SERÉIS MIS TESTIGOS REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL TESTIMONIO. RASGOS, INDIVIDUAL, COMUNITARIO" INTRODUCCIÓN

1 “SERÉIS MIS TESTIGOS” REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL TESTIMONIO. RASGOS, INDIVIDUAL, COMUNITARIO" José Cristo Rey García Paredes, cmf “Recibi

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“SERÉIS MIS TESTIGOS” REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL TESTIMONIO. RASGOS, INDIVIDUAL, COMUNITARIO" José Cristo Rey García Paredes, cmf “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra» “ante las gentes, pueblos y reyes” (cf. Hech 2,1ss.; 9,15). Y dicho esto, fue levantado en presencia de ellos, y una nube le ocultó a sus ojos” (Hech 1,6-9)

INTRODUCCIÓN La vida religiosa quiere recuperar su gran fuerza testimonial y desea hacerlo en nuestro tiempo, en nuestro mundo globalizado, intercultural, interreligioso. Quiere aparecer como una comunidad de testigos, de hombres y mujeres que tienen como principal misión: “¡ser testigos!”. Lo demás vendrá por añadidura. Hemos visto cómo los cambios introducidos por la nueva etapa histórica que estamos viviendo han dejado obsoletas formas de lenguaje, de expresión, de comunicación con la sociedad, que nos han sido muy propias hasta ahora. Nos preguntamos con una cierta angustia interior: ¿somos testigos de algo, de Alguien? ¿para quién o quiénes? ¿cómo? ¿por cuánto tiempo? Nuestras bellas liturgias entretienen, gustan, pero ¿convierten?, ¿iluminan? ¿transforman? Nuestras comunidades resultan “curiosas” para la gente curiosa, pero ¿ofrecen alternativas de vida en sociedad, en grupo? Nuestras doctrinas se han ido haciendo más profundas, más complejas, más enrevesadas, para la gente que se hace preguntas, pero ¿entusiasman? ¿enardecen? ¿dan respuestas a los enigmas del ser humano? Hay gente que tiene sed de Dios, pasión por lo divino. ¿Responderíamos a su deseo diciendo: ¡Venid y veréis! Indicándoles el camino de nuestro monasterio o comunidad, o los orientaríamos hacia otro lugar? El deseo de recuperar nuestra fuerza testimonial nos confronta con dos realidades: la calidad de nuestra experiencia religiosa y la capacidad de expresarla y comunicarla a través de nuestras personas, de nuestras comunidades, de nuestras instituciones, de nuestros lenguajes y símbolos. Objetivo de esta XXX Semana de Estudios Monásticos es responder a este gran desafío del testimonio. Me habéis pedido una reflexión inicial sobre el fundamento bíblico-teológico del testimonio y sus rasgos individuales y comunitarios. Pretendo acercarme al tema desde tres claves: la clave bíblica, la clave teológica y la clave existencial.

I. LA CLAVE BÍBLICA: LOS TESTIGOS DE LA ALIANZA Comencemos por un breve tanteo terminológico. El término hebreo “δ∀( δ∀(” δ∀( (`ed) es el empleado para referirse al “testigo”; en su forma verbal (´ud) significa “ser testigo”, o “llamar como testigos”; y el sustantivo derivado “´edut” se emplea para hablar de “testimonio”. Los términos griegos

2 µα/ρτυϕ, µαρτυ/ριον traducen los anteriores términos hebreos tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento1. Para un hebreo “testigo” es aquella persona que reproduce o repite un hecho con sus palabras2. En el ámbito de las relaciones humanas el testigo o los testigos eran como notarios que certificaban que determinados asuntos familiares o económicos se habían realizado correctamente. De ellos decía la gente: “¡Vosotros sois hoy testigos! (`edim `atae, hayyom). A veces lo hacían no solo con la palabra, sino estampando su firma; a veces se ponía como testigo un animal o una cosa inanimada (sandalia, altar, piedra) y se decía que ésto “¡sea testigo entre tú y yo!”. Dentro del lenguaje social, el testigo avalaba la buena conducta de alguien y lo recomendaba ante los demás; era la forma de indicar que tenía buena reputación3. El testigo verdadero y fiel (`ed munum) era sumamente apreciado. El testigo falso era condenado y desagradable profundamente a Dios; de ahí el noveno u octavo mandamiento del decálogo: “¡no prestarás testimonio contra tu prójimo como falso acusador!” (Ex 20, 16).

1. Testigos de la Alianza: Antiguo Testamento4 El gran acontecimiento que requiere testigos tanto por una como por otra parte, es el acontecimiento de la Alianza de Dios con su Pueblo, Israel. Si en toda alianza entre seres humanos era necesaria la función notarial, la presencia de testigos, ¿no lo va a ser en la Alianza entre Yahweh y su Pueblo? Por eso, en el Antiguo Testamento ejercen la función de testigos de la Alianza, tanto Dios, como el Pueblo, tanto las personas como las cosas inanimadas. Veámoslo. a) Dios como testigo Se pone a Dios como testigo de los compromisos humanos -en especial de la alianza del matrimonio- y como testigo de la conducta humana, a favor o en contra, de la fidelidad o infidelidad a la Alianza. Labán le dice a Jacob –a propósito de su alianza matrimonial con Raquel y Lía-: “¡Dios sea testigo entre yo y tú!” (Gen 31,50). Quiere asegurarse de que Jabob, temeroso de Dios, no las humillará, ni tomará otras mujeres. Y es que Dios no acepta a quien rompe la alianza con la esposa de su juventud: “Porque Yahveh es testigo entre tú y la esposa de tu juventud, a la que tú traicionaste, siendo así que ella era tu compañera y la mujer de tu alianza” (Mal 2,14).

Dios es presentado como testigo de la buena conducta del profeta Samuel (1 Sam 12,5-6)5, o de Josué (Eclo 46,19)6. 1

El verbo “martyreo” o “dar testimonio”, actuar de testigo, se encuentra 76 vece en el Nuevo Testamento (63 veces en voz activa y 13 en voz pasiva). Donde más aparece este término es en el cuarto evangelio (43 veces), después en los Hechos de los Apóstoles (11 veces) y finalmente en la carta a los Hebreos (8 veces); en todos los escritos de Pablo solo aparece 6 veces y únicamente 2 veces en los Sinópticos. 2 En el Antiguo Testamento aparece el verbo “´ud” 44 veces y el sustantivo “´ed” 69 veces. 3 Así se emplea el término testigo y testimonio en el Nuevo Testamento. Se dice que gozaban de buena reputación: los siete (Hech 6,3), Cornelio (10,22), Timoteo (16,2), Ananías (22,12). Pablo presenta a los mismos judíos como testigos de su conducta intachable en el fariseísmo (Hech 26,5). 4

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Cf. C. VAN LEEUWEN, δ∀( ´ud, en E. JENNI – C. WESTERMANN, Diccionario Teológico Manual del Antiguo Testamento, II, Cristiandad 1985, pp.273-287. Cuando quiere demostrar ante el pueblo su inocencia; provoca al pueblo para que dé testimonio en contra de él (que se ha aprovechado de alguien quitándole su buey o su asno, que ha atropellado u oprimido a alguien, que ha aceptado sobornos para no juzgar) ante Yahweh y su Ungido (1 Sam 12,3-5). El pueblo le responde atestiguando su bondad y recta conducta, a lo que Samuel respondió que Dios y su Ungido eran testigos de lo que acababan de afirmar. El pueblo respondió: “Dios es testigo”. Y Samuel lo ratificó.

3 El profeta Jeremías presentó también a Yahweh como sabedor y testigo de la mala conducta de Ajab y Sedecías: hablaron en nombre de Dios, sin que Dios se lo hubiera pedido y cometieron adulterio con las mujeres de sus prójimos (Jer 29,23). Es, sobre todo, el profeta Miqueas quien presenta a Dios como testigo contra el Pueblo (Israel, Judá, Samaría) a causa de su infidelidad a la Alianza y de su idolatría y prostitución: “¡Sea testigo Yahweh contra vosotros, el Señor desde su santo Templo!”(Mal 1,2).

Más todavía: presenta a Yahweh como un testigo expeditivo contra hechiceros, adúlteros, perjuros, opresores de los débiles y contra todos los que no le temen (Mal 3,5). Por lo tanto, Dios es testigo del cumplimiento o incumplimiento de la Alianza b) ¡Vosotros sois mis testigos! ¡Testigos de la Alianza! También el pueblo de la Alianza es requerido para dar testimonio del cumplimiento de ese pacto que tanto le concierne. Yahweh le pide al Pueblo que ejerza esa función: “vosotros sois hoy testigos”.

Israel se convierte ante todos los pueblos de la tierra en testigo de lo que ha visto, oído y experimentado, como aliado de Dios. Ha de proclamar y atestiguar que Dios es el único y no hay otro, ni antes, ni después: “Vosotros sois mis testigos - oráculo de Yahveh… Vosotros sois mis testigos - oráculo de Yahveh - y yo soy Dios” (Is 43,10.12.) “No tembléis ni temáis; ¿no lo he dicho y anunciado desde hace tiempo? Vosotros sois testigos; ¿hay otro dios fuera de mí? ¡No hay otra Roca, yo no la conozco!” (Is 44,8).

David, como representante del pueblo es también “testigo para los pueblos” (Is 55,4). Pero también un altar en medio de Egipto y una estela (maseba) en su frontera serán “testigo de Dios” (Is 19,19-20). Cuando el pueblo de Dios renueva su Alianza con Yahweh Josué le recuerda las acciones salvadoras llevadas a cabo por Dios; les pide un compromiso de Alianza, diciéndoles: “Vosotros sois testigos contra vosotros mismos de que habéis elegido a Yahveh para servirle. Respondieron ellos:¡Testigos somos!” (Jos 24,22).

