mariano Fressoli, Guillermo Santos, Facundo Picabea, Mariana di Bello, Santiago Garrido, Ariel Vercelli y Alberto Lalouf, mi agradecimiento por ello. Mis padres, estando cerca o lejos, me han dado un apoyo magnífico sin el cual hubiera sido difícil llevar a cabo esta aventura. Aún más: me han llenado con deseo y palabras que estuvieron en mí desde mucho antes de esta tesis, y que seguirán estando después. Sobre todo, agradezco a Flavia por haberme abrigado con su amor. Por haberme acompañado a través de océanos y tierras lejanas, cuando yo era poco más que un advenedizo cazador persiguiendo por doquier una fiera misteriosa que, de a poco, iba tomando la forma de una tesis. Incluso en los extraños momentos que se presentan en la vida de un tesista, cuando la realidad parece ser algo de dudosa existencia que persiste más allá de la Tesis, ella estuvo ahí para acercarme su incondicional cariño. A todos ellos, todas las gracias. 5

ÍNDICE

Presentación…………………………………………………………………….. De qué hablamos cuando hablamos de biotecnología……………….............. Abordaje metodológico………………………………………….................... Naturaleza de esta investigación y estrategias de recolección de datos…. Estructura de la tesis…………………………………………….....................

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Introducción: Biotecnología y sociedad………………………………..……… Esencialismos………………………………………………………………... La naturaleza como problema…………………………………………… Distopías intelectuales…………………………………………………… La sociedad del riesgo…………………………………………………... La biotecnología desde perspectivas esencialistas……………………… Perspectivas divergentes……………………………………………………. Ciencia, tecnología y sociedad……………………………………………... Determinaciones y contingencias……………………………………….. Ciencia e intereses…………………………………………..................... Sobre el estudio de las relaciones sociales en la biotecnología……………...

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PARTE I: La construcción de los transgénicos 1. Orígenes de la transgénesis vegetal……………………………….................... 1.1. Mejoramiento vegetal………………………………………………………. 1.2. La información genética……………………………………………………. 1.2.1. Genes……………………………………………………................... 1.3. La búsqueda de conocimiento y de utilidad…………………...................... 1.3.1. Los inicios del ADN recombinante………………………………….. 1.4. Atravesando el muro vegetal………………………………………………. 1.4.1. Hacia la primera planta transgénica……………………………….. 1.5. La biotecnología o el vellocino de oro…………………………………….. 1.6. El silencio interior de las plantas…………………………………………... 1.6.1. Reinterpretando la transgénesis…………………………………….. 1.6.2. Herramientas conceptuales: genes y epigenética…………………… 1.7. Intereses entre las plantas: industria y nichos del conocimiento………....... 1.8. Después de la primera planta transgénica…………………………………. 2. Búsquedas y posibilidades en los orígenes de un campo de conocimiento. Primeros pasos de la biotecnología vegetal en la Argentina (1986-1991)….. 2.1. Los comienzos: reinventando trayectorias……………………................... 2.2. Contexto político e institucional………………………………………….. 2.2.1. La “generación de los ‘70”………………………………………… 2.2.2. Políticas de promoción de la biotecnología………………………… 2.2.3. Los espacios de la biología molecular y la investigación agropecuaria………………………………………………………….. 2.3. La papa, un cultivo popular en el laboratorio……………………………… 2.3.1. Del problema social al laboratorio………………………………… 2.3.2. Definiendo las líneas de investigación……………………………..

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2.3.3. Aspectos concretos del trabajo de laboratorio……………………… 2.4. Las primeras plantas transgénicas de Sudamérica……………………….... 2.4.1. Recursos y redes……………………………………………………. 2.4.2. Dominar a los virus………………………………………………… 2.4.3. Aprender a transformar……………………………………………. 2.5. División del trabajo científico dentro del laboratorio…………………….. 2.6. La función del modelo: estandarización del trabajo científico…………… 2.7. Entre la voluntad de poder y las determinaciones materiales…………….. 3. Estabilización y adaptación en un campo de conocimiento. Segunda etapa de la biotecnología vegetal en la Argentina (1991-2010)……...……………. 3.1. Nuevos contextos para la biotecnología…………………........................... 3.1.1. Espacios para la investigación…………………………………….. 3.2. Las semillas y los genes: conflictos y equilibrios entre la agronomía y la genética……………………………………………………………….. 3.3. Proyectos con cultivos transgénicos………………………………………. 3.3.1. Con los virus de la papa…………………………………………… 3.3.2. ¿Qué fue de la papa?......................................................................... 3.3.3. Cambiando de cultivos……………………………………………... 3.3.3.1. Soja transgénica………………………………………………. 3.3.3.2. Maíz resistente al Mal de Río Cuarto…………………………. 3.3.3.3. Transgénesis y herbicidas……………………………………… 3.4. En los márgenes de la transgénesis……………………………………….. 3.4.1. Marcadores moleculares…………………………………………… 3.4.2. La planta como fábrica de proteínas……………………………….. 3.5. Explotando un beneficio de la desconfianza a los transgénicos…………… 3.6. La transgénesis como espacio de producción de conocimiento original….. 3.7. Otros grupos de investigación en biotecnología vegetal………………….. 3.7.1. El Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos………………. 3.7.2. En la Universidad Nacional del Litoral……………………………. 3.8. Menor libertad en un campo estabilizado…………………………………. 3.8.1. Privatización del conocimiento público……………………………. 3.9. ¿Regímenes de conocimiento?.....................................................................

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PARTE II: La mercantilización de los transgénicos 4. El capital y la biotecnología vegetal. Trayectorias y estrategias de innovación en la Argentina…………………………………………………... 4.1. Situación internacional de las empresas de biotecnología vegetal………... 4.2. Empresas multinacionales………………………………………………… 4.2.1. Estrategias de innovación en Monsanto…………………………… 4.3. Un caso particular: una empresa multiplicadora de semillas referente de la biotecnología local………………………………………………….. 4.3.1. Estrategias de innovación en Nidera……………………………… 4.4. El capital nacional en transgénesis vegetal………………………………. 4.4.1. Bio Sidus y su acercamiento a la transgénesis vegetal……………. 4.4.2. Bioceres: los productores agropecuarios y la transgénesis…..…… 4.4.3. Estrategias de innovación en Bioceres……………………………. 4.5. Un caso europeo…………………………………………………………..

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4.5.1. Estrategias de innovación en Biogemma…………………………... 4.5.2. Mudanza de los centros de I+D……………………………………. 4.6. Los científicos y los cultivos: elecciones cognitivas y comerciales………. 4.7. Algunas consideraciones sobre la biotecnología y el capital……………...

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5. La construcción de un orden. Las regulaciones sobre los transgénicos…... 5.1. La primera (auto)regulación de la biotecnología………………………….. 5.2. Biotecnología y patentes………………………………………………….. 5.3. Propiedad intelectual sobre las semillas…………………………………… 5.3.1. Legislación sobre variedades vegetales en la Argentina…………… 5.4. El marco regulatorio de la agrobiotecnología en la Argentina……………. 5.4.1. El entramado de relaciones de actores en la regulación…………… 5.4.2. Cómo se efectúa la regulación……………………………………… 5.5. Intervenciones de la CONABIA…………………………………………... 5.6. Los costos del sistema regulatorio…………………………………………. 5.7. Conflictos y regulaciones………………………………………………….. 5.7.1. El Protocolo de Cartagena…………………………………………. 5.8. La relación entre las controversias y las formas de regulación…………….

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PARTE III: Las controversias sobre los transgénicos 6. De las controversias científicas al problema público……………………….. 6.1. Discusiones sobre la clausura de una controversia………………………... 6.2. Discusiones sobre la percepción pública de la ciencia……………………. 6.2.1. Modelo de déficit cognitivo………………………………………… 6.2.2. Modelos constructivistas……………………………………………. 6.3. Dentro de las controversias científicas……………………………………. 6.3.1. El affair Pusztai…………………………………………………….. 6.3.2. El promotor CaMV35S…………………………………………….. 6.3.3. La mariposa Monarca……………………………………………… 6.3.4. El maíz mexicano…………………………………………………… 6.4. Algunos puntos en común………………………………………………… 6.5. Después de la clausura…………………………………………………….. 6.6. Legitimidad e intereses en la construcción del problema público…………. 6.7. En la construcción del problema público de los transgénicos……………..

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7. Controversias sobre los transgénicos………………………………………… 7.1. Los cultivos transgénicos en Brasil………………………………………... 7.1.1. El rechazo a los transgénicos………………………………………. 7.1.2. Un actor central: el Movimiento Sin Tierra……………………….. 7.1.3. Agroecología……………………………………………………….. 7.1.4. Condicionamientos en la realidad del MST………………………... 7.1.5. Una historia de conflictos con la modernización tecnológica……... 7.1.6. Lucha entre el campesino y la máquina…………………………….. 7.2. Los cultivos transgénicos en Francia……………………………………… 7.2.1. Los agricultores frente a los transgénicos………………………….. 7.2.2. Las empresas de biotecnología en Francia………………………… 7.2.3. Los científicos frente a los riesgos en Francia…………………….. 7.2.4. La metáfora del vino………………………………………………..

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7.2.5. Algunas consideraciones sobre la controversia en Francia……….. 353 7.3. Controversia en la Argentina……………………………………………… 354 7.4. Comparando la estructura agrícola en Francia, Brasil y Argentina……….. 358 Conclusiones…………………………………………………………………... 363 El recorrido de esta tesis…………………………………………………… 363 Aportes conceptuales………………………………………………………. 371 Nuevas preguntas…………………………………………………………... 374

Entrevistas……………………………………………………………………..

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Fuentes documentales…………………………………………………………

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Bibliografía…………………………………………………………………….

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Anexos…………………………………………………………………………. 419 Anexo I. Comparación entre INTA, INGEBI, Nidera y Syngenta………… 420 Anexo II. Mapa de los principales actores en biotecnología vegetal en la Argentina. Sus relaciones institucionales (2010)…………….. 421 Anexo III. Solicitudes de experimentos ante la CONABIA……………….. 422

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ÍNDICE DE GRÁFICOS Y CUADROS Gráfico 1. Evolución de la superficie cultivada con OGMs en la Argentina…. Cuadro 1. Publicaciones realizadas durante el período 1986-1991…………… Cuadro 2. Comparación entre las dos etapas de investigación en biotecnología vegetal en la Argentina..………………………………………….………......... Cuadro 3. Esquema general comparativo entre el campo inicial y el campo estabilizado.……………………………………………………………………. Cuadro 4. Usos de los OGMs según tipo de empresa.………………………... Cuadro 5. Primera conformación de la CONABIA (1991)…………………... Cuadro 6. Conformación de la CONABIA desde 2008……………………… Cuadro 7. Eventos con evaluación favorable de la CONABIA y con permiso de comercialización.…………………………………………………………… Cuadro 8. Características generales del funcionamiento de EFSA, CTNBio y CONABIA.…………………………………………………………………… Cuadro 9. Relación entre la estructura agrícola y la controversia sobre los transgénicos……………………………………………………………………

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ÍNDICE DE ILUSTRACIONES Figura 1. Portada de la revista Cell de abril de 1983.………………………… 77 Figura 2. Esquema con algunas de las vías de silenciamiento génico 88 dentro de la célula vegetal…..……………………………..…........................... Figura 3. Ganancias de Monsanto según área de productos………………….. 229

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Agricultura transgénica: modos de producción y uso del conocimiento científico. Ciencia, Estado e Industria en los cultivos transgénicos en la Argentina.

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La tecnología nos descubre la actitud del hombre ante la naturaleza, el proceso directo de producción de su vida, y, por tanto, de las condiciones de su vida social y de las ideas y representaciones espirituales que de ellas se derivan. Karl Marx

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Presentación Esta tesis está habitada por múltiples intersecciones. Entre el conocimiento científico y el desarrollo industrial; entre la naturaleza y la cultura; entre empresas y movimientos sociales; entre laboratorios y campos de cultivo. Dimensiones en apariencia disímiles encuentran aquí un espacio de articulación. La biotecnología es un ámbito particularmente fértil para estudiar los cruces entre aspectos cognitivos, económicos, políticos y sociales. Se trata, además, de cruces problemáticos: en las plantas genéticamente modificadas se pone en cuestión aquello que es deseable, lo que se considera saludable, e incluso lo que es posible. En efecto, qué se puede hacer con los cultivos es una pregunta que se expande a partir de la transgénesis, y al hacerlo, despierta deseos, conflictos e intereses de todo tipo. El desarrollo de la transgénesis vegetal lleva a una doble reconfiguración: la de las prácticas asociadas a la agricultura y la innovación vegetal, y también la de un conjunto de representaciones sobre los modos de producción y de intervención en la naturaleza. En los cultivos transgénicos se agudiza la tensión entre la dimensión económica y simbólica de la producción agrícola, entre la modernización y la tradición, entre las identidades territoriales y la globalización de los intercambios (Joly y Paradeise, 2003). Hablar de una agricultura transgénica permite poner en evidencia la fusión entre mundos que parecían seguir caminos alejados: el espacio de la ciencia moderna por excelencia, el laboratorio, se ha mezclado con el refugio de lo tradicional y lo bucólico, con el campo. ¿Cómo se han originado estos cruces? ¿En qué medida se producen colaboraciones y conflictos entre estos espacios? ¿Cómo se ha desarrollado el conocimiento científico y cómo han intervenido los investigadores en la producción de cultivos transgénicos? ¿Qué rol han jugado las empresas biotecnológicas, químicas y semilleras? ¿Cómo se ha involucrado el Estado, y qué posición han tomado diversos movimientos sociales? Cuestiones simbólicas y materiales, aspectos técnicos, trayectorias individuales y colectivas, son algunas de las dimensiones que se irán desplegando en las páginas de esta tesis. La Argentina constituye un lugar particularmente interesante para el análisis de estas cuestiones. Fue uno de los primeros países en el mundo en adoptar los cultivos transgénicos, en 1996, y se ubica desde entonces entre los países que mayor cantidad de hectáreas le dedica a esta agricultura. Ha sido pionero en materia de regulación en

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bioseguridad sobre biotecnología agropecuaria. Además, tiene científicos e instituciones públicas de investigación que han desarrollado plantas transgénicas, poco tiempo después de que se hubiera obtenido la primera a nivel mundial, en 1983. Hay también diversas empresas que participan en el entramado de la biotecnología vegetal a nivel local. En fin, hay una cantidad de actores y acontecimientos que ubican a la Argentina como un lugar de intensa actividad en lo que se refiere a los cultivos transgénicos. En cambio, hay un aspecto que no ha aparecido aquí como sí ha ocurrido en otros países: no ha habido una controversia sobre el uso de los transgénicos que haya tomado la magnitud que tomó en otros sitios. Por eso, y con el objeto de contrastar con otros escenarios y destacar, de este modo, las condiciones particulares en las que se desarrolla la agricultura transgénica, habré de comparar la situación que al respecto atravesaron Brasil y Francia. Sin embargo, los cultivos genéticamente modificados exceden el contexto local: se emplean en diversas regiones del mundo, y el comercio de semillas transgénicas opera, básicamente, a nivel mundial. En ese sentido, cabe destacar que, aunque no son pocos en cantidad absoluta, es muy reducido el perfil de los cultivos transgénicos que circulan en el mercado global, en cuanto al tipo de plantas transgénicas: soja, maíz y algodón resistentes a herbicidas o a insectos. Allí se concentra prácticamente la totalidad de cultivos transgénicos que circulan en el mundo. La Argentina, a pesar de la diversidad de actores vinculados a la biotecnología vegetal y de sus vastas trayectorias, no presenta un perfil distinto. O más bien: no produce comercialmente semillas transgénicas distintas a las que se usan internacionalmente. En términos generales, esta tesis plantea indagar los modos en que la producción y utilización del conocimiento científico en transgénesis vegetal en la Argentina se vinculan con el desarrollo que opera a nivel internacional en dicha área. Los interrogantes que abro al inicio de esta tesis apuntan a dilucidar qué tipo de conocimiento es el que se inscribe en la transgénesis vegetal, qué tipo de actores producen los cultivos transgénicos, cuáles son las diferencias y los vínculos en la investigación y la innovación entre el sector privado y el público, dónde se realiza cada etapa del desarrollo, qué tipo de relación se establece entre las casas matrices de las empresas de biotecnología y sus filiales en Argentina, cómo se regulan los cultivos transgénicos, qué tipo de riesgos y qué tipo de beneficios se asocian a los cultivos transgénicos.

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El trasfondo de la pregunta respecto a las razones por las que la biotecnología vegetal en la Argentina tiende a reproducir el desarrollo que presenta a nivel internacional, puede generalizarse a una preocupación por la dinámica de la ciencia y la tecnología en términos más amplios. En ese sentido, si en la Argentina se comercializa el mismo tipo de semillas transgénicas que en los países centrales, comprender por qué ocurre esto genera preguntas tan vigentes como acuciantes. ¿Quiénes se benefician y quiénes se perjudican con esa dinámica? ¿Qué posibilidades hay para desarrollar una ciencia y una tecnología orientada a las necesidades locales? Aún cuando se centra en los cultivos transgénicos, y en particular en las razones que llevaron a que éstos se hayan desarrollado en la Argentina de un modo similar al que se desarrollaron a nivel global, esta tesis espera contribuir también a esas preguntas generales.

De qué hablamos cuando hablamos de biotecnología vegetal La biotecnología puede remitir a un escenario donde los científicos utilizan técnicas de ingeniería genética para manipular con precisión los genes de diversos organismos. Pero en su origen, etimológicamente, al menos, la biotecnología emerge de un modo más nebuloso, mucho más cercano a la alquimia que a la ciencia. Transcurría la Primera Guerra Mundial y Europa se hundía en la muerte y la desolación. En Hungría, Karl Ereky se dedicaba a la cría de cerdos, pero también era un ingeniero inclinado a generar emprendimientos en la agricultura y la alimentación (Fári y Kralovánszky, 2006). Ereky dispuso un modo intensivo de criar cerdos, para lo cual utilizó nada menos que 50.000 animales a los que alimentó sistemáticamente con remolacha (Bud, 1991). En 1917 publicó un artículo en el que dio a conocer su forma de producción, para la cual acuñó un nuevo término: biotecnología. Ereky quería dar cuenta de que la tecnología aplicada a los seres vivos podía dar resultados sorprendentes. Su concepción del término tenía un matiz claramente mágico: con las remolachas se podía convertir a los cerdos en carne. En 1919 publicó un libro que tuvo considerable repercusión, y donde sostenía que con la biotecnología se podrían transformar los modos tradicionales de producción agropecuaria. Añadía que los conocimientos de bioquímica y fisiología, que mostraban que los ácidos nucleicos eran comunes tanto a animales como a plantas, podían ser muy útiles a tales efectos. Paralelamente, a comienzos del siglo XX, comenzaron a surgir términos similares. En Dinamarca, por ejemplo, comenzó a designarse como “química

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biotécnica” a la articulación entre los conocimientos de nutrición y fisiología de la fermentación con la industria de la alimentación (Bud, 1991). Se trata de términos nuevos que intentaban reflejar la importancia que podía tener el uso de los conocimientos científicos y técnicos aplicados sobre los seres vivos para industrializar y transformar la producción agropecuaria. Habrían de pasar varias décadas para que la palabra “biotecnología” cobrara un nuevo impulso, manteniendo algunas de sus características generales, pero en un contexto muy distinto donde nuevos sentidos se asociarían al término. Con el desarrollo de la biología molecular, que a su vez se nutrió de la génetica, la microbiología y la bioquímica, la modificación de las características de los seres vivos se abrió a nuevas perspectivas. Definida ya en estos nuevos contextos, la biotecnología se basa en la manipulación de la información genética para obtener nuevos productos que se vuelcan al mercado. El vínculo entre la biología molecular y la ingeniería genética y los impactos económicos y sociales de las mismas es central a esta noción de biotecnología. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, la biotecnología es “la aplicación de los principios de la ciencia y la ingeniería al tratamiento de materias por agentes biológicos en la producción de bienes y servicios” (OCDE, 1982). Una definición similar, que le otorga a la biotecnología un espectro muy amplio, la concibe como el uso de organismos o partes de los mismos para obtener o modificar productos, mejorar plantas y animales, o desarrollar microorganismos para usos específicos (OTA, 1984). Aunque esto permite englobar bajo el rótulo de “biotecnología” a un conjunto de procesos productivos muy diversos –donde se incluye hasta la antiquísima producción de cerveza– se entiende que la biotecnología moderna se basa fundamentalmente en el uso de la ingeniería genética, y también en la microbiología y la bioquímica. De este modo, la biotecnología moderna debe sus inicios a los desarrollos en la biología molecular del ADN de la segunda mitad del siglo XX. El estudio de los genomas (la totalidad de la información genética de una célula u organismo) y en particular de los genes (mínimas unidades de ADN donde se encuentra la información que codifica, por lo general, para una proteína), se vio claramente facilitado cuando Watson y Crick describieron, en 1953, la estructura de doble hélice del ADN. El momento decisivo, sin embargo, se dio entre 1972 y 1974, cuando en una serie de experimentos –desarrollados fundamentalmente en la Universidad de Stanford y 16

en la Universidad de California, ambas en Estados Unidos– se logró cortar un fragmento de ADN de una especie e integrarlo en la secuencia genética de otra. Naturalmente, dentro de una misma especie, los genes se intercambian continuamente, a través de la reproducción sexual. Pero la aparente imposibilidad de intercambiar genes entre especies es lo que se consideraba una barrera evolutiva y en eso, básicamente, se basan las clasificaciones que separan a una especie de otra. Los experimentos de los años ’70 trastocaron estas nociones, generando un nuevo concepto: el ADN recombinante (nombre que designa a una secuencia genética que contiene a un gen propio de otra especie). Al desarrollar un organismo que contiene ADN recombinante, lo que se obtiene es un organismo transgénico, que es, en definitiva, un organismo genéticamente modificado.1 El ADN recombinante pronto evidenció una gran potencialidad económica. El campo de la salud es donde primero se reflejaron estos vínculos, obteniéndose en 1978 el primer producto biotecnológico que se comercializó: la insulina humana recombinante. La biotecnología vegetal habría de emerger un tiempo después. En 1992, China se convirtió en el primer país en comercializar semillas transgénicas (James, 1997). La República Popular de China había desarrollado una planta de tabaco resistente a virus, y comenzó a utilizarla en sus campos. Sin embargo, al cabo de unos años, China prohibió a sus agricultores que utilicen plantas de tabaco transgénicas en su producción. Al parecer, compañías tabacaleras transnacionales presionaron a China para que así lo hiciera (Huang et al., 2002a; 2002b). Probablemente, el aumento en la productividad del tabaco transgénico chino perjudicaba

los

intereses

de

las

compañías

tabacaleras

transnacionales.

Lamentablemente, es demasiado poco lo que se sabe sobre la experiencia de este primer cultivo transgénico en China, a punto tal que es frecuente escuchar decir, erróneamente, que los transgénicos comenzaron a comercializarse en Estados Unidos. Fue un tiempo después, en 1994, cuando la compañía biotecnológica Calgene obtuvo el permiso para comercializar en Estados Unidos su tomate Flavr SavrTM (James, 1997). No se trató de una planta transgénica, pues no tenía incorporado ningún gen de

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En rigor, no son sinónimos. Todo organismo genéticamente modificado, como su nombre da a entender, contiene una manipulación genética. Si ésta consiste en la introducción de un gen de otra especie, entonces es, también, un organismo transgénico. Pero pueden realizarse otro tipo de manipulaciones genéticas que no impliquen la introducción de transgenes. A lo largo de esta tesis hablaré indistintamente de plantas transgénicas o genéticamente modificadas, pero el lector está avisado de que me referiré siempre a las que son efectivamente transgénicas. 17

otra especie. Lo que tenía era bloqueada la expresión de uno de sus genes, evitando que el fruto se ablandara. Hacia 1996, comenzaron a venderse semillas transgénicas en Estados Unidos y en la Argentina. En cuanto a las condiciones macroeconómicas, para los productores agrícolas argentinos la incorporación de la soja transgénica resolvía una serie de problemas del momento. Durante la década de 1990, en el país se habían dispuesto una serie de medidas que desregulaban los mercados y estimulaban las importaciones. La combinación entre desregulación y tipo de cambio (sobrevaluación de la moneda local) redujo el precio de algunos insumos relevantes (tractores, maquinarias, biocidas, fertilizantes). De este modo, la mejora en los precios relativos generó expectativas de alta rentabilidad, lo cual condujo a su vez a un proceso de reequipamiento basado en nuevas tecnologías (tractores de alta potencia, equipos de fumigación, etc.) y a la necesidad de un mayor capital de trabajo. Todo esto llevó a que, a mediados de los ’90, el sector en su conjunto exhiba, en simultáneo, modernización tecnológica, concentración productiva y un creciente endeudamiento (Bisang, 2003a). En ese entonces, se produjo una desmejora en los precios relativos (y una abrupta caída de los precios internacionales de la soja), lo cual, sumado a los altos niveles de endeudamiento de los productores que, sin embargo, contaban con maquinaria agrícola instalada, llevó a orientar sus estrategias tanto a la reducción de costos como al incremento de los volúmenes producidos. En este contexto, la disponibilidad comercial de la soja resistente al glifosato aparece como una tecnología que resuelve varios problemas simultáneos, en particular un aumento en la productividad y reducción de costos de herbicidas (Bisang, 2007; Albrieu y Corso, 2009). En 2006, apenas diez años después de haberse iniciado la incorporación de las semillas transgénicas en el mercado local, prácticamente el 100% de la superficie sembrada con soja en la Argentina era transgénica, y cerca del 70% del total de maíz correspondía a distintos tipos de maíz genéticamente modificado, lo cual representa un proceso de adopción de una tecnología agrícola a una tasa casi sin precedentes (Trigo y Cap, 2006). Las variedades de algodón transgénico, luego de unos primeros años de escasa difusión, también alcanzaron altas tasas de adopción (ver Gráfico 1) (Qaim y Janvry, 2003). De todos modos, debe tenerse en cuenta que toda la superficie sembrada en el país con algodón transgénico ronda las 450.000 hectáreas, y la del maíz se ubica en las 2.500.000 hectáreas, mientras que la de la soja supera las 18.000.000 de 18

hectáreas.2 Si bien el incremento de la superficie dedicada al cultivo de soja se registraba antes del uso de las semillas transgénicas, con la incorporación de éstas la expansión se desarrolló a grandes pasos, desplazando a otro tipo de cultivos que arrojaban menor rentabilidad (Bisang, 2003a, 2003b, 2007; Albrieu y Corso, 2009).

Gráfico 1. Evolución de la superficie cultivada con OGMs en la Argentina (como % del total de cada cultivo).

Fuente: Levitus, 2010.

Por otro lado, cabe recordar que la Argentina es un país que históricamente ha sostenido buena parte de su economía en la producción agropecuaria. Aún continúa siendo de ese modo, pues en la primera década del siglo XXI, más de la mitad de las divisas que ingresan por exportaciones se deben al sector de agroalimentos (Bisang, 2007).3 La incidencia de la agricultura transgénica en la economía del país es mayúscula.4 En términos globales, la superficie cultivada con OGMs (organismos genéticamente modificados, o transgénicos) a nivel mundial aumenta año a año desde que comenzó la comercialización en 1996, pero el perfil de plantas sobre las que se emplea la transgénesis a nivel comercial se mantiene: 52% soja, 31% maíz, 12% algodón y 5%

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Las cifras corresponden a la cosecha 2009/2010. Fuente: ArgenBio, 2010.

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La participación del sector de agroalimentos en las exportaciones totales incluye no sólo a los productos primarios, sino también a las manufacturas de origen agropecuario (tales como harinas y aceites). 4

En el año 2009, por ejemplo, las exportaciones que se deben exclusivamente a la soja (granos y productos derivados), representan el 23,3% del total de ingresos registrados por las exportaciones. Unos 12.989 millones de dólares ingresaron ese año debido al complejo sojero, mientras que el total de exportaciones arrojó 55.669 millones de dólares de ingresos. Datos extraídos del INDEC (Instituto Nacional de Estadística y Censos de la República Argentina). 19

canola.5 Asimismo, el tipo de transgenes que se inserta en las plantas no se ha modificado: el 62% de la superficie cultivada con transgénicos tiene genes de tolerancia a herbicidas, el 15% tiene genes de resistencia a insectos, y el 21% está sembrado con semillas que combinan dos o tres genes del tipo de los anteriores. Los principales productos sobre los que están trabajando las empresas multinacionales, y que se espera que vuelquen al mercado en los próximos años, consisten en transgenes apilados de resistencia a plagas y herbicidas (mediante la incorporación de varios genes que otorguen resistencias a insectos y/o tolerancia a herbicidas en una misma semilla) y en cultivos tolerantes a sequía y condiciones de salinidad (James, 2008). A su vez, las empresas multinacionales no sólo venden semillas, sino que también desarrollan productos agroquímicos, de modo que lo que se termina ofreciendo al productor agropecuario es un paquete agronómico donde se asocia una determinada variedad de semilla transgénica a un tipo de agroquímico específico (Bisang y Varela, 2006). Desde 1996 se registra una expansión en el uso de semillas transgénicas a nivel global en cuanto a la superficie cultivada. En 2008, Estados Unidos alcanzó una superficie de 62,5 millones de hectáreas con cultivos transgénicos, seguido por Argentina (21 millones) y Brasil (15,8 millones).6 En 2009, por primera vez, Brasil habría desplazado a la Argentina del segundo puesto, con una superficie estimada de cultivos transgénicos de 21,4 millones de hectáreas, contra las 21,3 de la Argentina (James, 2009). El mercado mundial de semillas transgénicas se encuentra, además, fuertemente concentrado en pocas compañías. De hecho, son seis empresas las que se reparten el mercado mundial de semillas transgénicas: Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer CropScience, BASF y Dow AgroSciences (Larach, 2001; Varela y Bisang, 2006). Este es el escenario que, a grandes trazos, presenta la agricultura transgénica, y sobre el cual se asienta la investigación de esta tesis. Como el lector habrá advertido, la biotecnología moderna puede involucrar una gran variedad de cuestiones distintas. Esta tesis se ocupa, no obstante, de la biotecnología de plantas. Dentro de la biotecnología vegetal, esta investigación se centra en la producción y uso de conocimiento científico 5

Las cifras corresponden a la adopción de cultivos transgénicos en 2009 (James, 2009). En 1996 había apenas 1,7 millones de hectáreas con cultivos transgénicos en el mundo, mientras que en 2008 llegó a 134 millones de hectáreas (Muñoz de Malajovich, 2006: 239; James, 2009). 6

El cuarto lugar está compartido por India y Canadá (cada uno con 7,6 millones de hectáreas), luego viene China (3,8 millones) y Paraguay (2,7 millones). Ver: James (2008). 20

vinculado a las técnicas de transgénesis en plantas, lo que implica la casi totalidad de la biotecnología vegetal.7

Abordaje metodológico La tesis propone hacer una reconstrucción del escenario actual de los cultivos transgénicos en la Argentina. Eso implica trazar un recorrido en la producción de OGMs desde el laboratorio hacia el mercado y analizar los distintos contextos en que se desarrollan y utilizan. Indagaré en las trayectorias de las principales instituciones públicas y privadas que desarrollan plantas transgénicas, y las características y dinámicas de los actores implicados no sólo en su desarrollo, sino también en su utilización y en el debate en torno a su uso. En este sentido, el presente trabajo prevé un conjunto de abordajes metodológicos que se articulan para dar cuenta de las condiciones sociales, institucionales, cognitivas y políticas, así como de la dinámica de relaciones entre los diferentes actores que participan de estos procesos. La tesis plantea la realización de estudios de caso para abordar el problema de investigación. Esto resulta de la necesidad de dar cuenta de las dinámicas que se presentan dentro de escenarios particulares, tal como caracteriza Eisenhardt (1989) a los estudios de caso. Además, se pretende estudiar las distintas aristas que componen la trayectoria de estos casos particulares, por lo que se concuerda con Stake (1995) en la importancia de relevar la complejidad del caso particular. Cabe señalar que el estudio se concentra “en un fenómeno contemporáneo dentro de un contexto de la vida real” como señala Yin (1984), lo que se torna evidente si se tiene en cuenta que los organismos vegetales genéticamente modificados se encuentran en el mercado desde hace relativamente poco tiempo, pero incidiendo, por diversas cuestiones, en la cotidianeidad de buena parte de la sociedad. También es preciso señalar que esta investigación no se encuadra necesariamente en la dicotomía planteada por Stake, acerca de que los estudios de caso pueden ser intrínsecos o instrumentales. Es que, por un lado, pretende efectivamente dar cuenta de los procesos específicos que intervienen en el caso particular (lo que caracteriza a un estudio intrínseco), pero también procura comprender 7

Para simplificar la lectura, me referiré indistintamente a “transgénesis vegetal” o “biotecnología vegetal”. No obstante, nuevamente le aclaro al lector que, en rigor, no son sinónimos. Pues pueden emplearse, por ejemplo, técnicas de biología molecular sobre las plantas, lo que podría considerarse biotecnología vegetal, sin que necesariamente deriven en plantas transgénicas. 21

el modo en que dinámicas globales intervienen en estos casos particulares (lo que podría enmarcarse dentro de los estudios instrumentales). Según Wright Mills, el hecho de que se trate de una investigación empírica implica que tiende a resolver desacuerdos y dudas acerca de los hechos, pero junto con ello la imaginación sociológica debe esforzarse en otorgarle un sentido particularmente inteligible a esa investigación (Wright Mills, 1986). Esa búsqueda también está presente en esta tesis, en el esfuerzo por atraer la atención del lector en una escritura que vuelva accesibles y cercanos temas que pueden parecer intrincados por la especificidad del tema.8 Decía que en este trabajo se realizan estudios de caso. Sin embargo, es preciso indicar algunas particularidades acerca de estos casos. En primer lugar, no pretendo cerrar la investigación en torno a un solo caso, sino que apelaré a distintos casos para ilustrar la dinámica general que gira en torno a la producción y uso de conocimientos en los cultivos transgénicos. De este modo, abordaré a los principales centros de investigación públicos en biotecnología vegetal en la Argentina, así como algunos casos que resulten emblemáticos de las empresas que operan con plantas transgénicas. En cuanto al primer grupo, tomo un laboratorio del INTA Castelar y uno del INGEBI, debido a que estos dos grupos de investigación fueron los primeros en introducir la transgénesis vegetal en el país. Luego, se constituyeron en los laboratorios de referencia en el área. De modo que en una primera etapa fueron los únicos laboratorios, y luego fueron los más representativos en la materia. En cuanto a las empresas locales que hacen transgénesis, tomó a Bio Sidus y a Bioceres, por motivos muy similares a los anteriores: son las únicas empresas locales que apuntan a desarrollar transgénicos propios. En cambio, empresas transnacionales de biotecnología vegetal hay unas seis: en este caso, tomo a Monsanto como representativa de ellas. Otro tipo de empresas del sector son las semilleras que no producen transgénicos propios sino que adaptan los de las transnacionales. Son actores más simples y, aquí, tomo a Nidera por ser un caso muy singular dentro de estas empresas: es quien se quedó con gran parte del mercado local 8

El sociólogo Richard Sennett propone un abordaje metodológico similar. Considera que la sociología debe articularse con registros literarios para poder transmitir con éxito las circunstancias que rodean a los sujetos que se estudian. Sennett explica esto con un ejemplo propio de un ámbito científico-técnico. Dice que si uno pretende mostrar las particularidades que rodean al trabajo de un programador informático, debe hacerlo en una narración que le permita al lector captar el mundo que quiere analizar (Del Olmo, 2006). Pues es a través de la escritura que el investigador tendrá finalmente éxito o no a la hora de volver comprensible y convincente su estudio. Los recursos narrativos que se encontrarán en esta tesis no son, por ende, simplemente recursos estilísticos, sino también metodológicos. 22

de soja transgénica, y abrió un departamento propio de investigación y desarrollo en biotecnología. En cuanto a los organismos de regulación, tomo a la CONABIA por ser el principal encargado de los asuntos regulatorios de OGMs del país, así como en Brasil es la CTNBio y en Europa es EFSA. En el análisis de las controversias examino a los principales actores involucrados en cada caso, ya sean sindicatos de agricultores, movimientos campesinos o determinados científicos. Estos son los actores que forman parte de esta tesis. Como se ve, los tomo por ser los actores centrales de esta trama, los que me permiten representar la dinámica que interviene en estos asuntos. El interés en abordar esta diversidad de casos radica en la necesidad de describir dinámicas distintas, con problemas específicos, conflictos públicos divergentes, pero al mismo tiempo con algunas propiedades comunes y, sobre todo, porque por momentos las dinámicas de estos actores se cruzan entre sí. Por lo demás, introduciré también una dimensión comparativa, en particular en lo que se refiere a la controversia pública sobre el uso de cultivos transgénicos, mostrando así el escenario desarrollado en Brasil, Francia y Argentina. Si bien queda claro que la comparación en sí misma, tal como la concibe Ragin (1987), no es el propósito general del proyecto, resulta indudable que será empleada para dar cuenta de las diferencias y similitudes entre los casos, de cómo diferentes condiciones se amoldan en un escenario pero difieren de otro. Esto hace que algunas características de los estudios comparativos aparezcan en el trabajo, como el interés en el cómo y el porqué varía un fenómeno, aunque esto es compartido, como señala Valenzuela (1998), por diversos tipos de estudios. Por lo demás, el hecho de que se tengan en cuenta los distintos contextos en que se desarrollan los cultivos transgénicos es, según Miles y Huberman (1994), una de las virtudes de los estudios cualitativos, junto con las posibilidades de entender lo que se encuentra latente en el objeto estudiado. Esta combinación que plantea la tesis, en cuanto a recurrir tanto a estudios de caso específicos como a categorías explicativas y dinámicas macrosociales, puede resolverse dentro de lo que Burawoy (1991) denomina “estudio de caso extendido”. En este sentido, Burawoy sostiene que examinando las especificidades del caso particular, es posible al mismo tiempo comprender las fuerzas globales que lo moldean. Mediante este planteo, Burawoy logra dar respuesta a algunas críticas que comúnmente se efectúan frente a los estudios de caso tradicionales. Se cuestiona en estos abordajes la incapacidad para generalizar y el hecho de que se vuelve un enfoque intrínsecamente micro y a-histórico. Por cierto, se trata de críticas dirigidas a casos que presentan 23

cualidades estrictamente singulares, pero que no resultan representativos de la dinámica general del tema de estudio. Burawoy sostiene que mediante el caso extendido se logra conectar lo micro con lo macro y puede así arribar a generalizaciones. Al observar las fuerzas globales que moldean el caso específico, Burawoy procura encontrar las determinaciones específicas que subyacen en el mundo micro. Esto lo distingue de otros abordajes, como el denominado grounded theory, el cual no considera la dimensión del poder en una dimensión micro, y además no llega a generalizaciones a partir de abstracciones, sino reformulando teorías pre-existentes en función de las situaciones que analiza. Por cierto, la pertenencia histórica de los casos analizados será incluida al considerar los desarrollos científicos e institucionales que llevaron al desarrollo de los artefactos estudiados. Además, lo micro y lo macrosocial serán vinculados a partir de las tensiones que se encuentran en la estructura social a analizarse en los casos mencionados. De este modo, se considerarán los intereses que se involucran en el accionar de los sujetos sociales, sean estos empresarios, científicos, productores rurales, etc., así como el contexto económico y político en el cual se desenvuelve la producción y comercialización de dichos cultivos biotecnológicos. También se reconstruirán dimensiones tales como la ideología y los aspectos culturales involucrados en la representación que cada actor se formula en relación a los artefactos estudiados. Este abordaje permitirá realizar interpretaciones acerca del papel de los diferentes factores sociales, culturales, históricos y económicos que inciden en la representación que cada actor se formula sobre la agricultura transgénica. En este sentido, se pretende dar respuesta a los siguientes interrogantes: ¿A qué se debe la representación de cada actor? ¿Qué condicionamientos tiene su representación del objeto? ¿Cómo inciden los OGMs en las prácticas habituales de los actores?

Naturaleza de esta investigación y estrategias de recolección de datos Esta tesis privilegia los abordajes cualitativos. Se han utilizado entrevistas, no de un modo estructurado, sino más bien cualitativas, es decir, flexibles y dinámicas, abiertas a las características que presenta cada actor (Taylor y Bodgan, 1990), pues no interesa realizar un relevamiento estadístico que justifique el empleo de un cuestionario estandarizado que se replique en cada entrevista. Se trata entonces de entrevistas cualitativas en profundidad, entendidas como los “encuentros cara a cara entre el investigador y los informantes, encuentros éstos dirigidos hacia la comprensión de las 24

perspectivas que tienen los informantes respecto de sus vidas, experiencias o situaciones, tal como las expresan en sus propias palabras” (Taylor y Bodgan, 1990: 101). Para esto es indispensable insistir en que se trata de una investigación cualitativa, la cual “constituye una tradición particular en las ciencias sociales que depende fundamentalmente de la observación de la gente en su propio territorio y de la interacción con ellos en su propio lenguaje y en sus propios términos” (Kira y Miller, 1991: 2). Siguiendo a Wengraf, las entrevistas permiten obtener información sobre el discurso del entrevistado, sobre referentes objetivos y sobre su subjetividad (Wengraf, 2004). Las entrevistas las realicé a científicos, personal de las empresas de biotecnología, grupos opositores a los transgénicos, organismos estatales encargados de la regulación de los OGMs y asociaciones de productores agropecuarios que emplean los cultivos transgénicos. El enfoque cualitativo está basado en un trabajo empírico fundamentado en el estudio de casos, siguiendo el método de caso extendido de Burawoy, lo que implica salir de una mera descripción empírica hacia una convergencia dinámica entre la teoría y los datos, donde “la recolección de datos, el análisis y la teoría están en relación recíproca unos con otros” (Strauss y Corbin, 1998). Como señala Eisenhardt (1989), los estudios de caso suelen combinar diversos métodos de recolección de datos, lo cual se aplica también a este proyecto. Es posible señalar dos estrategias generales de recolección de datos como las principales herramientas que empleo en esta investigación: el trabajo documental y las entrevistas en profundidad. En cuanto al trabajo documental, he recopilado datos a partir de materiales de archivo, tales como memorias institucionales, leyes, reglamentaciones, folletos institucionales, páginas web, comunicados, notas periodísticas, relevamientos estadísticos, publicaciones científicas y de divulgación y fuentes secundarias. En relación a las entrevistas en profundidad, éstas se inscriben dentro de lo que Kirk y Miller (1991) llaman el contacto cara a cara con la población estudiada en el período de trabajo de campo, lo que constituye una de las características de la investigación cualitativa, al permitir testear continuamente las hipótesis emergentes. Articulando estas herramientas, he abordado una serie de preguntas, tales como: ¿Cuáles son los actores sociales que participan en el desarrollo de los cultivos transgénicos? ¿Cuál es el papel del Estado en la regulación de los OGMs? ¿Cuál es el 25

papel de los laboratorios públicos? ¿Qué tipo de innovaciones persiguen? ¿Qué ocurre con el sector privado? ¿Cómo se relacionan los laboratorios públicos con el sector privado? ¿Qué vínculos tienen las empresas de biotecnología agrícola con sus casas matrices? ¿En qué medida los cultivos transgénicos constituyen desarrollos locales y en qué medida son adaptaciones de desarrollos realizados en países centrales? ¿Qué conflictos sociales suscitaron los transgénicos? ¿Quiénes se oponen a su uso? ¿Qué acciones realizaron los actores para difundir o cristalizar su posición frente a los OGMs? ¿Qué representaciones acerca de los transgénicos se tornaron hegemónicas? ¿Qué sentido le adjudica cada actor a los transgénicos? ¿Cuál es el papel del saber experto en cada representación? ¿Qué acciones realizan los actores para difundir su posición frente a los OGMs? ¿Qué modos de participación encuentra cada actor para difundir su posición en la esfera pública, en qué instancias de decisión se ven involucrados? ¿Qué tipo de relaciones establecen con otros actores (universidades, disciplinas afines, grupos opositores)?

Estructura de la tesis Esta tesis se encuentra organizada en tres “partes”, en las que se engloban varios capítulos. En primer lugar, a continuación de esta presentación, el lector encontrará un capítulo de introducción –titulado “Biotecnología y sociedad”–, dedicado a la discusión teórica. Aquí muestro los principales abordajes que por lo general forman parte de los trabajos que analizan los fenómenos vinculados a la agricultura transgénica. Expongo mis puntos de diferencia con estos abordajes, discuto con ellos. Finalmente, explico las perspectivas teóricas que nutren mi propia aproximación al tema. Luego se abre la “Parte I”, titulada “La construcción de los transgénicos”. Aquí se suceden tres capítulos, los cuales se centran en las condiciones de producción de plantas transgénicas dentro de los laboratorios. El primero de ellos trata de los inicios de la biotecnología vegetal a nivel internacional. Es decir, aquí se introduce al lector en los principales acontecimientos históricos que dieron origen a la transgénesis vegetal. Se trata, mayormente, de laboratorios situados en los Estados Unidos. Analizo los intereses que comenzaron a tejerse en estos momentos iniciales: la relación entre los científicos y la incipiente industria de biotecnología, así como también los nichos de conocimiento en los que los científicos buscan hacerse de un lugar. En la “Parte I” siguen otros dos capítulos, dedicados a analizar la producción y utilización de las plantas transgénicas en los centros públicos de investigación en la 26

Argentina. En primer lugar, presento un capítulo donde expongo una etapa inicial para esta área en el país, que sitúo entre 1986 y 1991. Luego, presento una etapa que caracterizo como de mayor estabilidad, y donde los científicos se adaptan a las relaciones sociales que aparecen ya como consolidadas, y que restringen lo que resulta posible hacer en materia de cultivos transgénicos. La “Parte II” de la tesis está dedicada a la mercantilización de los transgénicos. En esta sección busco analizar qué se hace con los transgénicos en los organismos estatales de regulación de bioseguridad, y en las empresas de biotecnología. Si bien me centro en las condiciones propias de la Argentina, recurro a comparaciones con otros países. Así es que analizo también un caso de una empresa de biotecnología vegetal europea, lo cual me permite ilustrar algunas semejanzas y diferencias con los casos nacionales. La última sección de la tesis, la “Parte III”, consiste en un análisis de las controversias sobre los cultivos genéticamente modificados. Aquí expongo otra dimensión de la agricultura transgénica, que se sitúa en el plano de los problemas sociales, de los debates públicos, que involucra a científicos pero también a movimientos sociales de diversa índole. En el primer capítulo de esta sección analizo el modo en que se construyeron las principales controversias científicas sobre los cultivos transgénicos a nivel internacional, aquéllas que sentaron los argumentos básicos sobre los que se apoyan las nociones de riesgo de los transgénicos, mostrando el modo en que se vincula la controversia científica con el problema público de los transgénicos. Después, presento el modo en que se han desarrollado las controversias públicas en Brasil y en Francia, a fin de establecer luego una comparación con el caso argentino. Esto se debe a que, como ya señalé, en la Argentina no hubo –al menos, no en la magnitud que presentó en otros países– una controversia sobre los cultivos transgénicos. El caso brasileño y el francés permiten mostrar dos contextos distintos donde la controversia se ha desarrollado con notable intensidad. Finalmente, la tesis se cierra con las conclusiones de este trabajo de investigación. La organización de la estructura de la tesis no responde a una supuesta separación taxativa entre los elementos de cada capítulo y de cada “parte”. De hecho, buena parte de la perspectiva desde la que se ha realizado este trabajo tiene como punto de partida la noción de que los espacios en los que se mueven los científicos están atravesados, mezclados y en permanente interacción con espacios y actores de diversa 27

naturaleza. Entonces, el hecho de que haya una “Parte” de la tesis dedicada a la construcción de los cultivos transgénicos y otra centrada en la mercantilización de los mismos, por ejemplo, no significa que en el primer caso analizaré lo que ocurre en los laboratorios sin tener en cuenta a las empresas y luego haré lo inverso. Por el contrario, en esta tesis pretendo mostrar cómo dentro de los laboratorios de transgénesis vegetal están presentes, de alguna u otra manera, diversos actores. Y a su vez, las acciones de los organismos de regulación de bioseguridad no pueden entenderse sin las actividades de los científicos y de las empresas, entre otros actores. Por supuesto, lo mismo vale para las controversias sobre los cultivos transgénicos, pues precisamente en esa “Parte” de la tesis muestro los vínculos que se tejen entre científicos y movimientos sociales, los intereses múltiples que se articulan en la agricultura transgénica. De modo que, en definitiva, en todo momento está presente la permanente fluidez entre prácticas y actores diversos, que constituyen la trama compleja de la realidad científico-tecnosocio-económica, por mencionar sólo algunos epítetos. Entonces, ¿a qué responde la división que muestra la estructura de la tesis? Fundamentalmente, a intentar hacerle la vida un poco más fácil al lector, ya que siempre es más agradable y fácil una lectura organizada y separada en secciones, que verse obligado a atravesar un extenso monocapítulo de cientos de páginas. Así es que dentro de este esfuerzo de organización, he dado lugar a las tres “Partes” recién mencionadas. La clave es tener presente que la división a la que toda separación analítica lleva, es momentánea y frágil, y que dentro de cada capítulo se hará mención a los múltiples vínculos que articulan a sus componentes con los del resto de la tesis. Cada sección de la tesis privilegiará un espacio distinto, pero cada espacio, de todos modos, tiene fronteras circunstanciales y analíticas, que serán –y así lo mostraré– continuamente atravesadas por diversos actores. No obstante, hay una particularidad que se presenta en este objeto de estudio que, en cierta forma, ha hecho más fácil esta organización. Como verá el lector, en la Argentina los centros públicos de investigación en biotecnología vegetal tienen escasa capacidad de lograr que sus desarrollos lleguen al mercado, las empresas que se mueven en el país no tienen laboratorios aquí, y prácticamente no ha habido una controversia pública respecto a los cultivos transgénicos. En otros países esto es diferente, los debates públicos son intensos, y los vínculos entre empresas y centros públicos de investigación son habituales. El hecho de que no ocurra eso en la Argentina, constituye una razón más para presentar esta estructura de tesis.

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Introducción Biotecnología y sociedad

La biotecnología no sólo es un campo científico-tecnológico reciente que produce significativos cambios en diversos ámbitos sociales, sino que además es objeto de acaloradas controversias, sobre todo en el área de la agricultura. En cierta forma, nadie es ajeno a los cultivos transgénicos. No sólo los científicos en los laboratorios o los agricultores en los campos trabajan con ellos. Cualquiera en un supermercado puede encontrarse con un producto derivado de cultivos transgénicos, o al abrir un periódico, o en la plataforma de algunos partidos políticos, o en los reclamos de movimientos ecologistas. Sea en su realidad material o en su dimensión discursiva, para emplearlos o para rechazarlos, los cultivos transgénicos forman parte de la arena pública. Esto le imprime un indudable atractivo al estudio de las relaciones entre la biotecnología vegetal y la sociedad, pues es meterse en un tema candente y abierto, donde se respiran prácticas enérgicas y desafiantes en la ciencia, la tecnología y la sociedad en su conjunto. Pero por esa misma razón, es un tema incómodo. La proximidad –temporal y física– de los cultivos transgénicos, hace que todos tengan una opinión al respecto. A pesar de lo cual, hay mucho más que se puede encontrar y analizar en el tema de lo que se ha hecho, y ello depende, creo, del modo en que se aborda la cuestión. ¿Desde dónde estudiar las relaciones múltiples entre biotecnología vegetal y sociedad? A esa reflexión teórica apunta el presente capítulo. A mediados del siglo XX, John Bernal señalaba que la ciencia se estaba desarrollando rápidamente, transformando totalmente a la sociedad. En particular, sostuvo que la agricultura, hasta entonces una actividad tradicional, se estaba convirtiendo en una industria con un carácter cada vez más científico (Bernal, 1954a). En todo caso, ello parece evidenciarse en la biotecnología moderna, con la capacidad de reconfigurar la naturaleza reescribiendo el código genético. El conocimiento del lenguaje genético permite escribir nuevas palabras, frases y discursos que, dejando de lado la metáfora lingüística, implica crear nuevos seres vivos a partir de los elementos que se encuentran disponibles pero dispersos. En el campo de la agricultura, la biotecnología habilita a que los cultivos, diseñados en el laboratorio, tengan las características deseadas: pueden crearse cultivos más grandes, más nutritivos, más resistentes; pueden usarse a las plantas para expresar vacunas, o para producir en ellas 29

materiales de distinto tipo. Con la agricultura transgénica, las plantas pueden llegar a producir cosas de las más diversas para el hombre. En principio, cualquier gen podría introducirse en una planta, de modo que las características finales de la misma dependerían de la imaginación. Pero en los hechos, esto no ocurre así. Los cultivos transgénicos no tienen cualquier característica, sino unos pocos rasgos. Como he dicho, las semillas transgénicas que se comercializan en el mundo tienen un perfil muy similar entre sí. Soja, maíz y algodón son básicamente las únicas especies vegetales que se emplean en la agricultura transgénica, y los genes que se les insertan son de tolerancia a herbicidas o de resistencia a insectos. La biotecnología vegetal manifiesta así una notable dualidad: por un lado, posee una extraordinaria potencialidad abstracta, por el otro, tienen un limitado desarrollo concreto. Esta dualidad constituye el marco primario desde donde se formulan las inquietudes de esta tesis. El acotado espectro de cultivos transgénicos que se ha desarrollado, ¿se debe a limitaciones técnicas de la biotecnología? ¿Se debe a restricciones sociales? ¿De qué tipo? ¿Qué rol juegan los científicos en estos desarrollos? ¿Qué intereses movilizan las empresas? ¿Cómo interviene el Estado en estos procesos? ¿Qué hay del resto de los actores sociales, cómo participan y se posicionan en este escenario? Estas preguntas iré respondiendo a lo largo de la tesis, en función, lógicamente, del marco conceptual que engloba mi análisis. En este capítulo pretendo dar un marco general del mismo, pues más adelante, en otros capítulos de la tesis, iré presentando y discutiendo conceptos más específicos. Así, el lector podrá encontrar que en los capítulos referidos a las controversias sobre los transgénicos presentaré y discutiré conceptos propios de los estudios sociales de las controversias científicas, o que en el análisis del desarrollo de la investigación en transgénesis vegetal en la Argentina exploraré la noción de “regímenes de conocimiento”, por ejemplo. De modo que aquí presentaré el marco general en el que se inscribe este estudio de las relaciones entre la biotecnología y la sociedad. Pero antes de continuar desarrollando el mismo, quisiera exponer otros marcos teóricos, los que usualmente se encuentran empleados en la vorágine de debates sobre el uso de los transgénicos, a fin de mostrar enfoques alternativos al mío y señalar algunos problemas que encuentro en ellos.

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Esencialismos Hasta mediados del siglo XX, la ciencia y la tecnología eran depositarias de un optimismo desbordante. Desde círculos académicos hasta cierto sentido común, el positivismo lo inundaba todo. A la ciencia se le atribuía los signos de la objetividad y la racionalidad. La Verdad, patrimonio último asignado a la ciencia, parecía resistir también los vaivenes de la sociedad. El sociólogo Robert Merton escribió, a mediados del siglo XX, que los científicos se comportan de acuerdo a un ethos particular, compuesto por cuatro valores: universalismo (la verdad emerge mediante la aplicación de criterios impersonales), comunalismo (los resultados de la ciencia son bienes públicos), desinterés (lo que motiva a los científicos es la búsqueda de la verdad) y escepticismo organizado (los científicos son críticos frente a todos los descubrimientos y teorías) (Merton, 1964). Ese ethos era el garante de las virtudes de la ciencia. Aún más: las expectativas de bienestar se depositaban en los desarrollos científicos. Cuanto más avanzara la ciencia, mayores las capacidades de riqueza, salud y comodidad que cabía esperar. Estas expectativas comenzaron a colapsar con la Segunda Guerra Mundial. El Proyecto Manhattan –la gran ciudad científico-tecnológica que dio lugar a la bomba atómica– mostraba sin concesiones una faceta oscura de la ciencia. La imagen de bienestar comenzaba a trocarse por la de escepticismo, o incluso temor. Para el filósofo Karl Jaspers, la bomba atómica constituye “un acontecimiento fundamentalmente nuevo”, pues “ella enfrenta a la humanidad con la posibilidad de su total autodestrucción” (Jaspers, 1961). Ya no se trataba de esperar la creación de felicidad, pues la ciencia podía traer la destrucción más descarnada. En las décadas siguientes, de alguna u otra manera la ciencia se ve involucrada en acontecimientos que le suman cuestionamientos, como el uso de agentes químicos durante la guerra de Vietnam. Si bien las disciplinas más vinculadas a estos acontecimientos eran la química y la física, los cuestionamientos se hacían extensivos hacia la idea de la ciencia en general.

La naturaleza como problema En 1962, una bióloga, Rachel Carson, publicaba un libro considerado el origen del movimiento ambientalista: Primavera Silenciosa. El libro señalaba que la industria química, y en particular los pesticidas, tendrían efectos desastrosos sobre el medio ambiente. Advertía que un escenario apocalíptico se cernía sobre la humanidad si continuaba de este modo, utilizando estos productos de la química: el cielo se vaciaría 31

de pájaros y el cáncer alcanzaría al 100% de la población. El libro fue un resonante éxito, y su principal objeto de crítica, el pesticida DDT, se convirtió en la primera bandera de lucha del movimiento ambientalista. En ese marco, durante la década de 1970 surgen movimientos sociales cuya preocupación central giraba en torno a cuestiones ambientales. La organización ecologista Greenpeace se crea en 1971, y en Inglaterra se funda el primer Partido Verde, en 1973. Hay muchos otros datos que podrían agregarse para señalar esta tendencia. Por ejemplo, en 1970 se conmemoró por primera vez el “Día de la Tierra”, para llamar la atención sobre la situación del medio ambiente. También en 1970 entró en vigor, en Estados Unidos, la National Environmental Policy Act, considerada la primera ley dedicada específicamente a fijar un marco normativo para promover el cuidado del medio ambiente. En 1972 se lleva a cabo la Conferencia de Estocolmo, que constituye la primera reunión de la ONU dedicada al tema del medio ambiente, y como resultado de la cual se redactó la Declaración de Estocolmo, que podría considerarse la primera normativa internacional sobre medio ambiente. El “ambiente” como problema, es decir, las preocupaciones hacia el cuidado de los recursos naturales y la naturaleza, surge en este contexto. Por supuesto que los usos y reflexiones sobre los elementos de la naturaleza son tan antiguos como el hombre, pero la idea generalizada de que éstos constituyen un problema en sí mismo, y de que el hombre a través de sus actividades (en particular, a través de algunos desarrollos científico-tecnológicos) pondría en peligro a la naturaleza, es un fenómeno reciente. A diferencia de las distintas ramas de la ecología, cuyo objeto de estudio está dado por la interrelación entre organismos y elementos de su entorno, lo ambiental presenta un objeto de estudio mucho más difuso. Así, el medio ambiente puede asumirse como el conjunto de factores físicos y biológicos sobre los que el hombre actúa y que a su vez actúan sobre él, o es directamente identificado con una naturaleza disociada del hombre y a la que se debe preservar, o a las condiciones del hábitat que inciden sobre la salud de las personas, o como una relación dinámica entre el medio natural y el subsistema social (Vigil, 1994). El medio ambiente es también presentado como “el entorno vital, o sea el conjunto de factores físico-naturales, estéticos, culturales, sociales y económicos que interaccionan con el individuo y con la comunidad en que vive” (Conesa Fernández-Vítora, 1997: 21). Hay siempre una pretensión de totalidad en la noción de medio ambiente, aún cuando se la use para analizar fenómenos locales. Es así que esta idea de totalidad que presenta el medio 32

ambiente, al ser inabordable como tal, permite que distintos actores la resignifiquen introduciendo cada cual una serie de filtros sobre lo que consideran relevante analizar y cómo debe analizarse dentro de esa totalidad. Gallopín señala que el concepto de ambiente excede al de ecología en dos aspectos: presenta un contenido mucho más amplio (abarca “tanto las relaciones de los hombres con los hombres, como de los hombres con las cosas y de las cosas entre sí”); y tiene un claro componente normativo, usualmente definido a través de la “calidad ambiental” (Gallopín, 2000). En cuanto a este segundo aspecto, efectivamente la noción de medio ambiente encubre una disposición a establecer qué cosas del entorno preservar y qué cosas descartar; es decir, la noción de medio ambiente es un espacio donde lo que se disputa es “lo que debe ser” el medio ambiente. Dentro de este espacio necesariamente valorativo y normativo que supone el medio ambiente, la tecnología con frecuencia es percibida como una presencia hostil, toda vez que aparece como un riesgo para aquello que se pretende preservar del ambiente. No sólo la tecnología puede entrar en conflicto con el problema ambiental, sino también la ciencia. Según Funtowicz y De Marchi, el ambiente implica un espacio donde lo que prima es la complejidad de los elementos que lo componen, una complejidad que sería irreductible. De este modo, sugieren que la ciencia es incapaz de lidiar con esa complejidad, y que debe dar lugar a un tipo distinto de ciencia, profundamente transdisciplinaria, a la que llaman “ciencia posnormal”, que pueda lidiar con la incertidumbre de la complejidad ambiental desde una perspectiva holística (Funtowicz y Ravetz, 1993; Funtowicz y De Marchi, 2003). Si a fines de la década de 1960 comenzó a tomar lugar en la arena pública el debate sobre la problemática ambiental, también comenzaron a evidenciarse algunas diferencias en su interior. Así, algunos consideraban que había que disminuir el uso de las tecnologías y hasta la cantidad de población humana, mientras otros abogaban por un cambio en el tipo de tecnologías (Feenberg, 1999). Es evidente entonces que existen diversas posturas dentro de lo que se llama ambientalismo, y no me es posible detenerme aquí a examinar esas variantes. No obstante, Tesh sostiene que las ideas ambientalistas encuentran su expresión más concisa en Barry Commoner, quien enumera cuatro principios generales que hacen al ambientalismo (Tesh, 2000). El primero es que todo se conecta con todo, y el segundo es que nada se sale, sino que todo termina en algún lugar. Estos dos principios dan cuenta de una complejidad que no debería pretender reducirse. El tercer principio sostiene que la naturaleza sabe más y 33

que no es mejorable. El cuarto, alude a que todo lo que produce el hombre tendrá efectos sobre el ambiente, de modo que todo lo que extraiga deberá ser reemplazado. En estos principios generales se encontrarían rasgos comunes a las perspectivas ambientalistas. Más allá de la diversidad de corrientes ambientalistas, considero que por lo general hay un elemento que podría catalogarse como fetichista en ellas, toda vez que conciben al ambiente como un espacio que debe ser protegido en sí mismo, lo que lo presenta como un espacio separado del hombre y de sus actividades, y por ende encuentra en la tecnología un elemento de riesgo y sospecha. ¿Pero en qué medida puede aseverarse que las preocupaciones por las cuestiones ambientales se consolidaron en esa época a nivel general, que penetraron en cierto sentido común, y que implicaron una concepción distinta sobre el papel de la ciencia y la tecnología? En una serie de trabajos que comenzaron a publicar en 1978, los sociólogos Dunlap y Van Liere sostuvieron que se había producido un cambio en el paradigma reinante en la opinión pública. Este cambio consistiría en que el “paradigma social dominante” (caracterizado por la creencia en el progreso y el desarrollo que traerían la ciencia y la tecnología) habría sido desplazado por el “nuevo paradigma ambiental”, que hace énfasis en la protección ambiental y en la conservación de los recursos naturales. Más tarde, los autores redefinirían la conceptualización en términos del “nuevo paradigma ecológico”, donde la visión “ecocéntrica” se preocupa por problemas ambientales globales y ambiguos en cuanto a su origen (Dunlap et al., 2000). El eje de este cambio de paradigma sería la relación entre el hombre y la naturaleza. Mientras que desde una visión antropocéntrica el hombre está en la escala más alta de valoración, con la capacidad y necesidad de utilizar la naturaleza en su beneficio, desde una visión ecocéntrica los valores se modifican y la naturaleza es vista como algo ajeno al hombre, en pie de igualdad con éste o incluso por encima suyo9. Desde luego, estas perspectivas coexisten en la sociedad, pero la última, en todo caso, habría adquirido un carácter masivo en las últimas décadas. Sea para venerarla, sufrirla o rechazarla, la ciencia se mantiene como referente de saber y poder, pero en un marco de expectativas, deseos y temores, distinto al que reinaba años atrás. Con una aproximación similar al problema, Touraine sostiene que en vastos sectores de la sociedad se observa un cambio en la creencia frente a la ciencia. La 9

Respecto a estos cambios de actitudes, ver, por ejemplo, Berenguer Santiago (2000). 34

idea de progreso, antes asociada a la ciencia, ha entrado en crisis: “aún creemos en la ciencia, pero ya no en el progreso” (Touraine, 1997). Este escenario sería reforzado por una serie de accidentes ocurridos durante la década de 1980. El primero fue el desastre de Bhopal, en India. Allí, en una planta de pesticidas norteamericana, una fuga de gas tóxico provocó una nube letal que causó la muerte de miles de personas. El segundo fue el de Chernobil, conocido por constituir el accidente nuclear más grave de la historia. Todos estos acontecimientos fueron cambiando el modo de ver a la ciencia y la tecnología, y valorizando otras cuestiones: en particular, el medio ambiente. No sólo se trata de un cambio en el sentido común y en las organizaciones sociales (al comenzar a definirse no ya como movimientos sociales y políticos, sino más explícitamente como movimientos y partidos ambientalistas). También ocurrió un cambio en los ámbitos intelectuales. De este modo, la desacralización de la ciencia y la tecnología que, a muy grandes rasgos, se produjo luego de la Segunda Guerra Mundial, habilitó la posibilidad de pensar relaciones más complejas entre la ciencia, la tecnología y la sociedad, por fuera de un marco netamente positivista. Pero con frecuencia, esa sacralización simplemente se desplazó hacia otros ámbitos, a los que la ciencia pasaba ahora a poner en peligro. En una obra compilada por Hilary y Steven Rose y dedicada a la “Economía política de la ciencia”, Ciccotti et al. despliegan una certera crítica a la noción de neutralidad en la ciencia, al señalar que “el concepto de neutralidad no es otra cosa que una forma específica de fetichismo, que atribuye una propiedad intrínseca objetiva a un producto de la actividad humana del trabajo que realmente se deriva de las relaciones sociales que intervienen entre ellos” (Ciccotti et al., 1979: 88). Así, los autores desenmascaran la falsedad de sostener la ida de una “ciencia pura”, ajena al conjunto de las relaciones sociales. Sin embargo, estos mismos autores, apoyándose en Commoner, sugieren que hay tecnologías inherentemente contaminantes: “…el vínculo crucial entre contaminación y lucro parece ser la tecnología moderna, que es al mismo tiempo la fuente principal de los recientes incrementos en la productividad –y por ende de las ganancias– y de los recientes ataques contra el medio ambiente” (Commonner, citado en Ciccotti et al., 1979: 88). De este modo, le volvieron a imputar "una propiedad intrínseca objetiva...”, sólo que en lugar de hacerla inherentemente neutral la volvieron inherentemente contaminante, a tono con las tendencias ecologistas que se manifiestan ya en la década de 1970. Esto permite señalar que si la crítica a la neutralidad de la 35

ciencia-tecnología no se inscribe en el análisis del desarrollo de artefactos tecnológicos bajo determinadas relaciones sociales, políticas y económicas, sino que se limita a señalar el carácter intrínsecamente contaminante o inherentemente dominante de una tecnología, entonces simplemente se ha desplazado a la ciencia de un fetiche a otro. La única diferencia sería entonces que ha dejado de ser un fetiche cargado de optimismo para ser un fetiche del que hay que temer, pero la matriz de pensamiento no habría cambiado significativamente.10

Distopías intelectuales Hasta comienzos del siglo XX, la literatura fantástica era rica en un género que inauguró Tomás Moro (1516). Las utopías imaginaban futuros ideales para la sociedad. Eran ejercicios de crítica social combinados con fantasías sobre un orden social igualitario; ejercicios que tomaban la forma de novelas, ensayos o hasta experimentos sociales en pequeñas comunas, y sus referentes principales se sitúan en los siglos XVIII y XIX, como Robert Owen, Saint-Simon, Charles Fourier, Pierre Leroux o Víctor de Considerant. Marx y Engels (1848) consideraban que la literatura utópica reflejaba un momento inicial y rudimentario de la lucha de clases en la sociedad industrial. Reconocen un elemento de crítica social en esos autores, pero advierten que son más bien críticas instintivas repletas de descripciones fantasiosas, y sostienen que, a medida

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Uno de los pocos autores que han intentado mostrar las determinaciones estructurales y superestructurales que operan en los desarrollos científico-tecnológicos sin caer en una nueva fetichización de la ciencia, es Richard Lewontin, quien advierte que: “Tenemos que descartar la noción de que allí afuera hay un mundo constante y fijo que sólo los humanos están perturbando y destruyendo. Indudablemente lo estamos cambiando, como lo hacen todos los organismos, y ciertamente tenemos un poder que otros organismos no tienen, tanto de cambiar el mundo extremadamente rápido y, mediante la actividad consciente, de cambiar el mundo en modos que consideramos beneficiosos. Sin embargo, no podemos vivir sin cambiar el ambiente” (Lewontin, 1993: 115).

Lewontin se opone así a la reificación del medio ambiente, argumento empleado para cuestionar las tecnologías por degradar al ambiente: “Es enteramente correcto que los seres humanos quieran hacer un mundo en el que puedan vivir felices, saludables y con vidas razonablemente largas. Pero no podemos hacer eso bajo la consigna 'Salvar al Medio Ambiente', porque este eslogan asume que hay un medio ambiente que fue creado por la naturaleza y que nosotros, en nuestra tontera, estamos destruyendo” (Lewontin, 1993: 118). 36

que se vaya desarrollando la lucha de clases y tomando formas más definidas, las utopías habrán de perder su valor. Sin embargo, en las últimas décadas del siglo XX, las utopías fueron desplazadas por su reverso igualmente fantasioso, por escenarios imaginarios donde lo que priman son futuros adversos para el hombre, proyecciones devastadoras: las “distopías” (Nuñez Ladeveze, 1986).11 La imaginación crítica se impregnó de pesimismo, lo que se puso de manifiesto en la literatura y en el cine de ciencia ficción. Las distopías tienen como uno de sus elementos centrales a las tecnologías, concebidas ahora como instrumentos que habrán de desplegar la opresión, infelicidad y destrucción. Los círculos intelectuales también se identificaron con estas perspectivas. Uno de los exponentes más notorios de esta tendencia lo constituyó la Escuela de Frankfurt, entre los que cabe destacar a Marcuse y Habermas. Varios de sus filósofos sostuvieron que la racionalidad y eficacia que desplegaban la ciencia y la tecnología daban lugar a un mundo de opresión y alienación. Para estos autores, las formas de dominación en las sociedades contemporáneas son básicamente tecnológicas. Herbert Marcuse considera que “hoy, la dominación se perpetúa y se difunde no sólo a través de la tecnología sino como tecnología, y la última provee la gran legitimación del poder político en expansión, que absorbe todas las esferas de la cultura” (Marcuse, 1964: 175). La dominación como tecnología (la itálica en la cita anterior es del propio Marcuse) refleja esta convicción de que la tecnología en sí misma es la que produce y expande la dominación. Este peso que se le atribuye a lo científico-tecnológico como portador de valores y prácticas que definen en gran medida a las relaciones sociales, es lo que el filósofo de la tecnología Andrew Feenberg denomina perspectivas “sustantivistas”, cuya característica más singular es que identifican la tecnología en general con formas particulares de tecnologías occidentales (Feenberg, 2000). Uno de los filósofos que ha mantenido estas posiciones con más vehemencia es Heidegger (maestro de Marcuse, por otro lado). Como señala Feenberg, el punto de vista de Heidegger es que la tecnología está apoderándose de nosotros cada vez más (Feenberg, 2000: 295). Pero hay algo todavía más interesante en el pensamiento de

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En realidad, Marx no preconiza el fin de los relatos utópicos, sino que advierte que el carácter revolucionario que había en sus primeros referentes se perdía en sus discípulos, pues al mantener las concepciones de sus maestros en situaciones históricas de mayor desarrollo del proletariado, caían en posiciones siempre reaccionarias (Marx y Engels, 1848). Esa observación permite encontrar un hilo de continuidad entre ciertos discursos utópicos y las distopías contemporáneas. No obstante, la particular preponderancia de las distopías en los relatos fantásticos es un fenómeno reciente. 37

Heidegger al respecto. Considera que la tecnología moderna se diferencia profundamente de las tecnologías pasadas, por cuanto éstas apenas si aprovechaban lo que la naturaleza ofrecía, mientras que ahora la tecnología extraería energías ocultas en la naturaleza (Heidegger, 1954).12 La idea de que la tecnología cruza una frontera al sumergirse en “lo oculto” de la naturaleza acarrea un evidente pensamiento místico, que implica una suerte de acusación a la tecnología por meterse en zonas en las que no debería ingresar, trastornando la naturaleza. Así, contrapone la imagen arcaica del campesino que no desafía a la tierra, con la moderna agricultura mecanizada por la industria alimentaria. El peligro, según Heidegger, radica en que la tecnología desafía lo oculto en la naturaleza, lo que, a su vez, forzaría los “límites” de ésta y del hombre (Mitcham y Casey, 1992). No es difícil observar que, desde este planteo, se termina considerando a la “tecnología moderna” como fuente del Mal absoluto. De hecho, Heidegger sostuvo que “la agricultura es ahora la industria mecanizada de la alimentación, en esencia lo mismo que la manufactura de los cuerpos en las cámaras de gas y los campos de exterminio, lo mismo que el bloqueo y la privación de alimentos a las naciones, lo mismo que la producción de la bomba de hidrógeno” (citado en Rockmore, 1992: 241). Es un planteo metafísico que no atiende a las particularidades de los contextos en los que se produce cada tecnología, sino que encuentra una “esencia” en la tecnología moderna (Ihde, 2010).13 Hay una perspectiva esencialista toda vez que se asienta una explicación en base a supuestas características intrínsecas de una cosa, en lugar de atender al contexto histórico que define a la cosa de un modo concreto. Para el esencialismo, las singularidades de cada tecnología se deben, a lo sumo, a meras contingencias, pero es su naturaleza primaria, su esencia, lo que define lo que “es” la tecnología en sus rasgos principales. Donde hay una “esencia” es porque se atribuye una naturaleza intrínseca que explica al objeto más allá de lo que le infrinja la realidad externa. Un abordaje

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El texto de Martin Heidegger al que me refiero es Die Frage nach der Technik. La palabra alemana “technik” puede significar tanto “tecnología” como “técnica”. En el sentido que le atribuye Heidegger, prima claramente la idea de “tecnología”, y así lo entendieron las traducciones inglesas, que publicaron su trabajo como “The Question Concerning Technology”. Por alguna razón, la traducción española optó por considerarlo “La pregunta por la técnica”.

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También Feenberg critica este “alto nivel de abstracción” de Heidegger, que no le permite discriminar entre las técnicas agrícolas, la electricidad y el Holocausto (Feenberg, 2000). Creo, sin embargo, que el mayor inconveniente no es su nivel de abstracción, sino el hecho de que Heidegger le adjudica una esencia a lo que llama “tecnología moderna”, y por ende ve cada tecnología particular como una simple expresión de una esencia común; esencia que, por lo demás, considera peligrosa y amenazante. 38

asociado a éste es el de determinismo tecnológico, el cual le otorga a la tecnología una primacía sobre cualquier otro factor en la explicación de la realidad social.14 Las diferencias pueden ser sutiles, y se debe a que hay autores que no se identifican fácilmente con una u otra perspectiva, pues hay matices. Marcuse, por ejemplo, considera que la ciencia y la tecnología someten al hombre a un estado opresivo, pero sostiene que es posible desprenderse del sistema social que da origen a esa dominación científico-técnica. Foucault, por su parte, argumenta que es posible desarrollar luchas locales contra los dispositivos opresivos.15 En cambio, Jacques Ellul representa una visión fatalista de la opresión tecnológica. Para empezar, Ellul considera que la tecnología es completamente autónoma, y que vivimos en una sociedad tecnológica con valores y dinámicas propias. Ante la pregunta –que él mismo se formula– respecto a si el hombre puede tener el control de esa tecnología, Ellul es abiertamente pesimista (Ellul, 2004). Habermas, por su parte, se inscribe entre quienes sostienen que la ciencia y la tecnología imprimen una lógica cultural opresiva, al entender la “ideología de la tecnología” como una identificación masiva con la racionalidad tecnológica (Habermas, 1992). Aggazi tiene una concepción similar de lo que denomina “ideología tecnologista”, considerándola una visión totalizante de la realidad en la cual la tecnología abandona las especificidades de su campo bajo la “confianza de que los problemas de la totalidad se pueden afrontar y resolver” con ella (Agazzi, 1996: 119). Esto se acerca más a una crítica de la tecnología en tanto cultura tecnocrática, es decir, en función del lugar privilegiado que se le da para la resolución de problemas.16 Las distintas manifestaciones de temor o preocupación hacia la ciencia y la tecnología modernas que reseñé aquí, forman parte de un modo de pensar que encuentra en los desarrollos científicos una fuente intrínseca de problemas sociales. Ellul, por ejemplo, afirma que la tecnología moderna –en la que incluye a la ingeniería genética– genera más problemas que soluciones, y que los desastres que estos desarrollos pueden 14

La discusión sobre el determinismo tecnológico excede los alcances de este capítulo. Al respecto, puede consultarse Smith y Marx (1994).

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El hecho de que conciban que la dominación técnica depende de la organización social, entra en contradicción con una idea esencialista de la tecnología. Es por eso que Feenberg prefiere denominar a Marcuse y a Foucault como “distopianos de izquierda” (Feenberg, 1999). En todo caso, estos autores le asocian un lugar privilegiado a la tecnología en las relaciones sociales, y un lugar netamente opresivo.

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Hay también en Marcuse y en Habermas una intención de criticar la cultura tecnocrática, es decir, la idea de que sólo desde el saber científico-tecnológico se abordan las problemáticas sociales. Sin embargo, la “ideología tecnocrática” que cuestionan suele estar investida por estos autores de una gran autonomía, de modo tal que actuaría como un poder dominante en sí mismo (Katz, 1997). 39

acarrear resultan impredecibles (Ellul, 1990). Esto nos remite directamente a una corriente de pensamiento que surgió hacia la década de 1980, y que se concentra en la idea de los riesgos de la tecnología.

La sociedad del riesgo El máximo referente de lo que se conoce como la “sociedad del riesgo”, es el sociólogo alemán Ulrich Beck. Para él, el riesgo que se desprende de los desarrollos tecnológicos ha redefinido todas las relaciones sociales. Según Beck, hasta Chernobil la sociedad podía ubicar sus conflictos en torno a la desigual distribución de riquezas, a las injusticias sociales y la miseria, pero a partir de ese momento quedaría claro que los riesgos tecnológicos se volverían el principal problema social17. El riesgo tecnológico pasa a ser la razón estructural de la sociedad contemporánea. De acuerdo a Beck, la sociedad del riesgo tiene una lógica nueva, pues “las sociedades del riesgo no son sociedades de clases; sus situaciones de peligro no se pueden pensar como situaciones de clases, ni sus conflictos como conflictos de clases” (Beck, 1998: 42). Apelando a esta perspectiva, el sociólogo de la tecnología Wiebe Bijker considera que “en lugar de la distribución de bienes, como ocurría en la sociedad de clases, la distribución del riesgo es lo que hoy determina las relaciones sociales y de poder” (Bijker, 2006: 693). Además, el riesgo así entendido tiene una carga de inconmensurabilidad, pues no se sabe cuán grande podría llegar a ser la magnitud del desastre. No hay una idea clara sobre la naturaleza del riesgo, pero hay una certeza sobre su inminencia. De esta manera, Beck sostiene que “una característica de la sociedad del riesgo global es una metamorfosis del peligro que es difícil delinear o controlar”, pues “las amenazas globales han tenido como resultado un mundo en el que los fundamentos de la lógica establecida de los riesgos son minados e invalidados, en el que sólo hay peligros de difícil control en lugar de riesgos calculables” (Beck, 2002: 211-242). En términos similares se expresa Giddens, para quien los peligros catastróficos que se estarían afrontando en la actualidad se miden “no en términos de probabilidad de suceder sino en términos de amenaza generalizada a la vida humana” (Giddens, 1999: 128).

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Así explica el propio Beck este cambio, que según su criterio marca un alejamiento de los problemas típicos de la modernidad: “Se puede dejar fuera la miseria pero no los peligros de la era atómica. Ahí reside la novedosa fuerza cultural y política de esta era. Su poder es el poder del peligro que suprime todas las zonas protegidas y todas las diferenciaciones de la modernidad” (Beck, 1998: 11). 40

Este tipo de perspectivas sobre los riesgos de las nuevas tecnologías implican un abordaje esencialista, por cuanto consideran que el riesgo es inherente a estas tecnologías, que está en su naturaleza. La biotecnología se asocia como una de esas nuevas tecnologías que, en particular a través de la ingeniería genética, sumiría a la sociedad en situaciones de riesgo. Además de Ulrich Beck, hay otros autores que abordan temáticas similares, como Niklas Luhmann, y también podría mencionarse el trabajo de Funtowicz y Ravetz. Desde un enfoque similar al de Beck, Funtowicz y Ravetz (1993) plantean que la tecnología está destruyendo la naturaleza. Advierten que los nuevos problemas ambientales tienen diferencias significativas con los problemas científicos tradicionales, y por eso se los puede distinguir con claridad: son globales en su escala, su impacto es de larga duración y son complejos y dinámicos, es decir, se vuelven impredecibles, y su control, incompleto. Afirman que ninguna tradición cultural del pasado puede prever todas las respuestas que exigen los problemas del planeta, y por eso llaman a la conformación de una ciencia nutrida de una pluralidad de perspectivas. Como he mencionado anteriormente, la denominan “ciencia posnormal” para diferenciarla de la ciencia normal (en el sentido kuhniano), ya que mientras ésta habría sido exitosa en extender la resolución de problemas desde el laboratorio hasta la conquista de la naturaleza, no lo sería en cambio para la resolución de los nuevos problemas ambientales globales. Estas perspectivas comparten la caracterización del riesgo como el elemento central de la sociedad actual, el cual redefiniría las relaciones sociales (obviando o no las relaciones de clases), y esto permite clasificarlas como una misma corriente de pensamiento. En tal sentido es que se considera que “estamos en el siglo XXI y las opciones teóricas que encontramos más apropiadas a la descripción de nuestro sistema social son las referidas a la Sociedad del Riesgo para caracterizar la estratificación social en términos de vulnerabilidad” (González, 2003), lo que pone en evidencia el lugar central que se le otorga al riesgo en la sociedad actual, tanto desde la perspectiva de Beck como de algunas perspectivas críticas. Además, y en función del rol central concedido al riesgo, ambas concuerdan en la necesidad del incremento de la participación pública en el control de los riesgos tecnológicos, ya que “la democratización de los riesgos, obliga a las ciencias a democratizar la regulación del riesgo” (Gutiérrez, s./f.). El hecho de que algunos autores busquen controlar los riesgos de las tecnologías modernas, no necesariamente los aleja del esencialismo. Hay quienes 41

pretenden contener las cualidades esenciales de las cosas, y quienes afirman que es imposible hacerlo. Pero son abordajes esencialistas toda vez que atribuyen cualidades esenciales a las cosas, en lugar de considerar esas cualidades como construidas en un contexto social particular.

La biotecnología desde perspectivas esencialistas Si he mostrado cómo en las últimas décadas del siglo XX se fue consolidando una corriente esencialista frente a la tecnología moderna, es porque eso se refleja luego en el modo de aproximarse a los cultivos transgénicos. La biotecnología es uno de los más claros exponentes de la “ciencia moderna”, además implica una manipulación del ADN, y en particular la biotecnología vegetal supone una irrupción de la ciencia y la tecnología en el mundo de la agricultura y de los alimentos. Cada uno de esos aspectos son refugios de discursos esencialistas, de modo que resulta muy habitual que, al referirse a los cultivos transgénicos, se lo haga desde posiciones esencialistas. Así, los problemas sociales que se ubican en ámbitos agrícolas, por ejemplo, encontrarían su explicación en los transgénicos. No en el contexto particular en el que se desarrollan y usan, sino en sí mismos. En esa perspectiva, el Grupo de Reflexión Rural sostiene que “la biotecnología, el agronegocio, los transgénicos, los agrotóxicos, destruyen la biodiversidad, envenenan los ecosistemas e impactan severamente sobre nuestras poblaciones” (GRR, 2010). También en el sentido de adjudicarle a los transgénicos los males sociales, Marie-Monique Robin relata que “150.000 campesinos dejaron su actividad entre 1991 y 2001, de los cuales 103.000 lo hicieron después de la llegada de la soja transgénica” (Robin, 2008: 279). El economista Miguel Teubal señala que existe una relación causal entre la soja transgénica y la pobreza y el hambre en la Argentina (Teubal, 2006).18 Así las cosas, pareciera que esta tecnología encierra una siniestra caja de Pandora que, al abrirse, despliega dramáticos males sociales. Una de las características de la idea de riesgo de las nuevas tecnologías es la certeza de que acarreará catástrofes pero dentro de una gran incertidumbre respecto a las características de las mismas. Así es como se concibe a la biotecnología al definir, por ejemplo, a los transgénicos como “mutantes presuntamente amables pero de comportamiento en gran 18

Aunque en general el análisis de Teubal se despliega en torno a diversas variables, que enmarca en lo que llama un “modelo agroalimentario”, luego desliza su causa hacia “la aparición de la soja transgénica”. Estos deslizamientos no son casuales, sino que responden a la presencia de una concepción esencialista de la tecnología. Así, termina señalando que es una tecnología (la soja transgénica) lo que causa pobreza y hambre. 42

medida imprevisible” (Bartra, 2008). Por su parte, Jeremy Rifkin comulga con muchas de las perspectivas esencialistas, desde las ideas del riesgo de las nuevas tecnologías, hasta la noción de sacralidad, complejidad y sabiduría de la naturaleza, pues al referirse a la agricultura transgénica sostiene que: “La nueva siembra del planeta con un segundo Génesis de laboratorio tendrá seguramente envidiables éxitos a corto plazo en el mercado, sólo para, finalmente, fracasar a manos de una naturaleza impredecible e implacable. Las técnicas genéticas que hemos inventado para recolonizar la biología del planeta son imponentes, pero nuestra ignorancia supina de los intrincados mecanismos de la biosfera con los que estamos experimentando supone una limitación aún más imponente. La aparición de nuevas herramientas de la ingeniería genética y la apertura de un comercio mundial permitirán a una naciente ‘industria de la vida’ ‘reinventar’ la naturaleza y manipularla a escala universal. Pero la nueva colonización no tiene brújula. No hay una ecología predictiva que ayude a guiar este viaje, y seguramente nunca la habrá, porque la naturaleza está demasiado viva, es demasiado compleja y variable para que los científicos puedan hacer alguna vez modelos que la predigan. Puede que al final nos veamos perdidos y a la deriva en este nuevo mundo artificial que nos estamos creando para el siglo de la biotecnología.” (Rifkin, 1999: 116)

Bajo esta perspectiva, la naturaleza es un espacio sagrado que el hombre está vulnerando con la biotecnología y, al hacerlo, despertará grandes males: “lo cierto es que, cuanto más poderosa sea una tecnología por lo que se refiere a alterar y transformar el mundo natural –es decir, a reordenar el entorno con fines inmediatos, eficaces y a corto plazo–, tanto más probable será que se quiebren y socaven las viejas redes de relaciones y se creen desequilibrios en alguna parte del medio circundante” (Rifkin, 1999: 218).19

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Las similitudes entre el discurso de Jeremy Rifkin y el de Ulrich Beck son notables. Considérese, por ejemplo, el siguiente pasaje en el que Rifkin alude a los OGMs: “Cada nueva introducción sintética viene a ser como jugar a la ruleta ecológica. Es decir, aunque haya sólo una pequeña posibilidad de que dispare una explosión ecológica, si lo hace, las consecuencias podrían ser importantes e irreversibles” (Rifkin, 1999: 80). Ahora compárese con estas observaciones de Beck: “…se está jugando una especie de ‘ruleta rusa’ tras las paredes, cada vez más delgadas, del ‘medio ambiente’ (…) No importa cuán abstractas puedan ser las amenazas; en último término, su concreción es igualmente irreversible e identificable regionalmente” (Beck, 2002: 100). A pesar de las similitudes, Rifkin no cita ni una sola vez, en su obra El siglo de la biotecnología, a Ulrich Beck. Es probable, entonces, que no lo haya leído. Lo que ponen de manifiesto estas coincidencias es una forma de pensar común, plagada de esencialismos, que se ha extendido en lo que se refiere al modo de ver las nuevas tecnologías. En esta forma de pensar, abunda la idea de los efectos irreversibles de las tecnologías, de la fragilidad y complejidad del ambiente, de la enorme magnitud de los riesgos con los que estaría, inconscientemente, jugando el hombre al desafiar la naturaleza con sus desarrollos científicos. 43

Las proyecciones distópicas suponen, necesariamente, un pasado donde las tecnologías eran más amables y controlables. En fin, que si el problema está en la naturaleza de ciertas tecnologías modernas, la ausencia de esas tecnologías resuelve un problema. Este es el sentido del razonamiento de Marie-Monique Robin: “Las técnicas de manipulación genética no tienen nada que ver con la selección genealógica que practican los seleccionadores (…) desde el advenimiento de la agricultura en la Mesopotamia hace 10.000 años, dirigida a guardar las más bellas espigas de sus cosechas para la siembra del año siguiente. Ese procedimiento agronómico no puede ser asimilado a las técnicas de manipulación genética, las cuales, lejos de respetar las leyes naturales del desarrollo vegetal, buscan por el contrario destruirlas por todos los medios.” (Robin, 2008: 150-151)

Dicho de otro modo, si los problemas sociales están originados en una tecnología, la solución es tan simple como deshacerse de esa tecnología: “Las denominadas tecnologías de punta en el campo de los recursos naturales (…) desplazan masivamente tanto a trabajadores rurales, al campesinado, a la agroindustria en general, como a pobladores cordilleranos; significan la depredación, el saqueo y la contaminación de recursos naturales esenciales (…) y, por último, aunque parezca extraño, no son esenciales para la vida de las comunidades, o del mundo en general. Podemos vivir sin oro y también sin soja.” (Teubal, 2009a)

Siguiendo esta línea se puede llegar a encontrar autores que proponen directamente una nueva forma de luddismo (Bartra, 2008).20

Perspectivas divergentes Las diversas expresiones reunidas aquí tienen el propósito de mostrar diferentes perspectivas sobre la agricultura transgénica con componentes esencialistas. En el Capítulo 7 mostraré la posición que asumieron diversos grupos sociales – sobre todo, movimientos campesinos– antes los cultivos transgénicos. En general, éstos se ven afectados por la creciente tecnificación e industrialización de la agricultura, entre otras cosas porque lógicamente resultarán perjudicados ante el aumento de productividad de quienes incorporan esas tecnologías. Su propia agricultura de pequeña escala se ve así amenazada, y es por lo tanto comprensible que salgan públicamente a 20

El luddismo es un movimiento obrero de principios del siglo XIX en Inglaterra, es decir, en los comienzos de la revolución industrial. Se caracterizó por la destrucción de máquinas, a las que responsabilizaba de sus miserias. 44

oponerse a los transgénicos y tratar de sostener sus prácticas agrícolas, bajo la reivindicación de una “agricultura orgánica”, “agroecología”, etc. Pero lo que quiero señalar aquí es que hay otro tipo de actores, que en principio no se ven directamente afectados por la industrialización de la agricultura, y que expresan puntos de vista similares. Me refiero a los discursos que he mostrado en este capítulo bajo el rótulo de “esencialismos”. Estas perspectivas intelectuales se explican por otras razones, relacionadas con un avance en las posiciones esencialistas frente a las nuevas tecnologías. ¿Por qué no coincido con estas perspectivas? Porque las miradas esencialistas consideran que los problemas sociales se originan en la naturaleza de las cosas (que son “inherentemente contaminantes”, “insustentables”, que “sólo favorecen a los poderosos”, etc.). En cambio, yo pretendo realizar un abordaje relacional de la ciencia y la tecnología, que apunte a comprender el desarrollo y funcionamiento concreto de una tecnología en relación al contexto particular en el que se desenvuelve. Las miradas esencialistas pueden resultar más fáciles, pues pretenden que el orden social depende de la naturaleza de las cosas, y creen entonces que cambiando la ciencia y la tecnología se obtendrá una sociedad distinta. Mi perspectiva es la inversa. En algún punto, estas discusiones resultan similares a las que se daban en el siglo XIX cuando el comienzo de la industrialización ponía en serios aprietos al campesinado. Ante los avances de la producción fabril y del desarrollo de máquinas para la fabricación de mercancías, numerosos intelectuales ponían el grito en el cielo, clamando lo innecesario de esas máquinas que acabarían simplemente por arruinar a los campesinos. Lenin tildaba a esos lamentos de utopías pequeñoburguesas. Lo interesante es que Lenin terminaba por considerar reaccionarias a tales doctrinas, toda vez que no valoraban el elemento progresivo de esas máquinas: “En el reemplazo del trabajo manual por el de las máquinas no hay nada de ‘absurdo’; al contrario, en eso precisamente reside toda la labor progresista de la técnica humana (…) La incapacidad de explicar el capitalismo y la preferencia por las utopías en lugar del estudio y la comprensión de la realidad, conducen a negar el significado y la potencialidad del capitalismo.” (Lenin, 1893-1899)

Detrás de muchas de las posiciones que glorifican una idea de agricultura tradicional, y separan lo “natural” de la actividad del hombre, suele haber en juego identidades locales que se ven amenazadas por el avance de la industrialización y la modernización de las 45

prácticas agrícolas. Tales representaciones reificadas sobre las actividades del hombre y la naturaleza, son comprensibles en función de esas identidades, relacionadas con las prácticas concretas de producción agrícola que acompañan a esos grupos sociales, y sobre ello me extenderé en el Capítulo 7. Pero otra cosa muy distinta es que esas mismas posiciones sean abonadas desde los estudios sobre las relaciones entre la ciencia y la sociedad. Frente a ellas, creo conveniente desplegar una perspectiva más dialéctica, que perfore las reificaciones que se construyen en torno a la naturaleza, la cultura, la ciencia y la tecnología. Al respecto, Marx sostenía que: “Los animales y las plantas, que solemos considerar como productos naturales, no son solamente productos del año anterior, supongamos, sino que son, bajo su forma actual, el fruto de un proceso de transformación desarrollado a lo largo de las generaciones, controlado por el hombre y encauzado por el trabajo humano.” (Marx, 1867: 134)

En ese marco de imbricación entre el trabajo humano y la naturaleza, el estudio de la biotecnología puede mostrar los aspectos concretos en que se desarrollan nuevos modos de producción, las formas en que diversos actores se involucran en esos procesos, y las reconfiguraciones de las relaciones sociales que se llevan a cabo. Habiendo aclarado mis diferencias con los abordajes esencialistas, a continuación mostraré los elementos conceptuales generales que orientan un análisis contextual de los desarrollos científico-tecnológicos.

Ciencia, tecnología y sociedad Diversos aspectos materiales y simbólicos son puestos en tensión en relación con la biotecnología, y diversos actores se involucran en su desarrollo. Científicos, funcionarios, empresas, movimientos sociales, asociaciones de productores rurales, son actores sociales que parecen transitar espacios distintos, y sin embargo, todos ellos se involucran, de algún modo u otro, con los cultivos transgénicos. Dar cuenta de esas interacciones supone un esfuerzo por reunir en un mismo estudio cuestiones técnicas, políticas, económicas y sociales. Estos cruces entre aspectos que tradicionalmente pertenecen a campos de estudios distintos, aparecen aquí reunidos bajo un mismo análisis en buena medida debido al desarrollo de un campo disciplinar singular: el de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.

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Robert Merton aparece como una de las primeras figuras de este campo mediante su tesis doctoral, titulada Ciencia, tecnología y sociedad en la Inglaterra del siglo XVII, la cual fue publicada en 1938.21 Allí, Merton analiza el surgimiento de la investigación científica en relación con las transformaciones generales que ocurrían en la sociedad. Se trataba de un estudio que no indagaba en la producción del conocimiento científico por cuanto consideraba que eso era de interés epistemológico y no sociológico. El propósito de Merton era analizar cuestiones externas a la producción de conocimiento. En tal sentido, señala que, al respetar una serie de normas de conducta, la comunidad de investigadores garantiza el normal funcionamiento del método científico (Merton, 1938). Merton es reconocido como uno de los pioneros en los estudios sociales de la ciencia, pero con el tiempo su abordaje va a ser cuestionado, en particular, en lo que se refiere a la producción del conocimiento científico –que Merton resguardaba bajo una esfera de autonomía– y que va a pasar a ser analizado, también, en términos sociológicos. La ruptura la produce Kuhn (1962), quien –en La estructura de las revoluciones científicas– plantea que la propia dinámica de producción de conocimientos científicos está relacionada con la organización social. Los criterios metodológicos de la ciencia se sustentan en presupuestos que van cambiando, conforme cambian las ideas sobre lo que es un problema relevante o una solución aceptable. Kuhn no ve en la historia de la ciencia un proceso continuo de acumulación de conocimientos, sino que ve estadios de estabilidad y de cambio en el proceso científico, relacionados con situaciones de consenso y quiebres del mismo.22 Se trata de un consenso acerca de una trayectoria científica previa. Esto lo explica Kuhn a través de la noción de paradigma, que engloba un conjunto de realizaciones científicas pasadas que no son cuestionadas y que definen los problemas y métodos legítimos de un campo de investigación.23 El paradigma define el tipo de problema a analizar. La ciencia que se

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Por cierto, hay autores contemporáneos a Merton que también estudiaron estos temas. Uno de ellos es Ludwik Fleck, quien, en muchos aspectos, fue más lejos que Merton en la indagación de la ciencia. En particular, Fleck se interesó por el modo en que se desarrollan los hechos científicos, y consideró que resultaba crucial analizar los “estilos de pensamiento”, pues sostuvo que no había vínculos lógicos formales entre las concepciones y las pruebas que las justificaban, y por eso debía prestarse atención a cómo circulan las ideas y concepciones dentro de los estilos de pensamiento (Fleck, 1937).

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Según Prego, “el recurso a la noción de consenso aparece en la obra de Kuhn como piedra angular en la construcción de la idea de ciencia normal, y de la comunidad científica misma, entroncando con la teoría del cambio científico a través de los poco elaborados mecanismos de desaparición y reconstrucción del acuerdo comunitario” (Prego, 1992: 32).

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Al mismo tiempo, estas realizaciones científicas pasadas deben ser lo suficientemente incompletas como para dejar que muchos problemas sean resueltos posteriormente bajo ese paradigma. De hecho, “el 47

realiza en tales condiciones –es decir, al amparo de un paradigma dominante– es denominada ciencia normal. Las realizaciones científicas pasadas que constituyen un paradigma son relatadas en los libros de texto científicos. Mientras un paradigma se encuentre vigente, la ciencia se desarrollará de modo acumulativo, es decir, se considerará que los conocimientos se van agregando y perfeccionando unos a otros. Pero eventualmente un paradigma puede entrar en crisis y dar lugar a otro paradigma, lo que se define como una revolución científica. En los cambios revolucionarios intervienen realizaciones científicas cuya asimilación implica una alteración de los modos de pensar y describir una serie de fenómenos naturales (Kuhn, 1962). En tales circunstancias, surgen teorías que compiten entre sí y cuya resolución depende de la construcción de un nuevo consenso. En los paradigmas más recientes –Kuhn hace referencia, en 1962, a la biología hereditaria– la construcción de un consenso todavía se percibe como un proceso arduo. En base a la obra de Kuhn –y, en particular, a su ambigua definición de paradigma– se generaron nuevas formas de desplegar una sociología del conocimiento (Kreimer, 1999). Sobre todo, se destaca la emergencia de una corriente según la cual el conocimiento es concebido como el resultado de una construcción social, razón por la que se la denomina constructivismo. La tesis constructivista, según Callon y Latour (1991), consiste en considerar que los conocimientos no se obtienen por el mero registro de los resultados proporcionados por los experimentos, sino que intervienen diversas acciones, conflictos y negociaciones entre los actores que le permite a los científicos finalmente hablar en nombre de la naturaleza y construir así el hecho científico. Esto no significa que los conceptos desarrollados por Kuhn hayan sido aplicados sistemáticamente por autores posteriores.24 En todo caso, su influencia se destaca de un modo general en la apertura del hecho científico a la sociología. De allí en más, diversas corrientes se abrieron camino dentro del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología.25 En todo caso, mientras que la sociología clásica concibe a la ciencia

paradigma obliga a los científicos a investigar alguna parte de la naturaleza de una manera tan detallada y profunda que sería inimaginable en otras condiciones” (Kuhn, 1962: 53). 24

De hecho, los conceptos de paradigma, ciencia normal y ciencia revolucionaria resultan bastante difusos y poco operacionalizables (Pinch y Bijker, 1984: 407).

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La heterogeneidad de abordajes que se sucedieron desde la década de 1970 se parecen fundamentalmente en su oposición a la sociología normativa de Merton. Por lo demás, su diversidad se explica porque el legado de Kuhn no fue tanto una teoría, sino más bien la formulación de una problemática (Prego, 1992: 28). No desplegaré aquí una descripción de cada una de esas corrientes que fueron emergiendo dentro de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, sino sólo algunos aspectos 48

como una esfera autónoma de operaciones intelectuales, para la nueva sociología de la ciencia tal autonomía no existe, sino que la ciencia –como toda actividad humana– está atravesada por relaciones sociales que son las que le dan forma. Según Michel Dubois (2001), a partir de la década de 1970 se pueden distinguir cuatro tendencias en los estudios sociales de la ciencia. Una se caracteriza por un abordaje relativista, según la cual toda investigación científica se realiza dentro de sistemas sociocognitivos cerrados e irreductibles entre sí. Esta tendencia se encontraría particularmente referenciada en el “Programa Fuerte”. En Conocimiento e imaginario social, Bloor (1976) se propone demostrar que toda forma de conocimiento está socialmente determinada. Para ello establece cuatro principios programáticos que deberían guiar la sociología del conocimiento: Causalidad (ocuparse de las condiciones que dan lugar a las creencias), Imparcialidad (respecto a lo que se considera verdadero o falso), Simetría (los mismos tipos de causas deben explicar las creencias falsas y las verdaderas), y Reflexividad (los patrones de explicación deberían ser aplicables a la sociología misma). Estos serían los cuatro pilares del Programa Fuerte en sociología del conocimiento, cuyo origen institucional se sitúa en la Universidad de Edimburgo, de donde provienen no sólo David Bloor, sino también Barry Barnes, Steven Shapin y Donald MacKenzie. Otra tendencia dentro de los estudios sociales de la ciencia se orienta a mostrar la interdependencia de los diversos factores que convergen en la práctica científica. Una interpretación radical de la idea de interdependencia sería aplicada por los socioconstructivistas referenciados en Latour, Callon, Woolgar, Knorr-Cetina y Michael Lynch. Éstos sostendrían que las dimensiones técnicas, sociales, económicas y cognitivas –constitutivas de toda práctica científica– son indiscernibles. Shinn y Ragouet (2005) cuestionan las corrientes antidiferenciacionistas (que reducen la diferencia entre ciencia, sociedad, naturaleza y cultura), por considerar que, en función de esa no diferenciación entre distintas categorías, terminan por realizar siempre un enfoque más descriptivo que explicativo. Las dimensiones sociales más amplias –las consecuencias sociales de la ciencia, su ideología– en relación a la ciencia constituirían el eje de otra tendencia que, según Dubois, sólo habría sido desarrollada por el grupo PAREX, donde incluye a Terry de éstas. Para un acercamiento más detallado de estos diversos abordajes, ver, por ejemplo, Kreimer (1999) y Thomas y Buch (2008). 49

Shinn, Lemaine, Mulkay, Whitley y Weingart.26 Observan el rol de las políticas científicas en el desarrollo de las organizaciones científicas. Buscan comprender las estrategias de los científicos en relación a sus normas y valores. La tendencia que atravesaría a todas las corrientes emergentes en los estudios sociales de la ciencia es la de observar empíricamente las acciones y prácticas científicas. Esto implica un desplazamiento metodológico hacia el entorno del actor estudiado. Esta microsociología tiene, según Knorr-Cetina, dos vertientes. Por un lado, están los estudios sobre controversias científicas, encabezados por Harry Collins, que buscan describir los mecanismos por los cuales las propuestas cognitivas logran establecerse como verdaderas y formar un consenso. La otra vertiente estaría representada por los estudios de laboratorio, que implican una observación directa de las prácticas científicas en el lugar de trabajo de los investigadores. En América Latina, los estudios sociales de la ciencia datan de la década de 1950, con investigaciones en historia de la ciencia, y luego con el análisis de las dimensiones políticas de la ciencia, a través de los trabajos de Oscar Varsavksy, Amílcar Herrera, Jorge Sábato y otros. Es a partir de la década de 1980 que comienza a consolidarse el campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología en América Latina (Kreimer y Thomas, 2004). El contexto particular que suponen los países latinoamericanos en relación a los desarrollos científicos, comenzó a ser problematizado. Hebe Vessuri, por ejemplo, desarrolló a principios de los años ’80 un intento por comprender la naturaleza periférica del conocimiento científico. La sociología constructivista había comenzado a mostrar que la ciencia no es una esfera autónoma de operaciones intelectuales, y por lo tanto el contexto socio-político debía ser considerado un factor de suma importancia para dar cuenta de la ciencia periférica. Así, Vessuri señala que no existe una ciencia abstracta y universal, sino que lo que hay es una ciencia en la historia: la ciencia es desarrollada por personas singulares, en condiciones particulares, en momentos específicos. Vessuri sugiere que las comunidades científicas de los países periféricos tienden a ser más conservadoras que las de los países centrales. Porque desarrollar una teoría novedosa implica una serie de riesgos, en términos financieros e intelectuales,

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La Asociación PAREX (contracción de “París-Sussex”) se creó en 1970 bajo el amparo institucional de la Maison de Sciences de l’Homme, en París. El objetivo de la Asociación era promover la colaboración entre los grupos franceses e ingleses que se desenvolvían en los estudios sociales de la ciencia. En base a esta asociación se creó luego la EASST (European Association for the Study of Science and Technology). 50

bastante elevados para ser encarados con perspectivas de éxito desde América Latina. De este modo, las comunidades científicas de los países periféricos tienden a trabajar dentro de los parámetros de la ciencia “normal”, a resolver problemas cuyas ideas centrales fueron establecidas en otro lugar. Vessuri reconoce que hay disciplinas donde se pueden explotar circunstancias locales en términos cognitivos, y por lo tanto habrá que ver las particularidades que presenta cada disciplina, pero en términos generales enfatiza que resulta difícil que aparezca un desarrollo conceptual nuevo en América Latina (Vessuri, 1983). Por su parte, Kreimer propone un concepto, al que denomina “integración subordinada”, para explicar un fenómeno bastante común de la dinámica de grupos de investigación de países periféricos. Sostiene que las tradiciones científicas locales construyen, por lo general, vínculos más o menos fuertes con las tradiciones científicas propias de países centrales. De este modo, observar el vínculo entre los grupos locales y los de los países centrales resultaría revelador para entender el carácter de la ciencia periférica. Con frecuencia, los investigadores locales más prestigiosos logran integrarse dentro de la ciencia internacional. Pero el vínculo que se va generando no es simétrico, la integración entre los pares no es pareja. Aquellos grupos de investigación que han establecido vínculos con pares de países centrales, pueden “integrarse” en ciertas prácticas científicas (inclusión en publicaciones de primer orden internacional, financiamiento internacional), pero a riesgo de realizar una ciencia “hipernormal”, donde trabajan sobre la misma temática que sus homólogos de los países centrales, pero proveyendo información sólo en cuestiones hiper-específicas del tema. Es una integración subordinada, por cuanto la elección de las líneas de investigación, la perspectiva global del problema conceptual y hasta sus potenciales utilidades dependen fuertemente de los centros de referencia, localizados en países centrales. De este modo, se va generando una división de tareas bastante clara: en los países periféricos se trabaja a un nivel muy específico y acotado, mientras que en el país central se integra esa información en el marco de un desarrollo conceptual novedoso (Kreimer, 2000; 2006). En definitiva, el carácter periférico de la ciencia y la tecnología en América Latina fue un rasgo a tener en cuenta en los estudios locales. En algunos casos, lo periférico fue considerado como sinónimo de atraso, de ciencia marginal, sobre todo para perspectivas lineales y difusionistas. Pero en general, dentro del campo de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, el carácter periférico de la ciencia en estas sociedades fue un llamado para estudiar el contexto particular de la misma, las

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dinámicas, necesidades e intereses concretos dentro de las cuales se desarrolla, sin pretender que la ciencia es una y universal. Esta caracterización difícilmente retrate los distintos abordajes en el campo de estudios sociales de la ciencia, tanto a nivel local como internacional, pues los autores mencionados como referentes de una tendencia suelen, en realidad, hacer uso de elementos que corresponderían a otras tendencias; de modo que es una caracterización muy esquemática. Pero su utilidad aquí responde a un doble propósito: ejemplifica la heterogeneidad del campo y permite señalar algunas de las ideas principales que intervienen en el mismo.

Determinaciones y contingencias El interés que desplegó esta nueva sociología de la ciencia por mostrar cómo los hechos científicos eran construidos en estudios de caso generalmente microsociológicos, tuvo como resultado una escasa referencia a los factores externos al mundo científico. El espacio mismo que debía analizarse fue conceptualizado de modos distintos. La pacífica idea de “comunidad científica” que era común en Merton, fue desplazada por nociones que reflejaran la mayor complejidad y tensiones que se veían en las prácticas de los científicos. Así, Bourdieu propone el término de “campo científico”. Para Bourdieu, el espacio que comparten los científicos no se caracteriza por una competencia pura en términos de una carrera por la verdad. En tanto campo de acción social, la ciencia es un espacio de luchas, de intereses, de estrategias, de relaciones de fuerza, como cualquier otro campo. Lo específico de la lucha en el campo científico, es que la disputa se da por el monopolio de la autoridad científica, por poder hablar e intervenir legítimamente en lo que a ciencia se refiere. Para Bourdieu, la separación entre un análisis al interior de la ciencia (epistemología) y un análisis externo, es un mero artificio que hay que rechazar. Todo conflicto epistemológico es, al mismo tiempo, un conflicto político (Bourdieu, 1976). Por su parte, Karin Knorr-Cetina propone analizar las relaciones de recursos en lo que llama “arenas transepistémicas de investigación” (Knorr-Cetina, 1982). Lo que enfatiza Knorr-Cetina, es que en estos espacios las relaciones entre científicos son tan asiduas como las relaciones entre científicos y otros actores. Estos autores apuntan a señalar que no hay significativas diferencias entre los factores externos e internos en la producción de conocimiento científico. Si bien abren 52

el juego a actores y recursos que no son propios del laboratorio, con frecuencia los análisis de este tipo quedan estrechamente ligados a las estrategias o a las prácticas aleatorias de los actores, sin demasiadas explicaciones exteriores sobre el accionar de los mismos. Se evidencia así una fuerte presencia de lo contingente en estos estudios. Harry Collins buscó aunar las descripciones contingentes con las explicaciones exteriores, en su Programa Empírico del Relativismo. Plantea que en una primera etapa del estudio de la producción de conocimiento científico debe mostrarse la flexibilidad interpretativa de los datos experimentales, es decir, cómo un mismo fenómeno es interpretado de modos distintos. Luego, se deben describir los mecanismos por los cuales estos debates sobre lo que significa un experimento son llevados a una clausura, estabilizándose uno de los sentidos atribuidos al fenómeno. Finalmente, Collins señala que deberían relacionarse los mecanismos de clausura con la estructura social y política más amplia, para entender así las restricciones que operan desde el mundo exterior (Collins, 1981). Sin embargo, en la práctica la mayor parte de los estudios sobre la producción de conocimiento científico no incorporan el tercer estadio, sino que se concentran en los procesos sociales al interior de la comunidad científica (Pinch, 1986).27 Al no mostrar cómo los factores externos determinan las ideas y las prácticas científicas, éstas aparecen flotando en un mar de contingencias. Barry Barnes cuestiona el modo en que la epistemología tradicional ha abordado el estudio de la ciencia, pero también se distancia de la forma en que el constructivismo social lo ha encarado. Considera que la sociología constructivista tiene el mérito de haber depuesto la descripción de la ciencia que estaba implícita en la epistemología tradicional (dentro de la que podría citarse a Merton), al haber mostrado que el individualismo, el realismo y el racionalismo son bases inadecuadas para caracterizar el conocimiento científico. Según Barnes, la epistemología tradicional coloca al individuo por encima de lo social, lo real sobre lo convencional, y lo racional sobre lo contingente (en la medida que supone que la racionalidad está garantizada en la ciencia a través de la demostración deductiva y las pruebas empíricas). El constructivismo invierte la visión tradicional, pero conserva el patrón de oposiciones propio de la epistemología

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Pierre Bourdieu le adjudica a Collins el mérito de recordar que el hecho científico es una construcción colectiva, donde es central la interacción entre quien produce y quien recibe el hecho. No obstante, Bourdieu señala que en el interaccionismo de esta perspectiva se encuentra también su debilidad, pues al limitarse a las acciones entre los agentes ignora las estructuras que dan lugar a las interacciones. Es decir, Bourdieu sostiene que deben abrirse los límites analíticos del laboratorio, e interrogarse sobre las condiciones estructurales en que se producen los hechos científicos (Bourdieu, 2003). 53

tradicional (Barnes, 1993-4). Los dualismos individuo/colectivo, real/convencional y racional/contingente son comunes a ambos enfoques. El marco evaluativo de la epistemología tradicional sigue siendo aceptado. Barnes propone trascender este marco de trabajo a través de un enfoque monista, escapando así a la necesidad de posicionarse en uno de los polos del modo dualista. Por ejemplo, en cuanto a la racionalidad del conocimiento científico, el constructivismo sostiene que las inferencias científicas se deben más bien a fenómenos empíricos contingentes, pero Barnes propone que igualmente pueden existir formas de racionalidad. Frente al dualismo real/convencional, Barnes advierte que los sociólogos del conocimiento no deberían minimizar el rol del mundo real. Hay un trasfondo eminentemente dialéctico en la perspectiva de Barnes, al sostener que los dualismos que mantiene el constructivismo estarían en realidad mucho más entremezclados.

