SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA DE MASAS EN LA OBRA DE RAYMOND WILLIAMS. ANTONIO MARTÍN CABELLO Universidad Rey Juan Carlos. Madrid

Sociología de la cultura de masas... Praxis Sociológica - 12 / 2008 SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA DE MASAS EN LA OBRA DE RAYMOND WILLIAMS ANTONIO MARTÍN

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SOCIOLOGÍA DE LA CULTURA DE MASAS EN LA OBRA DE RAYMOND WILLIAMS ANTONIO MARTÍN CABELLO Universidad Rey Juan Carlos. Madrid Abstract This paper tries to show a general introduction to the cultural sociology of Raymond Williams. The cultural sociology of Williams is strongly related with the Marxist debates around the base-superstructure metaphor. In that sense, his contribution to cultural theory could be present in two main periods. Firstly, the texts related with the “culture and society” debate. Secondly, the incorporation of British Marxist theory and the hegemony concept into the theoretical work of Raymond Williams. Key-Words Sociology of Culture; Marxism; Base-Superstructure; Cultural Theory. Resumen Este artículo pretende ofrecer una introducción general a la sociología cultural de Raymond Williams. La sociología cultural de Williams está fuertemente relacionada con los debates marxistas alrededor de la metáfora base-superestructura. En este sentido, su contribución a la teoría cultural puede ser presentada en dos períodos principales. En primer lugar, los escritos relacionados con el debate “cultura y sociedad”. Y, en segundo, la incorporación de la teoría marxista británica y el concepto de hegemonía. Palabras clave Sociología de la cultura; marxismo; base-superestructura; teoría cultural. “La relación entre la estructura socioeconómica de una civilización y su cultura es, quizá, el más complicado de todos los problemas para el sociólogo” (Bell, 2004: 45).

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Introducción A Raymond Williams (1921-1988) le tocó vivir buena parte de los acontecimientos más significativos del siglo XX. Combatió en la Segunda Guerra Mundial y vivió las profundas transformaciones que siguieron a esta contienda y modificaron la sociedad del Reino Unido: la pérdida del Imperio y el creciente multiculturalismo de su patria, la creación del Estado de Bienestar, la extensión de los medios de comunicación y de la sociedad de consumo, el enriquecimiento general de la población, etc. Del mismo modo, participó activamente, si bien desde su posición de intelectual, en la política de su tiempo, en especial en las estructuraciones y reestructuraciones de la izquierda británica. Williams creció en el seno de una familia obrera, su padre era empleado de ferrocarriles en Pandy, Gales. Estudió en la Abergavenny Grammar School y en 1941 fue llamado a filas, combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. Tras la misma, completó sus estudios de inglés en el Trinity College de Cambridge, con una tesis sobre Ibsen presentada en 1946, dedicándose profesionalmente a la educación de adultos (Workers Educational Association) durante los catorce años posteriores (Edgard y Sedgwick, 2002: 225-227). En 1961 se incorporó como profesor de inglés a la universidad de Cambridge, siendo nombrado catedrático de dramaturgia en 1974 (Higgins, 1999: 1-2). Durante su carrera colaboró con asiduidad como cronista en el periódico The Guardian y estuvo vinculado estrechamente con la izquierda británica, siendo uno de los fundadores de la corriente conocida como Nueva Izquierda y participando junto a otros destacados intelectuales en la Campaña para el Desarme Nuclear (Campaing for Nuclear Disarmament o CND). La obra de Williams es amplia y variada. Aunque por formación hubiera debido centrarse en la teoría literaria, también abarcó la creación literaria, los medios de comunicación, la política y la teoría cultural. Como recoge A. Coll Blackwell, la obra de Williams puede ser agrupada en torno a tres grandes áreas temáticas: la creación literaria, la crítica literaria y la teoría cultural y comunicativa (1997: 34), a la que habría que añadir una serie de escritos políticos en sentido restringido. Dicha división, empero, no implica una separación sustancial pues todas las obras están ampliamente interrelacionadas, pudiendo considerarla como una simple distinción analítica. Williams es autor de un buen número de novelas: Border Country (1978c), Second Generation (1978b), The Volunteers (1978a), The Fight for Manod (1979a), Loyalties (1985) y las dos partes de People of the Black Mountain (1990 y 1989c). El segundo gran bloque es la producción dedicada al análisis y crítica literaria, en la que destacan obras como: Cobbett (1983b), Writing in Society

