TEMA 4. LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL: INDIVIDUO Y SER SOCIAL. LA TENSIÓN ENTRE NATURALEZA Y CULTURA

TEMA 4. LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL: INDIVIDUO Y SER SOCIAL. LA TENSIÓN ENTRE NATURALEZA Y CULTURA 1. EL SER HUMANO COMO SER SOCIAL 1.1. La sociabilida

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TEMA 4. LA DIMENSIÓN SOCIOCULTURAL: INDIVIDUO Y SER SOCIAL. LA TENSIÓN ENTRE NATURALEZA Y CULTURA 1. EL SER HUMANO COMO SER SOCIAL 1.1. La sociabilidad humana En un conocidísimo texto de su Política, Aristóteles dice que la «"polis" es anterior a la casa y a cada uno de nosotros». Si entendemos polis por Estado -por ciudad-estado literalmente la afirmación tiene poco sentido: resultaría que lo que surge por agrupación de casas o de individuos sería previo a las propias casas e individuos. Más sensata es otra comprensión del texto: entender polis como la capacidad que tiene el ser humano de agruparse con otros seres humanos, o sea, algo así como la sociabilidad humana. Así, la sociabilidad es claramente anterior: los individuos humanos se juntan con otros humanos porque son seres sociales; animales que viven y se desarrollan en comunidad y sin la cual no pueden ni siquiera subsistir. Tanto que Aristóteles -como la mayoría de los filósofos- ha defendido que el ser humano es un ser social por naturaleza, esto es, que ser social es la forma natural de ser humano. Una buena prueba de esa sociabilidad humana es el lenguaje. El lenguaje inevitablemente es siempre lenguaje «de uno para otros». Si los seres humanos fueran seres individuales no habrían desarrollado el lenguaje, sino que les bastaría el pensamiento -no lingüístico, claro está- para entender el mundo. Pero no es así. El ser humano, y lo recuerda Aristóteles en el mismo texto, es el único animal que tiene palabra. Muchos animales, incluido el ser humano, tienen «voz», es decir: emiten sonidos, pero sólo el ser humano posee palabra, o lo que es lo mismo, sonidos significantes que otros, y él mismo, entienden. Muchos animales abandonan a sus crías cuando nacen -algunas especies se limitan a depositar sus huevos que se incuban solos-; otros, viven gregariamente -formando rebaños más o menos unidos-; aún otros -los grandes simios, por ejemplo, o los lobos, o las abejasforman grupos estructurados con una cierta jerarquía. Pero sólo el ser humano, sin embargo, es estrictamente social, en el sentido de que la sociedad en la que se desarrolla le configura como humano. Y el ejemplo más claro lo tenemos en los llamados niños ferinos.

1.2. Los niños ferinos Los llamados niños ferinos (ferino, de fiera) son los niños humanos criados por otras especies distintas de animales, sean lobos, chimpancés, etc. Parecería que pertenecen a la tradición mitológica -Rómulo y Remo, por ejemplo, fundadores míticos de Roma-, pero realmente hay casos históricos -por ejemplo el del niño de Aveyron, aparecido en enero de 1800 en las afueras de la provincia de Aveyron, Francia, desnudo, de unos doce años, carente de lenguaje y con actitudes semejantes a las de los lobos, que seguramente lo criaron-o los casos de Tarzán y de Mowgli, serían semejantes, aunque pertenecientes al campo de la ficción. El estudio de estos niños ferinos y el de otros tantos que, sin llegar a serlo, vivieron en condiciones de aislamiento de otros humanos -niños encerrados desde su nacimiento en jaulas y tratados como animales- han permitido conocer cuán importante es la sociedad, la

vida en común con otros humanos, para poder llegar a ser auténticamente humanos. Estos niños, cuando fueron encontrados, carecían de lenguaje, no caminaban erguidos, no controlaban sus emociones -ni sus esfínteres-,mostraban una alta agresividad y, sobre todo, no se autorreconocían: puestos ante un espejo no identificaban la imagen con ellos mismos. Y lo que es peor, por mucho que se intentó instruirles -enseñarles a hablar, a vestirse, a utilizar los objetos cotidianos- su grado de adquisición de conocimiento fue enormemente limitado. Todo esto muestra el papel tan importante que la vida en común tiene en el desarrollo de los seres humanos, en su forma de vivir e incluso de entender el mundo.