Ciencia e intereses Dentro de los abordajes ligados al constructivismo en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, hay una corriente que me interesa rescatar, pues recupera buena parte de las explicaciones socio-históricas amplias. Se trata de una corriente, si así se puede llamar al abordaje que propusieron básicamente dos autores, Donald MacKenzie y Barry Barnes, que ha tenido un muy escaso desarrollo en estos estudios, y que se centró en la noción de “interés”. En pocas palabras, se trataba de mostrar que los hechos que producían los científicos respondían a intereses sociales más amplios. Esta perspectiva se mostró sobre todo en los inicios de la nueva sociología de la ciencia y la tecnología, a fines de la década de 1970, originó un debate en el seno de estos nuevos estudios, y al poco tiempo salió de escena. No porque haya sido refutada o “superada”, sino simplemente porque la gran mayoría de las investigaciones en este campo privilegiaron otros abordajes. Donald MacKenzie es un matemático de la Universidad de Edimburgo, que se orientó a la sociología de la ciencia bajo la supervisión de Barry Barnes. En 1978 culminó su doctorado sobre el desarrollo de la teoría estadística en Gran Bretaña desde una perspectiva sociológica, y ese mismo año publicó un artículo que resumía su investigación.28 Su objetivo era mostrar las relaciones entre las teorías estadísticas que estaban en disputa hacia el año 1900, y los aspectos sociales e ideológicos en un sentido 28

En los siguientes párrafos, me baso precisamente en el trabajo de MacKenzie (1978) para explicar su perspectiva. 54

amplio. Si consideramos entonces que para explicar las ideas, posiciones y desarrollos que llevan a cabo los científicos es necesario encontrar factores externos, MacKenzie sugiere que los intereses podrían estar entre estos factores. Distingue, por un lado, entre “intereses cognitivos” e “intereses sociales”. Los “intereses cognitivos” estarían dados por las posibles aplicaciones de las teorías científicas (recordemos que MacKenzie estaba analizando el desarrollo de las teorías estadísticas, pero lo mismo podríamos hacer extensivo no sólo a las teorías, sino a las diversas prácticas que llevan, también, al desarrollo de artefactos científicotecnológicos, por lo que hablaré del “trabajo” de los científicos a fin de englobar esos diversos aspectos). Es decir, el modo en que el trabajo del científico podría llegar a aplicarse, incide en el desarrollo concreto de ese trabajo. Los fines a los que se orienta el trabajo del científico repercuten, a su vez, en el modo en que el científico desarrolla ese trabajo. Así, MacKenzie considera que Pearson desarrolló su particular teoría de la estadística en función de su compromiso con una visión eugenésica, que por entonces, hacia el 1900, era una ideología que tenía bastantes adeptos en Gran Bretaña.29,30 Sugiere que Pearson buscaba construir una teoría matemática predictiva sobre la descendencia, y que ese interés condicionó la naturaleza de la teoría de Pearson. Pero MacKenzie también señala que hay otro tipo de intereses que intervienen, a los que llama “intereses sociales”. Se trata de intereses que provienen de la estructura social. MacKenzie explica que en la Gran Bretaña de fines del siglo XVIII y principios del XIX se había desarrollado una clase de trabajadores no-manuales, de profesionales que diferenciaban su posición social en base al conocimiento que se acreditaban. En ese contexto, la eugenesia era una ideología que pretendía naturalizar la división entre el trabajo intelectual y el manual. De este modo, la teoría estadística de Pearson expresaba, en última instancia, los intereses de un sector social propio de la Gran Bretaña de aquella época. Como si supiera que su abordaje no iba a ser del todo bien recibido en los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, MacKenzie introdujo una serie de aclaraciones y matices en su trabajo. Señala que el hecho de asociar unos intereses a un grupo social no implica que todos sus individuos habrán de comportarse del mismo 29

No explicaré aquí el contenido técnico de las teorías estadísticas que estaban en disputa por entonces. A tal efecto, recomiendo al lector remitirse al trabajo original de MacKenzie (1978). Mi objetivo aquí es mostrar el abordaje teórico que desplegaba el análisis de MacKenzie.

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Respecto a las ideas eugenésicas en Gran Bretaña, y a los vínculos con la estadística y la antropometría que tejió, sobre todo, sir Francis Galton, puede verse el trabajo de Hacking (1990). 55

modo, ni que la noción de “interés” sea suficiente para explicar todo el trabajo científico y las creencias de individuos particulares. En todo caso, su abordaje implica un razonamiento estructural, donde se considera que las elecciones y creencias de esos individuos no se toman en el vacío, sino en un determinado contexto histórico y social. En realidad, estas consideraciones teóricas sobre el rol de los intereses en la producción del conocimiento habían sido recientemente elaboradas por Barry Barnes en Interests and the Growth of Knowledge (Barnes, 1977). En ese libro, advierte que el modo en que los pensamientos y creencias pueden asociarse a estructuras sociales tales como clases u otras formaciones, constituye el problema central de la imputación en la sociología del conocimiento. De hecho, la articulación entre el conocimiento y la estructura social es un tema de particular interés para el materialismo histórico, de lo que da cuenta, en particular, la obra de Lukács. A diferencia de las perspectivas idealistas, que pretenden entender la historia en función de las ideas que profesan los hombres, Barnes se inscribe en el materialismo histórico –que busca analizar las actividades sociales y las condiciones de existencia– descartando desde luego las corrientes mecanicistas que conciben al conocimiento como una simple manifestación lineal de la estructura económica. De este modo, Barnes toma como su objeto de estudio al conocimiento, pero desde una posición ligada al materialismo histórico, de donde provienen los conceptos de interés y estructura social (Barnes, 1977). Dentro de los estudios sociales de la ciencia se desató una controversia cuando Steve Woolgar publicó un artículo cuestionando el uso del “modelo de intereses”, haciendo referencia en particular a Barnes y MacKenzie (Woolgar, 1981a).31 Entre otras cosas, Woolgar cuestiona que al hablar de intereses se toma a los científicos por idiotas, pues estarían meramente respondiendo a intereses al producir conocimiento; que los intereses se toman como algo dado; y que este modelo ignora que son los propios científicos los que construyen y asignan intereses. Las respuestas no se hicieron esperar. MacKenzie advierte que los conceptos de intereses –cognitivos y sociales– no son entidades empíricamente observables, sino 31

Si bien Steve Woolgar fue, junto con Bruno Latour, uno de los pioneros en los estudios etnográficos de laboratorio, su abordaje se fue orientando hacia una crítica de los estudios sociales de la ciencia, por considerar que no eran lo suficientemente relativistas. Woolgar advierte que la primera corriente, representada por Merton, consideraba tanto a la ciencia como a los estudios sobre la ciencia desde una perspectiva realista. Luego, una segunda corriente, representada por el Programa Fuerte, supo considerar a la ciencia de un modo relativista –abriendo la caja negra que suponía el modo en que se producían los hechos científicos– pero siguió considerándose a sí mismo con criterios realistas. Woolgar propone dar lugar a una nueva corriente, en la cual todo sea relativizado, incluyendo la perspectiva del propio analista, de modo que éste debería estar permanentemente cuestionando su propio abordaje. Ver: Kreimer (1999). 56

construcciones teóricas del analista que le permiten ilustrar una coherencia en el comportamientos de los actores sociales que estudia. Además, insiste en señalar que la noción de interés implica un abordaje sobre la estructura social, que da cuenta de un patrón en el comportamiento de los actores, que por ende no se considera azaroso, pero que eso no significa que todos los miembros de ese grupo social se van a comportar mecánicamente igual. Por su parte, Barnes sostiene que los intereses son una entidad teórica, así como en la física pueden serlo las fuerzas, los campos o las partículas fundamentales, y que pueden ser empleados como causas aún cuando sólo son inferidos a partir de sus efectos. Enfatiza nuevamente que los intereses son una construcción teórica pero que resulta útil, y que si uno encuentra patrones en la actividad social y no sólo expresiones del azar, entonces es necesario desplegar la curiosidad sobre lo que sostiene esos patrones (Barnes, 1981). Finalmente Woolgar replica que la comprensión de la ciencia se ve limitada por este tipo de esquemas analíticos (Woolgar, 1981b). Me ha parecido oportuno traer a colación este debate en torno a la noción de interés, porque fue una discusión que podría considerarse propia de las ciencias sociales en general, pero que se reprodujo en los estudios sociales de la ciencia en particular. Lo que pudo, al menos, ser una corriente dentro de los estudios sobre la ciencia y la tecnología, no lo fue. No porque Barnes y MacKenzie se hayan desdicho, sino porque, en los hechos, los abordajes como los de Woolgar se volvieron mucho más frecuentes que otros. No obstante, las perspectivas que tienen en cuenta la estructura social a modo de explicación de las dinámicas que se encuentran al interior de la ciencia pueden arrojar luz en muchos aspectos. Por cierto que es posible realizar algunas críticas al trabajo de MacKenzie, aunque no necesariamente las mismas críticas de Woolgar. En particular, podría señalarse que si bien MacKenzie analiza dos posiciones en la controversia sobre las teorías estadísticas –representadas por Pearson y Yule–, la carga explicativa la concentra sólo en una de las partes. Mientras Pearson habría desplegado su teoría estadística en función de su interés cognitivo en la eugenesia, que a su vez forma parte de su interés social por una clase que se adjudicaba el privilegio del trabajo intelectual, los intereses que tendría Yule a la hora de desplegar su propia teoría estadística no están tan claros. De hecho, MacKenzie sostiene que Yule tenía un objetivo más difuso, y que sus intereses cognitivos eran de una naturaleza más 57

genérica.32 De este modo, la explicación sobre el trabajo científico de Yule es menos convincente, pues pareciera adjudicarle menos intereses y de este modo, indirectamente, aparece como una teoría más neutra. Eso no invalida el abordaje en función de los intereses, sino que simplemente hubiera sido conveniente señalar los intereses particulares que se expresaban en la otra parte de la controversia.

Sobre el estudio de las relaciones sociales en la biotecnología En una de las primeras entrevistas que realicé a un ingeniero agrónomo de una empresa semillera nacional, éste me explicaba la importancia que tenía para ellos el mejoramiento continuo de las semillas, a través de sucesivas cruzas, a fin de aumentar su rendimiento y poder luego introducir el transgén en una semilla con alto rendimiento. Pero no fueron esos los términos que usó. Me decía que era importante “ajustar el chasis de las semillas todos los años”. Hasta donde yo sabía, el chasis es el armazón metálico que sostiene la carrocería de un vehículo, no entendía qué tenía que ver eso con las semillas. El entrevistado me explicó que era una jerga de los ingenieros agrónomos, que con ello se refería al mejoramiento que mencioné.33 Sin embargo, la metáfora del chasis que empleó el ingeniero agrónomo es bastante reveladora. Para él, los cultivos transgénicos son máquinas que requieren de un ajuste ocasional para continuar con su marcha. Es la prolongación de la metáfora del reloj del siglo XVII. En ese entonces, la ciencia era totalmente mecanicista: concebía a la naturaleza como una máquina, el funcionamiento de los organismos se explicaba en función de los engranajes de un reloj (Thuillier, 1995). Pero no es éste el único discurso mecanicista sobre los transgénicos que encontré. Desde una posición completamente opuesta, campesinos de Brasil que rechazaban tenazmente el uso de semillas transgénicas me comentaban que los europeos estaban en lo cierto al considerar a los cultivos transgénicos como “Frankenfood”.34 Ese término, contracción evidente entre “alimentos” y “Frankenstein”, también refleja una mirada mecanicista sobre la relación biotecnología-sociedad. En el primer discurso, los cultivos transgénicos serían máquinas precisas a las que ocasionalmente hay que darles un ajuste de cuerda para que sigan funcionando. En el segundo relato, los cultivos 32

En ese sentido, el propio MacKenzie señala que los intereses de cada uno eran distintos, pero mientras que “un estadista cuyo compromiso primario era con un programa de investigación en eugenesia”, por otro lado había otro “estadista que carecía ese tipo de compromisos específicos” (MacKenzie, 1978: 71).

33

Un empleo similar del término puede encontrarse en Alfaro et al. (2010).

34

La metáfora de los “Frankenfood” fue acuñada en 1992, y a fines de esa década había ganado gran popularidad de la mano de organizaciones anti-OGM (Hellsten, 2003). 58

transgénicos serían máquinas fuera de control a las que hay que destruir porque se vuelven contra el hombre. En ambos casos, el lugar de las relaciones sociales en la configuración de un desarrollo científico-tecnológico en un contexto histórico determinado, queda completamente relegado. Desde luego, la ciencia y la tecnología no son neutras, sino que son construidas con fines e intereses concretos. Pero ante la observación de que se incrementa el monocultivo, la concentración de la tierra, etc., se puede identificar como causa a los cultivos transgénicos, o quizás a los modos de regulación de esas tecnologías, al desarrollo de las relaciones sociales en la estructura social agrícola, etc. Sumado a esto, se encuentra la ambigüedad con la que se emplea el término de “tecnologías modernas” –o, en este caso, de “transgénicos”– como causante de los males sociales. ¿Remite al maíz Bt propiedad de Syngenta, o a los cultivos transgénicos en general? ¿Se refiere al glifosato que desarrolló Monsanto, o a los herbicidas de cualquier tipo y sin importar cómo son empleados? Mientras que el desarrollo y el uso concreto de una tecnología particular puede servir más a unos intereses que a otros, la generalización en torno a los efectos de las “tecnologías modernas” es un razonamiento esencialista y reaccionario, por cuanto oculta las relaciones concretas en las que opera un desarrollo científicotecnológico particular. Por el contrario, en la elaboración y uso de una planta transgénica se le va dando un sentido particular. Pues hay distintos niveles de clausura del sentido de un desarrollo científico-técnico.35 No es lo mismo la soja RR –que pertenece a Monsanto, que tiene incorporado un gen que es de su propiedad y que sirve sólo si se la utiliza junto con un herbicida que la misma empresa ha desarrollado– que otros cultivos transgénicos, o que la transgénesis vegetal en general. Hay distintos niveles de estabilización del sentido de un desarrollo científico-tecnológico y, por lo demás, nunca una clausura es total, siempre puede reconfigurarse una tecnología y

35

Terry Shinn observa la presencia de artefactos genéricos en los regímenes de investigación transversales. Se trata de tecnologías que producen algunos científicos-ingenieros y que sirven para fines muy diversos (Shinn, 2000). Las características de los regímenes transversales (bajo la denominación de comunidades “research-technology”) las discuto en el capítulo 4, pero quiero llamar la atención aquí sobre la noción de tecnologías genéricas. Sin caer en un discurso sobre la neutralidad de la ciencia, Shinn muestra que hay artefactos que sirven a fines muy diversos. Una de las cualidades más notables de los artefactos genéricos, según Shinn, es que son potencialmente adaptables a distintas aplicaciones particulares. En principio, la transgénesis sirve a fines muy diversos, sirve tanto para hacer soja RR, como para desarrollar una papa resistente a virus que les permita a los agricultores pobres liberarse de las semilleras y de los laboratorios de diagnóstico vegetal. En cambio, la soja RR, tal como fue diseñada y patentada por Monsanto, no parece una tecnología genérica. En todo caso, me parece interesante este concepto –más allá de su utilización en los “regímenes transversales”– para vincularlo al distinto nivel de definición que pueden tener las tecnologías, siendo algunas más genéricas y otras más acotadas. 59

volver a orientar así su sentido. En las páginas que siguen, habrá científicos, empresarios, funcionarios y movimientos sociales, pugnando por darle un sentido a la biotecnología vegetal. Porque, en última instancia, están tratando de definir qué cultivos transgénicos hay que producir. La biotecnología es, ante todo, un espacio más de lucha social. Una de las pocas voces que ha buscado analizar las dinámicas sociales de la biotecnología sin caer en posturas esencialistas, es Donna Haraway. La autora se manifiesta en contra de las invocaciones que, para manifestar su oposición a los transgénicos, mezclan en un solo sentido a la explotación, la biotecnología, el negocio y la biología molecular, o mismo a quienes recurren a argumentos sobre “lo natural” o sobre la importancia de mantener “la pureza de lo orgánico”, argumentos a los que tilda de tener una matriz similar a los discursos racistas (Haraway, 1999). Esto no le impide, por cierto, rechazar el patentamiento de los recursos genéticos. Pues son cuestiones distintas que implican usos concretos en contextos particulares. Por otro lado, existen estudios previos que dan cuenta de algunos aspectos relacionados con la biotecnología vegetal en la Argentina, y desde luego son tenidos en cuenta en esta tesis. De hecho, un acercamiento al estado de la biotecnología en la Argentina ha sido realizado por Bisang et al. (2006), quienes muestran la cantidad de empresas de biotecnología que se encuentran operando en la Argentina, así como la promoción pública de las actividades de investigación y desarrollo en biotecnología en el país. Hay algunos trabajos que abordan las condiciones políticas, económicas e institucionales en las que se implementaron los cultivos transgénicos (Vara, 2004; Trigo et al., 2002; Teubal, 2003; Brieva, 2006), y también existen estudios acerca de la trayectoria de algunas instituciones abocadas al desarrollo de biotecnología agrícola en el país (Rossini, 2004; Stagnaro, 1999). Si bien esto constituye un importante punto de partida para la presente investigación, es de destacar que existe una relativa ausencia de trabajos que, desde la sociología de la ciencia, abarquen las relaciones entre la producción de cultivos transgénicos y las dinámicas sociales que envuelven a los actores involucrados en esos desarrollos, que indaguen en las interacciones que los cultivos transgénicos implican entre los científicos, los productores agrícolas, las empresas de biotecnología y otros actores sociales. En todo caso, en mi análisis no le asignaré a las tecnologías la capacidad de definir el entorno social, ni dicho poder descansará en la voluntad aleatoria de los actores sociales, incluidos los científicos. Por el contrario, el abordaje de esta tesis se 60

centra en las determinaciones histórico-sociales que configuran el marco de lo que es posible o no realizar en determinado contexto, incluso en materia científico-tecnológica (Katz, 1998). Lefèvre distingue así entre el análisis de la ciencia como “práctica social” (que supondría que la misma es apenas el resultado de las interacciones entre los actores involucrados) del estudio de la ciencia en tanto una forma de trabajo, pues el trabajo científico implica considerar las relaciones sociales de producción en las que interviene la ciencia, de modo que ésta estaría condicionada no sólo por la actividad de los científicos sino también por la base material de la que disponen (Lefèvre, 2005). En definitiva, la ciencia, como parte del proceso productivo económico de una sociedad, implica un proceso de trabajo y de valorización. Se trata de dos aspectos del mismo proceso productivo, pues al transformar la naturaleza a través del trabajo humano, al mismo tiempo, en el capitalismo, se obtiene un producto de mayor valor. A corto plazo, la tecnología permite acumular una ganancia absoluta, por ejemplo, al crear nuevos mercados. A largo plazo, contribuye al proceso de valorización a través de una ganancia relativa, al disminuir la cantidad de trabajo humano necesario. Si bien hay autores que han identificado al marxismo como una perspectiva de determinismo tecnológico, tal caracterización se logra considerando que la tecnología es sinónimo de fuerzas productivas.36 Lukács cuestiona el fetichismo al que arriba Bukharin (uno de los referentes del determinismo tecnológico), producto de atribuirle a la tecnología el factor determinante de la sociedad, en lugar de tomar las relaciones sociales de los procesos de producción en su totalidad (Lukács, 1966). MacKenzie retoma los argumentos de Lukács y señala que para Marx las fuerzas productivas están constituidas tanto por la tecnología como por el trabajo humano, lo cual hace desvanecer al determinismo tecnológico, pues la historia es hecha tanto por los hombres como por las máquinas (MacKenzie, 1984). El desafío es analizar la producción y el uso de conocimientos científicotecnológicos concretos, pudiendo dar cuenta de los múltiples vínculos entre la estructura social amplia y las trayectorias de actores y artefactos específicos. Un poco en el sentido 36

En realidad, quienes caracterizan al marxismo como determinismo tecnológico se apoyan casi siempre en una frase de La miseria de la filosofía de Marx, en la cual dice que “el molino movido a brazo nos da la sociedad de los señores feudales; el molino de vapor, la sociedad de los capitalistas industriales”. Frase de indudable determinismo tecnológico. Pero como suele pasar, el modo en que uno interpreta a Marx, o lo que uno selecciona de su obra, habla más de uno que de Marx. En todo caso, la frase que sirve como epígrafe de esta tesis es elocuente respecto a una forma distinta de tomar al marxismo, donde el estudio de la tecnología requiere del análisis de las condiciones materiales en las que se desarrolla, pero donde también se articulan ideas y representaciones en función de ella. 61

que procuraba darle Wright Mills al estudio sociológico, que se preguntaba por los modos en que los rasgos particulares del objeto de estudio afectaban al período histórico y, a la inversa, cómo las características principales de ese momento histórico incidían en su objeto de estudio. A la capacidad de articular entre la biografía singular de un individuo y la estructura social amplia, Wright Mills la llamó “imaginación sociológica”, una de cuyas cualidades más destacadas sería la de pasar de una perspectiva a otra, de las acciones más específicas a las relaciones sociales más generales, “de las transformaciones más impersonales y remotas a las características más íntimas del yo humano, y de ver las relaciones entre ambas cosas” (Wright Mills, 1959: 27). Para ello seguiré la trayectoria de los principales actores sociales vinculados a la biotecnología de plantas, me sumergiré en algunos aspectos técnicos que hacen a la transgénesis vegetal, pero también veré la dinámica de las empresas biotecnológicas, las controversias sobre el uso de los cultivos transgénicos, teniendo en cuenta siempre los contextos en los que se sitúan los distintos actores implicados. El resultado será un análisis de las diversas facetas en las que se ve involucrada la producción y el uso de los cultivos transgénicos, articulando entre la especificidad del objeto de estudio y sus relaciones con la estructura social.

62

PARTE I

La construcción de los transgénicos

63

Capítulo 1 Orígenes de la transgénesis vegetal Entender cómo se fue desarrollando la biotecnología vegetal en la Argentina y en otros lugares, los modos en que se articula el conocimiento científico, la industria y el Estado para producir y utilizar plantas transgénicas, requiere de un análisis sobre los orígenes de este campo. En efecto, los procesos de conformación del campo de la biotecnología vegetal a nivel internacional repercuten en las dimensiones locales de esta área, tanto por la incidencia que tienen los aspectos cognitivos, técnicos, socio-institucionales y productivos, como por las tensiones que se producen entre los diferentes contextos en los que se desarrolla la biotecnología. De modo que en los inicios de la transgénesis vegetal a nivel internacional hay claves que permiten entender su posterior desarrollo a nivel local. La historia de la agricultura encierra tanto la modificación de las cualidades productivas de las plantas como el conocimiento sobre diversas cuestiones que hacen a su biología. En particular en la agricultura transgénica, la manipulación de los genes y la investigación sobre su funcionamiento se desarrollan conjuntamente. Uno y otro aspecto están entrelazados. Desde luego, se necesita algún conocimiento sobre los genes para poder modificar la genética de las plantas, pero también es cierto que en la búsqueda por modificar las plantas se conoce cómo funcionan sus genes. En todo caso, para comprender el modo en que se desarrolló la agricultura transgénica es necesario mostrar los antecedentes en transgénesis, los modos en que se fueron articulando el conocimiento y la intervención sobre la genética de las plantas. En este capítulo presentaré los orígenes de la transgénesis vegetal, lo que permitirá, en definitiva, comprender qué es una planta transgénica. Comenzaré mostrando el desarrollo de los primeros conocimientos en genética de plantas, para concentrarme luego en lo que hace a la biotecnología moderna. El centro de este capítulo lo tienen los experimentos que llevaron a la obtención de la primera planta transgénica. Aquí se entrecruzan actores, prácticas e intereses que resultan emblemáticos de la biotecnología. Se trata, además, de un caso donde se pone en juego el consenso sobre el sentido de experimentos fundamentales. Estos sucesos permiten ilustrar parte de los conflictos en los que se involucran los organismos genéticamente modificados, pues en torno a estos primeros experimentos los científicos articularán 64

representaciones distintas, es decir, se pondrá en evidencia que hay diferentes modos de entender de qué hablamos cuando hablamos de una planta transgénica, incluso dentro del conocimiento científico. La intención de este capítulo, entonces, es analizar algunos aspectos fundamentales de los primeros pasos en la producción de conocimientos en transgénesis vegetal a nivel mundial. La trayectoria de conocimientos en mejoramiento vegetal, los vínculos entre la investigación científica en transgénesis vegetal y el sector privado, la formación de consensos entre los científicos, y el rol que los diversos tipos de intereses tuvieron en esta etapa inicial constituyen los aspectos centrales de este capítulo.

1.1.

Mejoramiento vegetal

John Bernal, en La ciencia en la historia (1954b), sostiene que la agricultura, cuyo origen se sitúa hace unos 10.000 años, habría de dar lugar a los fundamentos de la ciencia. Se trata de una observación sin dudas muy general, pero que pone de relieve un hecho central: el conocimiento sobre la reproducción y el desarrollo de las plantas cobraría una extraordinaria utilidad para el mejoramiento de la producción y de las condiciones generales de vida. Durante mucho tiempo, el mejoramiento vegetal consistió simplemente en la selección, es decir, en la discriminación entre las variedades de plantas existentes buscando las cualidades deseables. La selección se hacía exclusivamente en base a las características que se podían observar de las plantas, tomando las semillas de las que se consideraban las mejores. Este mejoramiento artesanal de los cultivos produjo, con el tiempo, notables modificaciones en el perfil de las plantas existentes, domesticándolas.37 De hecho, el maíz moderno se habría originado hace unos 5.000 a 10.000 años, siendo mucho más grande que sus predecesores, que fueron relegados por los antiguos agricultores.38 Lo que diferencia al mejoramiento vegetal antiguo del moderno, es que éste emplea técnicas de biología molecular para crear nuevas variedades de cultivos, pero en términos generales, el desarrollo de plantas que antes no existían en la naturaleza es un

37

La domesticación es el proceso que hace que una planta deje de ser silvestre, a través de la selección realizada por el hombre. Ello implica seleccionar las plantas que presentan cualidades de interés, utilizando sus semillas para las siguientes siembras (Cubero, 2003).

38

Respecto a la remota domesticación de los principales cultivos, y en particular del maíz, ver, por ejemplo, Smith (1995), Staller (2010), Cubero (2003), Wang y otros (1999) y Vollbrecht y Sigmon (2005). 65

trabajo arcaico. Ciertos hallazgos arqueológicos indican que los asirios y babilonios polinizaban artificialmente ejemplares de palmera hacia el 700 a.C. (Acquaah, 2007). Los registros más contemporáneos indican que en 1694 Camerarius descubrió que el contacto con el polen de las plantas masculinas era indispensable para que las plantas femeninas desarrollaran semillas, y sugirió que el cruzamiento con polen podía utilizarse para generar nuevas variedades (Isely, 1994; Mayr, 1986; Acquaah, 2007). Así, en un texto llamado De sexu plantarum epistola, Camerarius sostuvo que las plantas se reproducían sexualmente. Esto puede parecer una trivialidad hoy en día, pero en su momento era un planteo sumamente polémico.39 La perspectiva de Aristóteles de considerar a las plantas como entidades asexuadas tenía aún considerable apoyo, de modo que el descubrimiento de Camerarius es asumido como un evento copernicano (Zárský y Tupý, 1995). Por entonces, también eran hegemónicas las ideas creacionistas, las cuales consideraban que cada especie había sido creada por un acto divino, y eso tenía como consecuencia que los cruces entre especies eran infértiles, por no ser naturales. Otra consecuencia de esa perspectiva era considerar las variaciones de características entre miembros de una especie como efectos menores producidos por el ambiente. El sistema de clasificación taxonómico de Linneo se basó en la sexualidad de las plantas, lo que evidencia cierta penetración de los descubrimientos de Camerarius (Isely, 1994). Sin embargo, Linneo adscribía, en principio, a las ideas creacionistas; estaba convencido que Dios había creado cada especie que existía. Pero la otra premisa creacionista –la que auguraba la infertilidad de los cruces entre especies– presentaba algunos inconvenientes en las investigaciones de Linneo. Usando las técnicas que había empleado Camerarius, Linneo hacía polinizaciones cruzadas, y algunos de los híbridos resultaban fértiles.40 Linneo observó así que la hibridación de plantas parecía dar lugar a nuevas especies, y éstas entonces no serían algo fijo e invariable, sino que –sugirió– algunas especies podrían haber sido creadas por hibridación. En el siglo XVIII, los híbridos aparecían como una curiosidad que amenazaba desestabilizar una naturaleza impregnada de religión. Fue otro naturalista alemán, Joseph Kölreuter, quien entre 1761 y 1766 publicó una serie de resultados que reivindicaban la obra de Camerarius y, al mismo tiempo, criticaban a Linneo. Kölreuter 39

De hecho, la idea de que las flores eran una manifestación de la creación divina, impregnó buena parte del modo habitual de referirse a las plantas durante mucho tiempo. Tal es así que por ejemplo Goethe, a principios del siglo XIX, todavía rechazaba la idea del sexo en el reino vegetal (Lorch, 1978).

40

Un híbrido es la descendencia originada por el cruce de dos variedades o especies diferentes. 66

experimentó con la polinización y, al cruzar especies distintas, generó numerosos híbridos. Es así que Kölreuter, el primer investigador sistemático de los híbridos vegetales, se alegraba de que éstos resultaran infértiles, pues así, opinaba Kölreuter, se garantizaba la sabiduría de Dios al mantener la estabilidad de las especies, pues consideraba que si fueran fértiles la naturaleza entraría en una gran confusión (Mayr, 1986). No escapaba a la observación de Kölreuter el hecho de que varios híbridos podían dejar descendencia y manifestar gran variedad de características, pero consideraba que éstas eran excepciones producidas por la interferencia del hombre. Su objetivo era demostrar que en condiciones naturales no podían surgir nuevas especies (Bowler, 1989). Además de su incidencia en la comprensión de la naturaleza, los híbridos iban a tener una creciente importancia productiva. Si bien los híbridos vegetales serían explotados comercialmente a gran escala recién a comienzos del siglo XX, estos primeros intentos no pasaban inadvertidos. En 1743, el botánico del rey Luis XV abrió un negocio de plantas y semillas en París. A mediados del siglo XIX, esta empresa, Vilmorin, se había convertido en la principal compañía semillera del mundo, asociando su actividad económica a la investigación en plantas (Gayon y Zallen, 1998). Como veremos en el capítulo 4, esta empresa continúa hasta el día de hoy, en que incursiona en la biotecnología. Otra de las primeras empresas en producir semillas es Veitch, creada en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Con las empresas surge una nueva profesión: el mejorador vegetal (plant breeder), que se diferencia claramente del agricultor, por cuanto su función es la de desarrollar nuevas variedades de cultivos. Pero además, la hibridación iba a dar lugar a un fenómeno de gran importancia productiva: al cruzar dos líneas de plantas distintas, se podía llegar a obtener una variedad que sobreexpresara ciertas cualidades de sus parentales (altura, rendimiento, etc.), lo que se conoce como “vigor híbrido”. A comienzos del siglo XX, se establecerían las bases genéticas del vigor híbrido (o heterosis), lo que produciría un aumento notable en la productividad de la agricultura, sobre todo en el maíz (Kloppenburg, 1988; Dutfield, 2007). El conocimiento sobre la reproducción y los mecanismos hereditarios en las plantas, de gran importancia para el mejoramiento vegetal, cobran un giro notable con el redescubrimiento de las leyes de Mendel en 1900.

67

1.2.

La información genética

El origen mismo de la genética está estrechamente unido a la manipulación de las plantas. Por haber sentado las reglas básicas mediante las cuales se heredan los caracteres biológicos, Mendel es considerado el padre de la genética. Gregor Mendel era un monje que nació en 1822 en lo que hoy es República Checa. Una vez finalizados sus estudios de seminarista, Mendel se formó en los conocimientos de filosofía natural de la época, para lo cual tomó cursos de física y química. Luego, empezó a hacer una metódica investigación con una planta –el guisante de jardín (o arveja)– en el jardín del monasterio 41, investigación que publicó en 1866.42 Al introducir el polen de una planta en los óvulos de otra, Mendel obtenía híbridos en los cuales investigaba la herencia de los rasgos. Estos híbridos no presentaban pérdida de fertilidad, una cualidad que Mendel quería garantizar a fin de poder realizar sucesivos cruces. Pero además, las plantas podían autofecundizarse. Esto era importante, porque al repetir varias autofecundaciones se obtenían plantas con características muy similares entre sí (en algún punto, semejante a lo que hoy llamaríamos “clones”), y esto le permitía repetir los ensayos cuantas veces quisiera. Para analizar cómo se transmitían los rasgos biológicos, Mendel consideró características fácilmente observables a simple vista; en total, observó siete caracteres, que se encontraban en la forma o color de la semilla, vaina o tallo de la planta. Puso en marcha, entonces, numerosas cruzas entre distintas variedades del guisante de jardín. Observó que había ciertos rasgos que se manifestaban en uno solo de los progenitores, pero que sin embargo, aparecían en todos los descendientes. Llamó a estos rasgos caracteres dominantes. También observó que otros caracteres sólo se manifestaban en la descendencia si estaban presentes en ambos progenitores. Llamó a éstos caracteres recesivos. Luego realizó un hallazgo notable. Comprobó que si cruzaba una planta que presentaba un carácter dominante para un determinado rasgo con otra que presentaba un carácter recesivo para el mismo rasgo, en la primera generación filial (llamada F1) desaparece la forma recesiva. Pero al cruzar las plantas F1 entre sí, el carácter recesivo reaparecía en la segunda generación (F2). Esta desaparición y reaparición de los 41

En realidad, Mendel habría comenzado su investigación con animales, pero el obispo puso fin a esto por considerar impropio hacer experimentos cruzando animales. Entonces Mendel pasó a investigar en plantas, que a los ojos del obispo no tenían sexo (Isely, 1994; Marantz Henig, 2001).

42

Los resultados de sus experimentos fueron presentados a comienzos de 1865 en la Sociedad de Historia Natural de Brno (República Checa), y fueron publicados en alemán un año después en la revista de dicha sociedad. Ver: Bateson (1913). 68

caracteres a lo largo de las generaciones, llevó a Mendel a considerar que cada individuo, en realidad, portaba dos unidades hereditarias para cada rasgo, y estas unidades se separaban al formarse los gametos (óvulos o polen). Así, cada grano de polen u óvulo recibía sólo una de las unidades paternas. Esto es lo que se conoce como la primera ley de Mendel. Además, observó que los distintos caracteres se distribuían de forma independiente entre la descendencia. Es decir, la forma y el color de la semilla, por ejemplo, se heredaban de manera independiente. Esto es lo que se denomina la segunda ley de Mendel. En conjunto, estos principios de Mendel constituyen la base de la genética, por cuanto establecieron las reglas mediante las cuales se transmite la información hereditaria.43

1.2.1. Genes Si bien Mendel fijó las bases de la transmisión hereditaria, había algunas cuestiones fundamentales que quedaban sin resolver. En primer lugar, encontrar dónde estaban esas unidades hereditarias, en qué consistían. Desde la segunda mitad del siglo XIX, la idea de que había algún tipo de unidad orgánica que contenía los elementos hereditarios estaba bastante generalizada, pero embebida en un marco muy difuso. De hecho, ni siquiera el nombre de esas “unidades hereditarias” estaba claro, cada uno sugería un nombre distinto. Los libros de texto actuales aseguran que Mendel describió el comportamiento básico de las “unidades hereditarias”, pero eso constituye un grave anacronismo, pues ni siquiera ese concepto se encuentra firme en la obra de Mendel. En su célebre trabajo de 1866, Mendel habla de “caracteres” (Merkmale) para referirse tanto a los rasgos observables de la planta como a los determinantes subyacentes de la 43

La obra de Mendel había sido originalmente publicada en 1866, y es usual considerar que sólo fue valorada, redescubierta, en 1900. Los libros de texto de genética y biología molecular sostienen, de un modo notablemente unánime, que este lapso de 35 años entre la publicación y la valorización de la obra de Mendel se debe a que “se hallaba muy por delante de la mentalidad de sus contemporáneos”. Este tipo de afirmaciones refleja el modo en que la comunidad científica suele entender sus propias prácticas, esto es, como un proceso lineal de acumulación de conocimientos que se destacan cuando un genio hace un aporte brillante, y que el resto estará o no a la altura de asimilar ese aporte. Sin embargo, los contextos en los que fueron recibidos la obra de Mendel habrían tenido una notable incidencia en su valoración. Hasta mediados del siglo XIX, como vimos, era usual experimentar con híbridos, y el trabajo de Mendel parece haber sido considerado, inicialmente, como un ejemplo más de esa tradición y, en buena medida, efectivamente lo era. Pero hacia fines del siglo XIX, la biología pasaba a estar dominada por el influjo de la obra de Darwin, de modo que la teoría de la evolución ocupaba el centro de la escena. Investigadores como De Vries buscaban mostrar el modo en que intervenía la información genética en la formación de nuevas especies, y es entonces cuando es movilizado el trabajo de Mendel como un argumento para mostrar cómo se transmitía la información genética. De modo que al ser publicada por primera vez, la obra de Mendel fue leída en clave de la tradición en el campo de la hibridación; pero hacia 1900, fue leída dentro de la problemática de la teoría de la evolución, permitiendo entonces entender el modo en que se transmitía la información genética (Brannigan, 1979). 69

herencia (Westerlund y Fairbanks, 2004). Es decir, aunque analíticamente los diferenciaba, empleaba el mismo término para aludir a lo que hoy llamamos gen y rasgo. Recién en las conclusiones de su trabajo, Mendel introduce la noción de “elementos” (Elemente) para referirse a las entidades que transportaban los caracteres hereditarios que luego se manifestaban en la planta.44 Darwin se refería a dichos elementos como “gémulas”. Weismann los llamó “determinantes”, porque quería significar a los elementos que determinaban las propiedades del organismo. También el botánico De Vries sostenía que debía haber unidades hereditarias elementales, a las cuales llamó “pangenes”. La idea de que la biología debía tener unidades elementales, así como la física y la química tenían sus átomos y moléculas, era común a estos investigadores, pero era una idea que aún no se estabilizaba. Recién en 1909, Wilhelm Johannsen acuñó la palabra gen para referirse a esas unidades hereditarias, y delimitó la diferencia entre “genotipo” (que se refiere a los pares de unidades hereditarias) y “fenotipo” (que se refiere a los caracteres visibles de un organismo).45 En 1928, Frederick Griffith, mientras intentaba desarrollar una vacuna, demostró que una cepa bacteriana podía transmitirle información genética a otra para volverla patogénica (aún cuando no se sabía qué era y dónde estaba esa información genética; de hecho, Griffith llamó a esta substancia “factor de transformación”), y a esta transmisión de información la denominó “transformación” (Kreuzer y Massey, 1996). Más adelante, con el advenimiento de la ingeniería genética, se utilizaría este mismo término – transformación– para indicar la introducción de material genético en células procariotas.46 En 1941, Beadle y Tatum postularon la hipótesis que a cada gen correspondía una enzima, pero todavía no se conocía el modo en que se regulaba ese vínculo ni la naturaleza de los genes. Finalmente, en 1944 se demostró que el factor de

44

Mendel utiliza la palabra Merkmale más de 150 veces, pero sólo se refiere a los Elemente en 10 ocasiones. Ver Marantz Henig (2001).

45

Ver: Morange (1994) y Fox Keller (2000).

46

Los procariotas son un tipo celular muy simple; todas las bacterias son procariotas. Las células eucariotas, en cambio, son mucho más complejas; los animales y vegetales tienen células eucariotas. En ingeniería genética, la inserción de material genético en células eucariotas se denomina en rigor transfección, para diferenciarlo de la transformación, que involucra a procariotas. Sin embargo, este último término resulta más popular, y con frecuencia se lo emplea para hacer referencia a la introducción de material genético externo en todo tipo de células. En lo sucesivo, y en aras de una mayor simplificación, a lo largo de esta tesis hablaré de “transformación”, aún cuando me refiera a la introducción de material genético en células vegetales. 70

transformación, vale decir, el material genético que las bacterias podían transmitirse, era ADN.47 En 1953, Watson y Crick describen la estructura de doble hélice del ADN, produciéndose así un paso fundamental en la caracterización del material genético. Poco tiempo después, Francis Crick (1958) resumiría el estado de la cuestión respecto a la genética, al establecer el “dogma central de la biología”, según el cual la información genética se almacena en el ADN, el cual luego se transcribe a ARN, y finalmente éste se traduce en proteínas.

1.3.

La búsqueda de conocimiento y de utilidad

Desde los primeros experimentos con ADN recombinante (unión de fragmentos de ADN de distinto origen), los científicos apuntaban a dos fines simultáneos: uno cognitivo y el otro práctico. Conocer cómo los organismos regulan el funcionamiento del ADN y desarrollar terapias para curar enfermedades genéticas, eran argumentos empleados al mismo tiempo para justificar sus investigaciones (Wright, 1994). Joshua Lederberg –discípulo de Tatum y quien en 1958 había recibido el premio Nobel por demostrar que existía intercambio de información genética entre las bacterias– afirmaba que los estudios del ADN iban a permitir desarrollar terapias para enfermedades virales, autoinmunes, para transplantes y para el mejoramiento de cultivos (Lederberg, 1969). Sin embargo, la capacidad para manipular el ADN era muy limitada. Los experimentos usuales hacia fines de la década de 1960 consistían en ver lo que ocurría al introducir virus enteros en células con algún defecto. En un caso, se tomaron células de un paciente con galactosemia (incapacidad para digerir azúcar por falta de una enzima), e in vitro se las infectó con un virus que naturalmente poseía el gen para dicha enzima, y se constató que esas células humanas comenzaban a producir la enzima (Merril et al., 1971). La falta de herramientas para manipular el ADN hacía que los experimentos 47

Hasta entonces, los mayores candidatos a ser los portadores de la información genética eran las proteínas, el ARN y el ADN. Avery, MacLeod y McCarty (1944) encontraron que era el ADN. En realidad, el factor de transformación que habían aislado era en un 99% ADN; pero cuando lo sometían a degradación de proteínas y ARN, el factor de transformación no se veía afectado, mientras que si degradaban el ADN, el factor de transformación se destruía (Morange, 1994). A pesar de este descubrimiento, durante algunos años buena parte de la comunidad científica siguió considerando que las proteínas debían ser las portadoras de la información genética. Esto se debe a que sólo hay cuatro tipos de subunidades distintas de ADN, mientras que las proteínas tienen 20 tipos de subunidades distintas. Así, no resultaba fácil aceptar que con apenas 4 letras se podía dar lugar al lenguaje que recorre la genética de todos los seres vivos. El experimento definitivo lo realizaron Hershey y Chase en 1952 marcando el ADN y las proteínas de un bacteriofago con distintas sustancias radioactivas, y constatando que era el ADN radioactivo el que se transmitía a la progenie del bacteriofago (Kreuzer y Massey, 1996). 71

carecieran de precisión, y se limitaran a la introducción de grandes secuencias de ADN (como un virus entero) en células. La manipulación genética adquirió un gran nivel de precisión a través del uso de las enzimas de restricción. Las enzimas son proteínas que pueden disparar una reacción química específica. Las enzimas de restricción se caracterizan porque cortan el ADN. La existencia de las enzimas de restricción fue demostrada en 1965, y las primeras fueron aisladas en 1968. Sin embargo, estas primeras enzimas aisladas tenían la característica de reconocer al ADN pero cortarlo en algún sitio inespecífico (hoy se las conoce como enzimas de restricción tipo I). Esto hacía que no fueran muy útiles para la ingeniería genética. No obstante, en 1970 se descubrió otro tipo de enzimas de restricción (que se conocen como tipo II), las cuales sí cortan al ADN en determinados sitios específicos. Esto permitía disponer de unas “tijeras” sumamente precisas para cortar el ADN, y así quedarse con el fragmento de información genética de interés.48 Herbert Boyer, de la Universidad de California, estudiaba los mecanismos por los cuales las bacterias se protegían del ADN extraño. Las bacterias agregan una modificación química a su ADN, lo que evita que su propio ADN sea reconocido por sus enzimas de restricción. En sus investigaciones, Boyer aisló una enzima de restricción que pasaría a ser emblemática en la biología molecular: EcoRI.49 Pronto, Boyer dejaría de estudiar los mecanismos de regulación del ADN en bacterias para dedicarse al desarrollo de bacterias recombinantes.

1.3.1. Los inicios del ADN recombinante Paul Berg, de la Universidad de Stanford, fue el primero en obtener una molécula de ADN híbrido (ADN de dos orígenes distintos). Utilizó dos virus: virus lambda y SV40. El primero es un virus que infecta bacterias, mientras que el segundo es un virus oncogénico de monos. Berg cortó ambos virus con la recientemente aislada EcoRI, luego degradó los extremos de ambos ADN con una exonucleasa, y finalmente agregó en los extremos nucleótidos de adenina y de timina, buscando forzar así la unión entre

48

En 1978 se les otorgó el premio Nobel a Arber, Nathans y Smith por su descubrimiento de las enzimas de restricción.

49

Las primeras tres letras de una enzima de restricción hacen referencia a la bacteria de la cual provienen: en este caso, Escherichia coli. Luego se agrega una letra para designar la cepa bacteriana (EcoRI proviene de la cepa RY13 de E. coli). Finalmente se agrega un número que designa el orden en el que fueron identificadas las enzimas de restricción de una misma cepa. 72

ambas moléculas de ADN.50 Berg obtuvo con éxito su molécula de ADN hibrido.51 El siguiente objetivo de Berg era utilizar esta molécula de ADN híbrido como un doble vector: podía utilizarla para introducir ADN foráneo en bacterias (pues en definitiva su molécula contenía al virus lambda, lo que le permitiría ingresar a las bacterias) o en monos (porque su molécula híbrida tenía el virus SV40). Pero el propio Berg su autoimpuso una moratoria hasta que se definieran algunas normas respecto a la experimentación con ingeniería genética.52 En 1980, Paul Berg recibió el premio Nobel por sus estudios sobre ADN recombinante.53 En 1972, Boyer y otros investigadores de la Universidad de Stanford, descubrieron que EcoRI cortaba al ADN dejando cadenas cortas de ADN de una sola hebra en los extremos del fragmento; esto quiere decir que el ADN, que es una doble hélice, es cortado en un determinado lugar en una de las hebras, y cuatro nucleótidos más adelante en la hebra complementaria. Esta nueva característica facilitaba mucho los experimentos de ingeniería genética. Las moléculas de ADN cortadas con EcoRI tienen extremos complementarios, de modo que pueden volver a unirse espontáneamente. Se denominaría “cohesivos” a los extremos de estas moléculas de ADN.54 Ahora se sabía que el experimento de Berg se podía haber hecho de un modo más simple: no hacía falta modificar los extremos de los virus cortados con EcoRI, pues podían unirse espontáneamente. Boyer se juntó con Stanley Cohen para desarrollar una molécula de ADN recombinante. Cohen trabajaba en la Universidad de Stanford investigando los mecanismos de replicación y transferencia de un tipo singular de molécula de ADN descripto hacía poco tiempo: los plásmidos. Además de su ADN cromosomal, las bacterias tienen una molécula de ADN circular (llamada “plásmido”), que pueden traspasarse entre sí y en las cuales suelen encontrarse genes que le otorgan a la bacteria 50

Las exonucleasas son enzimas de restricción que eliminan uno a uno los nucleótidos de un extremo del ADN (o ARN). Las enzimas de restricción que cortan dentro de una cadena de ADN (o ARN), como EcoRI, se denominan endonucleasas.

51

En realidad, además de Paul Berg había también otros investigadores que estaban realizando experimentos similares al mismo tiempo, como es el caso de Peter Lobban (Wright, 1994: 72).

52

Paul Berg pasaría a ser el mayor referente en materia de regulación del ADN recombinante en Estados Unidos durante la década del ’70 (ver capítulo 5).

53

La mitad del premio Nobel de Química de ese año correspondió a Paul Berg, y la otra mitad fue para Walter Gilbert y Frederick Sanger, por haber desarrollado métodos para secuenciar el ácido nucleico.

54

Así como EcoRI deja moléculas de ADN con extremos cohesivos (sticky ends), otras endonucleasas dejan extremos romos, o sea, una doble hélice de ADN pareja. Estas últimas resultan más difíciles de unir. 73

resistencia a algunos antibióticos. En su investigación, Cohen había llegado a armarse de una considerable colección de plásmidos. Cuando Boyer solicitó su ayuda para desarrollar un ADN recombinante, Cohen propuso utilizar uno de los plásmidos que había aislado, que parecía adecuado para el emprendimiento: tenía un gen de resistencia a tetraciclina, y era cortado en un solo lugar por EcoRI. Boyer y Cohen aislaron –con EcoRI– un gen de resistencia a kanamicina de otra bacteria, y lo insertaron en el plásmido (al que previamente habían cortado con EcoRI). Introdujeron el plásmido modificado genéticamente en distintas especies de bacteria. En todos los casos, el éxito fue evidente: las bacterias con el plásmido genéticamente modificado expresaban resistencia a tetraciclina y kanamicina (Wright, 1986a). Hacia 1973, habían obtenido el primer organismo genéticamente modificado de la historia. Experimentar con genes de distintas bacterias había sido un primer desafío exitoso, pero un objetivo mucho más interesante eran los organismos más complejos. De modo que el siguiente paso de Boyer, Cohen y sus equipos fue introducir ADN de organismos superiores en bacterias. Así es que aislaron un gen de la rana Xenopus laevis, y mediante un plásmido lo introdujeron en E. coli. El éxito del experimento fue cubierto por los periódicos más importantes de Estados Unidos (Wright, 1994: 77; Smith Hughes, 2001: 544-545).

1.4.

Atravesando el muro vegetal

Uno de los problemas fundamentales a resolver si se quería obtener una planta transgénica, era lograr introducir el ADN en la célula vegetal. Esto no era difícil de conseguir cuando se trataba de hacerlo en una bacteria, pues bastaba con agregar algunas sales al tubo de ensayo y producir un shock térmico para que la bacteria abra los poros de su membrana y el ADN ingresara. Pero la estructura vegetal es completamente distinta. La célula es la unidad estructural primordial de la biología, y hay básicamente dos tipos de células: células procariotas y células eucariotas. Todas las bacterias son procariotas. Se trata de una estructura celular mucho más simple y antigua que la eucariota. La célula procariota tiene una envoltura denominada pared celular, dentro de la cual hay una membrana que contiene a un único compartimiento donde se encuentra el ADN, ARN, proteínas y otras pequeñas moléculas. Eso es todo. Las células eucariotas, en cambio, son mucho más grandes y complejas. Tienen estructuras intracelulares, como el núcleo (donde se replica el ADN y se transcribe a ARN), y diversas organelas especializadas fuera del núcleo (donde se producen las proteínas, 74

donde se genera energía, etc.). Además, las células vegetales en particular, están recubiertas por una rígida capa, denominada pared celular vegetal. El fragmento de X. laevis que Boyer y compañía habían introducido en E. coli era rADN, es decir, el producto final era ARN ribosomal, no una proteína. De modo que el experimento demostró, en rigor, que el ADN eucariota podía replicarse y transcribirse en células procariotas. Pero no podían demostrar si era posible la traducción, es decir, si el ARN eucariota podía traducirse a proteínas en una célula procariota. Los autores del experimento justifican la elección del rADN aduciendo simplemente que el mismo era un fragmento muy caracterizado y fácil de aislar en buenas cantidades (Morrow et al., 1974). El hecho tiene su importancia, pues las proteínas eucariotas no podían expresarse fácilmente en procariotas. Las dificultades con que se toparon los posteriores experimentos encontraron su explicación en una conferencia científica en 1977, cuando se mostró que la información genética en eucariotas no se organizaba del mismo modo que en procariotas. Mientras que en procariotas el ADN tenía una organización simple y secuencial (cada gen era seguido por otro gen), en los eucariotas había regiones de ADN que no codificaban para ninguna proteína. Walter Gilbert, de la Universidad de Harvard, llamó a estas secuencias nucleotídicas “intrones”, mientras que los “exones” pasaron a ser las secuencias que sí codificaban a proteínas.55 A partir de entonces quedó claro que si se quería expresar una proteína eucariota en una bacteria, era necesario remover las secuencias “silenciosas” (los intrones) del ADN eucariota, pues las bacterias no podían procesarlo. Por entonces, Gilbert también desarrolló un método bastante simple para secuenciar el ADN, lo que permitía estudiar y manipular el ADN con mayor facilidad.56 En 1977, Boyer logró expresar la primera proteína recombinante.57 Un año después, Genentech comenzó a comercializar por primera vez una proteína biotecnológica: la insulina humana recombinante. A ello le siguió la hormona de crecimiento recombinante y, en 1980, el interferón; todos expresados en procariotas. Los primeros animales transgénicos se obtuvieron poco tiempo antes que las plantas, entre 1981 y 1982. El primer ratón transgénico se logró al microinyectar la 55

Claramente, esta distinción no tenía sentido para el ADN de procariotas, cuyas secuencias nucleotídicas siempre se expresan en proteínas.

56

Mientras Walter Gilbert desarrolló un método para secuenciar ADN en la Universidad de Harvard (Maxam y Gilbert, 1977), simultáneamente Frederick Sanger desarrolló un método similar en la Universidad de Cambridge (Sanger y Coulson, 1975). Ver nota 48.

57

Se trata de la somatostatina, una pequeña hormona ubicada en el cerebro humano. Para poder expresarla, Boyer sintetizó el ADN del gen de la somatostatina químicamente (así evitaba incluir a los intrones), y lo introdujo en E. coli. 75

secuencia de ADN manipulada en un embrión, y luego introduciendo el embrión en un ratón hembra (Hanahan et al., 2007). Sin embargo, trasladar la técnica de microinyección a plantas resultaba muy difícil, pues había que emplear protoplastos (células vegetales desprovistas de pared celular) que –a diferencia de las células animales, que se adhieren a la superficie– no se podían inmovilizar y por lo tanto era complicado introducir el ADN (Lawrence y Davies, 1985). También se obtuvo una mosca transgénica, pero empleando una técnica distinta: el ADN manipulado se introdujo mediante transposones, que son secuencias de ADN que pueden moverse e integrarse dentro del genoma. Los transposones fueron descubiertos por primera vez estudiando el maíz, en la década de 1940. Sin embargo, pronto pasó a emplearse a la mosca Drosophila melanogaster como el modelo en el cual estudiar a los transposones. En consecuencia, el transposón más estudiado es una secuencia de Drosophila conocida como “transposón P” (Darbani et al., 2007). En la primera mosca transgénica, el ADN recombinante se introdujo mediante el transposón P (Kaiser, 1997). Para obtener una planta transgénica era necesario que la construcción genética a introducir atraviese la pared celular, la membrana plasmática y la membrana nuclear; todo eso, por supuesto, sin destrozar la célula vegetal, y regenerando luego una planta entera. Llevar un gen al núcleo de una célula vegetal era mucho más complicado que a otros tipos celulares. La solución fue utilizar un sistema biológico que infecta a las plantas, y fue una herramienta que se desarrolló una vez que existía el interés en obtener una planta transgénica. En 1907, se encontró que los tumores que desarrollaban algunas plantas, conocidos como corona de gallo (crown gall), estaban originados por la presencia de una bacteria (Smith y Townsend, 1907). Los investigadores que describieron este fenómeno bautizaron al agente oncogénico como “Bacterium tumefaciens” (bacteria que hace tumores), que luego sería popularizado como Agrobacterium tumefaciens. Se consideró que la bacteria debía estar transfiriéndole algo a la planta que le causaba el tumor, alguna especie de principio inductor de tumores, pero no estaba claro de qué se trataba (Braun, 1958). En 1970, se postuló que podía haber unos genes de la bacteria involucrados en la generación del tumor. En la Universidad de Gent, en Bélgica, el grupo de Jeff Schell y Van Montagu se dedicaba a estudiar las interacciones entre las plantas y las bacterias del suelo. En 1974, describieron que un plásmido de Agrobacterium, al que se llamó plásmido Ti, era el responsable de causar el tumor en plantas (Zaenen et al, 1974). Luego buscaron diseñar 76

métodos para modificar Agrobacterium y convertirla así en un vehículo para la transformación genética de plantas. En este laboratorio se integró Luis Herrera-Estrella, un ingeniero bioquímico de México que fue a Gent a realizar su doctorado y postdoctorado entre 1981 y 1986. Herrera-Estrella pasó a ser uno de los pioneros en transformación de plantas, y participó luego en una red de investigación y desarrollo en el tema con científicos de Argentina. Quien dominara Agrobacterium, dominaría la transgénesis vegetal. De modo que se desplegó una suerte de competencia por ver quién lograba manipular el plásmido Ti de Agrobacterium (Vasil, 2008). Por entonces, Mary-Dell Chilton, investigadora de la Universidad de Washington, se dispuso a encontrar cuáles eran los genes del plásmido que causaban el tumor; cuál era, en definitiva, el principio inductor de tumor de Agrobacterium (Chilton, 2001). Chilton puso a todo su laboratorio a trabajar en una misma misión: encontrar las regiones del plásmido involucradas en la inducción del tumor. Encontró que una secuencia específica del plásmido, a la que se llamó T-ADN, estaba presente en los tumores (Drummond et al., 1977). Luego, se encontró que el T-ADN del plásmido Ti se insertaba en el núcleo de las células tumorales, donde se mantiene establemente y se transcribe (Chilton et al., 1977, 1980; Willmitzer et al., 1980). En 1977, Chilton viajó a Nueva York para ver a Armin Braun –uno de los más reconocidos biólogos de plantas, quien hacía 20 años había postulado que a causa de Agrobacterium las plantas desarrollaban tumores– y mostrarle que ella acababa de encontrar que una porción del ADN de Agrobacterium era el causante de los tumores (Park, 2002). El T-ADN, además de sus propiedades oncogénicas, dispone de genes para la síntesis de una serie de metabolitos que sirven de nutrientes para la bacteria (Amasino y Miller, 1982; Guyon et al., 1980; Van Montagu et al., 1980). El funcionamiento de Agrobacterium tumefaciens presentaba una curiosa novedad: una bacteria le transfiere su ADN a una planta, que incorpora ese ADN en su propio genoma y desarrolla un tumor que produce nutrientes para la bacteria. Es decir, el resultado de la interacción entre Agrobacterium y la planta es una planta naturalmente recombinante. Agrobacterium pasó a ser la herramienta por excelencia de la emergente biotecnología vegetal. Rediseñando el T-ADN (extrayendo los genes oncogénicos, e insertando genes de interés), se lo podría usar como un vector para llegar a desarrollar plantas transgénicas.

77

1.4.1. Hacia la primera planta transgénica Habiendo definido cuál sería el vector biológico para trasladar el ADN de interés a la planta, el trabajo consistía en extraer los genes oncogénicos del T-ADN (pues de lo contrario no se obtendría una planta, sino una masa tumoral) e insertarle los genes de otra especie; luego habría que introducir el T-ADN modificado en el plásmido Ti, el cual a su vez se introduciría en Agrobacterium tumefaciens, que finalmente se pondría en contacto con la célula vegetal. Chilton llevó a cabo esto en un experimento considerado clave en el desarrollo de la biotecnología vegetal: insertó genes de bacteria y de levadura en el plásmido Ti, obteniendo una planta que contenía esas secuencias nuevas en su genoma (Barton et al., 1983). Esta planta transgénica fue la portada de la prestigiosa revista científica Cell de 1983 (ver Figura 1). La factibilidad de obtener una planta transgénica radicaba en la superación de dos problemas que se presentaban a principios de 1980, y que el experimento de Chilton lograba solucionar. Por un lado, lograr obtener una planta entera luego de haberla infectado con Agrobacterium, y por otro, que esa planta expresara los genes foráneos que se había introducido.

Figura 1. Portada de la revista Cell de abril de 1983, mostrando la planta transgénica obtenida por Chilton y su grupo.

78

Obtener una planta entera luego de haberla expuesto a Agrobacterium no era simple, precisamente porque Agrobacterium provocaba en la planta una masa tumoral. El plásmido Ti de Agrobacterium tiene genes que codifican para proteínas que le permiten introducir su T-ADN en el núcleo de la célula vegetal; tiene también genes que expresan hormonas, las cuales provocan el crecimiento tumoral del tejido vegetal; y tiene genes que codifican para metabolitos que sirven como nutrientes para Agrobacterium. Funciona así como un colonizador biológico: pone a las células vegetales a trabajar para satisfacer las necesidades de Agrobacterium. De modo que usar el plásmido Ti implicaba que las células vegetales se transformaran en un tejido vegetal tumoral, no en una planta entera. En realidad, durante 1981 y 1982 se habían hecho algunos experimentos que indicaban que introduciendo mutaciones en el T-ADN se podía alterar su capacidad oncogénica (Yang y Simpson, 1981; De Greve et al., 1982). En el experimento que estoy analizando, Chilton y su grupo introducen genes de levadura y de bacteria dentro del T-ADN, irrumpiendo en las secuencias donde estarían genes oncogénicos. Al poder regenerar una planta entera, el problema queda solucionado. Por otro lado, lograr que el gen foráneo se integre con éxito en las células vegetales era también un desafío. Unos años antes, Boyer y Cohen habían demostrado que podían expresar genes de distintas especies en bacterias. Pero las plantas disponen de sistemas de regulación y expresión de la información genética mucho más complejos que las bacterias. Chilton insertó un gen de levadura y uno de bacteria en el plásmido Ti, que se introdujo en Agrobacterium tumefaciens. Esta bacteria con el plásmido recombinante se puso dentro de un cultivo in vitro con tejido de células de tabaco. De este tejido se regeneró la planta, y de esta planta, por auto-polinización, se obtuvo otra. Esta última planta de tabaco tenía, en su genoma, las secuencias de los genes de levadura y de bacteria. Esto demostraba que el ADN foráneo se había introducido con éxito y se había mantenido estable dentro del genoma de la planta. También se verificó que estos genes transcribían su correspondiente ARN dentro de las plantas. No se registró, sin embargo, presencia de las proteínas –de levadura y bacteria– en los tejidos de la planta. Los autores del experimento manifiestan que “la aparente falta de expresión es desilusionante pero no sorprendente”, pues admiten que “los requerimientos precisos para la expresión de secuencias de ADN en varios estadios de desarrollo en las plantas no se conocen”. El artículo finaliza diciendo que estas

79

dificultades serán subsanadas si se continúa con el mismo tipo de experimentos, es decir, a medida que se avance con la transgénesis vegetal.58

1.5.

La biotecnología o el vellocino de oro

La planta transgénica resultaba un anhelo por las oportunidades que ofrecía. Si los primeros organismos genéticamente modificados habían sido bacterias, su interés era más que nada como un primer modelo, ya que su explotación comercial era bastante limitada. Pero las plantas transgénicas tenían por delante al mundo de la agricultura, y otra escala de producción se atisbaba. El interés comercial por la biotecnología, entre fines de la década de 1970 y principios de la siguiente, había explotado. Ser un experto en ingeniería genética durante esos años –y sobre todo en Estados Unidos– equivalía a recibir jugosos ingresos del sector privado. Todo científico que manejaba técnicas de ADN recombinante tenía vínculos con empresas (Wright, 1994: 107). Con el ADN recombinante se abrió la posibilidad de un nuevo mercado mundial, y con ello estalló una lluvia de contratos, dinero y ofertas para posicionarse en el desarrollo de productos biotecnológicos. La explosión de recursos ocurrió fundamentalmente en Estados Unidos –y en menor medida en Inglaterra– que era donde se había concentrado la investigación en ADN recombinante, y donde había recursos disponibles para ser volcados a este nuevo campo. Los científicos que habían desarrollado las técnicas de corte y ligazón de ADN, los pioneros en ADN recombinante, se habían convertido también en exitosos empresarios. Una de las primeras empresas que emergió en el área fue Cetus, en 1971. Pronto, los directivos de la firma incorporaron a Joshua Lederberg a sus filas, y en 1975 reclutaron a Stanley Cohen. Paul Berg fue contratado como presidente del comité científico de Genex, creada en 1977. Biogen contó con varios científicos entre sus directivos, como Walter Gilbert. Sydney Brenner –uno de los máximos referentes en investigación en biología molecular en Inglaterra– pasó a ser miembro del directorio de la flamante compañía británica Celltech. Por su parte, Herbert Boyer fundó –juntó con Swanson, un inversor capitalista– la empresa Genentech en 1976. Genentech se creó

58

Textualmente, el artículo afirma que: “The general approach used here to insert the ADH I DNA into the genome of intact plants should afford access to such information [El abordaje general que se empleó aquí para insertar el ADN ADH I en el genoma de plantas intactas, debería permitir el acceso a esa información]” (Barton et al., 1983). 80

con apenas 1000 dólares; 4 años más tarde, la empresa valía más de 500 millones de dólares. En 1974, la Universidad de Stanford inició una solicitud de patentamiento por la metodología del ADN recombinante desarrollada por Boyer y Cohen. En 1980, la patente fue concedida.59 Todo aquel que quisiera utilizar ADN recombinante con fines comerciales, debía pagar royalties. La patente incluía desde los plásmidos hasta la replicación y expresión de ADN foráneo en microorganismos. En los primeros cuatro meses desde que la Universidad de Stanford empezó a hacer uso de la patente, 72 compañías adquirieron las licencias para explotar la tecnología de Boyer y Cohen. La patente expiró en 1997.60 Durante todos esos años, la Universidad de Stanford encontró en el ADN recombinante una inigualable mina de oro: las ganancias por la explotación de la patente se sitúan en el orden de los 250 millones de dólares (Smith Hughes, 2001). La investigación con ADN recombinante también se disparó. En 1975 la NIH61 financiaba apenas 2 proyectos vinculados al tema, a los que destinaba 20.000 dólares. En 1982, estaba financiando 1.588 proyectos de investigación, por un total de 185 millones de dólares. De este modo, junto con el ADN recombinante, un nuevo mercado empezaba a desarrollarse, y lo hacía a pasos agigantados. El primer producto biotecnológico que se lanzó al mercado fue la insulina recombinante, producida por Genentech en 1978 utilizando una bacteria genéticamente modificada. Para entonces, el ADN recombinante había conquistado a las bacterias. Las ganancias de esas primeras experiencias biotecnológicas, sin embargo, no residían tanto en las proteínas recombinantes en sí mismas, sino en las expectativas que generaban sobre nuevos mercados para la biotecnología. De hecho, por ejemplo, la insulina humana recombinante resultaba más cara de obtener que la que se venía produciendo a partir de las glándulas de los cerdos. Si las nuevas empresas biotecnológicas eran exitosas, se debía a los contratos millonarios que obtenían por parte de las grandes compañías multinacionales, que se habían consolidado en el área de la química y la farmacéutica y comenzaban a invertir ahora en un terreno desconocido para ellas. El

59

United States Patent 4237224.

60

En realidad, eran tres patentes vinculadas.

61

El National Institutes of Health es una de las principales agencias de promoción de la ciencia, en áreas biológicas, de Estados Unidos. 81

repentino éxito comercial de la biotecnología se debía, por tanto, a las expectativas que despertaba. Las grandes transnacionales no tenían la menor experiencia en estas nuevas cuestiones de la ingeniería genética. Entonces, generaban contratos con las flamantes empresas que creaban científicos y emprendedores con el fin de no quedar al margen del potencial nuevo mercado que generaría la biotecnología, y de ir alcanzando un conocimiento mínimo en estos temas. A tal efecto, también realizaron convenios con las universidades, que era al fin y al cabo donde se había desarrollado el conocimiento en torno al ADN recombinante. Es así que durante estos años transnacionales como DuPont, Monsanto, Lilly, Merck o Upjohn, hicieron fluir millones y millones de dólares hacia los laboratorios de ingeniería genética de las universidades y hacia las nuevas empresas de biotecnología que se habían creado. Poco a poco, estas grandes compañías de la industria química, petrolera o farmacéutica fueron incorporando conocimiento sobre ADN recombinante. Hacia 1982, aproximadamente, el escenario comenzó a cambiar. Las transnacionales ya podían manejar las técnicas de ADN recombinante por sí mismas, y no necesitaban seguir transfiriendo recursos hacia otros sitios. DuPont anunció la apertura de su propio departamento dedicado a la investigación en agricultura, con una cifra récord de 85 millones de dólares (Wright, 1994: 98-103). A partir de entonces, unas pocas empresas comenzaron a afianzarse como los actores dominantes en el mercado de la biotecnología, con lo cual disminuyeron los nuevos emprendimientos que habían caracterizado la dinámica del sector apenas unos años atrás. La explosión de recursos duró poco tiempo, pero fue muy intensa. Durante unos pocos años, los laboratorios de ingeniería genética de las universidades norteamericanas habían nadado en dólares y los científicos que habían hecho emprendimientos en biotecnología se habían convertido en millonarios de la noche a la mañana, pero eso ya no volvería a ocurrir, al menos no en el área de la biotecnología: el mercado se había abierto y los actores que iban a participar en él ya se habían definido. En esta nueva fase, la carrera en biotecnología comenzaba a hacerse puertas adentro de las grandes transnacionales. ¿Por qué las empresas estaban tan interesadas en hacer transgénesis vegetal? La pregunta no es trivial, pues durante buena parte del siglo XX, las tareas de innovación en mejoramiento vegetal recayeron sobre el sector público. En particular en los Estados Unidos, la investigación agrícola reposaba en buena medida en los esfuerzos del sector público, y esto se había acentuado después de la Segunda Guerra Mundial (Murphy, 82

2007). Las empresas privadas innovaban sólo en nichos específicos, como lo fue, en particular, el desarrollo de maíz híbrido.62 Luego, en la década de 1960, se generó un marco legal que dio lugar a una fuerte protección legal de las nuevas variedades vegetales, lo cual estimuló el desarrollo del mejoramiento vegetal por parte del sector privado (Murphy, 2007). Algo similar ocurrió en la Argentina. En 1959, la Secretaría de Agricultura estableció una norma según la cual el sector privado podía mantener en secreto sus desarrollos en mejoramiento vegetal, mientras que el sector público estaba obligado a mostrar y ceder sus propios desarrollos a quien lo solicitara (Rossi, 2007). De este modo, se generó un marco de fuerte apropiación privada de los desarrollos de nuevas variedades vegetales (Katz y Bercovich, 1988). Al desarrollarse la transgénesis, ya en la década de 1980, en la agricultura se abría la posibilidad de generar semillas con nuevas características y extraordinarios niveles de productividad. Pero para el sector privado, además, era la oportunidad de hacer un fantástico negocio, por cuanto existía la posibilidad de apropiarse de esas nuevas semillas. Es en estos años de explosión de las oportunidades en ADN recombinante (entre fines de los años ’70 y comienzos de los ’80) que se desata el interés en obtener una planta genéticamente modificada. Mary-Dell Chilton fue la primera en obtener una planta transgénica, pero en el podio de la ingeniería genética vegetal también había otros dos grupos. A comienzos de 1983, en un simposio sobre ingeniería genética de plantas, Schell y Van Montagu (de la Universidad de Gent), Rob Horsch y Fraley (de Monsanto) y Chilton (de Washington University), anunciaron resultados similares: los tres grupos habían logrado expresar con éxito genes de antibióticos en células vegetales (Newton, 2010). Los tres grupos se habían propuesto encontrar un método para transferir genes a plantas, y lo habían logrado.63 Fraley y Horsch continuaron trabajando para Monsanto, llegando ambos a ser vice-presidentes de la compañía.64 Schell y Van Montagu crearon su propia empresa en 62

Como mencioné anteriormente, el “vigor híbrido” permite resaltar ciertas cualidades en los cultivos. Sin embargo, no todas las plantas pueden cruzarse generando variedades híbridas. El maíz sí, razón por la cual se constituyó en un cultivo sobre el que las empresas semilleras volcaron sus esfuerzos de innovación para generar nuevas variedades híbridas. La clave del negocio, además, está dado por el hecho de que el vigor híbrido se pierde en las siguientes generaciones. Esto obliga a los agricultores a comprar nuevas semillas híbridas cada año. De este modo, sin necesidad de que existiera un marco legal que volviera a los agricultores dependientes de las semillas de las empresas, este fenómeno se producía igualmente debido a las propias características de la hibridación del maíz.

63

Ver Fraley et al. (1983), Herrera-Estrella et al. (1983a; 1983b), Bevan et al. (1983) y Chilton (2001).

64

Robert Fraley se doctoró en la Universidad de Illinois y luego continuó sus investigaciones en la Universidad de California. Por su parte, Robert Horsch se doctoró en la Universidad de California, y 83

la localidad de Gent, en Bélgica, llamada Plant Genetic Systems Inc., que años más tarde sería absorbida por Bayer CropScience. Por su parte, Mary-Dell Chilton sería rápidamente reclutada por Ciba-Geigy, empresa que luego devendría en Syngenta, una de las mayores compañías de biotecnología vegetal del mundo. He mencionado a unos cuantos científicos en este capítulo que han hecho aportes significativos en el área del ADN recombinante desde los años ’70. Todos ellos han pasado a ocupar cargos importantes en empresas de biotecnología. Aportar al conocimiento en el incipiente campo de la biotecnología era también asegurarse un lugar en su naciente industria. Desde luego, que un nuevo campo científico se articule con una incipiente industria asociada no es ninguna novedad, y más bien sería sorprendente encontrar que tales vínculos no existieran. Un caso ejemplar es la industria química en la segunda mitad del siglo XIX en Alemania, donde se concentraron científicos notables, en una época en que se descubrieron muchos compuestos químicos, y donde surgieron compañías como Bayer, BASF y AGFA (Aftalion, 1991). Pero la comparación sería demasiado general, pues lógicamente se trata de contextos muy distintos, y no sería razonable comparar la masa de científicos y de capital que circulaban en la industria química en el siglo XIX con la biotecnológica de fines del siglo XX. Probablemente un contexto más similar se encuentre en la naciente nanotecnología. Sin embargo, aquí la comparación debería contemplar importantes diferencias. Pues a diferencia del ADN recombinante, la nanotecnología no se caracteriza ni por una técnica, ni por un elemento en particular; más bien, es un concepto general: el desarrollo tecnológico de lo extremadamente pequeño.65 En todo caso, entre fines de la década de 1970 y principios de la siguiente, los conocimientos sobre el ADN recombinante concitaron un enorme interés del sector industrial, materializándose eso en nuevas empresas biotecnológicas, contratos con las mismas e inversiones masivas. Había, claro, una gran masa de científicos y un considerable capital acumulado en empresas provenientes de la

luego fue a realizar un postdoctorado en genética de plantas a la Universidad de Saskatoon, en Canadá. A comienzos de los años ’80, ambos fueron reclutados por Monsanto para integrar su nueva división de desarrollo de plantas transgénicas. 65

En rigor, la nanotecnología implica el trabajo con materiales a nano escala, es decir, en torno a la mil millónesima parte de un metro. Todo lo que se desenvuelva en esa escala podría considerarse nanotecnología. Existen trabajos que comparan la biotecnología con la nanotecnología; sin embargo, se trata de estudios que se limitan a mostrar las diferencias y similitudes que podría haber en torno a la percepción pública y la controversia en uno y otro campo. Al respecto, ver David y Thompson (2008) y Sandler y Kay (2006). 84

industria química y farmacéutica, de modo que el mercado de productos biotecnológicos se expandió vertiginosamente. Luego, unas pocas empresas comenzaron a posicionarse como los actores dominantes, y entonces la fiebre de contratos, inversiones y nuevas compañías se aplacó. Así las cosas, los vínculos entre el conocimiento y la producción hacen a la biotecnología, pero nunca esos vínculos fueron tan fuertes y extensos como en esta etapa inicial.

1.6.

El silencio interior de las plantas

El experimento de Chilton abría una nueva época, la de la biotecnología vegetal. ¿Era posible, con los resultados de su experimento, interpretar que se estaba frente a la primera planta transgénica? Desde luego que sí, pero también era posible interpretar cosas muy distintas. El hecho de que los genes foráneos no se expresaran en proteínas podía entenderse como una manifestación del complejo sistema de regulación y expresión de los genes que tienen las plantas, y en consecuencia podía deducirse que era muy difícil llegar a obtener una planta transgénica que funcionara como se quería. Esto no constituye una interpretación anacrónica: desde 1941 se sabía que cada gen especifica la estructura de una proteína, y desde los ’50 estaba claro que la secuencia consiste en que el ADN se transcribe a ARN y luego a proteínas. En la planta de Chilton, había ADN y ARN de los transgenes, pero no estaban sus proteínas. Esto podía entenderse como una muestra del problema que se abría ante la transgénesis, o como un avance en su solución. El hecho de que el campo científico hubiera adoptado esta última posición, no era algo obvio.66 Así como la primera planta transgénica, obtenida por el laboratorio de Chilton en Washington, no lograba expresar la proteína recombinante, intentos parecidos de otros grupos de investigación presentaron dificultades similares. En muchos experimentos posteriores, se obtuvo expresión de proteína recombinante pero en niveles muy variables. Resultaba muy frecuente que las plantas transgénicas presentaran muy poca cantidad de proteína recombinante, mucho menos de lo esperado. En estos casos, simplemente se descartaban estas plantas transgénicas y se continuaba con las que 66

Como mencioné en el capítulo anterior, la noción de “campo científico” proviene de Bourdieu, quien buscaba desligarse de la idea pacífica y estrecha que arrastraba el concepto de “comunidad científica”. A lo largo de esta tesis, muestro la diversidad de actores, conflictos, cooperación e intereses que se articulan en el campo de la biotecnología. Pero respecto a estos hechos que estoy relatando ahora, sobre los consensos formados en torno a los primeros experimentos en transgénesis vegetal, el campo científico está más bien ligado a los científicos vinculados a esta área de investigación, o más bien a los investigadores y a las revistas científicas donde se publicaban estos experimentos. 85

presentaban niveles de expresión más aceptables (Matzke y Matzke, 1995). Hubo de pasar algún tiempo antes de que estas dificultades se transformaran en un problema de investigación en sí mismo, y luego en todo un campo de investigación. En realidad, esto ocurrió cuando aparecieron otros actores, con otros intereses, que fueron capaces de redefinir las dificultades en la expresión en plantas transgénicas como un problema de investigación. Dos de estos nuevos actores fueron, sin embargo, discípulos de Chilton. Marjori y Antonius Matzke se conocieron mientras realizaban sus respectivos post-doctorados en el laboratorio de Chilton, entre 1980 y 1982. De hecho, Antonius formó parte de la publicación en Cell sobre la primera planta transgénica. Una vez que terminaron su estadía post-doctoral, se fueron a Austria, donde establecieron su laboratorio y de ahí en más continuaron trabajando juntos. Sus investigaciones en Austria se diferenciaron de las de Chilton precisamente porque buscaron explorar las dificultades que presentaba la transgénesis vegetal, convencidos que esas dificultades permitirían dilucidar cuestiones vinculadas con la genética en general. Antonius afirma que siempre estuvo interesado en utilizar la transgénesis vegetal para investigación básica, es decir, no le interesaba obtener una planta transgénica como producto final, sino que buscaba descubrir cuestiones vinculadas al funcionamiento de los genes en las plantas.67 Una vez en Austria, entonces, los Matzke pusieron sus esfuerzos en estudiar los problemas de expresión de los transgenes en plantas. Mostraron que el T-ADN con el que estaban experimentando sufría una pequeña modificación química dentro de la planta y que esto podía ser la explicación de por qué el gen no lograba expresarse (Matzke et al., 1989). Poco después, otro grupo de investigación confirmó los resultados de Matzke con un experimento parecido, aunque con una salvedad: introdujeron un gen en una planta que poseía ya un gen de esa familia. El objetivo era sobreexpresar esa proteína. Pero el resultado fue inverso: no sólo no se expresó el gen introducido, sino que tampoco se expresó el gen que la planta ya poseía. Esto se denominó co-supresión (Napoli et al., 1990). Un investigador que también habría de destacarse en el estudio de estos fenómenos es Hervé Vaucheret, quien realizó su doctorado en un laboratorio de biología celular del INRA, en Francia. Ya entonces su trabajo se orientaba claramente a la ciencia básica: caracterizar un gen –el de nitrato reductasa– propio de las plantas. En el 67

Comunicación personal con Matzke (2010). 86

marco de esa investigación usó algunos transgenes de nitrato reductasa, pero sin lograr que se expresaran. Una vez concluida su tesis de doctorado, en 1989, pasó a ser investigador del INRA, y desarrolló su propia línea de investigación en base al estudio de esos fenómenos que había observado durante su tesis.68 Así, Vaucheret fue caracterizando diversas proteínas vegetales involucradas en la supresión de la expresión de genes. Describió el modo en que una planta puede silenciar sistémicamente a un gen, transmitiéndose pequeñas secuencias de ARN entre las células vegetales. Se especializó también en caracterizar un tipo de proteínas, las Argonauta, que intervienen en el silenciamiento génico post-transcripcional. Pronto se hizo evidente que las plantas disponen de distintos mecanismos con los que terminan evitando la expresión de un transgén. Se adoptó un término general para agrupar a toda esta diversidad de mecanismos: silenciamiento génico. Por un lado, puede ocurrir que se inhiba la transcripción de un gen, es decir, que el silenciamiento opere bloqueando el ADN. Este se llama silenciamiento génico transcripcional. Pero también puede ocurrir que el silenciamiento opere sobre el ARN, degradándolo (lo que se denomina silenciamiento génico post-transcripcional). Pequeñas secuencias de ARN juegan un rol importante al acoplarse con el ARN mensajero que luego será degradado. A su vez, se empezaron a identificar diversas proteínas involucradas en fenómenos de silenciamiento. Se consideró que las plantas usaban normalmente estos mecanismos para defenderse de la infección de virus. Las investigaciones se multiplicaron. Las vías por las cuales las plantas pueden silenciar un gen son sumamente diversas (ver Figura 2). Distintas proteínas junto a otras moléculas intervienen en estos mecanismos. Se encontró luego que el silenciamiento génico no era exclusivo de las plantas: también en animales y en bacterias ocurre. Comenzaba a desplegarse una rama del conocimiento vinculada a los mecanismos que inhiben la expresión de los genes. Todo tuvo su origen en las dificultades que presentaba la transgénesis vegetal para expresar las proteínas recombinantes. Mientras la transgénesis vegetal se desarrollaba rumbo a la producción de plantas genéticamente modificadas, una disciplina comenzaba a surgir precisamente sobre los problemas que los investigadores en transgénesis no se interesaban en explorar. De hecho, estos otros científicos, los que se dedicaron a estudiar el 68

Hervé Vaucheret (16/06/2009), perfil disponible http://www.inra.fr/les_hommes_et_les_femmes/portraits/tous_les_portraits/herve_vaucheret

en:

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silenciamiento génico, observan la primera planta transgénica de un modo muy distinto. Para ellos, la planta de Chilton de 1983 no era una prueba de la factibilidad de las plantas transgénicas, sino que estaba evidenciando otra cosa: la importancia de los fenómenos supragenéticos que operan sobre los transgenes. La primera planta transgénica no sería, desde esta perspectiva, realmente transgénica, pues no podía expresar los transgenes, ya que estarían operando mecanismos de silenciamiento de los genes. Figura 2. Esquema con algunas de las vías de silenciamiento génico dentro de la célula vegetal. Fuente: Souza et al. (2007).

El modo común de interpretar el experimento de Chilton de 1983, era considerando que las plantas transgénicas eran un hecho inminente, y que las pequeñas dificultades técnicas que aún presentaban serían superadas con más transgénesis. La planta de Chilton de 1983 era la prueba de la transgénesis vegetal. Pero había otra lectura que comenzaba a surgir. Para esa otra lectura, no es de la transgénesis de lo que hablaba esa planta, sino de su silencio interior.

1.6.1. Reinterpretando la transgénesis En ningún momento el experimento de Chilton dejó de ser considerado como un experimento competente. La razón radica en que había un acuerdo respecto a qué tipo 88

de experimentos podían funcionar y qué resultados podían esperarse. Esto es lo que, según Harry Collins (1995), define a un experimento como “competente”.69 En efecto, ya desde principios de la década de 1970 estaba claro que un gen de una especie podía insertarse en el genoma de otra especie, y que ese gen podía mantenerse en el nuevo genoma y expresarse. Como vimos anteriormente, esto ya había ocurrido así en bacterias, y era de esperarse que pudiera lograrse en otros organismos. Chilton tuvo el mérito de haber estado entre los primeros que dilucidaron un método para hacer ingresar genes al genoma de una célula vegetal, y en lograr que esos genes se estabilicen y que la planta pudiera crecer. De modo que su experimento fue un éxito, y la revista Cell lo consagró como tal con su portada. Era de esperarse que se pudiera obtener una planta transgénica, y Chilton la obtuvo. Es cierto, no logró que los transgenes se expresaran en proteínas, y esto constituía una anomalía. Chilton reconoció que eso no se ajustaba a lo esperado, pero destacó que el gran paso de obtener una planta completa que tuviera genes de otra especie en su genoma se había logrado con éxito, y que con un poco más de práctica se lograría que esos genes se expresen también. La anomalía, según la perspectiva de Chilton, se resolvería dentro de los márgenes en que venía desarrollándose la transgénesis. Pero otros investigadores comenzaron a explorar la anomalía desde otra perspectiva. Algunos consideran que la anomalía era el resultado de un mecanismo que no había sido contemplado en la transgénesis: el silenciamiento génico. Aún más: la anomalía podía extenderse y llegar a explicar la totalidad de la planta transgénica de Chilton, desplazando a la transgénesis. Que la planta de Chilton fuera transgénica, era algo que el silenciamiento génico podía llegar a cuestionar. Veamos cómo. Hervé Vaucheret, quien como dije se fue especializando en los mecanismos de silenciamiento génico desde fines de la década de 1980, considera que los estudios sobre silenciamiento génico en plantas permiten dar una explicación lógica a la ausencia de expresión de genes en la planta de Chilton.70 De hecho, Vaucheret sostiene que si Chilton logró obtener una planta completa, se debe gracias a la acción del silenciamiento génico. 69

Collins considera que, al haber un desacuerdo acerca de lo que cuenta como un experimento realizado de manera competente, se abre un debate acerca de cuál es el resultado apropiado del experimento. Por otro lado, un resulato anómalo puede dar lugar a una variedad de interpretaciones diversas. El debate sólo termina con el control de la interpretación. Al respecto, ver Collins (1992). Esto no ocurrió con el experimento de Chilton, por lo menos no en ese orden. Durante un tiempo, persistió un modo uniforme de interpretar su experimento. Luego, al cabo de unos años, eso cambió.

70

Comunicación personal con Vaucheret (2010). 89

Es posible distinguir dos tipos de argumentos en esta posición. Por un lado, diré que la explicación de la ausencia de expresión de los transgenes debido al accionar del silenciamiento génico constituye un argumento fuerte; mientras que la atribución de la capacidad de regeneración de la planta al silenciamiento génico es un argumento débil. La explicación de que el silenciamiento génico habría provocado la ausencia de expresión de los transgenes en la planta de Chilton es un argumento fuerte, porque no aparece una explicación alternativa. Chilton, en 1983, reconoce la anomalía que supone la ausencia de expresión de los transgenes, pero no ofrece una explicación, sólo confía en que eso se resolverá con mayor experimentación. Luego no aparecieron tampoco explicaciones alternativas a la anomalía, los desarrollos en transgénesis vegetal simplemente descartaron las plantas con escasos niveles de expresión y se concentraron en los resultados satisfactorios, sugiriendo que con algunas construcciones genéticas se obtenían buenos niveles de expresión de proteínas.71 Por otro lado, Vaucheret sostiene que para transformar la planta de Chilton se empleó un T-ADN no desarmado, que por lo tanto contenía secuencias que codificaban para hormonas de crecimiento que generan tejidos indiferenciados (Comunicación personal con Vaucheret, 2010). En consecuencia, argumenta que sólo la inactivación de esos genes permitiría la regeneración de la planta. Podemos decir que se trata de un argumento débil, en la medida que Chilton sí ofrece una explicación a la regeneración que obtuvo de la planta, señala que sí desarmó el T-ADN inactivando los oncogenes, y de hecho otros investigadores que trabajan sobre el silenciamiento génico no comparten el argumento de Vaucheret. Matzke, quien estudia el silenciamiento génico pero además participó del experimento de Chilton, considera que la planta se regeneró porque el gen de resistencia a kanamicina se insertó en la secuencia de un oncogén del T-ADN, inactivándolo.72 Si el silenciamiento génico surge como problema de investigación a partir de las anomalías que presentaban las primeras plantas genéticamente modificadas, entonces el modo de reconocer la primera planta transgénica supone un escenario de conflicto simbólico: ¿qué es lo que debería reconocerse en esa primera planta, la posibilidad de la transgénesis vegetal, o la importancia del silenciamiento génico? 71

Herrera-Estrella y el laboratorio de Gent, en particular, mostraron que utilizando genes quiméricos que tuvieran secuencias promotoras de nopalina sintasa y secuencias que codifican para la octopina sintasa, por ejemplo, se obtenía expresión en células de plantas (Herrera-Estrella et al., 1983a; 1983b).

72

Comunicación personal con Matzke (2010). 90

En este sentido, el segundo argumento de Vaucheret contiene una imagen de alto impacto en este conflicto simbólico: si la planta transgénica se regeneró gracias a que los mecanismos de silenciamiento génico bloquearon la expresión de los oncogenes del T-ADN, ello implica que de no haberse producido el silenciamiento la célula transgénica sólo hubiera generado una masa tumoral. No es difícil imaginarse que una masa de tejido tumoral vegetal no hubiera constituido –aún si le ponían una bella maceta debajo– la portada de la revista Cell. En consecuencia, según este razonamiento, todo el mérito de ese experimento debería adjudicársele al silenciamiento génico, y no a la transgénesis. O en todo caso, el mérito de la transgénesis se limitaría a poner en evidencia los fenómenos de silenciamiento génico. Se entiende entonces la función retórica de este argumento pero, como dijimos, no tiene más adherentes ni se afirma sobre una sólida base empírica; por el contrario, la propia metodología empleada en la transgénesis podía dar cuenta de la capacidad regenerativa de la planta. Pero basta con considerar el argumento fuerte de Vaucheret para entender que de la anomalía que presentaban las primeras plantas transgénicas fue surgiendo un campo disciplinar nuevo. Los distintos niveles de expresión de los transgenes que presentaban las plantas transgénicas constituían un problema para el que no había solución, más que descartar los ejemplares que presentaban bajos niveles de expresión. En cambio, el silenciamiento génico dio una respuesta a esos problemas, pero bajo una serie de preceptos diferentes a los que guiaban los experimentos en transgénesis. Se trata de preceptos que ubican en lo que rodea a los genes el eje de preocupación y no en los genes mismos.

1.6.2. Herramientas conceptuales: genes y epigenética Hay que tener en cuenta las herramientas conceptuales con las que venía trabajando la ingeniería genética. La idea de que los genes contenían la información que define a un individuo se había constituido en el dogma central de la biología. A encontrar la unidad biológica que contenía la información genética se había dedicado buena parte de los investigadores desde el siglo XIX hasta mediados del siglo XX. Luego, se demostró que los genes se traducían de ADN a ARN y posteriormente se expresaban en proteínas, que luego habrían de desempeñar las más diversas funciones en el organismo. Tal era la cascada de información biológica: del ADN, al ARN, a la proteína. La hipótesis que Beadle y Tatum habían propuesto en los años cuarenta (“un gen, una enzima”) había dominado buena parte de la biología. De modo que, con el desarrollo de las técnicas de 91

corte y ligazón del ADN a principios de los ’70, la ingeniería genética encontró las herramientas técnicas que le permitieron ensamblar con estas herramientas conceptuales para modificar organismos interviniendo sobre sus genes. Al desarrollar las primeras plantas transgénicas, la dificultad pasaba por encontrar el modo de llevar el transgén al núcleo de la célula vegetal, y por lograr regenerar una planta entera a partir de esa célula transformada. En cambio, conseguir que la planta transgénica expresara la característica del organismo donante era algo completamente esperable, era algo que se consideraba lógico y natural. Si los genes eran el objeto determinante para la ingeniería genética –y por ende para quienes desarrollaron la primera planta transgénica–, ¿de dónde sacaron las herramientas conceptuales quienes desarrollaron la teoría del silenciamiento génico? Que el gen se haya convertido en la unidad dominante dentro del discurso biológico no significa que no haya habido tensiones y conflictos a propósito de esto. De hecho, ya en los años treinta investigadores de algunas disciplinas biológicas –en particular, de la embriología y de la fisiología– se quejaban del crecimiento de la genética, por cuanto cada vez más se desplazaba su objeto de interés (los procesos de diferenciación celular, el funcionamiento de los tejidos celulares, etc.) hacia el estudio de los genes y sus efectos (Fox Keller, 2000). Por otro lado, las teorías que reivindican la complejidad ambiental frente al reduccionismo genético fueron ganando terreno luego de la Segunda Guerra Mundial y sobre todo a partir de la década del ’70, cuando comienzan los movimientos ecologistas. No obstante, difícilmente esto sirva como explicación para el caso que nos ocupa, y a lo sumo refleja cierto clima intelectual en el que podían apoyarse quienes no compartían los postulados de la ingeniería genética. Pero la teoría del silenciamiento génico, que comienza a fines de los años ’80, no tiene un cuerpo conceptual muy distinto al de la propia genética. Se caracteriza por estudiar los mecanismos que regulan la expresión de los genes, por analizar aquellos elementos celulares que bloquean, permiten, disminuyen o aumentan la expresión de los genes. Esto le dio un nuevo empuje a la epigenética, la cual estudia cambios en la expresión genética debido a fenómenos externos a los genes. La epigenética había sido propuesta a comienzos de los años ’40 por Waddington, un embriólogo que buscaba conciliar la genética con la embriología. Su propuesta era estudiar los mecanismos por los cuales las células de un organismo –que tienen los mismos genes– podían diferenciarse hacia

92

tejidos distintos. La epigenética estudia aquello que rodea a los genes.73 Waddington no parece haber sido tenido muy en cuenta en su momento, pero con el silenciamiento génico la epigenética rejuveneció. Claro que el silenciamiento génico no se explica por una línea conceptual hostil a la genética que se habría mantenido latente durante décadas hasta emerger con la primera planta transgénica. Quienes primero proponen los mecanismos de silenciamiento génico son tan biólogos moleculares como los que desarrollaron las primeras plantas transgénicas. El vínculo entre silenciamiento génico y epigenética es posterior.74 En todo caso, el silenciamiento es un tipo de reacción contra la genética, o más bien contra los postulados que sostienen que descifrando al gen se deduce lo que lo rodea.75

1.7.

Intereses entre las plantas: industria y nichos del conocimiento

Volvamos al experimento de Chilton. ¿Cómo puede un mismo experimento ser interpretado como la prueba del éxito de la transgénesis, y al mismo tiempo dar lugar a una teoría distinta que se sustenta en los problemas de la transgénesis? Según Collins, las interpretaciones heterodoxas de los datos se producen cuando no hay todavía un acuerdo sobre lo que sería un resultado esperable del experimento (Collins, 1992). ¿Será entonces que no había un acuerdo sobre si las proteínas de las plantas transgénicas debían expresarse o no? Por supuesto que sí, todos los investigadores saben desde los años ’40 o ‘50 que los genes se expresan en proteínas, y se esperaba que los transgenes se expresaran en la planta. Había un firme acuerdo respecto a los resultados esperables, y sin embargo se fueron abriendo interpretaciones divergentes sobre el experimento. El punto está en que no había un único nivel de resultados esperables. Quizás sea demasiado simplista suponer que los científicos sólo esperan un resultado de un experimento. Por lo menos en este caso, quienes desarrollaron el experimento tenían varias expectativas depositadas en los resultados. Por un lado, esperaban que al 73

El prefijo griego epi significa “sobre”. Es decir, la epigenética vendría a ser aquello que está sobre los genes.

74

Según Andy Feinberg, director de un centro de investigación en epigenética de la Universidad Johns Hopkins, hasta los ‘90 la epigenética se dedicaba al estudio de fenómenos extraños, era una ciencia bizarra. Luego, con los estudios sobre la metilación del ADN y su vinculación con diversas proteínas, la epigenética se consolidó en el estudio de la regulación de los genes (Rudacille, 2005).

75

En particular, los investigadores que se volcaron a la epigenética desde fines de la década de 1980 buscaron diferenciarse del mundo de la transgénesis, como explico a continuación. Pero en términos más generales, y sobre todo en décadas más actuales, los científicos que estudian temas de regulación genética no necesariamente se enfrentan con la ingeniería genética. Claro que se trata de contextos diferentes, con intereses distintos a los que prevalecían entonces, como señalo en la sección que sigue. 93

introducir el transgén éste se transcribiera a ARN y se expresara en proteínas. Reconocieron que esto último no ocurrió. Pero sí lograron introducir el transgén –que se mantuviera en el genoma de la planta– y que se transcribiera a ARN. Por lograr esto, el experimento fue considerado un éxito, y se le consagró la portada de la revista Cell. La clave está en la distinta valoración que se hizo de ese fenómeno. Para Chilton, que no se expresaran las proteínas era algo inesperado, pero en definitiva era algo menor, era un dato marginal, no afectaba al conjunto del experimento, era una cuestión técnica que se resolvería con un poco más de práctica en transgénesis. Por el contrario, para quienes desarrollaron la teoría del silenciamiento génico, la ausencia de expresión de proteínas en la planta transgénica era un fenómeno importantísimo, era algo que permitía redescubrir lo que la biología sabía sobre el funcionamiento de los genes. La pregunta es entonces por qué este fenómeno tuvo valoraciones tan distintas. ¿Qué es lo que estaba condicionando el marco conceptual de estos científicos, para que algunos lo consideraran un fenómeno sumamente significativo, mientras que otros lo caracterizaban como algo más bien insignificante? Una perspectiva dentro de los estudios sociales de la ciencia sostiene que aprender a distinguir lo que es significativo de lo que no lo es, supone una adquisición cultural, que se podría denominar conocimiento tácito (Collins, 1992). Dentro de esta perspectiva, que ciertas personas tiendan a darle la misma valoración a las cosas se explica por una cuestión de socialización: la transmisión de ciertos códigos que hacen que consideremos a algunas cosas como significativas y a otras como no significativas. Pero esto no explica por qué existen esas valoraciones particulares y no otras. En cambio, hay otras perspectivas que buscan explicar los marcos conceptuales que emplean los científicos en función de la noción de interés (Barnes, 1977). Así, por ejemplo, cuando analiza las teorías estadísticas que estaban en pugna a comienzos del siglo XX, MacKenzie considera que el interés que tenían algunos científicos en fundamentar las teorías eugenésicas los llevaban a reivindicar ciertos desarrollos teóricos de la estadística y no otros (MacKenzie, 1978). De esta manera, los intereses cognitivos se refieren a los usos que podrían derivarse de una teoría, y al modo en que esto incide en la posición que toman los científicos en la valoración y desarrollo de la teoría. El poder explicativo de la noción de interés radicaría en encontrar la finalidad a la que aspiran los científicos con sus prácticas, para así darle un sentido a las mismas. En el caso que nos ocupa, había un objetivo claro hacia el que se habían embarcado algunos laboratorios a fines de los ’70, y era desarrollar plantas transgénicas. 94

Millones de dólares fluían desde las transnacionales químicas hacia la investigación en ADN recombinante, buscando su lugar en el nuevo mercado de la biotecnología. La transgénesis aplicada a la agricultura constituía uno de los objetivos más anhelados por estas empresas (Kloppenburg y Kenney, 1984). Así como los científicos que habían contribuido a desarrollar las primeras bacterias transgénicas pasaron al poco tiempo a ocupar puestos importantes en empresas de ingeniería genética, las perspectivas no tenían por qué ser distintas para quienes desarrollaran la primera planta transgénica. En un momento en que las empresas invertían enormes cantidades de dinero para aspirar a desarrollar productos biotecnológicos, siendo que nadie aún dominaba el conocimiento al respecto, auguraba a quien lograra desarrollar una planta transgénica un lugar anhelado por la expectativa comercial.76 Pero también era un lugar cargado de recompensas

simbólicas:

obtenidas

ya las primeras

bacterias genéticamente

modificadas, un importante reconocimiento aguardaba aún a quien pudiera obtener una planta transgénica. La revista Cell coronó a Chilton al publicar en la portada su planta transgénica –reconocimiento al que también contribuyeron instancias tales como el Simposio de 1983, donde Chilton, Schell y Horsch se mostraron como los iniciadores de la biotecnología vegetal–, por cuanto pasó a ser reconocida como la figura principal del campo 77. También por sus aportes pioneros en la biotecnología vegetal, Chilton recibió la medalla Benjamin Franklin, galardón que se otorga desde 1824 a quienes realizan aportes significativos a la ciencia o la tecnología, y que ya habían recibido, entre otros, Thomas Edison, Niels Bohr, Max Planck, Albert Einstein, Stephen Hawking y Jonas Salk.78

76

Así es que de inmediato, en 1983, apenas publicada la primera planta transgénica, Mary-Dell Chilton fue reclutada por la empresa que luego se conocería como Syngenta. Al cabo de unos años, Syngenta se convertiría en una de las pocas empresas en el mundo que comercializa semillas transgénicas propias. En reconocimiento a las contribuciones de Chilton, en 2002 la empresa bautizó con su nombre a una de las instalaciones del Centro de Investigación en Biotecnología Agrícola, donde Syngenta concentra sus esfuerzos en innovación, ubicado en el polo tecnológico de Research Triangle Park, en Carolina del Norte.

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He aquí un (para nada sutil) modo de ilustrar este reconocimiento: “Cuando enciendes una luz, probablemente no pienses en Thomas Edison, pero hasta los chicos en la escuela saben que es el hombre que trajo la luz eléctrica al mundo. ¿Sabes quién le mostró por primera vez al mundo cómo hacer plantas transgénicas como la soja Roundup Ready o el maíz Bt? Fue Mary-Dell Chilton” (Burchett, 2002).

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El vice-presidente del Centro Franklin, que administra los premios, considera que Chilton “she not only made the key discovery, but went on to use that mechanism to engineer that process” (Park, 2002). Chilton también recibió otros reconocimientos institucionales, como el John Scott Award o la membresía de la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos y de la Academia Americana de Artes y Ciencias. La Universidad de Washington, donde Chilton desarrolló la primera planta transgénica, creó un título académico llamado “Mary-Dell Chilton Distinguished Professor” (Rea, 2009). 95

Bourdieu (1976) señala que es habitual en los científicos la transformación de capital científico en capital económico.79 Para quienes desarrollaron las primeras plantas transgénicas, las dos formas de capital aparecían simultáneamente como posible recompensa: el prestigio de ser quien hace un aporte científico tan importante que inaugura un campo nuevo (la biotecnología vegetal), y el reconocimiento material que otorgaban las empresas (deseosas de incorporar entre sus filas a quien dominara las técnicas de este incipiente campo). Esos intereses permiten explicar no sólo la conformación de una agenda de investigación (el intento de obtención de una planta transgénica), sino también el modo en que eran valorados los resultados de los experimentos. Es importante señalar que no pretendo adjudicarle estos intereses a Chilton de modo individual, sino de un modo general al conjunto de los actores vinculados al tema. En definitiva, fueron sus pares quienes reconocieron su experimento concediéndole la portada de una de las revistas más prestigiosas del área, y de hecho nadie –en ese entonces– cuestionó el experimento. Dicho de otro modo: el campo científico vio los resultados tal como los vio Chilton, y es precisamente por eso que recibe reconocimiento. Recordemos que si la intención era obtener una planta transgénica, el desafío pasaba por diseñar el vehículo que pueda transportar el ADN foráneo al núcleo de la célula vegetal y poder obtener una planta con el transgén. Chilton había un hecho un aporte sustancial a tal proyecto al contribuir a diseñar el vehículo del transgén (caracterizando al plásmido Ti), y ahora daba un paso decisivo al mostrar que se podía obtener una planta entera (no sólo una célula) que tuviera en su genoma al transgén. ¿Por qué no se consideró relevante que las proteínas no se expresaran? Por un lado, porque quienes pertenecían a este nicho –al de los primeros científicos en biotecnología vegetal, que tenían al prestigio y a las empresas aguardando por las primeras plantas transgénicas– tenían un bagaje conceptual acumulado desde hacía muchas décadas en gran parte de la biología que les indicaba que lo importante era el gen, y que la proteína era, en todo caso, un subproducto del mismo. Por otro lado, su objetivo era obtener una planta transgénica, no caracterizar algún fenómeno particular dentro de las plantas; no 79

La teoría de Bourdieu sostiene que los científicos aspiran a acumular capital científico. Esta forma particular de capital simbólico estaría dada por el reconocimiento de los investigadores competidores. Es por el reconocimiento, entonces, que se efectúan los intercambios entre los investigadores, lo que deriva en luchas por la distribución del capital científico. Por otro lado, Bourdieu sostiene que el capital científico puede ser reconvertido en otras especies de capital, es decir, que aquel científico que acumuló cierto capital científico, puede trasladarse a otro campo y hacer uso allí de una posición privilegiada (Bourdieu, 1976; 2003). 96

eran las proteínas, sino la planta transgénica la que permitiría inaugurar una nueva fase de investigaciones y desarrollos. En definitiva, eran los usos que se le pretendía dar a esa planta (como vehículo para alcanzar un gran prestigio en el campo científico y para dar lugar a una etapa de desarrollos productivos que numerosas empresas aguardaban) lo que condicionaba la lectura que se hizo de los resultados del experimento: lo importante era que se había obtenido una planta que llevaba un transgén; lo que sucedía con las proteínas era algo menor. Pero entonces, ¿por qué otros investigadores sí dedicaron sus preocupaciones a lo que ocurría con las proteínas en las plantas transgénicas? En primer lugar, es preciso destacar la distancia temporal, los años que hubieron de pasar hasta que esto se convirtiera en un problema de investigación. Obtener una planta transgénica era un objetivo desde fines de la década del ’70, y que se consiguió a principios de 1983. En cambio, los primeros estudios sobre el silenciamiento génico se publicaron en 1989, y se desarrollaron en los años posteriores. Esta diferencia de algunos años entre un tema de investigación y otro, tiene una razón de ser. Una vez desarrolladas las primeras plantas transgénicas, los laureles correspondientes fueron entregados. Los primeros científicos en alcanzar ese objetivo recibieron los premios simbólicos y materiales que aguardaban. A los siguientes investigadores que trabajaban con plantas transgénicas no les aguardaban las mismas recompensas. El capital científico y material fue acumulado por los científicos pioneros en el área. Eso no significa que el incipiente campo de la biotecnología vegetal ya estaba saturado; por el contrario, espacios para investigar y desarrollar plantas transgénicas había y sigue habiendo. Pero la recompensa a la que pueden aspirar esos investigadores ya no será la misma. Difícilmente el desarrollo de una planta transgénica pueda suscitar un reconocimiento intelectual y un interés comercial como el que concitaron esos primeros experimentos. En ese momento histórico concreto, desarrollar una planta transgénica consagraba a quien lo lograba como el poseedor de una habilidad y un conocimiento que nadie había conseguido adquirir aún. ¿Qué les queda a los siguientes investigadores en biotecnología vegetal? Sólo hacer sus aportes sobre la base de este conocimiento ya laureado. O bien, en términos de Bourdieu, adoptar una estrategia de subversión, vale decir, salirse de los cánones de ese campo, con los riesgos que ello implica pero también con la posibilidad de adquirir un reconocimiento importante. Encontrar un mecanismo biológico completamente nuevo

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en algo que a los ojos de la transgénesis vegetal era una pequeña anomalía, permitía abrir un nuevo espacio de reconocimiento. ¿Es entonces el silenciamiento génico un paradigma científico distinto al que encierra la transgénesis vegetal? Pues depende para quién. Para quienes desarrollan plantas transgénicas, el silenciamiento génico pasó a ser una herramienta más. Conocer estos mecanismos biológicos les permite a los investigadores evitar que sus transgenes sean bloqueados y obtener así codiciados niveles de expresión de proteínas. En cambio, para quienes buscaban ser los referentes en el silenciamiento génico, sí se trataba de paradigmas distintos. Para ellos, el abordaje conceptual es distinto, los temas de investigación son distintos, el entorno de la investigación es distinto. Es que para conseguir un capital científico considerable, uno tiene que mostrar que lo que está haciendo es completamente nuevo. Aún cuando todos estos investigadores (los que desarrollaban plantas transgénicas y los que investigaban en silenciamiento génico) se habían formado con las mismas técnicas de biología molecular, e incluso en algunos casos habían trabajado en los mismos laboratorios, sus tradiciones disciplinares comenzaron a mostrarse como distintas. Esa diferenciación implicó tanto una conceptualización del silenciamiento génico en términos de “revolución científica” o de “nuevo paradigma” (Matzke y Matzke, 2004), como en términos de una larga tradición científica opuesta a la genética de la biotecnología. En esa búsqueda por manifestar una tradición distinta, con su propia historia y orígenes ocultos, se llegó a decir que una publicación de 1928 sobre infección en plantas de tabaco podía considerarse el primer artículo sobre silenciamiento, aún cuando sus autores de entonces no lo supieran (Baulcombe, 2004). Así, el silenciamiento génico fue incluido dentro de la epigenética, una perspectiva que en los comienzos de la genética se había diferenciado de ésta, pero que luego no había logrado consolidarse. Con la afirmación del silenciamiento génico como un campo distinto a otros, se creó un espacio institucional propio, con centros de investigación, publicaciones y financiamiento dirigidos a estudiar la epigenética. Un nicho nuevo surgía para estos investigadores, pero sólo a condición de mostrarse como claramente distinto al nicho de los biotecnólogos. Matzke, discípulo de Chilton y pionero en el silenciamiento génico, definía así las diferencias entre un campo y otro: “Mientras las compañías están luchando por encontrar medios para evitar el silenciamiento, unos pocos científicos que hacen investigación básica se han fascinado con el fenómeno y están analizando una variedad de sistemas de silenciamiento. Para este último grupo, el fenómeno del

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silenciamiento representa más que una respuesta no deseada a genes exógenos; más bien, ha abierto una puerta que podría llevar a una comprensión más profunda de mecanismos antes insospechados por los cuales las plantas naturalmente usan secuencias de ácidos nucleicos homólogas o complementarias (…) como un medio de control del exceso de producción de mRNA o de la replicación de ARN patógeno.”80 (Matzke et al., 1995: 679)

Estas palabras, más allá de la descripción que pretenden efectuar de la biotecnología y del silenciamiento génico, ponen de manifiesto la necesidad que portaban los investigadores de este campo de diferenciar las áreas. En definitiva, que el silenciamiento represente o no algo más que una respuesta no deseada a genes exógenos, depende de quién y para qué lo utilice, pues para quienes buscan producir plantas transgénicas, el silenciamiento es, efectivamente, un bloqueo de los transgenes; y que las compañías biotecnológicas empleen el conocimiento sobre silenciamiento génico para evitar que éste ocurra, evidencia que el silenciamiento también resultó ser un aporte importante para las propias compañías. Así, las diferencias o solapamientos entre la biotecnología y la epigenética dependen de dónde se ubique el actor que las enuncie. A principios de los años ’80, encontrar una planta transgénica era ganarse el reconocimiento por algo que muchos anhelaban pero nadie aún había conseguido. A fines de esa década, encontrar un mecanismo biológico oculto en la transgénesis era ganarse un reconocimiento por un hallazgo completamente nuevo.

1.8.

