Sobre la obra Anciana sin hijos deja herencia por compartir. Resumen: La protagonista es una anciana que consigue a

Sobre la obra “Anciana sin hijos deja herencia por compartir últimos días”. Reparto: cuatro actores. Duración aproximada: una hora y media. Resumen:

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Sobre

la obra “Anciana sin hijos deja herencia por compartir

últimos días”. Reparto: cuatro actores. Duración aproximada: una hora y media. Resumen: La protagonista es una anciana que consigue a través de la mentira estimular la codicia de tres personajes a los que les promete la posibilidad de convertir a uno de ellos en su heredero, a cambio de convivir unos días con ella. En ella destaca la astucia para encontrar, a pesar de las diferencias entre los tres candidatos, ese punto de convergencia que los iguala. En la obra se conjugan escenas divertidas con otras más o menos crudas, sin olvidar un lugar privilegiado para la mentira, la confusión o la introspección.

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Anciana sin hijos deja herencia por compartir últimos días

Euge nio Asensio Solaz

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REPARTO

ESTELA. - Anciana no menor de setenta años. Si la locura consiste en alimentar falsas ilusiones, Estela está loca. Sin duda es una mujer inteligente, muy por encima de lo que los otros personajes pudieran pensar en un primer momento. Es también una mujer insatisfecha, a quien la vida se le ha quedado corta y sabe que necesita de los otros para prolongarla, aunque sea estimulando la codicia de éstos.

GLORIA. - Joven candidata al premio que promete Estela. Es algo ingenua debido a su juventud, y al desconocimiento que tiene de sí misma, lo cual le impide saber que puede ser tan codiciosa como cualquier mortal.

ISMAEL. - Personaje alrededor de los cuarenta años. El esfuerzo no le ha dado los frutos deseados,

y aunque no quiere

abandonar sus sueños, sabe que pronto deberá claudicar.

PATRICIO.- Pertenece al sector social que los medios de comunicación llamarían deprimido. Le caracteriza su desagradable catadura. Atraído por la posibilidad de conseguir la herencia de Estela, llegaría hasta donde fuera necesario.

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“Anciana sin hijos deja herencia por compartir últimos días”

PRIMER ACTO

En escena observamos una puerta a cada lado. A la derecha, la puerta conduce a la habitación de los huéspedes; a la izquier da, a la de Estela. En el foro, otra puerta conduce a las diferentes estancias del apartamento, y al lado, una pantalla. Algunos muebles clásicos se reparten por la escena, así como algunos sillones y un velador. Observamos que una anciana señorialmente v estida, reposa en un sillón de madera noble. La mujer hojea el periódico. En un momento dado la anciana se detendrá en la sección de anuncios por palabras, en ese instante se proyectarán sobre la pantalla imágenes poco definidas, al mismo tiempo, la anciana lee el periódico, pero con voz débil. Poco a poco la imagen proyectada se va definiendo, así como la lectura del anuncio, que a medida que se repite gana en vocalización y en sonoridad, hasta la claridad total. Observamos que la lectura de la mujer y las imágenes coinciden en el texto.

ESTELA. - “Anciana sin hijos deja herencia por compartir últi-

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mos días.

93 545 456 32... Anciana sin hijos... Anciana...”

Suena de fondo la campanilla de un teléfono, que progresivamente se funde con la voz de la mujer, hasta que sea el teléfono lo único que se escuche. Oscuro. Silencio. En el extremo derecho del proscenio aparece Patricio.

PATRICIO.- Pues porque yo lo necesito. Necesito el dinero que pudiera venirme de una herencia más que cualquier otra persona. Mire, le podría decir que soy la persona con más méritos para recibirla. No se ría que es así, tal como se lo digo. ¿Que no quiere que le cuente mi vida? Pues si usted no quiere yo no se la cuento, pero eso no quita, como le decía, para que yo sea la persona más indicada. ¿Que si yo he trabajado? Vamos que si he trabajado. He trabajado por períodos, o sea, siempre que tenía trabajo. No sé si me explico. Claro que no estoy solo, bueno sí que lo estoy pero es como si no lo estuviera, se lo digo así para entendernos. A mi hijo lo veo los fines de semana y en vacaciones. A ella, nunca, y ni ganas de verla, con el asco que me da la tía..., que no sé por qué me casé con ella. Es ponerse a hablar y ya me da dolor de cabeza. Pero las personas cambiamos, ¿no le parece? Las personas vamos cambiando sin darnos cuenta. Pasa el tiempo y un día te miras bien y te das cuenta de que ese de ahí delante, el que

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te muestra el espejo ya no eres tú. Que no, que no, que ese del espejo ya no eres tú, y a partir de entonces la vida se convierte en un ir acostumbrándote a convivir con ese tú que va por fuera, pero sabiendo que el verdadero es el que va por dentro. No sé si me explico.

Oscuro. Vuelve a escucharse la campanilla del teléfono. Luz. Silencio. Vemos a Gloria en el extremo izquierdo del proscenio.

GLORIA. - Pues no la querría para algo en concreto; quiero decir, que no tengo en mente comprar nada, es algo más general, que afectaría a mi forma de vida. Estoy convencida de que su herencia cambiaría mi percepción del mundo; el lugar que ocupo me ofrecería nuevas perspectivas. Creo que al fin sería más generosa, porque ser generosa es algo a lo que aspiro pero que no me puedo permitir, por lo menos de momento. No, no estoy casada, vivo con otra persona. No, no podemos tener hijos. ¿Usted está casada? Ah, perdone. No era mi intención meterme en su vida pero como comprenderá... ¿Cómo? Que ¿qué nos pasa que no podemos tener hijos? Pues usted bien que pregunta. No, no he dicho cómo se llama mi pareja, pero para su información le diré que se llama Carmen.

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Se repite la oscuridad y la campanilla del teléfono. Ahora el rostro iluminado es el de Ismael, que aparece en medio del proscenio.

ISMAEL. - Para una obra de teatro. Sí, sí, para poder llevarla adelante en una gran sala comercial y con actores de los del cine y de la televisión. Yo creo en mi obra, de otro modo no hablaría de ella. Pues trata... Oiga, es muy difícil contar una obra de teatro por teléfono. No se preocupe, lo intentaré. Bueno, son cinco personajes, pero se podría representar con cuatro actores, ya que las dos mujeres deben ser representadas por la misma actriz. Nos situamos en un vestuario masculino de una piscina municipal, con las paredes desconchadas por efecto del paso del tiempo. ¿Se sitúa? Ah, que nunca se ha bañado en una piscina. El vestuario es como un lavabo público pero más grande, que además tiene duchas, bancos de lamas de madera, perchas y taquillas para guardar la ropa. Que ¿qué asco? Pues la verdad es que un poco, sí. ¿Que si huelen los vestuarios masculinos? Siempre, y éste en concreto, más.

Oscuro. En el lateral izquierdo del proscenio aparece Gloria.

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GLORIA. - ¿Oiga? ¿Oiga? ¿Está usted ahí? Pues no me ha colgado la muy cabrona por haberle dicho... ¡Joder con la vieja! Eso me pasa por ir con la verdad. Claro, yo voy y le cuento mi vida al primero que me habla por teléfono. ¿Sabes qué te digo, vieja pedorra? Que te den... (Apurada) ¡Ah! ¿Pero estaba usted ahí? A mí me ha parecido que hemos tenido una interferencia. Vamos, yo he oído unas palabras y unas cosas impensables en una señora como usted. Que ¿qué palabras? (Más apurada) Me costaría repetirlas sin ruborizarme. ¿Usted no las ha oído? Sí, ésa, ésa también. ¿Y vieja pedorra? No, ésa, curiosamente no la recuerdo. Ah, que usted sí la ha escuchado. No, no, lo de la línea caliente es otra cosa. Sí, sí, estoy totalmente segura.

Oscuro. Ahora es Patricio quien ocupa la derecha del proscenio.

PATRICIO.- Yo le puedo ofrecer más que nadie. Yo le ofrezco todo lo que haga falta. Si yo le digo que es todo, es que es todo; a ver si me entiende. ¿Que dice que no me va a pedir tanto? Pues eso ya es cosa suya; ¿Sabe lo que le quiero decir? Y yo, pues qué quiere que le diga, no soy mala persona. A veces la vida me ha empujado sin yo querer por los peores

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caminos, pero como no soy malo, siempre he sabido retroceder para buscar la senda recta, y por eso, como no soy malo, en algún momento, digo yo que llegará mi recompensa. Dice usted que en el cielo, que cuando me muera Dios me recompensará? Sí, claro, pero si pudiera tener un anticipo, algo así como a cuenta, digo yo que mucho mejor. ¿Tengo razón o no tengo razón? ¿Usted qué dice?

Oscuro. Ismael aparece en el centro del proscenio.

ISMAEL. - Estoy totalmente de acuerdo con usted. A mí también me gusta la vida sedentaria. No hay nada como esa paz que se respira cuando los niños están en la escuela, la mujer trabajando o comprando y los vecinos en uno de esos viajes del Imserso. Entonces es cuando me encuentro y soy capaz de dar salida, de alumbrar las ideas que bullen por el pensamiento. No, ahora tampoco están mi mujer y mis hijos; efectivamente, por eso la estoy llamando. Ellos no saben que yo pensaba hacer esta llamada, por supuesto. Si el asunto se materializara, claro que lo sabrían, incluso le presentaría mi familia . Tres, tengo tres hijos: una niña y dos muchachos. Sí, tienen abuelos, pero viven muy lejos y casi no los ven. Exactamente, eso mismo le iba a decir yo, porque usted, es de suponer que no tiene nietos, ¿verdad? Pues vaya haciéndose a

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la idea de que si usted quiere, tendrá tres.

Oscuro. Música de tango.

ESTELA. - (Desde fuera) ¡Silvia! ¡Silvia!

Se enciende la luz del lateral derecho, procedente de la habitación de Gloria. Al poco entra Gloria con claros signos de haber sido despertada por los gritos de Estela. Al llegar Gloria al centro de la escena, cesan las voces y ella se detiene. Espera un momento. Vuelve el oscuro y la música del tango, que se aproximará. Llegará a su máxima expresión y lentamente irá muriendo. Ahora Estela está sentada, lleva un peinador sobre los hombros. Gloria, desde detrás, la peina.

GLORIA. - Pongamos que fuera hoy. ESTELA. - No va a ser hoy. GLORIA. - No, claro, pero pongamos que fuera hoy, así, sin más. ESTELA. - Pero es que no podría ser hoy. GLORIA. - ¿Por qué no? ESTELA. - Porque será un día triste, un día cósmicamente triste. Lo siento por la humanidad, pero algún signo de duelo

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universal creo que me merezco. GLORIA. - Según usted, ¿hoy no es un día cósmicamente triste? ESTELA. - Eso es. ¿A ti te lo parece? GLORIA. - Yo no sé exactamente qué quiere decir cósmicamente triste. ESTELA. - Quiere decir que algo sucederá en el mundo acorde con la circunstancia de que yo me muera. GLORIA. - ¿Como un terremoto, o una gran explosión, o el fin del mundo? ESTELA. - O que lloverá, que lloverá tristemente, eso sí. GLORIA. - La lluvia siempre es triste; aunque sea necesaria, imprescindible y todo eso que ya sabemos, siempre lleva su dosis de tristeza. ESTELA. - Así tiene que ser. GLORIA. - Bien, pongamos que mañana o pasado mañana nos amanezca un día triste, cósmicamente triste... (Pausa) ESTELA. - Sigue, Silvia. GLORIA. - Me llamo Gloria. ESTELA. - Lo sé, pero yo te llamaré Silvia. GLORIA. - A mí me gusta Gloria. ESTELA. - A mí también. GLORIA. - Entonces por qué quiere llamarme Silvia. ESTELA. - Oye Gloria, ¿tanto te molesta que yo te llame Silvia?

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GLORIA. - (Sabe que discutir no le beneficiará) Supongo que no tiene mayor importancia. ESTELA. - Entonces estamos de acuerdo. GLORIA. - (Que no acaba de admitir el cambio de nombre) Si aceptamos que yo para usted soy Silvia, también podemos aceptar que usted para mí sea... Estrella. ESTELA. - Bien, me parece acertado. Te diré que mi nombre, Estela, de niña, y también de adolescente, e incluso hasta cierta edad anterior a la que llamamos madura, llegó a gustarme porque connotaba, al menos para mí, algo vago, algo impreciso, decadentista, cuya mención aportaba rasgos interesantes a mi personalidad. Después, cuando ya entré en la vejez, lo de Estela comprobé que es como lo de la lluvia, es decir, que si la lluvia siempre es triste, Estela será para siempre nombre de vieja. Si me llamas Estrella, me parece que mi persona vuelve a brillar, o que vuelvo a empezar algo indefinido, o sea, que me extirpas los estratos que el tiempo ha ido depositando sobre mi piel. Estrella, me gusta. GLORIA. - Pues a mí, aunque admitamos que usted me llame Silvia, no puede gustarme. Si alguien, conque sólo mencione el nombre Gloria, en ese nombre, me llega todo lo que soy: mi pasado, mi presente y mis proyectos; en cambio, el nombre Silvia es para mí un nombre vacío, sin historia. ESTELA. - ¿No has pensado que el nombre es tan importante para

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el que lo escucha como para quien lo pronuncia? Además, y lo siento, Silvia, pero la vida, la tuya, la mía, la de cualquiera es mucho más importante que un nombre.

Pausa

GLORIA. - Pongamos que el jueves próximo o el domingo próximo fuera el día... ESTELA. - No podrá ser. No sólo será un día triste, sino que no permitiré que sea ni jueves ni domingo. Será sábado. GLORIA. - Y ¿cómo puede saberlo? ESTELA. - Esas cos as se saben y basta.

Pausa

GLORIA. - Pongamos que el próximo sábado amaneciera cósmicamente triste. ESTELA. - Pongamos. GLORIA. - Y sucediera lo no deseado. ESTELA. - Mientes. GLORIA. - No. Lo digo sinceramente. Yo no deseo que se muera nadie. Es uno de mis principios. ESTELA. - Te recordaré que cobrar mi herencia pasa por que yo me muera.

