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Sesión 3 Una visión integral del sistema económico En la sesión anterior vimos cuáles eran los dos movimientos estratégicos fundamentales para revertir los sesgos androcéntricos de los que adolecen nuestras miradas habituales al sistema económico. En primer lugar, ampliar la idea de economía para dejar de asociar siempre economía con dinero. Y, en segundo lugar, introducir el género como una categoría fundamental a la hora de entender cómo funciona el sistema económico. En esta sesión vamos a profundizar en el primero de los dos: vamos a ver qué se descubre de la economía cuando miramos más allá de los flujos monetarios, es decir, cuando intentamos comprender cómo se sostiene la vida y miramos a las empresas, el empleo, la compra‐venta, las exportaciones, la balanza de pagos, etc. no como algo importante en sí mismo, sino como algo relevante según el papel que juegue en el proceso de reproducir la vida, la buena vida, el sumak kawsay. 1‐ ¿Cómo llega el almuerzo a la mesa? Si observamos este gráfico incluido en una de las lecturas (Amat y León, 2003), podemos ver que a un hogar llegan recursos procedentes de muchos ámbitos distintos: llegan cosas que compramos en el mercado (b), pero también llegan prestaciones y servicios que nos da el estado (c). Igualmente, podemos intercambiar cosas, u organizarnos con el vecindario para arreglar la carretera en lugar de esperar a que el municipio lo haga (e). Y hay muchas cosas que las producimos en nuestro propio hogar, desde alimentos (a), hasta la atención cotidiana a la casa (f). Y, por supuesto, siempre necesitamos recursos naturales (d). Aunque el aire no lo paguemos, el aire es imprescindible para sostener la vida, y por eso no tiene sentido fijarnos en él sólo cuando ya queda poco, o está muy contaminado (¿recordáis aquella cita de la sesión 1 que decía que el agua sólo es algo económico cuando hay poca?).
Las personas para vivir y las sociedades para mantenerse utilizan recursos procedentes de esa multiplicidad de esferas. Algunas de ellas mueven dinero (sobre todo b y c) y por eso son las que normalmente miramos. Otras no implican intercambios monetarios (a, d, f y e) y, por eso, habitualmente las olvidamos.
Pensemos por un momento de dónde provienen los alimentos que consumimos. Desde luego, las personas no nos comemos el dinero, las monedas y los billetes… Podemos usar la plata para comer en un restorán, pero esto no lo hacemos todos los días… Más habitualmente, usamos el dinero para comprar alimentos y para otras cosas imprescindibles como, por ejemplo, pagar el gas con el que cocinamos. Pero esos alimentos no los comemos crudos, ni aparecen por arte de magia en la nevera. Tras una menestra hay mucho trabajo: ir al mercado a comprar, cocinarlo en casa, lavar los trastes… Claro que este trabajo puede hacerse colectivamente y no cada quien en su casa. En Perú, por ejemplo (según Portocarrero et al., 2002), hay muchas organizaciones comunitarias que gestionan la alimentación: más de 4.500 comedores populares, 30.000 comités del Vaso de Leche, aproximadamente 20.000 clubes de madres y 4.600 juntas vecinales (en conjunto, benefician a 6,5 millones de personas). En general, el estado subvenciona los alimentos que luego son cocinados por mujeres gratuitamente. ¿Y las verduras que llegan a la cocina? Probablemente quienes estáis leyendo esto las compréis en el mercado, pero hay muchas familias en Ecuador que cultivan ellas mismas los alimentos o crían animales. Otras veces, en cambio, vienen de grandes plantaciones, como las plantaciones bananeras. Y otras veces los importamos de otros países. Es decir, hay muchas formas posibles de lograr que, finalmente, llenemos la panza. Según la manera habitual de mirar la economía (a la que vamos a llamar perspectiva economicista), la mejor manera será aquella que logre mover más plata. Por ejemplo, si almorzamos en un restorán de lujo y gastamos 18$, eso genera más “bienestar” que si almorzamos en un mercado y pagamos 2$. Si comemos en la casa, sólo importará la plata que gastamos en los alimentos (1$), pero no contará todo el trabajo que fue necesario para cocinar. Si hemos gastado plata en comprar arroz importado, eso es economía, vuelta si hemos producido el choclo en la chacra, eso no se tiene en cuenta… Es decir, la forma habitual de mirar la economía es absurdamente simplista, se deja fuera muchísimos procesos económicos y, desde luego, no le importa preguntarse quién ha cocinado, quién ha comprado, cómo se ha
