Tema: Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra

¡Venga tu Reino! YO CREO…Actualización sobre el tema y consigna del programa de mística Septiembre 2012 El Catecismo de la Iglesia Católica aborda l

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¡Venga tu Reino!

YO CREO…Actualización sobre el tema y consigna del programa de mística Septiembre 2012

El Catecismo de la Iglesia Católica aborda los grandes temas de la vida cotidiana. Todo lo que presenta no es una teoría, sino el encuentro con una Persona, Cristo, que vive en la Iglesia. No creemos en las fórmulas sino en las realidades que éstas expresan. El Catecismo inicia con el Credo que resume la fe que profesamos. El hombre, mediante la razón, puede conocer que existe Dios, pero no cómo es Dios realmente. Pero como Dios quería ser conocido, se ha revelado a sí mismo. Ante esto, ¿cómo podemos responder a Dios? Creyendo en Él=FE. La fe es saber y confiar. (You cat. n.7, 20) Profesar la fe en la trinidad equivale a creer

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Creo en Dios, Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra. en un solo Dios que es AMOR.

■ Creemos en un solo Dios, por las Escrituras y por las leyes de la lógica. Si hubiera dos dioses, uno sería el límite del otro. ■ Dios es la Verdad, porque su Palabra y su ley es verdad, lo dice Jesús «para esto he venido al mundo para dar testimonio de la verdad» (Jn 18,37). ■ «Dios es amor» (1 Jn 4,8.16). Dios no sólo explica que Él es amor, sino que lo demuestra. ■ Dios es «Padre» por el hecho de que es el Creador y cuida con amor de sus criaturas. ■ Dios es omnipotente, todopoderoso: «Para Dios nada hay imposible» (Lc 1, 37). ■ Dios es el creador del mundo. Sólo Dios ha creado el universo, libremente, sin ninguna ayuda. Ninguna creatura tiene el poder infinito que es necesario para «crear» en el sentido propio de la palabra, es decir, de producir y de dar el ser a lo que no lo tenía. ■ Dios creó el mundo para manifestar y comunicar su gloria. La gloria para la que Dios creó a sus criaturas consiste en que tengan parte en su verdad, su bondad y su belleza. Nada existe que no deba su existencia a Dios creador. Toda criatura posee su bondad y su perfección propia. La jerarquía de las criaturas creadas por Dios está expresada por el orden de los «seis días», que va de lo menos perfecto a lo más perfecto. ■ Dios ama todas sus criaturas y cuida a cada una. El hombre es la cumbre de la obra de la creación (cf Gn 1,26). El hombre, y toda la creación a través de él, está destinado a la gloria de Dios. La creación es el fundamento, el comienzo de la historia de la salvación.

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Consigna: Conocer al Dios Creador, mi Padre, que se me revela en la Palabra, me ama y me llama. Aplicaciones a mi vida del YO CREO. Creo en Dios, Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Reconocer la grandeza y la majestad de Dios. Vivir en acción de gracias. Reconocer la unidad y la verdadera dignidad de todos los hombres. Usar bien de las cosas creadas. Confiar en Dios en todas las circunstancias. (Catecismo de la Iglesia Católica n.222 al 227). El conocer y creer en Dios nos lleva directamente a amarle, porque sentimos una absoluta necesidad y dependencia de Él. El conocimiento de nosotros mismos nos hace conscientes de todo lo que hay de bueno en nosotros: las virtudes que la gracia de Dios ha hecho posibles, las cualidades humanas con las que Dios dotó a nuestra naturaleza y ayudó a desarrollar, etc. Esto nos debe llevar a dar continuamente gracias a Dios. «Que nadie se vuelva perezoso en la fe» (Benedicto XVI, Porta fidei 15). Distinguir las maravillas que Dios hace por nosotros. La misión de un miembro del Regnum Christi consiste en comprometerse a convertirse en un signo vivo de la presencia de Cristo resucitado en el mundo. Porque lo que el mundo necesita es el testimonio creíble de los que, iluminados por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, ésa que no tiene fin. «Con el corazón se cree y con los labios se profesa» (Rm 10,10). Porque no se trata sólo de conocer y comprender los contenidos de la fe, sino el acto con el que decidimos entregarnos totalmente y con plena libertad a Dios. El conocimiento no es suficiente si después el corazón no está abierto por la gracia para comprender que lo que se ha anunciado es la Palabra de Dios.  La fe implica un testimonio y un compromiso público.  Es un acto personal y al mismo tiempo comunitario.  La fe, es un acto de la libertad, exige la responsabilidad social de lo que se cree. Sugerencias para la revisión de vida (hecho de vida) o una reflexión en equipo 1. El descubrimiento de la «partícula de Dios», ¿cambia en algo nuestra fe en Dios? 2. Las ciencias naturales, la razón y la fe, ¿se contraponen? ¿Es el mundo un producto de la casualidad? 3. Sólo el 30% de los educados en el ateísmo se mantienen en la no creencia de adultos. 4. ¿Es la naturaleza una divinidad?

