Terror en las sombras

www.mundopalabras.es Terror en las sombras Escrito por Daimon - Jueves, 5 enero 2012 http://www.mundopalabras.es/2012/01/05/terror-en-las-sombras/ El

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Terror en las sombras Escrito por Daimon - Jueves, 5 enero 2012 http://www.mundopalabras.es/2012/01/05/terror-en-las-sombras/ El reloj de pared sobre su cama marcó la medianoche. La luz de la luna se colaba por la ventana, el viento gélido golpeaba contra los vidrios, un sudor frío recorrió la espalda de Karen... silencio. Las noches son todas iguales en un orfanato, nada cambia, la soledad y el desasosiego siempre están vigentes. La oscuridad... Tic-tac... nunca acababa el tortuoso sonar de las agujas. Era eterno. Respiraciones lejanas, zumbidos murmurantes en el oído, tinieblas ante los ojos... el canto desesperado e inacabable de un niño dormido. La aurora que no llega. El suspiro que escapa de los labios pero no se oye. El grito desgarrador, ahogado, que nadie toma en cuenta. El llanto apagado, inexistente, inmutable. Las lágrimas saladas recorriendo las mejillas muertas de una muñeca de trapo desperdigada en el suelo. El terror. Diez noches en vela. Karen no conciliaba el sueño desde que ingresó a aquel sitio, a aquella prisión de muñecos y peluches desmembrados, de infancias decapitadas, de sueños asesinados. Diez noches, once amaneceres... —Arriba todos, a la ducha—la voz rotunda y rígida de la celadora los hacía levantarse de un respingo— ¡Rápido, a los baños! La primer fila se levantaba y arrastraba los pies, los mas pequeños abrazando aún un juguete deshilachado, ajado, entre sus manos, los mas grandes apurándolos, dando puntapiés o tomando mantas para utilizarlas como toallas. Karen asió una sábana gruesa de su cama y marchó al baño, intentando no ser arrastrada por las niñas detrás de ella. El cuarto de baños era lo más parecido a un pequeño campo de concentración. Sus altos muros, su techo rasgado, dejando al descubierto cables sueltos y nidos de ratas, el moho acumulado en los recodos, el aspecto enfermizo y olvidado... Karen abrazó su manta y bajó la mirada, haciendo fila tras un muchacho escuálido y de respiración espasmódica y dificultosa. Entraron los chicos a bañarse, primero los mayores, luego los menores, algunos de a dos. Salían luego de dos minutos, tiritando de frío, sorbiendo agua y llorando por lo bajo, gélidos y temerosos. Marcharon de regreso a la habitación, secándose lentamente. Luego le siguieron las chicas. Karen fue empujada por una muchacha detrás de ella, quien parecía disfrutar jalándole los cabellos, y la guió hasta una ducha. Se abstuvo de gritarle e ingresó. Se quitó la ropa con prisa, la dejó a un lado y apenas abrió el agua. La tocó con la punta del dedo... helada. Soltó un grito ahogado y retrocedió. Se aseguró de que la celadora no la viera, abrió la ducha y se ocultó en un recodo. Aguardó que

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pasaran dos minutos, cerró la ducha, se mojó apenas los cabellos, se cubrió con la manta y corrió a su cama con rapidez. Entre el grupo de niños, niñas y jóvenes, nadie se percató de que no había tomado la ducha, pero... la ropa. Se golpeó por su ineptitud, anudó la sábana contra su cuerpo y, abriéndose paso, tornó al baño. La celadora egresó del lugar tras ella, dejándola sola en aquel sitio, tan lóbrego y oscuro. Aún piqueteaban las gotas contra las baldosas, tortuosas, incontables... aún se oía el roído de las ratas, hambrientas, supurosas, enfermizas... Su pantalón de jean rasgados y su camisa polvorosa se entrevieron al fondo del lugar. Estaban mojados y sucios, pero era lo único que tenía. Corrió de puntas de pie, fijando su mirada en sus manos, mirando de reojo el sitio adonde se dirigía, conteniendo las nauseas... — ¡Karen! El aullido desgarrador la obligó a detenerse abruptamente, sin percatarse de un charco de agua, y... cayó de bruces, sin el soporte de sus manos, resonando su nariz contra el suelo. Oyó el sonido del hueso al romperse, seguido del insoportable dolor. Soltó un grito y se tomó el rostro entre las manos, manchando todo de sangre a su derredor. —Entre las sombras... Un murmullo llegó hasta su oído desde la nada, casi inexistente, como el rumor del viento. —... ellos te esperan, Karen. Seis gotas de sangre...

