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SER PADRES, SER MADRES HOY Reflexiones sobre la agresividad
Bogotá 2009
SER PADRES, SER MADRES HOY - 2
CONTENIDO Ares y Atenea, dioses de la guerra
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De la violencia y la agresividad hoy y siempre
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Vilma Torres C.
Agresión... ¿ese mal? Agresividad, fascinación, admiración y rivalidad
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María Helena Restrepo E.
La agresividad en los niños
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Carmen Lucía Díaz L.
Poner en juego la palabra, poner en juego lo simbólico Claudia López A.
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Bibliografía
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PRESENTACIÓN Ser padre o ser madre en la actualidad, implica desempeñar una función llena de incertidumbres. No solo porque las exigencias son mayores en cuanto a su responsabilidad frente a los hijos, sino porque se les pide, desde muchos lugares, una actuación óptima que se ajuste a las teorías planteadas por especialistas en el campo, es decir, que operen acorde con el conocimiento que la ciencia ha señalado.
proteger a los menores de los excesos paternos y maternos, y que introducen todas las regulaciones derivadas de los derechos humanos, particularmente, de los derechos de los niños. Ordenamientos que siendo necesarios, en muchas ocasiones han destituido el lugar de los padres minando su autoridad y posibilidad de intervención. El efecto en los padres es la gran inseguridad que surge al situar el saber afuera, en los expertos, con la desvalorización de su propio saber, aquel que los ha constituido, del que se han apropiado íntimamente y que sin ser muy conciente opera con insistencia, sobreponiéndose al saber racional de los especialistas. Así mismo, la mirada homogénea y general que se impone desde el exterior sobre cómo debe ser la crianza, hace olvidar las particularidades de cada uno de los hijos y de los padres mismos, y descuida su historia. Además de las exigencias mencionadas, la función que ejercen padres y madres hoy, se ve atravesada por las transformaciones sociales que ha generado el movimiento de liberación femenina, referidas a cambios en los roles que tradicionalmente ocupaban mujeres y hombres en el hogar y fuera de él. A estas transformaciones se suman las que surgen gracias a los grandes avances tecnológicos de nuestra época y al imperio de la publicidad y los medios masivos de comunicación.
Demanda social que se une a otras, como las determinadas por la normatividad y los ordenamientos jurídicos, que buscan
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Aunque se ha realizado como un material complementario para el trabajo en los encuentros indicados, busca también aportar a quienes se interesen en leerla, aún sin asistir a aquellos.
Niños(as) y adolescentes inmersos en las nuevas tecnologías, se encuentran con el saber que desde allí se transmite (televisión, radio, internet, ipod, etc.), saber que contribuye de modo eficaz a su socialización, pero que con frecuencia lleva a que se desvalorice el de los padres, por estar desligado o por ir en contravía del que ellos transmiten.
Este segundo número analiza aspectos referidos a algunos retos que el mundo actual impone a los padres y educadores con respecto a problemáticas relacionadas con la agresión. Se presenta el lugar de la violencia y la agresividad en la vida de los seres humanos, dimensión constituyente y a la vez problemática en cada uno y en los grupos sociales, y particularmente en la vida de los niños. Se ubican cambios que en la actualidad producen el terreno propicio para la exacerbación de actos de violencia desmedidos. Todo esto amarrado al concepto de ley que atempera y contiene.
Pensar las inquietudes y dificultades que surgen en esta función permite ubicar elementos importantes que pueden estar originando síntomas en los niños(as) y en los adolescentes. Brinda la posibilidad de interrogar el lugar que los padres, su saber y su transmisión ocupan en la dinámica familiar, así como de encontrar vías para hacer frente a las dificultades. En el análisis que esta tarea exige, además de reflexionar sobre los tropiezos que encuentran los padres en el ejercicio de su función y de vislumbrar salidas posibles, se hace necesario cuestionar los imperativos de la cultura y ubicar aspectos inevitables de lo humano, con los que se debe contar para una mayor comprensión de las dinámicas involucradas.
Este trabajo hace parte de la investigación “Ser padres, ser madres hoy: interrogantes y paradigmas de la subjetividad y en las modalidades del vínculo con los hijos(as)”, desarrollada por la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura de la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Colombia y por el Programa de Psicología de la Facultad de Medicina y Escuela de Ciencias Humanas de la Salud de la Universidad del Rosario.
Esta cartilla, originada en el marco de los “Encuentros con padres y madres” que realiza la Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura, se ofrece como un instrumento que ayude a la reflexión. Incluye algunos interrogantes escuchados por las autoras en trabajos con padres y en sus prácticas clínicas, así como elaboraciones de especialistas en el campo de la infancia. No pretende dar respuestas sino situar algunos elementos que ayuden al análisis de las temáticas planteadas, de manera tal, que cada padre logre encontrar sus propios caminos para enfrentar sus interrogantes.
Esperamos que el contenido de esta revista aporte a la reflexión sobre la agresividad y les sea de utilidad a ustedes, amables lectores. Las autoras
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A modo de epígrafe
ARES Y ATENEA, DIOSES DE LA GUERRA 1
Ares, dios de la guerra y de la pelea vulgar, hijo de Zeus y de Hera, fue poco apreciado por los dioses del Olimpo. Solo Hades, dios del inframundo o de los muertos, lo admiraba porque gracias a él morían muchos hombres. Su carácter temperamental y torpe, poco inteligente, agresivo y muy violento, le dificultaba el trato con los demás. Solo hablaba de batallas, no respetaba ley alguna, disfrutaba de las matanzas y saqueos de ciudades, no tenía misericordia con nadie. Atenea lo derrotó varias veces. Ella, más inteligente en sus tácticas de guerra, planificaba cuidadosamente las batallas como una gran estratega militar, mostrándose ordenada y sensata en los combates.
1. Gáfaro Reyes, Alejandra. Mitos Clásicos. Bogotá: Intermedio Editores, 2002, p. 50 – 57.
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DE LA VIOLENCIA Y LA AGRESIVIDAD HOY Y SIEMPRE Vilma Torres C. partir de las satisfacciones brindadas por quienes lo acogen en la vida y por los anhelos que madre y padre tienen, y que lo contienen simbólicamente. Deseo que tomará forma en el niño(a) a partir del deseo de los otros. Son deseos que llevan a que en la mayoría de los casos prime la vida sobre la muerte.
¿Cómo se puede civilizar la violencia? ¿De que forma se puede encauzar o descargar la violencia sin que socialmente resulte catastrófica? ¿Qué válvulas de escape ofrece la familia y la sociedad a la violencia propia de los seres humanos?