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GLORIA. - Sí, claro; pero su muerte la considero el resultado de un proceso natural, jamás la entendería como el resultado de mi deseo. ESTELA. - Proceso natural. Anda, no me hagas reír. O sea, que verte de golpe rica es el resultado de un proceso natural. Nada más alejado de lo natural que el dinero, querida Silvia. En fin, pongamos que el próximo sábado amanezca cósmicamente triste y yo me muero; íbamos por ahí, ¿no? GLORIA. - Sí. ESTELA. - ¿Y no quieres seguir? GLORIA. - Sí, quiero seguir. La pregunta es ¿dónde iría a parar la herencia? ESTELA. - Es decir, que quieres saber si tengo o no tengo hecho el testamento. GLORIA. - Eso es. ESTELA. - La respuesta es: no hay testamento. GLORIA.- ¿Entonces? ESTELA. - ¿Para qué voy a testar si sé que de momento no me voy a morir? GLORIA. - El anuncio decía: Anciana sin hijos deja herencia por compartir últimos días. ESTELA. - Claro, cualquiera, después de leerlo pensaría que se trataría de una anciana, por supuesto, enferma, más o menos desahuciada, pero después resulta que la anciana no tiene la

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intención perentoria de morirse, y, cómo no, eso frustra, ¿no es así? GLORIA. - Si le soy sincera, cuando menos, choca. Por otra parte, y sin ánimos de ofenderla, a cualquiera le parecería que en ese anuncio hay algo de publicidad engañosa. ESTELA. - Nada de eso, guapa. Yo no vendo nada, al contrario, lo ofrezco todo. GLORIA. - Visto así... ESTELA. - No se puede ver de otra manera, Silvia. GLORIA. - No, claro. ESTELA.- Cuando en el anuncio se lee eso de compartir últimos días, se trata de una forma un tanto hiperbólica de decir que ya he quemado todas las etapas de la vida y nada más me queda la última, compuesta de los días que me conducirán hacia ese sábado cósmicamente triste. ¿Verdad que lo entiendes? GLORIA. - Sí, aunque deberá reconocer que le quedan algunos sábados más de lo que se deduce de la lectura del anuncio. ESTELA. - Eso espero. Pero no te vayas tú a desanimar ahora, no seas tonta. Para vivir muchos años no sólo hace falta salud, también hay que ser algo idiota. Mira, fíjate bien (se levanta y camina). Fíjate, camino renqueando, necesitaría un bastón. De acuerdo, no estoy agonizando en la cama ni necesito una silla de ruedas, pero no me dirás tú que con estas piernas llegaré muy lejos. ¿Te parece ahora más convincente

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el anuncio? (Se sienta con dificultad. Pausa) ¿Qué te ha dicho Carmen? GLORIA. - ¿Carmen? ESTELA. - ¿No se llamaba Carmen tu pareja? GLORIA. - Sí, se llama Carmen hasta que usted quiera. ESTELA.- No sé por qué le tendría que cambiar el nombre. En fin, ¿qué le ha parecido que tú estés aquí? GLORIA. - Qué quiere que le diga, la idea de cobrar una herencia, bien; pero también le ha parecido que era un tanto abusivo. ESTELA. - ¿Por tu parte? GLORIA. - No, qué va. Por la suya. ESTELA. - ¿Por la mía? Esa sí que no me la esperaba. GLORIA. - (Ya ha acabado de peinarla) O sea, que pasarme quince días aquí, en su casa, de criada para todo y sin cobrar no le parece abusivo. ESTELA. - (Se levanta) Mira Silvia, se trata de una prueba, de un examen. La vida está llena de exámenes. ¿Verdad que si tú quieres estudiar una carrera para algún día ejercer una profesión gratificante y bien remunerada te la tendrás que costear? ¿Verdad que si quieres tener un negocio tendrás que invertir un dinero aun sabiendo que se puede perder? ¿Acaso si acudes a una entrevista para un trabajo no dudarás en comprarte ese vestido para impresionar al entrevistador? Esto es

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lo mismo, niña. Esta prueba es una larga entrevista, es una inversión de quince días, cuyas ganancias te alegrarían esa expresión escéptica para toda la vida. Dime tú, ¿cómo puedo conocerte, cómo puedo saber que eres tú la persona indicada si no? Desde luego no podré saber jamás si administrarás correctamente ese capital que puede caer en tus manos, pero quiero intentarlo a mi modo. GLORIA. - ¿Y por qué no lo lega todo a una oenegé? ESTELA. - ¿A una qué? GLORIA. - A una organización no gubernamental. Ya sabe: la Cruz Roja, Médicos sin Fronteras... ESTELA. - Déjame de oenegés. A saber... A mi manera yo también soy una oenegé de esas a las que tú te refieres. GLORIA. - Me convence más entenderlo como una lotería. ESTELA. - ¿Como una lotería? GLORIA. - Sí. Yo tengo un número, otros tendrán otros números y a ver si toca. ESTELA. - No es una lotería. Siéntate, Silvia (se sienta) No puede ser una lotería porque aquí no interviene la suerte. En estos días te observaré sin que lo notes, te analizaré; es decir, intentaré conocerte e incluso adelantarme a lo venidero para saber cómo serás. GLORIA. - ¿A cuántos más? ESTELA. - Tú por eso no debes preocuparte. No quiero que veas

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en tu imaginación a los demás candidatos como un techado de virtudes. Olvídate de eso, niña, para ti ni existen. Nadie es mejor que nadie. Quiero que me sorprendas en tus actos cotidianos. No te pido ninguna pirueta. Compórtate como tú eres. Nada más.

Pausa

GLORIA. - Aunque a Carmen le pareció abusivo, también me deseó suerte. ESTELA. - Comprenderás que no comparta ese deseo, por lo menos si todo ha de llegar hasta sus última s consecuencias. GLORIA. - Perfectamente.

Ríen. Gloria se levanta.

GLORIA. - Por lo visto ya está decidido que he de llevar yo la casa. ESTELA. - Sí, tú, por supuesto. GLORIA. - Ve como es abusivo. ESTELA. - Veo que no te ha quedado claro, Silvia. Habitualmente viene Rosana, pero mientras estés tú aquí, ella no pisará esta casa. GLORIA. - Le propongo que venga Rosana y que lleve la casa

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mientras nosotras nos dedicamos a salir por ahí. ESTELA. - A mí me gusta quedarme en mi casa. Además, Rosana no te gustaría. Yo la odio. No se parece en nada a ti, niña. Es, sencillamente, una estúpida redomada. GLORIA. - Quizás tenga en el fondo buen corazón, o fuera de aquí sea muy diferente a como se comporta con usted. ESTELA. - ¿No te estoy diciendo que es una estúpida? Las personas pueden ser buenas, malas o estúpidas. Rosana es de estas últimas. GLORIA. - Me parece que estos quince días van a ser muy duros y no voy a poder quitarme de la cabeza que estoy haciendo el primo. Van a ser duros y aburridos. ESTELA. - ¿Aburridos? Qué va. Jugaremos a las cartas y veremos la televisión. ¿Qué hora tienes? GLORIA. - Las cuatro menos cuarto. ESTELA. -

Siéntate, que veremos la tele.

Estela coge el mando del televisor y dispara hacia el patio de butacas. Por la pantalla colgada en el foro, se suceden las imágenes de diferentes canales en coordinación con el dedo de la anciana, quien se decidirá por la información meteorológica. Toma asiento en un sillón encarado hacia el proscenio. Gloria, aunque algo remisa, se sentará después, de modo que aunque la pantalla quede detrás de las mujeres, és-

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tas miran hacia los espectadores.

ESTELA. - Si quieres, en vez de sentarte para ver la tele, puedes ir a la habitación de planchar y empiezas a doblar ropa. Lo que tú prefieras, estás en tu casa, Silvia. VOZ TV.- La corriente de aire caliente procedente del sur nos llegará a primeras horas de la noche, por lo cual, las nubes desaparecerán y nos limpiará el cielo para poder disfrutar mañana sábado de uno de los días más radiantes de este mes. Muy buenas tardes.

Oscuro. Música de transición.

ESTELA. - (Desde fuera) ¡Silvia! ¡Silvia!

Se continúa la acción que quedó fragmentada más arriba. Gloria había salido de su habitación al escuchar las voces de Estela. Al llegar al centro de la escena se detiene, no oye nada y decide regresar a su cuarto, pero antes de que desaparezca, vuelve a ser llamada por Estela, por lo que retrocede y se encamina hacia la habitación de la anciana. A continuación se suma la luz que sale de la habitación de Estela (lateral), pero al poco, la luz decrece hasta la oscuridad total. Música de transición. Al regresar la luz las dos mujeres

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están jugando a las cartas

sentadas a un velador.

ESTELA. - Sé lo que estás pensando. GLORIA. - No lo sabe. ESTELA. - Claro que sí. GLORIA. - Pues dígalo. ESTELA. - ¿Y volver de nuevo a lo de antes? No vale la pena. GLORIA. - Es usted quien está sacando de nuevo el tema. ESTELA. - ¿Ves como sabía lo que estabas pensando? GLORIA. - Y yo me pensaba que esto iba a resultar duro y aburrido y ahora resulta que me lo estoy pasando en grande. ESTELA. - Si no te lo pasas bien es porque tú no quieres. GLORIA. - Pues será eso.

Pausa.

ESTELA. - La ensaladilla rusa estaba salada, perdona pero no me lo quiero callar. A lo mejor para ti no lo estaba, pero recuerda que yo debo vigilar mi dieta y prefiero decírtelo para que te vayas fijando. Tú no sabes lo que me podría ocasionar una subida de tensión. Son cosas que has de saber, niña. GLORIA. - Pero si apenas le he puesto sal. ESTELA. - Además, tampoco quiero callármelo: a la ensaladilla

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rusa no se le pone... GLORIA. - Pimiento. A mí me da exactamente lo mismo si se le pone o se le deja de poner pimiento, pero ha sido usted quien me ha dicho que aprovechara ese medio pimiento que quedaba en la nevera, por lo tanto, no me haga responsable de ello. ESTELA. - Qué mentira más grande. GLORIA. - O sea, que yo soy la mentirosa. ESTELA. - Mira Silvia, quizás me hayas entendido mal, porque yo estoy completamente segura de que nunca te he pedido que a la ensaladilla rusa le pusieras ese medio pimiento. GLORIA. - Estamos de acuerdo. Yo soy una mentirosa.

Silencio.

GLORIA. - Hoy tengo que ir a ver a Carmen. ESTELA. - ¿Y por qué? GLORIA. - Porque quiero ir a verla sencillamente. GLORIA. - Has dicho: “tengo que ir a ver a Carmen”, no que quieres ir a v erla, lo cual es bien diferente. GLORIA. - ¿Qué más da si tengo que ir a verla o si quiero ir a verla? ESTELA. - Hay una diferencia abismal. ¿Tú no lo ves así? GLORIA. - No, no lo veo así. ESTELA. - (Breve pausa) Vamos a ver, Silvia, ¿por qué no estás

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bien aq uí?; o mejor dicho, ¿por qué crees que no estás bien aquí? GLORIA. - Esta casa no es precisamente una feria, si vamos a ser sinceras. ESTELA. - Sí, claro, vamos a ser sinceras; estás en tu derecho. Puedes salir libremente, no tienes por qué enclaustrarte en esta feria, quiero decir, en esta casa. (Transición) ¿Qué día es hoy? GLORIA. - Miércoles. ESTELA. - ¿Cuándo vimos en la televisión aquella serie tan divertida de aquellos chicos que estudiaban en un instituto? GLORIA. - El lunes, pero ni es una serie divertida ni es un instituto. ESTELA. - Ese mismo lunes, justo cuando bajaste al super llamó Carmen. GLORIA. - ¿Llamó Carmen? ¿Hace dos días que llamó Carmen y hasta hoy no me ha dicho nada? ESTELA. - ¿Qué quieres que te diga, niña, si hasta hoy no me he acordado? GLORIA. - (Subiendo la voz) Claro, debe de ser por las muchas cavilaciones que rondan por su cabeza por lo que se le debió olvidar. ESTELA. - Perdona, Silvia, a veces me falla la memoria. GLORIA. - ¿Y qué le dijo?

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ESTELA. - (Con cierto cinismo) No sé. A ver, déjame pensar... Ah, sí: que si te había dado el recado del viernes. GLORIA. - ¿Qué recado! ESTELA. - (Cínica) No lo sé. Ya ni me acuerdo. Hace tantos días... Qué más puedo decirte... GLORIA. - O sea, que llamó primero el viernes para darme un recado, recado que, por supuesto, usted no me dio. Carmen vuelve a llamar el lunes, seguramente esperando alguna respuesta por mi parte. En definitiva, usted se ha olvidado de las dos llamadas e incluso del motivo de las llamadas. Debo ir a verla inmediatamente. ESTELA. - No te pongas tan nerviosa, niña. Vamos a ver, ¿por qué no te llama a tu teléfono móvil? Todos los jóvenes tienen un teléfono móvil. GLORIA. - Porque no lo traje. Poco antes de trasladarme aquí se me cayó y desde entonces no funciona. Por eso no lo traje. ESTELA. - Pues entonces llámala desde aquí. (Señala el teléfono) Llámala y saldrás de dudas. GLORIA. - ¿Desde aquí? ESTELA. - ¿Por qué no? GLORIA. - Prefiero ir a verla. ESTELA. - Vamos, niña, llámala y acabas de una vez. GLORIA. - Que no, que prefiero ir a verla.