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(1983c), The Country and the City (1973b), Orwell (1971b), The English Novel from Dickens to Lawrence (1970a), Drama from Ibsen to Bretch (1968), Modern Tragedy (1966) y Drama in Performance (1954). Dentro de la misma línea temática, editó varios libros: George Orwell: A Collection of Critical Essays (1974a), The Pelican Book of English Prose (1969b), y publicó un buen número de artículos y capítulos en libros (1982b; 1981a; 1971a; 1971c; 1970b; 1970c; 1962b). Por último, Williams dedicó gran parte de su obra a la teoría cultural, por un lado, y, por otro, a los aspectos directamente relacionados con la política. Sobre teoría cultural destacan: Culture (1981b), Contact, Human Communication, and Its History (1981c), Problems of Materialism and Culture. Selected Essays (1980b), Marxism and Literature (1977), Keywords: A Vocabulary of Culture and Society (1976b), Television, Technology and Cultural Form (1974b), Communications (1962a), The Long Revolution (1961) o Culture and Society, 1780-1950 (1958). Y sobre teoría política: The Politics of Modernism: Against the New Conformist (1989d), Resources of Hope: Culture, Democracy and Socialism (1989a), Towards 2000 (1983), Socialism and Ecology (1982a), Politics and Letters. Interviews with ´New Left Review´ (1979b) o, en colaboración con Stuart Hall y E. P. Thompson, May Day Manifesto (1968). Sobre estos temas publicó también un buen número de artículos y capítulos en diferentes revistas y libros. Todos los aspectos de su producción están ligados estrechamente, ya que, por ejemplo, no es posible aislar su teoría cultural de su concepción de la literatura. Éste artículo se centra, pese a esta imbricación, en las obras directamente relacionadas con la teoría comunicativa y cultural de Williams. Sus escritos pueden dividirse en dos grandes períodos con una divisoria incierta. En primer lugar, una etapa que llegaría hasta mediados de los años sesenta y principios de los setenta, centrada en torno a la polémica “cultura y sociedad”, representada por autores como Frank Raymond Leavis en la derecha o Richard Hoggart en posiciones más izquierdistas. Este debate, en líneas generales, sería la expresión británica de la intensa disputa sobre la cultura de masas que afectó a las Ciencias Sociales durante la primera mitad del siglo XX. Y un segundo momento, en el cual recoge las aportaciones del marxismo británico y, si bien de modo limitado, del marxismo continental y del estructuralismo. En esta segunda etapa, Williams se reconoce trabajando dentro del paradigma marxista, si bien en una forma que denominó “materialismo cultural”. El debate “Cultura y Sociedad” Suelen considerarse obras fundacionales de la teoría cultural de Raymond Williams tanto Culture and Society, 1780-1950 (1958) como The Long Revolution

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(1961). Ambos libros han de interpretarse como una misma obra dividida en dos partes porque, según el propio Willliams, son fruto de un mismo proyecto y esfuerzo intelectual (1961: ix-xiv). Surgen en un contexto científico caracterizado por el rechazo o la crítica a los efectos de la modernidad en la cultura. En Reino Unido esta corriente, conocida como “cultura y sociedad” o “cultura y civilización”, estaba representada por autores como Mathew Arnold, Frank Raymond Leavis, D. Thompson, D.H. Lawrence o el poeta T. S. Eliot y tuvo su órgano de expresión más destacado en la revista Scrutiny. En los Estados Unidos posiciones similares se encuentran en autores críticos con la llamada cultura de masas como Dwight MacDonald o Edward Shils. La obra temprana de Williams en buena medida se construyó en contraposición a estas críticas conservadoras de la cultura moderna. En Culture and Society mantenía que la idea de cultura corría pareja a la aparición de otros conceptos: la industria como institución, la democracia en sentido práctico junto con la clase social y el arte en sentido moderno. El de cultura, por lo tanto, es un concepto específicamente moderno. La investigación se estructuraba en tres grandes bloques temáticos, en una búsqueda de las concepciones sobre la cultura presentes en la obra de destacados intelectuales del siglo XIX, de la transición del XIX al XX y de los primeros cincuenta años del pasado siglo XX. En general, descubrió una evolución del concepto de cultura desde su comprensión como actividad mental o intelectual a una concepción de la cultura como estilo de vida. La transición mencionada, lejos de operar en el vacío, era consecuencia de la respuesta humana a las condiciones de la vida diaria. Para Williams: “La historia de la idea de cultura es un registro de nuestras reacciones, en el pensamiento y el sentimiento, a las condiciones cambiantes de nuestra vida corriente. Nuestro significado de cultura es una respuesta a los acontecimientos que nuestros significados de industria y democracia definen más evidentemente. Pero las condiciones fueron creadas y han sido modificadas por los hombres. El registro de los hechos descansa en cualquier lugar, en nuestra historia general. La historia de la idea de cultura es un registro de nuestros significados y nuestras definiciones, pero éstas, en cambio, sólo deben ser entendidas dentro del contexto de nuestras acciones” (1958: 295). En este proceso de cambio distinguía tres grandes fases de opinión en relación a las áreas del desarrollo social: la industria, la democracia y el arte (Cuadro 1). Cada una de estas fases eran respuesta a las condiciones de la vida diaria de los individuos. Éstos habían de enfrentarse a las condiciones específicas de su época, del entorno que les había tocado vivir y, en consecuencia, los grandes conceptos estructuradores de la modernidad: cultura, democracia, industria y arte eran fruto de la interrelación de los individuos con la sociedad. Las concepciones que los intelectuales expresaban acerca de la democracia, el arte, la cultura o la industrialización eran fruto de su interacción con el entorno.