Después de la primera planta transgénica

Una vez obtenidas las primeras plantas transgénicas, las empresas de biotecnología pusieron a punto las técnicas de transformación, focalizándose en las plantas que tenían interés comercial para ellas. En un principio, la dificultad para expresar proteínas en las plantas transgénicas era parcialmente salvada descartando las plantas con poca expresión, y conservando las que presentaban niveles de expresión más aceptables, en un simple mecanismo de selección y descarte. Cuando los estudios en silenciamiento génico dieron una explicación a estas dificultades, se diseñaron modos de evitar el 80

En términos similares, Vaucheret sostiene que: “Tras veinte años de investigaciones sobre este fenómeno de silenciamiento, aún no hemos logrado comprender del todo cómo funciona pero, sobre todo, no queremos aislarlo como rechazo respecto a los transgenes sino integrarlo en el funcionamiento normal de la planta como manifestación de las reacciones de defensa. En efecto, se considera que un transgén o un virus es un cuerpo extraño que ha sido introducido en la planta: ¿Qué es lo que hace la planta para reconocer y degradar ese ‘ser ajeno’?” (Hervé Vaucheret, 16/06/2009, perfil disponible en: http://www.international.inra.fr/es/unase_a_nosotros/gente_del_inra/herve_vaucheret). 99

silenciamiento, y así obtener buenos niveles de expresión de los transgenes. Pero estos momentos iniciales de la transgénesis vegetal dejaron su impronta en los años venideros de la biotecnología de plantas. Hay una serie de claves que se encuentran aquí y que permiten entender algunas dinámicas de la investigación y desarrollo de plantas transgénicas en las décadas siguientes. En primer lugar, hay una notable tensión dentro de los usos que se le dan a la transgénesis vegetal, ya sea como un objeto para ganar prestigio y posicionarse académicamente, o para obtener plantas genéticamente modificadas que luego puedan ser empleadas con fines productivos. Es decir, hay diferentes intereses cognitivos en juego. Cuando todavía nadie había logrado obtener una planta transgénica, ambos usos se presentaban como valiosos para los científicos. Pero cuando producir una planta transgénica dejó de ser una novedad, los intereses cognitivos dentro del campo científico en relación con la transgénesis se diferenciaron. Esto ocurrió de un modo intenso en los comienzos del silenciamiento génico, cuando la búsqueda por encontrar un espacio académico propio en las anomalías de la transgénesis se opuso a los usos prácticos de la misma para obtener plantas transgénicas. Lo interesante es que más adelante, una vez que las bases del silenciamiento génico también se consolidaron, los científicos que trabajan en biotecnología vegetal buscan desarrollar plantas transgénicas aspirando a un uso productivo de las mismas, pero al mismo tiempo buscan describir aspectos cognitivos novedosos, como alguna proteína desconocida vinculada al silenciamiento génico. Estos dos intereses cognitivos de la transgénesis se encontrarán dentro de un mismo laboratorio, aunque en relación generalmente contradictoria, como mostraré en el Capítulo 3. Por otro lado, la habilidad para transformar una planta –entendida como la etapa fundamental de la transgénesis–, relega cuestiones tales como los niveles de expresión de proteínas o la variedad particular de la planta a un segundo plano. Esto, que se relaciona con la problemática más amplia de la función del modelo en la investigación, habrá de tener consecuencias muy distintas según el contexto en que se desenvuelve la biotecnología. En un país periférico, enfrentar los inconvenientes de transformar una variedad distinta al modelo empleado a nivel internacional, resultará en ocasiones fatal; mientras que en países centrales, la mayor cantidad de recursos hace que esas dificultades se subsanen con cierta rapidez. Finalmente, hay una paradoja que merece destacarse. Cuando las plantas transgénicas aún no existían, la certeza acerca de su factibilidad hizo que anomalías 100

como la falta de expresión de proteínas no fueran consideradas relevantes. En cambio, años después, cuando las plantas transgénicas ya existían en laboratorios y en ensayos a campo (e incluso, desde 1996, en el mercado de numerosos países), las anomalías de estas plantas son con frecuencia consideradas como prueba de la inviabilidad de las mismas. La primera planta transgénica no era, desde luego, todo lo que se esperaba que fuera: no podía expresar las proteínas del transgén. En su realidad material, la planta era un tanto defectuosa. Pero lo que consagró la portada de la revista Cell en 1983 fue otra cosa: es la idea de una planta transgénica lo que en realidad se reconoció. Es precisamente porque la idea de que una planta transgénica era algo sumamente factible y cercano que las anomalías se consideraron algo menor. Chilton demostró que la idea de una planta transgénica era un hecho admisible. Con esto no quiero sugerir que la naturaleza no juega un rol en la producción de conocimientos científicos, planteo que indicaría que el conocimiento queda entonces enteramente liberado a las estrategias de los investigadores (Kreimer, 2003). El experimento de la primera planta transgénica no permite interpretar cualquier cosa sobre la transgénesis, pero sí algunas cosas. Lo que pretendo señalar es que los modos de representar los fenómenos naturales no son unívocos, y que los conflictos comienzan a suscitarse precisamente porque hay sistemas alternativos de representación (Hacking, 1983: 166). Es la maduración de un sistema de representación de los fenómenos biológicos (que encuentra en los genes la unidad determinante), junto con herramientas que permiten manejar esas unidades biológicas (las enzimas de restricción, los plásmidos, Agrobacterium), lo que permitió diseñar y darles sentido a los resultados de los experimentos.81 Pero cuando otras formas de representación comienzan a imponerse, el sentido de las plantas transgénicas cambia. El silenciamiento génico constituye una base técnica de esta forma alternativa de representar la transgénesis. Como mostraré más adelante, formas alternativas de representar las plantas transgénicas son desarrolladas por actores tan diversos como científicos, agricultores o autoridades gubernamentales. No hay ninguna razón puramente cognitiva por la cual estas formas alternativas de representar los transgénicos 81

Según Evelyn Fox Keller (1995), el discurso de la genética, desde la década de 1930, fue configurando las cuestiones que se podían plantear o no de manera significativa, los organismos que habrían de estudiarse, los experimentos que tenía sentido hacer y las explicaciones que resultaban aceptables o no. Esta noción de “discurso” de Fox Keller tiene mucho en común con el concepto de “estilo de razonamiento” de Hacking (2000), que a su vez se relaciona con la idea de “estilo de pensamiento” de Ludwik Fleck (1935). En líneas generales, estas nociones buscan señalar que los marcos cognitivos delimitan lo que es pensable y posible en determinado momento. Es decir, una vez que una pregunta de investigación se impone, la respuesta que da un experimento está condicionada. Lo que pretendo añadir aquí es el rol que juegan los intereses en la configuración de un estilo de pensamiento. 101

no pudieran haber coexistido al obtenerse la primera planta transgénica. En este sentido, el experimento de Chilton podría haber sido considerado un éxito por conseguir una planta entera que contuviera un transgén, o podría haber sido considerado un fracaso por no haber podido expresar las proteínas del transgén. Si en su momento fue entendido en el primer sentido, es porque entonces primaban entre los científicos los intereses por conseguir el capital científico ligado a obtener una planta transgénica. Si al cabo de unos años las teorías del silenciamiento génico se desarrollaron, es porque el capital científico por la transgénesis ya había sido acumulado por otros investigadores, de modo que los nuevos científicos en el área debían diferenciarse si querían aspirar a un reconocimiento importante. Si a partir de los años ’90 las formas alternativas de representar la transgénesis trascendieron los ámbitos de investigación y desarrollo, es porque las plantas transgénicas –convertidas ya en mercancías concretas que circulan en el mercado internacional– comenzaron a ampliar el tipo de intereses que afectan e involucran. Decía al comienzo de este capítulo que el objetivo del mismo era explicar qué es una planta transgénica. El lector podría estar en su derecho de sentirse levemente engañado, y quizás estaría agradecido si en lugar de este análisis hubiera dicho, simplemente, que una planta transgénica es una planta que lleva un gen propio de otra especie. Sin dudas hubiera sido más simple. Pero no hubiera sido del todo correcto, o al menos, sería francamente incompleto. Ningún concepto aparece aislado, sino que su uso está asociado a otros, inmerso en una red de conceptos (Hesse, 1974). Es decir, la idea de planta transgénica está asociada a otras ideas. Investigadores en biotecnología buscarán encontrar un gen de interés, que presente alguna novedad, para insertarlo en un cultivo a fin de incidir en la trama productiva de la agricultura. Aquí, por ejemplo, la planta transgénica aparece asociada a las nociones de agricultura y genes. En otros casos, la transgénesis servirá para encontrar algo novedoso en lo que rodea a los genes, distanciándose de la planta como producto final. Aquí la planta transgénica podría asociarse a las ideas de complejidad y riesgo, por caso. En definitiva, que la transgénesis vegetal tenga un sentido u otro depende de la situación de los actores involucrados (de su historia, de sus intereses). Lo que mostré aquí fueron entonces los sentidos concretos que tuvieron las plantas transgénicas en sus comienzos, los modos en que fueron representadas y desarrolladas por los actores relevantes del momento. Poco tiempo después de que la transgénesis vegetal diera sus primeros pasos a nivel internacional, comenzaría a caminar también en la Argentina. Algunas dinámicas 102

generales pueden percibirse también aquí, tales como el vínculo entre los científicos y las empresas biotecnológicas, o el interés de algunos investigadores por acercarse a temas cercanos a la transgénesis pero distinta de ésta, como el silenciamiento génico. Sin embargo, más allá de estos aspectos generales, el modo concreto en que se desarrolló la transgénesis vegetal en la Argentina supone un recorrido muy singular.

103

Capítulo 2 Búsquedas y posibilidades en los orígenes de un campo de conocimiento. Primeros pasos de la biotecnología vegetal en la Argentina (1986-1991) Las historias de científicos en países periféricos que producen innovaciones ampliamente utilizadas son sin duda excepciones que, sin embargo, concentran gran parte de la atención de los estudios sociales de la ciencia y la tecnología, como si allí se encontrara alguna fórmula del éxito; aunque nunca termina de quedar claro para quién es y en qué consiste ese “éxito”. Suele estar implicada una dudosa linealidad en esos relatos, donde el desarrollo científico exitoso sería el determinante de la industrialización. No es ésta una de esas historias. Acaso porque las investigaciones científicas que finalmente no llegan a destino, que naufragan en sus intenciones, que se aferran así a un notable fracaso, me resultan mucho más interesantes. Porque hay allí una serie de claves sobre lo que es posible o no hacer en ciencia y tecnología en determinados contextos. La historia que comienza aquí trata de dos científicos que se proponen hacer una papa transgénica para regalársela a los agricultores pobres de Argentina, evitando que los virus afecten a este popular cultivo y cambiando entonces la suerte de los más humildes. Le advertí tempranamente al lector que esto no va a terminar así. No va a haber papas transgénicas creciendo libres y rozagantes en los campos más humildes. Algunos dirán que la experiencia, no obstante, dejó unas cuantas enseñanzas, que muchos conocimientos técnicos fueron incorporados durante este proceso, y sin dudas así fue. Pero si se puede hablar de “fracaso”, es simplemente porque el proyecto tal como fue concebido nunca se concretó. Los científicos obtuvieron la papa transgénica tempranamente, pero los agricultores pobres nunca llegaron a tenerla en sus campos. Más de veinte años después, esa papa transgénica sigue deambulando de un lugar a otro, esperando ver el mundo de la agricultura. En su incierto devenir, ya ni siquiera es lo que quiso hacerse con ella en un principio. Las razones por las que la agricultura transgénica desarrolló un perfil distinto no se concentran en este capítulo, sino que se encuentran todo a lo largo de la tesis. En las empresas que se transformaron en actores dominantes, en los sistemas de regulación estatales, en las controversias sobre los transgénicos y en los cambios en el trabajo 104

científico en transgénesis vegetal. A grandes rasgos, diré que es la emergencia de una serie de condicionamientos sociales y económicos los que van modificando el contexto de la agricultura transgénica, limitando el alcance del proyecto original de la papa genéticamente modificada. Por el contrario, el inicio de ese proyecto gozó de una mayor libertad, por cuanto no existían o no se habían desarrollado esas determinaciones socioeconómicas. En esta primera etapa en el país, no había empresas involucrándose activamente en la biotecnología vegetal, no había que atravesar las exigencias de un organismo estatal de bioseguridad, no existían controversias sobre el uso de los transgénicos. En ese marco, no parecía haber mayores dificultades para que un centro público de investigación obtuviera una planta transgénica para ser empleada en la agricultura. En este capítulo mostraré los primeros pasos de la biotecnología vegetal en la Argentina, hasta la obtención en condiciones de laboratorio de las primeras papas transgénicas resistentes a virus. Expondré las circunstancias en que esa relativa autonomía incidió en este período de la biotecnología vegetal, a través de los siguientes aspectos: • La libertad con la que los científicos pudieron modificar sus propias trayectorias, originando la biotecnología de plantas a nivel local desde disciplinas lejanas. • La elección de los temas, los cultivos y los organismos modelo de investigación y el tipo de vínculo que esto establece con las redes científicas internacionales. • La elección del usuario que podría finalmente utilizar esa planta transgénica. Decía que el cambio de contexto de la agricultura transgénica implicó también cambios en el trabajo científico en transgénesis vegetal. Eso se evidenciará en el capítulo que sigue, donde las dimensiones que aquí presento mostrarán su imagen especular. En el presente capítulo, en cambio, las posibilidades que ofrecía la biotecnología parecían poder explotarse sin grandes restricciones.

2.1.

Los comienzos: reinventando trayectorias

Como he mostrado en el capítulo anterior, en los Estados Unidos los primeros científicos en realizar experimentos con ADN recombinante en bacterias se dedicaban a la biología molecular de las bacterias. Poco tiempo después, los primeros en realizar plantas transgénicas venían de trabajar en biología molecular de plantas, centrándose siempre en el ADN. Podría suponerse que el comienzo de la transgénesis vegetal en la Argentina siguió un recorrido similar. O bien, que se originó a partir de investigadores 105

que regresaron al país luego de capacitarse en este nuevo campo en el exterior. Nada de eso fue lo que ocurrió. En la Argentina, la biotecnología de plantas tuvo su origen en dos investigadores, Alejandro Mentaberry y Esteban Hopp, que se salieron de sus disciplinas, reinventando sus propias trayectorias en función de una idea promisoria sobre lo que podrían hacer. Alejandro Mentaberry obtuvo su título de Bioquímico en la Universidad de Buenos Aires en 1975. Luego ingresó a la Fundación Campomar, en el laboratorio de Neuroquímica del Dr. Carminatti.82 Éste trabajaba desde 1957 junto a Luis Federico Leloir, abocándose al estudio del metabolismo de los carbohidratos. En ese marco, el tema de investigación de Mentaberry es la caracterización de las glicoproteínas en el cerebro de embriones de pollo. En particular, Mentaberry se especializa en una parte del ojo del embrión de pollo, el cristalino, para estudiar allí la formación y función de los glicoproteínas. Con ese tema publicó algunos artículos y expuso en congresos de bioquímica, concluyendo con éxito su doctorado en 1981. Se doctoró así en Ciencias Químicas, teniendo a Leloir como jurado. La incipiente carrera de Mentaberry parecía insertarse a la perfección en la reconocida tradición biomédica de Argentina. Esto se hace más evidente aún en los años posteriores, al realizar su posdoctorado en el laboratorio de David Sabatini, en Nueva York. Sabatini es un médico de la Universidad del Litoral, que comenzó sus investigaciones bajo la dirección de Eduardo de Robertis, antes de trasladarse, en 1960, a los Estados Unidos. Allí se dedicó al estudio de la estructura intracelular, dirigiendo desde 1972 el laboratorio de Biología Celular de la Universidad de Nueva York. Sabatini dominaba tanto la bioquímica celular como los estudios de estructura intracelular. Sus investigaciones iban desde desarrollos de metodologías para el análisis bajo microscopio electrónico de tejido celular, hasta la postulación de la “hipótesis de las señales”, según la cual las proteínas portan señales que les permiten ubicarse en determinados

lugares

de

la

célula.

Todos

estos

trabajos

recibieron

gran

83

reconocimiento. Los campos que históricamente se fueron articulando para dar lugar a la biología molecular son la biología estructural (la arquitectura de los compuestos 82

La Fundación Campomar fue creada en 1947 con el apoyo de Bernardo Houssay, y la dirección de la institución quedó en manos de Luis Federico Leloir.

83

En realidad, el trabajo sobre las señales en las proteínas fue realizado conjuntamente con Blobel, en 1971. Por dicha investigación, Blobel recibió el premio Nobel en 1999, pero no así Sabatini (Kreimer, 2010a). Sin embargo, es reconocido el aporte de ambos a la hipótesis de las señales (Kreimer, 2010a; Adesnik, 2002; Leslie, 2005). 106

intracelulares), la bioquímica (interacciones entre las moléculas biológicas) y la genética (transferencia de información) (Kreimer, 2010a; Stent, 1968). Estos tres campos suelen estar representados por actores distintos. Sin embargo, la escuela de la biología estructural compartía muchos supuestos con la bioquímica (Stent, 1968). De hecho, Sabatini había realizado aportes sustanciales en los dos campos. Luego, a mediados de la década de 1970, comenzó a investigar los modos en que las proteínas incorporaban esas señales, interesándose por el rol de la información genética en dichos procesos, en particular a través del estudio de los genes y proteínas de la mielina (Adesnik, 2002). En esas circunstancias es que ingresa al laboratorio Mentaberry. Entre 1981 y 1985, Mentaberry realizó su posdoctorado en dicho laboratorio de Nueva York, estudiando las proteínas de la mielina del sistema nervioso. Los frutos de esa investigación fueron publicaciones en revistas científicas de gran reconocimiento a nivel mundial: Proceedings of the National Academy of Science y Journal of Neuroscience. La biología molecular había impregnado al laboratorio de Nueva York (y también, en realidad, a la Fundación Campomar), pero con un arraigo más fuerte en la bioquímica que en la genética. Además, Mentaberry había desarrollado toda su actividad de investigación (doctoral y posdoctoral) dentro de la neurobiología, trabajando primero con cerebros de embriones de pollo, y luego con células de mielina. Siempre se trató de investigaciones básicas, es decir, buscaba comprender fenómenos generales sobre su objeto de estudio, muy alejado de cualquier eventual aplicación. En resumidas cuentas, Mentaberry pertenecía al campo de la neurobiología con un enfoque más bien bioquímico. Es oportuno recordarle al lector que esta es una tesis sobre plantas transgénicas, no sobre neurobiología. El punto es que uno de los fundadores de la biotecnología vegetal en Argentina pertenecía a un campo disciplinar completamente distinto. Uno de los artífices de ese salto entre disciplinas es el Dr. Héctor Torres, a quien Mentaberry conocía de la Fundación Campomar. En 1982, Torres se aparta de Campomar y funda otro instituto, con la decisión de impulsar la biología molecular en el país. Torres le ofrece un lugar en el nuevo instituto a Mentaberry, el cual retorna en 1985, integrándose al INGEBI (Instituto de Investigaciones en Ingeniería Genética y Biología Molecular). Mentaberry afirma que al regresar a la Argentina él quería trabajar con algo que tuviera “más impacto social” y que pudiera incidir en la propia economía del país:

107

“Cambiar de tema es riesgoso. Es tirar todo lo anterior por la borda y empezar de nuevo. Hasta que esto empezó a fructificar pasaron unos años hasta que pudimos publicar algunas cosas. Fue medio problemático empezar con un tema que lo inventás acá. Porque en general lo típico era volver con un temita debajo del brazo –que era el que habías hecho en el exterior– y seguías con eso. Eso en nuestra concepción era seguir atado como un satélite a los grupos centrales. Nunca ibas a poder poner en un primer plano los problemas de la Argentina si venías con la neurobiología del nervio óptico… que era lo que hacía yo. Eso no tenía ningún tipo de lógica. Obviamente podías conseguir financiación, viajes, estadías y qué sé yo… Pero la decisión al menos mía fue ‘yo tengo que meterme en la realidad social y económica de este país’.” (Entrevista a Mentaberry, 2010)

La agricultura era un firme candidato, dada la magnitud de la superficie cultivable y el tradicional perfil agroexportador de la Argentina. Según Mentaberry, Torres estaba de acuerdo en que el campo vegetal, unido a la biología molecular, tenía mucho futuro, pero eso de debía probablemente a que Torres estaba interesado en la expansión de la biología molecular en el país más allá del tema en particular. Durante un año, Mentaberry continuó trabajando en temas de neurobiología en Argentina, mientras comenzaba, al mismo tiempo, a iniciarse en el campo vegetal. Luego se pasó definitivamente a la naciente biotecnología de plantas. Decía al comienzo de este capítulo que fueron dos los investigadores que dieron inicio, en la Argentina, a la biotecnología vegetal. Uno fue Alejandro Mentaberry y el otro fue Esteban Hopp. La formación inicial de éste aparece un poco más vinculada al campo vegetal, aunque en principio en temas de investigación básica cercanos a la fisiología. Concluidos sus estudios de biología en la Universidad de Buenos Aires, Hopp ingresa en la Fundación Bariloche, donde estudia el metabolismo de carbohidratos en algas. Concluye su doctorado rápidamente (teniendo también a Leloir como jurado), y pasa los siguientes tres años en el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), estudiando la fisiología de la cebada bajo la dirección de Ewald Favret. Recién en 1980 ingresa en el área de la genética de plantas, al conseguir una beca posdoctoral para estudiar genes de cebada en el laboratorio Carlsberg de Copenhague. El Departamento de Fisiología del laboratorio Carlsberg había adquirido cierto renombre en la manipulación genética de plantas, a través de los estudios de Diter von Wettstein con mutantes de cebada. Allí, Hopp caracterizaba mutantes con alto contenido

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de lisina, para lo cual realizaba clonaciones de genes de proteínas de reserva de la cebada. En 1984 regresa a la Argentina, incorporándose nuevamente al Instituto de Genética del INTA. Allí se acopla a las líneas de investigación que mantenía el instituto, sobre todo en el mejoramiento de variedades de cebada, pero pronto comienza su inserción en la biotecnología vegetal, para lo cual se involucra en el Instituto de Virología del INTA. Durante un breve tiempo mantendría ambas líneas de investigación, hasta su inserción definitiva en la biotecnología, decidido a aplicar la ingeniería genética en cultivos que tuvieran incidencia social. A partir de aquí comienza una etapa de elección de cultivos y líneas de investigación, en estrecha colaboración con Alejandro Mentaberry. Un aspecto clave en la reorientación de las trayectorias de estos investigadores hacia la transformación genética de plantas radica en el contexto político e institucional de la época, en el que manifiestan encontrar un compromiso ideológico de incidir en el esquema productivo del país.

2.2.

Contexto político e institucional

El desarrollo de la transgénesis vegetal es posterior a la dictadura, pues las primeras plantas transgénicas a nivel mundial se obtienen en 1983, y las investigaciones en este campo en la Argentina comienzan un par de años después, cuando la dictadura militar ya había dejado el poder. Sin embargo, una mirada al contexto político e institucional previo a esos momentos es importante no sólo para comprender las características de los espacios disponibles para la investigación en biotecnología vegetal, sino también para acercarse a las motivaciones que tenían estos científicos. Al menos, en el sentido de mostrar el modo en que éstos manifiestan identificarse con las búsquedas e ideales de esa época.

2.2.1. La “generación de los ‘70” Tanto Mentaberry como Hopp se reivindican, según sus palabras, como parte de la generación de los ’70, involucrados con un proyecto socialista de país. Su compromiso militante se remonta a sus años de adolescencia, que ambos transcurrieron en el Colegio Nacional de Buenos Aires. De hecho, su experiencia militante se inscribe en el Partido Comunista, al que se vinculaban desde que eran estudiantes del Colegio. Estas figuras pioneras de la biotecnología vegetal manifiestan una clara identificación respecto a la pertenencia a un grupo de jóvenes militantes que se conocían desde la década de 1960 109

en la juventud comunista del Colegio Nacional de Buenos Aires y que luego serían destacados científicos, donde además de Esteban Hopp y Alejandro Mentaberry, incluyen también a Alberto Kornblihtt, Mariano Levin y Gerardo Glikin, entre otros. En realidad, hay una diferencia de cinco años entre Hopp y Mentaberry, por lo que Hopp era más bien amigo del hermano menor de Mentaberry, Román, quien fue asesinado por la dictadura militar en 1979. Hopp termina sus estudios de biología en 1976 y consigue una beca de la Fundación Bariloche para realizar su doctorado. En marzo de ese año, en Argentina se produjo el golpe de Estado a manos de la junta militar que extendería su dictadura hasta 1983. La Fundación Bariloche era una institución privada donde se realizaban investigaciones tanto biológicas como sociales. De hecho, el área de ciencias sociales de la Fundación Bariloche había propuesto recientemente un modelo de desarrollo que cuestionaba al que preconizaba el Club de Roma. Este último había publicado un informe, Los límites del crecimiento (1972), que bajo una perspectiva malthusiana sostenía que los recursos naturales no iban a dar abasto para cubrir las necesidades de la creciente población mundial y que debía frenarse el crecimiento económico y demográfico, o caso contrario se produciría un desastre en un lapso de 100 años. La Fundación Bariloche respondió con su propio análisis, denominado Modelo Mundial Latinoamericano, escrito, entre otros, por Amílcar Herrera, Enrique Oteiza y Gilberto Gallopín. El Modelo de la Fundación Bariloche criticaba la estructura ideológica del informe del Club de Roma, y promovía cambios radicales en la sociedad a fin de evitar proyecciones catastróficas, cambios basados en la igualdad y la plena participación en las decisiones sociales (Herrera, 1976). Evidentemente, la Fundación Bariloche iba a verse seriamente comprometida una vez producido el golpe militar. Esteban Hopp llega a la Fundación a mediados de 1976, consciente de que debía realizar su doctorado extremadamente rápido, pues la institución tenía los días contados. La Fundación no fue completamente eliminada –acaso por el prestigio internacional que poseía– pero sí fue ahogada financieramente, por lo que debió desprenderse de la mayor parte de sus miembros y de sus actividades. Hopp concluye su doctorado en 1978, y los últimos experimentos debió realizarlos en el INTA. Ingresa allí con una beca de dicha institución, y al regresar de su posdoctorado en Dinamarca se reincorpora al INTA. En el recorrido de la ciencia bajo la dictadura hay un aspecto particularmente interesante que se manifiesta en los cruces entre generaciones de investigadores que 110

poseen ideas claramente distintas sobre la actividad científica. En medio de la dictadura, estas distancias coexistían con gestos de ayuda mutua. Leloir, por ejemplo, pertenecía a la élite científica, no sólo por su prestigio, sino también por su concepción de la actividad. Heredero de la tradición de Houssay y Braun Menéndez, Leloir tenía una perspectiva cientificista, por cuanto consideraba que el científico debía procurar hacer un aporte al conocimiento universal, no pensar en términos de las implicancias locales y concretas de su actividad.84 En cambio, en las discusiones dentro de la Fundación Campomar, Mentaberry habría argumentado a favor de una ciencia planificada, pensando en los beneficios locales que podría generar. Leloir habría replicado que la ciencia era un paseo por el camino de la serendipia, donde en la búsqueda del conocimiento universal se producían descubrimientos inesperados. De hecho, las investigaciones que se realizaban en la Fundación Campomar reflejaban esta perspectiva, por cuanto eran investigaciones que apuntaban a describir ciertos aspectos generales de la bioquímica. Incluso una vez finalizada la dictadura, cuando Mentaberry manifestó su interés por las posibles implicancias socio-económicas de la biotecnología, Stoppani y Leloir habrían replicado que se trataba de una simple moda pasajera, y que los descubrimientos no se podían juzgar por su utilidad inmediata. Estas diferencias ideológicas tuvieron su manifestación pública más evidente con los encuentros entre Leloir y Videla, presidente de facto tras el golpe militar de 1976. Leloir, junto a otros referentes del campo biomédico como Alfredo Lanari y René Favaloro, asistieron a un almuerzo con Videla en mayo de 1976, y al año siguiente lo acompañaron en una gira por Venezuela, en una serie de eventos que contribuyeron a construir la legitimación interna y externa de la dictadura militar (Novaro y Palermo, 2003).85 No obstante, Leloir también supo brindar ayuda a los jóvenes investigadores que la dictadura ponía en peligro. Así, Mentaberry ingresa a la Fundación Campomar en marzo de 1976, básicamente al mismo tiempo que ocurre el golpe militar en Argentina, y su trayectoria 84

Houssay es considerado, según Beatriz Sarlo, como el primer “cientificista”, pues así pasó a denominarse a quienes pretendían cortar todo vínculo entre las políticas científicas y la política. En ese sentido, Houssay sostenía que la investigación científica debía permanecer ajena a los avatares de la sociedad (Sarlo, 2007). Fue Varsavsky quien popularizó el término “cientificismo” al publicar, en 1969, su libro Ciencia, política y cientificismo. Varsavsky denuncia el cientificismo de los investigadores que no se comprometen con las necesidades sociales de su época, y que sólo se preocupan por producir más papers, sin siquiera contribuir con ideas nuevas. No obstante, el término “cientificista” fue usado, en otro contexto, con un sentido distinto. Así, durante la Alemania nazi, se acusaba a científicos como Einstein de ser cientificistas por no querer contribuir con las necesidades del régimen (Kreimer, 2010b).

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Desde luego, no son estos los únicos modos en que la dictadura militar buscó legitimarse, ni pretende esto definir a Leloir, Lanari o Favaloro como aliados de la dictadura. Más bien, intento mostrar la variedad, complejidad y contradicción entre las acciones que asumían. 111

militante era bastante pública, por cuanto había sido vicepresidente de la Federación Universitaria Argentina. Leloir habría manifestado que no le importaban las ideas que tuvieran los estudiantes mientras trabajaran bien.86 De hecho, le otorgaron a Mentaberry una beca de la propia Fundación Campomar (la primera que dio dicha institución), lo que le evitó tener que recurrir a organismos estatales controlados por los militares. Acaso el apoyo más importante que recibió Mentaberry de la generación de científicos que presidía Campomar ocurrió en su peor momento. Asesinado su hermano, Alejandro Mentaberry acude a Leloir para informarle de su situación. Leloir y Torres se encargan de hacer las gestiones para que Mentaberry pudiera insertarse en el laboratorio de Sabatini en Nueva York. Allí lo esperaría entonces un cargo de asistente de investigación, sólo debía terminar su tesis e irse. Pero habrían de pasar algunos meses antes de que Mentaberry pudiera culminar su tesis, en el medio de una trágica situación familiar. Restablecida la democracia, Héctor Torres convocaría a estos investigadores – Mentaberry, Kornblihtt, Levin, Glikin– para incorporarlos a su nuevo instituto. Hay dos elementos de este contexto que parecen incidir en el modo particular en que estos pioneros van a reconfigurar sus trayectorias para dar inicio a la biotecnología vegetal en el país. El primero es un principio ideológico diseminado por entonces en la militancia de izquierda, que establecía que la cadena de formación de cuadros científicos y técnicos en el país no debía romperse.87 Se asumía así como un objetivo de máxima importancia para estos jóvenes investigadores el poder contribuir a desarrollar las fuerzas productivas científicas en el país, aún a pesar de la dictadura. El mandato era quedarse, formarse como científicos y evitar que otros investigadores se fueran. Así es que estos científicos se quedaron en el país durante la dictadura, o se fueron tardíamente 86

Alberto Kornblihtt, también militante de la juventud comunista, fue otro que ingresó a la Fundación Campomar en plena dictadura. Para él, “Campomar era una especie de refugio intelectual para mucha gente que en la Universidad hubiera sido imposible que se insertara” (Geller y Gómez Vecchio, 2006).

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En esta época (fines de la década de 1970 y principios de la siguiente), sobre todo dentro del Partido Comunista, se continuaba asignándole al desarrollo de la ciencia y la tecnología un lugar central, en función de lo que se denominaba “revolución científico-técnica”. La idea general que transmite dicho concepto es que la ciencia y la tecnología se encontraban en un momento excepcional para desarrollar la producción económica (Negri, 1984). Dentro de esta lógica, se apostaba a que los científicos se quedaran en el país para poder desarrollar así las fuerzas productivas asociadas a la ciencia. Se trataba de una suerte de nacionalismo productivista, que permanecía como un mandato central en las filas del Partido Comunista aún en tiempos de la dictadura militar. En ese sentido, el investigador Emanuel Levin (padre de Mariano Levin, a quien mencioné hace pocas páginas como parte de la misma generación de Hopp y Mentaberry) comulgaba con el ideario de la revolución científico-técnica y consideraba que uno de los grandes males que había que evitar era la fuga de científicos al exterior: “lo que podríamos llamar patriotismo en ciencia y tecnología, se refiere al esfuerzo y trabajo que se produce en nuestro país y para nuestro país” (Levin, 1981). 112

a realizar un posdoctorado, alrededor de 1981, cuando la fase más represiva de la dictadura estaba cesando. El otro elemento de este contexto que habrá de jugar un rol en los inicios de la biotecnología vegetal en el país, es la idea que tenían estos jóvenes investigadores de que la ciencia debía estar orientada hacia las problemáticas sociales: no cualquier investigación era importante, sino sobre todo la que tenía incidencia social y económica.88 Esta idea de una ciencia con implicaciones sociales y económicas no aparece claramente definida, es decir, no se trata de una agenda donde se precisen qué temas de investigación son los que tienen implicaciones sociales y económicas, o qué se entiende por tales. Más bien, se trata de una intención general de desarrollar investigaciones cuyo fin permita un desarrollo productivo local y beneficie sobre todo a los sectores más carenciados de la sociedad. Ahora bien, esta concepción de la ciencia que defendían evidentemente no se correspondía con la que ejercían: caracterizar a ciertas moléculas cuya utilidad concreta no resultaba muy visible, pues se trataba de “ciencia básica”. Esta contradicción la explican en función del primer mandato. Tanto Hopp como Mentaberry accedieron a formarse en los centros científicos de mayor excelencia en el país en ese momento (en particular, la Fundación Campomar); y en esas instituciones, las investigaciones que se realizaban eran ésas, de corte claramente básico. Una vez formados y en condiciones de dirigir sus propias investigaciones, el objetivo de una ciencia “con implicancias sociales y económicas” habría de dejar su huella en los inicios de la biotecnología vegetal.

2.2.2. Políticas de promoción de la biotecnología A comienzos de la década de 1980 se vislumbran las primeras iniciativas de promoción de la biotecnología. Desde ya, no eran políticas dirigidas a desarrollar un cultivo transgénico en particular, ni siquiera a tener como uno de sus ejes a la biotecnología vegetal, sino que eran más bien políticas que promovían la biotecnología a secas, es decir, terminaba siendo la promoción de un campo científico nuevo y difuso, donde lo importante era incentivar la investigación en ingeniería genética en general. Vale recordar que los primeros productos biotecnológicos, obtenidos a fines de los ’70 se 88

Una vez más, esta idea también era propia de los debates de la época. Varsavsky, por ejemplo, criticaba a los científicos que defendían la importancia de la investigación científica en general, pues para él lo importante residía precisamente en la ciencia que tuviera en cuenta las características locales e incidiera en la solución de sus problemas: “No todas las investigaciones tienen la misma importancia, y por lo tanto la misma prioridad; ellas no pueden elegirse al azar. Y la importancia es algo esencialmente local; una teoría sobre el petróleo no tiene el mismo interés en Suiza que en Venezuela” (Varsavsky, 1969: 131132). 113

enmarcan en el área de salud (insulina recombinante, hormona de crecimiento, interferón), y recién en 1983 se obtuvo la primera planta transgénica en el mundo, aunque su comercialización habría de demorarse muchos años más. La Organización de Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial (UNIDO) realizó una serie de reuniones, hacia 1981, destinadas a la creación de un centro internacional sobre ingeniería genética y biotecnología. El propósito era promover el intercambio y el entrenamiento en técnicas de ingeniería genética.89 En ese marco, la Subsecretaría de Ciencia y Técnica de la Argentina, en 1982, inicia un Programa Nacional de Biotecnología, cuyo eje era la creación de un gran centro de investigación que alojara la totalidad de la actividad del área (Vaccarezza y Zabala, 2002). Dicho proyecto nunca se concretó. En cambio, con la asunción del gobierno democrático y la presencia de Manuel Sadosky al frente de la Secretaría de Ciencia y Técnica, se reformulan las perspectivas del Plan Nacional de Biotecnología. Ya no se pretende construir un único centro, sino que se propicia la creación de varios institutos en el interior del país, y se abren concursos públicos para proyectos de investigación. Como decía, se trata de una política de promoción de la biotecnología muy general, en cuya formulación participaron fundamentalmente investigadores del campo de la salud. Tal es el caso de Alberto Díaz y Jorge Zorzópulos, de la empresa Bio Sidus, que comenzaron a participar como asesores científicos en las reuniones de la SUBCYT en 1982 y luego pasaron a ser miembros del Comité Asesor del Programa Nacional de Biotecnología (Aguiar y Thomas, 2008). Otro miembro del Programa fue el Dr. Alberto Mancipar, quien había realizado investigaciones sobre el Mal de Chagas, y en 1987 crea el Instituto de Tecnología Biológica en la Universidad Nacional del Litoral (Matharan, 2007). En 1986 se crea el Foro Argentino de Biotecnología, dedicado a la promoción de la misma, gracias a la iniciativa de tres empresarios del campo de la biotecnología aplicada a la salud, y bajo el apoyo de Luis Federico Leloir. Un año más tarde, comienza a funcionar el Centro Argentino-Brasileño de Biotecnología (CABBIO), destinado al intercambio entre ambos países en materia de investigación y enseñanza en biotecnología. El hecho de que la promoción de esta área fuera más bien general y poco orientada, permitió que los pioneros en la biotecnología vegetal en Argentina recibieran algo de financiamiento a sus proyectos. Así es que tanto Esteban Hopp como Alejandro 89

Dicho centro, el International Centre for Genetic Engineering and Biotechnology, se crea en 1983 y comienza a funcionar en 1987 en Trieste, Italia. 114

Mentaberry reciben sus primeros recursos financieros para investigar en el marco del Programa Nacional de Biotecnología, entre 1985 y 1988. Si bien la biotecnología vegetal en el país tuvo sus inicios tanto en el INTA como en el INGEBI (adonde se incorporó Mentaberry), la institución a la que acudieron estos investigadores para definir la línea de investigación (qué cultivos emplear y qué tipo de modificaciones genéticas introducir) fue la primera. Esto se debe a que el INGEBI recién se había creado en 1982 y con la misión de promover la investigación en biología molecular, mientras que el INTA tenía la función específica de articulación con el sector agropecuario.

2.2.3. Los espacios de la biología molecular y la investigación agropecuaria El INTA es la institución que ha concentrado la mayor parte de las actividades de producción y uso de conocimientos públicos en el área agropecuaria en Argentina, desde que fuera creado en 1956. Hasta entonces, las instituciones de investigación agropecuaria que había en Argentina se orientaban en función de un producto, y básicamente se dedicaban a la fitotecnia. Se trata de la Junta de Granos, la Junta de Carnes, o la Junta del Algodón, por ejemplo. El primer intento de reunir en una misma institución todos los esfuerzos de investigación agraria se produjo en 1944, mediante la creación del Ministerio de Agricultura y Ganadería. De ahí surgieron las Estaciones Experimentales, que buscaban ubicarse en las principales área ecológicas del país, y también el Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias en Castelar, Provincia de Buenos Aires (López Saubidet, 1977; INTA, s./f.). El evento que terminó de darle forma a lo que sería el INTA, fue un informe del economista argentino Raúl Prebisch, por entonces secretario de la Comisión Económica de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe (CEPAL). En 1956, Prebisch le entrega un informe al gobierno nacional donde sostiene que debía crearse un instituto “para la investigación tecnológica en materia agropecuaria y la difusión práctica de los resultados” (INTA, 2006). En ese documento, Prebisch señala las características fundamentales que debía tener la institución: “que la investigación y la extensión se realizaran en el mismo instituto, que fuera autárquico y que los productores tuvieran participación activa en su conducción” (INTA, 2006). La institución buscaría mantener esas cualidades a lo largo de su trayectoria. A diferencia del INTI (Instituto Nacional de Tecnología Industrial), el cual se caracterizó históricamente por ser apenas un prestador de servicios, el INTA tuvo un persistente rol como fuente de innovaciones tecnológicas (Nun, 1995). 115

Aún cuando no surgió por iniciativa o pedido de los productores agropecuarios, sí logró al poco tiempo de su creación articularse con dicho sector (Nun, 1995). Durante la década del ’60, el INTA desplegó más de 200 Agencias de Extensión Rural a lo largo del país, alcanzando un plantel de 3.437 personas.90 Durante la dictadura militar, la institución habría visto disminuida su capacidad de vinculación con los productores agropecuarios.91 Esto volvería a reconfigurarse con el retorno de la democracia. Hasta 1983 la estructura organizacional del INTA estaba muy centralizada. Entonces, su nuevo presidente, López Saubidet, dispuso una reestructuración que implicó una gran descentralización de la institución: lo que hasta ese momento incumbía exclusivamente a la Dirección Nacional del INTA (definición de prioridades y gestión del presupuesto), pasó a quedar bajo el poder de decisión de cada Centro Regional. La implementación de la descentralización se llevó a cabo entre 1984 y 1987, y esta transformación puede comprenderse como una necesidad de modificar la gestión institucional en aras de fortalecer el principio de vinculación con los usuarios de los conocimientos producidos por el INTA, y en tal sentido se buscó reforzar la capacidad de gestión de cada región. Probablemente sea una de las instituciones estatales con mayor presencia territorial, como lo ilustra una autoridad de larga trayectoria en la institución, para quien “en la Argentina, hay lugares donde sólo está el cura del pueblo y el INTA” (Entrevista a Catullo, 2009). Esta presencia territorial se vincula directamente con la actividad de extensión de la institución, ya que la investigación, en gran medida, continuó focalizada en 90

De éstas, 925 habrían sido profesionales y técnicos, de los cuales 311 recibieron capacitación en el exterior, sólo 3 con grado de doctor. Contaba además con 978 auxiliares de técnicos y administrativos, más 1.534 obreros (INTA, 2006).

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En realidad, no hay todavía estudios que describan de un modo detallado cómo ha impactado la dictadura militar en el INTA. Algunos autores sugieren que el INTA habría mermado sus actividades más aplicadas centrándose en cambio en investigaciones más básicas (Kreimer y Rossini, 2005; Gárgano, 2010). En cuanto al desarrollo de semillas híbridas, por ejemplo, se ha señalado que el rol del INTA se vio modificado pero dentro de un período mucho más amplio, ya que fue en 1959 cuando se sanciona una norma que protege a los criaderos privados, y desde entonces las empresas privadas comenzaron a dominar el mercado de híbridos, destacándose entonces que entre 1976 y 1983 el INTA no inscribió ningún híbrido (Katz y Bercovich, 1988). Por otro lado, tampoco hay datos sobre lo que ocurrió con los investigadores y técnicos del INTA, a excepción de un estudio que muestra la emigración de 31 profesionales en 1976 (Trigo et al, 1982). Sobre todo, falta dilucidar cómo repercutió la dictadura en las agendas de investigación del INTA. Por ejemplo, la fitotecnia es la segunda área del INTA –después del área de economía y sociología– que más emigrados tuvo entre 1958 y 1978 (Trigo et al., 1982), pero el período abarcado en dicho estudio es demasiado amplio e incluye fenómenos como los mencionados respecto a la producción de híbridos. Al mismo tiempo, figuras destacadas del INTA –como el Ing. Ewald Favret, director del Instituto de Genética del INTA– han permanecido en su cargo durante la dictadura, lo que permite suponer que sus líneas de investigación no han variado significativamente. Así las cosas, aún cuando una retracción de la institución hacia la investigación básica durante el período de la dictadura militar suena plausible, faltan estudios que permitan corroborarlo. 116

Castelar (Provincia de Buenos Aires), donde se aglomeran la mayoría de los institutos de investigación del INTA. La convivencia entre la investigación y la extensión dentro de la institución siempre fue tensa. De un modo más general, la disputa está entre el interés por producir conocimientos originales y la búsqueda de dar solución a las necesidades inmediatas del sector agropecuario. Aún cuando los vínculos entre uno y otro sector de la institución suelen ser exiguos, su coexistencia habilita, en principio, la posibilidad de tener en cuenta los problemas y necesidades del sector agropecuario en la formulación de las líneas de investigación, algo que resulta mucho más abstracto en instituciones dedicadas exclusivamente a la generación de conocimiento. Si bien el INTA tenía una extensa inserción en materia agropecuaria, la investigación en temas vegetales estaba dominada por el fitomejoramiento, es decir, por la modificación de variedades de cultivos a través de cruzamientos convencionales, cuyos responsables eran los ingenieros agrónomos. El Instituto de Genética del INTA había incursionado también en la inducción de mutaciones por rayos gamma, en el cultivo de tejidos y en la micropropagación vegetal, pero la biología molecular desarrollaría allí recién al concluir la década de 1980. Fue más bien el Instituto de Virología el que comenzó a incorporar las técnicas de biología molecular en la institución (Entrevista a Carrillo, 2009). La articulación con el INGEBI fue lo que permitió que la biología molecular y la biotecnología de plantas desembarcaran de lleno en el INTA. El vínculo inicial entre estas instituciones se dio a partir de un tema con hondas raíces en la investigación agropecuaria argentina: la aftosa. Medidas para combatir la fiebre aftosa, que afecta al ganado bovino, se habían dispuesto en el país desde comienzos del siglo XX. En 1972, el INTA produjo un hecho de gran relevancia al crear una vacuna contra la aftosa (Zabala, 2005). Unos años más tarde, el INGEBI, como abanderado de la biología molecular en el país, hacía su incursión en la aftosa. Una de las primeras tesis de doctorado que tuvo el INGEBI fue la de Raúl Andino, en 1986, dedicada al clonado molecular del genoma del virus de la fiebre aftosa. Así, la articulación en biología molecular entre el INTA y el INGEBI estuvo mediada, en cuanto al tema de investigación, por el virus de la aftosa; y a nivel institucional, por la colaboración entre Eduardo Palma (director del Instituto de Virología del INTA) y Héctor Torres (director del INGEBI). De hecho, al poco tiempo Eduardo Palma dejaría el Instituto de Virología para convertirse en el primer director

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del Instituto de Biología Molecular del INTA, que luego se llamaría, directamente, Instituto de Biotecnología.92 De modo que, cuando Hopp y Mentaberry comienzan sus investigaciones en biotecnología vegetal, su estrecha articulación estuvo dada no sólo por el conocimiento previo entre ambos, sino también por una vinculación institucional entre el INGEBI y el INTA que ya había facilitado la entrada de la biología molecular a esta última institución.

2.3.

La papa, un cultivo popular en el laboratorio

De regreso en el país, hacia 1986, Hopp y Mentaberry retoman contacto y coinciden en el interés por desarrollar la biotecnología vegetal (que a nivel internacional, como se señala en el capítulo anterior, recién había comenzado). En un campo todavía inexistente y sin mayores conocimientos de las problemáticas agrícolas, carecían de herramientas para definir qué tema en particular debían abordar. Su idea era simplemente aprovechar las posibilidades que daba la biotecnología en un sector tan importante para la Argentina como era la agricultura. De modo que consultaron dentro del INTA y, en particular, en el INTA Balcarce. Ubicado en el sudeste de la provincia de Buenos Aires, el INTA Balcarce tiene una larga trayectoria de investigación y extensión, desplegando su área de influencia en todo el sur y centro de la provincia. Por entonces, allí trabajaban Américo Mendiburu y Marcelo Huarte, Coordinador del Programa Papa y responsable de Mejoramiento Genético de Papa, respectivamente, del INTA Balcarce (Mendiburu y Huarte, 1990). Américo Mendiburu era ya una figura central en el conocimiento de la producción vegetal en Argentina. Desde 1973 se desempeñaba como Jefe del Departamento de Producción Vegetal del INTA Balcarce, y contribuyó al desarrollo de variedades locales de papa (Huarte y Escande, 1991). Marcelo Huarte, discípulo de Mendiburu y también 92

En este entramado también participó Ewald Favret, director del Instituto de Genética del INTA. Tanto Favret como Palma colaboraron en la creación del Programa de Biotecnología del INTA (Kreimer y Rossini, 2005). La formulación del Programa implica un paso más en la consolidación de la biotecnología dentro del INTA. Mientras que los Institutos del INTA tienen una delimitación física, los Programas están más deslocalizados, atravesando transversalmente distintos laboratorios del INTA. Primero se desplegó el Programa de Biotecnología del INTA, que provocó algunos debates y resistencias en la institución (ver Capítulo 3), y luego, en 1988, se crea el Instituto de Biología Molecular (López Saubidet, 1988), que comenzaría a funcionar como tal en febrero de 1989. El origen “viral” de la biología molecular en el INTA se registra no sólo por los vínculos entre el INGEBI y el Instituto de Virología del INTA, y por la presencia de Palma como director de Virología y luego de Biología Molecular, sino incluso por un aspecto físico: el Instituto de Biología Molecular comenzó a funcionar en un sector de lo que era el Instituto de Virología del INTA. 118

ingeniero agrónomo, se especializó en el mejoramiento genético de plantas, en particular de la papa. Ambos conocían la situación de la producción agrícola en Argentina, y en particular la del cultivo de papa. De allí surgió el asesoramiento que recibieron Hopp y Mentaberry respecto a qué cultivo presentaba un interés social, y qué tipo de mejora, en líneas generales, podía aportarse desde la biotecnología para solucionar un problema de dicho cultivo.93 Vale decir, acudieron adonde había un acabado conocimiento sobre la situación agrícola del país, tanto en lo que respecta a los usos de los cultivos como en las características técnicas de sus problemas. De ahí surge la papa como potencial planta transgénica; no surge de la sola idea de un biólogo molecular ni de una empresa semillera. No significa esto que había un plan preciso para el desarrollo biotecnológico de la papa, así como tampoco que la elección de dicho cultivo haya sido azarosa. Más bien, ocurrió que aquellos investigadores que buscaban incursionar en la biotecnología vegetal acudieron para asesorarse a un centro del INTA donde se conocían las problemáticas asociadas a los cultivos de la zona, y donde uno de los principales objetos de interés era la papa.

2.3.1. Del problema social al laboratorio La papa es uno de los principales alimentos a nivel mundial, y es un cultivo cuya producción se destina fundamentalmente al consumo interno en fresco.94 De hecho, el comercio internacional de la papa es menor al 3% de su producción mundial (Larocca y Baragiani, 2005). En los últimos años comenzó a crecer lentamente el cultivo de papa

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Además, este proyecto de crear una papa transgénica contó con el apoyo de Guillermo Joandet, por entonces Director Nacional del área de Investigaciones del INTA, respaldo que facilitó el inicio de las investigaciones.

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Originalmente, la papa proviene de Perú y Bolivia, donde se habría domesticada hace unos 8000 años. Sin embargo, la producción de este tubérculo en Argentina data de 1870, cuando se cultivaron 2000 hectáreas de papa proveniente de Europa. La superficie dedicada al cultivo de papa en el país alcanzó su período máximo entre la década de 1930 y 1960, cuando se mantuvo en 200.000 hectáreas por año. Luego se estabilizaría en 80.000 hectáreas. Las principales zonas de cultivo son el sudeste de la Provincia de Buenos Aires y Córdoba, aunque en un principio se cultivó en Santa Fe. La producción –con algunas oscilaciones importantes– se ubica por encima de los 2 millones de toneladas por año. Esto da un consumo de 55 kg de papa por habitante por año, siendo así la hortaliza más consumida. Por lo demás, la producción de papa en la Argentina se utiliza casi en su totalidad en el consumo interno, pues suele destinarse menos del 1% de su producción al mercado externo. Ver Mosciaro (2004), Huarte (2000), Torrandell (2008), Larocca y Baragiani (2005) y Curcio y Colamarino (2009). 119

para uso industrial, pero sigue siendo menor en relación a la cantidad de cultivo que se destina a consumo en fresco.95 La planta de papa puede desarrollarse a partir de una semilla o directamente sembrando un tubérculo, dando resultados completamente distintos. Cuando se utiliza la semilla (llamada “semilla verdadera” o “semilla-botánica”), lo que se obtiene es una planta con una raíz principal y otras más delgadas, pero que, además, presenta una gran variabilidad, lo que produce que los tubérculos de una misma planta se desarrollen y distribuyan de forma irregular. En cambio, al emplear el tubérculo en la siembra (denominado “tubérculo-semilla”), lo que se obtiene es un clon –en la medida que no hay reproducción sexual previa, y por lo tanto, no hay variación en su perfil genético–, que da lugar a una planta con muchas raíces similares y donde los tubérculos crecen de forma pareja (Huamán, 1986; Cortaboui, 1988). La segunda alternativa es la que se emplea en agricultura, pues permite estandarizar la recolección de tubérculos y mantener las características propias de la variedad. Sin embargo, hay una importante dificultad que surge al emplear tubérculo-semilla: es frecuente la infección y acumulación de patógenos, a diferencia de la semilla-botánica (que posee una suerte de barrera física que la protege). El principal problema son los virus (sobre todo, los virus PVY y PRLV, y en menor medida PVX), aunque también hay hongos, bacterias e insectos que atacan al cultivo. Esto no se soluciona seleccionando en la cosecha los tubérculos aparentemente sanos, pues los virus pueden acumularse en los tubérculos sin presentar síntomas. Estos virus llegan a la planta a través de pulgones, pero al acumularse también en los tubérculos de la papa, su erradicación por medio de insecticidas resulta relativamente ineficiente. Los virus pueden reducir entre un 40% y un 80% la producción de la cosecha (Alonso Arce, 2002). De modo que el agricultor debe asegurarse que su tubérculo-semilla esté libre de patógenos si quiere evitar pérdidas importantes en la producción. En condiciones de laboratorio, es posible someter los tubérculos a un tratamiento con temperaturas elevadas y desarrollándolas in vitro, de modo tal de obtener tubérculos-semillas libres de virus. Es un procedimiento que comenzó en forma experimental en Inglaterra en 1957, y se perfeccionó en los años posteriores (Montaldo,

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Los usos industriales de la papa incluyen la producción de papas fritas congeladas, snacks de papas fritas, y una variedad de productos que se pueden obtener en base al almidón de la papa. En Argentina, el uso industrial de la papa comienza a crecer lentamente desde 1991 (Mosciaro, 2004). Con anterioridad, el destino exclusivo de la papa era el consumo fresco, y en menor medida su uso como semilla. 120

1984). La producción de tubérculo-semilla de papa en la Argentina comienza en la década de 1960 (Huarte, 1989). Al combinar termoterapia con cultivo de tejidos, es un procedimiento que sólo se puede realizar en laboratorio, y por lo tanto fueron surgiendo empresas que proveen este servicio. En los países subdesarrollados, suele emplearse el sistema tradicional de producción de semillas (sembrando tubérculos obtenidos en la cosecha anterior), lo que conduciría a bajos rendimientos en la producción (Hidalgo, 1999). Argentina importaba tubérculos-semillas libre de patógenos de Holanda y Canadá, hasta que en la década de 1970 y sobre todo durante la década siguiente, se consolidó una industria local de producción de semillas certificadas, es decir, de tubérculos-semillas de papa libre de patógenos. En cualquier caso, el agricultor debía comprar esos tubérculos-semillas, o su producción podía mermar considerablemente a causa de los patógenos. Para nuestros investigadores, esta situación presentaba la oportunidad de realizar una investigación que tuviera lo que entendían como un impacto social y económico, es decir, que contribuyera a la economía local y que sirviera sobre todo a los sectores más humildes de la sociedad. La obtención de una papa transgénica que tuviera resistencia a virus permitía combatir enfermedades diseminadas en los cultivos, aumentar el rendimiento de la producción agrícola, abaratar los costos –al disminuir la dependencia de los agricultores respecto a la industria de producción de semilla de papa– y obtener un desarrollo científico-tecnológico local.96 La idea que tenían era producir una papa transgénica resistente a virus y liberar esa tecnología, de modo que los productores de papa (muchos de ellos minifundistas y agricultores pobres) pudieran independizarse de las empresas productoras de tubérculo-semilla certificada.97

96

En esta línea de argumentación, Hopp sostiene que: “Si obtenés una planta de papa transgénica con resistencia a virus, entonces podés darle al agricultor la posibilidad de multiplicar su propia semilla, porque el limitante para ellos es que no pueden reproducir su propia semilla porque está enferma y tienen que comprarla a alguien que –por un proceso de termoterapia y cultivo de yemas– libera de virus a la planta.” (Entrevista a Esteban Hopp, 2010)

97

Por cierto, no fue el único proyecto que buscó generar una papa transgénica resistente a virus en el mundo, habida cuenta, en particular, de que el conocimiento para generar resistencias a virus en cultivos era algo reciente. En Finlandia, por ejemplo, un grupo de investigación trabajó también para un desarrollo de ese tipo. Sin embargo, este grupo comenzó explorando el genoma del virus sin tener como objetivo hacer una papa transgénica. Fue en una fase posterior de la investigación, a mediados de la década de 1990, cuando orientaron la investigación en ese sentido (Tuunainen, 2001). El proyecto global del INTAINGEBI, que implicaba obtener una papa transgénica resistente a virus para beneficiar a los agricultores pobres, es distintivo del caso en estudio. 121

2.3.2. Definiendo las líneas de investigación Después del asesoramiento con el INTA Balcarce, la papa resistente a virus pasó a ser el objetivo general de Hopp y Mentaberry. Pero había dos cuestiones a definir para poder traducir ese proyecto en líneas de investigación en el laboratorio: qué variedad de papa y con resistencia a qué virus. La definición de estos aspectos permitió que ambos mantuvieran un trabajo estrechamente relacionado, pero al mismo tiempo diferenciado, de modo tal de no competir entre sí. Existen miles de variedades de papa, con distintos niveles de difusión. Como las variedades empleadas en Argentina provenían de Europa –al menos, hasta mediados del siglo XX–, periódicamente había que volver a importarlas para nuevas siembras (Mendiburu y Huarte, 1990). Luego, y durante unas dos décadas, una variedad argentina dominó la escena productiva local. Su historia está vinculada al INTA, y más precisamente al INTA Balcarce. Como he dicho, el sudeste de la Provincia de Buenos Aires era una de las zonas principales de cultivo de papa. En 1945, el Ministerio de Agricultura y Ganadería crea la Estación Experimental de Balcarce, cuyo personal se dedicaba en gran medida al cultivo de papa. El primer director de la Estación Experimental, el ingeniero Roberto Millán, incorporó a la actividad papera la variedad Huinkul, que desde 1948 comienza a difundirse ampliamente por el país, alcanzando en 1955 el 90% de la superficie sembrada con papa (Penna et al., 2000).98 Desde la década de 1970 se impone la variedad Spunta, de origen holandés. Se trata de una variedad de buen rendimiento, y que presenta un aspecto liso y alargado de fácil manejo, lo que se supone que también juega un papel en su amplio consumo (Penna et al., 2000; Corvo Dolcet y Ottone, 2006). Alejandro Mentaberry tomó la variedad de papa Spunta, que era por lejos la variedad más utilizada en el país. Esteban Hopp, en cambio, adoptó la variedad Huinkul. Dentro de esta elección tuvo un rol la pertenencia institucional, pero no sólo eso. Huinkul había sido desarrollada por la Estación Experimental de Balcarce, que pasó a depender del INTA en marzo de 1958.99 Desde entonces se ha centrado allí el mejoramiento de papa, tomando a Huinkul como una de sus máximas referencias. Pero además, esta variedad tiene una ventaja: su mayor calidad. La materia seca de la papa es 98

Huinkul se desarrolló localmente a partir de unos especímenes que el Dr. Frederik Stevenson, genetista del USDA, le donó al Ing. Roberto Millán en 1940, por entonces representante de un consorcio papero argentino (Penna et al., 2000).

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A esta misma Estación Experimental me he referido al decir, sintéticamente, “INTA Balcarce”. 122

un indicador de su calidad, pues da cuenta de la presencia de nutrientes (sobre todo de almidón), mientras que el resto del peso de la papa es agua. Huinkul tiene un mayor peso seco que Spunta. De modo que si Esteban Hopp, investigador del INTA, iba a desarrollar una papa transgénica, no podía desentenderse de Huinkul, una variedad de papa con fuertes lazos en la historia del INTA; pero además, una variedad que presenta una calidad superior a las más difundidas. En cuanto a los virus, los que más daño causaban en la papa eran el PRLV y el PVY, y en menor medida el PVX. Hopp trabajó fundamentalmente con PLRV (aunque también utilizó una variedad de PVX), y Mentaberry con PVX y PVY. Nuevamente, este reparto permitía desplegar un abordaje conjunto, paralelo, pero cada uno con su propio objeto de trabajo.

2.3.3. Aspectos concretos del trabajo de laboratorio Cuando se habla de un gen que confiere resistencia a virus, se trata de un gen que codifica para una parte de ese virus (la cápside viral). Este fragmento, al expresarse en el organismo transgénico, funciona como un antígeno: el organismo produce anticuerpos contra ese fragmento. De este modo, el organismo al cual se le insertó ese gen tendrá anticuerpos contra virus que tengan ese fragmento. Este fenómeno se había descripto poco antes de que Mentaberry y Hopp comenzaran sus investigaciones en transgénesis. En 1986 se publicó en Science el experimento en cuestión: Roger Beachy, de Washington University, en colaboración con Monsanto, expresó proteína de la cápside del virus mosaico de tabaco en plantas de tabaco, dando como resultado una planta transgénica resistente a dicho virus (Beachy, 1999).100 Para desarrollar una planta transgénica con resistencia a virus, previamente había que caracterizar y aislar el fragmento viral que funcionaría como antígeno. Si se tiene en cuenta que por entonces estos virus de papa no estaban (o sólo en forma parcial) genéticamente caracterizados, su estudio suponía una primera etapa de escaso contacto con plantas y mucho de genética de virus. Para Mentaberry en particular, que venía de un campo ajeno a lo vegetal, el estudio del virus le permitía postergar el trabajo de manipulación de plantas. Además, de estos virus, el PVX es el que resulta más fácil de manipular: para infectar una planta, simplemente basta con frotar una hoja infectada con 100

Roger Beachy y su grupo de Washington University se encargaron de caracterizar y probar las secuencias virales, mientras que Monsanto se ocupó de la transformación de las plantas con las secuencias que le daba Beachy (Beachy, 1999). 123

PVX en otra sana, y el virus se propaga. Mentaberry optó por trabajar con PVX, y luego incorporaría PVY. El virus que presentaba una mayor dificultad en su manipulación, PLRV, quedó en manos de Hopp. Para infectar una planta sana con PLRV, se necesita de un intermediario, un áfido, de difícil manipulación. La materia prima con la que realizar los trabajos de investigación era un condicionante decisivo. Las plantas de papa no eran difíciles de conseguir. El INTA generaba su variedad Huinkul, de modo que Esteban Hopp accedía a ella sin problemas. La variedad Spunta, con la que trabajaba Mentaberry, era la más difundida en el país, y la empresa local que producía tubérculos-semillas de papa fue también la proveedora del laboratorio de Mentaberry.101 Obtener la materia prima de los virus, en cambio, era más complicado. Por supuesto que una vez conseguido el virus de interés, era cuestión simplemente de infectar nuevas plantas para seguir teniendo muestras del virus, pero conseguirlo por primera vez no era fácil. El virus de partida debía estar bien aislado, a fin de saber con seguridad que se estaba trabajando con la cepa de virus que se quería trabajar. Había que conseguir una suerte de “virus-patrón”. Hopp obtiene las muestras de PLRV de un grupo de investigación de la provincia de Córdoba, del IFFIVE, que trabajaba con dicho virus. Además, obtiene muestras de PVX de otro grupo de Córdoba, de la Facultad de Agronomía. Mentaberry obtendría PVX de una fuente distinta, a fin de trabajar con una cepa distinta a la de Hopp y así evitar duplicar esfuerzos de investigación. El INTA Balcarce tenía una larga tradición en el trabajo con papas, pero en América Latina también había surgido otro centro, de alcance multinacional: el Centro Internacional de la Papa (CIP), con sede central en Perú. El CIP surge en 1971, buscando promover investigaciones y diversas actividades relacionadas con la papa y otros tubérculos, a fin de mejorar el rendimiento y uso de estos cultivos.102 El INTA Balcarce trabajaba asiduamente en colaboración con el CIP, por ejemplo, intercambiando muestras. Mentaberry necesitaba una muestra de PVX para comenzar sus investigaciones, pero en Argentina no había una acumulación de conocimientos sobre dicho tema, vale decir, no había muchos laboratorios a los que pedirles una 101

La empresa se llama Diagnósticos Vegetales S.A. Fundada en 1982 en Mar del Plata, fue pionera en la producción local de tubérculos-semillas de papa con certificación de calidad (ausencia de patógenos). 102

El CIP es financiado por el Grupo Consultivo para la Investigación Agrícola Internacional (CGIAR), el cual a su vez recibe fondos de diversos países y organizaciones multilaterales. 124

muestra aislada de PVX. En el INTA Balcarce, revolviendo en un refrigerador, encuentran la solución: unas muestras de hojitas de papa infectadas con PVX que había enviado en algún momento el Centro Internacional de la Papa. Aún a riesgo de que el relato resulte poco fastuoso, hay que decir que la biotecnología vegetal en Sudamérica se desarrolló, en cierta forma, a partir de estas hojitas escondidas en el fondo de un refrigerador.103

2.4.

Las primeras plantas transgénicas de Sudamérica

Los laboratorios de Argentina obtuvieron las primeras plantas de papa genéticamente modificada hacia 1990.104 El proceso implicó el manejo de recursos, aunque escasos, para financiar las investigaciones, y dos etapas marcadas respectivamente por el estudio de los virus y por la transformación genética de las plantas.

2.4.1. Recursos y redes El hecho de que existiera, a mediados de la década de 1980, un Programa Nacional de Biotecnología (PNB) desde la Secretaría de Ciencia y Técnica, no debe entenderse como un flujo de recursos hacia el sector, pues en los hechos los proyectos que se financiaban desde dicho Programa recibían sumas exiguas. En todo caso, reflejaba el interés que Sadosky depositaba en sectores como la informática y la biotecnología, pero sin que ello implicara una definición sobre las líneas de investigación pretendidas para la biotecnología.105 El PNB le dio un marco institucional propio a la biotecnología por 103

Esas hojas de papa, como mencioné, venían del CIP de Perú, y tenían muestras de virus PVX. Si bien la variedad del virus PVX que analizaron era propia del Perú, la resistencia a dicho virus mostró ser útil para PVX en general.

104

A diferencia de la primera planta a nivel mundial, en este caso los logros no se plasmaron en publicaciones científicas. Los registros con que se cuentan son presentaciones a congresos. El grupo de Mentaberry acudió a un congreso en Costa Rica en noviembre de 1990, mientras que el de Hopp lo hizo en un simposio en junio de 1991. Allí expusieron la obtención de plantas de papa con resistencia a virus. Proclaman ser los primeros en Sudamérica en obtener plantas transgénicas. Aunque para corroborarlo haría falta una reconstrucción de las experiencias en el resto de los países de Sudamérica, dicha afirmación parece verosímil, habida cuenta, por ejemplo, que unos años más tarde y con apoyo de la CABBIO, el conocimiento sobre transformación genética de papa para resistencia a virus sería trasladado desde la Argentina a los laboratorios de Brasil, en Embrapa (Torres et al., 1997). 105

Tampoco existía, por cierto, una exigencia respecto a una mayor definición. En todo caso, era un campo nuevo al que comenzaban a dedicarle atención de un modo general. Sadosky afirma haber puesto el acento durante su gestión al frente de la Secretaría de Ciencia y Técnica en la informática y la biotecnología, por ser dos puntos que se encontraban escasamente desarrollados en el país y que podían resultar importantes (Bunge, 2005). Su trayectoria en informática era conocida, por cuanto en 1960 creó el Instituto de Cálculo de la Universidad de Buenos Aires y trajo la primera computadora al país. Durante su gestión como Secretario de Ciencia y Técnica bajo el gobierno de Alfonsín, creó la Escuela Superior Latinoamericana de Informática. 125

primera vez en el país, y permitió que jóvenes científicos recibieran sus primeros subsidios de investigación; pero no implicó una inversión de recursos que permitiera desarrollar el sector. Se constituyó, en definitiva, como un difuso discurso de legitimación desde el Estado. Prueba de ello es la diferencia entre los proyectos del PNB que tenían Hopp y Mentaberry y los recursos que efectivamente manejaban. En sus primeros años de investigación en biotecnología, Hopp participó en cuatro proyectos del PNB, mientras que Mentaberry sólo en uno.106 Sin embargo, era este último quien disponía de más recursos para investigación, por acceder a otras fuentes. En primer lugar, el sólo hecho de que el INGEBI fuera un instituto adscripto al CONICET presentó una ventaja, y era que podía disponer de personal de apoyo financiado por el CONICET.107 Así es que Mentaberry tuvo un técnico en su laboratorio, Silvia Cabral, quien dedicó buena parte de sus labores a poner a punto la metodología de transformación de plantas. Además, Mentaberry recibió dos subsidios de investigación del exterior108. Esto le permitió disponer de más recursos que Hopp, que en su momento tuvo más dificultades para disponer de insumos y becas de investigación. La participación de Hopp en proyectos internacionales de biotecnología comenzó en 1988, al convertirse en coordinador internacional del proyecto para obtención de papas transgénicas del Programa Regional de Biotecnología de PNUD/ONUDI/Naciones Unidas.109 Del proyecto participaron seis países.110 Fue en el

106

Hopp recibió un subsidio para su proyecto de “Biología molecular de luteovirus” (1986-1987) y otro para el “Estudio de la replicación viral en protoplastos de genotipos susceptibles y resistentes a papa” (1987-1989). Además, participó en otros dos proyectos del PNB, uno de los cuales pertenecía a Ewald Favret y el otro a Sergio Fernando Nome. Por su parte, Mentaberry recibió un subsidio del PNB que abarcó de 1985 a 1988 para el “Control de virosis vegetales por métodos biotecnológicos”. 107

Creado en 1958, el CONICET (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas) es el principal organismo dedicado a la promoción de la ciencia y la tecnología en la Argentina.

108

Uno de esos subsidios era del International Foundation for Science (IFS). Se trata de una organización con sede en Suecia que financia investigaciones de países en vías de desarrollo. Fue una fuente de financiamiento importante para quienes comenzaban a dirigir sus grupos de investigación en Argentina a mediados de 1980, cualquiera sea su disciplina. Este financiamiento se cortó hacia el año 2000, cuando la Argentina alcanzó un PBI per cápita que lo ubicó por encima del criterio de elegibilidad del IFS. El otro subsidio internacional que recibió Mentaberry en esta época fue del PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Por otro lado, el grupo de Mentaberry también mantuvo relaciones con un grupo de Cuba, del Centro de Ingeniería Genética y Biotencología de La Habana, lo que le permitió a uno de los estudiantes de Mentaberry realizar una breve estadía allí a fines de la década de 1980. 109

El Programa Regional de Biotecnología fue creado en 1987 por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En una primera fase, de 1987 a 1992, financió 9 proyectos, a los que destinó 3 millones de dólares (Programa regional de biotecnología PNUD/UNESCO/ONUDI para América Latina y el Caribe, 1995). 126

marco de este convenio que Hopp envió a un estudiante al laboratorio de HerreraEstrella, en México, para que aprendiera la técnica de transformación de plantas. El proyecto tenía el propósito de obtener plantas de papa con resistencia a los virus PVX, PVY y PLRV. Esa era la agenda de investigación que tenían Hopp y Mentaberry, y que reprodujeron del mismo modo en la formulación de este proyecto internacional. El laboratorio de Luis Herrera-Estrella, en el Cinvestav-I, era una de las figuras principales de la red, habida cuenta de su trayectoria en los orígenes de la transgénesis vegetal junto a Schell y Van Montagu.111 Sin embargo, esta red latinoamericana habría de desmantelarse tempranamente, debido al alejamiento del laboratorio de Herrera-Estrella hacia 1991. Esto se debió a que el laboratorio del Cinvestav armó un convenio con Monsanto para producir papa transgénica con resistencia a virus, por lo que abandonó la red latinoamericana y devolvió las construcciones genéticas que habían sido desarrolladas por los laboratorios argentinos. Las negociaciones entre Cinvestav y Monsanto estuvieron mediadas por ISAAA, de cuyo Consejo Directivo era miembro Luis Herrera-Estrella (González Aguirre, 2004).112 Monsanto tenía desarrollos propios en plantas de papa con resistencia a virus. Nunca comercializó dichas plantas en México, pues su utilidad, en este caso, parece haber sido otra; incluso representantes de Monsanto sostienen que para ellos la papa no es un cultivo que tenga interés comercial. Distintos actores coinciden en señalar que el interés de Monsanto en desarrollar la papa transgénica radicaba en ofrecerlo como una tecnología útil para los países subdesarrollados, legitimando así su entrada en dichos mercados, donde podría introducir luego otros cultivos que sí presentaban interés comercial. Es decir, una vez abiertos los mercados para el comercio de semillas transgénicos, Monsanto podría introducir cultivos que sí le resultaran interesantes en términos comerciales. Una de las razones para esta suspicacia es que no resulta usual 110

Por Argentina participaron tanto Hopp como Mentaberry, y por México el laboratorio de HerreraEstrella. Estos eran los grupos principales de esa red, los que más conocimientos y experiencia tenían en la manipulación genética de plantas. También participaron grupos de otros países, como Uruguay, Chile, Cuba y Colombia. 111

“Cinvestav” es el acrónimo de Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional. Luis Herrera-Estrella regresó a México en 1986, luego de haber pasado casi cinco años en el laboratorio de Schell y Van Montagu en Gent, Bélgica. La Unidad del Cinvestav en la que se incorporó Herrera-Estrella es la de Irapuato. 112

ISAAA es el “International Service for the Acquisition of Agri-biotech Applications”. Es una ONG que promociona la unión público-privada para el desarrollo de la biotecnología agrícola en los países en vías de desarrollo. ISAAA está financiada por empresas (como Bayer CropScience y Monsanto), agencias de investigación (como el IDRC de Canadá), organismos multinacionales (como UNESCO) y organismos gubernamentales (como el Departamento de Agricultura de los Estados Unidos). 127

que una empresa (y menos Monsanto) regale una tecnología que ha desarrollado, que fue precisamente lo que hizo Monsanto. La empresa donó al Cinvestav las construcciones genéticas que había desarrollado con resistencias a los virus PVX y PVY, y entrenó al personal del Cinvestav no sólo en las técnicas de laboratorio sino también en los ensayos a campo que realizaron en Estados Unidos (González y Chauvet, 1997; Casas, 2001; Qaim, 1999; Poitras, 2008; Ortega Ponce, 2010). Lo único que debía hacer el Cinvestav era adaptar las construcciones genéticas de Monsanto a las variedades de papa utilizadas en México. En este consorcio también se incluye la Fundación Rockefeller, que aportó 440 mil dólares (González Aguirre, 2004; Arellano Hernández et al, 2004; Commandeur, 1996). Con la alianza entre el Cinvestav y Monsanto se interrumpe la red latinoamericana de producción de papa transgénica, marcando un origen distinto para la transgénesis vegetal en México respecto a lo que aconteció en Argentina.113 Mientras que aquí las empresas de biotecnología no participaron en los primeros años de investigación en el área, en México sucedió todo lo contrario. De hecho, algunos estudios sobre la historia de la papa transgénica en México parecen olvidar los intentos previos con la red latinoamericana, y señalan que la transgénesis en papa se habría iniciado a partir de las negociaciones con Monsanto.114 De tal manera, esos estudios no sólo ponen de manifiesto el rol de la empresa multinacional en la construcción material de los cultivos transgénicos en México, sino que también –involuntariamente, quizás– 113

Existen interpretaciones levemente distintas a la que he ofrecido sobre este episodio. González Aguirre, por ejemplo, considera que el “esfuerzo latinoamericano no avanzó lo suficiente por múltiples problemas”, sugiriendo que “en esa época hubo muchos factores de tipo macroeconómico, tales como devaluaciones frecuentes y altas tasas de inflación, comunes a los diferentes países que participaron en el programa, que afectaron la marcha de los proyectos” (González Aguirre, 2004: 220). Indudablemente, esos factores macroeconómicos estuvieron presentes en esos países, pero no queda claro cómo habrían operado en concreto para frenar el esfuerzo. Además, debe considerarse que el organismo que financió dicho proyecto (el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo) continuó enviando dinero durante el transcurso del mismo, hasta su culminación en 1993; y que los avances y experiencia que ya tenían los laboratorios de la red latinoamericana no auguraban grandes problemas técnicos. A mi modo de ver, tiene más sentido pensar que las condiciones de dinero y capacitación que Monsanto y la Fundación Rockefeller le ofrecieron al Cinvestav en 1991, lo sedujo a éste más que la colaboración con laboratorios sudamericanos. 114

Ver, en particular, Arellano Hernández et al. (2004: 154), quienes sostienen que “podemos ubicar el inicio de la historia de la transgénesis en papa en una escala global [sic], a partir del establecimiento de negociaciones de los diferentes actores interesados en la transferencia de una tecnología, cuando el Interntional Service for the Acquisition of Agri-Biotech Applications (ISAAA, por sus iniciales en Inglés) en 1990 convoca a la Compañía Monsanto y al gobierno mexicano a establecer un convenio de transferencia de tecnología…”. El estudio en cuestión tampoco hace mención a la estadía que HerreraEstrella pasó en el laboratorio de Schell y Van Montagu entre 1981 y 1986, donde se formó en la transformación genética de plantas. Curiosamente, el estudio tiene por objetivo central el indagar en las tensiones locales-globales de la investigación científica. 128

reflejan la impronta que dejó Monsanto a nivel simbólico, como si fuera la iniciadora de la historia de la transgénesis.

2.4.2. Dominar a los virus La primera etapa en la investigación consistió en el estudio de los virus ante los que se quería generar una resistencia. Esto arrojó beneficios tanto en términos de adaptación a las técnicas del nuevo campo como en la generación de productos y resultados intermedios. Implicó una adaptación en tanto permitió ingresar en el proyecto de hacer una planta transgénica postergando la transformación genética de las plantas, lo cual otorgó más tiempo para familiarizarse con las técnicas de transformación vegetal. En esta primera etapa, el trabajo era básicamente de biología molecular de virus, y en particular, caracterizar la secuencia genética del virus. A medida que los virus iban desnudando su secuencia genética, un nuevo producto asomaba desde el laboratorio: los kits de diagnóstico molecular. Hasta entonces, los métodos para diagnosticar una virosis en plantas iban desde la simple observación de las hojas hasta técnicas inmunológicas, en particular, a través de ELISA.115 Pero el despliegue de la genética molecular abría una nueva perspectiva: diagnosticar la presencia de virus a partir de un análisis del ADN presente en las plantas. La idea es detectar la presencia del virus mediante la unión de un fragmento del ADN secuenciado con la muestra proveniente de la planta.116 Mentaberry y Hopp se articularon para la realización de un kit de diagnóstico. Con las secuencias de PVX, PVY y PLRV podían generar un kit que detectara la presencia de alguno de estos virus. Para ello entraron en contacto con Almidar, una empresa creada en 1947. El estudio de los virus, además, permitió generar algunas publicaciones científicas, aunque no muchas. El desarrollo de la tecnología de la transgénesis vegetal a nivel local no implicó un aporte sustancial a la producción de conocimiento general, pues la obtención de plantas transgénicas, incluso con resistencia a virus, era algo que 115

La técnica ELISA (enzyme-linked immunosorbent assay) se basa en un anticuerpo asociado a una enzima. El anticuerpo, en caso de unirse al antígeno, desencadenará una reacción enzimática, evidenciando la presencia del antígeno. La técnica fue desarrollada en 1971 y se empleó en primer lugar para detectar enfermedades infecciosas en humanos y animales. Su uso para la detección de virus de plantas comienza en 1977 (Salazar, 1995).

116

Se utiliza ADN de cadena simple marcado mediante radioisótopos o por métodos químicos, lo que se conoce como sonda de ADN. Así, si la sonda se une a una hebra complementaria, es porque había virus, y esta presencia se vuelve visible porque la sonda está marcada. Ver, por ejemplo, Alberts et al. (1996). 129

ya se había publicado a nivel internacional. Por cierto, tampoco era el objetivo principal de estos investigadores la producción de artículos científicos, por cuanto sabían que la transgénesis vegetal era un fenómeno ya caracterizado, al menos en sus aspectos principales. Su objetivo era el desarrollo de ese conocimiento a nivel local, apuntando a beneficios sociales y económicos locales. Pero de todos modos eran investigadores pertenecientes al sistema científico nacional, cuyas instituciones (CONICET, INTA, INGEBI, etc.) evaluaban sus proyectos y desempeño periódico considerando, en gran medida, las publicaciones que generaban. De modo que si bien la obtención de plantas transgénicas a nivel local no se reflejó en la publicación de artículos científicos, sí lo hizo el estudio de los virus. La mayoría de estas publicaciones fueron conjuntas – aglutinando al grupo de Mentaberry y el de Hopp– y consistían en la descripción de la secuencia genómica de los virus, o bien de su utilización como sondas para la realización de kits de diagnóstico. De todos modos fueron pocas publicaciones, y no en revistas de alto impacto.117

2.4.3. Aprender a transformar En mayo de 1986, en el marco del Programa Nacional de Biotecnología y bajo el auspicio del Dr. Manuel Sadosky, se organizó en Buenos Aires un encuentro francoargentino de biotecnología. Mentaberry aprovechó la ocasión para ponerse en contacto con investigadores franceses que asistieron al encuentro. Pocos meses después, recibió una carta de uno de ellos, la Dra. Francine Casse-Delbart, del Laboratorio de Biología Celular del INRA Versailles. La Dra. Casse-Delbart invitó a Mentaberry a realizar una estadía en su laboratorio. Fruto de esa colaboración, que se extendería por varios años, Mentaberry habría de aprender algunas cuestiones de la metodología de transformación de plantas. El laboratorio del INRA Versailles tenía experiencia en el uso de Agrobacterium, la bacteria utilizada como vehículo para transportar genes al genoma de la planta. En efecto, en 1968 Georges Morel y su equipo del INRA Versailles habían demostrado que Agrobacterium tumefaciens trasladaba muchos de sus metabolitos a los tumores vegetales (Casse-Delbart, 1996; Chilton, 2001). Desde entonces, se había 117

El virus PLRV ya estaba secuenciado, por lo que en su investigación no se generaron publicaciones; pero los virus PVY y PVX –tanto la variedad que utilizó Hopp como la de Mentaberry– hasta entonces no estaban secuenciados. Las revistas en las que publicaron estas investigaciones son: Archives of Virology, Nucleic Acid Research, Virus Research, Journal of Virological Methods, Plant Disease y Revista de Investigaciones Agropecuarias. 130

convertido en un centro de referencia en el estudio de Agrobacterium y por lo tanto de la biotecnología vegetal, por cuanto el comienzo de la biotecnología de plantas estuvo vinculado a la utilización de Agrobacterium como vehículo para el transporte de genes (ver Capítulo 1). De hecho, en 1982 Mary-Dell Chilton colaboró con Francine CasseDelbart y otros miembros de su grupo para estudiar el modo en que una especie de Agrobacterium transfiere su ADN a las células vegetales (Chilton et al., 1982; CasseDelbart, 1996). Pero la colaboración entre Mentaberry y Casse-Delbart no responde a una búsqueda puntual planificada. En parte, se debe al encuentro promovido por Sadosky para acercar a los investigadores franceses con los argentinos. Por otro lado, la predisposición de Casse-Delbart se debería a circunstancias de su propia trayectoria. Al parecer, Francine sería discípula de un investigador argentino emigrado tiempo atrás en Francia, razón por la cual, según Mentaberry, ella “se consideraba en deuda con la ciencia argentina”. Mentaberry no tenía nada que ver con esa historia en particular, pero aprovechó el deseo de retribución de la investigadora francesa. En sus estadías en Francia, que se desarrollaron entre 1987 y 1989, se inició en la experimentación con protoplastos de tabaco –que era el modelo vegetal empleado en el INRA Versailles– utilizando Agrobacterium.118 Luego, Mentaberry envió a sus estudiantes y técnicos al laboratorio de Francia, para continuar con el aprendizaje. Ya en su propio laboratorio, habrían de adaptar el método para transformar plantas de papa. Este contacto con el Laboratorio de Biología Celular del INRA Versailles se hizo extensivo a Esteban Hopp, quien a mediados de 1990 viajó allí para realizar transformaciones de protoplastos de tabaco. Sin embargo, el aprendizaje en transformación vegetal en el caso de Hopp habría de consolidarse por otra vía. En el marco del programa bajo su cargo financiado por el PNUD, contactó al laboratorio de Luis Herrera-Estrella, en México. Se trata del único investigador latinoamericano que participó directamente en los experimentos que llevaron a la obtención de las primeras plantas transgénicas en todo el mundo. Herrera-Estrella estuvo varios años en el laboratorio de Schell y Van Montagu, en Bélgica, uno de los primeros grupos en obtener una planta de tabaco transgénica.

118

Los protoplastos son células vegetales sin pared celular. Su uso en condiciones de laboratorio facilita la experimentación, por cuanto los tiempos de los ensayos resultan muy breves. Sin embargo, para obtener plantas enteras, utilizar protoplastos no resulta conveniente, por la dificultad que implica regenerar plantas a partir de los protoplastos. 131

A fines de 1990, Hopp envió a uno de sus estudiantes a realizar una estadía de tres meses en el laboratorio de Herrera-Estrella, con el fin de poner a punto la técnica de transformación de plantas de papa, es decir, para aprender a introducir ADN foráneo en tejidos vegetales. Allí aprendieron a transformar con las variedades de papa que utilizaban en México, y luego lo adaptaron a Huinkul.119 El hecho de que ambos grupos hayan aprendido a transformar en lugares distintos y luego hayan adaptado las técnicas en sus propios laboratorios, dejó sus marcas en la metodología empleada en Argentina. El explanto, es decir, el tejido vegetal que va a recibir el transgén, es distinto en cada grupo, y en consecuencia el protocolo de transformación es distinto también. El grupo de Esteban Hopp aprendió a transformar en el laboratorio de Herrera-Estrella en México, utilizando Agrobacterium sobre las hojas de la papa. En cambio, el de Alejandro Mentaberry –que tomó sus primeras armas en el tema en el Laboratorio de Biología Celular del INRA Versailles en Francia– realiza la transformación sobre trozos de tubérculo. Esto no implica ninguna diferencia en la planta transgénica final, pues se trata sólo del mecanismo por el cual se hace ingresar el transgén, e incluso ambos grupos utilizan Agrobacterium. Pero explica que se hayan desarrollado dos protocolos de transformación distintos que persisten a lo largo del tiempo. Pues una vez que adquirieron una forma de transformación con una eficiencia aceptable, en lo sucesivo la mantuvieron básicamente del mismo modo. Nadie quiere modificar un protocolo una vez que funciona.

2.5.

División del trabajo científico dentro del laboratorio

La división del trabajo científico al interior del laboratorio reproduce jerarquías sociales y cognitivas. De acuerdo al análisis planteado por Terry Shinn (1988), las jerarquías sociales más altas en el laboratorio (investigadores formados y directores) tienden a realizar investigaciones de carácter más asociativo, integrando conocimientos en la búsqueda de nuevos modelos cognitivos. Tienen una relación más distante con el fenómeno que se estudia en el laboratorio y no le dedican mucho tiempo a la práctica experimental, su abordaje es en aras de la simplificación y la generalización del objeto de estudio. Los investigadores en formación, en cambio, dedican la casi totalidad de su tiempo al trabajo de mesada, a la experimentación, buscando caracterizar las singularidades del fenómeno en estudio. El abordaje que realizan los investigadores en 119

Sobre el significado de la “transformación” en biotecnología, remito al lector a la nota 46, en el Capítulo 1. 132

formación es más descriptivo, cuidando el detalle y la complejidad observada. Siguiendo a Shinn, los resultados de las investigaciones producidas desde estas jerarquías sociales conducen, a su vez, a distintas jerarquías cognitivas. Con frecuencia, desde la jerarquía cognitiva de los investigadores en formación simplemente se refuerzan las conclusiones de los escalafones más altos. Pero eventualmente ocurre que los resultados producidos por las distintas jerarquías sociales del laboratorio están en desacuerdo, lo cual puede llevar a tensiones y conflictos. En términos que podrían parecer similares, Bourdieu (1976) sostiene que los recién llegados a un campo pueden adoptar estrategias conservadoras o subversivas, según sea su intención de desafiar el capital simbólico acumulado a fin de hacerse un lugar en dicho campo. Sin embargo, el análisis de Bourdieu fusiona la autoridad social y la científica, de modo tal que deposita buena parte de su explicación sobre las asimetrías sociales en la ciencia al capital simbólico acumulado; mientras que Shinn le presta más atención a los puestos laborales y en consecuencia al tipo de trabajo que realiza cada actor dentro del laboratorio. Ahora bien, en los casos que presento aquí las jerarquías sociales al interior del laboratorio habrán de cumplir un rol fundamental en la producción y uso de conocimiento en biotecnología vegetal, pero sin reflejar ninguna de las dinámicas planteadas por Shinn. Esto se debe a que el análisis de Shinn se basa en una premisa y es que los resultados de las investigaciones producidas en los laboratorios deben conducir a un conocimiento novedoso en la materia (ya sea un conocimiento descriptivo, integrador, simple, complejo, asociativo, etc.). Esa premisa no se cumple en los casos que aquí presento, por varias razones. En primer lugar, en los primeros años de la investigación en transgénesis vegetal en la Argentina los investigadores formados no se proponían como objetivo fundamental la producción de un conocimiento universalmente novedoso en la materia, sino incorporar y reorganizar ese conocimiento en una dimensión local, apuntando a un producto final que tuviera utilidad económica y social más que a un conocimiento original a nivel internacional. En efecto, laboratorios de Estados Unidos y Europa habían descripto por primera vez, hacia 1983, los fenómenos de transformación genética de plantas, y hacia 1986 la utilización de secuencias genéticas de virus para obtener plantas transgénicas resistentes a ellos. Proponerse entonces, a partir de 1986, obtener una planta transgénica resistente a virus en Argentina carecía de originalidad a nivel internacional, pero no localmente. Por otro lado, los investigadores que dirigían los dos primeros laboratorios de biotecnología vegetal de Argentina no tenían experiencia en el área, por lo tanto correspondió a sus 133

investigadores en formación incorporar el conocimiento experimental sobre el tema en el laboratorio. Estas características –la emergencia de un nuevo campo por parte de investigadores provenientes de otras áreas que pretendían obtener un producto de utilidad local, y su impronta periférica en relación a los laboratorios de los países centrales– habrían de configurar un modo particular de la división del trabajo científico dentro del laboratorio. Los dos investigadores que dieron origen a la biotecnología de plantas en la Argentina pretendían desarrollar la investigación en transgénesis vegetal a fin de obtener productos de utilidad social y económica local. Necesitaban incorporar las herramientas técnicas y conceptuales básicas para poder desarrollar el campo a nivel local, y al ser herramientas que ya existían a nivel internacional, carecían de originalidad. Consideran que ese esfuerzo inicial implicaba un riesgo, incluso un sacrificio, pues sabían que durante esos años no producirían un conocimiento novedoso a nivel internacional. La cuestión es ver cómo ese sacrificio fue distribuido socialmente dentro del laboratorio. Estos dos investigadores, cada uno responsable de su laboratorio, no publicaron durante el período 1986-1991 ningún artículo científico sobre la transformación genética de plantas, y sólo escasas publicaciones sobre la genética de los virus de papa. Sin embargo, aunque esto implicó una disminución en la cantidad y calidad de publicaciones que producían respecto a su propia trayectoria anterior a la incursión en este campo, tenían otros medios para continuar publicando, y así mantener cierta legitimidad en la arena científica. Estas publicaciones laterales las obtenían a partir de las redes sociales que tejían estos investigadores. Por un lado, su colaboración eventual con algún otro proyecto de investigación (no vinculado a la transgénesis vegetal) les permitió figurar como autores de algunas otras publicaciones científicas. Además, sus investigaciones de postdoctorado siguieron aportando sus frutos, bajo la forma de publicaciones que continuaron apareciendo hasta el año 1988. Normalmente, los investigadores formados dedican buena parte de su tiempo a la construcción de redes sociales con otros científicos (Shinn, 1988). En estos casos, las redes tejidas antes o durante su inserción en el campo de la biotecnología con investigadores de otras áreas, les permitió amortiguar el sacrificio que implicaba incorporar un conocimiento ya producido a nivel internacional. Los investigadores en formación, en cambio, no tienen la misma facilidad para construir redes sociales. Así, los estudiantes de doctorado de Mentaberry y de Hopp que se dedicaron a obtener las primeras plantas transgénicas del país, tuvieron más dificultades para producir artículos científicos. El tema de doctorado 134

de ambos investigadores en formación era la obtención de papas transgénicas (cada uno con resistencia a un virus distinto). Estos estudiantes, Fernando Bravo-Almonacid y Mariana del Vas, debían asumir el rol de incorporar y estabilizar los conocimientos que les permitieran realizar la transformación genética de plantas a estos laboratorios. Ellos dedicaron su tiempo a la experimentación en transgénesis vegetal. El objetivo era incorporar una plataforma tecnológica (la capacidad de transformación genética de plantas). En consecuencia, la posibilidad de obtener un conocimiento novedoso a nivel internacional, publicable como artículo científico, resultaba mucho más difícil para ellos: “Si otros publicaron que obtuvieron una planta transgénica que expresa parte de la cápside del virus de papa y que eso le da resistencia al virus, ya está, eso ya es suficiente para que vos no lo puedas publicar. Porque lo que vos hacés es lo mismo que lo que hicieron ellos, salvo que es un cultivar local y un virus local. Pero el virus local no es tan distinto del virus que usaron ellos, y el cultivar local tampoco es tan distinto como para que se justifique que te lo publiquen. Por ahí lo podés publicar, pero en Billiken. Entonces yo eso no lo publiqué. Todavía estoy contestando preguntas en la Agencia, en el CONICET, cuando pido promoción, tengo que explicar por qué no publiqué, porque cualquiera que lea ese pedido se pregunta por qué no publiqué (…) Participé de muchos proyectos que dieron lugar a transferencias tecnológicas, pero a eso no le dan mucha importancia, ni la Agencia ni CONICET. Entonces eso curricularmente fue un agujero para mí (…). Tengo un montón de años en los que no publiqué.” (Entrevista a Mariana del Vas, 2010)

Aún cuando estos investigadores en formación son quienes han conseguido realizar, en gran medida, la transgénesis vegetal en Sudamérica, su arraigo en el sistema científico resultó más traumático que el de sus directores, precisamente porque durante su etapa de formación no pudieron publicar prácticamente ningún artículo científico que reflejara lo realizado durante esos años, pues no era algo original a nivel internacional. En el Cuadro 1 puede observarse la diferencia en las publicaciones conseguidas por los dos investigadores y sus estudiantes entre 1986 y 1991, diferencia atribuible en gran medida a las redes sociales tejidas por los investigadores formados antes o durante su desempeño en la biotecnología vegetal.

135

Cuadro 1. Publicaciones realizadas durante el período 1986-1991 por Hopp, Mentaberry y sus estudiantes, Mariana del Vas y Fernando Bravo-Almonacid.120 Artículos sobre virus de papa Hopp Mentaberry Del Vas Bravo-Almonacid

6 6 1 2

Artículos sobre transformación genética de plantas 0 0 0 0

Otros artículos

Total

4 3 0 1

10 9 1 3

Fuente: elaboración propia en base a los curriculum vitae de los correspondientes investigadores y estudiantes.

En tanto los organismos de promoción de la investigación en Argentina (sobre todo CONICET y la Agencia Nacional de Promoción de la Ciencia y la Tecnología) valoran la actividad de los científicos fundamentalmente a través de sus publicaciones, esta ausencia de artículos publicados se volvió un obstáculo para los investigadores en formación. Esto condujo, por otra parte, a una valoración ambivalente hacia sus directores. Por un lado, quienes por entonces eran estudiantes les reconocen a sus directores la capacidad para dar origen a un campo nuevo y su vocación social, entre otras virtudes. Pero al mismo tiempo, se lamentan de haber tenido que cargar ellos con la responsabilidad de incorporar un conocimiento ya producido a nivel internacional, tarea que hubieran preferido que realizara un técnico y no un investigador en formación. Al tratarse de un conocimiento que no es novedoso a nivel internacional, las jerarquías cognitivas no resultan tan influyentes, siendo las jerarquías sociales dentro del laboratorio las que definen las tareas a desarrollar. Sobre todo, la mayor capacidad de generación de redes sociales que poseen los investigadores de las jerarquías superiores les permitió en buena medida a éstos mantenerse dentro del campo científico aún sin producir un conocimiento universalmente novedoso, mientras que a los investigadores de jerarquías inferiores esto les resultó más difícil.

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En todos los casos se consideran sólo los artículos publicados en revistas científicas. Se toma en cuenta el período 1986-1991 por comprender los años de investigación hasta la obtención de las primeras plantas transgénicas; no obstante, los estudiantes comenzaron sus investigaciones con posterioridad a 1986. De todos modos, los resultados de sus tesis de doctorado no se publicaron en los años siguientes. Sólo se registra un artículo más, en 1992, relacionado con el diagnóstico viral en papa. 136

2.6.

La función del modelo: estandarización del trabajo científico

La pretensión de generalidad del conocimiento científico tiene un fuerte vínculo con el uso de organismos modelo. La idea básica es que para investigar fenómenos biológicos debe emplearse un organismo que resulte simple, accesible y fácil de manejar, y que permita extrapolar sus resultados a otros casos. Cuando Mendel estudió los mecanismos de la herencia, recurrió a una planta que crecía rápidamente, que podía cruzar con facilidad, cuyos rasgos podía distinguir a simple vista, etc. Pero para que un organismo se transforme en un modelo de investigación no sólo se requieren ciertas características biológicas que lo hagan fácilmente manejable, sino que también debe intervenir un proceso social en la construcción de un consenso respecto a qué organismo debe emplearse. Pues algunas plantas, por ejemplo, pueden crecer más rápido y ser más manejables que otras, pero no hay naturalmente una planta que resulte la más adecuada. La consolidación de un organismo como modelo de investigación permite estandarizar el trabajo científico: en laboratorios distintos que investigan sobre fenómenos similares utilizarán las mismas herramientas de trabajo. A su vez, esto se realimenta en la confianza sobre los resultados de la investigación: si alguien utiliza un organismo exótico deberá hacer un esfuerzo adicional por justificar su elección, de lo contrario quedará expuesto a críticas del tipo “¿por qué estudiarlo sobre ese organismo y no sobre un modelo?”, “¿por qué no cotejó esos resultados haciendo los mismos experimentos sobre un modelo?”, etc. No existe un solo organismo-modelo de investigación en el laboratorio, pero sí es posible distinguir algunos organismos utilizados según el área de estudio. La mosca Drosophila melanogaster, el gusano C. elegans, las células de humano HeLa, la bacteria E. coli y, por supuesto, el ratón. En plantas, el modelo de investigación habitual es tabaco, aunque desde fines de la década de 1980 comenzó a imponerse el modelo de Arabidopsis thaliana (Echenique, 1999). El lector curioso podrá volver al Capítulo 1 y comprobar que los primeros experimentos en transgénesis vegetal en el mundo se hicieron sobre tabaco. El grupo de Chilton, el de Van Montagu, el de Monsanto, todos hicieron sus experimentos de transformación genética sobre plantas de tabaco. Unas páginas atrás mencioné que en 1986 se había obtenido por primera vez una planta transgénica con resistencia a virus. El lector atento recordará que la planta que se utilizó en aquel experimento era tabaco. El auge de la biología molecular reestructuró el modelo de investigación en plantas, poniendo en jaque la hegemonía del tabaco. En 1990, un grupo de investigadores en genética molecular de distintos laboratorios de Estados Unidos se 137

articularon en un gran proyecto que buscaba estudiar el genoma de Arabidopsis. Es una planta de escasa altura, rápido desarrollo y, sobre todo, con un genoma extraordinariamente pequeño (Mahalakshmi y Ortiz, 2001). El objetivo de ese programa –denominado Arabidopsis Genome Initiative– era decodificar el genoma de Arabidopsis. Sus investigadores se definían como genetistas, sin grandes vínculos con la biología de plantas (Leonelli, 2007). El genoma completo de Arabidopsis thaliana fue finalmente secuenciado en el año 2000. Fue el primer genoma vegetal secuenciado. Esta explicación sobre la función del modelo de investigación, y en particular en plantas, apunta a comprender los orígenes de la investigación en biotecnología vegetal en la Argentina. Si estos investigadores hubieran emprendido el salto de sus trayectorias hacia la biotecnología vegetal con el fin de utilizar la transgénesis vegetal para caracterizar nuevos fenómenos biológicos, hubieran empleado la planta de tabaco o, en todo caso a Arabidopsis, si eran capaces de percibir la tendencia creciente del rol de ésta en la genética de plantas. Esos son los modelos de investigación en plantas: tabaco y Arabidopsis. Utilizaron papa. La razón es que no aspiraban a generar un conocimiento universal o extrapolable, sino que pretendían llegar a un resultado que fuera un producto útil localmente. La investigación sobre transgénesis vegetal la hacían en papa porque buscaban una papa transgénica: “Para nosotros el modelo era la papa. En ese momento mi discurso era que, a diferencia de Arabidopsis, la papa se come y tiene un impacto. Entonces nuestro modelo iba a ser la papa, que servía como modelo y a su vez era un tema aplicado (…) En ese momento yo estaba muy obstinado en que nuestro modelo tenía que ser algo que sirviera; no tenía que ser tabaco, que nunca iba a tener una aplicación.” (Entrevista a Hopp, 2010)

En todo caso, se alejaban del modelo estandarizado de investigación en el trabajo científico con plantas, con el consecuente riesgo de no acceder a posiciones privilegiadas en las redes científicas de mayor prestigio. Una vez transformado el explanto de papa (es decir, una vez insertado el transgén en una porción –hoja, tubérculo, etc.– de la planta), hay que esperar alrededor de cinco meses para tener una pequeña planta de tubo de ensayo, y habrá que esperar otro tanto para tener una planta de papa en condiciones de ser testeada en invernadero. En cambio, la planta de tabaco crece el doble de rápido, y con Arabidopsis se reducen aún más los tiempos. Si el

138

propósito era producir un conocimiento novedoso sobre algún aspecto general de la transgénesis, hubiera sido conveniente recurrir a una planta de crecimiento rápido, en lugar de tener que aguardar varios meses para poder testear los efectos de la transformación genética en papa. Lo cual también parece afirmar que el propósito de estos investigadores era obtener una papa transgénica y no simplemente producir artículos científicos, y que en ese marco quisieron y pudieron alejarse de un organismo modelo estandarizado en la investigación científica. ¿No podría argumentarse que el recurrir a un modelo exótico constituye un diferencial para posicionarse dentro de una comunidad de investigación? Tal parecería ser el comportamiento de los biólogos moleculares que investigan el Mal de Chagas en la Argentina (Kreimer y Zabala, 2007a). El Trypanosoma cruzi (el parásito que transmite el Mal de Chagas y que sólo existe en Sudamérica) sería así utilizado por los biólogos moleculares del país para negociar con las redes internacionales más prestigiosas de producción de conocimiento: ofrecen un “modelo biológico interesante” a cambio de recursos y visibilidad (Kreimer y Zabala, 2007b). Esto no ocurre así con los casos que describo aquí, no están investigando ningún proceso biológico básico y novedoso en la papa. Estaban incorporando una plataforma tecnológica que consistía en aprender a realizar la transformación genética, a fin de obtener la papa transgénica. Eso no significa que no hayan publicado nada. Como señalé, han obtenido algunas publicaciones caracterizando virus de papa locales. Pero eso es muy distinto a sostener que están empleando un organismo local para describir un fenómeno universal. De hecho, se limitan a mostrar la singularidad de ese organismo local. De modo que estas publicaciones consisten, básicamente, en describir la secuencia genética del virus local y sus eventuales diferencias con los de otras regiones. En la medida que no son fenómenos biológicos extrapolables, generalizables o aplicables en otros contextos, no se publican en revistas de alto impacto, no se ubican en la élite de las redes de científicos, por así decirlo. Las revistas donde publicaron estos resultados tienen un carácter más bien enciclopedista: acumulan la información genética de cualquier organismo de cualquier procedencia. Publican sus investigaciones sobre organismos locales, pero eso no les reporta un diferencial respecto a emplear un organismo modelo estandarizado. Al contrario, los biólogos moleculares argentinos que se han insertado con más éxito en las redes de científicos de mayor prestigio a nivel internacional, lo han

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hecho investigando aspectos básicos de la genética en organismos modelo.121 Es que si lo que se pretende es mostrar un fenómeno biológico general, el modelo sobre el que se estudia tiene que pasar desapercibido, no debe suscitar dudas sobre los resultados, cuanto más estandarizado esté, mejor. Hay casos donde el material local sí ofrece una oportunidad de ocupar un lugar relevante en las redes de mayor prestigio. Esto ocurre, por ejemplo, cuando se caracteriza una bacteria que vive en condiciones extremas (de temperatura, de alcalinidad, etc.). Por lo general, hay un elemento extrapolable que presenta interés en esas investigaciones, y no es ni la bacteria ni las condiciones en sí mismas: son las enzimas que posee la bacteria las que presentan interés, en la medida que podrían emplearse también en condiciones extremas. De modo que cuando un grupo de investigación describe una bacteria que encontró en un glaciar o en la boca de un volcán, sí puede estar negociando las características locales de esa bacteria en una red de prestigio internacional, y seguramente publique en revistas de primer orden, pero lo que está negociando a cambio de recursos y visibilidad es la posibilidad de usar las enzimas de esa bacteria para diversos fines industriales. En cambio, el sólo hecho de utilizar un organismo local como modelo de investigación no ofrece un valor adicional para negociar posiciones en las redes científicas de mayor prestigio. Porque organismos locales hay en todas las localidades del mundo. Para posicionarse en un lugar privilegiado en las redes científicas en función del modelo de investigación, hay básicamente dos caminos: o se aleja del modelo estandarizado mostrando cualidades de interés muy fácilmente extrapolables en un organismo local, o bien se utiliza el modelo estandarizado mostrando en él mecanismos biológicos novedosos.122

121

Tal es el caso, por ejemplo, de Alberto Kornblihtt, quien investiga los mecanismos de splicing del ADN (es decir, las distintas formas en que se expresa un mismo gen) utilizando como modelo líneas celulares humanas. Se ha convertido en uno de los científicos argentinos más reconocidos a nivel mundial, al describir un nuevo modo de funcionamiento del ADN. Ese mecanismo general lo mostró estudiando el gen de la fibronectina en células humanas. El tema de investigación lo comenzó en Oxford, donde realizó su formación de postdoctorado, y luego continuó con el mismo tema de regreso en la Argentina.

122

Esto permite cuestionar algunas aseveraciones sobre la investigación en biología molecular sobre el Chagas. El hecho de que esos científicos hayan utilizado el Trypanosoma cruzi en sus investigaciones, que hayan publicado artículos pero que no se haya producido ninguna solución a la enfermedad del Chagas en función de ello, no significa que hayan aprovechado el exotismo de T. cruzi en las redes científicas internacionales para posicionarse mejor allí. Incluso si en algún momento postularon la necesidad de emplear T. cruzi como modelo de investigación al encontrar un fenómeno singular en dicho parásito, claramente eso es una mera formulación retórica que no generó ningún consenso en las redes internacionales. 140

Indudablemente, Hopp y Mentaberry pasaron a ser los referentes nacionales más importantes en su área. Pero eso no se debe a las publicaciones que generaron, sino al hecho de que iniciaron un campo a nivel local, formaron a las siguientes generaciones de biotecnólogos, desarrollaron plantas transgénicas por primera vez en la región, se vincularon con diversos actores, desde empresas hasta organismos de bioseguridad, y a partir de allí se constituyeron en el punto de referencia de la investigación local en transgénesis vegetal. En definitiva, los pioneros en biotecnología vegetal en Argentina se alejaron, durante sus primeros años, de los organismos modelo de investigación al utilizar la papa, lo que implicó ensayos más largos y escasa capacidad de inserción en las redes científicas de mayor prestigio. Pero no apuntaban a producir un conocimiento novedoso sino a generar un producto con ciertas cualidades y utilidad local.

2.7.