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ESTELA. - ¿Prefieres que me marche a la habitación? GLORIA. - ¿A la habitación? ESTELA. - (Cínica) Claro, para que tengáis más intimidad al hablar de vuestras cosas. GLORIA. - He dicho que no, y por favor, no insista. ESTELA. - Lo ves, no estás bien porque no quieres estar bien. A veces las soluciones están al alcance de la mano y nos las imaginamos inalcanzables. Silvia, yo quiero ser tu amiga. ¿Lo entiendes? Quiero que me veas como si fuera tu amiga, o si por nuestra diferencia de edad preferirías verme como a tu madre o a tu tía, no me importaría lo más mínimo. GLORIA. - Me voy. ESTELA. - Es la hora de cenar. GLORIA. - Si todavía no son las seis. ESTELA. - Claro, pero habrá que empezar a preparar la cena; además esta noche en la primera cadena quiero ver “Oficial y caballero”. ¿No te gusta Richard Gere? ¡Oh! Lo siento, bueno, también sale aquella chica tan guapa, ¿o era en otra película? De todas maneras, alguna chica guapa actuará. GLORIA. - En una hora estoy de vuelta. ESTELA. - ¿No lo entiendes! ¡Te digo que es la hora de preparar la cena! ¿Tampoco te acuerdas de mi dieta sin sal, de mis horarios, de nuestro acuerdo y de todo lo que está en juego? GLORIA. - Me acuerdo perfectamente de todo y por eso en una

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hora estaré de vuelta. Me voy.

Gloria se dirige hacia la puerta.

ESTELA. - Si sales por esa puerta más vale que lo hagas con tu maleta. GLORIA. - Solamente es una hora. Siéntese y encienda el televisor. ESTELA. - (Jadeante) Te lo he dicho bien claro, Silvia, si sales llévate tu maleta. GLORIA. - (Tras una breve reflexión) De acuerdo (Estela sonríe) . Me llevaré mi maleta. ESTELA. - (El jadear se ha convertido en ahogo) Vete, pero por favor, llama antes a un médico. GLORIA. - No empiece como el otro día. (La sienta y le enciende el televisor) Una hora. Usted no haga nada. Mire, le dejo una pastilla, o mejor le dejaré la caja entera. Yo no tardaré más de una hora, quizás menos. (Sale para volver con la caja de pastillas que le pone en la mano a la anciana) ESTELA. - Serás culpable de una muerte. La hubieras podido evitar, pero no, prefieres que yo me muera. GLORIA. - No se va a morir, recuerde que hoy es miércoles y no parece que quiera llover. Una hora y vuelvo para preparar la cena. (Sale)

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ESTELA. - (Con tremendos esfuerzos) ¡Silvia! Me encuentro muy mal. ¡Silvia, por Dios! ¡No te vayas!

La pantalla muestra las carantoñas de un pésimo humorista disfrazado de niño, al que un público comprado no escatima en aplausos. Gloria abre la puerta y poco a poco se acerca hasta Estela.

GLORIA. - Bueno, qué, Estrellita, ¿te mueres o no te mueres? ¿Ya se ha tomado la pastilla de la tensión? ESTELA. - No. GLORIA. - Vamos a ver, está a punto de morirse, así que usted decidirá qué quiere hacer. ESTELA. - Dámela tú. GLORIA. - (Extrae la píldora de la caja y se la mete en la boca. Sale de escena pero regresa con un vaso de agua. Apaga el televisor) Beba. (Pausa) Me pregunto qué hubiera pasado si yo, en vez de regresar hubiera continuado mi camino. ¿Se hubiera tomado la pastilla? Le voy a decir lo que pienso. Primero, usted se ha provocado esta subida de tensión sólo porque le he dicho que tenía o que quería ver a Carmen y no tenía argumentos para convencerme de que me quedara. Y segundo, ha estado jugándose la vida, sin tomarse la pastilla, porque sabía que volvería para dársela. ¿Me equivoco? Ése ha sido su

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triunfo. ESTELA. - (Todavía convaleciente) Yo también quiero decirte lo que pienso. Primero, has vuelto, lo cual yo te agradezco, pero no sé si debo considerarlo como un acto altruista. GLORIA. - ¿Cómo si no? ESTELA. - Segundo, ahora sé que tú ya no te irás antes de los quince días. Me lo has demostrado. GLORIA. - Quizás se equivoque. ESTELA. - No me equivoco, está bien claro. Además, ¿acaso he declarado quién será mi heredero? GLORIA. - Entonces, cómo va a considerar este acto. ¿Me dará puntos? ESTE LA.- No lo sé, pero lo que queda claro es que para ti, para que te conozca, es un buen principio de reflexión.

Silencio.

ESTELA. - ¿Cómo es Carmen? GLORIA. - (No se esperaba la pregunta) Yo la quiero mucho. ESTELA. - Eso quiere decir que no es guapa. GLORIA.- Claro que es guapa. La suya es una belleza rotunda. Carmen se aleja de los estereotipos que nos impone el cine y la televisión. Ella… ella emana su propia belleza. ESTELA. - Me lo supongo.

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GLORIA. - ¿Por qué se lo supone? ESTELA. - Porque si no fuera así no estaría contigo, estaría con un hombre. GLORIA. - No entiende nada. No quiero seguir hablando de Carmen con usted.

Silencio

ESTELA. - Fue en Tenerife. Mi padre era militar y por ello recorrimos gran parte de España. En la etapa de Tenerife solíamos acudir a ciertas recepciones organizadas por el Club de Oficiales. En fin, ese tipo de relación endogámica para salvaguardar a las niñas de garras menos marciales que las de los jóvenes recién salidos de la academia. Mi amiga Verónica y yo preferíamos a los aviadores. Eran mucho más educados, más refinados y galantes que los de otros cuerpos, y además, no solían refugiarse en la barra del bar. ¿Tú sabes, acaso puedes imaginarte cómo nos impresionaban aquellos jóvenes, auténticas promesas de futuro, estilizados en sus uniformes? Jamás vi belleza masculina como la de aquellos aviadores. Fíjate que a mi amiga Verónica y a mí nos parecía vivir dentro de una película. El caso es que estas reuniones se organizaban por temporadas; y cuando la temporada de fiestas se acababa, solía coincidir con las vacaciones de la familia de Ve-

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rónica y de la mía. Obviamente, viviendo en Tenerife no era necesario salir de viaje para buscar el sol y el mar; así que iba con Verónica a la playa, frecuentaba su casa, ella la mía, es decir, que hacíamos vida en común. GLORIA. - Y se enamoró de Verónica. ESTELA. - Vaya, sí que disparas deprisa. No exactamente. Bueno, supongo que no. GLORIA. - Estela, no me diga que es usted una lesbiana reprimida. ESTELA. - Pero qué lesbiana ni lesbiana. Antes podría admitir que me enamoré de ella, aunque no fuera totalmente cierto, pero jamás lo que tú dices. GLORIA. - Sí, sí, confiéselo. ESTELA. - A mi edad ya puedo confesar sin prejuicios lo que haga falta, y de ser lesbiana, no me importaría declararlo. Lo que quiero decirte es que en algún momento, nuestra relación fue tan estrecha que llegamos a ser inseparables. Llegamos a ser una pareja, pero no una pareja como la que tú estás pensando. Nosotras no tuvimos ninguna relación sexual ni nada por el estilo; sin em bargo, tuve tiempo para observar y conocer a Verónica, para quererla y para apreciar en ella esa belleza que huye de patrones para declararse, como tú has dicho, rotunda. GLORIA. - Insisto, a eso se le llama lesbianismo reprimido.

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ESTELA. - A eso se le llama amistad, niña. GLORIA. - Que cada uno lo llame como quiera. ESTELA. - ¿Acaso estás segura de que tu relación con Carmen no es meramente amistosa? GLORIA. - Convencidísima. ESTELA. - Has contestado demasiado deprisa. GLORIA. - ¿Y? ESTELA. - Que lo has dicho tan rápido para convencerte a ti más que a mí, para no otorgarte ni siquiera un segundo de duda, ni de reflexión. GLORIA. - ¿Pero qué sabrá usted? ESTELA. - ¿Qué sabré yo? ¿Quieres jugar a “Yo qué sé”? GLORIA. - No sé qué juego es ése, pero de todos modos, no quiero jugar. ESTELA. - (Animada) Venga, vamos, empiezo yo: Yo sé que... GLORIA. - Por favor, Estela, es ridículo. En fin, ¿qué sabe usted? ESTELA. - (Punzante) Yo sé que te hubiera gustado ser diferente. GLORIA. - No es necesario que siga, no quiero jugar. Me parece infantil, patético. ESTELA. - (Pueril y cínica, con la cantinela con la que se dirigen algunos a los niños para hacerles enrabiar) Yo sé que te hubiese gustado... ser más guapa. No eres fea, niña, pero

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tú lo sabes, lo sabes así, para tus adentros, que te ha faltado cierta gracia. ¿En qué te fijas delante del espejo? ¿En tus ojos? ¿En tu nariz? ¿Quizás en el cabello o tal vez en el pecho? No importa si no me lo dices, yo lo sé. ¿Qué prefieres, decírmelo o que te lo diga yo? GLORIA. - (Dolida) Me quiere hacer daño, ¿verdad? ESTELA. - ¡Lo sabía! Sabía que te iba a herir y eso me confirma que no estoy equivocada. (Transición para volver a su actitud más cínica) Silvia, ¿dónde te duele más cuando te observas en el espejo? (Segura. Como resumiendo) Niña, eres de esas mujeres que sin ser feas quisieron ser más guapas. Eso lo piensan todas las mujeres, me dirás, sí, ya lo sé, pero a algunas, esa condición les ha creado cierta melancolía especial, y eso las delata, como a ti; las debilita en el carácter, en sus actitudes y sus decisiones. (Protectora) Si te lo digo es porque quiero que sepas que debemos ser amigas. ¿Sabes por qué? Porque nos parecemos. Yo también he sido y todavía lo soy, qué diablos, de ese tipo de mujeres. Pero aún te diré más, Verónica no era como nosotras, y por eso la observaba, la admiraba al tiempo que la envidiaba y odiaba. (Pausa breve) ¿Lo ves? No es preciso que me digas cómo es Carmen. Ahora si quieres ya puedes ir a preparar la cena.

Estela retoma el mando del televisor, apunta hacia el

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público y al “disparar” vuelve el oscuro. Música. Progresará la acción fragmentada: Estela habla desde fuera, es decir, desde su habitación; Gloria, desde el umbral de la habitación de la anciana. 1

ESTELA. - Me acabo de acordar de algo muy importante. ¿Sabes por qué no vimos “Oficial y caballero”? GLORIA. - ¿Para eso me llama y me despierta? ESTELA. - Pues no la vimos porque era miércoles y resulta que está programada para el viernes, o sea, para mañana. GLORIA. - Querrá decir para hoy. Muy bien. Buenas noches.

Pretende volver a su habitación.

ESTELA. - Fíjate, Silvia (ésta se detiene), ¿en qué estaría yo pensando para confundirme de día? GLORIA. - En Richard Gere. Si ya está todo yo me... ESTELA. - ¿Pero estabas dormida? GLORIA. - Estoy dormida. ESTELA. - Pues anda, niña, vete a la cama y descansa. GLORIA. - Buenas noches.

1

Si el director de escena considera que la estructuración de escenas fragmentadas añade una complejidad innecesaria, puede retomar aquí las dos escenas fragmentads anteriores y enlazarlas en una única escena.

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Se apaga la luz de la habitación de Estela y Gloria se dirige a la suya. Al poco de haberse apagado su luz, Estela vuelve a llamarla.

ESTELA. - (Desde fuera) ¡Silvia! ¡Silvia!

Asistimos de nuevo a los movimientos de Gloria y de luces.

ESTELA. - Niña, no encuentro la dentadura. GLORIA. - ¿Qué no encuentra qué? ESTELA. - La dentadura. GLORIA. - ¿La dentadura? ¿Para qué quiere ahora la dentadura? Para dormir no le hace ninguna falta. ESTELA. - Pues claro que me hace falta. GLORIA. - No se preocupe ahora por su dentadura, cuando amanezca ya la buscará, ¿de acuerdo? ESTELA. - No, no, no. Yo, sin mi dentadura no puedo dormir. GLORIA. - (Moderando la desesperación) Y qué quiere, ¿que la busque? ESTELA. - Sí, reina. Hazme ese favor. Búscala y si la encuentras, me la traes.

Gloria busca resignada por la escena sin éxito. Sale por

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la puerta del fondo y al poco regresa con la dentadura, que sostiene con un profiláctico papel higiénico de por medio.

GLORIA. - Ya la tengo. (Se dirige hacia la habitación de Estela) ESTELA. - Que Dios te lo pague, guapa.

Gloria se dirige hacia su habitación. Entra. Oscuro. Al poco, se enciende la luz de la habitación de la anciana y, ésta, se dirige hacia la habitación de la joven.

ESTELA. - ¿Estás dormida? GLORIA. - (Desde fuera) Sí, y me ha asustado. ESTELA. - Entonces no te molesto. Es que yo ya me he desvelado. GLORIA. - Pero si le he encontrado la dentadura. ESTELA. - Sí, pero como has tardado tanto... Ahora ya no sé si acostarme o quedarme aquí sentada. GLORIA. - (Segura) Acuéstese. ESTELA. - No. Me parece que me voy a quedar aquí un rato sentada, a ver si me da el sueño, porque si me acuesto será peor. La anciana se dirige hacia un sillón, en el que se acomodará.