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Cuadro 1. Fuente: Elaboración propia a partir de Williams, 1958: 296-297. Williams estableció una crítica del concepto de masa y sus derivados: cultura de masas, medios de comunicación de masas, sociedad de masas, etc. Afirmaba que “de hecho no hay masas, sólo hay modos de ver a la gente como masas” (1958: 300). Su crítica puede resumirse en que la noción de masa lleva implícita una concepción de la audiencia, siendo la ideología “natural” de aquellos que controlan los medios y se lucran con los mismos. Además, cuando se acepta el concepto de masa no se analiza la recepción del mensaje y conlleva subrepticiamente una idea de comunidad, de explotación de unos hombres por otros. “La teoría completa de la comunicación de masas depende, esencialmente, de una minoría de algún modo explotando a la mayoría” (1958: 314). Le parecía claro que los medios de comunicación de masas no producían la cultura popular o cultura de clase obrera, que era producida para ellos pero no por ellos. La clase dominante controlaba la herencia cultural, que por definición era siempre selectiva, pero sin embargo eso no implicaba que imposibilitara la creación de una cultura obrera. De este modo, la distinción entre la cultura de clase obrera y la cultura burguesa no descansaba en los artefactos culturales, ni en la producción artística; sino en el estilo de vida completo; y, dentro de este estilo de vida, en la idea básica

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sobre la naturaleza de la relación social: individualista para la burguesía y comunitaria o cooperativa para la clase obrera. La cultura obrera hundiría sus raíces en “la idea básica colectiva, y las instituciones, modos, hábitos de pensamientos e intenciones que proceden de éstos [los proletarios]” (1958: 327). Los medios de comunicación, por tanto, no eliminan la cultura de clase obrera, aunque si la afectan. El empeño iniciado en Culture and Society fue continuado en The Long Revolution. En este estudio Williams partía del entendimiento de que las sociedades están inmersas en un proceso totalizador de cambio social, una “larga revolución”, en tres grandes campos: democrático, industrial y cultural, íntimamente interrelacionados. En Culture and Society se planteaba la evolución del concepto de cultura en relación a la democracia y la industrialización. Ahora se pretendía continuar el análisis, tanto en su vertiente teórica –teoría de la cultura y la comunicación-, como en el análisis de las más importantes instituciones culturales. Comenzaba situando el arte dentro del proceso general de descubrimiento y creación humano, ya que es parte del proceso comunicativo como un todo porque “la comunicación es el proceso de convertir la experiencia única en experiencia común” (1961: 41). El arte, la mente creativa, es parte de este proceso. Se trataba, pues, de reconciliar los dos sentidos de cultura distinguidos ya en Culture and Society: como actividad creativa y como modo o estilo de vida. Según Williams, el análisis de la cultura se estructura en tres categorías: ideal, en el cual la cultura es un estado de perfección humano en función de valores absolutos; documental, como cuerpo de trabajo intelectual e imaginativo (dicho nivel está íntimamente relacionado con el primero); y social, como descripción de un estilo de vida (valores, arte, aprendizaje, instituciones y conducta común). No rechazaba ninguna de estas categorías, porque mantenía que todas tenían su propio rango de validez. El estudio de la cultura se centraría en “el estudio de las relaciones entre elementos en un estilo de vida completo” (1961: 46). En el análisis cobra especial relevancia el estudio de lo que Williams denominaba estructuras del sentir (structure of feeling), concepto con el cual se refiere a la cultura interiorizada por los individuos, común a la sociedad o grupos en la misma y experimentada de modo continuo, es decir, a los valores compartidos y vividos por un grupo. “El término se usa para describir una estructura discursiva que es un cruce entre un inconsciente cultural colectivo y una ideología” (Storey, 2002: 81). Dicho concepto adquiere especial importancia al ligar las formas culturales con las relaciones sociales. La cultura, además, aparece conformada en tres niveles (Williams, 1961: 47 y ss.). En primer lugar, la cultura vivida, caracterizada por el hecho de sólo poder ser completamente aprehendida por aquellas personas que viven ese momento, que experimentan dicha estructura del sentir. En segundo lugar, la cultura registra-

