TELENOVELAS MARATÓN LATINOAMERICANO

TELENOVELAS MARATÓN LATINOAMERICANO Reflexiones entre cambia y tango Rafael Glano " . . . él se enfrascó ¡auto en su lectura que pasaba las noches le

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TELENOVELAS MARATÓN LATINOAMERICANO Reflexiones entre cambia y tango

Rafael Glano " . . . él se enfrascó ¡auto en su lectura que pasaba las noches leyendo de claro en claro y los días de turbio en turbio; y a s í . . . se Je secó el cerebro de manera que vino a perder el juicio". (El Quijolc)

El hecho nos lo relata Umberto Eco: "En el área de Chicago, todos los jueves por la noche, a una hora determinada, la presión del agua, comprobada en la sede cenlral del Chicago Department of Water, descendía de pronto durante algunos minutos de forma excepcional, como si en todas las casas de la ciudad los moradores abrieran simultáneamente las llaves del lavabo o del baño. Y en efecto así era; fue posible comprobar que el fenómeno se repetía todas las semanas en el preciso instante en que terminaba una transmisión televisiva de gran éxito. En aquel momento la mayoría de los ciudadanos que habían permanecido hipnotizados ante el televisor, al llegar el anuncio comercial final, se levantaba y se distendía, bebía un vaso de agua, preparaba el café, comenzaba su aseo nocturno". Si actualmente un caso parecido ocurriera en Santiago sería provocado sin duda por las telenovelas y principalmente las latinoamericanas. Ya han igualado y aun a veces superado al que, hasta hace un año, era el espacio principal por excelencia, el climax de la gráfica televisiva, a saber, el informativo de la noche. Simplemente María (9) y Niño ( 1 5 ) , los dos

canales universitarios frente a frente, se disputan diariamente, en un match increíble, el primer pues10 del antiumversitarismo rating telesenlimental. Se habla de un índice de audiencia que llega hasta el 47°í> en Santiago y provincia que es donde

tienen su radio de acción. Si en un comienzo la empleada doméstica enriquecida ocupaba la primacía sin discusión, poco a poco, el italiano Nino. que comenzó 5 meses más tarde (abril 1972). le ha ido quitando terreno hasta llegar a tomar últimamente algún punto de ventaja. Por su parle, el canal nacional (7) no se queda atrás. Ha implantado en las últimas semanas el sistema de la doble teleserie de sobremesa, para dejar la noche libre a Barnabás Collins ya que es una hora más apropiada para vampiros. El maratón lelenovelesco de los maníacos es el siguiente: durante el almuerzo Cruz de amor, para la hora de la siesta El despertar, pudiendo también elegir Natacha. Es posible que haya discusiones a la hora de la comida por decidirse entre Nino y Simplemente María, aunque los virtuosos del género mediante hábiles maniobras logran seguir los dos argumentos a la vez. Un poco de María y un poco de Nino aprovechando los frecuentes cortea, y las diferencias de horario. Don Quijote no aguantó mucho más y seguramente ni siquiera tanto. Un poco de historio La historia de las telenovelas latinoamericanas partió en Chile hacia el año 1965, pero el boom es relativamente reciente. Quizás lo podamos situar en enero de 1970 con Puente de amor y ya más claramente con el gran éxito de Una plegaria en el camino (junio 1970). corroborado definitivamente por el de Guticrritos (enero 1971), Siguen algunas .series históricas como Tormenta,

Carlota y Maximiliano, La Constitución, que se presentaron con ciertas pretensiones instructivas. Hasta aquí toda las telenovelas importadas eran mexicanas. Con Simplemente María y Natacha peruanas y Nino de origen argentino se produce la elefantiasis del género. En efecto, si la extensión de las series ordinarias es de unos 50 capítulos (Gulierritos, Pasión y orgullo, Lágrimas amargas) y ya Una plegaria en el camino con sus 150 capítulos y sus 7 meses en la pantalla chica podría parecer, desde luego, excesiva, juzgúese qué significan los 260 capítulos de Nalacha, los 263 de Nino y los 350 de Simplemente María cuya duración será de unos 16 meses. En un cálculo muy grueso se puede decir que la población de Santiago dedica un millón de horas diarias a contemplar las teleseries, lo cual al cabo de un año, a razón de 5 días por semanas, daría la escalofriante cifra de 300 millones de lioras enterradas en esa tumba absurda. Sería algo más difícil el cálculo a nivel nacional. Pero en toda Latinoamérica se supone que son 40 millones de personas las que siguen diariamente las mismas teleseries, incluyendo a veces Brasil. Y debemos pensar que los otros medios de comunicación de masas sirven de caja de resonancia de estos éxitos. La radio, los folletos tipo comic, los films, las tarjetas, los diarios se lanzan sobre la presa aun fresca. Se crean auténticas industrias en torno a cada título hasta exprimir sus más remolas posibilidades. Además hay que observar el efecto multiplicador que supone el que las telenovelas se hagan tema obligado de conversación, que sus alternativas se traten con la misma convicción que si fuesen hechos reales. El suspenso del continuará folletinesco que en el siglo pasado se convertía en un interrogante individual, ahora, con los medios de comunicación de masas, y sobre todo, con el prestigio de la televisión se hace un interrogante colectivo. Hasta los estudios de televisión llegan centenares de cartas que preguntan qué le sucederá a tal personaje o cómo se resolverá un determinado conflicto. De este modo el negocio progresa. Las grandes productoras, como la PELMEX. se amplían. Los vidcotíipes corren por lodas las naciones. Nuestros canales nacionales se lian sumergido en la vorágine de la compcicncia. Una