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ESTELA. - Sabes, Silvia, me gusta que estés aquí, aunque no digas nada, incluso aunque estés dormida. No sabes hasta qué punto me reencuentro. Yo también estaba dormida, pero llegó él (pausa). ¿Nunca has querido dormir tanto, tanto que cuando despertaras se hubiera borrado el mundo que tú conocías y ante ti se alzase otro distinto? Fíjate, como si uno pudiera cerrar los ojos y al abrirlos la realidad fuese más amigable y menos severa. Como si al abrir los ojos uno pudiera elegir la edad que quisiera –los dieciocho años, ve nga-, los conocidos, las ocupaciones, el lugar de residencia o el color de la piel. Una vez vi en el parque a unas niñas que discutían con la crueldad propia de los niños. La mayor, orgullosa y envalentonada por el aplomo que la diferencia de edad le otorgaba, decía que ella era la más bonita porque tenía los ojos azules, el cabello rubio, y además, añadía que ella era algo más alta que las niñas de su edad. La menor le replicaba diciéndole que ella también tendría los ojos azules, el cabello rubio y la mis ma altura que la otra cuando tuviera sus mismos años. En lo que no reparaba la pequeña era en que cuando pasaran los años de diferencia, seguirían colgándole de los hombros sus brazos atrofiados de muñeca. Como ves, a temprana edad y ya la vida nos obliga a cerrar los ojos para defendernos de ella. Yo los he cerrado tantas veces, Silvia. Alguna

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vez los he cerrado deseando morirme un poquito, unos minutos, una hora..., pero lo único que he conseguido en alguna ocasión es que apareciera él. ¿Tú sabes a quién me refiero, niña? Estoy segura de que sí, somos muy parecidas; sí claro, salvo en la edad. Cuando él llega no conoce los límites que imponen los ciudadanos de ojos abiertos y por eso tú le dejas entrar, le dejas que se acomode, que se acomode en ti. Vamos Silvia, no me digas que te sorprende lo que te estoy diciendo. El hombre invisible convive con nosotras, siempre nos acompaña (sí, como un ángel de la guarda, eso es), pero sólo se hace presente en ocasiones. Esta noche me ha despertado su ansia, sus maneras. Me ha abrazado tan fuerte que me ha despertado. ¿Nunca te ha pasado eso a ti? Así, entre nosotras, aunque te parezca cursi, a mí me gusta llamarlo el pájaro nocturno. Me lo imagino de noche en mi habitación sentado en mi butaca y mirándome cuando estoy dormida. No es que el hombre invisible tenga forma de pájaro, sencillamente, no puede tener forma, pero aun así ¿cómo explicar que tenga esas manos tan grandes? ¿Verdad, Silvia? Oye, ¿podrás creerte que entre sus susurros, a veces me adelanta acontecimientos? Últimamente me habla mucho de mí. Me dice que algo me sucederá para que yo recupere el tiempo perdido. No te sabría decir mucho más, sólo que yo sé que no me engaña, que está organizando mi proyecto. Tú, Silvia, puedes, no, mejor, debes pensar en mí

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como en una vieja loca. Es lo correcto; sin embargo, cuanto menos me creas, mayor será tu sorpresa. (Pausa breve) ¿Sabes cuál de nuestras diferencias me duele más? Pues que yo ya tengo un proyecto, no me lo ha concretado pero lo tengo. Y tú, niña, ¿tienes algún proyecto? Lo peor sería que ese proyecto no llegase a tiempo, o sea, que me muriera. ¿Sabes cuántos ancianos, casi siempre ancianas, mueren solos cada año? Ahora mismo no te sabría decir el número, pero a veces lo dicen en la tele: los vecinos se extrañan porque no te ven salir, después el olor a putrefacción que invade el rellano, las cucarachas que desfilan por debajo de la puerta hacia la escalera... Y resulta que la noticia pretende provocar la alarma social porque te mueres sola. Y me pregunto: ¿hay alguna otra forma de morir? Incluso aunque estés rodeada de hijos, muchos nietos, amigos, conocidos, vecinos y curiosos, ¿hay alguna otra forma de morir? (La angustia va in crescendo) ¿Hay, Silvia, alguna otra posibilidad de morir? Silvia, ¡respóndeme! Ahora no te calles. Sabes que sé que no te has dormido. ¡Silvia! ¿Tú qué piensas? ¿Qué opinas? ¿Puede alguien morirse si no es en soledad? (En plena crisis de angustia) ¡Silvia, Silvia, Silvia!

De la que era la habitación de Gloria sale Ismael, somnoliento, inquieto por las voces de Estela.

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ISMAEL. - ¿Pero qué sucede? ESTELA. - ¿Silvia? ¿Dónde está Silvia? ISMAEL. - (Extrañado) ¿Silvia? ¿Quién es Silvia?

Oscuro durante un par de segundos. Al volver la luz ella sigue sentada en la butaca. Ismael, desde el centro del proscenio se dirige al público.

ISMAEL. - Lo acepté a regañadientes, para qué nos vamos a engañar. El caramelo era la herencia, por supuesto no era llevar una casa ni aguantar a... (se gira para mirarla) a Estela. Pero como quien algo quiere algo le cuesta, lo acepté. Con mi familia tampoco fue fácil. Eso de irme a vivir con otra mujer, aunque sólo fueran quince días, no acabó de convencer a Andrea, mi esposa. No importó que yo le describiera a Estela ni que le contara sus manías, prejuicios y caprichos, mi mujer no se acababa de convencer. El caso es que un poco por mi tozudez y otro poco porque el sueño parecía suculento, me vi en casa de la anciana.

Oscuro. En la oscuridad irrumpen las imágenes televisivas de “Gran Hermano”, o de cualquier otro programa. Luz general. Estela manifiesta sin reprimirse opiniones a favor o

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en contra de los participantes.

ESTELA. - (A Ismael) ¿Pero vas a venir o no vas a venir? ISMAEL. - (Desde fuera) Enseguida. Estoy acabando.

Estela vuelve a expresarse sobre lo que muestra la pantalla. Al poco entra Ismael bajándose las mangas y con la camisa algo mojada a la altura del ombligo. Ella, que no lo ha oído entrar, vuelve a llamarlo.

ESTELA. - ¡¿Pero por qué puñetas no vienes de una vez?! ISMAEL. - (Moderando su extrañeza) No, no, si ya estoy aquí. ESTELA. - (Pasa revista a las “obligaciones” de Ismael sin apartar los ojos de la pantalla.) ¿Ya está todo? ISMAEL. - Sí, ya está todo. ESTELA. - ¿Has limpiado el pescado? ISMAEL. - Sí. ESTELA. - ¿Lo has congelado? ISMAEL. - Sí. Estela. - ¿Has limpiado la freidora? ISMAEL. - Sí. ESTELA. - ¿El horno? ISMAEL. - También. ESTELA. - ¿Has congelado la carne?

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ISMAEL. - Sí. ESTELA. - ¿La has congelado en paquetitos de dos trozos? ISMAEL. - Sí, sí. ESTELA. - Los mármoles, ¿los has fregado con el detergente antibacterias? ISMAEL. - Sí, con el antibacterias. ESTELA. - ¿y la campana extractora? ISMAEL. - También. ESTELA. - ¿El microondas? ISMAEL. - ¿El microondas? Sí. ESTELA. - Supongo que habrás recogido la mesa. ISMAEL. - Sí, claro. ESTELA. - ¿Has fregado la cocina? ISMAEL. - También, también. ESTELA. - Entonces, ¿qué te falta? ISMAEL. - Supongo que nada. ESTELA. - Si es así, ven aquí y siéntate (apaga el televisor). Cómo te has puesto por un rato que has estado trajinando en la cocina. ISMAEL. - Sí, me he mojado un poco. ESTELA. - Ya veo. Bueno, siéntate. ISMAEL. - ¿Entonces cree que ya es el momento? ESTELA. - Sí, claro; por eso te estoy llamando, para que vengas y te sientes a leérmela.

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ISMAEL. - ¿A leérsela? (Se sienta.) ESTELA. - ¿No me dijiste que era una obra de teatro? Pues léemela. ISMAEL. - Un segundo, que voy a buscarla. (Se levanta y corre hacia la habitación de Gloria, que ahora es la suya. Desde fuera) Por teléfono ya le conté de qué iba, ¿verdad? En fin, son cuatro personajes, tres hombres y una mujer. (Entra con la obra y se sienta.) ESTELA. - ¿Qué edad tiene la mujer? ISMAEL. - Alrededor de los treinta y cinco. ESTELA. - ¿Y ellos? ISMAEL. - Ellos son tres jubilados; recién jubilados. ESTELA. - Qué perversión. Si es así, ¿qué relación puede haber entre ellos? ISMAEL. - Bueno, objetivamente, no hay ninguna. El caso es que uno de los jubilados, Manuel, se enamora de ella. ESTELA. - ¿A pesar de la diferencia de edad? ISMAEL. - Sí, a pesar de la diferencia de edad. ESTELA. - ¿Y ella le corresponde? ISMAEL. - En realidad, no; pero para el resto de sus amigos, o sea, de los jubilados, casi les parece que sí. ESTELA. - ¿Cómo puede entenderse eso de que ”casi les parece que sí”. ISMAEL. - Es que Manuel es algo mentiroso. En fin, los tres

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son algo mentirosos. Crean historias falsas, se cuentan mentiras para sobrevivir. ESTELA. - ¿Mentiras para sobrevivir? ¿Cómo puede ser eso? ISMAEL. - Para ellos la mentira es una necesidad. Es un mecanismo de defensa, igual que la tos, o el sudor o estornudar. Las mentiras les sirven para llenar vacíos que día a día y año a año se les van abriendo. ESTELA. - (Reflexiva.) No está mal. Cuando menos me parece interesante. ¿Cómo se llama la dama? ISMAEL. - Gladys. ESTELA. - ¿Cómo? ISMAEL. - (Algo ruborizado.) Gladys. Es que es caribeña. ESTELA. - Ah, bueno. Cuando quieras puedes empezar. ISMAEL. - ¿Sabe que me he puesto nervioso? ESTELA. - Sólo tienes que leérmela. No tienes que representarla delante del público. ISMAEL. - Ya, ya; pero ¿usted sabe lo que representaría para mí que le gustara y quisiera invertir su dinero en mi obra? Si supiera todo lo que he intentado por que se diera a conocer… ESTELA. - No habrás cometido ninguna locura, ¿verdad? ISMAEL. - Pues, sí, reconozco que cometí una locura y que salí perjudicado. Incluso arriesgué la vida, pero para nada. ESTELA. - ¿Podrías ser más claro?

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ISMAEL. - Usted, como todo el mundo, sabrá que hay quien consigue ganarse la fama de cualquier manera: casándose con hijos de famosos, atracando un furgón de seguridad, golpeando a periodistas, o bien, operándose infinitas veces hasta quedar irreconocible. Yo también busqué una forma un tanto sensacionalista para darme a conocer, pero me salió mal. ESTELA. - ¿Podrías explicarme de una vez qué es lo que intentaste? ISMAEL. - Fingí un accidente. Yo iba en moto y me dejé caer, bueno, dejé caer la motocicleta en tierra y yo me colé debajo de un coche que estaba allí aparcado. Todo eso antes del amanecer y lloviznando, más que nada para darle verosimilitud al accidente. Entienda que yo lo tenía todo estudiado. Sabía que aquel coche que me escondía, se iba los lunes (no olvidemos que el falso accidente ocurrió un viernes por la madrugada). Antes, en casa, me había preparado mis bocadillos y mi botella de agua de litro y medio para subsistir esos días. El lunes, cuando se marchara el vehículo, los viandantes me descubrirían, llamarían a una ambulancia, y saldría en los telediarios por haber estado casi cuatro días inconsciente e ignorado en la vía pública. Después, tal vez saliera en algún programa televisivo, y entonces, allí podría intentar colar mi obra. Y llegó ese día, el lunes. El conductor subió al vehículo, introdujo la llave para arrancar el motor, pero... no

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tenía batería. Estuve por salir de allí abajo para ayudarle a empujar el coche. Obviamente no salí, me esperé y esperé y esperé y todavía esperé más hasta que pasó casi una semana (y yo sin bocadillos ni agua). Lo de

mis necesidades casi me lo

ahorro, ¿verdad? Al fin, casi una semana después el pr opietario quiso cambiar la batería. Ni que decir tiene que el dueño arrancó el coche y salió corriendo y los viandantes me encontraron medio muerto en la calle. Aun así, en mi rostro moribundo dibujé un esbozo de sonrisa porque al fin se iba a cumplir mi sueño. Llegó la ambulancia, me llevaron al hospital y allí volví a esperar y a esperar a que algún periodista se interesase por mí; pero nadie ajeno a mi familia lo hizo. Pasados unos días salí del hospital, y desde entonces mi mujer, a veces me mira como si mirase a un loco. ESTELA. - ¿Pero por qué no llamó nadie a las revistas o a la televisión? ISMAEL. - Claro que llamé, con tan mala suerte que mi accidente coincidió con el nacimiento de uno de los nietos del rey y con la separación de un torero famoso, por lo que a ninguna revista ni televisión les interesó que yo casi me muriera debajo de un coche en la calle.

Pausa

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ESTELA. - ¿Y la moto? ¿Qué pasó con la moto? ISMAEL. - La moto, en realidad, tampoco era lo más importante de la historia. ESTELA. - Sí, ya lo sé, pero es que es una pieza que tengo que poner en ese rompecabezas que me

has contado. Así que, por

favor, dime qué le pasó a la moto. ISMAEL. - Me la robaron. Además de todo me la robaron y todavía no ha aparecido. ESTELA. - Seguro que viste cómo te la robaban y no actuaste. ISMAEL. - Pero es que no podía. Que la robasen era parte del plan. ESTELA. - ¿Y qué piensas de esta nueva aventura? ISMAEL. - Pues que mi mujer me seguirá mirando como a un loco, pero más a menudo. Qué quiere que le diga, yo creo en mi obra, y por ella, si es preciso, pondré toda la carne en el asador. ESTELA. - ¿Sabes que por el hecho de estar tú aquí no quiere decir que te vayas a llevar la herencia? ISMAEL. - Sí, lo sé. Pero como ya le he dicho, tengo que intentarlo. ESTELA. - Bueno, por lo menos lo entiendes. Cuando quieras puedes empezar. ISMAEL. - (Lee) Primer acto. Al encenderse la luz del escenario, observamos el vestuario de una piscina municipal. El pa-

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so del tiempo y la negligencia de los cuidadores están presentes en los desconchados y en las manchas de humedad. A derecha e izquierda, bancos de lamas de madera, y al fondo, una puerta que daría a las duchas y una cuadrícula considerable para las taquillas. Entra Manuel, jubilado, por el lateral derecho. Porta una bolsa deportiva de la que extrae el bañador, gafas de piscina, sandalias de goma y un albornoz. ESTELA.- ¿Se va a desnudar delante del público? ISMAEL. - Sí. Sería lo normal, ¿no? ESTELA. - A esa descripción del escenario le falta añadir una serie de cambiadores, de esos de media puerta, de esos que tapan de rodillas hasta el cuello. ISMAEL. - Lo apunto. (Apunta.) ESTELA. - Sigue. ISMAEL. - (Lee) Cuando Manuel ya está preparado para salir a nadar, entra Pablo, otro jubilado. (La luz empieza a decrecer hasta el oscuro total.) Pablo también trae todo lo... (Poco a poco vuelve a iluminarse el escenario. Ismael ha avanzado en su lectura. Lee. Habla Manuel, un personaje) Como recordaréis, aquella noche el agua no perdonó nada ni a nadie. El torrente se apoderó de la ciudad, se llevó consigo puentes y personas. En el río, la barcas zozobraban y los amarres no fueron suficiente para sujetarlas; además, el mero hecho de pensar era aceptar la catástrofe, así que en esos momentos

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las piernas se adelantan a los pensamientos, ni siquiera se escucha la voz interior, la que te previene de peligros; o si se escucha, no es impedimento para que... (La luz ha ido bajando hasta el oscuro. Cuando vuelva a iluminarse el escenario, Ismael caminará al tiempo que seguirá leyendo el texto. Lee y camina.) Incluso en el cementerio ni siquiera respetó a los muertos, el agua levantó lápidas y los arrastró por las calles. A los dos días, cuando el cauce volvió a su nivel, los difuntos fueron apareciendo debajo de los coches. (De nuevo desciende la luz hasta el oscuro, para volver a subir después) ISMAEL y ESTELA.-

(Ella) Entonces ¿qué vas a hacer?