repartido la comida o, incluso, si ha habido gente que no ha podido almorzar… La desnutrición es parte de las preocupaciones sociales, no de las económicas. Sin embargo, desde una perspectiva feminista, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro, todo eso sí es importante, muy importante. Las empresas y el mercado son sólo una manera de organizar la economía, pero hay otras. De hecho, que haya mucha actividad empresarial no es bueno en sí mismo. Tenemos que hacernos muchas más preguntas. Entre ellas: - ¿A qué necesidades responde? Por ejemplo, ha habido muchos países con un sector agrícola muy moderno y “desarrollado” que producía muchísimo… pero que toda su producción la enviaba fuera. Es decir, países en los que se exportaban grandes cantidades de alimentos a la par que había hambrunas dentro. Hay también industrias que son muy contaminantes, que destruyen el entorno (y, fijaos: si primero contaminan y luego pagan para limpiarlo, ¡eso es el doble de economía! Bajo la perspectiva economicista) - ¿Cómo se reparte el trabajo? Por ejemplo, la modernización del sector agrícola a menudo ha significado que los hombres pasaban a ser asalariados de grandes plantaciones, ganando un salario (bajo) mientras que las mujeres se quedaban como responsables de la chacra familiar y producían gratis los alimentos para la familia. Hay que preguntarse muchas cosas y, sobre todo, dejar de pensar que todo lo que supone actividad empresarial es inherentemente positivo; que sólo se trabaja si se obtiene un ingreso; que la única manera de mejorar económicamente es ganando más plata… Tenemos que desmitificar a los mercados capitalistas y pensar que hay maneras alternativas de organizar la economía. 2‐ Principales esferas de generación de recursos Podemos decir que las principales esferas de actividad económica y de generación de recursos son cuatro: - Los mercados capitalistas, es decir, el conjunto de empresas con ánimo de lucro. Aquí la propiedad de los medios de producción es privada, está en manos de personas particulares. - El estado: a través de los servicios y prestaciones públicas, y de las empresas estatales. Aquí la propiedad de los medios de producción es pública, del conjunto de la ciudadanía. - La comunidad: se trata del conjunto de redes sociales que se ponen en marcha y se organizan para producir cosas que se consideran colectivamente necesarias. Acá entrarían las mingas y otras formas de organización comunitaria. - Los hogares: en las casas no sólo se consume, sino que se trabaja muchísimo, procesando los bienes que vienen de fuera, produciendo más bienes y servicios, atendiendo a las necesidades concretas de cada persona…
Las dos primeras esferas funcionan a través de los intercambios mercantiles, mueven dinero, son lo que se denomina esferas monetizadas de la economía (las únicas que normalmente se consideran economía). Las dos segundas no mueven dinero y, sin embargo, también son economía en el sentido de que son imprescindibles para satisfacer necesidades de las personas. Son las esferas no monetizadas de la economía. Ya hemos visto que, en el mundo y también en Ecuador, más de la mitad del tiempo de trabajo se dedica a esas esferas no monetizadas. Acá hay que señalar dos cosas. - A veces, cuando desde posturas críticas se piensa en alternativas económicas distintas a lo mercantil se piensa en el trabajo comunitario como la principal forma de trabajo no pagado. El trabajo doméstico en los hogares es aún más invisible que el comunitario. Esto se relaciona con la invisibilidad del espacio doméstico (el que siempre se asocia a las mujeres) y con el hecho de que el trabajo en los hogares lo realicen, sobre todo, las mujeres. Es decir, la invisibilidad del hogar como espacio de actividad económica está directamente vinculada a los sesgos androcéntricos propios de una sociedad patriarcal (un sistema de subordinación de las mujeres), no sólo al sesgo economicista. - Distintos grupos sociales tienen distintas vías de acceso a los recursos. De hecho, las clases medias‐altas y altas satisfacen sus necesidades mucho más a través del mercado. Es decir, como tienen mayor poder adquisitivo, tienen una dependencia mucho más fuerte del mercado. En cambio, las clases medias‐bajas y, sobre todo, las clases populares, obtienen sus recursos de una pluralidad de lugares: una chaucha, un préstamo de un familiar, un acolite de la vecina para cuidar al niño, una matita de tomates plantada en el patio, el Bono de Desarrollo Humano, unas remesas recibidas, tiempo para hacer harina de maíz y no comprarla… Es lo que se llama “economía de retazos” y lo que no logramos entender desde una mirada economicista.