buena lelenovela significa audiencia, audiencia significa recursos y los recursos existencia. Se cierran los ojos a los problemas que las lelenovelas puedan traer en el futuro a la gran masa. Y a medida que el público adquiere training en el género, las exigencias se hacen cada día más perentorias. Se llega a una necesidad drogomam'aca. Un minuto de demora en salir al aire cualquier teleserie, copa al instante todos los teléfonos del canal y los llena de voces impacientes y casi angustiadas. No se sabe si tomar la situación como cumbia o como tango. Aproximación a la telenovela El género telenovelesco pertenece a lo más sub de los subproductos literarios. Ha sido necesario todo un proceso de deterioro para que tal fenómeno se origine. Sus antecesores son el folletín, principalmente francés, del siglo XIX (precipitado último de la novela histórica y romántica) y la novela rosa (cursilización de los relatos galantes). Ambos abonaron el terreno a la serial radiofónica que democratizó los anteriores géneros y que se puede considerar el antecedente directo y nalural de la telenovela. De todas estas corrientes literarias la telenavcla ha extraído lo más barato. Del folletín, toma ciertas características formales más típicas: que llega al público no en su totalidad, sino por entregas, que, en consecuencia, el autor pueda irla escribiendo conforme se va realizando (cosa imposible en un film), que las peripecias y lances inesperados se multipliquen, para que cada día e! lector, en nuestro caso el telespectador, quedo prendido de un continuará auspicioso. De la novela rosa recibe una modernización del ambiente y un remozamiento de los personajes y seudo-símbolos. El lujo aristocrático y nobiliario de los folletines se toma refinamiento ciudadano y de alta burguesía. Los palacios se convierten en departamentos, los encuentros en el campo en citas en casinos distinguidos, las casas se convierten en playas. Se cierra el objetivo para concentrarse mucho más en la pareja amorosa. Se banaliza el mundo y todo se hace romántico, emotivo y apuntando hacia el tú a tú superidílico, Par otra parte se tiene el acierto comercial de selec-

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Un análisis formal

l/no necesidad drogomaníaca cionar el público, dirigiéndose más biea a las mujeres. La serial radiofónica ha puesto su granito melodramático fundamental: diálogo patético, golpes orquestales o música de fondo, ruptura del lempo moderato de la novela rosa para producir una continua tensión. Con la actuación de estos elementos elevados a la categoría de imágenes, al mundo de la iconosfera, hechos hipnosis en la pequeña pantalla, surge la telenovela. Responde a una necesidad muy legítima actual el deseo de distensión, de calor humano, de simplicidad. En medio de un mundo mecanizado y electrónico, el resquicio del corazón puede remozar los espíritus cansados. Pero desgraciadamente las telenovelas no han logrado cumplir este papel. Por el contrario, en su casi totalidad, se han prostituido. No han operado con planteamientos humanos sino fundamentalmente comerciales. Y así se ha abusado de esta necesidad, hecha exigencia, aprovechándose de ella.