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da devenida de la fragmentación de la cultura vivida. A este nivel es al que llega el análisis cultural, con lo cual se pierde gran cantidad de información –no es posible llegar a comprender todo lo implicado en una cultura vivida bajo el prisma de una determinada estructura del sentir-. Finalmente, la tradición selectiva o registro organizado por los grupos dominantes sobre la cultura registrada, fragmentada de nuevo. El gran proceso de cambio social analizado por Williams en The Long Revolution está relacionado con las imágenes preexistentes de la sociedad. Las imágenes dominantes, afirmaba, tienden a ver las relaciones como política o decisión y economía o mantenimiento. Esta definición sería fomentada por la clase dominante y es claramente reduccionista, porque elimina las relaciones comunicativas y de aprendizaje, de un lado, y los sistemas de relaciones basados en la reproducción biológica de otro. El funcionamiento de la sociedad descansaría: “En las relaciones actuales, siempre excepcionalmente complejas, entre el sistema de decisiones, el sistema de comunicación y aprendizaje, el sistema de mantenimiento y el sistema de generación y crianza. No es una cuestión de buscar alguna fórmula absoluta por la cual la estructura de esas relaciones pueda ser determinada invariablemente” (1961: 116). Mantenía la imposibilidad de enfatizar tan sólo las relaciones, reconociendo la variabilidad del mundo social. Los cambios no podían ser atribuidos a un sistema en solitario. La sociedad cambia como un todo, no siendo posible hallar una causalidad directa en un único sistema. La segunda parte del libro analizaba los elementos culturales sometidos a la creciente expansión cultural: la educación, la extensión de la alfabetización, el crecimiento de la prensa popular y los cambios en la esfera literaria. Trataba de encontrar el modo de articulación de las estructuras del sentir, los significados y valores vividos en las relaciones con los procesos de cambio social por los que esas estructuras se transformaban (1961: 293). Finalmente, describía la Inglaterra de los años sesenta, punto donde había concluido Culture and Society, mostrando como la “larga revolución” seguía desarrollándose en el ámbito económico, cultural y democrático. “Inglaterra parece, desde esas pautas, un país con un futuro claramente obvio: industrialmente avanzado, democráticamente seguro y con un regular y creciente nivel general de educación y cultura” (1961: 293). La larga revolución implicaba, para Williams, que los seres humanos hacían su historia y podían triunfar o fracasar en el intento de modificar viejas formas e instituciones (1961: 347). La investigación literaria, asimismo, no puede ser excluida del análisis cultural excepto como estrategia analítica. Williams rastreaba el proceso de cambio social, la “larga revolución”, en la producción literaria. Así, por ejemplo, en The

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Country and the City (1973b) realizaba una búsqueda en fuentes literarias de las relaciones entre las nociones del campo y la ciudad a la luz y como resultado del proceso de desarrollo capitalista. Trataba de describir como circundando ambos conceptos se crean “tradiciones selectivas”, amalgamadas por la cultura dominante, y “estructuras del sentir” específicas. Un estudio similar se plantea en The English Novel from Dickens to Lawrence (1970a) donde relacionaba la producción literaria con las condiciones sociales en las cuales se gestó la novelística inglesa, una época de alfabetización muy reducida que liga la novela a una clase social específica: la burguesía. Este hecho generaba la exclusión de amplios grupos sociales del proceso literario y producía una estructura del sentir propia de la novela que marginaba a amplias capas de la sociedad. Estas obras y estos planteamientos, como mantiene John Storey (2002: 83-86), suponen una ruptura profunda con el trabajo anterior de F.R. Leavis y de la tradición de “cultura y sociedad” o de “la sociedad de masas” al poner en pie de igualdad la cultura con otras actividades humanas (por ejemplo, el arte con el estilo de vida de un grupo social). Además, Williams trataba de crear una definición democrática de la cultura y distinguía claramente entre el papel del emisor y del receptor en la comunicación colectiva. Al tiempo, en dichas obras “se deja ver, además, con facilidad, un cierto optimismo en eso que está diseñando en su visión como , un optimismo por las nuevas formas de participación democrática y reparto de los bienes simbólicos y culturales en la sociedad” (Zubienta, 2000: 144). Este optimismo, sin duda, rompe con el pensamiento social anterior de autores como Mathew Arnold o T.S. Eliot respecto a las consecuencias y posibilidades de la cultura transmitida por los, en su tiempo novedosos, medios de comunicación como expresión singular de la cultura moderna e industrial. Debemos añadir la aparición de Communications (1962a), un libro en tono divulgativo, pero importante tanto por el nuevo talante que intenta transmitir en el estudio de los medios de comunicación como por su destino inicial: ser base para una discusión en el Partido Laborista acerca de los medios de comunicación de masas. En esta obra Williams trata de establecer una teoría de los “medios de comunicación cultural”, tan solo “de masas” por no romper la terminología habitual. Parte de nuevo del rechazo de la noción de “masa”, porque: “Es muy fácil creer que el nivel cultural de un pueblo es algo único y fijo. Por eso resultan engañosas expresiones como y , ya que nos inducen a pensar no en las personas reales, que viven y crecen de diferentes maneras, sino en algo inmenso con muchas cabezas y costumbres fijas” (1962a: 96-97). Y es precisamente el desprecio de la cultura popular por unas minorías que aíslan y se apropian de la “gran tradición artística” lo que induce al nacimiento de