Entre la voluntad de poder y las determinaciones socio-económicas

La capacidad de los científicos de reconstruir sus propias trayectorias, fijar su propia agenda de investigación y orientarla de acuerdo a sus propios intereses, parece dar cuenta de cierta “autonomía” en el trabajo científico.123 Esto fue efectivamente así, pero sólo debido a circunstancias particulares. El trabajo científico, como parte del proceso productivo, implica también un proceso de valorización, de modo que la transformación de un insumo a través de la tecnología apunta a la obtención de un producto de mayor valor.124 Así, en una sociedad capitalista, los procesos de trabajo deben funcionar como proceso de valorización, lo que condiciona el desarrollo de las tecnologías en virtud de dicho proceso (MacKenzie, 1984). ¿Cuál es el proceso de valorización en los orígenes de la biotecnología vegetal en la Argentina? Salvo el kit de diagnóstico viral, no lo hubo, pero no porque fuera una actividad que pudiera independizarse del proceso productivo o porque no lo haya mostrado. No hubo un proceso de valorización en esos momentos, pero sí lo hubo después, y eso llevó a un cambio en los propios procesos de 123

Según Castoriadis (1997), la autonomía consiste en la capacidad de darse su propia forma, en contraposición a la clausura que establecen los distintos condicionamientos socio-históricos y que restringen la posibilidad de cuestionar la validez de las instituciones y significaciones sociales. 124

En una sociedad capitalista, según Marx, el proceso productivo implica no sólo el proceso de trabajo, en el cual la gente trabaja, usa instrumentos y transforma los materiales, sino también un proceso de valorización, que apunta a obtener una mercancía cuyo valor cubra y rebase la suma de valores de las mercancías invertidas (Marx, 1867: 138). MacKenzie (1984) retoma estas consideraciones al analizar los desarrollos tecnológicos. En el mismo sentido, aquí me pregunto por los vínculos entre el trabajo científico en el desarrollo de plantas transgénicas, y la producción de mercancías en el mercado de la biotecnología. 141

trabajo científico vinculados. El trabajo científico puede gozar de una relativa autonomía del proceso de valorización, es decir, puede desvincularse parcialmente de la producción de mercancías, de modo tal que la investigación en un laboratorio puede desarrollarse con mucha libertad, pero precisamente porque como resultado de esa libre exploración se contribuye a la acumulación de conocimientos eventualmente útiles al proceso productivo (Lefèvre, 2005). Los primeros años de la biotecnología vegetal en el país gozaron de un gran margen de libertad respecto al proceso de valorización, lo que les permitió a los científicos impregnar sus prácticas de investigación con su voluntad de que tuvieran implicaciones sociales y económicas. No existía un proceso de valorización porque aún no se habían terminado de definir las relaciones sociales que permitían la explotación de la biotecnología vegetal. A nivel internacional recién estaban comenzando las empresas a tratar de incorporar la biotecnología al proceso productivo, lo que habría de demorar varios años, y en Argentina no había nada al respecto. No había empresas, no había regulaciones estatales, no había otros científicos, no había ningún otro actor involucrado en la biotecnología vegetal. La legitimación que provenía desde el Estado –a través del Programa Nacional de Biotecnología– era difusa y concebida fundamentalmente para el área de la salud. La biotecnología vegetal era un campo virgen; o más bien, los pioneros le dieron forma a ese campo inicial. Eso les permitió desarrollarse con relativa autonomía, pudiendo expresar su voluntad en sus prácticas de investigación. Esa voluntad los llevó a pegar un salto en sus trayectorias, a elegir un objeto de investigación que tuviera una utilidad local, a desechar los modelos de investigación estandarizados a nivel internacional, a sacrificar publicaciones científicas, a vincularse con productores de papa. Por cierto, también existieron condicionamientos materiales: por un lado, escasos recursos para investigación, y también, en definitiva, recibían su sueldo de agencias de promoción de la ciencia, por lo que se esperaba que produjeran algunos artículos científicos.125 Pero eso no impidió que pudieran desarrollar con cierta libertad su trabajo científico. Fue una autonomía transitoria, que duró hasta que fueron emergiendo los condicionantes del proceso de valorización, y entonces las prácticas de estos investigadores fueron perdiendo

125

Aún cuando resulta sólido sostener que el objetivo principal de estos investigadores era producir papers, desde luego que no desdeñaban de la posibilidad de obtener algunas publicaciones, por menores que fueran. No se trata de imputarles a los actores un interés puro, pues lo habitual es que tengan conductas y motivaciones contradictorias. Pero no es a las meras acciones y motivaciones de los actores a lo que me quiero circunscribir, sino a las posibilidades que ofrecía el campo de la transgénesis vegetal en esta primera etapa en la Argentina. 142

márgenes de acción. Pero en esos breves años, que podría aproximar entre 1986 y 1991, esa autonomía existió, por lo menos comparándola con otras dinámicas posteriores. Analizar las distintas fases de un proceso de trabajo científico es crucial para evitar interpretaciones ex post. Pues si uno se ubica en un escenario actual, sabiendo que las papas transgénicas desarrolladas en la Argentina nunca fueron comercializadas, que nunca pudieron ser utilizadas por los usuarios a los que se pretendía llegar, uno corre el riesgo de imputarle el final de la historia a la voluntad inicial de los actores, y así argumentar que en realidad no querían biotecnologías localmente novedosas para beneficiar a los campesinos sino simplemente producir papers, o que su vocación social era un mera retórica para justificar su inserción en un campo científico novedoso.126 Al respecto, cabe señalar que los aspectos considerados aquí contradicen ese tipo de interpretaciones: las publicaciones que consiguieron estos investigadores fueron en revistas de menor prestigio que en las que publicaban antes de involucrarse con la biotecnología; no abordaron modelos ni temas de investigación que tuvieran originalidad a nivel internacional, sino que optaron por aquéllos que presentaban una utilidad local, etc. La objeción más importante que me suscitan estos abordajes no se circunscribe, sin embargo, a una cuestión empírica. El problema principal es que se reduce el proceso de trabajo científico a una supuesta estrategia de los actores, todo desarrollo científico se explicaría meramente por la interacción entre los actores involucrados.127 La ausencia de un producto científico tal como era concebido en los comienzos de la investigación se adjudica así a la mala fe o poca disposición de los científicos: si no se produjeron plantas transgénicas, o vacunas, o lo que fuere, se debería a que no era el verdadero objetivo de los científicos. Este razonamiento, que le imputa el devenir de la ciencia al individuo investigador, tiene dos inconvenientes. Por un lado, oculta los 126

En esta línea de argumentación, Vaccarezza y Zabala (2002: 63-64) sugieren que la elección del tema de investigación de estos científicos estuvo dada por una estrategia de incursión en un medio científico novedoso, donde el discurso de utilidad social queda inscripto sólo como justificación ideológica. Señalan que la elección del producto a desarrollar no habría tenido claros criterios de utilidad extra-científica, sino que habría estado signada por un gesto burocrático: el aval del INTA. Sobre esta cuestión, cabe destacar que la elección del cultivo no respondió a un simple aval burocrático, sino que los expertos con los que contaba el INTA Balcarce efectivamente tenían un vasto conocimiento de las problemáticas agropecuarias locales. Aún más, la elección de las variedades del cultivo –Spunta y Huinkul– responde a la búsqueda por trabajar sobre las variedades que tienen más difusión y calidad, respectivamente. Por el contrario, las plantas normalmente empleadas como modelo de la investigación puramente científica son otras: tabaco y Arabidopsis thaliana. 127

Sobre las visiones interaccionistas, que limitan las explicaciones a la conducta y acciones de los actores, sin interrogarse por los condicionamientos de la estructura social, ver en esta tesis las críticas de Bourdieu (nota 27 de la Introducción) y Lefèvre (página 61 de la Introducción). 143

condicionamientos que emergen en el propio trabajo científico y que son los que van restringiendo las dinámicas de investigación y la utilización de sus resultados.128 Por otro lado, aún cuando suele partir de una crítica social comprometida, tiene el efecto inverso: convierte al científico en un potencial superhéroe, pues supone que, de haber aplicado una estrategia sincera y correcta, podría haber transformado la realidad social por sí solo. Las papas transgénicas de los laboratorios públicos de Argentina nunca llegaron a los agricultores. Sin embargo, cultivos desarrollados por poderosas empresas biotecnológicas pudieron ser comercializados en la Argentina en relativamente poco tiempo (ver Anexo I). Eso no significa que la papa haya sido utilizada por los investigadores para canalizar otros objetivos, sino que fueron emergiendo restricciones socio-económicas posteriores que resignificaron los esfuerzos de investigación del sector público en transgénesis vegetal. En los casos estudiados aquí, la estrategia de los científicos tuvo un rol importante debido a la autonomía que presentaron los primeros años del campo de la biotecnología vegetal, y sólo en esos primeros años. En ese marco, la trayectoria de los pioneros en biotecnología vegetal en la Argentina contradice el modelo habitual en países periféricos que se ha caracterizado como de “integración subordinada” (Kreimer, 1998). En esa dinámica, un investigador termina su formación en un laboratorio de gran prestigio a nivel internacional, y luego regresa a su país iniciando un grupo de investigación cuyo tema será una pequeña porción del que trabaja el laboratorio central. Esto le permite al grupo periférico vincularse con las redes de mayor prestigio y publicar juntos en revistas de alto impacto, pero la elección de las líneas de investigación, la perspectiva global del problema conceptual y hasta sus potenciales utilidades dependen fuertemente de los centros de referencia, localizados en países centrales. En cambio, en los casos que describo en este capítulo no ocurre nada de eso, sino que incluso estos científicos producen una ruptura en relación a los temas de investigación abordados durante su etapa de formación (con una conciencia bastante acabada sobre lo que la integración subordinada implica; ver al respecto la primera cita de este capítulo). La voluntad de estos científicos de construir una forma de investigación acorde a su ideología pudo desplegarse en proyectos que no eran ni 128

Como mostraré en el capítulo siguiente, para el caso que estudio estos condicionamientos aluden al interés de las empresas en producir ciertos cultivos y no otros, a las barreras que imponen los sistemas de bioseguridad, etc. 144

dependientes ni integrados, en un marco de relativa autonomía. Pero la autonomía varía según la fase del desarrollo social. Sólo cuando la valorización del trabajo científico es incierta e incipiente –es decir, en el caso en cuestión, cuando aún no estaba del todo claro quiénes ni cómo podían explotar comercialmente a las plantas transgénicas– la autonomía tiene mayor relevancia; luego permanece sólo como ilusión. ¿No eran acaso ingenuos estos científicos, no se adjudicaban una falsa conciencia de sus posibilidades al pretender desarrollar papas transgénicas para regalárselas luego a los campesinos? En el contexto de los primeros años de la biotecnología vegetal en el país, no existía un marco regulatorio que determinara los ensayos que debía cumplir el producto ni que impusiera una barrera económica por el alto costo de esos ensayos, no existían actores dominantes que impusieron la lógica de sus intereses, no había otros científicos que compitieran en el mismo campo, y no existía una controversia acerca del uso de los transgénicos que hubiera cuestionado su liberación y donación a los campesinos. Es decir, en ese contexto, desarrollar papas resistentes a virus para que las usen los campesinos era un proyecto factible. No lo sería años después, pero sí en ese momento. Había cierta autonomía en los inicios de la biotecnología vegetal en la Argentina en la medida que los científicos pioneros tenían amplia libertad para diseñar el sentido que para ellos tenía la transgénesis vegetal. Poco tiempo después, comenzarían a aflorar una serie de condicionamientos sociales que restringían el campo de lo posible en biotecnología vegetal. Mostrar esa relativa autonomía es útil no sólo a efectos de analizar los procesos del trabajo científico, sino también para evidenciar las potencialidades de ese trabajo científico clausuradas por una serie de procesos sociales. Seguramente, al comenzar sus investigaciones en papa transgénica en la Argentina, los científicos no tuvieron en cuenta las dificultades posteriores que vendrían para poder transformar ese desarrollo en un producto útil en la agricultura. Pero, nuevamente, eso sería una imputación ex post, porque en ese entonces –mediados de la década de 1980– en la Argentina aún no habían aflorado esas “dificultades”, es decir, no había grandes razones por las cuales esas papas no pudieran emplearse efectivamente. Lo interesante es que en esos momentos de relativa libertad, en los que parecía posible desarrollar papas transgénicas para ser empleadas por los agricultores pobres, los científicos aspiraron a un tipo de desarrollo que no volvería a formar parte de la agenda de investigación en el campo. De hecho, las papas transgénicas que circulan comercialmente fueron producidas por actores y con fines muy distintos a los que aquí 145

mostré. Monsanto fabricó una papa resistente a insectos que desde 1995 comercializó en Estados Unidos y Canadá, destinada al mercado de comidas rápidas y papas fritas congeladas, aunque las sacó de circulación pocos años después, cuando dichos usuarios decidieron dejar de comprar la papa transgénica de Monsanto debido a presiones de organizaciones ambientalistas. Por otro lado, BASF está realizando los últimos ensayos a campo de una papa transgénica que se prevé salga al mercado a comienzos de la década de 2010: se trata de una papa con alto contenido de amilopectina, para ser empleada en la industria del papel. Ninguna de esas papas transgénicas se parece a la que desarrollaron los institutos de investigación pública de la Argentina hacia 1990, la papa resistente a virus que esperaban regalar a los agricultores pobres. La razón por la que esa papa nunca llegó a destino es que fueron emergiendo una serie de condicionamientos sociales que cambiaron el contexto de producción y uso de cultivos transgénicos. Esos condicionamientos son complejos y variados, y a ellos se refieren los capítulos sobre regulaciones, sobre empresas de biotecnología y sobre las controversias respecto al uso de los transgénicos. Estos condicionamientos operan, a su vez, sobre la propia dinámica del trabajo científico. Los investigadores se adaptaron a los márgenes que el nuevo contexto social les impuso respecto a lo que pueden hacer en transgénesis vegetal, cómo y con quién hacerlo. Cada una de las variables que estructuran la dinámica del trabajo científico descriptas aquí habrán de cambiar drásticamente en ese nuevo contexto: las trayectorias de los investigadores, los temas de investigación, los modelos de investigación, los posibles usuarios de la biotecnología con los que se vinculan, todo habrá de cambiar. Se estructura así una dinámica de trabajo científico completamente distinta. Pero esa es otra historia. Es la historia del capítulo que sigue.

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Capítulo 3 Estabilización y adaptación en un campo de conocimiento. Segunda etapa de la biotecnología vegetal en la Argentina (1991-2010) Luego de una primera etapa en la que la biotecnología vegetal comenzó como un campo con escasas restricciones, donde los investigadores redefinían sus carreras en función de un proyecto con el que aspiraban a resolver problemas sociales desde la transgénesis vegetal, llegaría un período de mayor estabilidad. En esta etapa (mucho más extensa que la primera), aparecen mayores restricciones en la producción y uso de conocimientos en biotecnología de plantas. Mientras que la primera etapa comprende un período que he situado entre 1986 y 1991, esta segunda etapa se extiende desde entonces hasta la actualidad. Aquí, los roles de los actores sociales involucrados en este campo se definen de un modo más preciso y acotado. Por todo esto, me refiero a esta etapa como a la aparición de un campo estabilizado. Esto se debe a la consolidación de los actores dominantes (las grandes empresas biotecnológicas, como describo en el Capítulo 4), la construcción de un sistema de regulación de la bioseguridad (ver Capítulo 5), entre otros aspectos. En este capítulo describo la dinámica de la investigación en biotecnología vegetal en el sector público durante este período. Mostraré los elementos presentes en las prácticas de los investigadores que contribuyeron a la consolidación de un modo distinto de producir y utilizar conocimientos en este campo, tales como las configuraciones institucionales de los espacios de investigación y los efectos de la competencia entre científicos. Pero los elementos que han contribuido decisivamente a la configuración de esta segunda etapa de la biotecnología vegetal, son elementos externos a las prácticas de laboratorio y sobre las que me explayo en los siguientes capítulos (empresas de biotecnología, sistema regulatorio, controversias públicas). En el presente capítulo mostraré sobre todo la adaptación de las prácticas de investigación a este campo estabilizado. Analizaré cómo se redefinieron los conflictos entre las disciplinas vinculadas a la transgénesis vegetal, de qué modo continuaron investigando y qué cambios acontecieron en esas investigaciones. Discutiré, asimismo, las posibles implicancias de estos cambios en un campo de conocimiento, respecto a las conceptualizaciones en torno a los regímenes de conocimiento. Estos cambios son

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significativos, pues, en cierto sentido, algunas de las posibilidades que ofrecía la biotecnología vegetal en sus orígenes se han visto restringidas con el correr de los años. Si bien en esta segunda etapa se despliegan numerosos grupos de investigación en transgénesis vegetal, yo centraré mi análisis en el grupo de Esteban Hopp y en el de Alejandro Mentaberry, por ser los referentes en el área, y porque en sus actividades se reflejan las dinámicas de esta etapa. No obstante, también incluiré a algunos otros grupos que han cobrado relevancia en este período, a fin de mostrar la diversidad de actores que emergen y, al mismo tiempo, la similitud entre algunas de sus actividades. Empezaré mostrando las características contextuales de este período, incluyendo las de los espacios institucionales de investigación. Luego, analizaré el modo en que se presentaron y resolvieron los conflictos principales entre las disciplinas afectadas por la transgénesis vegetal. Estudiaré diversos proyectos de investigación vinculados a la transgénesis que se han desplegado en este período. También incluiré un caso muy singular, en el que la desconfianza hacia el uso de los transgénicos (que se generalizó en este período, al menos en controversias que han tenido lugar, sobre todo, en Europa) fue utilizada por un centro público de investigación en Argentina para producir, paradójicamente, más cultivos transgénicos, a través del Laboratorio de Detección de OGMs. Asimismo, analizaré el modo en que los científicos orientaron sus agendas de investigación hacia los intereses de las empresas biotecnológicas, y también hacia las posibilidades de obtener espacios de reconocimiento académico a través de la producción de conocimiento original en temas relacionados con la transgénesis. Finalmente, lo analizado hasta aquí me permitirá discutir el concepto de “regímenes de conocimiento”, en la medida que mi análisis muestra, más bien, la existencia de etapas en el proceso de producción del trabajo científico.

3.1.

Nuevos contextos para la biotecnología

La segunda etapa de la biotecnología vegetal en la Argentina comienza con un contexto político caracterizado por una fuerte retracción del Estado, que se evidencia también en cuestiones de política científica, en el marco del período neoliberal que arraigó en la década de 1990. El período que abarca desde 1991 hasta 2001, comprende una continuación de las políticas de liberalización económica que se habían manifestado desde el golpe militar de 1976 (Arza et al., 2008). Se profundizó así un proceso de desindustrialización y desmantelamiento del sector público (Thwaites Rey, 1999;

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Azpiazu et al., 2001), disminuyendo también la participación de los programas científicos en el presupuesto global (Oszlak, 2003). Una coyuntura distinta comienza desde el 2002, destacándose una mayor presencia de la iniciativa pública en política científica y tecnológica desde el gobierno de Kirchner (Arza et al., 2008). Esta mayor presencia se evidencia en un aumento claro del financiamiento de las actividades de investigación en instituciones públicas.129 No obstante, en este capítulo mostraré que la dinámica de producción de conocimientos en biotecnología vegetal, una vez estabilizada, se ha mantenido sin mayores cambios. En cuanto a las políticas de promoción de la biotecnología, ésta ha pasado a ocupar, desde el 2005, un lugar central en los planes oficiales. Sin embargo, se trata, en general, de políticas muy amplias (la biotecnología, como tal, supone un abanico de posibilidades extremadamente variado), no orientadas a obtener un producto en particular. En ese sentido, en lo que se refiere al desarrollo de plantas transgénicas, el sector público ha incrementado sus capacidades dentro de los laboratorios, pero en las etapas de producción y regulación que siguen, la ausencia del Estado continúa vigente, de modo tal que los investigadores generan vínculos con empresas para buscar una salida a sus plantas transgénicas. Respecto al financiamiento que provenía del exterior, también se han evidenciado cambios, aunque en un sentido distinto. Los laboratorios que estudié tenían diversos proyectos en colaboración con Francia, Alemania y España. Eran proyectos en los que la parte argentina tenía una notoria incidencia, no sólo en la participación en lo que refiere al trabajo, sino también en la formulación de la agenda de investigación. Sin embargo, en los últimos años esto se ha modificado. La Unión Europea –a través de sus Programas Marco– propició una política de grandes redes, que implica la articulación de unos 15 laboratorios para poder obtener financiamiento. En esas grandes redes, la capacidad de incidencia de uno o dos laboratorios argentinos se vuelve débil. De modo que ya no participan en la decisión de la agenda de investigación de esas redes, sino que sólo contribuyen con una sección del trabajo conjunto. 129

Mientras que en 2002 el gasto en actividades de ciencia y tecnología fue de 453 millones de dólares, en 2008 estuvo alrededor de los 2.000 millones de dólares. Expresado en términos más relativos, en 2002 el gasto en ciencia y tecnología en la Argentina representaba el 0,44% de su PBI, mientras que en 2008 alcanzó el 0,6% del PBI. También aumentó la proporción de investigadores, pues si en 2002 había 2,78 investigadores por cada 1000 integrantes de la población económicamente activa, en 2008 esa cifra llegó a 3,95. Los datos están extraídos de la Red Iberoamericana de Indicadores de Ciencia y Tecnología (RICYT). 149

Ese cambio es probablemente común a distintas disciplinas.130 Pero hay un aspecto adicional en el caso de la biotecnología vegetal. En Europa se fueron sucediendo distintas medidas que restringen el uso de los cultivos transgénicos (ver Capítulo 7). Ello implicó una disminución en la inversión que Europa hizo para el desarrollo de la biotecnología vegetal. En los proyectos de investigación financiados por la Unión Europea, existe una “prohibición virtual” para realizar transgénesis vegetal – debido a la posición contraria que mayoritariamente mostraron los países europeos respecto a los cultivos genéticamente modificados–, de modo que los laboratorios argentinos participan en esas redes con temas de investigación vinculados al funcionamiento y caracterización de los genes, por ejemplo, pero no con el objetivo de producir plantas transgénicas (Entrevista a Hopp, 2009). De modo que la inversión pública en ciencia en general (y en biotecnología en particular) siguió un rumbo distinto en la Argentina que en Europa. En cuanto a las políticas dirigidas al sector biotecnológico conviene mencionar algunos los planes gubernamentales que ha habido en la materia, aún cuando no definen, en sí mismos, la situación en la que habrá de desenvolverse la biotecnología vegetal. El primero, como señalé en el capítulo anterior, fue el Programa Nacional de Biotecnología, que se creó en 1982 y en con el que se aspiraba a crear de un único instituto que concentrara las principales líneas de investigación en el área. Poco después, con el gobierno democrático, se reformularon estos objetivos, optándose por la estrategia de desarrollar una red de laboratorios (Hurtado, 2010). En 1992 se creó el Programa Nacional Prioritario de Biotecnología, que buscaba promover proyectos de investigación concertados con el sector privado (MINCYT, 2010). En 2007 se promulgó una ley de promoción de la biotecnología moderna, que concedió beneficios –de tipo fiscal– para la investigación y producción en biotecnología (Ley 26.270). Hasta ahí, la biotecnología ocupó un lugar central en la retórica de la política científica –junto a otras nuevas tecnologías, como la nanotecnología–, pero de un modo inespecífico.131 Con un enfoque 130

En las últimas décadas se estaría registrando un cambio de escala en las formas de hacer ciencia, de modo que las unidades de investigación están conformadas por grandes redes de cientos de investigadores, y de ello dan cuenta los lineamientos que establece para financiar las actividades científicas la Unión Europea, a través del Programa Marco (Kreimer, 2007) 131

La definición empleada en estos documentos respecto a la biotecnología es muy amplia. La mencionada ley, por ejemplo, entiende por “Biotecnología Moderna” a: “toda aplicación tecnológica que, basada en conocimientos racionales y principios científicos provenientes de la biología, la bioquímica, la microbiología, la bioinformática, la biología molecular y la ingeniería genética, utiliza organismos vivos 150

más acotado aparece el “Plan Estratégico 2005-2015 para el desarrollo de la Biotecnología Agropecuaria”, con la intención de promover la biotecnología en dicho sector. Nuevamente, se trata de un programa amplio, que busca impulsar la convergencia de esfuerzos público y privados en el desarrollo de la agrobiotecnología. Es posible, en este sentido, que estos planes supongan una suerte de réplica más o menos automática de una agenda internacional, particularmente europea, en la medida que hace varios años que allí se impuso la necesidad de desarrollar tres nuevas grandes áreas del conocimiento: biotecnología, nanotecnología y tecnologías de la comunicación. Sin embargo, aún dentro de esta similitud, cabe destacar una diferencia. Desde mediados de la década de 1990, la Unión Europea ha impuesto severas restricciones a los cultivos transgénicos (ver Capítulo 7). Algunos países, en particular, han continuado con una política de restricción de los OGMs. En ese sentido, los planes de promoción de la biotecnología de la Unión Europea evitan promocionar directamente el desarrollo de cultivos transgénicos, y en cambio, cuando se refieren a los mismos, mencionan las acciones de reglamentación y evaluación de los mismos.132 El Plan para la Biotecnología Agropecuaria argentino, en cambio, promueve explícitamente el desarrollo de los cultivos genéticamente modificados, estableciendo así una clara diferencia con las políticas europeas. De todos modos, he de insistir en que estos planes, al menos en la Argentina, no determinan el modo concreto en que se habrá de desarrollar la biotecnología, sino que establecen un marco, en todo caso, de legitimación general de ciertas ramas del conocimiento desde el Estado. Habiendo mencionado así los instrumentos normativos que han surgido en torno a la biotecnología, a continuación analizo cómo fueron cambiando los espacios principales de investigación en biotecnología vegetal, a fin de poner en evidencia cómo operaron en concreto las coyunturas político-económicas.

o partes derivadas de los mismos para la obtención de bienes y servicios, o para la mejora sustancial de procesos productivos y/o productos, entendiéndose por ‘sustancial’ que conlleve contenido de innovación susceptible de aplicación industrial, impacto económico y social, disminución de costos, aumento de la productividad, u otros efectos que sean considerados pertinentes por, la Autoridad de Aplicación”. Esta amplitud incluye, por supuesto, a quienes desarrollen plantas transgénicas, pero también a quienes desarrollan alimentos, medicamentos o materiales, recurriendo o no a la transgénesis. Esto no es un problema en sí mismo, simplemente pretendo señalar la ausencia de una promoción específica de la transgénesis vegetal. 132

Ver, por ejemplo: Ciencias de la vida y biotecnología - Una estrategia para Europa, Comunicación de la Comisión al Consejo, al Parlamento Europeo, al Comité Económico y Social y al Comité de las Regiones, 2002. 151

3.1.1. Espacios para la investigación En los primeros años de la investigación en biotecnología vegetal, ésta se concentraba en el INTA y el INGEBI. Con el tiempo, fueron surgiendo grupos de investigación en otras instituciones, como mostraré más adelante. Aquí me detendré en particular en el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para reflejar cómo operaron los cambios generales en política científica durante este período, en un espacio fundamental para la investigación agropecuaria. En efecto, el INTA es la institución que concentra la mayor parte de la investigación en temas agropecuarios en la Argentina, y fue uno de los espacios principales donde se desarrolló la transgénesis vegetal. Se trata, como mencioné en el capítulo anterior, de un centro público que se ha caracterizado por realizar tanto investigación como extensión agropecuaria, con gran presencia territorial. Esta estructura institucional fue la que evitó, en buena medida, su privatización durante la década del ’90, acaso el período más incierto para el INTA. Durante esa década cambió el modo de financiamiento de la institución, disminuyendo notablemente sus recursos, lo que llevó a destinar la casi totalidad de los mismos hacia el pago de sueldos. El mismo decreto-ley que establece la creación del INTA en 1956, fija el modo en que se rige su financiamiento, al determinar que el INTA recibirá el 1.5 % del gravamen que se impone a las exportaciones de productos agropecuarios. La lógica que yacía detrás de este modo de financiamiento es que el INTA debía lograr un aumento de la productividad agrícola, lo cual redundaría en un incremento en las ganancias de las exportaciones del sector, y por ende un porcentaje de esas exportaciones debía volver al INTA para continuar el ciclo. La autarquía con que es dotada la institución le permite manejar libremente sus ingresos y darle otras ventajas, como la importación de equipos libre de derechos. Sin embargo, este mecanismo de financiamiento habría de sufrir serias modificaciones. Durante la última dictadura militar, un decreto-ley del año 1980 le quitó al INTA su financiamiento vía exportaciones, y pasó a depender de los aportes que le otorgara el Tesoro Nacional (INTA, 2000). Restablecida la democracia, una nueva legislación de 1984 le restituye al INTA su autarquía administrativa y financiera, devolviéndole el gravamen del 1.5 % de las exportaciones (Ley 23.058). A fines de 1992, un decreto disminuye su fuente de financiamiento del 1.5% al 1%. Luego, en 1994, pasa a depender nuevamente del Tesoro Nacional. Durante esos años el INTA atravesó una situación de ahogo financiero, donde el escaso presupuesto que recibía era destinado casi en su totalidad al pago de salarios, con lo que prácticamente no quedaban 152

fondos para financiar la investigación.133 El mecanismo de financiamiento de la institución cobró un nuevo giro en 2002. Luego de la crisis político-económica que sacudiera al país en 2001, se abrió una nueva etapa para el INTA, marcada por una significativa afluencia de recursos: de menos de 100 millones de pesos pasaría a tener más de 1.000 millones de pesos.134 Pero junto con el monto total que recibe el INTA, también cambió el mecanismo por el cual se financia. Una nueva ley del 2002 modificó la adscripción original de su financiamiento, de modo que ya no dependería de las exportaciones, sino de un porcentaje (alrededor del 0.5%) de las importaciones (Ley 25.641). Con este mismo mecanismo se financia el Instituto Nacional de Tecnología Industrial (INTI), aunque éste recibe un porcentaje sustancialmente menor: el 0.05%.135 Este cambio de dependencia del financiamiento del INTA en principio resulta paradójico, pues la lógica de que se financie a partir de las exportaciones del sector agropecuario se explicaba porque es una función de la institución el aumentar la productividad del sector. Sin embargo, este cambio en el mecanismo de financiamiento no es azaroso, sino que responde a un conflicto de intereses propio del sector agropecuario argentino y que se refleja en el INTA. La estructura de gobierno en el INTA a nivel nacional (que se reproduce a nivel de sus Centros Regionales) es de carácter mixto: hay 5 representantes del sector público (de universidades nacionales y del Poder Ejecutivo Nacional) y 5 representantes del sector privado (la Sociedad Rural Argentina, las Confederaciones Rurales Argentinas, la Confederación Intercooperativa Agropecuaria Coop. Ltd., la Asociación Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola y la Federación Agraria Argentina). La resistencia a que el INTA se financie con las exportaciones agropecuarias venía de parte de organizaciones de productores que consideraban que 133

Su presupuesto por entonces era de alrededor de 100 millones pesos, de los cuales aproximadamente el 95% se destinaba a cubrir los sueldos del personal del INTA y mantener mínimamente la infraestructura. No quedaba dinero para financiar investigaciones, ni para abrir nuevos cargos (Entrevista a Pensel, 2009). 134

En palabras de Carlos Casamiquela, presidente del INTA: “Desde 2003 a esta parte, el presupuesto aumentó un 660%. Estoy hablando de masas globales: de unos cien millones de pesos en 2002 a mil millones, en números redondos, en 2009/10” (INTA, 2010). 135

Ver Ley 26.422. El INTI también sufrió un ahogo financiero durante la década del ’90. Sin embargo, su estrategia de adaptación a las circunstancias fue muy distinta a la del INTA. Éste mantuvo su perfil de investigación y extensión, congelando su personal y actividades y desviando fondos de otros rubros; por ejemplo, reduciendo los incentivos para la realización de convenios de vinculación tecnológica (Moscardi, 2007). El INTI, en cambio, se orientó hacia un financiamiento mixto: mientras que sus autoridades son nombradas por el Poder Ejecutivo Nacional, sólo una parte de sus recursos financieros provienen del Estado, el resto se origina en el cobro de los servicios que presta a las empresas. Así, el INTI está abocado en gran medida a prestar servicios a terceros, mientras que el INTA se dedica fundamentalmente a la investigación y extensión. 153

este aporte le restaba competitividad, y que en definitiva el Estado podía financiar al INTA sacando dinero de otro sector.136 Bajo el paradigma neoliberal de la década de 1990 –uno de cuyos ejes era que el gobierno debía retirarse de la provisión de servicios allí donde pudiera hacerlo el sector privado– a nivel global ocurrió que muchos de los centros de investigación sobre temas agrícolas se desprendieron de sus sectores de extensión, pasando a constituirse como un servicio privado (Zezza, 2002; Ardila, 2010; Pomareda y Hartwich, 2006). En tal escenario se disponía a entrar el INTA, del que se consideraba que “resultaba ineficiente tanto para transferir tecnología a los sectores productivos como para asociarse con el sector privado en aquellas actividades en que éste era más competitivo”, y “en la perspectiva de representantes del gobierno en el Consejo Directivo, de funcionarios del Ministerio de Economía y de la Subsecretaría de Agricultura y de algunos consultores vinculados organismos internacionales, era necesario privatizar el INTA, para lograr mayor autonomía, celeridad y flexibilidad” (Calandra, 2007). Además, desde sectores empresarios argumentaban que la institución se “estaba focalizando solamente en la agricultura familiar, que el aporte que hace al desarrollo tecnológico no era suficiente, que se fue orientando más hacia el desarrollo de programas sociales, agricultura familiar…” (Entrevista a Cetrángolo, 2009). No obstante, el proyecto privatizador encontró fuertes resistencias dentro del INTA. Los actores regionales se habrían opuesto con vehemencia, puesto que “los modelos privados tenían la dificultad de que no podían contener a los consejos regionales, con lo cual eliminaban una instancia de participación y control que otorgaba beneficios a representantes regionales y directores de centro” (Calandra, 2007). Esto sugiere que la propia presencia territorial del INTA, reforzada por la descentralización operada en la década del ’80, habría sido uno de los factores decisivos en el mantenimiento del perfil público de la institución. De este modo, continuaría siendo un espacio de referencia para la investigación pública en biotecnología vegetal durante los años siguientes.

136

Este conflicto se evidenció también en los ’90, momento en que la Federación Agraria (sector que tradicionalmente representaba a los productores medianos) habría sido la única organización de productores en argumentar a favor del financiamiento vía exportaciones agropecuarias: “El INTA tuvo tradicionalmente un financiamiento dado por las exportaciones agropecuarias. Cavallo le saca esto, y ahí la Federación Agraria fue la única entidad agropecuaria que salió a decir ‘nosotros queremos seguir pagando esto, porque creemos que esto es una buena inversión’. Cavallo tenía la teoría de decir que había que sacar todo aquello que le quitara competitividad a la exportación.” (Entrevista a Vueguen, 2009). 154

3.2.

Las semillas y los genes: conflictos y equilibrios entre la agronomía y la

genética En lo que se refiere a los espacios disciplinares, el inicio de la biotecnología vegetal desplegó en una primera etapa una gran inestabilidad entre las disciplinas, por cuanto se sentían amenazadas por la expansión de las técnicas de la biología molecular. En una primera etapa, entonces, los espacios propios de la biotecnología vegetal eran difusos y se solapaba con otras áreas de la investigación vegetal, lo que generaba muchas tensiones. De modo que allí donde comenzó la biotecnología vegetal, hubo una primera etapa marcada por conflictos entre disciplinas.137 Esto no ocurrió tanto en el INGEBI, la otra institución donde comenzaron las investigaciones en biotecnología vegetal, por cuanto era un instituto reciente dedicado a la biología molecular, y no había allí otros grupos trabajando en temas vegetales. Pero sí fueron notorios los conflictos en el INTA. En 1987 se creó el Programa de Biotecnología del INTA, dando lugar a un proceso de consultas entre los referentes de la institución, donde se observa un despliegue de dudas en relación a los espacios disciplinares que ocuparía la biotecnología. Uno de ellos, por ejemplo, señala que dicho Programa se superpone con las áreas temáticas de Recursos Genéticos y de Producción Animal, observando que “una misma área temática se encuentra abarcada simultáneamente en tres nuevos Programas Nacionales” (INTA, 1987a). Otro advierte que “surge una evidente confusión entre el contenido de los programas de Biotecnología, de Producción Vegetal y la mayoría de los programas por producto” (INTA, 1987b). Lo que estaba en discusión era el espacio que ocuparía la biotecnología y, por ende, el espacio que les quedaría a las otras disciplinas afectadas. Si la biotecnología podía desplegar un enfoque molecular y basado en técnicas de ingeniería genética sobre todo el ámbito de la investigación agropecuaria, ¿qué sería de las otras disciplinas del sector que habían mantenido su espacio de trabajo durante largos años? Eran disputas por un espacio sobre todo cognitivo (los temas y técnicas de investigación en plantas), pero también por el espacio de los recursos materiales. 137

Un conflicto de este tipo se dio también al intentar introducir los marcadores moleculares en la industria del vino. Si bien los marcadores moleculares no implican el uso de la transgénesis, constituyen otro desarrollo de la biología molecular. A mediados de la década de 1990, la empresa Bio Sidus había avanzado en un proyecto para caracterizar las variedades de vid mediante marcadores moleculares, para lo cual había generado un convenio con un instituto de vitivinicultura. Sin embargo, los ampelógrafos temían ser desplazados mediante estas técnicas, y presionaron hasta frenar el proyecto (Entrevista a Rudoy, 2010). La ampelografía es la disciplina que se ocupa de caracterizar a las variedades de vid morfológicamente, es decir, mediante su aspecto. 155

Algo similar ocurrió en las relaciones con el Centro Internacional de la Papa. Como mencioné en el capítulo anterior, se trata de un centro –con sede en Perú– de referencia en el estudio de la papa, dominado por ingenieros agrónomos que realizaban mejoramientos convencionales en los cultivos (recién a mediados de la década de 1990 el CIP comenzó a incursionar en la biotecnología138). Según Mentaberry, cuando los científicos del INGEBI les comentaron a los investigadores del CIP que habían obtenido una planta de papa transgénica gracias a una hoja de papa con virus PVX que había sido donada originalmente por el CIP, éstos se sintieron sorprendidos y ofendidos, pues por entonces en el CIP no veían con buenos ojos la modificación genética de la papa (Entrevista a Mentaberry, 2009). ¿Por qué se producían estos conflictos y recelos? La transgénesis constituía una amenaza indudable para el mejoramiento convencional (tarea que concierne a los fitomejoradores), por varios motivos. En primer lugar, los métodos tradicionales son mucho más lentos, pudiendo demorarse hasta 15 años en obtener una nueva variedad; mientras que la transgénesis –al manipular directamente el rasgo de interés– disminuye considerablemente los tiempos (Miranda, 1999). La especificidad, también, es una cualidad que distingue a la biotecnología: se insertan sólo los genes de interés; en cambio, con el cruzamiento convencional se selecciona en base a los caracteres de interés pero arrastrando un gran conjunto de genes. Finalmente, la transgénesis expande ilimitadamente la posibilidad de obtener plantas con nuevos rasgos, pues cualquier gen puede –en principio– ser introducido en el genoma de la planta, mientras que el mejoramiento convencional trabaja sólo con la variabilidad dentro de una misma especie (o generando mutaciones mediante agentes físicos o químicos, lo que lleva a que el gen finalmente seleccionado esté acompañado de muchos otros genes, deseados o no) (Muñoz de Malajovich, 2006). Es decir, la manipulación genética permitía obtener nuevas variedades vegetales traspasando las fronteras entre especies, algo que el mejoramiento convencional no podía lograr. Con estas diferencias, la biotecnología

138

Hacia 1997, el 15% del personal del Centro Internacional de la Papa trabajaba en proyectos de biotecnología (CIP, 1998). Aún cuando paulatinamente el CIP fue incorporando las herramientas biotecnológicas, siguió siendo considerado como un centro de estudio y mejoramiento convencional de la papa, incluso cuando también desarrolló papas transgénicas. De hecho, cuando la controversia sobre el uso de los transgénicos se había expandido, el CIP salió a decir públicamente que sus papas transgénicas eran “para desarrollar la capacidad científica de trabajo con esta nueva biotecnología” pero que no serían sembradas (Anderson, 2007). 156

parecía tener armas suficientes para desplazar la forma convencional en la que se venía manejando la producción de variedades de plantas. Las labores de fitomejoramiento son normalmente desarrolladas por ingenieros agrónomos en invernaderos y campos. La transgénesis vegetal, en cambio, es utilizada por biólogos moleculares o biotecnólogos en laboratorios. El objetivo puede ser común: obtener nuevas variedades de plantas. Pero esto evidencia que con el cambio cognitivo cambian las disciplinas y cambian los espacios de intervención. La resistencia a la biotecnología vegetal la encabezaban precisamente los ingenieros agrónomos, que querían resguardar su dominio del mejoramiento vegetal. El arribo de la biotecnología habría de trastocar este orden. El mundo de las semillas se trasladaría al de los genes. El campo y el invernadero como espacios privilegiados para la actividad, serían desplazados por el laboratorio. Los ingenieros agrónomos como dueños del conocimiento en mejoramiento vegetal, serían relegados por biólogos moleculares. La guerra era inminente. La primera batalla la ganaron los ingenieros agrónomos. Su táctica fue esperar a que el adversario se sintiera cómodo y se acercara imprudente al campo enemigo. Allí, en su propio terreno, los ingenieros agrónomos asestaron un duro golpe. Hacia 1990 los laboratorios del INTA y del INGEBI habían obtenido las primeras plantas transgénicas: la papa resistente a virus. Luego generaron varias líneas distintas (es decir, plantas de papa que portaban el mismo transgén, pero insertado en lugares distintos del genoma), a fin de probar la que mejores resultados brindaba. Hasta entonces las actividades de investigación en transgénesis vegetal habían tenido como lugar preponderante el laboratorio. Pero en esta etapa necesitaron salir al campo para probar las plantas. Ése era el terreno de los ingenieros agrónomos. Los pioneros en biotecnología vegetal generaron algunos cientos de líneas de papa transgénicas resistente a virus, y las llevaron al INTA Balcarce. Allí debían realizarse los ensayos a campo.139 Los biólogos moleculares mostraron así su flanco débil: si querían fabricar una planta transgénica que se insertara en la agricultura, necesitaban de los ingenieros agrónomos para los ensayos a campo. Esta era la cuota de poder que les quedaba a los ingenieros agrónomos en la 139

Ninguno de los lugares donde se construyeron las papas transgénicas (ni el Instituto de Biología Molecular del INTA ni el INGEBI) disponían de campos donde realizar estos ensayos. En Balcarce fueron recibidos fríamente por un referente de la institución de muy larga trayectoria en mejoramiento convencional de plantas: “Este hombre era muy conservador en ciencia. Recuerdo que fui hasta Balcarce, le dije (…) que le traía las papas transgénicas, que yo quería darle una salida a eso. Este hombre me recibió en un pasillo –después de hacerme los 400 km hasta Balcarce–, y me dijo que él no creía en la biotecnología. Me fui con la cabeza baja.” (Entrevista a Mentaberry, 2010) 157

disputa por la manipulación de las plantas, y la hicieron valer. No se anduvieron con sutilezas, y les pasaron por arriba a las papas transgénicas. En medio de tanta metáfora bélica, conviene explicarle al lector que lo de “pasarles por arriba” no se trata de una exageración retórica. Literalmente, las plantas transgénicas fueron masacradas por un tractor. Se adujo un descuido a modo de explicación de lo sucedido; en las guerras entre profesiones hay momentos para el desenfreno en el campo de batalla y momentos para resguardar las formas de cortesía. Pero el mensaje había llegado con claridad. La biotecnología tiene poderosas herramientas para transformar a las plantas en los laboratorios, pero no puede ignorar a los ingenieros agrónomos, pues tarde o temprano las plantas deberán llegar a los campos. Los pioneros en biotecnología vegetal en la Argentina vieron con desasosiego cómo sus esfuerzos en construir cientos de plantas transgénicas habían sido destruidos bajo el peso del tractor de los agrónomos. Los emperadores del laboratorio eran mendigos en los campos. Llegaría el tiempo del armisticio. Los agrónomos habrían de aceptar que un nuevo actor había llegado con herramientas tan poderosas para transformar las plantas que no se lo podía ignorar. Los biotecnólogos, por su parte, debían reconocer que era necesario contar con los agrónomos como aliados, pues ellos aún gobernaban el mundo de las plantas fuera del laboratorio. Esto no es otra cosa que una división del trabajo. Los biólogos moleculares utilizando la biotecnología para modificar la estructura genética de las plantas en el laboratorio, los agrónomos seleccionando las mejores plantas genéticamente modificadas en los ensayos a campo. Al establecerse con claridad los roles, cesaron las tensiones y comenzó la cooperación. Aún si cada disciplina delimitó su campo de acción, la biología molecular se consolidó como una disciplina dominante, por cuanto se impuso en muchas áreas de trabajo en plantas y modificó su estructura.140 Esto se evidencia en los espacios institucionales que en el INTA estaban gobernados por ingenieros agrónomos. El hecho de que la biotecnología de plantas se haya desarrollado inicialmente en el Instituto de Virología del INTA y no en el de Genética, responde en parte a los vínculos previos que había entre la biología molecular y la virología, como explico en el capítulo 2. Pero también se debe al peso que tenía el mejoramiento convencional de plantas en otros espacios del INTA, como el Instituto de Genética. El fitomejoramiento es precisamente la obtención de variedades de plantas con cualidades deseables, a través del cruzamiento 140

Por cierto, la expansión de la biología molecular, tanto a nivel internacional como a nivel local, ocurrió no sólo en el área de plantas, sino en las ciencias biológicas en general (Kreimer, 2010). 158

convencional de plantas, a lo que luego se le fueron incorporando técnicas como la generación de mutantes por radiación, con el fin también de encontrar nuevas variedades de interés.141 En 1945 se crea el Instituto de Fitotecnia, como dependencia del Ministerio de Agricultura, en el mismo lugar en el que años más tarde se crearía el Centro Nacional de Investigaciones Agropecuarias del INTA, en Castelar. Luego, el Instituto de Fitotecnia pasaría a llamarse Instituto de Genética. Era un espacio dominado por los ingenieros agrónomos, pero con el tiempo, la biología molecular habría de cambiar su estructura.142 Así lo ilustra el director del Instituto: “En el principio, cuando yo entré [1977], éramos todos ingenieros agrónomos; ahora la mayoría son biólogos moleculares, o biotecnólogos, o biólogos… Ahora hay muchas más actividades de laboratorio que de campo… Los biólogos moleculares hasta el invernáculo van, pero ya hasta el campo, no… El agrónomo se adaptó más al laboratorio que el biotecnólogo al campo.” (Entrevista a Salerno, 2009)

Esta última frase ilustra la hegemonía de la biología molecular. El mejoramiento vegetal pasó a depender de la manipulación genética, a través de la transgénesis o del uso de marcadores moleculares. Sobre los ingenieros agrónomos recae luego la responsabilidad de los ensayos a campo y de cruzar las plantas transgénicas de laboratorio con las variedades comercialmente atractivas, de modo tal de incorporar el transgén en las variedades de élite. Al afianzarse la división del trabajo, se entró en una etapa de mayor armonía entre las profesiones, ya no tenían que temer por su propia existencia o probar su utilidad; cada una se fue ajustando a su nuevo rol y comenzaron a cooperar entre sí.

3.3.

Proyectos con cultivos transgénicos

Si el primer período de la investigación en biotecnología vegetal en el país estuvo centrado en el proyecto de la papa resistente a virus, con la intención de que esa papa transgénica llegara directamente a los agricultores, durante esta nueva etapa se modificó el propio proyecto de la papa (en cuanto a su destino, su forma de llegar al mercado, e 141

El prefijo “fito” deriva del griego “phyton”, que significa “vegetal”.

142

En 2010, el Instituto de Genética del INTA contaba con 30 ingenieros agrónomos, siendo la primera minoría en cuanto al perfil de las carreras de los miembros del instituto. Pero los biotecnólogos, genetistas, biólogos, bioquímicos y químicos sumaban 34. En el Instituto de Virología, donde, como he dicho anteriormente, comenzó a consolidarse la biología molecular en el INTA, no contaban en 2010 con ningún agrónomo, aunque había 18 veterinarios. En cambio, los biotecnólogos, biólogos, químicos y bioquímicos sumaban 38. Datos extraídos del Departamento de Recursos Humanos del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas del INTA. 159

incluso en cuanto a sus características técnicas), así como también se desplegaron proyectos que giraron en torno a otros cultivos transgénicos, como soja, maíz y girasol.

3.3.1. Con los virus de la papa Aunque no se trata de un cultivo transgénico, el kit de diagnóstico de virus de papa comenzó en la primera etapa de acercamiento a la biotecnología, cuando los investigadores del INTA y del INGEBI estaban caracterizando a los virus de la papa, hacia 1988. Fue una empresa la que se interesó en desarrollar el kit. Almidar era una empresa que se dedicó en un principio a la comercialización de químicos para la industria textil y del vidrio, y poco después amplió su mercado hacia los químicos agropecuarios. Básicamente, Almidar se dedicaba a importar productos químicos de una empresa israelí. En 1984 incorporó a su oferta vacunas avícolas y otros productos terapéuticos agropecuarios. La principal fuente de ingresos de la empresa, sin embargo, era la comercialización de productos químicos de firmas extranjeras (Correa, 1994). En 1988, la empresa abrió un departamento de biotecnología, denominado BioAlmidar, a cuyo frente puso al Dr. Moisés Burachik (FAB-IICA, 1993).143 El objetivo era encontrar proyectos de interés para el incipiente mercado agropecuario de la empresa. Burachik decide invertir en un kit de diagnóstico para virus de papas, en base a los estudios genéticos de los virus que había hecho el grupo de Mentaberry en el INGEBI y el de Hopp en el INTA. Se establece así un convenio que va desde 1988 hasta 1991. La empresa puso a una investigadora a desarrollar el kit en los laboratorios del INGEBI y del INTA, a quienes se les pagó por la asistencia técnica (Entrevista a Haim, 2010). Este kit sí habría de llegar al mercado, pero no en la Argentina. Dado su estrecho vínculo y dependencia comercial con Israel, la empresa decidió abrir allí una firma biotecnológica, Agrilab. Mandaron a su investigadora a entrenar al equipo de Agrilab, y pronto generaron una patente para Europa.144 Almidar habría roto luego sus vínculos con la empresa proveedora de Israel, lo que derivó en la venta de todos sus activos, incluyendo Agrilab, y cerró Bio-Almidar. La patente del kit se realizó por el proceso de detección de las secuencias genéticas de los virus de plantas, no por la 143

Burachik es doctor en Ciencias Químicas por la Universidad de Buenos Aires y postdoctorado en Rockefeller University y New York Blood Center. En los años posteriores a la experiencia en BioAlmidar, Burachik jugaría un rol principal en la formulación de los marcos regulatorios de la biotecnología agropecuaria en la Argentina (ver Capítulo 5). 144

European Patent 0 444 649 A2, a nombre de Agrilab, y como inventores figuran Moisés Burachik y Liliana Haim. 160

naturaleza específica de esas secuencias. Es decir, lo que interesó a la hora de patentar el desarrollo no fue la propia especificidad del virus, sino el procedimiento por el cual se detectaba la presencia del virus. De hecho, las secuencias virales descriptas en Argentina correspondían a variedades de virus latinoamericanos; una vez que el kit demostró su funcionalidad, la empresa simplemente reemplazó las sondas de ADN por las variedades de interés del lugar donde lo comercializó. El kit de diagnóstico se comercializó en Europa. Los laboratorios argentinos sólo vieron como retribución los honorarios por asesoramiento mientras duró el convenio.

3.3.2. ¿Qué fue de la papa? Una vez obtenidas las papas transgénicas con resistencia a virus en los laboratorios del INTA y del INGEBI, siguió una etapa de poner a prueba la tecnología en ensayos a campo. La primera dificultad que enfrentaron entonces fue el rechazo que le manifestaron los ingenieros agrónomos, y los ensayos a campo fueron boicoteados, como mencioné anteriormente. Este celo entre las disciplinas fue superado, y las papas pudieron ser probadas en ensayos a campo. Sin embargo, nuevos problemas habrían de surgir. Los usuarios que los científicos pretendían para su papa (los agricultores pobres) no eran un actor poderoso ni visible. En cambio, había otros actores, con más poder de lobby, a quienes esta papa les resultaba un inconveniente. Al salir del laboratorio, la papa transgénica empezó a parecer una amenaza más próxima para estos actores, que salieron a defender sus intereses. Se trata de las empresas que producen papa-semilla. Como expliqué en el capítulo anterior, la papa transgénica resistente a virus suponía un beneficio para el agricultor –si le era distribuida gratuitamente– porque lo liberaba de su dependencia respecto a los productores de papa-semilla. Hasta ese momento, para poder sembrar una papa que no contuviera virus había que comprarla a los productores de papa-semilla, quienes sometían al tubérculo a un tratamiento que lo liberaba de virus. Si la papa transgénica estaba en manos de los agricultores, no tenían necesidad de recurrir a los productores de papa-semilla, por cuanto podían utilizar sus propios tubérculos para sembrar nuevamente, a sabiendas de que no corrían riesgos de virosis, porque la papa transgénica tenía incorporado en su genoma la resistencia a los virus. Esto iba a ser una notable ventaja para los agricultores, pero no era una idea agradable para las empresas productoras de papa-semilla el perder su negocio. También, indirectamente, la papa transgénica afectaría a los laboratorios que hacían diagnóstico de virus, por cuanto los 161

agricultores no iban a tener necesidad de acudir a ellos. Estos actores comenzaron a presionar para que la papa transgénica no llegara a los agricultores. Quienes debieron evaluar los proyectos para expandir la experimentación a campo con las papas transgénicas (economistas y colegas de la propia institución), consideraron que no era beneficioso el perjudicar a un sector industrial como el de los productores de papasemilla. El propio equilibrio interno entre los intereses del INTA se ponía en cuestión. Si la institución debía favorecer el desarrollo de los distintos actores vinculados a la producción agropecuaria, este proyecto claramente beneficiaba a algunos pero perjudicaba a otros. En consecuencia, proyectos de experimentación con la papa transgénica a mayor escala no fueran financiados. Esto limitaba la propia capacidad del INTA para llevar adelante los ensayos a campo y demás requerimientos para que las papas transgénicas pudieran utilizarse en la agricultura. Sobre todo si se tiene en cuenta que desde 1991 se constituyó, en la Argentina, un organismo dedicado a la regulación de la biotecnología agropecuaria, la CONABIA. Se fueron implementando requisitos específicos que implican la realización de ensayos para verificar efectos ambientales y sobre la salud, muchos de los cuales resultaban sumamente costosos y debían realizarse fuera del país, lo cual excedía las capacidades financieras de un instituto público de investigación. Así las cosas, los investigadores de los centros públicos comenzaron una etapa de convenio con empresas, para que éstas se hicieran cargo de los costos de estos ensayos. Hacia 1994, los investigadores del INTA y del INGEBI hicieron un convenio con una pequeña empresa local productora de papa, para que se ocupe de los ensayos a campo. Sin embargo, al poco tiempo estalló una crisis financiera en México (denominada “el tequilazo”) que repercutió también en el país, provocando serias dificultades en esta pequeña empresa, lo que culminó con el financiamiento del proyecto (Rossini, 2004). A partir de entonces, los convenios que hicieron los investigadores para tratar de que las papas transgénicas se utilizaran en la agricultura, fueron con empresas de mayor capital. Los contactos con Bio Sidus comenzaron alrededor de 1997. Se trata de una empresa nacional de biotecnología, pero orientada sobre todo al área de salud. De hecho, la empresa-madre, Sidus, es una farmacéutica. La incursión de la empresa en la biotecnología vegetal es más tardía que en otras áreas, y recién al contactar al INTA y al INGEBI empieza a abordar los cultivos transgénicos. Si bien en un comienzo la empresa se acercó a ambos grupos de investigación, al poco tiempo se quedaría sólo con 162

la papa del INGEBI. Esto se debió, en parte, a que Bio Sidus se relacionó con tres productores de papa de Córdoba para comenzar a realizar los ensayos a campo, y observó que estos tres productores sólo utilizaban la variedad Spunta, por lo que la empresa decidió desistir de utilizar la variedad del INTA, la Huinkul. Aquí se separan los caminos de las primeras papas transgénicas. La del INGEBI seguirá vinculada a Bio Sidus (ver Capítulo 4 y Anexo I), mientras que la del INTA permanecerá por un tiempo sin encontrar aliados, hasta que luego retomó el intento con otro productor de papa. Los ensayos a campo con las papas transgénicas y los demás requisitos exigidos por la regulación estatal para los cultivos transgénicos fueron quedando en manos de las empresas con las que los laboratorios generaron sucesivos convenios. Éstos, por su parte, se fueron desligando del asunto. Sostienen que ellos ya cumplieron con su parte – los desarrollos dentro del laboratorio– y que el resto es responsabilidad de otros actores. Esta posición es constante durante este período de estabilización de la biotecnología vegetal, pero no fue siempre así. Apenas tuvieron sus primeras plantas de papa transgénica, buscaron que los siguientes desarrollos se realizaran dentro de los propios organismos públicos de investigación, llevaron las plantas al INTA Balcarce, y se involucraron con las incipientes instituciones estatales de regulación de la biotecnología. Es decir, en los comienzos de la biotecnología vegetal en el país, se mostraban muy activos e inmersos en lo que ocurría con sus plantas transgénicas una vez que salían del laboratorio. La posición que asumieron luego refleja tanto las dificultades para que un desarrollo de un laboratorio público llegue al mercado, como la adaptación de esos laboratorios a las restricciones del campo de la biotecnología vegetal. Durante la década de 1990, fueron creciendo las exigencias en materia de regulación (más cantidad de costosos ensayos para desechar potenciales impactos sobre la salud y el ambiente), y los laboratorios públicos y empresas pequeñas fueron perdiendo capacidad para absorber por sí mismos los ensayos con plantas transgénicas. A su vez, al adaptarse a esas restricciones que presentaba el campo de la biotecnología ya estabilizado, los laboratorios públicos se fueron concentrando, en parte, en investigaciones que reportaran alguna novedad en términos cognitivos, pero donde su posible utilización ya no resultaba tan clara. Así, si los ensayos a campo de las empresas con las que habían generado convenios se demoraban indefinidamente, desde la perspectiva de estos investigadores era un problema de las empresas, no suyo. En los organismos públicos de investigación se hicieron algunos experimentos más con papa. Se trató de incorporarle resistencias a otro tipo de patógenos. A mediados 163

de la década de 1990, en el INGEBI comenzaron a desarrollar una “superpapa”, vale decir, una papa resistente a virus, bacterias, insectos y hongos (Lorenzano, 1995). Hacia 2002, Goyaike S.A. firmó un convenio con el laboratorio para introducir resistencias genéticas a bacterias y hongos en plantas de papa. Goyaike es una empresa agropecuaria de Pérez Companc. La empresa trabajaba fundamentalmente en la reproducción de ganado bovino, pero también comenzaba a incursionar en la agricultura y en ese marco firmó el convenio con el INGEBI. Era la época en la que el país atravesaba una profunda crisis económica, y los laboratorios no abundaban en recursos financieros. Goyaike le habría dado unos 75 mil dólares al laboratorio para el proyecto con la papa (Entrevista a Mentaberry, 2010). Al cabo de un tiempo, en el INGEBI obtuvieron las papas con múltiples resistencias, pero la empresa decidió desistir del proyecto y no avanzó con los ensayos a campo.145

3.3.3. Cambiando de cultivos La papa no fue el único cultivo sobre el que se volcaron los esfuerzos en transgénesis vegetal, sino que éstos se desplazaron hacia otro tipo de cultivos, evidenciando así otro cambio significativo.

3.3.3.1. Soja transgénica En 2002, una empresa que recién se había creado a partir de unos productores agropecuarios argentinos, Bioceres, entabló un convenio con el laboratorio del INGEBI. A la empresa le interesaban los desarrollos que había generado el laboratorio, pero no quería saber nada con la papa, sino que deseaba obtener soja transgénica. Quería que el INGEBI hiciera lo que había logrado en papa, pero en soja. El laboratorio puso manos a la obra, pero después de un tiempo, la empresa desistió. Esta vez, el obstáculo principal fue la falta de experiencia en el cultivo. “Yo creo que ahí subestimé un poco el tema. De hecho, hicimos algo así como 17 construcciones genéticas con Bioceres sobre esto, de distintos péptidos, proteínas antimicrobianas (…) pero no podíamos transformar la soja. Eso fue un cuello de botella.” (Entrevista a Mentaberry, 2009)

145

Al parecer, a la empresa se le había reclamado desde el gobierno la falta de inversión en innovación, y ésa habría sido la razón principal por la cual decidió armar un convenio con el INGEBI (Entrevista a Mentaberry, 2010). 164

Según el director del laboratorio, la soja era mucho más difícil de transformar que la papa, en la medida que la eficiencia de transformación de la soja resultaba sumamente baja (por debajo del 1%).146 Tampoco disponían de invernaderos ni de diversidad en cuanto a variedades de soja. Los intentos por realizar la transformación genética de la soja fracasaban, y la empresa se cansó de esperar. Aún cuando se trata de un intento fallido, revela un cambio importante en el abordaje que se hacía de la transgénesis vegetal desde la investigación pública. La soja representaba un cultivo muy atractivo en términos comerciales, al contrario de la papa, cuyo interés radicaba en el beneficio que podía otorgarle a los agricultores humildes. Como los intentos de los laboratorios públicos por completar ellos mismos el ciclo de producción de un cultivo transgénico se veía cada vez más difícil, fueron ampliando sus vínculos con empresas privadas, lo que modificó así los cultivos sobre los que se realizó la transgénesis.

3.3.3.2. Maíz resistente al Mal de Río Cuarto En el INTA, también el grupo de Esteban Hopp decidió dejar la papa y pasar a un cultivo que tuviera más interés comercial: el maíz. Era un cultivo que podía presentar un atractivo para las empresas, y que así podría llegar al mercado, y dentro de esta planta eligieron trabajar sobre un tema que no había sido abordado por las empresas multinacionales de biotecnología. El grupo de Hopp se puso a trabajar para desarrollar un maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto. El Mal de Río Cuarto es la principal enfermedad del maíz en la Argentina (Nyvall, 1999). Se reportó por primera vez a fines de la década de 1960, y es producido por un virus cuya área de influencia se circunscribe básicamente a la región central de la Argentina (Signoret, 2010).147 Las plantas de maíz atacadas por el virus se deforman, resultan más pequeñas, e incluso las mazorcas presentan un tamaño reducido y con escasos granos (Laguna y Giménez Pecci, 2004). En este caso, la lógica de investigación resulta bastante similar a lo realizado en papa, con la diferencia de que ya no se pretendía generar un cultivo transgénico para 146

Esto quiere decir que de cada 100 explantos de soja a los que se sometía a la transformación genética, a lo sumo 1 terminaría incorporando efectivamente al transgén. Esa “eficiencia de transformación” varía en las distintas especies vegetales (además, por supuesto, de las técnicas y metodologías de transformación empleadas). 147

Si bien es un virus propio de la Argentina, pertenece a una familia de virus, los fijivirus, que producen lo que se conoce como “enanismo rugoso del maíz”. Hay fijivirus emparentados en Europa y en China (Louie, 2004; CIMMYT, 2004). 165

regalarlo a los agricultores pobres, sino que se esperaba tentar a productores agropecuarios argentinos de cierto peso. El grupo de investigación de Esteban Hopp comenzó realizando la caracterización molecular del virus a mediados de la década de 1990. Luego debían llevar a cabo la transformación genética del maíz, insertándole un fragmento del virus para conferirle así resistencia a la planta, tal como habían hecho con papa. Pero al maíz no lo podían transformar con Agrobacterium, se necesitaba por ende acceder a otro tipo de tecnologías de transformación genética: la biobalística. Convocaron a empresas semilleras que podían estar interesadas en participar del proyecto, para financiar así las etapas posteriores del mismo. La idea era que la empresa que ofreciera las mejores condiciones para continuar con el proyecto sería la beneficiada. Pero surgieron objeciones a esto dentro del INTA. En el Consejo Directivo de la institución participan representantes de las distintas asociaciones de productores agropecuarios, y éstos habrían manifestado que, de quedar una empresa vinculada al proyecto, se le estaría dando a ésta una ventaja competitiva por sobre el resto, al poder utilizar un maíz con beneficios evidentes. En particular, las empresas semilleras pequeñas se sentían más perjudicadas, porque no podían ofrecer las mismas condiciones que las más grandes. La solución que encontró la institución fue armar un conglomerado de firmas, bajo la figura legal de “Unión Transitoria de Empresas” (UTE), donde participaron 20 semilleras, vale decir, todas las que trabajaban con maíz. De esta forma, el INTA pretendía evitar conflictos y que todas las empresas del sector pudieran beneficiarse. La UTE se conformó, pero el proyecto se estancó. Después de cuatro años de deliberaciones, se disolvió (Entrevista a Lewi, 2009). Algunas empresas ya tenían sus propios desarrollos para combatir al Mal de Río Cuarto (por mejoramiento convencional) y pretendían explotar la ventaja que eso les daría frente a empresas que no tenían ningún desarrollo, de modo que aspiraban a frustrar el proyecto del maíz transgénico: “El objetivo de esa UTE fue que no saliera el proyecto, que no se hiciera. Las empresas chicas se iban a ver desfavorecidas porque iban a tener que pagar algún tipo de royalties a las grandes, y algunas de las grandes tenían genes de tolerancia al Mal de Rio Cuarto por genética convencional. Eso lo supe porque una de las personas que estuvo en la UTE me dijo que su misión era destruir el proyecto. Apostaban por esos genes convencionales, porque eso les daba una ventaja de mercado. Todo eso sirvió para retrasar el proyecto. No podíamos buscar asociarnos con ninguna otra empresa, y no recibimos plata.” (Entrevista a Hopp, 2010)

166

De modo que la UTE se disolvió. Pero en 2003, Bioceres, la misma empresa que mencioné para el proyecto de la soja, se asoció al proyecto del INTA. Una investigadora del grupo de Hopp se fue a la Universidad de Campinas, en Brasil, para aprender la transformación genética por biobalística. El grupo de Brasil había construido su propio cañón génico, lo que evitaba que tuvieran que pagar costosos derechos por el uso de la tecnología. Una vez transformado el maíz, Bioceres se encargó de realizar, durante unos tres años, los ensayos a campo. Al cabo de un tiempo, sin embargo, la empresa disminuyó su interés en dicho proyecto. Consideraron que las dificultades que presentaba el sistema regulatorio difícilmente podían zanjarse: en la medida que el sistema de regulación en la Argentina evalúa los impactos en los mercados comerciales, y el maíz se exporta a varios países, un maíz transgénico exclusivo de la Argentina no iba a ser aceptado en otros países, y entonces no lo iba a aprobar el sistema regulatorio argentino. En Bioceres afirman que las dificultades que hay para desregular el cultivo frenaron el proyecto (Entrevista a Trucco, 2009).148 En cambio, por mejoramiento convencional se había llegado a obtener algún tipo de resistencia al Mal de Río Cuarto, quizás no tan contundente como con la planta transgénica, pero que resultaba mucho más accesible en términos financieros que desregular un producto biotecnológico (Entrevista a Trucco, 2009). Como mostraré en el Capítulo 5, el sistema de regulación de los cultivos transgénicos supone una barrera de entrada muy alta para los desarrollos nacionales.

3.3.3.3. Transgénesis y herbicidas Un proyecto que se diferenciaría aún más de los que caracterizaron la primera etapa de la biotecnología local, es el que llevó a cabo el INTA al intentar desarrollar girasol resistente a herbicidas. Dekalb es una empresa semillera transnacional, cuyo fuerte radica sobre todo en el mercado del maíz. Se instaló en la Argentina en 1959, y algunos años más tarde comenzó a incidir también en el mejoramiento local de trigo y girasol (Casas, 2006). En 1997, firmó un convenio con el Instituto de Biotecnología del INTA, con el fin de obtener plantas transgénicas de girasol y alfalfa con tolerancia a glifosato e insectos

148

Por “desregulación” se entiende todo el proceso necesario para cumplir con las exigencias de las agencias de regulación que evalúan las solicitudes de aprobación de OGMs. 167

(Heinz et al., 2002). El glifosato es un herbicida de amplio espectro desarrollado por Monsanto.149 Las empresas transnacionales se interesaron desde un principio en utilizar la transgénesis para asociarla al uso de agroquímicos, y así vender un paquete tecnológico que incluye tanto la semilla como el herbicida. En una primera etapa, los organismos públicos de investigación en biotecnología vegetal buscaron un perfil distinto, como evidencia la papa resistente a virus, donde uno de los objetivos era independizar al agricultor de las empresas semilleras, y no al revés: “Una de las filosofías por las cuales era interesante la ingeniería genética es que (…) vos te independizás de los agroquímicos. Por ejemplo, si hacés una planta Bt, que se defiende sola de los insectos, no tenés que estar aplicando un insecticida químico porque la planta produce su propio insecticida. Con los herbicidas la filosofía es distinta: no es que la planta produce un herbicida que mata la maleza, sino que lo que tenés es una tolerancia a un herbicida, y después tenés que usar el agroquímico. Entonces, en ese momento no me simpatizaba mucho.” (Entrevista a Hopp, 2010)

Un punto claro en la adaptación de los laboratorios públicos de investigación a la dinámica de este segundo período de la biotecnología vegetal, radica precisamente en la pérdida de iniciativa propia y la aceptación de las agendas impuestas por las empresas transnacionales de biotecnología. Desde luego, la justificación que se dan los propios científicos responde a otro tipo de argumentos. Por ejemplo: “Cambió mi filosofía cuando, charlando con un chino, me dijo que en China consideran inhumano desmalezar a mano. Por eso les interesa la resistencia a herbicidas: porque prefieren aplicar un herbicida químico para mejorar el nivel de vida de sus agricultores.” (Entrevista a Hopp, 2010)

Más allá de los argumentos que se den para justificar sus investigaciones, es el cambio en el tipo de prácticas de investigación lo que me interesa mostrar. Si antes estos mismos investigadores buscaban producir un cultivo popular para independizar a los agricultores de las empresas semilleras, ahora aceptan los proyectos de interés de éstas, que implican un cambio en los cultivos y los tipos de transgénicos: de la papa con resistencia a virus, a la soja y el girasol con tolerancia a herbicidas. 149

La trayectoria de Monsanto se explica en el capítulo siguiente, mientras que el análisis de una controversia sobre el uso del glifosato se presenta en el Capítulo 7. 168

De todos modos, este proyecto tampoco llegó muy lejos. En mayo de 1998, Monsanto compró Dekalb, como parte de su estrategia de crecimiento, y absorbió los distintos eslabones de la cadena productiva de semillas. Eso marcó el fin del convenio con el INTA, pues Monsanto tenía sus propios medios para realizar la transformación genética de plantas. En 2000 comenzó otro convenio para obtener girasol transgénico, esta vez entre el Instituto de Biotecnología del INTA y la empresa Novartis. En 2003, sin embargo, la publicación de un artículo científico habría de paralizar, al menos por un tiempo, los desarrollos en girasol transgénico. El artículo mostró que el gen cry1Ac150 en girasol, se transfería por medio del polen a una especie emparentada, otorgándole un aumento en su fecundidad (Snow et al., 2003). Aún cuando esa situación no parecía poder darse en la Argentina, el artículo tuvo repercusión en los organismos de bioseguridad (Fonseca et al., 2004). En 2003, Novartis daría por finalizado el convenio con el INTA.

3.4.

En los márgenes de la transgénesis

Los laboratorios públicos que habían sido pioneros en la transgénesis vegetal en la Argentina, en esta nueva etapa también abrieron líneas de investigación que se vinculaban a las técnicas empleadas por la biotecnología, pero sin ser estrictamente transgénesis. Esto se debió, también, a una forma de adaptación a los intereses de las empresas del sector.

3.4.1. Marcadores moleculares Uno de los usos más difundidos de la biología molecular de plantas es la identificación y selección de variedades a través de marcadores moleculares. Se trata básicamente de pequeñas secuencias de ácido nucleico “marcadas” de alguna manera (mediante su unión a una molécula radioquímica, enzimática, etc.). El marcador debe tener una secuencia característica de algo: por ejemplo, ser una secuencia propia de una determinada variedad, o ser una secuencia propia de un gen de interés. El marcador molecular se pone luego en contacto con el ADN de la planta, y se verifica si hay unión entre ambos, pudiendo así constatar si se trata de la variedad de interés, o si tiene los 150

Las proteínas Cry son tóxicas para insectos, y provienen de la bacteria Bacillus thuringiensis. Es por eso que a los cultivos transgénicos que tienen algún gen de la familia Cry, diseñados con el fin de evitar que los insectos devoren los cultivos, se los denomina “Bt”, como el maíz Bt. 169

genes de interés, etc. Los marcadores moleculares, en rigor, no tienen que ver con la transgénesis, pues no se está introduciendo un gen propio de otra especie en una planta. Sin embargo, la transgénesis puede estar acompañada del uso de marcadores moleculares, ya que una vez realizada la transformación genética los marcadores moleculares permiten constatar rápidamente si la planta contiene el transgén, y sobre todo es útil cuando se quiere trasladar el transgén hacia una variedad de élite. De cualquier modo, el vínculo que me interesa señalar entre la transgénesis y los marcadores moleculares no es tanto dentro de la cadena de producción de plantas transgénicas, sino como prácticas diferenciadas pero realizadas por los mismos científicos. Pues es un hecho que quienes han realizado investigaciones para obtener plantas transgénicas, luego ofrezcan como servicio la utilización de marcadores moleculares. Estos marcadores moleculares son luego empleados por empresas semilleras para realizar mejoramiento convencional. Esto comenzó a ocurrir en el Instituto de Biotecnología del INTA a partir de 1997. Los marcadores moleculares son útiles especialmente para las empresas semilleras, pues les permite ahorrar mucho tiempo en la selección de variedades.151 Pero para poder obtener los marcadores moleculares, se necesita conocer las secuencias genéticas de interés. Esto abrió espacio para una nueva división del trabajo en biología molecular de plantas: los laboratorios de investigación se encargan de caracterizar las secuencias de las plantas de interés y de generar los marcadores moleculares, que luego serán empleados por las empresas semilleras. El girasol es un cultivo importante en la Argentina (por los productos derivados que se exportan), siendo habitualmente el primer exportador mundial de aceite y harina de girasol (ASAGIR, 2010). En 1997, entonces, se firmó un convenio entre el Instituto de Biotecnología del INTA y ocho empresas semilleras, las cuales aportaron el financiamiento para que los investigadores desarrollen los marcadores moleculares (Larreche, 1997).152 151

Hay un tipo de marcador molecular que sirve particularmente para identificar variedades, que se denomina “microsatélites”. Son secuencias simples (de apenas dos, tres o cuatro nucleótidos) que se repiten con frecuencia en el genoma. Se emplean también en medicina forense, en las llamadas “pruebas de ADN”. Su uso permite detectar diferencias entre individuos genéticamente relacionados, de ahí su interés para distinguir entre variedades de una misma especie vegetal (Heinz et al., 2002). 152

Las empresas semilleras involucradas en este convenio eran tanto nacionales como transnacionales: Buck, Cargill, Dekalb, Mycoyen, Nidera, Novartis, Sursem y Zeneca. El presidente del INTA señaló que con este proyecto se disminuirían los tiempos para obtener semillas de alto rendimiento: “de los 10 o 12 170

Con esto se ponen en evidencia dos fenómenos convergentes en la biotecnología vegetal. El primero es la utilización, por parte de las empresas semilleras, de los esfuerzos de investigación del sector público. Los propios científicos y autoridades de los organismos públicos de investigación, justifican esto como un proceso de beneficio general, en la medida que permite aumentar la productividad del sector agropecuario y así la capacidad comercial del país; y también como un beneficio particular, por cuanto se logra que el sector privado financie al menos parte de la investigación pública. Más allá de estos discursos, quiero insistir en el cambio acaecido en las dinámicas de investigación: en una primera etapa (primeros años de la biotecnología vegetal en el país), los institutos públicos de investigación pretendían obtener por sí mismos productos biotecnológicos para volcar a la agricultura favoreciendo a los pequeños agricultores; en una segunda etapa (a partir de la década de 1990), los institutos públicos de investigación en biotecnología vegetal se dedican a orientar sus investigaciones en función de aquello que interesa a las empresas semilleras. Los marcadores moleculares acentúan aún más esta lógica: si a las empresas semilleras no les interesa la transgénesis (por ejemplo, porque la llevan a cabo en sus propios laboratorios radicados en otros países), entonces los institutos públicos de investigación orientan la biotecnología vegetal hacia otros aspectos, como los marcadores moleculares. Desde ya, el uso de los marcadores moleculares no se volvió una práctica exclusiva dentro del laboratorio. Es decir, los mismos científicos siguieron paralelamente con sus proyectos en transgénesis vegetal. Pero esta nueva práctica constituye un cambio significativo. Implica no sólo un desplazamiento en la biotecnología desde la transgénesis a los marcadores moleculares, sino que ello va asociado a un desplazamiento en el rol que los científicos del sector público asumen: de la innovación a los servicios. Si bien los marcadores moleculares se pueden usar para fines muy diversos, la transgénesis en la primera etapa que describo se enmarcaba en un proyecto innovador, mientras que el uso de marcadores moleculares (por ejemplo, para certificar variedades) implicó un rol de asistencia técnica a empresas.

3.4.2. La planta como fábrica de proteínas A fines de la década de 1990, en el INGEBI comenzaron a explorar una línea de transgénesis vegetal que creían podía tener interés comercial, en la medida que evitaba años promedio en la obtención del híbrido, estaremos en condiciones de obtener una semilla de óptima calidad en 4 o 5 años” (Larreche, 1997). 171

lidiar con buena parte del sistema regulatorio y del sector agrícola. Se trata de molecular farming, es decir, de la utilización de la planta como una fábrica para producir proteínas de interés. Mediante transgénesis, se introduce el gen que expresará la proteína de interés en el genoma de la planta, buscando además que se exprese en grandes cantidades. Luego se extrae esa proteína del tejido de la planta y se la purifica. Puede utilizarse la planta, en principio, para producir cualquier tipo de proteína. Esto implica el uso de la transgénesis vegetal, pero sin que el producto final sea una planta para emplearse en la agricultura. Más bien, la planta ocupa un papel intermedio en la cadena productiva, en calidad de “biorreactor”. En la medida en que no se libera la planta al medio ambiente ni se destina para consumo, los requisitos de bioseguridad resultan más accesibles. Además, permite involucrar a otro tipo de actores, no ya a los agricultores ni a la industria semillera, sino más bien a la industria de la salud. En el INGEBI comenzaron entonces a trabajar con la proteína EGF (epithelial growth factor), buscando expresarla en plantas de tabaco. Hicieron un convenio con Bio Sidus, empresa con la que ya estaban en contacto en función del proyecto de papa transgénica. Bio Sidus pertenece a un grupo empresario farmacéutico, y el uso de molecular farming tenía más afinidad con el ámbito de la salud que la papa transgénica. De hecho, recurrir a las plantas como pequeñas usinas para producir proteínas, se asemeja mucho al desarrollo tecnológico que le dio gran prestigio y visibilidad a la empresa: la obtención de la vaca “clonada”. En 1996, la empresa inició un proyecto para producir una vaca que expresara una proteína recombinante en su leche.153 Recurrió a la transgénesis de una célula de vaca para introducir el gen de la hormona de crecimiento humano, y luego hicieron uso de la clonación para introducir el núcleo genéticamente modificado en un óvulo.154 En 2002, la empresa obtuvo la primera vaca clonada, lo cual 153

El proyecto comenzó, en rigor, tanto con vacas como con cabras. Primero se dedicaron a producir htPA (Activador del Plasminógeno Celular) y luego se volcaron a la obtención de la hormona de crecimiento humano. Finalmente, el proyecto se concentró en la vaca para que exprese hormona de crecimiento humano.

154

Si bien se habla de “clonación” para referirse a esta técnica que permite introducir un núcleo celular en un óvulo carente de núcleo, hay que resaltar que es muy distinto a la acepción más común del término “clonación”, que implica la obtención de dos individuos genéticamente idénticos. De hecho, la vaca “clonada” es distinta a la vaca donante, precisamente porque expresa un transgén: la hormona de crecimiento humano. Esta confusión respecto a la palabra “clonación” tiene su explicación. En principio, utilizar la técnica que permite introducir un núcleo celular en un óvulo sin núcleo, da lugar, efectivamente, a un clon, pues el embrión resultante tendría el genoma de quien donó el núcleo celular. Pero si antes de fecundar el óvulo se modifica genéticamente al núcleo celular, entonces el resultado ya no será un clon. Aquí, la palabra “clonación” remite simplemente a la técnica, no ya al producto final. 172

significó –más que la posibilidad de comercializar el producto– un aumento significativo en su prestigio y en sus capacidades científico-técnicas (Thomas et al., 2006). Desarrollar una vaca transgénica para producir hormona de crecimiento humano y desarrollar una planta transgénica para producir factor de crecimiento humano, son dos proyectos que tienen mucho en común: ambos recurren a dos elementos tradicionales del ámbito agropecuario para modificarlos genéticamente e introducirlos en el sector de la salud humana. El ámbito farmacéutico, a su vez, responde a la tradición de la empresa, a diferencia del agropecuario. Luego se produjeron unos cambios en este proyecto. INDEAR es una empresa que se crea en 2003 –y de la que participa, en un principio, Bio Sidus– con el objetivo de explotar la biotecnología agrícola, y algunos de los proyectos de Bio Sidus se reconfiguran en ese proceso. En INDEAR consideraron que tenía más sentido y era más fácil para ellos producir una enzima de uso industrial –la quimosina, empleada en la industria láctea– mediante molecular farming, en lugar del factor de crecimiento epitelial (Entrevista a Welin, 2009). Una vez más, este caso muestra cómo, a partir de la década de 1990, los científicos de los centros públicos de investigación fueron orientando sus proyectos de biotecnología vegetal hacia lo que consideraban un interés más comercial, que podía involucrar a las empresas. De hecho, Mentaberry, director del laboratorio de biotecnología vegetal del INGEBI, pasó luego a ser también el Director Científico de INDEAR.

3.5.

Explotando un beneficio de la desconfianza a los transgénicos

Desde 1996, conforme comenzaron a comercializarse los cultivos transgénicos, se inició una serie de controversias de alcance bastante masivo respecto al uso de los mismos (ver Capítulos 6 y 7). Esto repercutió en las dinámicas de investigación dentro de las instituciones públicas, pues entre otros efectos, los requisitos de bioseguridad se incrementaron (lo que dificulta la llegada al mercado de desarrollos provenientes del sector público, debido al alto costo de los numerosos ensayos de bioseguridad exigidos), los posibles usuarios de los cultivos transgénicos se restringieron, e incluso, como he mencionado anteriormente, algunas fuentes de financiamiento de la investigación se redujeron. Es decir, el despliegue de las controversias tuvo efectos negativos en la investigación pública que buscaba desarrollar cultivos transgénicos. Hay un caso, sin 173

embargo, completamente opuesto a esta dinámica. Es el caso que muestro a continuación, el de un centro público de investigación que pudo utilizar la desconfianza que generaron los cultivos transgénicos para desarrollar, paradójicamente, más cultivos transgénicos. La controversia sobre el uso de los transgénicos se desplegó con gran intensidad en Europa, lo que llevó a ésta a adoptar una moratoria de hecho entre 1998 y 2004 (puesto que durante ese período la Unión Europea no autorizó ningún cultivo transgénico). A su vez, Europa es un destino frecuente de los cultivos que se producen en la Argentina. Esto condicionaba el mercado agrícola en la Argentina, y no sólo al de los cultivos transgénicos. En efecto, una exportadora de granos podía venderle tranquilamente a Europa, por ejemplo, maíz convencional, no transgénico. Pero ante la creciente demanda de la Unión Europea de cultivos convencionales, y a sabiendas de que en la Argentina sí circulaban algunos cultivos transgénicos, a las exportadoras de granos se les exigía que comprueben que su producto no contenía transgénicos. Estas empresas, a su vez, trasladaron la demanda al INTA (Entrevista a Tozzini, 2008; Entrevista a Hopp, 2010). Fue el propio Instituto de Biotecnología del INTA el que tomó cartas en el asunto, pues allí desarrollaron un procedimiento para detectar la presencia de transgenes. Utilizaron PCR, que es una técnica que permite multiplicar la cantidad de fragmentos de ADN, y cuyo requisito principal es contar con un par de primers (que son unas pequeñas secuencias nucleotídicas que sirven para marcar el inicio y el fin del fragmento de ADN que se quiere amplificar). Comenzaron aprovechando una secuencia genética que estaba presente en los transgenes, la secuencia 35S, que corresponde a un promotor (es decir, una secuencia que activa la transcripción del gen que se encuentra próximo a él) para generar los primers. Es decir, detectaban la presencia de transgenes en función de la secuencia 35S. También armaron un protocolo para el tratamiento de las muestras. Crearon así, en 1998, un Laboratorio de Detección de Organismos Genéticamente Modificados, dependiente (y que operaba en las instalaciones del) Instituto de Biotecnología del INTA (INTA, 2008). Luego, el laboratorio incorporó una PCR en Tiempo Real, que permite no sólo detectar sino también cuantificar fragmentos de ADN.155 Las demandas de la Unión Europea en torno al umbral de permisibilidad de OGMs fueron variando. Al resultar 155

Fue el primer laboratorio del todo el INTA en contar con una PCR en Tiempo Real. 174

inviable exigir que una partida de granos fuera 100% convencional, lo que se pasó a discutir fue el umbral de lo que se consideraba una ínfima presencia de OGMs. Así, por ejemplo, una partida de granos convencionales podía llegar a contener hasta un 0.1% de trazas de OGMs. La PCR en Tiempo Real permitía dar cuenta con mucha precisión y rapidez de esas trazas de OGMs. Las muestras no se toman sólo al momento previo a su exportación, sino que suelen hacerse todo a lo largo de la cadena productiva, pues hay productos, como los alimentos “orgánicos”, que requieren una certificación que demuestre que en todo momento se ha respetado un determinado tipo de producción que implica, entre otras cosas, la ausencia de transgenes. Surge así un mercado de productores y exportadores de granos que estaban dispuestos a pagar para certificar que sus productos estaban libres de OGMs. Este dinero, sobre todo en una época en la que el INTA recibía un financiamiento sumamente escaso, fue muy provechoso para el Instituto de Biotecnología. Al comienzo, los investigadores y estudiantes del Instituto se quedaban fuera del horario normal de trabajo para cumplir con los ensayos del servicio de detección de OGMs. Los ingresos que proveía ese servicio eran utilizados para financiar parte de las investigaciones, de las becas y de la infraestructura que permitía desarrollar, curiosamente, los proyectos de transgénesis vegetal.156 El servicio comenzó a reportar crecientes ingresos de dinero, pues era el único laboratorio del país en ofrecerlo: “El laboratorio despegó. El primer año [ingresaron] 500 muestras, después 600, después se llegó a las 3000 muestras por año.” (Entrevista a Tozzini, 2008)

Luego comenzaron a surgir otros laboratorios que ofrecían el servicio de detección de OGMs.157 De todos modos, el laboratorio del INTA continuó creciendo y profesionalizando su servicio. Logró la acreditación de sus ensayos y generó un espacio y recursos humanos propios.158 Así, el laboratorio de detección de OGMs continuó

156

Algunas reformas edilicias importantes se han llevado a cabo en el Instituto de Biotecnología gracias a los ingresos que provenían del laboratorio de detección de OGMs. Por ejemplo, se construyó una serie de invernaderos, donde se experimenta con los cultivos transgénicos que desarrolla el Instituto (Entrevista a Hopp, 2010). 157

En particular, la Bolsa de Comercio de Rosario y la compañía SGS abrieron sendos laboratorios de detección de OGMs.

175

dependiendo del Instituto de Biotecnología, pero pasó a tener su propio personal, administrativo y técnico, dedicados exclusivamente a las tareas de dicho servicio. Si bien el Laboratorio de Detección de OGMs incorporó algunas otras actividades (por ejemplo, la inspección de colza importada, el único cultivo transgénico cuyo ingreso está prohibido en el país; ver Capítulo 5), la mayor parte de sus ensayos continuaron dedicados a evaluar la presencia de OGMs por parte de quienes quieren exportar productos libres de transgénicos: “La mayor parte de nuestros clientes provienen del sector privado, pueden ser empresas certificadoras de productos orgánicos, por ejemplo… Generalmente trabajamos sobre productos que van a ser exportados. En algunos casos, son productos que van a salir con etiqueta de ‘orgánico’ u ‘OGM free’” (Entrevista a Pedroarias, 2010)

La paradoja es que el Instituto de Biotecnología del INTA supo aprovechar el mercado anti-OGM para financiar el desarrollo de OGMs. Es un caso muy singular, y si bien por un lado implica una adaptación a las necesidades del sector empresario que requería un servicio de detección de OGMs, por otro lado le permitió mantener su perfil de laboratorio que desarrolla transgénicos, a diferencia de lo que ocurrió en laboratorios de otros países, sobre todo en Europa, que disminuyeron o dejaron de desarrollar cultivos transgénicos. De modo que mientras la desconfianza a los cultivos transgénicos aumentó, las moratorias a su uso se expandieron por Europa, los requisitos en materia de bioseguridad se volvieron más exigentes y el mercado anti-OGM crecía, aquí ocurría una reconversión de sentido bastante paradójica. Este laboratorio trabajó para un mercado de productos libres de transgénicos, pero con ese trabajo financió el desarrollo de nuevos cultivos transgénicos.

3.6.

La transgénesis como espacio de producción de conocimiento original

Además de un acercamiento a los intereses del sector privado, durante este período que llamo “de estabilización y adaptación”, los laboratorios de biotecnología vegetal también mostraron una inclinación hacia el uso de la transgénesis para producir conocimiento novedoso. Estas dos tendencias no necesariamente son contradictorias

158

La acreditación es un mecanismo que suelen emplear los laboratorios que prestan servicios a terceros, pues es una forma de garantizar la calidad de los mismos. Implica una inspección y control por parte del organismo acreditador. En el caso del laboratorio de detección de OGMs, fue acreditado por la OAA (Organismo Argentino de Acreditación). 176

entre sí. Más bien, ponen en evidencia la ruptura general respecto a la dinámica del período anterior: ante la pérdida de un proyecto autónomo de utilización de la transgénesis vegetal, las investigaciones en esa área queda a merced de lo que es posible realizar en el nuevo contexto. Y lo que es posible viene definido por los intereses de las empresas biotecnológicas en lo que se refiere a la utilización de los cultivos transgénicos, y por los espacios de acumulación de capital simbólico en las redes científicas. Este último sentido es el que desarrollaré ahora, mostrando cómo han variado las redes en las que se involucran para publicar artículos científicos, los temas de investigación que abordan a tal efecto, y las razones por las que lo hacen. Si en la etapa inicial de la biotecnología vegetal en la Argentina los investigadores publicaban sólo con colegas argentinos, luego se involucraron en redes internacionales. Un científico de renombre internacional que colaboró en esta segunda etapa es Robert Beachy, del Departamento de Biología Celular del Scripps Research Institute, a quien ya mencioné por ser el primero en mostrar que se podían desarrollar plantas transgénicas resistentes a virus. Tanto el grupo de Esteban Hopp como el de Alejandro Mentaberry se pusieron en contacto con Robert Beachy para realizar intercambios y publicaciones conjuntas. En general, las colaboraciones con las redes científicas de mayor prestigio internacional permiten acceder a espacios de mayor notoriedad, en particular a revistas científicas de alto impacto. Pero a condición, usualmente, de que la investigación del grupo periférico se circunscriba a un aspecto muy particular de la trama general que interesa al laboratorio central.159 Esta lógica de “integración subordinada” no aparecía en el primer período de la biotecnología vegetal en el país, pero sí tiene lugar después. Discípulos de los pioneros de la biotecnología vegetal en la Argentina van a formarse a esos laboratorios centrales y dan lugar a publicaciones conjuntas en revistas de gran prestigio.160 Pero el tema de investigación varía en consecuencia. Así, estudian, por ejemplo, el modo en que la transgénesis vegetal da lugar a fenómenos de silenciamiento

159

Según Kreimer (2006), los investigadores locales más prestigiosos logran establecer vínculos con los laboratorios de países centrales. Sin embargo, dicho vínculo suele estar constituido por una “integración subordinada”, por cuanto la elección de las líneas de investigación, la perspectiva global del problema conceptual y hasta sus potenciales utilidades dependen fuertemente de los laboratorios centrales, quedando para los periféricos las tareas de caracterización de fenómenos sumamente específicos y acotados. 160

Una de estas publicaciones conjuntas, por ejemplo, tuvo lugar en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences. Allí, generaron una planta de tabaco transgénica que sobreexpresaba, adrede, un virus, a fin de ver los efectos que esto causaba en la respuesta de la planta. Ver Bazzini et al. (2007). 177

génico. El lector recordará que en el Capítulo 1 mostré cómo la novedad científica que reportaba la transgénesis a comienzos de 1980 al cabo de unos años se desplazó hacia el uso de la transgénesis para describir mecanismos de silenciamiento génico. Es decir, si uno trabaja con transgénesis vegetal, la posibilidad de obtener reconocimiento y prestigio en función de la novedad científica se encuentra más en los efectos de la transgénesis sobre los mecanismos del silenciamiento que en el desarrollo de cultivos transgénicos. En la primera etapa de la biotecnología de plantas en la Argentina las investigaciones se orientaban al desarrollo de nuevos cultivos; luego se fueron abriendo líneas de investigación dedicadas más bien a la obtención de reconocimiento en función de la novedad científica. No se trata sólo de los mecanismos involucrados en el silenciamiento génico (área de estudio que comenzó a nivel internacional hacia 1989), sino también de otros temas vinculados a la transgénesis pero cuyo objetivo era la novedad más que el cultivo final. Este es el caso, también, del laboratorio del INGEBI, que abrió una línea de investigación basada en la transformación genética de cloroplastos. Lo más común, al menos desde el inicio de la biotecnología, es realizar la transformación genética –es decir, la introducción del ADN foráneo– en el núcleo de la célula huésped, que es donde se encuentra el genoma receptor. Sin embargo, el núcleo no es el único lugar de la célula que contiene secuencias hereditarias de ADN. Los cloroplastos (orgánulos –es decir, subestructuras celulares– que se encuentran dentro de toda célula vegetal y que permite la obtención de energía a través de la fotosíntesis) tienen su propio ADN, que transmiten a las sucesivas generaciones celulares sin que intervenga el núcleo celular. El origen de ese curioso fenómeno (la existencia relativamente autónoma de los cloroplastos dentro de las células vegetales) se explica a través de la “Teoría endosimbiótica”. Según esta teoría, las células eucariotas –que contienen núcleo y conforman todos los organismos pluricelulares– se formaron mediante la incorporación de células procariotas en su interior. Así, una bacteria aeróbica habría ingresado dentro de otra célula estableciendo una relación simbiótica. Esta bacteria habría sido la precursora de los actuales cloroplastos, y lo mismo habría ocurrido con las mitocondrias (otro tipo de orgánulos que comparte esta característica con los cloroplastos). Es decir, los cloroplastos son descendientes de antiguos organismos procarióticos, razón por la cual estos orgánulos contienen su propio ADN.161 161

La Teoría Endosimbiótica se justifica, en realidad, por un conjunto más amplio de hechos. Por ejemplo, que tanto los cloroplastos y mitocondrias como los procariotas tienen ADN de forma circular, 178

El hecho de que los cloroplastos tengan su propio ADN, habilita entonces la posibilidad de que la transformación genética se realice, dentro de la célula vegetal, en los cloroplastos en lugar del núcleo. ¿Cuáles serían las ventajas de esto? La bibliografía especializada al respecto indica que la transformación genética de los cloroplastos permite obtener altas cantidades de proteínas y que no hay riesgos de flujo génico a través del polen (porque los cloroplastos no están en el polen), entre otras cuestiones (Heifetz, 2000; Maliga, 2004). También pueden mencionarse algunas dificultades, como el hecho de que hay enzimas en los cloroplastos que destruyen en parte a las proteínas recombinantes. No obstante, no son éstos los beneficios y adversidades reales que enfrentó el laboratorio del INGEBI cuando decidió incursionar en la transformación de cloroplastos. Por un lado, en cuanto a las adversidades concretas con las que tuvieron que lidiar, se vieron en la necesidad de desarrollar un protocolo de transformación nuevo – con la consecuente inversión de tiempo, trabajo y dinero–, mientras que ya tenían totalmente dominado el protocolo de transformación en el núcleo celular. También tuvieron que comprar un cañón para transformación mediante biobalística (porque los cloroplastos no se pueden transformar con Agrobacterium), y aprovecharon que un estudiante del laboratorio se encontraba realizando una estadía en Estados Unidos, en un grupo que realizaba transformación de cloroplastos, lo que les permitió tener alguna orientación en la ejecución de los ensayos. En cuanto a las razones por las cuales decidieron pasar a realizar las transformaciones sobre cloroplastos, tenían una necesidad de diferenciarse investigando en un espacio que nadie había colonizado aún: “Es una forma de diferenciarme de otros grupos con una línea propia y encontrar un nicho… Si sigo con los virus y demás, quedaría más pegado a muchos otros grupos que están haciendo lo mismo. El hecho de transformar cloroplastos y hacer molecular farming me pone en una situación, bueno, soy el único en el país que lo está haciendo; no molecular farming pero sí la transformación de cloroplastos.” (Entrevista a Bravo-Almonacid, 2008)

Veinte años atrás, no existía competencia en el país en el campo de la biotecnología vegetal. Hopp y Mentaberry inauguran el campo. Ser los únicos implicaba, desde luego, una diferenciación dentro del ámbito científico, reinaban en soledad en su propio nicho. Pero por ser un campo nuevo, podían diferenciarse hicieran lo que hicieran. Eso les están filogenéticamente emparentados, tienen sus propios ribosomas, etc. Ver, por ejemplo, Madigan et al. (1999). 179

daba más libertad para elegir su línea de investigación dentro de dicho campo. Así utilizaran una técnica de transformación u otra, insertaran un tipo de transgén u otro, trabajaran sobre un tipo de cultivo u otro, de cualquier modo era una novedad en el país. Eso no quiere decir que todo daba lo mismo: había líneas que permitían integrarse con las redes científicas internacionales de mayor prestigio mejor que otras, y las diversas líneas de investigación posibles permitían abordar problemáticas sociales y potenciales usuarios distintos. Pero no había competencia en el plano local. Podían entonces disponer de espacios institucionales y algo de financiamiento para sus investigaciones sólo por ser los primeros en un campo nuevo en el país. Como mostré en el capítulo anterior, en el marco de esa relativa libertad pudieron desarrollar un tipo de agenda de investigación muy singular, con una papa transgénica destinada a agricultores humildes. Transcurridos unos quince o veinte años, la biotecnología de plantas se había desarrollado en el país. Ya no eran los únicos que hacían transgénesis vegetal, había muchos otros grupos de investigación que sabían transformar genéticamente a las plantas, y lo hacían. La competencia se había desarrollado en el plano local. Ya nada garantizaba que por el sólo hecho de hacer transgénesis vegetal iban a disponer, siquiera, de las condiciones mínimas para llevar a cabo sus investigaciones. La necesidad de diferenciarse dentro de la biotecnología vegetal se tornó un problema de gravedad para estos científicos. Cabe señalar que, en rigor, fueron los primeros discípulos de Hopp y de Mentaberry –y no ellos mismos– quienes encabezaron esta búsqueda de diferenciación meramente cognitiva, abriendo líneas de investigación en silenciamiento génico y transformación de cloroplastos. Probablemente porque tanto Hopp como Mentaberry ya gozaban de un reconocimiento como los fundadores del campo de investigación en biotecnología de plantas en la Argentina, de modo que la competencia local y la necesidad de diferenciarse pesó más sobre sus discípulos que sobre sus propias espaldas. De todos modos, esto alimenta un cambio en la dinámica de la investigación: ya no hay tanta facilidad para elegir qué hacer con la transgénesis vegetal, qué productos desarrollar y para qué; la necesidad de diferenciarse comienza a jugar un rol en la definición de las líneas de investigación en biotecnología de plantas, así como ocurre con todos los campos científicos maduros.

180

3.7.

Otros grupos de investigación en biotecnología vegetal

Los cambios en las prácticas de investigación de los grupos de Hopp y de Mentaberry me han permitido ilustrar dos dinámicas distintas, reflejadas en este capítulo y el anterior. Con el tiempo, han ido surgiendo otros grupos de investigación en biotecnología vegetal. Todos estos otros grupos, desde su comienzo, se alinean con la dinámica de este capítulo, es decir, con investigaciones orientadas a las empresas biotecnológicas y con la búsqueda de diferenciación en nichos académicos. Resumiré a continuación las características principales de estos grupos.

3.7.1. El Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos La provincia de Santa Fe se constituyó en otro sitio de anclaje de la biotecnología vegetal, en parte debido a los vínculos que se fueron tejiendo con las universidades de la región. Mediante un convenio entre la Universidad Nacional de Rosario y el CONICET, se crea en 1976 el Centro de Estudios Fotosintéticos y Bioquímicos (CEFOBI). Como su nombre lo indica, el Centro comenzó sus actividades con proyectos de investigación sobre la bioquímica celular y con estudios sobre la fotosíntesis en plantas. Esta última línea de investigación estaba a cargo de Rubén Vallejos. Durante varios años, las plantas fueron estudiadas en el CEFOBI exclusivamente desde la bioquímica, buscando caracterizar distintos aspectos de las moléculas involucradas en la fotosíntesis. En 1987 se crea el Centro Argentino Brasileño de Biotecnología (CABBIO), con el objetivo de promover la interacción entre científicos de ambos países (MINCyT, 2010). Uno de los primeros proyectos apoyados por CABBIO involucró a un laboratorio de genética de UNICAMP (Brasil), al CEFOBI, a una empresa semillera argentina y a una brasileña, con el objetivo de utilizar la biología celular y molecular para mejorar al maíz (Vallejos, 2006). De este modo, el grupo comenzó su incursión en la biotecnología en función de los intereses de empresas semilleras, orientándose desde el principio a los cultivos de interés de éstas. Como las características del maíz impedían –en ese momento– la utilización de Agrobacterium para la transformación genética, se dedicaron en una primera etapa a diseñar un método de transformación. Recientemente John Sanford, de la Universidad de Cornell, había descripto un método que le permitió ingresar sustancias a las células mediante su bombardeo con partículas (Sanford et al., 1987). Basados en esa metodología, en el CEFOBI desarrollaron una pistola génica que permitía ingresar el transgén en la célula de interés (Vallejos, 2006). 181

Luego se incorporó otro grupo empresario en el proyecto, con la intención de que se transformara maíz, soja y girasol. Pero como se continuó sólo con maíz (según Vallejos, debido a que los evaluadores brasileños consideraron que los otros cultivos, en particular la soja, podían generar competencias entre Argentina y Brasil en el comercio internacional), la empresa se retiró. Hacia 1992, lograron transformar al maíz (Vallejos, 2006). El grupo se enfocó en el desarrollo de metodologías de transformación genética, lo que le permitió obtener una patente y numerosas publicaciones.162

3.7.2. En la Universidad Nacional del Litoral Otro núcleo importante de biotecnología vegetal en la Provincia de Santa Fe, es el que lideró la Dra. Raquel Chan. Se doctoró en 1988 en la Universidad Nacional de Rosario, y pasó los siguientes cuatro años investigando en el Instituto de Biología Molecular de Plantas de Estrasburgo, en Francia, bajo la dirección del Dr. Jacques-Henri Weil (ILSI, 2009). Allí se inició en la biología molecular vegetal, aunque orientada a la bioquímica de algas, en particular en el estudio de sus mecanismos de fotosíntesis. Luego regresó a la Universidad Nacional de Rosario. Los investigadores que allí trabajaban en temas vegetales se articularon en el Programa Multidisciplinario de Biología Experimental, que más tarde, en 1999, se conformó en el Instituto de Biología Molecular y Celular de Rosario (IBR). Ese año, la Dra. Chan se trasladó a la Universidad Nacional del Litoral, en la ciudad de Santa Fe. Desde su regreso a la Argentina, la Dra. Chan comenzó a trabajar en la caracterización de diversos genes vinculados a los factores de transcripción del girasol. Los factores de transcripción son proteínas que participan en la transcripción del ADN a ARN, por lo que constituyen elementos fundamentales en la regulación de la expresión de respuestas vinculadas al crecimiento de la planta, a su desarrollo o a su capacidad de lidiar con situaciones de estrés ambiental. Se trata así de investigaciones que en principio podrían ser caracterizadas como “básicas”, en la medida que consisten en la

162

En este sentido, sus trabajos consisten en el desarrollo de métodos para la detección y cuantificación de transgenes, la caracterización de marcadores de selección para la transformación genética, técnicas de identificación de plantas transgénicas, métodos para aislar y caracterizar la expresión de genes, etc. Es decir, aún cuando se trata de biotecnología vegetal, este grupo se ha orientado hacia el desarrollo y la caracterización de las metodologías asociadas a la transgénesis, más que al desarrollo de plantas transgénicas para su uso en la agricultura. 182

descripción de aspectos generales de la genética vegetal. Sin embargo, los estudios de la Dra. Chan han dado lugar a convenios con empresas. En sus trabajos, obtiene los genes vinculados a los factores de transcripción del girasol, pero luego los expresa en Arabidopsis thaliana. Es decir, aísla los genes del girasol, y luego comprueba su funcionamiento al insertarlos en Arabidopsis. Así encontró un gen que otorga a la planta una mayor resistencia a condiciones de estrés ambiental, en particular a sequía (Chan, 2005). Lo “encontró” en la medida que no era una investigación dirigida a esa cualidad en particular, sino a los factores de transcripción en general (Entrevista a Chan, 2009). La investigación la dieron a conocer mediante un artículo científico (Gago et al., 2002). Pronto, la empresa Bioceres se interesó por ese gen, por cuanto podía obtener cultivos que soportaran condiciones climáticas adversas, de modo que rápidamente gestionaron una patente (dado que ya habían publicado los resultados, disponían de poco tiempo para solicitar la patente). Para la empresa, los cultivos de interés eran trigo, maíz y soja, por lo que generaron un convenio con la Universidad Nacional del Litoral para insertar dicho gen en esos cultivos (Pandolfo, 2009; ANPCyT, s./f.; Bioceres, s./f.a). Al constatar el interés que despertó en las empresas este tipo de investigaciones, en el laboratorio continuaron estudiando genes vinculados a respuestas a estrés hídrico. Caracterizaron otro gen que otorgaba tolerancia a sequía (Fernández, 2010a). Esta vez, hicieron un convenio con una empresa inglesa, Plant Bioscience Limited, que es una intermediaria que se encarga de gestionar las patentes y luego transferir la tecnología a grandes empresas: “Después, nosotros aprendimos. Si teníamos algo que le veíamos alguna pinta biotecnológica, esperábamos para patentar antes de publicar. Lo que pasa es que para patentar tenés que conseguir un socio… La última patente la hicimos con PBL, de Inglaterra (…) lo que hacen ellos es comprar proyectos biotecnológicos y salen a buscar clientes.” (Entrevista a Chan, 2009).

En el laboratorio, consideraron que los factores de transcripción pasaban a ser interesantes, a partir de esa primera experiencia, porque permitían generar patentes (Arce et al., 2008). La solicitud de patentes es otro fenómeno –claramente vinculado al interés comercial– que no se registró en la primera etapa de la investigación en biotecnología vegetal en el país, sino a partir del 2000. Mentaberry solicitó una patente en 2005, para el método por 183

el cual le otorgó resistencia al virus PVY de la papa.163 Por su parte, Hopp solicitó tres patentes entre 2001 y 2005, dos de ellas vinculadas a la planta de maíz resistente al Mal de Río Cuarto.164

3.8.

Menor libertad en un campo estabilizado

Son numerosos los grupos de investigación que fueron surgiendo en biotecnología de plantas, así como la diversidad de temas que fueron tratando. Pero comparten rasgos generales que los diferencian de los que caracterizaron a la primera etapa de la biotecnología vegetal. En los primeros años de actividad en el país la investigación reflejaba una gran libertad de elección, que los científicos usaron para orientar sus trabajos hacia lo que consideraban podía ser la solución a un problema social. Luego, el campo ya estabilizado de la biotecnología vegetal habría de mostrar otras características. En el Cuadro 2 muestro una comparación entre estas dos etapas de la investigación pública en biotecnología de plantas. El campo tuvo sus inicios en investigadores que provenían de disciplinas tan alejadas de la ingeniería genética de plantas como era la neurobiología. En el campo ya estabilizado, cuando ya existen investigadores formados específicamente en la biotecnología o la biología molecular de plantas, no sería posible que un investigador formado en otra disciplina alejada pueda dar el salto a la biotecnología de plantas recibiendo un laboratorio a su cargo y demás recursos para la investigación, porque ya existen científicos formados en esa área; ya no es un campo virgen sino con investigadores compitiendo por espacios y recursos.165

163

Solicitud P020103173, INPI, Boletín de Patentes, N° 276, 1 de junio de 2005, p. 13.

164

En el 2005 solicitó una patente que incluye tanto el método como las construcciones genéticas que permiten obtener una planta resistente al virus del Mal de Río Cuarto. Solicitud P040100887, INPI, Boletín de Patentes, N° 295, 3 de agosto de 2005, p. 29. 165

A comienzos de la década de 1990 aparece la segunda generación de biotecnólogos vegetales, al doctorarse los primeros discípulos de los investigadores pioneros. Al poco tiempo, además, se crean carreras de grado específicamente dedicadas a la Biotecnología en la Universidad Nacional de Quilmes, la Universidad Nacional del Litoral, y luego en la Universidad Nacional de Tucumán, en la de San Martín, en la de Rosario y en la de La Plata. También se crearon numerosas maestrías y un doctorado específico de biotecnología. Además, los laboratorios de biotencología también se nutren de biólogos moleculares, es decir, de Licenciados en Biología que se especializan en el área molecular, lo cual es habitual desde fines de la década de 1980. 184

Cuadro 2. Comparación entre la etapa inicial de la investigación en biotecnología vegetal en la Argentina (1986-1991) y una segunda etapa, donde el campo ya se encuentra estabilizado (1991-2010). Campo inicial Trayectorias en disciplinas

Centros públicos de investigación

Vínculos con otras disciplinas

Requisitos para liberar OGMs

Neurobiología, fisiología, bioquímica, biología molecular / biotecnología

Campo estabilizado Biología molecular / biotecnología INTA Castelar (varios grupos),

INTA, INGEBI

INGEBI, INTA Balcarce, CEFOBI, UNL, entre otros

Conflictos entre biólogos moleculares e ingenieros agrónomos

División de tareas: biólogos moleculares en el laboratorio, ing. agrónomos en ensayos a campo Ensayos de bioseguridad

Ninguno

(CONABIA), percepción pública de los OGMs

Vínculos para conocer Actividades de los investigadores

posibles necesidades sobre

Experimentos de laboratorio,

OGMs, experimentos de

gestiones en regulación de

laboratorio, gestiones para

OGMs

ensayos a campo, Desarrollo de cultivos Líneas de investigación

Desarrollo de cultivo

transgénicos, silenciamiento,

transgénico

transformación en cloroplastos, molecular farming

Planta modelo

Papa

Arabidopsis, Tabaco

no



Publicaciones con investigadores en laboratorios centrales Patentes Convenios con empresas Organismos financieros

0

4 (sólo considerando grupo Hopp y Mentaberry)

1

múltiples

Estado, agencias

Estado, agencias

internacionales

internacionales, empresas

También cambió el uso de las plantas “modelo” en la investigación. En los primeros años, los investigadores sólo querían emplear como modelo de investigación aquello 185

que también tuviera una aplicación como resultado de la investigación, de modo que sólo utilizaron la planta de papa. Luego, en esta segunda etapa, incorporaron el uso de Arabidopsis thaliana y de la planta de tabaco como modelos de investigación. Esto les permitía acoplar sus investigaciones a los tiempos y modalidades de la investigación estandarizada a nivel internacional en la materia. Lo cual se vincula con la inserción en redes académicas de prestigio. Si al comienzo no realizaban investigaciones conjuntas con laboratorios de países centrales, sí lo hicieron cuando el campo ya estaba estabilizado. A su vez, estas relaciones con laboratorios centrales se desplegaron en un marco de mayor competencia local. Es decir, al desarrollarse el campo y haber más investigadores compitiendo por sus recursos, involucrarse en redes de prestigio a nivel internacional es una forma de posicionarse mejor en esa competencia. Lo cual se traduce también en la producción de más artículos científicos, y en líneas de investigación (como el silenciamiento génico) orientadas a la producción de conocimiento básico. Cuadro 3. Esquema general comparativo entre el campo inicial y el campo estabilizado. Campo inicial •

Libertad en las líneas de investigación (orientación hacia relevancia social)



Fluidez entre las disciplinas



Centros públicos de investigación

Campo estabilizado •

Investigación orientada hacia empresas o relevancia académica



Profesionalización



Empresas - Centros públicos de investigación

En el Cuadro 3 pueden observarse las dinámicas y actores principales que se encuentran en cada período del campo de la biotecnología vegetal.

3.8.1. Privatización del conocimiento público Uno de los cambios centrales que operaron en el campo de la biotecnología vegetal tiene que ver con el rol del sector privado. Éste comienza a volverse relevante a mediados de la década de 1990, cuando comenzaron a comercializarse los cultivos transgénicos. Las grandes compañías biotecnológicas pasaron entonces a dominar el escenario de la biotecnología vegetal, y cualquier intento de desarrollo, así fuera en un laboratorio público, tenía presente que el destinatario final debía ser una de esas empresas. 186

Cuando el campo estaba dando sus primeros pasos, en cambio, el sector privado no intervenía de ningún modo. Los investigadores del sector público realizaban sus trabajos esperando que ese mismo desarrollo llegara a los agricultores sin mayores dificultades, con ayuda eventualmente de otras instituciones públicas (para los ensayos a campo, por ejemplo). Luego, a comienzos de la década de 1990, iniciaron contactos con empresas locales, a fin de ver facilitados los ensayos a campo. A medida que los requisitos de bioseguridad fueron aumentando, las relaciones pasaron a entablarse con empresas cada vez más grandes, pues era necesario un mayor capital para absorber los costos que los desarrollos implicaban. Algunos autores dan cuenta de los beneficios que implicaría que las empresas se vinculen con los centros públicos de investigación, por cuanto ello aumentaría la capacidad de obtener innovaciones (Mowery y Nelson, 1999; Nelson, 1993). No pretendo abordar aquí esa discusión, sino más bien los cambios en las agendas de investigación del sector público producidos por los vínculos con el sector privado. Valeria Arza señala tres aspectos controversiales de la vinculación entre las organizaciones públicas de investigación y el sector privado (Arza, 2009). Uno de ellos serían los costos de estos vínculos, en particular en términos de la dedicación que los investigadores vuelcan a la construcción de esas relaciones, en detrimento de otras actividades. Otro aspecto controversial sería el riesgo de privatización de los resultados de la investigación, lo que iría en desmedro de la circulación y difusión de los conocimientos producidos. Finalmente, Arza menciona que las metas de la investigación pública podrían cambiar al vincularse con el sector privado. Es este último aspecto el que pretendo explorar aquí para el caso que estudio. A medida que se fueron incrementando los requisitos para poder introducir una nueva planta transgénica en la agricultura (sobre todo, a partir de las crecientes exigencias de bioseguridad), los centros públicos de investigación comenzaron a mostrar algunas limitaciones. Los ensayos a campo para probar la papa transgénica se articularon entonces con una pequeña empresa semillera local. Sin embargo, pronto se mostró incapaz de afrontar los costos de los ensayos. Los convenios se hicieron a partir de entonces con empresas de mayor tamaño. Esto condujo, a su vez, a un cambio en las líneas de investigación. Las pocas empresas semilleras locales que se interesaron por financiar parte de las innovaciones biotecnológicas, aspiraban a obtener un producto que les fuera rentable. Los cultivos se orientaron así al maíz, la soja o el girasol. El proyecto de la papa cayó entonces en un segundo plano; una empresa realizó cada tanto ensayos a 187

campo para dicho proyecto, pero promoviendo principalmente desarrollos en otro tipo de cultivos. De modo que un cultivo transgénico que parecía haber sido diseñado por los investigadores sobre todo en función de su utilidad social, fue desplazado por otros cultivos cuyo diseño contenía claramente la utilidad que las empresas podrían sacarle. Esto no quiere decir que el vínculo con empresas sea la única razón por la que cambió la dinámica de investigación en biotecnología vegetal, pues he señalado ya que incidieron otros factores, desde la búsqueda de inserción en redes de prestigio académico debido a la mayor competencia local, hasta las exigencias en materia de bioseguridad y los cambios en la percepción pública de la biotecnología. Tampoco supone que el cambio haya sido unívoco: aún si muchas investigaciones se orientaron hacia los posibles intereses de las empresas, en algunos casos incluyeron otros intereses también. En el caso del maíz resistente al Mal de Río Cuarto, por ejemplo, se conjugó el interés por resolver una problemática agrícola estrictamente local, con un cultivo de interés comercial. De todos modos, esto evidencia que la creciente incidencia del sector privado sobre los desarrollos biotecnológicos produjo un cambio en las agendas de investigación del sector público, donde perdieron peso las motivaciones sociales y los potenciales actores humildes, favoreciendo en cambio innovaciones de interés comercial y afín a potenciales usuarios de mayor poder adquisitivo, como el caso de productores agrícolas que comercian con soja o maíz, o incluso las empresas semilleras. Este cambio fue naturalizado por los propios investigadores: “La concreción de estos vínculos entre actores públicos y privados se basa en una conclusión relativamente simple: en el contexto argentino, no es posible generar innovaciones tecnológicas avanzadas sin el concurso protagónico de ambos sectores. Por un lado, para poder generar riqueza basada en el conocimiento, el sector productivo requiere de la investigación profesionalizada, la cual hoy está mayoritariamente concentrada en instituciones del sector público. Por el otro, el sector de investigación público no puede incursionar en la producción de tecnología sin el respaldo económico y la experiencia práctica del sector productivo.” (Mentaberry, 2010)

Estos mismos científicos, veinte o veinticinco años atrás, diseñaron sus proyectos de investigación considerando que el Estado, o a lo sumo con la participación de empresas pequeñas, podía conseguir que sus desarrollos biotecnológicos se insertaran en la agricultura. Luego, consideraron natural que el respaldo económico –al menos, en las etapas finales de los desarrollos en plantas transgénicas– viniera del sector privado. He 188

de insistir en que ello no es un fenómeno natural, sino que se debe a un aumento en los costos de liberación comercial de los cultivos genéticamente modificados, junto a una fuerte retracción del Estado en materia de inversión científica, producida particularmente en la década de 1990. Así, en el campo de la biotecnología vegetal, los vínculos entre los centros públicos de investigación y las empresas no ocurren directamente en la etapa de experimentación dentro del laboratorio, sino fundamentalmente en las etapas posteriores, es decir, en los ensayos a campo y en los procedimientos para cumplir con los requisitos de bioseguridad. Es cuando la planta transgénica sale del laboratorio que pasa a manos de las empresas para su adecuación posterior. Sin embargo, estos vínculos operan, indirectamente, sobre las etapas iniciales de la investigación. ¿De qué modo lo hacen? Desde el momento en que los científicos consideran que necesariamente habrán de acudir a empresas de mediano o gran capital para poder concretar sus investigaciones –es decir, para poder introducir las plantas transgénicas que desarrollan en la agricultura–, producen un cambio en sus agendas de investigación. Con o sin necesidad de que se lo pidan las empresas, dejan de trabajar con los cultivos y caracteres a modificar con los que habían trabajado inicialmente, para pasar a desarrollar aspectos que pudieran interesar a las empresas. Con evidentes matices en el medio, el pasaje del proyecto de una papa transgénica para beneficio de los agricultores humildes, a los proyectos con maíz, soja o girasol y los caracteres de tolerancia a herbicidas, es paradigmático de este cambio. Las restricciones que evidencian así los desarrollos públicos en transgénesis vegetal no parecen ser exclusivos de la Argentina. En diciembre de 2009, la comisión de bioseguridad de Brasil aprobó la liberación comercial de un cultivo transgénico desarrollado por investigadores brasileños. El hecho parece contradecir lo que acabo de afirmar. Sin embargo, el cultivo fue desarrollado por Embrapa junto con la multinacional de la biotecnología BASF.166 Aún más: se trata de una soja transgénica resistente a herbicidas. De modo que en el primer caso sudamericano de liberación comercial de un desarrollo local, éste reúne los rasgos de los desarrollos globales: pertenece (en parte, al menos) a una empresa multinacional, es un cultivo que se comercializa globalmente y de especial interés para las empresas que venden 166

BASF proveyó el gen ahas (que otorga resistencia a imidazolinonas, un tipo de herbicida), mientras que Embrapa se encargó de realizar la transformación genética en las variedades de soja que se comercializan en Brasil (Fuck y Bonicelli, 2008; Tollefson, 2010). 189

agroquímicos; es decir, reproduce la lógica de los cultivos transgénicos que circulan en el mercado.