Nuestro análisis se puede realizar desde el punto de vista de la forma o del contenido. No es que ambos aspectos sean susceptibles de una separación mecánica, pues constituyen una unidad indisoluble, pero se puede insistir más en uno, aunque connotando siempre implícitamente el otro. Respecto a las teleseries, de ordinario más bien se ha insistido sobre el análisis de contenido para denunciar sus más Flagrantes contradicciones ideológicas, políticas, conductuales, religiosas, etc. Es muy necesario. Pero resulta más eficaz el análisis de la forma. La forma es más importante y significativa en la obra expresiva que el contenido. El mensaje más profundo de una creación lo da su estructura formal antes que el contenido conceptual mismo. No hay que llegar al extremo de McLuhan con su categórica afirmación "massage is thc message", que identifica el mensaje con el canal que lo trasmite (un mismo mensaje conceptual sería esencialmente distinto por el mero hecho de que se comunique por radio o prensa, por ejemplo). Pero sí se puede decir con razón que la forma es el mensaje. De tal modo que los artistas, en cuanto tales, no son revolucionarios o reaccionarios, románticos o clásicos por la ideología que sus obras segregan sino por las formas que crean o adoptan. La telenovela, por ser una obra creativa, es decir, que no intenta lo meramente documental, sino lo imaginativo, hay que juzgarla con códigos estéticos. Los juicios morales o políticos son muy importantes pero deben ser iluminados por el estético, pues bajo este prisma es cuando la telenovela va a mostrar su trama más íntima, su forma, lo que en una filosofía escolástica, que nunca es despreciable, sería una aproximación a la esencia misma. El arte es un proceso depurativo hacia el símbolo. Exige rigor, implica selección y límite para lograr la concentración expresiva, el peso específico de tal. Todos sus recursos deben gravitar inflexiblemente hacia una totalidad simbólica unitaria. El arte es antiazar, la antirrutina, la antiobviedad, el antidestino de que habla Andrés Malraux. Es precisamente lo contrario a lo que sucede en nuestras telenovclas. En ellas no existe ningún

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rigor unitario. Las peripecias se suceden sin lun ni son, Jos argumentos ye estiran o se contraen por motivos comerciales o técnicos, nunca por causas intrínsecas a la obra misma. Niño podría durar lo mismo 20 que 100 que 300 que 800 capítulos, nada lo pide ni lo impide. Es pura opción extraestética y, por lo tanto, formalmente arbitraria. Los personajes no se van enriqueciendo exisíencialmente ni se van configurando en símbolos conforme se desarrolla la acción. Se agotan en la primera presentación, a las dos palabras que 'hablan, al segundo gesto que realizan. Son como objetos desechables que se gastan al primer uso. Mantienen siempre una monotonía enervante. Y es que su potencialidad interior es nula. Vegetan en una doble dimensión anodina. Resultan, pues, cascaras vacías, sin intimidad, sin complejidad, sin llegar a ser símbolos de nada. Sus reacciones se repiten como estúpidos tics nerviosos. En definitiva: no hay caracteres, sino estereotipos. F] conjunto de la obra no guarda una línea ascendente hacia el símbolo, hacia el momento en que el significado y el significante artístico llegan a su fusión plena y sublime. Por el contrario navega a la deriva a la caza de una u otra sensación, de uno u otro episodio emocionante deshilvanado e inconexo. Nunca sucede nada de verdad nuevo. Jamás se pretende dar un salto auténticamente cualitativo que rompa el estereotipo obligado. Es La reiteración de lo mismo. Una mujer se niega en la noche de bodas a entregarse a su esposo porque, según ella, había consentido en su matrimonio por pura apariencia social. El marido reacciona enojado diciendo que nunca la hará suya y que en adelante llevarán una doble vida, una de feliz matrimonio hacia afuera y otra de separación total en la intimidad. Esto sucede en el primer capítulo de Pasión y orgullo. Desde entonces iodos intuimos sin género de duda lo que va a suceder en adelante. Se producirán unas primeras situaciones de rechazo mutuo. La mujer comenzará a quedar impresionada por la "dureza" de su marido. Aparecerán diversos personajes para orquestar debidamente los distintos lances. En este caso la madre metete-y-curiosa, el cura-buen-araigo-buen-consejero, el papá-bondadoso-enfermo-dd corazón-que-se-morirá. el anliguo-