Una cuestión de máxima importancia es preguntarnos por las lógicas que mueven la actividad económica en las distintas esferas. ¿Por qué va una vendedora de celulares Porta todas las mañanas a su trabajo? ¿Porque cree que hay muchas personas que necesitan un celular y quiere acolitar para que lo obtengan o porque le pagan? ¿Y por qué Porta se preocupa de producir celulares? ¿Porque siente que estar comunicadas/os es un derecho de la gente o
porque logra beneficios? Parecen preguntas absurdas, pero son centrales. Preguntémoslo de otra manera: ¿por qué va una madre a lavar a su hijo? ¿Porque le pagan o porque el niño necesita un baño? En un caso, el objetivo es la obtención de beneficio monetario para las empresas, en el otro, la satisfacción de una necesidad. Las empresas capitalistas se mueven por lo que se denomina una lógica de acumulación de capital. Las esferas de trabajo no remunerado se mueven por una lógica de sostenibilidad de la vida. Veamos esto con mayor detalle. La característica esencial del capitalismo es que el dinero deja de ser un medio de intercambio para convertirse en un fin en sí mismo. Es decir, hay formas de organización económica en las que existe el dinero, pero este funciona sólo como una herramienta para hacer más fácil el intercambio (más fácil que el trueque). Vas al mercado con tomates, los vendes y con esa plata logras un chancho. Eso es más fácil que buscar a una vendedora de chanchos que quiera cambiarlos por tomates. Digamos que el proceso es: M‐K‐M’ Pues bien, en el capitalismo esto se da la vuelta: las empresas invierten plata (K), para producir mercancías (M) que luego puedan venderse y obtener más plata que la que se tenía al principio (K’). No se invierte para recuperar lo invertido, sino para obtener más. K‐M‐K’ (Donde K’>K) Por lo tanto, la satisfacción de necesidades no es un fin, sino un medio para un fin distinto: la acumulación. El objetivo prioritario de la actividad “económica” que debería ser el satisfacer necesidades, se convierte, en el mejor de los casos, en un medio. Y, en el peor, en un impedimento (el mismo ejemplo de antes: vender alimentos muy baratos a la población que está malnutrida es un impedimento para hacer más beneficios exportando esos productos; o poner en marcha procesos productivos menos contaminantes puede ser más caro, por lo que, para generar más beneficio se ponen en marcha industrias que destruyen vida. Por eso puede decirse que la lógica de acumulación capitalista es una lógica económica pervertida. Porque pone el fin último de la economía (sostener la vida) al servicio de un fin distinto. En los mercados financieros, el proceso es aún más perverso, porque no hay producción intermedia, sino mera compra‐venta de activos financieros que generen beneficios1. K‐K’ (Donde K’>K) 1
Realmente, la lógica de acumulación se define mejor como una lógica de valorización del capital. No sólo se acumulan beneficios a través de la “economía real” o productiva” (produciendo mercancías que luego se venden), sino que el capital puede ampliarse a sí mismo (como ocurre por ejemplo con los valores en bolsa, que pueden crecer no porque una empresa produzca más, sino simplemente porque hay más gente que quiere comprar sus acciones). En la “economía financiera” hay un proceso de valorización de capital que no requiere siquiera ser sostenido por ningún proceso de producción detrás.
Frente a esta lógica económica, es un fuerte contraste pensar en la lógica que mueve los trabajos que no se pagan. Esos trabajos se activan porque son necesarios para alguien: se cultiva la chacra porque hay que comer, se lava la ropa porque tenemos que ponérnosla, se hace una minga para limpiar la escuela porque las/os niñas/os la usan. Se trata de una lógica de sostenibilidad de la vida y contrasta profundamente con la lógica de acumulación. Esta lógica de sostenibilidad de la vida es también la que funciona en la economía popular o solidaria2. Este debate nos puede parecer teórico, pero tiene claras implicaciones prácticas. Por ejemplo, hay muchos programas que dan microcréditos para poner en marcha negocios. En algunos, primero se da un crédito muy bajo y, si el negocio va bien, entonces se da un crédito mayor. ¿Qué se considera “ir bien”? ¡Que crezca! Por ejemplo, un pequeño comedor que empiece a tener empleados/as, o sea, que los patrones ya no sean los propios trabajadores. Sin embargo, un negocio que da lo necesario para vivir, pero que no crece, se supone que es un negocio fallido, no dinámico. Estamos aplicando una lógica de acumulación a la hora de valorar el éxito o fracaso en vez de aplicar una lógica de la sostenibilidad. Desde esta óptica, hay más micro‐emprendimientos de mujeres que son “fallidos”, porque sus propietarias no buscan “crecer”, sino vivir dignamente. No se esfuerzan por ampliar el negocio, sino que priorizan otras cosas, por ejemplo, que les permita tener tiempo suficiente para cuidar a sus hijas/os. Si aplicamos una lógica de acumulación a nuestro programa de microcréditos, estamos expandiendo esa forma de funcionamiento económico e introduciendo un fuerte sesgo de género que deje fuera a muchas mujeres. Aplicar una lógica de la sostenibilidad supondría hacernos otras preguntas, por ejemplo: - ¿Cuándo decimos que da lo suficiente para vivir, a qué nos referimos? Quizá no basta con tener unos ingresos muy ajustados, sino que lo ideal sería un salario digno. Y, capaz, poder aportar al seguro social por si el día de mañana enfermamos3. Es decir, sostenibilidad no significa “supervivencia” (como decíamos en la sesión anterior). 2