1.3. Vivir en sociedad Ahora bien, vivir en sociedad no significa solamente vivir junto a, o entre otros humanos. Significa que todos esos humanos que viven juntos tienen que compartir lugares comunes a todos ellos y que, por ello mismo, esa vida en espacios comunes tiene que estar organizada por medio de normas: de convivencia, sociales, morales, legales, etc. Porque lo cierto es que cada individuo que vive en una sociedad no tiene por qué tener ni tiene-las mismas necesidades, los mismos gustos, los mismos intereses, o las mismas ideas, que los demás; que lo que para unos es normal, para otros puede ser horroroso; que lo que alguien quiere para sí, otro lo puede querer también para él. ¿Qué hacer, entonces? Inevitablemente tienen que existir unas normas que regulen esas situaciones, para de esta manera evitar los conflictos. Claro que esas normas puede parecer que violentan los deseos de los humanos que viven en una determinada sociedad, sus apetencias, sus gustos; puede parecer que les limitan; que les impiden ser libres. Y es probable que, desde el punto de vista individual sea así: si alguien quiere hacer, tener y ser lo que él quiere, quizá esas normas se lo impidan. Es cierto. Pero no ocurre lo mismo desde el punto de vista social, desde la perspectiva del «todos juntos». En esta dimensión son las normas las que posibilitan que «todos», no uno u otro, sino todos, tengan los mismos derechos y libertades para hacer, tener y ser lo que quieran ser. Tanto es así que, sin esa sociedad y esas normas, los seres humanos no serían -ni podrían ser- lo que son. Porque es en la sociedad donde los individuos se hacen auténticamente humanos y donde aprenden todo lo que saben. Tanto, que Aristóteles ya decía que «el insocial por naturaleza, el que no necesita nada de la sociedad, es menos que humano (un animal) o más que humano (un Dios)». No todas las sociedades son iguales, sino que cada una se desarrolla, desde una cultura y haciendo una cultura concreta, y lo que en una sociedad se admite como adecuado, en otra distinta puede entenderse como inapropiado, pero todas cumplen la misma función. En otras palabras: todas las sociedades se organizan a través de normas, y aunque esas normas no son las mismas en todas las sociedades, sin embargo, todas ellas humanizan a sus componentes, aunque lo hagan de diferente manera, y, para los miembros de todas las sociedades, pensar como piensan es natural. ¿Cómo es posible que sea natural hacer algo en una sociedad y no hacer lo mismo en otra? ¿Es que en alguna de ellas las normas no son naturales? ¿O es que las normas no proceden de la naturaleza? ¿Es que puede haber tensión entre la naturaleza y la sociedad, entre la naturaleza y la cultura?

2. NATURALEZA Y CULTURA Los términos naturaleza y cultura son profundamente equívocos y reúnen una variedad importante de significados. En las expresiones siguientes: «hay que cuidar la Naturaleza», «es natural hacer tal cosa», «fulanito tiene una buena naturaleza», «menganita tiene mucha cultura», «me he matriculado en un curso de cultura clásica» o «el refranero resume la cultura popular», aparecen estos dos términos: naturaleza y cultura, con significados, si no distintos, al menos no del todo coincidentes. Por eso, antes de hablar de las relaciones entre naturaleza y cultura conviene preguntarse por la variedad de sus significados. 2.1. El concepto de naturaleza En el lenguaje cotidiano, se entiende por Naturaleza -en este caso el término se suele escribir con mayúscula- el conjunto de los seres naturales en contraposición a los seres artificiales hechos todos ellos por la intervención del hombre. Así, los campos, se dice que los pájaros y los seres humanos son naturales o que forman parte de la Naturaleza, mientras que un decorado, un avión o un robot son artificiales, aunque se hayan confeccionado con materiales de la propia Naturaleza. Otras veces, el término naturaleza hace referencia a aquello que es innato, frente a lo que es adquirido. Naturaleza, pues, como lo propio; lo adquirido, como lo ajeno. Como cualquier otro mamífero, el ser humano nace con unas pautas de conducta propias de su especie. Son lo que suelen llamarse «conductas innatas»: «taxias», «reflejos» e «instintos». Ningún ser humano nace sin saber cómo alimentarse de la madre, cómo llorar en respuesta al dolor o para recibir alimento. Sin embargo, es igualmente cierto que no todas las conductas son innatas, sino que, por el contrario, la mayoría de las acciones de los seres humanos son producto de «conductas adquiridas», del aprendizaje. También, en ocasiones, el término naturaleza se utiliza como contrapuesto al de convención -lo que los sofistas plantearon como la relación «Physis/nomos», de manera que se entiende por naturaleza lo que las cosas son espontáneamente, y por convención lo que existe por acuerdo entre humanos. En este sentido, es natural en todos la necesidad de comer, mientras que es convencional que se utilicen para ello ciertos instrumentos y no otros: tenedores y no palillos, por ejemplo, e, incluso, que se coman unas cosas y no otras: gambas, pero no hormigas. Y, por último, es frecuente utilizar el término «natural» equiparándolo a normal, a habitual. Su contrario, «antinatural», designa lo anormal o poco acostumbrado. Es correcto afirmar, así, que es natural que padres y madres quieran a sus hijos, y antinatural que no lo hagan. De alguien que tenga mal carácter, puede decirse, por ejemplo, que es natural que se enfade por cualquier cosa. 2.2. La naturaleza en el ser humano De todos los significados del término «naturaleza», ¿cuál es el más apropiado para hacer referencia al ser humano? ¿A qué se hace referencia preguntándose por la influencia de la naturaleza en el comportamiento humano? Vayamos por partes. Tomando el término «naturaleza» como el conjunto de los seres naturales, es evidente que el ser humano forma parte de la Naturaleza, que es un ser natural más. Tanto que desde la antigüedad ha sido descrito como un cierto tipo de animal con unas características