El mismo Israel se convierte en testigo ante sí mismo de su propia promesa de servir únicamente a Yahweh; en caso de infidelidad a la Alianza tendrá que testificar contra sí mismo. Pero Josué añade otro testigo de la Alianza establecida y aceptada: ¡una piedra! “Mirad, esta piedra será testigo contra nosotros, pues ha oído todas las palabras que Yahveh ha hablado con nosotros; ella será testigo contra vosotros para que no reneguéis de vuestro Dios” (Jos 24,27).

Los símbolos principales de la Alianza tienen mucho que ver con el “testimonio”7:  las dos tablas de la ley del Sinaí son denominadas “las dos tablas del testimonio” (duo plakes tou martiriou)” (Ex 31,18;32,15);  la tienda del encuentro o tabernáculo se llamará “tienda del testimonio” (“skene tou martiriou”) (Ex 29,4.10s; 40,2ss; Lev 4,4ss; Nm 4,25ss); 6

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Poco antes de morir, Josué puso a Yahwen ante el pueblo como testigo de su honestidad, de no haber tomado nada de nadie, ni siquiera unas sandalias. Martirion tiene aquí el sentido que recibe tardíamente en el mundo griego clásico de “prueba demostrativa en memoria de un suceso determinado o de documento”

4  el Arca se denominará “Arca del testimonio” (“kibotos tou martiriou”) (Ex 40,3; 5,21; Lev 16,2; Nm 4,5). En conclusión: la Alianza, como e gran Pacto entre Dios y su Pueblo, requiere la presencia de testigos, de notarios que certifiquen cómo es cumplida y desarrollada. En el testimonio están implicadas las dos partes de la Alianza: Dios y su Pueblo. Ambos son llamados como testigos. Pero también dan testimonio, a veces, realidades inanimadas y símbolos creados como “memorial”. El falso testimonio es condenado como ofensa gravísima a la Alianza.

2. Testigos de la Nueva Alianza: Nuevo Testamento8 También en el nuevo Testamento, el lenguaje del testimonio se refiere, principalmente –aunque no exclusivamente- a la Nueva y definitiva Alianza que se establece por medio de Jesús y del Espíritu. La categoría de testimonio y testigo adquiere mucha importancia en el ámbito de la Misión cristiana. En algunos escritos del Nuevo Testamento como el Cuarto Evangelio y Apocalipsis, pero también los escritos de Lucas (Evangelio y Hechos) esta categoría de testimonio tiene mucha importancia. En el testimonio de la Nueva Alianza están implicados tanto el Abbá, Jesús y el Espíritu Santo, como la comunidad cristiana. a) Dios – Trinidad como Testigo Los Hechos de los Apóstoles dicen que Dios -con señales y milagros- “daba testimonio a favor de la palabra de su gracia” (Hech 14,3). Pablo pone a Dios por testigo de sus sentimientos respecto a las comunidades cristianas o respecto a lo que afirma9. El Cuarto Evangelio, sin embargo, desarrolla ampliamente el tema de Dios Padre y de Jesús como “testigos”. El evangelista emplea un giro lingüístico especial para referirse al testimonio que Jesús da de sí mismo: µαρτυρε/ω περι περι que significa “testificar en relación a…”.  El contenido del testimonio de Jesús es el siguiente: ¡que Él es el Revelador! Después de curar al enfermo de treinta y ocho años, cuando Jesús habla con los judíos, revela que Él es el Hijo de Dios y sólo hace aquello que ve hacer a su Padre; éste le muestra sus obras sorprendentes y le da al Hijo “tener vida en sí mismo” y dar vida (Jn 5). Ante Pilato declara que ha venido al mundo “para dar testimonio de la verdad (ι◊να µαρτυρη/σω τϖ= α)ληθει↵#)” (Jn 18,37). Jesús es testigo de algo muy sublime, pero que es inaccesible a los mortales. Jesús viene del cielo, está en contacto con el Abbá. Él es la verdad y no miente: “Hablamos de lo que sabemos; damos testimonio de lo que hemos visto” (Jn 3,11).  El rechazo y la defensa: Jesús es el mediador de la revelación de Dios al mundo. Pero el mundo no quiere aceptar esa revelación; pretende la autonomía, una existencia desligada de Dios. El testimonio de Jesús no es aceptado (Jn 3, 11.32); lo que él atestigua no está basado en razones empíricas, en hechos comprobables: se trata de la comunicación que Dios hace de sí mismo en Jesús, la cual exige fe y aceptación. Quienes no creen en su testimonio le arguyen que no vale el testimonio de uno a favor de sí mismo (Jn 8,13). Entonces Jesús proclama que el Padre Dios da testimonio en su favor: “no estoy solo, sino yo y el que me ha enviado… en vuestra 8

L. COENEN, art. Martyria, Testimonio, en LOTEAR COENEN-ERICH BEYREUTHER – HANS BIETENHARD, Diccionario teológico del nuevo Testamento, vol IV, Sígueme,Salamanca, 1984, pp. 254-261. 9 Cf. Rm 1,9; 2 Cor 1,23; Gal 1,20; Filp 1,8; 1 Tes 2,5).

5 Ley está escrito que el testimonio de dos personas es válido… Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí” (Jn 8, 14-18). También las obras que realiza y las mismas Escrituras dan testimonio de él (Jn 5,19-39; Jn 10,25-30).  Jesús es presentado ya en la primera página del Apocalipsis como ο( µα/ρτυϕ ο( πιστο/ϕ, el testigo fiel (Apc 1,5; 3,14), el amén. Jesús no da falso testimonio. Es todo lo contrario: testigo fiel y verdadero. Esta afirmación responde a la línea iniciada ya por el Cuarto Evangelio. A través del testimonio de Jesús se transmite la Revelación que viene de Dios Abbá, el Invisible. El testimonio no tiene que ver con hechos constatables directamente, sino con el misterio de la autocomunicación de Dios al ser humano, con la Alianza nueva y eterna. Sobre el Espíritu Santo como “testigo” se habla algunas veces, pero muy pocas:  Sólo en una ocasión afirma Jesús en el cuarto Evangelio que el Espíritu dará testimonio de Él, pero sólo cuando sea enviado: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí” (Jn 15,26).  En los Hechos de los Apóstoles se dice también que el Espíritu le testifica a Pablo lo que le aguarda: prisiones y tribulaciones mientras da testimonio del Evangelio de la Gracia de Dios (Hech 20, 22-24).  Pablo mismo dice que el Espíritu da testimonio juntamente (συµµαρτυρει⊆) con nuestra conciencia, en nuestro interior, de que somos hijos de Dios (Rom 8, 16). b) El testimonio a favor de Jesús En los evangélicos sinópticos se emplea la expresión “eis martyrion: en testimonio” como “testimonio a favor de Jesús”. Jesús mismo pide que den testimonio de Él y de la acción de Dios:  los enfermos a quienes cura: Mc 1,44; Mt 8,4; Lc 5,14.  a los discípulos a quienes envía en misión; les pide que tengan cuidado, porque serán entregados a los tribunales, azotados en las sinagogas, llevados ante gobernadores y reyes por su causa; pero que tendrán la oportunidad de dar testimonio a favor de Él (Mt 10, 17-18). El contenido del testimonio es el Evangelio, la Palabra, Jesús mismo (1 Cor 1,6; 2 Tes 1,10) y testigos de ello son:  todos los profetas (Hech 10,43);  los discípulos de Jesús, los apóstoles son testigos de la resurrección de Cristo y de su obra (Hech 1,8.22; 4,33; 22,15; 24,48);  Esteban, denominado “su testigo” (Hech 22,20).  Pablo “testimoniará”: en Hech 23,11 se emplea sin ningún complemento y de forma absoluta el verbo “martyresai” (µαρτυρη=σαι) “testimoniar” para significar “dar testimonio”, y se supone que “de Cristo”, en Roma. Lo que aquí se dice con un verbo, en otras partes se expresa con el sustantivo “martirio” (µαρτυ/ριον).

Un desarrollo muy especial del testimonio a favor de Jesús, se encuentra en el cuarto evangelio. Allí adquiere una gran relevancia el testimonio de Juan Bautista, denominado “testigo de la verdad y de la luz”:  De Juan Bautista de dice, ya en el prólogo del Evangelio, que venía “eis martyrían” (ει≠ϕ µαρτυρι↵αν), “como testigo para dar testimonio de la luz” y para que por él

6 todos llegasen a la fe (Jn 1,7). Dos de sus discípulos reconocen a Jesús como aquel de quien Juan dio testimonio (Jn 3,26). Juan sigue en su testimonio una triple progresión:  En un primer momento confiesa ante los enviados de Jerusalén (sacerdotes y levitas) que no es el Cristo, ni Elías, ni el Profeta, pero que en medio de ellos está uno a quien no conocen, que viene detrás de él y a quien él no es digno de desatar la correa de la sandalia (Jn 1,19-28).  En un segundo momento, proclama a Jesús “Cordero de Dios que quita el pecado del mundo” y dice de él esta expresión paradójica: “detrás de mí viene un hombre que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo; yo no lo conocía, pero he venido a bautizar en agua para que él sea manifestado a Israel; he visto al Espíritu Santo que bajaba sobre Él. ¡Bautiza con el Espíritu Santo! “Yo le he visto y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios (κα)γω⇐ ε(ω↓ρακα, και µεµαρτυ/ρηκα οℵτι ουℜτο/ϕ ε)στιν ο( υι÷ο∴ϕ του= θεου=.∀ ( (Jn 1,29-34).  En un tercer momento, Juan dice a sus discípulos: “Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que he sido enviado delante de él. El que tiene a la novia es el novio, pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es pues mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de arriba está por encima de todos” (Jn 3, 28-31). Juan Bautista descubre en Jesús la revelación de Dios, al auténtico testigo de Dios. Jesús es testigo porque viene del cielo y da testimonio de aquello que ha visto y ha oído (Jn 3, 32: οℑ ε(ω↓ρακεν και η℘κουσεν του=το µαρτυρει⊆)); pero su testimonio (τη∴ν µαρτυρι↵αν) nadie lo acepta; sin embargo, quien lo acepta, certifica que Dios es veraz (Jn 3,33).