De nuevo, hay que decir que estamos simplificando mucho (pero a los efectos de esta sesión no es necesario complejizar más). Por ejemplo, en las casas puede haber trabajos que sean excesivos. Un ama de casa muy tradicional puede sentirse obligada a limpiar hasta un extremo innecesario, a sacar brillo a los trastes hasta el absurdo… De hecho, una nuera puede estar obligada a cuidar a su suegro y hacerlo por obligación. Es decir, en gran medida el trabajo no pagado en los hogares está más bien dominado por lo que hemos llamado ya en otras ocasiones una “ética reaccionaria del cuidado”. Igualmente, una comunidad puede decidir que es necesario mejorar el muro del cementerio y organizar una minga para ello, pero no considerar necesario acondicionar el lavadero para que las mujeres laven más cómodamente. Aquí tenemos una cuestión de cómo se expresan las necesidades y de qué personas tienen capacidad para convertir sus necesidades en demandas, como decíamos en la sesión anterior. Pero, en todo caso, en los trabajos no pagados, en las esferas no monetizadas de la economía, hay un vínculo mucho más directo entre actividad y satisfacción de necesidades. 3 Seguro que pensáis que si un negocio crece y eres propietario, el día de mañana, si algo falla, puedes venderlo. O que podrás venderlo o arrendarlo al jubilarte. Daos cuenta que esto supone que ponemos toda la gestión del riesgo de la vida (¡en la vida hay muchos riesgos! La enfermedad, el envejecimiento, las inundaciones…) en las manos individuales, es decir, que damos por hecho que no existen mecanismos colectivos de gestión del riesgo (por ejemplo, una buena sanidad pública universal y gratuita en lugar del aseguramiento privado). Sobre esto punto volveremos en la sesión 7.
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¿Qué tipo de negocios estamos poniendo en marcha? ¿Responden a lo que se necesita en la comunidad? ¿O nos da igual qué negocio sea con tal de que genere plata? Para una persona que necesita dinero para vivir, capaz le da igual… pero si somos gestores públicos que queremos promocionar el desarrollo local, o una organización que trabaja para eso, no puede darnos igual si se trata del enésimo salón de belleza o si es una guardería. ¿Lo que queremos es que cada persona o cada familia monte su negocio, o buscamos dar respuestas colectivas a las necesidades de la comunidad?
3‐ Trabajos que se pagan y trabajos que no se pagan Regresemos a uno de los gráficos vistos en la sesión anterior, aquel que mostraba cómo se reparte el tiempo de trabajo total en el mundo. Recordemos que este gráfico nos señalaba que algo más de la mitad de trabajo en el mundo se hacía en las esferas no monetizadas de la economía. Y que las mujeres tenían una mayor carga global de trabajo. Podemos hacernos dos preguntas aquí: 1‐ ¿Cómo se reparte el tiempo de trabajo entre mujeres y hombres? Como podemos ver, las mujeres hacen un poco más de la mitad del trabajo (las zonas en verde). ¿Y qué obtiene cada quien a cambio? Como podemos ver, la mayoría del trabajo de las mujeres es no pagado, porque se hace fuera de las esferas monetizadas de la economía (las esferas monetizadas son las zonas con machas blancas), mientras que la mayoría del trabajo de los hombres se hace en las esferas monetizadas y, por lo tanto, se paga.
trabajo de las mujeres
trabajo de los hombres
trabajo pagado
De aquí podemos extraer una conclusión política importante: es imprescindible redistribuir el trabajo en las esferas monetizadas y no monetizadas entre mujeres y hombres. Es decir, lograr un reparto más equitativo tal que así:
Esto es importante, pero significa que miramos a las esferas económicas por separado: las monetizadas por un lado, y las no monetizadas por otro. Y que pensamos que los papeles dentro de cada una se pueden redistribuir sin más. O sea, que es una cuestión de “buena voluntad” y de equidad. Sin embargo, el asunto es más complicado… 2‐ Podemos hacernos otra pregunta distinta: ¿por qué hay esa estructura, con tanto trabajo no pagado? ¿Cómo se relacionan las esferas monetizadas y las no monetizadas? No es suficiente analizarlas o entenderlas por separado, sino que tenemos que preguntarnos por la interrelación. ¿Qué papel juegan las esferas no monetizadas en el sistema? Y de ahí se deriva otra pregunta: ¿hay alguna relación entre esa estructura económica y el desigual reparto entre mujeres y hombres? ¿O es una “casualidad”? Poco a poco iremos respondiendo a esta pregunta.
