Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto (Jn. 11,21-32)

EXPERIENCIA DE DUELO POR ACONTECIMIENTOS VIOLENTOS. Mons. Daniel Alberto Medina Pech. “Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto…” (Jn. 1

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EXPERIENCIA DE DUELO POR ACONTECIMIENTOS VIOLENTOS. Mons. Daniel Alberto Medina Pech.

“Si hubieras estado aquí, mi hermano no hubiera muerto…” (Jn. 11,21-32) 1. La libertad y la realidad Normalmente existe una frontera entre nuestra interioridad y la realidad. Desde nuestra libertad podemos de alguna manera “controlar” lo que “sale” y lo que “entra” en nuestra vida. Sin embargo, en algunas ocasiones puede darse una irrupción violenta de la realidad en la vida, invasora, incontrolable. Produce sensaciones de desintegración, inmovilización, autocompasión, ira incontrolable, impresión de ser víctima de una injusticia aun de parte de Dios mismo. Parece que el tiempo y el espacio, el pasado, el presente y el futuro convergieren en un solo momento y esto, naturalmente, rompe el equilibrio personal y se experimenta una fatal fragilidad que parece llamar a la muerte, al menos anímica o sentimental, como cuando muere un ser cercano y querido. (cfr. Jue 11,34ss: 2Sam 18,33). Se experimenta una agresión que, por otro lado, activa mecánicamente de defensa automáticos o inconscientes que defienden a la persona de esta invasión violenta, tanto físicos como las lagrimas o una descarga de adrenalina, o anímicos como la negación. No voy a entrar en detalle den estos mecanismos y sus dinamismos puesto que ustedes conocen y los manejan mejor que yo. 2. Hechos y acontecimientos Es conveniente establecer la diferencia entre el hecho y el acontecimiento para enfocar el duelo que produce la invasión violenta de la realidad en la vida, sobre todo para efectos de la ayuda que se pueden proporcionar a la persona herida. El hecho normalmente es aislado, sucede, afecta y queda en el pasado. El acontecimiento, por el contrario, es algo que se denota con un hecho y que, ya sea por sí mismo o porque la persona le atribuye vida, se prolonga en el tiempo, allí permanece y sigue afectando porque sigue “sucediendo”. La memoria, la imaginación, acicateadas por el dolor y los sentimientos encontrados o desarmonizados, sigue repitiendo un hecho que en realidad ya no existe porque quedo atrapado en el pasado pero que, debido a que la misma persona no ha podido contar esa repetición,

hasta cierto punto imaginaria, se sigue lastimando y precisa de una ayuda adecuada. 3. ¿Por qué? Suceden estas cosas San Lucas narra el punto de vista de Jesús sobre las tragedias u hechos violentos e inesperados. “En esa misma ocasión había allí algunos que le contaron acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿piensan que estos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque sufrieron esto? Les digo que no: al contario, si ustedes no se arrepienten, todos perecerán igualmente. ¿O piensan que aquellos dieciocho, sobre los que cayó la torre en Siloé y el mato, eran más deudores que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Les digo que no, al contrario, si no se arrepienten, todos perecerán igualmente (Lc. 13,1-5). Para el Señor estos hechos no son un castigo por un pecado. No hay relación clara y directa entre la falta y desgracia sea por causa natural (un terremoto) o personal (Pilato; cfr. Jn 9,3), pero son una invitación providencial a la penitencia. De todos modos, para quienes padecen estas tragedias el dolor es demasiado real, lo mismo para los parientes y amigos. Es entonces cuando se hace oportuna una ayuda que les ayude a encontrar en sí mismos una fuerza interior sanante y restauradora que se abra hacia el futuro. En el plazo puramente humano, se habla de una capacidad de resiliencia y en el plano de la fe de confianza en Dios. En la experiencia de la Cruz, Jesús hace suyo el camino que señala el salmo 22: “Y a la hora novena Jesús exclamo con fuerte voz: ELOI, ELOI, ¿LEMA SABACTANI?, que traducido significa, DIOS MIO POR QUE ME HAS ABANDONADO?” (Mc 15,34), que es en realidad una oración sálmica, por lo que Jesús murió orando con la oración de su pueblo, un salmo que termina con una afirmación vital: “Yo viviré para el Señor, mi descendencia le rendirá culto” (Salmo 22). Pero lo importante aquí seria resaltar el proceso al que el salmo se refiere: se trata de un camino que transita por el realismo de un dolor sordo, que busca dar explicaciones, que describe el sinuoso camino del sufrimiento, sus efectos demasiados reales. Todo el itinerario antropológico desfila en este salmo, desde la concepción hasta la muerte sin olvidar las heridas durante la vida. Se tienen conciencia de estar en medio de una comunidad y de la necesidad