novio-aristócrata-venido-a-menos-bastante-buenmozo (pero no tanto como el galán titular), ele, etc. Al final vendrá la reconciliación y la felicidad. La obra, que tiene 50 capítulos, se prolongará durante casi dos mesas de representación. Cada capítulo será majaderamente obvio, no nos podrá dar ninguna sorpresa, porque los personajes no se podrán salir ni un ápice de su papel y las emociones que nos producirán están ya predeterminadas y estereotipadas desde el primer momento. Pero es lo mismo. Al día siguiente comenzará otra telenovela en que también lo sabremos todo desde el principio. Y durará dos meses o cuatro o veinte. Y aaí sucesivamente. La serpiente se seguirá mordiendo la cola una y mil veces. En el primer capítulo de Natacha se nos da también todo el cuadro de referencias en que se moverá la interminable obra. Casa-dc-clase-burguesa, matrimonio-con-problemas. Natacha-la-emplcadila-provinciana-inocenle-quebusca-proteccióny-amor. Raúl-galán-perfecto-que-hace-caso-de-Natacha. La-hermana-menor-cándida-y-lazo-de-unión-enlre-Raúl-y-Natacha. Hermano-menor-cínico-desalmado-con-Natacha. Desde la primera mirada correspondida de la protagonista a Raúl sabemos lo que inevitablemente sucederá. Habrá, por supuesto, rivales, monjas, malentendidos, secuestros, de por medio, pero al final vencerá el amor de Raúl y Natacha. Los signos unívocos o majaderos El símbolo artístico verdadero exige el rigor de la unidad. Pero esta unidad no significa pobreza, porque supone, por el contrario, complejidad, ahondamiento interior, apertura de nuevas fronteras al espíritu. Por eso el símbolo estético no es necesitante ni unívoco sino que abre la posibilidad de muchas interpretaciones. Este es precisamente el juego del arte que huye de lo obvio y explícito y que provoca opciones e intuiciones que están de algún modo implícitas en ella. Por eso, la decodificación del mensaje en la obra de arte no tiene una clave rígida y preestablecida. Cada obra abre las posibilidades de diversos códigos y diversas interpretaciones que pueden ser igualmente legítimas. En el caso de la telenovela, los personajes, si-

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mariones, ambiente, símbolos empleados, lenguaje, etc., ludo esui perfectamente agolado y clarificado en sus propios límites. No sugieren nada. Cada escena muere en si misma. Todos los recursos empleados son opacos. La obra se hace por adición y no por profundización. Guillermo y Paula, el gerente industrial y su secretaria, de Concierto de Almas se han enamorado. Se sabe que todos los obstáculos marginales y las vacilaciones aparentes que se van produciendo a lo largo de la obra, son puros episodios de convención que no hacen variar en nada a los personajes ni su situación. Tienen una clara intención denioratoria. La decodificación es tan segura como la lectura de un mensaje en alfabeto morse. No hay posibilidad de varias interpretaciones legítimas. No hay arte, porque según expresión feliz de Umberto Eco, aquí se produce una "prefabricación e imposición del efecto". Es decir, los elementos expresivos están ordenados de tal manera que sólo pueden producir el efecto concreto predeterminado por el autor. Es la majadería expresiva, verdadero nombro de la univocidad en el arte, que produce el gregarismo progresivo de ia masa telespectadora. Esa univocidad provoca paradójicamente el caos mental. El autor, al tener plena libertad de añadir, quitar e inventar a su gusto y capricho, sin ninguna norma de autocontrol, al quedarse en el campo abierto de lo obvio y no simbólico, puede hacer lo que quiere sin más. Todo da lo mismo, todo está permitido. El público, como se juega con sus emociones ciegas, queda a merced de éstas. Reirá, llorará, se angustiará, sentirá odio o amor, será manipulado como un robot por estímulos sensoriales. Esto le producirá el mismo acostumbramiento que una droga y el caos de las novelas se le irá haciendo caos existencial. Esos cientos de millones de horas ante la pantalla significarán una inmensa pérdida para un pueblo, pues se le está induciendo a la rutina, a la falta de imaginación, a la pereza intelectual más escandalosa. La gran falsedad

Pero vayamos más adelante en La consideración de esa vaciedad y univocidad de las telese-

nes. Fijémonos en los actores. Al principio, nos pueden parecer actores teatrales que están representando normalmente un libreto que previamente han estudiado, bajo el control previsible de un director escénico. Pero concentremos un poco más La atención. Notamos algo raro. El ritmo es siempre lento y pesado, incluso en las escenas argumentaJmente más vivas. Los rostros, las manos, el cuerpo, no logran coherencia plena. El tono de la voz responde nada más a tres o cuatro registros mecánicamente repetidos según los casos. No hay concentración, no hay convicción. ¿Qué sucede aquí? Algo muy grave. Estos actores no actúan teatralmente en el sentido ordinario del termino. Es decir no se identifican con un personaje que se elabora lentamente con conciencia profesional hasta plasmarlo artísticamente. El libreto prácticamente no se estudia, las representaciones casi se improvisan, y lo que es más inconcebible, los actores son teledirigidos como robots. Por medio de un aparato eléctrico, el teleprompter, se le dicta a cada actor el texto, se le ordenan los tonos, los gestos, los movimientos. El apuntador excepcional, que maneja el teleprompter, es el hombre principal de la producción, con mayor importancia incluso que el director. Es decir, nos encontramos ante marionetas casi mecánicas. La vaciedad existencial que habíamos notado en el tratamiento dramático de los personajes es la misma que la que encontramos en la técnica misma de la representación. Naturalmente, los actores verdaderamente tules rechazan este género de trabajo. No podrían aguantar perder su dignidad artística en arras de esta magna industria que busca fabricar teleseries monstruosas como una mercadería, con la mayor rapidez posible y con la única pretensión de sacar plata, sin escrúpulo de sacrificar la conciencia profesional de los que en ellas actúan. Como contrapartida podemos presentar las telenovelas importadas desde España en que los actores realmente actúan, es decir, realizan el papel desde dentro y no reciben teleórdenes mecánicas desde fuera. Pero esto exige un mínimo planteamiento estético y no meramente económico. Dentro de la misma tónica de falsedad se puede señalar la caracterización de lo^ personajes, íobre lodo los femeninos. Las inevitables pestañas