La llegada al mundo despierta en el ser
Estas fuerzas opuestas son dos fuerzas pulsionales con las que hay que contar desde el principio: la de vida y la de muerte. La pulsión de vida ligada al erotismo, la de muerte a la agresividad. Pulsiones contrarias que se anclan dominando una u otra según las circunstancias. Pulsiones que buscan con ímpetu su satisfacción. Sobre ellas el otro deja huella a través de su intervención, unas veces permitiendo la satisfacción, otras reprimiéndola. Tarea ineludible pero difícil, al tratar de encontrar el justo medio.
humano una lucha por conservar la vida. Ante el llamado a salir, ya que la fusión no puede continuar, el bebé se abre paso con toda la energía que dispone. En ese empuje, donde los tiempos para separarse son mínimos, la fuerza muscular se constituye en la herramienta. Está en juego la vida que pugna contra la muerte. Vida y muerte están mezcladas, casi indiferenciadas. Deshacerse del cuerpo que lo contenía, cambiar de piel, ser expulsado y expulsar “eso otro”, implica una violencia primaria que rompe con cierto equilibrio, solo posible de pensarse e imaginarlo tiempo después. Entre el nacimiento y la muerte, el ser naciente se convierte en pasajero que atraviesa el túnel comunicante de los dos mundos. La violencia contra “eso otro” (la madre) y la ejercida hacia el nuevo ser, en el nacimiento, es transformada en deseo a
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A la manera de Ulises, quien ya con una sola nave, en el viaje de regreso a su patria se encuentra de frente con el terrible paso entre Escila y Caribdis, desfiladero donde a cada lado habitan estos dos peligrosos monstruos, hembras marinas. Advertido por Circe, él sabe que Escila, con sus seis cabezas es capaz de devorar a seis hombres de una sola vez, y que Caribdis, temible remolino, durante unas horas al día absorbe todo para expulsarlo después. Para estar a salvo, al pasar no debía acercarse demasiado a Caribdis ni a Escila, pues engullirían el barco con todos los tripulantes. Mientras que Caribdis era visible, Escila, escondida dentro de una gruta, se mostraba hasta cuando ya era demasiado tarde para eludirla. En ese paso, en esa encrucijada que debe atravesarse, el riesgo siempre está presente, y se debe calcular la menor pérdida.
procurado hacer abundantemente. Ahora bien; por el análisis hemos sabido que esa misma sofocación pulsional conlleva el peligro de contraer neurosis. […] Entonces la educación debe buscar su senda entre la Escila de la permisión y el Caribdis de la denegación (frustración). Si esa tarea no es del todo insoluble será preciso descubrir para la educación un optimum en que se consiga lo más posible y perjudique lo menos. Por eso se tratará de decidir cuánto se puede prohibir, en qué épocas y con qué medios.2 Al hacer referencia particularmente a la agresividad, esta se plantea responsable de los actos violentos. En ocasiones aparece enmascarada en actos afectuosos dando cuenta de la ambivalencia del amor y el odio que se presenta en la vida humana. Se reconoce a la agresividad como uno de los elementos centrales en la relación con el semejante, con el más próximo, “Lo que veo en el otro me confronta con lo que deseo, aparece como falta en mí”, aspecto que genera una tensión agresiva con esa imagen que el otro me devuelve, imagen con la que me identifico.
Es esta una metáfora de la vida, una metáfora de la educación. Es necesario contar con las dos fuerzas pulsionales opuestas y, además, con la advertencia del otro y la decisión del sujeto. Freud nos recuerda la encrucijada que encuentran padres y maestros en la educación y formación de los hijos: El niño debe aprender el gobierno sobre lo pulsional. Es imposible darle la libertad de seguir todos sus impulsos sin limitación alguna. Por tanto, la educación tiene que inhibir, prohibir, sofocar y en efecto es lo que en todas las épocas se ha
La presencia de otro que se interpone frente a lo que quiero genera malestar. Al constituirse en obstáculo para alcanzar lo 2. Freud, Sigmund. “Esclarecimientos, orientaciones y aplicaciones”,
Lección 34 de Nuevas conferencias de introducción al Psicoanálisis (1933). En: Freud, Sigmund. Obras completas , vol XXII, Buenos Aires: Amorrortu editores, 1989, p. 138.
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En la actualidad nos interroga el tipo de violencia que impera en la sociedad, exige explicaciones para entenderla y propuestas para enfrentarla a partir de la creación de cada uno. Si la agresividad y la violencia no nos son ajenas al ser esenciales de lo humano, al estar constituidos en gran medida por ellas, es posible entender cómo la función de los padres y en general de la educación es central, para que un niño comprenda la lógica con la que debe enfrentarse en el mundo y los diques que lo restringen y civilizan.
deseado se convierte en blanco fácil para descargar en él la agresividad. Aunque estructuralmente no es posible alcanzar plenamente lo deseado, la insatisfacción vivida es achacada al semejante como culpable. Es esta una de las fuentes de la agresividad. En nuestras mociones inconscientes eliminamos día tras día y hora tras hora a todos cuantos nos estorban el camino, a todos los que nos han maltratado y perjudicado. […] Nuestro inconsciente mata incluso por pequeñeces […] Y hay en eso una cierta congruencia, pues todo perjuicio, inferido a nuestro Yo, omnipotente y despótico es, en el fondo, un crimen de lesa majestad. Freud, ante la pregunta de Einstein respecto a ¿Qué podría hacerse para evitar a 4los hombres el destino de la guerra? , responde que todo aquello que impulse la exaltación cultural, obra contra la guerra. Y en su reflexión sobre el malestar que acompaña al ser humano nos dice que: [...] el destino de la especie humana será decidido por la circunstancia de si el desarrollo cultural logrará hacer frente a las perturbaciones de la vida colectiva emanadas de la pulsión de agresión y autodestrucción. [...] Solo nos queda esperar que la obra de ambas potencias celestes, el eterno Eros, despliegue sus fuerzas para vencer, en la lucha con su 5 no menos inmortal adversario.
Vemos la agresividad en las reacciones del niño cuando alguien se opone a lo que es para él interesante y placentero. Al descargar su furia sobre el otro, son los padres u otros adultos quienes con sus respuestas pueden transformar la emoción que desborda al hijo, pueden atemperarla 3. Freud, Sigmund, “De guerra y muerte. Temas de actualidad”
(1915). En: Freud, Sigmund. Óp. cit., vol. XIV, p 298. 4. Freud, Sigmund, "¿Por qué la guerra?" (1932). En: Freud,
Sigmund. Óp. cit., vol. XXII. 5. Freud, Sigmund, "El malestar en la cultura" (1930). En: Freud, Sigmund. Óp. cit., vol. XXI, p. 140.
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señalándole no solo la inconveniencia de dicha reacción sino la necesidad de la contención emocional.
esa muerte, transformándola. De la violencia ejercida sobre el animal se pasa a la creación (la preparación de lo que de él queda), a la recreación de celebraciones que resaltan la importancia del encuentro de generaciones, del compartir, reír, transmitir historias, etc. De esta manera ese sacrificio no se queda en el matar por matar, es resignificado y se construye en tejido simbólico.
Logran transmitirlo con su propia contención y mesura, también con palabras hacia el niño(a) o con actos de contención ejercidos sobre su cuerpo. Cuando la respuesta del otro es igualmente desbordada, extralimitada, el efecto será un espiral de agresividad y violencia. En esa labor se debaten los padres, las madres, los maestros y en general la cultura, buscando civilizar fuerzas tan disgregadoras pero inevitables.
Las luchas cuerpo a cuerpo entre padre e hijo, entre hermanos, entre amigos, no con el ánimo de dañar al otro, sino más bien de probarse físicamente a través de la fuerza muscular, son actos que al ser regulados inauguran la entrada en el mundo de la competencia, de la habilidad para eludir el golpe, para someter al otro, para vencer.
