Sus Eminencias. Sus Excelencias. Reverendos Sacerdotes. Hermanas, hermanos

La Eucaristía y el cardenal Van Thuan - FIAT - Mater Unitatis Escrito por Elizabeth Nguyen-thi-Thu-Hong Miércoles 15 de Septiembre de 2004 06:59 - ̶N

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La Eucaristía y el cardenal Van Thuan - FIAT - Mater Unitatis Escrito por Elizabeth Nguyen-thi-Thu-Hong Miércoles 15 de Septiembre de 2004 06:59 -

̶No tengo nada de valor del mundo conmigo que ofrecerles a mamá y papá y al resto de Uds. Sólo tengo un boleto de ida a Australia, no tengo dinero, solo las ropas a mis espaldas, y aun eso me fue dado, pero tengo una gota del Cielo que darles a todos”. Por Elizabeth Nguyen, hermana menor del finado cardenal Van Thuan.

Introducción

Sus Eminencias. Sus Excelencias. Reverendos Sacerdotes. Hermanas, hermanos. Queridos amigos: Mi nombre es Elizabeth Nguyen y yo soy hermana menor del ex cardenal Van Thuan, vivo en Ontario, Canadá. Estoy casada y tengo tres hijos y he estado con el Consejo Católico de Educación por los últimos veintiún años. A principios de julio de este año, mi hermana Anne pasó a través de una cirugía cerebral en un intento para remover un tumor altamente maligno, ella esta actualmente recibiendo un radical tratamiento de radio terapia en Sidney, Australia, por lo cual no le es posible estar aquí personalmente para compartir con Uds. la devoción a la Eucaristía de mi finado hermano. Un poco después, en agosto, la hermana Mary Kathleen Ronan, nos contacto cuando nos encontrábamos en Sidney, y me extendió una invitación para hablar en nombre de Anne. Me sentí inmensamente privilegiada, honrada y alentada por el soporte y las oraciones de la hermana Mary. Una vez que hube aceptado estar ahí, sabía que me estaría dirigiendo a una audiencia altamente distinguida en un tópico de suprema importancia. Al mismo tiempo recordé las sabias y humildes palabras que el finado cardenal recordaba a donde quiera que fuera: “NO SOY NADA, NO SE NADA, NO VALGO NADA, SIN EL AMOR DE DIOS”. Y así recé al Espíritu Santo que me iluminara mientras estoy haciendo lo mejor posible para compartir con Uds. lo que la Eucaristía ha significado para el cardenal Van Thuan durante su vida. *** Para apreciar mejor su profunda fe y compromiso al Sagrado Sacramento, creo que es importante hacerles una breve revisión de los hechos más significativos en su vida:

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Francis-Xavier Nguyen Van-Thuan se convirtió en obispo a la edad de 39 años. Nueve años después, un poco antes de que el régimen comunista tomara Vietnam del Sur en 1975, fue nombrado Arzobispo co-adjuntor de Saigón, por ese entonces renombrada Ho-Chi-Minh. Unos cuantos meses después, fue arrestado por el gobierno comunista y pasó los siguientes trece años en prisión, nueve de éstos en confinamiento solitario. Con una gran fe y su constante Unión con Jesús en la Eucaristía, convirtió esos años de encarcelamiento en sus años más activos y productivos de evangelización. Trajo un mensaje de esperanza a sus compañeros en prisión y convirtió a sus guardianes de la prisión. Un hombre libre nuevamente a la edad de 61, fue nombrado vicepresidente, y más tarde presidente del Consejo Pontificio de Paz y Justicia. Llevó el mensaje de esperanza de la Iglesia a muchos de países en todo el mundo. Soportó y aceptó su larga enfermedad terminal en unión con Jesús en la cruz de la Unidad en la Iglesia, y por la humanidad.

La Eucaristía A través de sus escritos, y a través de todas las experiencias que mi hermano me compartió en su correspondencia durante sus años en prisión, y más memorablemente durante los últimos años y los días finales de su vida. Fui capaz de distinguir cuatro puntos focales, como cuatro fuentes de luz irradiando desde su devoción a la Eucaristía. Primeramente, el cardenal firmemente creía que la Eucaristía es la Fuerza y la Vida que sostiene a la humanidad, porque provee de una constante unión con Dios, y por lo tanto con su Amor. Van Thuan recibió esta gracia divina durante su adolescencia. Mi madre frecuentemente nos recordaba del tiempo en que su hermana mayor estaba muriendo de tuberculosis en la ciudad de Hue, Vietnam. En esos tiempos, la tuberculosis era considerada una enfermedad altamente mortal y contagiosa para la cual no había cura, y por lo que era difícil reclutar niños para el altar para ayudar al párroco administrar la Sagrada Comunión a mi tía. Entonces el joven Van Thuan se ofreció a acompañar al viejo y frágil párroco en sus visitas diarias, a pie, con mi tía, todos los días después de la escuela. El la preparaba y se quedaba con ella hasta después, para rezar juntos y leerle del Misal todas las partes de la Santa Misa. Continuó asistiendo a mi tía hasta su muerte. Como mis padres temieron unos años después, él mismo contrajo tuberculosis y termino pasando largos años en el hospital para enfermedades contagiosas. Frecuentemente cuando le pedía que me explicara su gran sacrificio, citaba a San Juan: “… a menos que comas la carne del Hijo del Hombre y tomes su Sangre, entonces no tienes la Vida dentro de ti”. Esa misma Vida proveyó a mi tía con el sustento espiritual en la última etapa de su vida.

