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Historia del arte a través de la astrología (título de la obra impresa) [tesis de licenciatura calificada con sobresaliente] La astrología precesional

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Historia del arte a través de la astrología (título de la obra impresa) [tesis de licenciatura calificada con sobresaliente] La astrología precesional como método de historiación del arte (subtítulo de la obra impresa) [Marimón Padrosa, Joan] “El caballo de batalla de los estudiosos del pasado es el orden, probable, que rige los acontecimientos de la Historia. ¿Existe realmente este orden? ¿Es lícita la actitud del historiador empeñado en definir la manera de pensar y hacer de una época y su evolución hacia otra manera distinta? Este ejercicio trata de probar dos cosas, relacionadas íntimamente con las cuestiones anteriores. En primer lugar, que es factible definir un momento histórico a través de los 12 arquetipos zodiacales. Y en segundo lugar, que la cadencia de un proceso histórico se ajusta perfectamente al orden que siguen estos 12 signos. De ahí que la ambición por encontrar el aludido orden de la Historia no aparezca como algo utópico. El punto de partida es el movimiento más largo del globo terrestre, la precesión de los equinoccios, que describe un proceso cíclico de 25.200 años, a partir del cual se ha construido un armazón teórico que es necesario probar. Así, demostrando la validez de este armazón, queda demostrado el orden histórico propuesto. El autor ha seguido para ello las tesis del astrólogo Boris Cristoff, aplicándolas a la historia del arte. El ejercicio se centra, en el tiempo, en la llamada Era de Piscis, que se extiende desde la irrupción del cristianismo hasta el final del siglo XXI, y, en el espacio, en el arte occidental. Se trata de definir, pues, la naturaleza del hombre de Piscis a través de su actividad artística. Con ello se consigue la información necesaria para establecer las constantes del hombre actual y las de su posible evolución.” (presentación). “Joan Marimón Padrosa” (autor de la obra impresa) “nació el 12 de agosto de 1960 en El Prat de Llobregat (Barcelona). Es graduado” (licenciado) “en Historia del Arte por la Universidad de Barcelona.” [Bibliografía consultada sobre astrología: 16 libros]. [371 páginas]. Colección “palabra plástica” dirigida por José Fernández Arenas, libro núm. 6 de la colección. [texto entrecomillado, contraportada]. Anthropos – Editorial del Hombre –, Barcelona, diciembre 1985 Enric Granados, 114, 08008-Barcelona. Teléfono: 932-172-545. Copyright / Propiedad literaria 1985 del Grupo A y del autor.

Colección de libros impresos “palabra plástica” dirigida por José Fernández Arenas: “El individuo, como productor de la comunidad, es agente activo de las manifestaciones técnicas y lingüísticas con las que se expresa. Entre estas manifestaciones destaca la producción artística, entendida como el resultado de una actividad laboral aplicada sobre las materias, con la utilización de unas técnicas que configuran formas y figuras. El arte es simplemente eso, sin necesidad de acudir a explicaciones abstractas como belleza o genio creador. Las obras de arte producidas se aceptan, se conservan (o se destruyen), se transmiten y se musean. El hombre debe también saber dar una explicación de ese patrimonio cultural aceptado y conservado. La Historia del Arte es la ciencia que intenta explicar, ordenar y valorar la producción artística de cada comunidad cronológica y geográfica. La colección PALABRA PLÁSTICA está dedicada a la explicación del hecho artístico en su más amplio sentido estético: Explicación de las obras de arte como objetos de comunicación sensual (no sólo visual o auditiva). Comprenderá tres líneas de actuación:  El estudio y conocimiento de las materias y técnicas aplicadas en la producción artística.  La historiación de los objetos producidos en el tiempo y en el espacio, con la reflexión sobre sus métodos científicos.  La interpretación y la valoración de las ideas y contenidos que estos objetos nos transmiten como síntomas, documentos y señales históricas y estéticas de la comunidad que las realizó.” [I.S.B.N. 84-85887-94-8] [Depósito legal B. 30.463-1985] [Impreso en Cataluña]

(texto situado en la solapa de la portada del libro impreso)

“Introducción Habida cuenta de que el determinismo va a ser el tema de fondo de todos y cada uno de los apartados de este ejercicio, hemos pensado que lo más conveniente es empezar entrando de pleno en la cuestión y dejar bien sentada nuestra actitud sobre el tema. Según Schrödinger, Premio Nobel de la Física en 1933, la mentalidad occidental descansa en la creencia de que el mundo es comprensible por la inteligencia. Nosotros hacemos nuestra esta idea, pero consideramos que es preciso ampliarla con algunos razonamientos: si el mundo puede entenderse por el intelecto, debe pensarse que los acontecimientos que se suceden no son obra del azar, puesto que, si así fuera, el mundo no sería inteligible, nadie podría establecer teorías ni sistematizar nada. Los designios de lo aleatorio, de lo imprevisible, anularían cualquier intento de observar el orden de un proceso. La mentalidad occidental, pues, resistiéndose a aceptar la aleatoriedad, ha creado un sistema de cosas basado en lo opuesto al azar, es decir, en el determinismo. Como dice Jorge Wagensberg (1), el determinismo está en el fondo de toda doctrina filosófica o científica. Cierto. ¿Acaso puede ser de otra manera? Es posible que sí, desde luego, pero extremadamente improbable desde nuestro punto de vista. La mentalidad racional y determinista del hombre de Occidente – atribuible, como se verá, al signo de Capricornio – se demuestra en el hecho límite de haber averiguado las leyes que rigen el azar. Lo que afirmamos, aun a riesgo de que resulte escandaloso, es que no hay doctrina que no sea determinista, que la vocación de determinismo se expresa consciente o inconscientemente en todos y cada uno de los sistemas filosóficos, científicos, religiosos e histó(1)

Wagensberg, Jorge, “El azar de la ignorancia y el azar absoluto”, La Vanguardia, 4 de diciembre de 1983. El mismo J. Wagensberg, autor de Ideas sobre la complejidad del mundo (que ha publicado la editorial Tusquets en 1985) postula la existencia de la relación entre las leyes físicas y la vida cotidiana de las colectividades humanas. Es este un método extraordinariamente cercano a la astrología, que también se basa en la relación existente entre las leyes físicas de un macrocosmos (estrellas, planetas, etc.) y las biológicas de un microcosmos (ser humano o bien colectividad de seres humanos).

ricos que el hombre ha enunciado, incluso en aquellos que pretenden negar o reducir el determinismo al absurdo. Lo que ocurre, y aquí empiezan a desfilar las paradojas, es que hay bastantes maneras de ser determinista, y muchos lo son sin saberlo. Aclaremos estos puntos. Ante todo, ¿qué significa ser determinista? Significa creer que es posible que, cuando se cuenta con la información necesaria, se pueden hacer predicciones con la precisión que se desee. Así pues, el determinista cree en la existencia de un destino individual y colectivo que puede deducirse mediante el análisis científico. Cree, en consecuencia, que todo lo que ocurre – efectos – es producto de unas leyes – causas –, y que no puede ocurrir nada que escape a estas leyes (no tiene cabida, pues, hablar de lo que se entiende por imprevisto, suerte o azar). A la misma causa corresponde siempre el mismo efecto y no otro. Si a esa causa correspondiera un efecto imprevisible se probaría la no existencia del determinismo en beneficio de la del azar. La mentalidad occidental-científica se negaría, no obstante, a aceptar tal estado de cosas (efectos imprevisibles) porque ha montado toda su estructura en la convicción de la realidad de unas leyes inmutables que rigen la Naturaleza. Conceder crédito a la existencia de unas leyes inmutables – que por ende anulan la posibilidad de azar – es una de las formas más elevadas de determinismo. De ahí que se diga que la mentalidad occidental está teñida de él. La cuestión es más profunda de lo que parece a primera vista. Vivimos en un mundo que no acabamos de entender. Por ello, hay una serie de personas (filósofos, científicos, etc.) que se dedican a explicarnos lo que pasa. La única manera posible de desempeñar esta delicada misión es hacer referencia a leyes generales, al orden que sigue cualquier proceso. No habría forma de explicar nada si fuera la suerte la que guiara el devenir de las cosas, si todo fuera posible en cualquier instante. El individuo que cree que todo lo que ocurre es por algo, o el jugador profesional que llega a la conclusión de que la suerte no existe, es en realidad tan determinista como Spinoza o Spengler, que se limitaron a cargar las tintas de lo que está en el pensamiento de todos. Lo verdaderamente curioso, y en ello incidiremos más adelante, es que cuando alguien ha proclamado alguna teoría abierta y conscientemente determinis-