3.9.

¿Regímenes de conocimiento o etapas de su proceso de producción?

Según el momento en que uno se detenga a observar la dinámica de la biotecnología vegetal tal como la he mostrado hasta aquí, uno obtendría fotografías muy distintas entre sí. ¿Es un campo donde la investigación pública está aislada, o en permanente contacto con el sector privado? ¿Estos sectores aspiran a fines y productos distintos o similares? ¿Los investigadores van cambiando de disciplinas, en trayectorias ubicuas, o más bien delimitan su perfil en instituciones estables? En función del análisis que se encuentra en estas hojas, el lector está en condiciones de asegurar que las respuestas a estas preguntas varían, precisamente, según el momento histórico. He querido mostrar, en todo caso, que las dinámicas de producción de conocimiento en biotecnología vegetal han variado con el tiempo y que, al menos, es posible señalar dos períodos que estructuran sus rasgos generales en el país. No obstante, lo aquí expuesto permite ampliar la reflexión hacia los fenómenos de convergencia y diferenciación en ciencia y tecnología, discusión de particular relevancia en las últimas décadas. Gibbons et al. (1994), por ejemplo, consideran que frente a un modo clásico de producción de saberes, basado en disciplinas bien diferenciadas, centrado en la universidad, sostenido en el paradigma de una ciencia pura y autónoma, se habría impuesto –luego de la Segunda Guerra Mundial– un nuevo modo de producción de saberes organizado de forma mucho más flexible, donde no sólo interviene la universidad sino también firmas innovadoras, y donde los saberes se hallan fuertemente sometidos a demandas de regulación social.167 La biotecnología, en particular (pero también otros campos novedosos, como los desarrollos de nuevos materiales o las tecnologías de la comunicación), es un área donde las diferencias entre la ciencia y la tecnología se desdibujarían, donde se expresaría una amalgama entre la industria, la ciencia y sus instituciones (Gibbons et al., 1994; Leydesdorff y Heimeriks, 2001). Esa pérdida de diferenciación entre distintos aspectos de la ciencia y la tecnología sería vista, según estos autores, como un fenómeno estrictamente contemporáneo. La biotecnología sería un exponente privilegiado de este fenómeno de interdependencia y amalgama que algunos denominan “tecnociencia”, precisamente para enfatizar esa 167

Al mencionado texto de Gibbons et al. (1994) puede asociarse el de Nowotny et al. (2001), que sigue la misma perspectiva. 190

indiferenciación (Olivé, 2003). Estos enfoques apuntan a señalar una pérdida de diferenciación entre las formas de división del trabajo científico, entre la ciencia y la tecnología, o incluso, en un plano más amplio, entre la naturaleza y la cultura. Algunos autores hablan en términos de un “tejido sin costura” para referirse a la fluidez entre los aspectos sociales, científicos y tecnológicos (Bijker et al., 1990). Entre las críticas que han recibido estos enfoques, cabe destacar la de Dominique Pestre, quien considera que, en realidad, los dos modos de producción de saberes a los que alude Gibbons han coexistido siempre, y nunca de forma pura, pues las redes en las que se desenvuelven los científicos siempre exceden las simples estructuras académicas (Pestre, 2003). Terry Shinn, por su parte, sostiene que estas clasificaciones ignoran que los cambios son constitutivos de la ciencia, y los cambios actuales podrían pensarse como la articulación de principios básicos que ya se encontraban vigentes tiempo atrás, como la integración conceptual, la distribución del trabajo científico y la búsqueda de nichos donde desarrollarse (Shinn, 1999). En todo caso, la división del trabajo y la diferenciación institucional operan, según Shinn, de un modo distinto en cada uno de los tres regímenes de investigación científica y técnica que él propone (Shinn, 2000). El régimen disciplinario se caracteriza por instituciones estables y fácilmente identificables, con disciplinas bien delimitadas entre sí. En el régimen transitorio, en cambio, los pasajes de un espacio institucional a otro son frecuentes, las fronteras entre disciplinas son provisionalmente atravesadas en la búsqueda de técnicas, conceptos o colaboraciones diversas. Finalmente, el régimen transversal presenta un grado de libertad más grande, donde los investigadores mantienen escasas ataduras con sus disciplinas, profesiones e instituciones, y se identifican sobre todo en función de los proyectos. Lo que denomina “comunidades de investigación-tecnología” (researchtechnology communities) pertenecen a esta última categoría, pues se trata de una configuración de la producción de conocimiento caracterizada por el diseño de artefactos genéricos en torno a los cuales circulan actores que atraviesan las fronteras al interior y exterior de la ciencia, en espacios, prácticas y trayectorias flexibles e híbridas (Shinn, 1999; Joerges y Shinn, 2001). La conceptualización de los tres regímenes le permite a Shinn cuestionar los abordajes precedentes, en la medida que sostiene que la división del trabajo científico está siempre presente, en cualquiera de los regímenes, aunque de modos distintos. Además, estos regímenes coexisten en una misma época. Las comunidades de “research-technology”, no obstante, desafiarían los modos clásicos de división del 191

trabajo. Su inherente transversalidad desarmaría en parte las fronteras entre el trabajo intelectual y el manual, entre las disciplinas científicas, entre las instituciones, entre los ámbitos tecnológicos, etc., pero coexistiendo, al mismo tiempo, con esferas de mayor diferenciación (Shinn, 1997; 2005). Cabe insistir en que estas categorías que propone Terry Shinn se enmarcan en la crítica que realiza a los enfoques precedentes, se origina en la necesidad de mostrar distintas formas de organización del trabajo científico, pues apunta a desarmar la desdiferenciación que proponen los abordajes del tipo “tejido sin costuras”, a los que Shinn califica acertadamente como típicamente postmodernos (Shinn, 2008; Shinn y Joerges, 2005). No obstante, las categorías que Shinn propone se vuelven problemáticas en otro sentido, pues tienden a aparecer como categorías a-históricas. Los regímenes disciplinarios, transitorios y transversales, serían constitutivos de la ciencia moderna, y la emergencia de una u otra categoría sería aleatoria, debiendo constatarse empíricamente a qué régimen se adecua el objeto de estudio que a cada cual le toque abordar. Así, estudios posteriores que se han basado en los aportes de Shinn, se han limitado, en muchos casos, ha adecuar su objeto de estudio con uno de los tres regímenes, proclamando “encontrar”, por ejemplo, un régimen transversal en tal o cual espacio de producción de conocimientos. Si tomáramos la porción de producción de conocimientos en biotecnología vegetal que corresponde al capítulo anterior, podríamos llegar a inferir que se trata de un régimen transversal, pues los investigadores traspasan continuamente

de

disciplinas

(neurobiología,

fisiología,

bioquímica,

biología

molecular), de instituciones (Fundación Campomar, New York University, INGEBI, Fundación Bariloche, Carlsberg, INTA), e incluso asumen diversas tareas (ensayos de laboratorio, viajes y relaciones para lograr ensayos a campo, vínculos con proveedores de materia prima, relaciones con ingenieros agrónomos, con biólogos moleculares, con diversas instituciones nacionales e internacionales, etc.). Si tomáramos una fotografía de esas situaciones, parecería que estos investigadores se desenvuelven con total libertad y atravesando todo tipo de fronteras, con el único objetivo de un proyecto común: la papa transgénica. Pero si exploramos las situaciones que presenta la biotecnología vegetal luego, nos encontramos con un escenario completamente diferente: las disciplinas se diferencian con nitidez (los biólogos moleculares o biotecnólogos son los únicos en ocuparse de la transgénesis vegetal), las trayectorias se asocian a espacios institucionales más estables (los investigadores permanecen casi toda su vida de 192

investigador formado en una misma institución), y las tareas se reparten claramente (los biólogos moleculares realizan los experimentos de ingeniería genética en el laboratorio, los ingenieros agrónomos se encargan de los ensayos a campo, las agencias estatales de promoción de la ciencia financian los desarrollos de laboratorio y las empresas gestionan y financian las actividades que prosiguen). Si nos quedáramos con esta segunda fotografía, el régimen disciplinario resulta el más adecuado. Si bien me he ocupado sólo de las actividades que se refieren a la biotecnología vegetal, el caso permite aventurar algunas reflexiones sobre el tema más amplio, aunque advirtiendo el carácter hipotético de las generalizaciones. Pues lo que muestro con este caso, es que la biotecnología vegetal comenzó con un grado muy bajo de división del trabajo, como suele suceder con un nuevo campo. Pero luego ese campo maduró, en el sentido de que sus relaciones se normalizaron y se consolidó la división de tareas. En la primera etapa, descripta en el capítulo anterior y caracterizada por una baja división del trabajo, los actores tienen mayor libertad de acción y por eso circulan con mayor flexibilidad entre disciplinas e instituciones, realizando múltiples tareas. En la segunda etapa, descripta en este capítulo, se produce una mayor división del trabajo, de modo que los actores se ajustan a su rol y pierden libertad de acción. Lo que sostengo es que muchos de los intentos por describir regímenes transitorios o transversales, podrían no ser más que las instancias iniciales de un nuevo campo de producción de saberes. Si ese campo se estabiliza en el tiempo, seguramente dará lugar a una mayor división del trabajo, pues surgirán y se consolidarán actores dispuestos a maximizar los beneficios de cada una de las actividades involucradas. Creo, incluso, que algunas consideraciones en la obra de Shinn y Joerges permiten reforzar esta idea. Así, Shinn reconoce que “el régimen transitorio puede conducir a la aparición de una nueva subdisciplina, como los casos de la físico-química, la bioquímica, la biofísica, la astrofísica y la geofísica” (Shinn, 2000: 451). En un trabajo que también pertenece a la compilación de Joerges y Shinn, Nevers et al. estudian el mejoramiento genético de plantas como un régimen transversal, pero admiten que a medida que se va estandarizando la tecnología, “su novedad y consecuentemente el momentum del campo disminuye” (Nevers et al., 2001: 116). Sugieren que al alcanzar este estadio, el campo habría de cambiar sus características, pues sus integrantes no tendrían más opción que orientarse hacia una u otra de las tareas que demanda el campo en esa nueva instancia. De este modo, los autores mantienen la

193

identidad del régimen transversal sólo a condición de no continuar el análisis cuando el campo entra en una mayor división del trabajo.168 Tal es, al menos, la dinámica que atravesó la investigación en biotecnología vegetal en la Argentina: después de una etapa inicial, donde los investigadores se movían entre disciplinas y prácticas diversas en pos de un proyecto, el campo se estabilizó en la atribución de roles más definidos y segmentados. Los investigadores provienen ahora de disciplinas cercanas a la biotecnología, y su papel se limita a los primeros desarrollos de laboratorio, para trasladar luego las plantas transgénicas a manos de las empresas. Al adaptarse a la dinámica de ese campo ya estabilizado, la investigación pierde grados de libertad: los científicos ya no piensan que ellos solos podrán diseñar un cultivo transgénico para beneficio de los agricultores humildes, sino que se ajustan a las posibilidades y roles que aparecen establecidos, y se dedican a desarrollar plantas transgénicas que puedan ser de interés para las empresas semilleras o biotecnológicas, así éstas se encargan de las etapas de desarrollo posteriores al trabajo de laboratorio.

168

Las reflexiones que vertí en este apartado contienen algunas críticas a la noción de “researchtechnology”. Sin embargo, éstas no apuntan a la totalidad de los aspectos involucrados en el concepto. No sólo permanece intacta la crítica que Shinn realiza a los enfoques des-diferenciacionistas del tipo “tejido sin costuras”, como así también el análisis de espacios intersticiales en la ciencia, sino que, además, deliberadamente he evitado referirme a uno de los aspectos que Shinn incluye en las comunidades “research-technology”, que son los artefactos genéricos. Esto se debe a que considero que los artefactos genéricos pueden surgir en espacios diferenciados o más transversales (o, para ponerlo en los términos que vengo utilizando, pueden desarrollarse en campos estabilizados o no). Así, la idea de “artefactos genéricos” la retomo en la Introducción de esta tesis (ver nota 35), en términos de artefactos con mayor o menor grado de definición, al mostrar en particular la diferencia entre la tecnología de la transgénesis y los diversos cultivos transgénicos. 194

PARTE II La mercantilización de los transgénicos

195

Capítulo 4 El capital y la biotecnología vegetal. Trayectorias y estrategias de innovación en la Argentina A pesar de que hay numerosos centros públicos que hacen investigación en transgénesis vegetal, la totalidad de las semillas transgénicas que se comercializan en el mundo fueron desarrolladas por empresas. Resulta un tema de singular relevancia para América Latina, por cuanto el producto final de este sector de la agroindustria, los cultivos transgénicos, se expanden año a año en la región, cubriendo alrededor de un tercio de la superficie mundial de cultivos transgénicos.169 Sin embargo, los trabajos que han abordado el tema lo han hecho enfocándose en el contexto e impacto económico que implicó su adopción por parte de los productores agrícolas, o bien centrándose en la controversia que su uso despertó en vastos sectores de la población. Pero hay una significativa ausencia de estudios que busquen desentrañar las dinámicas de innovación que operan en las empresas que producen los cultivos transgénicos. El objetivo de este capítulo es analizar las estrategias de innovación de dicho sector de la agroindustria. Ello implica descubrir la diversidad de prácticas y actores que se encuentran detrás de la categoría de “empresas de biotecnología vegetal”. En ese sentido, es usual asociar la producción de semillas transgénicas a las grandes firmas multinacionales, y en particular a una de ellas: Monsanto.170 Indudablemente, las empresas multinacionales juegan un papel fundamental en la materia, pero hay una densidad de prácticas y actores que componen una trama compleja en la biotecnología vegetal que no es posible comprender si se mantiene el reduccionismo que lleva a igualar los cultivos transgénicos con Monsanto. Así, pues, este capítulo abre en parte esa “caja negra” compuesta por las empresas de biotecnología vegetal, al presentar tres tipos de actores: las empresas multinacionales, las de capital nacional y las que, aún sin emplear ellas mismas la transgénesis vegetal, han ocupado un lugar relevante en la comercialización de semillas transgénicas en la Argentina. Para cada uno de estos actores considero dos 169

En el año 2009, la superficie global dedicada a la producción de cultivos transgénicos alcanzó las 134 millones de hectáreas; en América Latina, superó las 46 millones (James, 2009). 170

En realidad, los desplazamientos semánticos involucrados en las narrativas sobre los transgénicos suelen ser de diversa índole, pero pueden esquematizarse como: OGM = riesgos varios = Monsanto. Dentro de esa dinámica, Marie-Monique Robin presenta una síntesis de dudosa delicadeza conceptual: afirma que dado que Monsanto fabricó el Agente Naranja durante la década de 1960, los OGM, que también produce Monsanto, podrían ser el Agente Naranja del futuro (Robin, 2008). 196

dimensiones principales de análisis: su trayectoria y sus estrategias de innovación propiamente (entendidas como las prácticas científico-tecnológicas orientadas a ofrecer determinados productos en el mercado). La hipótesis que subyace es que ambas dimensiones juegan un papel fundamental en el tipo de innovación que se produce, por cuanto la acumulación previa de capital va a condicionar fuertemente la estrategia de innovación que se despliega para producir semillas genéticamente modificadas. Numerosos trabajos explican la adopción de los cultivos transgénicos en Argentina en términos de “la soja transgénica ingresó a la Argentina luego de una negociación entre las empresas norteamericanas Asgrow y Monsanto, que le permitió a Asgrow acceder al gen para utilizarlo en sus variedades, y luego la semillera Nidera adquirió Asgrow Argentina y amplió la difusión del gen en el país” (Lehmann y Pengue, 2000; Bisang, 2003a, 2003b; Trigo y otros, 2002; Bárcena y otros, 2004; Teubal, 2009b; Rossi, 2006; Vara, 2004; Valenzuela, 2005; Krakowiak, 2006; Paarlberg, 2003; Vicién, 2003). En todos estos relatos, la empresa Nidera “aparece” al momento de comprar Asgrow y su rol es el de difundir la semilla transgénica. Algunos trabajos, en particular los de Bisang, explican detalladamente las condiciones de los productores agrícolas en Argentina a mediados de los ’90, mostrando que poseían maquinaria agrícola moderna pero también un alto endeudamiento, en un escenario de cambio en la tendencia de los mercados mundiales al presentar una caída de los precios internacionales de los principales cultivos (Bisang, 2007). Esto resulta sumamente útil para comprender la rapidez y masividad con la que fueron adoptados los cultivos transgénicos en Argentina por parte de los productores agrícolas.171 Pero deja sin explicar cómo y porqué se desarrolló esta tecnología de transgénicos y no otra, en la medida que no explora las condiciones de producción de conocimiento al interior de las empresas biotecnológicas. En ese sentido, ¿por qué el transgénico que desarrollaron las empresas de biotecnología era de tolerancia a un herbicida, y no otro? ¿Por qué las empresas obtentoras (las que desarrollan un transgén) son tan pocas? ¿Por qué llega Nidera a comprar una empresa multinacional que tenía el gen RR? ¿Cómo llega una empresa local a ser quien “difunde” la soja transgénica en el país? Como vemos, ni siquiera los análisis sobre el origen de los cultivos transgénicos en Argentina toman en cuenta la trayectoria y las prácticas de innovación de las empresas de este sector de la agroindustria. Por el contrario, sostengo que sólo incorporando dichas dimensiones al 171

El costo de la hectárea de soja convencional (con el paquete de herbicidas) costaba 115 dólares; mientras que con las semillas RR y el glifosato se redujo a 90 dólares (Bisang, 2007: 205). 197

análisis es posible comprender por qué existen los cultivos transgénicos que existen hoy en día y no otros (por qué llevan determinados genes y no otros, por ejemplo), y por qué ocupan el lugar que ocupan las empresas dominantes del sector.

4.1.

Situación internacional de las empresas de biotecnología vegetal

El mercado mundial de semillas transgénicas está fuertemente concentrado en pocas compañías, y esto es algo que diferencia al estado de la biotecnología vegetal actual de los inicios de la biotecnología en general. En efecto, hacia fines de la década del ’70, podían distinguirse tres tipos de empresas que invertían en el campo del ADN recombinante: las nuevas firmas dedicadas a la ingeniería genética, los capitales de riesgo, y las grandes corporaciones multinacionales (Wright, 1994: 87-93). Las primeras eran las que se dedicaban plenamente a obtener productos nuevos.172 Las grandes corporaciones multinacionales, en cambio, comenzaron a invertir en el área en términos defensivos: para evitar que sus productos y mercados fueran desplazados por la nueva tecnología. Varias firmas fueron creadas por audaces científicos que se embarcaron en “aventuras biotecnológicas empresariales” (Kornberg, 2001: 292). Sin embargo, este escenario de pequeños y exitosos emprendedores, que llevan sus propios desarrollos del laboratorio al mercado, sólo puede explicarse por tratarse del inicio de una tecnología, cuyo mercado es incipiente. En poco tiempo, las grandes firmas multinacionales pasaron de tener una posición expectante, a asumir un rol dominante. En biotecnología vegetal, al menos, el campo se encuentra fuertemente concentrado en la actualidad. Además, la mayor parte de esas innovaciones se producen en los Estados Unidos. La posición dominante que ocupa Estados Unidos en cuanto al desarrollo y producción de OGMs, requiere la diferenciación de dos etapas: el origen y el mantenimiento de esa posición dominante. En cuanto al origen, prácticamente la totalidad de las investigaciones que llevaron al desarrollo del ADN recombinante, en la década de 1970, se llevaron a cabo en los Estados Unidos. De las universidades norteamericanas surgieron muchos emprendimientos empresarios que buscaban producir proteínas recombinantes. Luego, las grandes multinacionales (del sector farmacéutico y químico) generaron contratos con las universidades norteamericanas y

172

De hecho, como mencioné en el capítulo 1, Genentech es la primera empresa en producir una proteína recombinante, la somatostatina, en 1977. Genentech había sido fundada en 1976 por Herbert Boyer – científico de la Universidad de California que había participado en los primeros ensayos exitosos de ADN recombinante– y Robert Swanson, un hombre de negocios. 198

con las empresas “start-up” de biotecnología, pasando posteriormente a ser los actores dominantes del sector. Todo este proceso se llevó a cabo en Estados Unidos entre mediados de los años ’70 y principios de los ’80 (Wright, 1994; Kenney, 1986; Rabinow, 1996; Krimsky, 1991). Es decir, la posición dominante original de Estados Unidos en el campo de la biotecnología se explica porque allí se concentraban las más avanzadas investigaciones en biología molecular, y porque había una dinámica empresaria que capitalizó rápidamente esos desarrollos científicos. Pero explicar el mantenimiento de esa posición dominante en el campo de la biotecnología vegetal resulta más complejo. Según Feldman, una vez que una región desarrolla una experticia, otros actores que trabajan en el tema pueden verse atraídos por esa región (precisamente por los beneficios de nutrirse de esa experticia), con lo cual las tecnologías, las firmas y las regiones se determinarían mutuamente (Feldman, 2003). También hay que considerar que una vez asumida una posición dominante en el campo, al resto de los actores les resulta sumamente difícil lidiar con las condiciones del campo, condiciones que despliego a lo largo de esta tesis. En todo caso, es claro que las empresas multinacionales pasaron a adquirir una posición dominante en el campo. Para Coriat et al. (2003), la biotecnología se definiría como un régimen particular de innovación basado en la ciencia, pero donde la ciencia sufre profundas modificaciones en lo que hace a la división de tareas entre el sector público y el privado, y en la mercantilización del conocimiento. Las características más distintivas de este régimen de innovación serían que la investigación básica es conducida dentro de las firmas, y que éstas podrían desarrollarse aún sin contar con un producto en el mercado, gracias a alianzas con grandes corporaciones farmacéuticas (Coriat et al., 2003). Sin embargo, cabe señalar dos limitaciones de esta caracterización. Por un lado, se trata de un modelo pensado para ilustrar los primeros momentos de la biotecnología, pero ofrece pocas herramientas para caracterizar el estado actual de la misma. A mediados de 1980 el escenario de la biotecnología en general estaba dado por firmas más bien pequeñas y constituidas por científicos emprendedores, pero en la actualidad, sobre todo en biotecnología vegetal y farmacéutica, el campo se encuentra concentrado en pocas empresas multinacionales. Ese relato podría tener más pertinencia en aquéllas áreas de la biotecnología que aún no se han desarrollado en el mercado, como la utilización de plantas para fabricar proteínas (molecular farming), pero difícilmente sirve para caracterizar el estado actual de la agrobiotecnología.

199

Por otro lado, se trata de análisis que no diferencian entre ramas de la biotecnología, sino que la consideran un régimen homogéneo. Por el contrario, Bonacelli y Salles-Filho observan que las estrategias innovadoras que despliegan las compañías biotecnológicas están estrechamente relacionadas a las trayectorias tecnológicas de cada sector, de modo que son diferentes las actividades biotecnológicas en salud y en agricultura, lo que se refleja en la cantidad de inversiones y en la intensidad de innovaciones (Bonacelli y Salles-Filho, 1998: 208). La biotecnología vegetal pertenecería a un régimen de ganancia genética globalizada, donde los actores dominantes son los oligopolios privados agroquímico-semilleros y la innovación es un bien privado (Bonneuil y Thomas, 2008). Este régimen muestra el lugar dominante que tienen las grandes empresas semilleras dentro de la biotecnología vegetal. En cierta forma, las empresas han desplazado a las universidades, pues las inversiones en I+D (investigación y desarrollo) de Monsanto y Syngenta han superado ampliamente a las del sector público, y “esas dos firmas detentan más patentes de biotecnología vegetal que todas las instituciones públicas y universitarias del mundo juntas” (Bonneuil y Thomas, 2008: 127). En efecto, el mercado mundial de semillas transgénicas está fuertemente concentrado en pocas compañías, y es un fenómeno que caracteriza al sector ya desde fines de la década de 1990 a través de sucesivas fusiones y adquisiciones de firmas (Oehmke y Wolf, 2003; Fulton y Giannakas, 2001; Lesser, 1998). Así es como apenas seis empresas se reparten el mercado mundial de semillas transgénicas: Monsanto, Syngenta, DuPont, Bayer CropScience, BASF y Dow AgroSciences (Larach, 2001; Varela y Bisang, 2006).173 Si bien la innovación en semillas transgénicas se encuentra fuertemente concentrada en unas pocas firmas, y también está centralizada en pocos países (en particular, en los Estados Unidos), en cada lugar se presentan escenarios peculiares. En todo caso, las dinámicas de innovación en biotecnología vegetal no necesariamente son las mismas en distintos contextos. Si se considera a la ciencia como parte del proceso social de producción económica en lugar de entenderla como una mera interacción entre los actores científicos, se vuelve necesario analizar los condicionamientos que operan en la división del trabajo científico en cada contexto particular (Lefèvre, 2005). Los

173

Me refiero a empresas propietarias de construcciones genéticas, denominadas empresas obtentoras. Luego estas empresas licencian sus construcciones genéticas a otras empresas semilleras que multiplican esa construcción dentro de sus propias variedades vegetales (empresas adaptadoras). Es el mercado de empresas obtentoras de construcciones transgénicas el que está fuertemente concentrado. 200

parámetros que se exploran en este capítulo abordan cuestiones tales como las estrategias de las empresas, los modos de financiamiento de la investigación, las condiciones del mercado y la opinión pública. Son estos factores los que determinan en gran medida el modo en que se desarrollan las innovaciones en biotecnología vegetal en distintos lugares, haciendo que la forma y la cantidad de estas innovaciones sea distinta en los Estados Unidos, en Francia y en la Argentina. Para lograr comprender las dinámicas de innovación en las empresas de biotecnología vegetal es preciso saber qué rol juegan los actores que no son dominantes, qué tipo de tareas hace cada actor, que limitaciones tienen los actores subordinados y cómo mantienen su posición los actores dominantes. Así, pues, se vuelve imprescindible describir casos específicos del funcionamiento de firmas biotecnológicas para que finalmente sea posible describir una dinámica global del sector. Es decir, es preciso realizar un análisis de los fenómenos concretos en los que opera la división del trabajo científico en biotecnología. En este capítulo analizo las trayectorias, estrategias de investigación y la localización de los centros de I+D de empresas de biotecnología vegetal, ya que el tipo de organización está relacionado con el tipo de investigación (Oehmke, 2001), donde el modo en que cada firma maneja su base de conocimiento hace también a su organización (Nesta y Dibiaggio, 2003). Es decir, es posible considerar, en principio, que el tipo de investigación desplegado está vinculado al tipo de organización, pues las firmas multinacionales con grandes presupuestos para I+D apuntan a cultivos donde puedan recuperar la magnitud de su inversión, mientras que firmas más pequeñas podrían encontrar sus oportunidades de ganancia en mercados diferenciados. La localización de los laboratorios de las empresas de biotecnología vegetal es de particular importancia en la medida que la industria biotecnológica está cada vez más concentrada geográficamente y altamente especializada en determinados sitios (Feldman, 2003: 311). En definitiva, el análisis de estas empresas implica una exploración de las condiciones de innovación en un escenario de concentración y centralización del conocimiento.

4.2.

Empresas multinacionales

Las grandes empresas multinacionales que hoy dominan el mercado global de producción de semillas transgénicas no se han originado junto a las técnicas de biotecnología moderna, sino mucho antes. Comprender esto es fundamental, pues es la 201

acumulación de capital previo en otro campo lo que les permite a estas empresas posicionarse de un modo privilegiado en el naciente campo de la biotecnología vegetal durante la década de 1980, y es uno de los factores que explica el perfil particular que presentan las semillas transgénicas actuales. Efectivamente, las empresas que hoy dominan el mercado mundial de producción de semillas transgénicas, han tenido su origen en la industria química. Tomaré como modelo de este tipo de empresas a Monsanto, pero una trayectoria similar puede observarse en las otras grandes compañías del sector, como Syngenta, Bayer CropScience, Dow AgroSciences, DuPont o BASF.174 Las industrias semilleras, que hasta comienzos de la década de 1990 no estaban muy concentradas, le dieron una importancia secundaria a la incipiente tecnología de la transgénesis, lo que explica que hayan sido otros actores –las empresas de agroquímicos– los pioneros en transgénesis vegetal (Joly, 1998). Monsanto es fundada en Estados Unidos en 1901 como una empresa química, siendo su primer producto la sacarina. Durante las décadas siguientes se afianza en el sector químico con nuevos productos (vainilla, fenoles clorados, aspirina) y comprando diversas empresas estadounidenses que producían compuestos químicos, incluyendo goma, resinas fenólicas, plásticos y fosfatos (Aftalion, 1991: 176). En 1945 Monsanto vende su primer producto químico destinado al sector agrícola: el 2,4D. Durante los primeros años de 1940, numerosos grupos de investigación en el mundo probaban los efectos de unos agentes químicos, las hormonas, sobre el crecimiento de las plantas. Cuatro grupos de investigación –dos en Estados Unidos y dos en Gran Bretaña– descubrieron simultáneamente los efectos de los ácidos clorofenoxiacéticos (siendo el 2,4D uno de los principales) como herbicidas, que dieron a conocer a partir de 1944 (Troyer, 2001). Su utilización en la agricultura fue inmediata, pues en 1945 varias empresas se encontraban produciendo el primer herbicida químico de uso masivo.175 En 1956 Monsanto abre su filial en Argentina, inaugurando una planta productora de plásticos, su primera planta en América Latina. En 1960 Monsanto abre en Estados Unidos una división especialmente dedicada al mercado agrícola, para el que continúa desarrollando herbicidas. En 1976 comenzó a vender Roundup Ready, el 174

Para un análisis de la evolución de las grandes industrias semilleras, ver Fernandez-Cornejo (2004).

175

Luego, durante la guerra de Vietnam, este mismo compuesto sería empleado junto con el 2,4,5-T –un agente cancerígeno y teratogénico– con fines militares, en la substancia conocida como “agente naranja”. 202

herbicida de amplio espectro basado en el principio activo glifosato, desarrollado por Monsanto y cuya patente expiró en 2000. A mediados de 1970 su división agrícola inició un programa de investigación en biología celular, y para 1983 los investigadores de Monsanto están entre los primeros en obtener una planta genéticamente modificada en condiciones de laboratorio. Pero de ahí a obtener una planta transgénica de interés comercial hay un largo trecho. El paso fundamental está en poder transformar plantas de interés comercial, o sea, en insertar la construcción genética en variedades de elite (variedades vegetales que presentan características agronómicas mejoradas para las condiciones locales); y por ese entonces, nadie, ni mucho menos Monsanto, era experto en transformar plantas. De modo que Monsanto hizo un joint venture con otras dos empresas: Asgrow proveería toda su experticia en genética de soja, y Agracetus aportaría sus desarrollos en técnicas de biobalística.176 Años más tarde, Monsanto compraría la empresa Agracetus, y lo mismo haría con Asgrow. En 1996 comienza a vender en Estados Unidos semillas de soja resistente a glifosato (soja RR, siglas que responden a Roundup Ready), a las que seguirán algodón, canola y maíz, también resistentes al glifosato. Se trata de los primeros cultivos transgénicos que entran al mercado, y el hecho de tener un gen de tolerancia al glifosato le permite a Monsanto ofrecer un paquete tecnológico, compuesto por la semilla transgénica y el herbicida. Esto resulta representativo de las empresas multinacionales que no sólo venden semillas, sino que también desarrollan productos agroquímicos, de modo que lo que se termina ofreciendo al productor agropecuario es un paquete agronómico donde se asocia una determinada variedad de semilla transgénica a un tipo de agroquímico específico (Bisang y Varela, 2006). También en 1996 Monsanto adquiere una compañía que comenzaba a emerger con éxito en el campo de la biotecnología: Calgene.177 Luego adquiere importantes empresas semilleras –como Dekalb, una de las mayores semilleras de maíz del mundo–, 176

La biobalística es una técnica para transformar células. Se utilizan micropartículas de minerales densos (oro o tungsteno) recubiertas con el ADN que se desea insertar. Las micropartículas son disparadas a gran velocidad desde un cañón de modo que puedan atravesar la pared vegetal, y luego la membrana celular y así llegar al núcleo, donde el ADN se desprende de las micropartículas y se integra al genoma celular.

177

Calgene, creada en 1980, fue la primera empresa en comercializar un alimento biotecnológico: el Flavr Savr. Se trata de un tomate al que se le había incorporado un gen antisense, cuya función no es la de expresar un carácter, sino bloquear la expresión de una proteína de la planta. En este caso, el tomate Flavr Savr tenía inhibida la producción de la enzima polygalacturonasa, vinculada al ablandamiento de la fruta. De este modo, los tomates son cosechados aún verdes y madurados mediante el uso de etileno. Este procedimiento permitía que los tomates permanecieran frescos por más tiempo. Sin embargo, el producto no resultó rentable, y al poco tiempo fue retirado del mercado. 203

y en 1998 compra el negocio internacional de semillas de Cargill (Kneen, 2005: 224225).178 En el año 2000 se produce una reestructuración que marca el pasaje definitivo de Monsanto hacia el área agrícola: su sección química es absorbida por Pharmacia&Upjohn (que luego sería absorbida por Pfizer) mientras que el sector agrícola (semillas y herbicidas) pasa a denominarse Monsanto Company. Ese año, en Argentina inaugura una planta destinada a la producción de glifosato, que antes debía importar de los Estados Unidos.

4.2.1. Estrategias de innovación en Monsanto Monsanto realiza las etapas de investigación en sus laboratorios centrales, en Saint Louis, Missouri, Estados Unidos. Allí tiene alrededor de 200 PhD trabajando en investigación básica (Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008). La primera fase de la investigación consiste en identificar el gen de interés, en función de las características que se esperan obtener. En esta etapa, que dura de 2 a 4 años, Monsanto testea decenas de miles de secuencias genéticas, y las probabilidades de éxito en esta fase se sitúan en el 5%. Sin embargo, se trata de la fase que menor costo representa, entre 2 y 5 millones de dólares. Luego será el turno de optimizar las construcciones genéticas seleccionadas, transformar el cultivo y realizar ensayos en invernáculo. Posteriormente comienzan los ensayos a campo, y luego el resto de los ensayos que demandan los organismos de regulación. Finalmente se culminan las evaluaciones regulatorias y se produce masivamente la semilla. En total, obtener una nueva semilla transgénica implica una inversión de 100 millones de dólares, y un tiempo que varía entre 8 y 10 años (Ramsay, 2008). Es en realidad la última fase de desarrollo, donde se siguen los requisitos que exige el sistema regulatorio, la que demanda el mayor capital. Pero el proceso integral de desarrollo de un transgénico sólo se realiza en los laboratorios centrales en Estados Unidos. Monsanto no tiene líneas de desarrollo específicas para Europa, América Latina o África, sino que en sus laboratorios centrales planifica desarrollos de posible aplicación global, tal como lo hacen las multinacionales farmacéuticas (Entrevista a Kramer, 2009). Cuando Monsanto quiere comercializar un producto en otro país, como en Argentina, el desarrollo comienza a partir de los ensayos a campo. Las fases previas se realizan en Estados Unidos, donde se arma la secuencia genética que contiene al 178

Por 1.400 millones de dólares, Monsanto compró las plantas de producción e investigación en semillas de Cargill en numerosos países, exceptuando América del Norte y Reino Unido. 204

transgén que habrá de otorgar la característica de interés. En la Argentina, empiezan con la integración de la secuencia genética –traída desde los Estados Unidos– en las variedades de cultivos locales (Entrevista a Ovejero, 2008). Luego hacen los ensayos a campo en gran escala, obtienen y presentan la información para las agencias regulatorias, y finalmente producen la semillas a escala comercial (Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008). Monsanto no posee laboratorios en Argentina, pues no los necesita en su esquema de innovación. Sólo realiza en Argentina aquéllos procesos (de integración a germoplasma y ensayos de regulación) que requieren considerar las características locales. La integración del evento transgénico a las variedades locales se logra a través de varias generaciones de cultivos, pues implica un proceso de retrocruzas a fin de que en la planta final sólo quede el evento de interés y el resto sea el germoplasma de la variedad local.179 Así, como los climas y los suelos varían según la ubicación, y las variedades de cultivos están adaptadas a una determinada región en función de un proceso de años de mejoramiento, “las variedades de cultivos tienen un fuerte sesgo localista, mientras que los ‘genes’ son universales (Bisang et al., 2006: 146). En total, este proceso supone realizar unas siete retrocruzas.180 Dependiendo del cultivo, esto puede demorar siete años. Sin embargo, de este procedimiento, que en principio presenta un sesgo necesariamente localista, las empresas multinacionales logran desagregar una variable: el tiempo. En efecto, dadas las características globales de la empresa, Monsanto realiza un primer cruzamiento entre la planta que lleva el transgén (proveniente de Estados Unidos) y la variedad local en Argentina. Pero luego lleva la planta a Hawai, o Estados Unidos, o Puerto Rico, donde realiza nuevas retrocruzas, y así logra obtener más de una generación por año: “Nosotros trabajamos ida y vuelta, haciendo hasta tres generaciones por año… Por ser contraestaciones, usamos el verano de Argentina, de Hawai, de Estados Unidos… En cambio, si

179

Un “evento transgénico” o “evento de transformación” es la inserción en el genoma de la planta de uno o más genes que forman parte de una construcción definida. Un mismo transgén puede integrarse en distintos sitios del genoma, dando lugar a eventos distintos. Los eventos pueden variar en sus efectos, sobre todo en cuanto pueden conducir a distintos niveles de expresión del transgén. Así es que en una primera instancia se intenta producir muchos eventos a partir de una misma construcción genética, continuando las investigaciones en una siguiente fase sólo con los eventos de mayor interés. Se buscará comercializar, finalmente, el evento que mayores ventajas presente. 180

En realidad, al incorporar el uso de marcadores moleculares, las retrocruzas pueden resultar menos, bastando con 5 o incluso 4 generaciones para garantizar la integración del evento en la variedad de interés. 205

yo lo hago localmente, sólo puedo hacer una generación por año.” (Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008)

Al operar globalmente, Monsanto reduce el tiempo de integración del evento transgénico en la variedad local, de 7 a 3 años. Pero en lo que se refiere al desarrollo del evento transgénico, las grandes empresas de biotecnología vegetal desarrollan las investigaciones en sus casas matrices en los países centrales (fundamentalmente en Estados Unidos), y en definitiva esto ratifica que la actividad tecnológica de las empresas multinacionales no está globalizada (Patel y Pavitt, 1991). La investigación y el desarrollo para la obtención de semillas transgénicas “se llevó adelante en laboratorios ubicados en los países centrales, mientras fue quedando para el medio local la tarea de mejoramiento genético sobre la base de las variedades mejor adaptadas a las condiciones regionales” Kreimer y Rossini, 2005: 111). De modo que en países periféricos (como en Argentina, a pesar de tener una de las mayores superficies sembrada con transgénicos del mundo) estas empresas realizan simplemente actividades de adaptación de sus construcciones genéticas a las variedades locales, o licencian sus construcciones genéticas a otras empresas para que hagan lo propio.181 De esta forma, opera una deslocalización del trabajo científico que es subsidiaria de problemas científicos o productivos ya establecidos en países centrales (Kreimer y Meyer, 2006).

4.3.

Un caso particular: una empresa multiplicadora de semillas referente de la

biotecnología local Las empresas multiplicadoras (o “adaptadoras”) son las semilleras que se dedican a producir nuevas variedades de semillas continuamente mejoradas en su rendimiento (mediante mejoramiento convencional), y que simplemente incorporan los transgenes en sus variedades adquiriendo para ello las licencias a las empresas transnacionales que 181

Por “construcciones genéticas” me refiero a la secuencia genética que contiene al transgén, y que es patentada por las empresas. Para ser funcional, lógicamente esa construcción genética debe insertarse en el genoma de una planta y expresarse (producir las proteínas correspondientes) en cantidades y lugares adecuados. Pero además, para ser comercialmente viable, la construcción genética no puede insertarse en cualquier planta, sino en las variedades de élite. Los cultivos son continuamente mejorados por empresas semilleras para producir variedades especialmente adaptadas a las condiciones (clima, suelo) de una determinada zona geográfica, que son las variedades de élite. Esto hace que una empresa obtentora (que desarrolla y patenta una secuencia genética que contiene a un transgén) debe recurrir a las empresas semilleras locales para ofrecer su construcción genética, mediante licencias. Por lo general, las mismas empresas obtentoras abren filiales donde desarrollan sus propias variedades de elite. De este modo, en lo que respecta a las semillas, las grandes empresas de biotecnología vegetal reciben ganancias por sus propias ventas de semillas y por los royalties debido a las ventas de terceros. 206

tienen la propiedad de los transgenes. No obstante, hay una empresa local, Nidera, que si bien pertenece a este grupo, ha adquirido una posición destacada en el escenario de la biotecnología vegetal en el país. Hacia 1920, un grupo de comerciantes de granos creó una compañía en Rotterdam, a fin de expandir sus actividades comerciales. Con el tiempo, Rotterdam pasaría a ser el puerto más importante de Europa, y el tráfico que presentan sus aguas sólo es superado mundialmente por Shangai, desde hace pocos años. Las actividades de compra y venta de granos de esta nueva compañía habrían de tener como base a los seis países que mayor interés agrícola presentaban: Holanda, Italia, Alemania, Inglaterra, Rusia y Argentina (países de cuyos nombres en inglés se obtiene el acrónimo “NIDERA”, nombre de la compañía). Hacia 1929, algunos de los miembros fundadores de la empresa emigraron a la Argentina, donde fundaron una empresa con el mismo nombre. La interacción entre la empresa argentina y la original pasaría a ser fluida y permanente, pero la autonomía también (Entrevista a Rossi, 2009). En este marco de diferenciación local, a principios de la década de 1980, Nidera Argentina entró en el negocio de los aceites vegetales y comenzó a incorporar los distintos elementos de la cadena de producción agrícola, mientras que la empresa multinacional seguiría, como en la actualidad, dedicada a la compra y venta de granos. El elemento fundamental de esta cadena productiva es la semilla, pues de ella se obtendrá el grano, o luego el aceite. Pero producir semillas que sean competitivas implica disponer de un acervo de semillas (un banco de germoplasma) adaptadas a las condiciones de los suelos y del clima donde se pretende producir, y someterlas a un constante desarrollo a fin de obtener variedades con características distintivas a cada temporada. Nidera Argentina decidió entonces adquirir los mejores bancos de germoplasma para cada cultivo de interés. Es así que a mediados de los años 1980 instaló en Junín su propia planta de desarrollo de girasol, a partir de un grupo de agrónomos que trajo de otra empresa. El ingeniero agrónomo Arnaldo Vázquez tenía una vasta trayectoria en el desarrollo de variedades de girasol, y a mediados de los ’70 desarrolló el híbrido Contiflor, para la Compañía Continental, que fue una línea líder en girasol. Nidera contrató al equipo de Vázquez, y desde entonces éste se dedicó a generar variedades de híbridos de girasol para la empresa. Luego Nidera buscó hacerse de un germoplasma para soja, maíz y sorgo, para lo cual entró en negociaciones con Asgrow Argentina. 207

Asgrow era una empresa multinacional, que llegó a la Argentina en la década de 1960 comprando una empresa local.182 A su vez, Asgrow fue comprada por el grupo Upjohn. El ingeniero agrónomo Rodolfo Rossi se incorporó a Asgrow Argentina en 1976, y comenzó a desarrollar variedades locales de soja. Para 1982, el grupo encabezado por Rossi inscribió su primera variedad de soja. En todo caso, los desarrollos en genética de soja eran el punto fuerte de Asgrow a nivel internacional, y no sólo en la Argentina. Por esta razón, a mediados de los ’80 Monsanto estableció un acuerdo con Asgrow para introducir su evento transgénico de tolerancia al glifosato en la soja. De modo que también el grupo de Rossi recibió los eventos transgénicos de Monsanto para experimentar en soja. Hacia fines de la década de 1980, la región se encontraba sumida en notorios procesos inflacionarios, y la multinacional Upjohn decidió retirarse de los mercados que presentaban inestabilidad, es decir, se desprendió de sus filiales en Argentina, Brasil, Chile y Sudáfrica. Es en estos momentos que se cruzó con Nidera. Upjohn buscaba retirarse de la Argentina y concentrarse en sus países centrales; Nidera Argentina se encontraba, en cambio, en un proceso de expansión en el país y buscaba incorporar desarrollos en semillas locales. Upjohn le vendió entonces a Nidera las plantas de producción de semillas y sus marcas, lo que le permitió a ésta incorporarse en el mercado local de semillas de soja, maíz y sorgo. Upjohn se desprendió de todo, salvo de una cosa: el grupo de fitomejoramiento del Ing. Rossi; posiblemente porque Upjohn consideraba que los desarrollos agronómicos de ese grupo significaban un capital adicional. Pero el objetivo de Nidera era precisamente crecer como empresa semillera en el país, para lo cual necesitaba un germoplasma local, y en consecuencia también estaba interesada en el grupo de fitomejoradores de Asgrow. El resultado fue la firma de un acuerdo decisivo: “Entonces se firma un convenio por el cual nosotros [Asgrow] tenemos que suministrar productos a Nidera hasta el año 2004, o sea por 15 años, donde toda la tecnología de Asgrow es apropiable por Nidera como primera opción.” (Entrevista a Rossi, 2009)

Dos años después, en 1991, Upjohn finalmente se desprendió del grupo que permanecía como Asgrow Argentina, vendiéndoselo definitivamente a Nidera. El grupo de fitomejoradores continuó desarrollando la soja transgénica, pero ahora directamente 182

La empresa pertenecía a la familia Llorente, y pasó a denominarse por un tiempo “Asgrow-Llorente”. 208

para Nidera. En marzo de 1994 presentaron una solicitud para comercializar la soja RR ante la CONABIA, y la autorización salió dos años más tarde, el 26 de marzo de 1996, el mismo año que comenzó la venta en los Estados Unidos y que se aprobó la comercialización en Europa. Por entonces Monsanto se encontraba comprando semilleras, pues había desarrollado un evento transgénico, pero no quería perderse ningún eslabón de la cadena productiva, y así es que en 1996 compra Dekalb (para competir en maíz) y luego compra Asgrow, para hacerse de una semillera en soja. Ahí descubre Monsanto que en Argentina Asgrow tenía un convenio especial con una empresa, Nidera, que dificultaría los futuros emprendimientos de Monsanto en el país, pues todo lo que hiciera Asgrow hasta el 2004 podía usufructuarlo Nidera. De modo que Monsanto había comprado una semillera de soja internacional, Asgrow, pero no tenía libertad para operar en la Argentina. La primera reacción de Monsanto habría sido la de intentar comprar a Nidera Argentina; pero ésta habría declinado la oferta. Entonces se produjo un nuevo contrato, esta vez entre Nidera y Monsanto, donde la primera acuerda romper su contrato con Asgrow: “Monsanto le paga a Nidera porque quiere el negocio de Asgrow en Argentina, de la soja, de no tener que darle la soja a otro (…) Monsanto compra el contrato que Asgrow había firmado con Nidera de que hasta el 2004 toda la tecnología que desarrollara, la recibía Nidera, podía ser opción de Nidera (…) Hubo un arreglo (…) El gen RR nos queda como propio, aunque no tenemos la libertad para operar en el mundo. Para la Argentina y para Uruguay, sí.” (Entrevista a Rossi, 2009)

Por este contrato (que se fundamenta, en buena medida, en la ruptura del contrato anterior) Nidera tiene libertad para operar cuando vende su soja resistente a glifosato en la Argentina. Pero cada vez que quiere vender semillas con el gen RR a Paraguay, a Brasil u otro país, debe llegar a un acuerdo comercial con Monsanto, como hace cualquier otra empresa. Además, Nidera deja de usar la marca “Asgrow” en sus semillas de soja, que pasa a ser de Monsanto. Nidera ocupa un lugar dominante en la venta de semillas en la Argentina. En cuanto a la exportación de granos, a principios de los ’90 ocupaba el primer lugar, y diez años después había sido desplazada al sexto lugar. Sin embargo, en todo momento

209

la compañía manejó el 10% de las ventas externas de granos; esto evidencia un notable proceso de concentración del sector, en función de empresas como Cargill y Bunge.183

4.3.1. Estrategias de innovación en Nidera Nidera es una empresa semillera, y su abordaje a la investigación proviene siempre de cómo explotar necesidades que provienen del campo productivo, de cómo incrementar el rendimiento de sus variedades. La empresa, como toda semillera local, adaptaba las innovaciones producidas por las grandes multinacionales. Pero a mediados de la década de 1990 su panorama había cambiado. En 1997 Nidera se vio enfrentada a un nuevo escenario, luego de que pusiera en el mercado argentino la primera semilla transgénica, y de que Monsanto firmara un acuerdo mediante el cual Nidera dejaba de tener un acceso privilegiado a la genética de Asgrow. Es así que la empresa se planteó la necesidad de generar sus propios recursos biotecnológicos. Ese mismo año, entonces, Nidera abrió su propio Departamento de Biotecnología. El perfil de este departamento de I+D se iba a diferenciar claramente de sus homólogos de las compañías multinacionales. La diferencia fundamental radica en que la empresa decidió no emplear sus esfuerzos en desarrollar eventos transgénicos propios, sino en utilizar marcadores moleculares para asistir al mejoramiento de variedades: “Las razones de aquella época creo que continúan siendo las mismas. En aquel momento era tal lo embarullado del tema de propiedad intelectual en todo lo que era transgénesis y métodos de transgénesis y demás, que lo percibíamos como algo infranqueable desde la óptica de una empresa de semillas argentina.” (Entrevista a Sala, 2009)

Hay que enfatizar aquí el carácter local de la empresa, más allá de que sus orígenes se remonten a una multinacional con sede en Holanda. El hecho de que Nidera Argentina fue fundada por parte de los mismos socios que crearon la holandesa, le dio a la empresa local un fuerte sesgo de autonomía. En realidad, tiene más sentido pensarlas como empresas distintas con un nivel de interacción privilegiado en el negocio de comercio de granos. De hecho, el Departamento de Biotecnología de Nidera Argentina se financiaría con los propios recursos que maneja la empresa local. La empresa no se consideraba en condiciones de competir en investigación en transgénesis con 183

Ver Nidera: una multinacional con fuerte arraigo local, Infocampo, 04/10/2007. 210

multinacionales que hacía largos años estaban en el tema, mientras que el uso de marcadores moleculares le resultaba más accesible (Entrevista a Sala, 2009). Los marcadores moleculares se utilizan para acelerar los procesos de mejoramiento convencional de variedades. Pero no se emplea la transgénesis, es decir, no se insertan en una planta genes de otra especie. Se emplean pequeñas secuencias genéticas (los marcadores moleculares) que corresponden a parte de los genes cuyas características se desea que estén presentes en la planta. Los breeders (mejoradores) hacen las cruzas entre plantas buscando mejorar sus características, y luego en laboratorio se confirma la presencia de las características genéticas que se buscaba tener, lo cual acelera considerablemente los tiempos de mejoramiento de variedades. Esto es lo que se conoce como selección asistida por marcadores moleculares. De un modo similar los usan cuando quieren incorporar un transgén (que compran a otra empresa) a una línea propia: “Hacemos la cruza, la retrocruza (es decir, volvemos a cruzar con la línea elite) y con los marcadores vamos seleccionando los individuos más parecidos a la línea elite. De esa forma, en vez de necesitar 6 generaciones de backcross [retrocruza], que es lo que dicta la teoría para reobtener una línea elite con el carácter incluido, en 2 backcross y una autofecundación ya lo tenemos.” (Entrevista a Sala, 2009)

De no utilizar los marcadores moleculares para asistir en la incorporación de un transgén en sus propias líneas vegetales, tardarían varios años más en hacerlo. Entonces llegarían al mercado con una variedad vieja que contiene un carácter nuevo. El mejoramiento convencional supone un aumento en la productividad de la planta del 1,5% anual. De modo que el tiempo que ahorran utilizando marcadores para asistir en la incorporación del transgén (unos 4 años) equivale a evitar llegar al mercado con una variedad que produzca entre 5 y 7% menos que el de otras semilleras. En 2003, Nidera incorporó una nueva estrategia de innovación basada en el uso de mutagénesis. Esta técnica permite obtener características nuevas en la planta, produciendo mutaciones al azar en su genoma. A diferencia de la transgénesis, que implica insertar un gen específico en el genoma, la mutagénesis emplea algún agente que cause mutaciones al azar a lo largo del genoma.184 Someten una importante población de semillas al agente mutagénico, y después aplican presiones ambientales 184

En el caso de Nidera, utilizan un agente químico: etilmetanosulfonato. La mutagénesis inducida es una técnica que comenzó a emplearse a mediados del siglo XX. 211

para saber qué individuos tienen las características buscadas. Luego cruzan el mutante elegido con germoplasma convencional, a fin de obtener plantas que tengan el gen mutado, pero buscando que el resto del genoma sea básicamente el de la variedad convencional. Así obtuvieron un mutante de girasol resistente a imidazolinonas (una familia de herbicidas cuya patente detenta BASF), en una investigación conjunta con BASF (Sala et al., 2008). Ésta financió parte del programa de desarrollo (como el alquiler de los campos donde cultivar las plantas). En el 2005 patentaron en Estados Unidos el gen de resistencia a imidazolinonas y luego tramitaron la patente internacional. En 2008 ofrecieron el gen –bajo licencia– a otras semilleras a nivel internacional.185 La razón por la cual Nidera emplea mutagénesis pero no transgénesis radica, en buena medida, en el modo en que los Estados regulan los productos obtenidos por uno y otro método, pues las variedades obtenidas por mutagénesis no se considera que sean esencialmente distintas a las convencionales; a diferencia de los transgénicos, lo que obliga a realizar numerosos ensayos para probar su inocuidad en el ambiente y para la salud.186 Por otro lado, la estrategia general de Nidera siempre fue desarrollar un germoplasma altamente competitivo, y en todo caso licenciar transgenes para incorporarlos a sus variedades de elite. En ese sentido, Nidera afirma estar vendiéndole genética a Brasil, Europa y Estados Unidos. A pesar de que las condiciones (climáticas y de suelo) son distintas a las de Argentina, afirman que sus breeders logran desarrollar variedades en condiciones similares, y así exportar su genética.

4.4.

El capital nacional en transgénesis vegetal

Las empresas de capital nacional que han intentado desarrollar cultivos transgénicos son muy pocas. Aquí expongo los dos casos principales. La primera es una firma tradicional del campo de la salud, que decide incursionar en la biotecnología de plantas. La otra, una firma creada por productores agropecuarios para desarrollar específicamente la biotecnología vegetal.

185

También disponen de semillas de trigo y de maíz resistentes a imidazolinonas. Sin embargo, la resistencia en trigo fue desarrollada por un grupo canadiense, y en maíz lo hizo un grupo de Estados Unidos. Nidera, a través de BASF, licenció esos genes. Por otro lado, con anterioridad al desarrollo de Nidera-BASF ya existía el girasol resistente a imidazolinonas, pero éste no ofrecería elevados niveles de resistencia al herbicida. 186

Un caso diferente plantea la regulación en Canadá. Allí, todo carácter nuevo debe ser evaluado, sea obtenido mediante transgénesis, mutagénesis, hibridación, etc. 212

4.4.1. Bio Sidus y su acercamiento a la transgénesis vegetal Sidus es una empresa farmacéutica creada en la Argentina en 1938 (Bercovich y Katz, 1990). En la década de 1980, Sidus incorporó la biotecnología a su perfil de desarrollo, fundamentalmente a través de la producción de interferón y de eritropoyetina mediante técnicas de ADN recombinante. La trayectoria de la empresa siempre había sido en el área de salud, y su aproximación a la biotecnología también se llevó a cabo en ese ámbito. En ese marco, en 1983 abrió una firma subsidiaria, llamada Bio Sidus, para el área de la biotecnología farmacéutica. Su desempeño en el campo de la biotecnología alcanzó repercusión internacional tras haber clonado una vaca transgénica en 2002, que producía una droga recombinante (Thomas et al., 2006). Hacia 1992, la compañía decidió abrirse camino en la biotecnología vegetal, para lo cual compró una pequeña firma llamada Tecnoplant (Entrevista a Rudoy, 2010). Así como la incursión de Sidus en la biotecnología farmacéutica se había dado a través de la cooptación de recursos humanos de una empresa pequeña del sector, lo cual le permitió ingresar en el mercado con bajos niveles de riesgo (Aguiar y Buschini, 2009), en el caso de la biotecnología vegetal fue similar. Tecnoplant era una pequeña empresa que se dedicaba a la micropropagación de plantines.187 Durante unos años, Tecnoplant, ahora dentro del grupo Sidus, continuó manteniendo su perfil, dedicándose exclusivamente a la micropropagación de plantas ornamentales y frutales para un pequeño mercado local.188 Hacia 1994, comenzaron a experimentar con la micropropagación de arándanos. Era un producto de gran consumo en Norteamérica, pero con un mercado inexistente en la Argentina. Sin embargo, durante el invierno del hemisferio norte había escasez de arándanos, por lo que en Chile habían comenzado a cultivarlos en contraestación, para exportarlos. En Tecnoplant tomaron la idea e incluyeron a los arándanos en sus desarrollos (Entrevista a Rudoy, 2010).

187

La micropropagación consiste en la producción de plantas en un ambiente controlado utilizando medios de cultivo, a partir de explantos (partes de la planta). Esta técnica permite producir plantas de calidad uniforme a escala comercial, a partir de un genotipo selecto y con una tasa de multiplicación ilimitada (Olmos et al., 2010). 188

El personal de Tecnoplant se limitaba a unas seis personas, entre responsables de laboratorio, técnicos para micropropagación y técnicos para elaborar medios de cultivo. Después se destinó una parte de un predio que tenía Sidus para ser utilizado como vivero, de modo que allí se incorporaron dos agrónomos más. Si bien los insumos necesarios para la micropropagación presentaban bajo costo, el mercado al que destinaban los plantines resultaba muy pequeño (Rudoy, 2010). 213

Le empresa producía por micropropagación los plantines de arándanos, que luego vendía a los productores agrícolas. Para la explotación de arándanos se podían requerir pocas hectáreas, entre 5 y 15. El perfil del productor de arándano no era el típico agricultor, sino que se generaron sociedades de pequeños inversores que rentaban campos para sembrarlos con arándanos (Craviotti, 2007). Luego, estos productores exportaban la cosecha de arándanos hacia Norteamérica. Tecnoplant comenzó produciendo entre 50.000 y 100.000 plantines por año. Pero el mercado de arándanos pronto creció a pasos agigantados. Entre 1999 y 2009, las exportaciones de arándanos aumentaron un 5.432%, alcanzando los 82 millones de dólares y las 12.000 toneladas (Alcover et al., 2010). En ese período, Tecnoplant pasó a producir un millón de plantines por año (Entrevista a Rudoy, 2010). Como la micropropagación implica la manipulación de tejidos vegetales para producir bienes, en un sentido laxo podría considerarse que Tecnoplant estaba haciendo biotecnología vegetal. Pero en un sentido más estricto, no estaban utilizando ninguna técnica que se vinculara al ADN recombinante. Hacia 1997, cuando la empresa recién comenzaba a consolidarse en función de los arándanos, se fue interesando por la transgénesis vegetal. Entró en contacto con el grupo del INGEBI (donde Mentaberry había desarrollado una papa de variedad Spunta resistente a virus) y con el del INTA (donde Hopp había desarrollado una papa de variedad Huinkul resistente a virus). Tecnoplant se vinculó con tres productores de papa, de las provincias de Córdoba, Mendoza y Buenos Aires, para realizar los ensayos a campo con las papas transgénicas. Sin embargo, estos productores estaban interesados en la variedad Spunta, que es la que más circulación comercial tenía; por lo que Tecnoplant continuó el proyecto con el INGEBI y no con el INTA (Entrevista a Rudoy, 2010). La división de tareas se llevó a cabo del siguiente modo: en el INGEBI se encargaban de generar los eventos de papa transgénica, y luego en Tecnoplant se hacía la micropropagación, la selección de ejemplares y los ensayos que exigía la regulación.189 Cuando Tecnoplant empezó a tener más ingresos gracias a la producción de arándanos, decidió incluir toda la fase de desarrollo de la transgénesis dentro de la empresa, pues con el proyecto de la papa todo lo que se refería a la ingeniería genética 189

En Tecnoplant afirman haber recibido más de 200 eventos transgénicos del INGEBI. Después la selección que realizó la empresa en invernaderos y a campo, se quedaron con dos eventos transgénicos (Entrevista a Rudoy, 2010). 214

lo hacía el INGEBI. Comienza así un nuevo proyecto, esta vez propio de Tecnoplant, que consiste en desarrollar caña de azúcar con tolerancia a glifosato.190 Para ello, incorporaron más personal, poniendo el proyecto a cargo de un investigador formado en ingeniería genética en el exterior. Sin embargo, después de dos años de intentar infructuosamente transformar la caña mediante Agrobacterium, decidieron probar con biobalística. Para ello se pusieron en contacto con investigadores del INTA, que disponían de un cañón de biobalística para transformación genética. No obstante, ese cañón era para uso de los propios laboratorios del INTA. Tecnoplant les dio unos insumos de laboratorio, a cambio de poder copiar el modelo de cañón. La empresa llevó entonces varios técnicos para que estudien el aparato y lo reproduzcan (Entrevista a Rudoy, 2010). Al poco tiempo lograron obtener caña de azúcar tolerante a glifosato. Si bien Tecnoplant había logrado con estos proyectos incursionar en la transgénesis vegetal, su fuerte seguía siendo la micropropagación.191 Bio Sidus creó entonces otra empresa, llamada Bio Sidus AG, para que concentre los esfuerzos en investigación en la biotecnología relacionada a la agricultura (Entrevista a Welin, 2009). Tecnoplant seguiría más que nada con la micropropagación. Ese reordenamiento de la firma respondía, en buena medida, a que en el 2004 se había iniciado un proyecto para fusionarse con otra empresa y generar una nueva compañía de biotecnología vegetal. Esa otra empresa con la que Bio Sidus AG se juntaría, es Bioceres (Criscuolo, 2007).

4.4.2. Bioceres: los productores agropecuarios y la transgénesis Bioceres se creó el 12 de diciembre de 2001, una semana antes de que en Argentina estallara una enorme crisis político-económica. La empresa surgió como una iniciativa de un grupo de productores agropecuarios nucleados en AAPRESID192, que es la asociación de productores en siembra directa, quienes se veían a sí mismos como un

190

El pedido para desarrollar caña de azúcar transgénica habría venido de Ledesma, una de las mayores empresas de producción de azúcar del país. En este caso, Tecnoplant se encargaría de obtener la caña transgénica, y luego Ledesma financiaría los ensayos exigidos por la regulación. 191

A comienzos de la década del 2000, el negocio de los arándanos había crecido tanto que Bio Sidus decide crear nuevas firmas para acaparar toda la cadena de producción de arándanos. Inventa así la firma Berries de Argentina S.A., la cual adquiere campos en la provincia de San Luis para cultivar los arándanos que le provee Tecnoplant. Luego crea otra firma que es Tecnovital S.A., la cual se dedica a la exportación de los arándanos (Cobelo, 2004). 192

“Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa” (AAPRESID), es una ONG formada en 1989 por productores agropecuarios interesados en promover la utilización de la siembra directa. Tiene su sede central en Rosario, y cuenta con alrededor de 1500 socios. Para un estudio antropológico sobre AAPRESID, ver Hernández (2007). 215

sector que se había desarrollado fuertemente a partir de los años ’90, pero cuyo vínculo con

las

innovaciones

tecnológicas

dependía

exclusivamente

de

empresas

multinacionales. Estos productores consideraban que la competitividad del agro argentino se debía a los cambios que el campo había hecho durante la década de 1990, en torno a tres cuestiones (Entrevista a Giacobbe, 2008; Entrevista a Rabasa, 2009). Por un lado, están los cambios que identificaban con cuatro innovaciones tecnológicas: siembra directa, fertilizaciones, rotaciones e incorporación de la biotecnología (básicamente la soja RR en el ’96). El segundo de los elementos que consideraban crucial para entender la competitividad del sector tiene que ver con el modo de organización que presentaba, basada en un armado en red, donde era frecuente encontrar productores agropecuarios que no tuvieran una hectárea de campo ni maquinaria, pero que al contar con el dinero suficiente podían contratar todo lo necesario. Se establecía así un sistema de redes, donde se provee al financista de servicios especializados y deja de prevalecer el emblema del productor que tiene todo armado, sino que emerge la figura del capitalista que terciariza los servicios vinculados a la producción agrícola. Finalmente, hay un tercer acontecimiento que estos productores asociaban a la competitividad del sector: en el año 1991 se creó en la Argentina la CONABIA (Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria), lo que constituyó uno de los primeros organismos de regulación de la biotecnología a nivel mundial. A esto habría que agregarle, como se ha dicho, que los productores agrícolas poseían maquinaria agrícola moderna debido a las importaciones de la década de 1990, que tenían un alto endeudamiento, que los mercados mundiales presentaban una caída de los precios internacionales de los principales cultivos, y que en ese sentido la adopción de los cultivos transgénicos se presentaba como una solución a sus crecientes problemas (Bisang, 2007). Pero dentro de este escenario, los productores recibían la biotecnología a partir de desarrollos de empresas multinacionales. Es así que un grupo de estos productores decide formar una empresa que busque generar innovaciones tecnológicas para las necesidades del sector. Se trata de unos 23 inversores, entre los que figuran algunos de los productores agropecuarios más grandes del país (ASA, 2009).193 Unos años después, Bioceres tendría más de 190 accionistas (Bioceres, s./f.b). Si se sumara la cantidad de

193

El primer presidente de Bioceres fue Gustavo Grobocopatel, uno de los mayores productores de trigo y de soja del país (Fainsod, 2007; Casas, 2007). 216

hectáreas que manejan los productores vinculados a Bioceres, se obtendría una cifra cercana al millón y medio de hectáreas (Entrevista a Giacobbe, 2009). Esta empresa, Bioceres S.A., surge entonces con una serie de objetivos precisos: tener una estructura de organización abierta, y generar un fuerte vínculo con el sector público. En cuanto al primer aspecto, sostienen que no podrían invertir en proyectos de largo plazo y alto riesgo del mismo modo que una empresa multinacional, y por ende crearon una estructura en red, donde la inversión es generada por los productores agropecuarios. Se convencía a los productores para que abonen sumas pequeñas y a cambio se les daba acciones en la compañía. En un principio, la inversión era en torno a proyectos específicos: Bioceres decidía gestionar un proyecto de investigación para obtener maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto, por ejemplo, y conseguía fondos de los productores interesados en ello. En cuanto al vínculo con el sector público, los fundadores de Bioceres consideraban que el mismo tenía consolidadas trayectorias en la investigación, mientras que ellos (el sector privado) debían aportar su capacidad de gestión; de modo que no se propusieron disponer de laboratorios propios, sino utilizar los del sector público. En el 2004, Bioceres, junto a otra empresa –Bio Sidus– crearon INDEAR (Instituto de Agrobiotecnología de Rosario). Bio Sidus es una empresa de biotecnología de capital nacional, pero cuyo fuerte es la producción de medicamentos. Sin embargo, su trayectoria en transgénesis vegetal es sumamente escasa, fundamentalmente a través de algunos convenios que había realizado con el grupo de investigación en biotecnología vegetal del INGEBI. No obstante, el propósito de Bioceres al unirse con Bio Sidus no era tanto contar con su experiencia en el área específica, sino que Bioceres necesitaba de un socio para no cargar con toda la inversión, y Bio Sidus aparecía como una empresa nacional con capacidad innovadora: “Ellos tenían una empresa nacional, con muchos años de investigación en ciencia, con toda una trayectoria y una empresa exitosa (…) La idea sobre todo era que ellos tenían un conocimiento de hacer investigación en Argentina, de muchos años…” (Entrevista a Giacobbe, 2008)

De modo que Bio Sidus hizo valer su prestigio innovador en el escenario local para involucrarse en el proyecto de INDEAR. Pero la crisis financiera internacional de 2008 llevó a Bio Sidus a replantear sus estrategias, y decidió abandonar INDEAR a fin de concentrarse allí donde es fuerte, en el sector farmacéutico. Bioceres queda así como el

217

único referente del sector privado en INDEAR; sin embargo, el pasaje a esta nueva empresa genera un cambio en su dinámica de investigación.

4.4.3. Estrategias de innovación en Bioceres El vínculo particular que Bioceres establece con el sector público hizo que no tuviera – durante sus primeros siete años– laboratorios de investigación propios. Bioceres financiaba la investigación que ya había comenzado algún centro público de investigación, estableciendo una relación en la cual el sector privado gestionaba la producción de conocimiento que realizaba el sector público. De este modo, los laboratorios donde se llevaban a cabo los proyectos que financiaba Bioceres se ubican en los distintos centros públicos que en Argentina tenían desarrollos en el área: el Instituto de Biotecnología y de Genética del INTA, la Universidad del Litoral, el INGEBI. Esta estructura le permite a la empresa evitar invertir en capacitación y en todos los gastos de equipamiento y mantenimiento de un laboratorio. Y acaso lo más importante: le evita tener que comenzar un desarrollo desde cero. En consecuencia, la inversión directa en recursos humanos es mínima –en el 2008 la empresa sólo contaba con 14 personas–, y la financiación que ejerce se suma a una infraestructura ya existente. Por lo demás, la empresa decide invertir cuando la investigación que alcanza un laboratorio está avanzada.194 Esto no anula el riesgo de la inversión, pues quedan muchas etapas por alcanzar antes de que el desarrollo pueda realmente llegar al mercado, pero indudablemente disminuye la incertidumbre que supondría partir sólo de una idea. Los proyectos de investigación que Bioceres gestionó fueron variando con el tiempo, a pesar de la reciente creación de la empresa. Inicialmente generó un convenio, a fines de 2002, con el INTA, el cual venía desde hace varios años realizando investigaciones para obtener maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto, un virus que sólo existe en el país.195 El INTA desarrolló las construcciones genéticas que proveían de resistencia a dicho virus, y también realizó las transformaciones en el maíz. Bioceres se encargó de la gestión, vale decir, llevó adelante las solicitudes de patentes, y 194

En la primera etapa de Bioceres, al menos, no parece haber un criterio demasiado definido en torno a qué proyectos financiar. Más bien depende de que los referentes de investigación del sector público les ofrezcan proyectos avanzados.

195

En el convenio participan tanto el Instituto de Genética como el Instituto de Biotecnología, ambos pertenecientes al INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria). 218

aportó para el proyecto un total estimado de U$S 250.000. El interés que encuentra Bioceres en este proyecto radica en el vínculo que le permite establecer con el INTA, y en el reconocimiento que obtendría por producir un transgénico íntegramente en Argentina. Sin embargo, desde Bioceres admiten que no son menores los obstáculos que se presentan para que este transgénico finalmente llegue al mercado. Por un lado, deberían ocuparse de realizar la desregulación internacional de esta semilla transgénica (es decir, realizar los ensayos y presentaciones que demandan los organismos de regulación de cada país), lo que hoy en día constituye una inversión millonaria que no está a su alcance realizar; por otro lado, algunas mejoras frente al Mal de Río Cuarto ya se han obtenido mediante otras tecnologías –mediante cruzamientos híbridos convencionales– lo que también disminuye las expectativas de que el producto llegue al mercado (Entrevista a Trucco, 2009). Otro de los proyectos que abordó Bioceres fue el de generar una soja transgénica con genes antifúngicos, aprovechando para ello la trayectoria de investigación de un grupo de biología molecular de plantas del INGEBI, el cual había sido uno de los pioneros en la generación de plantas transgénicas en el país, a partir de sus ensayos con papa. Sin embargo, dicho proyecto se tuvo que dar de baja, al fracasar los intentos del grupo de investigación en transformar la soja. No obstante, el grupo siguió intentando transformar la soja por su cuenta, cosa que logró al cabo de unos años. El vínculo con la empresa se mantuvo, al punto que el director del grupo de investigación pasó a ser el Director Científico de INDEAR –nueva organización empresaria de Bioceres–, e iniciaron un nuevo proyecto de obtener soja transgénica. Bioceres/INDEAR también firmó un convenio con la Universidad Nacional del Litoral. Un grupo de investigación de dicha universidad venía trabajando en la caracterización de un gen de girasol que le confería propiedades de tolerancia a sequía y condiciones de salinidad (Entrevista a Chan, 2009). Luego probaron la funcionalidad de dicho gen en una planta modelo (Arabidopsis thaliana), y esperaban insertar con éxito el gen en plantas de interés comercial, como soja, maíz y trigo. La empresa financió la inversión a través de un pool de inversores. En este caso, gestionó solicitudes de patentes no sólo en Argentina, sino también en India, China, Estados Unidos, México, Australia y Brasil. No obstante, dado lo costoso que resultaría realizar los ensayos para desregular el cultivo transgénico a nivel internacional, en la empresa estiman que, de llegar a obtener un buen producto, lo más probable es que lo vendan a una de las grandes empresas multinacionales. 219

Dentro de las iniciativas más recientes en las que se involucró INDEAR, cabe mencionar la implementación de un grupo de investigación para desarrollar una plataforma de transformación vegetal propia, la adquisición (a través de un subsidio del Estado, por medio de la agencia estatal de promoción de la ciencia) de un secuenciador que permitiría obtener en poco tiempo el genoma de la especie que se desee, y el inicio de una línea de desarrollo en molecular farming (producción de proteínas de interés comercial utilizando las plantas como “fábrica”). Estiman que su primer producto podría ser la quimosina obtenida mediante molecular farming, lo que posicionaría a la empresa en un plano de prestigio internacional –como lo fue para Bio Sidus la clonación de una vaca–, aunque no necesariamente deje un gran margen de rentabilidad.196 Además del sector privado, en INDEAR también interviene el sector público, a través del CONICET. Éste aporta el terreno sobre el que se construyeron las instalaciones de INDEAR. Sin embargo, no es ésta la razón principal por la que la empresa acudió al CONICET, sino que lo hizo para estar en constante vinculación con los centros de investigación que habrá allí (Entrevista a Giacobbe, 2008). O sea que, para la empresa, lo que aportó en realidad el CONICET es el espacio, el prestigio y los vínculos con la dinámica de investigación pública. Al mismo tiempo que genera INDEAR, Bioceres arma otra empresa, que es “Bioceres Semillas S.A.”. Esta última tiene la misión de generar variedades de semillas diseñadas para su mejor rendimiento según zonas de la Argentina (para lo cual armó convenios con el INTA), generando alrededor suyo una red de semilleros exclusivos: Esta etapa en la trayectoria de la empresa, marcada por la creación de INDEAR y Bioceres Semillas, obliga a Bioceres a desembolsar inversiones mucho mayores que antes, pero con la ventaja de que se mantiene vinculada al sector público (los grupos de investigación que componen INDEAR vienen del sector público, y se suma el CONICET; mientras que el INTA se enlaza en Bioceres Semillas) y logra incorporar una gran parte de la cadena de desarrollo de las plantas transgénicas:

196

INDEAR firmó un contrato con una empresa canadiense, por medio del cual podrá producir quimosina (enzima que se emplea para la producción de lácteos) en plantas de cártamo. El desarrollo es de la empresa canadiense, que le dio la licencia a INDEAR para que produzca dicha tecnología en el país. El objetivo principal de INDEAR parece ser el de ganar prestigio mediante esta innovación, y así conseguir más y mejores oportunidades de negociación en el futuro con otros desarrollos. 220

“Ahora, al ser una sociedad anónima, [Bioceres] tiene la posibilidad de hacer Bioceres Semillas o cualquier otra, tiene la posibilidad abierta de capturar su valor y la mayor cantidad de semilleros posibles, con lo cual no es que vamos a ser exclusivos, pero vamos a tener el conocimiento más cercano de los genes que desarrolle INDEAR… En algún futuro, Bioceres Semillas podrá introducir en sus materiales los genes desarrollados por INDEAR o por cualquier otro.” (Entrevista a Giacobbe, 2008)

Este relato permite poner al descubierto distintas etapas en Bioceres/INDEAR. La primera consiste en un acercamiento a los centros públicos de investigación a través de un financiamiento por proyecto (a partir de un aporte de inversores). Luego gestionó proyectos que tuvieran un mayor interés comercial (en soja, maíz o trigo) con eventos que pudiera vender internacionalmente. Finalmente se propuso incorporar una mayor parte de la cadena de producción de cultivos transgénicos, para lo cual cambió su organización (Bioceres generó INDEAR y Bioceres Semillas), construyó una infraestructura de laboratorios propia, modificó su financiamiento (ya no realiza inversiones por proyecto, por considerar que muchos podían terminar en fracasos, sino que INDEAR se financia a partir de sus socios, y luego destina fondos según su parecer) y busca desarrollar tecnologías de procesos propia (a través de un laboratorio dedicado a desarrollar metodologías de transformación de plantas, lo cual le permitiría prescindir del pago por uso de técnicas ajenas y adquirir un know-how propio).

4.5.

Un caso europeo

En este capítulo he mencionado el caso de Bioceres, como una empresa nacional que buscaba insertarse en el mapa de la biotecnología vegetal. El caso que presento ahora transcurre en Francia, y también es emblemático de una empresa que “desafía” la concentración de las innovaciones en biotecnología vegetal, por cuanto busca desarrollar sus propias construcciones genéticas. Pero aunque su inmersión en la biotecnología es reciente, a diferencia del caso argentino ésta es una empresa con una larga tradición y una fuerte posición mundial en la producción de semillas convencionales. Limagrain es una cooperativa agrícola de la región de Auvergne.197 Hacia 1942, un conjunto de agricultores de Limagne (planicie dentro de Auvergne con una larga trayectoria en el cultivo de cereales) se unieron para dar forma a la cooperativa de 197

El nombre que adquiere al momento de fundarse es “Coopérative de Production et de Vente de Semences Sélectionnées du Massif Central". Cambia su nombre a Limagrain recién en 1965. 221

Limagrain, con el fin de disponer de semillas necesarias para su actividad (Limagrain, 2007). Esto se enmarca en un proceso de creación de cooperativas (sobre todo en semillas) que se dio en Francia entre los años ‘30 y ‘50. Respondía a una necesidad de producir semillas de calidad para aprovisionar a los agricultores de determinadas regiones. En 1965 abre una estación de investigación en maíz, a fin de desarrollar variedades propias. Su proceso de crecimiento y absorción de otras empresas comienza a hacerse evidente a partir de 1975, cuando adquiere a la compañía Vilmorin.198 Pocos años después abre una estación de investigación en Estados Unidos, iniciando una etapa de expansión a través de la creación de filiales y centros de investigación en diversos puntos de Francia y el resto del mundo. En 1986 crea Biosem, un laboratorio dedicado a desarrollar diversos aspectos de la biotecnología vegetal, como el desarrollo de marcadores moleculares y los OGMs. Biosem se divide luego según el tipo de actividad, creándose en 1997 la empresa Biogemma para desarrollar específicamente la transgénesis aplicada a grandes cultivos. Por otro lado, en 2001 Limagrain compró –a través de Vilmorin– el 20% de KeyGene, una empresa de biotecnología vegetal con sede en Holanda (Limagrain, 2008a). El cultivo más importante de Limagrain es el maíz, cuyas variedades se encuentran sembradas en 5 millones de hectáreas en el mundo y para el cual tiene 48 estaciones de investigación en maíz repartidas en el mundo dedicadas al desarrollo de variedades (Limagrain, 2009). Aún cuando se trata de una empresa que vende sus productos a todo el mundo, su fuerte radica en el mercado europeo, a donde destina el 67% de sus ventas (Limagrain, 2008a). Limagrain es un poderoso grupo semillero, que se ubica en el 4° lugar de los mayores productores de semillas del mundo; pero aún no produce semillas transgénicas propias. Biogemma es el emprendimiento del grupo Limagrain con el objetivo de no quedar fuera del mercado de productores de semillas transgénicas. Aunque con una participación minoritaria, Biogemma también es financiada por el grupo Euralis, cooperativa de productores agrícolas originariamente del sud-oeste de Francia. Biogemma se presenta así como “la única empresa europea de investigación en biotecnología vegetal desarrollada y financiada por el mundo agrícola” (Limagrain, 2008a: 30). 198

Empresa que data de 1742, cuando el botánico de Luis XV abrió un negocio propio para comerciar granos y plantas. Al comprarla, Limagrain incorpora a su negocio la producción de hortalizas y productos de jardín. 222

4.5.1. Estrategias de innovación en Biogemma Aunque Biogemma tenía el propósito de dedicarse exclusivamente a la generación de plantas transgénicas, pronto diversificó sus esfuerzos de investigación en dos áreas: la transgénesis vegetal, por un lado, y la genómica vegetal, por otro. La transgénesis implica en este caso la producción de ADN recombinante, mientras que la genómica vegetal es el estudio del ADN (la identificación y caracterización de los genes del genoma de una planta). Se trata de dos cuestiones totalmente distintas (la genómica es una ciencia básica), pero el desarrollo de la genómica vegetal puede resultar muy útil para la transgénesis, en la medida que permite encontrar genes de interés (o comprender el funcionamiento del genoma receptor) para posteriormente desarrollar un ADN recombinante. Por otro lado, la genómica vegetal también puede ser útil para desarrollar nuevas variedades vegetales usando “marcadores moleculares”: a diferencia de la transgénesis, no se ingresa un gen de otra especie, sino que la selección asistida por marcadores moleculares permite obtener variedades de un modo similar a como se obtienen mediante cruzamiento convencional, pero mucho más rápido. En cuanto a la generación de plantas transgénicas, el cultivo hacia el que volcaron sus esfuerzos de innovación es el maíz, elegido por la importancia económica que presenta su comercialización para el grupo Limagrain: “Biogemma trabaja esencialmente sobre el maíz. Es un cultivo importante, para Limagrain y los accionarios de Biogemma, en términos de superficie, cantidad de ventas, etc. Anteriormente trabajaba con otras especies: colza, plantas forrajeras, trigo. Pero hoy trabaja con maíz porque para ellos es la primera planta en términos de prioridad debido a su gran mercado.” (Entrevista a Toppan, 2008)

El principal caracter sobre el que trabaja Biogemma en transgénesis de maíz es el de “tolerancia a sequía”. El cultivo de maíz con tolerancia a sequía permitiría disminuir los costos de producción al emplear menos agua, y extender su siembra hacia condiciones adversas, todo lo cual redunda en un aumento de la productividad. En tal sentido, Biogemma ha utilizado la transgénesis para estudiar el efecto de diversos genes sobre el estrés hídrico del maíz (Toppan, 2002). En la empresa identificaron un gen en un cereal africano –el sorgo– que otorga resistencia al estrés hídrico, y lo introdujeron en el maíz.

223

Biogemma comenzó a realizar ensayos a campo con este maíz transgénico en 2005 (Limagrain, 2008b). Por otro lado, y en parte debido al difícil panorama que presentaba ya la transgénesis en la opinión pública, Biogemma se sumó al consorcio Genoplante, que desde 1999 realiza estudios en genómica vegetal. Genoplante es una red mixta, donde participan tanto centros públicos de investigación (CIRAD, CNRS, INRA, IRD) como empresas privadas (Biogemma, Bayer CropScience, Bioplante), y tiene por objeto analizar los genomas de especies fundamentales para la agricultura francesa, como maíz, trigo, colza y girasol: “En 1997 se crea Biogemma, y ya comenzaba un panorama difícil para los OGM en la opinión pública. Al mismo tiempo, la genómica permitía alcanzar muchos resultados (gracias a la utilización de la informática). De modo que en 1998 se asociaron con institutos de investigación públicos de Francia (el INRA, el CIRAD) en un gran programa de genómica de 5 años, que asociaba lo público y lo privado… Era un contrato de investigación de 5 años para abordar aspectos importantes para la agricultura francesa. Eso se firmó en 1998/1999; terminó en 2004/2005. Genoplante sigue existiendo pero ese financiamiento ya no, hoy el financiamiento se logra vía la ANR [Agence Nationale de la Recherche], pero ya no hay una suma tan importante como la de antes. Lo que importaba en 1998/1999 era ayudar al desarrollo de la genómica en Francia.” (Entrevista a Toppan, 2008)

El presupuesto de Genoplante para sus primeros cinco años fue de 200 millones de euros, de los cuales el 60% provino del sector público (Job y Pelletier, 2003). El interés de Limagrain de involucrarse en Genoplante, radica en desarrollar el conocimiento en genómica para utilizar la selección asistida por marcadores. La selección asistida por marcadores permite desarrollar variedades vegetales sin recurrir a la transgénesis. Como hemos dicho anteriormente, la transgénesis implica la incorporación de un rasgo (a través del transgén) que no podría obtenerse por cruzamientos convencionales, mientras que la selección asistida por marcadores simplemente acelera los tiempos de cruzamiento convencional. De hecho, muchas de las investigaciones que comenzó Biogemma –a excepción del maíz con tolerancia a sequía– terminó por orientarlas hacia la genómica y la selección asistida por marcadores: “Biogemma trabajó antes en transgénesis con genes de plantas (enzimas de tomate) integrados en colza. En maíz y trigo, hubo ensayos con diferentes genes (de vegetales, de insectos). Hoy todos 224

esos caminos se han abandonado y sólo se hacen estudios de genómica: identificación de genes (alelos) de trigo, de maíz y genes apilados (combinación de diferentes alelos) mediante selección asistida por marcadores.” (Comunicación personal con Toppan, 2009)

La resistencia de la investigación pública hacia los OGMs en Francia es significativa (mediante las acciones de destrucción de transgénicos de las organizaciones anti-OGMs, o simplemente mediante la oposición a usar y consumir transgénicos que reflejan las encuestas en Francia). Esto incide directamente en Biogemma a través de lo que ocurrió, por ejemplo, con Genoplante (pues el sector público ha disminuido su participación en todo lo que se vincule con el desarrollo de OGMs), pero también incide de un modo indirecto al generar un escenario sin interlocutores, pues los OGMs dejan de ser un objeto de investigación y desarrollo.

4.5.2. Mudanza de los centros de I+D El grupo Limagrain dice contar con 1200 investigadores y 80 centros de investigación, dedicados mayormente al desarrollo de variedades de semillas, es decir, se trata mayormente de fitomejoradores y plantas de producción de semillas (Limagrain, 2008a). En lo que respecta específicamente a Biogemma, ésta cuenta con poco más de 70 investigadores, y tenía sus laboratorios en dos localidades de Francia: ClermontFerrand y Mondonville. Sin embargo, a comienzos de 2008 Biogemma decidió mover gran parte de sus investigaciones a los Estados Unidos. Ante las sucesivas destrucciones de sus ensayos a campo por parte de movimientos anti-OGM en Francia, Biogemma había amenazado con dejar el país (Miserey, 2007). En 2006 sólo pudo concluir un ensayo a campo, debido a la destrucción de 10 parcelas (Jolivet, 2006). En 2007, una parcela de 5.000 m2 donde Biogemma realizaba un ensayo de maíz transgénico con tolerancia a sequía habría sido destruida en un 95% (AFP, 2007). Finalmente, la empresa optó por trasladar sus ensayos a campo a Estados Unidos, alegando que, aunque resulta más caro trasladar parte de la infraestructura de la empresa hacia ese país, allí no hay riesgos de destrucción de ensayos (Entrevista a Toppan, 2008). El tipo de investigación que aún realizan en Francia es la más básica, es decir, la búsqueda y caracterización de los genes de interés, y aún tendrían alrededor de 70 investigadores en el país. Pero todo lo relacionado con los ensayos a campo, ya no lo realizan más en Francia. La decisión de trasladar sus ensayos fue tomada incluso antes de que la Unión Europea se expidiera acerca de la decisión unilateral de Francia de 225

instaurar una nueva moratoria sobre los cultivos transgénicos. Es que para las autoridades de Biogemma, el problema no residía en una cuestión legal, sino en un entramado complejo que le resultaba hostil, en cuya base se ubica el alto rechazo de la población francesa a los cultivos transgénicos en general, sobre el cual se montan las destrucciones de ensayos que realizan los movimientos anti-OGM, a lo que se agregaría la percepción de una escasa voluntad de imponer otra dirección en el asunto por parte de las distintas esferas del Estado. Es así que, incluso si llegara el día en que Biogemma pudiera comercializar sus semillas transgénicas en Francia –para lo cual, siguiendo la normativa usual al respecto, debería previamente realizar ensayos a campo allí donde se pretende comercializar los OGM– dejarían la obligación de hacer ensayos en Francia “para último momento, y sólo si no se puede hacer de otra manera” (Entrevista a Toppan, 2008). En suma, Biogemma es una empresa de biotecnología que pertenece a uno de los grupos semilleros más grandes del mundo. Sin embargo, su ingreso en el campo de los OGM es tardío (Biogemma se funda en 1997, cuando ya había cultivos transgénicos en el mercado) en relación a las empresas que hoy son dominantes en el sector. Las mayores dificultades que tuvo para desarrollarse en la biotecnología vegetal radican en el contexto adverso que se planteó en Europa, a través de moratorias a los OGMs y escaso financiamiento al desarrollo de los mismos. Esta situación se ve agudizada en Francia, donde las sucesivas destrucciones de los ensayos a campo que realizaba Biogemma por parte de grupos anti-OGM, motivaron a la empresa a trasladar parte de sus investigaciones a Estados Unidos. Además, aduciendo el poco apoyo del Estado y el contexto adverso de Europa, fue orientando sus investigaciones hacia la genómica y la selección de variedades asistida por marcadores moleculares, mientras que la transgénesis quedó reducida a un único proyecto: el maíz con tolerancia a sequía.

4.6.

Los científicos y los cultivos: elecciones cognitivas y comerciales

Los dos últimos casos que he presentado –Bioceres en Argentina y Biogemma en Francia– permiten establecer algunas comparaciones sobre el papel de los científicos en la definición de las líneas de desarrollo en cultivos transgénicos La diferencia fundamental radica en que la empresa francesa instaló sus propios laboratorios, mientras que la empresa argentina hizo uso de los centros públicos de investigación.

226

En el caso argentino, las investigaciones en OGMs las habían comenzado tiempo antes que existiera la empresa, en los laboratorios del INTA y del INGEBI. En estos casos, la elección del cultivo se debe a intereses cognitivos y productivos. A intereses cognitivos, porque la papa implicaba un modelo de fácil acceso y con el que los ligaba ciertas investigaciones previas. Tanto en el INTA como en el INGEBI venían trabajando en la biología molecular de unos virus de papa, por lo que utilizar la papa para hacer transgénesis suponía aprovechar y potenciar sus investigaciones previas. La elección es también productiva, en el sentido que los propios investigadores declaman que la papa tenía una notoria importancia en la agricultura argentina, por cuanto se trata de un cultivo popular. Lo mismo ocurre con el grupo que realizó transgénesis en girasol. Se trata de un cultivo de gran importancia en Argentina (ocupa el primer lugar mundial en producción de aceite de girasol), pero no es tan significativo su cultivo en otros países. En ese sentido, cabe destacar que la elección productiva que declaman los científicos es muy distinto de valorar el posible impacto comercial de un cultivo transgénico. De hecho, cuando Bioceres acudió a estos grupos para que emplearan un cultivo que tuviera importancia en el mercado mundial de transgénicos –la soja–, los investigadores encontraron serias dificultades, pues los modelos de cultivos sobre los que venían trabajando tenían características distintas. Hoy, estos investigadores afirman que hubiera sido más conveniente comenzar sus desarrollos en OGMs con otros cultivos. Todo esto no ocurre en el caso francés, precisamente porque aquí la empresa en cuestión montó sus propios laboratorios, decidida a concentrar sus esfuerzos en transgénesis allí donde estaba su fuerte comercial: en el maíz. En este caso, la elección es claramente comercial, y responde a los intereses de la empresa en primer lugar. Otra cuestión que hace a la capacidad de los científicos de fijar las líneas de investigación, tiene que ver con el entorno (tanto institucional como en lo que se refiere a la opinión pública). Mientras que en la Argentina los programas destinados a promover el desarrollo y la investigación en biotecnología en general (y en biotecnología vegetal en particular) se han acentuado en la última década –con estímulos a la investigación desde el Ministerio de Ciencia y Tecnología o desde la apertura de áreas prioritarias en biotecnología en instituciones como el INTA–, en Francia la promoción de la investigación en transgénesis vegetal se concentró en estudiar sus efectos ambientales y socio-económicos más que en su desarrollo, y las instituciones priorizaron estudios de genómica más que de transgénesis (en todo caso, se 227

hace eje en la investigación básica más que en posibles desarrollos de plantas transgénicas). Por otro lado, debido a la opinión pública adversa a los OGMs en Francia, desde la empresa europea afirman que cada vez resulta más difícil encontrar científicos dispuestos a realizar desarrollos en plantas transgénicas: la combinación del riesgo de exposición pública y de escaso financiamiento haría que muchos científicos en Francia decidan orientar sus investigaciones hacia temas afines pero que no impliquen el desarrollo de OGMs, tales como la genómica, el uso de marcadores moleculares, o el uso de la transgénesis dentro de un marco de investigaciones básicas (para conocer el comportamiento de genes o de rutas metabólicas en plantas, por ejemplo, pero no para desarrollar un cultivo transgénico).

4.7.

Algunas consideraciones sobre la biotecnología y el capital

En función de los casos analizados en este capítulo, resulta conveniente establecer algunas consideraciones generales de política económica sobre la biotecnología de plantas. Cabe señalar que la elaboración de una nueva semilla transgénica necesita de una acumulación de capital previa (para disponer de laboratorios, de invernaderos, de campos de experimentación, de recursos humanos, de una gran cantidad de ensayos y de tiempo antes de poder ofrecer un producto, para ni mencionar las semillas y su cadena de producción y distribución) y de especialización del trabajo (biotecnólogos que realicen las construcciones genéticas, ingenieros agrónomos que hagan los ensayos a campo, empresas o departamentos dentro de ellas dedicadas a la biotecnología, otro tanto dedicado a la producción de semillas, y otro a la distribución de las mismas). La acumulación de capital y la especialización del trabajo que se requieren para producir un desarrollo tecnológico en el mercado no son una novedad ni una exclusividad de la biotecnología vegetal. Sin embargo, por ser una tecnología que se entrelaza con la agricultura, su comprensión resulta particularmente resistida. Es así que numerosos relatos ofrecen una exaltación de la pequeña economía campesina y de sus ideales de vínculo directo con la tierra y de independencia del productor. Pero la concentración de capital y la división del trabajo en la agricultura son previas a la biotecnología vegetal. Las empresas dedicadas a la producción de semillas nacen en la segunda mitad del siglo XIX, y las compañías especializadas en la producción de herbicidas surgen a mediados del siglo XX. Observar la trayectoria de las empresas de biotecnología vegetal es necesario para comprender el perfil específico que presentan las semillas transgénicas. 228

Es así que la trayectoria previa como empresas dedicadas a la producción de insumos químicos para la agricultura orienta su búsqueda en la biotecnología hacia un modo de potenciar la ganancia que obtienen de éstos: las semillas resistentes a herbicidas. Incluso Nidera, cuando desarrolla en Argentina una variedad mutante de girasol resistente a un herbicida, lo hace gracias a un acuerdo con BASF, que posee la propiedad de ese herbicida. Pero en el entrelazamiento entre semillas transgénicas y herbicidas se abren nuevas perspectivas. A mediados de 2004, se produce un significativo punto de inflexión para Monsanto: sus ventas en semillas comienzan a superar a las ventas en el resto de sus productos agrícolas (ver Figura 3).

Figura 3. Ganancias de Monsanto según área de productos.

Fuente: Ferreira (2006) y Grant (2007)

Además, Monsanto afirma que sólo el 10% de su inversión en I+D se destina a herbicidas, el resto lo estaría invirtiendo en semillas y biotecnología (Entrevista a Ovejero, 2008). Esto permite suponer que en algunos años el mercado de semillas transgénicas se independizará definitivamente del paquete tecnológico que lo asocia a los herbicidas. 229

Por otro lado, cabe señalar algunos aspectos generales que implica la introducción de la transgénesis en la agricultura, además de la expansión de las fuerzas productivas en el agro (que llevan a un aumento de la superficie cultivada y del rendimiento por hectárea). En primer lugar, supone el aumento del capital constante vinculado a la producción agrícola.199 Esto, a su vez, indica que un productor necesita cada vez de un mayor capital inicial para dedicarse a la agricultura. A comienzos del siglo XX bastaba con adquirir algo de tierra para empezar a producir; a partir de los años ’60 (con la revolución verde) se hacía necesario comprar también fertilizantes, herbicidas y maquinaria; con la llegada de los OGMs, hay que agregar la compra de semillas transgénicas. Al mismo tiempo, aumenta el capital constante para las empresas que se dedican a la producción de semillas, pues si antes bastaba con desarrollar un banco de semillas propio, ahora necesitan adquirir las licencias para incorporar transgenes a sus semillas. En segundo lugar, esta modificación de la composición orgánica del capital explica en parte –en términos estrictamente económicos– la controversia que suscitó el uso de semillas transgénicas. Pues el desarrollo de un mercado de alimentos no transgénicos (agricultura “orgánica”, “ecológica”, etc.) les permite a muchos productores seguir subsistiendo con una agricultura de pequeña escala, recurriendo sólo a un pequeño capital. Desde luego, la ausencia de la tecnología de los transgénicos en el proceso productivo implica un aumento del valor final de las cosechas, por eso los alimentos “orgánicos” se venden en un circuito de consumidores “exigentes”, dispuestos a pagar por un alimento un precio mayor al valor medio. Finalmente, el uso de la biotecnología vegetal indica una tendencia a equiparar la composición orgánica del capital en agricultura en relación a otras industrias, lo cual a su vez implica que no sólo se dificulta la formación de nuevos capitales independientes, sino que se necesitará expandir continuamente los mercados donde volcar los cultivos transgénicos, y en el largo plazo abre un nuevo frente de crisis de superproducción en el intento de compensar la caída de la tasa de ganancia asociada a la pérdida proporcional del capital variable.200

199

Aumento de la inversión en tecnología, maquinaria, materias primas (capital constante) en relación al gasto en salarios (capital variable). 200

Marx señala que la composición orgánica del capital en la agricultura es más baja que la del capital social medio, porque se desarrollaron antes y con mayor rapidez las ciencias mecánicas (aplicadas a la “industria de transformación”) que las ciencias vinculadas a la aplicación agrícola (Marx, 1894: 705). La biotecnología vegetal modifica la composición orgánica del capital en la agricultura al aumentar su capital constante. 230

Al revés de aquéllos que explican su malestar en diversos aspectos de la realidad a partir de los cultivos transgénicos, es la lógica de funcionamiento del capital la que explica, en buena medida, las características que presenta la biotecnología vegetal en la actualidad. En función de la caracterización que he realizado en este capítulo de las empresas que utilizan semillas transgénicas, es posible distinguir tres grupos de empresas (ver Cuadro 4).

Cuadro 4. Usos de los OGMs según tipo de empresa.

Grandes empresas obtentoras Empresas adaptadoras Empresas obtentoras locales

Desarrollo de OGMs

Adaptación local de OGMs

Licencia de OGM

Venta OGM



SI

SI

NO

NO

SI

NO

NO

SI

SI

POCO PROBABLE

SI

Las grandes empresas obtentoras son las transnacionales que dominan el sector, se caracterizan por desarrollar sus propias semillas transgénicas, y suelen tener filiales en otros países donde lo que hacen es adaptar su construcción genética a las variedades locales. Además, licencian sus eventos transgénicos a otras empresas, a fin de recibir ingresos no sólo por la venta de sus propias semillas, sino también por las regalías en función de las ventas de terceros. Monsanto es un ejemplo de empresa obtentora. Por otro lado, las empresas adaptadoras son aquellas semilleras que no desarrollan tecnologías de transgénicos propia, sino que recurren a las construcciones que realizan las grandes empresas (pagando licencias), y luego las incorporan a su propio germoplasma. Nidera sería un caso singular dentro de este grupo, pues es una semillera que se convirtió en referente local de la venta de soja RR, y llegó a realizar desarrollos propios en biotecnología, aunque no con OGMs. Por último, las empresas obtentoras locales son los eslabones más frágiles de este escenario, pues asumen el riesgo de desarrollar tecnologías de transgénicos propias debiendo competir con las grandes transnacionales. Bio Sidus y Bioceres/INDEAR pertenecen a este último grupo, aunque la primera no llegó a incorporar la transgénesis vegetal como una de sus prioridades. 231

También Biogemma puede incluirse en esta categoría, pues aunque pertenece a un grupo empresario de gran capital, no forma parte de los actores dominantes en biotecnología vegetal. Así, la división del trabajo científico en las empresas de biotecnología vegetal se refleja en las distintas posiciones que pueden ocupar en relación al desarrollo de construcciones genéticas (ver Cuadro 4). Es indudable que las grandes empresas obtentoras de semillas transgénicas tienden a localizarse en los Estados Unidos, pero la división internacional del trabajo científico en transgénesis vegetal no sigue un simple patrón Norte-Sur, sino que depende de un conjunto de factores –entre los que se deben incluir la acumulación previa de conocimientos y de capital, el tipo de sistema regulatorio, el vínculo con centros de I+D, y la opinión pública– que crean las condiciones más o menos favorables para que el capital vinculado a la biotecnología vegetal se desarrolle. En ese sentido, resulta lógico que Estados Unidos concentre la mayor cantidad de empresas del sector dado que, desde hace años, tiene a varios de los más importantes actores de la agroindustria localizados allí, también porque hay una política pública que estimula explícitamente el desarrollo del sector, porque no hay una significativa controversia pública sobre el tema, y porque en definitiva hay fuertes trayectorias de investigación. Pero del mismo modo, en un país también central, como Francia, la existencia de una fuerte controversia –articulada desde el rechazo de la opinión pública en general a los transgénicos, la acción de movimientos anti-OGM y decisiones gubernamentales– inclinó la balanza de modo tal que las condiciones ya no resultaban favorables para la única empresa de biotecnología vegetal de origen francés, y decidiera entonces relocalizar buena parte de sus laboratorios en los Estados Unidos. Al mismo tiempo, en un país periférico como la Argentina, se generaron condiciones favorables (ausencia de controversia pública, mecanismos de regulación establecidos, trayectorias de investigación en el tema, y un importante sector de productores agrícolas que había obtenido una gran rentabilidad en años pasados) para que, desde 2002, se desarrollara una empresa de capital nacional que realice I+D en transgénesis vegetal. En cuanto a la división del trabajo científico al interior de las empresas de biotecnología vegetal, el caso argentino presenta una primera etapa muy singular. Allí, la división del trabajo se dio claramente entre lo público y lo privado. El sector público proveyó de los investigadores, las instituciones y las investigaciones en estado avanzado, que la empresa utilizó para desarrollar sus proyectos. Incluso cuando la 232

compañía decidió incorporar los eslabones de producción dentro de su firma, la presencia del Estado continuó presente apoyando el desarrollo del capital (a través de subsidios para investigación y de vínculos con centros públicos de I+D). De modo que ahorra una enorme cantidad de tiempo y recursos al utilizar las trayectorias de investigación que había desarrollado el sector público. Esta segunda etapa de la empresa argentina coincide con el perfil que presenta la empresa francesa, que siempre tuvo sus propios centros de I+D. Sin embargo, la paulatina retracción del aporte del Estado francés en el marco de una fuerte controversia alrededor del uso de los transgénicos, con la destrucción de ensayos como parte del conflicto, son los elementos fundamentales que incidieron en la decisión de la empresa francesa de relocalizar su centro de I+D en los Estados Unidos. A pesar de las diferencias y complejidades que presentan los escenarios locales en términos de la división del trabajo científico en transgénesis vegetal, hay un aspecto que tiende a parecerse en la estrategia de innovación de las firmas que no son dominantes: buscan acumular desarrollos y prestigio para estar en mejores condiciones de negociar con las grandes empresas del sector. La empresa argentina Bioceres parece tener claro que el más probable destino de sus desarrollos en transgénesis vegetal sea la transferencia de esas construcciones genéticas a una de las grandes firmas transnacionales (Entrevista a Trucco, 2009).201 La empresa francesa, en términos similares, considera que para poder introducir un transgénico propio en el mercado “va a ser necesario que los accionistas se involucren, porque eso cuesta muy caro… sería una lástima tener que vender la construcción genética” (Comunicación personal con Toppan, 2009). La dificultad para acceder al mercado tiene parte de su causa en los costosos mecanismos de regulación de OGMs a nivel internacional. Pero es importante señalar que las dinámicas de innovación en las que se inscriben las estrategias de estas empresas, conducen a que las grandes firmas transnacionales que ya concentran la producción de OGMs funcionen como un imán hacia donde se dirigen las nuevas construcciones transgénicas de las empresas no-dominantes del sector. Gran parte de sus posibilidades de subsistir parecen estar, paradójicamente, en la venta de sus innovaciones a las grandes empresas. 201

No obstante, las condiciones de transferencia pueden ser variables. Recientemente Bioceres firmó un acuerdo con Advanta Semillas mediante el cual esta última explotaría el gen de resistencia a sequía, lo que le otorgaría a Bioceres sus primeros ingresos por sus desarrollos en OGMs. El acuerdo fue firmado el 16 de septiembre de 2009. Advanta Semillas es una compañía semillera multinacional que, en 2006, fue adquirida por una empresa de agroquímicos de la India. 233

Capítulo 5 La construcción de un orden. Las regulaciones sobre los transgénicos La producción de conocimientos sobre plantas transgénicas y su utilización son espacios de lucha social. Científicos, empresas y movimientos sociales pugnan entre ellos y entre sus pares buscando cada cual darle un sentido propio a los cultivos transgénicos. En función de ello, como he mostrado, surgen conflictos y colaboraciones. Pero hay otro actor importante que también interviene en este juego de intereses: el Estado. Desde luego, el Estado ya estuvo presente en los capítulos anteriores, a través de los espacios que habilita y financia para la investigación y sus políticas de promoción de la ciencia y la tecnología. Pero hay otra forma de intervención del Estado que establece de un modo más directo las reglas del juego: mediante las leyes, normas y procedimientos que regulan qué se puede hacer y cómo en cuanto a los cultivos transgénicos. Por cierto, no es un actor independiente de las tensiones y relaciones de los otros actores: científicos y empresas intervienen en los procesos regulatorios, y éstos también se formulan teniendo en cuenta las regulaciones a nivel internacional. De modo que los cruces entre lo local y lo global, y entre los distintos actores involucrados con la biotecnología vegetal son permanentes. El modo concreto en que funciona un marco regulatorio sobre OGMs, es en parte un reflejo de las dinámicas culturales, políticas y económicas que hacen a ese objeto de la regulación en una sociedad dada, y al mismo tiempo ese marco regulatorio incide en las formas sociales de entender y actuar frente a los transgénicos. Hay distintas formas de propiedad intelectual en la biotecnología de plantas, entre las que se destacan las patentes, los derechos de los mejoradores vegetales y los sistemas regulatorios específicos sobre transgénicos (Chandler y Rosenthal, 2007). El marco regulatorio contribuye así a delimitar la apropiación –estableciendo qué y cómo es apropiable– y utilización de los transgénicos, pero también define otras reglas de juego: qué es lo que se considera riesgoso en esta tecnología y cómo proceder ante ello, cómo deben evaluarse los OGMs, y quiénes son los encargados de llevar a cabo las evaluaciones. Surge así una figura clave: el experto, situado en la interfaz entre el conocimiento y la decisión (Roqueplo, 1997).

234

En este capítulo analizaré el marco regulatorio sobre los transgénicos. Comenzaré explicando los orígenes de la regulación de la biotecnología, para luego presentar sus modos de propiedad intelectual. Mostraré las legislaciones sobre semillas, para llegar luego al modo en que se construyó el marco regulatorio sobre la agrobiotecnología en la Argentina. Describiré cómo se efectúa esa regulación y a los actores que intervienen en ella. Los costos que impone el sistema regulatorio son también objeto de análisis, en tanto supondrían una barrera de entrada a la tecnología. Presento también diversos conflictos relacionados con el marco regulatorio, tanto a nivel local como internacional. Finalmente, analizo el modo en que las formas de regulación se vinculan con las controversias sobre los transgénicos, al comparar el caso argentino con Europa y Brasil.

5.1.

La primera (auto)regulación de la biotecnología

Uno de los primeros experimentos del mundo con ADN recombinante fue el de Paul Berg, de la Universidad de Stanford, quien logró juntar dos virus distintos (virus lambda, que infecta bacterias, y el SV40, que es un virus oncogénico de monos) en una misma secuencia de ADN. El lector recordará esto del Capítulo 1, pues significó uno de los momentos iniciales de la experimentación con ADN recombinante, aún cuando todavía no se manejaba el ADN con precisión, sino más bien manipulando grandes fragmentos. En todo caso, el resultado del experimento de Berg había sido satisfactorio, pues obtuvo una molécula de ADN hibrido, que contenía a los dos virus. Pero inmediatamente, el propio Berg su autoimpuso una moratoria y dejó de experimentar con esa molécula de ADN híbrido hasta que se definieran algunas normas respecto a la experimentación con ingeniería genética. De esta forma, los primeros experimentos vinculados al ADN recombinante marcan el inicio, al mismo tiempo, de la regulación social sobre el uso de estas técnicas. En julio de 1973, en una reunión científica sobre ácidos nucleicos, los posibles peligros de la investigación con estas nuevas técnicas fue uno de los asuntos centrales en debate (Chalker y Catz, 1978). El presidente de la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos le encomendó a Berg que conforme un comité de expertos para analizar los riesgos del ADN recombinante. Las resoluciones del comité fueron difundidas en 1974 en una carta que simultáneamente publicaron las revistas científicas de mayor repercusión: Science, Nature y Proceedings of the National Academy of Science (Berg et al, 1974a; 1974b; 1974c). Allí, se expresaba la necesidad de auto235

imponerse una moratoria en la realización de experimentos con ADN recombinante, hasta tanto no se clarificaran los riesgos y medidas a adoptar, pues advertían que “existe una seria preocupación de que algunas de estas moléculas de ADN recombinante artificial resulten biológicamente peligrosas”. En rigor, los expertos asumían la decisión de aplazar dos tipos de experimentos: aquéllos que involucraran el uso de plásmidos que confirieran resistencia a antibióticos o expresaran toxinas, y los que utilizaran ADN de virus animal. Finalmente, la carta del comité convocaba a realizar una gran reunión internacional de científicos de todo el mundo a comienzos del año siguiente, con el fin de analizar los posibles riesgos del ADN recombinante y resolver qué hacer con ellos. Dicha reunión tuvo lugar en febrero de 1975, y se la conoce como “la conferencia de Asilomar”. Los objetivos de la propia reunión eran: identificar los experimentos que se harían con moléculas híbridas, identificar la información que se podía obtener con ello, identificar los posibles riesgos para el investigador y para otras personas, e identificar las medidas a emplearse para minimizar los riesgos biológicos. La reunión no fue abierta, sino que sólo los científicos invitados podían participar. En total, fueron unos 150 asistentes, todos vinculados a la incipiente área de la ingeniería genética (Wright, 1994). Entre los científicos allí convocados se alinearon distintas posiciones: por un lado, había quienes argumentaban que no se podía asegurar con certeza cuáles podrían ser los riesgos del empleo de ADN recombinante; otros, en cambio, sostenían que el riesgo sería ínfimo, por lo que se oponían a cualquier reglamentación y moratoria al respecto. Finalmente se impuso una posición intermedia, afirmando que podría haber algunos riesgos y que por lo tanto debían establecerse pautas para llevar adelante los experimentos (Barnum, 1998). La moratoria culminó, y en su lugar se establecieron una serie de restricciones y medidas precautorias a adoptar a la hora de realizar determinados experimentos (Berg et al., 1975a; 1975b). El National Institutes of Health armó su propio comité de expertos sobre ADN recombinante, el cual procedió de un modo similar. Confeccionó una serie de pautas para la realización de experimentos, bajo la premisa de que los peligros podían ranquearse en una escala (en la cual se consideraba que cuanto más cercana fuera la relación filogenética entre el organismo donante y el organismo en riesgo, mayor el peligro) y de que éstos podían afrontarse con medidas de contención “físicas” y “biológicas” (Wright, 1994).