(Él)

¿Crees que puedo elegir? (Ella) Siempre se puede elegir. (Él) ¿Estas segura? (Desciende la luz. Oscuro. Luz. Los dos de pie. Lee Estela, pero ahora, que ya ha entrado en su papel, lo hará con acento caribeño, no exenta de histrionismo.) No son las circunstancias, eres tú, Manuel. No estás solo, y ¿sabes por qué? (Ismael interviene leyendo las acotaciones: Gladys se ha aproximado hasta Manuel (Ella interpreta las acotaciones). (Ella) Marchémonos ahora, la lluvia ha cesado. Pronto nos vendrán a buscar, pero entonces será tarde. (Acotación: Ella da otro paso hasta Manuel.) Un tren, nada más fácil que un tren, ¿qué dices? (Él) Ya no hay trenes. Nunca más habrá trenes. (Acotación: Ella se le abraza y le besa)

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(Cuando Estela va a besarlo, Ismael huye hacia la inexistente ventana. Él) Es cierto, por las calles el nivel del río ha descendido. Todo volverá a su cauce. (Ella) ¿Todo? ¿Acaso esta noche podrá volver a su cauce? (Acotación: Gladys empieza a desnudarse.) ESTELA. - ¿Considera el autor que me tengo que desnudar? Si es así, no puedo oponerme. ISMAEL. - Considero que de momento la lectura debería desdramatizarse. Seguimos.

(Lee) (Acotación: Llaman a la puerta.

Voz en off) “Ya no hay peligro. La policía dice que podemos salir”. ISMAEL y ESTELA.- (Él) Ya lo has oído. No hay peligro. (Ella) Lamentablemente ya no hay peligro. ¿Darás tú el primer paso? (Él) El primer paso ya lo hemos dado.

(Ella) Repítelo, Ma-

nuel. (ÉL) Digo que el primer paso ya lo hemos dado. (Acotación: Los dos se funden en un abrazo mientras se impone la música y el escenario se llena de oscuridad. Un tren silba a lo lejos.) ISMAEL. - En fin, esta es la obra. ¿Qué le ha parecido?

Pausa breve.

ESTELA. - Me parece estupenda. En tu obra aflora lo más oculto de toda relación amorosa.

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ISMAEL.- ¿Usted cree? ESTELA. - Sí. Además, los personajes están bien dibujados, con trazos firmes, seguros. Por otro lado, se trata de una historia íntima, pero de una transcendencia universal, como las que a mí me gustan. En conjunto, me recuerda a la novela americana de la Generación Perdida. ISMAEL. - (Entusiasmado) ¿A la novela americana de la Generación Perdida? ESTELA. - Exactamente. ISMAEL. - (Aprovechando

la

situación) Ahora que lo pienso,

creo que a mí también me recuerda a esos personajes, auténticos héroes épicos de la América profunda. Sobre todo a los personajes de Steinbeck. ESTELA. - Solamente hay un fallo. ISMAEL. - ¿Un fallo? ESTELA. - En efecto, un fallo. ¿Qué edad me has dicho que tiene la heroína? ISMAEL. - Alrededor de los treinta y cinco. ESTELA. - Esa dama, por la forma de expresarse, por la gravedad de sus actos y por la contundencia de sus acciones debería estar entre los cuarenta y los cuarenta y cinco. ISMAEL. - (Encantado de dejarse convencer) Pues quizá sí; vamos, que entre los cuarenta y los cuarenta y cinco podría estar perfectamente la edad de ella.

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ESTELA. - ¿Has hecho el reparto mental de los papeles? ISMAEL. - ¿El reparto mental de los papeles? Ah; no, no lo he hecho todavía. ESTELA. - Entonces estamos a tiempo. ISMAEL. - Estamos a tiempo de todo. ESTELA. - Yo representaré el papel de Gladys. ISMAEL. - (Incrédulo) ¿Cómo dice? ESTELA. - Que ese papel lo representaré yo. ¿Acaso crees que yo no puedo representar la edad de ese personaje? ISMAEL. - En este momento no sé qué decirle. Necesitaría pensarl o. ESTELA. - Puedo aparentar, aunque tú te muestres incrédulo, entre cuarenta y cuarenta y cinco años, quizás hasta cuarenta y seis, por dejar un margen. ¿No te lo crees? ISMAEL. - (Atónito) Pues creo que... en el teatro... las cosas no son como parecen... y con el trabajo de maquilladores, con los focos, con muchos focos, quizás algo de niebla, un pañuelo en la cabeza y a partir de la fila dieciocho, tal vez… ESTELA. - No te lo crees. Veamos, tú me pides que confíe en ti cuando apenas te conozco, que invierta mi dinero en la obra, ¿y no eres capaz de confiar en lo que te digo? Bien, te lo diré de otro modo. Si quieres, a cambio de que invierta mi dinero en la obra, tú me das ese papel. ¿Qué me dices? ISMAEL. - ¿Y qué le puedo decir? Que mi mujer me mirará para

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siempre como a un loco. ¿Ha pensado que tendrá que aprender a interpretar? ESTELA. - ¡¿Que tendré que aprender a interpretar?! ¡¿Que yo tendré que aprender a interpretar?! Tú no saber con quién he tomado yo clases de declamación. (Breve pausa) Nada más y nada menos que con doña Carmen Seco. ¿Sabes quién era doña Carmen Seco? ISMAEL. - Pues no, no tengo ni idea. ESTELA. - Doña Carmen Seco fue la mejor actriz de verso que ha habido en España y la primera actriz de la compañía de Ricardo Calvo. Para más señas te diré algo más. ¿Sabes a quién tuve como compañero de clase? Ni más ni menos que al mismo Fernando Fernán Gómez; ¿te suena?2 ISMAEL. - Sí, claro, cómo no. ESTELA. - De toda la gestión quiero que te encargues tú: teatro, actores, director, etc. ISMAEL. - Pero si todavía no lo he decidido. Debería pensarlo bien. ¿No podría darme algo más de tiempo? ESTELA. - ¿Tú a mí me pides tiempo? ISMAEL. - Oiga, ¿de verdad conoce a Fernando Fernán Gómez? ESTELA. - Estaba pensando en ponerme en contacto con él para que te orientara, más que nada para que no dieras pasos en

2

Los datos han sido tomados del texto “Mi infancia son recuerdos…”, libro en el que, entre otros personajes, aparecen expresados los recuerdos de Fernando Fernán Gómez. Santillana; pp 59-61.

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falsos. ISMAEL. - O sea, que usted lo llamaría y él me diría a qué puertas debo yo llamar. ESTELA. - Eso es. (Pausa breve) Yo me imagino en el papel de Manuel a Federico Lupi; o bien, si prefieres a otro actor más joven, aunque con más trabajo de maquillaje, siempre que no se ofenda por representar a un jubilado, te propondría a Juan Diego. En fin, buscaremos el momento para hablar con Fernando y a partir de lo que él nos diga nosotros iremos por un camino u otro. ¿Qué me dices, Ismael?

Ismael no puede decir nada. Desciende la luz. Música. Al poco vuelve lentamente y nos muestra a Estela en su habitación. En el centro del proscenio, ella intenta (si eso es posible) quitarse todo aquello que pudiera envejecerla y se maquilla (o la maquillan) con el milagroso propósito de rejuvenecerla. Ni que decir tiene que el resultado será patético.

ESTELA.- Te has hecho esperar. ¿Cuánto tiempo has estado observándome desde tu invisibilidad mientras yo dormía? Seguro que en algún momento te has reído de mí, que te reías mientras jugabas a que yo adivinara en qué consistía. (Coqueta) No, no, ahora no me abraces. Si no me sueltas no podré acabar. ¿Te estás propasando? Espérate a la noche. Sí, espé-

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rate. Claro que me gusta que seas impetuoso; es más, quiero que lo seas, pero en este momento tienes que dejarme, si me mueves

no

podré

arreglarme

correctamente.

¿Correctamente?

¿Qué le pasa a la palabra “correctamente”? No me lo digas, a que lo adivino: te gusta acariciarla, para mancharla y después ser consciente de tu irreverencia, de tu pecado, de tu profanación. No me lo esperaba, lo reconozco. Me ha sorprendido saber que mi proyecto era ése, que tenía ese nombre. Ahora, cuando lo menciono, se me erizan los pensamientos, me bullen en ansias: actriz, actriz, actriz. Has sido mi ángel. Mi anunciación. Yo, actriz. Escucha: (Interpretando a Gladys) “No es el tiempo ni la distancia lo que nos separó. ¿Sabes, Manuel, qué fue? Tu cobardía. El tiempo lo inventamos para justificarnos, y la distancia nos la impusimos para alimentar durante años un rescoldo de esperanza.” No está mal, ¿verdad? Oye, ¿tú me creías capaz o no? Vamos, confiesa, ¿o acaso eres como ese Ismael que desconoce esas facetas mías? Escucha esto otro. Se trata del momento previo al reencuentro. “Quisiera que apareciera por las montañas. Siempre quise que mi vida transcurriera más allá de esas cumbres, que persiguiendo al sol comprendiera el paisaje infinito del crepúsculo.”

La luz nos descubre a Ismael, quien lentamente se situa-

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rá a la espalda de ella, e incluso se atreverá a apoyar sus manos sobre los hombros de Estela. La misma luz transforma la habitación de Estela en la sala de siempre.

ISMAEL. -

Bien.

Vamos

mejorándolo.

Vamos

cambiando

nuestra

piel por la del personaje. ESTELA.- Entonces ¿tienes ya algo más de confianza? ISMAEL. - (Poco convencido) Bueno, con los cambios en el texto para adaptar el personaje a ti, puedo decir que tengo algo más de confianza. ESTELA. - ¿Qué es lo que da vueltas en esa cabeza, Ismael? ISMAEL. - ¿Podrías ser más clara? ESTELA. - Ni se te ocurra pensar que me vas a echar fuera de esta locura. Ni se te ocurra pensar que ésta es la solución momentánea y que más adelante, cuando todo esté en marcha, irás a buscar en otro bolsillo el capital suficiente y a mí me darás la patada. ¿Verdad que no lo estás pensando Ismael? ISMAEL. - (Con el mismo cinismo) ¿Pero cómo puedes estar pensando tales sandeces? ¿Acaso me crees capaz? ¿Cuándo te he dado pie a pensar de ese modo? ESTELA. - ¿A qué actriz le darías mi papel? ISMAEL. - Para esta obra no hay más actriz que tú. ESTELA. - Vamos, Ismael. ¿A quién se lo darías en el supuesto de que tuvieras el dinero suficiente o la suerte necesaria

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como para poder elegir? ¿A Ana Belén?, ¿a Charo López? ¿Te imaginas a Charo López en este papel? Toda una creación. Lo bordaría. Aunque, la verdad, no las veo yo hablando en caribeño. Pero me tienes a mí (le pasa los brazos por los hombros). Yo soy tu sorpresa, Ismael, y en cierto modo tu también lo eres para mí, no me lo negarás, ¿verdad?

En efecto, Ismael no se esperaba esa ambigua manifestación de Estela y se le separa.

ISMAEL. - Supongo que ya habrás contactado con “Fernando”. ESTELA. - No, todavía no he contactado con “Fernando”. ISMAEL. - ¿Y a qué esperas? ESTELA. - Estaba esperand o a que tú llegaras. Mírame. No parpadees (le observa las pupilas). Todavía no te crees que conozco a Fernando Fernán Gómez. Así no vamos a ninguna parte. Con esa falta de confianza yo no voy a firmar ningún contrato. ISMAEL. - ¿Pero qué contrato tienes que firmar tú? ESTELA. - Todo se andará y todo se firmará. ¿O prefieres confiar en nuestra palabra? ISMAEL. - Prefiero que cada uno firme lo que tenga que firmar. ESTELA. - Ismael, abre el segundo cajón (obedece). Saca el álbum de fotografías. Acércamelo. Siéntate a mi lado. No lo

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quería hacer, sencillamente porque no es mi forma de proceder, pero hay algo que se llama amor propio. (Pasa páginas hasta encontrar la fotografía que busca) ¿Reconoces a alguien en esta fotografía en blanco y negro? ISMAEL. - Este de la americana al hombro parece él, don Fernando. ESTELA. - Exactamente. A quien va con él de la mano no creo que la reconozcas, porque en aquel momento estaba algo más llenita; pero era yo. ¿Todavía sigues dudando? ISMAEL. - No, señora. Y la verdad es que nunca había dudado. ESTELA. - Pues lo disimulabas muy bien. Acércate al teléfono y marca el número que está en ese papel. ISMAEL. - ¿Es el de Fernando? ESTELA. - No. ISMAEL. - ¿Entonces? ESTELA. - ¿Cómo quieres que lo llame directamente? Esas cosas no se hacen así, ni por protocolo ni por estilo. Ese número es el de su agente, y será a través de él como lleguemos hasta nuestro hombre. Márcalo. ISMAEL. - ¿Cómo lo has conseguido? ESTELA. - Un número te lleva a otro número y a otro hasta dar con el que buscas. Márcalo.