Es interesantísimo ver lo que Juan Bautista testimonia sobre Jesús: que es una persona ante la que se siente indigno, que es el Cordero de Dios, que existía antes que él, que vio cómo sobre Jesús bajó el Espíritu Santo y se posó sobre Él, que es el Hijo de Dios, que es el Novio de la Alianza nueva, que es el Revelador y Testigo de Dios. Jesús reconoció la validez de este testimonio de Juan, aunque añadió que él no busca testimonio de hombre (Jn 5,32-34). También la Escrituras dan testimonio de Jesús, como Revelador del Padre “Vosotros investigáis las escrituras, ya que creéis tener en ellas vida eterna; ellas son las que dan testimonio de mí” (Jn 5,39: αι÷ µαρτυρου=σαι περι ε)µου=:);

Además de Juan Bautista, la primera persona de quien se afirma que se vuelve testigo de Jesús es la Samaritana, tras su experiencia del pozo: “Muchos samaritanos creyeron en Él por las palabras de la mujer que atestiguaba (δια∴ το∴ν λο/γον τη=ϕ γυναικο∴ϕ µαρτυρου/σηϕ)” (Jn 4,39).

Ella da testimonio de lo que ha visto y oído y experimentado. Ese testimonio provoca la fe en los samaritanos. El testimonio de la mujer es considerado como una siembra, cuyos frutos otros recogerán. También los discípulos de Jesús, los que han estado con Él desde el principio serán testigos, pero después de recibir el don del Espíritu: “Y también vosotros daréis testimonio (και υ(µει⊆ϕ δε∴ µαρτυρει⊆τε), porque estáis conmigo desde el principio (Jn 15,27).

Y de hecho así fue. La primera carta de Juan alude en repetidas ocasiones al testimonio de los discípulos para suscitar la fe en Jesús:

7 “Nosotros la vimos, damos testimonio y os anunciamos la vida eterna que estaba en el Padre y se manifestó a nosotros” (1 Jn 1,2). “nosotros lo vimos, y atestiguamos que el Padre envió su Hijo para salvar al mundo”(1 Jn 4,14). “quien cree en el Hijo de Dios tiene dentro el testimonio… Dios nos ha dado vida eterna, vida que está en su Hijo”( 1 Jn 5,10).

c) Los peligros del testimonio En los evangélicos sinópticos se emplea en varias ocasiones la expresión “eis martyrion como “testimonio en contra de alguien”.  En su polémica con escribas y fariseos –que buscan su muerte-, Jesús les hace ver que sus palabras testifican en contra de ellos: lamentan la muerte de los profetas y al mismo tiempo se declaran hijos de los que mataron a los profetas (Mt 23,29-32; cf Lc 11,48).  En el contexto de la misión galilea de los discípulos, Jesús les pide que se sacudan el polvo de la planta de sus pies y se marchen de allí, cuando no sean recibidos o acogidos: esa acción se convertirá en “testimonio contra ellos” (Mc 6,11; Lc 9,5). En el libro del Apocalipsis el testimonio está mucho más cercano al martirio, tal como ahora lo entendemos. La muerte violenta aparece casi siempre como horizonte del testimonio. Esto no quiere decir que ser testigo implique la muerte violenta, como elemento necesario, pero sí que siente una fuerza interior que lo pone en movimiento y le hace partícipe de los dolores y la persecución de Jesús10. En varias ocasiones habla el Apocalipsis de testigos hasta la muerte:  Un discípulo que fue matado por ser testigo fiel, Antipas, es la continuación del testimonio de Jesús. En la carta a la Iglesia de Pérgamo es llamado –como el mismo Jesús- ο( µα/ρτυϕ µου♠ ο( πιστο/ϕ (“el testigo, el fiel”: Apc 2,13).  El Espíritu alaba también a la Iglesia de Pérgamo por mantenerse firme en el testimonio, aun con peligro de muerte. Aquí ya vemos cómo el testimonio implica en determinadas circunstancias serios peligros de muerte.  También se habla en Apc 11,3 de los dos testigos ((µα/ρτυσι↵ν µου)), invencibles mientras llevan a cabo su cometido, pero que después (v.7) serán asesinados por la Bestia (Apc 11,3-7).  De la mujer prostituida del capítulo 17 se dice que se embriaga con la sangre de los testigos de Jesús.  Las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que dieron, cuando se abrió el quinto sello (Apc 6,9). “Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra de testimonio que dieron, porque no amaron tanto la vida que temieran la muerte” (Apc 12,11). En determinadas circunstancias el testimonio de Jesús es sumamente arriesgado. La muerte violenta por la causa de Jesús se va convirtiendo así en el “caso más serio” de testimonio. El testigo participa así de la muerte de Jesús, pero también participará de su victoria. d) Testimonio conjunto: Dios y una nube de testigos

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En Apc 17,6 al lado de µα/αρτυρεϕ se cita a los α/(γιοι que también murieron por la fe.

8 Esta carta tiene una forma especial de hablar del testimonio. Utiliza el verbo martyreo sólo en pasiva lo que significa que el protagonista del testimonio es siempre Dios. ¡Se trata de un pasivo teológico! Dios da testimonio de que Melquísedec vive (Heb 7,8), de que Jesús es sacerdote eterno según el rito del Mequisedec (Heb 7,17); el Espíritu Santo da testimonio de que por una sola oblación todos hemos sido santificados (Heb 10,15). Dios dio testimonio de la fe de nuestros mayores (11,2): dio testimonio de Abel en contra de Caín y testificó que sus ofrendas le eran agradables(Heb 11,4); también la Escritura da testimonio de que Henoc agradó a Dios (11,5). “Y todos ellos, aunque alabados por su fe (µαρτυρηθε/ντεϕ δια∴ τη=ϕ πι↵στεωϕ), no consiguieron el objeto de las promesas”. (Heb 11,39)

Dios es el testigo que confirma la fe de esta nube inmensa de testigos. Los hombres y mujeres cuyo destino comporta todos los signos del martirio por la fe, reciben testimonio, es decir, son reconocidos por Dios. A esto corresponde el que estos confirmados por su constancia en la esperanza de la fe son llamados en Hebr 12,1, nube de testigos ante nosotros, la comunidad cristiana. e) “Seréis mis testigos” o la experiencia de la Vida Antes de concluir este recorrido por el Nuevo Testamento quisiera centrarme en un texto que es, a mi modo de ver, la mejor explicación del mandato misionero de Jesús, cuando les dice a los discípulos que sean testigos. Se trata de 1 Jn 1,1-3. Los primeros testigos de nuestra fe fueron sus gozosos y valientes transmisores.

“Lo que existía desde el principio, ( 〈Ο η⊕ν α)π∋ α)ρξη=ϕ) lo que hemos oído, (οℑ α)κηκο/αµεν) lo que hemos visto con nuestros ojos, (οℑ ε(ωρα/καµεν τοι⊆ϕ ο)φθαλµοι⊆ϕ η(µων) lo que contemplamos (οℑ ε)θεασα/µεθα) y tocaron nuestras manos (και αι÷ ξει⊆ρεϕ η(µων ε)ψηλα/φησαν) acerca de la Palabra de vida (περι του= λο/γου τη=ϕ ζωη=ϕ), pues la Vida se manifestó, (και η( ζωη∴ ε)φανερω↓θη), y nosotros la hemos visto (και ε(ωρα/καµεν) y damos testimonio (και µαρτυρουµεν=) y os anunciamos (και α)παγγε/λλοµεν υ(µι⊆ν) la Vida (τη∴ν ζωη∴ν) eterna que estaba vuelta hacia el Padre (ηℵτιϕ η⊕ν προ∴ϕ το∴ν πατε/ρα) y que se nos manifestó – (και ε)φανερω↓θη η(µι⊆ν) lo que hemos visto (οℑ ε(ωρα/καµεν) y oído, (και α)κηκο/αµεν) os lo anunciamos, (α)παγγε/λλοµεν και υ(µι⊆ν) para que también vosotros (ι◊να και υ(µει⊆ϕ) estéis en comunión (κοινωνι↵αν ε℘ξητε) con nosotros (µεθ∋ η(µων). Y nosotros estamos en comunión (καιη( κοινωνι↵α δε∴ η( η(µετε/ρα) con el Padre y con su Hijo Jesucristo” (1 Jn 1,1-3).