peculiares; «animal racional», «animal dotado de palabra», «bípedo sin plumas». Desde esta perspectiva, si comportamiento natural es aquel que realizan los seres naturales, entonces todo el comportamiento de los seres humanos, desde la acción más altruista y desinteresada, hasta la más violenta y sanguinaria, podría ser calificado de natural; por haber sido realizado por un ser natural. Pero decir esto no aclara nada sobre el comportamiento humano, ni dice nada sobre él. Sería tanto como afirmar que el armario de madera que alguien tiene en su habitación también es natural, porque natural es la madera, el árbol con que se hizo el armario. Si se toma el término «naturaleza» como lo que es innato, entendiendo innato como aquello con lo que nace con el sujeto, lo que viene dado ya en el nacimiento, será comportamiento natural el espontáneo, aquel que no es premeditado, sin artificio, cuidado ni alteración. En el caso del ser humano, lo innato y lo espontáneo -otro de los sentidos que posee el término naturaleza- coinciden. Lo innato y espontáneo en el ser humano será, pues, lo que está en él desde su nacimiento y sin artificio ni alteración, y es indudable que en el hombre hay muchos elementos que poseen estas características: todo ser humano es un organismo complejo que incluye sistemas: nervioso, endocrino, linfático, etc., y órganos: cerebro, pulmones, corazón, etc., igualmente variados y no menos complejos, y todos ellos poseen una forma concreta de funcionar y una serie de exigencias para poder hacerla. 0, a nivel molecular, todo ser humano posee un genotipo, el conjunto de todos los genes -porciones de material genético- que determina en el individuo unas características específicas; y un fenotipo: «en el interior del núcleo celular existen no sólo instrucciones para construir un cuerpo que se ajuste a la configuración humana, con tejidos humanos, órganos y sistemas complejamente entramados formando un todo, sino también instrucciones que dan precisión y un infinito número de variantes individuales». (C. Rainer, El cuerpo humano.) Además, en todos los seres humanos existen, en estrecha relación con su biología, una serie de características comunes: la disposición a satisfacer las necesidades básicas alimentarse, cobijarse, buscar pareja sexual, la necesidad y la capacidad de aprender, etc.características que le permiten, como al resto de los seres naturales, adaptarse al medio en el que viven. La necesidad y la capacidad de aprender son de una importancia decisiva, ya que hacen indispensable la «cultura» como elemento de configuración del ser humano. Los genes son responsables de las características fisiológicas de todos los seres vivos y, en algunas también de sus comportamientos. Pero en las especies que poseen un sistema nervioso complejo y un cerebro desarrollado, los genes son responsables de menos comportamientos. Las especies con estas características heredan menos conductas y, consecuentemente, tienen que aprender más. El caso más extremo es el del ser humano. Al pertenecer a la especie que cuenta con un sistema nervioso más complejo y con un cerebro más desarrollado, cuando nace es el ser más desvalido, con menos conductas determinadas por sus genes y, por lo mismo, con más necesidad de aprender para poder sobrevivir. ¿Es eso todo? ¿El ser humano es realmente sólo un cuerpo predeterminado por las características necesarias para adaptarse al medio y por la información genética que portan sus genes? En la historia del pensamiento y la filosofía occidentales, han sido muchos los autores que han querido ver «algo más» en el hombre: una huella del Dios creador (Tomás de Aquino), unas ideas innatas (Sócrates, Descartes) o, incluso, unas estructuras universales que posibilitan el conocimiento y la acción (Kant). Todos ellos asumen que existe una