Ismael marca el número.

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ISMAEL. - Hola. Mire, llamaba para pedirle la siguiente información. ¿Sería tan amable de darme, por favor, el número de teléfono de Fernando Fernán Gómez? ¿Cómo? ¿Que no me lo pueden dar?

Estela toma el teléfono.

ESTELA. - Déjame a mí. Buenos días. Señorita, ¿es usted la representante de don Fernando? ¿No? Que usted es la secretaria de su agente. Lo comprendo perfectamente. De acuerdo, pero haga el favor de ponerme con su superior. Sí, con el agente de don Fernando. (Espera) Sí, muy buenas. Quisiera dejar un recado para don Fernando Fernán Gómez. Dígale que tengo una oferta que le va a entusiasmar, a él y a usted también, con la que todos pueden ganar una cantidad importante de dinero. Dígale que me llame. Mi teléfono es el 9154545632. Por favor, dígale que la oferta viene de parte de doña Estela de Guzmán. Sí, lo comprendo perfectamente, pero es con el mismo don Fernando con quien yo quiere tratar. Sí, eso es. Con mi nombre será suficiente. Buenos días.

Pausa breve para que Ismael asimile lo que está viviendo.

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ISMAEL. - ¿Y ahora? ESTELA. - Ahora a esperar, nada más que a esperar. ISMAEL. - No me lo puedo creer. ¿Será posible que con una llamada se resuelva lo que yo no conseguí en una semana debajo de un coche?

Pausa breve de transición.

ESTELA. - ¿Dónde has estado? ISMAEL. - Paseando, nada de particular. ESTELA. - ¿Has visto a tu familia? ISMAEL. - No, no la he visto. ESTELA. - Mientes. ¿Adónde has ido? ISMAEL. - Aprovechando este sol he ido a pasear por El Retiro. ESTELA. - Yo te he visto desde la ventana de mi habitación salir en la dirección opuesta. ISMAEL. - Está bien. He ido a ver a mis hijos. ESTELA. - A tus hijos y a tu mujer. ISMAEL. - Sí, claro. Huy, a mí me parecen celos. ESTELA. - No seas imbécil. ISMAEL. - Hemos ido todos a pasear, y además, hemos entrado en una sala de exposiciones. Una muestra curiosa: fotografías de curvas de carretera, y en la cuneta de todas ellas, invaria-

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blemente, un ramo de flores. ESTELA. - Una forma más de aludir a la muerte, ¿no te parece? ISMAEL. - Es curioso cómo la gente intenta mantener vivos los recuerdos. ESTELA. - No es curioso, es... terrible. ISMAEL. - ¿Tú también has visitado esa exposición? ESTELA. - No. Yo he visitado los lugares que muestran las fotografías. El próximo veintisiete de marzo se cumplirán seis años desde que los visito. Yo tuve un hijo, Ismael. ISMAEL. - Pensaba que eras soltera. ESTELA. - Y lo soy, pero tuve un hijo que se mató en una curva como esas de las fotografías. Yo también he atado flores a una cuneta, sin embargo el mes que viene no sé dónde las ataré. ISMAEL. - ¿Y por qué no las llevas al cementerio? ESTELA. - El cuerpo de mi hijo fue incinerado. No sabía que con el paso de los meses necesitaría tener un lugar donde llorarle. No encontré ninguno mejor ni peor que la curva, aque lla maldita curva. Desde entonces, cada veintisiete de marzo he atado un ramo de flores a la valla de la cuneta. Aunque este año ya no podré hacerlo. ISMAEL. - ¿Por qué ya no lo podrás hacer? ESTELA. - Esa carretera ya no existe. Tras considerarse que esa zona era un buen terreno para desarrollar cierto proyec-

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to, se le cambió el trazado. Ahora, la ironía del destino está construyendo allí, nada más y nada menos que un parque de atracciones. A veces me invaden pensamientos malignos e imagino a mi hijo como el precursor, quien tuvo la idea de dar con su motocicleta las piruetas necesarias para que a alguien se le encendiera la bombilla. En fin, la muerte de mi hijo se ha convertido, sencillamente, en un error sobre la lámina: una rectificación de tiralíneas de un delineante de la Administración.

Ismael se le acerca y la abraza.

ISMAEL. - Perdona por frivolizar con tus sentimientos. ESTELA. - (Reponiéndose) No te preocupes. Por suerte tú no tienes que pensar en eso, tú sólo tienes que pensar que pronto recibiremos una llamada, la llamada de Fernando Fernán Gómez. ISMAEL. - A veces pienso que estoy equivocado, que debería conformarme con lo que tengo, que supongo que debe de ser mucho, aunque por lo visto no soy capaz de apreciarlo y por eso corro detrás de los sueños. ESTELA. - Esta vez, Ismael, no vas a correr detrás de los sueños, sino que los sueños correrán detrás de ti. ISMAEL. - ¿Estás segura?

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ESTELA. - Lo estoy. ISMAEL. - ¿Y si no llama? ESTELA. - ¿Por qué no iba a llamar? ISMAEL. - ¿Y si está tan ocupado que no puede dedicar ni un minuto a esa llamada? ESTELA. - En el hipotético caso que tú me planteas, debo reconocer que me causaría un agravio considerable. Pero Fernando no es así. Pudiera suceder que su agente no considerase importante el asunto y que jamás se lo comunicase. Si fuese así, tú tendrías que encargarte de todo. ISMAEL. - (Poco convencido) Si todo el problema consistiese en eso… ESTELA. - No tienes por qué preocuparte.

Estela acaricia la cara de Ismael. Éste, poco a poco se separa de ella.

ESTELA. - ¿Quieres que repase un poco más el papel? ISMAEL. - No. ¿No te estarás precipitando al querer aprenderlo ya? ESTELA. - ¿Precipitándome? No sé por qué. ISMAEL. - Quizás deberías esperar a escuchar los consejos del director. Tal vez lo estés aprendiendo con unos matices y unas modulaciones diferentes a como te lo marcaría él.

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ESTELA. - Pues si es así, alguien tendrá que dirigir al director. ¿No te parece? ISMAEL. - No sé si ése es el camino.

Ella se le acerca, le mira a los ojos y le sujeta la cara.

ESTELA. - (Imitándolo) “No sé si ése es el camino”. ¿Por qué no hablas con claridad? ISMAEL. - No puedo ser más claro (le aparta la manos). ESTELA. - En cualquier momento sonará ese teléfono y el mundo se pondrá a caminar a nuestras órdenes. ¿No lo entiendes? ISMAEL. - Sospecho que no sonará ese teléfono. ESTELA. - Hace un momento me pareció comprender que estabas ilusionado. ¿A qué se deben esos cambios emocionales? ISMAEL. - Por favor, Estela, un poco de sentido común. ESTELA. - ¿Pero cómo puedes hablar de sentido común? Desde el momento en que aceptaste pasar aquí los quince días de la prueba, el sentido común se escapó por detrás de las esquinas. ¿Ya no te acuerdas? ¿Ya no piensas en echar el resto por tu obra? ¿O acaso ya no crees en ella? ISMAEL. - (Reflexiona) Ya no lo sé. ESTELA. - Creo que no me sirves, Ismael. Creo que me he equivocado, no sólo al admitirte en mi casa, sino también por

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querer echar a volar contigo. ISMAEL. - Si hoy no recibimos esa llamada, mañana regreso a mi casa. Además, no sé por qué tantas cavil aciones si los autores españoles ya no estrenan. ESTELA. - (Sarcástica) ¿Y tú has estado una semana debajo de un coche jugándote la vida por tu obra, y ahora no eres capaz de tener un poco de fe? ISMAEL. - Lo dicho, Estela, si no llama hoy, mañana lo abandono todo. ESTELA. - De acuerdo. De acuerdo. Si hoy no recibimos la llamada, te marchas. ¡Por mí te puedes marchar en este momento! ¡Puedes recoger tus cosas y salir con el rabo entre las piernas! Ya te lo he dicho, ¡no me sirves! ISMAEL. - Tienes razón, me voy ahora mismo. No entiendo cómo puedo ser tan ingenuo. ESTELA. - ¿Y tu mujer? ¿Qué dirá tu mujer? ISMAEL. - Yo se lo explicaré todo. Le diré que estuve tan ciego que caí en la trampa de una… ESTELA. - De una vieja loca. El loco cayó en la trampa de otro loco. ISMAEL. - Sí, eso es, el loco cayó en la trampa de otro loco. Parece el final de un chiste. ESTELA. - Márchate ahora. ¡Márchate!

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Ismael sale por la puerta de la derecha. Ella se sienta en un sillón. Empieza a encontrarse mal. Ismael regresa con una bol sa de viaje.

ISMAEL. - He dejado las llaves en la mesilla de noche. Estela. ¿Estela?

Se le acerca y trata de reanimarla con la torpeza propia de quienes desconocen cómo proceder.

ESTELA. - (Con gran dificultad) Ismael, Ismael. ISMAEL. - ¿Qué te pasa? Necesitas una pastilla, ¿verdad? Por favor, Estela, dime dónde las guardas. ¿En tu habitación? ¿Las guardas en tu habitación? ¡Contesta, Estela! ESTELA. - (Con tan poca voz que Ismael apenas la percibe) Acércate, Ismael. ¿Por qué me has traicionado? ISMAEL. - ¿Me puedes oír? A ver, Estela (vocalizando lentamente). ¿Dónde guardas las pastillas? Las pastillas, Estela. ESTELA. - Acércate, Ismael. (Se ayuda con gestos)

Ismael parece que comprende lo que le está diciendo y se acerca hasta situarse delante de la boca de Estela, momento que ella aprovecha para abrazársele y besarle en los labios. Ella, como ha conseguido engañarlo, se ríe como una loca, él

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alza el puño para golpearla. En ese momento suena el teléfono, con lo cual Ismael se detiene y ella deja de reírse. Se miran a los ojos. Música. Oscuro.

FIN DEL PRIMER ACTO.

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SEGUNDO ACTO

Al poco, una grabación sonora nos muestra el molesto ruido que producen las herramientas (el trajín de utilizarlas, de dejarlas caer en tierra…). A continuación, en la pantalla aparecen imágenes distorsionadas de alguien que trabaja con estos enseres que tanta molestia provocan. Las imágenes no facilitan al espectador la posibilidad de saber con certeza qué es lo que sucede, sino que por el contrario, la rápida sucesión de éstas, unidas al sonido, crean inquietud, irritación. Al mismo tiempo, vemos a Estela sentada en su sillón. Volvemos a encontrárnosla con la misma apariencia que al principio de la obra, es decir, sin el patetismo de la falsa juventud. Pretende concentrarse en la lectura del periódico, pero el estruendo se lo impide. La descarga de una cisterna se suma al bullicio, así como otros sonidos domésticos: el timbre de la puerta, la campana extractora… Entra Patricio por la puerta del fondo y cesan las imágenes y el sonido. Lleva en la mano una boya de cisterna.

PATRICIO.- Ahora, sí. Ahora está todo como nuevo. Sin ánimo de ofender, pero estaba la casa algo… mejorable. Ahora tiene usted el timbre que suena, la campana extractora que ya hace

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conexión, y la cisterna, que como la boya no flotaba lo suficiente, el agua se escapaba por el tubo que se levanta al tirar, y por eso perdía agua todo el día. Me parece que no me entiende. Venga conmigo que se lo voy a explicar en el lavabo para que lo vea con sus pro pios ojos. Venga, que allí le quitaré la tapa de la cisterna para que lo comprenda. Venga conmigo, señora Estela. ESTELA. - ¿Que me vas a explicar cómo funciona la cisterna del retrete? PATRICIO.- Es para que usted comprenda el mecanismo. ESTELA. - Perdona, Patricio, pero el funcionamiento de ese mecanismo es un misterio que a una señora jamás se le debe revelar. PATRICIO.- Hombre, yo no lo decía en un sentido ofensivo, sino más bien… ESTELA. - Pedagógico. PATRICIO.- No, sólo para que lo aprendiera usted, ¿sabe lo que le quiero decir? ESTELA. - Lo sé y te lo agradezco. Muchas gracias. O sea, que todo lo que no funcionaba, ya funciona, ¿no es eso? PATRICIO.- Eso es. ESTELA. - Bueno, pues te lo agradezco mucho. Ahora siéntate un momento y descansa.

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Se sienta.

PATRICIO.- Ya sé que está feo que lo diga yo, pero las chapucillas de la casa se me dan bien. ESTELA. - Tú me dijiste que eras cocinero, ¿me equivoco? PATRICIO.- Ser lo que se dice ser, no soy cocinero, pero entiendo de cocina porque he trabajado de cocinero en un barco durante tres años y por eso conozco el oficio. ESTELA. - ¿En qué tipo de barco? PATRICIO.- En un transatlántico. ¿Usted no ha viajado nunca en un transatlántico? ESTELA. - He viajado por mar dos veces en mi vida. La primera cuando fuimos a conocer parte de la familia a Argentina, y la segunda, cuando nos trasladamos a Tenerife. A lo mejor estuvimos en el mismo barco, aunque en momentos diferentes. PATRICIO.- A lo mejor. ESTELA. - ¿Cómo se llamaba tu barco? PATRICIO.- (Mintiendo) “La golondrina…”, “La golondrina”. ESTELA. - ¿”La golondrina”? PATRICIO.- “La golondrina”, así, a secas. ESTELA. - (Irónica) Qué nombre tan bonito y tan pomposo para un transatlántico. ¿Y a dónde ibais en “La golondrina”? PATRICIO.- Sobre todo a América. ESTELA. - ¿Y en qué puertos de América amarrabais?