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la “cultura de masas”, a la cual conducen a los desheredados. En otras palabras, a aquellos seres humanos enajenados de su cultura característica por las elites dominadoras de los grandes medios de comunicación. Para Williams existen cuatro grandes sistemas de comunicación en relación al grado de libertad y control ejercido sobre los mismos: autoritario (monopolio del grupo hegemónico), paternalista (censura), comercial (libre mercado) y democrático (comunicación real). Entiende que la revolución de los medios de comunicación es inevitable y beneficiosa, siendo expresión del proceso general de “emancipación humana” (1962a: 134). El objetivo a perseguir es una democracia activa y culturalmente educada, en la cual: “Los valores esenciales, a mi entender, son comunes al proceso global, y son: que los hombres desarrollen su capacidad y poder de dirigir sus propias vidas, creando instituciones democráticas, aportando nuevas fuentes de energía al trabajo humano y extendiendo la expresión y el intercambio de la experiencia, base del entendimiento”(1962a: 135). Esta concepción de Williams sobre los medios de comunicación ha sido denominada realismo democrático y está basada en una defensa de la estética realista y la confianza en que los cambios producidos por la larga revolución llevarán a una mayor democratización de los medios (Stevenson, 1998: 37 y ss.). Dicha posición descansa en una concepción antropológica derivada del planteamiento general de su obra: “Si el hombre es un ser esencialmente creativo, con afán de aprender y comunicativo, la única organización social adecuada a su naturaleza es la democracia participativa, en la cual todos nosotros, como individuos únicos, aprendamos, comuniquemos y gobernemos” (Williams, 1961: 100). Es posible afirmar que políticamente Williams “aboga por un sistema mixto realmente verosímil y democrático, tras las fracasadas experiencias de los países seudosocialistas y autoritarios de Europa oriental” (Coll Blackwell, 1997: 51). Esta línea argumental tiene paralelismos evidentes con los planteamientos de destacados intelectuales de la Nueva Izquierda. Como muestra, baste decir que la obra que comentamos, Communications, mantiene la necesidad de un instituto de investigación sobre medios de comunicación, apoyando la labor ejercida por el Centre for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham –más conocido como Escuela de Birmingham-. “Estoy particularmente satisfecho de ver que el trabajo a largo plazo continúa, en el Centro de Estudios de Cultura Contemporánea (CCCS) de la Universidad de Birmingham, bajo la dirección de Richard Hoggart y Stuart Hall. (...) El Centro para Estudios Culturales Contemporáneos de Birmingham es un excelente ejemplo de lo que podría ser un Instituto de este tipo”(1961: 9 y 147). Además, buena parte de su obra encontró acomodo en la New Left Review, lo que indica aún más su ligazón con esta corriente política

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(1989a; 1986; 1983d; 1981a; 1980a; 1980c; 1978d; 1976a; 1973a; 1971a; 1965a; 1963; 1962b; 1960a; 1960b; y Coppard, Whannel y Higgins, 1961; y Hoggart, 1960). La influencia del marxismo británico: La noción de hegemonía Posteriormente, la obra de Williams recoge el legado del marxismo británico, sobre todo el concepto de hegemonía, y, en menor medida, el debate estructuralista y post-estructuralista. Así, su obra se centra más en los procesos materiales de la producción cultural y en la relación de la estructura social con el entorno cultural, enfocada a través de la superación de la metáfora base-superestructura (Williams, 1973a y 1977). Según N. Stevenson (1998: 38), Williams conoció y empezó a utilizar la noción gramsciana de hegemonía entre los años 1960 y 1970, siendo incorporada a su parrilla teórica a partir de ese momento. A ello, sin duda, contribuyó su cercanía a Stuart Hall, que primero desde el Centre for Contemporary Cultural Studies de la Universidad de Birmingham y luego desde la Open University, había difundido la teoría gramsciana en el análisis de los procesos culturales. En 1974 publicó Televisión: Technology and Cultural Form, libro en el cual realizaba una crítica profunda al determinismo tecnológico, en especial sobre las tesis de Marshall McLuhan. Para Williams, la televisión no es sólo un medio tecnológico que tiene efectos sobre la audiencia, sino que la tecnología en sí misma está inserta en un medio social específico y en un contexto histórico concreto. No puede existir una determinación tecnológica directa, sino que la tecnología es parte de la cultura total de una sociedad. “Tenemos que pensar la determinación no como una fuerza simple, o una simple abstracción de fuerzas, sino como un proceso en el que cual los factores reales de la determinación –la distribución del poder o capital social, las relaciones de escala y tamaño entre los grupos-, instalan límites y ejercen presiones, pero no toman totalmente el control ni predicen el resultado de la compleja actividad de estos límites, no bajo o contra estas presiones” (1974b: 130). Otro momento importante de la teoría cultural de Williams se encuentra en las obras Marxism and Literature (1977) y en la recopilación Problems in Materialism and Culture (1980b), que suponen una profunda revisión de su posición frente al marxismo. Como reconocía en la introducción a Marxism and Literature : “Encontré –fundamentalmente- que el pensamiento marxista era diferente y en algunos aspectos radicalmente diferente, de lo que yo y la mayoría de la gente entendía en Gran Bretaña por marxismo” (1977: 13). Dicha obra realizaba un repaso de la teoría cultural propia del marxismo, una revisión que trata de reformularlo. Según Williams, la metáfora tradicional de base y superestructura es