La cultura genera situaciones, rituales, escenarios a través de los cuales se canaliza la violencia en la sociedad. Bajo ciertas condiciones se permite la salida regulada de la agresividad.
Son oportunidades a través de las cuales se “juega” a la pelea, a la vez que se trasmiten las reglas y las prohibiciones en el manejo de la agresividad, también la necesidad de cuidar al otro y de cuidarse a sí mismo. El deseo de destruir o de causar daño se civiliza constituyéndose una ética en las relaciones con los otros. Experiencia y ética que permitirán luego, fuera de la familia, apelando a lo vivido en la relación con el padre y con los hermanos, enfrentar y asumir las nuevas situaciones de provocación, de rivalidad, de desafío con sus pares.
En algunos lugares, por ejemplo, en navidad o en otro tipo de festejo, las celebraciones familiares, donde se sacrifica un cerdo, oveja, ternera, gallina, pavo, se convierten en una especie de ritual en el que los niños son espectadores, entretejiendo en el encuentro, la alegría y el juego con la muerte del animal. El ocuparse de la sangre, abrirle el vientre para sacar las vísceras (los que se ocupan de esa función), lavarlas, prepararlas, pelar al animal, despresarlo, el corte preciso del matarife, cada uno en su función, permitiendo a niños y jóvenes formar parte de esa celebración, da nuevo sentido a
En los carnavales también se canaliza la violencia. Una vez al año pueblos o
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ciudades se preparan para celebrar la posibilidad de romper con la rutina de trabajo, de estudio, de abandonar las exigencias cotidianas, de liberarse hasta cierto punto de las imposiciones sociales, de las amarras que exige la cultura. Por unos días se permite aflojar los límites, ser como no se es durante el resto del año. El baile, el disfraz, la música, la bebida, la comida, una historia que da sentido a la celebración, son elementos centrales. Las películas, los videojuegos, muestran escenas donde el protagonista se da libertades en la expresión de actos violentos, actos que superan los límites impuestos, la lucha entre el bien y el mal, el triunfo de uno sobre el otro, o la exaltación de los que se encuentran por fuera de la ley, buscando la satisfacción en la destrucción del otro. Frente a estos objetos y prácticas actuales surgen interrogantes que requieren análisis y reflexión respecto a su función en el recrudecimiento de la violencia actual. Principalmente cuando estos entretenimientos de contenido violento, en ocasiones extremo, se convierten en el “pan de cada día” y de
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modo casi exclusivo niños y jóvenes se alimentan de estos; además cuando se asumen en soledad o sin que medie la palabra de otro que oriente o interrogue al respecto. Por otra parte, se ha pasado del exceso de agresión en la relación padres-hijos a una prohibición de la misma, de “la letra con sangre entra” a la denuncia del hijo(a) (o de otro) si padre o madre ejerce cualquier violencia sobre ellos, de la permisividad de las expresiones al impedimento de sus manifestaciones. Paradójicamente, de un lado, manifestaciones de agresividad que no revisten peligro para el niño(a) o el otro, pero que si ponen en juego la actividad física, muscular, el choque, sin que la intención sea dañar, o dañarse, preocupan en demasía a padres, maestros y en general a quienes están al frente de los menores; mientras que de otro lado, en lo social, el nivel de violencia, de agresión desmedida es mayor; el no control de los impulsos, la búsqueda y disfrute del dolor en el cuerpo, la marca, la cicatriz, son las modalidades de actos que ahora imperan.
AGRESIÓN... ¿ESE MAL? AGRESIVIDAD, FASCINACIÓN, ADMIRACIÓN Y RIVALIDAD María Helena Restrepo E .
Narciso era hijo de la ninfa azul Liríope y del dios fluvial Cefiso. Cuando aún estaba pequeño, el adivino Tiresias le dijo a Liríope que Narciso solo viviría hasta el día en que se conociera a sí mismo. A ella le pareció un oráculo bastante extraño y no le dio mayor importancia. Con el paso del tiempo Narciso se convirtió en el hombre más hermoso sobre la tierra y personas de ambos sexos lo cortejaban. Se volvió terriblemente vanidoso y llegó a creer que nadie era digno de él. Cierto día salió al bosque a cazar ciervos con un grupo de amigos y se extravió. Cada vez que gritaba preguntando por ellos solo la Ninfa Eco le respondía, repitiendo sus propias palabras. Ella siempre había estado enamorada de Narciso, pero era incapaz de presentarse ante él y de hablarle, porque solo podía repetir lo que los demás decían. Cuando el bello joven le pidió que se mostrara, ella corrió con alegría a abrazarlo, pero Narciso la rechazó y le dijo que nunca se acostaría con ella. Desde entonces Eco vive sola en lugares recónditos, lamentándose porque su amor nunca fue correspondido. Narciso siguió caminando por el bosque en busca del camino de regreso. Encontró un arroyo de aguas muy claras y decidió parar y saciar su sed. Cuando el joven se agachó se vio reflejado en el estanque y se enamoró de su propia figura. Se lanzó al agua tratando de alcanzar la imagen que veía, con tan mala suerte que se ahogó. Así se cumplió el designio que le fue predicho.6
6. Gáfaro Reyes, Alejandra. “Mito de Narciso”. Óp. cit., p, 146.
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Este vínculo inicial del bebé con el mundo externo, representado principalmente por su madre o cuidador más cercano restituye ilusoriamente la unidad perdida. Las necesidades primordiales se expresan en llanto, incomodidad, gestos que son descifrados por el otro según sus propios referentes y deseos, buscando con sus actos apaciguar la necesidad expresada por el niño. Son respuestas que van imprimiendo en él o ella los modos fundamentales de satisfacción, con sus representaciones psíquicas respectivas. Estos encuentros que generalmente están acompañados por el lenguaje, se van convirtiendo, a la vez, en una forma particular de hablar entre la madre y su hijo.
Cuidados y vínculos afectivos: ¿protectores de la agresión? Tenemos muchos ejemplos de aquello que llamamos agresividad. Con esta palabra nos referimos a actos e intenciones, a modos de relación entre unos y otros, también a formas de pensar y de sentir. Los seres humanos deseamos aquello que nos fascina y sentimos que nos falta. Queremos ser como alguien o poseer algo que nos haga sentir plenos y desde muy temprano nos enfrentamos a tener y a perder algo. El vacío que se presenta ante la pérdida se constituye en deseo de recuperar lo perdido. Esta búsqueda orienta nuestras experiencias y deja huella en el psiquismo y en el cuerpo. Como resultado del nacimiento quedamos separados de ese cuerpo que nos contenía, nos alimentaba y nos protegía. Al ser expulsados debemos hacer uso de nuestro cuerpo para respirar, comer o realizar las funciones que antes se daban automáticamente en el vientre materno. Esta vivencia de estar sueltos, fragmentados, desunidos, signa nuestra existencia en la primitiva condición vital, ante todo vulnerable. Si bien en esos primeros tiempos ya no estamos unidos por el cordón umbilical, seguimos unidos a la madre, puesto que dependemos de ella o de otro en la medida en que necesitamos de su cuidado para subsistir.