ta el rechazo ha sido espectacular. Por lo general, aun hoy día, época en teoría de desprejuicios, uno corre el riesgo de ser incluido en la lista negra de los intelectuales sólo por insinuar una hipotética defensa del determinismo. Ya que el ejercicio tratará de la historia del arte, restringiremos el enfoque a esta disciplina. Las próximas líneas estarán dedicadas a probar que ni un solo autor ha escapado a las tendencias deterministas mencionadas. Hay casos verdaderamente flagrantes, como el de Heinrich Wölfflin, que, oponiéndose al confesado determinismo de Taine, cae en uno todavía mayor, detalle en el que no parecen haber reparado los estudiosos del tema. Winckelmann (1717-1768) es el inspirador del determinismo en el que se moverán los idealistas alemanes. Observa unas diferencias en el arte de los distintos pueblos que atribuye a la situación geográfica – generadora de un clima concreto – y al ambiente. Es decir, el arte de un grupo social está determinado por el lugar donde se localiza dicho grupo y, en términos psicológicos, por su caracterología. La filosofía idealista alemana, deudora de Winckelmann, intenta explicar la causalidad de un orden universal; es decir, se basa en la suposición de que, como dice Fontana, existen unas causas generales que explican la evolución de las sociedades humanas, o lo que es lo mismo, que el azar no interviene en el devenir histórico. Así pues, aparecen los conceptos de “espíritu de las naciones” (o caracterología de los grupos sociales) y “espíritu del tiempo”. En estos mismos conceptos se basan las teorías que enunciaremos en el capítulo siguiente, puesto que, como se verá, se asignan unas variables concretas para definir el espíritu de cada nación y otra serie de variables para definir el espíritu de cada período temporal. La búsqueda de este “espíritu de la época” es el objetivo principal de los historiadores de la escuela de Viena (Riegl, Dvorak, Schlosser, Hauser, Gombrich, etc.). La obra de arte es, según estos parámetros, consecuencia de dicho espíritu, entendido como la síntesis del “espíritu de las naciones” y el “espíritu del tiempo”, es decir, consecuencia del alma colectiva de la época. Hippolyte Taine (1828-1893) es, como se ha dicho, abiertamente determinista. Afirma que hay unas leyes, en cuya búsqueda se basa su metodología, que determinan la creación artística. Estas leyes regidoras de la naturaleza son físicas (ya sean

geográficas o climatológicas) y de ellas derivan las leyes ambientales. En este sentido, Taine es un precursor de las últimas tendencias científico-sociológicas, no menos deterministas: A. Carpena, por ejemplo, en su “Desde 1 hasta N”, intenta probar la interacción del Universo deduciendo leyes generales biológicas y de comportamiento a partir de fenómenos físicos, y no son pocos los autores que parten de la biología o la psicología para propósitos similares. Muchos tratadistas románticos (Viollet-le-Duc, Ruskin, Puig i Cadafalch, etc.) insisten en lo que Fernández Arenas ha llamado “teoría del medio y de las nacionalidades”, es decir, en unas causas sociales que originan el arte de cada época y en la diferenciación de carácter de cada sociedad según la localización geográfica. Para Puig i Cadafalch, por ejemplo, la formación de la nacionalidad catalana está en la etapa del románico. Con el formalismo empiezan los casos verdaderamente flagrantes. Por un lado tenemos a Semper (1803-1879), determinista, el cual apunta tres principios que condicionan a ultranza las formas artísticas y su evolución (materiales, técnica y finalidad). Y, por otro, a Riegl (1858-1905), que reacciona contra el determinismo de Semper oponiendo un punto de vista de interés evidente, pero mucho más determinista que el que quiso combatir: el principio de “voluntad artística” (Kunstwollen), al cual se debe la afinidad de todas las formas artísticas y culturales de una época. La voluntad artística es colectiva y el artista es simple ejecutor de este espíritu de los tiempos. Insiste en el determinismo geográfico al afirmar que cada colectividad puede identificarse con un grupo étnico. El esquema de Riegl es el prototipo de lo antialeatorio. Nada queda al amparo del azar. Una voluntad artística colectiva significa un grupo de hombres que tienen afinidad de pensamiento y acción, una comunidad que, como un solo hombre, se mueve en una dirección concreta. El determinismo no pretende otra cosa. Wölfflin (1864-1945), uno de los historiadores más influyentes en el estudio moderno del arte, cae en contradicciones similares. Se opone radicalmente al determinismo del medio de Taine y al de la técnica de Semper, proponiendo lo que podríamos llamar el determinismo espiritual de carácter cíclico. Su preocupación fundamental consistía en explicarse las causas de la transformación de un estilo en otro. Para ello, buscó unas leyes que explicaran estos cambios y acabó refiriéndose a unas fuerzas espirituales causantes

del cambio de estilos. Tales leyes generales, los “conceptos fundamentales”, actúan como causas inmutables a lo largo de la historia del arte, provocando la repetición de momentos clásicos y barrocos (de ahí el mencionado carácter cíclico). De hecho, la intuición del carácter cíclico de la historia es común a la inmensa mayoría de historiadores. Winckelmann dijo ya que las cuatro etapas del arte griego (ideal, sublime, bello, imitación) se repetían durante el Renacimiento. Schlosser, por citar otro ejemplo, establece en El arte de la Edad Media una relación entre el gótico y el clásico griego, entre el Renacimiento y el realismo romano, y entre los dos impresionismos, el del siglo XIX y el de los primeros años de la era cristiana. Para nosotros lo cíclico es evidente, desde los niveles más íntimos a los más generales: un día sucede a otro; el padre engendra al hijo, que acaba convirtiéndose en padre; el hombre prehistórico tiene tanta necesidad de guarida como el del siglo XX. Pero volvamos a los historiadores del arte. Worringer parte del determinismo geográfico al afirmar que la actitud de las civilizaciones nórdicas primitivas ante la naturaleza hostil es de segregación y defensa, y que la abstracción es propia de estos grupos, mientras que la “identificación” con la naturaleza se reserva a las culturas mediterráneas, cuya relación con la naturaleza no observa una actitud de rechazo. Burckhardt intentaba encontrar las actitudes generales (o leyes, ya sean culturales o espirituales) que determinan las formas plásticas. Dvorak pretendía hallar las causas de la evolución de las formas en la historia general del espíritu. Huelga decir que la consideración de la existencia de un “espíritu general” significa de nuevo que la sociedad se mueve como un solo hombre, lo cual nos sitúa una vez más ante el mismo tipo de determinismo de Riegl y Wölfflin. Plejanov, de orientación marxista, practicó también un determinismo sin disimulos, tratando de discernir cuáles son las leyes inmutables que rigen la sociedad y el arte. Los generacionistas (Comte, Pinder, Lafuente Ferrari) se dedican únicamente a reducir la unidad temporal de los historiadores anteriores. Tomando módulos generacionales concretos (15 años en el caso de Dromel y Lafuente Ferrari) llegan a las mismas conclusiones que los autores que hablan del espíritu de la época. Basta cambiar “época” por “generación”. Al ser la duración de una generación más breve que la de una época, las tendencias espiritua-

les se consideran menos generales. Sin embargo, el determinismo opera igualmente: un grupo generacional se distingue del siguiente y del anterior por sus afinidades. Como la redundancia, a pesar de serlo, no suele estar de más, nos detendremos, a fin de aclarar conceptos, en una de las frases del siempre respetado Erwin Panofsky con el objeto de analizarla. Después pasaremos a las conclusiones. La aseveración que da comienzo a su Renacimiento y renacimientos en el arte occidental dice así: “La erudición moderna muestra un creciente escepticismo ante la periodización, es decir, ante la división de la Historia en general, y de cada uno de los procesos históricos en particular, en lo que el Oxford Dictionary define como Porciones Distinguibles.”