236

Hacia fines de la década de 1970, la controversia se había extendido a un público más amplio, con la prensa cubriendo las noticias sobre el tema (Ashby, 1987).202 Desde sectores gubernamentales de los Estados Unidos reinaba la idea de que con estas restricciones a la investigación en ADN recombinante, los Estados Unidos perderían su liderazgo en el campo. Además, los científicos veían con poco agrado que los temores del público limitaran su libertad para investigar (Wright, 1994). Entre 1976 y 1978 se realizaron otras tres reuniones científicas sobre el tema.203 En ellas, la discusión sobre los riesgos de la nueva tecnología se limitó al debate sobre el rol de E. coli, pues se presumió que toda la investigación con ADN recombinante pasaría por ahí, es decir, que todos los experimentos emplearían esa bacteria. También se consideró que la investigación con esta tecnología sólo podría llevarse a cabo en países desarrollados, los cuales contaban con adecuados sistemas de sanidad que podrían lidiar con cualquier tipo de epidemia producida por estos experimentos (Wright, 1986b). Los reportes de las conferencias presentaron todos los escenarios de riesgo como “remotos” o “imposibles”. Como resultado de esto, las pautas de control de los experimentos menguaron, y le preocupación general sobre los riesgos del ADN recombinante aminoraron, al menos por un tiempo. Con esto culmina la primera forma de regulación que tuvo el campo del ADN recombinante. Dentro de las características principales de la misma, cabe destacar el rol prácticamente absoluto que asumieron los científicos especializados en el área en la regulación de sus propias actividades. De este modo, la regulación adoptó la forma de una respuesta estrictamente tecnocrática: el problema social de los riesgos del ADN recombinante quedó en manos de los científicos que trabajaban en el tema. No fue el Estado, ni organizaciones políticas, sociales o de otro tipo las que participaron en la resolución de estos asuntos. Ni siquiera se podría decir que fueron científicos convertidos en un rol de funcionarios gubernamentales. Los agentes que asumieron el control del conflicto fueron científicos, y lo resolvieron a través de sus espacios cotidianos (reuniones y revistas científicas). 202

Incluso, hacia 1977, la opinión de los científicos sobre las pautas para los experimentos con ADN recombinante estaba dividida: algunos consideraban que las pautas eran lo suficientemente estrictas, mientras que otros sostenían que debían establecerse mayores restricciones o incluso una nueva moratoria (Wright, 1994). 203

Se trata de las conferencias de Bethesda (conocida como Enteric Bacteria Meeting, realizada en Estados Unidos en agosto de 1976, financiada por la NIH), Falmouth (en junio de 1977 en Estados Unidos, financiada por la NIH) y Ascot (realizada en enero de 1978 en el Reino Unido, financiada por la NIH y la European Molecular Biology Organization). 237

5.2.

Biotecnología y patentes

Si en el estudio de las regulaciones nos interesa ver los marcos normativos que establecen qué es posible hacer y cómo en biotecnología, un aspecto fundamental es el del patentamiento. Pues la posibilidad de apropiarse de los genes y de los organismos genéticamente modificados no nació en la biotecnología, sino que fue un proceso de construcción social y, más específicamente, jurídico. El origen se sitúa en el famoso caso de Diamond vs. Chakrabarty. Esta última era una bioquímica que trabajaba para la General Electric, y que había logrado modificar una bacteria del género Pseudomonas para que fuera capaz de degradar hidrocarburos. No empleó para ello técnicas que involucraran ADN recombinante, sino que le transfirió a la bacteria unos plásmidos que había descubierto que tenían esa propiedad (Schacter, 1999; Yanchinski, 1980). En 1972, Chakrabarty presentó ante la Oficina de Patentes de los Estados Unidos una solicitud que incluía el pedido de patentamiento de la bacteria. La Oficina rechazó dicha solicitud, por considerar que la bacteria era “un producto de la naturaleza” y “un ser vivo”, razones por las que no podía estar sujeta a patentamiento (Stobbs, 2002). En la apelación, el fallo se revirtió, bajo el argumento de que el hecho de que los microorganismos estuvieran vivos no tenía significancia legal, y por ende podían patentarse (US Supreme Court, 1980). El Comisionado de la Oficina de Patentes, Sidney Diamond, apeló ese nuevo fallo, por lo que el caso llegó a la Corte Suprema. Ésta se expidió finalmente en 1980. En todo ese tiempo, el tema ganó estado público y el debate se llenó de argumentos de diversa índole, incluyendo alegatos religiosos. Varias presentaciones fueron acercadas a la Corte buscando proveer información ya sea a favor o en contra de la solicitud de Chakrabarty. Empresas biotecnológicas como Genentech, compañías farmacéuticas y la Universidad de California, fueron algunos de los que presentaron argumentos a favor de Chakrabarty. La única organización que se acercó a la Corte para argumentar en contra del patentamiento, fue la que presidía Jeremy Rifkin, la People’s Business Commission, quien sostuvo que debía evitarse el patentamiento de seres vivos, que eso contribuiría a un aumento en el control de la alimentación por parte de las multinacionales, y que la ingeniería genética iba a contaminar irreversiblemente el pool genético planetario (Kevles, 1998). Finalmente, por 5 votos contra 4, la Corte Suprema de los Estados Unidos avaló la solicitud de Chakrabarty, abriendo así el camino al patentamiento de los seres 238

vivos.204 La legislación norteamericana consideraba patentable todo invento o descubrimiento que implique un nuevo proceso, máquina, manufactura, o “composición de materia”.205 En el caso Chakrabarty, la Corte Suprema se limitó a considerar entonces si el microorganismo en cuestión constituía una nueva manufactura o composición de materia. Señaló que el Congreso tenía la posibilidad de cambiar la ley para excluir de lo patentable a los organismos producidos por ingeniería genética, pero mientras tanto, un microorganismo que no existía antes en la naturaleza podía considerarse una nueva manufactura o composición de materia, y por ende, era patentable (US Supreme Court, 1980). Con este antecedente, se podían entregar patentes a seres vivos o a partes de ellos (Krimsky, 2004). Se produjo una explosión de solicitudes de patentamiento por parte de la industria biotecnológica, al punto que, entre 1982 y 1990, la Oficina de Patentes tuvo que incrementar su personal dedicado a examinar solicitudes del área en un 300% (Rockman, 2004). En 1985, la Oficina de Patentes determinó que las semillas y plantas se podían patentar bajo el marco general que había habilitado a Chakrabarty (Sease, 2007). Después, comenzarían a patentarse diversos organismos multicelulares. Una ostra modificada genéticamente, basándose en el antecedente del caso Chakrabarty, recibió la patente en 1987 (Kankanala, 2007). Luego, fue patentado el primer mamífero: el “oncoratón”. Se trata de un desarrollo de la Universidad de Harvard financiado por la Compañía DuPont, en el que obtuvieron un ratón que expresa un oncogén, es decir, un gen que promueve el cáncer. El objetivo era diseñar un modelo animal para el estudio del cáncer. En los Estados Unidos la patente fue concedida en 1988, pero cuando intentaron patentar el oncoratón en Europa y en Canadá, la respuesta fue muy distinta (Sateesh, 2008). En Europa, después de un largo debate, la patente fue finalmente concedida en 2004 (Tagliaferro, 2010). En Canadá, el caso llegó a la Corte Suprema, y allí se decidió también por 5 votos contra 4. Esta vez, no obstante, el fallo fue contrario al patentamiento. La Corte Suprema de Canadá rechazó la solicitud sobre el oncoratón, por considerar que la “composición de materia” era algo muy restrictivo que no 204

Esta diferencia de 5 votos contra 4, según Peter Andrée, sugiere que por ese entonces había importantes presiones para lograr que las compañías pudieran patentar el material genético, pero que, al mismo tiempo, no era una perspectiva que todavía gozara de fácil aceptación (Andrée, 2007).

205

Además, el invento o descubrimiento debe ser novedoso, no debe ser una obviedad, y debe tener una utilidad. La patente le confiere al inventor el derecho exclusivo de hacer, usar o vender lo descripto en la patente durante un período de 20 años. Tradicionalmente, dos cuestiones eran consideradas no patentables: las fórmulas matemáticas y las leyes naturales o productos de la naturaleza (Aoki, 2008). 239

alcanzaba a la complejidad de un animal vivo. Según la Corte canadiense, alterar un gen en el genoma de un animal no define la complejidad de un ratón adulto, el cual no puede considerarse entonces una nueva composición de materia (Prudham, 2008).206 Tanto la Corte estadounidense para el caso Chakrabarty como la Corte canadiense para el caso del oncoratón consideraron irrelevantes las preocupaciones sociales y ambientales, pero a partir de ahí divergieron: el concepto de invención era fácilmente aplicable a los seres vivos para la primera, pero generó más reparos en la segunda (Jasanoff, 2005). Junto a las cuestiones jurídicas, el patentamiento de los seres vivos despertó inquietudes de diversa índole. En particular, el alcance inventivo de la biotecnología entró en una zona ambigua. Del fallo de la Corte canadiense podría desprenderse que si insertar un solo gen en un genoma no alcanza para pretender inventar un organismo nuevo, entonces la biotecnología no introduce modificaciones tan radicales en la naturaleza. Un razonamiento similar sostuvo Stanley Cohen (uno de los científicos pioneros en la investigación con ADN recombinante, ver capítulo 1), al intentar aplacar las preocupaciones que despertaba la biotecnología. En 1977, Cohen realizó un experimento para demostrar que el ADN recombinante era un fenómeno “natural”. Puso en un tubo de ensayo dos fragmentos de un plásmido que tenía ADN eucariota, agregó bacterias a las que sometió a un tratamiento de sales de calcio y shock térmico para que se introdujeran los fragmentos de ADN, y observó que la bacteria, in vivo, ligaba los fragmentos, encontrándose en su interior el plásmido recombinante entero (Chang y Cohen, 1977). Consideró que había encontrado así la evidencia que demostraba que la construcción de ADN recombinante en condiciones de laboratorio era simplemente una selección de un fenómeno que ocurría por medios naturales (Lewin, 1977). Esta conclusión fue utilizada por el National Institutes of Health y por diversos periódicos

206

El fallo de la Corte Suprema de Canadá sorprendió a las empresas de biotecnología. Sin embargo, dos años después, un nuevo fallo de la Corte en un caso que afectaba a Monsanto, le dio la razón a ésta. Monsanto comercializaba en Canadá una canola transgénica resistente a glifosato. Un productor agrícola canadiense, por otro lado, sembraba canola con fines comerciales, y Monsanto descubrió que casi la totalidad de la canola que sembraba dicho productor era transgénica, pero que no pagaba ninguna regalía por ella. El caso se transformó en un emblema de la resistencia contra Monsanto. Según Marie-Monique Robin (2008), se trataba de “un agricultor que cultiva una explotación familiar de 600 hectáreas desde hace 50 años”, y que en 1997 había comprado un campo que ya tenía canola cultivada. El caso llegó a la Corte Suprema de Canadá y, una vez más por 5 votos contra 4, le dio la razón a Monsanto. El argumento de la Corte fue que la empresa no estaba reclamando por la protección legal de la planta transgénica como tal, sino por la de los genes y células que constituían a la planta, y la patente era válida para esos genes. Así, la protección legal de los genes y células, aún cuando sean de organismos multicelulares, quedaba también garantizada en Canadá (Onwuekwe, 2009). 240

para alegar que los científicos, al utilizar la ingeniería genética, no hacían más que reproducir lo que acontecía en la naturaleza (Wright, 1994). El experimento fue severamente criticado: ¿en qué medida rodear una bacteria de sales de calcio y a temperaturas elevadas eran condiciones “naturales”? ¿Qué había demostrado, en definitiva, más que en la bacteria puede volver a unirse un plásmido? (Wright, 1994). Más allá de este intento de Cohen, estaba claro que el ADN recombinante no era el estado “salvaje” en que se encontraba el ADN; no hasta ese momento, al menos. Que la biotecnología fuera socialmente aceptada, al punto de convertirse en algo “natural”, era algo que no se resolvía dentro de un tubo de ensayo sino, indefectiblemente, fuera del laboratorio. Así como algunos sostenían que el ADN recombinante no era algo tan novedoso como para preocuparse, otros argumentaban que no era tan novedoso como para patentar sus resultados, mientras otros enfatizaban que sí era novedoso y que por ende debían patentarse sus resultados, y finalmente otras posturas mencionaban que era algo tan nuevo y diferente de todo lo conocido que no podía patentarse porque requería una legislación especial. De cualquier modo, en materia de patentes biotecnológicas, la discusión entre lo que es natural –y en consecuencia no patentable– y lo que es una invención humana, se ha desplazado a lo largo de los últimos años hacia esta última variante (Jasanoff, 2005). Pero ello no se debe tanto al resultado de una intensa discusión ontológica sobre la naturaleza de la creación humana, sino más bien al interés y las presiones de las compañías para poder patentar sus desarrollos. Al consolidarse la industria biotecnológica, también se concentró la propiedad de las patentes. Esto se debe en parte a que las firmas más grandes tienen un mayor presupuesto para investigación y desarrollo, pero también a la serie de fusiones y adquisiciones de compañías que se produjo en el área de la biotecnología.207

5.3.

Propiedad intelectual sobre las semillas

En realidad, el patentamiento de variedades vegetales es bastante anterior a todo esto. Desde fines del siglo XIX, los criadores de plantas –o fitomejoradores– pedían por un sistema de patentamiento de plantas que resguardara los derechos de propiedad sobre las variedades vegetales que desarrollaban. En 1930, Estados Unidos promulgó un acta para el patentamiento de plantas, que se limitaba a cubrir sólo las especies propagadas asexualmente. De este modo, se protegía a los desarrollos que utilizaban técnicas de 207

Al respecto, ver Pray et al. (2005) y Wright (1994). 241

reproducción comercial no-sexuada de las plantas, tales como el uso de injertos o crecimiento por estacas, lo que resultaba útil para varias especies frutales y plantas ornamentales. Por otro lado, en 1961, seis naciones europeas se unieron para darle un marco legal de protección a los mejoradores de plantas, creando la Unión Internacional para la Protección de las Obtenciones Vegetales (UPOV). En varios aspectos, el marco de protección legal europeo iba más lejos que el estadounidense. En primer lugar, no se limitaba a las plantas asexuadas, sino que incluía todo tipo de plantas. Además, establecía que los criadores de plantas debían demostrar que sus nuevos cultivares eran superiores a los existentes (Kloppenburg, 1988). Esto último suponía una exigencia de calidad (o más bien, de aumento de productividad) que no estaba contemplado en la norma estadounidense. En 1970, Estados Unidos promulgó una nueva ley sobre protección de variedades vegetales, que extendía los derechos de patentamiento a todo tipo de plantas.208 De modo que previo al caso Chakrabarty ya existían marcos legales de patentamiento sobre organismos vivos, aunque se limitaban al caso de variedades vegetales. Sobre estos hechos se basó el fallo en minoría de los 4 jueces en el caso Chakrabarty, pues argumentaron que la ley general de patentes de 1793, la que había redactado Thomas Jefferson y que establecía el marco de lo patentable, no estaba pensada para los seres vivos, y que por eso se promulgaron luego otras normas específicas para el patentamiento de plantas. En todo caso, el patentamiento de los organismos vivos tenía ya una trayectoria de décadas en el mejoramiento de variedades vegetales, y se ampliaba ahora, después del fallo sobre Chakrabarty, a un espectro mayor. La UPOV y la norma estadounidense de 1970 coincidían en incluir una excepción para los agricultores: a quienes hubieran comprado variedades protegidas, podían guardar las semillas de su cosecha para volver a sembrar (Phillips, 2001; Aoki, 2008). La industria semillera presionó a los gobiernos para eliminar esta excepción (Aoki, 2008). En los sucesivos convenios de la UPOV –los de 1972, 1978 y 1991– este derecho de los agricultores fue limitándose cada vez más. Los acuerdos internacionales que se suscribieron en la materia en la década de 1990 (el de la Convención sobre Diversidad Biológica y el acuerdo TRIPS), reconocen

208

Las industrias semilleras en los Estados Unidos se oponían a que hubiera exigencias de calidad en dicha ley. Finalmente, eso no ocurrió, y la ley sólo exigía que la nueva variedad vegetal fuera nueva, uniforme y estable, para poder estar protegida legalmente. Según Kloppenburg, esta ley promueve más el marketing de semillas que su investigación (Kloppenburg, 1988). 242

los derechos de los criaderos de plantas y señalan que las plantas pueden estar excluidas de patentamiento, pero a condición de que tengan algún sistema de protección de la propiedad intelectual (Aoki, 2008).

5.3.1. Legislación sobre variedades vegetales en la Argentina Dentro de esta tendencia mundial a establecer marcos legales de protección de la propiedad intelectual de las variedades vegetales, la Argentina sancionó a comienzos de la década de 1970 una ley de “Semillas y Creaciones Fitogenéticas” (Ley 20.247). Se convirtió así en el primer país de la región en promulgar una ley de este tipo, probablemente debido al desarrollo que tenía en el país la industria de semillas (Gutiérrez, 1994). Varios años más tarde se dictaron los decretos que reglamentaban el modo de aplicación de dicha ley, y en 1981 comenzaron a inscribirse las primeras variedades en el Registro Nacional de la Propiedad de Cultivares (Gutiérrez y Penna, 2004).209 A fines de 1991, se creó el Instituto Nacional de Semillas (INASE), como órgano de aplicación de la Ley de Semillas y Creaciones Fitogenéticas. La Argentina se convirtió en miembro de la UPOV en 1994. De modo que en el país las variedades vegetales no se inscriben dentro de lo que sería un sistema de patentes, sino que el marco de propiedad intelectual está dado por lo que se conoce como un sistema de “derechos de obtentor”, que es una forma de propiedad intelectual sui-generis que le confiere al obtentor de una variedad vegetal un derecho exclusivo de explotación sobre su creación. Cabe señalar, no obstante, que las construcciones genéticas sí pueden inscribirse en el sistema de patentes. El alcance de la protección de los derechos de obtentor le confiere al titular el derecho exclusivo de producir y vender el material de propagación, pero no las plantas derivadas, de modo que tampoco se puede proteger el material destinado a consumo (Gutiérrez, 1991). La protección se extiende por un período máximo de 20 años.210 El artículo 27 de la ley 20.247 prevé el llamado “privilegio del agricultor”, por el cual se le permite a éste la reserva y siembra de semilla para su propio uso.

209

El Registro Nacional de la Propiedad de Cultivares le otorga un título de propiedad a las variedades vegetales. Pero para poder comercializarlas, también deben inscribirse en el Registro Nacional de Cultivares.

210

El título de propiedad sobre un cultivar no impide que otras personas, diferentes del dueño, puedan utilizarlo para la creación de un nuevo cultivar, el cual puede inscribirse a nombre de su creador (Suárez de Castro, 1993). 243

Este último aspecto fue uno de los ejes del conflicto entre Monsanto y la Argentina. Monsanto no pudo patentar su gen RR en la Argentina, pues dada la situación particular que se desplegó en el país y que terminó con el gen en manos de Nidera, la soja RR ya se encontraba circulando en el país. Luego, Monsanto generó acuerdos con Nidera para acotar el mercado de ésta, como describo en el capítulo anterior. Además, Monsanto se beneficiaba con la venta del glifosato, que se utiliza junto con la soja RR; pero su patente sobre el glifosato venció en 2000, y otras empresas comenzaron a producirlo. Entonces Monsanto puso la discusión sobre las regalías y la venta ilegal de semillas en el centro de la escena pública. La remuneración por el uso de la tecnología se encuentra contemplada al momento de la compra de la semilla fiscalizada. Sin embargo, muchos agricultores compran la semilla una vez, y luego utilizan las semillas de su propia cosecha, o las venden en el mercado negro, en un mecanismo que se conoce como “bolsa blanca” (Halapin, 2008; Trigo et al., 2002). En 2002, se estimó que sólo el 23% de las semillas de soja plantadas en el país estaban certificadas (Vara, 2004). Como Monsanto sí tiene patentado dicho gen en otros países –a donde Argentina exporta sus granos– inició acciones legales para exigirles a las importadoras europeas el pago por el uso de la soja RR argentina. En 2005, Monsanto consiguió frenar la entrada a Europa de buques con granos de soja o derivados provenientes de la Argentina.211 A partir de entonces, el conflicto cobró proporciones considerables, y el gobierno argentino decidió involucrarse de lleno en él, interviniendo como tercero interesado en todas las demandas que efectuaba Monsanto en Europa (Correa, 2009). El centro del conflicto está en que Monsanto pretende que se cambie la legislación argentina, a fin de que se elimine la posibilidad de que el agricultor pueda utilizar las semillas de sus propias cosechas y se establezca un mayor control de la “bolsa blanca”, pues de ese modo podría cobrar mayores sumas por el uso de la tecnología RR (Martinolich, 2008). Después de seis años de litigio, la Suprema Corte de Justicia de la Unión Europea dictaminó, en julio de 2010, a favor de la Argentina en el conflicto contra Monsanto, determinando que ésta no podía reclamarle regalías a los importadores europeos por productos derivados de soja argentina, cuando la patente europea que tenía

211

Durante 2006 las incautaciones de embarques que provenían de la Argentina continuaron. Una vez que comprobaba la presencia del gen en esos embarques (gen que se encontraba en pequeñas trazas, pues los embarques no eran de la planta de soja, sino de las harinas derivadas), Monsanto demandaba al importador exigiéndole entre 15 y 18 dólares por tonelada en concepto de regalías (Krakowiak, 2006). 244

era sobre el gen de la soja (Tribunal de Justicia de la Unión Europea, 2010). Para entonces, la compañía ya había desistido de presionar a los importadores europeos, pero en cambio presionó por otros medios, al decidir no lanzar en el país su nueva soja transgénica, la RR2, aguardando que se modifique el régimen legal en la Argentina, y así poder cobrar mayores regalías (Clarín, 2010). Monsanto anunció luego que volvería a vender semillas de soja en el país en 2013, por considerar que las negociaciones que se estaban dando entre empresas, productores y el gobierno, permitirían llegar a un acuerdo sobre el régimen de propiedad intelectual (Camandone Rojas, 2010). Las empresas argumentan que el cobro de regalías es imprescindible para poder sostener la inversión en investigación y desarrollo de nuevas variedades vegetales. De todos modos, Monsanto es la única en haber desplegado una estrategia tan agresiva como la de frenar las embarcaciones que provenían de la Argentina, estrategia que no fue acompañada por el resto de la industria del sector. De hecho, las empresas semilleras habían implementado un nuevo sistema de regalías, promovido, en particular, por Nidera. Al sistema lo denominan “regalías extendidas”, y consiste en cobrarle al productor agrícola un monto superior al que correspondería por la simple utilización de las semillas, pero permitiéndole emplear luego las semillas de su propia cosecha.212 Así, las empresas semilleras terminan reconociendo y avalando la práctica de los productores de comprar una sola vez las semillas fiscalizadas para luego emplear las de la propia cosecha, pero a su vez las empresas obtienen más ganancias por regalías de las que venían obteniendo anteriormente. En 2003, la Asociación Argentina de Protección de las Obtenciones Vegetales coordinó el sistema de “regalías extendidas”, al que adhirieron no sólo Nidera, sino también otras ocho empresas, entre ellas Monsanto (La Nación, 2003). Esta última, no obstante, aspiraba a conseguir mayores ganancias, por lo que inició las acciones anteriormente mencionadas sobre las embarcaciones que arribaban a Europa.213 212

Por otro lado, los productores no emplearían continuamente sus propias semillas, pues perderían competitividad. Como expliqué en el capítulo anterior, la industria semillera busca arrojar al mercado semillas cada vez más productivas. De este modo, para el productor, la posibilidad de emplear las propias semillas de un modo continuo se ve restringida por la propia dinámica del mercado. 213

Monsanto realiza frecuentes acciones de enjuicimiamiento para conseguir el pago de las regalías que pretende. Pero por lo general, se trata de juicios a productores agrícolas en los Estados Unidos. Así, somete a juicio a aquellos agricultores que no pagan regalías. Entre 1997 y 2010, la compañía ha llevado a juicio a unos 144 agricultores estadounidenses y, según sus propias revelaciones, de los 9 que han completado el juicio todos han sido a su favor. Monsanto señala que con estos juicios no pretende ganar dinero. Más bien, es indudable que sirven como casos ejemplificadores, en los que Monsanto deja en evidencia qué les puede ocurrir a quienes no pagan las regalías. Ver: Monsanto (2010a; 2010b). 245

5.4.

El marco regulatorio de la agrobiotecnología en la Argentina

Decía al comienzo de este capítulo que en la Argentina el sistema de regulación de la agrobiotecnología combina leyes sobre propiedad intelectual de las semillas con mecanismos específicos para la evaluación de organismos genéticamente modificados. Las leyes sobre semillas, como he señalado anteriormente, obligan a que las nuevas variedades cumplan con ciertos requisitos de novedad, estabilidad y uniformidad, además de tener que registrar las nuevas semillas en el organismo estatal encargado de fiscalizar en la materia, el INASE. Junto con esto, se ha desarrollado un sistema institucional de evaluación de los OGMs, uno de los primeros en el mundo. En Argentina –a diferencia, por ejemplo, de lo que ocurre en Brasil– no existe una ley que especifique el modo en que deben regularse los transgénicos. No obstante, existe un mecanismo institucional que se encarga de su control, que se fue instaurando a partir de una serie de acontecimientos. Uno de esos acontecimientos fue un escándalo que involucró a un experimento biotecnológico realizado a fines de la década de 1980. Se trata de una vacuna recombinante que contenía al virus vaccinia junto con fragmentos del virus de la rabia. El objetivo era producir una vacuna que sirviera para inmunizar ciertos animales silvestres que transmitían la rabia, como los mapaches en América del Norte. La vacuna fue desarrollada por el Instituto Wistar de los Estados Unidos y por el laboratorio Mérieux de Francia. En 1986, comenzó a realizarse un ensayo con vacas en la localidad de Azul, en la Provincia de Buenos Aires. El experimento comenzó de un modo secreto, al punto que la vacuna habría sido ingresada al país dentro de una maleta diplomática (Martínez, 2003; Connor, 1988).214 El experimento fue hecho público por un investigador argentino que trabajaba en Wistar. A partir de entonces, el gobierno argentino inició una investigación, que derivó en la prohibición del experimento y el sacrificio de las vacas sometidas al ensayo. El episodio tuvo gran repercusión en los Estados Unidos, donde también se iniciaron investigaciones, aunque absolvieron a la compañía Wistar por considerar que no se habían violado las propias normativas biotecnológicas de los Estados Unidos (Crawford, 1987). Si bien aquí no se trata de plantas genéticamente modificadas, este conflicto puso en evidencia que la Argentina 214

Algunos autores sostienen que este caso estaría poniendo en evidencia que América Latina estaba siendo utilizada por grandes organizaciones para poner a prueba desarrollos tecnológicos de alto riesgo ambiental (Herrera et al., 1994). 246

tenía un vacío legal para el tratamiento de las investigaciones en biotecnología agropecuaria en general, pues no había pautas que establecieran cómo debían conducirse los experimentos, bajo qué condiciones de seguridad y de control, ni quién debía ser el organismo gubernamental encargado de la evaluación y supervisión de los mismos. De hecho, este acontecimiento fue señalado por investigadores reunidos en 1988 en una conferencia internacional sobre organismos genéticamente modificados, para exigir mayores regulaciones a los experimentos en el área (Dixon, 1988).215 Poco tiempo después, investigadores del INTA y del INGEBI habían logrado obtener las primeras plantas transgénicas de la Argentina, como señalé en el capítulo 2, y aspiraban a desarrollar ensayos a campo. También por entonces, a principios de la década de 1990, había empresas semilleras multinacionales que estaban desarrollando cultivos transgénicos y pretendían llegar a comercializarlos en el país. La institución que se encargaba de controlar todo lo que se refiere al ámbito de las semillas, el INASE, comenzó a recibir solicitudes para evaluar semillas genéticamente modificadas. Los funcionarios del INASE acudieron entonces a su órgano superior, la Secretaría de Agricultura216, para manifestarle que ellos no estaban capacitados para intervenir en los asuntos novedosos que traía la biotecnología, y que por ende no sabían cómo proceder con las semillas genéticamente modificadas (Entrevista a Godoy, 2008). La Secretaría de Agricultura convocó a una reunión a los investigadores que estaban trabajando en la Argentina en esos temas (Entrevista a Hopp, 2010). En base a los antecedentes recién mencionados, de allí surgió la iniciativa de crear un organismo específico para lidiar con estos asuntos. De este modo, en octubre 1991 se creó la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria (CONABIA), bajo la órbita de la Secretaría de Agricultura.217 Se trata de un organismo pionero en América Latina (Entrevista a Hopp, 2010).

215

Se trata de la First International Conference on the Release of Genetically Engineered Microorganisms, realizada en Cardiff en 1988. Allí, el investigador argentino Faustino Sineriz expuso el conflicto que se había desplegado en la Argentina. Por su parte, Rita Colwell, una de las organizadoras del encuentro, sostuvo que ese incidente ponía en evidencia la necesidad de establecer urgentes regulaciones para la realización de experimentos que involucren organismos genéticamente modificados (Dixon, 1988). Unos días después de ese encuentro, el profesor John Beringer, que presidía en Gran Bretaña el Comité Asesor sobre OGMs, acudió a una reunión de la OECD y exigió que se establezcan normas internacionales para la liberación de nuevos microorganismos, advirtiendo que utilizaría el caso argentino para presionar por la obtención de esas regulaciones (Connor, 1988). 216

Su nombre completo es “Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos”. Desde 2009 fue elevada al rango de Ministerio, título que había perdido en 1981. 217

Resolución 124/91 de la SAGPyA. 247

La evaluación de la liberación al ambiente de los organismos genéticamente modificados es responsabilidad de la CONABIA. Pero en la estructura institucional del marco regulatorio también intervienen otros actores (Dellacha et al., 2003). En particular, al SENASA (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) le toca la tarea de supervisar la inocuidad alimentaria del cultivo transgénico, y a la Dirección de Mercados Agroalimentarios le concierne el análisis de los impactos comerciales de los OGMs. Además, en el INASE deben inscribirse las semillas transgénicas (tanto las nuevas variedades desarrolladas en el país, como las semillas transgénicas que se importen o que se exporten), e incluso los operadores de las mismas (es decir, quienes desarrollan cultivos transgénicos deben inscribirse como tales también en el INASE).218 Al INASE también le corresponde la tarea de inspeccionar los campos con cultivos transgénicos, evaluando en el sitio el real cumplimiento de lo presentado en las solicitudes (UNEP-GEF, 2003). Es en la interacción entre estos organismos, todos ellos dependientes de la Secretaría de Agricultura, donde se desenvuelve el marco regulatorio sobre OGMs.219 En términos formales, la CONABIA asesora a la Secretaría de Agricultura en materia de biotecnología. Una vez que la CONABIA concluye el análisis de un OGM, emite un dictamen, que puede ser favorable o no a la liberación de dicho OGM. Lo propio hace el SENASA en lo que se refiere a la inocuidad del alimento, y la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios en su análisis del impacto comercial. La Secretaría de Agricultura recibe estos dictámenes, y es ésta la que determina si se aprueba o no un cultivo transgénico. En los hechos, como mostraré a continuación, la CONABIA tiene un rol principal en el funcionamiento de los procesos regulatorios en materia de biotecnología agropecuaria, pero es finalmente la Secretaría de Agricultura (desde 2009, Ministerio de Agricultura) quien tiene la última palabra sobre la aprobación o no de los productos agrobiotecnológicos. 218

Hasta el año 2010, el Registro Nacional de Operadores con Organismos Vegetales Genéticamente Modificados, del INASE, daba cuenta de 47 inscriptos, entre empresas nacionales, empresas transnacionales y centros públicos de investigación. La mayoría de estos inscriptos, no obstante, no desarrollan sus propias construcciones genéticas, sino que incorporan en sus variedades de cultivos los transgenes desarrollados por terceros; es decir, para mantener la denominación del capítulo anterior, la mayoría son empresas adaptadoras. Fuente: INASE. 219

En el año 2000, el INASE fue disuelto mediante el decreto N° 1.104. Sus recursos y competencias iban a ser absorbidos por la Secretaría de Agricultura. El organismo debía continuar funcionado hasta que se terminen de configurar las modificaciones correspondientes. A comienzos de 2003, sin embargo, se derogó el anterior decreto, razón por la cual el INASE continuó manteniendo su estructura y función habituales. 248

5.4.1. El entramado de relaciones de actores en la regulación Desde su comienzo, la CONABIA se concibió como un ente mixto, formado por representantes del ámbito público y del privado.220 En total, sumaban unos 16 expertos (ver Cuadro 5). Cuadro 5. Primera conformación de la CONABIA (1991).

Sector público

Sector privado

INTA Universidad de Buenos Aires

Foro Argentino de Biotecnología

CONICET Dirección de Producción y Comercialización Agrícola

Asociación de Semilleros Argentinos

SENASA INASE Dirección Nacional de Producción

sector pecuario privado

Agropecuaria Fuente: Resolución 124/91 de la SAGPyA.

Este principio de articulación del sector privado con el público ha permanecido constante a lo largo de la historia de la CONABIA, aunque se han modificado las instituciones representadas por uno y otro sector.221 Algunos de esos cambios responden a proyecciones circunstanciales. Por ejemplo, en 2004 se le dio representación al Instituto Nacional de Investigación y Desarrollo Pesquero (INIDEP), porque un funcionario de la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos, consideró que la siguiente ola de innovaciones biotecnológicas serían los peces transgénicos

220

Según Esteban Hopp, quien participó de los primeros años de la CONABIA, así como de las reuniones que le dieron forma, la idea que tenían era que para poder analizar el impacto en el agroecosistema se necesitaba a una gran variedad de especialistas, y algunos de ellos estaban en el sector privado (Entrevista a Hopp, 2010). 221

Las universidades que ofrecían carreras vinculadas a la biotecnología comenzaron a participar de la CONABIA. Así, en 2004, la Universidad Nacional de Quilmes, la Universidad Nacional del Comahue y la Universidad Nacional de Mar del Plata tuvieron representantes en la CONABIA, sumándose a la Universidad de Buenos Aires, que desde el principio estaba representada. En 2008, sin embargo, la Universidad Nacional de Quilmes y la de Mar del Plata perdieron su representación, siendo sustituidas por la de La Plata y la de Rosario. Por otro lado, según Esteban Hopp, no todos los expertos convocados para participar de la CONABIA efectivamente concurrían a sus reuniones (Entrevista a Hopp, 2010). Sobre los cambios en 1997 y 2004 en la conformación de la CONABIA, ver Resoluciones 328/97 y 244/04 de la Secretaría de Agricultura. 249

(Entrevista a Godoy, 2008). Esa ola no arribó, y desde el INIDEP no enviaron al representante, pero formalmente sigue teniendo un espacio en la CONABIA. En cuanto a los miembros del ámbito privado, no se los convocaba en calidad de representantes de una empresa, sino que se solicitaba a las cámaras empresarias vinculadas a la producción de semillas, de fertilizantes o de otros insumos agropecuarios, que envíen expertos a la CONABIA. Es así que, en el sector privado, las asociaciones de empresas y las organizaciones no gubernamentales (ONGs) de promoción de la biotecnología juegan un rol clave en la articulación de relaciones sociales. Las ONGs que promocionan la biotecnología pueden dedicarse a divulgar información sobre la materia, o a mejorar las condiciones de las empresas del sector. En general, promueven ambos aspectos de la biotecnología.222 Una de ellas es el International Life Science Institute (ILSI), una organización con presencia mundial creada en 1978, que se propone la divulgación de temas científicos relacionados con la nutrición y la inocuidad de los alimentos. En 1992 comenzó a funcionar en la Argentina, y desde fines de esa década tiene una sección específica sobre biotecnología. Hay una docena de empresas que forman parte de ILSI Argentina, entre ellas Monsanto. Esta ONG no participa directamente en las instancias de regulación de la agrobiotecnología, y de hecho no tiene representación en la CONABIA. Sin embargo, logra incidir en el sistema regulatorio al constituirse como una referencia del saber experto en la materia. ILSI promueve continuamente encuentros y reuniones dedicadas a la evaluación de alimentos derivados de cultivos transgénicos, y produce informes al respecto. Desde ILSI, afirman que los agencias regulatorias no establecen un marco normativo una vez y para siempre, sino que continuamente deben rediscutir sus criterios, actualizar y modificar sus normas. Uno de los espacios donde se generan nuevos criterios de regulación y donde se invita a participar a los organismos estatales de regulación, es el ILSI. Se concibe así como una institución intermedia, que facilita esas discusiones (Entrevista a Rubinstein, 2008). No 222

En Argentina, existe ArgenBio, una ONG que se propone divulgar información sobre la biotecnología y cuyos miembros fundadores son las grandes empresas del sector: BASF, Bayer, Monsanto, Dow AgroSciences, Pioneer, Syngenta, Nidera y Bioceres. En Francia, por ejemplo, existe una organización similar, denominada DEBA, pero ésta señala que además de divulgar conocimientos sobre la biotecnología, es una organización de lobby para las empresas biotecnológicas (Entrevista a Rigouzzo, 2008). Otro tipo de organización que nuclea a empresas biotecnológicas son las asociaciones por cultivo. AcSoja reúne a las empresas ligadas a la producción de soja, y su presidente durante varios años fue también el gerente de investigación de NIDERA. Existen asociaciones para otros cultivos, como MAIZAR y ArgenTrigo, donde también tienen fuerte presencia las empresas semilleras biotecnológicas. Estas asociaciones, a su vez, tiene permanente relación con las cámaras generales del sector, como la Asociación de Semilleros Argentinos. 250

significa esto que las agencias de regulación absorban linealmente los criterios sugeridos desde el ILSI, sino que es un espacio que promueve un saber experto sobre políticas regulatorias y donde algunas de las grandes empresas del sector tienen su presencia. Hay otro tipo de actor, las cámaras empresarias o asociaciones entre compañías, que sí tienen un vínculo más directo con el sistema regulatorio. La Asociación de Semilleros Argentinos (ASA), en particular, tiene mucho peso dentro del entramado de actores de la biotecnología vegetal en el país. Fundada en 1949, ASA tiene el propósito de promover la producción de semillas fiscalizadas, es decir, defender los intereses de la industria semillera. Está constituida por más de 60 empresas semilleras, nacionales y transnacionales. Tiene su propio comité de biotecnología, donde discuten temas del área en permanente interrelación con los organismos estatales de regulación (Entrevista a Rapela, 2008). Pero los intercambios no se limitan a un marco informal, sino que ASA tiene presencia directa en el sistema regulatorio, y además participa activamente en los conflictos que se suscitan. En particular, ocurrió un conflicto en 2006 vinculado a un maíz transgénico resistente a glifosato, el GA21. El mismo era propiedad de Syngenta, que desde 2005 lo comercializaba en la Argentina. Sólo Syngenta y Monsanto tenían aprobaciones para comercializar maíz resistente a glifosato. En el marco del conflicto con Monsanto por el pago de regalías, el gobierno habría decidido darle mayores oportunidades a las empresas locales para competir con las transnacionales (Naishtat, 2006). Así es que dispuso una controvertida norma, la Resolución 71 de la Secretaría de Agricultura, la cual suspendía por 90 días la vigencia del sistema regulatorio sobre OGMs específicamente para quienes quieran solicitar la aprobación de maíces con el gen GA21. El fundamento de la resolución es que la bioseguridad de ese gen ya estaba comprobada, y que resultaba importante promover y diversificar el uso de esa tecnología. De inmediato, la Asociación de Semilleros Argentinos comenzó una fuerte campaña en contra de la Resolución 71. Los argumentos de ASA eran que la resolución atentaba contra la calidad del sistema regulatorio y que perjudicaría la credibilidad de las exportaciones argentinas (González Sanjuan, 2006). En ese plazo, dos semilleras locales registraron sus propios maíces con el gen GA21, sin haber tenido que pasar por el sistema regulatorio y sin pagarle regalías a Syngenta. Estas empresas locales podrían así salir a vender semillas de maíz transgénico a un precio menor que las que había en el mercado. De este modo, si bien ASA se posicionó como el defensor de la calidad del sistema regulatorio argentino, no es difícil interpretar que también estaba defendiendo 251

los intereses de Syngenta y Monsanto en el mercado del maíz transgénico. Las semilleras locales que se habían beneficiado con la Resolución 71 crearon la Cámara Argentina de Semilleros Multiplicadores, para hacerle frente a ASA. De todos modos, el vínculo más formal que tiene ASA con el sistema regulatorio, es a través de la CONABIA, pues desde que ésta se creó, ASA tiene representación allí. Desde 2008, los representantes que envía ASA a la CONABIA pertenecen a Syngenta y a Dow AgroSciences. Algo muy similar ocurre con otras cámaras empresarias, como CASAFE (Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes) y ArPOV (Asociación Argentina de Protección de las Obtenciones Vegetales), que llevan como representantes ante la CONABIA a miembros de las empresas transnacionales de biotecnología.

Cuadro 6. Conformación de la CONABIA desde 2008.

Sector público

Sector privado

INTA CONICET INASE SENASA

Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes

Monsanto y Bayer CropScience

Secretaría de Medio Ambiente Ministerio de Salud Facultad de Ciencias Exactas y Naturales (UBA) Facultad de Agronomía (UBA)

Asociación de Semilleros Argentinos

Syngenta y Dow AgroSciences

Facultad de Ciencias Exactas (UNLP) Facultad de Agronomía (UNLP) Universidad Nacional de

Foro Argentino de Biotecnología

Pioneer y Bio Sidus

Rosario Universidad Nacional del Comahue

Cámara Argentina de la Industria de Productos Veterinarios

INIDEP

Asociación Argentina de

Oficina de Biotecnología

Ecología

Fuente: elaboración propia en base a Resolución 398/08 de la SAGPyA y CONABIA (s./f.).

252

Como ya he señalado, la CONABIA no convoca a representantes de empresas, sino que se solicita a las cámaras empresarias que envíen expertos. Sin embargo, en los hechos estos lugares destinados a los expertos privados funcionan como un espacio de distribución de poder de las grandes empresas transnacionales del sector (ver Cuadro 6). De este modo, los representantes en la CONABIA por parte de la Asociación de Semilleros Argentinos son dos, uno de ellos pertenece a Syngenta y el otro a Dow AgroSciences. Por la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes figura un representante que pertenece a Monsanto y otro a Bayer CropScience. Por el Foro Argentino de Biotecnología está un directivo de Pioneer y uno de Bio Sidus.223 De este modo, si bien las empresas como tales no tienen representación en la CONABIA, ya que es un organismo exclusivamente de expertos, en los hechos los expertos del ámbito privado tienen el rostro de las grandes empresas del sector que operan en la Argentina, y parece demasiado casual que cada empresa tenga un experto representado. Es decir, todo hace suponer que las empresas acuerdan entre sí a fin de que cada una pueda tener un espacio en la CONABIA. En definitiva, los centros públicos de investigación tienen presencia en la CONABIA a través de una representación institucional. Las empresas nacionales tienen escasa presencia allí. En cambio, a través de las organizaciones intermedias (asociaciones y cámaras empresarias), las empresas multinacionales acceden e inciden en los espacios de decisión en políticas regulatorias de agrobiotecnología En el Anexo II presento un esquema del entramado de relaciones entre los actores principales que producen y regulan cultivos transgénicos en la Argentina, que he desplegado aquí.

5.4.2. Cómo se efectúa la regulación La primera misión de la CONABIA fue la de crear las normas para la liberación al ambiente de los organismos genéticamente modificados. Tomando elementos de las distintas normativas que al respecto ya existían en algunos países, la CONABIA redactó en 1992 las primeras normas que establecían los procedimientos a seguir para la

223

Ver: CONABIA (s./f.). La empresa semillera Pioneer pertenece, desde 1999, a DuPont. 253

experimentación o liberación al medio de organismos genéticamente modificados (Entrevista a Vicién, 2008; Entrevista a Hopp, 2010).224 A través de estas normas, la CONABIA distingue dos instancias: que la solicitud sea para una liberación experimental de OGMs (en invernadero o a campo), o para una liberación comercial. En el primer caso, la CONABIA busca determinar que la probabilidad de efectos sobre el ambiente no sea significativa. La evaluación consiste en un análisis de las características del OGM y de las condiciones de liberación al ambiente. Se pide información sobre las características del invernadero o campo, su localización, la distancia a caminos y lugares transitados, la cantidad de OGMs que se sembrará, la descripción de los materiales vegetales que estarán presentes en el invernadero/campo, las distancias entre los cultivos, y las estructuras empleadas para evitar la diseminación del polen (cuando corresponde). También se solicita información sobre la estructura genética y proteica del transgén, esto es, las homologías de las secuencias expresadas con secuencias de patógenos, toxinas o alérgenos, además de describir el vector utilizado en la transformación. Además, se debe brindar información sobre el traslado de los OGMs, vale decir, informar si se desarrollan localmente o si son introducidos desde otro país (en cuyo caso, se debe completar la solicitud correspondiente en el INASE). Por otro lado, se debe informar con anticipación la fecha de siembra y de cosecha. Entre otros requisitos, también se deben detallar las características del área donde se hará la liberación, las especies taxonómicamente relacionadas que pueden estar presentes en el área, las posibles interacciones con otros organismos, los procedimientos de bioseguridad en poscosecha, y un plan de contingencia en caso de escape de OGMs. Quien presenta la solicitud de evaluación ante la CONABIA puede requerir que parte de la información suministrada sea considerada confidencial, en cuyo caso la solicitud es evaluada sin la presencia de posibles competidores.225 Una vez concluida la experimentación, se debe presentar ante la CONABIA un informe de cierre del ensayo. Si se descubre que en alguna instancia del experimento el solicitante no cumplió con lo pautado o brindó información falsa o inexacta, la CONABIA queda facultada para sacarle el permiso de ensayo, destruirle los cultivos 224

Resolución 656 de 1992 de la SAGPyA. Posteriormente, las normas fueron modificándose, según las resoluciones 837/93, 289/97 y 39/03. 225

Hay cierta información que no puede ser confidencial, como el lugar donde se realizará la liberación de OGMs, los datos del solicitante, y lo que sea necesario para evaluar la bioseguridad. 254

transgénicos, y establecer medidas de bioseguridad (que deben ser costeadas por el solicitante), además de no poder obtener permisos durante un año. Como se ve, no es un simple rol de “asesor” el de la CONABIA, sino que tiene un papel principal en el proceso regulatorio.226 En cuanto a las solicitudes para las liberaciones comerciales, la CONABIA se propone determinar que las liberaciones de OGMs no generarán un impacto ambiental significativamente diferente del que produciría un homólogo no modificado genéticamente. Se debe brindar información sobre las características del OGM (análisis molecular de la inserción, método de transformación empleado, transposiciones o rearreglos del inserto, características de la expresión) y sus efectos sobre la salud humana. También se debe detallar la historia de ensayos y liberaciones previas, además de la metodología para la detección del OGM en plantas, semillas y granos convencionales. Para recomendar la autorización comercial, la CONABIA debe concluir que el OGM es tan seguro como su contraparte convencional para el medio ambiente y para la salud humana o animal. Este principio, denominado de “equivalencia sustancial”, está tomado del informe sobre seguridad alimentaria de 1993 de la OCDE, concepto que después fue adoptado por la FAO y la OMS (FAO, 2009). Allí se señala que para el análisis de alimentos proveniente de OGMs el enfoque más práctico para determinar su inocuidad consiste en evaluar si son sustancialmente equivalentes a su contraparte análoga producida por métodos convencionales (OCDE, 1993). Esto supone un análisis comparativo como orientador de la evaluación. De este modo, se analizan distintos aspectos del cultivo transgénico (su morfología, su rendimiento, su composición química, su caracterización molecular, su alergenicidad, su actividad biológica y su impacto ambiental). Después de este análisis comparativo, se puede clasificar al cultivo genéticamente modificado o a su alimento derivado en una de estas tres categorías posibles: como sustancialmente equivalente a la contraparte tradicional, no existiendo 226

De hecho, en abril de 2010 el Ministerio de Agricultura dispuso la creación de la Dirección de Biotecnología, la cual debe ejercer la Secretaría Ejecutiva de la CONABIA. Además de la evaluación de las cuestiones de bioseguridad y la elaboración de normas en dicha materia, le asigna el rol de “proponer y ejecutar acciones relacionadas con la política de biotecnología y bioseguridad para las actividades agropecuarias y de la acuicultura y su articulación con otras políticas, las estrategias a seguir en las negociaciones internacionales, la inteligencia de mercados, las alianzas estratégicas de interés nacional, la identificación de los productos biotecnológicos y cualquier otro aspecto vinculado a la materia de la biotecnología, tanto en lo relativo a organismos vegetales como animales, genéticamente modificados” (Decisión Administrativa 175/2010). Como se ve, la CONABIA tiene incumbencias tan amplias que es el actor principal en materia de regulación de la agrobiotecnología. 255

diferencias significativas (así se considera, por ejemplo, al aceite derivado de maíz transgénico); como sustancialmente equivalente a su contraparte tradicional con la excepción de diferencias claramente definidas (tal es el caso de la mayor parte de los cultivos genéticamente modificados)227; o como no sustancialmente equivalente a su contraparte tradicional (lo cual podría deberse a que o no existe un cultivo equivalente con el cual compararlo, por ejemplo en el caso de un cultivo transgénico que haya visto modificado no ya un gen, sino toda una ruta metabólica)228 (Rubinstein, 2004). Desde que se aprueban las solicitudes para realizar los ensayos a campo con un cultivo transgénico, hasta que finalmente se aprueba su comercialización, pueden pasar alrededor de seis años (Entrevista a Lema, 2008). Otra de las características del marco regulatorio argentino, es que procede mediante un análisis de “caso por caso”.229 Es decir, se considera que en una solicitud basta con que cambie el solicitante, el evento de transformación, o la escala de la liberación, para considerar que se trata de un caso distinto, y entonces proceder a realizar la evaluación como tal (Burachik, 2004; UNEP-GEF, 2003). Por otro lado, una perspectiva que se adjudica el propio marco normativo, es la de evaluar a los OGMs considerando lo relativo al producto obtenido, no al proceso de obtención del OGM (Burachik, 2004). La focalización de la regulación en el proceso o en el producto es lo que, según Sheila Jasanoff, constituye una de las grandes diferencias entre la perspectiva regulatoria estadounidense y la europea sobre la biotecnología. En Estados Unidos, los riesgos de la biotecnología se definieron fijándose sobre todo en el tipo de productos, es decir, estudiando las características que presentaba el producto biotecnológico, lo cual no llevó a la necesidad de establecer legislaciones especiales para la biotecnología. En cambio, en Europa la biotecnología fue regulada bajo la concepción preponderante de que era un nuevo proceso científico,

227

Para demostrar que los cultivos transgénicos o alimentos derivados son tan seguros como su contraparte tradicional, se debe mostrar que cada diferencia encontrada no tiene consecuencias toxicológicas ni nutricionales. 228

En estos casos, la evaluación de seguridad se enfoca en las características de los nuevos productos expresados, en los cambios composicionales intencionales que se hayan introducido en cada caso, y en la evaluación de los efectos no intencionales. 229

Esto también aparece en otras normativas, como en la correspondiente a la Directiva 98/81/CE de la Unión Europea. Hay autores, como Ibarra y Rodríguez (2003), que cuestionan el abordaje “caso por caso”. Basándose en perspectivas como la de Ulrich Beck, sostienen que “el todo no es la suma de sus partes”, y que el carácter novedoso y experimental de la biotecnología moderna conlleva riesgos que no pueden ser analizados en su contexto específico, sino atendiendo a la incertidumbre inherente a estas nuevas tecnologías. 256

así como un montón de nuevos productos, y también como un programa de gobernanza; es decir, se considera que la biotecnología puede presentar riesgos inherentes al propio proceso de construcción del ADN recombinante, o riesgos en la especificidad del producto final, o disparar riesgos sociales al amenazar valores individuales o colectivos (Jasanoff, 2005). Ahora bien, la regulación argentina se basa en las propiedades del nuevo producto y no en el proceso de obtención. Sin embargo, bajo esta misma regulación, son precisamente los productos obtenidos por ingeniería genética los que se someten a una examinación rigurosa (MacKenzie, 2000). Es decir, sus referentes y principios generales sostienen que la biotecnología como tal no puede ser objeto de sospechas, sino que deben evaluarse las características finales de sus productos. Pero esos productos se examinan más que ningún otro, lo que evidencia un tratamiento más exhaustivo por el hecho de ser productos biotecnológicos. Probablemente, Canadá sea el único país que ha adherido al principio de que la biotecnología no es inherentemente riesgosa, y la regulación se basa exclusivamente en los rasgos novedosos de los productos, no en las tecnologías empleadas en su producción (MacKenzie, 2000; Flint et al., 2000). Esto tiene consecuencias prácticas en la orientación del desarrollo tecnológico. En el capítulo anterior mostré que la compañía semillera Nidera, en colaboración con la transnacional BASF, desarrolló un girasol resistente a herbicidas a través de la técnica de mutagénesis, una técnica mucho más inespecífica que la transgénesis y que provoca cambios aleatorios en diversos lugares del genoma de la planta. Una de las razones principales por las que empelaron esta tecnología en lugar de la transgénesis, es que así el sistema regulatorio les resultaba, paradójicamente, mucho más accesible, pues por el hecho de no ser transgénico debía atravesar muchas menos exigencias. En Nidera sostienen que cumplir con los requisitos de las agencias de regulación para el girasol obtenido por mutagénesis resultaba comparativamente mucho más accesible no sólo en la Argentina, sino en casi todos los países, salvo Canadá (Entrevista a Sala, 2009). Advierten que allí un nuevo producto agroalimentario debe cumplir con una serie de requisitos sin importar si fue obtenido por mutagénesis o por transgénesis, de modo que allí el hecho de haber empleado la mutagénesis no reportaría ninguna ventaja. Los creadores de la CONABIA sostienen que construyeron sus normativas apoyándose en las ya existentes en otros países y sin pretender aportar ninguna originalidad en la materia, pues querían que su sistema regulatorio –que iba a ser pionero en América Latina– fuera visto como portador de la misma calidad y exigencia 257

que los de países centrales (Entrevista a Hopp, 2010). Pero es otra característica del sistema regulatorio argentino el que le imprime un carácter indudablemente periférico, por cuanto implica la asunción de una posición dependiente de la iniciativa de los países centrales. Se trata del rol de la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios (DNMA). Como señalé anteriormente, este organismo del Ministerio de Agricultura participa en la regulación de los organismos genéticamente modificados con un papel muy específico: evaluar los posibles impactos comerciales del mismo.230 En la práctica, ello implica analizar cómo podría incidir la aprobación de un cultivo transgénico en el comercio del país (Entrevista a Vicién, 2008). Dado que la Argentina presenta un perfil comercial claramente agroexportador, la DNMA debe evaluar si la aprobación comercial de un cultivo transgénico a nivel local abrirá o cerrará mercados de exportación. Si en Argentina se aprobara un determinado maíz transgénico, pero en los países a donde normalmente exporta maíz no está aprobado, entonces la DNMA considerará que su aprobación local iría en detrimento del comercio argentino, y lo evaluaría negativamente. Esto implica que, en los hechos, la Argentina asume lo que se denomina una “política espejo”: la DNMA evalúa positivamente a aquellos cultivos transgénicos que están aprobados en Europa, y considera negativamente a los cultivos transgénicos que no han sido aprobados allí. De hecho, el rol de la DNMA en la normativa argentina se incorporó en 1997, es decir, precisamente cuando la Unión Europea comenzó a endurecer sus políticas frente a los transgénicos.231 Luego Europa dejaría de ser el único referente para la DNMA, pues según el cultivo puede ser importante evaluar destinos comerciales como China o India, aunque Europa sigue ocupando un lugar importante. En definitiva, la DNMA busca imitar las respuestas que los países centrales dieron a los cultivos transgénicos. Esto se debe, insisto, a la necesidad de no perjudicar los circuitos comerciales de las exportaciones agrícolas. El resultado es una política regulatoria que refleja el escenario de aprobación de transgénicos que presentan los países importadores de cultivos argentinos.

230

Este rol fue luego asignado a la Dirección de Biotecnología, dependiente también del Ministerio de Agricultura. 231

Resolución 289/97 de la SAGPyA. Allí se establece que “la CONABIA solicitará el dictamen técnico de la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios en relación a la conveniencia de la comercialización del material transgénico”. Entre mediados de 1998 y mediados de 2001, en la Argentina no se aprobó la comercialización de ningún cultivo transgénico. La CONABIA emitía dictámenes favorables para la comercialización de una serie de cultivos, pero desde la DNMA se emitían dictámenes negativos, por la moratoria de hecho que existía en Europa frente a los transgénicos (Entrevista a Rapela, 2008). 258

5.5.

Intervenciones de la CONABIA

Desde que el primer cultivo transgénico fuera aprobado en la Argentina, en 1996, hasta 2010, se han aprobado para sembrar, comercializar y consumir, 17 cultivos genéticamente modificados (ver Cuadro 7). De ellos, 9 pertenecen a Monsanto, 3 a Syngenta, 2 a Dow AgroSciences / Pioneer, 1 a Bayer CropScience, 1 a Novartis y 1 a Nidera. Además, como he señalado desde el comienzo de esta tesis, la totalidad de los cultivos aprobados se circunscriben a tres especies: maíz, algodón y soja; mientras que las características que se introducen por modificación genética son básicamente dos: de tolerancia a herbicida y de resistencia a insectos. Cuadro 7. Eventos con evaluación favorable de la CONABIA y con permiso de comercialización. Cultivo soja maíz

Característica introducida tolerancia a herbicida resistencia a insectos

maíz

tolerancia a herbicida

algodón maíz algodón maíz maíz maíz

resistencia a insectos resistencia a insectos tolerancia a herbicida resistencia a insectos tolerancia a herbicida resistencia a insectos y tolerancia a herbicida

Compañía Nidera Ciba-Geigy S. A. (Syngenta) AgrEvo S. A. (Bayer CropScience) Monsanto Monsanto Monsanto Novartis Monsanto Dow AgroSciences y Pioneer

Año de aprobación 1996 1998 1998 1998 1998 2001 2001 2004 2005

maíz maíz

tolerancia a herbicida Syngenta 2005 tolerancia a herbicida Monsanto 2007 y resistencia a insectos maíz tolerancia a herbicidas Dow AgroSciences y 2008 y resistencia a insectos Pioneer algodón tolerancia a herbicida Monsanto 2009 y resistencia a insectos maíz tolerancia a herbicida Syngenta 2009 y resistencia a insectos maíz resistencia a insectos Monsanto 2010 maíz resistencia a insectos y Monsanto 2010 tolerancia a herbicida maíz resistencia a insectos y Monsanto 2010 tolerancia a herbicida Fuente: Dirección de Biotecnología, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

La CONABIA no se dedica exclusivamente a la evaluación de plantas transgénicas, sino que, en rigor, toda innovación agrobiotecnológica queda bajo su órbita. De hecho, 259

dispone de normativas para quienes deseen solicitar la aprobación de animales y de microorganismos genéticamente modificados. Pero en la práctica, las plantas son las que concentran todo el trabajo de la CONABIA. La razón es que no recibe solicitudes para evaluar otro tipo de transgénicos. En el Anexo III puede constatarse la cantidad de solicitudes para realizar experimentos que recibió la CONABIA. Si se toman, por ejemplo, los pedidos para realizar experimentos (en invernadero o a campo) que recibió la institución en 2008, se tiene un total de 181 solicitudes. De ellas, 180 corresponden a plantas transgénicas, y 1 a un virus recombinante. Esto evidencia que, a pesar de que la agrobiotecnología en la Argentina se hizo reconocida también por otras áreas, en particular por haber sido uno de los primeros países en obtener una vaca transgénica (Fressoli, 2011), es el sector vegetal el que concentra la gran mayoría de los esfuerzos de experimentación en biotecnología agropecuaria. En cuanto a las solicitudes que han sido rechazadas por la CONABIA, éstas son sumamente escasas. Según los integrantes de la CONABIA, esto se debe a que en el proceso de evaluación, cuando detectan que hay información incompleta o insatisfactoria, se le comunica al solicitante, quien puede entonces aportar nueva información, o desistir de continuar con la evaluación (Entrevista a Godoy, 2008; Entrevista a Vicién, 2008).232 Hay un único caso, en rigor, de un ensayo que ha sido rechazado por la CONABIA. Se trata de un pedido para realizar experimentos con canola resistente a glifosato.233 Es un cultivo prácticamente inexistente en la Argentina, pero de amplia difusión en Norteamérica, y el objetivo del solicitante era producir semillas para exportar a Canadá. En 1996 la CONABIA autorizó estos experimentos para realizarse en pequeña escala y en condiciones de aislamiento. Un año después, el mismo solicitante pidió hacer ensayos más extensos, en dos lotes de 250 hectáreas. La CONABIA evaluó que, si bien hay muy poca canola en el país, hay varias crucíferas emparentadas. Consideró que el flujo génico (es decir, la transferencia de los transgenes de la canola hacia esas especies emparentadas) se podría producir, lo que le otorgaría

232

Un caso en el que la CONABIA consideró que la información brindada resultaba insuficiente, se produjo en 1998. Al recibir una solicitud pidiendo la aprobación de un maíz transgénico resistente a insectos que portaba el gen para la toxina Cry9C, los miembros de la CONABIA observaron que esa proteína presentaba más resistencia a hidrólisis en flujo gástrico que otras proteínas de esa familia. Esto podía ser un indicador de toxicidad o alergenicidad, por lo que la institución decidió ampliar las consultas a un médico y dos bioquímicos de la Universidad de Buenos Aires. La CONABIA resolvió luego que la seguridad alimentaria no quedaba garantizada, y que sólo cuando así fuera procedería a aprobar la solicitud (Burachik y Traynor, 2002). 233

La canola es una variedad de colza, aunque con frecuencia estos dos nombres se usan indistintamente. 260

una tolerancia al glifosato a esas malezas crucíferas, que deberían ser combatidas entonces con otro tipo de herbicidas. En consecuencia, la CONABIA evaluó negativamente la solicitud, y la Secretaría de Agricultura obró conforme a ese dictamen, rechazando el pedido de experimentación.234 Desde la CONABIA aseguran que a partir de entonces nadie más volvió a solicitar ensayos con canola transgénica en la Argentina (Ferraroti, 2009; Burachik y Traynor, 2002). Hubo también otro caso en el que intervino la CONABIA para “sancionar” un experimento biotecnológico. A fines de 1999, un investigador entró a la Argentina con dos bolsitas de 25 gramos de semillas de tabaco transgénicas. Unas expresaban un anticuerpo de ratón, y las otras, un factor de transcripción de plantas. El propósito parecía ser de investigación básica. Cuando solicitó autorización para un ensayo en invernadero, omitió poner información sobre el origen de las semillas. Al investigar su procedencia, la CONABIA constató que esas semillas no habían sido declaradas al ingresar al país, lo que constituía una violación de las normas del INASE respecto al registro de semillas genéticamente modificadas. La CONABIA dispuso entonces varias medidas de inspección e investigación sobre el manejo de esas semillas. El caso podría presentar cierta similitud con el de la vacuna recombinante que ingresó ilegalmente a fines de la década de 1980, pero en esta oportunidad parecía deberse sobre todo a la ingenuidad del investigador. Lo interesante es que la propia CONABIA señala que esta situación no presentaba riesgos de bioseguridad, pero que igualmente dispuso de fuertes medidas de control para prevenir críticas al sistema de regulación (Burachik y Traynor, 2002). Es decir, la CONABIA intervino sobre todo para regular la percepción pública de sí misma.

5.6.

Los costos del sistema regulatorio

Como mencioné en el capítulo anterior, Monsanto evalúa que atravesar la etapa regulatoria es la fase más costosa del desarrollo de un cultivo transgénico, puesto que puede rondar los 40 millones de dólares (Ramsay, 2008; Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008). También para los investigadores argentinos la etapa regulatoria es la más cara, pudiendo representar diez veces más que los costos de obtención del evento transgénico (Entrevista a Lewi, 2009; Entrevista a Hopp, 2010). No significa que los costos absolutos sean iguales a los que señala Monsanto, pues ésta también podría estar 234

Más tarde se prohibiría también toda importación de colza transgénica. Ver Resolución 305/07 del INASE. 261

incluyendo cuestiones de marketing y lobby en ese monto. Por lo demás, ningún desarrollo argentino llegó a realizar todas las etapas exigidas por la regulación, de modo que no es posible tener una idea precisa de los costos concretos que implica para los actores locales. Pero la coincidencia en señalar la etapa regulatoria como el paso más costoso pone de relieve una importante limitación a la hora de lograr comercializar un cultivo genéticamente modificado. El sistema regulatorio se constituiría en una elevada barrera de entrada para quienes buscan desarrollar la tecnología de los transgénicos. Según Denis Murphy, la explosión inicial de pequeñas compañías biotecnológicas a comienzos de la década de 1980 se dio en el marco de un régimen de propiedad intelectual benigno, que permitía el ingreso de estas pequeñas compañías al mercado; pero con el tiempo fueron implementándose regímenes regulatorios sobre la evaluación de cultivos transgénicos que resultan muy restrictivos (Murphy, 2007). ¿Por qué resulta tan costoso, al punto que la etapa de investigación en el laboratorio sería la más accesible, pudiendo representar apenas el 5% del costo total de desarrollar un transgénico?235 Hay una serie de ensayos que exige el sistema regulatorio que se hacen en el país, los que analizan los impactos ambientales de los transgénicos. Por supuesto, primero viene una etapa de ensayos en invernadero. Pero más costosos son los ensayos a mayor escala, pues se requiere arrendar campos, no sólo durante lo que dure el cultivo con los transgénicos, sino también durante un tiempo posterior (que puede ser mayor a un año), pues la normativa indica que no se puede sembrar nada para evitar cualquier posibilidad de flujo génico. A eso se le suma el costo del personal que debe cuidar el ensayo. Los ensayos más costosos, sin embargo, son los que se usan para evaluar la inocuidad alimentaria: toxicidad, alergenicidad, proteínas, metabolismo, composición química, perfil de nutrientes, etc. Estos ensayos se hacen en laboratorios que deben estar certificados por organismos internacionales de acreditación de la calidad, lo que a su 235

La etapa de laboratorio es muy variable según el actor al que nos refiramos. Una vez que el gen de interés fue identificado, debe insertarse ese gen en una planta, y según el sitio específico del genoma donde se insertó, podrán variar los niveles de expresión del mismo. A cada una de estas plantas con una ubicación específica del inserto se la denomina “evento de transformación”. Monsanto evalúa decenas de miles de eventos en las etapas iniciales del desarrollo, para ir seleccionando los que le resultan más atractivos, hasta que, si todo el proceso resulta satisfactorio, al final llegará a comercializar uno sólo de esos eventos. En cambio, un laboratorio argentino prueba decenas de eventos, o a lo sumo se aproximará a algunos cientos de eventos. Para evaluar una gran cantidad de eventos se necesita una gran masa de recursos humanos y de infraestructura (aunque más no sean invernaderos). Así y todo, Monsanto considera que esa etapa inicial del desarrollo implica alrededor del 5% (es decir, entre 2 y 5 millones de dólares) del total de recursos invertidos para obtener un cultivo transgénico (Ramsay, 2008; Entrevista a Álvarez Arancedo, 2008). 262

vez implica una adaptación y cumplimiento de normas, procedimientos y equipamientos.236 No hay laboratorios nacionales que hagan esos ensayos, por lo que deben realizarse en el exterior (Entrevista a Lewi, 2009). La elevada barrera de entrada a la comercialización de un transgénico que implica el proceso regulatorio, restringe los actores a aquellas empresas con la capacidad de hacer inversiones de riesgo millonarias, lo que excede las capacidades no sólo de los laboratorios públicos, sino en general de las empresas nacionales. Todos los años de costosos experimentos que exige el sistema regulatorio hace que, hasta ahora, sólo las empresas multinacionales puedan desarrollar y explotar un cultivo transgénico. Como los proyectos de papa transgénica (mencionados en los capítulos 2 y 3) están en manos de laboratorios públicos, semilleras locales o empresas nacionales, sus posibilidades de comercializarse son ínfimas (Entrevista a Yanovsky, 2009). Así, se reduce el número de actores que tienen la capacidad financiera de lidiar con el sistema de regulación internacional de OGMs. Además, a las firmas que ya cuentan con OGMs aprobados les resulta más fácil que le aprueben nuevos productos, aunque más no sea por su experiencia en el complejo sistema de regulación (Harhoff et al., 2001). Existe una iniciativa de investigadores de laboratorios públicos de Argentina para cambiar este escenario. Se proponen identificar a los laboratorios, profesionales y ámbitos nacionales donde podrían realizarse tanto los ensayos de inocuidad agroecológica como los de inocuidad alimentaria de un cultivo transgénico. De este modo, aspiran a configurar una red de actores capacitados para llevar adelante el proceso regulatorio en su totalidad en el país, lo que permitiría abaratar un poco los costos.237 De todos modos, hay otras barreras que impone el sistema regulatorio argentino, en particular el análisis sobre la conveniencia de comercialización de cultivos transgénicos que realiza la Dirección Nacional de Mercados Agropecuarios. Desarrollos que presenten una utilidad exclusivamente local, como el maíz transgénico resistente al Mal de Río Cuarto, tienen escasas posibilidades de atravesar con éxito la “política

236

No se trata sólo de las normas ISO, sino también de las GLP (Good Laboratory Practice), desarrolladas por la OCDE. 237

Ver: Proyecto Específico AERG-233272: “Identificación y evaluación de capacidades para la desregulación de eventos transgénicos”, Cartera de Proyectos INTA 2009-2011. Estas iniciativas parecen responder a la inquietud de los propios investigadores, que ven que sus desarrollos llegan a un punto en el que no pueden avanzar para ingresar al mercado. De este modo, afirman que el sistema de regulación: “es un filtro importante. Pero si hay desarrollos en Argentina, en algún momento van a tener que salir al mercado. Si no, estamos haciendo todo por amor al arte, y eso es muy frustrante.” (Entrevista a Lewi, 2009). 263

espejo” que se ha establecido en dicha instancia. Pues esas semillas transgénicas podrían sembrarse sólo en el país, ¿pero qué ocurriría con los granos y aceites derivados de dicho maíz? Los países a los que Argentina exporta maíz lógicamente no tendrán aprobado ese transgénico en particular, pues sólo tiene sentido su siembra en la Argentina. De continuar la “política espejo”, entonces, no se aprobaría, pues los productos derivados de ese maíz podrían ser rechazados por los países compradores, lo cual generaría inconvenientes en el comercio del maíz. Incluso si los productos derivados del maíz resistente al Mal de Río Cuarto se utilizaran sólo dentro del país, debería regir un sistema de trazabilidad que garantice que la cadena de producción y comercialización de dicho maíz está completamente separada de la de otros maíces; lo cual también supondría una dificultad comercial. Tanto los investigadores como las empresas locales involucradas en ese tipo de desarrollos carecen de una estrategia para superar esta barrera. Advierten que todavía les falta cumplir con otras exigencias, como los ensayos de inocuidad alimentaria, y que cuando lleguen a la instancia del análisis de la conveniencia de comercialización, confían en que la política al respecto será más flexible, pero afirman que es sólo una expresión de deseo (Entrevista a Lewi, 2009; Entrevista a Giacobbe, 2008; Entrevista a Rudoy, 2010). Los centros públicos y las empresas nacionales deberían operar globalmente para poder tener un OGM aprobado, lo que es una contradicción, porque por definición son actores locales. Tienen estrategias para lidiar con los altos costos de la regulación, estrategias que aún no se han implementado pero que podrían hacerse. Esas estrategias consisten en realizar localmente los ensayos que se mandan al exterior. Pero carecen de estrategias para enfrentar el requisito de internacionalización que supone la “política espejo” en la instancia de análisis de la posible de comercialización que realiza el Ministerio de Agricultura, como no sea anhelar que cambie. En la primera parte de esta tesis, distinguí dos etapas distintas en la investigación pública en transgénesis vegetal. Si en los inicios de este campo de conocimiento, a nivel local, los proyectos de investigación parecían desarrollarse con gran libertad y posibilidades de llegar a obtener un producto en el mercado, cuando el campo ya estaba más maduro condicionamientos de diversa índole se impusieron, de modo que el perfil de los proyectos de investigación resultaba más acotado y con menos posibilidades de llegar al mercado. Si el sistema de regulación cambiara, si se abarataran sus costos, se permitiera la aprobación de cultivos con una utilidad estrictamente local, o si el Estado financiara estos costos, un importante factor limitante para el desarrollo de los 264

transgénicos se estaría superando. Entonces, quizás, podría pensarse en una tercera etapa para la investigación pública en transgénesis vegetal, una etapa donde los desarrollos de los laboratorios públicos sí tuvieran posibilidades de llegar a ser utilizados en la agricultura. Pero son meras conjeturas, pues en el 2010, al menos, no existen indicios sólidos de que esa tercera etapa efectivamente se vaya a desplegar.

5.7.

Conflictos y regulaciones

Hay un aspecto que no puedo dejar de señalar, toda vez que hace al núcleo de las formas de regulación de la biotecnología. Se trata de la definición que da cada sistema regulatorio de los organismos genéticamente modificados, y es un aspecto central en la medida que allí se puede encontrar, de una forma sumamente concentrada, el modo en que cada regulación entiende y reacciona frente a aquello que regula. Si coincidimos con Jasanoff en que en la regulación podemos encontrar conceptos sobre el sentido del riesgo y la seguridad, sobre la naturaleza y la cultura, reflejando asunciones sociales profundas investidas de pretensión universal, entonces no podemos dejar de prestar atención al modo en que estas regulaciones atrapan conceptualmente a su objeto de control. Porque también en esas definiciones se generan grietas, zonas de cierta ambigüedad en las que algunos actores se desenvuelven en el límite de lo permitido, generando a veces una reacción que pone en tela de juicio a toda la regulación. Así ocurrió con las pautas regulatorias del National Institutes of Health (NIH), en Estados Unidos, a fines de la década de 1980. El profesor Gary Strobel había introducido unas bacterias genéticamente modificadas en unos olmos. Las bacterias tenían un plásmido que expresaba un antibiótico (plásmido que, por otro lado, no tenía los genes para replicarse), con el objetivo de probar un modo para proteger a los árboles de ciertas infecciones. Pronto salió a la luz una inquietante información: Strobel no le había pedido permiso a absolutamente nadie para comenzar su experimento, simplemente llevó las bacterias genéticamente modificadas a los árboles y puso en marcha su investigación, y sólo después se dispuso a dar aviso a la Agencia de Protección Ambiental y a la universidad (Anderson, 1987a). El activista anti-biotecnología Jeremy Rifkin le exigió al NIH y a otras agencias que castiguen a Strobel. A diferencia de lo que había ocurrido con la vacuna recombinante en Argentina, aquí no parecía haber ningún vacío legal: el NIH disponía de una serie de pautas que había que cumplir cuando se realizaba un experimento con ADN recombinante. Strobel se defendió: él no consideraba que sus bacterias se ajustaran a la definición que el NIH tenía de “ADN 265

recombinante”, y por lo tanto no se veía en la necesidad de seguir las pautas confeccionadas para dicha tecnología (Strobel, 1987; Stemke, 2004). El NIH conformó un comité especial para analizar su caso. El comité constató que el NIH definía como “ADN recombinante” a aquéllas moléculas construidas al unir fragmentos de ADN con moléculas de ADN que tienen la capacidad de replicarse en una célula, o bien a las moléculas de ADN que resultan de la replicación de las anteriores (Jasanoff, 2005). Pero las bacterias de Strobel no se ajustaban a esta definición. Estaban manipuladas genéticamente, pero el plásmido que contenía el gen con el antibiótico no tenía la capacidad de replicarse en la bacteria, y por ende, a los ojos del NIH, eso no era ADN recombinante (Anderson, 1987b; Jasanoff, 2005). Así, conocer el modo en que cada regulación define a su objeto, es una forma de saber qué cosas permite o no hacer. Pero también es un modo de adentrarse en los valores y conceptos que están implícitos en la regulación, así como en los conocimientos con los que se cuenta (o decide contar) en la elaboración de las normas. En la primera norma que la Unión Europea dispuso sobre los organismos genéticamente modificados, en 1990, definió a un OGM como un “organismo cuyo material genético ha sido modificado de una manera que no acaece en el apareamiento y/o la recombinación naturales” (Directiva 220/90 de la CEE). Esta definición evidencia que uno de los ejes en los que se inserta a la biotecnología bajo la regulación europea, es en la dicotomía “artificial-natural”. A partir de este modo de definir a un OGM, surgen algunos dilemas particulares. Por ejemplo, la fertilización in vitro, ¿es un modo de “apareamiento y/o recombinación natural”? La propia norma de la Unión Europea debe pronunciarse al respecto, para evitar que un bebé nacido por fertilización in vitro entre en la regulación de los OGMs, y entonces aclara que se “excluye del alcance de la directiva a la fertilización in vitro y a la mutagénesis”. La nueva norma de la Unión Europea sobre transgénicos, de 2001, mantiene el mismo eje de definición, al establecer que un OGM es un “organismo, con excepción de los seres humanos, cuyo material genético haya sido modificado de una manera que no se produce naturalmente en el apareamiento ni en la recombinación natural” (Directiva 2001/18/CE). En la normativa argentina, en cambio, un OGM es “un organismo al cual se le ha introducido, en forma deliberada y controlada, alguna modificación en su material genético haciendo uso de las técnicas modernas de biología molecular”, y aclara que “esta modificación consiste en incorporar información para conseguir que el organismo adquiera una determinada

266

característica que antes no poseía”.238 Así, para la normativa argentina la definición de un OGM se centra en el manejo de la información genética a través de las técnicas biotecnológicas, dejando de lado la discusión sobre lo “natural” de esos procedimientos. En cambio, para la normativa europea un OGM se define en primer lugar en función de su vínculo con lo “natural”. Separar lo natural de lo artificial, por supuesto, no es algo evidente, pues esa distinción es indefectiblemente una construcción social. Es una distinción que supone que la naturaleza termina en un lugar, a partir del cual algo ajeno a ella (lo “artificial”) hace su intervención, y por lo general es el hombre el que ocupa el lugar simbólico de lo no-natural. Definir a un transgénico a partir de lo “no-natural” implica obviar esa construcción social del sentido de lo “natural”, pero por sobre todas las cosas refleja una preocupación social en torno a esos valores. En la Argentina, hay tres localidades que se han manifestado en contra de los OGMs, al punto de declararse “zonas libres de transgénicos”. Se trata de la Municipalidad de San Marcos Sierra, la de El Bolsón y la de Villa de Merlo.239 Las tres son destinos turísticos característicos por su valorización de los paisajes “naturales”, con escasa presencia de infraestructura y desarrollos tecnológicos. Si hay algo que se define, en primer lugar, por ser “artificial”, es decir, por desafiar de algún modo a lo “natural”, entonces es razonable que ese “algo” pueda ser fácilmente identificable por el usuario/consumidor que valora lo “natural”. Así, el etiquetado forma parte de la regulación europea sobre transgénicos. La norma obliga a que figure en una etiqueta o en un documento de acompañamiento las palabras «este producto contiene organismos modificados genéticamente». En la Argentina no existen normas de alcance nacional que obliguen a rotular los productos transgénicos, aunque hay otro tipo de leyes relacionadas: hay una serie de leyes tendiente a garantizar el mercado de productos “orgánicos”, “ecológicos” o “biológicos”, en una de cuyas normas se señala que “se prohíbe en la producción orgánica el uso de organismos genéticamente modificados y derivados de éstos”.240 238

Ver: Oficina de Biotecnología (s./f.) y Burachik (2004). Cuando se refiere a un cultivo transgénico, la definición es similar: un organismo vegetal genéticamente modificado es “cualquier organismo vegetal que posea una combinación nueva de material genético que se haya obtenido mediante la aplicación de la biotecnología moderna” (Anexo a la Resolución 39 de la SAGPyA).

239

Ordenanza 349/2003 de San Marcos Sierra, Ordenanza 930/2005 de Villa de Merlo y ordenanza del 13 de diciembre de 2004 de El Bolsón. 240

Ley 25.127 y Decreto 206/2001. 267

Además, a nivel municipal o hasta provincial, existen algunas iniciativas para etiquetar los productos transgénicos. Tanto en la Provincia de Tierra del Fuego como en la del Chaco, hay leyes provinciales que obligan a que los comercios tengan a disposición del cliente un listado donde se indique qué productos tienen organismos transgénicos o derivados de los mismos.241 También el municipio de San Carlos de Bariloche emitió, en 2001, una ordenanza que obligaba a todo alimento transgénico a ser identificado, a través de un listado a disposición del consumidor con la nómina de los productos transgénicos.242 Esta norma, a pesar de su carácter municipal, desplegó el conflicto sobre el etiquetado de los transgénicos hasta alcanzar, en ciertos aspectos, dimensiones nacionales. Habiendo constatado que la mencionada norma de Bariloche no se estaba cumpliendo, una señora –en carácter de consumidora y representante de la Fundación Centro de Derechos Humanos y Ambiente – solicitó a un juez que condenara a la Dirección de Inspección General de la Municipalidad de San Carlos de Bariloche a que confeccionase una lista con la nómina de productos transgénicos que se comercializaban en su jurisdicción y proveyese de la misma a los comercios, solicitando se cumpla con las normas establecidas por la Constitución Nacional, la Ley de Protección del Consumidor y la mencionada Ordenanza Municipal. El caso llegó al Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Río Negro, donde varios actores vinculados al tema dieron su parecer. El Director Nacional de Alimentación sostuvo que un listado de alimentos que utilizan como materia primas y/o ingredientes organismos genéticamente modificados, podría inducir al consumidor a sospechar algún tipo de riesgo para la salud cuando tanto el SENASA, como la CONABIA, habían llegado a la conclusión de que el uso alimentario del OGM evaluado es tan seguro como su homólogo convencional. Agregó que la Argentina se opone a la diferenciación obligatoria de alimentos derivados de productos OGMs, por constituir un obstáculo innecesario para el comercio. Por su parte, el Procurador General opinó que debía rechazarse el pedido, y manifestó que la ordenanza en cuestión resultaba técnicamente imposible de cumplir. De todos modos, el Tribunal resolvió que se dé cumplimiento a la Ordenanza exigiendo a los comercios habilitados que pongan a disposición de los consumidores un listado con la nómina de

241

Ley provincial 579/2003 de Tierra del Fuego y Ley 5200/2003 de la provincia del Chaco.

242

Ordenanza 1121/2001 de Bariloche. 268

productos transgénicos.243 Finalmente, la propia Municipalidad de Bariloche decidió dar marcha atrás y en 2006 derogó la ordenanza, por considerar que se oponía a la postura del país en cuanto al comercio internacional y también debido a la imposibilidad técnica de aplicación de la normativa.244 Desde la Secretaría de Agricultura se expresó un claro rechazo hacia estas normas de etiquetado. Los argumentos fueron variados, desde manifestar que no existen alimentos transgénicos, sino alimentos derivados de OGMs, y que en ese sentido éstos pueden ser químicamente indistinguibles de un alimento convencional, hasta argumentar que el etiquetado no sería razonable, pues no sería simple determinar los ingredientes derivados de OGMs (Schiavone et al., 2006). Este último, en particular, es un argumento que habría de incidir notoriamente en el modo en que la Argentina se insertó en la política regulatoria internacional. Se trata de un argumento con un fundamento económico: para etiquetar los productos derivados de transgénicos habría que mantener una cadena de producción, transporte, procesamiento y elaboración separada de la de productos convencionales, lo que aumentaría los precios de alimentos derivados de transgénicos.

5.7.1. El Protocolo de Cartagena La normativa internacional que regula la bioseguridad de la biotecnología es el Protocolo de Cartagena, al cual unos pocos países –entre ellos, la Argentina– rehúsan ratificar. Tiene su origen en el Convenio sobre Diversidad Biológica de la ONU, de 1992, donde se establece la necesidad de generar un protocolo que fije los procedimientos para la utilización y transferencia de OGMs.245 Reunidas de nuevo en 1995, las partes del Convenio acordaron formar un grupo de trabajo especial al respecto. Finalmente, el Protocolo de Cartagena sobre Seguridad de la Biotecnología fue aprobado en 2000. El Protocolo se basa –y así lo afirma en su preámbulo– en el Principio 15 de la Declaración de Río, el renombrado “Principio de Precaución”. En la Conferencia de la ONU sobre medio ambiente de 1992, se redactó la Declaración de Río, donde se popularizó el Principio de Precaución, el cual establece que ante algún peligro, aún si no 243

Sentencia N° 25/2005, Expediente N° 18726/03, Superior Tribunal de Justicia de la Provincia de Río Negro, Secretaría Causas Originarias N° 4. Ver también: FAO, 2006, pp. 88-89. 244

Proyecto de Ordenanza 762/06 de la Municipalidad de Bariloche.

245

Ver: ONU, 1992, párrafo 3 del artículo 19. 269

se tuviera información científica sobre ese peligro, deben establecerse medidas para evitar la degradación del medio ambiente.246 El Principio de Precaución resulta controvertido, pues la posibilidad de tomar medidas sin considerar las pruebas científicas ha multiplicado la discrecionalidad de su uso, y en general ha tendido a ser empleado para prohibir el uso de tecnologías, pero no para evaluar los peligros de no usar esas tecnologías (Goklany, 2001). Como sea, el Protocolo de Cartagena retoma ese principio, y sostiene que aún si no se tienen certezas científicas sobre los posibles efectos adversos de un OGM, los Estados podrán adoptar medidas para reducir esos efectos adversos.247 Esas medidas van desde la posibilidad de prohibir la circulación de transgénicos hasta las normas de identificación de los mismos.248 Para los reguladores argentinos, esto evidencia un preconcepto hacia los transgénicos, pues si los OGMs presentaran efectos adversos no serían autorizados durante la etapa regulatoria (Godoy y Huerga, 2005). Aquí se evidencia la diferencia entre las regulaciones que se enfocan en analizar las características del producto biotecnológico final, y las que ponen el eje en el proceso biotecnológico. El Protocolo fue resistido desde un comienzo por los países exportadores de cultivos transgénicos, que se negaban a tener que cumplir con la exigencia de identificación detallada de los embarques con presencia de transgénicos (Sarquis, 2003). Hasta el 2010, 160 países habían ratificado el Protocolo. Pero los países exportadores de OGMs, en particular Argentina, Canadá y Estados Unidos, no lo han hecho. Estos países sostienen que los requisitos de identificación de OGMs generan trabas al comercio de los mismos.249 La única excepción a la disputa exportadores-importadores

246

El concepto del principio de precaución fue incluido por primera vez en la década de 1970, en la legislación alemana. Pero es a partir de la Declaración de Río que comienza a ser incorporado en distintas normativas, con variaciones que en algunos casos modifican sus alcances (Drnas de Clément, 2008; Bergel, 2001). Íntegramente, el Principio 15 de la Declaración de Río dice: “Con el fin de proteger el medio ambiente, los Estados deberán aplicar ampliamente el criterio de precaución conforme a sus capacidades. Cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para postergar la adopción de medidas eficaces en función de los costos para impedir la degradación del medio ambiente.” (ONU, 1992b).

247

Ver: Secretaría del Convenio sobre la Diversidad Biológica, 2000.

248

El artículo 12 del Protocolo de Cartagena establece que un Estado podrá disponer de medidas sobre el movimiento transfronterizo de OGMs ante nueva información que de cuenta de riesgos de los mismos, y deberá exponer los motivos por los que ha adoptado esa decisión. Por otro lado, el párrafo 2 del artículo 18 del Protocolo de Cartagena establece que en el comercio de OGMs, debe acompañarse información que especifique su utilización y contenido. 249

Ver: UNEP-GEF/SAGPyA, 2004. En cuanto al etiquetado de productos alimenticios en los Estados Unidos, las normas indican que debe efectuarse en base a la calidad y características del producto final, mientras que el proceso por el que se obtuvo el alimento se considera irrelevante. Como la Food and 270

en relación al Protocolo de Cartagena es Brasil, que siendo país exportador ha ratificado el mismo en 2003. Esto probablemente responda a la propia dinámica interna de Brasil en relación a los transgénicos, ya que, como mostraré en el capítulo 7, si bien se ha convertido en uno de los países con mayor superficie de cultivos transgénicos, ha atravesado una controversia de gran repercusión pública sobre el uso de los mismos. El Protocolo entró en vigencia en 2003, y pronto las discusiones en torno al mismo pasaron a centrarse en cómo implementar algunos de los artículos, en particular el que se refería a la necesidad de documentar la presencia de OGMs en los embarques. ¿Qué pasa si se detecta una presencia “fortuita” de transgénicos en un embarque? ¿Cómo garantizar la ausencia absoluta de OGMs en un embarque de granos? La discusión se centró en la posibilidad de fijar un umbral a partir del cual se consideraba que el embarque contenía OGMs. Ahora bien, ¿debía fijarse el umbral en el 1%, 5%, o cuál debía ser el valor considerado como adecuado? En 2003, la Unión Europea promulgó un reglamento sobre trazabilidad y etiquetado de OGMs, en el cual se estableció que se exceptuaba del etiquetado a aquellos productos que no superen el umbral de trazabilidad de 0,9% de OGMs.250 La trazabilidad implica un seguimiento del producto desde su origen, vale decir, mantener un registro de su composición todo a lo largo de la cadena productiva y de comercialización. Según la directiva europea, la trazabilidad de los OGM facilita, por una parte, la retirada de productos si se produjeran efectos adversos imprevistos y, por otra, el seguimiento selectivo de los posibles efectos sobre el medio ambiente. Pero esto es cuestionado por los países exportadores de alimentos, por cuanto elevaría sus costos de producción y discriminaría el producto en función del proceso de obtención. Estas disputas generaron algunas asimetrías curiosas. De una de ellas da cuenta el presidente del INTA, quien de viaje por Zambia conoció las instalaciones de los institutos agropecuarios de dicho país africano. El presidente del INTA quedó sorprendido por el contraste que encontró. Todos los laboratorios de investigación agropecuaria de Zambia estaban en condiciones de infraestructura muy precarias, incapacitados para detectar enfermedades agropecuarias básicas. Todos los laboratorios se encontraban en tal estado, salvo uno: el laboratorio de detección de OGMs, que contaba con un moderno equipamiento (Entrevista a Paz, 2009). Ese laboratorio fue Drug Agency de los Estados Unidos no encuentra diferencias entre los productos alimenticios biotecnológicos y los convencionales, no se requiere etiquetado para aquéllos (Klintman, 2002). 250

Reglamento 1830/2003 del Parlamento Europeo y del Consejo. 271

financiado por Noruega –país que desde 1967 envía asistencia a Zambia– en el marco de la implementación del Protocolo de Cartagena (NORAD, 2009). En 2002, Zambia se disponía a recibir ayuda alimentaria internacional, pero grupos ambientalistas le advirtieron al gobierno que debía rechazar los alimentos transgénicos que vinieran de los Estados Unidos. Finalmente, el gobierno de Zambia rechazó los alimentos y prohibió toda forma de comercialización de los transgénicos, por considerar que portaban diversos riesgos para la salud y el ambiente (Cleaver et al., 2006; Paarlberg, 2008). Un año después, el gobierno de Noruega financió la implementación del laboratorio de detección de OGMs en Zambia. De este modo, los usuarios de productos orgánicos en Noruega pueden sentirse orgullosos: el comercio internacional de granos incrementó su capacidad para identificar productos transgénicos. En Zambia, por otro lado, hay un laboratorio que se parece a Noruega. En la Argentina, desde la Secretaría de Agricultura se llevó a cabo un estudio para analizar cómo impactaría la exigencia de un requisito de trazabilidad de esas características en el comercio argentino. Para poder establecer un sistema de trazabilidad de OGMs, es necesario mantener una cadena de producción y comercialización para los OGMs y otra para los cultivos convencionales, y cuanto más exigente sea el umbral de trazabilidad, más separados deben estar esos circuitos de producción. Sería necesario construir silos exclusivos para transgénicos, transportes diferenciados y muestreadores en los puertos, como parte de la infraestructura a implementar. El estudio analizó dos escenarios: uno con un umbral de tolerancia de hasta el 5% de OGMs, y el otro con un umbral de 0.9%. La conclusión fue que los costos totales de inversiones por millón de toneladas, para un escenario del 5%, serían de 7.413.000 dólares para el maíz y 10.206.000 de dólares para la soja. Si el umbral se fijara en 0.9% (tal como lo dispuso la Unión Europea), las cadenas de producción y comercialización de granos debería estar más diferenciadas aún, lo que llevaría los costos a 39.742.000 dólares para el maíz y 40.039.000 de dólares para la soja. El mismo estudio señala que esto provocaría un aumento en el costo de la tonelada de soja de entre 12 y 17 dólares para un umbral de 0.9%.251 De ser así, la mayor productividad de los transgénicos se vería contrarrestada por el aumento en el precio final debido a la segregación del sistema de trazabilidad y etiquetado, lo que le restaría competitividad a 251

Ver: FAO/OMS (2005). 272

esta agricultura. Esta es la razón por la cual los países exportadores de transgénicos consideran que el sistema de identificación de OGMs supone una barrera comercial. Además, la Argentina se vería en una situación económica más vulnerable que los países de Norteamérica, donde el financiamiento y subsidios podrían hacer que los precios de los productos derivados de transgénicos no aumenten (Alais, 2006).

5.8.

La relación entre las controversias y las formas de regulación

Se pueden observar significativas diferencias entre los sistemas de regulación de distintos países al considerar al menos tres variables: la diversidad en la composición del organismo de regulación, las características de las reuniones de dicho organismo, y el modo en que se produce y difunde información pública desde el organismo regulatorio. Tomaré tres organismos de regulación: el argentino (CONABIA), el brasileño (CTNBio) y el europeo (EFSA). En este último caso, debe tenerse en cuenta que sólo me referiré al funcionamiento general del organismo, pero que luego las decisiones concretas sobre las aprobaciones de los cultivos transgénicos varían de acuerdo a cada país europeo.252 Las características generales de la comparación entre estos tres organismos pueden encontrarse en el Cuadro 8. El European Food Safety Authority (EFSA), es una agencia financiada por la Unión Europea, y tiene un panel de expertos dedicado a la evaluación de los OGMs.253 Este panel de expertos es nombrado por el directorio de EFSA por un período de tres años, y en base a su experiencia en el área. En Argentina y Brasil no están establecidos los tiempos que duran esos cargos.254 En Brasil así como en la Argentina, los miembros de los organismos de regulación se definen en gran medida en función de su representación institucional. La Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio), el organismo regulatorio de Brasil, está conformada por 27 miembros, todos los cuales deben ser doctores especializados en temas vinculados a la biotecnología, la salud o el medio ambiente. De éstos, 12 deben ser científicos y el resto son representantes nombrados por los diversos 252

Sobre una comparación entre marcos regulatorios de diversos países, puede verse Jaffe (2004).

253

EFSA se creó en el marco del Reglamento (CE) N° 178/2002.

254

En estos organismos, lo que importa es la representación por institución (por ejemplo, el INTA o la Universidad de Buenos Aires deben proveer de expertos a la CONABIA). Que esa institución vaya rotando los expertos o no, no es algo formalmente establecido. En la CONABIA, hubo expertos que estuvieron más de quince años como integrantes del organismo. 273

ministerios del gobierno, algunos de los cuales deben ser especialistas en áreas como defensa del consumidor, salud del trabajador y agricultura familiar. Así, la CTNBio presenta una gran diversidad en cuanto a las especialidades que están representadas, en comparación a los otros organismos que estamos tratando. Se trata de una composición variada que se refleja usualmente en las reuniones del organismo, donde se manifiestan opiniones encontradas o votos en disidencia. Suelen conformarse dos grupos: por un lado, los miembros ligados a los ministerios de Medio Ambiente y de Desarrollo Agrario y a entidades de defensa de los consumidores llevan adelante posiciones contrarias a los transgénicos, mientras que el resto de los miembros de la CTNBio asumen posiciones favorables (Marques, 2006). En Argentina, todos los miembros de la CONABIA están designados en función de su representación institucional, y es significativa la presencia de instituciones privadas, lo que lo transforma en un organismo mixto. Por lo demás, tanto EFSA como CONABIA tienen miembros con criterios parejos, en el sentido, al menos, de que sus dictámenes no reflejan diversidad de opiniones. Seguramente habrá discusiones en las reuniones, pero en los dictámenes públicos muestran una sola voz consensuada. En Europa, EFSA realiza reuniones periódicas, publicando en su página web un breve resumen de lo discutido. En Brasil, la CTNBio difunde en su página web el cronograma de sus próximas reuniones y un resumen de lo discutido en las anteriores. Además, la legislación prevé la posibilidad de que puedan participar de las reuniones, en carácter excepcional, representantes del sector público y de entidades de la sociedad civil.255 En la Argentina, las reuniones de la CONABIA son secretas y cerradas; es decir, sólo participan los miembros del organismo y sólo éstos saben cuándo se reúnen y qué discuten. Los dictámenes de la CTNBio y los de EFSA se reproducen en documentos que quedan a disposición del público. Allí se puede acceder al dictamen completo, que incluye el análisis del caso y la bibliografía empleada. Los dictámenes de la CTNBio, además, reflejan la diversidad de opiniones que hay en su interior, pues en ocasiones se manifiestan votos en disidencia frente a la aprobación de un evento transgénico, lo que no ocurre en EFSA ni en CONABIA. Por otro lado, EFSA dispone de una instancia de consulta al público, en la cual, a través de su página web, recibe comentarios (de individuos o asociaciones) sobre su documento, y sólo cuando esa instancia ha 255

Ver: Lei 11.105 de Brasil. 274

concluido y se han tenido en cuenta esos comentarios, EFSA emite el documento final. Por su parte, la CONABIA sólo hace públicos unos resúmenes de sus evaluaciones, y sólo cuando éstas resultan favorables (es decir, cuando concluyen en una aprobación del evento). Cuadro 8. Características generales del funcionamiento de EFSA, CTNBio y CONABIA.

Composición Reuniones

Acceso a la información

EFSA

CTNBio

CONABIA

Pareja

Variada

Pareja

Cerradas y públicas

Semi-abiertas y públicas

Cerradas y secretas

Amplio, con opiniones del

Amplio

Mínimo

público

De la comparación general entre estos tres organismos de regulación, resulta evidente que la CONABIA presenta un perfil mucho más cerrado al público que el resto. La agencia europea dispone de un amplio acceso a la información, además de distinguirse por dar lugar a las opiniones del público sobre los documentos que produce. La CTNBio, por su parte, dispone también de un amplio acceso a la información, y se caracteriza por presentar una gran diversidad de opiniones y especialidades en su dinámica interna. Todas estas características que he comparado hacen al vínculo entre la participación pública y la regulación. En Brasil, la controversia pública sobre el uso de los cultivos transgénicos ha sido muy intensa, e incluso anterior a la institucionalización de la CTNBio. Por más que ésta presenta –comparativamente– prácticas regulatorias más abiertas y transparentes que otros organismos de regulación, es frecuentemente objeto de críticas por parte de los actores involucrados en la controversia en Brasil. En la Unión Europea, la controversia varía notablemente según el país. En Francia, donde la controversia sobre los transgénicos ha sido históricamente más intensa que en otros países europeos, el proceso regulatorio estuvo más abierto a la participación del público (Roy y Joly, 2000). En la Argentina básicamente no ha habido controversia ni debate público al respecto. No obstante, aquí la regulación es la más cerrada al público. Esto permite sugerir que hay una relación entre las controversias públicas sobre los OGMs y el sistema regulatorio, pues cuanto mayor es la conflictividad social ante 275

esta tecnología, mayor es el esfuerzo de las agencias regulatorias por mostrar transparencia en sus procedimientos. Cabe recordar que al momento de sancionar una entrada ilegal de semillas transgénicas al país, la CONABIA había dispuesto medidas que consideraba excesivamente rigurosas, pero que lo había hecho porque quería evitar que surgiera una desconfianza ante la institución. De esto se desprende que para la CONABIA el paradigma europeo donde el público tiende a desconfiar de la biotecnología vegetal siempre fue motivo de preocupación, siempre tuvo el temor de que algo así ocurriera en el país, y muchos de sus actos, por contradictorios que resulten, los justifica por esa preocupación. Pero si sostengo que cuanto más intensas son las controversias, más abiertas y transparentes se vuelven las agencias de regulación, y no al revés, es por una razón evidente: no han sido las agencias de regulación quienes han disparado o clausurado las controversias. Por el contrario, allí donde había controversias sobre los transgénicos, las agencias de regulación pasaron a ser empleadas retóricamente como un argumento más en esa controversia. Resulta indispensable analizar entonces la estructura social que rodea a las controversias, comprender cómo y por qué es que han surgido controversias sobre el uso de los transgénicos. A ello se dedica la “Parte III” de la tesis.

276

PARTE III Las controversias sobre los transgénicos

277

Capítulo 6 De las controversias científicas al problema público Las relaciones entre la producción de conocimiento científico y la construcción de problemas públicos encuentran en la biotecnología un terreno fértil para la sociología de la ciencia. Se considera que los problemas públicos son construidos en el sentido de que si bien hay muchísimos eventos que afectan la vida de millones de personas, sólo un pequeño número de asuntos reciben atención pública. Cómo una realidad ingresa en el discurso público ha sido el tema de análisis de una corriente que desde la década de 1970 centró el eje de su atención en los procesos de atribución y definición de los problemas, en lugar de limitarse a las condiciones objetivas de los mismos (Blumer, 1971; Spector y Kitsuse, 1973; Schneider, 1985; Gusfield, 1981; Hilgartner y Bosk, 1988). Uno de los pocos autores que se interesó en analizar la relación entre la ciencia y los problemas sociales es Sal Restivo, quien recupera el abordaje social estructural de Wright Mills, al considerar la ciencia moderna como un problema social (Restivo, 1988). Con esto, se refiere a que la ciencia moderna está implicada en los problemas personales y en los asuntos públicos contemporáneos, y apunta a un análisis de la estructura social de la ciencia (Restivo, 1994). En este capítulo pretendo explorar las relaciones entre el problema social de los riesgos de los organismos genéticamente modificados y la producción de conocimiento científico sobre los mismos. Una de las ventajas de recurrir al abordaje sobre problemas sociales en cuestiones de ciencia y tecnología, radica en la posibilidad de articular estudios empíricos sobre el accionar de científicos con las preocupaciones del público lego. Denominarlo como un “problema social” significa que no lo trataré bajo el modelo de “déficit cognitivo” (Wynne, 1995), sino como un proceso de definición colectiva. En particular, lo que me interesa analizar aquí es el modo en que la ciencia se articula con los asuntos de la arena pública, y en función de ello hablaré de la relación entre las controversias científicas y los “problemas públicos”.256

256

Kreimer y Zabala consideran que la producción de conocimiento científico participa en la definición de determinados temas en la agenda social, y para comprender de qué manera los conocimientos científicos se vuelven útiles a la sociedad es necesario considerar “que tanto el surgimiento del problema, la definición de las prácticas propuestas en cada período para solucionarlo, como la decisión de destinar recursos para que esas prácticas puedan llevarse a cabo, son el resultado de las interacciones entre 278

El modo en que se desarrollan las controversias científicas ha sido un tema de bastante estudio en la sociología de la ciencia, sobre todo a partir de los trabajos de Harry Collins en la década de 1980. Pero la forma en que esas controversias científicas se relacionan con espacios públicos mucho más amplios que los lugares de producción del conocimiento científico, no recibió tanta atención. De hecho, los trabajos de Collins se centran en controversias que no se han extendido mucho más allá de los científicos involucrados en el conflicto. Claramente, la controversia de los transgénicos no se limita a la disputa entre un grupo de científicos, pues amplios sectores sociales se ven involucrados en el tema. Pero tampoco sería correcto decir que es una controversia que sólo existe por fuera del ámbito científico, pues también ha habido intensas disputas entre científicos al respecto. Lo que pretendo analizar en este capítulo son los vínculos entre estos dos aspectos. Lo primero que uno puede preguntarse al indagar en esos vínculos, es si los actores sociales involucrados en la controversia pública simplemente se apropian y resignifican argumentos científicos, o si hay una controversia científica que ha expandido su ámbito de incidencia habitual. Diré que han ocurrido las dos cosas. Lo primero es indefectible: siempre que un actor lleva a su espacio social un argumento de otro ámbito, ocurre una resignificación del mismo; nada de extraordinario hay en eso, todo lo contrario. Pero lo segundo es más singular: hay científicos que se han introducido en redes sociales mucho más amplias que las de su profesión, y allí han llevado sus argumentos sobre los transgénicos. Esto requiere una discusión teórica sobre el modo en que se desarrollan las controversias científicas, y qué ocurre cuando alcanzan la arena pública.

6.1.

Discusiones sobre la clausura de una controversia

En los estudios sociales de la ciencia, las controversias científicas emergieron como un escenario privilegiado para analizar el modo en que los hechos científicos son construidos, porque en ellas la ciencia normal es puesta en duda. Los experimentos y teorías demuestran no ser suficientes para clausurar la controversia, exponiéndose así las múltiples dimensiones sociales involucradas en la construcción de los hechos científicos. El principal arquitecto del marco teórico sobre los estudios de controversias científicas es Harry Collins, con sus concepciones empírico-relativistas sobre la distintos actores sociales que se desenvuelven dentro de determinados marcos institucionales que los contienen, a la vez que «moldean» sus acciones e intereses” (Kreimer y Zabala, 2006: 54). 279

controversia y la clausura. Mostró que en una controversia científica es posible encontrar un núcleo principal de científicos (denominado core-set) que están profundamente involucrados en experimentaciones y teorizaciones directamente relevantes para la controversia en cuestión (Collins, 1992). El pequeño grupo de científicos que forman el core-set pueden estar violentamente enfrentados, y cada parte usará diferentes estrategias para fortalecer su posición. Como los hechos científicos no pueden, por sí solos, alcanzar la clausura de la controversia, los blancos a los que se dirigen los ataques que apuntan a debilitar al oponente son, con frecuencia, la competencia del investigador, su estatus científico o su capacidad (Collins y Pinch, 1996). No hay un cierre natural para una controversia, apenas el consenso construido sobre alianzas entre todo tipo de actores y argumentos. ¿Pero qué ocurre cuando en una controversia los científicos sólo constituyen una parte de los actores en conflicto? Michael y Birke (1994) desplegaron una concepción alternativa del core-set. Coincidieron en que la verdad científica (o la eficacia de un artefacto tecnológico) era la recompensa de ganar una controversia. Pero en un estudio sobre la controversia en la experimentación con animales, argumentaron que la verdad era sólo una parte de la cuestión. En la controversia que analizaron, el componente moral estaba bastante involucrado, lo que hizo que los aspectos técnicos fueran apenas uno de los tópicos en el proceso de enrolamiento de aliados. Propusieron, entonces, que cuando “aspectos políticos, éticos y económicos amplios también son incorporados en una controversia (…) el core-set se vuelve potencialmente expandible al infinito (…) ya que en principio cualquier ciudadano puede contribuir al debate aportando aspectos ‘no-científicos’” (Michael y Birke, 1994: 83-84). Collins y Evans agregaron una consideración similar al sostener que “para comprender la importancia de las contribuciones de diferentes elementos de la sociedad a la formación de las decisiones técnicas, es necesario saber con qué tipo de ciencia estamos lidiando”, y el core-set puede mostrar diferencias sistemáticas de acuerdo con ello (Collins y Evans, 2002: 244). De modo que en controversias amplias, con aspectos económicos, éticos, ambientales, políticos y técnicos involucrados, podemos encontrar un core-set extenso. La estructura del coreset puede variar, de acuerdo con la naturaleza de la controversia. ¿Pero qué ocurre con la clausura de la controversia? ¿Es posible que una controversia se dé por terminada, y luego se vuelva a abrir? Bart Simon (1999) estudió la controversia de la investigación sobre fusión fría, y propuso el término “ciencia que no muere” (undead science) para referirse al fenómeno 280

de los científicos que continúan investigando en el tema aún cuando la mayor parte de la comunidad científica considera la fusión fría como “irreal”. Esta controversia comenzó en 1989 y culminó 12 meses después, pero Simon continuó observando a los científicos que habían “perdido”, y encontró que los investigadores en fusión fría continuaban creyendo en la realidad de sus descubrimientos. Consideró, no obstante, que había un cambio en la ciencia antes y después de la clausura de la controversia: después de la clausura, los papers sobre fusión fría no aparecieron en las revistas más prestigiosas, y las fuentes habituales para financiar las tareas de experimentación desaparecieron. Pero, al mismo tiempo, estos científicos tuvieron acceso a fuentes no convencionales para poder seguir haciendo ciencia, y se las arreglaron para publicar sus resultados. La “ciencia que no muere”, aún si logra organizar la investigación después de la clausura de la controversia, permanece profundamente marcada por la experiencia de la clausura: puede seguir siendo ciencia, pero sin la legitimidad que tenía antes; perderá gran parte de su visibilidad, ya que muchos científicos no la reconocerán. El mainstream de la comunidad científica (es decir, la corriente dominante de científicos) no ven con buenos ojos a los científicos que continúan con una posición “derrotada” tras el cierre de una controversia. Después del artículo de Simon, Collins publicó un paper en el que también examinó qué ocurre luego de la clausura de una controversia. Allí sostuvo que “cuando una controversia científica alcanza una clausura, hay ganadores y perdedores” (Collins, 2000: 824). Los perdedores, agregó, pueden desvanecerse o formar una “ciencia rechazada” (rejected science). La ciencia rechazada es una “colección de científicos que se rehúsan obstinadamente a renunciar a sus ideas a pesar del aplastante consenso que los rodea” y, al mismo tiempo, están indeleblemente marcados por la experiencia de la exclusión del mainstream de la sociedad científica (Collins, 2000: 825). Lo más importante, acaso, es que la ciencia rechazada es muy cauta con sus prácticas al tratar de no tomar riesgos que puedan definitivamente marcarla como fuera de la ciencia, y por lo tanto se las arregla para permanecer dentro de las instituciones científicas, ya que cuanto más se asocia con instituciones no-científicas, más se define a sí misma como no-ciencia (Collins, 2000). En otro artículo sobre un tema afín al que aquí trato, Delborne (2008) estudia la controversia sobre el ADN transgénico en el maíz mexicano, centrándose en un científico –el Dr. Chapela– a fin de ilustrar lo que denomina “ciencia en disenso” (dissent science). Describe los esfuerzos realizados para socavar la credibilidad de 281

Chapela (lo que llama “impedancia”), y el modo en que los científicos responden a las trayectorias científicas más dominantes. Si bien Delborne busca atravesar las fronteras entre ciencia, público y política, su focalización en un científico y en el modo en que responde al mainstream de la ciencia limita el análisis de los vínculos entre la ciencia y los problemas públicos en los asuntos biotecnológicos. La mayor parte de los abordajes que he revisado aquí no necesariamente están en conflicto, sino que más bien se complementan en el esfuerzo por comprender las controversias científicas y el modo en que pueden continuar tras la clausura.257 Mi punto de vista es que para comprender cómo la ciencia se involucra en la construcción de los problemas públicos, es necesario analizar la producción del conocimiento científico (en este caso, las controversias científicas sobre los transgénicos) y cómo se relaciona con el problema público en cuestión (los riesgos de los OGMs).

6.2.

Discusiones sobre la percepción pública de la ciencia

Así como he presentado las herramientas heurísticas que dan cuenta del desarrollo de las controversias científicas, hay otra área de estudios que es útil para comprender, en particular, el despliegue de un tema científico en un público amplio, no especializado. Se trata de los estudios sobre percepción pública de la ciencia o, más precisamente, sobre comprensión pública de la ciencia. El principal aporte de estos estudios es dar lugar a una perspectiva donde el público no sea considerado simplemente como un portavoz de creencias irracionales sobre cuestiones científicas. De acuerdo al enfoque constructivista de Bloor, la producción de conocimiento no debe ser estudiada en función de su valor de verdad, lo cual permite acercarse al problema sin tener predeterminado que la posición del actor es correcta o incorrecta, con argumentos verdaderos o falsos. Además, hablar de conocimiento en lugar de creencia evita caer en la connotación peyorativa de esta última, donde la posición del actor podría ser tildada de irracional y acaso mística. No, cuando un actor asume una posición ante una tecnología se deriva, en primer lugar, del conocimiento que tiene

257

En este sentido, Collins sostiene que el estudio de Simon sobre la “ciencia que no muere” (undead science) en realidad muestra que “las ciencias rechazadas son tipos de actividad distintos y reconocibles”, y por ende considera que “una comparación sobre los modos de adaptación [de las ciencias rechazadas y de la ciencia que no muere] todavía está pendiente” (Collins, 2000: 838). Lo que Simon, Delborne y Michael y Birke tienen en común, es el esfuerzo en expandir las fronteras de las categorías esenciales de Collins. 282

acerca de la misma. Ahora bien, ¿qué es lo que origina este conocimiento, cómo lo produjo? En realidad, existen diversos marcos teóricos para analizar el vínculo entre el conocimiento y la posición pública de un actor social ante una controversia científica, que expondré a continuación.