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cuidados, tendremos garantizado que prescindirán de los aspectos destructivos, podrán resolver los conflictos que se presentan en las relaciones con los otros, amarán y primará el cuidado y protección en sus relaciones intersubjetivas, bajo la esperanza de encontrar otras satisfacciones de condición más altruista.
A ese modo específico de vinculo y a los cuidados brindados algunos los llaman hábitos y prácticas de crianza, a partir de los cuales el niño desarrolla ritmos y estructuras para la alimentación, el descanso y las actividades. Este enfoque resalta el crecimiento y la maduración aunados a un vínculo afectivo y a la introducción en el lenguaje, como responsables del proceso de humanización. Construye una idea positiva y optimista del ser humano, al señalar que el desarrollo del niño depende de garantizar buenas prácticas de crianza, hábitos y cuidados consistentes y una óptima vinculación afectiva. Ello organiza lo que han denominado una base segura, necesaria para prevenir malestares y violencias como el maltrato, el abuso, el abandono o la negligencia. También para inhibir la capacidad destructiva, inherente a la agresión. Esta es concebida como una parte básica de la fuerza instintiva primaria que garantiza la supervivencia.
Sin desconocer la necesidad de esa base segura, la experiencia y la cotidianidad nos muestran que eso que llamamos vínculos entre los seres humanos están llenos de sentimientos ambivalentes, de cosas no dichas, de rupturas, de no entendimientos, de imposibilidades y conflicto con los otros. Esto supone el reconocimiento de procesos inconscientes. Nos preguntamos cómo se podría comprender la presencia de la agresión, la destrucción o la venganza que sigue existiendo en los seres humanos “racionales”. Aún a pesar de las garantías que podemos ofrecer en la crianza, y que nos hace creer que al darles todo no hay carencias por lo que se asegura el amor, la paz y la felicidad.
Nos hace pensar que si hemos dado todo lo necesario para que nuestros hijos se sientan amados, estimulados y bien
La agresividad atraviesa lo humano El psicoanálisis plantea la existencia de una falta estructural, una especie de fisura que no se cierra sólo con los cuidados ni el amor de los otros. Esta falla existe por el hecho de ser sujetos simbólicos, de lenguaje, es decir, seres hablantes. Hablar y pensar implican la pérdida de la
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satisfacción instintiva y el reemplazo por otras satisfacciones ligadas a las palabras, las imágenes y las representaciones. Al principio de la vida prima la confusión y la fragmentación. La madre le dice cosas al bebé sobre él y le apacigua el malestar que siente producto de esa falta de unidad, de esa desorganización inicial. El bebé no reconoce la diferencia de lo que es él y el otro. Posee la ilusión de que la madre lo completa e igualmente él a la madre, como si los dos fueran una unidad. Cuando el pequeño descubre su imagen ante el espejo que es el otro, a partir de la cual construye la imagen de su cuerpo, se embelesa, se fascina, porque en esa unidad que produce el encuentro con la imagen reflejada se reconoce. Es un momento idealizado de plenitud. No es sino ver los juegos de un bebé con su imagen en el espejo. Al principio cree que ese que aparece allí es otro, pero luego descubre que es él o ella y además se llama… A la imagen se vinculan las palabras y el deseo, entonces eso que pensamos de nosotros y sentimos que somos está unido a lo dicho por los otros y a los deseos que nos han transmitido. Esa imagen se refiere al yo. Por tanto el yo queda amarrado a los otros y confundido con la imagen que de ellos proviene, lo cual se constituye en fuente de agresividad.
De la fascinación a la rivalidad Narciso muere encadenado a su propia imagen y se inmortaliza en la flor que llamamos con ese nombre. La imagen fascina tanto que puede llevar a la muerte. Esto puede enseñarnos cuánto nos atrapa esa ilusión de un yo aferrado a la imagen construida y el sometimiento a nuestro propio deseo. ¿Pero cómo se relaciona esto con la agresividad? El hecho de estar encadenados al otro por el deseo y la imagen que nos transmite, y atados a aquello que le significamos, produce la ilusión de una continuidad entre el yo y los otros, como si fueran lo mismo. La búsqueda de reconocimiento nos lleva a preguntarnos por los otros y por nosotros, y nos ayuda a entender por qué no estamos fácilmente dispuestos a renunciar a los otros (por ejemplo a la madre), a su amor, ni a eso que creemos que somos para ellos. Desprenderse podría significar algo parecido a la muerte, al vacío, a la fragmentación inicial de la vida. Dejar de existir para los otros es como no existir para uno mismo, por eso estamos dispuestos a defender nuestro lugar en la relación, hasta el fin. Deseamos eliminar a cualquiera que se interponga en nuestro camino, en nuestro deseo, aunque sea una forma de aniquilarnos a nosotros mismos, puesto que el otro es concebido como una parte de uno mismo, como eso que nos identifica.
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mismo. Cuando a este reconocimiento se le suma la percepción de una falta en cada uno y de sus límites, con la posibilidad de hablar, se introduce la dimensión de la alteridad, que aplaca la tendencia a la agresión y disminuye la fuerza imperativa de poseerlo todo. Le permite renunciar y desprenderse de algo propio para darlo al otro en aras de obtener su amor. El niño puede dar gestos, puede dar aquello que su cuerpo produce como por ejemplo las heces para satisfacer a la madre. Por el amor de ella o de los otros, está dispuesto a perder algo de esa ilusión que atrapa, que fascina hasta la muerte.
La rivalidad y la agresividad del niño surgen frente a quienes no lo dejan ser único en la relación con la madre o con quienes ama. Le es insoportable no tenerlos solo para sí, pues la vida infantil se caracteriza por la búsqueda de poseer lo que se desea, sin límites ni restricciones. Ser niño significa, entre otras cosas, cierta dificultad de renunciar fácilmente a los deseos. Quizás podremos recordar lo insistentes que tenemos que ser con los niños para que logren compartir con otros aquello que solo desean para sí. Ese impulso lo lleva a actuar de modo agresivo para obtener lo que desea, que al no lograrlo, en muchas ocasiones lo empuja a destruir o aniquilar aquello que no puede poseer.
Con el reconocimiento de la alteridad se logra también la aceptación de las diferencias, de los límites y de las imposibilidades. De esta forma se construye un lazo con el otro, un vínculo social. Aspectos que se hacen posible gracias a la intervención de un tercero que separe al niño de la relación fusional que posee con la madre. Ese tercero generalmente es el padre o quien cumpla la función paterna.
En esta situación pasional se encuentra el niño pequeño en su primera infancia, in fans que quiere decir “sin lenguaje”. Muerde si desea aniquilar o poseer, pega si quiere alejar o defenderse. Pero además, está atrapado por el temor a la fragmentación si pierde aquello que le hace sentir seguridad. La palabra sosiega y apacigua esa sensación e introduce la posibilidad de representar y dar trámite a esta experiencia.