postizas ¡ndisimuJadas, los peinados artificiales, el maquillaje excesivo, los adornos do bisutería . . . Incluso la convención habitual y un poco necia de hacer pasar por jovencitas irresistibles a mujeres en franco declive. Nada se diga de la artificialidad de algunas canciones de presentación de una cursilería imperdonable. Todo, en definitiva, hace de estas tclenovelas obras mecánicas realizadas con procesos mentales y técnicos también mecánicos. Incluso habría la posibilidad, como ya se está inlcntando en los Estados Unidos, de realizar libretos de esta especie por computadoras electrónicas. Ellos podrían dosificar las constantes y variables para producir efeelos aceptables. Llegaríamos así a la negación más radical del arte y, desde luego, también a la negación del hombre. El espacio, et lenguaje y el tiempo Pero la falsedad va más allá. El espacio en que se desarrollan las tclcserics son interiores en casi un 90%. Y lo más ordinario es que estos interiores sean elegantes casas burguesas con sus livíngs, salones o comedores. Más raramente los dormitorios, cocinas, palios y escaleras. El mobiliario es de bastante poco carácter y la decoración totalmente convencional. Todo es como debe ser, y por lo tanto, su grado de expresividad, de significación es prácticamente nulo. Pero este espacio burgués-convencionaL se hace lan privilegiado y familiar en la representación que por antítesis cualquier otro lugar surge mentalmente cromo un antiespacio, es decir, un paréntesis momentáneo que fatalmente desembocará en el espacio habitual, el cual toma sutilmente carta de naturaleza. De este modo, si en Una plegaria en el camino veíamos a la empleada en el lavadero o sí en Concierto de almas se nos presentaba a los porteros en un subterráneo, esto sucede de tal modo que lodos sabemos que pronto vamos a volver a la normalidad, que aquel espacio era nada más un contrapunto necesario para destacar más la verdadera historia que tiene que suceder en el verdadero lugar, en la casa burguesa. Y así lo que es normal en la vida del país aparece como la excepción y la excepción como la regla general. Esío

va creando vínculos afectivos con todo lo que esc espacio y su ambiente conlleva. Una persona mal vestida, una palabra malsonante crean el antiespacio y nos afirman más en el verdadero espacio telenovelesco, el natural. Este espacio convencional guarda una total asepsia. Nada en él delata una nación concreta o una situación político-histórica determinada. Existe un filtro cuidadoso que nos hace sentir como natural que lo que ocurre allí, sucede en Cualquier Parte City, que, bajo una aparente cercanía y parentesco con nuestro mundo, es percibida a la larga como una ciudad lejana, muy lejana, como detrás de unas nubes de ensueño. Y es que se ha logrado un espacio camuflado de tal manera que en él sólo puedan suceder cosas y casos de amor o de emoción. Todos los demás problemas serían antiespacio y, por tanto, se procura que el televidente aparte instintivamente su atención de ellos. Se ha logrado así el espacio telenovelesco, el espacio rosado de estos nuevos cuentos de hadas con casas de chocolate y caramelo de nuevo cuño, Los primeros planos casi siempre están dedir cados a la gente bien. Muy rara vez a empleadas, a no ser que estén destinadas a subir de condición social. Pero, de ordinario, predomina el planu medio que envuelve a los personajes en su ambiente y en su artificial espacio. El lenguaje está descoyuntado. Por un lado correcto y sin alma, por otro, seudopopular y depauperado. No hay un lenguaje de creación, porque tanto uno como otro son artificiales y responden a estereotipos inexistentes o más bien a expectativas que cada clase social tiene respecto al modo de hablar de su opuesta. Nada tiene que ver con la sabrosa duplicidad lingüística de los dramas clásicos españoles (criados por una parte, caballeros por otra). Ambos lenguajes eran ricos, sugerentes, reales. Aquí, sin embargo, oscilan entre el aburrimiento y la imbecilidad y siempre como cosa artificial. Las frases y estilemas repetidos mi] veces llegan a resultar leit-motivs inaguantables. El fenómeno del tiempo en las telenovelas es bien particular. El ritmo se mantiene siempre lento y pesado por las razones ya señaladas. Parece como si el argumento be empantanara, le costase