determinada «naturaleza humana» presente en todos los hombres y que va más allá de lo puramente orgánico. El último sentido del término «naturaleza» es el de normal, de habitual. Y también en este sentido se puede aplicar a determinados comportamientos humanos. Lo mismo que se puede decir que es natural que cayera la manzana de Newton, se puede decir que lo es que los perros ladren o que los hombres hablen. La manzana, como cualquier cuerpo más pesado que el aire, está sujeta a una norma, a una ley, la de la gravitación de los cuerpos y, por eso, es natural, es normal, que caiga; el perro está sujeto a la manera de ser propia de su especie y, por eso, no aprende a ladrar, ladra, no puede hacer sino ladrar. Pero, ¿y el ser humano?, ¿habla porque no puede hacer otra cosa sino hablar?, ¿habla sin aprender a hablar? Evidentemente no. Habla porque tiene una estructura cerebral adecuada, un aparato fonador adecuado y la capacidad de aprender: el ser humano aprende a hablar, y por cierto que en «una» lengua. Por supuesto que ese aprendizaje es posible porque nace con la capacidad de aprender, de manera que esa capacidad es natural en el hombre. Pero lo es la capacidad, no los contenidos del aprendizaje. Ahora bien, en otros casos, aunque se aplique al comportamiento humano el término normal, no quiere decir que ese comportamiento sea innato, espontáneo. Se oye con frecuencia afirmar que es natural que los hombres se casen, que no se dejen quitar lo que es de su propiedad, o que en verano es natural irse de vacaciones. Lo que se está diciendo es que hay una norma o un hábito que hace que los hombres se casen, etc. Pero ¿de dónde surgen esas normas?, ¿forman parte de la herencia genética de los seres humanos? ¿Son las leyes físicas, químicas o biológicas? ¿Son imprescindibles para que el ser humano se adapte al medio ambiente? Más sensato parece entender que todas estas normas, estos hábitos, y otros muchísimos más, han sido establecidas por los seres humanos dentro de una determinada cultura, son aprendidas y, por ello, no son innatas ni espontáneas: son como son, pero podrían ser de otra manera. Decir que es natural que los seres humanos se casen es decir que, en nuestra cultura, es habitual que lo hagan. Pero nada más. En conclusión, se puede decir que el ser humano es un ser natural: a) porque forma parte de los seres naturales; b) porque cuenta espontáneamente con un sistema biológico que posee un determinado funcionamiento y también una serie de exigencias para adaptarse al medio; y, por último, c) porque es necesario en él que la adaptación al medio la realice dentro de una cultura determinada.

2.3.1. Definiciones de cultura Es ya clásica la definición de cultura que propuso Sir Edward Burnett Tylor en 1871: «La cultura en su sentido etnográfico amplio, es ese todo complejo que comprende conocimientos, creencias, arte, moral, derecho, costumbres y cualesquiera otras capacidades y hábitos adquiridos por el hombre en tanto miembro de la sociedad». Y no muy distinta, la que propuso Bronislaw Malinowski en los años cuarenta del siglo XX: [La cultura es] «el conjunto integral constituido por los utensilios y bienes de los consumidores, por el cuerpo de normas que rige los diversos grupos sociales, por las ideas y artesanías, creencias y costumbres».

En ambas definiciones, la cultura comprende, pues, todo lo producido por el hombre en sociedad, ya sean objetos, normas o ideas. Y parece claro, por ello, que cultura y sociedad se implican mutuamente: toda cultura remite a una sociedad determinada, de la misma manera que toda sociedad se desarrolla en una cultura concreta.