6.2.1. Modelo de déficit cognitivo Según Davison et al. (1997) la mayoría de los estudios que analizan la percepción pública de la biotecnología en Estados Unidos y Australia asumen o interpretan que el público no comprende la biotecnología. La idea que prima en estos estudios es que el rechazo a la biotecnología es infundado y se debe a la falta de información científica. La misma perspectiva se vierte en los análisis realizados en Europa y América Latina. Hay quienes sostienen, por ejemplo, que abundan las “informaciones alarmantes y sensacionalistas que predicen la hecatombe ecológica, sin rigor científico”, y que “sólo se podrá avanzar cuando se conteste con pruebas y con un lenguaje llano a las preguntas de la gente” (Banchero, 2001: 331-332). Así, las dudas que genera la biotecnología serían disipadas si se logra comunicar los avances en forma clara y transparente (Sosa Beláustegui, 2001). Bajo esa misma perspectiva, se considera que el avance en el conocimiento biológico y de la biotecnología “…debería formar parte integral de la cultura general. La ignorancia de los hechos básicos relativos a nuestra herencia genética o a nuestra alimentación se considera incluso de buen tono. Esto se refleja de entrada en el caos semántico que se ha creado en torno de la biotecnología, del que hay que culpar no sólo a la ignorancia del ciudadano sino también a la torpeza de los científicos y a la dictadura de los medios de comunicación. Es preciso despejar este caos si queremos entendernos a partir de la ciencia, y no a sus espaldas.” (García Olmedo, 2004: 13)

Según Wynne, este modelo de déficit cognitivo no considera la experiencia cotidiana que moldea la comprensión de la gente sobre los eventos científicos, y no problematiza el conocimiento científico, sino que lo considera como algo externo a la cultura de una sociedad (Wynne, 1995). Para este modelo, el rechazo o la desconfianza a los transgénicos se suscita por la falta de información científica del público, carencia que estimularía el desarrollo de temores infundados. Asociado a este diagnóstico, el modelo de déficit cognitivo plantea explícitamente un principio normativo para revertir la situación: la alfabetización científica. Los científicos –advierte este principio– deben 283

comprometerse en acercar al público lego de forma clara pero rigurosa las verdades del conocimiento científico. La imagen de una brecha en expansión entre la comunidad científica y un público ignorante es una noción que emergió recién a mediados del siglo veinte, según Bensaude-Vincent (2001), imagen diseminada por quienes más se benefician de esa polarización en la distribución social del conocimiento: los popularizadores de la ciencia (a la sazón, los divulgadores científicos). La distinción entre sabios e ignorantes funciona entonces como una estrategia retórica de auto-legitimación para los mediadores del conocimiento científico. Por otro lado, el postulado de que una mayor formación científica aumenta la confianza en los desarrollos científicos, no es empíricamente comprobable. Por el contrario, estudios cuantitativos muestran que con frecuencia aquellos que poseen una mayor educación sostienen una posición cautelar ante la ciencia, mientras que quienes están más alejados de los centros de educación e investigación se muestran más confiados (Vaccarezza, 2007: 159-161; Eurobarometer 55.2, 2001: 42).

6.2.2. Modelos constructivistas El esquema mismo que distingue y jerarquiza al conocimiento científico frente a la actitud del público lego es puesto en cuestión en los abordajes constructivistas. No parten de una asunción sobre lo que la verdadera ciencia es, sino que se interesan por el impacto del contexto y las relaciones sociales de un actor social en la negociación que entabla con el discurso científico (Wynne, 1995). Lo que se tomaba como un público que no entiende los avances de la ciencia y por eso se muestra reacio, puede ser pensado como un actor social que en realidad está buscando validar su propio conocimiento. Los enfoques constructivistas encuentran otra dimensión de análisis al no jerarquizar el discurso científico. Pero estos modelos también tienen su urgencia normativa. El modelo fuertemente descriptivo del constructivismo proclama además como deseable y beneficioso la inclusión de un diálogo pluralista en la esfera pública de la ciencia (Wynne, 1995: 382). León Olivé (2003) considera que hay una pluralidad de puntos de vista distintos sobre la forma de percibir, identificar, evaluar y gestionar el riesgo, y que todos estos puntos de vista pueden ser correctos, pues están basados en valores. Aquí Olivé destaca una característica del análisis constructivista: la pluralidad de discursos en juego, todos ubicados en un mismo nivel de validez, sin jerarquización del discurso científico. Se 284

trata de “una concepción pluralista que sostiene que no existe un punto de vista que sea el único correcto” (Olivé, 2003: 15). Encadenado a este argumento, aparece otra característica del análisis constructivista: la democratización de los conflictos, la inclusión de múltiples actores en las controversias científicas, pues al haber diversos valores y verdades actuando en un mismo escenario, debe buscarse la inclusión de distintos actores en la resolución de los conflictos. En este sentido, sostiene Olivé que al admitir que “no hay un acceso privilegiado a la verdad, a la objetividad o a la certeza del conocimiento (...) deben participar al mismo nivel los científicos naturales, los científicos sociales, los tecnólogos, los humanistas, los trabajadores de la comunicación, los empresarios, los políticos, los ciudadanos y todas las personas cuyas vidas pueden ser afectadas” (Olivé, 2003: 15).258 Desde luego, existe una gran diversidad de estudios que podrían catalogarse como constructivistas, de modo que aquí me interesa centrarme en los trabajos de Brian Wynne, quien considera que la experiencia de los actores se constituye en un eje clave para analizar las relaciones entre ciencia, tecnología y sociedad. Según Wynne, la experiencia que ciertos actores adquieren de su entorno cercano les permite desarrollar un conocimiento que puede entrar en conflicto con el discurso de los científicos, tal como muestra en su estudio sobre de la contaminación radioactiva en las granjas de Sellafield, donde los expertos, basándose en generalizaciones universales, habrían ignorado las condiciones particulares del lugar, mientras que los granjeros disponían de otra perspectiva sobre el problema (Wynne, 2003). Otro enfoque reivindica la confianza en las instituciones de ciencia y tecnología como un aspecto central que se desarrolla con la experiencia de los actores. En este sentido, Dickson (2000), sostiene que si la sociedad británica desconfía de los consejeros científicos gubernamentales después del caso de la encefalopatía bovina espongiforme (o enfermedad de la “vaca loca”), se debe a las presiones que allí ejerció la industria de la carne sobre el Ministerio de Agricultura, Alimentos y Pesca, el cual aseguró que no había inconvenientes en comer dicha carne, lo que demostró ser erróneo. Estos enfoques suelen estar influenciados por la perspectiva de Beck (1998), quien considera que en la sociedad actual los riesgos de las nuevas tecnologías conducen a

258

En similares términos desarrolla Muñoz su propuesta de un diálogo pluralista que “incorpore a los científicos y técnicos que deben adquirir conciencia de su responsabilidad creciente en una sociedad del riesgo y a los empresarios que deben ser conscientes de incorporar entre sus estrategias la necesidad de informar a la sociedad” (Muñoz, 1998: 138). 285

nuevas relaciones entre el conocimiento, la ciencia y la ciudadanía. Tal es el caso de Irwin (1995), quien sostiene que estos cambios se evidencian en los temas de problemática ambiental, revalorizando las posiciones del público en materia de problemáticas científico-técnicas. Según Irwin, la heterogeneidad de conocimientos pertinentes en las intervenciones científicas, que incluyen la comprensión de los ciudadanos, se fundamenta también en los análisis provistos por la sociología del conocimiento científico, los cuales dieron cuenta de la diversidad substancial que subyace en las propias prácticas científicas. En conjunto, esta línea del constructivismo enfatiza el conocimiento adquirido por el público en su experiencia local, sugiriendo que el descontento o desconfianza frente al conocimiento experto surge cuando el experto enfrenta su corpus de conocimiento con el conocimiento local de la gente, el cual habría probado en estos análisis ser más sensible a las realidades locales (Yearley, 2000). La necesidad del público (o eventualmente de los consumidores) de participar en las decisiones acerca del uso o desarrollo de actividades de ciencia y tecnología, es otro de los aspectos que intervienen en estos enfoques, como respuesta a la falta de democratización del discurso científico. Según Dickson, no hay evidencias sobre el riesgo de consumir alimentos modificados genéticamente, y lo que explica los conflictos alrededor de los transgénicos es la exclusión de los consumidores o de los agricultores en las decisiones sobre el tema (Dickson, 2000: 919). He mostrado que el modelo constructivista busca democratizar los conflictos donde se involucra la ciencia, en el sentido de que busca mostrar las distintas posiciones que los actores tienen en torno a un hecho o artefacto científico-tecnológico, la pluralidad de discursos en juego. Pero no se pregunta acerca del origen de la posición de un actor social. Los enfoques constructivistas se preocupan en mostrar cómo intervienen las posiciones de los actores en la formación de consenso, sus negociaciones, sus conflictos, pero no muestran por qué un determinado actor tiene una determinada posición. De dónde viene esa posición o representación sobre un aspecto de la ciencia no es relevante para el constructivismo, sino que le interesa ver cómo juegan esas posiciones. De modo que si bien evita jerarquizar al conocimiento científico, toma como naturalizados a todos los discursos que intervienen en las controversias. Destruye la idea de un centro dominante del discurso para mostrar que cada actor tiene su propio discurso. No encuentra explicaciones a por qué un determinado actor social esboza un determinado discurso. Es en realidad la dinámica que surge de la interacción entre las 286

posiciones lo que interesa al constructivismo, mientras que la pregunta sobre el origen de una posición particular implica una indagación sobre las condiciones particulares que circunscriben a un actor concreto. En este sentido, “podría decirse que a los constructivistas les interesa menos las ontologías que las representaciones” (Shinn y Ragouet, 2005: 73).259 Entonces, ¿cuál es el conjunto de determinaciones que atraviesa al actor para que codifique su experiencia en un sentido y no en otro? En las siguientes páginas analizaré qué es lo que lleva a diversos actores a tomar una posición frente a los transgénicos. En particular, en este capítulo me centro en aquéllos científicos que se han involucrado en controversias científicas y luego han llevado sus argumentos a un público más amplio. Se trata, así, de la interfaz entre la controversia científica y el problema público de los OGMs. Otros aspectos que llevan a que diversos actores se involucren en una controversia pública sobre los transgénicos serán descriptos en el capítulo siguiente. Los riesgos de los OGMs han anclado en el discurso público en muchos países, y estos riesgos no son unívocos, en la medida que diferentes actores sociales movilizan diferentes sentidos sobre lo que entienden como los riesgos de los OGMs (Pellegrini, 2007). De todos modos, los científicos han tenido un rol importante en poner los riesgos de los OGMs en la arena pública.260 Como los aspectos técnicos de los riesgos de los OGMs también involucran diversas cuestiones (transferencia genética hacia otras plantas, efectos inesperados contra especies no-blanco, efectos tóxicos sobre la salud), será necesario describir cómo se produjo el conocimiento científico sobre estas cuestiones y cómo se mezcló con el discurso público. Ello implicará el seguimiento de las acciones de actores clave. Mostraré que las controversias científicas sobre los OGMs con frecuencia reverberan en amplios movimientos anti-OGM, y que algunos de los científicos involucrados en esas controversias forman vínculos entre sí y con grupos 259

Esta corriente “antidiferenciacionista”, tal como la describen Shinn y Ragouet, es en realidad muy heterogénea, a punto tal que incluyen tres categorías dentro de ella: los abordajes inspirados en el “Porgrama Fuerte” (Barnes, Bloor, MacKenzie, Pickering), los abordajes etnográficos (Knorr-Cetina, Latour, Woolgar, Lynch, Pinch) y los abordajes radicalmente constructivistas (Callon, Latour, Law, Lynch), observando que algunos autores suelen desplazarse de una categoría a otra (Shinn y Ragouet, 2005: 70-71). A pesar de esta heterogeneidad, la predilección por un enfoque descriptivo es usual entre todos los antidiferenciacionistas, “en simbiosis perfecta con el famoso «giro descriptivo» característico de las ciencias sociales de fin del siglo XX” (Shinn y Ragouet, 2005: 116). 260

Como argumentó Levidow, cuanto mayor es la cantidad de información sobre cultivos transgénicos que se vuelve disponible, la incertidumbre y el conflicto social sobre el asunto se incrementan (Levidow, 2001). 287

anti-OGM. Por lo tanto, comenzaré por describir cuatro grandes controversias científicas sobre OGMs. Luego analizaré qué ocurre tras el cierre de dichas controversias, cómo los científicos que “perdieron” dentro del mainstream de la comunidad científica se conectaron entre sí y cómo enrolaron otros actores. Es importante señalar que –si bien a lo largo de las controversias científicas expondré todos los argumentos en juego– cuando se trata del vínculo con otros actores sociales y, en definitiva, de la conformación de la controversia pública, mi análisis se centrará en aquéllos que portan argumentos contrarios a los OGMs. Ello se debe a que en la arena pública la idea de riesgo dominó los discursos sobre los OGMs, al punto que allí donde los transgénicos han ingresado en la arena pública, la percepción general del público, así como el accionar de movimientos sociales, dan cuenta de un rechazo a los OGMs.

6.3.

Dentro de las controversias científicas

Presentaré aquí cuatro controversias históricas sobre los transgénicos, que se han centrado sobre diversos aspectos de los OGMs, y que tienden así a mostrar diversos riesgos de los mismos.

6.3.1. El affair Pusztai Arpad Pusztai nació en 1930 en Hungría, donde culminó sus estudios de Química en 1953. Ganó una beca de la Fundación Ford, con la que realizó su doctorado en bioquímica en el Reino Unido, en la Universidad de Londres. Al concluir su postdoctorado, fue reclutado por el Instituto Rowett (Aberdeen, UK), una institución de larga trayectoria en estudios de nutrición. Desde 1968 se desempeñó como Principal Scientific Officer en el Instituto Rowett. Su principal objeto de estudio fueron las lectinas, un grupo de proteínas de plantas con variados efectos metabólicos, como la estimulación de la digestión, la incidencia en las respuestas inmunológicas o en las señales hormonales. Además, se ha mostrado que algunas lectinas contribuyen a la capacidad de resistencia de las plantas a varias enfermedades. Hacia 1995, Pusztai había publicado alrededor de 230 artículos científicos en revistas especializadas con referato.261 Ese año, el gobierno escocés (a través del Scottish Office Agriculture, Environment and Fisheries Department – SOAEFD), encomendó un proyecto que 261

Incluyendo a los años subsiguientes, Pusztai publicó un total de 300 papers en revistas con referato. 288

involucraba a varios centros de investigación y cuyo objetivo era generar plantas con resistencias a insectos o pestes de nematodes y que no tuvieran riesgos para la salud o sobre otros organismos del ambiente (SOAEFD, 1998). Como parte de este proyecto, la Universidad de Durham y el Instituto Escocés de Investigación en Cultivos debían generar las plantas genéticamente modificadas y medir su impacto sobre el medio ambiente. El Instituto de Investigación Rowett, el otro miembro del proyecto, debía realizar los experimentos nutricionales y relativos a la salud. Aunque para ese entonces el Dr. Pusztai estaba en edad de jubilarse, el Instituto Rowett le extendió su contrato para ponerlo a cargo de esta tarea. El plan que el Instituto Rowett presentó al SOAEFD consistía en realizar “análisis químicos y establecer si las líneas transgénicas y parentales son equivalentes en su composición o no, y determinar en ensayos de corto plazo (10 días) y largo plazo (3 meses) de alimentación de ratas, si el efecto de las líneas GM en el intestino del mamífero y sobre su metabolismo es similar al de las líneas parentales o no” (SOAEFD, 1998). El Dr. Pusztai y el Dr. Ewen llevaron adelante estos ensayos. Las plantas transgénicas en cuestión eran papas genéticamente modificadas que expresaban genes de lectina. El proyecto del SOAEFD tenía una duración prevista de 3 años, pero unos meses antes de su culminación, el Dr. Pusztai fue invitado a un programa de televisión, World in Action, que fue emitido el 10 de agosto de 1998. Allí, al preguntársele acerca de los alimentos genéticamente modificados, dijo que no comería esos alimentos y que consideraba “muy injusto usar a nuestros ciudadanos como conejillos de indias”. La controversia había comenzado, involucrando a una gran audiencia antes que a la comunidad científica. Dos días después, el director del Instituto Rowett le comunicó al Dr. Pusztai que su contrato había sido suspendido y que su grupo de investigación había sido disuelto. Toda la información que había en su laboratorio fue confiscada y el Instituto Rowett realizó una auditoría sobre el estudio del Dr. Pusztai. La auditoría se llevó a cabo el 21 de agosto y fue publicada dos meses después. Dictaminó que los experimentos del Dr. Pusztai, en los cuales las ratas consumían transgénicos que expresaban lectinas (GNA), arrojaban resultados, “en la mayoría de los casos, demasiado variables para alcanzar alguna significancia estadística, y demasiado inconsistentes para derivar en conclusiones que tuvieran sentido” (Audit committee, 1998). Por lo tanto, el Instituto Rowett consideró que “con la información existente no se podía avalar ninguna sugerencia acerca de que las ratas que consumen papas

289

transgénicas que expresan GNA tienen efectos en su crecimiento, desarrollo de órganos o función inmunológica” (Audit committee, 1998).262 Ahora era el turno del Dr. Pusztai. Primero, escribió su propia respuesta al SOAEFD (que financió el proyecto) bajo la forma de un Reporte Alternativo, el 22 de octubre. Argumentó que junto a la falta de equivalencia (ya que las plantas genéticamente modificadas tenían distintos niveles de proteínas, azúcares, lectinas e inhibidores de tripsina/quimotripsina, en relación a su respectivo parental, así como también había observado deferentes valores de glucosa y lectina) había “también una falta de equivalencia en las consecuencias metabólicas al alimentar con papas GM y parentales”, aunque ello no aparecía en el experimento a largo plazo. Según el Dr. Pusztai, esta falta de equivalencia podía deberse a “un posible silenciamiento génico, supresión y/o variación somaclonal en el genoma de la papa” de las líneas transgénicas (Pusztai, 1998). Además, el Dr. Pusztai hizo uso de las relaciones que había acumulado durante su carrera como científico y les pidió apoyo a sus colegas. Como resultado de esto, más de 20 científicos de diversos países, que habían colaborado con Pusztai en alguna ocasión, le manifestaron su apoyo. Revisaron la información que había producido el Dr. Pusztai y concluyeron que: “Consideramos que aunque algunos resultados son preliminares, son suficientes para exonerar al Dr. Pusztai al mostrar que el consumo por parte de ratas de papas genéticamente modificadas con GNA llevó a diferencias significativas en el peso de los órganos y en la disminución de la respuesta de linfocitos, comparado con los controles. También había fuertes evidencias de que los tubérculos genéticamente modificados con GNA no eran sustancialmente equivalentes a las papas parentales, y también eran diferentes las dos líneas de papas genéticamente modificadas con GNA empleadas en el estudio.” (Van Driessche y Bøg-Hansen, 1999)

Esta carta fue publicada el 12 de febrero de 1999. Unos días después, el propio reporte del Dr. Pusztai fue hecho público por el Instituto Rowett.

262

Los cuestionamientos de la auditoría hacían referencia a distintos aspectos técnicos de la investigación de Pusztai. Éste habría experimentado con distintas lectinas, algunas de las cuales habrían mostrado efectos sobre el crecimiento de las ratas, pero otras no mostraban efectos negativos (en particular, la que según el informe de la auditoría tenía posibilidades de ser empelada comercialmente). Además, algunos de les efectos de una misma lectina se registraba en un ensayo pero no en otro, mostrando así una gran variabilidad que no se explicaba. Así, la auditoría concluía que la investigación de Pusztai era muy variable e inconsistente como para que pudiera extraerse alguna conclusión de ella (Audit committee, 1998). 290

Para entonces, el parlamento británico había tomado cartas en el asunto. Un comité de la Casa de los Lores se dispuso a estudiar la controversia. De modo que, el 8 de marzo de 1999, fueron convocados a dar su testimonio el Dr. Pusztai y el Dr. Ewen, y lo mismo debió hacer el Dr. James (director del Instituto Rowett). Recapitularé brevemente lo sucedido hasta aquí, pues quiero evitar, en la medida de lo posible, la confusión del lector. La controversia había comenzado en un programa de televisión, involucrando así a un público amplio. La prensa se interesó de inmediato en el tema, probablemente atrayendo a un público todavía mayor. Mientras tanto, las autoridades del Instituto Rowett habían movido sus piezas y presentado su evidencia, y lo propio hizo el Dr. Pusztai. Luego, la Casa de los Lores se involucró en el asunto, con varios miembros del parlamento pidiendo una moratoria para los alimentos derivados de organismos genéticamente modificados (Enserink, 1999). Finalmente, el mainstream de la comunidad científica comenzó a cerrar filas, bajo la voz cantante de la Royal Society. A todo esto, el artículo en el cual el Dr. Pusztai mostraba su investigación fue publicado en The Lancet recién a fines de 1999, es decir, cuando la controversia estaba prácticamente cerrada (Ewen y Pusztai, 1999).263 El Consejo de la Royal Society convocó a un grupo de expertos para que examinen el uso de las plantas genéticamente modificadas para consumo humano. Este grupo de expertos había publicado ya su primer reporte en septiembre de 1998, sin hacer referencias al affair Pusztai, sino más bien con consideraciones generales acerca de las plantas transgénicas.264 El documento estaba dirigido “a los asesores políticos y al lector general” (Royal Society’s Council, 1998). El mismo objetivo tuvo un siguiente reporte de este grupo de expertos, publicado en junio de 1999. Esta vez, el informe estaba enteramente dedicado al affair del Dr. Pusztai. El reporte fue concluyente: dictaminó que “el trabajo del Rowett es deficiente en muchos aspectos de su diseño, ejecución y análisis, y no deberían extraerse conclusiones del mismo” (Royal Society’s Council, 1999). Por su parte, la comisión del Parlamento Británico encargada de analizar el asunto dio a conocer su dictamen al mismo tiempo que la Royal Society. La comisión concluyó que los experimentos de Pusztai eran inconsistentes, que en los ensayos a largo plazo no se evidenciaban efectos negativos cuando a corto plazo sí, que 263

El número de The Lancet donde se publica finalmente el trabajo de Pusztai y Ewen, está precedido de unas notas editoriales donde se hace mención al conflicto que rodéo a esta investigación y relativizan los alcances de la misma. Así, el editor Richard Horton advierte que los resultados de Ewen y Pusztai son preliminares y no generalizables, y que lo publican a los efectos de contribuir al debate (Horton, 1999).

264

El grupo estaba encabezado por el Profesor P.J. Lachmann, Biological Secretary de la Royal Society. 291

no había evidencias que permitieran sostener que los cultivos transgénicos resultaran particularmente riesgosos, y cuestionó el rol de los medios en esta controversia, por distorsionar la discusión (Science and Technology Committee, 1999). Pusztai le respondió al reporte de la Royal Society, pero en lo que concierne al mainstream de la comunidad científica, el asunto se había dado por concluido, pues no continuaron apareciendo publicaciones en revistas especializadas o declaraciones de reconocidos científicos.265

6.3.2. El promotor CaMV35S La Dra. Mae-Wan Ho recibió su educación, incluyendo su doctorado en Bioquímica en 1968, en Hong Kong. Luego se trasladó a los Estados Unidos, a la Universidad de California, para realizar su investigación postdoctoral. En 1972 comenzó a trabajar en Inglaterra, en la Universidad de Londres y en la Open University. Su primer tema de investigación fueron las bases moleculares de la herencia, sobre todo el estudio de las isoenzimas β-Galactosidasas. La investigación de esa enzima le permitió publicar unos 25 papers en revistas con referato entre 1969 y 1976, incluyendo una en Science. En 1976 publicó un artículo en la revista Journal of Theoretical Biology, la primera de sus publicaciones centrada en biología evolutiva. Luego, comenzó a publicar sus ideas sobre una ciencia holística, como demuestra su artículo de 1977, titulado En defensa de la complejidad. Sus publicaciones alternan entre algunas de corte molecular o específicamente técnicas –como Mosaic Pattern of Lactase Expression by Villous Enterocytes in Human Adult-type Hypolactasia, en 1991, o Colour-contrast in Polarized Light Microscopy of Weakly Birefringent biological specimens, en 1995– con otras más bien teóricas sobre una biología holística, como The Biology of Free Will, en 1996. Hacia 1999, tenía unos 80 artículos publicados en revistas con referato. En ese año publicó The cauliflower mosaic viral promoter – a recipe for disaster? (“El promotor del virus mosaico del coliflor, ¿una receta para el desastre?”), el artículo que disparó la controversia.

265

Pusztai considera que el modo en que la información es presentada en las revistas especializadas es precisamente uno de los principales aspectos que cambió con la controversia: “Yo no creo que ninguna revista científica de alto impacto quiera hoy publicar un paper que dictamina inequívocamente que los alimentos transgénicos son riesgosos y que deberíamos parar de comercializarlos, al menos hasta que un apropiado estudio independiente sobre los riesgos demuestre la ausencia de los mismos” (Comunicación personal con Pusztai, 2007a). 292

Había enviado su artículo, escrito en co-autoría con A. Ryan y J. Cummins, a la revista Microbial Ecology in Health and Disease. En el caso del affair Pusztai, la controversia había empezado sin un artículo científico publicado (de hecho, ésa falta fue uno de los argumentos movilizados durante la controversia). Este caso es diferente… casi. La controversia con el artículo de Mae-Wan Ho comenzó unos días antes de que saliera publicado, lo que ocurrió en noviembre de 1999. El sitio web de la revista dio a conocer el artículo antes de que saliera la versión impresa, y emitió un comunicado de prensa difundiéndolo. En unos pocos días, llegaron numerosas críticas al artículo. En el paper, Ho et al. argumentan que CaMV35S (que es una secuencia genética del virus mosaico del coliflor que funciona como un promotor, es decir, una secuencia que tiene la capacidad de iniciar la replicación del ADN que continúa) sería altamente inestable, que promovería la transferencia horizontal de genes. Para entonces, el promotor CaMV35S estaba siendo extensamente utilizado en la mayoría de las construcciones genéticas empleadas en plantas transgénicas. Por lo tanto, en dicho paper, Ho et al. recomiendan “que todos los cultivos transgénicos que contengan CaMV35S o promotores similares, que son recombinogénicos, deberían retirarse de inmediato de la producción comercial o de los campos de experimentación” (Ho et al., 1999). El artículo en sí mismo no contenía experimentos propios, sino que citaba otros estudios sobre la secuencia CaMV, a fin de sostener su argumentación sobre la inestabilidad de las plantas transgénicas. Curiosamente, hacen referencia al recientemente publicado paper de Arpad Pusztai en la revista Lancet. El siguiente número de la revista donde se había publicado el artículo de MaeWan Ho, vio aparecer una extensa crítica al mismo. Allí, se sostiene que las secuencias virales recombinan (es decir, se cortan y ligan en nuevas combinaciones) naturalmente y que la gran mayoría de estas recombinaciones son inviables. Aún más, se argumenta que “las plantas están repletas de sustancias nocivas que han evolucionado a lo largo de milenios para proteger a la planta de herbívoros y patógenos” (Hull et al., 2000). Finalmente, consideran que “no hay evidencias de que el promotor CaMV35S vaya a aumentar el riesgo sobre los que ya existen en el mejoramiento y siembra de cultivos convencionales” (Hull et al., 2000). Mae-Wan Ho respondió a estas críticas, argumentando que el promotor 35S podría movilizar elementos del ADN de la planta y generar más elementos invasivos exóticos (Ho, 2000). En su conclusión, celebra el recientemente aprobado Protocolo Internacional de Bioseguridad de Montreal, y sostiene que como la ciencia es siempre provisional e incierta, la responsabilidad social 293

y el uso apropiado de la evidencia científica indican que debe reinar la precaución (Ho, 2000). El pico más alto de la controversia, sin embargo, fue un artículo publicado en Nature Biotechnology en enero de 2000. Su editor, John Hodgson, repasa brevemente la controversia, defendiendo la idea de que “la ubicuidad del promotor CaMV35S y secuencias relacionadas significa que su presencia en las plantas genéticamente modificadas es simplemente irrelevante”, pues las plantas normalmente están infectadas con el virus CaMV, de modo que “una célula típicamente infectada contiene alrededor de 100.000 copias del virus y de su genoma, [mientras que] la transgénesis sólo agregaría de una a cinco copias del promotor 35S” (Hodgson, 2000). También argumentó que ésa era la clase de información que llevó al Departamento de Agricultura de los Estados Unidos a determinar tempranamente en su regulación sobre plantas transgénicas, que el promotor 35S tenían un riesgo insignificante de producir nuevos virus o de causar daños ambientales (Hodgson, 2000).

6.3.3. La mariposa Monarca John Losey se graduó en biología en 1986, y pronto comenzó su especialización en entomología. Obtuvo su doctorado en 1996 en la Universidad de Maryland, y desde entonces nunca se apartó de la entomología. Sus temas de interés en investigación se centran en la ecología poblacional de artrópodos en campos de cultivos, y en la biología conservacional de insectos. Comenzó a publicar en 1995, en revistas especializadas de alto impacto. En 1997 publicó un paper sobre el polimorfismo en el color de un áfido en la revista Nature. Para 1999, contaba con sólo 10 publicaciones, pero siendo un joven científico contaba ya con grandes logros en su haber. Ese fue el año en que comenzó su controversia. Como investigador de la Universidad de Cornell, ganó un subsidio del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para evaluar los efectos del empleo de diversas plantas como refugio para insectos en campos con maíz Bt. En 1999, publicó avances de esa investigación en Nature, en un artículo titulado “El polen transgénico daña a la larva de la Monarca” (Losey et al., 1999). Se trata, de hecho, de un artículo breve, bajo la forma de “correspondencia científica”, pero de todos modos fue sujeto a evaluación. Definitivamente, su publicación despertó el interés de los medios masivos de comunicación, y se constituyó en una bandera de las organizaciones contrarias al uso de la biotecnología. En su artículo, Losey y sus colegas estudiaron el impacto del maíz Bt sobre organismos no-blanco, específicamente sobre la larva de la 294

mariposa Monarca, y encontraron que las larvas “crecidas en hojas espolvoreadas con polen de maíz Bt comieron menos, crecieron más lentamente y sufrieron una mayor mortalidad que las larvas crecidas sobre hojas con polen de maíz sin transformar o en hojas sin polen”. Otros científicos rápidamente respondieron al artículo, criticándolo, pero al mismo tiempo tratando a Losey en un modo muy diferente que como ocurrió con Pusztai. Las declaraciones de Losey fueron muy diferentes, también. En un comunicado de prensa de la Universidad de Cornell, Losey dijo: “…no podemos predecir cuán serio es el riesgo hasta que tengamos más información. Y no podemos olvidar que el maíz Bt y otros cultivos transgénicos tienen un enorme potencial para reducir el uso de pesticidas e incrementar la productividad. Este estudio es tan sólo el primer paso, precisamos hacer más investigaciones y luego, objetivamente, pesar los riesgos versus los beneficios de esta nueva tecnología.” (Cornell University press release, 1999)

La noción misma de “investigación preliminar” fue situada en el medio del debate. En ese sentido, John Beringer, biólogo y director del UK Advisory Committee on Releases to the Environment, publicó una carta en Nature argumentando que “las observaciones preliminares no deberían sobreinterpretarse” (Beringer, 1999). Si en el affair Pusztai su comunicación de una investigación preliminar fue considerada como una prueba de una deficiente práctica científica, en este caso hubo una cuidadosa diferenciación entre las cualidades de Losey como científico (que permanecieron bastante intactas) y las conclusiones que podían o no extrapolarse de su trabajo. De modo que el biólogo británico Crawley también criticó el artículo (en una nota que también publicó en Nature), pero sosteniendo que: “Las cuestiones inmediatas son si los resultados de estos estudios en pequeña escala deberían publicarse, y cuánto puede esperarse de ellos. Las respuestas son sí deberían publicarse, pues constituyen una ciencia cuidadosamente hecha que da inicio a asuntos que requieren una mayor investigación científica. Pero no, en términos de políticas al menos, poco puede desprenderse de ellos.” (Crawley, 1999)

John Hodgson, el mismo editor de Nature Biotechnology que tomó cartas en la controversia sobre el promotor CaMV35S, publicó una nota en su revista el 17 de julio de 1999, cuestionando el artículo de Losey. Sostuvo que “la alimentación forzada de un compuesto potencialmente tóxico a unas larvas no representa realmente la realidad en el campo” (Hodgson, 1999). 295

Ahora bien, si los experimentos que Losey realizó en su laboratorio no representaban la realidad del campo, ¿cómo experimentar con esa realidad? Una vez que la controversia fue reformulada en ese sentido, la respuesta vino con mayores experimentos y más cantidad de científicos. En diciembre de 1999, el Servicio de Investigación Agrícola del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos (ARS) y un consorcio de compañías agrobiotecnológicas266 crearon un fondo de subsidios para financiar la investigación y así dar respuesta a las dudas que surgieron con el artículo de Losey. La ARS consideró que esta vez la investigación era diferente, por cuanto habían logrado crear una gran “cooperación entre investigadores de muchas instituciones distintas”, lo que les permitió “armar el cuadro más completo posible” (Agricultural Research Service, 2002). Los resultados fueron publicados en 6 artículos que aparecieron en Proceedings of the National Academy of Sciences en 2001, con la participación del Dr. Losey. En lo que se refiere a la ARS, esto concluyó con la controversia, al mostrar que “no hay un riesgo significativo para las mariposas Monarca en la exposición ambiental al maíz Bt”, en la medida que “los estudios de este proyecto mostraron que las orugas Monarca deben estar expuestas al polen en niveles superiores a los 1.000 granos por cm2 para evidenciar efectos tóxicos”, y las orugas no se expondrían naturalmente a tanto polen (Agricultural Research Service, 2002).

6.3.4. El maíz mexicano David Quist obtuvo su diploma de grado en Botánica en 1996 en la Universidad de Washington, y luego se trasladó a la Universidad de California, donde se incorporó al laboratorio de Chapela para realizar su investigación de doctorado. Ignacio Chapela es biólogo, y obtuvo su doctorado en Ecología de Hongos en 1987 en la Universidad de Gales. Los intereses de Chapela se centraron en la ecología de microbios, con numerosos proyectos que iban desde la simbiosis entre las hormigas cortadoras de hojas y sus hongos cultivados (tema sobre el que publicó un paper en Science en 1994), hasta el comportamiento ecofisiológico de los hongos en las plantaciones, y también tuvo un proyecto para emplear hongos como fuente de ingresos para comunidades indígenas en México.

266

Compañías del Agricultural Biotechnology Stewardship Technical Committee (ABSTC): Aventis CropScience, American Crop Protection Association, Biotechnology Industry Organization, Dow AgroSciences, Monsanto, Novartis Seeds y Pioneer Hi-Bred International. 296

En 1998, Chapela y Quist hicieron una campaña en el campus de Berkeley para prevenir una alianza entre la universidad y la compañía biotecnológica Novartis (ahora llamada Syngenta), alianza que finalmente se llevó a cabo (Pearce, 2002). David Quist estaba realizando su doctorado en temas de ciencia y gestión ambiental. En el marco de esta investigación, y sumándose al interés de Chapela por las comunidades mexicanas, juntos publicaron un pequeño artículo en Nature (bajo el formato de Cartas a Nature) en noviembre de 2001. El propósito de ese estudio era analizar la presencia de ADN transgénico en campos mexicanos. Como los OGMs estaban prohibidos en México desde 1998, la presencia de un cultivo transgénico dispararía una nueva faceta en la controversia sobre los OGMs: la contaminación de plantas nativas o, en términos técnicos, la transferencia genética horizontal. Quist y Chapela obtuvieron muestras de campos mexicanos y amplificaron ciertas secuencias de ADN (del promotor CaMV, utilizado en casi todas las construcciones transgénicas) mediante dos técnicas de amplificación de ADN: PCR y reacción de polimerasa en cadena inversa (i-PCR). Reportaron la “presencia de introgresión de construcciones de ADN transgénico en variedades de maíz nativo crecidas en montañas remotas de Oaxaca, México” (Quist y Chapela, 2001). Curiosamente, citaron el artículo de Losey como una referencia de “efectos directos sobre especies no-blanco”. Las objeciones llegaron de inmediato. En abril de 2002, Nature publicó dos críticas al artículo. En la primera, Metz y Fütterer (2002a) argumentan que la evidencia sobre la introgresión era, en realidad, el resultado de una interpretación errónea sobre un ensayo defectuoso. En particular, sostuvieron que la técnica empleada era muy sensible y abierta a artefactos, y que algunas de las secuencias habían sido incorrectamente amplificadas. La técnica en cuestión es la Reacción en Cadena inversa de la Polimerasa (i-PCR). Es una variante de la PCR, que se utiliza para amplificar (es decir, para obtener más cantidad de) secuencias conocidas de ADN. En la i-PCR, basta con conocer un pequeño fragmento de la secuencia genética para poder amplificarla. Se utiliza así para saber en qué parte del ADN se insertó el fragmento de interés. La segunda crítica (Kaplinsky et al., 2002) también se centró en el ensayo de iPCR, en particular en algunas de las secuencias que se suponía eran transgénicas. En esa crítica argumentaron que se trataba, en realidad, de elementos que estaban presentes en la secuencia genómica del maíz y, por ende, no eran transgenes. Quist y Chapela publicaron su respuesta en el mismo número de la revista (Quist y Chapela, 2002). Reconocieron que algunas secuencias habían sido incorrectamente 297

identificadas, pero sostuvieron que el resto, que no habían sido señaladas por sus críticos, eran correctas. También realizaron un nuevo ensayo, sin emplear técnicas de PCR, sino utilizando hibridización con ADN. En esta técnica, se emplea un fragmento de ADN para detectar la presencia de la secuencia genética de interés. Según los autores, los resultados de estos experimentos continuaban apoyando su primera afirmación. En un hecho aún más interesante, el mismo número de Nature que publicó las críticas y la respuesta, también incluyó una nota editorial en la que el editor se lamentó de haber publicado el artículo original, anunciando que “la evidencia disponible no es suficiente para justificar la publicación del paper original” (Campbell, 2002). Sin embargo, eso no cerró la controversia, sino que más bien incorporó nuevos elementos. En junio de 2002, apareció una carta en Nature criticando la intromisión editorial en la controversia, firmada por varios científicos, la mayoría de la Universidad de California (Suarez et al., 2002). El propio Chapela escribió una nota en el periódico The Guardian lamentando que el editor de Nature, Philip Campbell, haya elegido alinearse con una crítica (Chapela, 2002). También se publicó otra carta en Nature, que se ocupó de los investigadores que hicieron las críticas al trabajo de Quist y Chapela. Esta carta sostuvo que la mayoría de esos científicos estaban vinculados a Syngenta, una gran compañía biotecnológica, y que por ende tenían intereses financieros en el asunto (Worthy et al., 2002). Por supuesto, los críticos criticados también respondieron, diciendo que “las conexiones con la industria son irrelevantes para la cuestión científica” (Metz y Fütterer, 2002b), y que Chapela y Quist también tenían intereses, dado que Chapela pertenecía a una organización que se oponía a los organismos genéticamente modificados (Kaplinsky, 2002). La controversia tendría aún un episodio más, cuando un instituto mexicano, el INE (Instituto Nacional de Ecología) confirmó la presencia de ADN transgénico en maíz nativo. El presidente del INE anunció públicamente que los evaluadores de Nature habían rechazado su artículo, lo que, en su opinión, se debía a motivos ideológicos (Enciso, 2002; Enciso y Morales, 2002).

6.4.

Algunos puntos en común

Vale la pena recordar que las controversias que he presentado son pilares en la construcción de la controversia general sobre los OGMs, por las siguientes razones: cada una apuntó a un aspecto particular de los OGMs que constituye un riesgo específico dentro del discurso público; sus objetos de estudio fueron muy emblemáticos; 298

los científicos que se pronunciaron afirmando la existencia de riesgos tenían una reconocida trayectoria institucional; han publicado sus investigaciones en revistas científicas de prestigio. En primer lugar, aludieron a diferentes facetas de los riesgos de las plantas transgénicas: los efectos potencialmente insalubres de los alimentos derivados de plantas genéticamente modificados (Pusztai), los efectos tóxicos inesperados de los transgénicos contra especies no-blanco (Losey, y también Mae-Wan Ho), y la contaminación genética (más específicamente, la transferencia horizontal de genes) de plantas transgénicas (Quist y Chapela). En segundo lugar, el objeto de estudio de cada investigación fue particularmente emblemático, sobre todo en el caso de Losey y en Quist y Chapela. La mariposa Monarca (objeto de estudio de Losey), con sus colores y belleza únicos, es considerada un “símbolo de la naturaleza”, y eso constituiría una de las razones por las que dicho artículo tuvo un impacto tan grande en Europa (Gallais y Ricroch, 2006: 166). Por otro lado, el maíz mexicano (objeto de investigación de Quist y Chapela) es un “símbolo de la diversidad”, pues es la cuna del maíz (allí se originó el maíz moderno hace unos 6000 años) y la mayor fuente de variedades de maíz.267 Además, todas estas controversias estuvieron iniciadas por científicos con posiciones legitimadas en su campo, con considerables trayectorias. Pusztai habló en calidad de una de las voces más reconocidas en investigación sobre nutrición, con un gran historial de publicaciones científicas en su haber, y como el referente del Instituto Rowett en el proyecto gubernamental sobre los efectos de los transgénicos. Losey había ganado un subsidio del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para realizar su investigación en la Universidad de Cornell, y los resultados los publicó en Nature, una de las revistas científicas más leídas y renombradas del mundo. Quist y Chapela, investigadores de la Universidad de Berkeley, también publicaron sus resultados en Nature. La única que no parece encajar en esta descripción es Mae-Wan Ho. Ciertamente, al iniciar su controversia era una científica, había publicado artículos en revistas con 267

Los 6.000 años de mejoramiento convencional del maíz fueron usados como un elemento para negar cualquier riesgo en la introducción de OGMs en México –dado que el maíz siempre ha estado bajo una fuerte presión de selección artificial– por dos científicos mexicanos que publicaron una carta en Science (Martínez-Soriano y Leal-Klevezas, 2000). Estos científicos argumentaron que la reciente solicitud de unas compañías biotecnológicas para plantar maíz transgénico en México debía, en consecuencia, tratarse sin preocupación. Otros científicos respondieron publicando también cartas en Science (Nigh et al., 2000). Esto refleja el incipiente debate sobre el maíz mexicano al que se habían incorporado Quist y Chapela. 299

referato, pero no publicó su artículo controversial en una de las revistas de mayor renombre, ni siquiera era un producto de su propia investigación, ni tampoco tenía un sólido soporte institucional, como ocurrió en las otras controversias. Su presencia en este capítulo, no obstante, se justifica sobre todo en base a lo que hizo después de la controversia, donde tuvo un rol fundamental en la movilización de las otras controversias.

6.5.

Después de la clausura

Pasadas estas controversias, no aparecieron nuevas publicaciones en las revistas científicas de mayor prestigio que dieran cuenta de riesgos en los OGMs. Lo que pone en evidencia la clausura de las controversias, al menos dentro del mainstream de la comunidad científica, que consideraba así que había una ausencia de riesgos.268 Pero las perspectivas sobre los riesgos de los OGMs se expandieron más allá de su clausura. En 1999, el mismo año en que apareció su controversial publicación, Mae-Wan Ho fundó el Instituto para la Ciencia en la Sociedad (“Institute of Science in Society”, ISIS).269 Se trata de una organización sin fines de lucro dedicada “a promover la comprensión pública crítica de la ciencia y a comprometer tanto a los científicos como al público en un debate y discusión abierta”, especialmente en el debate sobre OGMs. ISIS produce informes para la Red del Tercer Mundo270, brinda charlas y participa en la elaboración de programas de ingeniería genética y bioseguridad en países en vías de desarrollo, publica artículos científicos en revistas con referato, posee su propia revista –“Science in Society”– y también publica libros. ISIS se financia con donaciones, con la venta de sus publicaciones y a través de subsidios. Algunos de los principales acontecimientos en los que se involucró ISIS son la “Open Letter from World Scientists to All Governments” (una carta firmada por cientos de científicos que pedían, en 1999, la suspensión de todas las liberaciones al ambiente de los cultivos y productos

268

David Quist coincide con Pusztai en considerar las dificultades de continuar escribiendo sobre los riesgos de los OGMs en las revistas científicas más importantes, pero también reconoce que las revistas pueden sentir una atracción por tales artículos: “Por un lado, las revistas científicas quieren publicar resultados que esperan conciten la atención de las noticias y de los medios. Por otro lado, muchos editores pueden temer que la publicación de algunas investigaciones ofenda a los esponsors corporativos, muchos de los cuales son compañías biotecnológicas” (Comunicación personal con Quist, 2007). 269

Más información sobre ISIS está disponible en

270

La Red del Tercer Mundo (Third World Network) es una red de organizaciones dedicada a “conducir investigaciones en cuestiones económicas, sociales y ambientales relacionadas al sur”. Ver 300

genéticamente modificados) y la creación, en 2003, del Independent Science Panel.271 Se trata de un panel de científicos de diversas disciplinas “que están preocupados acerca de las dañinas consecuencias de las modificaciones genéticas de plantas y animales” (la mayoría de estos científicos firmó la anterior carta). El año en que se creó, el Independent Science Panel publicó un libro –encabezado por Mae-Wan Ho y con contribuciones del resto del panel– titulado “En defensa de un mundo sustentable sin transgénicos” (The Case for a GM-Free Sustainable World). Regresaré a su influencia luego de revisar las trayectorias de los autores de las otras controversias. Después de publicar su investigación sobre el ADN transgénico en el maíz mexicano, el Dr. Quist siguió trabajando en la Universidad de California, hasta que en 2005 se trasladó al Instituto Noruego de Ecología del Gen (“Norwegian Institute of Gene Ecology”). Centró sus investigaciones en la transferencia genética horizontal y vertical de ADN genéticamente modificado, y en la seguridad de los organismos transgénicos. Ha publicado algunos trabajos sobre su investigación (uno como reporte del ISIS), se convirtió en miembro del Independent Science Panel en 2004, y del International Society for Biosafety Research en 2005. Participó en numerosas conferencias y talleres en calidad de experto en temas de OGMs. En cuanto a la trayectoria del Dr. Pusztai, estaba en edad de jubilarse (alrededor de 70 años) cuando fue echado del Instituto Rowett, luego de iniciada la controversia. En los años siguientes, publicó algunos artículos relacionados con su tradicional interés en las lectinas (donde apareció como parte de un conjunto amplio de autores), pero su nuevo tema pasó a ser la seguridad de los OGMs. Publicó algunos artículos al respecto, y también capítulos de libros272, la mayoría financiados por él mismo. No tenía un laboratorio propio, pero el Instituto de Noruega donde David Quist comenzó a trabajar le prestó las instalaciones y consiguió que le cubrieran sus vuelos y gastos, de modo que pudo realizar algunos experimentos (Comunicación personal con Pusztai, 2007b). También se convirtió en miembro del Independent Science Panel. Como ya he mencionado, el Dr. Losey formó parte de un grupo de científicos que luego realizaron otras investigaciones sobre la situación de la mariposa Monarca, y publicó algunos artículos en los que pasó a negar que el maíz transgénico implicara 271

Más información sobre el Independent Science Panel está disponible en

272

Ver, por ejemplo, Pusztai y Bardocz (2005), donde revisa los efectos de los OGMs sobre la salud, retomando sus antiguos argumentos y sosteniendo que muy pocos papers se habían publicado en revistas internacionales con referato acerca de los efectos potenciales de los alimentos genéticamente modificados sobre la salud y el metabolismo. 301

riesgos. Continuó trabajando en la Universidad de Cornell, recibió más subsidios del Departamento de Agricultura de los Estados Unidos para estudiar los impactos del maíz Bt sobre la mariposa Monarca, y publicó artículos al respecto, sosteniendo que “no hay diferencias significativas en los efectos de las plantas de maíz Bt o del polen del maíz comparado con plantas o polen sin transformar” (Tschenn et al., 2001). Aunque Losey no se convirtió en miembro del Independent Science Panel, su controversial publicación en Nature se diseminó como un argumento que emplearon los opositores a los transgénicos. Su artículo también fue citado como referencia de los riesgos de los transgénicos por otros estudios (como el de Quist y Chapela, 2001), y por la “Open Letter from World Scientists to All Governments”. También participó en conferencias donde habló sobre los riesgos de los OGMs; en particular, en “The Pulse of Scientific Freedom In the Age of the Biotech Industry”, dio una conferencia junto con Chapela, Quist y Pusztai.273 Los científicos que habían participado de estas controversias se relacionaron activamente entre sí, a través del Independent Science Panel. Sus argumentos sobre los riesgos de los OGMs, los mismos argumentos que manifestaron en sus controversiales artículos, fueron mantenidos a través de las acciones que llevaron a cabo dentro de esta nueva organización. El libro “The Case for a GM-Free Sustainable World” compila diversas críticas a los OGMs. Fue escrito por Mae-Wan Ho y otro colega de ISIS, y fue firmado por el resto del Independent Science Panel, incluyendo a Pusztai y Quist. La traducción española fue financiada por GRAIN, una organización no-gubernamental (ONG) ambientalista con sede en España. La traducción portuguesa estuvo a cargo de la editorial del Movimiento Sin Tierra de Brasil, una masiva organización de campesinos.274 En este libro se muestran diferentes argumentos contra los OGMs, exponiendo la investigación de Pusztai, la de Quist y Chapela y la de Mae-Wan Ho, entre otras.

273

Más información sobre esta conferencia puede encontrarse en Delborne (2008: 524-526) y también en 274

La importancia que el Independent Science Panel le dio a Brasil puede encontrarse en dos cartas que Mae-Wan Ho, en nombre del Independent Science Panel, le escribió al Presidente de Brasil en 2003 (5 de junio y 29 de septiembre), alentándolo a no permitir los cultivos transgénicos. Sobre el rol del Movimiento Sin Tierra en la controversia sobre los transgénicos en Brasil, ver el Capítulo 7. 302

De esta forma, los argumentos de estos científicos se entrelazaron con organizaciones ambientalistas (como GRAIN) o de campesinos (como el MST), que tienen amplia participación en el debate sobre los OGMs en la arena pública.

6.6. Legitimidad e intereses en la construcción del problema público ¿Eran aquéllos que llevaron sus argumentos fuera de la comunidad científica aún considerados científicos? Tenían una carrera académica de cierto prestigio, con una considerable cantidad de publicaciones en revistas con referato y libros, que no terminó cuando llevaron sus argumentos “afuera”. La mayoría de ellos siguió teniendo acceso a laboratorios y financiamiento; e indudablemente tuvieron una red de colegas con la que compartían sus ideas. Pero aquí conviene distinguir entre el modo en que eran considerados por sus pares y por otros actores sociales. Mantuvieron una red de científicos con los que coincidían, como demuestra la participación de decenas de ellos en el Independent Science Panel. Por otro lado, fueron objeto de severas críticas por parte de otros pares, como se evidenció durante las controversias científicas y, de hecho, no continuaron apareciendo publicaciones con esos argumentos en las revistas científicas más prestigiosas. Pero es en la relación con otros actores donde se construyó su fuente de legitimación una vez finalizadas las controversias científicas. Para estos otros actores (GRAIN, MST), fueron considerados los verdaderos portadores de la ciencia. En todo caso, el público que legitimaba de este modo a estos investigadores estuvo constituido por actores sociales con los que se involucraron por fuera del mainstream de la comunidad científica. Allí es donde las ideas derrotadas renacieron con la fortaleza de ser consideradas “hechos”. Si hubiera detenido mi análisis justo después de la primera fase de las controversias, hubiera podido mostrar que dentro de un grupo reducido de científicos se dirimió el cierre de las controversias. Si, en cambio, hubiera estudiado sólo la segunda fase de estas controversias (su vinculación con otros actores), hubiera podido mostrar que un grupo amplio y diverso de actores se involucró en una controversia generalizada, movilizando diferentes recursos para alcanzar un consenso, lo que parece haber ocurrido, sólo que este consenso es el opuesto al otro consenso; pues si en el primero la comunidad científica parece haber cerrado sus filas en torno a la ausencia de riesgos en los OGMs, en el segundo los actores sociales que participan del problema público de los OGMs parecen estar convencidos de sus riesgos. 303

Al describir el cuadro completo, desde las controversias científicas hasta el problema público, diversos aspectos sacuden el marco teórico sobre el estudio de las controversias científicas. Los científicos que “perdieron” en las controversias no se encontraron luego sin legitimidad, y no continuaron apegados a sus ideas en un campo marginal o invisibilizado. Al contrario, ganaron visibilidad desde diversas publicaciones: a través de revistas científicas, pero también de libros y de un amplio abanico de medios en los que lograron diseminar sus ideas a través de redes de actores sociales que los señalaron como los portadores de la desinteresada verdad científica, construyendo así toda una nueva estructura de legitimidad. Estos científicos siguieron diferentes trayectorias luego de ser rechazados por el mainstream de la sociedad científica: algunos continuaron en instituciones científicas tradicionales, mientras que otros no, siendo que incluso algunos han creado sus propias instituciones. En esta nueva red de alianzas, estos científicos se convirtieron en portadores de la “verdadera ciencia”, y sus argumentos fueron legitimados como hechos científicos. Es importante destacar que la clausura de la controversia en la primera fase no significa que la ciencia normal se habría desarrollado como si no hubiera riesgos en los OGMs, mientras que aquéllos involucrados en la segunda fase habrían permanecido en una posición estrictamente retórica. Nada de eso. Al contrario, la segunda fase, cuando los argumentos de los científicos entran en la arena pública, tiene el potencial de intervenir en el modo en que la ciencia normal se desarrolla. En Brasil, el alto nivel de movilización contra los OGMs signó una incorporación tardía de los cultivos transgénicos en la agricultura del país, junto a un sistema de regulación estatal de la bioseguridad considerablemente abierto y transparente; todo ello al revés de lo que ocurrió en la Argentina, como muestro en el Capítulo 5, donde la ausencia de preocupaciones y debates públicos sobre el tema contribuyeron a una rápida y masiva adopción de los cultivos transgénicos, junto a un sistema regulatorio que no considera necesario mostrar sus mecanismos al público en general.

6.7.

En la construcción del problema público de los transgénicos

Después de la clausura de las controversias científicas señalada en la primera fase, un nuevo escenario emergió, a donde se trasladaron algunos de los científicos con sus argumentos. Estos escenarios son arenas abiertas donde diversos actores pueden tomar parte, no sólo científicos (una especie de core-set tal como fue redefinido por Michael y Birke), luchando por un consenso sobre asuntos donde la ciencia está profundamente 304

implicada. Cada escenario tiene su propia fuente de legitimidad, y esto es de crucial importancia para poder comprender que los científicos de la segunda fase de las controversias sobre la biotecnología no estaban viviendo en la oscuridad añorando la anterior legitimidad, pues de hecho encontraron otra poderosa fuente de legitimidad. En la primera fase, la fuente consistía en la aceptación dentro del mainstream de la comunidad científica. En la segunda fase, la fuente de legitimidad yacía en el reconocimiento de los diversos actores sociales involucrados en los aspectos controversiales. Este reconocimiento no es meramente simbólico, ya que puede ser capitalizado en una enorme red de distribución para sus publicaciones, en espacios para brindar conferencias, e incluso en financiamiento (por parte de fuentes no convencionales interesadas en la perspectiva de los científicos rechazados; y también, en algunos casos, por parte de fuentes más convencionales, ya que los científicos con reconocimiento social pueden entrar sin grandes desventajas en “la pluralidad del sistema de financiamiento”).275 Más allá de las posibilidades que se les ofrecen a los científicos una vez clausurada la controversia científica, ¿cuál es el papel de los argumentos científicos? Alexis Roy considera que detrás de las dos posturas sobre los transgénicos, hay un “debate epistemológico” entre dos culturas científicas, representadas por ingenieros genéticos y biólogos moleculares (Roy, 2000: 86-97). Esta hipótesis es refutada por Jean-Paul Oury, quien muestra que los científicos pueden oponerse o defender a los transgénicos sin importar su disciplina, pues hay detractores y defensores en la biología molecular, en la ingeniería genética, así como los hay botánicos, médicos, etc. Oury considera que la razón de la diferencia entre los científicos se debe a ciertos “principios teóricos implícitos”; en otras palabras, a que los científicos tienen distintas “filosofías

275

El Institute of Science in Society, dirigido por Mae-Wan Ho, asegura haber recibido subsidios de la Goldsmith Foundation (que de hecho financia asociaciones sin fines de lucro y grupos activistas que se ocupan de cuestiones alimenticias). También ha sido esponsoreado por varias organizaciones relacionadas al desarrollo sustentable y a la agricultura orgánica, como puede verse en el reporte 2006 de ISIS sobre energía. Además, recibe financiamiento a través de sus cuotas de membresía, venta de merchandising y de publicaciones. Todos estos recursos pueden entenderse como financiamiento no-convencional, así como Simon describe que un grupo inversor privado apoyó la investigación en fusión fría luego de la clausura de esa controversia (Simon, 1999: 78). Otros, como David Quist y John Losey, continuaron recibiendo financiamiento a través de las fuentes científicas habituales, como miembros de instituciones académicas. Esto último refleja la pluralidad del sistema de financiamiento, en el sentido que le asigna Collins al reconocer, por ejemplo, que “el sistema de financiamiento para la investigación de los Estados Unidos provee muchas fuentes de recursos para trabajos no convencionales para quienes saben explotarlos” (Collins, 2000: 832). 305

implícitas” que los condicionan en su posición frente a los transgénicos (Oury, 2006: 60-63). Es interesante notar que estas explicaciones culturales a las posiciones de los científicos son un recurso frecuentemente empleado en el estudio sobre los debates científicos. Simon, por ejemplo, considera que la investigación científica en fusión fría continuó sobre todo en países donde había valores culturales que eran receptivos hacia ese tipo de investigación. Sostiene que su explicación se basa, así, en un “argumento relativista cultural” (Simon, 1999: 73). En el debate sobre los OGMs, la perspectiva cultural es un argumento utilizado con frecuencia por los opositores a los transgénicos: sostienen que de un lado habría una visión reduccionista de la naturaleza (que se centraría sólo en la construcción genética) y del otro lado habría una concepción de la naturaleza que incorpora toda la complejidad del entorno.276 Yo encuentro bastante cuestionable que emplear las mismas categorías –y del mismo modo– que utilizan nuestros sujetos en estudio pueda permitirnos comprender lo que está ocurriendo allí. No pretendo evitar el análisis de los valores culturales de los científicos; es obvio que tal dimensión existe, pero hay mucho más en la construcción del conocimiento científico y de los problemas sociales que eso. Y si sólo nos movemos dentro de los “argumentos relativistas culturales”, estamos de hecho fabricando una imagen de la ciencia verdaderamente hagiográfica, no importa cuán “construida socialmente” insistamos que es. Los estudios sobre ciencia y tecnología se han tornado muy precisos a la hora de describir el modo en que los científicos y los artefactos se comportan, pero cuando se trata de llevar el análisis a las causas detrás de esas prácticas, apenas un tímido abordaje parece asomar, como si los científicos fueran entidades sin raíces sociales que sin embargo se involucran en conflictos sociales. Creo que el estudio de las relaciones entre la ciencia y los problemas públicos habilita a un análisis amplio sobre las causas de las acciones de los científicos. Hay una frase de Collins y Evans que 276

Esta interpretación del debate en términos de “ciencia reduccionista” versus “ciencia holística” es muy común en lso textos de Mae-Wan Ho (2000b). Al respecto, pueden verse también los trabajos de GillesÉric Séralini, un biólogo molecular y miembro de varias comisiones gubernamentales sobre los OGMs en Francia, y quien se posiciona en contra de la comercialización de transgénicos en Europa. Séralini sugiere que hay dos perspectivas teóricas detrás de las posiciones sobre los OGMs: una visión reduccionista y una visión que integra la complejidad (Séralini, 2004: 143-64). En cambio, David Quist trasciende esta representación dicotómica al mostrar una especie de imagen constructivista de la ciencia, que resulta muy interesante viniendo de un científico: “Debería ser claro para todos que la ciencia no es tan objetiva como deseamos que sea. La ciencia es un ejercicio inherentemente social, practicada por personas. Y las personas tienen diferentes valores, motivaciones, entrenamientos y experiencias personales; todo ello influye en sus puntos de vista, valoraciones diferentes de la evidencia, etc. Es por eso que vemos un largo espectro de opiniones sobre la biotecnología” (Comunicación personal con Quist, 2007). 306

encuentro investida de certera belleza: “Los sociólogos se han vuelto tan exitosos en disolver las dicotomías y las clases que ya no se interesan por construirlas” (Collins y Evans, 2002: 239). Ciertamente, la mera descripción de las singularidades no permite la comprensión de las dinámicas de los problemas sociales, que al contrario precisan de un esfuerzo interpretativo. Creo que categorías tales como la de intereses (no sólo cognitivos, sino también sociales277) y un amplio análisis de las interacciones entre actores, instituciones y recursos entre la ciencia y la sociedad son algunas de las herramientas que precisan recuperarse para poder brindar respuestas a la pregunta de cómo se involucra la ciencia en los problemas sociales (Barnes, 1981; MacKenzie, 1981). Es así que en cada escenario puede haber distintos intereses en juego, ya que distintos actores se involucran. El MST lucha por preservar su condición de campesinos, manteniendo su agricultura familiar. Los científicos que argumentan en contra de la biotecnología, mostrando riesgos de los transgénicos, al mismo tiempo apoyan una “agricultura sustentable”, fortaleciendo así la posición del MST, abriendo una nueva dimensión de legitimidad a su reclamo en torno a la tierra y la producción agropecuaria. Otros actores en estas controversias también tienen sus intereses. A medida que la controversia sobre el maíz transgénico se fue desplegando, se observó un maravilloso desplazamiento de recursos retóricos, que fue de un problema de alineamiento de las secuencias del ADN a un conflicto de intereses entre ONGs ambientalistas o compañías biotecnológicas. Las empresas de biotecnología tienen sus obvios intereses en que la verdad científica sostenga la ausencia de riesgos, pues se dedican a la comercialización de semillas transgénicas, y lógicamente aspiran a que se abran mercados para sus productos. Respecto a los intereses de los científicos… así tengan vínculos con ONGs, compañías biotecnológicas, o no tengan estos vínculos, siempre tendrán el interés en consolidar sus hechos científicos, ya que en eso radica su legitimidad, lo que a su vez les brindará recursos materiales para continuar desarrollando sus carreras. Estas controversias muestran que los hechos científicos tienen diversos modos de consolidarse, no sólo dentro del mainstream de la comunidad científica. Para el Movimiento Sin Tierra (MST), tener a estos científicos de su lado, le brindó la fuerza de la verdad científica como aliado; así lo ilustra una carta de la 277

Para la distinción y aplicación analítica de los intereses cognitivos y sociales, ver MacKenzie (1978). 307

Secretaría Nacional del MST: “Los científicos están divididos básicamente en tres grupos: una parte apoya a las empresas transnacionales, otra apoya sólo la investigación de modificación genética y los demás ya están convencidos de que las mutaciones genéticas traen perjuicios para la biodiversidad” (MST, 2004). El argumento de que si un científico tiene vínculos con empresas biotecnológicas entonces su investigación no es independiente, o incluso si afirma la inocuidad de los transgénicos es porque tiene vínculos con empresas, es recurrentemente utilizado en las controversias. De hecho, en el caso del maíz mexicano fue uno de los elementos que se movilizó en el debate: quienes cuestionaban el estudio sobre la transferencia de genes del maíz transgénico, era porque tenían vínculos con empresas biotecnológicas. La ciencia independiente sería aquélla que no tiene vínculos con empresas y, eventualmente, la que no avala la inocuidad de los OGMs. Así, en Francia, un grupo de investigadores “anti-OGMs” crearon el grupo CRIIGEN (Comité de Recherche et d'Information Indépendantes sur le génie Génétique), que se define como “independiente de los productores de OGMs”. Gilles-Eric Séralini, presidente de CRIIGEN, realizó un estudio financiado por Greenpeace sobre la toxicidad del maíz transgénico en ratas; y llegó a la conclusión de que era tóxico (Séralini et al., 2007). La ciencia parece corrompida cuando los científicos hablan a favor de la biotecnología, porque serían los portavoces de la industria biotecnológica. Pero cuando los científicos hablan en contra de la biotecnología, es la pureza misma de la ciencia la que le acercaría la objetividad a la gente. En realidad, no hay por qué suponer que los intereses de los científicos serán menos mundanos por el sólo hecho de que asuman una posición u otra, porque tengan afinidades por las empresas o por ONGs. En todo caso, habrá que analizar las condiciones de vida de cada científico, para poder arrojar luz sobre la naturaleza de sus intereses, lo que se muestra en el capítulo siguiente. Los científicos pueden encontrar fuentes de legitimación fuera de la comunidad científica, porque a su vez ellos pueden otorgar legitimidad a otros actores, de modo que la legitimidad fluye en un intercambio. En un debate público, y más si tiene como eje a un desarrollo científico-tecnológico, contar con el aval de la comunidad científica (o, al menos, de parte de ella), constituye una fuente de legitimidad importante para los actores involucrados en dicho debate. Esto habilita la formación de redes amplias donde intervienen los científicos. Empleando una metáfora económica, podría decir que mientras la ciencia provea verdades como valor de uso, los científicos encontrarán 308

mercados para vender sus productos. Productos científicos opuestos podrán desarrollarse en mercados distintos. Dentro de las relaciones globales entre ciencia y sociedad, esos mercados competirán para expandir su influencia.

309

Capítulo 7 Controversias sobre los transgénicos La controversia sobre el uso de los cultivos transgénicos ha variado significativamente según el país que se trate. En 1998, las autoridades de la Unión Europea instauraron una moratoria de hecho sobre la producción y la importación de cultivos transgénicos, bajo el argumento de que se debía proteger la salud de los consumidores y cuidar el medio ambiente (Tambornini, 2003). En los Estados Unidos y en la Argentina los cultivos transgénicos se expandieron rápidamente, sin encontrar obstáculos a nivel legislativo y con una oposición social prácticamente inexistente, o cuando menos invisible a los ojos de la opinión pública. En Brasil la historia fue distinta; la oposición social a los cultivos transgénicos se hizo visible desde un primer momento, y la situación legal de los transgénicos tuvo idas y vueltas. España es el país de la Unión Europea que mayor superficie cultivada con transgénicos tiene, con menos de 100 mil hectáreas.278 Argentina y Brasil tienen, cada uno, más de 21 millones de hectáreas con transgénicos. La mayoría de los europeos consideran que los alimentos derivados de OGMs contienen riesgos para la sociedad, son moralmente inaceptables e inútiles, siendo Francia uno de los países que mayor rechazo presenta ante los cultivos transgénicos (Gaskell et al., 2006). Los transgénicos son motivo de rechazo en la arena pública en varios países. Si en el capítulo anterior analicé el modo en que los científicos se articulaban con redes sociales amplias a partir de las primeras controversias científicas, aquí analizo la estructura de los transgénicos como problema público. Tomo el caso de Brasil y el de Francia, por ser dos países donde los transgénicos han atravesado una intensa controversia pública, pero con características distintas. Ello me permitirá, finalmente, establecer algunas comparaciones con la situación en la Argentina, donde básicamente no ha habido una controversia al respecto.

7.1.

Los cultivos transgénicos en Brasil

La incorporación de la tecnología de los transgénicos en la producción agrícola en Brasil se vio implicada, desde sus comienzos, en conflictos suscitados por la resistencia 278

En 2005, España era uno de los pocos países europeos donde los que apoyaban a los OGMs superaban a sus detractores. En 2010, ya no había ningún país donde la mayoría se mostrara favorable a los alimentos derivados de OGMs (Gaskell et al., 2010). 310

de diversos sectores sociales, que se reflejaron también en la legislación en los distintos niveles del estado. La historia comienza en 1998. El 1º de enero de ese año, la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad (CTNBio) emitió un parecer técnico favorable a la transformación genética de la soja para la tolerancia al herbicida glifosato. El 15 de diciembre la CTNBio resolvió finalmente la liberación comercial de la soja transgénica. El Instituto Brasileño de Defensa del Consumidor, junto con la organización ecologista Greenpeace, presentaron una acción cautelar para suspender la autorización concedida por la CTNBio. En agosto de 1999, la Justicia Federal hizo lugar a este pedido, prohibiendo su comercialización hasta tanto se realicen mayores estudios de impacto ambiental y se establezcan normas y reglamentos para regular la utilización de los transgénicos. La liberación de los transgénicos quedaría entonces suspendida hasta el 2005, cuando finalmente se aprueba la Ley de Bioseguridad, pero entretanto los transgénicos habrían de seguir irrumpiendo en la escena pública y en la agenda política de Brasil. A comienzos del 2003, el gobierno de Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva (quien asumió la presidencia de Brasil el 1º de enero de ese año) reconoció que en los estados del sur de Brasil había una considerable cantidad de cultivos transgénicos ilegales, sobre todo en el estado de Rio Grande do Sul, donde había cerca de 4 millones de toneladas de soja transgénica (un 65% del cultivo total de soja de la región).279 Consideró que se trataba de una “herencia maldita” del gobierno anterior, y dispuso una medida provisoria para enfrentar la situación (Fernandes, 2005: 5-6). Dicha medida autorizaba la comercialización de la soja transgénica obtenida clandestinamente en la cosecha 20022003, estableciendo asimismo que debían rotularse las partidas que tuvieran al menos un 1% de soja transgénica y que no podrían emplearse los granos obtenidos para una nueva cosecha.280 El gobierno anunció que en breve tendría un proyecto de ley para regular definitivamente los cultivos transgénicos. Sin embargo, pocos meses después, en septiembre de 2003, dispuso una nueva medida provisoria permitiendo el cultivo de soja transgénica para la cosecha 2003-2004.281 El presidente de la República sostuvo que la 279

Según Vara, los productores del sur de Brasil habrían privilegiado los beneficios económicos de los cultivos transgénicos sobre los riesgos de ir contra el sistema legal. Esta independencia y tenacidad en su actitud es lo que habría finalmente inclinado la balanza a favor de la adopción de los transgénicos en Brasil (Vara, 2004: 122).

280

MP 113, publicada en el Diario Oficial de la Unión el 27 de marzo de 2003; fue convertida en ley Nº 10.688 del 2003. 281

MP 131, convertida en ley Nº 10.814. Esta medida establece que los agricultores podrán hacer uso de las semillas que obtuvieron en la cosecha 2003 si las cultivan antes del 31 de diciembre. 311

medida era necesaria por cuanto no habría las suficientes semillas convencionales para abastecer a los agricultores del sur del país, mientras que los grupos opositores a los transgénicos argumentaron que este tipo de medidas a través de las cuales el gobierno permite cultivos ilegales, estaba destinado a promover una situación donde los transgénicos estuvieran en la agricultura brasileña “de hecho”, y que una vez establecidos iba a ser difícil desplazarlos (MST et al., 2003: 13; Fernandes, 2005: 2829), es decir, argumentaron que se trataba de medidas que buscaban primero asegurar la permanencia de los cultivos transgénicos en la agricultura del país y recién luego desarrollar un marco regulatorio: “Primero las industrias de biotecnología encuentran una brecha para contaminar las semillas del principal producto agrícola del país. Hecho eso, ellas permiten, en un primer momento, que el mercado ilegal de semillas se expanda y, en un segundo momento, presionan junto con los productores para que los gobiernos reconozcan y legitimen el hecho consumado.” (MST, 2006a)

Esta medida generó entonces una de las mayores situaciones de rechazo a los transgénicos, no sólo por parte de movimientos sociales y ONGs (que para entonces estaban realizando en Brasilia un “Campamento Nacional contra los Transgénicos, por la Soberanía Nacional y por la Alimentación Saludable”) sino dentro de sectores del gobierno, en particular en el Ministerio de Medio Ambiente y en el Ministerio de Desarrollo Agrario, así como también en numerosos diputados y senadores, algunos de los cuales se alejaron del partido gobernante. El presidente finalmente acordó enviar al congreso un proyecto de ley de bioseguridad con el consentimiento de la ministra de Medio Ambiente, el cual le otorgaba a su ministerio competencias en el tema. Mientras tanto, en octubre de 2004 se estableció otra medida provisoria autorizando el cultivo de soja transgénica para la cosecha 2005, en términos similares a la medida provisoria del año anterior.282 La ley de bioseguridad fue aprobada finalmente el 24 de marzo de 2005.283 La versión final difería en algunos aspectos de la propuesta inicial: las decisiones sobre las

282

MP 223, convertida en ley Nº 11.092.

283

El contenido de la ley trata no sólo de los transgénicos, sino también de la investigación con células madre. Durante el debate sobre su aprobación en el Congreso, tanto quienes estaban a favor como quienes estaban en contra de la ley, recurrieron a diversas estrategias mediáticas para imponer su postura. Así, unos científicos que estaba a favor de la ley, llevaron al Congreso a un grupo de personas con enfermedades genéticas, quienes esperaban una cura gracias a la investigación con células madre (Massarini, 2007). 312

investigaciones y sobre la liberación comercial de los transgénicos pasaban a recaer sobre la CTNBio, y no sobre los Ministerios.284 Según dicha ley, la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad, dependiente del Ministerio de Ciencia y Tecnología, debe estar compuesta por 27 miembros, todos los cuales deben tener “reconocida competencia técnica, notoria actuación y saber científicos, con grado académico de doctor y con destacada actividad profesional en las áreas de bioseguridad, biotecnología, biología, salud humana y animal o medio ambiente”.285 Además, la ley de bioseguridad dio por aprobada la producción y comercialización de la soja transgénica con tolerancia al glifosato. A pesar de esta ley, los conflictos a nivel legislativo continuaron, en particular en el estado de Paraná. Allí el gobernador286 promulgó en 2003 una ley estatal prohibiendo el cultivo y comercialización de productos transgénicos287, ley que fue suspendida por la justicia federal.288 En 2005 promulgó una ley estatal para el rotulado de productos obtenidos a partir de cultivos transgénicos.289 Al año siguiente, la Administración de Puertos de Paranaguá y Antonina (APPA) consiguió que un tribunal federal prohíba el embarque de soja transgénica en los puertos de Paraná, pero esta última medida fue rápidamente revocada por la justicia.290

284

Se trata de la ley Nº 11.105, la cual establece un marco regulatorio para el uso de los organismos genéticamente modificados.

285

De acuerdo a la ley de bioseguridad, las decisiones de la CTNBio debían ser aprobadas por al menos dos tercios de sus integrantes (18 votos). Pero mediante la MP 327 (convertida en ley Nº 11.460 el 21 de marzo de 2007), el quórum de la CTNBio se redujo a la mayoría absoluta (es decir, se necesitan 14 votos favorables de sus integrantes). 286

El gobernador de Paraná, Roberto Requião (PMDB), afirma que Paraná es “un estado que rechaza los transgénicos” (ver Dia T pela Rotulagem dos Transgênicos vai mobilizar todo o Paraná nesta quartafeira, Agência Estadual de Notícias, 13/06/2006). 287

Ley estatal 14.162/03.

288

Acción Directa de Inconstitucionalidad 3.054 del Supremo Tribunal Federal.

289

Ley estatal 14.861/05. Mediante esta ley, los productos transgénicos deben llevar por rótulo un triángulo amarillo con la letra “T” en su interior, además de identificar el nombre del producto transgénico. En un acto público a propósito de la sanción de esta ley, el gobernador citó la frase que popularizó la militante española Dolores Ibarruri en la lucha contra los fascistas en España: “No pasarán”, pero aplicándola a la lucha del Estado de Paraná contra los transgénicos (ver Consumidor do Paraná será o primeiro do País a saber se produto vendido no comércio tem transgênicos, Agência Estadual de Notícias, 22/03/2006). 290

La máxima autoridad de APPA es Eduardo Requião, hermano del gobernador. Sobre la prohibición de embarques, ver: TRF suspende, pela segunda vez, liminar que permitia embarque de transgênicos por Paranaguá, Agência Estadual de Notícias, 30/03/2006. Sobre la decisión de la justicia, ver: TRF4 libera embarque de soja transgênica no Paraná, Portal da Justiça Federal da 4ª Região, 03/04/2006. 313

Los dos principales cultivos de Brasil son el maíz y la soja, cuya suma comprende el 60% del área cultivada en Brasil.291 Después de sancionada la ley de bioseguridad, además de aprobarse la producción y comercialización de soja transgénica, la CTNBio aprobó los cultivos de algodón transgénico y, en agosto de 2007, de maíz transgénico.292 Esto coincide con el perfil internacional de cultivos transgénicos, ya que a nivel mundial el cultivo transgénico más difundido es la soja (60%), seguido por el maíz (24%) y el algodón (11%) (Muñoz de Malajovich, 2006: 240). La participación de Brasil y Argentina en el mercado internacional de la soja ha ido en aumento desde comienzos de la década de 1990, acompañado de un consecuente descenso de la participación de los Estados Unidos (Schnepf et al., 2001). Tanto en la Argentina como en los Estados Unidos, más del 85% de sus cultivos de soja son transgénicos. La adopción de la soja transgénica en Argentina estuvo acompañada por la incorporación de un paquete tecnológico compuesto por el glifosato (herbicida de amplio espectro) y la siembra directa (técnica que con la maquinaria agrícola adecuada conlleva a una mínima labranza del suelo, lo que implica, a su vez, un significativo ahorro de tiempo).293 Este paquete tecnológico asociado a la soja transgénica llevó a una rápida disminución en los costos de producción de la soja, lo que implicó un significativo aumento en los beneficios económicos de los productores que lo incorporaron (Trigo y Cap, 2003).294 Si bien esto supone un claro aumento en los beneficios económicos de quienes adoptaron los transgénicos, hay factores que amortiguan su impacto. En el caso de los Estados Unidos, la debilidad en la competitividad se debe a los elevados costos fijos que implican los cultivos, en particular por el precio de la tierra. Por el contrario, el precio 291

En los últimos años, de los 58 millones de hectáreas cultivadas que posee Brasil, 22 millones las concentra la soja. En 2009, habría destinado 16.2 millones de hectáreas para la soja RR y 5 millones para el maíz Bt (James, 2009). 292

También se aprobó la liberación comercial de otros cultivos, como el maíz resistente a insectos, el algodón resistente a insectos (junto con la soja tolerante a herbicida, estos tres son propiedad de Monsanto) y el maíz resistente al glifosato (propiedad de Bayer). 293

El cultivo transgénico comercialmente más difundido en el mundo es la soja con resistencia al glifosato. Al agregar en la zona de cultivo el glifosato, este herbicida elimina todas las malezas (y evita así el empleo simultáneo de una batería de herbicidas destinados a diversas especies de malezas), como consecuencia de lo cual crece únicamente la soja transgénica.

294

Según Trigo y Cap (2003), la reducción en los costos de producción de la soja resistente al glifosato en Argentina es de 20 dólares/ha. Además, los productores se habrían quedado con más del 80% de los beneficios, mientras que el resto quedaría en manos de los vendedores de semillas y glifosato (Trigo y Cap, 2003: 88-90; Vara, 2004: 106). 314

de la tierra en Brasil es cinco veces menor que en Estados Unidos, lo que a fin de cuentas le permite desenvolverse en el mercado de granos, sumado a una depreciación monetaria, con una significativa competitividad, aún sin contar con la tecnología de los transgénicos (Wilkinson, 2004).

7.1.1. El rechazo a los transgénicos Detrás de los conflictos con los transgénicos a nivel superestructural, con los marcos regulatorios, aprobaciones legales y judiciales, hubo permanentemente un rechazo a la utilización de transgénicos que se manifestó en diversos movimientos sociales. Éstos se articularon en la “Campaña por un Brasil Libre de Transgénicos”, que llegó a reunir 85 organizaciones sociales de diversa naturaleza. El objetivo de esta red es “diseminar informaciones sobre los impactos y riesgos de los transgénicos y, al mismo tiempo, apoyar la construcción de un modelo más sustentable de agricultura basado en la agroecología”. Confluyen aquí movimientos campesinos, sindicatos, organizaciones religiosas, de derechos humanos, ecologistas, y otras de perfil más técnico, como organizaciones de ingenieros agrónomos o de profesores universitarios. Los principales referentes, los actores que participaron activamente a lo largo de todo el conflicto, son el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST), la ONG Asesoría y Servicios a Proyectos en Agricultura Alternativa (AS-PTA), la ONG de derechos humanos Terra de Direitos, la ONG ecologista Greenpeace y la organización ecuménica Comisión Pastoral de la Tierra (CPT). Se trata de organizaciones muy heterogéneas, pero todas ellas participaron del rechazo a los transgénicos y en más de una ocasión en forma conjunta; en particular confluyeron en la “Campaña por un Brasil Libre de Transgénicos”. Asimismo, el discurso de cada actor frente a los transgénicos difícilmente puede tomarse como un bloque homogéneo, sino que por el contrario, en él afloran distintos tipos de argumentos. Clasificaré los argumentos que emplean estas organizaciones en su toma de posición pública en cuatro categorías distintas: argumentos sobre la incertidumbre, sobre los riesgos “comprobados”, sobre el control económico y sobre el control técnico de los transgénicos. Por un lado, afirman que el uso de los cultivos transgénicos puede generar efectos inesperados para el medio ambiente o para la salud, efectos que además pueden volverse incontrolables e irreversibles. En estos argumentos suele estar presente un

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pedido de moratoria (a veces indefinido), relacionado con el Principio de Precaución. Estos son argumentos sobre la incertidumbre de los transgénicos: “No hay ninguna seguridad, aún, sobre los efectos de los productos transgénicos en la salud de las personas que los consumen (...) sobre los efectos en el medio ambiente, ya que esos nuevos seres vivos no existían antes en la naturaleza y son el resultado de experimentos de laboratorio (...) sobre los efectos en la salud de los agricultores que conviven con esas semillas y esos productos.” (MST, 2003a)

Por otro lado, también hablan de problemas concretos que se derivarían de la utilización de los transgénicos. Así, se considera por ejemplo que la liberación de transgénicos puede terminar provocando alergias, resistencia a antibióticos o contaminación genética. El hecho de que se trate de aspectos específicos no implica que la comunidad científica los reconozca como problemas reales, pero sí indica que las organizaciones buscan argumentos puntuales desde donde cuestionan esta tecnología. Así, este tipo de argumentos se refiere a los riesgos “comprobados” de los transgénicos: “La cantidad de residuo agrotóxico en el maíz transgénico es, comprobadamente, mucho mayor que la del grano convencional. Hay documentos que apuntan al riesgo de aparición de hierbas dañinas resistentes a los agrotóxicos, así como a la posibilidad de contaminación de cultivos convencionales por maíz transgénico.” (MST, 2006b)

¿Pero de dónde obtuvo este movimiento de campesinos sus argumentos científicos? Algunos científicos locales y profesores universitarios le brindaron al MST argumentos a través de artículos publicados en los periódicos y revistas del MST. Algunos de estos artículos hacen referencia a papers científicos, en particular al de Losey.295 Por otro lado, el MST tiene vínculos con ONGs internacionales que contribuyen brindando argumentos técnicos. Esas ONGs son el Independent Science Panel y el ETC Group (Entrevista a Tardin, 2006). El libro del Independent Science Panel sobre los OGMs fue publicado por el MST, con un prefacio escrito por el gobernador del Estado de Paraná, un estado del sureste de Brasil donde convergen tres aspectos interesantes: es uno de los núcleos donde surgió el MST, en 1984, y donde posee una escuela de agroecología para 295

En un documento publicado por el MST y otras organizaciones sociales, donde se presenta a los OGMs como una amenaza, se hace referencia al artículo de Losey (Ameaça dos transgénicos: Propostas da sociedade civil, 2003: 59-76). Algunos científicos brasileños también escribieron en esta publicación acerca de los riesgos de los OGMs, pero sin citar ningún artículo científico en particular (ibid., 2003: 5658). 316

formar a sus miembros; es uno de los estados que presenta mayor oposición a los OGMs en Brasil (como se muestra en el despliegue anual que allí se realiza en el Día Nacional de la Agroecología); y es un estado cuyo gobernador, Roberto Requião, le ha declarado la guerra a los OGMs.296 Mediante otro tipo de argumentos estas organizaciones sostienen que la tecnología de los transgénicos sirve a los intereses de las empresas multinacionales y al control de la producción agrícola. Este tipo de argumentos suele centrarse en el patentamiento de las semillas, y también en el paquete tecnológico que constituye el glifosato y la soja transgénica resistente al glifosato. Son argumentos que enfatizan el control económico que se derivaría del uso de los transgénicos: “Las investigaciones de semillas y productos transgénicos realizadas por las empresas sólo apuntan a aumentar sus tasas de lucro y no a mejorar el bienestar de la población (...) El dominio de la biotecnología y el uso de los transgénicos está llevando a un proceso de control oligopólico en todo el mundo de las semillas por parte de sólo ocho grandes grupos económicos (...) Los agricultores perderán completamente el control del uso de las semillas y quedarán totalmente dependientes de las empresas multinacionales.” (MST, 2003a)

Por último, otro grupo de argumentos se centra en el tipo de regulación de esta tecnología. Se menciona por ejemplo la necesidad de rotulación (o etiquetado) de los productos obtenidos a partir de plantas transgénicas. También se indica que los organismos gubernamentales responsables no controlan efectivamente la dispersión de los transgénicos, o las prácticas de monocultivo. Se cuestiona fundamentalmente la pertinencia y capacidad de quienes están encargados de la regulación (Entrevista a Reis, 2006). Con estos argumentos se alude al control técnico que involucra a los transgénicos: “La CTNBio también es cuestionada por la falta de transparencia con la que trabaja. Reuniones y audiencias son realizadas a puertas cerradas, sin que las conclusiones de los debates sean divulgadas a la sociedad.” (MST, 2006c)

Si bien estos argumentos son de distinta naturaleza –y por eso los clasifico en cuatro grupos distintos– todos ellos son utilizados por los actores sociales que se oponen a los 296

Ver 'Dia T pela Rotulagem dos Transgênicos vai mobilizar todo o Parana nesta quarta-feira', Agência Estadual de Noticias, 13 de junio de 2006. 317

transgénicos. En su conjunto, estos argumentos son empleados para sostener la noción de “riesgo tecnológico” que encarnan los transgénicos, es decir, para señalar que la tecnología de los transgénicos es una tecnología cuyos efectos escapan al control que se pretende ejercer sobre ella, volviéndose impredecible.297 Los argumentos convergen en sostener que los transgénicos son inherentemente riesgosos, y la ausencia de una certeza absoluta en el discurso científico es en sí misma una ventana para la elección de otras tecnologías (Mayer et al., 2004). El riesgo manifiesta así un carácter polisémico, en la medida que es empleado desde distintas atribuciones de sentido. Esta polisemia se desarrolla dentro de una controversia pública sobre los transgénicos, y esto la dota de un particular sentido. Los grupos que rechazan los transgénicos interpelan en consecuencia a distintos sectores de la sociedad, y buscan legitimarse no sólo en el conocimiento científico, sino en diversas creencias colectivas. Pero además de ser una sólida herramienta discursiva en la controversia, la polisemia de la noción de riesgo presenta otra ventaja retórica para quienes se oponen a los transgénicos: es lo suficientemente flexible como para que grupos sociales de naturaleza diversa puedan recurrir a ella y sostener reivindicaciones comunes. Si bien todos los grupos que rechazan los transgénicos emplean los cuatro tipos de argumentos que hacen al discurso del riesgo tecnológico, cada grupo termina por desarrollar o enfatizar un tipo de argumento en particular. Esto responde a los propios intereses y necesidades que caracterizan a cada actor social. De modo que dentro de esta polisemia, el particular equilibrio de argumentos que cada movimiento social emplea en su discurso sobre el riesgo puede analizarse como el resultado de los vínculos, interacciones e intereses que singularizan la realidad de cada grupo social. En este sentido, el Movimiento Sin Tierra, cuya principal reivindicación es la reforma agraria, se detiene con particular cuidado en los argumentos de control económico, enumerando reiteradamente los perjuicios que acarrean para los campesinos el uso de los transgénicos que contienen el gen Terminator298, el patentamiento de las semillas y los beneficios que en cambio se llevan las grandes empresas de biotecnología. La Comisión Pastoral de la Tierra, aunque preocupada también por estos temas, hace referencia a la incertidumbre de los efectos de los transgénicos. 297

Para un mayor detalle acerca de los modos en que es construida la noción de “riesgo tecnológico”, ver Pellegrini (2007).

298

Se trata de un gen que inhibe la reproducción de las plantas, lo que obligaría a los agricultores a comprar nuevas semillas. La tecnología del gen Terminator nunca se comercializó, debido al rechazo que generó. 318

Greenpeace, con un perfil particularmente heterogéneo en cuanto a sus argumentos, también hace hincapié en la incertidumbre que se derivaría del uso los transgénicos. La AS-PTA, en cambio, enfatiza los riesgos “comprobados” y los problemas de control técnico de los transgénicos (vinculados a la Comisión Técnica Nacional de Bioseguridad). No es casual que en este último caso estos dos tipos de argumentos se desarrollen por igual, y es que ambos se inscriben dentro del discurso técnico vinculado a esta tecnología, pero como dos facetas distintas; mientras los argumentos de control técnico son empleados para disputar la legitimidad técnica sobre el caso (la AS-PTA es una ONG integrada fundamentalmente por ingenieros agrónomos, y apunta así a que se le reconozca como interlocutor competente en los asuntos técnicos, desafiando a los científicos que integran la CTNBio), los argumentos sobre riesgo “comprobado” se involucran dentro del contenido del discurso técnico. El hecho de que la dinámica propia de cada grupo social lo acerque más a un tipo de argumento que a otro, pone en evidencia que la categoría de incertidumbre es más permeable al discurso religioso; los argumentos de control económico resultan particularmente pertinentes para desarrollar la perspectiva política de un actor social; la categoría de control técnico es propicia para disputar el espacio de legitimidad de las instituciones científico-técnicas; y así como los actores sociales deben recurrir a distinto tipo de argumentos para interpelar a distintos sectores de la sociedad involucrados en la controversia pública sobre los transgénicos, no deben descuidar los argumentos sobre riesgos “comprobados”, ya que éstos particularizan el carácter tecnológico del objeto de la controversia, y esto señala una barrera que los actores involucrados deben sortear: deben ser capaces de manejar, directa o indirectamente, los elementos específicos del problema, el lenguaje mismo del discurso científico. Es por eso que aquellos actores que de modo general no poseen un perfil técnico, como el MST, recurren a organizaciones que sí lo presentan, como el Independent Science Panel (que reúne a científicos de diversas disciplinas, como biólogos, bioquímicos, ecólogos, agrónomos y virólogos, y que fue creado por científicos que se habían involucrado en debates sobre los transgénicos, como desarrollé en el capítulo anterior), o el ETC Group (Grupo de acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), dos organizaciones cuyos argumentos toma el MST para sostener su posición.

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7.1.2. Un actor central: El Movimiento Sin Tierra Uno de los actores fundamentales en la controversia sobre los transgénicos en Brasil, es el Movimiento Sin Tierra. Hay tres aspectos que signan la génesis del MST: el contexto económico, el contexto político-social y el contexto ideológico (Harnecker, 2002; Stédile y Mançano Fernandes, 2005). A fines de 1970 se llevó a cabo una modernización de la producción agrícola en Brasil (fundamentalmente en el sur del país), que implicó la introducción masiva del cultivo de soja junto con tecnologías que profundizaron la mecanización de la agricultura, y esto redundó en la expulsión masiva de campesinos. En un primer momento, estos contingentes de personas que dejaron los campos con la entrada de la mecanización migraron hacia las grandes ciudades o hacia zonas de colonización agrícola, promovidas por la propaganda oficial. Pero pronto estos desplazamientos mostraron sus limitaciones: las zonas de colonización agrícola no ofrecían la infraestructura adecuada ni los campesinos (acostumbrados a otros tipos de cultivos, como frijoles, arroz o maíz) se adecuaban a las condiciones de la región, más propicia a la explotación de metales y madera. Además, a fines de los ‘70 comenzó una crisis industrial, trayendo como consecuencia el aumento del desempleo en las grandes ciudades. De modo que las dos alternativas que se planteaban a los campesinos que se encontraban sin tierras se fueron cerrando, dando lugar a una tercera salida: conseguir tierras allí donde vivían. En cuanto al contexto político-social, Brasil atravesaba el tramo final de una dictadura militar que se prolongó durante veinte años: desde 1964 hasta 1984. Con la desaceleración de la economía, el régimen militar comenzó a debilitarse, y las manifestaciones de descontento popular crecieron. En 1978 y 1979 resurgieron las huelgas obreras, la Central Unitaria de Trabajadores reunió a todo el movimiento sindical opositor al gobierno, y en la periferia de São Paulo comenzó a gestarse el Partido de los Trabajadores, en el marco de un proceso de democratización del país. En lo que hace al contexto ideológico, fue fundamental el papel de la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT). Creada en 1975 como un órgano de la Iglesia católica vinculado a la Conferencia Nacional de Obispos del Brasil, la CPT tuvo como referencia doctrinal la Teología de la Liberación, afirmándose en las directivas del Concilio Vaticano II. Los sacerdotes y laicos que integraban la CPT recorrían el campo pregonando la necesidad de que los campesinos se organizaran y resolvieran sus problemas de falta de tierras. Además, la CPT se constituyó como un movimiento 320

ecuménico, y el trabajo en conjunto con otras iglesias –fundamentalmente la luterana– evitó que surgieran varios movimientos simultáneos, contribuyendo en cambio a la construcción de un único movimiento campesino nacional. En este marco, hubo una serie de acontecimientos puntuales que dispararon la creación del MST. En mayo de 1978, en el estado de Rio Grande do Sul, los indios kaigangs retomaron las tierras de la reserva de Nonoai, expulsando para ello a cerca de 1200 familias de campesinos que estaban instaladas allí. Cerca de 500 de esas familias, organizadas junto a la influencia de la CPT, terminaron por ocupar tierras en Macali, resistiendo a la policía y recibiendo finalmente la autorización del gobernador, en lo que se convirtió la primera ocupación exitosa, en este período, por parte de los campesinos. A ésta le sucedieron otras ocupaciones, no sólo en Rio Grande do Sul y Paraná, sino en Santa Catarina, São Paulo y Mato Grosso do Sul. Por otro lado, un importante núcleo de campesinos se organizó en el oeste de Paraná. Allí se construyó durante la década de 1970 la represa hidroeléctrica de Itaipú, desalojándose para ello a más de doce mil familias de pequeños agricultores. Con la influencia de pastores luteranos de la CPT, un grupo de trabajadores afectados por la construcción de la represa de Itaipú creó el Movimiento Justicia y Tierra, el cual rechazó la indemnización que se ofrecía a los propietarios de tierras, y exigió el derecho a cambiar tierra por tierra. El movimiento llegó a reunir a miles de agricultores, dando origen al MST en la región oeste de Paraná. En este contexto y luego de este período de ocupaciones en diversos puntos del país, se funda en enero de 1984 el Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra, cuyo primer encuentro nacional se llevó a cabo en una diócesis de Paraná. El MST apunta a “tres reivindicaciones prioritarias: tierra, reforma agraria y transformaciones generales de la sociedad” (Stédile y Mançano Fernandes, 2005: 34). Además, el MST desarrolla una intensa campaña en contra de los transgénicos, al considerar que “empezó a ser cada vez más evidente que no se trataba sólo de ocupar y distribuir la tierra, sino que también era preciso reflexionar el modo en que se utilizaría la tierra, qué se produciría, para qué, de qué modo” (GEMSAL, 2006: 58). En este sentido, el MST busca liberarse de la dependencia de la tecnología moderna (Harnecker, 2002: 123): “La agricultura campesina se caracteriza, por lo tanto, por su grado de auto-suficiencia, por el predominio del trabajo de la familia con un mínimo uso de insumos externos (...) muchas 321

familias en el campo han sido víctimas de un modelo de consumo inadecuado, principalmente en la medida en que (...) el campesino se ve tentado a introducir en la propiedad el mismo modelo tecnológico de la gran propiedad y del gran mercado: el agronegocio... Así, permanecer en la tierra como campesino es un acto social de resistencia.” (IEEP, 2006: 3)

Así, el MST reivindica la agricultura campesina, la que asocia con la agroecología, y rechaza el agronegocio, donde incluye a los transgénicos. La posición del MST sobre los transgénicos no se limita a una manifestación de rechazo en la esfera pública, sino que se sustenta en una búsqueda de argumentos que dan sentido a esa posición. De tal manera, cuenta con talleres, publicaciones internas y jornadas de discusión donde se aborda el tema de los transgénicos. El MST tiene incluso una escuela de agroecología, en el estado de Paraná, donde sus militantes se forman en principios donde los transgénicos no son aceptados. Así, el rechazo a los transgénicos no se explica como mera estrategia retórica de reafirmación pública, sino que parte de un convencimiento arraigado en el seno del movimiento. Existe una creencia colectiva dentro del MST acerca de las características, el rol y los efectos de los transgénicos, creencia que se sostiene con diversos tipos de argumentos y que termina por concebir a los transgénicos como una entidad con un sentido homogéneo, y como consecuencia de ello resuelve rechazar a los transgénicos por todos los medios disponibles. Esta posición la ha mantenido desde que comenzara a consolidar su posición sobre la agroecología a nivel nacional (a partir de su IV Congreso Nacional, realizado en 2000). En 2001 se articuló con otras organizaciones para difundir la agroecología, lo que cristalizó finalmente en la conformación de la Jornada de Agroecología, evento que se viene realizando anualmente desde 2002. En 2006 su posición frente a los transgénicos dio un nuevo paso al ocupar por primera vez una empresa de biotecnología.

7.1.3. Agroecología Mientras se oponen a los transgénicos, los movimientos sociales –en particular, los campesinos– reivindican la agroecología, como forma distinta de agricultura. ¿Qué es, para estos actores, la agroecología? Es un modo de producción agrícola que se sustenta en dos cuestiones. En su aspecto más técnico, circunscribe el trabajo de la tierra al propio núcleo familiar, empleando además recursos disponibles localmente, en la propia parcela que se trabaja o sus aledaños. El otro aspecto que se reivindica en la agroecología es su dimensión político-ideológica. En este sentido, el MST considera

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que la agroecología le permite a la familia campesina ir alcanzando mayor capacidad de autonomía frente al capital a la vez que aumenta su posibilidad de permanecer en el campo. Concebida de esta forma, la agroecología se diferencia de otras variantes que suelen postularse frente a la modernización tecnológica del campo, como la “agricultura sustentable” y la “agricultura orgánica”. Según el MST, el concepto de sustentabilidad (desarrollado en la conferencia de la ONU en Río de Janeiro en 1992) admite diferentes niveles de impacto de las tecnologías sobre la naturaleza. El uso de herbicidas y fertilizantes sintéticos, por ejemplo, está aceptado por la agricultura sustentable en la medida que su impacto sobre el ambiente no sea desmedido. En la agroecología, en cambio, no hay niveles de impacto, la lógica es que la familia campesina trabaja la tierra como tradicionalmente lo ha venido haciendo: sin recurrir a tecnologías modernas. La agricultura orgánica no emplea agrotóxicos, sino que su estrategia es la sustitución de estos insumos por otros orgánicos. La agroecología, por su parte, no moviliza grandes volúmenes de insumos para ser empleados como fertilizante, pues organiza la producción con elementos disponibles en el entorno local. De esta manera, si bien son muchos actores los que comparten la lucha contra los transgénicos, la agroecología se afianza en algunos de ellos, sobre todo en el MST, mientras que otros reivindican la agricultura sustentable. Pero no sólo se distingue de estas formas de organizar la producción. De hecho, la agroecología reconoce como su principal antagonista a la modernización tecnológica del campo, lo que a su vez tiene varias aristas. En la cartilla “A natureza do agronegócio no Brasil” (MST, 2006d), escrita por el Sector de Formación del MST, se define al agronegocio como el modelo que, en Brasil, organiza la agricultura bajo la forma de grandes haciendas dedicadas al monocultivo, con poca mano de obra, uso intensivo de agrotóxicos y alta tecnología, en especial semillas transgénicas. Ese modo de producir es opuesto a la “forma en que los trabajadores organizan la producción de alimentos, al bienestar de la población rural y a su fijación en el medio rural”. Así, queda establecida una “disputa entre dos proyectos políticos: uno que subordina nuestra economía y nuestra sociedad, nuestra cultura al capitalismo internacional, a los bancos y transnacionales, y que tiene su versión agrícola en el agronegocio, y otro proyecto de desarrollo nacional que coloca en el centro de las prioridades de la economía al trabajo, al bienestar de las personas y la distribución de la renta, que tiene en su versión agrícola la implementación de la reforma agraria y el predominio de la agricultura campesina”. 323

Como consecuencia del dominio del agronegocio, el MST considera que se está desarrollando un nuevo modelo tecnológico, que dejó el anterior de la revolución verde –caracterizada por el uso de insecticidas, herbicidas y productos químicos en general– para dar lugar a uno que aumenta aún más la productividad agrícola; este “modelo está basado en las técnicas desarrolladas por la biotecnología”. A la hora de caracterizar “los problemas de la biotecnología”, la cartilla de formación del MST señala varios aspectos. En primer lugar, considera que la biotecnología es empleada por algunos grupos económicos para mantener al agricultor cautivo con sus semillas, gracias también a las patentes que les permiten a las empresas registrar las plantas desarrolladas como propiedad privada, aumentando así la explotación de los agricultores. Por lo tanto, la biotecnología sería utilizada para que las empresas aumenten su lucro. Además, “todas las investigaciones y semillas transgénicas que ya están disponibles en el mercado, sea en Brasil o en otros países, son semillas que fueron alteradas genéticamente sólo para resistir la aplicación de determinados venenos, producidos por la misma empresa, sean fungicidas (caso del maíz BT), sean herbicidas (caso de la soja Roundup)”. Dentro de la clasificación que presenté sobre el rechazo a los transgénicos, este razonamiento se inscribe dentro de los argumentos de control económico. Por otro lado, la cartilla aborda el problema de “las semillas transgénicas, desarrolladas por la biotecnología y que antes no estaban en la naturaleza”. El problema sería que “nadie tiene certeza de las consecuencias de ese nuevo producto transgénico en la naturaleza, en el medio ambiente, en la salud del consumidor y del productor”. La oposición a los transgénicos evita así “otras sorpresas, como fue la historia de la «vaca loca» en Europa, que aparentemente aumentaba la productividad de la leche, pero terminó en tragedia, con decenas de muertos y con la enfermedad sin control”. Aquí se desarrolla la noción de incertidumbre al hablar precisamente de la falta de certezas, junto con argumentos sobre riesgos “comprobados”, al menos en cuanto lo vincula con un caso específico (y aún cuando no tenga una relación directa con los transgénicos), el de la “vaca loca”. Finalmente, argumenta que las semillas transgénicas “eliminan la biodiversidad de la naturaleza, pues la mayor parte de las semillas transgénicas no logra convivir con las semillas naturales, mezclándose y transformando lo que era natural en transgénico”. Estos argumentos –que coinciden con las categorías que he presentado (incertidumbre, control económico, control técnico y riesgo “comprobado”), con una clara inclinación hacia los argumentos de control económico e incertidumbre– 324

conforman la exposición del MST acerca de los problemas de la biotecnología, pero su principal preocupación parece desplazarse hacia otro aspecto. Concluye el cuadernillo de formación del MST que con estos cambios que pone en marcha el agronegocio, se “afectará al futuro de los campesinos, a la llamada agricultura familiar, a nuestros hábitos alimenticios, al éxodo rural y a la migración”. Así, establecen una dicotomía irreconciliable entre los transgénicos y ellos: “La dependencia resultante de la expansión de la soja transgénica demuestra claramente la incompatibilidad social y ambiental de los transgénicos para los agricultores familiares, pues tienden a aumentar los problemas técnicos y desprecian el factor económico más importante en las propiedades familiares: la disponibilidad de fuerza de trabajo.” (MST, 2006e)

En definitiva, se oponen a los transgénicos con la certeza de que de ser empleados, se afectaría su modo de vida, su condición de campesinos. Lo que sostengo es que la agroecología –más allá de que es vista como un modo de producción agrícola– funciona como una ideología que sostiene al MST, que le permite articular distintas significaciones sobre la naturaleza y la sociedad y sus objetivos en ellas. Es decir, le permite constituir una imagen del mundo con un sentido para el MST. Sobre esta ideología construye una identidad colectiva que sostiene el tejido social que forma al MST. En términos de Gouldner, “las ideologías son preceptos centrados en proyectos que tratan de reconstruir una totalidad corroída, fragmentada”, y en este sentido las ideologías son intentos “de integrar partes antes separadas, de reconstruir un tejido deshecho” (Gouldner, 1978: 310). Esquemáticamente, hay dos momentos en la historia del MST que marcan la construcción de su identidad. Primero aparece una identidad que se define fundamentalmente en forma negativa, mediante el rechazo a aceptar su condición de expulsados de la tierra, identidad que absorbe hasta el propio nombre del actor: los sin tierra. Sobre este rechazo a una condición objetiva (no tienen tierras) se reafirman como campesinos o trabajadores rurales y legitiman su necesidad de ocupar tierras. Luego aparece un segundo momento que construye una identidad principalmente de manera positiva, y es aquí donde aparece la agroecología: mediante la afirmación de que la forma de producir del MST es el modo justo, correcto y necesario en que debe trabajarse la tierra. Sobre la base de esta afirmación surge el rechazo a todo objeto y discurso científico-tecnológico que entre en conflicto con la agroecología.

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Apelando a los tres modos en que la ideología, según Therborn (2005: 15-16), estructura al sujeto, diré que el MST define a través de la agroecología aquello que existe y aquello que no: el MST encuentra que la sociedad está dividida en clases, donde el capital se concentra en las empresas transnacionales que recurren a la tecnología para reforzar su poder e imponer su control sobre la producción. Los transgénicos son tomados como una herramienta para la hegemonía de las transnacionales, y como la lógica del capital es la lógica del lucro, es de esperar que estas tecnologías tengan efectos negativos sobre la salud humana, la salud de los animales y el medio ambiente en general. En este sentido, el MST cuenta con asesores y vínculos con científicos que le permiten obtener información técnica sobre los efectos de estas tecnologías, como señalé en el capítulo anterior, pero esto no quiere decir que los argumentos de Greenpeace, por ejemplo, convencieron al MST, o que el Independent Science Panel tenga un grado de legitimidad tal ante el MST que éste aceptará los argumentos que le acerquen. Precisamente porque lo que sostiene su posición es una ideología sobre la tecnología, la lógica que interviene es otra: el MST va a aceptar los argumentos técnicos de los grupos de científicos o especialistas que rechazan estas tecnologías, porque para el MST que estas tecnologías tengan efectos perjudiciales para el hombre y la naturaleza es la consecuencia lógica de un modo de dominación. Mediante la agroecología, el MST también define aquello que es bueno, correcto y justo: el MST aspira a una transformación de la sociedad que implica, también, una lucha por el reparto de la tierra. Considera que los campesinos deben ser quienes se encarguen de la producción agrícola, respetando el medio ambiente. En contraposición, las transnacionales explotan no sólo a los trabajadores sino a los recursos naturales, y el MST considera imprescindible mostrar esta realidad al resto de la sociedad, en particular en las ciudades, donde la llegada del MST es menor que en el campo: por eso organiza manifestaciones, protestas y ocupaciones de empresas que trabajan con transgénicos. Finalmente, el MST también define en la agroecología lo que es posible y lo que es imposible de ser realizado: el MST observa que los problemas de los campesinos no se solucionarán sino que, por el contrario, se agravan en el capitalismo, pues ve limitado y amenazado el sistema campesino de producción. En cambio, considera que con la agroecología las familias campesinas ganan autonomía frente al capital y logran permanecer en el campo, independizándose del paquete tecnológico con el que el capitalismo altera la sustentabilidad del medio ambiente y la forma de vida de los 326

campesinos. En la transformación revolucionaria de la sociedad que concibe, el sistema general de producción sería la agroecología, que funciona entonces a los ojos del MST como medio de resistir al capital, y al mismo tiempo como germen y meta de una nueva sociedad: “El debate sobre innovaciones tecnológicas en la agricultura puede adquirir una dimensión política, al unificar agricultores alcanzados por tecnologías de carácter destructivo, sirviendo como punto de partida para la construcción de un nuevo proceso de conciencia. La posibilidad de desenmascarar el carácter explotador de la agricultura capitalista a través de la experiencia con la agroecología y de asociar la necesidad de la organización política de los agricultores con otras fuerzas anticapitalistas en la sociedad puede conferir una dimensión revolucionaria a un movimiento ecológico y cooperativo de los pequeños productores.” (MST, 2006e)

La agroecología es a la vez principio, medio, fin y razón de la lucha del MST. 7.1.4. Condicionamientos en la realidad del MST El rechazo que generan diversas tecnologías en algunos sectores sociales difícilmente pueda explicarse, como he intentado mostrar en este trabajo, a partir del escaso conocimiento científico atribuido a los mismos. Por el contrario, una aproximación a la realidad propia de los grupos que se oponen a estas tecnologías pone al descubierto la complejidad y multiplicidad de factores que intervienen en el desarrollo de su posición. En el caso del Movimiento Sin Tierra, la agroecología es concebida como una forma de agricultura familiar donde los campesinos trabajan pequeñas parcelas de tierra sin recurrir más que a las herramientas tradicionales. Los transgénicos irrumpen así como un elemento hostil a la agroecología, atentan contra el modo en que el MST se representa a sí mismo en la naturaleza y en la sociedad. Si bien es la redistribución de la tierra (la reforma agraria) la principal reivindicación del MST, éste sostiene también la necesidad de utilizar las tierras mediante la agroecología, en contraposición al agronegocio, que destina grandes terrenos al monocultivo, emplea la biotecnología y requiere poca mano de obra. No obstante, cabe mencionar que la lucha por la reforma agraria junto con la reivindicación de una agricultura libre de transgénicos tiene un punto donde se vuelve paradójica, al menos dentro del comercio internacional de granos. Porque si bien es cierto que la exportación de soja convencional (no transgénica) en Brasil es competitiva, esto se debe en gran medida a la existencia de grandes extensiones de tierra sin cultivar, 327

lo que garantiza un bajo precio de la tierra. En Estados Unidos, en cambio, los costos de la tierra son elevados tanto por el aumento de urbanización como por la competencia causada por otros usos de la tierra (Wilkinson, 2004). Así, si los latifundios con sus grandes extensiones de tierra no volcadas a la producción fueran repartidos entre los campesinos, la disponibilidad de tierras en Brasil podría volver los precios de las mismas semejantes, al menos, a los de Argentina. La paradoja, entonces, es que en Brasil los cultivos no transgénicos son competitivos, en buena medida, porque tiene una contra-reforma agraria pronunciada. El MST, si bien no se formula explícitamente esta contradicción, la aborda de dos maneras. En primer lugar, niega que los transgénicos aumenten la productividad con respecto a los cultivos convencionales, y por otro lado plantea la necesidad de extender la agroecología como modo de producción global, es decir, descartar por completo el uso de los transgénicos en la agricultura mundial. Existen diversos condicionamientos o determinaciones en el desarrollo de la ideología del MST, al menos en lo que respecta a la agroecología. El primero es la propia forma de organizar la producción del MST. La estructura social del MST está compuesta por familias de campesinos que desarrollan una agricultura básicamente de autosubsistencia. La producción se sustenta en el trabajo que realiza cada familia asentada. El empleo de tecnologías como los transgénicos llevaría a una transformación en la estructura social del MST, al modificar la producción de agricultura familiar. En Argentina, el rápido arraigo y éxito comercial de la soja transgénica estuvo asociado a la vinculación de este cultivo con la utilización de la siembra directa y el herbicida glifosato, en el marco de un recambio tecnológico global de la estructura productiva del sector agropecuario (Bisang, 2003a). La siembra directa requiere la utilización de maquinaria capaz de labrar la tierra y sembrar la semilla al mismo tiempo, lo que redunda en un ahorro de tiempo e insumos. El glifosato, por su parte, es un herbicida total, destruye todo vegetal salvo la soja transgénica con tolerancia al glifosato; en consecuencia, se evita el uso de múltiples herbicidas para combatir las malezas. En definitiva, la incorporación de la soja transgénica implicaría la adopción de un paquete tecnológico que haría inviable la permanencia al mismo tiempo de familias de campesinos cosechando pequeñas parcelas. Una reestructuración productiva semejante modificaría las prácticas rurales e incluso propiciaría fenómenos de migraciones. Así, uno de los principales elementos que condiciona la ideología del MST, y que se refleja en el modo de concebir la agroecología, es su propia forma de 328

organizar la producción agrícola. Los campesinos que constituyen al MST, trabajan la tierra mediante la agricultura familiar, es decir, la producción se sustenta en el trabajo que realiza cada familia sobre una pequeña parcela de tierra.299 Al constituirse o sumarse al MST, las familias que se encontraban sin tierras donde trabajar pronto ocupan terrenos que no se estaban empleando para producir nada y retoman la agricultura familiar. Aceptar los transgénicos no es un simple acto de voluntad o, como pretende el discurso de déficit cognitivo, de mayor formación (e información) científica. Emplear estas tecnologías (desde las máquinas de gran porte hasta las semillas transgénicas) llevaría a un desmembramiento del modo de producción que tiene el MST, pues implicaría utilizar un paquete tecnológico que modificaría la organización y división del trabajo. En Argentina, paralelamente al aumento en la productividad y a la expansión del área cultivada que produjo la adopción de la soja transgénica, se observó un aumento en la concentración de la propiedad de la tierra (Trigo et al., 2002: 99). Por otro lado, a través de las relaciones que el MST establece con otros actores sociales se afirma en la posición frente a los transgénicos. Además, el discurso de cada actor social añade nuevos matices a su posición. Así, la Comisión Pastoral de la Tierra contribuye con un discurso predominantemente religioso y haciendo énfasis en los argumentos que aluden a la incertidumbre de los transgénicos. Sostienen así que el problema es que los científicos “juegan a ser Dios”, y que con los transgénicos podrían surgir “nuevas enfermedades, alergias, formas de cáncer, transformaciones en el cuerpo, totalmente inesperadas”, pues “sólo Dios sabe lo que puede ocurrir en esa desquiciada carrera por meterse en los misterios de la existencia”; e incluso citan al Papa Juan Pablo II cuando exclamó que “usar transgénicos para aumentar la producción va en contra de la voluntad de Dios” (Campanha Nacional “Por um Brasil Livre de Transgênicos”, 2001: 4-5). La CPT mantiene vínculos con el MST desde el surgimiento mismo de este último, y se encuentran también en las campañas contra los transgénicos (Entrevista a Rogélio, 2006). Por otro lado, la CPT realiza anualmente un festejo religioso 299

En realidad, pueden encontrarse distintas formas de organizar los asentamientos dentro del MST. Existen asentamientos colectivos bajo la forma de agrovillas (comunidades rurales) o cooperativas. Susana Bleil (2003) analizó las formas en las que el espacio público entra en tensión con las relaciones que se establecen dentro de un asentamiento colectivo en el Estado de Paraná. Sin embargo, la misma autora reconoce que dichos asentamientos representan apenas el 2%, mientras que más del 90% están organizados en explotaciones familiares. Resulta que “esa experiencia de trabajo colectivo y de asociación se mantuvo durante los dos o tres primeros años”, pero a partir de 1987-1988 la organización se articuló en torno a los grupos de familias (Harnecker, 2002: 116). 329

relacionado con la tierra, la Romaria da Terra. Aquí combina con virtuoso sincretismo la catequesis con la agroecología: “Podríamos decir que el Dios agricultor del profeta Isaías es un Dios Agroecológico: le enseña a plantar la tierra, a protegerla con cultivos forrajeros, a sembrar diferentes semillas, garantizando la diversidad y la mayor productividad, sin cercas, sin agrotóxicos, sin fertilizantes químicos, sin transgénicos. Estas son las reglas de la agricultura de Dios.” (CPT, 2004)

También incide el entorno político, fundamentalmente a través del gobierno de Paraná, cuyo rechazo a los transgénicos estructura parte de su identidad política. Un claro ejemplo del peso que tienen las relaciones entre los actores sociales en la construcción de un discurso, y de la consecuente importancia que tiene el posicionamiento frente a los transgénicos en la esfera política, se observa en el Manifesto das Américas em Defesa da Natureza e da Diversidade Biológica e Cultural (2006), que se opone “resueltamente a la introducción de organismos transgénicos en el ambiente; no es aceptable la introducción de OGMs, ya sea en la agricultura, en las plantaciones, la ganadería o cualquier otro cultivo en el medio ambiente, pues además de no ser necesarios, no sirven para nada, a no ser para el lucro de unas pocas empresas transnacionales; traen riesgos potenciales a la salud de las personas y generan modificaciones permanentes e irreversibles para la naturaleza y a los ecosistemas”. Dicho manifiesto fue firmado, entre otros, por João Pedro Stédile (dirigente nacional del MST), por el gobernador del estado brasileño de Paraná y por Hugo Chávez (presidente de Venezuela).300 El vínculo entre el MST (y las organizaciones que rechazan los transgénicos en general) y el gobierno de Paraná (que se identifica como un gobierno que rechaza los transgénicos) se vuelve estrecho: “La 4ª Jornada de Agroecología fue realizada en Cascavel, los días 25 a 28 de mayo de 2005. La movilización central estuvo marcada por varias cuestiones, como el apoyo público del gobernador del estado Roberto Requião a las semillas criollas y contra el cultivo de transgénicos.” (MST, 2006f)

300

El manifiesto fue firmado el 20 de abril de 2006. Un día antes, el 19 de ese mismo mes, Hugo Chávez se reunió con el gobernador del estado de Paraná, Roberto Requião, y firmaron acuerdos comerciales por 300 millones de dólares (ver Presidente da Venezuela visita Brasil para firmar acordos milionários no PR, Agência Notícias do Planalto, 19/04/06). 330

Por otro lado, el discurso técnico, proveniente de organizaciones de científicos o ingenieros, aporta los elementos propios del conocimiento científico en la controversia. Se trata de organizaciones como la AS-PTA (organización brasileña formada principalmente por ingenieros agrónomos); el ETC Group (Grupo de acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración), a quien el MST considera una “prestigiosa organización internacional de la sociedad civil, con sede en Ottawa, Canadá, que actúa desde 1970 en las áreas de la biotecnología y nanotecnología” (Vía Campesina, 2006: 14); o el Independent Science Panel, que reúne a científicos de diversas disciplinas y cuyo libro sobre los transgénicos fue editado en Brasil por la editorial del MST en forma conjunta con el gobierno de Paraná.301 El vínculo con estas organizaciones es fundamental, pues el MST también quiere que se reconozca en su discurso un componente científico. La posición del saber científico en torno a los transgénicos es algo que el MST considera en disputa, y deja explícito que en su proyecto de agroecología cuenta con la ciencia (o, cuando menos, con parte de ella) a su favor (MST, 2004). De modo que la agroecología, para el MST, “es una forma de trabajar la agricultura que se basa en dos campos del conocimiento: el tradicional y el científico” (MST, 2006g). El resultado es que estas organizaciones suelen cumplir el papel de mediadores entre el discurso científico y el MST. Acercan los aspectos técnicos, los argumentos científicos del problema, y el MST los toma como propios o, al menos, ubica a estos grupos como sus referentes científicos.