El padre que en principio es un rival frente al amor de la madre y que por esto es vivido como una amenaza, representa una ley, una prohibición. Reconocerlo como alguien que la madre ama o que es importante para ella, le hace ver al niño que aquello que él desea no le pertenece. A la vez le posibilita una
De la rivalidad a la alteridad El acceso al lenguaje en este tiempo psíquico va permitiendo que el niño tome conciencia de que él y el otro no son lo
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promesa, una esperanza, al introducir ideales que se convierten en horizontes a conquistar.
deseo o amor. Puede ser un peligro o una amenaza, pero también es un modo de defensa frente a la sensación de impotencia y de la confusión con el otro.
El padre o quien ejerce su función al prohibir la posesión de la madre introduce en la ley de la vida, en el lazo social, y autoriza o permite la entrada de otros, dando lugar a otras ilusiones, a nuevas invenciones.
¿Qué efectos sobre los vínculos puede tener la excesiva preocupación por la imagen?
Al renunciar a la madre se da apertura a la posibilidad de ser amados y de amar a otro(a). Su efecto es el ser reconocido por el padre, la adquisición de un cuerpo y un deseo propios, la construcción de relaciones de filiación y de una identidad sexuada y la asunción de las exigencias culturales. Renunciamos a la satisfacción del deseo de destruir lo que no toleramos de nosotros y de los otros, a cambio de entrar en la cultura, en el grupo, de acceder al amor de los otros, de construir, crear y compartir, aún bajo el reconocimiento de la fragilidad y de la falta que nos acompañará durante toda nuestra vida. Esta renuncia no es fácil, sobre todo si lo que se ofrece como promesa es ilusorio o no compensa el vacío que representa aquello que debemos abandonar. La ambivalencia que introduce la agresividad nos enreda a los seres humanos y complejiza lo que llamamos
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¿Cuáles son las consecuencias de la insistente promesa de plenitud, de felicidad y de autonomía como metas ilusorias de cada individuo? ¿Cómo incide en las relaciones entre padres e hijos la dificultad para renunciar a la infancia, a la adolescencia?
LA AGRESIVIDAD EN LOS NIÑOS Carmen Lucía Díaz L. ?Cómo explicar la agresividad? ?Qué importancia tiene su control y cómo hacerlo? ?Por qué hay épocas de mayor agresividad en cada persona? La agresividad: dimensión inevitable del ser humano
La agresividad es una dimensión constitutiva del ser humano, existe en él como existe la sexualidad. Son dos aspectos que como motores potentes orientan sus deseos y sus actos. Ninguno se puede evitar pero sí limitar y encausar. Las sociedades, desde tiempos inmemoriales, han buscado ordenarlos y controlarlos pues su desborde causa estragos a veces impensables. La agresividad con su componente de destructividad es una parte de la pulsión7 de muerte o una de las formas de manifestarse, pues la pulsión de muerte posee muchas dimensiones. Algunas empujan a la destrucción y al daño, otras se relacionan con la capacidad de dominio y de poder, de
fortaleza y separación, también con la posibilidad de simbolizar y de crear. Son aspectos que intervienen para hacer frente a la vida, para resolver o dominar situaciones problemáticas, para competir, para poseer autonomía y creatividad. Lo problemático de la pulsión de muerte se refiere al aspecto destructivo de la agresividad, a su capacidad de dañar y de producir dolor a otros y al sujeto mismo; pues la agresividad no solamente se dirige hacia el mundo exterior, con ella se daña a los otros, y también puede enfilarse hacia quien la produce. En todos los vínculos humanos la agresividad se encuentra presente en alguna medida y bajo formas muy variadas, con frecuencia ligada al amor. No siempre es negativa, a veces se hace indispensable para defenderse frente a un daño causado, para evitar un peligro o para conservar la propia integridad.
La existencia estructural de la agresividad La agresividad se deriva de la forma como el infante ha creado su propia imagen, del modo como se ha originado su yo. Pues el
7. Las pulsiones son tendencias derivadas de exigencias
corporales organizadas por la intervención del lenguaje, a partir de la historia vivida de cada quien, principalmente por las satisfacciones iniciales ofrecidas por quienes sostienen y animan la vida del niño(a). Es el lenguaje el encargado de ordenarlas porque el ser humano al nacer tan inacabado y dependiente pierde la posibilidad de que en él se establezca el instinto. A cambio es la cultura y lenguaje su hábitat.
En el ser humano, ser de lenguaje, la agresividad está atravesada por el deseo, la fantasía y el símbolo. Los animales agreden por instinto
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primer yo del niño o de la niña proviene del otro, su yo ha surgido identificado a la imagen que le llega de afuera. Antes de verse y reconocerse, el infante ve primero a su madre, ve su imagen en ella y como en espejo, esa imagen le permite verse a sí, reconocerse. Es decir, se ve en los ojos de su madre, se ve en esa imagen que ella le brinda a partir de su deseo y con esa imagen se identifica. Ella, la madre, desea por él y habla por él, por ejemplo cuando el niño llora le dice: “es que yo lloro porque tengo hambre”, o al bebé le preguntan algo y es la madre quien responde. Ella le habla diciéndole quién es, transmitiéndole la imagen que tiene de él, lo que desea de él, le expresa aquello que interpreta del sentimiento del niño. Así entonces, el yo del bebé queda “pegado” al yo del otro, sostenido en él, en la imagen que el otro le devuelve. A medida que crece y se organiza su psiquismo, se va desprendiendo y diferenciando de esa relación inicial tan unida. Sin embargo, a lo largo de la vida, el núcleo del yo queda adherido a ese funcionamiento. En esa fusión surge la rivalidad y con ella la agresividad, porque el uno se pierde en el otro, el más fuerte domina, el más débil queda sometido, queriendo a la vez dominar; cada uno quiere imponer lo suyo sobre el otro, a la vez que se desea exclusividad.
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Con la agresividad hay un intento de desprenderse, de soltarse, de dominar, buscando ser reconocido, tener prestigio y poder sobre el otro o para quedarse con lo que considera propio pero que lo tiene el otro. Para que alguno de los dos surja, el otro “debe morir”, debe ser aplastado. Recordemos que hay una época del niño en la que le encanta jugar a matar, a que el otro desaparezca, claro, para que vuelva a aparecer. Si en esa fusión se desea el mismo objeto, surge el deseo de destruir al otro para quedarse con el objeto o de dañar el objeto para que nadie lo tenga. Lo vemos por ejemplo cuando los niños se pelean por el mismo juguete, teniendo muchos mas a su alrededor, pues generalmente el objeto que más llama la atención es el que el otro desea. De este modo aparece la envidia por aquello que tiene el otro y florecen los celos al sentir que él no es el único deseado por aquel a quien ama. También el yo puede sentirse humillado y herido en su amor propio cuando no es tratado como cree merecerlo o no posee lo que considera justo tener. Se escucha con frecuencia decir: “no soporto que fulano tenga eso y yo no”, “me humilla que no me tenga en cuenta”. Sentirse excluido es saberse no reconocido por el otro. Un niño, por ejemplo, pelea cuando su amigo decide sacarlo del juego, otro se sentirá triste y se aislará, pero en su fantasía desea vengarse.
pegarse él(ella) mismo(a), dañando su propio cuerpo o sus objetos, tirando al piso sus juguetes o rompiéndolos, por ejemplo.