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Como un sacerdote recientemente ordenado asistió a Le Père Richard, un misionero francés, se ofreció como voluntario para las capillas de las prisiones, los hospitales y los campos de leprosos. Poco sabía entonces que un día, él mismo terminaría encerrado. En los párrafos no.346 al 373, las siguientes palabras expresan claramente e inequívocamente la fe del cardenal en la Eucaristía: “Si quieres fortalecer tu fe, debes nutrirte con la Sagrada Eucaristía, que es el misterio de la Fe y fortifica la fe. Si aprecias el valor de la celebración eucarística, participarás de ella, no importa cuan lejos y difícil sea. Entre más grande sea el sacrificio involucrado es más evidente tu amor a Dios”. … “Si te preguntas cual será el medio de agradar más a Dios, la respuesta es ésta: celebrando la Eucaristía. No hay oración, ni reunión, ni ceremonia que se compare a la oración y el sacrificio de Nuestro Señor en la Cruz”. … En “Testimonio de la Esperanza. Los ejercicios espirituales de Juan Pablo II”, el cardenal Van Thuan escribió: “Todo lugar de sufrimiento se convertía en nosotros en un lugar para celebrar. La martirología del s.XX está llena de puntuales recuentos de la celebración clandestina de la Eucaristía en los campos de concentración, porque sin la Eucaristía, no podemos vivir la Vida de Dios. ¡Nunca podré expresar mi gran gozo! Todos los días con tres gotas de vino y una gota de agua en la palma de mi mano, celebraba la Misa: éste era mi altar… ¡y ésta era mi catedral! Era verdadera medicina para el alma y el cuerpo, medicina para la inmortalidad”. Y en la página 132: “… en el campo de reeducación, éramos divididos en grupos de 50 prisioneros. Dormíamos en una cama común, todos tenían derecho a 50 cm. de espacio. Nos arreglamos para asegurarnos que había católicos a mi alrededor. A las 9:30 p.m., teníamos que apagar las luces para que todos fueran a dormir. Era entonces que me reclinaba sobre mi cama para celebrar la Misa de memoria, y distribuía la comunión pasando mi mano debajo del mosquitero. Aún hicimos pequeños sacos del papel de los paquetes de cigarrillos para conservar el más Sagrado Sacramento y llevarlo a otros. El Jesús Eucarístico siempre estaba conmigo en el bolsillo de mi camisa. Todos sabían que Jesús estaba entre ellos. En la noche los prisioneros tomaban turno para la Adoración. Con su silenciosa presencia, el Jesús Eucarístico nos ayudaba de innumerables maneras.

El primer punto nos lleva directamente al segundo aspecto de la devoción del Cardenal: La Eucaristía es el corazón y el alma de la actividad misionera. Fue durante esos años de silencio y soledad, arrancado de todos los deberes pastorales que mi hermano comprendió con todo su ser que es solo Dios y no los trabajos de Dios, lo que debe ser el centro de nuestras