7.1.5. Una historia de conflictos con la modernización tecnológica La historia del MST, sobre todo en sus orígenes, estuvo muy marcada por la irrupción de grandes proyectos tecnológicos en la sociedad brasileña. Así es como durante la década del setenta se desarrolló “la modernización capitalista del campo y, con ella, un rápido y fuerte proceso de mecanización de la explotación agrícola” (Harnecker, 2002: 19). La introducción de esta mecanización de la agricultura brasileña redundó en la expulsión masiva de campesinos, lo que constituyó uno de los factores decisivos en la conformación del MST. Otro acontecimiento significativo en la génesis del MST fue la construcción de la represa de Itaipú. Promocionada como la mayor represa hidroeléctrica del mundo, 301

Ver: Grupo de Ciência Independente (2004). También la página web del Independent Science Panel: , y del ETC Group: . 331

Itaipú comenzó a ser construida en 1975 en el río Paraná, en la frontera del Brasil con el Paraguay. La construcción de la represa llegó a requerir el empleo de 40.000 trabajadores, y su costo se calcula en 20.000 millones de dólares (Mazzarollo, 2003: 26). Pero también transformó la realidad en el campo: “En el área necesaria para la imponente hidroeléctrica vivían aproximadamente 8.000 familias (cerca de 40.000 personas) en la margen brasileña y 4.000 familias (20.000 personas) en la margen paraguaya. Todas fueron forzadas a dejar sus tierras, casas y benefactorías, y lanzarse en la lucha por la reestructuración de sus vidas, familias y comunidades. Los que tenían propiedades fueron indemnizados, y entre éstos hubo los que consiguieron hacer buenos negocios y también los que se arruinaron. Pero había muchos que nada tenían (posseiros, arrendatarios, empleados y bóias-frias302), y éstos, salvo excepciones, tuvieron que abandonar el área con las manos vacías, abandonados a su propia suerte.” (Mazzarollo, 2003: 40).

Estos dos acontecimientos irrumpieron en la historia de Brasil como una etapa de modernización tecnológica, pero significaron, para miles de agricultores, un desplazamiento de sus fuentes de trabajo, la expulsión y el desarraigo, y fueron estos mismos expulsados quienes dieron origen al MST. No hay un vínculo directo entre estos episodios y la controversia sobre los transgénicos en Brasil, en el sentido de que el MST no va a rechazar a los OGM porque representen una continuación de estos acontecimientos. Pero sí permite suponer que el MST va a mirar con cautela aquellos proyectos que se presenten como de “modernización tecnológica”, sobre todo si pretenden transformar la dinámica productiva en el campo. Un impedimento concreto para que el MST acceda a los transgénicos es que se trata de una tecnología costosa. Desarrollar sus propios cultivos transgénicos sería inviable porque el capital necesario para hacerlo no está al alcance de un movimiento campesino. Aún así, ¿por qué, en lugar de rechazarlos, no intentó apropiarse de los transgénicos? La pregunta es contrafáctica e incómoda, pero adquiere pertinencia por las características idiosincrásicas manifestadas por el MST. En efecto, el MST se constituyó como actor social sobre la base de negarse a naturalizar su realidad social, tomando aquello que no tenía (la tierra); entonces, ¿por qué no tomar también estos elementos (los transgénicos) para trabajar la tierra? La respuesta se sustenta en el análisis de este trabajo. El MST se 302

Los posseiros son agricultores que ocupan las tierras que trabajan. Los Bóias-frias son trabajadores golondrina, es decir, trabajadores agrícolas temporarios, que no poseen tierras propias. 332

conformó sobre grupos dispersos que tenían en común el ocupar tierras para asentarse y trabajarlas. Esta práctica se constituye en un elemento fundacional e identitario, y continúa a lo largo de su historia pues le permite seguir creciendo, incorporando nuevos campesinos. Pero en la consolidación del sujeto colectivo aparecen dinámicas que condicionan sus prácticas. El modo arraigado de trabajar la tierra a través de la agricultura familiar, sumado a los discursos contrarios a los transgénicos que rodean al MST a partir de los vínculos que establece con organizaciones de científicos, movimientos religiosos, ecológicos y sectores gubernamentales, estructuran una ideología donde la agroecología configura una imagen de la naturaleza y de la agricultura que los transgénicos desfigurarían. Además, los transgénicos inciden en la identidad colectiva del MST de una manera muy distinta a como incide la ocupación de tierras. Mientras la ocupación de tierras parte de la necesidad de vivienda y trabajo de las familias campesinas, la forma de concebir la agroecología (con el consecuente rechazo a los transgénicos) permite valorizar el propio modo de producción (Görgen, 2004). La ocupación de tierras pone de manifiesto la necesidad de tomar aquello que no se tiene, mientras que la agroecología permite valorar y mostrar aquello que sí se tiene. Por eso la ideología sobre la tecnología que el MST manifiesta con la agroecología es un segundo momento fundamental en la construcción identitaria del MST. La agroecología funciona como un aglutinador interno, en tanto posibilita la valorización de una práctica común a todos sus integrantes; y también funciona como un legitimador externo, en la medida en que pone de manifiesto que el MST produce alimentos sin recurrir a tecnologías controversiales. El MST está en contra de los transgénicos como resultado de su ideología sobre las tecnologías vinculadas a la producción agrícola, tal es la conclusión de este trabajo. Pero si ése es el caso, ¿por qué el rechazo se focaliza en los transgénicos y no en otras tecnologías que alteran la agroecología? Los transgénicos tienen un alto nivel de rechazo en las ciudades, y el MST y su entorno es conciente de eso (MST, 2003b; Terra de Direitos, 2005). Por otro lado, el MST es una organización masiva, con fuerte arraigo en el campesinado brasileño y que hegemoniza el movimiento campesino a nivel mundial.303 Sin embargo, no pretende limitar su influencia al campo, sino que se propone 303

El MST participa también de Vía Campesina, una asociación que desde 1993 reúne a movimientos campesinos de distintos continentes. 333

“conscientizar a la sociedad y los sectores ya urbanizados de que la reforma agraria es una lucha de todos”, transformándose así en un movimiento sociopolítico que busca ampliar la lucha social de base campesina que implica la reforma agraria dentro de una lucha de clases global (MST, 2000; Harnecker, 2002: 259-260). Pero ampliar la influencia del MST en las ciudades no es algo sencillo, y esto no se debe a que el MST cause rechazo en las ciudades, sino a que su problemática principal, la reforma agraria, es un problema típicamente campesino. Aquí cobra especial relevancia una propiedad dual que manifiestan los transgénicos: dada su dimensión controversial, donde además de aspectos científicos intervienen consideraciones morales, religiosas y políticas, los cultivos transgénicos repercuten con estruendo en las ciudades; pero sólo existen, en su materialidad concreta, en el campo. Esta dualidad no se reproduce con ninguna otra tecnología agrícola. Los transgénicos sólo se cultivan en el campo, pero se vuelven visibles desde las ciudades. Al oponerse a los transgénicos el MST expresa una convicción ideológica que es producto, a su vez, de su propia dinámica social interna. Pero al mismo tiempo logra hacerse escuchar en las ciudades. Y esto no es una sobreinterpretación de la posición del MST, sino que se refleja en el cambio producido en su propia forma de intervención pública. La acción política más visible que el MST realiza desde su origen y la que le permite crecer, es la ocupación de tierras. Pero a partir de 2003 esto cambió: al finalizar una “Jornada de Agroecología”, el MST ocupó un centro de investigación de Monsanto. Esta acción refleja un quiebre en el modo de intervención pública del MST. Hasta entonces, el MST ocupaba terrenos improductivos y los volvía productivos, con lo que conseguía asentar familias campesinas al mismo tiempo que mostraba en la escena pública la importancia del reparto de la tierra. Pero al ocupar las empresas de biotecnología, la lógica de intervención pública que opera es otra: “Desde este acto el MST incorpora de manera más explícita en su acción política abrir confrontaciones más radicales con esas grandes corporaciones que se presentan a la sociedad como la expresión de lo que es moderno, sofisticado, de lo que es tecnología de punta. Estas acciones permiten revelar a la sociedad verdades que están ocultas por esas grandes propagandas… Esas acciones colocan en el gran público la necesidad de estar más vigilante, más atento a la presencia de estas grandes corporaciones dentro del territorio nacional, y cómo es que ellas operan en el control y explotación de los recursos naturales, la explotación del trabajo, de las riquezas naturales del país.” (Entrevista a Tardin, 2006) 334

En marzo de 2006 el MST (dentro de Vía Campesina) ocupó un campo de experimentación de la empresa biotecnológica Syngenta, la cual habría estado violando la ley al sembrar transgénicos en las proximidades del Parqué Nacional Iguazú. El gobernador de Paraná finalmente expropió esos terrenos de Syngenta, y las más de 60 familias campesinas allí instaladas cosechan cultivos agroecológicos (MST, 2007). Para el MST, esto “es una oportunidad de mostrar lo que producimos, intercambiar experiencias y fortalecer nuestra lucha contra los transgénicos” (MST, 2006h). Al ocupar terrenos y centros de investigación de empresas de biotecnología, el MST se vuelve visible para los habitantes de las ciudades, su discurso es escuchado, su modo de producir es contemplado y su problemática adquiere otra relevancia. Para el MST, llegar al gran público de las ciudades es una necesidad política y, por lo tanto, no podría haber permanecido ajeno a la controversia. En un sentido biológico, los transgénicos tienen la propiedad de expresar un rasgo específico para el que fueron diseñados, pero en un sentido sociológico, los transgénicos tienen la capacidad de amplificar todo lo que los rodea.

7.1.6. Lucha entre el campesino y la máquina Marx destaca que en el siglo XVII y XVIII ocurrieron numerosas revueltas obreras contra las primeras máquinas industriales, como las máquinas de tejer o las de esquilar. A comienzos del siglo XIX un movimiento obrero, a raíz de la implantación del telar a vapor, llevó adelante una destrucción masiva de máquinas en los distritos manufactureros ingleses (Marx, 1867: 354-355). Se trata del movimiento luddita, referente emblemático del rechazo a la tecnología. A lo largo de esta sección he evitado la comparación entre el rechazo del MST a los transgénicos y las acciones del movimiento luddita, por dos razones. La primera es que la actitud de un incipiente movimiento obrero frente a la novedad de las primeras máquinas en los comienzos de la Revolución Industrial, difícilmente se pueda comparar con la situación de un movimiento campesino en los albores del siglo XXI. La segunda razón es que la referencia al movimiento luddita suele ser empleada para estigmatizar a un actor social, construyendo una imagen de odio al progreso y anhelo de un pasado pre-industrial (Randall, 1997: 57). Por el contrario, he intentado explorar la realidad en la que está inmerso el Movimiento Sin Tierra, su propia trayectoria, sus argumentos y la controversia que rodea a los transgénicos, a fin de describir la densidad de las fuerzas 335

sociales que moldean la posición del MST frente a los transgénicos. No obstante, hay una observación que Marx realiza sobre el movimiento luddita y que reverbera a lo largo este trabajo, pues afirma que: Hubo de pasar tiempo y acumularse experiencia antes de que el obrero supiese distinguir la maquinaria de su empleo capitalista, acostumbrándose por tanto a desviar sus ataques de los medios materiales de producción para dirigirlos contra su forma social de explotación. (Marx, 1867: 355)

Esto se vincula con la pregunta contrafáctica que formulara acerca de por qué el MST no busca apropiarse de los transgénicos y diseñar sus propios cultivos genéticamente modificados. Si bien he expuesto todos los factores que han aparecido en la historia del MST y que lo llevan a posicionarse firmemente en un rechazo masivo a los transgénicos, a la luz de estas observaciones hay otro elemento que se suma a la respuesta, pero a través de su ausencia. La falta de una tradición que disocie la crítica de la maquinaria de su forma social de explotación, contribuye sin duda a la clausura de la posición unívoca del MST frente a los transgénicos, y añade una inquietante cuota de incertidumbre en la ecuación que Marx describe entre el movimiento obrero, el tiempo (o experiencia) y su posición frente a la tecnología. En todo caso, la controversia sobre los transgénicos en Brasil fue intensa, y si bien desde 2005 hay cada vez más cultivos transgénicos aprobados por la agencia de regulación, y son empleados cada vez más en la producción agrícola, permanece el conflicto en la arena pública. Los principales actores que rechazan los transgénicos en Brasil, son los movimientos de campesinos.

7.2.

Los cultivos transgénicos en Francia

El rechazo que suscitaron los transgénicos en la Unión Europea es conocido. Entre octubre de 1998 y mayo de 2004 Europa tuvo una moratoria de hecho, puesto que durante ese período no se autorizó ningún cultivo transgénico, ya que, en cuanto a los aspectos formales, varios países de la Unión Europea consideraban que debían modificarse los procedimientos de evaluación de OGMs. Pero también existía ya una preocupación generalizada sobre los efectos de los transgénicos y, en Francia en particular, dio lugar a espacios de articulación entre el debate público y la decisión gubernamental, a través, por ejemplo, de la Conferencia Ciudadana sobre los OGMs. 336

Realizada en 1998, dicha conferencia constituyó un verdadero laboratorio de experimentación social, al mostrar que “ciudadanos ordinarios” podían apropiarse de una controversia científica y participar en ella (Joly et al., 2008). El Parlamento Europeo aprobó una nueva reglamentación sobre diseminación de OGMs en marzo de 2001 (que reemplazaba la anterior reglamentación de 1990), aunque los procedimientos de trazabilidad y etiquetado de OGMs se terminaron de aprobar en septiembre de 2003.304 En mayo de 2004 el Parlamento Europeo aprobó la comercialización del maíz transgénico Bt11 (propiedad de Syngenta), dando inicio a la aprobación de otros eventos comerciales de maíz transgénico (resistente a insectos o tolerante a herbicidas) de Monsanto. Sin embargo, Francia trasladó la reglamentación europea a la legislación francesa recién en junio de 2008 (cuatro años más tarde), lo que le valió una multa de 10 millones de euros por haber demorado tanto tiempo.305 Además, a comienzos de 2008 Francia dispuso una cláusula por la que prohibía cultivar el maíz transgénico de Monsanto MON810 (el único que Francia había permitido hasta entonces).306 De modo que Francia –lo mismo que Austria, Hungría y Grecia– mantiene una moratoria sobre los OGM al margen de las decisiones del parlamento europeo. La Comisión Europea propuso sancionar a Austria y a Hungría y compelerlos a que deroguen sus prohibiciones a los OGMs. Sin embargo, los ministros europeos reunidos en marzo de 2009 en el Consejo de la Unión Europea rechazaron las propuestas de la Comisión y respaldaron las prohibiciones de Austria y Hungría, lo que a su vez implicó un aval a las medidas adoptadas en ese sentido por Grecia y Francia.307 El rechazo a los OGMs no se produce sólo en instancias gubernamentales, sino en la mayor parte de la población. En ese sentido, podría considerarse que las medidas gubernamentales que tienden a prohibir o restringir el uso de cultivos transgénicos en Europa, se deben a que la industria biotecnológica y la agricultura europea están rezagadas respecto a los desarrollos americanos, y que por tal motivo aplican medidas comerciales restrictivas que le permiten ganar tiempo para consolidar su propia industria (Tambornini, 2003). También conviene tener en cuenta que la Unión Europea destina alrededor del 50% de su presupuesto a subsidiar su agricultura (a través de la “Política Agrícola Común”), a fin de mantener la competitividad de ésta en el mercado 304

Ver: Directiva 2001/18/CE, Directiva 90/220/CEE y Reglamento (CE) N° 1830/2003.

305

La multa la impuso la Corte Europea de Justicia en diciembre de 2008.

306

Ver: Gobierno de Francia (2008).

307

Ver: Consejo de la Unión Europea (2009). 337

internacional (Drezner, 2007). Una parte de ese subsidio de vincula con la productividad: los agricultores que aumentan su productividad reciben un mayor subsidio. En este escenario, la entrada al mercado de cultivos transgénicos más productivos que los convencionales, supondría una complicación mayor de la competitividad agrícola europea. Pues si se adoptaran masivamente dentro de la Unión Europea, el mantenimiento de este esquema de subsidio a la agricultura implicaría un desembolso aún mayor, en la medida que el subsidio está vinculado a la productividad (Drezner, 2007). Todo esto, sin embargo, no es suficiente para explicar que el rechazo a los transgénicos sea asumido tan vigorosamente por distintos actores sociales. En Francia se originaron movimientos sociales cuyo eje de acción lo constituían los transgénicos: en 2003 se creó una organización anti-OGM, los faucheurs volontaires (“segadores voluntarios”), que desde entonces ha realizado numerosas destrucciones de parcelas con cultivos transgénicos (Gesson, 2004; Faucheurs volontaires, 2003). En 2010, sólo un 16% de los franceses se mostraba a favor de los alimentos derivados de OGMs (Gaskell et al., 2010). Esto repercute en la investigación que existe en Francia sobre los transgénicos. La Agence Nationale de Recherche (ANR) inició en 2005 un programa para financiar específicamente la investigación en OGMs. Sin embargo, en 2007 la ANR sólo recibió 7 solicitudes de financiamiento para ese programa, de los cuales fueron aprobados 4. Como consecuencia de la muy escasa cantidad de propuestas de investigación hacia la ANR, el programa fue cerrado en 2008 (Pécresse, 2008). Incluso dentro de los tres años que duró el programa, los proyectos financiados pueden englobarse en tres grupos: economía y gobernabilidad de los OGMs, evaluación y gestión de riesgos agroambientales, y marcaje y trazabilidad de la expresión de genes (ANR, 2008). Merece señalarse que todos los proyectos están abocados a analizar distintas formas de riesgos de los OGMs, pero no hay ninguno que se proponga desarrollar un cultivo transgénico. Según Marc Fellous, antiguo presidente de la Commission du génie biomoléculaire y presidente del Conseil scientifique sur les OGM de la ANR, “los jóvenes investigadores dudan en trabajar sobre OGMs: si sus ensayos a campo, que constituyen una etapa indispensable, son destruidos, entonces ¿para qué?” (Sciences et Avenir, 2008). Una de las pocas investigaciones que continúan en Francia en transgénesis vegetal, es un proyecto del INRA (Institut National de Recherche Agronomique) para desarrollar una vid transgénica. Esto podría resultar llamativo, pues hay pocas cosas más cargadas de valores tradicionales asociados a la agricultura que la vid y la industria 338

del vino, como para hacer transgénesis justo en ese ámbito. Sin embargo, el proyecto no pretendía obtener una vid comercial, sino conocer distintos aspectos de las enfermedades que atacan al cultivo. En realidad, originalmente el proyecto pertenecía a una empresa, pero en 1999, en medio de una gran presión pública contra el uso de los transgénicos, la empresa le cedió el material al INRA, el cual involucró a un público amplio en el proyecto, transformándolo en una experiencia de evaluación tecnológica interactiva de la investigación (Joly et al., 2004). De este modo, el proyecto tomó la forma de un experimento de control social de la transgénesis: los ensayos son supervisados por distintos actores sociales, incluyendo a sindicatos de agricultores, consumidores, vecinos y diversas asociaciones. Así, el proyecto de la vid transgénica es presentado como un ejemplo de gobernanza de la biotecnología, como una experiencia piloto de concertación entre la comunidad científica y la sociedad civil (INRA, 2003; Masson, 2008). De todos modos, estos ensayos fueron destruidos por grupos antiOGMs en septiembre de 2009, y nuevamente en agosto de 2010 (INRA, 2009; Morin, 2010). El objetivo de esta sección es comprender por qué en Francia los cultivos transgénicos son objeto de una fuerte controversia; por qué –cuando se trata de un transgénico– lo que se ve en él es una multiplicidad de riesgos. Algunos trabajos explican la posición de rechazo que causan los transgénicos (u OGMs) en Francia haciendo hincapié en el hecho de que se perciben más riesgos que beneficios con su uso (Bonny, 2003). Sin embargo, tal explicación me resulta tautológica: la pregunta no debería ser “¿por qué quienes perciben riesgos rechazan los OGMs?”, sino “¿por qué se perciben tales riesgos?”. Contrariamente a los pregoneros de la sociedad del riesgo, que afirman que los riesgos son objetivos e inherentes a las tecnologías, aquí sostengo que lo que fundamenta la mirada sobre los riesgos de los transgénicos se encuentra en ciertas relaciones sociales, en modos concretos en que se articula el ser social y que son éstos los que determinan la forma de comprender una tecnología, y no al revés.308 En este sentido desarrollaré primero la forma en que operan tanto las determinaciones económicas como las determinaciones culturales en la construcción del riesgo asociado

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En ese sentido, pretendo realizar un análisis que resulta el reverso de lo que hace la teoría de la sociedad del riesgo, la cual, según Zizek, “aunque conciba la fabricación de riesgos e incertidumbres como una forma universal de la vida contemporánea, esta teoría no analiza las raíces socio-económicas de esa fabricación” (Zizek, 2008: 79). 339

a los OGMs. Luego, a fin de ver cómo operan estas determinaciones generales en sujetos concretos, analizaré la posición que adoptan los agricultores en relación a los cultivos transgénicos; después describiré la situación de las empresas de biotecnología en Francia y su percepción de los riesgos; y finalmente analizaré la posición de científicos que rechazan el uso de cultivos transgénicos.

7.2.1. Los agricultores frente a los transgénicos Existen en Francia diferentes organizaciones que nuclean a los agricultores. La Confédération Paysanne es uno de los sindicatos agrícolas que mayor incidencia tuvo en la oposición a los transgénicos. Se crea en 1987, buscando diferenciarse del sindicato agrícola hegemónico: la Fédération Nationale des Syndicats d'Exploitants Agricoles (FNSEA). La diferenciación entre ambas organizaciones no se ejerce necesariamente en torno al tamaño de las explotaciones agrícolas, sino en función del modo de ejercer la producción agrícola: “Hay productores que tienen explotaciones relativamente importantes dentro de la Confédération Paysanne, quizás como resultado de la transmisión de la explotación, si los padres ya tenían medios de producción importantes. También hay pequeños productores en la FNSEA, más que nada como una cuestión histórica, porque después de la guerra la FNSEA desarrolló el mito de la unidad sindical, por lo que los agricultores, incluso si tenían concepciones divergentes, no debían separarse. En la FNSEA tienen tendencia a la expansión, a tener cada vez más mecanización, a concentrar las explotaciones, de pasar de una agricultura familiar a formas de asociación (…) La demarcación se debe a que la Confédération Paysanne no busca sistemáticamente salvar los ingresos y su práctica agrícola por la expansión –hay muchos agricultores en el FNSEA que tienden a expandirse pensando que es la única solución para tener ingresos, y eso se corresponde a una idea de progreso técnico. En la Confédération Paysanne permanece una agricultura familiar, una agricultura relacionada con el medio ambiente, una agricultura que reflexiona sobre el método de producción: sobre los pesticidas, sobre la mecanización, sobre una cierta artificialización de la agricultura por las semillas.” (Entrevista a Dupont, 2008)

La FNSEA, desde su creación en 1946, buscó que la producción agrícola fuera incrementando su productividad en base a la inversión en tecnología. Una posición similar plantea la Asociación General de Productores de Maíz, encargada de promover la cadena de producción de maíz ante las autoridades, organización que considera que: “Para orientarse a la exportación hay que ser competitivo, competitivo sobre el plano técnico y sobre el plano económico. Es por eso que defendemos todos los factores de producción que nos

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permiten a la vez aumentar el rendimiento y disminuir los costos. En consecuencia, estamos a favor de la biotecnología y los OGMs.” (Entrevista a Esprit, 2008)

Esta asociación proclama tener un “rol de representación y promoción del maíz y de los productores”. Extrañado por la naturaleza francamente “latouriana” del enunciado “representantes del maíz”, le pregunté al Director General de la Asociación de Productores de Maíz a qué se referían con eso.309 Me respondió que “a veces el maíz es cuestionado por consumir demasiada agua en relación a otros cultivos y que eso dañaría el ambiente, pero para nosotros el maíz es un símbolo de la modernidad y del progreso” (Entrevista a Esprit, 2008). Nuevamente se evidencia aquí que esta organización busca una expansión económica a través de la agricultura, y la representación que hacen del maíz y de los transgénicos se ubica en concordancia con ello. En cambio, la Confédération Paysanne se opone a un modelo de agricultura industrializada, que buscaría ser competitiva produciendo lo más posible por cualquier medio, y sostiene en cambio la promoción de una agricultura campesina ligada a la tierra, respetuosa del medio ambiente, con una producción de calidad y aspirando a la mayor autonomía posible en el funcionamiento de la explotación agrícola (Perrotin, 2005). En los años que siguieron a su fundación, la Confédération Paysanne fue manifestando su oposición a una “política agrícola productivista” con varias acciones, que incluyeron el rechazo al uso de la hormona de crecimiento (BST) para aumentar la producción lechera. En cuanto a los transgénicos, la posición de la Confédération Paysanne frente a los mismos comenzó en 1996, cuando los cultivo transgénicos comenzaron a circular en el mercado mundial. La preocupación de esta organización de agricultores pronto se ubicó en los riesgos económicos que presentaban los OGMs, mientras que los argumentos sobre posibles riesgos ambientales fueron aportados por organizaciones ambientalistas: “Fueron sobre todo las organizaciones ambientalistas las que llamaron la atención de la Confédération Paysanne sobre esta nueva técnica, y a partir de ahí la Confédération Paysanne se informó y en 1996 hizo un primer gran seminario sobre esta técnica, y pronto vimos que los

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Latour sostiene que los constructores de hechos traducen sus intereses y los de otros que reclutan. Dentro de esos otros están los no-humanos, que también tendrían capacidad de agencia. Así, Latour dice que para explicar los hechos científicos hay que estudiar las negociaciones que se establecen entre los elementos de la sociedad (los actores sociales) y los elementos de la naturaleza (los actantes), donde cada parte interacciona con otra con intereses propios, tejiendo una red de vínculos y alianzas que terminará por conformar una visión de la naturaleza que se corresponderá con los intereses de algunos de los actores (humanos y no-humanos) que intervienen (Latour, 1987; 2001). 341

agricultores quedarían más atrapados en la dependencia de las semillas, quién es el propietario de las semillas y cómo a través de las patentes que se depositan sobre la innovación tecnológica que constituyen los OGMs, los agricultores serían más dependientes de las firmas semilleras y también de las herramientas técnicas que van junto con la planta (por ejemplo, el maíz resistente al Roundup Ready, el herbicida, debe tener las semillas hechas por Monsanto u otras firmas, y también debe utilizar el Roundup; lo mismo con cierto tipo de insecticidas). Vimos que el sistema de mejoramiento de variedades sin OGMs ya estaba relativamente cerrado, relativamente en manos de las semilleras, y que íbamos a estar todavía más atrapados con los OGMs. Luego comprendimos que también había un riesgo de contaminación entre variedades OGM y noOGMs.” (Entrevista a Dupont, 2008)

En 1997 la Confédération Paysanne realizó sus primeras acciones (las acciones consisten en destruir los campos de experimentación de OGMs) contra ensayos de cultivos transgénicos. Sin embargo, estas acciones recibían una respuesta judicial, y sus participantes tenían que afrontar juicios. En 2003, uno de sus miembros fundadores, José Bové, encabezó las destrucciones de unos ensayos de cultivos transgénicos y por esa acción sería condenado por la justicia. A partir de entonces, en la Confédération Paysanne consideraron que el riesgo de estas acciones para el sindicato era muy alto, no sólo por las personas que podían resultar condenadas, sino por los costos financieros que ello podía implicar para el sindicato. Entonces crearon la organización faucheurs volontaires, donde participan miembros de la Confédération Paysanne, pero también personas de las ciudades que no pertenecen al sindicato: “La Confédération Paysanne apoyó siempre a los faucheurs volontaires. Algunos miembros de la Confédération Paysanne pertenecen a los faucheurs, otros no. Eso permitió descomprimir la presión sobre el sindicato y al mismo tiempo amplificar esa lucha y volverla más visible en el espacio público.” (Entrevista a Dupont, 2008)

En definitiva, la Confédération Paysanne se opone al uso de OGMs, incluso a los ensayos a campo, diferenciándose así de la FNSEA: “La FNSEA al principio no tomó una posición muy firme en torno a los OGM, simplemente sostenía que había que permitir la investigación. Pero poco a poco fueron desarrollando una estrategia para trabajar en la aceptación –por parte de los agricultores y de la sociedad civil– de esta técnica. Pero nosotros continuamos mostrando los límites de esta técnica, los peligros ambientales, sanitarios y socio-económicos para los agricultores, en términos de dependencia de los agricultores frente a las firmas.” (Entrevista a Dupont, 2008)

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En definitiva, la agricultura en Francia está dominada por productores más bien pequeños, con explotaciones de pocas hectáreas. A partir de ahí, algunos (como la FNSEA y la Asociación General de Productores de Maíz) buscan expandirse, aumentar sus ganancias, incorporando tecnología a sus cultivos. Otros, en particular la Confédération Paysanne, buscan conservar su modo de producción en pequeña escala. Éstos últimos se oponen a los OGMs.

7.2.2. Las empresas de biotecnología en Francia Las empresas de biotecnología, como cualquier empresa capitalista, desarrollan sus mercancías en función de la ganancia. En la actualidad, sólo seis empresas multinacionales acaparan todos los desarrollos en semillas transgénicas que se comercializan en el mundo. Los cultivos transgénicos les permiten tener un margen de ganancia extraordinario, por tres vías: a) al ser más productivas que las semillas convencionales, desplazan a posibles competidores que no comercialicen semillas transgénicas; b) como las semillas transgénicas suelen estar asociadas a un paquete tecnológico (la soja resistente al glifosato es útil en la medida que se emplee glifosato), la ganancia radica en la venta de la semillas pero también en la venta de los agroquímicos asociados; c) al tener patentes que protegen sus eventos transgénicos, toda empresa semillera que quiera comercializar un OGM debe pagarle derechos de patente a alguna de estas seis empresas multinacionales. Sin embargo, es preciso comprender que la misma lógica que incentiva a estas empresas a buscar mercados donde volcar sus OGMs para obtener mayores ganancias, no las obliga a ello, sino que lo único determinante es que exista un margen de ganancia: buscarán maximizarlo, pero si no es posible orientarán sus estrategias a fin de obtener ganancias allí donde sea posible. Esto quiere decir que estas empresas buscan que Europa desista de sus políticas y percepciones contrarias a la biotecnología, y para eso, en Francia, se unieron para crear un grupo de comunicación y lobby: DEBA.310 Pero también explica que no se retiran ni se funden por no poder comercializar OGMs. De hecho, Monsanto tiene en Francia la mayor cantidad de plantas productoras de semillas de toda Europa, sólo que no producen semillas transgénicas, sino convencionales. Un caso particular de Francia evidencia esta dualidad. Limagrain es un poderoso grupo semillero de origen francés, que actualmente ocupa el cuarto puesto a nivel 310

La organización “Débats et Echanges sur les Biotechnologies en Agriculture” (DEBA) es financiada por BASF, Bayer CropScience, Dow AgroSciences, Pioneer, Monsanto y Syngenta. 343

mundial. Como mostré en el capítulo 4, este grupo creó su propia empresa de biotecnología vegetal en 1997, dedicada específicamente a desarrollar semillas transgénicas. Sin embargo, acusando falta de apoyo estatal a la investigación en transgénicos, fue reorientando sus desarrollos hacia áreas como la genómica y los marcadores moleculares, con el fin de emplear herramientas de ingeniería genética pero para facilitar la obtención de variedades mediante mejoramiento convencional. Se concentraron básicamente en un único proyecto de transgénesis: maíz resistente a sequía. No obstante, en 2008 decidieron trasladar buena parte de sus investigaciones a Estados Unidos, por considerar que las destrucciones que sufrían por parte de los faucheurs volontaires de sus campos de experimentación les impedía desarrollar sus investigaciones con normalidad.311 Desde las empresas de biotecnología vegetal, explican la controversia como un fenómeno superestructural, diciendo que creen que lo que ha ocurrido en Francia es que se decidió sacrificar a los OGMs: ya que públicamente estaban mal vistos, el gobierno habría accedido a prohibirlos obteniendo así un margen político para introducir otras medidas (Entrevista a Rigouzzo, 2008).312 Claro que esto no explica por qué “públicamente estaban mal vistos”. En todo caso, lo interesante es que, en Francia, estas empresas no han logrado imponer ni sus prácticas ni sus discursos en relación a los OGMs. Desde la Asociación Europea de Bioindustrias, por ejemplo, se lamentan de que en los Estados Unidos haya alrededor de 400 ensayos a campo de cultivos transgénicos con tolerancia a sequía, mientras que en Europa no hay ninguno (Entrevista a Moll, 2009). Las empresas aseguran que no tienen capacidad de incidir en el debate público, por cuanto “las empresas privadas en general son mal consideradas por el público francés” (Entrevista a Rigouzzo, 2008; Entrevista a Toppan, 2008). Hasta ahora, estas empresas han tenido que trasladarse a otros países o adaptarse a las exigencias del mercado francés, como Monsanto, que en Francia produce exclusivamente semillas convencionales y productos fitosanitarios.

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Este no sería el único caso en Europa. La compañía alemana BASF, desde 2007, habría trasladado la mayor parte de sus esfuerzos en investigación y desarrollo con OGMs a los Estados Unidos, debido a la presión de los movimientos anti-OGMs (Theil, 2009). 312

En particular, sostienen que el gobierno francés habría “cedido” los OGMs a los ecologistas a cambio de mantener las plantas nucleares. 344

7.2.3. Los científicos frente a los riesgos en Francia Los OGMs han sido objeto de diversas controversias científicas, en relación a los riesgos para la salud y el ambiente. Pero desde 2002 prácticamente han dejado de aparecer artículos que señalen riesgos de los OGMs en las revistas científicas más importantes. Eso señala la clausura de la controversia dentro de lo que es el mainstream de la comunidad científica internacional. Algunos de los científicos que protagonizaron las controversias sobre los OGMs continuaron esgrimiendo sus argumentos sobre los riesgos de los transgénicos en otros campos, fundamentalmente en redes sociales donde se encuentran con movimientos de campesinos y ecologistas, y donde se transforman en los referentes científicos en lo que a OGMs se refiere. A diferencia de otros países, en Francia es común encontrar en la actualidad a científicos que expresan públicamente su rechazo al uso de OGMs. Esto podría explicarse en parte por la magnitud que tiene el rechazo a los cultivos transgénicos en ese país, lo que permitiría constituir una red donde expresar ideas sin que el peso del consenso de la comunidad científica internacional sea tan significativo. Algunos de estos científicos han creado organizaciones que difunden los riesgos que tendrían los OGMs, tales como CRIIGEN (Comité Independiente de Investigación e Información sobre Ingeniería Genética), creado hacia 1998, o Sciences Citoyennes, creada en 2002 y que se financia con fondos del Ministerio de Investigación de Francia, del Ministerio de Cultura, de la Municipalidad de París, y de la Comisión Europea, entre otros. Recién en 2009 un grupo de científicos creó una organización para promover la biotecnología vegetal (AFBV), la cual presenta un carácter defensivo, de reacción ante lo que consideran una “situación catastrófica” para la biotecnología de plantas en Francia.313 De modo que en Francia, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina, es común encontrar científicos que se expresen públicamente en contra o a favor de los OGMs, sin que se plasme allí un consenso científico al respecto. Pero si la explicación se redujera a eso, equivaldría a sostener que la disputa que los científicos mantienen en torno a los OGMs se explica estrictamente en términos de alternativas cognitivas. Evidentemente, todos tenemos opiniones sobre los más diversos temas, y sería absurdo sostener que cada una de esas opiniones tiene un sistema de determinaciones económicas y culturales que la explica. Pero cuando se trata de un tema que afecta seriamente nuestras vidas, las 313

Sobre la Association Française des Biotechnologies Végétales, ver: http://www.biotechnologiesvegetales.com; CRIIGEN: http://www.criigen.org; y la Fondation Sciences Citoyennes: http://www.sciencescitoyennes.org. 345

posiciones dejan de ser aleatorias y sí tiene sentido encontrar las determinaciones que las estructuran. En ese sentido, el conocimiento científico se explica, al menos en parte, por elementos externos a los que profesa el contenido de la ciencia (Hacking, 2000). Es por eso que el análisis de la posición que asumió un investigador en particular, Christian Vélot, resulta fundamental para la comprensión de este fenómeno. Como decía, varios científicos en Francia expresan abiertamente su rechazo al uso de cultivos transgénicos. Vélot es distinto no por sus argumentos, sino porque tuvo que pagar un costo muy alto por mantener su posición de rechazo público a los OGMs. Vélot es profesor e investigador en la Universidad de Paris-Sud XI, donde dirige un equipo de investigación en el Instituto de Genética y Microbiología. A poco de regresar de Estados Unidos, en 2000, donde había realizado su posdoctorado, Vélot unió a su labor de investigación y docencia la tarea de divulgación. En particular, se dedicó a divulgar los riesgos de los OGMs en la industria agroalimentaria en su calidad de experto, pues si bien él investiga el metabolismo de un hongo, en sus investigaciones emplea la transgénesis. Sus acciones de divulgación proliferaron, pero también fueron aumentando las presiones y sanciones que recibía en función de su posición contraria a los OGMs. Las primeras presiones que recibió fueron para que no haga mención –en sus intervenciones públicas contra los OGMs– de las instituciones donde investiga: “Cuando intervengo en la televisión, en la radio, o cuando intervengo con mis testimonios defendiendo a los faucheurs volontaires en los procesos que se les inician, soy yo el que habla, no el CNRS, no la Universidad, no el Instituto de Microbiología, soy yo. Pero claro, yo tengo que decir en qué soy competente para hablar, por eso figuran las instituciones a las que pertenezco cuando hablo en televisión, por ejemplo, porque doy mi afiliación institucional, lo que no quiere decir que hablo en nombre de ellas. Ése fue el punto de partida: fueron presiones cada vez más frecuentes.” (Entrevista a Vélot, 2009).

Luego, a las presiones verbales, se sucedieron las presiones materiales: supresión del financiamiento para investigación y privación de estudiantes pasantes. Finalmente, le comunicaron que no sería parte del Instituto a partir de 2010. También su grupo de laboratorio sufrió modificaciones. Tenía un equipo a su cargo de 5 personas: un investigador posdoctorado, un estudiante de doctorado, un técnico y un colega maître de conférences.314 El posdoctorado terminó su contrato y se fue. El estudiante defendió con éxito su tesis y se fue a hacer un posdoctorado a Lyon. Vélot presentó un proyecto de 314

Cargo de profesor-investigador, designado por un establecimiento público de enseñanza superior e investigación. 346

investigación a la Universidad para pedir un laboratorio para 2010 con el equipo restante de 3 miembros. La Universidad le aprobó el proyecto, pero dos días después de la aprobación desplazaron al técnico a otro laboratorio, con lo que el equipo de Vélot se redujo a él y su colega. Todas estas adversidades Vélot las atribuye a reprimendas por sus intervenciones en contra de los OGMs (Entrevista a Vélot, 2009). De ser así, sus condiciones de trabajo se vieron seriamente dañadas en virtud de su posición pública frente a los OGMs. Entonces, ¿por qué asume esa posición pública? En un sentido opuesto, en Argentina hay numerosos científicos que vierten infinidad de críticas a algunas noticias sobre eventuales riesgos de los OGMs. Pero las críticas las suelen hacer en privado. Cuando interrogué a investigadores del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y de la Universidad de Buenos Aires acerca de por qué no intervenían públicamente con esas posturas, todas las respuestas terminaban sugiriendo que su prestigio podía ponerse en juego innecesariamente por intervenir en esos debates. Las posiciones en el ámbito privado y las posiciones en la esfera pública son dos instancias muy distintas, y sólo cuando algo muy ligado a las propias condiciones de vida es amenazado es que tiene sentido asumir una posición pública aún cuando pueda traer perjuicios. Vélot sabe que muchos científicos consideran que no hay riesgos con el uso de OGMs, y describe así a esos científicos: “Creo que hay dos categorías de científicos favorables a los OGMs. Hay una minoría que tiene intereses financieros; tienen vínculos directos o indirectos con las empresas, son muy influyentes, pero numéricamente son una minoría. La gran mayoría de científicos que dicen que no hay problemas con los OGMs son totalmente honestos, lo piensan sinceramente, porque es una tecnología que utilizan frecuentemente en el laboratorio, y por eso terminan banalizando los riesgos.” (Entrevista a Vélot, 2009)

Lo interesante es que Vélot también utiliza la transgénesis en su laboratorio. Pero distingue enfáticamente entre un OGM de laboratorio y un OGM en la agricultura. Para él, los OGMs en el laboratorio son simplemente una técnica, confinada en los límites del laboratorio. Los medicamentos sintetizados a partir de OGMs tampoco portarían mayores riesgos, según Vélot, porque la producción se realiza en condiciones controladas y el producto se conoce a la perfección. Pero un OGM en la agricultura sería una cosa totalmente distinta, deja de ser una herramienta y se vuelve un fin en sí mismo, pues se torna imposible controlar a todo un organismo en sus interacciones con 347

el ambiente y la cadena alimentaria. Desde la perspectiva de Vélot, es la imposibilidad de controlar la complejidad lo que diferencia los niveles de intervención (laboratoriomedicamentos-agricultura) de la transgénesis, y lo que diferencia los riesgos. La complejidad del ambiente estaría en la base de los riesgos de los cultivos transgénicos. Pero según Vélot, hay muchos otros científicos que no establecen esta diferencia, que no ven estos riesgos. A la pregunta de por qué él sí logra ver la complejidad que se despliega en la agricultura, responde: “Soy hijo de agricultores. En realidad, mi necesidad de hacer divulgación científica viene del hecho de que tengo muchos hermanos y hermanas que no son científicos de profesión y me vi en la necesidad de hacer divulgación para comunicarme con ellos sobre lo que hacía.” (Entrevista a Vélot, 2009)

Aquí es donde se encuentra la razón de su persistente toma de posición pública frente a los OGMs. Por más que se trata de un científico y que su vínculo con los OGMs a lo sumo se concreta dentro del laboratorio, resulta que el medio agrícola constituye una parte importante de su entorno. Y ese mundo agrícola se vuelve más presente cuanto más se incrementa su posición contra los cultivos transgénicos: “Fui muy solicitado para intervenir en el campo, en el mundo agrícola. Soy hijo de agricultores, pero descubrí toda la amplitud y la riqueza del mundo agrícola a través de mis conferencias. A partir de ahí, cada vez me hice más sensible a sus problemas, me di cuenta que existen alternativas a la tecnología OGM para resolver tal y cual problema agronómico. A menudo los agricultores tienen la solución, porque es su tema, porque durante años han seleccionado semillas perfectamente adaptadas a determinado nicho ecológico, etc.” (Entrevista a Vélot, 2009)

En su entorno familiar están muy presentes las determinaciones económicas y culturales que he presentado en esta sección en relación a la posición frente a los OGMs, el mundo agrícola del interior de Francia constituye su historia y su ambiente familiar. Generaciones de agricultores ocupando un espacio importante en la producción agropecuaria y en el espacio público francés, dejan su impronta en un tema que les atañe. Vélot tiene razones para llevar su posición pública contra los transgénicos mucho más lejos que la de otros científicos: tiene las razones de la pequeña burguesía agrícola francesa.

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7.2.4. La metáfora del vino Aunque los cultivos transgénicos, en tanto cultivos, suponen un modo de producir en agricultura, hay factores culturales que no se reducen a una lógica económica. En Francia, diversos actores sociales enfatizan el hecho de que la agricultura es a la vez una práctica y una forma de representar esa práctica (“culture transgénique” se traduce tanto como “cultivo transgénico” o como “cultura transgénica”), que los valores que se asocian a la agricultura se actualizan al momento de realizarla. Hay precisamente una actividad que en Francia se ha desarrollado con una singularidad notable, y que asocia la producción agrícola a un conjunto de valores culturales, y esta actividad es la elaboración de vino. Una breve descripción de la misma permitirá señalar algunos aspectos de la determinación económica y cultural que también encontramos en el caso de los cultivos transgénicos. Dentro de la vid pueden distinguirse diversas variedades de cepas, y éste puede ser el criterio dominante para caracterizar un vino. Así sucede en la Argentina, donde una bodega puede producir un mismo tipo de vino a lo largo de cientos de hectáreas. Pero en Francia el criterio dominante es otro: el terroir. Se trata de un término que designa las características geográficas que, se supone, condicionan las cualidades resultantes de un cultivo. Un terroir particular supone que, en una determinada región, el clima, las características del suelo y la topografía, se conjugan de modo tal que el vino que allí se produce tiene cualidades que lo diferencian del que se obtiene en otra región. Hay una idea de ecología (en tanto conjunto de interrelaciones entre factores bióticos y abióticos) imbricada en la noción de terroir, y esto implica una valorización del proceso de obtención del vino y de la complejidad del entorno que rodea a la vid, por sobre la vid misma o su producto. Asociada a estos valores que se movilizan en la producción vitivinícola, hay una lógica económica que resulta estrechamente dependiente: un terroir no suele expandirse, pues sería difícil que las mismas condiciones que hacen a un ecosistema se reproduzcan en otro lugar. Por el contrario, resulta más probable que se asigne un nuevo terroir a una región que antes se pensaba incluida dentro de otra más amplia. La noción de terroir tiende a preservar una estructura de producción agrícola basada en pequeñas parcelas, mientras que la preferencia por la cepa (el tipo de uva) como factor determinante en la producción de vino tiende a volver irrelevante su estructura de producción. No es de extrañar entonces que en los países con gran superficie cultivable –y cuya incorporación a la producción de vino es más reciente–, 349

como la Argentina o los Estados Unidos, la elaboración de vino se caracterice por el tipo de cepa involucrada. En cambio, en los países europeos, con escasa superficie cultivable –es decir, cuya capacidad de expandir el área de producción agrícola es muy limitada– tiende a prevalecer la producción de vino remarcando el origen donde se elaboró. El país donde se desarrolló la demarcación de origen de viñedos de un modo más completo es Francia (Unwin, 1996; Pratt, 2007). Esta adopción del criterio de demarcación de origen no estuvo exenta de conflictos. De hecho, una de las primeras denominaciones de origen, a principios de siglo XX, concedió la apelación de champagne a los vinos producidos en determinadas localidades de Francia, hecho que despertó una serie de protestas por parte de los agricultores que no se encontraban en las zonas favorecidas. Las protestas se apaciguaron recién en 1927, cuando se concedió que otras 71 comunas podían tener la apelación de champagne (Unwin, 1996: 313-314) El tipo de categorización en función de la noción de terroir se expandió a otros productos agroalimentarios, como el queso (Pratt, 2007: 290). En Francia, la certificación de los quesos en función de sus características de origen ha permitido que la producción agropecuaria tradicional de baja densidad pueda continuar de un modo sustentable, evitando así la intensificación e industrialización de la producción de quesos (Ilbery et al., 2005: 125). Por cierto, la denominación de origen no es simplemente una cuestión formal, o una mera estrategia comercial: “los locales aseguran que la leche y el queso saben diferente según dónde fueron producidos” (Grasseni, 2003: 269). También para el comprador, en el comercio de productos que certifican sus características de origen, se ingresa una dimensión simbólica al adquirirlos: al afirmar que los elementos de origen están presentes en la comida, uno reconoce en ese producto las cualidades de su origen, y eso se introduce en un intercambio que deja de ser meramente económico, para afirmar el mutuo reconocimiento a las condiciones y características de la región de origen (Grasseni, 2003). Así como en Francia el vino debe sus cualidades a las características del ecosistema donde se elaboró, los cultivos convencionales tienen asegurada su calidad por cuanto se los considera componentes de una complejidad de relaciones socioambientales donde se realiza la agricultura. En cambio, los cultivos transgénicos tienen un elemento universal y ajeno a la especificidad de esos ambientes (el transgén), lo que en consecuencia es sentido como exterior a sus valores y fuente de diversos riesgos. Uno de estos riesgos, la contaminación genética (con lo que se refiere a la posibilidad de 350

que el transgén se traslade a otros cultivos), supondría directamente un ataque a ese valor central que se adjudica a la especificidad de cada ecosistema, a que cada uno sea distinto entre sí. Los riesgos para la salud se asocian a los fenómenos imprevisibles que podrían ocurrirles a quienes consumieran los productos derivados de cultivos transgénicos, por oposición a la confianza que brinda la tradición de los productos propios de cada ecosistema. Además, las patentes sobre los transgénicos conducirían a una dependencia de los agricultores respecto a las grandes empresas semilleras, poniendo en riesgo la estructura social de producción agrícola. Nótese que los riesgos asociados al uso de cultivos transgénicos son bien distintos entre sí, pero tienen en común el hecho de que contaminan la seguridad del orden socio-ambiental establecido. En palabras de Mary Douglas, las ideas sobre la contaminación se relacionan con la vida social, pues “ciertos valores morales se sostienen, y ciertas reglas sociales se definen, gracias a las creencias en el contagio peligroso” (Douglas, 1973: 16). También los productos convencionales (incluidos, por cierto, los productos “orgánicos” o “ecológicos”, que tienen una etiqueta que garantiza el proceso por el que han sido obtenidos) gozan de una certificación en cuanto a su origen, aunque en este caso es por oposición a los transgénicos. Quienes rechazan el uso de OGMs reclaman que los mismos tengan un estricto sistema de trazabilidad y etiquetado, a fin de diferenciarlos. Aquí, la certificación serviría para exponer los riesgos públicamente asociados a los transgénicos, mientras que los productos “sans OGM” (libre de transgénicos) carecerían de riesgos. Llegado a este punto, el lector habrá notado que los valores culturales asociados a un modo determinado de producción de vino son similares a los que se esgrimen para rechazar los cultivos transgénicos. Sin embargo, podría agregarse que la elaboración del vino en Francia no constituye sólo una metáfora para explicar la situación de los transgénicos, sino que ambos –el modo en que es aceptada la producción de vino y la manera en que son rechazados los OGMs– podrían pertenecer a una misma lógica cultural. Mary Douglas define como “tendencia cultural” al modo en que se articulan las preferencias individuales respecto a la autoridad, el liderazgo y la competencia, y sostiene que la elección por la medicina espiritual puede explicarse como perteneciente a una tendencia cultural, de modo que es de esperar que haya otras elecciones de ese individuo consistentes con esa tendencia cultural, como respecto al régimen alimentario o la ecología (Douglas, 1996). En esa misma línea es que cabe sostener que la elección por una agricultura no transgénica no es una preferencia aislada, independiente de otros 351

valores culturales. En la elaboración del vino en función de los pequeños ecosistemas, en la de los quesos en el mismo sentido, y en el rechazo a los transgénicos pueden encontrarse articulaciones sistémicas. Pueden encontrarse otros ejemplos, como la predilección –incluso en grandes ciudades, como París– por las ferias de alimentos, en lugar de los grandes hipermercados. El factor común es la valorización de aquello que se produce en pequeña escala: lo artesanal, lo local, son representados como poseedores de cualidades diferenciales. El resultado general es una valorización cultural de la pequeña burguesía. Aquí me aparto claramente de las tendencias culturales como las entiende Mary Douglas, en tanto ella no explica cómo se originan y mantienen las tendencias culturales, y su posición anti-determinista la lleva a sostener que “las presiones culturales no obligan a nadie a elegir un camino u otro” y “ni la demografía, ni los ingresos, ni la educación revelan la tendencia cultural” (Douglas, 1996: 60-63). Por el contrario, aquí argumento que sí existe una estructura a partir de la cual se determinan las preferencias culturales que llevan a rechazar los OGMs y elegir determinados modos de producción agrícola. Por “estructura” no me refiero sólo a las relaciones simbólicas del orden cultural, sino que pretendo mostrar que existen tanto determinaciones culturales como materiales en estas “preferencias culturales”. La forma particular en que se forma el precio del vino, a partir de la apetencia de compra y la capacidad de pago de los compradores, fue distinguida por Marx, señalando que el productor podía fijar un precio monopólico gracias “a la riqueza y a la pasión de los bebedores exquisitos de vino” (Marx, 1894: 719). Este mismo ejemplo es retomado recientemente por David Harvey, quien sostiene que la valorización de un producto en función de sus singularidades locales es una forma de mantener los privilegios de la renta monopólica en tiempos de globalización: “la industria europea del vino, liderada por los franceses, busca preservar las rentas monopólicas insistiendo en las virtudes singulares de la tierra, el clima y la tradición (aunadas bajo el término francés ‘terroir’) y la distinción de su producto certificado por un nombre” (Harvey, 2001: 400). No por casualidad, los críticos de vino estadounidenses evalúan los vinos en función de su sabor, despreciando la noción de terroir y las implicaciones histórico-culturales asociadas a la misma, lo que ha dado lugar a intensas confrontaciones entre la industria del vino francesa y los críticos estadounidenses. Lo interesante es que esto refleja que la misma globalización del mercado tiene como una de sus contradicciones el hecho de que produce “una poderosa fuerza que busca garantizar no sólo la continuidad de los privilegios monopólicos de la propiedad privada sino las rentas monopólicas que se 352

derivan de representar a las commodities como incomparables” (Harvey, 2001: 402). En este sentido, las semillas transgénicas implican un modo globalizado de producción agrícola, por cuanto el transgén fue incorporado en un laboratorio, ajeno a toda impronta localista –aunque luego el transgén debe incorporarse a las variedades locales del cultivo para maximizar su productividad– y las empresas que poseen la propiedad de esos genes son muy pocas en todo el mundo. En contraposición, las formas de representar a la agricultura como una práctica que alcanza sentido y aporta seguridad en sus productos finales sólo mediante la conservación de la complejidad ambiental de cada ecosistema, constituye una forma de preservar las estructuras sociales –la agricultura familiar y la pequeña burguesía agrícola– que el despliegue de un mercado globalizado tiende a concentrar.

7.2.5. Algunas consideraciones sobre la controversia en Francia En esta sección he intentado mostrar que el particular modo en que son concebidos los cultivos transgénicos puede explicarse en función de dos tipos de condicionamientos: la estructura económica del sector de productores agrícolas, y la valorización cultural de los modos de producción de la pequeña burguesía. En Francia, la fuerte presencia relativa de la pequeña propiedad agrícola, junto con un sistema de valores sólidamente instalado que tiende a jerarquizar lo producido en términos locales y de pequeña escala, confluyen para articular una posición frente a los cultivos transgénicos que resulta funcional a esos condicionamientos. En un estudio comparativo entre Estados Unidos y Francia a propósito de los OGMs, Gaudillière y Joly (2006) sostienen que mientras en el primero se expresa una regulación en base al mercado, en Francia juega un rol preponderante una regulación de tipo “cívico-consumidor” y “estatal”. Es indudable, como mostré aquí, que en Francia la participación de diversos actores sociales en la cuestión de los cultivos transgénicos sobrepasa lo que ocurre en otros países, incluyendo, evidentemente, a los Estados Unidos. Ahora bien, los modelos que contraponen Gaudillière y Joly, indican que en Francia el Estado y los consumidores-ciudadanos actuarían por fuera de una lógica del mercado. Pero en función de lo que he desarrollado aquí, podría sugerirse que la posición de estos actores sociales en Francia encarna precisamente la forma particular que adopta el mercado (sobre todo, el mercado agroalimentario) en ese país. Es un mercado con fuerte presencia de la pequeña burguesía lo que explicaría el rechazo a los OGMs, más que una supuesta autonomía sobre el mercado. 353

Según Ludwik Fleck, “cada época posee concepciones dominantes, a la vez depositarias de trazas del pasado y favorables a desarrollos futuros, de manera análoga a toda forma social” (Fleck, 1935: 56). Quedaría por agregar que el estilo de pensamiento que encuentra diversidad de riesgos en los OGMs no sólo es análogo a una forma social, sino dependiente de ésta. Lo cierto es que cuando un estilo de pensamiento impregna fuertemente la vida cotidiana, cuando se torna una evidencia inmediata, entonces su cuestionamiento deviene impensable, inimaginable (Fleck, 1935). En la afirmación de los riesgos de los OGMs hay un sistema de valores que regula el mantenimiento de las conductas y las prácticas de un sector importante de la sociedad. Pero eso no significa que las afirmaciones sobre los riesgos de los OGMs carezcan de sustento empírico. Lo que interesa en este capítulo es mostrar que tales afirmaciones se mantienen no por ser verdaderas, sino porque permiten sostener una forma de vida social. Los OGMs en Francia son vistos como una amenaza ante el pequeño tesoro que se quiere conservar. Los riesgos ambientales y para la salud de las nuevas tecnologías, y sus efectos definitorios de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad del riesgo, pueden ser sólo teorizaciones, pero son asimilados como conceptos a priori cuando las relaciones de propiedad se ven amenazadas por esas tecnologías, y con ellas, los valores culturales asociados.315

7.3.

Controversia en la Argentina

La investigación para desarrollar plantas transgénicas en instituciones públicas comenzó a mediados de la década de 1980, y los transgénicos comenzaron a utilizarse en la agricultura en 1996. A pesar de ser uno de los primeros países en tener investigaciones y aplicaciones sobre cultivos transgénicos, en la Argentina no hubo una controversia sobre el uso de los mismos. Ello no significa que los transgénicos se hayan comenzado a emplear sin discusiones ni controles. Como expliqué en el capítulo 5, en 1991 se creó una agencia específica para la evaluación de OGMs, y en torno a ella se reunieron expertos que dieron forma a un marco regulatorio. Fue finalmente cinco años después, en 1996, que el primer cultivo transgénico se aprobó en el país. De modo que sí existió un debate y un análisis de los OGMs, pero estuvo confinado a un espacio cerrado alrededor de los expertos en la materia, y que nunca alcanzó la arena pública.

315

Según Marshall Sahlins, los nuevos acontecimientos siempre son apropiados en función de conceptos a priori, pues la referencia al mundo es un acto de clasificación (Sahlins, 1985: 136). 354

¿Es que no existen en la Argentina organizaciones sociales que hayan tomado a los transgénicos como eje de discusión? Sí, hay organizaciones de diversa índole que han abordado la cuestión de los transgénicos, aunque sin la intensidad con la que se dio en otros países. Greenpeace se instaló en la Argentina en 1987.316 Se bien ha realizado algunas intervenciones públicas puntuales en torno a los transgénicos, no fue uno de los ejes centrales de sus campañas en el país, como sí lo fue, por ejemplo, la conservación de los bosques (Poth, 2010). En Brasil, y en Europa, en cambio, Greenpeace tomó la oposición a los transgénicos como uno de sus principales objetivos. Como organizaciones de carácter estrictamente local, se puede mencionar al Grupo de Reflexión Rural, surgido a fines de la década de 1990. Es una organización de una docena de personas, que promueve una agricultura de tipo “orgánico” y ataca fervorosamente a los transgénicos.317 Con un discurso esencialista (ver Introducción de esta tesis), considera que los transgénicos son los “responsables en buena medida del despoblamiento rural y de la carencia de alimentos en muchísimos hogares argentinos” (Rulli, 2003). Esta organización realizó algunas actividades en conjunto con el Movimiento de Campesinos de Santiago del Estero (MOCASE), el cual, según sus propias estimaciones, nuclea a unas 9.000 familias en dicha provincia argentina.318 En un encuentro de organizaciones ecologistas y campesinas de Argentina, Brasil y Uruguay, declararon la necesidad de oponerse “al actual modelo de desarrollo, al proyecto agro-exportador, y a la transgénesis, que afectan trágicamente a los pueblos del Cono Sur” (Contraencuentro de Iguazú, 2005). Pero ninguna de estas organizaciones instaló un debate en la arena pública respecto a los transgénicos. Acaso lo más cercano a ello fue una controversia desatada en 2009 en torno al glifosato. En 1976, Monsanto comenzó a comercializar el herbicida Roundup Ready, cuyo principio activo es el glifosato. Éste es un herbicida de amplio espectro. Al utilizarse con un cultivo transgénico que posee tolerancia a dicho herbicida (como la soja RR), el 316

La oficina que instaló en 1987 Buenos Aires fue la primera que Greenpeace abrió en un país en vías de desarrollo. Ver: http://www.greenpeace.org/argentina/es/sobre-nosotros/Nuestra-Historia/. 317

Sobre el tipo de actividades http://www.grr.org.ar/agenda/index.php

que

realiza

el

Grupo

de

Reflexión

Rural,

ver:

318

El MOCASE surge en 1990 en la provincia de Santiago del Estero (Metcalf, 2004). Al igual que el Movimiento Sin Tierra de Brasil, pertenece a Vía Campesina. 355

glifosato elimina todas las plantas, salvo el cultivo transgénico. La patente de Monsanto expiró en 2000, por lo que desde entonces diversas empresas lo comercializan. En abril de 2009, en el contexto de un conflicto entre el gobierno y los empresarios agrícolas por las retenciones a las exportaciones de soja, un investigador dio a conocer, a través de un periódico, sus conclusiones sobre el glifosato. El Dr. Andrés Carrasco (investigador en embriología de la Universidad de Buenos Aires, y Subsecretario de Innovación Científica del Ministerio de Defensa) comunicó en dicha nota que debían limitarse el uso del glifosato, ya que sus investigaciones mostraban que ante un mínimo uso del mismo se producían efectos negativos en la morfología de embriones, pues en sus experimentos, Carrasco habría inyectado glifosato en embriones de anfibios y comprobado efectos nocivos del mismo (Aranda, 2009a). El Ministro de Ciencia y Tecnología relativizó los alcances de la investigación, al sostener que no podía extrapolarse un ensayo sobre tejidos de anfibio a lo que podría ocurrir en el campo, y aclaró además que las afirmaciones sobre el glifosato correspondían a un investigador particular, no a un panel de expertos (Barañao, 2009). Carrasco volvió a remitirse a los medios de comunicación masiva para advertir que estaba recibiendo presiones por sus afirmaciones sobre el glifosato, a la par que señaló que el mismo tipo de investigaciones ya había sido llevada a cabo por otros científicos, como el francés Gilles-Eric Séralini (Aranda, 2009b). Carrasco recibió el apoyo de numerosas organizaciones e individuos (Grupo de Gestión, 2009). Un Consejo Científico Interdisciplinario fue convocado en el marco de la Comisión Nacional de Investigación sobre Agroquímicos (dependiente del Ministerio de Salud), específicamente para analizar la peligrosidad del glifosato, en función de la repercusión que había tomado el caso Carrasco. En julio de 2009, el Consejo publicó un extenso informe, en el que concluyó que bajo condiciones de uso responsable, el glifosato implicaría un bajo riesgo para la salud humana o el ambiente (Consejo Científico Interdisciplinario, 2009). Carrasco considera que dicho informe carece de sustento, por cuanto cita en repetidas ocasiones a estudios financiados por la firma productora de glifosato (refiriéndose a Monsanto) (Blanco, 2010). Mientras estos episodios tenían lugar, el glifosato fue cuestionado también por el modo en que era empleado por los productores agropecuarios. Éstos rociaban los campos desde aviones cargados con glifosato. Vecinos de la localidad de San Jorge, en la provincia de Santa Fe, acudieron a la justicia para pedir que se suspendan las pulverizaciones, pues éstas caían sobre la población. La Justicia avaló el pedido, 356

prohibiendo su uso a menos de 800 metros del límite comunal (Fernández, 2010b). Según un miembro del Grupo de Reflexión Rural, ya existía cierta preocupación por el glifosato, pero a partir de las declaraciones de Carrasco el tema explotó y cobró una relevancia mucho mayor (Loewy, 2009). Finalmente, un año y medio después de que Carrasco diera a conocer sus conclusiones sobre el glifosato en un periódico, salió publicado su artículo en una revista científica (Paganelli et al., 2010). Según el Ministro de Ciencia y Tecnología, la investigación de Carrasco sólo confirmaba que el glifosato agregado a embriones de batracios produce determinados efectos (Barañao, 2010). La investigación de Carrasco también recibió las críticas de Keith Solomon, un especialista canadiense en toxicología, quien sostiene que Carrasco había generado condiciones totalmente irreales para probar el glifosato, tales como utilizar dosis muy superiores a la concentración normal a la que se puede exponer a los anfibios, inyectar directamente el glifosato en los embriones, y hacerlo en placas de Petri, donde el producto no puede lavarse como ocurre en el medio ambiente (Sammartino, 2010). De todos modos, y aunque sea lo más cercano que podría registrarse como una controversia pública sobre los transgénicos en Argentina, en rigor no constituye una. Por un lado, no se refirió estrictamente a los transgénicos, sino al glifosato. Aunque por momentos, el debate parecía juntar en una misma bolsa diversas cuestiones, pues Carrasco afirmó que el origen del problema estaba en la mercantilización de la agricultura (Pérez, 2010). Por otro lado, aunque captó la atención de los medios de comunicación y de algunos movimientos sociales, la intensidad y permanencia del debate no es equivalente al que se registró en países como Brasil o Francia. No obstante, hay algunos elementos de esta controversia que la asemejan a las presentadas en el capítulo anterior, es decir, a las que se ubicaron en la interfaz entre la controversia científica y el problema público. Tal como ocurrió con Pusztai, se trató de una controversia que se disparó cuando un científico acudió a los medios masivos de comunicación para dar a conocer su punto de vista en función de sus investigaciones, las cuales serían publicadas en revistas científicas mucho más adelante. También ocurrió que los actores involucrados cuestionaron la validez de otros estudios por estar financiados por empresas biotecnológicas. Ello se había manifestado, por ejemplo, en la controversia del maíz mexicano. Por otro lado, Carrasco, al igual que los científicos que mencioné en las controversias pasadas, se vinculó con otros actores sociales a partir de sus argumentos, lo que contribuyó a ampliar la controversia hacia un público más 357

amplio. Así, desde que apareciera en los medios masivos de comunicación, Carrasco dio charlas en diversos puntos del país, acompañado en ocasiones por el Grupo de Reflexión Rural.319 Por otra parte, salvo algunas excepciones puntuales como el informe del Consejo Científico Interdisciplinario, no hubo una participación de científicos en torno al debate sobre la investigación de Carrasco. Los investigadores argentinos que entrevisté para esta tesis, biólogos moleculares del INTA y del INGEBI, todos tenían numerosas críticas para hacerle: desde cuestiones formales (su renuencia a atravesar primero la evaluación por pares que supone una publicación científica), hasta otras más ligadas a las conclusiones de la investigación, como la imposibilidad de extrapolar un producto inyectado en un embrión hacia su uso en la agricultura. Sin embargo, todos ellos se rehusaban a intervenir públicamente para manifestar su punto de vista respecto a la controversia sobre el glifosato. La razón que dieron es que el glifosato es un emblema de Monsanto, y ningún investigador de una institución pública tiene interés en que se lo asocie como un defensor de Monsanto. Así, la controversia sobre el glifosato en la Argentina transcurrió sin mayores debates científicos.

7.4.

Comparando la estructura agrícola en Francia, Brasil y Argentina

El desarrollo de las controversias sobre los transgénicos responde a una matriz variada y compleja, donde intervienen desde las trayectorias e interacciones entre los científicos, hasta los valores culturales en un sentido amplio. No obstante, si centro el análisis en los intereses sociales de las controversias, hay un elemento de la estructura social que se destaca, y es el tipo de producción agropecuaria que está establecida en cada país. La producción agrícola en Francia tiene como uno de sus sujetos dominantes a los pequeños productores. Los grandes latifundios no son la figura principal de la propiedad agrícola en Francia, a diferencia de lo que ocurre en la Argentina. Si se toma a las propiedades agrícolas de menos de 100 hectáreas, en Francia éstas representan cerca de del 42% de los terrenos cultivables. Si se compara con Brasil, país que ha ido incrementando su superficie cultivada con transgénicos hasta ocupar el segundo lugar mundial –pero atravesando una fuerte resistencia interna, encabezada en buena medida por campesinos que buscan sostener un modelo de agricultura familiar, como en el 319

Ver, por ejemplo: La Nueva Provincia (periódico de Bahía Blanca), 2 de junio de 2010; UNO (periódico de Entre Ríos), 17 de noviembre de 2010; Río Negro (periódico de Río Negro), 7 de octubre de 2010; Diario Chaco (periódico del Chaco), 7 de agosto de 2010. 358

Movimiento Sin Tierra (Pellegrini, 2009)– se observa que allí las propiedades de menos de 100 hectáreas ocupan el 21% de la superficie cultivable del país. Si se incluye en la comparación a la Argentina –país pionero en la incorporación de los cultivos transgénicos, y que en ningún momento ha atravesado una controversia pública significativa en torno al uso de los mismos–, la diferencia se vuelve drástica: las propiedades de menos de 100 hectáreas sólo ocupan el 2,8% de la superficie agrícola del país.320 Estos datos (ver Cuadro 9) permiten poner en evidencia un primer nivel de determinación de la posición en torno a los cultivos transgénicos: cuanto mayor es la presencia de la pequeña propiedad agrícola en la agricultura de un país, mayor es el nivel de conflictividad social que plantea el uso de cultivos transgénicos. Cuadro 9. Relación entre la estructura social agropecuaria y la controversia sobre los transgénicos. Propiedades

con

Conflictividad general

menos

100

en

de

hectáreas*

relación

a

los

OGMs**

Francia

41,7%

Alta

Brasil

21,1%

Media

Argentina

2,8%

Baja

Fuente: Elaboración propia en base a datos de Agreste-Ministère de l’Alimentation, de l’Agriculture et de la Pêche (Agreste, 2008), Instituto Brasileiro de Geografia e Estatística (IBGE, 2006) e Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC, 2002). * Valores obtenidos en función de la superficie que representan las explotaciones con menos de 100 hectáreas en relación a la superficie total dedicada a la agricultura. ** Comparación en cuanto al grado de repercusión de la controversia pública sobre OGMs, las acciones efectuadas en ese sentido y la percepción pública sobre los OGMs.

320

Utilizo como índice de comparación a las propiedades con menos de 100 hectáreas, por varios motivos. En primer lugar, es el único valor disponible para realizar comparaciones estadísticas entre los tres países que se mencionan aquí. Si el indicador disminuyera “hasta 50 hectáreas”, se observarían sólo datos de Francia y Argentina, aunque la diferencia sería igualmente significativa: en Francia en 2007 representan el 13% (y representaban el 18.8% en 2000), mientras que en Argentina, en 2002, representan apenas el 1.3%. Además, la categoría de “pequeño productor” es difícil de establecer con claridad, pues existen varios criterios, según el rol que se le dé a la disponibilidad de capital, tecnología, tierra, mano de obra empleada, trabajo familiar y forma de producción (Scheinkerman de Obschatko et al., 2007). Desde ya, tomar como pequeño producto a quien posee hasta 100 hectáreas es un indicador demasiado laxo y equívoco de “pequeño productor”, aún cuando existe una relación entre el tamaño de la propiedad y el tipo de productor. En todo caso, aquí me limito a efectuar la comparación en torno a la extensión de las propiedades agrícolas, para comparar el peso relativo de las propiedades menores a 100 hectáreas en el total de la estructura de producción agrícola de cada país. Los datos también presentan una disparidad en el año del muestreo, lo que depende del momento en que se realizó cada censo. El de Argentina data del 2002, el de Brasil, del 2006, y el de Francia, del 2007. De todos modos, las diferencias entre los países se mantienen respecto a unos años atrás. El censo de Brasil de 1995, por ejemplo, revela que los establecimientos con menos de 100 hectáreas representaban el 19.96% del total. El censo de Francia de 2000 muestra que los establecimientos con menos de 100 hectáreas representaban el 51.3% del total. 359

Se trata de una relación altamente sugestiva. Hay una explicación a esa relación, y es que cultivar un transgénico no supone simplemente sembrar una semilla particular, sino que suele venir asociado un paquete tecnológico que implica disponer de un cierto capital para poder sustentarlo. Tal es el caso de la soja transgénica resistente al glifosato, que maximiza su productividad cuando se la emplea conjuntamente con el herbicida glifosato y recurriendo a métodos de siembra directa, para lo cual se emplean maquinarias destinadas a tal fin. De este modo, a mediados de la década de 1990, en la Argentina los productores agrícolas poseían maquinaria moderna –fruto de la política monetaria que favorecía las importaciones en detrimento de las exportaciones– pero el escenario global había cambiado hacia una baja en los precios internacionales de los principales cultivos, y su nivel de endeudamiento era creciente. Esto hizo que la soja RR fuera rápida y masivamente incorporada (Bisang, 2007). Debe tenerse en cuenta, por lo demás, que la propiedad agropecuaria argentina ya presentaba un perfil de gran concentración. En 1988, el censo mostró que la superficie ocupada por propiedades con menos de cien hectáreas representaba apenas el 3.78% del total (Censo, 1988).321 En la Argentina existen, como en el resto de los países, organizaciones sociales que se oponen al uso de los transgénicos. Pero lo que es marginal, en términos estadísticos, es el tipo de productor agropecuario que puede ver dificultada su actividad de pequeña escala por la incorporación de los transgénicos. La representación de los riesgos de los OGM responde a una lógica según la cual toda nueva técnica que se ingrese en la complejidad de los ecosistemas agrícolas puede iniciar desastres irreversibles. Quiero decir que esos riesgos pueden tomarse como metáfora de otro riesgo: la pérdida de la pequeña propiedad agrícola. Si en Argentina los riesgos sobre los OGMs nunca ingresaron con fuerza en la esfera pública, eso puede deberse, en gran medida, a que la pérdida de la pequeña propiedad agrícola ya se había consumado antes de la llegada de los cultivos transgénicos.

321

Si bien con anterioridad a la dictadura militar los porcentajes eran un poco mayores, tampoco eran radicalmente distintos. El censo de 1914 mostró que en la región pampeana, la superficie ocupada por propiedades con menos de cien hectáreas era del 5.8%. En 1937 había aumentado al 8.1%. En 1947 se situaría en el 7.9%. En 1960 alcanzaría el 8.5%, para descender, en 1969, al 7.7%. Pero por otro lado, el tamaño promedio de una propiedad agropecuaria en dicha región se incrementó considerablemente tras la dictadura. En 1969, se ubicaba en las 277.7 hectáreas, una cifra muy similar a la de 1937. Sin embargo, en 1988 la propiedad agropecuaria promedio en la región pampeana había pasado a tener una superficie de 369.2 hectáreas, lo cual es otro indicador del proceso de concentración de la tierra que se dio durante la dictadura. Los datos estadísticos pueden consultarse en Barsky y Pucciarelli (1991). 360

¿Qué ocurre en otros países? En España, los productores que han cultivado maíz Bt no se diferencian –en cuanto a su tamaño– de los que cultivan maíz convencional: ambos tienen una media de 25 hectáreas (Gómez-Barbero et al., 2008). Sin embargo, en un estudio sobre la adopción del maíz Bt en los Estados Unidos, se encontró que la misma dependía directamente del tamaño de la explotación. La explicación radicaría en que el maíz Bt está diseñado para combatir insectos, los cuales varían en su incidencia según la región, de modo que es esta última variable la que jugaría un papel decisivo para el caso del maíz Bt (Fernandez-Cornejo y McBride, 2002). Por otro lado, ¿cuán significativa es la adopción de transgénicos en España? Las cifras de la agricultura en España (tanto convencional como transgénica) son marginales respecto a las millones de hectáreas que destinan a los transgénicos Argentina, Brasil o Estados Unidos.322 Aún más: en 2009, España registró una disminución del 4% en la superficie que destina a maíz Bt con respecto al 2008 (James, 2009). De modo que el papel que ocupa España en la adopción de transgénicos es sobre todo emblemática: es el principal usuario europeo de OGMs, y el que desde 1998 viene sosteniendo su uso. Si en la comparación introducimos, en cambio, a los Estados Unidos, el principal productor de OGMs del mundo (con 64 millones de hectáreas en 2009) y donde no ha habido controversias en la arena pública sobre el uso de transgénicos, su perfil coincide con la caracterización general que realicé: las propiedades con menos de 100 hectáreas son una minoría y representan, en los Estados Unidos, entre el 11% y el 12.8% de la superficie agropecuaria (NASS, 2009).323 Pero si bien la composición de la estructura social funciona como un primer nivel de determinación general en relación a la percepción y posición respecto a los transgénicos, por sí solo no es suficiente para explicar las singularidades que presenta el uso de cultivos transgénicos en cada escenario. En primer lugar, no todos los transgénicos implican la incorporación de un paquete tecnológico asociado. Tal es el caso de la otra característica transgénica que circula en el mercado (además de la mencionada tolerancia a herbicidas): la resistencia a insectos. En particular, el maíz Bt no requiere de condiciones de producción sofisticadas para maximizar su rentabilidad. 322

Sobre las características de la producción agropecuaria en España, ver: INE (2007).

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La variación en las cifras responde a que las mediciones en los Estados Unidos se hacen en acres, y en el censo consideran el tamaño de las explotaciones hasta 219 acres (88.6 hectáreas) o hasta 259 acres (104.8 hectáreas). 361

El principal cultivo en Francia es precisamente el maíz, con el que se siembran entre 3 y 3.5 millones de hectáreas por año, pero no transgénicos. De modo que para comprender las controversias sobre los OGMs es necesario incorporar un análisis de los valores culturales, es decir, del modo en que los transgénicos son representados dentro de un sistema de valores. Es por ello que al analizar la controversia en Francia y en Brasil presté particular atención al modo en que los actores involucrados se representaban los transgénicos, cómo consideraban que impactaban en su visión de la naturaleza y la sociedad. Pero la estructura social en la producción agrícola funciona como un condicionante de indudable peso en el desarrollo de las controversias sobre los transgénicos, y de estrecha relación con los valores asociados a las prácticas agrícolas.

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Conclusiones Me preguntaba, al inicio de esta tesis, cómo se vinculaba la producción y utilización del conocimiento científico sobre transgénesis vegetal en la Argentina con el desarrollo internacional en dicha área. Hay una trama compleja de actores que intervienen en la producción de cultivos transgénicos, desde el Estado, las instituciones científicas, el sector industrial y el público en general. El modo en que se relacionan y el papel que desempeña cada uno de estos actores hacen al modo particular que adopta la transgénesis en cada sitio. De este modo, la investigación se abrió con preguntas que buscaban caracterizar a estos actores, analizar las relaciones entre ellos, descubrir el modo en que producen conocimiento científico sobre la transgénesis vegetal, cómo utilizan ese conocimiento, e indagar en las tensiones en las que se ven involucrados los cultivos transgénicos, tensiones relacionadas con su uso en la esfera pública y con las dimensiones locales y globales de la agricultura transgénica. He analizado así a los científicos, organismos de regulación, empresas, y controversias que se despliegan en la cartografía de la agricultura transgénica. Las semillas transgénicas que se comercializan en la Argentina son las mismas que las que se comercializan a nivel internacional: soja, maíz y algodón con tolerancia a herbicidas o resistencia a insectos. Las razones por las que la Argentina sigue este patrón internacional se encuentran en los diversos factores (de las prácticas científicas, de los marcos regulatorios, de las controversias, de los intereses empresariales, de la estructura de producción agrícola) relacionados con la producción y utilización de la transgénesis vegetal que analicé en el recorrido de esta tesis.

El recorrido de la tesis Comienzo estudiando los orígenes de la transgénesis vegetal a nivel internacional. Las empresas –en principio, de origen químico– se fueron interesando progresivamente en las oportunidades que podrían obtener con la transgénesis vegetal, lo cual llevó a una estrecha imbricación entre los científicos y los empresarios. Las primeras plantas genéticamente modificadas se obtuvieron en 1983. Pocos años después, cuando la obtención de una planta transgénica ya no constituía una novedad científica, algunos investigadores encontraron un nuevo espacio de legitimación a través del estudio de los efectos que se observan en la planta a partir de los transgenes. Es así que se consolida, a 363

principios de la década de 1990, la investigación sobre silenciamiento génico. Esta rama del conocimiento buscaría diferenciarse de quienes realizaban transgénesis para obtener plantas genéticamente modificadas. Luego paso al estudio de la disciplina en la Argentina, donde dos científicos dieron inicio al campo de la transgénesis vegetal. Se habían formado en investigaciones básicas y alejadas de la biotecnología vegetal. Sin embargo, tenían un pasado de militancia política común durante su juventud y, al regresar al país, finalizada la dictadura militar, buscaron orientar sus investigaciones hacia lo que tuviera “utilidad social”. Con tales términos se referían a desarrollos científicos que tuvieran un impacto en la economía local y, sobre todo, en los sectores sociales más humildes. El primer proyecto de biotecnología vegetal que ponen en marcha en el país es el desarrollo de una papa transgénica resistente a virus, con el fin de independizar a los agricultores de las empresas que vendían semilla-tubérculo libre de virus. Cada uno tomó una variedad local de papa y le introdujo resistencias a virus distintos. El trabajo fue así diferenciado, pero en estrecha colaboración. Las instituciones que albergaron sus trabajos científicos, son el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria y el INGEBI. El primero tenía una trayectoria de varias décadas en investigación en temas agropecuarios, mientras que el segundo era un centro científico reciente (pero formado con investigadores de destacada trayectoria en el país) dedicado específicamente a la biología molecular. Los primeros años de investigación en el nuevo campo, hasta la obtención de las primeras plantas transgénicas, a principios de la década de 1990, estuvieron marcados por la construcción de una plataforma tecnológica: la incorporación de conocimientos para generar plantas transgénicas a nivel local. Cuando los investigadores llevaron las plantas al campo, para realizar ensayos más extensivos al aire libre, los conflictos entre disciplinas se hicieron evidentes. Los ingenieros agrónomos, que hasta entonces eran los responsables exclusivos del mejoramiento vegetal, veían que ese dominio era amenazado por el avance de las técnicas de la biología molecular. Un nuevo campo de conocimiento –la transgénesis vegetal– se estaba asentando, y hasta que estuvo estabilizado se manifestaron tensiones diversas. Al interior de las instituciones se generaban discusiones sobre los alcances de la biotecnología, debido a los resquemores que generaba la superposición de sus ámbitos de aplicación sobre las disciplinas ya existentes. Los ensayos a campo con las primeras plantas transgénicas se dieron en este marco de tensión entre las disciplinas y, 364

como resultado, estos ensayos fueron destruidos. Al quedar, posteriormente, establecida la división de tareas entre los biólogos moleculares o biotecnólogos y los ingenieros agrónomos, cesaron los conflictos y se continuó con una mayor cooperación: los primeros se ocupaban de realizar las investigaciones y desarrollos dentro del laboratorio, y los segundos seleccionaban las plantas en los ensayos a campo. Los productores agropecuarios con los que se contactaron los investigadores para realizar los ensayos a campo pronto desistieron de sus esfuerzos. Se necesitaba destinar tiempo y dinero para tales ensayos, y los pequeños productores no estaban en condiciones de hacerlos. De modo que las plantas transgénicas fueron pasando a manos de empresas con mayor capital, capaces de encarar la fase de los ensayos a campo. El establecimiento de un marco regulatorio para los transgénicos, también tornó a esta etapa más prolongada y costosa. Paralelamente, los investigadores se fueron desentendiendo de estos asuntos: se concentraron en las investigaciones dentro del laboratorio, y consideraron que los ensayos a campo eran responsabilidad de las empresas con las que se hubieran hecho los convenios. Dentro de este acercamiento a las empresas, éstas se interesaban más por otros tipos de cultivos –en lugar de la papa– que resultaran más atractivos comercialmente. Además, los genes que interesaban a estas empresas eran de tolerancia a herbicidas. Por lo que generaron convenios para desarrollar soja, maíz y girasol transgénico. Los mismos laboratorios generaron también otro tipo de convenios con empresas semilleras, pero ya no relacionados con el desarrollo de cultivos transgénicos, sino con el uso de otras técnicas biotecnológicas, en particular, con los marcadores moleculares. Esto les permitía a las empresas mejorar sus desarrollos de nuevas variedades, pero también implicó, por parte de los laboratorios, un desplazamiento desde la transgénesis hacia otras áreas de la biotecnología requeridas por las empresas, muchas de las cuales, en particular las transnacionales, no realizan transgénesis en la Argentina, sino en sus casas matrices en países centrales. También a mediados de la década de 1990 comenzaron a insertarse con mayor intensidad en redes académicas de prestigio internacionales. Anteriormente, cuando el objetivo era el desarrollo de las capacidades locales en transgénesis vegetal, la inserción en esas redes era casi inexistente. Luego, sin embargo, comenzaron a publicar artículos en colaboración con investigadores de renombre internacional. Ello implicó también un cambio en las agendas de investigación, pues esas publicaciones dan cuenta de aspectos básicos ligados a la transgénesis, y no tanto a la producción de cultivos genéticamente 365

modificados. Así, abrieron líneas de estudio sobre silenciamiento génico. Por otro lado, es en la segunda generación de investigadores, vale decir, los discípulos de los pioneros en biotecnología vegetal, donde se observa una búsqueda por diferenciarse en un nicho académico propio. Así, por ejemplo, estos científicos se especializaron en realizar transgénesis dentro de los cloroplastos de la célula vegetal, a fin de ser los únicos en el país con esas capacidades. Otro tipo de actor al que he analizado en la tesis, son las empresas de biotecnología vegetal. Las he diferenciado en tres grupos: las empresas transnacionales que desarrollan cultivos transgénicos, las empresas semilleras que adaptan esos desarrollos a las variedades de cultivos locales (empresas “adaptadoras” o “multiplicadoras”), y las empresas locales que intentan desarrollar sus propios cultivos transgénicos. Las empresas que producen y comercializan cultivos transgénicos son seis (Monsanto, Syngenta, BASF, Bayer CropScience, Dow AgroSciences y DuPont), todas ellas transnacionales. He analizado a Monsanto como representativa de este grupo. Se trata de empresas que provienen de la industria química, que ingresan al mundo vegetal primero a partir de sus productos agroquímicos, y luego abriendo departamentos de investigación y desarrollo en biotecnología de plantas. Monsanto fue de los primeros en obtener una planta transgénica, y la primera empresa en comercializar semillas transgénicas en Estados Unidos, en 1996. Sus desarrollos en cultivos transgénicos se orientaron, en primer lugar, a la obtención de plantas que permitan maximizar sus ganancias en agroquímicos, como el caso de la soja con tolerancia a glifosato. Sin embargo, desde 2004 sus ingresos por ventas en semillas superaron a los de agroquímicos, por lo que podrían esperarse futuros desarrollos en cultivos transgénicos no asociados a agroquímicos. Estas empresas no tienen laboratorios en la Argentina, sino en sus casas matrices en países centrales. En cambio, en la Argentina realizan la adaptación de sus desarrollos a las variedades de cultivos locales, y los ensayos de bioseguridad que exige el sistema regulatorio. Las empresas “adaptadoras” desempeñan un rol mucho más pasivo en el desarrollo de cultivos transgénicos: simplemente pagan los derechos a las empresas del primer grupo para poder comercializar el transgénico dentro de sus propias variedades de semillas. Me he detenido en una empresa adaptadora muy singular en la Argentina, Nidera. A fines de la década de 1980, esta empresa estaba expandiéndose e incorporando mejoradores de semillas. Al mismo tiempo, en medio de un proceso 366

inflacionario, algunas compañías transnacionales deciden irse del país. En este proceso de desprendimientos y adquisiciones de firmas, Nidera se queda con la filial local de Asgrow, la cual estaba trabajando con el gen RR de Monsanto para incorporarlo a la soja. Es así que Nidera, en la Argentina, es quien comercializa la soja con tolerancia a glifosato, y no Monsanto. A partir de entonces, Nidera decide abrir un departamento propio de investigación y desarrollo en biotecnología. Sin embargo, optó por orientarse hacia otras áreas de la biotecnología (marcadores moleculares y mutagénesis), porque consideró que no podría competir con las grandes transnacionales en el desarrollo de cultivos transgénicos. El tercer grupo es el de empresas locales que sí intentan desarrollar sus propios cultivos transgénicos, aunque parecen tener pocas probabilidades de lograr comercializarlos. Son muy pocas las empresas de este tipo en el país. Bio Sidus tiene su fuerte en la biotecnología farmacéutica, pero a mediados de la década de 1990 decidió incursionar en el ámbito vegetal. No obstante, se orientó hacia la micropropagación para vender plantas frutales y ornamentales, más que a la transgénesis. Tuvo, de todos modos, algunos intentos, y de hecho comenzó haciéndose cargo de los ensayos a campo con las papas transgénicas desarrolladas años antes por los centros públicos de investigación. Hacia el 2004 recibió una oferta de otra empresa para generar una firma conjunta dedicada a la biotecnología vegetal. En un principio se sumó al proyecto, pero en el marco de la crisis financiera internacionales del 2008, lo abandonó, y los cultivos transgénicos permanecieron como una línea más de la empresa, pero sin ser una prioridad. En cambio, a comienzos de la década de 2000 otra empresa surgió en el país, y lo hizo enteramente dedicada al desarrollo de la biotecnología agrícola. Se trata de Bioceres, financiada por grandes productores agropecuarios que buscaban introducirse en el mercado de las semillas transgénicas sin depender de las firmas transnacionales. Bioceres se concibió como una empresa “gestora”, que recurre a los laboratorios públicos para obtener los desarrollos científicos, y luego la empresa gestiona y financia las etapas posteriores, de ensayos a campo y demás exigencias de la regulación. Más aún: decidía invertir cuando la investigación que realizaba un laboratorio estaba avanzada. Luego, mediante la creación de INDEAR, reconfiguró la firma y dispuso la creación de laboratorios propios. De todos modos, aspira a una estrecha relación con el sector público, a fin de obtener de éste los investigadores y las investigaciones en estado avanzado.

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También analicé el caso de una empresa francesa. Perteneciente a un grupo semillero, Biogemma fue creada en 1997 para llevar adelante los desarrollos biotecnológicos del grupo. Eligió como cultivo para trabajar el maíz, por ser el principal producto del grupo semillero. Si bien había comenzado a desarrollar un maíz transgénico con tolerancia a sequía, en el 2008 decidieron trasladar la mayor parte de sus instalaciones de investigación a los Estados Unidos, por considerar que las continuas destrucciones de ensayos que sufrían por parte de grupos anti-OGMs estaban imposibilitando su investigación en Francia. Además, en un contexto que consideraba hostil hacia el desarrollo de la transgénesis, orientaron parte de sus investigaciones hacia los marcadores moleculares y la genómica. Tanto la empresa francesa como las firmas argentinas que intentan desarrollar sus propios cultivos transgénicos, consideran que probablemente terminen por vender sus desarrollos en transgénesis a alguna de las grandes empresas biotecnológicas, pues señalan que cumplir con todos los requisitos de la regulación de OGMs a nivel internacional resulta muy costoso, y que difícilmente puedan realizar una inversión tan grande e incierta ellos mismos. El análisis de la transgénesis vegetal me llevó también al estudio del modo en que funciona el sistema de evaluación de los OGMs. Éste comenzó a institucionalizarse en 1991, ante el pedido de empresas que buscaban comercializar cultivos transgénicos, y de los centros públicos que ya habían obtenido plantas transgénicas en el pleno local. Así, la Secretaría de Agricultura dispuso la creación de la Comisión Nacional Asesora de Biotecnología Agropecuaria. Se trata de un organismo mixto, compuesto por expertos (investigadores o ingenieros agrónomos especializados en asuntos regulatorios) provenientes de distintos ámbitos: instituciones de investigación pública, universidades, asociaciones y cámaras empresarias. Los representantes de estos últimos ante la CONABIA pertenecen también a las empresas biotecnológicas más grandes. De este modo, en los hechos, la CONABIA está formada por científicos de instituciones públicas y representantes de las grandes firmas de agrobiotecnología. La CONABIA evalúa los impactos ambientales de los OGMs, otro organismo, el SENASA, emite un dictamen sobre los impactos sobre la salud, y la Dirección Nacional de Mercados Agroalimentarios evalúa los impactos comerciales que tendría la aprobación de un determinado cultivo transgénico. En la tesis, comparo el funcionamiento de la

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CONABIA con los organismos equivalentes en Brasil y Europa. De allí, resulta que la CONABIA presenta un funcionamiento mucho más cerrado al público que el resto. La tercera parte de la tesis la dediqué al estudio del modo en que los transgénicos intervienen como problema en la arena pública. Examinando las controversias científicas sobre los riesgos de los cultivos transgénicos observé que, una vez cerradas las discusiones en los ámbitos científicos, los mismos investigadores que argumentaban sobre los riesgos de los OGMs se vinculaban con movimientos sociales y un público amplio, donde vertían el mismo tipo de argumentos. Esto nutrió la controversia pública sobre los OGMs con argumentos aportados por estos científicos. A su vez, estos científicos encontraron en estos espacios públicos amplios una nueva red de legitimación, con recursos tanto simbólicos como materiales que les permitió desarrollar su carrera en función de ello. Así, di cuenta de un vínculo entre la controversia científica y el problema público de los transgénicos. Finalmente, me adentré en las controversias públicas sobre los OGMs. Para ello, estudié la controversia que se dio en Brasil y en Francia, a fin de comparar con la situación en la Argentina, donde prácticamente no hubo una controversia pública al respecto. En Brasil, el conflicto sobre los transgénicos se instaló en la arena pública desde fines de la década de 1990, y recién en 2005 se consolidó un marco legal para la regulación y aprobación de cultivos transgénicos. De ahí en más se aprobó la comercialización de varias semillas transgénicas, pero los cuestionamientos al organismo de regulación, las marchas y protestas contra los transgénicos, y la ocupación de campos de experimentación, continuaron. Uno de los actores centrales del rechazo a los transgénicos en Brasil es el movimiento campesino, en particular, el Movimiento Sin Tierra. Al analizar los condicionamientos que operaron en el MST para que adopte una posición pública persistente ante los transgénicos, encontré que su propio modo de producción agrícola constituía un determinante importante. Efectivamente, su dinámica consiste en la ocupación de tierras por parte de las familias que componen al MST. Allí, estas familias trabajan pequeñas parcelas básicamente para su propia subsistencia. Este esquema productivo se vería seriamente alterado con una agricultura más industrializada, donde los campesinos deban comprar las semillas transgénicas y el paquete tecnológico eventualmente asociado (herbicidas, maquinaria agrícola) que se requiere para maximizar la producción y obtener una cosecha competitiva. También 369

encontré otro tipo de factores que condicionan su posición frente a los transgénicos, como los vínculos que tiene el MST con grupos de científicos que se oponen a los OGMs, y los vínculos con organizaciones religiosas y políticas que también se oponen a los transgénicos. Además, la propia historia del MST estuvo marcada por proyectos de modernización agrícola promovidos por el gobierno, pero que a estos campesinos les produjo un éxodo de sus tierras. Francia, por otro parte, es uno de los países donde los transgénicos generan más rechazo en la población. Aquí los sindicatos de agricultores tuvieron una participación importante en el tema. La Confédération Paysanne se opuso, desde fines de la década de 1990 a los cultivos transgénicos, mientras que la FNSEA –otro sindicato de agricultores de Francia– apoyó su uso. La Confédération Paysanne –y luego la organización faucheurs volontaires, ligada a esta última– tomaron como uno de sus principales modos de intervención en el tema, la destrucción de los campos de ensayos con transgénicos. A diferencia de lo que ocurre en la Argentina, en Francia también es usual que algunos científicos se posicionen públicamente en contra de los OGMs, y han formado asociaciones con tal objetivo. En 2008, el gobierno francés decidió prohibir el único cultivo transgénico que estaba aprobado hasta entonces, un maíz resistente a insectos, yendo en contra de las directivas de la propia Comisión Europa. La investigación en biotecnología vegetal en Francia se desplazó hacia otras áreas que no fueran la transgénesis, como el desarrollo de marcadores moleculares y la genómica, y los transgénicos fueron objeto de estudio en función de sus riesgos ambientales, económicos y sociales, pero no para desarrollarlos. Las razones por las que los transgénicos fueron problematizados de esta manera en Francia, las encontré, en primer lugar, en la fuerte incidencia de la pequeña burguesía en la producción agrícola del país. Caracterizada por una agricultura de pocas hectáreas y donde sus productos se valoriza en función de las características del ecosistema local, las características deslocalizadas e industrializadas de los cultivos transgénicos amenazarían esta agricultura. Asociado a esto, existe una marcada tendencia cultural que enfatiza el valor de los productos locales y artesanales. Al comparar estos casos con la Argentina, donde los cultivos transgénicos fueron adoptados rápida y masivamente, surgieron contrastes notables. A diferencia de lo que ocurrió en Brasil y en Francia, en la Argentina los transgénicos nunca se constituyeron en un problema en la arena pública. Encuentro una relación entre la estructura social agropecuaria y las controversias cobre los transgénicos. Resulta que, en 370

los casos estudiados, allí donde las pequeñas explotaciones agropecuarias tienen una papel importante en la producción agropecuaria del país, la controversia sobre los cultivos transgénicos resulta más intensa. En la Argentina, la incidencia de las pequeñas explotaciones agropecuarias en la producción es mínima. Los cultivos transgénicos que se comercializan en la Argentina presentan un perfil muy similar al del resto de los países. Pero esto se debe a una serie de factores que restringieron la diversidad de posibilidades de la transgénesis vegetal, los cuales han sido resumidos aquí: la emergencia de actores dominantes –empresas transnacionales– en el campo de la biotecnología vegetal, la elevada barrera de entrada que impone el sistema de regulación en conjunción con algunos efectos de las controversias públicas que también tienden a elevar los requisitos de bioseguridad, y la adaptación de los científicos a las agendas de los actores dominantes. Así, hay una compleja mezcla de factores que intervienen para darle una forma determinada a los cultivos transgénicos que se desarrollan en el país.

Aportes conceptuales Uno de los aportes conceptuales de esta tesis consiste en la diferenciación de etapas en el desarrollo de un campo del conocimiento. Pues aquí distingo que la biotecnología vegetal comenzó con un grado muy bajo de división del trabajo científico, donde los actores se movían con gran libertad de acción entre disciplinas e instituciones, realizando múltiples tareas, las cuales tuvieron como hilo conductor un proyecto formulado, en gran medida, por sus propias motivaciones. Pero luego presento una segunda etapa, donde se verifica una mayor división del trabajo, en la que los científicos se ajustaron a un rol más estrecho y perdieron libertad de acción, y donde las líneas de investigación fueron definidas, en buena parte, por otros actores, fundamentalmente por las empresas del sector. De este modo, sostengo que una mirada diacrónica de un campo de conocimiento puede descubrir etapas iniciales caracterizadas por una mayor libertad y fluidez entre los elementos que lo componen, seguida luego de una etapa de mayor estabilidad, donde el campo madura y la división del trabajo se define con mayor rigor. Este es uno de los rasgos más notorios del trabajo científico en transgénesis vegetal en la Argentina: comenzó –a pesar de la escasez de recursos humanos, materiales y cognitivos– con un proyecto que se distinguió por su pretensión de contribuir a la 371

emancipación de los agricultores humildes; pero cuando el campo científico ya estaba maduro, los proyectos de investigación se orientaron en otro sentido, hacia los intereses de las empresas del sector y hacia la producción de conocimiento original para conseguir un nicho académico propio. Lo que sugiere que en un campo científico maduro, el abanico de posibilidades (hacia donde orientar los proyectos) aparece más reducido que en su etapa inicial. Ello se debe, precisamente, a que los actores dominantes ya han consolidado su poder, de modo que las posibilidades que brinda ese campo científico aparecen limitadas por los intereses de esos actores. El desarrollo incipiente de las fuerzas productivas asociadas a la biotecnología abrió una explosión de oportunidades. A medida que esas fuerzas productivas se fueron desarrollando dentro de las relaciones de producción, su espectro de posibilidades se redujo. Esto es análogo a lo que ocurrió con los inicios de la biotecnología a nivel mundial: durante los breves años en que comenzó (1978-1982), emergieron numerosas empresas, los científicos que trabajaban en temas de ingeniería genética se convertían en exitosos empresarios, etc. Luego, al consolidarse los actores dominantes en el sector, el campo se estabilizó: los científicos permanecían en sus laboratorios y ya no se convertían de la noche a la mañana en exitosos empresarios. Otro aspecto que emerge de esta tesis es la relación entre controversia pública y funcionamiento de los organismos de expertos. Al comparar el modo en que funcionan las agencias de regulación de bioseguridad de distintos países, pude observar que se comportan de un modo más abierto al público o no, según el objeto de regulación esté problematizado en la arena pública o no. Esto me permite sugerir que hay una relación entre la controversia pública sobre los transgénicos y el funcionamiento de las instituciones encargadas de la regulación de los mismos. Pues allí donde el debate está más expuesto en la arena pública, los organismos de regulación se esfuerzan en mostrar con la mayor transparencia posible sus mecanismos de decisión, lo que no ocurre cuando el problema público está ausente, o cuando no se ha generado una importante tematización pública de la cuestión. La noción de “interés” fue utilizada en reiteradas ocasiones en esta tesis. Si bien la idea de que la biotecnología está embebida de intereses –en particular debido al poder económico de las grandes firmas transnacionales– es una noción habitual, el aporte de esta tesis en ese sentido es el de extender la noción hacia otro tipo de actores, donde los 372

intereses no serían tan evidentes a simple vista. Así, analicé que los científicos que buscaban obtener la primera planta transgénica de la historia, a fines de la década de 1970 y comienzos de la siguiente en los Estados Unidos, estaban involucrados en un ambiente de enormes vínculos entre el sector industrial y el académico, con empresas que surgían por montones, contratos que se multiplicaban e inversiones masivas. De modo que aportar al conocimiento en el incipiente campo de la biotecnología era también asegurarse un lugar en su naciente industria. Pero también analicé a los científicos que se oponen a los transgénicos, y mostré que esa posición les permitía disponer de una nueva red de legitimación, con recursos simbólicos y materiales que les permitían continuar con su carrera. En tanto mantengan su postura de oposición a los transgénicos, pasan a ser los referentes de una red amplia, movilizada por diversas organizaciones sociales. Se trata, en todo caso, de una fuente de legitimidad alternativa a la de aquéllos que se mantienen dentro del consenso científico en el tema. No obstante, en países como Francia, donde el conflicto con los transgénicos está tan extendido, la existencia de tal consenso sobre la inocuidad de los transgénicos entre los científicos es relativa, y es en todo caso a nivel internacional, plasmable en las revistas científicas, donde mantiene su vigencia. ¿Pero de dónde surgen esas fuentes alternativas de legitimidad? Los diversos movimientos sociales que se oponen a los transgénicos tienen sus propios intereses en el asunto, ligados –sobre todo en el caso de los movimientos campesinos o de pequeños agricultores– a la matriz productiva. Lo cual me lleva a otro aspecto conceptual de relevancia para esta tesis. En efecto, he destacado aquí la importancia de la estructura económica en el análisis de las controversias públicas sobre temas científicos; al menos para el caso de los cultivos transgénicos, que afectarían los modos de producción en la agricultura. El tipo de producción agrícola (en pequeña escala, familiar o de autosubsistencia) se relaciona con la posición de los movimientos de agricultores o campesinos frente a los transgénicos. A su vez, la incidencia de ese tipo de producción agrícola en el total de la producción agropecuaria del país, incide en el nivel de problematización pública que enfrentan los OGMs. Así, conocer las características de la estructura social del sector agropecuario resulta fundamental para comprender las expectativas, temores y rechazos que puede generar una tecnología agrícola.

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Finalmente, en términos generales, en esta tesis he analizado aspectos técnicos, culturales, económicos, sociales y políticos que se encuentran en la producción y uso de los cultivos transgénicos. En lugar de realizar un abordaje esencialista, habitual en este tema, donde las relaciones sociales en sus diversas dimensiones estarían dadas por supuestas cualidades intrínsecas de los transgénicos, he mostrado la diversidad de factores sociales que se aúnan para darle un particular uso a dicho desarrollo científicotecnológico. Que los transgénicos tengan las características que tienen, se debe así al rol de los distintos tipos de empresas que intervienen en el sector, al modo en que los científicos se adaptan a esos intereses, a los sistemas de regulación de la aprobación de transgénicos, a la incidencia de las controversias públicas en un aumento en las exigencias de la regulación, a la estructura de producción agrícola, etc., pero no a características inherentes a los cultivos transgénicos. Destaco así la interrelación entre conocimientos científicos, estructura económica, valores culturales y discursos ambientalistas en la industrialización de la agricultura.

Nuevas preguntas En función de los caminos recorridos y respuestas brindadas en esta tesis, surgen nuevas preguntas que, vinculándose con lo desarrollado aquí, permiten ampliar y explorar las perspectivas abiertas. Así como caractericé que la transgénesis presentó una etapa incial –donde abundaba la fluidez entre actores y disciplinas, donde los científicos gozaban de gran libertad para orientar sus investigaciones, y donde las posibilidades que se abrían para utilizar la transgénesis parecían tener pocas restricciones– y luego otra de mayor estabilidad, donde las cualidades anteriores se revertirían, cabe preguntarse si podrían caracterizarse de ese modo otros campos del conocimiento. Es decir, si en lugar de caracterizar campos de conocimiento en función sólo de esas cualidades, determinando así la existencia de diversos regímenes científicos, podrían analizarse esas cualidades en términos diacrónicos, siguiendo las etapas en el desarrollo de otros campos de conocimientos, y observando así los cambios en la división del trabajo científico dentro de ese campo. Otra pregunta posible se vincula con el rol de los expertos en temas científicos que tienen una gran presencia pública. Aquí he mostrado que el funcionamiento de aquéllos 374

está en relación con el nivel de exposición de su tema de regulación en la arena pública. ¿Se mantiene esta relación en otros temas científicos? ¿Qué ocurre cuando un tema modifica drásticamente el modo en que es tratado en la arena pública; se modifica a la par el funcionamiento de los expertos relacionados al mismo? Por otro lado, la relación que he detectado entre las controversias públicas sobre transgénicos y la estructura social agropecuaria, abre la necesidad de expandir la búsqueda de esta relación a otros países. Pues he mostrado una relación para los casos de Argentina, Brasil y Francia, he señalado que los Estados Unidos también entrarían en este esquema, y he advertido que el caso de España presentaba singularidades que lo diferenciaban por el carácter especial –y a la vez, limitado– con que se promueve a los cultivos transgénicos allí. ¿Pero qué ocurre en otros países? Resultaría interesante ampliar los casos considerados aquí con lo que ocurre en otros países, y así fortalecer o enriquecer la relación que he planteado. Por último, sería estimulante también analizar otros espacios donde se conjuguen cambios en las dinámicas agrícolas con cambios en las prácticas científicas, y ver cómo intervienen allí también los aspectos económicos y culturales. En particular, los bancos de semillas constituyen un escenario interesante: allí se cruza el conocimiento científico, las empresas semilleras, los pequeños agricultores y los discursos ambientalistas. El modo particular en que el mundo de la agricultura, con sus valores y prácticas asociadas, se ve transformado con nuevos conocimientos y procedimientos científicos que tienden a industrializar la agricultura, encuentra aquí otro escenario donde explorar esas relaciones.

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418

Anexos

419

Ciba-Geigy S.A Nidera

Ensayos a campo y evaluaciones exigidas por la regulación

INTA Balcarce

G. Benedetti INTA

INTA Balcarce

G. Benedetti S.A.

productor en Mendoza

Bio Sidus S.A. Bio Sidus S.A.

INDEAR S.A.

Bio Sidus S.A.

Nidera INTA

Investigación en laboratorios e invernaderos

INRA Versailles

INGEBI

1986

1988

Goyaike

1990

1992

1994

1996

1998

Referencias: papa resistente a virus (INGEBI) papa resistente a virus (INTA) soja resistente a glifosato (NIDERA/Monsanto) maíz tolerante a insectos (Ciba-Geigy, actualmente Syngenta)

2000

2002

2004

2006

2008

2010

Anexo I. Comparación entre INTA, INGEBI, Nidera y Syngenta

Nidera / Monsanto

Comercialización

Comparación entre las dos primeras plantas transgénicas desarrolladas en la Argentina (papa INTA, papa INGEBI y sus respectivos convenios con empresas) y las dos primeras comercializadas en el país (soja RR de Nidera/Monsanto y maíz Bt de Syngenta)

Ciba-Geigy (actualmente Syngenta)

Anexo II Mapa de los principales actores en biotecnología vegetal en la Argentina. Sus relaciones institucionales (2010)

Anexo III. Solicitudes de experimentos ante la CONABIA Año 1991-1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001 2002 2003 2004 2005 2006

2007

2008 2009

Tipo de producto

Pedidos para realizar experimentos

Plantas

78

otros

0

Plantas

39

otros

0

Plantas

78

otros

0

Plantas

90

otros

0

Plantas

81

otros

0

Plantas

65

otros

0

Plantas

62

otros

0

Plantas

70

Vacunas

1

Plantas

99

otros

0

Plantas

79

Vacunas

1

Plantas

74

Animales

1

Plantas

124

otros

0

Plantas

146

Vacunas

1

Animales

1

Plantas

180

Vacunas

1

Plantas

177

otros

0

Fuente: Dirección de Biotecnología, Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca.

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