2.3.2. Características de la cultura La cultura aparece como un segundo ambiente, como una segunda naturaleza, propio del hombre y producido por él. Por ser su sentido tan amplio, es frecuente en sociología y antropología distinguir entre cultura material: los objetos materiales producidos por el hombre; y cultura no material: los objetos intelectuales, conceptos estéticos, valores, creencias, etc. Lo que no queda claro, y las interpretaciones de los diversos autores son diferentes, es si la cultura material es el resultado de la no material, es decir, si lo que se produce materialmente es consecuencia de las ideas, creencias y valores o si, por el contrario, son éstas las que reflejan la producción material. También se puede distinguir entre aspectos conductuales y aspectos mentales de la cultura, esto es, entre las reglas de conducta: normas y valores concretos, y las reglas, más abstractas y a veces inadvertidas, que posibilitan esas reglas de conducta, por ejemplo, la estructura lingüística. Sin embargo, estas u otras clasificaciones y divisiones de los tipos o los aspectos de la cultura, no logran ni abarcar ni explicar todo lo que significa la cultura. Los intentos de encontrar un patrón universal de la cultura han terminado si no en fracaso, al menos en desacuerdo. No obstante, cuando algunos rasgos o conductas se encuentran en todas las sociedades se habla de universales culturales: «los antropólogos han identificado toda una variedad de universales culturales, incluyendo la existencia del arte, la danza, el adorno corporal, los juegos, el regalo, la diversión y las reglas de higiene». (Anthony Giddens) 2.4. La cultura y el ser humano Todo ser humano se realiza como tal en una sociedad que posee una cultura concreta, y en ella adquiere desde una forma de pensar y de valorar la realidad, hasta unos comportamientos que le permiten desarrollar sus capacidades, satisfacer sus necesidades, y adaptarse al medio de una forma concreta. Sin duda, el mayor y mejor vehículo para la adquisición de la cultura es el lenguaje que configura y estructura el pensamiento. Pero no menos importante es el ejemplo de las conductas de los miembros más adultos del grupo, que sirven como modelo a imitar por los más jóvenes. A este fenómeno se le conoce como endoculturación: «la endoculturación se basa, principalmente, en el control que la generación de más edad ejerce sobre los medios de premiar y castigar a los niños. Cada generación es programada no sólo para replicar la conducta de la generación anterior, sino también para premiar la conducta que se conforma con las pautas de su propia experiencia de endoculturación y castigar, o al menos no premiar, la conducta que se desvía de éstas». (Marvin Harris) La endoculturación implica un fenómeno correlativo: la socialización: «la socialización es el proceso mediante el cual el individuo es absorbido por la cultura de su sociedad.

Fundamentalmente, la socialización es un aprendizaje; en su virtud el individuo aprende a adaptarse a sus grupos, ya sus normas, imágenes y valores. ( ... ) Como proceso es permanente pues dura toda la vida del sujeto y es perenne en la sociedad». (Salvador Giner) 2.5. La trasformación cultural Los contenidos de una cultura se trasmiten de generación en generación, pero este hecho no significa que las culturas no cambien. Muy al contrario, es propio de las culturas humanas la continua adaptación a las nuevas situaciones y circunstancias: cada generación asume algunos aspectos de su cultura a la vez que modifica otros tantos. En ocasiones, la trasformación o evolución de una cultura se puede explicar a través de la difusión, esto es, a partir de la influencia que ejerce en ella una cultura distinta. La difusión es y ha sido un fenómeno enormemente frecuente, tanto, que en todas las culturas puede rastrearse sin dificultad la influencia de otras. Sin embargo, la difusión no puede explicar todas las trasformaciones: culturas muy próximas entre sí geográficamente pueden permanecer prácticamente aisladas, evitando e incluso rechazando la influencia ajena; al tiempo que en otras muy distantes entre sí se pueden registrar comportamientos similares. 3. LA DIVERSIDAD CULTURAL 3.1. Cultura y culturas Hasta ahora se ha hablado de cultura de un modo genérico: lo relativo o perteneciente a cualquier cultura. Sin embargo, e implícitamente ya estaba claro, no todas las culturas son iguales, aunque todas respondan a una misma finalidad: adaptar al hombre al medio. De hecho, dadas las abundantes diferencias entre las distintas culturas conocidas, es más preciso hablar de «culturas», en plural, e incluso de «sub culturas» -grupos diferenciados dentro de una cultura concreta- que de cultura. 3.2. Actitudes ante la diversidad cultural ¿Cuál es la actitud a adoptar ante la diversidad cultural? Este tema es de un gran interés, ya que las sociedades actuales son, y posiblemente cada vez lo sean más, sociedades multiculturales como consecuencia sobre todo de la inmigración. A lo largo de la historia se han adoptado fundamentalmente tres posiciones básicas, con variantes importantes dentro de ellas. 3.2.1. El etnocentrismo El ser humano, desde las primeras formas de la civilización, ha desconfiado siempre de lo «distinto». Toda cultura tiende a pensar que su forma de vida es la auténticamente humana -de hecho la mayor parte de los pueblos primitivos se han llamado a sí mismos «los hombres»- y han mantenido con respecto a otras culturas una actitud condescendiente, en el mejor de los casos, y, en el peor, de clara hostilidad. Esta posición que supone la preeminencia y superioridad de la propia cultura, o etnia, frente a todas las demás recibe el nombre de etnocentrismo, y su grado de intensidad se puede apreciar en las diferentes formas que tiene de calificar a las otras culturas: «ajenas», «extrañas», «pintorescas», «salvajes», «primitivas» o «inferiores».