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un elemento escasamente válido para describir la realidad social. El marxismo ortodoxo entendió dicha metáfora como una realidad sustancial, lo cual es contrario al marxismo, pues éste entiende la sociedad como un todo histórico. El problema radicaría en la complicada noción de la determinación, porque: “Dentro de la teoría cultural marxista no hay problema más difícil que el de la . (...) Un marxismo que carezca de algún concepto de determinación es, obviamente, inútil. Un marxismo que presente varios de los conceptos sobre la determinación con que cuenta en la actualidad es absoluta y radicalmente inválido” (1977: 102). Cuando se objetivan las categorías a las que se refiere la determinación, en este caso, las de estructura y superestructura, alejándolas de las condiciones sociales, se cae en el error del determinismo y el economicismo, al eliminarse la experiencia vivida. En este sentido, las nociones de reflejo y mediación, así como las de tipicidad, homología o correspondencia sustantivan las realidades a las cuales se refieren, cayendo en el dualismo entre realidad e irrealidad subyacente a los planteamientos ortodoxos y deterministas. Williams pensaba que el marxismo como proyecto no tenía ese fin y que las relaciones sociales así planteadas no ayudan a establecer una teoría cultural solvente. Para ello, utiliza el concepto de hegemonía tomado de Antonio Gramci porque incluye los conceptos de cultura e ideología, de subordinación y dominio, en un proceso total y concreto, planteado históricamente. El concepto es fructífero al ayudar a comprender mejor la dinámica de las sociedades industriales democráticas y permitir entender la tradición y la práctica cultural alejándose de la noción de superestructura. La cultura es un proceso básico de la formación social, no un elemento derivado de una realidad sustantiva. El único problema, piensa, es que dicho concepto postula una noción de la sociedad como algo evidentemente conflictivo, mientras que la noción de cultura tendía a enfatizar la cooperación. Pero esto es algo inevitable y el análisis marxista y de izquierdas debe aceptarlo como tal. Ahora bien, la precaución que se debe mantener al usar la noción de hegemonía consiste en no volverla reduccionista, como ocurrió con la metáfora de base y superestructura. “Las funciones específicas de , , deben ser siempre acentuadas, aunque no de un modo que sugiera ninguna totalidad a priori” (1977: 135). El análisis de cualquier proceso cultural debe incluir tres aspectos: las tradiciones, las instituciones y las formaciones sociales. Es decir, resulta necesario incluir la “tradición selectiva”, conformada siempre en dominancia. El conjunto de elementos tomado del repertorio cultural es siempre selectivo y los grupos dominantes tienden a imponer su visión del pasado, a crear una tradición autorizada. En segundo lugar, las instituciones formales, encargadas de socializar a los miembros de una cultura específica, transmiten la visión de la cultura dominante, si bien por la