Revolvió los fideos mohosos en su plato, conteniendo una arcada. Un párvula a su lado la dejó anonadada al verlo masticar la comida... no masticar, tragarse el contenido literalmente del cazo, casi con desesperación. Karen frunció la nariz y empujó la putrefacta comida. El hambre era feroz en su estómago, rugiendo y chillando, pero jamás pondría esa masa de hongos y harinas en su boca. Los demás niños apenas probaban bocado, se limitaban a beber mucha agua, agua grisácea y de dudosa potabilidad, y masticar un trozo de pan duro y viejo. Karen ni siquiera bebía. Llevaba con aquel ya once días sin comer, mas su aspecto no era escuálido y cetrino como el del resto. De por sí era una niña excedida de peso, al menos unos tres kilos, por lo cual la falta de alimento no la afectaba... en el aspecto, pues realmente su salud interior decaía, cada día se sentía más débil, agotada. Observó sus brazos, antes robustos, ahora delgados pero firmes. Ya no tenía exceso de grasa en el vientre y las caderas, mas continuaba con sus gruesas piernas heredadas de su madre. Sus ropas le quedaban sueltas, cuando antes se presionaban a su rechoncho cuerpo. "Bueno, al fin estoy mas delgada" suspiró en su fuero interno, apoyando la cabeza entre sus manos.

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¿Qué importaba el peso en esa agonía eterna, en ese lugar insoportable? Antes ella estaba excedida de peso, pero en familia... las risas en el aire, canciones de cuna, la voz dulce y cantarina de un hada, las pantuflas negras y el periódico matutino de cada día... Pero luego llegó el fuego, lo consumió todo... llanto desesperado de un bebé, respiraciones agitadas, el humo cubriendo su vista panorámica, lenguas de fuego fatuo cortando el paso... silencio y oscuridad eterna. Fue tratada una semana por psicólogos y asistentes sociales, y al no hallar ningún pariente o tutor con quien legarla, la enviaron al orfanatorio. Y allí pasó once días.

Anotaciones de Karen Día uno: Transcribiré cada día, porque parece ser lo único que puedo hacer en esta maldita cárcel. La estúpida celadora del lugar me mira como si fuera un insecto asqueroso... no se habrá mirado al espejo esa cara de perro que tiene. Los demás también son repelentes. Sino están los grandes que se hacen los matones, están los nenitos llorones escondidos en los rincones. Digamos que yo estoy en un término medio. Me gusta mirarlos mal, con superioridad. Bueno, al fin y al cabo yo estoy alfabetizada, vengo de una casa en Mar del Plata y si llegué acá fue por culpa del destino. Estos mocosos seguro que ni saben leer, y la familia ni debe quererlos. Mi familia murió hace ocho días. Los extraño a papá y mamá. Bueno, no solía ver mucho a papá, porque vivía para el trabajo, día y noche, pero aún recuerdo cuando en las mañanas le alcanzaba sus pantuflas de algodón y el diario, junto al desayuno que le serví mi mamá, y él leía en voz alta, haciendo bromas de los enunciados, deteniéndose para hacerme cosquillas en la barriga. Mi mamá pasaba mas tiempo conmigo... mejor dicho, disfrutaba de su compañía hasta que él nació. Luego me prestó vana atención. En las noches, me colaba por la puerta del cuarto de él y la oía cantarle una canción de cuna... ay, extraño tanto esa voz de soprano, esa voz de ángel. A él no lo extrañó. No lo quiero y nunca lo voy a querer. Yo era la hija única, la consentida, la preferida... y él llegó para que debiera compartir el amor de papá y mamá. Pero mis padres son míos, y de nadie mas.

Día dos: Esto es un infierno. Odio este lugar, quiero irme, y quiero irme AHORA. No necesito una celadora

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que me trate como un perro, unos tontos que me miren mal o moqueen por ahí, y mucho menos necesito estar acá. No me merezco esto. Alguien tiene que librarme de esta tortura.

Día tres: Hoy estoy un poco mejor. Dormí todo el día y nadie lo notó. Recién hace una hora la celadora me levantó de la cama a los golpes. Comenzó a darme puñetazos en la espalda. Todavía siento sus manos sobre mi cuerpo. Pero igual me siento bien. Soñé con mi padre. Me acunaba en sus brazos, mientras mi mamá recitaba una hermosa canción de cuna. Acarició mi cabello y me llamó: "Mi linda bebé". Nunca fui tan feliz. ¿Saben lo mejor del sueño? Él no estaba. Mis padres son sólo míos. Al fin logré sacarlo del medio.