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seguir hacia adclanlc. Quizás esto sea una mera estratagema para que inmediatamente cualquier televidente retrasado se ponga al lanío. De hecho, aunque comencemos una telenovela cuando lleva ya varios capítulos representados podemos tomar el hilo del argumento con unas cuantas frases previas que se nos digan. Las referencias al calendario, al año y a la época son prácticamente nulas. Sólo por diálogos directos o por cambios radicales, como en el famoso salto de varios lustros en Simplemente María, somos hechos sabedores de los lapsos transcurridos. Por lo demás, la acción es intemporal. Las únicas alusiones cronológicas son las de la hora de! día o al máximo se extienden al ayer u al mañana. Esto nos indica que se vive en un mundo sin perspectiva de tiempo, en un oasis «histórico. Las cosas suceden en un tiempo milico actual. Nunca se hace referencia a hechos políticos o sociales reales que puedan simar la acción en coorde-

Espacio burgués convencional nadas mas precisas y sólidas que las del amor y sus innumerables obstáculos. Incluso las situaciones sociales más generales se soslayan o se diluyen en una tota! vaguedad. En conclusión, la telenovela suprime los tres elementos más importantes para la determinación histórica, para la encarnación real de la obra de arte: el espacio, el tiempo y el lenguaje. Se queda en lo etéreo e irreal. Sin estructura y sin amarras, a la deriva . . . La negación del propio ser "—/.Oué más has hecho en la vida? —Pues lo que todo ei mundo: soñar, hacer castillos en el aire, tropezar, levantarme ...". (Nora en Et despenar!

El fenómeno de la telenovela es una enfermedad muy grave y por desgracia galopante. No hay que mirarlo ton lástima. Los teóricos marxistas

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actuales, incluso los más ortodoxo;., señalan la inmensa importancia de la superestructura cultural en orden a la creación de una sociedad nueva. Es evidente. Las telenovelas, ese deshecho humanoartístico que se ha enquistado en los órganos populares de nuestra sociedad, amenazan con comvertirse en cáncer y no es pequeño el daño que produce. Se puede resumir en una palabra: desarraigo del propio ser. Estas obras nos hacen considerar como vida lo que no es más que un remedo, una caricatura, una apariencia. Bajo la influencia de la sensación instantánea, la masa telespectadora va tomando como real algo estética, social y humanamente totalmente falso. He ahí la Gran Trampa. Se nos quiere presentar una sociedad idealizada regida por la ley del corazón, según la observación de Michéle Mattelart, y que mejor podríamos llamar la ley de la emoción prostituida. Pero esa ley no existe más que en un mundo fabricado con los medios artificiales que ya conocemos. En la realidad, las leyes por las que se rige la sociedad son mucho más sólidas y profundas y no responden a meros estímulos sentimentales. Este mundo engañoso crea expectativas imposibles. Las protagonistas son cieguecitas, cojitas. empleaditas, accmplejaditas que, al final, siempre triunfan por encima de todas las dificultades. La mujer que ve esto, por un sentimiento de identificación masoquista, llega a creer que ella, que se siente también desgraciada, obtendrá también su compensación y su triunfo. Se origina entonces un sutil divorcio entre su vida y sus apetencias. Las expectativas provocadas contra toda realidad social producen una fascinación, hipnótica. Es de sobra conocido el aumento de venta de máquinas de coser a causa de Simplemente María y la atención especial que ponen tantas empleadas hacia Natacha. Lógicamente las expectativas ingenuamente aceptadas terminan en la frustración. Así se cierra el círculo frustración inicial—esperanza falsa—frustracción mayor. Responde- exactamente al esquema estético de vaciamiento progresivo de los personajes y de los argumentos que se dan en todas las telenovelas. Hay algo muy grave en este proceso. Se están