Un estudio forzosamente breve del enunciado nos conduce a un par de reflexiones. La primera sobre las causas: ¿Por qué esta tendencia general de la erudición moderna? Desde nuestro punto de vista, la respuesta es muy concreta: a causa de las grandes dosis de subjetividad e individualismo que rigen el pensamiento intelectual desde el Renacimiento y, especialmente, desde principios del siglo XX (más adelante trataremos con amplitud este punto). El hombre de hoy está de modo consciente en contra del determinismo, cosa que implica automáticamente el rechazo de cualquier periodización o “porción distinguible”, conceptos que no significan más que lo siguiente: un grupo de personas que han realizado tareas que parten de un estado espiritual común en un tiempo y en un espacio concretos. Esta sencilla idea, tan evidente en otras épocas, toma hoy día una especie de sabor antiindividualista que parece muy sospechoso (¿por qué un grupo de gente que hace lo mismo?, ¿es que cada cuál no es libre de hacer lo que quiera, independientemente de lo que hagan los demás?). De ahí esta tendencia contraria a lo que ha venido siendo hasta ahora el principal recurso de los historiadores, la periodización. El ataque contra la periodización es, en el fondo, un ataque contra la misma esencia de la historia, porque ¿sería posible, por ejemplo, una historia sociológica si cada individuo actuara a cada momento como le pareciera, obedeciendo los dictados de su caprichosa voluntad e independientemente del obrar del resto? Cree-

mos que no. La historia se basa en la coincidencia, muy generalizada, de una manera de pensar (filosofía), de una manera de comerciar (economía), de una manera de satisfacer la “voluntad artística” (arte), etc. La periodización posibilita la historia. Pero, entonces, ¿por qué el ataque? ¿Es cierto que los historiadores que periodizan intentan, quizá a un nivel inconsciente, encontrar el orden de la historia? Es evidente que sí. La periodización supone un ordenamiento, y un ordenamiento, por lógica, debe manifestarse a través de unas constantes regulares. Esas constantes regulares – podemos llamarlas “leyes” - son las que han buscado todos los autores que han intuido el orden de la historia. Quien llega a percibir estas constantes – o quien cree percibirlas – se encuentra con la posibilidad de poder entender el funcionamiento – ordenado – de la historia (es manifiesta la incalculable importancia de tal posibilidad). Es decir, que puede tomar conciencia de cuál es el destino colectivo, de la articulación de los acontecimientos históricos. En otras palabras, la periodización busca el ordenamiento, y dicho ordenamiento no es posible fuera del determinismo. Debemos reconocer una indudable coherencia en los historiadores desperiodizadores: luchando contra la periodización combaten la tendencia al determinismo y, por tanto, defienden la libre voluntad del hombre para obrar como le parezca. Es decir que al menos no hay contradicción alguna entre la lucha contra la periodización y el individualismo subjetivo del hombre moderno, que hemos definido como una característica sobresaliente. La segunda reflexión es consecuencia lógica de la primera: un historiador del futuro podría referirse perfectamente a nuestra época con la frase siguiente: “Un período en el cual la erudición comenzó a mostrar un gran escepticismo hacia la periodización.”. El enunciado no es incorrecto, los historiadores modernos que simpatizan con la desperiodización están actuando en un tiempo correcto y participan de las mismas ideas, es decir, forman un movimiento perfectamente periodizable, un capítulo en la historiografía. El hecho de que el grupo desperiodizador sea susceptible de constituir un período nos aclara la situación de absurdo en que se mueve. De hecho, los historiadores desperiodizadores no son sino un reflejo del espíritu de la época, como lo es también la desconfianza de los astrólogos actuales hacia el determinismo – tema que trataremos a continuación – y, sobre todo, la formulación de la concep-

ción indeterminista del Universo a cargo de los físicos Heisenberg y Popper. El espíritu indeterminista ha impregnado, pues, todos los campos, pero debe verse como una cuestión de moda. El gusto por el determinismo puede volver a imponerse en cuanto el hombre vuelva a apostar decididamente por la razón, prescindiendo, en contrapartida, de cierta parte de su subjetividad (2). Habíamos hablado de paradojas. Y es cierto. Pese a que desde nuestro ángulo es manifiesta la voluntad determinista de todos los historiadores, cuando alguno de ellos la ha enunciado claramente y sin disimulos, las críticas han caído sobre él como el granizo. Los (2)A pesar de que la oscilación entre el favor de los pensadores hacia el determinismo o el indeterminismo puede llegar a ser tan larga en el tiempo como la misma historia del hombre, cabe esbozar algunos comentarios críticos a los argumentos de Popper: A. Este autor basa su defensa del indeterminismo en, entre otras cosas, la total imposibilidad de llegar a predecir la creación artística. Ocurre que a) el determinismo científico ha nacido con una voluntad puramente formal, no de análisis introspectivo. Querer enfrentar el determinismo con la creación artística es sin duda una impostura. b) El supercientífico capaz de tener toda la información necesaria para la predicción de la creación artística no puede ser sino alguien que se mueva en términos absolutos (¿Dios?). Es imposible, por definición, contar con toda la información, pero no por ello debe anularse la idea de la existencia del Universo determinado. Hay, pues, que buscar otros cauces para rebatirlo. B. El determinismo a ultranza de algunos principios físicos, en la base de las leyes que – se supone – rigen la naturaleza (por ejemplo el primer principio de la termodinámica: “La energía ni se crea ni se destruye, sólo se transforma” o la ley de la entropía: “Todo sistema tiende a aumentar su índice de entropía”) permite asentar la idea de un Universo determinado. Popper refuta teóricamente la ley de causación, que en el fondo es subsidiaria de las anteriores. La refutación del primer principio de la termodinámica sería una prueba mucho más concluyente a favor del indeterminismo. Después de todo, la ley de causación nos introduce en un terreno muy espinoso por la complejidad que supone valorar de forma adecuada el entrecruzamiento de causas y sus efectos correspondientes.

casos de Spengler y Toynbee están en la mente de todos. En historia del arte, el proceso ha sido similar. El método de Taine tuvo una gran repercusión, pero sus discípulos ocultaron en lo posible el determinismo que desprendían sus teorías. Ya hemos visto cómo Semper se vio enérgicamente atacado por Riegl y Wölfflin. El determinismo de Plejanov fue criticado por los marxistas posteriores. A pesar de todo, no parece haber nadie que escape a la voluntad de determinación. Es comprensible, dado el individualismo imperante, que los defensores del determinismo queden en la cola de los índices de aceptación. Pero que una teoría no guste no quiere decir que sea falsa. A nuestro favor está el hecho de que el hombre suele experimentar un cierto disgusto cuando se enfrenta con la realidad (¿está determinado a ello?). Así ocurrió por ejemplo cuando Galileo insistió en defender los argumentos póstumos de Cópernico o cuando Miquel Servet descubrió la circulación menor de la sangre. De modo general, reivindicamos el derecho a “acusar” de deterministas a todas las teorías que defiendan la existencia de unas leyes generales (es decir, a todas las teorías). Como teóricos, aceptamos que nuestros argumentos sean rechazados (ése es el riesgo de todos los autores que desvelan sus pensamientos al público). Ahora bien, nos permitimos hacer al lector un llamamiento a la lógica: si se nos rechaza por deterministas (acusación que no podemos sino admitir), que se aplique el mismo filtro a todos los historiadores del arte mencionados en esta introducción y a sus discípulos. Lo único que pretendemos hacer es sistematizar desde un punto de vista teórico lo que todos estos autores han defendido, ya sea consciente o inconscientemente: el orden que sigue la historia del arte y la historia en general. Presentaremos, pues, la aplicación al arte de una teoría determinista. ¿Puede ser rechazable por tener este carácter? No creemos que sea ésta una actitud correcta, teniendo en cuenta que vivimos en una época de desprejuicios (¿estamos determinados a ello?) y que el hecho de rechazar una teoría por su carácter opuesto al sentir consciente del momento es, sin duda, un prejuicio. (Y recalcamos la idea de “sentir consciente” puesto que a otros niveles ya hemos visto que la tendencia determinista está muy generalizada.) En todo caso, el método ha de ser juzgado por sus resultados y no por sus premisas teóricas. El ejercicio alcanza importancia