Día cuatro: Encontré un nuevo sinónimo de lóbrego... lóbrego significa algo oscuro y mortecino. Me lo enseñó mi papá. En una ocasión lo leí en un libro, cuando me dan ataques de aburrimiento y no tengo nada más que hacer, pues no soy de leer. Ahora bien, hice un nuevo descubrimiento...

Lóbrego: Orfanato. Ejemplo de lóbrego: Muerte.

Estar en este orfanatorio es como morir en vida. ¿Así se sentirán los muertos? No. Creo que esto es peor. Cuando él murió se veía tranquilo, como si hubiera caído en un profundo y eterno sueño. Y yo estoy ansiosa, angustiada, inquieta... quiero correr, gritar, llorar, reír... pero me siento muerta,

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porque todo lo que hago nadie lo nota, soy invisible. Estar muerto es como ser indiferente al resto, estar ahí, pero sin que nadie se percate de ello. Eso creo yo. Me gusta recordar a los muertos. Siento que ellos me lo agradecen. Deben estar muy aburridos allá en el otro mundo. ¿Él podrá seguir jugando con su sonajero? Espero que no.

Día cinco: No puedo escribir mucho. La celadora recorre los cuartos en la noche, y sólo a esa hora puedo escribir con tranquilidad. Ahora en el día nos hacen lavar las mantas, los platos, nuestras ropas, los pisos, las paredes... todo el establecimiento, encima con agua prácticamente negra. ¿Con qué objeto? No se puede lavar con algo que ya está sucio. Ay, estoy muy cansada... y encima parece que ya llega la cara de perro. Última nota: Soledad + ridículo + lóbrego = ORFANATO. Soledad: No tener nada ni a nadie. Ridículo: ¿Cómo comer basura, lavar con barro, dormir sobre una roca... vivir atrapada en un mundo de pesadilla, donde nada guarda sentido? Lóbrego: Oscuridad (ni siquiera ponen lámparas, usamos velas, y sólo cuando las hay) y tristeza (extraño mucho mi casa y mis papás).

Día seis: Seis... este número me recuerda mucho a alguien... Hace dos años conocí un chico luciferino. Tanto me gustaron las imágenes de su ídolo, sus signos extraños tatuados en los brazos y el resto del cuerpo, como piernas, cuello o espalda, la clase de ropas negras y rojas que usaba él y su familia, esa sonrisa aviesa que tenía... me cautivó su rebeldía, tanto, que me volví muy apegada a él. Porque así soy yo: rebelde y déspota.

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Día siete: Seguiré hablando de este muchacho. Se llamaba Uriel (qué ironía, el nombre de un ángel). Era muy callado, reservado, y con una mirada... una mirada que paralizaba los sentidos. Sus ojos negros… me derretían esos ojos. Lo reconozco, me gustaba mucho. Lástima que murió. Todavía lo extraño. Era lindo. Llevaba una cruz invertida tatuada en su cuello, sobre ese cuello de cisne... esa piel marfileña, tersa y blanca... de sólo recordarlo se me eriza el alma. Aún recuerdo las últimas palabras que oí de él: —Yo sería capaz de hacer todo por vos, Karen... mataría millones sólo por vos. ¡Ah, olvidé aclararlo! Él también gustaba de mí, pero nunca nos lo dijimos el uno al otro. Nos decíamos cosas bonitas, pero jamás un "me gustas", "te quiero", ni mucho menos "te amo". Éramos algo raro, ni novios ni amigos, un término intermedio. Igualmente, sé que él me quería... no se sentía tan atraído a mí físicamente como yo a él, pero me guardaba cariño. Mucho cariño. ¿Me seguirá queriendo allá, en el otro mundo?

Día ocho: Me siento enferma. Tuve pesadillas toda la noche. Sólo pude pensar en él... ¡Lo odio, yo no tendría que recordarlo! Veía su maldita carita ahogada, manchada de hollín y polvo. Sus ojos estaban abiertos, pero no veía. Me provocó un extraño placer verlo así, pero... ¡no quiero acordarme de él! Quiero hacer de cuenta que jamás existió. Siempre fui la hija única, la bebita de mamá, la princesita de papá... ¡La única! Él no es nada. Nunca nació, nunca existió... se lo tragó la tierra, no está. Jamás estuvo. La única siempre, por toda la eternidad, fui, soy y seré YO.