enervando las energías de un pueblo en el rao mentó en que las necesita para afirmarse en MI propia personalidad. Se están manipulando sus sentimientos y sus valores espontáneos cuando debían ser limpiamente potenciados y canalizados. Se está deteriorando su espíritu. Nada hay que escape a esta agresión. En nombre de fines comerciales inconfesables, se le imponen los gustos, las esperanzas, los esquemas sociales, las modas, el lenguaje. Se le arrebata el propio ambiente cultural y vital, la propia historia, las conductas más originales sin ninguna consideración. Se le fomentan los atavismos más negativos: el fatalismo, la pereza, el arribismo, el sentimentalismo fácil, la pasividad colectiva. Se crea prestigio en torno a lo extranjero, por ser extranjero. Las telenovelas se mueven en un ambiente cosmopolita insultante. Se habla de Francia, de Grecia, de Estados Unidos, de España, in yectando sutilmente la convicción de que eso sí que merece la pena y que, sin embargo, lo que se vive aquí es lo pobre, lo poco emotivo, lo rutinario. Las aventuras amorosas mejores tienen que ser en París o Mallorca o en lugares no identificados pero que siempre suenan a algo más allá, al otro mundo por el que se suspira, renunciando a la identificación del propio. Se manipula torpemente con los sentimientos religiosos. Se crea una especie de moralismo seudo-católico que, con frecuencia es la mayor negación de la fe cristiana. (No hay que olvidar que son países de cultura católica los que ven estas teleseries). El ambiente masoquista de Cruz de amor en que una madre empleada sacrificará todo para que su hija suba de condición social se quiere hacer pasar por un ambiente evangélico casi sublime. La muerte sistemática infeliz de las mujeres que se oponen al amor úc los protagonistas, se considera implícitamente un castigo de Dios (Rubí, Lágrimas amargas, Conciertos de almas). Se da !a

imagen de que la mujer tipo o ideal debe ser es piritual, sin demasiado sexo, de amor angélico. Así, el caso de Simplemente María y Concierto

de Almas, en que el sadismo o la represión inlenta pasar de contrabando como un amor espiritual. Las ceremonias de malriraonio (Nataeha, Simplemente María), las homilías de \os sacerdotes

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(Cniz de amor), la figura habitual de los sacerdotes bondadosos dedicados a obras tic beneficencia (Pasión y orgullo) o con una cierra simpatía seudo-moderna (Natacha), la desubicación total de las "monjitas" en la vida (Natacha) nos presentan una religión cxleriorisla y dese-ncarnada. dedicada a un falso esplritualismo, sin ninguna proyección real en la vida, con un falseamiento total de la fe. El catolicismo es en estas series, implícita o explícitamente, un elemento cuasi folklórico. También resulta una cascara vacía. La telenovela, por tanto, toca el fondo de la negatividad. Intenta prostituir hasta los sentimientos más profundos de los que las aguantan. Mistifican, confunden, desorientan. Su univocidad simbólica resulta caótica y pauperizante. Sus valores intentan nada más que el desarraigo de los propios, provocan el divorcio interior. Final típico de una telenovela: los dos enamorados están abrazados. Un amigo íntimo echa las suertes con los naipes. Se levantan las tres cartas reveladoras. ¿Qué mensaje traen? Las tres cartas, según la interpretación del amigo, dicen lo mismo: felicidad, felicidad, felicidad. Juzgúese de esta triple felicidad. Algunas conclusiones

En este problema no se pueden quedar con los brazos cruzados los organismos competentes. Es realmente irresponsable alegar, como a veces se hace, que si el público pide telenovelas, es preciso dárselas. Ante todo habrá que ver por qué las pide. Y luego preguntarse quien y por qué se acostumbró a ellas y quien, por tanto, debe asumir la responsabilidad de lograr el desacostumbramiento. Ciertamente empezar a dar marcha atrás en el preciso instante de una batalla frenética entre los canales para captar teleaudiencia, es muy difícil. Pero cada mes que pase lo será mucho más. Se está entregando conscientemente a muchos millones de latinoamericanos moneda falsa como si fuese verdadera, se está jugando con su buena fe. Y esa es la deslealtad suprema. Todos los responsable^ de la televisión confiesan que las telenovelas son negativas, perú dicen que no tienen otro remedio que seguir con ellas. Conocen y reconocen su culpa. ¿Qué hacen para salir de ella?

Con el agravante de que el caso de la televisión no se puede comparar con el de otros fenómenos de la misma catadura moral, la fotonovela o la serial radiofónica, porque la pantalla chica posee una cualidad hipnótica y coercitiva y además pasa a ocupar el centro del hogar en un puesto privilegiado. Ataca a las familias en sus momentos Je intimidad, de relajación total. De ahí que todos los valores que entonces se den los sorprenden indefensos, sin apenas capacidad de critica. Aprovechar las horas de reunión, sobremesa y noche para entregar precisamente los mensajes más falaces es cometer una traición que no es perdonable. Es atornillar al revés respecto a todo trabajo de conciencia social o humanista que se esté realizando por otros medios. Que esto ocurra en otras naciones en que la televisión es puramente comercial sería menos deplorable. Pero no lo podemos admitir en Chile en que, a pesar del carácter en parte comercial, la televisión tiene una dirección universitaria o estatal. Parece hasta mentira cómo estas entidades no sólo han doblado la rodilla ante este ídolo, sino que le están quemando su mejor incienso. Las mejores horas, las inversiones más seguras se las llevan sin discusión este tipo de programas. A raíz del alza del dólar se dijo que alguno de ellos peligraba. Pero no ocurrió así porque los canales suprimirán cualquier espacio cultural o artístico o social antes que suprimir éste, ante la presión del público. ¿Qué se puede pensar del izquierdismo o del cristianismo de que hacen gala todos nuestros canales? Se dijo en un principio que las telenovelas servían sólo de vitrina o de cebo para otros programas más positivos. Pero la vitrina se ha hecho la mercadería más cotizada y la que, en último término, está dando un verdadero carácter a los canales. ¿Con qué autoridad moral pueden éstos predicar después? Cortázar decía que la auténtica portada de la revista Life no era la tapa exterior sino la interior. En aquella aparece siempre un tema digno y serio. En ésta, sin embargo, asoma la propaganda de una marca cié cigarrillos o de una compañía de aviación. ¿Cuál es el auténtico rostro de nuestros canales? ¿El di¡j:iu y serio de los espacios informa-