4‐ Una visión integral del sistema económico Si miramos el sistema económico atendiendo a las esferas monetizadas y no monetizadas de la economía, encontramos algo parecido al siguiente gráfico (tomado de Picchio, 2005).
En la economía hay una esfera de “producción y distribución mercantil”: aquella a la que venimos llamando esferas monetizadas, donde se mueve dinero, donde actúan las empresas y que se mueve por lo que llamábamos una lógica de acumulación. Pero también hay esferas no monetizadas, lo que Antonella Picchio en el gráfico llama “espacio de desarrollo humano”, que se mueven por lo que denominábamos una lógica de sostenibilidad de la vida. Ahí está el trabajo no remunerado en las familias y los hogares (podríamos incluir también el trabajo no remunerado en la comunidad y las redes sociales). ¿Cuál es el aporte económico de ese espacio de desarrollo humano? Imaginemos un hogar, que compra bienes y servicios en el mercado. Esto le permite cierto estándar de vida. ¿Qué pasa una vez que todo eso llega al hogar? Las funciones económicas que se cumplen en él son tres: - Extensión del bienestar: se logran estándares de vida ampliados complementando esos bienes y servicios de mercado de dos maneras. Se pueden producir bienes adicionales (por ejemplo, cultivar alimentos, tejer un suéter) y muchos servicios adicionales (todos los servicios de cuidado de las personas: lavar a un niño o traerle de la escuela, atender a un anciano, encargarse de pagar la luz…). O se pueden transformar los bienes y servicios comprados en el mercado (cocinar los alimentos comprados, lavar la ropa, arreglar la casa…). Lo que se compra en el mercado normalmente necesita de un proceso de trabajo adicional para que sea útil (la diferencia entre comer una papa cruda o cocinada) o para que se mantenga en el tiempo (si no limpiamos la casa pronto será imposible vivir en ella). - Expansión del bienestar: los bienes y servicios de mercado no se transforman de cualquier manera, sino asegurando que responden a las necesidades concretas de la gente que va a consumirlos (si un hombre tiene tensión alta, se cocinará sin sal). Es decir, es en el hogar donde se atiende a las peculiaridades de cada quien, para que las personas nos sintamos bien, cuidadas, atendidas. Y, además, es en el hogar y en las redes sociales donde construimos básicamente las relaciones sociales, espacios de
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pertenencia y comunicación… Es decir, donde se presta especial atención a esas facetas que decíamos de las necesidades inmateriales o intangibles. Reducción de la población trabajadora: esta es una función básica que implica gestionar la relación de la vida cotidiana en general, con el mercado en concreto. En los hogares se selecciona cuál de sus miembros irá al mercado, se le prepara para ello, se cubren todas sus necesidades para que pueda liberar tiempo para ir a la empresa, se le cuida cuando vuelve… Es decir, la intermediación entre la vida de las personas, en toda su amplitud, y su faceta de trabajadores/as en el mercado es algo que requiere mucho tiempo y esfuerzo (trabajo durante años: hasta que un niño o niña se hace adulto, o desde que ya no puede estar en el mercado; trabajo cada día: cuando un hombre va a la empresa alguien queda tendiendo la cama). Y de eso no se encargan ni las instituciones públicas, ni mucho menos las empresas. Sino los hogares.
En definitiva, es en los espacios de desarrollo humano, en las esferas no monetizadas de la economía, donde se asume la responsabilidad de que los diversos bienes y servicios procedentes de diversas esferas finalmente se transformen en bienestar concreto para cada una de las personas. En los hogares se asume la responsabilidad de que el conjunto encaje. Los hogares funcionan, a través del trabajo no remunerado, como el elemento último de reajuste del sistema económico. Es imprescindible tener esto siempre en mente. 5‐ Conflictos estructurales en el sistema económico Pero, además, si miramos al sistema económico de esta manera integral, vemos dos tensiones que lo atraviesan. El sistema económico en que vivimos está instalado sobre dos profundos conflictos: Conflictos en las esferas monetizadas: este es el viejo conflicto entre capital y trabajo identificado ya por la economía política clásica (como veíamos en la sesión 1) y bien elaborado por el marxismo. Hay un conflicto entre la clase trabajadora y la clase capitalista por apropiarse de la producción. Pero, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro, hemos visto que el conflicto es más profundo. Por supuesto, hay una tensión capital‐trabajo asalariado, porque cuanto más se pague a las y los trabajadores menores serán los beneficios. Pero esto significa que hay una tensión por considerar que “la vida humana es más barata o más cara”, es una tensión sobre las condiciones de vida de la población. Como decíamos, es un conflicto entre el capital y todos los trabajos, entre el capital y la vida. Si los recursos se ponen en circulación para garantizar el proceso de acumulación de capital, la vida se convierte (en el mejor de los casos) en un instrumento para generar beneficio. Pero, desde el feminismo (o desde una perspectiva de género, como queráis llamarlo) se ve algo más: se ve que la lógica del capital (la lógica de valorización de capital) es una lógica patriarcal, o androcéntrica, en el sentido que se ha desarrollado desde la filosofía feminista (Amorós, 1985), y que define el patriarcado como un sistema ontológico y ético que comprende la civilización en contraposición a la naturaleza, como su dominio progresivo. Se entiende lo plenamente humano como aquello que nos permite desprendernos de nuestras ataduras biológicas, animales. Lo plenamente humano como aquello trasciende la vida, que no