Así entonces, construir la imagen del yo a partir de la imagen que el otro ofrece posee efectos organizadores, pero también problemáticos, ya que los desaires son vivenciados como ofensas y rupturas de la imagen construida. Ante un decir de alguien o un acto realizado, alguien se puede sentir “vuelto añicos”, “desbaratado”. Es su imagen la que ha sido atacada y se ha destruido. Y como el niño requiere más del sostenimiento de su imagen por el otro, se hace más vulnerable a los actos y las palabras de desprecio de los otros.
En esta misma lógica, también puede pasar que ante una molestia insoportable consigo mismo, se daña al otro. Es decir, alguien se molesta con él mismo y comienza a agredir a los otros, descarga la agresión propia en el semejante. Pues el yo, al originarse desde el otro y como otro, siempre tendrá esa dimensión de exterioridad, es decir, siempre habrá algo de sí en el otro, así como el otro siempre estará, por lo menos una parte, en nuestra intimidad. Así, nuestro yo siempre tendrá algo que nos es extraño, exterior, y el otro, si estamos identificados o vinculados con él, tendrá algo de nosotros.
La agresividad entonces apunta a la imagen del otro; pero también el acto de agresión y violencia se realiza sobre el cuerpo del otro o sobre sus objetos.
Dañar lo más valioso del otro o del sujeto La agresión implica el despliegue de la violencia, el ejercicio de la destrucción y del daño a lo más visible del otro, a lo más valioso, a aquello que le pueda producir mayor dolor. Pero también ocurre que en la imposibilidad de dañar al otro, en esa relación fusional, el daño se dirige al cuerpo o a los objetos propios, pues en esa identidad lo propio representa al otro.
Podemos reconocer todo esto cuando nos hablamos a nosotros mismos como si fuéramos otro o cuando hablando del otro lo hacemos como si fuéramos nosotros, o cuando alguien vivencia un dolor y nosotros lloramos. Se da por la identificación, necesaria para constituirnos y ponernos en el lugar del otro, mecanismo que también opera en otras vivencias como la solidaridad o el franqueamiento de la indiferencia.
Lo vemos cotidianamente cuando el niño o la niña está desbordado de la ira y quiere pegarle al otro pero por alguna razón no lo puede hacer, pasa entonces a
En el niño pequeño es más evidente esa exterioridad. Él habla y se nombra a sí mismo como si fuera otro: “El nené se cayó” o “el nené quiere dulces”, dice él hablando
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de él. Un niño le pega a otro niño en su presencia y él es quien llora, o terminan llorando todos. En los más grandecitos y también en los adultos, a veces, cuando alguien cercano recibe una ofensa esta también es vivida como propia, creándose una cadena de desaires y rencores o de solidaridades y compañerismos; sentimos “oso ajeno” cuando alguien cercano hace el ridículo, etc. ?Por qué nuestro hijo siempre está dañando todo y lastimando a los demás? ?Por qué se lastima él? ?Por qué unos niños son agresivos y otros no?
reaccionando con gran violencia. Es la característica de los vínculos primitivos. No ser el centro, saber esperar, aceptar que no todo puede ser para él o como él quiere, es algo que debe lograr paulatinamente. Asumir renuncias y aplazamientos, controlar y limitar sus deseos, admitir las pérdidas, ponerse en el lugar del otro implica un camino recorrido en los vínculos y una transformación de su postura frente a los otros y a él mismo. Exige acatar y acoger las limitaciones, las prohibiciones y permisividades posibles para que las relaciones se hagan viables y se atenúen los conflictos.
Del descontrol primitivo al límite necesario En el primer tiempo de la vida, el niño o la niña, si es deseado por quienes lo reciben y acogen, es situado como el centro de los otros. Se convierte en “su majestad el bebé”, quien dirigiéndose al mundo también demanda ser el centro, vivencia necesaria para construir su amor propio y para organizar su deseo frente a los demás y frente a la vida. Al ser el centro quiere todo para él, que sus pedidos se satisfagan ya, no posee límites para lo que quiere, es insaciable, le cuesta trabajo controlarse y que las cosas no sean como él dice o quiere, exige exclusividad, inmediatez, características que le dan la ilusión de ser omnipotente. Cualquier frustración, desaire o vivencia de desamor es significada como ofensa a su yo,
También estas son exigencias que vienen de los otros. Para que sean admitidas deben ser claras, consistentes, firmes y cálidas, e insistir en ellas. Aceptarlas, aunque es un proceso doloroso, le permitirá al niño vivenciar estas renuncias como algo distinto a una ofensa a su amor propio. Asumir ese cambio de postura le favorece el establecimiento de relaciones más tranquilas, distintas a las caracterizadas por la exclusividad, permitiéndole además, diferenciarse de los otros y crear vínculos distintos que amplíen los que ha establecido con sus seres más amados. Hará posible que intervengan terceros en las relaciones, podrá establecer lazos de amistad y dirigirse al mundo externo, accediendo a normas, exigencias e ideales sociales.
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Ese cambio subjetivo también le posibilita atenuar la intensidad de sus demandas y la inmediatez de sus exigencias, le facilita su capacidad de espera, de aplazamiento de las satisfacciones, de renuncia a lo imposible. Lo provee de elementos para hacer frente a las frustraciones sin que estas se conviertan en algo catastrófico. Le hará saber de sus propios límites y de los límites de los otros, de la necesidad de renunciar a ciertos deseos problemáticos que se oponen a la convivencia con los demás. Esto le permitirá dirigirse e interesarse en actividades valiosas para la cultura, llamadas sublimatorias, condición subjetiva necesaria para el aprendizaje y la apertura al mundo. Este proceso implica pasar de unas relaciones voraces, llenas de componentes asociales, a una postura más social y de mayor reciprocidad con los otros. Lograr este paso, en el que inevitablemente hay conflictos, favorece el amor propio, necesario para el sostenimiento y despliegue del yo del niño, condición que revierte en amor a los demás. Sin embargo, el amor propio no está libre de conflicto, se convierte en fuente de agresividad al buscar restituir heridas producidas por ofensas al yo. La agresividad impulsa al sujeto a recuperar su unidad, su imagen, a mantener cierto prestigio y reconocimiento frente a los otros, cuando estos no se pueden conquistar por otras vías.