de rendir un testimonio de la propia fe en la ayuda de Dios que es un Dios de la vida. Al final, queda claro que todos los dolores eran parte de una misteriosa pedagogía en la que sale triunfante la fe que, así, ha sido purificada en el crisol. “He aquí, te he purificado, pero no como a plata; te he probado en el crisol de la aflicción (Is 48,10)”, dice Isaías. Los sicólogos han descrito un itinerario en el duelo humano que bien podría encontrar sus principales elementos humanos sin contar el de la fe. 4. ¿Y cuál debe ser nuestra actitud? Sabiendo pues que Dios no castiga, el salmista acude a Él en su aflicción en el salmo 34 (35) y le pide que lo libre de las amenazas que sus propios amigos le procuran. El libro de Job introduce en la vida del pueblo de Israel una actitud de fe impresionantemente nueva y sorprendente: en un solo día pierde violentamente a sus hijos y sus bienes, y luego le sobrevienen una terrible y humillante enfermedad. A pesar de las insidias del Tentador, Job no maldice a Dios, por el contrario: “Luego se postro en tierra en actitud de adoración y dijo: Desnudo Salí del vientre de mi madre, y desnudo regresare allí, el Señor me lo dio, el Señor me lo quito. ¡Bendito sea el nombre del Señor! A pesar de todo lo sucedido, Job no pecó ni maldijo a Dios” (Job 1, 20-22). Po el contrario, cuando su mujer le aconseja a Dios y buscar la muerte como alivio, El exclama: “Hablas como una mujer estúpida. Si aceptamos de Dios el bien ¿no vamos a aceptar también el mal? Y a pesar de todo esto, Job no pecó con sus labios” (Job2,10). Jesús mismo, ante la tragedia de la cruz, acude al Padre y no interpreta los hechos violentos que le vienen encima como un castigo de Dios, sino como ocasión para expresar definitivamente su obediencia a la voluntad del Padre y su total confianza en El. De todos modos queda claro que su muerte se explica histórica y socialmente como resultado de un proyecto de sus enemigos que han planeado con cuidado y detalles matarlo. Incluso su muerte se ajusta a un ritual de calculada crueldad: se trata de que el reo sufra pero más aun doloroso que su pasión física está, como dice Balthasar, su compasión. El distingue el dolor físico o padecer en la sensibilidad corporal del dolor anímico o com-padecer: “Y desde luego este dolor espiritual es mucho más intenso”. Cuando San Juan introduce al lavatorio y a la Ultima cena, comienza poniendo un contexto de fondo que es la razón principal de todas las

razones de Jesús: “habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo” y, por otro lado, subraya en Jesús su actitud de confianza y abandono en las manos de sus Padre así como su actitud de perdón (Jn. 1,1; Lc 23,3446). Con esto deja claro, como muestra Anselm Grun, que la herida más peligrosa no es aquella que otros le han hacen sino la que uno mismo se hace; “nadie es herido sino por sí mismo”. Aquí es donde queda claro el sí de su Amor redentor pues su pasión/com-pasion es “voluntariamente aceptada” y las heridas que le inflingen no lo hieren en su interior como para pasar al odio, al deseo de venganza. Su actitud es muy diferente a un renunciar “Duelisticamente” a la vida, como en una especie de suicidio, sino más bien al estado ardiente de vivir y, en su autoconciencia de Buen Pastor no sólo decide dar la vida a sus ovejas sino dar su propia vida por ellas. Queda claro que la relación directa de la capacidad y decisión de amor con el “paso” de la muerte a la vida. Y esto ilumina el sentido pascual de la pastoral del duelo: debo ayudar a mi hermano a dar el paso de la muerte “duelistica” con todos sus momentos y dinamismos, a la vida. Y Jesús nos enseña que ese paso sólo se puede dar en el amor en su más esencial síntesis: amor a Dios y a los demás como a sí mismo. De modo que aun el duelo es ocasión para vivir el amor sano y equilibrado a los demás desde el amor a sí mismo. 5. El “escándalo cristiano” El tema de este curso y encuentro es “Pastoral del duelo”> Toda pastoral hace alusión directa al Único Pastor Jesucristo, y es expresión sintética del amor y la verdad que descubrimos en sus palabras y acciones. Vamos a detenernos en la pastoral del duelo de Jesús con ocasión de la muerte de su amigo Lázaro: “Y Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro (Jn. 11,5). Desde el inicio del capítulo 11, Juan nos ofrece los detalles de un verdadero amor no sólo sentimental y une a este contexto la gloria de Dios y su propia gloria. La muerte, hasta cierto punto rápida de su amigo, es ocasión para que se manifieste la gloria de Jesús. Analizar el texto detenidamente sería algo muy rico en pedagogía, pero ahora no podemos hacerlo porque necesitaríamos más tiempo. Sin embargo Juan pone en evidencia que para Jesús asistir a conformar a sus amadas amigas en duelo el primer requisito es el amor: El las amaba así como el discípulo misionero que vive su opción misionera concreta en la pastoral del duelo, tienen que amar a quien va a asistir.