se limita a perpetuarla (por eso se dice que un animal, por ejemplo, nunca haría una huelga de hambre). Marx mismo aseguraba que trabajo humano era aquel que permite un desapego progresivo de las necesidades animales (por lo tanto, en la medida en que parte del trabajo en los hogares de las mujeres tiene que ver con la reproducción biológica en sentido estricto, este trabajo, implícitamente, se considera menos que humano, Stefano, 1991). En esta deificación de la trascendencia sobre la inmanencia, las esferas económicas que regeneran vida son entendidas como una forma menos evolucionada que las esferas económicas que ponen la vida al servicio de un fin superior (el crecimiento, la producción, el desarrollo, la industrialización…). Este es el sentido patriarcal que impregna la lógica del capital. Es la épica que se esconde tras la metáfora de la producción4 e invisibiliza los trabajos de cuidados. Este sentido patriarcal no es dominio único del capitalismo, sino que ha sido compartido por otras formas de pensar la economía que, en última instancia, coinciden en el menosprecio de lo inmanente (pensemos en el socialismo real y su énfasis en la industrialización). En este esquema, los hombres son civilización (mente, racionalidad), mientras que las mujeres son naturaleza (son cuerpo, emoción). Por lo tanto, el conflicto capitalista por la plusvalía se redefine como un conflicto capital‐vida de tinte patriarcal. Conflictos en las esferas no monetizadas: acá el conflicto central es de género. ¿Cómo repartir las responsabilidades y trabajos? Los hogares no son unidades armoniosas, sino agrupaciones humanas que cooperan, en cierta medida, pero que están también en conflicto. Hay una desigualdad entre mujeres y hombres que está en la base misma de cómo funcionan los hogares (esto lo veremos más en la próxima sesión). 6‐ La economía como un iceberg Si hay una tensión profunda entre dos lógicas económicas, entonces es obligado escoger una de ellas. Y, precisamente, las sociedades capitalistas se caracterizan por haber priorizado la lógica de acumulación de capital. Por eso decimos que los mercados capitalistas son el epicentro de organización socioeconómica, porque es alrededor de sus necesidades de generación de beneficios en torno a lo cual se define el proceso de producción, distribución y consumo. Pongamos dos ejemplos: - Las llamadas ciudades globales (los grandes centros financieros, como Nueva York, Sao Paulo o Tokio, ver Sassen, 1999 y 2003) no son ciudades pensadas para la calidad de vida de las personas. De hecho, el modelo de urbanismo tiene efectos perversos en la vida cotidiana. Son ciudades pensadas como centro de articulación de los grandes mercados financieros globales, responden a esas necesidades (Fernández Durán, 2008). - El proceso de “modernización” de la agricultura a menudo ha conllevado que se dejase de producir para la población local y se pasara a producir para los mercados globales.
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Que ha sido muy criticada desde la economía ecológica que asegura que es un sueño loco creer que podemos producir algo, porque realmente lo único que hacemos es extraer y absorber lo ya existente para transformarlo generando una multiplicidad de residuos y provocando la degeneración de la energía. Puede verse Naredo (2006), o, si el libro no lo encontráis, por ejemplo, esta entrevista: http://www.agendaviva.com/revista/articulos/Entrevistas/Jos‐Manuel‐Naredo‐Economista
Las mejores tierras se ha dedicado no a saciar el hambre, sino a exportar alimentos a lugares más ricos. Al poner en los mercados en el epicentro de la organización socioeconómica, se está negando la posibilidad de que exista una responsabilidad social en la sostenibilidad de la vida. Es decir, la sociedad en su conjunto no se hace responsable de que la vida continúe (y esto se vio con mucha claridad en Ecuador, por ejemplo, con la crisis del 1999‐2000). Y, sin embargo… la vida continúa. ¿Cómo? La responsabilidad de sostener la vida se delga a las esferas invisibles de actividad económica. En las esferas invisibles se asume la responsabilidad de cuidar la vida en un sistema que usa la vida como un medio para un fin distinto, el proceso de acumulación. Por eso decimos que el sistema económico en que vivimos se caracteriza muy bien con la metáfora del iceberg. Antes de nada, recordemos que el sistema económico está dentro de un sistema ecológico más amplio, del cual extrae recursos y absorbe energía, y luego produce residuos y degrada la energía.