trascendental de reconocerse la validez de la teoría. El hecho de encontrar una clave del orden de la historia empequeñece la molestia que representa un determinismo anacrónico y, posiblemente, reaccionario. Boris Cristoff es un astrólogo que desde 1967 ha venido dedicando la casi totalidad de sus esfuerzos a probar la bondad de su astrología precesional, que le ha permitido realizar una Tabla Periódica de la Historia (TPH), es decir, un método gracias al cual es posible distinguir cuál es el orden histórico citado. El presente trabajo intenta aplicar al arte el método de Cristoff, por ello recomendamos dos de los libros más importantes publicados por él sobre el tema: Astrología precesional. 1968-1983: Un retorno del pasado y El destino de la Humanidad, reseñados en la bibliografía. Con esta aplicación se intentará probar tanto la validez como las posibilidades del método. Sabemos de los inconvenientes que presenta este ejercicio. El primero es el énfasis en la datación, que se hace estrictamente necesario. Este énfasis puede resultar un tanto anacrónico en un tiempo de tendencias desperiodizadoras pero, como se verá, es imprescindible. Quizá, no hay que descartarlo, ser anacrónico sea hoy día lo más moderno, puesto que vivimos una espectacular corriente revivalista, como lo prueba el hecho del mismo resurgir de la astrología. Otro inconveniente es el esquematismo de la teoría, que fuerza a encuadrar estilos y movimientos en compartimientos estancos. Es fácil adivinar el recelo que ello provocará en los que se interesen por este tema, puesto que el “encasillamiento” que se practicará no es más que una consecuencia de lo ya discutido, el determinismo, que se constituye en la característica esencial de la astrología. La contradicción entre el determinismo y la libre voluntad del hombre recorre la historia del pensamiento desde tiempos inmemoriales. El siglo XX, no obstante, nos sitúa en una posición nueva, más contradictoria si cabe, que sienta precedente por la intensidad con que se manifiesta. Vivimos en un momento en que el hombre siente una inclinación cada vez más fuerte hacia todo lo oculto, hacia lo interior y lo subjetivo. Esta tendencia ha propiciado el revival universal y divulgativo de la astrología, ciencia grata a esta voluntad de introspección. La contradicción es la siguiente: por un lado está el determinismo como característica básica de la astrología;

por otro el hombre moderno, que, subjetivo e individualista, se siente muy atraído por la astrología, pero no desea oír hablar de determinismo. En consecuencia, quizá como única posibilidad de subsistencia, los astrólogos se ven forzados a jugar un papel de medias tintas que puede definirse en la aplicación del adagio latino, producto de una época donde se vivía una problemática similar: “Los astros inclinan, pero no obligan”. Es decir, la voluntad del hombre siempre puede más. Es indudable que con un argumento como este, todas las conciencias respiran tranquilas. Ahora bien, si fuera cierto, el papel de la astrología quedaría formidablemente reducido, reducido a una disciplina que establece posibilidades de carácter, posibilidades de acontecimientos, siempre posibilidades que estarían por debajo de los designios de la voluntad. Llevando esta idea al extremo, podría darse el caso de que a los más voluntariosos la astrología no les afectara en lo más mínimo, lo cual resulta absurdo. Sin entrar en juicios de valor, interpretamos este hecho como una de las claves que más nos pueden ayudar a comprender la característica principal del hombre moderno: su individualismo prometeico. Conclusión: la astrología moderna se ha encontrado con el dilema de que, para sobrevivir sin problemas en el mundo moderno que tanto parece necesitar de ella, tiene que prescindir de su elemento esencial – y más polémico – el determinismo. De esta contradicción ha surgido la astrología actual, amable y relativa, muy a tono con lo que se lleva en nuestro siglo XX. Antes de cambiar de apartado, dedicaremos unas líneas a aclarar tres conceptos de interés, relacionados con todo lo que se ha dicho hasta ahora: 1. El método que utilizaremos (la astrología precesional como metodología para el estudio de la historia del arte) no es una interpretación morfológica de la historia al estilo de las obras de Spengler y Toynbee, puesto que las variables de “tiempo” y “espacio” - épocas y sociedades – juegan, como se verá, el papel fundamental, de manera que es imposible el paralelismo absoluto entre dos momentos históricos (lo impide la variable rectilínea del tiempo). 2. Partiendo de la premisa de que el hombre es el objetivo de la historia – y, más ampliamente, el hombre en sociedad –, ¿qué mejor que utilizar una disciplina – la astrología – que desde

siempre se ha dedicado al estudio del hombre y que tiene en su mano la posibilidad de integrar cualquier factor susceptible de intervenir en la trayectoria de la historia? 3. La astrología es una disciplina que parte de la ley hermética de correspondencia, es decir, del principio que afirma que todo está relacionado y que, por tanto, hay una continua interacción y correspondencia entre todos los elementos del Universo. Estudiando las leyes que rigen el macrocosmos se obtiene el modelo de las que rigen el microcosmos. Cualquier autor que base sus presupuestos en la comparación de manifestaciones de dos disciplinas – por ejemplo, el establecimiento de paralelismos entre fenómenos físicos y biológicos – estará trabajando en una materia análoga a la astrología, y, en consecuencia, será tan determinista como esta. En cuanto a la validez de la astrología como ciencia, tema candente, cabe apuntar unas cuantas cosas de interés. Los opositores de esta disciplina tienen – concedámoslo – un amplio repertorio de argumentos a su alcance. ¿Cómo es posible – preguntan – pretender transformar en ciencia algo que empezó con carácter casi religioso? ¿Cómo otorgar credibilidad alguna a los “caracteres” de los planetas que defienden los astrólogos cuando se sabe hoy día que el origen de esta caracterología se basa en las relaciones entre el “aspecto general” - luz, color, posición – del planeta y el dios de la mitología caldea que más se parecía a ese “aspecto general”? (Por ejemplo, el planeta Marte, rojizo y de irregulares movimientos, que se convirtió en el dios de la guerra, enérgico y violento.) Consideraciones como estas han motivado, a lo largo de nuestro siglo, el proceso que debiera haber decidido de manera irreversible si hay o no algo de verdad en los postulados de la vieja astrología. La estadística ha sido el instrumento empleado para examinar la admisión o destierro de la astrología del campo de la ciencia. Existían, además, razones adicionales para poner en marcha este proceso. Algunos científicos sentían bastante curiosidad respecto a los descubrimientos realizados en torno a la influencia del cosmos sobre la naturaleza y el hombre. Se había comprobado, por ejemplo, la influencia de las fases de la Luna en el ritmo de crecimiento de los vegetales y en el comportamiento de numerosas especies animales, así como el aumento y disminución de la velocidad de rotación terrestre según la intensidad de la actividad solar.

Y, en cuanto al ser humano, nuevas disciplinas científicas como la biometeorología o la ritmobiología se habían encargado de demostrar la influencia de factores cósmicos en fenómenos como el nacimiento, el ciclo menstrual, el riego sanguíneo, el sistema nervioso o el infarto de miocardio. (3) En lo referente a la influencia de la Luna, el doctor Arnold L. Lieber afirma: “Consideremos por un instante el organismo humano como un microcosmos, un pequeño Universo. Está compuesto, esencialmente, de los mismos elementos que la superficie terrestre (aproximadamente un 80% de agua y un 20% de minerales orgánicos e inorgánicos). Se puede tomar como hipotésis que las fuerzas gravitacionales de la Luna son capaces de ejercer sobre el agua encerrada en el organismo humano una influencia similar a la que ejerce sobre el macrocosmos terrestre. Por el canal de la gravitación, la Luna provocaría en el organismo humano cambios cíclicos sobre el medio líquido que baña todas las células de nuestro cuerpo, de tal modo que se podría hablar de verdaderas “mareas biológicas”...Estos cambios, estas “mareas biológicas”, capaces de provocar variaciones normales de humor, se traducirán, en el individuo predispuesto, en un verdadero desarreglo del comportamiento”. (4) Aceptadas, pues, por la ciencia las influencias del cosmos en el hombre, valía la pena comprobar si esas influencias se daban a la manera en que dice la astrología que se dan. Así, ha habido varias comprobaciones estadísticas desde principios de siglo, pero ninguna tan amplia como la realizada por Michel Gauquelin, que puso manos a la obra en 1955. Tras una labor abrumadora – alrededor de 60.000 fechas de nacimiento con la hora exacta y la profesión del individuo – descubrió el efecto, a la manera astrológica, de la Luna, Marte, Júpiter y Saturno. No pudo demostrar el de los planetas lejanos – Urano, Neptuno y Plutón –, ni el de los más pequeños – Mercurio y Venus –, ni tampoco el del Sol; en este último caso expresó su sorpresa al respecto, puesto que el papel físico del astro rey es de una importancia innegable en el hombre. No obstante, Barbault ofrece su versión sobre esta falta de influencia en Tratado Véase el capítulo IX de Los relojes cósmicos de Michel Gauquelin. (4) Gauquelin, Michel, La cosmopsicología, pp. 16 y 17. (3)