En este importante texto se aprecia que misión de los creyentes consiste en transmitir una experiencia y compartirla y –como consecuencia de ello- crear comunión entre todos (koinonía).  Que se trata de una experiencia y no de una filosofía o un sistema ético, lo dicen verbos como: “hemos oído”, “hemos visto”, “tocaron nuestras manos”.  El sujeto de la experiencia no es un individuo, sino un grupo de personas que están unidas, en comunión, que forman un “nosotros”. No se trata de una experiencia “individual”; en ella está implicado un plural coincidente y comulgante.  La realidad experimentada no es solamente Jesús de Nazaret, sino más bien el misterio que en Él se ha manifestado: “lo que existía desde el principio”, la “Palabra de vida”, “la Vida”, “la Vida que estaba vuelta hacia el Padre”, “la Vida

9 manifestada”. Se trata de algo inconmensurable: el sentido total de la existencia. Se ha experimentado la Vida misma y Jesús, su mejor expresión.  La experiencia es transmitida a través de un doble vehículo: el testimonio y el anuncio. El vehículo de transmisión no es el adoctrinamiento, ni la ejercitación, sino el testimonio fiel, la proclamación y entrega del mensaje. El testigo no “demuestra”, sino que sólo “muestra” los efectos de la experiencia en su propia vida. El que anuncia no debe entrar en un proceso de argumentación y pruebas. Simplemente comunica aquello que acontece, que está aconteciendo. Intenta dirigir la mirada hacia aquello que hay que ver, el oído hacia aquello que hay que oír, las manos hacia aquello que hay que tocar. El mensajero no construye la realidad, sino que indica dónde está, dónde acontece.  El objetivo último de la transmisión de la experiencia es crear comunión, establecer koinonía entre el “nosotros” y el “vosotros”. Esa comunión no es una mera coincidencia humana. Está conectada con el misterio de los misterios: es comunión con Dios y su Hijo; es decir, es comunión con la Vida. Aquí tenemos en quintaesencia aquello que significaba para la primera o segunda generación cristiana ser testigo de Jesús el Señor: experimentar, transmitir, entrar en comunión, crear comunión. Por eso, en todo proceso de testimonio hay tres elementos: experiencia, transmisión, creación de comunión. *** Así concluye este largo recorrido por toda el nuevo Testamento. Todos estamos implicados en la condición de testigos: Dios, el Abbá, Jesús, el Espíritu, la sagrada Escritura, los discípulos, el altar, el polvo de la sandalias, una piedra… En realidad esta coincidencia nos habla de la Alianza nueva y definitiva entre Dios y la humanidad, Dios y el cosmos. Todos se convierten en un momento u otro en notarios de la Alianza, en testigos de la fidelidad a la Alianza. En algunos casos ese testimonio tiene lugar en situaciones muy difíciles; suscita una terrible oposición; el testigo puede incluso arriesgar su vida y morir. Pero el testigo no ama tanto la vida que tema la muerte. De ello se alegra el Cielo.

II. TESTIGO DE LA ALIANZA: LA CLAVE TEOLÓGICA La clave bíblica de la Alianza nos hace descubrir, por tanto, que en el testimonio estamos implicados todos, Dios y nosotros, la Santísima Trinidad y la Comunidad cristiana y hasta las realidades simbólicas. El testimonio es, por lo tanto, “compartido”. Hemos de superar los complejos de latente superioridad que nos lleva a pensar que todo el peso del testimonio recae sobre nosotros; y muchos menos, sobre los religiosos. En un testimonio compartido, todos estamos implicados. Por eso, hemos de preguntarnos: ¿Cómo Dios sigue dando hoy testimonio de su fidelidad a la Alianza?, ¿cómo nosotros, Iglesia, Cuerpo de Cristo, templo del Espíritu, damos testimonio? ¿Qué realidades están implicadas en el testimonio?

1. La dimensión trinitaria del testimonio a) La dimensión teológica: el testimonio de Dios en su testigo Dios no se ha vuelto atrás. Mantiene su Alianza con nosotros, con toda la humanidad. La Alianza nueva no ha envejecido. No ha sido revocada, ni restringida a un pueblo determinado. La Alianza es mundial, con todos los pueblos de la tierra, todas las culturas, todas las civilizaciones, todas las épocas o tiempos. Estamos en tiempos de Alianza.

10 Pero nos preguntamos: ¿Dios da testimonio de ello? ¿Se manifiesta hoy como Dios de la alianza? ¿No contradicen ese testimonio los hechos, los acontecimientos, en los cuales parece que estamos dejados de las manos de Dios y entregados en manos del Enemigo, del Adversario, del Diablo? ¿Hay reino de Dios? ¿Hay redención de Jesús? ¿Cumple Dios sus promesas? La experiencia del Viernes Santo, de la ausencia de Dios, de la muerte de Dios, han supuesto una gran purificación para los creyentes y para los testigos de Dios. Hoy el testimonio que Dios da de sí mismo aparece en los testigos. Ellas y ellos manifiestan ante el mundo que el Dios de la Alianza es fiel y está comprometido. Como los profetas del Destierro hubieron de presentar el rostro fiel del Dios de la Alianza en medio de la más absoluta devastación, también hoy “los testigos” han de manifestar lo mismo. Esta situación le da al testimonio unas características peculiares que quiero presentar:  Hoy no basta con ser testigos de la Trascendencia, sino de la Trascendencia en alianza con la Inmanencia, es decir, de la Alianza permanente y definitiva, del desposorio de Dios con la humanidad en Cristo Jesús por medio de su Espíritu.  El testigo de la Alianza siente a Dios como persona y sujeto absoluto; no como rival, sino como aliado, como «nuestro Padre» enormemente cercano, misericordioso y atento a cualquiera de nuestras necesidades; es verdad que el Padre Dios «está en los cielos» -no es una realidad más de las que constituyen la tierra-, pero en Jesús se nos hecho visible y se nos ha entregado; es Don, Amor. Dios tiene una inclinación innegable, incomprensible y a menudo desconcertante, a amarnos. ¡Esa es su revelación!  El misterio de nuestro Dios y su Alianza con nosotros no es algo evidente; los hechos parecen contradecirlo. Por eso, el testigo no encuentra fácilmente un lenguaje adecuado para referirse a Él. Dios no es ni roca ni fuente, ni viento o llama. Dios es el ausente de la página escrita, de la frase pronunciada y, así, es el añorado, el aludido, el que se hace notar y desear apasionadamente por su ausencia. Es muy difícil comprenderlo en las situaciones de desgracia, de muerte, en las que al parecer todo dependía de su voluntad. El creyente-testigo está en el umbral. Nunca habla de la presencia de Dios sin evocar su ausencia desconcertante. Jesús nos hablaba así del reino, como ya presente y todavía ausente. b) La dimensión cristológica: el testimonio de Jesús, el Testigo fiel en sus testigos fieles El único que puede de verdad testificar aquello que merece ser testificado, sobre todo lo demás, es Jesús. A Dios nadie lo ha visto. Sólo el Hijo unigénito, que viene del Cielo. Por eso, nadie se le puede igualar. Sólo Él puede ofrecer el testimonio que más concierne a la humanidad. Jesús es el testigo por antonomasia y por excelencia del Misterio de Dios. Él es el testigo elegido, aquel a quien hay que escuchar, la Palabra fiel y verdadera. El testimonio auténtico está en Él y no fuera de Él. Sólo Jesús es el Testigo. Por eso, es esencial creer su testimonio. Jesús, por otra parte, nos dijo que no necesitaba testimonio humano en su favor. Aunque, también por otra parte, eligió a sus discípulos y les pidió que se convirtieran en testigos suyos. Jesús lo dijo y nos lo sigue diciendo a nosotros, sus discípulos: «Seréis mis testigos… hasta los confines del mundo» (Hech 1,8). Para ser testigo no se requiere ser un genio religioso, basta ser un creyente, un hombre o una mujer agraciado con la experiencia original de la revelación. La revelación responde a una expectativa muy honda, inscrita en cada uno de nosotros; se puede

11 vivir sin ella, pero cuando se ha conocido resulta indispensable. Somos testigos en Jesús y desde Jesús. Quien cree su testimonio participa de su condición de testigo. Quien es testigo, lo es siempre en estrechísima dependencia de Jesús. Es “testigo del Testigo”. El testigo se ha encontrado con el Testigo único y Fiel, con Jesús el Señor resucitado que le sale al paso. Y, por eso, se hace “testigo del Testigo”, “servidor inútil del Servidor”. Esta situación configura el testimonio cristiano con algunas características peculiares:  El testigo siente que aquello de lo que es Testigo le rebasa por todas partes. Él se siente muy pequeño ante todo aquello que testifica. Sabe que lleva un tesoro en vasos de barro. El banquete al cual el testigo es invitado ofrece tal variedad y riqueza de alimentos y bebidas, que el testigo siente que solamente es capaz de recoger y ofrecer unas migajas. Lo que experimenta es de tal magnitud que se siente asombrado e incluso incapaz de experimentar la plenitud que se le ofrece.  Por eso, el testigo no se siente presionado, ni acomplejado ante su aparente incapacidad. Sabe que es más fuerte que él la realidad testimoniada y que ella es capaz de transformar, más allá de sus propias palabras, gestos y vivencia.  El testimonio hace siempre referencia a Jesús: su palabra y su conducta; es testimonio de fraternidad, dulzura y renuncia a la violencia, servicialidad, perdón, paz contagiosa, pureza de un corazón sin envidia, cuidado por la dignidad humana y la justicia, acogida sin condiciones, compasión para toda desgracia, misericordia para toda flaqueza, admisión de los impuros en la comunidad, aceptación del otro tal como es y quienquiera que sea.  El testigo, en la medida en que le entrega su vida a Jesús, sabe que no es él quien habla, sino Jesús en él; no es él quien vive, sino Cristo quien vive en él. Por eso, es Jesús mismo quien da testimonio en su humilde y limitado testimonio. Confía en la promesa del Señor: “Quien a vosotros oye, a mí me oye”. Sabe que forma parte del Cuerpo de Cristo. c) La dimensión pneumatológica, eclesial y apocalíptica: El Espíritu y nuestro espíritu dan testimonio conjunto El Testigo Fiel nos dijo cuando se fue de nuestra vista, que nos enviaría al Espíritu Santo que daría testimonio. Él es quien hace que el Testimonio sea transformador, llegue al corazón, toque a la gente, haga emerger al Testigo único y Fiel. El Espíritu es quien nos permite clamar “Abbá”, y decir “Señor”. Hay una especie de sin-ergía, colaboración entre el Espíritu Santo y nuestro espíritu que testifican al Unísono. El Espíritu da testimonio de Jesús. Estamos en el tiempo de la misión del Espíritu. El Espíritu Santo da, sigue dando testimonio de Jesús. Él trae a la memoria todo lo que Jesús dijo e hizo. Él actualiza constantemente la evocación del Señor entre nosotros. También el Espíritu gime en nuestro interior “Abbá” y da testimonio de que somos hijos de Dios. La experiencia se produce en el Espíritu Santo y gracias al Él nos deformamos la realidad testimoniada, y somos habilitados para ser testigos fieles de ello. La Iglesia por eso habla del “sensus fidelium” que el Espíritu genera en nosotros. El Espíritu da testimonio a través de las Escrituras: “Locutus est per prophetas”. El Espíritu testifica también a través de los creyentes. Jesús lo dijo como el gran presupuesto del testimonio: “Seréis mis testigos, pero antes recibiréis el Espíritu Santo”. Es como si dijera que el testimonio no es otra cosa que la acogida en nosotros y la exteriorización del testimonio interior que el Espíritu Santo da a