Quiebres, dificultades y posibilidades en el camino recorrido El proceso señalado no es automático, ni llega de modo obligado a medida que el niño crece y madura orgánicamente. Las características de los otros, de sus relaciones, de las exigencias que le hacen, de las normatividades impuestas y satisfacciones otorgadas, de los atributos que son situados en el niño(a), inciden en la facilidad o dificultad para dar ese paso. El niño interpreta eso venido del otro y toma una posición al respecto. Sabemos por ejemplo, que cuando los otros son agresivos con el niño, puede producir que él también lo sea o que su respuesta sea una inhibición dramática frente a la agresión de los otros o más ampliamente, frente a la vida. Así, cuando en los otros él ha encontrado la tiranía responderá de modo similar, o buscará relaciones que repitan la situación original, es decir, en donde los otros sean amos y tiranos con él, adoptando una postura de sumisión frente a los otros. Existirán también respuestas de gran temor frente a los otros o de gran pasividad. Por otra parte, si aquello que el otro devuelve en espejo al niño es ante todo su agresividad, con eso se identificará. Es decir, cuando en el transcurso de su construcción un niño expresa su agresividad y “coge fama” ante los otros de ser alguien agresivo y sólo así es reconocido (“Claro,
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En otros niños el mundo externo es vivido como terrorífico y atacan antes de ser atacados; son agresivos por el miedo que los otros les producen. Algunos no pueden con la culpa de algo que han hecho y la canalizan a través de manifestaciones agresivas. Cuando están tristes también se pueden tornar agresivos.
tenía que ser Juan, él solo sabe pegarle a los demás”), no tendrá otro modo de identificarse sino con eso que los demás ven en él. La forma de vincularse con los demás, de expresar sus demandas, deseos y búsqueda de reconocimiento será en negativo, a través de la agresividad. Es inevitable que el dolor acompañe la renuncia a los modos primitivos de relación, sin embargo, ese drama se acepta y se tolera más si el niño o la niña logra desear e interesarse por aquello que el mundo le ofrece y promete, si consigue identificarse con los ideales transmitidos, cuando estos son pacificantes. Es el tiempo en que ellos están prestos a los saberes que depara la cultura, transmitidos por la familia, la escuela, la comunidad: las artes, las ciencias, la religión, el deporte, etc. Hay niños a quienes les cuesta más trabajo aceptar esas renuncias, ya porque los otros son inconsistentes, confusos y ambiguos al imponer límites que los menores requieren o al exigirles renuncias; ya porque lo ofrecido a cambio no les es atractivo ni amable; o porque sus vivencias están llenas de confusión y no saben lo que pasa con ellos ni con los otros, no es nítido ni tranquilo su lugar frente a los otros y al mundo, o no es claro en ellos qué es lo deseable, lo no peligroso o lo amenazante. Cuando esto ocurre, ellos prefieren refugiarse en los modos primitivos de relación.
Por otra parte, hay épocas de la vida o situaciones que desestabilizan el equilibrio logrado, y la agresividad es la primera respuesta al alcance. En la entrada a la pubertad, por ejemplo, niños y niñas no saben qué hacer con lo nuevo que experimentan en su cuerpo, con la extrañeza de su imagen que se transforma ante sus ojos, con los nuevos roles exigidos, con la sexualidad que se reactiva e intensifica, con la pérdida del lugar seguro que ocuparon en la infancia, etc. Y esa confusión se expresa en agresividad. Los discursos sociales, los ideales e imperativos de las épocas logran incitar la violencia o apaciguarla. En la actualidad, tiempo caracterizado por la falta de prohibiciones y el poco control de los deseos, se exalta la violencia. Es una época en la que impera la individualidad y la búsqueda de prestigio sin importar arrasar con los demás. En los juegos y situaciones que se imponen a los niños a través de la tecnología (videojuegos, películas, etc.), y a los cuales ellos se dedican, algunos de modo exclusivo y en solitario, la violencia es lo valioso y es el mandato a seguir.
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omnipotencia . En estos casos se requiere de ayudas adicionales de los especialistas.
Niños y niñas, inmersos en esas formas de vínculo social, pueden asumir el ser agresivo como una cualidad deseable, como un atributo a través del cual es temido y respetado, como un modo de destacarse ante los demás. Más, cuando este ideal es compartido por su grupo y es entonces la forma de no ser excluido. Es indispensable encontrar la significación de la agresividad en cada caso, ubicar los motivos de la agresividad de un niño, y solo lo podremos saber escuchándolo. Así no tenga claro el porqué de su violencia (en general es así), permitirle expresarse dará pistas para descifrar su malestar y para que pueda tramitarlo de modos menos dañinos para él y los otros. Acercarnos a su historia, reconocer cuáles han podido ser sus experiencias e interpretaciones, dará elementos para ayudar a los niños a atenuar su malestar. Permitir que hablen de sus sentimientos y también ponerles palabras desde el exterior favorece la organización de lo confuso, aliviana aquello que atormenta, mitiga la angustia, ya que la palabra en el ser humano posee enormes poderes. Sin embargo, esto no será suficiente en algunos casos, principalmente cuando el niño o la niña, por sus experiencias vividas, ha quedado atrapado en la satisfacción que genera la agresividad. Pues la violencia y la agresividad, además de portar daño generan satisfacción al restaurar el poderío yoico y la perdida
Se hace necesario también, interrogar a la cultura, a sus discursos, a sus prácticas y a muchas de las actividades que esta ofrece, que en vez de canalizar la violencia la incitan y exacerban, llevando a que niños y niñas queden enganchados al goce que produce. Al ser esta época de extremos, de no límites, época que contribuye al desborde de las pulsiones, debemos como padres o educadores estar muy atentos a sus modos de incidencia en los niños y a actuar situando los límites necesarios. Límites que cada niño requiere de modo distinto. Hablar al respecto es imprescindible. Hablar entre los padres, entre padres e institución escolar, y principalmente entre padres e hijos, entre maestros y niños.
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PONER EN JUEGO LA PALABRA, PONER EN JUEGO LO SIMBÓLICO Claudia López A.
?Qué sucede en la actualidad?
Vivimos una época caracterizada por acontecimientos que tienen efectos en nuestras relaciones; uno de ellos hace referencia a las dificultades de subjetivación. Es decir, aquello que es propio y singular en cada ser humano se diluye en la homogenización colectiva, a la vez que hay una tendencia excesiva al individualismo. Esto interfiere en la socialización llevando a que la tendencia sea el debilitamiento del vínculo con los otros. Por otra parte, la intensidad de lo vivido y los pocos límites frente a lo deseado hacen que se elija actuar más que pensar y comprender el sentido y las implicaciones de los actos. Aspectos que desembocan en el aumento de diversas formas de violencia: maltrato físico, intimidación verbal y corporal. Estas manifestaciones están presentes en la institución escolar y expresan parte de los malestares que aquejan a la sociedad actual. No es casual que aparezca esta problemática en los niños, niñas y jóvenes puesto que son ellos los que se encuentran más expuestos a la violencia que los discursos de la época transmiten a través de la televisión o los videojuegos, entre
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otros, donde actos agresivos y de gran hostilidad al otro se ofrecen en forma continua y reiterativa. Se insiste en la urgencia de matar, en el desprecio a la vida, al otro y a sus objetos, en transgredir los límites para disfrutar a toda costa. Niño y niña quedan enfrentados ante todo a la presencia de la imagen y a la premura del acto, sin que medie la palabra, el texto, la espera. Quedan expuestos a lo real de la escena, a su impacto, su crudeza, a la vivencia misma de la agresividad, que aún siendo de otros, conlleva satisfacción y excitación. Situación que muchas veces puede ser traumática y violenta, dejando al niño enganchado a esas escenas y vivencias, que al enlazarse con las fantasías internas de omnipotencia, puede convertirlas en propias y en ocasiones actuarlas como si fueran reales. El Otro, aquel que ocupa el lugar del tercero, representado por un adulto, la familia o el colegio, y que puede ayudar a regular y encauzar lo que el niño ve y vive, no siempre está presente. O si lo está, a veces no tiene capacidad para producir un efecto de contención que permita que el niño pueda poner una distancia psíquica de la escena y logre diferenciar la fantasía de la realidad, para poner límite a los actos.