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PATRICIO.- En los de toda América. En América del norte, del sur. Íbamos por Chile, Méjico, Nueva York, Perú, Uruguay… Por toda América. ESTELA. - Sí, ya veo. Y ahora, ¿a qué te dedicas? PATRICIO.- En este momento no me dedico a nada en particular. Bueno, vamos a ver, me dedico a lo que me dedico. ¿No sé si me explico? Me dedico a lo mío y a lo que me va saliendo cuando me sale, porque quieto, lo que se dice quieto yo no puedo quedarme ¿Me entiende, señora Estela? ESTELA. - Por s upuesto, Patricio. PATRICIO.- Y en eso estamos. Porque usted no tiene hijos ni nietos, ¿verdad, señora Estela? ESTELA. - No, claro. PATRICIO.- Ni marido, ¿verdad, señora Estela? ESTELA. - Tampoco, marido, tampoco. Pero vamos a ver, ¿es que tú te quieres casar conmigo? PATRICIO.- Bueno, yo me casé una vez, y la verdad sea dicha, fue un desastre. Pero todos cambiamos, vamos madurando por dentro y por fuera, y al final uno llega a la conclusión de que lo más bonito que hay es que las personas se quieran y se comprendan. ¿Sabe lo que le quiero decir? ESTELA. - Pues no del todo. PATRICIO.- Yo me considero una persona que he mejorado mucho. Que con las experiencias me he enriquecido, que he aprendido

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mucho, quiero decir. Que si en otra época cometí mis equivocaciones, éstas me han servido para ver el mundo con otros ojos. Yo diría que ahora soy más sabio. ESTELA. - Estoy convencida. Veamos, Patricio, y contéstame con la claridad que te han dado tus experiencias. ¿Te casarías conmigo? PATRICIO.- Yo, como le decía, aunque parezca que… ESTELA. - ¿Sí o no? PATRICIO.- Pues sí, señora Estela. Yo me casaría con usted para cuidarla y darle todo mi cariño y mi afecto, que es mucho lo que yo le puedo dar a usted. ESTELA. - No me hagas reír, Patricio. PATRICIO.- (Ofendido) Oiga, que lo que le estoy diciendo es una declaración de amor y a mí no me parece que sea como para reírse. Yo en este momento le aseguro que no lo estoy pasando bien, por lo menos no se ría de mí. ESTELA. - Perdona, pero es que no me lo esperaba. Me has pillado desprevenida. Bueno, y entonces, dices que tú estarías dispuesto a casarte conmigo, ¿y por qué conmigo? PATRICIO.- Es lo que usted pedía en el anuncio, ¿no? Usted decía que estaba dispuesta a ofrecer su herencia por que alguien compartiera con usted esos últi mos días suyos. ¿O no es así? ESTELA. - Tienes razón, pero qué quieres que te diga, tampoco

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es necesario que te cases conmigo. Que como no me lo esperaba, la emoción por la noticia, me…, en fin que me ha hecho gracia. (Transición) Y entonces, Patricio, si yo te ofrezco mi herencia, dices que tú me ofreces tu cariño y tu afecto. ¿Pero t odo tu cariño y todo tu afecto, o sólo parte de ellos? PATRICIO.- Como ya le dije por teléfono, yo estoy dispuesto a llegar hasta donde haga falta, y usted, que es una mujer de mundo y que ha viajado en transatlántico como yo, ya me entiende. ESTELA. - Ya. PATRICIO.- Sí, ya, pero qué me dice. ESTELA. - Sólo puedo decirte que lo que me has expresado lo tendré en cuenta. PATRICIO.- Sólo eso, ¿no puede ser más clara? ESTELA. - Patricio, no olvidemos las reglas el juego. Recuerda que son quince días más el tiempo necesario para reflexionar antes de darte una respuesta como la que tú me pides. PATRICIO.- Yo se lo digo para que no se le olvide, para nada más. ESTELA. - Y yo te lo agradezco. (Transición) Oye, ¿qué es eso que llevas en el brazo? PATRICIO.- ¿Eso? Un tatuaje. ESTELA. - Está un poco borroso, ¿no te parece? PATRICIO.- A ver, señora Estela, éste es un tatuaje de los de

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verdad. ESTELA. - Pero ha quedado poco definido, a lo mejor es que te lo tienen que repasar. PATRICIO.- Éste no se repasa. Éste es un tatuaje, no es un “tatu”. Éste está hecho con agujas de coser; nada de esas mariconadas, con perdón señora Estela, que se hacen ahora, que más parecen calcomanías que otra cosa. ESTELA. - Pero ya que te lo haces, mejor que se viera bien, ¿no te parece? PATRICIO.- Pero yo no me lo hice, como podrá usted imaginar, en una tatuajería, yo me lo hice en la cárcel. Y ya está dicho. ESTELA. - En el cárcel. Ahora me explico lo de las equivocaciones en la vida, lo de los peores caminos… ¿Y se puede saber por qué acabaste allí? PATRICIO.- ¿Verdad que usted para dar algunas respuestas necesita un tiempo de reflexión? Pues yo, también. ESTELA. - Pues nada, reflexiona, reflexiona. PATRICIO.- ¿Pero usted a mí no me conocía? No me diga que nunca me había visto. ESTELA. - Pues, no. Oye, no me digas que has sido un delincuente famoso, cuyas fotografías han salido por la tele. PATRICIO.- ¿Por la tele? No, qué va; bueno, a lo mejor salí y como yo no me vi, pues no lo sé. Yo se lo decía porque a mí

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me conoce mucha gente. A veces te encuentras con alguien, se te queda mirando y te dice: “A ti te conozco del metro”. ESTELA. - Pero en el metro viajan muchas personas, supongo. PATRICIO.- ¿Usted nunca va en metro? ESTELA.- (Orgullosa) Yo nunca he viajado en metro. PATRICIO.- No puede ser. ESTELA. - Como lo oyes. PATRICIO.- ¿Ni una vez? ESTELA. - ¿No te digo que nunca he viajado en metro? PATRICIO.- En metro, no, pero sí en transatlántico. Si es así, es normal que no me conozca. ESTELA. - ¿Acaso has trabajado tú en el metro? PATRICIO.- De alguna manera se puede decir que sí. Yo entraba en el vagón y con voz ronca decía: “Hace unos pocos de días que he salido de la cárcel, no tengo trabajo y me veo en la obligación de mantener a mi familia. Es muy triste pedir, pero más triste es robar. Con una pequeña ayuda yo les estaré muy agradecido. Perdonen las disculpas y que tengan un buen día.” Y con la de personal que viaja cada día en el metro, imagínese la de gente que me conoce. Claro que a los dos años, eso de “Hace unos pocos de días que he salido de la cárcel”, ya no se lo creía nadie, ya no colaba, con lo que tuve que ir modificándolo, porque si no la parroquia se mosquea. ¿Sabe lo que le quiero decir? Pero lo que sí me gusta

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dejar claro es que yo he sido el primero en trabajarse el metro con estilo porque, tanto músico y tanto bebé drogadito lo han echado a perder. ¿Es así o no es así, señora Estela? Estela no reacciona. ESTELA. - Me parece que me voy a tomar una pastilla para la tensión. PATRICIO.- ¿Quiere que se la vaya a buscar? ESTELA. - No, no te preocupes, iré yo misma a buscármela.

Estela sale. Sus pasos se dirigen hacia la puerta del foro. Todos sus movimientos desde que sale serán vistos por el espectador a través de la pantalla: abrir de puertas, pestillo, botiquín, pastilla, expresión asustada, reposo sobre la taza antes de volver con Patricio… Por su parte, Patricio aprovecha la ausencia de la anciana para telefonear. Saca de un bolsillo un recorte de periódico, descu elga y marca.

PATRICIO.- (Quiere hablar, pero se supone que una voz introductoria le presenta los servicios que se le ofrecen. Después de la fastidiosa espera, vocalizando todo lo que puede.) Dos. Venga, otro rollo. Tres. (Pausa breve) Uno. ¿”El mago de la constelación”? Pero usted es una mujer, o tiene, por lo menos, voz de mujer. Ah, así que lo del mago de la constelación

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es el nombre comercial de la empresa y que no existe ese mago. Entonces, ¿quién es el de la fotografía del anuncio? Usted no lo sabe. Sí, debe de ser un modelo; o sea, un modelo de magos. En fin, a lo que vamos. Sí, eso es, quiero que me eche las cartas. Nací el 24 de junio del 61. En casa siempre me dijeron que fue sábado, pero el año pasado un mentalista me dijo que miércoles, con lo cual, a mí me tienen descolocado. Oiga, oiga, que estoy pensando que a lo mejor eso me lo podría mirar en la bola. ESTELA. - (Desde la pantalla. Asustada) Dios mío, Díos mío. Esta vez sí que sí. ¿A quién he metido en mi casa? Y todavía le quedan doce días para marcharse. Puerta. A éste hay que darle puerta cuanto antes. Qué le podría decir yo para quitármelo de encima. PATRICIO.- Que con la bola no se puede. Sí, claro que lo entiendo, que la bola es para mirar hacia adelante y no hacia atrás. Pues casi me alegro, porque lo de atrás, mejor olvidarlo. Bueno, a mí me gustaría saber algunas cosas. ESTELA. - Podría fingir que me voy a una residencia de la tercera edad, o que me han llamado para un viaje a Benidorm. Quizás lo mejor sea aquello de con lo que he visto tengo suficiente y que ya te llamaré. PATRICIO.- Sobre el amor. Porque ¿dentro del amor incluís relaciones no amorosas? Sí, me explico. Quiero decir que si de-

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ntro de lo que vosotros llamáis amor se podría incluir un braguetazo, por ejemplo. No, ¿verdad? En tonces en ¿qué apartado lo metéis? Con los negocios, claro. Bien, pues entonces mírame eso, ¿vale? ESTELA. - Tengo que echarlo. Esta es mi casa y yo todavía tengo un proyecto. Aquí no hay sitio para todos. No, no, ya no necesito observar ni examinar a nadie más. Ismael, nuestro proyecto. Si al menos aparecieras. PATRICIO.- ¿Qué quiere decir “algo interesante a medio

pla-

zo”? ¿Para diez, quince días o más tarde? Joder. Pues así, ¿para cuándo? Según las cartas puedo conocer a una persona que me abrirá sus brazos y su corazón. O sea que todavía no la conozco. ¿Pero no estábamos en la sección de negocios? No, no me las eche otra vez que no tengo tiempo. Lo que sí puede hacer es echarlas por el retrete, o mejor, se las mete por donde le quepan. Yo también la quiero mucho, bonita (Cuelga).

Poco antes de colgar el teléfono, hemos visto las imágenes de Estela desandando el camino hasta Patricio. La pantalla se oscurece y ella entra, se sienta cansada.

PATRICIO.- ¿Se encuentra mejor? ESTELA. - Sí, algo mejor. PATRICI O.- Pero señora Estela, cómo se me asusta de esa mane-

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ra. No vaya usted a pensar que por el hecho de haber estado en la cárcel le voy a hacer algo a usted. Está feo que lo diga yo, pero aquí donde me ve, le aseguro que tengo un buen corazón

y que jamás le haría a usted nada malo, al contra-

rio, si ahora entrase un desaprensivo en esta casa, tranquila que yo la protegería. Primero lo patearía y después le sacaba los hígados. Eso para que viniera aquí a dar sustos a las personas decentes; además, si ya se lo he dicho, si estoy dispuesto a casarme con usted, cómo quiere que le haga daño. Vamos, señora Estela, tranquilícese que aquí entre nosotros hay confianza y no hay motivos para que nadie se asuste. ESTELA. - Eso espero. PATRICIO.- Bueno, ¿quiere que le prepare algo? Mire lo que se me acaba de ocurrir: ¿Le preparo algo o le arreglo un grifo? (Se ríe de la ocurrencia) ¿Le preparo algo o le arreglo un grifo? No me diga que no le gusta la ocurrencia. Si no fuera por estos ratos, verdad, doña Estela. Si no fuera por estos ratos no valdría la pena estar vivo. ¿Se ha fijado en una cosa? ¿Ha visto? Pues que yo tengo lo que se llama sentido del humor. ¿Usted ha conocido alguna vez a alguna mala persona con sentido del humor? Eso es imposible. Esté tranquila, que aquí estamos para ayudarnos, claro que sí. Entonces qué. ESTELA. - Entonces qué de qué. PATRICIO.- Que si le preparo algo.

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ESTELA. - Casi mejor lo del grifo, porque ahora mismo no tengo ni pizca de hambre. PATRICIO.- ¿Quiere que le encienda la tele un ratito mientras empiezo a preparar la cena? ESTELA. - No, que me mareo. PATRICIO.- ¿Pero usted no había viajado en barco? (Vuelve a reírse. Se hace muchísima gracia) ESTELA. - (Fastidiada) Sí que eres gracioso, sí. PATRICIO.- Estaba pensando que como todavía es un poco pronto para preparar la cena, que podríamos jugar un poco a las cartas. ESTELA. - Pues es que ahora no me apetece nada jugar a las cartas. Discúlpame. PATRICIO.- Pues nada. A descansar un ratito, ¿vale? (Inicia la salida por la puerta del fondo. Antes de salir se detiene) A propósito, señora Estela, ¿sabe usted echar las cartas?