12 nuestro espíritu, en esa sinergia admirable y misteriosa que se establece entre nosotros. El Espíritu y la Esposa dicen ¡Ven, Señor! Y es que el testimonio tiene su sello, su garantía de autenticidad, su fuerza en el Espíritu. El Espíritu Santo sigue dando testimonio de Jesús, de Dios, de la Alianza. Su testimonio se realiza “in misterio” y se hace patente, visible, tangible, en quienes reciben su fuerza y son convertidos por Él en testigos. El testimonio hoy se actúa en la Iglesia desde la fuerza del Espíritu. La afirmación de que la Iglesia es el Cuerpo de Jesús resucitado es fundamental para entender el testimonio eclesial. La Iglesia no es testigo de Jesús al margen de ser Cuerpo de Jesús. Lo es, precisamente por ser el Cuerpo de Jesús. Porque es la Esposa unida a su Esposo. El testimonio de la Iglesia no es diferente del de Jesús. Ella es la visibilización del testimonio de Jesús. Esto reviste el testimonio de determinadas características:  No hay testimonio auténtico que no sea eclesial. Que no tenga a la Iglesia como su sujeto. Jesús les promete a sus discípulos en “plural” que serán sus testigos. El testimonio será coral, diversificado; contará con todos.  En la Iglesia el Espíritu da testimonio y se expresa en la variedad de carismas y ministerios. Ellos son sus “epifanías”.  La vida religiosa es una peculiar manifestación del testimonio del Espíritu; inserta su testimonio en el conjunto testimonial de la Iglesia. Su testimonio es coral y enriquece el testimonio de otras formas de vida, al mismo tiempo que ella se enriquece del testimonio de los demás, en un admirable intercambio de dones11. En el pasado, la vida religiosa ha participado en el testimonio eclesial con una innumerable nube de testigos y mártires12. Ahora quiere descubrir hacía dónde el Espíritu la lleva y cómo quiere dar testimonio a través de ella.  En los momentos de turbulencia, persecución, muerte, al testigo le es revelada o el misterio de la Cruz. Descubre el consuelo en el desconsuelo, la protección en la persecución, la vida en la muerte, el futuro en la aparente desesperación. Hay veces en que el testimonio cristiano se reviste de un fuerte contenido revelador. Jesús en su discurso apocalíptico le dio a su testimonio una fuerza invencible. Murió dando testimonio, esperando contra toda esperanza. Ese fue el testimonio de los mártires, el testimonio final del Nuevo Testamento. Hoy sigue presente en quienes dan testimonio de la vida eterna y no aman tanto su vida, que temen la muerte, en quienes renuncian a la procreación porque creen en otra vida, a quienes viven en la Vigilia permanente de la Fe, porque esperan la llegada del Esposo o la aparición de la Nueva Jerusalén.

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Cf. VC, 85. “Se han visto obligados a vivir en clandestinidad por regímenes totalitarios o grupos violentos, obstaculizados en las actividades misioneras, en la ayuda a los pobres, en la asistencia a los enfermos y marginados, han vivido y viven su consagración con largos y heroicos padecimientos, llegando frecuentemente a dar su sangre, en perfecta conformación con Cristo crucificado. La Iglesia ha reconocido ya oficialmente la santidad de algunos de ellos y los honra como mártires de Cristo, que nos iluminan con su ejemplo, interceden por nuestra fidelidad y nos esperan en la gloria. Es de desear vivamente que permanezca en la conciencia de la Iglesia la memoria de tantos testigos de la fe, como incentivo para su celebración y su imitación” (VC, 86).

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2. La experiencia del Testigo ¿Qué le pasa al testigo? ¿Qué acontece dentro de él? El cristianismo no es una doctrina, un rito, una ley, un sistema, una organización. Es una VIDA: ¡Seréis mis testigos! Pero no se puede ser testigo sin experiencia. No ha profecía sin que Dios me habla. No hay rito sin presencia. ¿Qué experimenta un testigo? El testigo se ve confrontado con la alegría y el reto de comunicar una experiencia”. a) La experiencia como vivencia y proceso: del momento monástico al momento humanista El testigo no lo es de una vez para siempre. El testigo se va haciendo y gestando a través de la experiencia. El testimonio es vivencia y proceso, es pasividad, es itinerario espiritual.  Vivencia y proceso: los alemanes utilizan dos palabras para hablar de la experiencia: “Er-lebnis” y “Er-fahrung”. La primera podría ser traducida por “vivencia” y hace referencia a aquellos momentos en que nos vemos sorprendidos por algo vital, transformador. La segunda nos habla más bien de un proceso de transformación y vivencia; como un conjunto de experimentos que van creando en nosotros una experiencia. Nosotros entendemos la experiencia en el doble sentido de estas palabras: como vivencia y como proceso de experimentos que genera una experiencia. La experiencia no se agota en una o dos vivencias. Es un proceso vital, del todo especial, que incluye muchas vivencias de Alianza, de encuentro con Jesucristo a través de múltiples medios y mediaciones. La experiencia se va haciendo cada vez más profunda, más nuclear, más omniabarcante. También se puede ir deteriorando y degradando. La auténtica experiencia, en estado naciente y creciente, toca la inteligencia, el corazón y la vida entera; el pasado, el presente y el futuro. El testigo se sabe habitado por la presencia amorosa del Abbá, poseído, cogido por Jesús (Filp 3,12). El testigo está implicado en un proceso que nunca acaba.  Pasividad: El testigo es mucho más pasivo que activo. Es el ciego que puede ver, el paralítico que puede caminar, el triste que encontró la alegría, el desesperado a quien le fue revelado el sentido, la hemorroísa que superó los derramamientos de sangre, la niña que resucita.  El momento monástico en el itinerario del testigo: ¿Ser testigo viviendo aparte, alejándose del mundo? ¿Desconfiar del cuerpo y de sus sentidos, de la sexualidad, para llegar a la apatheia? ¿Vivir una vida puramente angélica, un paraíso fuera del siglo, una pura contemplación? A eso lleva la mística del abandono absoluto en Dios. Una persona, apenas convertida, siente que Dios ocupa la totalidad del campo de su conciencia. Se siente poseído por el Absoluto y lo demás no le interesa, ni siquiera el futuro, hasta decir “¡que muero porque no muero!”. El testimonio que se desprende de esta experiencia es el rendirse ante el Absoluto en desnudez, sacrificando la propia vida terrestre. El más auténtico testigo sería entonces el cartujo, el trapense o el yogui. En este “complejo monástico” el testimonio do deja espacio a la vida humana, al cuerpo, a la sexualidad, a las relaciones, a la responsabilidad política, a la actividad intelectual, a la experiencia espiritual de la belleza de la naturaleza o del arte. «Sólo Dios». Pero uno se pregunta: ¿la opción de apartarse del mundo para encontrarle, es la única?¿He de mutilar mi humanidad para acercarme a Dios?

14  El momento humanista y holístico en el itinerario del testigo: sin embargo es necesario y posible vivir las mediaciones de la existencia a partir del compromiso de fe y no como un choque frontal. Hay renuncias parciales en la pobreza que es también compartir, repartir, regalar; en el celibato que es a su vez vida afectiva consciente y sexualidad integrada; en la obdiencia, que es escucha, atención a Dios y al otro. El camino hacia la realización evangélica es largo, lleno de rodeos, diferente para cada uno, unas veces la progresión tiende a la libertad de privarse (libertad respecto a esclavitudes) y otras a la libertad de permitirse (libertad respecto a las prohibiciones). Según el modo monástico: Dios es todo en sí y debe serlo para mí. Según el modo humanístico, existe el bien fuera de Dios y por tanto él no compite con las cosas. La fascinación de la escatología, del Reino que viene. Hay otra lógica distinta a la huída del mundo y más original. En la vida de mi cuerpo, de mi espíritu, en su desarrollo aquí abajo es donde se juega la acogida del Reino. En el máximum del hombre es donde descubro el máximum de Dios. De manera análoga al momento monástico de la conversión -saturado por una especie de inmediatez de Dios- debemos responder con un segundo momento que podríamos llamar «humanista» en el que integramos la intuición del Absoluto en la realidad de la historia, sin perder la referencia trascendente. Cuando la venida del Reino, de inminente se convierte en incesante, a la tensión sucede la atención. Ya está ahí o infinitamente próxima y conservando siempre esta reserva, esta distancia infranqueable, cuya conquista nos está prometida, ese vacío de futuro que nos interpela y nos obliga a avanzar. Desde esta perspectiva el testimonio cambia de sentido. El Absoluto es amor creador, se encarna, se hace transparente. El testigo le ofrece su corazón sin importarle si sus manos están llenas o vacías y sin inmolar nada para dar gloria a Dios. Entonces en la palabra del creyente se escucha «otra palabra» y en su existencia menos fulgurante pero que se impone por su pobreza y su debilidad se presenta otra presencia. b) ¿Cómo se capta a sí mismo el testigo?  En primer lugar no se siente superior a los demás, ni mejor que ellos.  Pero sí se sabe muy agraciado, muy amado; se sabe destinatario de la Alianza de Dios con el mundo. Tiene la experiencia del Dios que es Amor y Belleza-Bondad. Se siente afectado por ello.  El testigo sabe que Dios es Amor, que Jesús es Amor; ¡no solo que nos tiene amor!: “Dios, ni sabe, ni quiere, ni puede hacer otra cosa que amar” (Torres Queiruga). Su omnipresencia es amorosa y no controladora. Su misericordia es eterna y no está infectada por el virus de la ira y la venganza. La norma de su justicia es su amor; y no está la justicia al servicio de un amor ofendido. Es verdad que los hombres y mujeres de religión hemos puesto en Dios nuestros fantasmas ante el amor traicionado, nuestras formas de hacer justicia y de reaccionar ante la traición.  El testigo se siente inmerso en un océano que por todas partes le rodea y supera. Se sabe en la existencia procediendo de lo desconocido. Se sabe arrojado a la existencia caminando hacia lo desconocido. Lo que podría llenarle de perturbación y miedo, se convierte para el testigo en un abandono amoroso en el Océano del Amor. Se confía, se entrega. Y ahí hace la experiencia del sentido, de la vida eterna. Y así anuncia también a todos esa locura del amor divino, que nunca deja