Día nueve: Estas pesadillas ya me están enloqueciendo. Ahora veo bichos, seres extraños que salen de la oscuridad, manos negras, como de ancianos, ojos rojos, fauces de lobos... tengo mucho miedo, no logro dormir, no puedo. No lo soporto, adonde quiera que miro creo ver esas criaturas. Siento que me persiguen. Son negras,

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hasta algunas rojas... otras son como insectos verdosos, con ojos saltones, perdidos... con cuerpos glutinosos, reptando, viniendo hacia mí. Ya estoy tiritando de pánico. Tengo mucho miedo. Demasiado. Ya sé que son ilusiones ópticas, pero aún así... ay, no lo sé. Siento que algo malo va a pasar.

Día diez: Van a matarme. Vienen por mí. Él quiere venganza, lo sé, y no va a parar hasta dar conmigo. Tengo miedo.

La oscuridad la rodeaba. Jadeante, con la garganta áspera y débil de tanto gritar, escrutó su derredor casi con desesperación. Tenían que estar cerca, podía sentirlos, oía sus murmullos cercanamente, yendo en su búsqueda. Tiritante, bajó del camastro, cubriéndose con la manta. Hacía un frío gélido e insoportable en la sala. Con los pies descalzos y entumecidos, caminó por el recinto, entre los niños dormidos. Le parecían absurdas sus respiraciones tranquilas y acompasadas... ¿cómo podían dormir tan tranquilamente? Ellos estaban allí, y los niños durmiendo como si vana importancia tuviera. Caminó de puntillas, sin hacer ruido siquiera, virando la cabeza por doquier, con paranoia y recelo. Todo era sospechoso, las sombras tomaban forma, surgían de la oscuridad, alargaban sus brazos, querían atraparla... Seis pasos. Paró en seco. Rotundos, imponentes, devastadores, seis pasos se oyeron en la enorme sala de las duchas. Azorada, observando cómo los demás continuaban con su tranquilo sueño, se inclinó hacia el portón cerrado, vacilando en salir corriendo a su cama o entrar. —Entre las sombras... Un estremecimiento le recorrió la espalda... alguien le hablaba al oído, tomándola del hombro. —... ellos te esperan, Karen. Quedó petrificada, con aquella mano sosteniéndola, con su voz aún flotando en el aire... no, no por el hecho de que un seseante sonido le musitara al oído desde la oscuridad, tampoco porque el frío que la recorría comenzaba a entumecer su cuerpo, sino porque... —Uriel. Apenas logró musitar aquella palabra, dio vuelta la cara con quietud. Y allí estaba el semblante

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cetrino y enjuto del muchacho, con esos ojos atrapantes, con ese tatuaje sobre su piel marfileña, con... ¿qué tenía en las manos? La piel de sus manos estaba arrugada y ennegrecida como un pergamino, cubierta de hollín, y sus cabellos poseían retazos de polvo y en sus puntas estaban chamuscados. —Al fin llegué, Karen. Retrocediendo un paso, la niña lo observó con los ojos fueras de las órbitas, amagando a correr o gritar. Perdió el equilibrio por un segundo, y lanzó un gemido cuando Uriel la tomó del hombro impidiendo que cayese. Sus dedos estaban helados, duros, muertos... quemados y supurosos. El lejano rugido de la bestia atrapada en el baño captó la atención de ambos, haciendo que viraran la cabeza en aquella dirección. —Nos está esperando—susurró el niño, esbozando una media sonrisa, contorsionando su rostro pálido y delgado en una mueca de resignación y aún así una ligera burla. — ¿Quién? El hilo de voz de Karen apenas lograba irse. Su tono era débil, crispado por el terror, y fluía en la atmósfera cual sutil pluma cayendo al suelo, pequeña y desprotegida. Los bramidos de la bestia oprimieron la delicada pluma, hasta reventarla, desatando en aullidos de pánico. Fuera de sí, corrió hasta su cama, pero... ¿desde cuándo el piso se hallaba tan cálido? Sus pies ya no se encontraban entumecidos, paralizados por el frío. Continuó corriendo, con los ojos cerrados y la cabeza entre las manos. Se deslizó a ciegas por el lugar... —No huyas, Karen, ellos igual nos alcanzará—la calma voz de Uriel era casi absurda—. No sirve de nada que... El suelo bajo sus pies se abrió, arrastrándola hacia abajo. Soltó un grito y al abrir nuevamente los ojos divisó una bola incandescente de fuego, alargando su lengua, deseando atraparla. Se lanzó hacia tras y gateó hasta la cama mas cercana, ocultándose bajo ella. Oscuridad, silencio... ¿dónde se habría metido el niño? No lo hallaba por ninguna parte. Seis jadeos a su espada... — ¿Por qué te escondes en las sombras? Allí es donde ellos atacan. Una poderosa zarpa la asió en vilo del cuello, la arrastró hasta el seno de la sala, junto al cráter, y abrió las puertas del baño con un ruido sordo. Amagó a huir de nuevo, mas la mano de Uriel sobre la suya la detuvo en seco. Una lumbre rojiza se escapaba de las duchas, bañando el descanso de la sala con su fulgurante luz. Otro bramido. Otro rugido. — ¿Qué quiere de mi?—farfulló, sintiendo las pesadas lágrimas platinadas recorrer sus mejillas.