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¿Es el bosón de Higgs la partícula de Dios? Tomás Alfaro Drake | [email protected] 1

Lo de llamar al bosón de Higgs la partícula de Dios no pasa de ser la típica frase sensacionalista. Esta se le ocurrió al editor del libro del premio Nobel, Leon Lederman, como título del mismo y el científico, que además de premio Nobel debe tener ideas claras de marketing, accedió. Pero esta partícula nada tiene que ver con Dios. El que crea en Dios podrá seguir haciéndolo con independencia de que exista o no el bosón de Higgs, y lo mismo le ocurrirá al que no crea. Pero dicho esto, tal vez sea interesante dar una idea lo más inteligible posible de qué es esta partícula y por qué su descubrimiento es tan importante para la ciencia. Desde que el hombre es hombre, no ha parado de preguntarse qué son las cosas. Lo ha hecho con las estrellas, con la luna, con los eclipses o con las mareas, etc., etc., etc. Y por supuesto, se ha preguntado de qué están hechas las cosas. Los griegos quisieron reducir toda la inmensa variedad de sustancias que forman el mundo a cuatro. Aire, tierra, agua y fuego que, combinadas de distintas maneras, daban lugar a todas las sustancias conocidas. Pero tras esa primera aproximación sistematizadora las respuestas no han parado de sofisticarse, a medida que los aparatos de medida y la acumulación de saber lo hacían posible. En estos momentos, el estado de la cuestión acerca de cuáles son los componentes básicos de la materia se resumen en lo que ha dado en llamarse el modelo estándar de partículas. Sería largo enumerar aquí cuales son estas partículas. Baste con decir que son seis tipos de cuarks, tres tipos de leptones y otros tres tipos de neutrinos. Es decir, doce en total. Lástima. De los cuatro componentes de los griegos hemos pasado a doce. Y cuanto más sencilla es una teoría, parece más elegante. Así pues, la teoría de los griegos era más elegante, pero tenía un problema. No era cierta. Así que debemos conformarnos con doce partículas. Pero, desgraciadamente para la supuesta elegancia, eso no es todo. Cada una de estas partículas tiene asociada una antipartícula, lo que eleva el número a veinticuatro, si bien doce de ellas son clónicas, por decirlo de alguna manera, de las doce originales. A estas partículas que componen la materia se les llama fermiones en honor al físico Enrico Fermi. Todas estas partículas han sido ya descubiertas empíricamente. Pero, ¡ay!, tampoco con esto basta. Todas las cosas materiales están trabadas entre sí por cuatro tipos de fuerzas. A saber. La gravitatoria, la electromagnética, la fuerza nuclear fuerte y la fuerza nuclear débil. Con el advenimiento de la física cuántica se supo que esas cuatro fuerzas afectaban a la materia a través del intercambio de un tipo de partículas diferentes de los fermiones que reciben el nombre de bosones. Así, por ejemplo, el fotón es el bosón que transmite la fuerza electromagnética. El gravitón, postulado pero no descubierto, sería el bosón que transmitiría la fuerza de la gravedad. Estos dos bosones no tienen masa. Pero para explicar cómo se transmiten las otras dos fuerzas, las nucleares fuerte y débil, hacen falta nada menos que otros once bosones, tres de los cuales tienen masa y ocho no la tienen. Es decir, trece en total. Es un alivio para la 1

Con pantalla amarrilla está señalado las ideas claves del documento.