15 de reaccionar amorosamente ante los hechos más dramáticos y escandalosos de la historia.  Después de la experiencia se ve imposibilitado para vivir en adelante sin ese amor, sin esa bondad y belleza. Se le crea una especie de adicción espiritual tan fuerte, que sin la experiencia se siente metido en una noche oscura, y enferma de amor y nostalgia. La experiencia le hace feliz, bienaventurado, aun en medio de las dificultades y dolores. Es cierto que la experiencia del amor es “procesual” y que a lo largo de la vida se va depurando, purificando, decantando mucho más, transfigurando hasta llegar a la Séptima Morada.  El testigo se ve “enamorado de Dios” (Bernard Lonergan). Sabe que ese enamoramiento o teopatía es su pena y su alegría, su cruz y su cielo, su muerte y su resurrección. Estar enamorado de Dios es saber amado absolutamente, por todo, por el Infinito, sin restricción alguna. En el amor fragmentario descubre siempre el amor absoluto. En alguna forma de amor fragmentario, descubre tal vez la forma más sublime de poder experimentar y entregarse al Amor. Vive en la persona Amada y en-amorado hace salir el solo de su amor sobre justos e injustos (Mt 5,45). Ama viviendo y vive amando.  El amor al Amor hace que el testigo no solo sea un teópata, sino un antropópata, un cosmópata –y perdónenme estas expresiones que solo intenta poner de relieve la continuidad entre una forma de amor y la otra. Quien se sabe Amado por Dios, se siente amado absolutamente y en todo lo que experimenta descubre a Amor. Así también cuando ama, ama todo, porque todo le ayuda a responder al amor. De ahí que sea simultáneamente un amador de lo humano, lo creado, lo cósmico.

3. La transmisión del testimonio ¿No es intransmisible todo encuentro interpersonal? ¿No resulta enormemente difícil transmitir a un tercero la experiencia del enamoramiento con otra persona? ¿No ocurrirá lo mismo con la experiencia de Dios? a) Traslucir como forma de comunicar El testigo deja de serlo en la medida en que pierde fuerza comunicativa. Un elemento decisivo en el testimonio es “la comunicación”13. No solo es importante la experiencia cristiana, sino también su transmisión y “comunicación”. Es importante transmitir, pero el objetivo es comunicar. Para que haya comunicación se requieren tres elementos: emisión, transmisión y recepción. pero, además, es esencial que tanto el emisor como el receptor utilicen las mismas claves, las mismas cifras o códigos, de modo que el mensaje pueda ser des-cifrado, des-codificado. Si en todo acontecimiento de comunicación es importante emplear las mismas claves, mucho más lo es cuando lo que se comunica es una experiencia vital, como ocurre en el testimonio. Un testigo de una experiencia así, lo que puede hacer es sugerir, señalar, atraer, invitar, presentar, la propia vida feliz y transfigurada. En todo caso, es cierto que siempre se trasluce de alguna manera lo que está viviendo. Y al ser una vivenciaexperiencia tan omniabarcante, se refleja en todo: la visión de la vida, la forma de pensar y sentir, las razones para vivir, para creer, para esperar.

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Cf. J.L.L.ARAGUREN, La comunicación humana, Tecnos, Madrid 1992, p.33.

16 La cuestión básica en este momento es la siguiente: ¿hay comunicación testimonial en la Iglesia de hoy? ¿qué transmitimos? ¿cuál es el vehículo de transmisión? ¿qué mensaje se recibe? ¿qué efecto se produce? b) El testimonio a través de la palabra; la crisis del lenguaje La mejor forma de comunicación es, en principio, el lenguaje (palabra, logos). La experiencia cristiana se transmite –ordinariamente- a través del lenguaje. Aunque es previo a nosotros, sin embargo, el lenguaje es una realidad viva, en constante mutación. Para captar los mensajes que se transmiten a través de él, es necesario conectar con la vida de los otros. La forma de vivir configura el lenguaje y el lenguaje configura la forma de vivir. Por eso, Wittgenstein entendía el lenguaje como actividad, quehacer en el mundo, forma de vida. El academicismo, el cultismo, el purismo y el humanismo han hecho estudiar y enseñar las lenguas como si primariamente fueran lenguas escritas, es decir, lenguas muertas. El estructuralismo, sin embargo, ha reaccionado, afirmando que la lengua es inseparable de la vida, del quehacer. Son los pueblos que hacen la historia, los que, en virtud de esta inserción de la lengua en el quehacer, inventan las palabras correspondientes a su acción. El lenguaje escrito es más preciso que el hablado; pero también es más pobre. Este empobrecimiento proviene del enfriamiento del lenguaje hablado al codificarse en escritura, del precio de pérdida de los valores positivos de la ambigüedad –riqueza de resonancias, pluralidad de niveles o planos significativos-. El lenguaje de la fe es aquel que expresa y transmite las experiencias de los creyentes. El lenguaje de la revelación es un lenguaje ligado a un determinado momento de la experiencia religiosa. La Biblia es lenguaje escrito, lenguaje enfriado, codificado. Readquiere todo su calor cuando se renueva, se recrea a partir de nuevas experiencias vitales. Aquí está la clave del lenguaje necesario para comunicar la experiencia cristiana: que ha de ser un lenguaje creado en la vida y desde la vida tanto del emisor, como del receptor. Querámoslo o no, el destino de nuestra época pesa sobre cada uno de nosotros y condiciona nuestra posibilidades de expresión. En cada época se habla de una determinada manera. Los medios de comunicación utilizados en cada sociedad, le imprimen una fisonomía propia. Hay que preguntarse si las lenguas, llamadas vivas, tiene capacidad de expresar todo lo que la gente está viviendo. Las lenguas también envejecen. Lengua muerta significa no sólo aquella que de hecho nadie habla ya, sino la que no es apta para comunicar lo que hoy se vive. Falta de desarrollo cultural e inmovilismo linguïsticos van siempre unidos. Las lenguas se estancan, cuando se estancan los grupos que las hablan. La iglesia tiene una responsabilidad semejante respecto al lenguaje con el que transmite la fe. Puede hacerlo con una lengua muerta, con expresiones estancadas, que nada significan para quienes adopta otro lenguaje, que corresponde a otra forma de vida. Por eso, es necesario re-crear constantemente el lenguaje teológico, el lenguaje de la fe. Si en las sociedades rápidas las palabras se desgastan enseguida, hay que ver si el lenguaje de la fe no está sometido al mismo proceso en ellas. En nuestra cultura se está dando una crisis del lenguaje, lo que se ha llamado “retraite du mot”. La gente habla menos y, sobre todo, peor. Que el lenguaje se halla hoy en crisis es un hecho indiscutible. Lo que hace unos decenios nos parecía todavía un modelo de dicción o de redacción hoy nos resulta resulta retórico o convencional, perifrástico, lento. Ese tipo de lenguaje parece que complica, más que facilitar, la comunicación. “La retórica es una costra que, si no se quita, impide tomar contacto con la realidad”.

17 Estamos asistiendo a una reforma radical del lenguaje, que tiende a hacerlo más rápido y ágil, más adaptado a las condiciones de la vida actual. Nos encaminamos hacia un nuevo lenguaje más directo. más pegado a las cosas mismas, más eficiente, económico y flexible. La repulsa de la retórica es una de las razones del desinterés del hombre actual por el magisterio eclesiástico. La doctrina cristiana ha sido hecha casi exclusivamente de “grandes palabras”. El lenguaje hablado retrocede porque es reemplazado por la acción y por los símbolos o el lenguaje visual. Emerge el lenguaje de los gestos, de la vida –se suele decir-, o el lenguaje visual. El hombre de hoy vive como sumergido en un mundo de imágenes, en su mayor parte figurativas. Nos encaminamos hacia una organización visual de la existencia entera. Nuestra civilización tiende a ser crecientemente concreta, práctica y audiovisual. Le interesa más el saber cómo, que el saber qué. Tratar de comprender o de captar la realidad significa hoy dar la primacía a las ciencias de la realidad sobre las ciencias normativas y, por supuesto, sobre las ciencias metafísicas. El retroceso del lenguaje teológico, de tipo metafísico, de tipo normativo, es evidente en nuestra sociedad. Es tremendo tener que afirmar que el lenguaje teológico cada vez transmite menos. Y que es el lenguaje imaginativo, visual, gestual, aquel que se convierte hoy en la mediación mejor para la transmisión de la fe. Con todo, también hemos de poner de relieve el significado emocional que contiene todo lenguaje. A veces este significado es como un aura un halo, un plus sobreañadido al sentido descriptivo. El lenguaje emotivo es aquel que verbaliza sentimientos y actitudes, es el lenguaje amoroso14, el lenguaje para mandar, el lenguaje para suplicar, el lenguaje de la oración. En los tipos de comunicación emotiva, lo comunicado aparece fundido en la comunicación, formando cuerpo con ella. Es decir, que la comunicación es –constituye_ en cada caso, lo comunicado y no cabe apelar al “malentendido” o “ruído” de la emisión. ¡Es la diferencia que hay entre la semántica descriptiva y la semántica emotiva! La comunicación no-linguïstica se caracteriza, frente a la que recurre al lenguaje, por la ausencia de indicaciones, denotaciones. En este tipo de comunicación (artístico-literaria) el respeto conserva una gran libertad respecto del emisor. Descodifica el mensaje a su voluntad. La obra de arte no existe sino en cuanto es recibida. Es susceptible de descodificaciones o interpretaciones completamente diferentes. Una forma de comunicación no-lingüística con la deidad es el rito. La religión es un juego de comunicación. c) Canales de transmisión y comunicación del testimnonio en la Iglesia La Iglesia ha sido durante tiempo y en algunos lugares un poderosísimo factor de comunicación, de integración, de comunión. La Iglesia se ha comunicado con los grandes grupos de muchas formas. Los templos, los púlpitos, han sido ámbitos donde se ha producido esa comunicación. El sacerdote, desde el púlpito, ha sido el primer locutor que ha dispuesto habitualmente del medio para dirigirse a la masa de 14