Un iceberg se caracteriza por tener dos partes claramente diferenciadas, en este caso, por la lógica de intervención económica: acumulación frente a sostenibilidad de la vida. Y se caracteriza porque una parte es visible y otra, invisible. Cuando hablamos de invisibilidad, no nos referimos sólo a si hay números para medir lo que pasa ahí, sino a una posición de poder demarcada, entre otros, por lo siguientes elementos: - ¿existe de una remuneración que compense el trabajo? - ¿el trabajo genera derechos sociales? - ¿se valora y reconoce socialmente? - ¿hay conceptos, datos e instrumentos de medición? - ¿hay instrumentos legales o colectivos que regulen las condiciones laborales?
En última instancia, la (in)visibilidad tiene que ver con la capacidad que tienen los sujetos responsables de esas esferas para definir cómo quieren que funcione el conjunto, con el poder económico, político y social, con su reconocimiento como ciudadanas o ciudadanos. Precisamente, si se niega poder a quienes están asumiendo la tensión estructural entre el capital y la vida, el conflicto parece que “desaparece”, porque no se ve, porque no hay poder para sacarlo a la luz y discutirlo. Los trabajos no remunerados de las mujeres en lo doméstico son trabajos paradigmáticamente invisibles: no hay datos, no hay conceptos para entenderlos, no se pagan, no generan derechos sociales, no hay una negociación pública y política para regularlos (sino reglas morales e incluso religiosas)… La economía informal ocupa un terreno intermedio entre lo visible y lo invisible: es un mecanismo para las grandes empresas para externalizar costes (lo veremos en otras sesiones) al mismo tiempo que es una manera para las personas de obtener unos mínimos ingresos para vivir. Otro trabajo muy invisible es el servicio doméstico, el de las trabajadoras del hogar. Las fronteras de la (in)visibilidad son muy móviles, por eso lo que debemos hacer es analizar cómo cambian, dónde se sitúan en cada momento histórico. La economía feminista ha analizado de esta forma el sistema, sobre todo, en los países del centro, y por eso le cuesta situar bien el papel de la agricultura de subsistencia, por ejemplo, o el del empleo informal, o… Es decir, le cuesta adaptar esa estructura de pensamiento económico a la realidad de los países de la periferia. Por eso es tan importante que personas como vosotras y vosotros aportéis en esta comprensión integral del sistema económico. No basta sólo con aprender lo que otra gente ya ha estudiado, hay que avanzar más. Un sistema económico que tiene la forma de iceberg tiene otras dos implicaciones importantes. - Implicación 1: Es un sistema inherentemente jerárquico. Se necesita de sujetos sin poder económico para que la estructura permanezca a flote. Si hay sujetos que logran salir a la parte visible del iceberg, otros deben seguir ahí. Hay varios ejes de jerarquización social, y, entre ellos, el género es un elemento clave de reparto de posiciones en el sistema. Antes nos preguntábamos sobre la relación entre el papel de las mujeres en la parte no monetizada y el papel de los hombres en la monetizada. Ahora podemos responder: el trabajo no remunerado de las mujeres juega un rol central como base del sistema económico, sostiene el conjunto de la estructura. En esa parte se absorben las tensiones estructurales. La feminización de la pobreza es un proceso que tiene que ver con todo esto. La culpabilización que decíamos se produce cuando las mujeres están en los dos lados movidos por lógicas opuestas tiene que ver con que su experiencia saca a la luz las tensiones estructurales (están al mismo tiempo en lo visible y lo invisible, intentado cuidar la vida y responder a las exigencias del capital). El dibujo es más bien así:
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Implicación 2: En un sistema que pone los mercados capitalistas en el epicentro, tener dinero se convierte en algo imprescindible para vivir. Es decir, hay un nexo fuerte entre calidad de vida y capacidad de consumo5. Sin embargo, no hay que perder de vista que ese nexo: o NO es directo: está mediado por otros muchos factores, fundamentalmente: el papel de las instituciones públicas, de las redes sociales y de los hogares. Por ejemplo, cuanto más fuertes sean las redes sociales, menos dependencia individual hay del salario. En América Latina, durante los años 80, para paliar la pérdida de poder adquisitivo, en muchos barrios las mujeres pusieron en marcha iniciativas comunales. Por ejemplo, lo que decíamos antes de los comedores populares. Fueron las redes sociales y los trabajos no remunerados los que ayudaron a cubrir la falta de plata. En España, sin embargo, la crisis que estamos viviendo ahorita se da en un contexto de fuerte individualización, donde las redes sociales