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elegancia del modelo estándar que estos once bosones no tengan antibosones. Pero, con todo, son 25, si no tenemos en cuenta las antipartículas o 37 si las tenemos en cuenta. La gracia del modelo estándar es que explica maravillosamente bien el comportamiento de la materia, por lo que los físicos le han tomado cariño. Pero, ¿dónde está el bosón de Higgs? ¿Será uno de los once a los que no he dado nombre? No. ¿Entonces? Entonces aparece el problema de la masa, que va a hacer que tengamos que remontaros a Newton. Newton ha sido, con seguridad, el mayor genio de la historia de la ciencia. Descubrió dos leyes importantísimas para entender el mundo. La primera es la de la gravitación universal. Según esa ley, todos los cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcional al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia que las separa. Cualquier estudiante de la ESO sabe esto. La otra ley de Newton de enorme importancia dice que todo cuerpo sometido a una fuerza experimenta una aceleración inversamente proporcional a su masa. También esto lo sabe cualquier estudiante de la ESO. Pero lo que sabe ningún estudiante de la ESO, ni ningún otro ser humano, que es eso de la masa de un cuerpo. Se postuló para explicar la gravitación y por qué costaba acelerar los cuerpos, pero no se sabe lo que es, ni porque existe. Podría definirse como aquello que hace que los cuerpos se atraigan o que cueste acelerarlos, pero sería una definición circular. Es más, el modelo estándar de la física de partículas, por sí sólo, lleva a la conclusión de que ninguna partícula puede tener masa, lo cual es totalmente contrario a la realidad, puesto que de las 25, 15 sí que la tienen. Las únicas partículas que no tienen masa son el fotón y el gravitón y ocho bosones llamados gluones. Las otras 15 sí tienen masa. Salvo por ese “pequeño detalle”, el modelo estándar es muy bueno. Pero, ¡vaya detalle! Si no fuese por el “pequeño detalle” de que no tengo suficiente dinero, me podría comprar una isla griega, que ahora parece que se venden baratas. Pero, ¡pelillos a la mar!, dijeron los físicos de partículas. En los años 60’s, Sheldon Glashow, Steven Weinberg y Abdus Salam, basándose en unas vagas intuiciones de Robert Brout, François Eglert y –por fin–, Peter Higgs, desarrollaron un modelo en el que, si existiese un nuevo bosón, quedaría explicado el problema de la masa del resto de las partículas. Las injusticias de la vida han hecho que este bosón se conozca como el bosón de Higgs. Los otros cinco postulantes del bosón de marras, tres de los cuales tuvieron mucho más que ver con el desarrollo de la teoría que Peter Higgs, han quedado relegados al olvido. No es la primera vez que una observación molesta lleva a postular la existencia de algo nunca visto que, luego, debidamente buscado, ha resultado que existía. Cuando los astrónomos descubrieron, a principios del siglo XX, ciertas irregularidades en la órbita de Neptuno, inexplicables con las leyes de Newton, pensaron que la explicación podía estar en la existencia de otro planeta exterior a Neptuno, más bien que en tirar a la basura las leyes de Newton que habían demostrado ser tan útiles y fiables. Aún antes de descubrirlo pusieron a ese planeta el nombre de Plutón, dios de los infiernos y de la oscuridad, quizá por estar sumido en la negrura, pero también porque los demás dioses del Olimpo ya tenían su planeta. Buscaron a Plutón con denuedo y, cuando los telescopios fueron suficientemente potentes, lo encontraron, porque sabían dónde y cómo mirar. El famoso bosón de Higgs, como Plutón, explicaría muchas cosas. Crearía un campo que llenaría todo y que haría que las partículas tuviesen masa. Sería como si ese campo fuese una especie de melaza que hiciese que a las partículas les resultase difícil acelerarse y, por oto lado, tendiesen a apelotonarse. Pero desear que exista el bosón de Higgs no quiere decir que exista. Había que buscarlo, como se buscó Plutón cuando se detectaron irregularidades en la órbita de Neptuno. Pero como entonces, los “telescopios” Centro de Recursos del Regnum Christi