“El discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?), pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado, o escarnecido por ellos, separado no solamente del poder sino también de sus mecanismos (ciencias, conocimientos, artes). Cuando un discurso es de tal modo arrastrado por su propia fuerza en la deriva de lo inactual, deportado fuera de toda gregariedad, no le queda más que ser el lugar, por exiguo que sea, de una afirmación.”: ROLAND BARTHES, Fragmentos de un discurso amoroso, siglo XXI, Madrid 1993.

18 la población. La comunicación con grandes grupos la ha realizado la iglesia también a través de procesiones, romerías, grandes fiestas religiosas. La Iglesia ha mantenido también canales de comunicación con pequeños grupos, con las personas: la confesión, la dirección espiritual, las acciones de caridad u obras de misericordia han sido sus vehículos. Hoy, sin embargo, dada la diversidad de confesiones, la descristianización y, en general, el agnosticismo religioso, cuando no el ateismo, nos alejan cada vez más de aquella capacidad de contacto. La iglesia puede estar incomunicada con la sociedad, impartiendo una enseñanza socialmente aséptica, cerrada al mundo exterior, sin atender a una realidad social en transición. Se hace cada vez más necesaria la comunicación entre la iglesia docente y la iglesia discernte. Esa división tiene mucho de artifical. Parece indudable que la solemne impartición de unas doctrinas por parte de la jerarquía eclesiásitca y la sumisa internalización de éstas por parte del laicado discente, son conductas cada vez más difíciles de mantener. El laicado demanda, cuando menos discreta o implícitamente, que se cuente con sus expectativas, intereses y aspiraciones y que sea tomada en consideración su propia cultura, tan importante para la comunicación y socialización. Se hace cada vez más importante que la transmisión de la fe se realice entre grupos de iguales (peer-groups, diría Riesman). La transmisión de la fe, así planteada, se convierte en acontecimiento de doble dirección: no solo del evangelizador a los evangelizados, sino desde los evangelizados al evangelizador. En el acto evangelizador, el agente de evangelización es también evangelizado. El mensaje del evangelizador necesita ser des-codificado, necesita ser comprendido. En la evangelización se transmiten ordinariamente “ideas”, es una “lengua de ideas”. La mayor parte de los evangelizados no son capaces de descifrar correctamente el lenguaje cifrado del evangelizador. Los evangelizados comprenden a medias, como ocurre con una lengua extranjera que no se domina bien. Con todo, de tanto oir una y otra vez a los evangelizadores, de tanto repetirnos a nosotros las mismas fórmulas e ideas, creamos un hábito de oir la jerja evangelizadora, que nos hacemos familiares a ella, le otorgamos una comprensión aproximada. Resultado es que creemos entender, pero no entendemos. Cuando nos damos cuenta de esto, apreciamos que el lenguaje es vacío, que se habla por hablar, que no hay nada “real” que transmitir. El emisor puede engañarse a sí mismo, transmitir su propia mentira y hasta creérsela. De este modo engaña a los demás, habiéndose engañado previamente a sí mismo. Es entonces cuando el lenguaje sirve de medio de in -comunicación. Se da a veces una ficción de evangelización. Ni los evangelizadores, ni los evangelizados están entregados de verdad al acontecimiento de la evangelización. Cuando hoy nos preguntamos por los canales de comunicación que la iglesia ha de utilizar en su evangelización, sólo se me ocurre uno: la red. De la misma manera que hablamos de la encarnación de la Palabra, hoy la palabra se encarna enredándose, entrando en la red. Al hablar así, no estoy aludiendo –en forma un poco superficial- a la utilización de los medios que proporciona Internet. Se trata de algo muy serio: del paso de una comprensión de la realidad como edificio a la comprensión de la realidad como red15. En la red no hay partes más fundamentales 15

“La percepción del mundo viviente como una red de relaciones ha convertido el pensamiento en términos de redes (vernetztes Denken) en otra de las características fundamentales del pensamiento sistémico. Este “pensamiento en redes” ha influenciado, no sólo nuestra visión de la naturaleza, sino también el modo en el que hablamos del conocimiento científico. Durante milenios, los científicos y filósofos occidentales han usado la metáfora del conocimiento como un edificio, junto con muchas otras metáforas arquitectónicas. Hablamos de leyes fundamentales, principios fundamentales, componentes

19 que otras. Lo importante en ella es la interrelación. Ninguna de las propiedades de ninguna parte de la red es fundamental; todas se derivan de las propiedades de las demás partes y la consistencia total de sus interrelaciones determina la estructura de toda la red. Sólo así la fe puede influir en el todo, ser buena noticia para el todo. Mas no como estrategia. Se trata de su razón de ser.

III. EL TALANTE DEL TESTIGO: LA CLAVE EXISTENCIAL 1. Ser testigos de Jesús hoy Debemos preguntarnos si nosotros, cristianos del siglo XX o XXI podemos legítimamente hacernos protagonistas de un texto como 1 Jn 1, 1-3, o es más bien algo impropio. ¿Quiénes son aquellos, aquellas, que pueden decir con toda verdad: “lo que hemos visto, oído, tocado... eso os lo comunicamos”? ¿No fue esa una experiencia única, exclusiva de la primera generación cristiana? También hoy se dan experiencias religiosas y cristianas. La cuestión, que me interesa dilucidar, sin embargo, es la conexión de estas experiencias actuales con la experiencia fundante, la experiencia de Jesús, como Palabra de la Vida. Nosotros, cristianos de hoy, podemos decir que hemos llegado a la fe en Jesús, la Palabra de la Vida, a través de una nube de testigos (Heb 12,1). Comenzando por aquellos que vieron, oyeron y palparon, el testimonio se ha ido transmitiendo de generación en generación y ha llegado hasta nosotros. Somos muchos, los que hemos prestado fe a los primeros testigos, movidos por una luz interior, que ha hecho posible nuestra adhesión. Una revelación objetiva, comunitaria, eclesial, nos ha sido propuesta: está objetivada en los libros de la Palabra de Dios, en los símbolos de fe que la Iglesia profesa. Pero esto no es suficiente. Nos hemos adherido a esa revelación objetiva, porque se ha producido en nosotros, o se está produciendo también una revelación subjetiva, que nos hace también ver, oir, tocar “de alguna manera”. Si esto no fuera así, nuestra fe sería mera exterioridad, mero asentimiento a un fenómeno que no nos afecta. Tenemos la convicción de que el Espíritu Santo, el Espíritu de Jesús y de su Padre, conecta nuestra experiencia subjetiva con la experiencia objetiva de la iglesia. Cuando esto sucede, estamos de verdad legitimados para ser testigos y anunciadores. Pablo, que no tuvo una experiencia histórica de Jesús, lo expresó muy bien al decir: “Creí, por eso, hablé” (2 Cor 13,4). A esta experiencia subjetiva, se añade otra: la experiencia colectiva de la gran comunidad de los creyentes, del “nosotros” que es nuestra Iglesia de hoy y también la Iglesia de quienes nos precedieron en el signo de la fe. Nuestro testimonio y anuncio está cargado de experiencia histórica y tiene el aval de una “nube de testigos”. Cada testimonio individual está avalado por miles y miles de testigos que afirman lo mismo del modo más multicolor que pudiéramos imaginar. La experiencia de los primeros cristianos se va prolongando por una especie de regeneración espiritual. Cuando no se reproduce la experiencia se introduce en el cristianismo una “ruptura trágica”. Falta lo esencial, aunque el sistema religiosocristiano siga funcionando. “Sin testigos” no es posible la transmisión de la experiencia cristiana. Hoy no faltan escribas, doctores, jerarcas, monjes, religiosos, cristianos. Pero ¿hay testigos? El básicos.... Afirmamos que el edificio de la ciencia debe ser construído sobre firmes cimientos. Cada vez que se producía una revolución científica mayor, se veían temblar los cimientos de la ciencia... En el nuevo pensamiento sistémico, la metáfora del conocimiento como construcción queda reemplazada por la de la red. Al percibir la realidad como una red de relaciones, nuestras descripciones forman también una red interconectada de conceptos y modelos en la que no existen cimientos” F. CAPRA, La trama de la vida. Una nueva perspectiva de los sistemas vivos, Anagrama, Barcelona 1998, pp. 57-59.