práctico de astrología, (5) al considerar el Sol un motor que se adapta a las tendencias impuestas por el resto de planetas. Las conclusiones de Gauquelin a este respecto se pueden inferir del siguiente párrafo: “Todo sucede como si para algunos oficios o profesiones, la presencia natal de un planeta que acaba de pasar por el horizonte o por el meridiano “provocase” el éxito. De 3.647 sabios, por ejemplo, 704 en vez de 598 han nacido después de la salida o la culminación de Saturno. No existe más que una probabilidad sobre 300.000 de que sea el azar sea la causa de tal exceso de nacimientos. En 2.088 campeones deportivos, Marte domina con una claridad sorprendente. Se le halla 452 veces en lugar de 358 saliendo o culminando, lo que no deja al azar más que una posibilidad sobre cinco millones. En 3.438 hombres de guerra conocidos, Júpiter se halla en las regiones que siguen a la salida o a la culminación: 703 veces en lugar de 572. Probabilidad de que se deba al azar: menos de una sobre un millón, etc.” (6) Este mismo autor comprobó también el efecto planetario de herencia o herencia astral según el cual los hijos muestran una acusada tendencia a venir al mundo en los mismos estados cósmicos que precedieron el nacimiento de sus padres. Hoy día los trabajos de Gauquelin son un lugar común tanto para los opositores como para los defensores de la astrología. Es preciso señalar que este autor partió de una postura de absoluto escepticismo hacia esta disciplina, pero a lo largo de los años la ha ido suavizando hasta llegar a definir el horóscopo como “un conjunto de bella complejidad”. (7) Por si fuera poco, en los últimos años se ha dedicado a enunciar los principios de una nueva materia, la cosmopsicología, que es una especie de astrología pero con menos elementos, sólo con aquellos cuya influencia ha podido probar científicamente, es decir, la Luna, Marte, Júpiter y Saturno. Veremos si en el futuro se amplía este espectro. Pero, después de todo, el trabajo de Gauquelin no es suficiente para conferir el estatus científico a esta disciplina. Hoy día, ese estatus sólo es aplicable a las materias susceptibles de adoptar la Véase el capítulo II de la Primera Parte del Tratado práctico de astrología de André Barbault. (6) Gauquelin, Michel, op. cit., p. 48 (7) Ibíd., p. 37 (5)

metodología científica, es decir, aquellas que permitan el trabajo de campo con la recogida de datos, el pronóstico experimental a partir del análisis de estos datos y un tercer análisis estadístico de los resultados del anterior pronóstico experimental. Gauquelin ha realizado un extraordinario trabajo de campo en sus estudios, pero no ha profundizado en el pronóstico experimental. André Barbault sí lo ha hecho – véase El pronóstico experimental en astrología – y también Boris Cristoff – véase El destino de la Humanidad –. Ambos no han podido llegar a fondo a la tercera parte del proceso – el análisis pormenorizado de sus predicciones – ya que éstas sobrepasan, en la mayoría de los casos, el año 1990. Pero es, de cualquier forma, una tarea que puede hacerse sin mayores dificultades. Así pues, concluyendo, la astrología sí es, en rigor, una ciencia, porque permite la aplicación de la metodología científica. No debe confundirnos el profundo encono que enfrenta a científicos y astrólogos desde el siglo XVII, ya que es debido por un lado a la cerrazón – muy poco científica, por cierto – de los primeros ante la disciplina de los astros y a la despreocupación por la ciencia, por la innovación, a causa del excesivo conservadurismo y espiritualidad de los segundos en los temas concernientes a su propia materia. Creemos, no obstante, que hoy día algunos francotiradores interdisciplinares están sentando las bases de la futura reconciliación entre ciencia y astrología. Al fin y al cabo, este enfrentamiento secular se ha debido simplemente a un malentendido.”

(de la página 9 a la página 26 del libro impreso)

“Los doce signos del zodíaco (según Barbault y Adler) Para adentrarse en la comprobación del funcionamiento de la astrología precesional mediante su aplicación al arte es imprescindible conocer las características de los doce signos del zodíaco. Los tres únicos astrólogos que aparecerán citados en este ejercicio serán Boris Cristoff, André Barbault y Oskar Adler. Comoquiera que más adelante se hablará de Cristoff, vale la pena presentar a los dos astrólogos restantes, de cuyos trabajos nos hemos servido para confeccionar este apartado introductorio. André Barbault es, según apreciación de Cristoff, “el Pope europeo de la astrología”. En efecto, es uno de los tratadistas más respetados – quizá el que más – de esta controvertida disciplina, en la que, probablemente más que en ninguna otra, es esencial distinguir entre profesionales serios y aficionados espurios. En cuanto a Oskar Adler, no cabe sino reconocer que ha sido uno de los artífices del renacer de la astrología en el siglo XX. Su obra, recogida en las transcripciones de unas conferencias pronunciadas a finales de los años treinta, de una gran profundidad filosófica, todavía en la década de los ochenta conserva el carácter vanguardista. A lo largo del ejercicio volveremos a citar a estos autores, preocupados, como Cristoff, por la precesión de los equinoccios y la astrología histórica. Veamos ahora los doce arquetipos del zodíaco. 1) Los elementos Cuatro son los principios elementales del mundo: la tierra, el agua, el aire y el fuego. La tierra y el agua son complementarios (la tierra da forma al agua); el aire y el fuego también lo son (el aire aviva el fuego). El agua y el fuego son los principios opuestos (el agua apaga el fuego y el fuego hace hervir el agua, transformándola de estado). A cada elemento corresponden tres signos: Agua: Cáncer, Escorpión y Piscis ] Complementarios (orientaTierra: Tauro, Virgo y Capricornio ] dos hacia el pasado) Fuego: Aries, Leo y Sagitario] Complementarios (orientados Aire: Géminis, Libra y Acuario] hacia el futuro)

AGUA Estado líquido de plasticidad, receptividad y pasividad, que se mueve según las impresiones recibidas. Mezcla, disuelve, interioriza. Continua movilidad. Instinto conservador que da importancia a la memoria, los recuerdos, las costumbres. Abandono a la vida interior, a la inconsciencia, la fantasía, la imaginación, el sueño. El hombre de agua es un ser de la irrealidad, un romántico de la vida que huye de toda “terminación” para no despertar de su mundo onírico, psíquico, y que vive a la vez del sentimiento de nostalgia de lo inalcanzable. TIERRA Estado de concentración, condensación. Cuerpo autónomo, resistente, delimitable, aislado y cerrado. Naturaleza refinada, delicada y selectiva. Vida interior según los recursos de la inteligencia o bien de la renuncia y la privación. El hombre de tierra es el de la realidad y la acción, el que lo supedita todo a lo científico, el tendente al clasicismo en lo referente al arte. El agua y la tierra, complementarios, son los principios femeninos. FUEGO Exaltación, intensificación, sobreexcitación, aceleración. Acción dominadora, poder conquistador. Lucha, progreso, afirmación personal. Pasión tumultuosa o voluntad disciplinada. Brillantez, superioridad, grandeza de una realización moral o elevación espiritual. El hombre de fuego es básicamente volitivo, impulsado hacia delante por una fuerza interior, dirigido por imperativos a los que obedece o contra los que se rebela. Es el idealista. AIRE Móvil, difuso, envolvente, es el agente de la unión. Perpetuo estado de opinión. Dispuesto a los contactos, desplazamientos, mezclas e influencias. Vida de intercambios, de contactos con el medio, con el que se asimila espontáneamente. El hombre de aire es mental, irreal también en su vertiente de artista, investigador o eremita. Es un teórico de la vida, el autor de la frase “la belleza es verdad, la verdad es belleza”. El fuego y el aire, complementarios, son los principios masculinos.