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debían ser suficientemente potentes y había que saber dónde buscar para encontrar lo que se buscaba. ¿Cuáles son los “telescopios” que permiten buscar partículas? Esos “telescopios” se llaman aceleradores de partículas. Son ingenios que, como su nombre indica, aceleran partículas cargadas a velocidades increíbles, a través de campos electromagnéticos, y las hacen chocar frontalmente unas con otras. Al chocar se desintegran en otras muchas partículas y así se “crean” nuevas partículas. Estas partículas, a su vez, se desintegran en otras y, tras una cascada de desintegraciones, esas otras partículas de segunda, tercera o cuarta generación se detectan en detectores especiales que miden su velocidad, su dirección, su carga, su masa y, de esta manera, como un detective que analiza las pistas del lugar del crimen, averiguan la identidad de las partículas que se “crearon” en el choque. Estos “telescopios” son más potentes cuanta mayor es la velocidad de choque de las partículas aceleradas. Al principio, los aceleradores eran lineales. Pero la longitud de los mismos imponía un límite a la velocidad que podían alcanzar las partículas que se hacían colisionar. Por supuesto, a los físicos se les ocurrió inmediatamente hacerlos circulares, ya que un círculo se puede recorrer cuantas veces se quiera para acelerar las partículas, en principio, tanto como se quiera. Pero entonces aparecen nuevos límites. Cuando un coche corre por un circuito circular, aunque el coche pueda acelerar tanto como quiera, la velocidad que puede alcanzar viene limitada por la fuerza centrífuga. Si va demasiado deprisa, derrapará y se saldrá del circuito. Cuanto mayor sea el diámetro del circuito, más deprisa podrá ir el coche sin derrapar. Pues lo mismo pasa con los aceleradores de partículas circulares. Las partículas podrán alcanzar mayores velocidades cuanto mayor sea el diámetro del anillo del acelerador. Y cuanta mayor sean las velocidades que alcanzan, mayor será la masa de las partículas que se creen en la colisión. Hasta hace poco, el mayor acelerador de partículas era el LEP (Large ElectonPositron) del CERN (Conseil Européen pour la Recherche Nucléaire), un anillo de 27 Km. de circunferencia enterrado 100 m. bajo tierra entre Suiza y Francia que hacía colisionar a grandes velocidades electrones y positrones. Con este acelerador se logró la hazaña de descubrir el último cuark que faltaba por encontrar y los bosones de la fuerza nuclear débil, con lo que el modelo estándar de partículas quedaba completo a excepción del gravitón y, por supuesto, del bosón de Higgs. Pero con él se pudo saber que el orden de masa de este bosón era tal que no podría detectarse en el propio LEP. Entonces el CERN se embarcó en el desarrollo del LHC (Large Hadron Collider). Usando el mismo anillo se logró, gracias a la tecnología de superconductores trabajando casi a la temperatura del 0 absoluto (menos 273º C) y otras tecnologías, multiplicar por 50 el límite de masa de las partículas que podían detectarse. Es como si en un circuito de automóviles se da un mayor peralte a las curvas. El 30 de marzo del 2010, tras superar diversos problemas de puesta en marcha, el LHC produjo las primeras colisiones. Su primer objetivo fue tratar de descubrir el bosón de Higgs. Para ello dedicó dos de los cuatro detectores de desintegración de partículas, ATLAS y CMS, con sistemas y tecnologías distintas y separados más de 5 Km. Se trataba con ello de que las comprobaciones pudiesen provenir por dos sistemas distintos, para darles mayor fiabilidad. Pronto se pudo determinar, como en el caso de Plutón, dónde había que mirar. Si el bosón de Higgs existía se supo que su masa tenía que tener un valor muy próximo a 125 veces la masa del protón. Examinando las partículas de esa masa, el 13 de diciembre del 2011, ATLAS descubrió productos de desintegración que podía provenir de bosones de Higgs. Centro de Recursos del Regnum Christi