El etnocentrismo es la primera actitud que los seres humanos adoptan ante las culturas diferentes, pero eso no quiere decir que sea sólo propia de pueblos primitivos. Ha existido a lo largo de toda la historia y sigue existiendo en la actualidad. A la mayor parte de las personas les ocurre que cuando oyen, o ven algún reportaje, en el que se relatan costumbres de pueblos distintos al suyo, de otras culturas, de otras civilizaciones o, simplemente, de otro lugar geográfico, muchas de ellas les parecen pintorescas, curiosas y en algunos casos desagradables, si no repugnantes. Hay cientos de ejemplos, desde las ceremonias a los hábitos alimenticios, desde la distribución de la propiedad hasta la atención a los extranjeros. Pero, al tener esas sensaciones, muy probablemente olvidan que sus propias costumbres, que les parecen tan normales, son extrañas para buena parte de la humanidad, a la que les pueden parecer tan pintorescas, curiosas, desagradables o repugnantes como las suyas a ellos. El etnocentrismo fue el criterio explícito o implícito con el que se emprendieron los grandes procesos de colonización tanto en el Nuevo Mundo como en el continente africano o en Asia. Sin embargo, desde el punto de vista científico -seguramente también del de la sensatezel etnocentrismo no posee fundamento alguno y, además, imposibilita la comprensión adecuada de los hechos culturales y sociales propios de otras culturas y de otras sociedades, pues utiliza criterios y valores adecuados a un contexto en otro en el que no son aplicables. En el sentido estricto del término, se puede decir que todo etnocentrismo es un «pre-juicio». 3.2.2. El relativismo cultural En el extremo opuesto al etnocentrismo se encuentra el relativismo cultural, para el que todas las culturas son igualmente valiosas. Para esta posición, las instituciones y normas de cualquier cultura sólo se pueden juzgar desde los criterios y valores de esa misma cultura, puesto que no existen criterios universales que permitan valorar todas las culturas. Cualquier rasgo cultural debe ser aceptado como tal sin ningún tipo de valoración. Esta posición posee a su favor el hecho de que todas las culturas sirven para humanizar a las personas que se educan en ellas, aunque cada una lo haga a su manera, pero tiene un riesgo muy serio: si se acepta su lógica, determinadas prácticas tradicionales de algunas culturas -como la antigua costumbre india de quemar viva a la viuda a la muerte de su marido, o las prácticas antropofágicas de determinados pueblos, o la ablación del clítoris- tendrían que ser aceptadas por todos al poseer legitimidad moral en el interior de la cultura que las practica, cosa que parece que se opone claramente al sentido común. Aceptar las diferencias no es aceptar todas las diferencias. Todas aquellas prácticas que atentan contra los valores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos deben ser repudiadas, puesto que la tolerancia sin límites destruye la idea misma de tolerancia. 3.2.3. El interculturalismo Por eso ha surgido a finales del siglo XX una postura intermedia entre las dos anteriores, el interculturalismo, que propone la aceptación de todas las culturas y, al mismo tiempo, exige a todas, incluida la propia, la lucha por la eliminación de todas aquellas prácticas que atenten contra los contenidos de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, tomada como modelo universal de conducta. Esta postura que se denomina también pluriculturalismo o multiculturalismo -aunque este nombre se utiliza por algunos autores para referirse al relativismo cultural, por lo que hay que tener mucho cuidado con su uso- se basa en la consideración de los valores

contenidos en la citada Declaración, como valores de los que tienen derecho a disfrutar todos los seres humanos por el mero hecho de serlo, y en la consideración asimismo de que únicamente cuando todos los seres humanos disfruten de ellos serán «fines en sí mismos» y serán tratados con la dignidad que poseen por el hecho de ser humanos. A veces esta postura es acusada de etnocéntrica, al entender sus críticos que la Declaración Universal de los Derechos no es más que la sublimación y pretendida universalización de los valores occidentales, pero posiblemente esta crítica tenga más que ver con la historia de la colonización y con lo que a veces se ha hecho en nombre de ellos, que con su valor como proyecto.

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