Oscuro. Música. En el proscenio, solamente aparece iluminado Patricio. Mira hacia el público como quien se mira en un espejo. Ha extremado aquellos signos de su indumentaria que le caracterizan: botones desabrochados a la altura del pecho, algún abalorio… Se peina. Cuando cree que ha alcanzado la perfección viene el oscuro. En la escena vacía, a través de la pantalla observamos cómo se aleja hacia la puerta de la

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calle al tiempo que resuenan sus pasos por el pasillo. Abre la puerta, sale y cierra de un portazo que obviamente oiremos. La imagen de la puerta de la calle queda fija en la pantalla. Cuando se ilumina el escenario Estela lo atraviesa para dirigirse hacia el teléfono. Descuelga, marca y oímos los tonos. A continuación se oirá la voz de una mujer que pregunta sin obtener respuesta. Estela cuelga el teléfono. Se sienta pensativa. En la pantalla observamos que Patricio ha abierto la puerta de la calle. Entra y se aproxima por el pasillo recorriendo a la inversa el trayecto anterior. Se apaga la pantalla y entra en escena Patricio tal como lo habíamos dejado antes de salir a la calle. Quiere decirle algo a Estela pero rechaza esa idea y se dirige hacia la habitación de los huéspedes. Sale. Al poco vuelve a entrar.

ESTELA. - Qué rápido has vuelto. PATRICIO.- Sí, bueno, me lo he pensado mejor y he dado la vuelta. ESTELA. - ¿Hace frío, llueve…? PATRICIO.- No, no, ni hace frío ni llueve, simplemente he dado media vuelta. Me he dicho: ¿dónde se está mejor que en casa de uno? ¿Quién puede necesitarme más? Y sin darme tiempo a

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responderme, media vuelta y para arriba.

Patricio se acerca al proscenio y se retoca aquello que de su peinado y ropa no acaba de agradarle.

ESTELA. - Y yo tengo que creérmelo. PATRICIO.- ¿Por qué no se lo tendría que creer? Si me he dado la vuelta ha sido porque pensaba en usted. Pensaba que algo le está pasando. La noto diferente, como que ya no tiene ganas de conversación. Vamos, que me he notado algo aquí (se toca la boca del estómago) y ya no he podido dar un paso adelante. ESTELA. - Pues a mí no me ocurre nada. Si no tengo ganas de conversación, no tengo ganas de conversación; por lo tanto, si tienes que salir, como ya ves, puedes hacerlo. PATRICIO.- No ha comido usted mucho, no. Y estos días atrás tampoco. ¿De verdad que no le pasa nada o es que ya no le gusta cómo cocino? ESTELA. - Nada, Patricio, nada me pasa. PATRICIO.- Señora, Estela, yo quería plantearle una cuestión. ESTELA. - Dime. PATRICIO.- No se crea que es algo fácil para mí. ESTELA. - (Alegre) Que ya no te quieres casar conmigo. PATRICIO.- No, si no es eso. ¿Usted me podría dejar treinta

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euros? Mañana mismo se los devuelvo. ESTELA. - No, no. De ninguna manera. Eso sí que no. Que te veo venir Patricio. PATRICIO.- Señora Estela, ¿usted no se fía de mí? ¿Usted cree que si no fuera algo importante se los iba a pedir? ESTELA. - No quiero que me lo cuentes. No y punto. PATRICIO.- Oiga, señora Estela, que no son para mí. Usted sabe que tengo un hijo, ¿verdad? Pues son para él; mejor dicho, para el colegio. ESTELA. - ¿Para el colegio? ¿Pero no hay escuelas gratuitas? PATRICIO.- Sí, pero es para una excursión. Todos los compañeros de Luisito van; y ahora, dígame usted con qué cara voy y le digo a mi hijo que su padre no le puede dar ese dinero. Hay cosas que a los niños no se les puede explicar porque no lo comprenden, señora Estela. ESTELA. - ¿Y no has probado volver al metro? PATRICIO.- Eso me ha hecho daño. Eso me ha dolido aquí (se toca donde supone que está el corazón). Vamos a ver, ¿usted sabe cuánto le hubiera cobrado cualquier operario por las reparaciones que yo le he hecho en casa? Pues le puedo asegurar que algo más que de treinta euros. ESTELA. - Nadie te pidió que las hicieras; además, ya te las has cobrado con la sisa de la compra. PATRICIO.- ¡Que yo…! ¿Me está llamando ladrón? ¡Me cago en mi

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puta madre! Que me están llamando ladrón a mí. Señora Estela, aquí ya no vamos bien, que yo a usted le he abierto mi corazón y le he dado todo lo que le puedo dar. Y además, yo no le he faltado. ¡Me cago en la madre que me parió! ESTELA. - (Asustada. Sin saber cómo reconducir la situación) Patricio, yo no tengo aquí ese dinero. Sabes que saco del banco lo que necesitamos para la compra y nada más.

Silencio. Patricio camina nervioso.

ESTELA. -

(Sigue

intentando,

absurdamente,

tranquilizarlo)

¿Quieres jugar a las cartas?

Patricio no responde.

PATRICIO.- Júreme, señora Estela, que no tiene aquí treinta euros. ESTELA. - Te lo juro, hijo mío. (Pausa breve. Temerosa) ¿No los necesitarás tú para…? ¿No estarás tú con… el mono, verdad?

Pausa. Patricio se sienta al lado de ella. La mira fíjamente.

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PATRICIO.- Yo no me drogo. ESTELA. - Bien. PATRICIO.- (Parece que quiere tranquilizarse. Le coge una mano) ¿Y por casualidad no tendrá algo de dinero en algún cajón, o en algún otro sitio? Dinero de ése que se tiene para alguna urgencia. ES. Ya te he dicho que no tengo los treinta euros que me pides. PATRICIO.- (Mientras habla, juguetea con la mano de la anciana, pasándosela por las piernas) Hay cosas que no puedo comprender. ¿Qué importancia tendrán treinta euros para usted? Treinta euros que a mí, bueno, a mi hijo le harían tanta ilusión. Por lo visto usted quiere que Luisito se quede ese día solo en clase, mientras ve subir a sus compañeros en un autocar que los conducirá hasta el zoológico. (Conforme habla, Patricio sigue paseando la mano de Estela, que llegará, distraídamente, al final de su recorrido a la entrepierna) Le hablo y no sé si usted me entiende, señora Estela. No sé si mis palabras penetran en sus oídos o se quedan fuera.

Cuando Estela supera la confusión, quita su mano de entre las de Patricio.

PATRICIO.- ¡Patricio!

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Breve Pausa. Se miran, y sin más, él lleva una mano hasta la nuca de ella y la besa en los labios. Estela, sorprendida, lo observa sin palabras. Sin saber cómo reaccionar, Patricio vuelve a besarla con un beso más prolongado.

ESTELA. - ¡Vete de esta casa! PATRICIO.- ¿Está segura? ESTELA. - ¡Vete inmediatamente! PATRICIO.- Íbamos bien; sí, íbamos bien, hasta que le conté que estuve en la cárcel. Me tendría que estar agradecida, no sólo por todos los arreglos de la casa, sino también porque al fin le he dado un motivo para echarme. Supongo que ahora ya no soy candidato al premio. No importa, la verdad es que tampoco hubiera ganado. Nunca he ganado nada. Me voy a marchar, señora Estela; sí, no se preocupe que enseguida me perderá de vista; pero claro, algo me dice que no me puedo ir así, de vacío. ¿Por qué no es tan amable de ofrecerme lo que guarda en los caj ones de su habitación? ESTELA. - Patricio, no lo estropees más. Márchate. PATRICIO.- Enseguida, sólo tiene que traerme lo que le he pedido y yo, correctamente, me marcharé para siempre. ESTELA. - Por favor, vete ahora. PATRICIO.- ¿Tendré que ir yo a revolver en los cajones de su

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habitación? Piense que si va usted y me trae, digamos, lo suficiente por mis servicios, se ahorrará el trabajo de volver a ordenarlos. ESTELA. - ¿Por qué estuviste en la cárcel? ¿Por ladrón? PATRICIO.- ¡Yo no soy ningún ladrón! ¡Sólo quiero lo que me he ganado! ESTELA. - Ahora mismo voy a llamar a mis vecinos. PATRICIO.- (Deteniéndola) ¿A dónde va? ESTELA. - No me toques. Ni se te vuelva a ocurrir tocarme. PATRICIO.- Siéntese (la empuja hacia el sillón). En fin, tendré que hacerlo yo.

Patricio sale por la puerta del foro. Se dirige a la habitación de Estela. En la pantalla lo vemos cómo revuelve cajones y los vacía sin miramiento alguno. No encuentra nada y regresa enfurecido, agarra del pecho a la anciana y la pone en pie.

PATRICIO.- ¿Dónde está el dinero, las joyas, lo que sea? ESTELA. - Nunca guardo nada de valor en mi casa. No puedo arriesgarme con gente como tú. PATRICIO.- (Ofendido pero amenazante) ¡No me conoce! ¡No me conoce, Estela!

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Patricio golpea a la anciana poseído por la crisis nerviosa.

PATRICIO.- ¿Dónde? ¿Dónde guarda el dinero?

En la pantalla aparece la imagen de la puerta de la calle. Ésta será

abierta por Ismael, quien entra con un pliego

de fotocopias en la mano. Recorre el pasillo hasta llegar donde Patricio ag rede a Estela. La pantalla se apaga. Cuando Patricio ve a Ismael, atemorizado retrocede. Ismael, ayuda a levantarse a Estela, quien logra un amago de sonrisa.

ESTELA. - Ismael, Ismael (se le abraza).

Ismael, con la misma mano que acaricia el rostro magullado de la anciana, poco a poco le estrujará las mejillas y la lanzará hacia un sillón, donde acabará sentada.

ESTELA. - Pero Ismael, ¿tú también?

Ismael, de vez en cuando dirigirá alguna mirada hacia Patricio para mantenerlo donde está. Le lanza a Estela las fotocopias.

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ISMAEL. - ¿Podrías explicarme qué es esto? ESTELA. - Parecen fotocopias de periódicos. ISMAEL. - Eso ya se ve. ¿Nada más? ESTELA. - También veo mi anuncio. ISMAEL. - ¿Y eso es todo? ESTELA. - No me asustes Ismael, por lo que más quieras. ¿Qué más tengo que ver? ISMAEL. - La fecha de esos periódicos. La más antigua se remonta a nueve años atrás. ¿No hacía seis años que había muerto tu hijo? Entonces ¿por qué en 1994 ya apareció el mismo anuncio que en el año 2003? (Pausa breve) Porque estoy cansado de soñar despierto me acerqué a la hemeroteca, y dando pasos hacia atrás llegué a 1994, que resultó ser el primer año en el que apareció tu maldito anuncio. ¿Me lo puedes explicar ahora? ESTELA. - (Descubierta y desarmada, al tiempo que rememorando) ¿Por qué puse ese anuncio? Quizá fue una apuesta conmigo misma; para estudiar al género humano; para satisfacer un capricho oculto antes de morirme; por tener con quien hablar; a lo mejor para aprender; para ponerme a prueba y valorarme a mí misma; también por crear a otros una ilusión; para confesar al final, quizás como ahora, un acto reprobable; para vejar al avariento; para que alguien me compadezca; para que me co-

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cinen y me cuiden; para coquetear; y por qué no, para que me seduzcan. ¿Con cuál de estas razones te quedas? Todavía podría darte quince o veinte más. Elige la que quieras o quédate con todas. En el fondo me gusta que hayas sido tú quien encontrara la solución a este problema. Pero lo importante, Ismael, es que hayas vuelto. Tú te mereces el prem io, nuestro proyecto. ISMAEL. - Entonces, nunca tuviste ningún hijo. ESTELA. - Jamás. ISMAEL. - ¿De qué vives? ESTELA. - Tengo una pequeña pensión, una de las mínimas que se conceden en este país. ISMAEL. - ¿Y la herencia? ESTELA. - ¿Qué herencia quieres que tenga? ISMAEL. - ¿Es suyo este piso? ESTELA. - No, no es mío. Es de alquiler, concretamente de renta antigua. Pero Ismael, escucha. ¿Y nuestro proyecto? ¿Recuerdas que nos llamó Fernando? Tú descolgaste el teléfono y hablaste con él. ¿No lo recuerdas? ¿Te entrevistarías con él, verdad? ¿De qué hablasteis? ¿Te dijo algo de mí? ISMAEL. - Sí. Muy correctamente me dijo que estabas loca. Recordaba tu nombre y alguna anécdota que resonó en los periódicos de aquellos años, persecuciones y un sinfín de insensateces que no vale la pena recordar; pero sobre todo esa valo-

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ración sobre tu persona, esa valoración que todavía me ha empujado con más fuerza hacia la hemeroteca. ESTELA. - En cuanto a mi locura podemos estar de acuerdo. Sí, debo de estar loca, pero por nuestro proyecto. Ismael, has vuelto y vas a quitarme de mi vista a ese asesino. Has vuelto y vamos a llegar los dos muy lejos, lo más lejos posible. ISMAEL. - Loca y patética. ESTELA. - ¿A quién te dijo Fernando que te dirigieras? ISMAEL. - No le conté nada. Cuando escuché lo que decía sobre ti, se me confirmaron algunos recelos. Ya no tenía sentido seguir adelante con lo que tú llamas nuestro proyecto. ESTELA. - Yo hablaré personalmente con él. No hay ningún problema, Ismael. Tú déjame a mí, que yo lo arreglaré. ISMAEL. - Por mi parte puedes hacer lo que te dé la gana, pero, por favoe, no cuentes conmigo. A propósito, cuando he entrado, creo que he interrumpido una escena muy apasionada. Podéis continuar donde estabais, yo ya me marcho. ESTELA. - ¡Ismael, no te vayas! ¡Sácame de aquí! Quiere robarme y después me asesinará. Estuvo en la cárcel. ¡Ismael, llévame contigo! ISMAEL. - ¿Asesinarte? ¿Quién? ¿Este señor? No puede ser. Tiene todo el aspecto de ser una persona con buen corazón (sale).

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Por la pantalla vemos el recorrido de Ismael hasta la puerta de la calle. Al salir resonará un portazo. La imagen de la puerta cerrada se mantendrá en la pantalla.

PATRICIO.- (Sonriendo) Bueno, señora Estela, nosotros también teníamos un pr oyecto, ¿se acuerda?

Desconsolada se sienta en un sillón. Patricio se dedica a desvalijar los muebles de la escena, buscando, inútilmente, algo de valor.

FIN DE LA OBRA

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