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La probabilidad de que esos productos se encuentren y no exista el bosón de Higgs se cifraron en un 7%. ATLAS detectó después otros productos que combinados con los anteriores rebajaban a un 1% la probabilidad de que el bosón de Higgs no existiese. Sin embargo, los resultados de CMS no concordaban con los de ATLAS, por lo que los científicos, siempre prudentes, no dieron rienda suelta a su alegría y siguieron buscando. Esto de las probabilidades merece la pena aclararlo un poco. El bosón de Higgs tiene una vida de 10-21 segundos. Es decir, un segundo dividido por una cifra que es un 1 seguido de veintiún ceros. Esto quiere decir que, si existe, se está formando y desintegrándose continuamente. Nada nuevo. La física cuántica predice que eso pasa con todas las partículas de vida muy corta. Entonces, ¿para qué hace falta un aparato tan caro como el LHC para producirlo? Sencillamente, porque para detectarlo hace falta que se forme en grandes cantidades justo en el sitio adecuado, es decir, en el centro de los detectores ATLAS y CNS del LHC. Pero, incluso así, con esa vida tan corta, es imposible detectarlo directamente. Se detectan los productos de la desintegración de partículas que se han formado en su desintegración y así, varias generaciones de desintegraciones. Ahora bien, cada partícula tiene varios modos de desintegrarse, cada uno con una determinada probabilidad. Por tanto, cuando los detectores detectan unas partículas, es muy difícil asegurar de qué cadena de desintegración proceden y si en el origen estaba el bosón de Higgs u otra partícula. Para estar cada vez más seguros, sin jamás alcanzar la certeza absoluta, hay que acumular más y más datos y tratarlos con sofisticadísimos sistemas de análisis computacional para ir eliminando probabilidades de que lo que se detecta provenga de una combinación de partículas sin que exista el bosón de Higgs. Por eso, los prudentes científicos dicen que habrá que esperar hasta finales del 2012 para, con la acumulación de datos procedentes de muchas más colisiones se produzca, tal vez, el acuerdo entre ATLAS y CMS y para con toda esta información, debidamente tratada, se pueda afirmar que la partícula que origina estas observaciones es, realmente, el bosón de Higgs. Pero parece que los periodistas han decidido que la gente en verano quiere cambiar el tema de la prima de riesgo por otro menos agobiante y que este bosón de Higgs era el mejor candidato para el relevo. Y, ¿qué vendrá después del bosón de Higgs? El siguiente reto del LHC será la llamada supersimetría. El universo está susurrando a nuestra inteligencia otra pregunta. ¿Qué es ese otro Plutón que desafía al conocimiento científico establecido y que los científicos llaman materia y energía oscuras? Para esto, se ha establecido otro marco conceptual. Para explicar la materia y la energía oscuras los científicos han ideado un marco teórico al que han llamado supersimetría. Según esta teoría, cada una de las partículas del modelo estándar debería tener una supercompañera supersimétrica. Esa supercompañera debería ser un bosón para cada fermión y un fermión para cada bosón. Es decir otras 25 partículas nuevas. Pero estas supercompañeras, al parecer, tendrían que tener mucha más masa que las compañeras que ahora conocemos. Tanta que muchas de ellas tendrán, a buen seguro más masa de la que se pueda descubrir con el LHC, lo que hará necesario un SLHC (Súper Large Hadrons Collider) para detectarlas. Tal vez un día la humanidad, para saber más de la materia tenga que construir LHC’s del tamaño del ecuador terrestre, o de la órbita de la tierra, o del perímetro de la galaxia o... Y entonces surge, inevitablemente, la pregunta: ¿Merece la pena invertir la inmensidad de dinero que ha costado el LHC y que costarán los SLHC’s del futuro para ver si existen las partículas supersimétricas y otros Plutones que vayan vislumbrándose a medida que descubramos algo nuevo? ¿Qué nos importa para nuestra vida corriente que Centro de Recursos del Regnum Christi