Los motivos de la agresividad Para comprender lo que les sucede a los niños de hoy es necesario considerar que
la agresividad implica una presión que se manifiesta en estados emocionales como la cólera, el temor y la tristeza que no paraliza. La agresividad disgrega, despedaza, mina el buen entendimiento, conduce a la muerte súbita o lenta, rompe la fascinación del amor, produce desencanto, causa separación, desestabiliza, reduce a la impotencia, desvía, afecta el sentido de la vida y entusiasma a no pocos con la destrucción y el estrago.8 La agresividad es el punto común de no pocos estados emocionales y da cuenta de lo que hay de concreto en ellos. Es humana y posee un sentido que puede comprenderse en el mismo sujeto que comporta tanto una presión sexual y agresiva a la que se le pueden dar respuestas civilizadas o no civilizadas. Generalmente la cultura anima a las primeras, pero por sus contradicciones también incita a la segundas. La agresividad, así como la sexualidad, siempre están presentes en el ser humano y tienden a manifestarse y a satisfacerse. La presión agresiva toma como objeto a su rival, al diferente, al enemigo o al más débil. Es así como estamos ante la presencia de actos violentos entre los niños de un mismo grupo o de grupos diferentes o frente a otros que se presentan como los más débiles. Además, los grupos fácilmente construyen enemigos o rivales: aquel que posee algo distinto, que evoca algo propio
y no reconocido, que produce un desaire y no logra perdonársele, que gana o que hace perder, etc., los motivos son innumerables, a veces muy pequeños.
?Qué podría hacerse en los colegios hoy? Se pueden crear grupos de reflexión y mediación con niños y niñas que propicien diversas maneras de expresar y controlar la agresividad y que favorezcan la regulación, el dominio y sublimación de los impulsos. Podrá lograrse poniendo en palabras lo que frustra y molesta. Así, el objetivo ya no será destruir sino encauzar o cambiar el rumbo de aquello que hace mal o produce malestar. Así mismo, será importante que se acompañen estos procesos con un trabajo que aborde el conocimiento, el manejo y el control del cuerpo. La agresividad, lo sabemos todos, podrá canalizarse con actividades regladas que implican directamente el despliegue del movimiento, del ritmo y la fuerza corporal, actividades que poseen un componente agresivo y despliegan la competencia regulada, en la que se limita el daño al sujeto y al otro. Los deportes se sitúan en esta línea, cuando no son extremos. En las sociedades orientales, por ejemplo, deportes como el sumo, el judo 8. Lacan, Jacques. “La agresividad en psicoanálisis”. En: Lacan, Jacques. Escritos I, México: Siglo XXI editores, 1997.
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el taekeondo, ponen a luchar los cuerpos con límites precisos, con normatividades y rituales claros. También el yoga, el taichi y otros aprendizajes exigen esfuerzos de precisión y regulación de movimientos. Las distintas clases de danzas y actividades regladas con el cuerpo, operan en este sentido.
La cultura reposa sobre la renuncia de las satisfacciones primarias e impone sacrificios y barreras al sujeto, condición necesaria para que pueda establecer vínculos sanos con los otros, que le permitan desarrollarse y evolucionar.
Así mismo, los actos creativos cumplen esta función. Estos, en tanto dan la posibilidad de transformar o construir algo a partir de material más elemental, de un vacío, le permiten al niño o al adolescente saberse artífice, creador de un objeto que puede mostrar, ofrecer a alguien, o poner a circular. En esta categoría se ubican no solo las obras relacionadas con el arte y con la ciencia sino las distintas actividades que sean del orden de la construcción más que de la destrucción, como el tejer, etc. Entonces, el arte, la dramatización, la música, el juego, son recursos que permiten organizar y expresar lo que sucede en la subjetividad del niño(a). De otra parte, los niños suelen moderar sus impulsos y aplacar su actitud agresiva cuando se les ofrece la posibilidad de pertenecer a un grupo o a una comunidad con ideales compartidos (que tomen distancia de ideales destructivos). Los ideales que allí pueden encontrar les darán sentido vital y les permitirán aceptar las restricciones exigidas.
Tramitar la agresividad implica transformarla en algo que la concrete en forma de símbolo. Es darle un sentido al sin sentido aparente. Es a través de la simbolización de estos impulsos agresivos y de someter el deseo a la ley, la ley de la comunidad, que el sujeto puede acceder a la norma y a los pedidos e ideales culturales, poniendo su propio sello. Es importante reconocer en cada niño con qué actividades de las que ofrece la cultura para canalizar la agresividad, puede engancharse mejor, más cuando se trata de un niño cuyas respuestas se caracterizan por ser agresivas.
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Como ya se expresó, otro de los aspectos que hacen actuar a los niños y a las niñas de una manera agresiva es la sexualidad. Se ha observado que el interés que tenían los menores por lo sexual en quinto y sexto grado, aparece ahora en grados anteriores, en tercer o cuarto grado, como posible consecuencia de la vida moderna; pues niños y niñas se encuentran enfrentados a intensos estímulos sexuales desde más temprano. De esta manera se acrecienta el interés por la sexualidad en un sujeto que todavía posee escasos recursos para dar cuenta y significado de lo que sucede en su cuerpo. Los niños de tercero y cuarto grado manifiestan sus emociones y relaciones a través del contacto corporal, haciendo prevalecer la acción como medio de expresión. Por esta vía pueden pasar fácilmente del juego a la agresión. Así mismo, la agresividad está sostenida por algunos procesos de identificación que hemos realizado con las imágenes de nuestros propios padres con las cuales nos vinculamos, relaciones que pueden haber sido protectoras o violentas. Tendemos a repetir esa experiencia.
deciden dar trámite a su dolor de maneras más creativas. Nuevamente se insiste en la necesidad de la palabra para comprender y elaborar. Poner a circular la palabra en “grupos de encuentro” en el colegio, es propiciar el entendimiento, la contención, el autocontrol, es favorecer que surja el pensar antes del actuar. La palabra posee en sí misma una autoridad. La autoridad (cuya pérdida en ciertos ámbitos, se lamenta en nuestros días) es aquello implicado en el acceso a la función simbólica. La posibilidad de escuchar y de hablar, permite que tenga lugar el yo y el tú, es decir, la existencia del sujeto y del otro en un tiempo y un espacio determinado, en donde se conecten situaciones presentes con las pasadas y puedan realizarse asociaciones. Ello propicia el reconocimiento de algo de lo que está atrapado en nuestro saber y en nuestro ser, que sin saberlo, desencadena comportamientos que pueden producir malestar y preocupación social.
Sin embargo, ante experiencias dolorosas cuando se ha recibido agresión del otro, también puede actuarse de modo distinto, por ejemplo, con respuestas de tristeza, de miedo o sumisión. Ante estas mismas situaciones también se encuentran quienes
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SER PADRES, SER MADRES HOY - 2 SER PADRES, SER MADRES HOY - 2
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