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vidas. Ese entendimiento abrió las puertas al Espíritu Santo para transformar esos años de severas restricciones en los más activos y fructíferos periodos de evangelización de su vida. En la página 132, de “Testimonio de la Esperanza, Ejercicios espirituales del Santo Padre”, el cardenal Van Thuan nos comparte: “En la noche, los prisioneros tomaban turnos para la Adoración. Con su silenciosa presencia, el Jesús Eucarístico nos ayudaba de innumerables maneras. Muchos cristianos regresaban a una ferviente vida en la Fe, y su silencioso despliegue de servicio y amor tenía aun un mayor impacto en los otros prisioneros. Aun los budistas y otros no cristianos se unieron en la fe. La fuerza de la presencia amorosa de Jesús era irresistible. La oscuridad de la prisión se convirtió en una luz pascual, y la semilla germinó en el suelo durante la tormenta. La prisión se convirtió en una escuela de catequesis. Los católicos bautizaban a compañeros de prisión y se convertían en padrinos de sus compañeros”. El cardenal nunca paraba de alabar la providencia de Dios al permitir de 300 a 400 sacerdotes en diferentes prisiones alrededor de Vietnam durante el periodo de 1975 a finales de los noventas; su presencia ahí abrió un periodo de diálogos interreligiosos verdaderamente significativos y de profundas amistades entre cientos de miles de prisioneros pertenecientes a diferentes confesiones. Y aquí me gustaría contarles de una muy poderosa experiencia suya durante sus primeros años en prisión. Después de haber sido deportado al norte, el obispo Van Thuan estaba entre miles de prisioneros, divididos en diferentes grupos, y asignados con diferentes responsabilidades. La suya era limpiar los baños, las camas y la lavandería, un movimiento diseñado para mantenerlo alejado de los demás, quienes eran enviados a trabajar en los campos. Un día un grupo de ellos vino corriendo desde los campos, pidiéndole su ayuda; un prisionero muy perturbado estaba listo para ahorcarse con un cable eléctrico. Van Thuan se arrodilló en adoración con el Sagrado Sacramento del bolsillo de su camisa y le rogó al hombre que se volviese hacia el Pan de la Vida, el Señor del Perdón, la Paz y el Amor. Otros prisioneros, conmovidos por gran fe, se unieron a sus oraciones, y al final, el hombre perturbado se venció, gimiendo fuertemente se rindió al amor que él le ofrecía. Años más tarde, cuando ocurrió que los dos estaban en California, esos dos ex prisioneros siempre encontrarían tiempo de reencender la memoria de ese bendito día, cuando la presencia de Jesús hizo la sanación posible. Los años de 1975 al final de los ochentas probaron ser extremadamente devastadores para nuestra familia: como muchos de nuestros compatriotas, perdimos nuestros hogares, a nuestros seres queridos, nuestros trabajos, y muchos de nosotros esperábamos sin fin en los campos de refugiados antes de que se nos permitieran comenzar nuevas vidas en tierras extranjeras. Gracias a las cartas clandestinas de un prisionero solitario contrabandeadas con la ayuda de miembros de la Cruz Roja y Amnistía Internacional, fuimos capaces de recordarnos que, mientras parecía que habíamos perdido todo, todavía teníamos el tesoro más preciado que

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jamás se nos había dado incondicionalmente: Jesús en la Eucaristía. Aquel prisionero en confinamiento solitario continuaba llevando la Paz de Dios a otros, porque respiraba de la Vida Nueva. El ministerio que el cardenal Van Thuan detentaba, primero como vicepresidente, y más tarde como presidente del Consejo Pontificio de Paz y Justicia, en el corazón de la curio romana, acrecentó su conciencia del lazo intimo entre la Eucaristía y la actividad misionera. Como dice en “Testimonio de la Esperanza” en el capítulo 14: “Mi testimonio me impulsa a testificar que el Cuerpo de Cristo es realmente Carne para la Vida del Mundo.” Añade: “Estos días hay una tendencia a la globalización en todas la áreas, surge el riesgo de agravar los problemas en vez de resolverlos. Un auténtico principio esta haciendo falta: uno que una los valores y no deshumanice a los humanos. Lo que falta es el principio de comunión y hermandad universal: Cristo, el Pan Eucarístico que nos hace uno en El, y nos enseña a vivir de acuerdo con ese estilo de comunión Eucarística”. Este aspecto de la actividad misionera esta fuertemente ligado al tercer aspecto de devoción, que para mí, representa un mensaje urgente a todos nosotros que sufrimos de la desarmonía en este mundo en lucha.

La Eucaristía es el medio de lograr la Unidad armónica de la Iglesia y el Mundo. Somos Un Cuerpo, Una Sangre en Cristo. En la página 134 de “Testimonio de la Esperanza”, Van Thuan nos urge a nuestra fe: “Jesús nos hizo ser Iglesia, somos una realidad, una en la que nos convertimos en participación de la Eucaristía. En la Unidad realizada por la Eucaristía y vivida en amor recíproco, Cristo puede tomar el destino de la humanidad y llevarla a su verdadero fin: un solo Padre, y todos hermanos y hermanas”. En la página 136, continúa alentándonos a ser verdaderos en nuestra fe: “Jesús, el Pan de Vida, nos urge a llevar el Pan de Justicia, el Pan de Hermandad, el Pan de la Libertad, el Pan de la Unión”. Aún puedo recordar, tan claramente como ayer, las misas que ofrecíamos juntos en los