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propia constitución de la hegemonía este es un proceso contradictorio que permite definiciones y contradefiniciones, socializaciones dominantes y alternativas. Por último, las formaciones como tendencias y movimientos culturales conscientes ejercen una función formativa dentro de cultura, mas no existe un vínculo exclusivo y unitario entre las diferentes clases sociales y las diferentes formaciones presentes en una sociedad. La hegemonía, por tanto, tiende a eliminar la noción de sociedad uniforme o “unidimensional”, por utilizar la noción de Marcuse. Como afirma Williams: “Ningún modo de producción y por lo tanto ningún orden social dominante y por lo tanto ninguna cultura dominante verdaderamente incluye o agota toda práctica humana, toda la energía humana y toda la intención humana” (1977: 147, cursiva del autor). Finalmente, se retoma el concepto de estructuras del sentir, que liga la experiencia humana con las estructuras culturales. Las estructuras del sentir pueden ser definidas como “experiencias sociales en solución, a diferencia de otras formaciones semánticas sociales que han sido precipitadas y resultan más evidentes y más inmediatamente aprovechables” (1977: 156). Lo social es pasado, formado, mientras que la experiencia vital es presente, no accesible al análisis cultural. La estructura del sentir es una estructura en proceso, que se percibe como algo privado y, al tiempo, tiene características emergentes, pre-sociales. Con este concepto, pues, se trata de ligar los significados y valores tal y como son vividos con las creencias sistemáticas ya formadas. Por tanto, una sociología de la cultura deberá tener en cuenta, desde el concepto de hegemonía, las instituciones, las formaciones (movimientos, olas, etc.) y relaciones formadas (audiencias) y las formas culturales (concepciones del mundo, estructuras del sentir, etc.). Una sociología de la cultura En 1981, Williams publicó Culture, donde planteaba la sociología de la cultura que avanzó en Marxism and Literature y se aproximaba a una definición netamente sociológica del concepto cultura, ya apuntada en el glosario Keywords (1976b), distinguiendo tanto la especificidad del campo o esfera cultural como el carácter totalizador o trasversal de la misma. Afirmaba en este sentido: “Existe, por lo tanto, alguna convergencia práctica entre 1) los sentidos antropológicos y sociológicos de la cultura como diferenciado, dentro del cual, ahora, un característico se considera no sólo como esencial, sino como esencialmente implicado en todas las formas de actividad social, y 2) el sentido más especializado, si bien más corriente, de cultura como , aunque éstas, a causa del énfasis sobre un sistema significante general, se definen ahora con mucha más amplitud, para incluir no sólo las artes y formas tradicionales de producción intelectual, sino también todas las

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-desde el lenguaje, pasando por las artes y la filosofía, hasta el periodismo, la moda y la publicidad- que ahora constituyen este campo complejo y necesariamente extendido” (1981b: 13). Mantiene en Culture que el estudio de la cultura desde la sociología ha sido abordado desde dos tradiciones: la sociología observacional y la sociología comprensiva. La primera ha centrado su interés en las instituciones y productos culturales, en los contenidos de la comunicación y en el análisis de los efectos de la comunicación. Mientras tanto, la sociología comprensiva o tradición alternativa ha prestado especial énfasis a las condiciones sociales, el material social y las relaciones sociales del arte (1981b: 16-23). Cree Williams que se asistía a una creciente convergencia de ambas tradiciones y definía la sociología de la cultura explicando que “la sociología cultural, por lo tanto, se ocupa de los procesos sociales de toda producción cultural, incluyendo aquellas formas de producción que pueden denominarse ideologías” (1981b: 28). El concepto de cultura debe ser comprendido como “un sistema significante realizado” (1981b: 194). La cultura, pues, se presenta como el sistema significante de todos los subsistemas sociales (económico, político o generacional). Es lo que se puede denominar sentido amplio de cultura. Pero la cultura, como práctica significante, se manifiesta en algunas prácticas “manifiestamente ”, en un conjunto de sistemas significantes (lenguaje, ideología o arte) que configuran el sentido restringido del término cultura. Ambos sistemas, social y cultural, se encuentran entrelazados en la realidad: “El y el sólo se pueden separar de forma abstracta, puesto que en la práctica, y en una escala variable, son mutuamente constituyentes” (1981b: 203). Y es en este punto donde Williams intenta resolver la problemática clásica sobre el grado de determinación entre la estructura o base y la superestructura: “El grado de autonomía relativa de un proceso cultural es, en un primer nivel, deducible de la distancia práctica respecto de las relaciones sociales organizadas de forma diferente” (1981b: 176). Entre el proceso cultural y las relaciones sociales existe una mayor o menor “distancia relativa”, que varía en función del tipo de producción cultural. Así, existen procesos culturales con gran autonomía relativa respecto de las relaciones sociales (por ejemplo, la poesía), y otras con muy poca (la prensa). La distancia relativa, sin embargo, no es un a priori, sino que se establece en función de los procesos históricos y sociales, tanto como por las características propias de la formación cultural de la cual se trate. De esta forma es posible rechazar tanto la noción formalista de estudio de las “obras de arte propiamente dichas” alejadas de los procesos sociales que las