20 argumento más fuerte contra el cristianismo somos los mismos cristianos. Pablo VI consideraba el testimonio como el elemento esencial y absolutamente primero de la evangelización (Evangelio Nuntiandi). En este contexto, la vida monástica y la vida religiosa han de encontrar su lugar dentro de la función testimoniante de la Iglesia. La vida monástica y religiosa sólo se justifica como forma de vida testimonial. No basta una pastoral, una evangelización con personas bien preparadas. Necesitamos testigos. Tenemos la convicción de que también hoy podemos ser testigos de Jesús; que estamos incluidos en ese futuro que él preveía al decir: “¡seréis mis testigos hasta los confines de la tierra!” (Hech 1,6-9). Que estamos llamados a participar de ese inmenso grupo histórico, de esa “nube de testigos” de las que nos habla Heb 12,1. También nos recuerda el texto bíblico de los Hechos de los Apóstoles que Jesús fundamentaba esa capacidad testimoniante de sus discípulos en la inminente venida del Espíritu que los llenaría de fuerza para serlo de verdad en otras naciones, culturas y pueblos. Nos preguntamos, por lo tanto, con toda seriedad: ¿cómo llevar adelante esta última voluntad de Jesús en nuestro tiempo? ¿Hacia dónde nos lleva el Espíritu que nos hace capaces del testimonio? Somos testigos por varias razones. La primera, porque hemos sido acogidos en la comunidad de la Gracia por medio de los Sacramentos de la Iniciación cristiana; solemnemente hemos sido acogidos y reconocidos como testigos de Dios y de Jesús (LG, 11). La segunda porque hemos sido agraciados con la llamada específica a la Vida Monástica, Religiosa a la que corresponde, como decía Pablo VI en una de sus exhortaciones, la “evangelica testificatio”. El último Congreso sobre la Vida Consagrada, en su “Instrumentum Laboris” puso el énfasis en nuestra forma de vida y ministerio, como aquella que va a donde el Espíritu la lleva y se siente agraciada por sus dones y carismas. La presentó como una forma de vida que da testimonio de Jesús, como lo hicieron los dos personajes icónicos en los que el Congreso centró su mirada: la Samaritana y el Samaritano. De la Samaritana se dice que fue “testigo y sembradora del Evangelio”. De la vida consagrada se dice que “recupera en nuestro tiempo su identidad, si aparece y actúa como testigo de Dios y de los valores del Reino”, y que “testimonia ante la humanidad el proyecto salvador del Dios de la Alianza y se convierte para los demás en símbolo de respuesta fiel a ese pacto”. En la declaración final del Congreso se habla de “una vida consagrada encarnada y testigo de trascendencia”.

2. Cómo aparece el Testigo: ocho rasgos Nos preguntamos, en primer lugar, cómo se le ve al testigo de Jesús desde afuera? ¿Qué fenomenología manifiesta? Intentamos contemplar al testigo, sin entrar todavía en lo nuclear de su experiencia y ahí emergen ocho rasgos que quisiera resumir en ocho palabras: Teopatía, Encarnación, Irradiación, Comprensión, Humildad, Comunitariedad, Riesgo y Misterio.  Teopatía: un testigo de Dios, de Jesús, es una persona teopática, cristopática; aparece como alguien que está “colado” por Dios, por Jesús; acentúa lo que es su pasión mucho más que lo demás. Por eso, más que mostrarse como servidor de Dios, canta y alaba cómo Dios quien nos obedece y sirve primero; más que mostrar cuánto le/nos ama Dios, proclama cómo Dios nos amó y ama primero; cómo el Reino y la Alianza de Dios con la comunidad depende de Él, más que de nosotros; la semilla crece, la levadura fermenta la masa, el Señor construye la casa. El testigo sabe que es Dios o Jesús quien busca la oveja perdida, no ella la que vuelve espontáneamente.

21  Encarnación e inserción: el testigo “está en el mundo” y “pertenece a este mundo”: “no te pido que los saques del mundo, sino líbralos del mal”. Y también se muestra apasionado por los seres humanos, por la vida, por la creación. Quiere entrar en la vida y participar de ella. Le encanta que todos vivan. Se compromete hasta el fondo con la vida amenazada. Participa de aquel amor divino que tanto amó al mundo que le entregó a su Hijo. Ama la vida y la vida desde la perspectiva del Creador. Le duele, sin embargo, muchísimo el mal que aqueja al mundo, la ausencia de Dios.  Irradiación: antes que un foco que intenta iluminar y proyectarse, deja que la luz que recibe se irradie. No es proselitista. No se siente protagonista. ¡Sólo testigo! Por eso, ofrece lo que vive, no lo que conoce o sabe. Comunica aquello que está cambiando su vida. No enseña, ni indoctrina. Está más habitado por convicciones que por saberes. Ofrece aquello que le hace bien.  Comprensión: comprende a quienes tienen otras creencias y convicciones; comprende, sobre todo, a las víctimas de la incredulidad (E. Schillebeeckx); porque le parece un milagro creer en Jesús, en medio de este mundo; porque comprende la situación adversa y hostil a la fe. Descubre incluso cómo Jesús, el Espíritu, el Dios Padre y Creador actúan en ellos aunque no se den cuenta. En el fondo son como ovejas sin pastor, que si algún día fueran encontradas, cambiarían en su forma de ser y vivir.  Humildad: es humilde; o quiere, en principio, ser vedette, aparecer. ¿Puede haber testigos profesionales? ¿Formas públicas de testimonio? Eso podría ser un peligro, porque se podría caer en la autosuficiencia, en la presunción, en la mentira farisáica. El testigo lo es siempre desde su debilidad. El cree con buenas razones que nunca está a la altura de las circunstancias. Que la realidad que testifica, sea Palabra de Dios, acción de Dios en su vida o en el mundo, sacramentos de Jesús, lo sobrepasan totalmente. El testigo ofrece un tesoro, pero en vasijas de barro (2 Cor 4,7).  Comunitariedad: reconoce que su testimonio es siempre parcial, limitado, insuficiente y que forma parte de una “nube de testigos”. Evita ser “estrella” del testimonio, para formar parte de una “constelación”. En este sentido el testigo remite a un testimonio que supera su individualidad; es el testimonio más objetivo de la comunidad cristiana en su historia, en sus símbolos públicos y comunes de testimonio.  Riesgo: da su testimonio a la intemperie. No hay estructuras sociales, políticas, humanas que avalen su testimonio. Por eso, hay testigos que se sienten marginados, desatendidos, rechazados y aún condenados. Aquí es donde el testimonio tiene rasgos apocalípticos y conlleva el peligro de muerte.  Misterio: no muestra lo evidente, sino lo misterioso; por eso sus palabras son titubeantes, su tono estremecido, sus gestos apenas esbozados. No es dogmático, pero sin cree contra toda evidencia, espera contra toda esperanza. Nadie se propone convertirse en testigo. Nada más pueril que la idea de adoptar tal genero de vida para dar testimonio y nada más vacío que los discursos del que tiene la obsesión de proclamar su fe. Lo importante es vivir: lo demás se da por añadidura.

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CONCLUSIÓN Al concluir estas reflexiones llego a unas conclusiones muy sencillas, pero básicas. 1) Cuando Jesús nos pide que seamos sus testigos, nos dice, al mismo tiempo que Él es testigo, que el Abbá es testigo, que el Espíritu Santo es testigo y, por lo tanto, que nos sintamos llamados a participar en ese testimonio que viene de Dios; 2) No estamos llamados a ser testigos aislados, sino testigos en Alianza, con Dios y entre nosotros; el testimonio es coral; es testimonio de la Alianza; 3) el testigo revela con gestos, palabra y vida, la Alianza nueva y definitiva de Dios con nuestro mundo y de nuestro mundo con Dios; 4) se es testigo bajo el influjo permanente del Espíritu Santo y en lucha constante –apocalíptica- contra los malos espíritus que intentan desvirtuar el testimonio, 5) los testigos con sello de autenticidad son aquellas mujeres u hombres que han sido agraciados con una experiencia que les desborda por todas partes, que balbucean, traslucen y expresan con el lenguaje objetivo de la revelación cristiana. El monacato encuentra en la condición del testigo su expresión más genuina, el horizonte de su irrenunciable misión, el trasfondo de su forma de vida. El monacato busca formas nuevas de lenguaje y de comunicación con la sociedad que se pregunta si prevalece el mal sobre el bien y la bondad y recela angustiadamente sobre tal prevalencia. Los monasterios son ámbitos de testimonio, donde se hace patente la victoria mundial de la bondad y la belleza, sobre el mal y la fealdad.

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“SERÉIS MIS TESTIGOS” REFLEXIÓN BÍBLICO-TEOLÓGICA SOBRE EL TESTIMONIO. RASGOS, INDIVIDUAL, COMUNITARIO" José Cristo Rey García Paredes, cmf I. La Clave bíblica: Los Testigos de la Alianza 1. Testigos de la Alianza: Antiguo Testamento a) Dios como testigo b) ¡Vosotros sois mis testigos! ¡Testigos de la Alianza! 2. Testigos de la Nueva Alianza: Nuevo Testamento a) Dios – Trinidad como Testigo b) El testimonio a favor de Jesús c) Los peligros del testimonio d) Testimonio conjunto: Dios y una nube de testigos e) “Seréis mis testigos” o la experiencia de la Vida II. Testigo de la Alianza: la clave teológica 1. La dimensión trinitaria del testimonio a) La dimensión teológica: el testimonio de Dios en su testigo b) La dimensión cristológica: el testimonio de Jesús, el Testigo fiel en sus testigos fieles c) La dimensión pneumatológica, eclesial y apocalíptica: El Espíritu y nuestro espíritu dan testimonio conjunto 2. La experiencia del Testigo a) La experiencia como vivencia y proceso: del momento monástico al momento humanista b) ¿Cómo se capta a sí mismo el testigo? 3. La transmisión del testimonio a) Traslucir como forma de comunicar b) El testimonio a través de la palabra; la crisis del lenguaje c) Canales de transmisión y comunicación del testimnonio en la Iglesia III. El talante del Testigo: la clave existencial 1. Ser testigos de Jesús hoy 2. Cómo aparece el Testigo: ocho rasgos Conclusión

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