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exista o no el bosón de Higgs o la supersimetría? Mi opinión al respecto es clara. Sí, merece la pena. Y no sólo, ni siquiera principalmente, por el argumento pragmático y cierto de que el desarrollo de las tecnologías necesarias para construir los SLHC serán de enorme utilidad para miles de aplicaciones que beneficiarán a la humanidad en el futuro. También podría argumentar –y creo que sería cierto– que estos macroproyectos galvanizarían las energías de la humanidad hacia esos retos. La humanidad ha salido de las cavernas gracias a ellos. Pero creo que, siendo esto importante, no es lo más importante. Creo que desde que el hombre recibió el don de la inteligencia –porque creo que le fue dado–, no puede dejar de preguntarse qué son las cosas, cómo es el universo en el que vivimos, en lo más inmenso y en lo más ínfimo, y, en última instancia para qué todo, para qué estamos aquí. Dije al principio que el bosón de Higgs no va a dar ni un argumento a favor o en contra de Dios. Yo creo en Dios. Y creeré lo mismo tanto si existe el bosón de Higgs como si no, tanto si existen las partículas supersimétricas o no, tanto si existen o no todos los Plutones que vayamos postulando. Pero, desde esa fe previa, con cada descubrimiento científico me maravillo de la finura, la precisión y la complejidad con que ese Dios en el que creo ha creado y ordenado el cosmos. Y me asombro de que ese cosmos haya podido fabricar una estructura física –nuestro cuerpo y nuestro cerebro– capaz de albergar el don de la inteligencia y de la consciencia, ausentes en todo el resto del universo. Por eso creo que la inteligencia y la consciencia nos ha sido dadas desde fuera, de forma que unas pequeñas criaturas, unas motas de polvo en medio de la inconmensurable danza de las galaxias, puedan ser la consciencia de ese universo inconsciente. ¿Cómo podría producirlas un universo material inconsciente? ¿Por azar? Me parece altamente dudoso y bastante irracional. Y creo que ese universo, además de la fábrica diseñada para fabricar nuestro cuerpo, es el sparring que ese Dios que lo ha creado y nos ha dado el don de la inteligencia, ha puesto al servicio de ese don para que cada vez nos asombremos más y nos dejemos llenar de tanta belleza que no podamos dejar de ver su rostro en el fondo de la copa del conocimiento. Y sé que por ahí está la respuesta del “para qué todo” y del “para qué estamos aquí”. No sólo para la vida corriente, sino para buscar ese rostro. Y me siento apesadumbrado y entristecido por los miopes prejuicios de quienes en este orden maravilloso del cosmos ven sólo el fruto del azar. Y entonces, me maravillo del bosón de Higgs, de la supersimetría y de todos los Plutones, y adoro a ese Dios. Análisis y actualidad Año VI, número 30 (265) | Del 17 al 30 de julio de 2012. Volver

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La ciencia, la razón y la fe, ¿qué relación tienen? 41 ¿Las ciencias naturales hacen innecesario al Creador? No. La frase «Dios ha creado al mundo» no es una afirmación ya superada de las ciencias naturales. Se trata de una afirmación teológica, es decir, una afirmación sobre el sentido (theos=Dios, logos=sentido) y el origen divino de las cosas {282-289} El relato de la creación no es un modelo explicativo del principio del mundo. «Dios ha creado al mundo» es una afirmación teológica sobre la relación del mundo con Dios. Dios ha querido que exista el mundo; él lo acompaña y lo llevará a plenitud. Ser creadas es una cualidad permanente en las cosas y una verdad elemental acerca de ellas. 42. ¿Se puede estar convencido de la evolución y creer sin embargo en el Creador? Sí, la fe esta abierta a los descubrimientos e hipótesis de las ciencias naturales. {282-289} La Teología no tiene competencia científico-natural; las ciencias naturales no tienen competencia teológica. Las ciencias naturales no pueden excluir de manera dogmática que en la creación haya procesos orientados a un fin; la fe, por el contrario, no puede definir cómo se producen estos procesos en el desarrollo de la naturaleza. Un cristiano puede aceptar la teoría de la evolución como un modelo explicativo útil, mientras no caiga en la herejía del evolucionismo, que ve al hombre como un producto casual de procesos biológicos. La EVOLUCIÓN supone que hay algo que puede desarrollarse. Pero con ello no afirma nada acerca del origen de ese «algo». Tampoco las preguntas acerca del ser; la dignidad, la misión, el sentido y el porqué del mundo y de los hombres se pueden responder biológicamente. Así como el «evolucionismo» se inclina demasiado hacia un lado. El CREACIONISMO lo hace hacia el lado contrario. Los creacionistas toman los datos bíblicos (por ejemplo, la edad de la Tierra, la creación en seis días) ingenuamente al pie de la letra. 43 ¿Es el mundo un producto de la casualidad? No. Es Dios, no la casualidad, la causa del mundo. El mundo, ni por su origen, ni por su orden interno y su finalidad, es el producto de factores que actúen «sin sentido» {295-301, 317-318, 320} Los cristianos creen que pueden leer la escritura de Dios en su Creación. A los científicos que hablan de que la totalidad del mundo es un proceso casual, sin sentido y sin finalidad, les replicó beato Juan Pablo II en el año 1985: «Hablar de azar delante de un universo en el que existe tal complejidad en la organización de sus elementos y una intencionalidad tan maravillosa en su vida, sería igual a abandonar la búsqueda de una explicación del mundo como él se nos muestra. De hecho, sería equivalente a aceptar efectos sin causa. Supondría la abdicación de la razón humana, que renunciaría de este modo a pensar y a buscar una solución a los problemas». You cat, n. 4143. Volver