no tienen peso. La existencia o fortaleza de redes sociales es un elemento determinante del mayor o menor impacto que una crisis mercantil tendrá en el bienestar de las personas. Pongamos otro ejemplo. Las necesidades de cuidados de las personas se cubren, sobre todo, fuera de los mercados (esto lo veremos más en la sesión 8). Por ejemplo, si pensáis en envejecer, por supuesto vuestro nivel de vida dependerá de si tenéis una pensión, o si podéis rentar un departamento, o… Pero también dependerá de si hay alguien de la familia para cuidaros. Un anciano con Alzheimer rara vez va a una residencia privada, sino que suele ser su esposa, o alguna de sus hijas o nueras quien le cuida. Que ese anciano reciba o no los cuidados que necesita dependerá de la estructura familiar. Un último ejemplo, en España (donde hay una economía mercantil muy desarrollada), sólo el 12% del cuidado a la salud y la enfermedad se hace desde el sistema sanitario (público o privado). Todo el resto… ¡se da fuera, en los hogares, de manera gratuita! o NO es inevitable: aunque no sea directo, ni tan fuerte como lo solemos imaginar, es cierto que hoy día es indispensable tener plata para vivir… pero esto no tendría por qué ser necesariamente así. Ni, mucho menos, que para lograr plata haya que introducirse en ese circuito de la lógica de acumulación. Es importante pensar que no toda alternativa económica se reduce a aumentar los ingresos de las personas, sino que podríamos pensar en alternativas diferentes. Hay políticas económicas que refuerzan ese nexo, la dependencia de las personas de sus ingresos. Por ejemplo, las privatizaciones:
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Para la mayoría de las personas, este nexo se convierte en un nexo entre calidad de vida y trabajo remunerado; porque hay una parte pequeña de la población que puede sobrevivir en base a las rentas derivadas de ser propietarios.
si se privatiza el sistema sanitario, obviamente las personas necesitarán tener más ingresos propios para atender sus enfermedades. En lugares con un sistema sanitario público (gratuito y universal) más desarrollado, la capacidad de hacer frente a las enfermedades no depende de cuánta plata se tenga (sino del estado y las redes familiares). Las políticas y programas que promueven la penetración de la lógica mercantil refuerzan ese nexo. Por ejemplo, las de los microcréditos que se ponen en marcha aisladamente, y que tienen como único objetivo que las personas logren ingresos, olvidando dar esa mirada integral al desarrollo económico local que comentábamos anteriormente. Por último, es muy importante mencionar que las instituciones públicas, el estado, juegan un rol determinante en la configuración del sistema. De hecho, se supone que el rol del estado es mediar en esas tensiones: mediar entre las necesidades de acumulación de las empresas y las necesidades de sostenibilidad de la vida de la ciudadanía. La cuestión, por tanto, es qué papel asume en ese conflicto, cómo intenta arbitrarlo. Ese es justo el dilema en el que está ahorita el estado ecuatoriano: con una apuesta pública por poner en el centro las necesidades de las personas (el sumak kawsay), pero con unas estructuras económicas que aún están construidas en torno a los mercados capitalistas (las empresas en el epicentro). La cuestión es si el reconocimiento inicial de otras formas de organizar la economía (la economía popular y solidaria, la economía doméstica, la economía de subsistencia) se acompaña de medidas que impliquen poco a poco ir cambiando la estructura, y qué atención se presta a las desiguales posiciones de mujeres y hombres en el marco de ese sistema. Bibliografía Amat y León, Patricia (2003), “De lo cotidiano a lo público: visibilidad y demandas de género”, en Magdalena León T. (comp.) (2003), Mujeres y trabajos: cambios impostergables, Porto Alegre: REMTE, MMM, CLACSO y ALAI, págs. 58‐77. Disponible en http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/genero/mujeres‐trabajo.pdf Amorós, Celia (1985), Hacia una crítica de la razón patriarcal, Barcelona: Anthropos (1991) Fernández Durán, Ramón (2008), Un planeta de metrópolis (en crisis), http://www.ecologistasenaccion.org/IMG/pdf_planeta_metropolis.pdf Picchio, Antonella (2005), “La economía política y la investigación sobre las condiciones de vida”, en Gemma Cairó i Céspedes y Maribel Mayordomo Rico (comps.), Por una economía sobre la vida. Aportaciones desde un enfoque feminista, Icaria, págs. 17‐34. PNUD (1995), Informe sobre el Desarrollo Humano 1995, UNDP Publications, http://hdr.undp.org Portocarrero, Felipe; Sanborn, Cynthia; Cueva, Ricardo y Millán, (2002), Más allá del individualismo: el tercer sector en el Perú, Lima: Universidad del Pacífico
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