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hospitales. Ya que la mayoría de nosotros venía de diferentes partes del mundo, llegábamos en distintas fechas, y estuvimos en diferentes lugares en Roma, siempre hacía un esfuerzo especial para acomodarnos en una hora, cuando la mayoría de nosotros estábamos juntos para celebrar la Eucaristía, aun cuando fuera muy tarde en la noche, cuando estábamos más cansados. Una tarde en particular, en junio, que siempre permanecerá conmigo, nos vio a muchos de nosotros reunidos alrededor del cardenal, en su pequeño cuarto en el Hospital Gemelli en Roma. Mi hermana Anne temiendo que la sofocante humedad y las malas condiciones pudieran agravar su respiración, nos aconsejó que participáramos de la Eucaristía afuera del cuarto, en el corredor o en el balcón. Con una sonrisa, insistió que no importaba, que prefería tener a todos unidos en su cuarto, alrededor de su cama. Llegó aun a darnos una homilía acerca de la unidad lograda a través de la Eucaristía. Yo estaba tan conmovida por esa fe indomable que esa misma tarde releí el capítulo 14 de “Testimonio de la Esperanza”. Las siguientes palabras nunca me han abandonado: “Sueño con Sagrada Semilla, con todo su organismo, como un gran hostia, ofrecido en sacrificio espiritual en el corazón de la Iglesia, y todos nosotros como granos de trigo, aceptando ser molidos por la necesidad de la comunión en orden de formar un cuerpo, completamente unido y completamente entregado como un signo de esperanza para la humanidad”. Entendí entonces que, como había aceptado sus años de encarcelamiento, estaba también aceptando su enfermedad y muerte como parte de la Unidad Eucarística. La presencia de la muerte y el sufrimiento en el mundo se convertían en lo más significativo: nos traía a todos nosotros tal gracia y consolación. En el hospital Casa di Curia donde murió, comprendimos lo que decía cuando escribió: “Cada vez que ofrezco misa tengo la oportunidad de extender mi mano y clavarme a la Cruz con Jesucristo, de tomar con El la copa amarga”. – Cinco panes y dos peces. Mi familia y yo nunca olvidaremos la forma en que nos abrazó aquella noche cuando intercambiamos nuestros signos de paz.

La caja de dulces Para compartir con Uds. el último aspecto de la devoción de Van Thuan a la Eucaristía, he traído esta caja de dulces: para mi familia, esta caja de dulces siempre permanecerá como una sólida testigo de su fe en el Milagro que es dado a cada uno de nosotros cada vez que celebramos el sacrificio de Jesús. Cuando mi hermana Anne fue al aeropuerto internacional de Bangkok en Tailandia a recibirlo al ser liberado de prisión en Vietnam, - e igualmente, el comienzo de su exilio – le dijo:

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“No tengo nada de valor del mundo conmigo que ofrecerles a mamá y papá y al resto de Uds. Sólo tengo un boleto de ida a Australia, no tengo dinero, solo las ropas a mis espaldas, y aun eso me fue dado, pero tengo una gota del Cielo que darles a todos”. Anne se quedó sin habla, mientras le explicaba. Esta misma caja de dulces contiene los humildes objetos que uso en prisión para celebrar la Misa: la tela para purificar, la cuchara para transferir las preciadas gotas de vino y el contenedor que guardaba las Hostias Sagradas. Esta caja de dulces fue testigo de la unión del Cielo y la Tierra. A mi hermano siempre le pareció la presencia de Jesús en la Eucaristía como una magnífica ventana de cristal a través de la cual Dios Padre alcanzaba a la humanidad. En el párrafo no. 363, afirmó nuevamente: “Si te falta o haz perdido todo, pero aun tienes el Sacramento Bendito, aun tienes todo, porque tienes al Señor del Cielo presente aquí en la tierra”. Me gustaría acabar mis reflexiones con esas dulces e infantiles pensamientos grabados en la festividad del Santo Rosario, el 7 de octubre de 1976, en la prisión de Phu-Khanh durante su confinamiento solitario: “Estoy feliz aquí, en esta celda, donde hongos blancos están creciendo en mi colcha para dormir, porque Tú estas aquí conmigo, porque Tú quieres que viva aquí contigo. He hablado mucho durante mi vida; ahora no hablo más. Es tu turno de hablarme Jesús te estoy escuchando”. Cada vez que leo esto, puedo imaginar a mi hermano, sentado en su celda obscura, enfrentando a un vacío completo, pero gentilmente sonriendo como siempre lo hacía, aun durante sus últimos días, y sosteniéndose firmemente y amorosamente al bolsillo de su camisa, donde el Señor del Cielo residía. Que este ex prisionero que experimento la armonía del Cielo en la desolación de su celda en la prisión continúe guiándonos para que podamos oír más atentamente a Jesús, y usar nuestros corazones y mentes y toda la fortaleza que podamos reunir para el triunfo del Reino Eucarístico. Desde el fondo de mi corazón, les agradezco haberme permitido hacer este viaje de Fe con Uds. Joomla SEO powered by JoomSEF

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