Juan no oculta el reclamo hasta cierto punto lleno de tristeza y enojo de las dos hermanas a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn 11,21-32). Ya anteriormente Juan ha dejado claro que hasta parece ser a propósito que Jesús se retrasa, que parece querer estar ausente a propósito. ¡Cómo impresiona el enojo de la gente con Dios ante los hechos violentos! La pregunta no se hace esperar ya sea explícita o implícitamente: ¿Y Dios? Donde esta Dios? ¿Por qué no actúa? ¿Por qué se esconde? Juan menciona dos veces a los judíos que estaban consolando a las hermanas (Jn 11, 19-31). Ahora es El, el que las consuela y ante su reclamo, subrayado por el llanto de las hermanas, sorprendentemente, El une su propio llanto al de ellas, es decir, comparte su luto. Es en este contexto en donde surge el llamado escándalo cristiano más grande: que la única respuesta posible a todo duelo humano es un punto concreto de la historia y una persona concreta: ¡Jesucristo! Que, si bien habla de la resurrección, primero tiene que mostrarse en la figura escandalosa de un crucificado. En realidad Jesús invita a Martha a salir de sí misma en dirección a Él, para que El a su vez pueda donarle el consuelo de la alegría que se encierra en la Resurrección: El vencerá a la muerte y su secuela de dolor y sufrimiento. Y lo que le pide es creer. Pero el acontecimiento de la fe tiene la nota peculiar de que es algo que viene de fuera a la persona, que no hace en ella sino que la abre a recibir algo que no se puede dar a sí misma. Así la palabra que el mismo Verbo le dirige le señala el camino a su pensamiento, a su ser entero. A diferencia de la filosofía que primero produce la idea y luego la Palabra, aquí el proceso comienza con la palabra predicada, ella ocupa el primer lugar. Es decir, el agente de pastoral del duelo no acude a ofrecer su propia palabra sino la Palabra viva que ya ha vencido a la muerte. “Jesús le dijo: Tu hermano resucitará. Marta le contestó: yo se que resucitará en la Resurrección, en el día final. Jesús le dijo: Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque muera vivirá, y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Ella le dijo: Si Señor: yo he creído que tu eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que viene al mundo” (Jn 11,23-27). Martha comienza diciéndole a Jesús que “sabe” que su hermano resucitará. Pero Jesús la saca del mundo de las ideas y conceptos y centra su atención en su propia persona uniendo palabras

bíblicas de extraordinario peso: “Yo soy”, Resurrección y Vida. Pero lo importante no es saberlo, sino ¡Creerlo! Y entonces el dialogo se corrige y adopta el camino correcto: la fe en el Resucitado. Su Resurrección ha vencido para siempre el aguijón de la muerte y le ha quitado toda ambigüedad a la alegría, dándole su fundamento definitivo: podemos alegrarnos porque la Vida ha triunfado sobre la muerte. En resumen, podemos decir que la fuerza, dinamismo y pedagogía de la pastoral del duelo es el Amor. “Solo la belleza salvara al mundo”, decía Dostolevski, y nosotros podemos decir: ¡La belleza de un amor que lo ha entregado todo! Que ha salido de sí mismo y que en este salir de sí mismo, la realidad invasiva y violenta que se mete sin permiso en la propia vida puede ser transformadora con la fuerza de la fe en una Persona: Jesucristo Resucitado. Aplicando la formula teológica: “Nada es redimido sino lo que es asumido”, podemos anunciar como discípulos misioneros que Cristo ha asumido todo duelo humano, que llora con quien llora pero para ayudarlo a salir de sí mismo, de sus ideas preconcebidas culturalmente, y conducirlo a la fe en El y recuperar la capacidad de leerse a sí mismo escatológicamente. La ontología cristiana se basa en el dinamismo de la Encarnación: el ser ha entrado en la historia. Pero, dice Balthasar: “El evento de la forma (de la resurrección) es una declaración ontológica decisiva, y como tal, punto medio superior entre la historia (objetividad) y fe (subjetividad). El nombre dado a este ser desde Dios es el amor; desde el hombre, autoentrega responsable –salir de sí mismo- que en lo sucesivo determina todo su problemático “ser en el mundo”. Para el discípulo este hecho definitivo tiene consecuencias: todo encuentro con el resucitado tienen una consecuencia envolvente e imperiosa, convertirse en misionero: “anda, ve y dile a mis hermanos que subo a mi Padre y su Padre, a mi Dios y a su Dios” (jn 20,17), es decir, que el acontecimiento de la Resurrección ha relativizado en el duelo de María Magdalena todo duelo humano abriéndose ontológicamente a la esperanza escatológica que ya está presente hoy. No se trata nada mas de un filantrópico consuelo, sino la invitación a dejarse asumir por el sentido escatológico del sufrir: “completo en mí lo que a la pasión del Señor” (Col 1,24) y así la misma muerte adquiere sentido de transito y se pueden

romper los dos grandes tabús que hoy agobian al hombre. El sufrimiento y la muerte. Con este piso firme de la teología, ella puede tener clara cuál sea su identidad y su participación en el dialogo con las demás ciencias, especialmente las afines en este caso como la psicología, la psiquiatría, la teratología, y la filosofía metafísica (de la que hoy se habla de su capacidad terapéutica), la medicina y su lucha contra la muerte, entre otras.

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