tives, culturales y políticos o el engañoso y alienante de las telenovelas y teleseries de todo tipo? ¿Quién se come a quién? Recuerdo que un día estaba hablando con una Familia sobre un cierto programa que presentaban en el canal 7. Y me preguntaron espontáneamente: ¿Cuál es ese canal, el de Simplemente María o el de Niño? Tuve que aclarar que no, que era el de Cruz de amor y El despertar. Parece que sería más conveniente cambiar el aburrido nombre numérico de los canales y ponerles el nomhre de sus telenovelas respectivas. Entonces acaso apareciese mejor la verdadera imagen que actualmente el gran público tiene de ellos. Con todo es!o no se pretende que haya que terminar con las telenovelas. Ante todo, porque sería psicológicamente difícil, de tal modo está identificado gran parte del público con ellas. Y luego porque todo género puede regenerarse aun desde sus más oprobiosas realizaciones. SÍ el folletín banal del siglo XIX produjo a la larga obras como las de Balzac, Dickens, Dostoyevski y Zola; si la novela policíaca, digna, pero intrascendente ha llegado a las cimas de Graham Green, no podemos condenar la telenovela a priori. Pero se debe replantear desde puntos de vista estéticos y responsables. En este sentido hay que reconocer que Niño es un avance, aunque no sustancial, que lo son bastante más las telenovelas españolas, aunque éstas no son obras de creación, sino basadas en obras literarias previas. Mientras tanto, los tres canales debieran llegar a un acuerdo bajo algún arbitraje, para dosificar el número, seleccionarlas lo mejor posible, y obtener, con recursos comunes, la producción de obras nacionales dignas que responden a una necesidad legítima del público. ¿Qué hacen tantos escritores, periodistas y gentes de teatro en la actualidad en un barbecho creativo? ¿No podrían aunar sus esfuerzos en una empresa de

este tipo? ¿Por que Chile, uno de lo^ países cultos de Latinoamérica, tiene que estar en materia televisiva —como, en otra ocasión se señaló, en materia editorial— a la zaga de loa demás países del continente? ¿Por qué no se coloca en una postura más activa y creadora? Hay que partir suprimiendo la competencia en este peligroso terreno. Que se haga en otros que resulten más inofensivos. Pero aquí que se llegue a un acuerdo en puntos tan básicos de dignidad humana que no pueden ser discutidos por nadie. Hay que evitar que caigamos como pueblo en lo que podríamos llamar el síndrome de Don Quijote, que consistiría en desarraigarse de la propia realidad y tomar por verdad lo que es pura fantasía. Si la mente de la gran masa televisiva se puebla de Marías, Paulas, Natachas, Raúles, Noras y Niños, de situaciones absurdas, de expectativas inverosímiles, de simplismos peligrosos, entonces a nuestros ojos aparecerán los rebaños-ejércitos, los molinos de viento-gigantes, las prostitutas-doncellas. Y el golpe con la realidad, la caída en picada desde el Rocinante televisivo será demasiado frustrante. El cura y el barbero dieron la solución aunque tardía al caso Quijote. Quemaron la biblioteca absurda y fantasiosa. Sólo salvaron, como hombres de esperanza, alguna obra como semilla quizás de algo mejor. Las telenovelas deben seguir inexorablemente el mismo camino: la hoguera. Si hay alguna obra menos mala o menos desechable, con un resquicio positivo, habría que conservarla como muestra. Quizás surja de ahí un género digno que de una u otra forma respunda al deseo de interioridad de nuestra civilización industrial volcada hacia lo productivo. Quizás aparezca también en esta ocasión algún Balzac o algún Dostoyevski. Pero hay que comenzar de nuevo. Y desde bajo cero, desde temperaturas absolutas.

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