2) La naturaleza Dentro de cada elemento, el primer signo es el llamado cardinal (dinamismo que abre una nueva fase), el segundo es el fijo (dilatación y concreción de las promesas del signo anterior) y el tercero es dual o mutable (anuncia un declive y prepara una mutación). La relación entre la división por elementos y por naturaleza, queda, pues, de esta forma: CARDINAL FIJO FUEGO Aries Leo TIERRA Capricornio Tauro AIRE Libra Acuario AGUA Cáncer Escorpión

MUTABLE Sagitario Virgo Géminis Piscis

3) Los signos ARIES: Modalidad activa, masculina o cardinal de fuego. Fuego original de la entrada de la primavera. Aparición de los rebrotes en la tierra. Ritmo de salto adelante, de aceleración, comienzo, principio, renovación. Descarga fulgurante. Impulso anárquico, liberador de fuerzas nuevas. Regido por Marte. Representa la lucha por la vida, la agresividad del guerrero; como el “aries” o “ariete”, quiere atravesar la pared con la cabeza. Es temerario, el héroe, el conquistador. Es el signo más masculino, el hipermacho. Psicológicamente es primario. Reacciones fuertes, inmediatas y breves. Antidiplomático, impulsivo, espontáneo, tozudo, apasionado, seguidor de la política del “todo o nada”. Ordinariamente tiende a la extroversión; simple, franco, directo, puro. Predisposición a la aventura, los accidentes, las luchas, las rivalidades, las pasiones devoradoras. Guía, innovador, precursor. TAURO: Signo fijo femenino de tierra. Condensación del impulso de Aries, materialización de fuerzas creativas que se concretan en abundancia de formas. A imagen del bóvido, su ritmo es lento y estable. Es el más femenino, como la vaca, animal hiperhembra. Regido por Venus. Paz, alegría de vivir, secundariedad. Perseverancia y conservadurismo. Pensamiento lento, caviloso. Constancia, paciencia, obstinación. Tendencia a la relación de dependen-

cia, a seguir la tradición, a la fidelidad. Es el cuidador, el guardián y el paciente (por su tolerancia). Dionisíaco de sensualidad desbordante. Oscila entre dos polos, la dominante fría (pasividad vegetativa, tranquilidad, monotonía) y la dominante caliente (temperamento sanguíneo, hiperemotivo y activo, inclinado a las pasiones fuertes). La oposición puede coexistir. Tendencia constructora y estabilizadora, dispuesto a volcarse en el trabajo, en un esfuerzo constructivo o en la vida placentera. GÉMINIS: Los mellizos, signo mutable o dual de aire. Es la conquista aérea de la vegetación, a través de las ramas y hojas. Todo son dualidades en este signo de aire bipolar: dos brazos, dos pulmones. Movimientos rápidos y ritmos rápidos. Nervioso, ligero, cambiante, marcado por la “duda” como aspiración a seguir dos posibilidades contrarias entre sí. Ser mental, adaptable, inestable, camaleónico. Regido por Mercurio, el planeta más veloz. Hay dos tipos posibles de Géminis: a) tipo Cástor: nervioso, inestable, a la búsqueda de nuevas emociones, cambiante, caprichoso, vagabundo afectivo; b) tipo Pólux: sanguíneo, espíritu sin alma, básicamente mental, curioso, hábil, práctico, oportunista. Pueden coexistir los dos caracteres pero suele dominar uno de los dos. Posibilidad de tocar muchas cuerdas. Predisposición a seguir un itinerario errabundo. Éxito en el mundo de las relaciones y comunicaciones: escribir, hablar, adaptar, transmitir, interpretar, traducir. CÁNCER: Signo cardinal de agua. En la naturaleza representa la primera fase del verano que se corresponde con la formación de las semillas: triunfo de las fuerzas generadoras maternales. Gestación, maternidad. Como el cangrejo, camina hacia atrás, símbolo de un retorno, de un reflujo hacia el pasado. Esencia lunar (la Luna es el planeta regente). Carencia de defensa temporal, cuerpo psíquico indefenso. Sentimiento de desamparo. Impresión de permanecer en la infancia. Importancia de los recuerdos, la madre. Soñador, sentimental, sensible. Introvertido, narciso, contemplativo y lírico. Desea lo maravilloso, fantástico, mágico. Fuga hacia el mundo de la fantasía, que le compensa de los sinsabores de la vida.

Puede ser: a) sentimental-paranervioso: emotividad inhibida, indecisión, melancolía, misantropía, interés por el pasado y la historia; b) nervioso-parasentimental: contradicción, inclinado al cambio y renovación de sensaciones. En cuanto al destino, o bien es sedentario, estable y familiar, o bien inestable, sobreexcitado, caprichoso, bohemio y complicado. LEO: Signo fijo de fuego. Simboliza en la naturaleza la culminación vegetal, la plenitud de la fruta, toda la magnificencia bajo el sol más intenso del año. Afirmación de la voluntad, de la individualidad, del “Yo”. Signo solar – regido por el Sol –, participa como “rey de los animales” de la naturaleza del astro central. Vitalidad extraordinariamente fuerte, optimista, elemental. Independencia interior respecto del mundo circundante. El hombre de Leo no necesita del medio ambiente pero lo ama. Orgullo, sentimiento del propio valer. Susceptible de desarrollar un superego tiránico, responsable de las peores crisis internas. Bilioso, apasionado, con necesidad de prestigio. Magnánimo, altivo, recto. Ambición al servicio de un ideal que se convierte en objeto de la vida. Extraño a los problemas psíquicos. Puede ser: a) hercúleo: fuerte, viril, combativo, inclinado a la grandeza de lo material; b) apolíneo: idealista, hombre de acción, héroe del honor, artista. Perfección y grandeza espiritual. Vida lujosa, fastuosa, dotado para empresas elevadas, poder, política de prestigio, conquistas que satisfagan ambiciones importantes. VIRGO: Signo dual o mutable de tierra. Simboliza en la Naturaleza la cosecha. Recolección y selección del fruto. Es la aparición de la razón lógica. Regido por Mercurio, aquí en la vertiente razonadora. Intelectualización, represión de la vida sensible en beneficio de la sumisión a las reglas. Precaución, previsión, discriminación. Aversión ante lo superfluo, impuro y confuso. Temperamento nervioso. Refinado y selectivo. Rechazo del instinto; reflexión antes de la acción. Perfeccionismo, deseo de cultura y perfección moral. Razonador, realista, introvertido, tímido, sobrio. Espíritu dirigido hacia las cosas difíciles. Sistematizador. Normalmente es inhibido, pero la relación puede invertirse dando los valores de Escorpión: naturaleza instintiva, indisciplinada, re-

belde, desordenada, agresiva. A veces, aparece el tipo ambivalente, racional e irracional, ahorrador y despilfarrador, puntual e inexacto, escéptico y supersticioso, crítico y creador. Pocos fracasos, pero, con frecuencia, resultados mediocres. LIBRA: Signo cardinal de aire. Equilibrio de días y noches en la Naturaleza. Prefiguración de una era de reposo, relajación, paz. Su símbolo – los dos platillos de la balanza – significa bien equilibrio entre dos alternativas, bien asociación de complementarios, o bien oposición de contrarios. Signo de la medida, de los semitonos, de los matices. Regido por Venus, ordenadora celestial del amor y la belleza, inspiradora de las artes. Captación del concepto, naturaleza reflexiva, mental. Obsesión de decidir como fuente de todos los males. Irresolución por penetrar en el mundo de la realidad. Fuga ante cualquier perturbación del estado de equilibrio, fuga ante la lucha. Tendencia a la reconciliación, a limar asperezas, al pacifismo y la ecuanimidad. Disposición más afeminada que viril en detrimento de la voluntad de poder y en beneficio del refinamiento estético o espiritual. Puede ser: a) sentimental extrovertido: expansivo, afectivo, comunicativo; b) sentimental introvertido: reservado, estable y calmado, sensibilidad dolorida por las pasiones. Sentido asociacionista y cooperativo. ESCORPIO: Signo fijo de agua. En la Naturaleza es el momento de la transformación, caída de las hojas, muerte. Regido por Marte y Plutón, símbolo de profundidad y tinieblas. Insaciable absorción de energía psíquica sin empleo en el mundo exterior, lo que conduce a una especie de ansia de vivir, de querer ser más, de agresividad y erotismo, de instinto sexual que necesita ser sublimado. Temperamento bilioso. Fuerza muy intensa de deseo (“fuerza vomitiva mágica”), tendencia a establecer relaciones de dependencia sexual, gracias a la magia natural sexual. Don de la fascinación, de atar al prójimo. Suele dominar la impulsión ante la inhibición, pero a veces la relación se invierte y aparece el Escorpión tipo Virgo. Puede ser: a) complejo anal relajado: individualista, rebelde, indisciplinado, irritable, vengativo, gran poder de creación; b) complejo anal reprimido: contenido, disciplinado, sobrio, ordenado, más crítico que creador, más neurótico que pervertido; c) ambivalente:

aspectos de las dos naturalezas anteriores. Vida como lucha perpetua. Ambición ilimitada y voluntad de poder. SAGITARIO: Signo dual o mutable de fuego. Fuerza de voluntad tendente al infinito, continuamente expansiva. Reino de la unificación, de la reunión, de la fusión, de la síntesis. Regido por Júpiter, principio de cohesión, de coordinación, de globalización. Búsqueda de “un más allá del yo”. Conocimiento como proveniente de mundos superiores. Intuición religiosa. Puede ser: a) tema armónico: conformismo, legalidad, orden, caballerosidad, amante de la honorabilidad; b) tema disonante: independencia, extravagancia, rebelión, insurrección. a) Extrovertido: aventurero, atleta, deportista, nómada, apasionado de los viajes, explorador del “más allá”. b) Introvertido: aventura hacia el encuentro consigo mismo, buscando el más allá en el interior. Impulso hacia el conocimiento, religión o sabiduría al final del viaje interior. Perpetuos viajes o vida interior intensa, a causa de la fe en el ideal de una futura etapa evolutiva CAPRICORNIO: Signo cardinal de tierra. En la Naturaleza es la desnudez, el silencio, la concentración del invierno en su severa grandeza. Semilla enterrada bajo tierra, principio de una lenta maduración sin espectacularidad. Es el signo de Saturno, tendente a la desmaterialización y a lo impersonal. Lo primordial es la realización de un propósito, superando todo obstáculo, tenaz e incansablemente. Voluntad férrea, obstinación. Frío, concentrado, excluye cualquier exteriorización. Introversión e inemotividad. Es el apasionado frío. Pesimismo, soledad, melancolía y secundariedad. Astucia de diplomático. Puede ser: a) ambicioso: voluntad de poder y necesidad de dominio, éxito por la silenciosa y paciente obstinación, frialdad, carácter indomable y duro; b) desafectado: ambición inhibida, humildad exagerada, sed de elevación espiritual, ascesis, contemplación, meditación, vida impersonal entregada a una obra. Ascenso lento pero seguro hasta lugares de responsabilidad, donde se sabe hacer indispensable. Con frecuencia vida austera, solitaria o retirada.

ACUARIO: Signo fijo de aire. Asimilación de la semilla nuevamente sembrada. Reúne las fuerzas del conocimiento creador y las eleva a la máxima potencia. Finalidad de fraternidad universal. Ser de la utopía, hombre mental regido por Saturno y Urano. Naturaleza aérea, volátil, transparente, espiritual. Serenidad, armonía de carácter, facilidad de vivir, aspiración idealista. Es el hombre de la acogida, del consejo, de la ayuda. Sentido de la amistad muy pronunciado, y de libertad. Liberador de las ataduras de la tradición, de lo heredado y transmitido. El afán de liberación conduce a querer ser el único dueño de si mismo y a la excentricidad. Puede ser: a) sabio (dominante saturniana): nivel de elevación que responde a la necesidad de libertad, liberación del instinto para vivir en una esfera suprasensible; b) aventurero (dominante uraniana): sueño sobrehumano, aventura prometeica, sed de desmedida, inadaptado, excéntrico, original y rebelde, rompedor de rutinas y prejuicios, anticonvencional y vanguardista, revolucionario. Existencia inestable y pintoresca. Vida al servicio de una verdad. PISCIS: Signo dual o mutable de agua. Simboliza el estado de transición entre el invierno que termina y la primavera que se prepara, mundo de lo impreciso donde todo permanece en lo informe, sin fronteras bien trazadas. Signo de lo ilimitado, de lo impreciso, de lo inclasificable. Regido por Júpiter y Neptuno. Es el más desvalido de los signos de agua. Vulnerable, impresionable, receptivo, emotivo. Profundo envolvimiento en la vida psíquica. Voluntad de dilatación en conflicto con la realidad de estar encarcelado en un cuerpo humano que le es dado como propio. Cuerpo como prisión perpetua. Indeciso, inestable, confuso, quimérico. Místico y humanista, deseo de fuga al más allá. Olvido desinteresado de sí. Sacrificio redentor. Es el médium del zodíaco. Mimético. Puede ser: a) dilatado en extremo: sed de evasión, abandono al infinito, cosmopolita, internacionalista, místico, siente necesidad de confundirse con el Universo; b) encogido en extremo: prisionero en su celda, exilio interior. Existencia inestable y caótica que debe protegerse de sueños quiméricos. Realización moral y espiritual. Conocimiento de la alegría a través del olvido de sí mismo. (8)

4) Analogías de los signos Aries: chispa Libra: socios Cáncer: río Capricornio: semilla

(8)

Leo: llama Acuario: amigos Escorpión: lago Tauro: labranza

Sagitario: brasas Géminis: camaradas Piscis: mar Virgo: cosecha

Un excelente complemento del estudio sobre la caracterología de cada signo puede encontrarse en el libro Magia e astrologia nel cenacolo di Leonardo de Franco Berdini (Edizioni d'Italia, Roma, 1982), uno de los escasísimos ensayos sobre arte y astrología. El autor analiza La última Cena de Leonardo da Vinci bajo el prisma esotérico y astrológico, mostrando entre otras cosas la relación fisonómica y psicológica de los 12 apóstoles con los 12 signos del zodíaco.” (de la página 27 a la página 36 del libro impreso)

“Al lector Este ejercicio fue originariamente concebido en forma de tesis de licenciatura, es decir, como trabajo de fin de carrera (en concreto, del departamento de Historia del Arte). El hecho mismo de que un organismo oficial – la Universidad de Barcelona – aceptara en su seno un estudio de astrología es indicativo de hasta qué punto está desapareciendo el prejuicio de la oficialidad hacia esta disciplina. Bien es verdad que hubo algunas reticencias, pero es ya una realidad que la astrología no escandaliza a los círculos universitarios y que en el futuro habrá de continuar contándose con ella. Se sigue así la línea de recuperación e integración de la actual subera (división dodecadecimal de la Era con una duración de 175 años, también llamada Época) de Piscis (1925-2100), apuntada en capítulos anteriores, que afecta en dos sentidos: 1) resurgimiento de una disciplina propia de tiempos pretéritos; y 2) integración de ésta en los círculos oficiales. La recuperación de la astrología es uno de los revivals más espectaculares de los últimos tiempos. Una de las críticas más interesantes de que fue objeto este ejercicio nos sitúa rápidamente en la actual atmósfera pisciana: fue “acusado” de permitir que todo coincidiera ajustadamente, de que no hubiera elementos de conflicto destacables que pusieran en entredicho la validez de la teoría. La ausencia de problemas intranquilizó a los primeros críticos de este estudio (el mismo fenómeno se había producido 14 años antes – en 1969 – cuando Boris Cristoff lanzó al mundo la teoría). Puede decirse que, con toda seguridad, hubiera tenido más posibilidades de aceptación una teoría menos comprometedora, más inacabada, no tan conclusiva. Recalcamos los dos últimos adjetivos porque si algo asusta al hombre pisciano es su definitivo pronunciamiento sobre algo, el establecimiento de cualquier terminación. El hombre de agua en general y el de Piscis (los otros dos signos o arquetipos zodiacales de Agua son Cáncer y Escorpio) en particular es un romántico que vive inmerso en su particular mundo irreal. Siguiendo a Oscar Adler podemos decir que cualquier terminación – cualquier conclusión – no le parece en absoluto deseable porque significaría el despertar de su vida onírica. Por ello rehuye el análisis conclusivo, por ello le resulta tan agradable el final abierto, la subjetividad. Concluir algo significa despertar, y nada hay más