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configuran; como del intento estructuralista de deducir los procesos sociales de la forma. Del mismo modo, no acepta el olvido de la forma y sus dinámicas en aras del proceso social. Williams, en consecuencia, no entiende que se privilegie el proceso social sobre la forma, ni esta sobre el proceso social –ambos sistemas significantes-, ni que un factor como la tecnología se aleje del proceso social en el cual está inmerso y desde el cual debe ser explicado. Por último, pensaba que se estaban produciendo tres grandes cambios históricos que merecen toda la atención de la sociología de la cultura (1981b: 212218): (1) El cambio en el papel de las minorías culturales y de la cultura de masas. “En un nivel, la en estos últimos periodos, es una combinación muy compleja de elementos residuales, autofabricados y producidos externamente, con importantes conflictos entre ellos. En otro nivel, y de manera creciente, esta cultura es el área principal de la producción cultural burguesa y de la clase dominante, y tiende hacia una prometida en las modernas instituciones de comunicación, con un sector creciente considerado como residual y que debe ser formalmente en esos términos” (1981b: 213). Se produce, asimismo, una expansión de las burocracias culturales y educativas que refuerzan esta dinámica. (2) La creciente expansión de los mercados, con el problema derivado de las exportaciones culturales y el dominio político o comercial del espacio cultural. Y (3) un cambio en los procesos de información y en las dinámicas del trabajo cultural. Conclusiones El impacto de la obra de Raymond Williams ha sido enorme. Tras su muerte aparecieron un gran número de revisiones y recopilaciones de su obra (Dworkin y Roman, 1993; Eagleton, 1989; Eldreige y Eldreige, 1994; Higgins, 2001 y 1999; Inglis, 1998; Morgan, 1993; O´Connor, 1989a y 1989b; Stevenson, 1995).Análogamente, los estudios culturales, como disciplina académica ya sólidamente asentada, han reconocido de modo mayoritario a Williams como una de sus influencias directas, conformadora de este campo del saber, como un “padre fundador” (p.e., Barker y Beezer, 1994; Brantlinger, 1990; McGuigan, 1992; Storey, 2002; Turner, 1990; Zubieta, 2000). Williams fue siempre consciente de la trascendencia de su legado y del campo de estudios que había ayudado a construir (1989d). Cuando reflexionaba acerca del futuro de los estudios culturales reconocía la necesidad de un análisis de la relación entre la estructura social y el entorno cultural teniendo como objeto los propios estudios culturales. En este sentido, el origen de los estudios culturales no se encontraba en una serie de obras desligadas de su contexto sino que sólo se

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entendía en su relación con la educación de adultos y el compromiso con la democratización. “Dicho de otro modo: los estudios culturales no eran un cuerpo separado de conocimiento que podría a la gente. Sólo podía existir y crecer mediante su dependencia de la a la que servían” (Barker y Beezer, 1994: 11). Mantenía, frente a la creciente institucionalización sufrida por los estudios culturales en los años ochenta y noventa, que el futuro de dicha disciplina estaría ligado al mantenimiento de las condiciones sociales que los hicieron posibles. Toda su obra se plantea como un intento de construir una teoría cultural que teniendo como base el marxismo resolviera el problema de la determinación inherente al marxismo clásico. En los dos periodos señalados de su producción es posible encontrar un intento de no sumergir la cultura en la estructura social y, a la inversa, de no anteponer el significado a la estructura. El objetivo era crear una teoría no reduccionista que mantuviera, de un lado, viva la interrelación, la dialéctica entre la estructura social y el mundo de los significados y, de otro, permitiera incluir en la teoría marxista la iniciativa individual, la actuación de los actores sociales. En un primer momento esto se intenta mediante el concepto de estructuras del sentir para, más tarde, ser incluido en una concepción gramsciana de la sociedad en la cual adquiere preeminencia la noción de hegemonía social. En todo caso, para Williams la sociedad no es una realidad finalizada, sino un proceso en constante movimiento en el cual los individuos influyen y son influidos. El trabajo de Williams asombra tanto por la extensión como por la coherencia interna de una obra con una temática tan variada. Trató de incorporar los últimos desarrollos teóricos del marxismo, en concreto, y de las ciencias sociales en general, pero siempre filtrados por un esquema humanista. En una de sus últimas obras, Resources of Hope: Culture, Democracy and Socialism (1989e), afirmaba que era necesario un profundo trabajo de educación y formación intelectual del pueblo que, sin abandonar la lucha parlamentaria, llevara al derribo del sistema de valores generado por el sistema capitalista. Las estructuras del sentir producidas por el capitalismo están profundamente inscritas en los individuos y, por ello, el trabajo socialista se relaciona con el sentir y no puede circunscribirse solamente a la organización y los hechos. Porque, para Williams, el individuo creador, siempre el individuo, es el punto de partida y llegada de todo análisis social y de toda práctica política. Bibliografía BARKER, M. y BEEZER, A. (Eds.) (1994), Introducción a los estudios culturales, Barcelona, Bosch.

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