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Sólo el 30% de los educados en el ateísmo se mantienen en la no creencia de adultos Pablo Ginés | Cortesía de ReligionenLibertad.com Una revisión de los datos del PewForum de 2008 sobre religión en Estados Unidos, realizada recientemente por el blog especializado en socio-estadística religiosa Nineteensixty-four.blogspot.co.uk, revela que sólo un 30% de los que fueron educados como ateos en su infancia y adolescencia se mantienen como tales en su vida adulta. Esta cantidad se llama "tasa de retención": mide a los adultos que se mantienen en una fe u opción religiosa que es la misma que aquella en la que fueron educados. Y la de los ateos es la opción con tasa más baja. Es decir, los padres que educan a sus hijos en el ateísmo deben esperar que lo abandonen al crecer, en un 70% de casos. Los ateos pasan mal su opción A partir de los datos de PewForum, se ve que de los 432 entrevistados que declararon haber sido educados como ateos en su infancia, sólo 131 siguen considerándose ateos. Sin embargo, la encuesta encontraba que 1.387 de sus encuestados eran ateos (equivalente, en porcentaje, a un 1,6% de la población adulta americana), por lo que es evidente que el ateísmo se nutren de excreyentes, no de hijos de ateos. Se demuestra también que: 1) el ateísmo americano se transmite mal de padres a hijos; 2) el ateísmo necesita de "conversos" desesperadamente para crecer. (Cabría añadir, aunque Pew y el blog no lo especifican en esta ocasión, que en casi todo el mundo las tasas de natalidad de las familias ateas son mucho más bajas que las de las creyentes). Los ateos se hacen protestantes Pero, ¿a dónde van esos ex-ateos? Al crecer, el 30% de los que eran ateos en su infancia se hacen protestantes: un porcentaje impresionante. Uno de cada diez niños ateos, al crecer se hace católico. Un 2% se hace judío (lo más común es que sean mujeres que se casan con judíos). Y un 1% se hace mormón y otro 1%, pagano. El resto, se suma a los "nones" (no religiosos, pero que no se declaran ateos).