rechazable que esto para el hombre pisciano. ¿Cuál ha sido el objetivo de este ejercicio? Informar sobre el funcionamiento de la TPH (Tabla Periódica de la Historia, plasmación gráfica de la Ley Periódica de la Historia) de Cristoff mediante su aplicación al arte. Es decir, demostrar a partir de la historia del arte la validez de una teoría que presenta el orden de la historia. Dejemos de lado por un momento el que la teoría sea cierta o falsa. Lo que se intenta probar es muy ambicioso, eso a nadie se le escapa, pero ¿por qué esta actitud? Examinémoslo brevemente. El intento de Cristoff, que nosotros apoyamos, cae de lleno en lo que se ha definido como propio de “tiempos viejos”, (“tiempos viejos” = períodos o ciclos históricos representados por los signos Sagitario, Capricornio, Acuario y Piscis) porque se basa en querer “tomar conciencia” del mecanismo de la historia. Este deseo de toma de conciencia no es aislado, puesto que gran número de astrólogos están trabajando en el tema de la precesión de los equinoccios (el movimiento de más larga duración del planeta), que, sí para algo sirve – ya descalificado el mito de la era de Acuario (se entiende como la siguiente Era astrológica, después de la de Piscis) –, es para tomar conciencia del mencionado funcionamiento del devenir histórico. Tomar conciencia de algo, disposición opuesta a la espontaneidad y energía de los “tiempos nuevos” (“tiempos nuevos” = períodos o ciclos históricos representados por los signos Aries, Tauro, Géminis y Cáncer), es, efectivamente, un síntoma de final, de la misma manera que se halla muy próximo el despertar cuando nos damos cuenta de que estamos soñando. Considerando que esta actitud se manifiesta en todos los campos – y sobre todo en arte, actividad especialmente sensible al estado espiritual de los tiempos –, creemos que es lógico afirmar que hoy día estamos viviendo una etapa de “tiempos viejos”. Ello no es más que otro punto a favor de la TPH, según la cual podemos localizarnos en el último subperíodo (subperíodo = palabra sinónima de subera, para no reiterarse) de la era de Piscis. El “hombre máximo” del que habla Swedenborg, que representa a la Humanidad en conjunto, está actualmente en una etapa muy adulta, calificable incluso de senil si no fuera porque este adjetivo contiene ciertos aspectos peyorativos en cuanto a fortaleza mental. El hombre de nuestro tiempo, aunque sumido en un cúmulo de reflexiones respecto al pasado, tiene la

mente más lúcida que nunca. Prueba de ello es ese tomar conciencia de todo y darse cuenta además de esa toma de conciencia. No piense el lector que nos anima ningún afán de exclusivismo. Como Ibn Arabí, creemos que lo Absoluto no puede estar encerrado en una sola doctrina. La metodología precesional es sólo una más entre las susceptibles de ser aplicadas al adecuado estudio de la historia. Lo único que pretendemos desde estas páginas es presentarla y, naturalmente, defender su validez. La aceptación de la teoría presentada alcanza carácter de trascendencia. Supone coincidir en el hecho de la existencia de un orden en la historia que puede ser previsto. Supone, pues, aceptar el determinismo. Las posibilidades de cooperación de la TPH en beneficio de la historia total son en potencia altísimas, ya que la metodología precesional puede aplicarse a cualquier disciplina susceptible de ser historiada (filosofía, economía, etc.). Presupone, en última instancia, una más que posible tarea pedagógica: todo conduce a pensar que a medida que pasen los años irá creciendo el interés por la astrología y las ciencias ocultas en general; un buen conocedor de los arquetipos astrológicos podría servirse de la TPH para adentrarse en la historia del arte, y viceversa (y quien dice arte dice historia en general). Por nuestra parte sólo nos queda sugerir al lector que, si lo desea, tras el tiempo que considere necesario, se pronuncie interiormente a favor o en contra de esta teoría. Ya que estamos – se supone – en la microera (microera = período referido a la también existente división dodecadecimal de la subera, con una duración de 14 años y 7 meses = 175 meses) de Leo (1983-1997), contagiémonos un poco de la radicalidad del espíritu de los tiempos y, como suele hacer el hombre de Leo, tomemos partido. Lo único que podemos aducir en nuestra defensa es que la verdadera hazaña por nuestra parte hubiera sido conseguir, sin que el ejercicio estuviera fundamentado en bases reales, que funcionara todo el esquema.”

(páginas 363, 364, 365 y 366 del libro impreso) * Notas entre parentésis, en color magenta y en tipografía “Times New Roman” no pertenecen al texto original del autor.

Bibliografía (libros impresos) consultada sobre astrología: “ADLER, Oscar, La astrología como ciencia oculta, Kier, Buenos Aires, 1981. ARROYO, Stephen, Astrología, Psicología y los cuatro elementos, Kier, Buenos Aires, 1982. BAILEY, Alice A., Los trabajos de Hércules. Una interpretación asttrológica, Luis Cárcamo, Madrid, 1983. BARBAULT, André, Del psicoanálisis a la astrología, Dédalo, Buenos Aires, 1975. -, Tratado práctico de astrología, Visión Libros, Barcelona, 1980. -, Astrología mundial, Visión Libros, Barcelona, 1981. -, El pronóstico experimental en astrología, Visión Libros, Barcelona, 1981. -, Predecir por la astrología, Signos, Barcelona, 1984. CRISTOFF, Boris, Astrología Precesional. 1969-1983: Un retorno del pasado, Kier, Buenos Aires, 1969. -, Astrología precesional, Kier, Buenos Aires, 1980. -, El destino de la Humanidad, Martínez Roca, Barcelona, 1981. GAUQUELIN, Michel, Los relojes cósmicos, Barcelona, 1976. -, La cosmopsicología, Mensajero, Bilbao, 1978.

Plaza-Janés,

LIEBER, Arnold L., El influjo de la luna, Edaf, Madrid, 1980. SANTOS SANTOS, Demetrio, Investigaciones sobre astrología, 2 vols., Editora Nacional, Madrid, 1978. WEISS, Adolfo, Astrología racional, Kier, Buenos Aires, 1982.”

(página 367 del libro impreso).

“Índice

INTRODUCCIÓN.............................................................................9 Los doce signos del Zodíaco (según Barbault y Adler)..................27 La astrología precesional de Boris Cristoff.....................................37 EL FINAL DE LA ANTIGÜEDAD....................................................53 LA ERA DE PISCIS........................................................................67 El principio de la era de Piscis y la disolución del mundo antiguo. La primera Trinidad: suberas de Aries, Tauro y Géminis (0-525)...74 La segunda Trinidad: suberas de Cáncer, Leo y Virgo (525-1050)88 La subera de Cáncer (525-700)......................................................88 La subera de Leo (700-875)...........................................................99 La subera de Virgo (875-1050).....................................................104 La tercera Trinidad: suberas de Libra, Escorpio y Sagitario (1050-1575)..................................................................................109 La subera de Libra (1050-1225)...................................................109 La mística de la alquimia..............................................................111 La mística de la luz.......................................................................113 La mística de la geometría............................................................117 La subera de Escorpio (1225-1400).............................................125 Cataluña........................................................................................130 La subera de Sagitario (1400-1575).............................................135 La cuarta Trinidad: suberas de Capricornio, Acuario y Piscis (1575-2100)..................................................................................150 La subera de Capricornio (1575-1750).........................................150 La subera de Acuario (1750-1925)...............................................160 Sociabilidad...................................................................................164 Prometeísmo. Heroísmo. El hombre en libertad...........................167 Lucha contra las normas. Rebelión. Destrucción.........................170

Voluntad de originalidad. Irracionalismo.......................................174 Piscianismo de la subera de Acuario............................................175 Rusia. Cataluña............................................................................178 Microeras......................................................................................206 El cine...........................................................................................217 Perspectivas de futuro..................................................................224 ANÁLISIS PRECESIONAL...........................................................229 El módulo cristoffiano de 2100 años............................................231 La Victoria de Samotracia y el Futurismo.....................................231 El Partenón y una obra de Borromini, Sant Ivo della Sapienza....241 La microera de Cáncer (1968-1983).............................................246 El muro (The Wall) de Pink Floyd.................................................248 El cine en la microera de Cáncer (a propósito de un texto de Bruno Torri sobre cine revivalista)...........................................................257 Un artista postmoderno: Christian Boltanski.................................304 Nuevas técnicas artísticas............................................................312 El arte del vídeo............................................................................315 El arte de la computadora (Computer art)....................................320 El arte del láser (laserium y holografía)........................................326 A propósito de... ...........................................................................333 Una definición de arte...................................................................333 Algunas rehabilitaciones recientes: Bouguereau y Balthus..........338 La ciudad del presente, Nueva York, y la del pasado, Venecia. Algunos apuntes sobre Madrid y Barcelona.................................340 La novela histórica........................................................................354 Un ligero optimismo......................................................................359 Al lector.........................................................................................363 Bibliografía sobre astrología........................................................367” (páginas 369, 370 y 371 del libro impreso)

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