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La tasa de retención del ateísmo es, pues, la peor de todas: peor que la de los testigos de Jehová (retienen a un 37% de los que en ellos se criaron), que la de los presbiterianos (solo retienen un 41%), los episcopalianos (un 45%), los metodistas (un 46%) o los budistas (un 49%; es decir, la mitad lo abandonan al crecer). También abandonan la mitad de los pentecostales (50%) y seis de cada diez luteranos y baptistas. Hay analistas que consideran que las tasas de abandono protestantes no son relevantes: los pentecostales abandonan pero se hacen baptistas carismáticos, por ejemplo. O incluso presbiterianos. Pero los sociólogos responden que a la Iglesia Episcopaliana no le debería parecer indiferente que un 55% de sus niños y adolescentes haya abandonado su congregación. Los creyentes "sin religión" Hay que tener en cuenta que en la encuesta de Pew existe también la categoría "ninguna religión en particular", una mezcla peculiar de agnósticos, dudosos y hasta cristianos que no les gusta la palabra "religión". De hecho, entre ese 15% de americanos que declaran no tener religión, la mitad sí afirma creer en Dios o en "un poder superior". En cualquier caso, los "sin religión" tampoco son muy buenos transmitiendo su visión a sus hijos: sólo el 38% de los criados "sin religión" se mantiene así de adulto. En la gama alta de las opciones espirituales que se mantienen al crecer está el catolicismo (el 68% de los educados en él se mantienen de adultos), el mormonismo (70% de retención), los grecortodoxos (73%), los musulmanes (76%), los judíos (76%) y los más exitosos, los hindúes (84%; una excepción sería el gobernador de Lousiana, Bobby Jindal, educado hindú pero católico militante desde su conversión en la universidad). Los retornados: uno de cada 10 católicos En los católicos de EEUU se da además un fenómeno interesante que es el de los "retornados": es la gente educada como católica, alejada de la fe durante unos años, y que vuelve después a ella. Los analistas de CARA calculan que son más de 5 millones de adultos (el 9% del total de adultos católicos en EEUU). No todos son practicantes regulares, pero sí más que el católico medio: en un domingo cualquiera cabe esperar que el 13% de todos los asistentes a las misas sean "retornados". Por supuesto, estos datos se refieren sólo a Estados Unidos. En los países postcomunistas de Europa, por ejemplo, habría que ver cuántos de los que fueron educados como ateos siguen considerándose como tales. Análisis y actualidad Año VI, número 30 (265) | Del 17 al 30 de julio de 2012. Volver

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¿Es la naturaleza una nueva divinidad? Fernando Pascual | [email protected] Es natural que brote una sonrisa al leer cómo pueblos del pasado explicaban los rayos, la lluvia, el sol y el viento como si cada fenómeno fuera causado por un dios más o menos poderoso. En el presente, sin embargo, perviven ideas parecidas. En concreto, cuando se habla de la «naturaleza» como si fuese una nueva divinidad. Porque de vez en cuando surgen voces, no muy lejanas, que repiten una y otra vez ideas como las siguientes: “los hombres hemos castigado mucho a la naturaleza, y no tardará en llegar la hora en que ésta empiece su venganza. La tierra ha aguantado en silencio, pero cuando lo decida se sacudirá de la especie humana. No podemos ir contra las leyes naturales, pues éstas, algún día, nos darán un castigo ganado a pulso”. En este tipo de fórmulas se esconden posiciones diferentes. Hay quienes no divinizan la naturaleza, aunque la tratan como si fuera un sujeto más o menos indeterminado y con capacidades de decidir qué hará en los próximos días. Otros usan el término naturaleza como sinónimo de leyes férreas que regirían el destino del mundo, sin darse cuenta de que las leyes describen cómo ocurren los fenómenos, pero no los causan. No falta quien habla de “Gaia” para referirse al sistema de la tierra como si éste estuviese auto-regulado. Pero ese sistema, ¿toma decisiones? ¿No habría que considerar más bien que la tierra, con sus complejos equilibrios, reúne una serie de realidades cuyas relaciones varían continuamente a lo largo de los siglos y en ocasiones de modo imprevisible? Considerar a la naturaleza como una entidad autónoma o incluso como una nueva divinidad resulta extraño. Lo más correcto sería reconocer que el mundo en el que vivimos está formado por realidades de diverso tipo que interactúan con modalidades diferentes. Sí: bajo la palabra “naturaleza” algunos pretenden abarcar cosas tan diferentes como una roca de basalto, una golondrina y un estudiante de arquitectura. Cada una de las millones de realidades de nuestro planeta actúa de modo diferente y según su constitución propia, sin que exista una “mente” que mueva a todas como si fueran marionetas.

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No existe, por lo tanto, una entidad superior llamada naturaleza. Existen cuerpos naturales (si se admite la distinción de Aristóteles entre natural y artificial). Entre ellos vivimos y morimos los seres humanos, los únicos (mientras no haya prueba contraria) capaces de actuar desde principios y con una voluntad libre, abierta a los más terribles delitos y a gestos de amor desinteresado, dispuesta al abuso sobre otras realidades naturales y humanas, o al respeto debido a los seres que compartimos un mismo suelo y una misma atmósfera en este planeta que llamamos Tierra. Análisis y actualidad. Año VI, número 35 (270) | Del 25 de septiembre al 1 de octubre de 2012. Volver

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