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—Esto... Alzó el índice y lo apoyó sobre su hombro izquierdo, lo deslizó suavemente hasta el medio de su vientre, en una perfecta línea diagonal, subió hasta el otro hombro, dibujó otra línea diagonal hasta la tercera costilla izquierda, trazó una línea recta hasta la tercera costilla diestra, y subió nuevamente al hombro izquierdo. Quitó la mano y, cuando Karen se disponía preguntar, hundió el dedo en su pecho, en el centro. Lanzó un aullido de horror cuando las líneas se marcaron sobre su ropa, ese fulgor rojizo trazando un perfecto pentágono invertido en su torso. El dedo de Uriel se hundió hasta introducir la uña en su carne. Sus gritos se unieron al de la bestia egresando del baño, unánimes en un delirio de rugidos y aullidos. Las llamaradas del cráter crepitaron con furia, cual hartas de tanto alboroto, y vomitaron tres lenguas de fuego sobre el lugar. Estallaron contra el techo y cayeron al suelo como chispas calientes, mas con el sonido fue suficiente para acallar a la niña y el extraño ser. Karen lo escrutó con más asombro que terror. Era inmenso, con mas de tres metros de alto, encorvado y de tupido pelaje marrón oscuro... pelaje, pues aquello debía ser un animal. Su hocico alargado, sus zarpas enormes y de afiladas garras, sus dientes amarillentos asomando por esas fauces oscuras y profundas, eran signos definitivos de una bestia. Pareció devolverle la mirada a la niña y, oprimiendo su vientre y ensanchando el tórax, dejó escapar un último bramido. El sonido rebotó en el recinto, abombando sus oídos, ensordeciéndolos momentáneamente. Como brotando junto al ruido, pequeñas y negruzcas sombras surgieron bajo las camas, los resquicios del techo y las puertas, todo recodo indefenso y oscuro... seres encorvados y glutinosos, reptando, arrastrándose con esas zarpas escuálidas y puntiagudas. Salían de las sombras, iban por ellos... La bestia hizo tres zancadas, tres pasos que ocuparon la mitad del lugar, pisando con esas zarpas enormes y destructivas. El cráter ensanchó tres metros de su tamaño, repercutiendo el atronador rugir de las llamaradas en la sala. Karen se levantó y corrió nuevamente, sin rumbo fijo... la gigantesca zarpa la levantó en el aire, haciéndola estrellar contra el camastro a su siniestra. Con la voz grave y salvaje, con esa voz salida de una bestia, recitó:

Aid ed eleuv euq ateas in, onrutcon rorret la saremet on Ayurtsed aid led oidem ne euq dadnatrom in, dadirucso ne enda euq aicnelitsep in

Soltó una rotunda carcajada, un rugido socarrón y petrificante. Las llamaradas del cráter crepitaron unánimes a sus risas, mientras las criaturas, soltaban risillas estridentes y agudas, correteando de un lado a otro, extasiadas y eufóricas.

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Secediputse sus sadot ed y soid ed olrub em Adarom emilbus us ne egoca em sanatas olos

Una rojiza y encandilante luz emergió de las profundidades del hoyo. Justo en el apogeo de aquella especie de orgía macabra, cuando las risotadas y chillidos sobrepasaron las barreras del sonido, una explosión cáustica estalló desde la enceguecedora lumbre. Karen se vio arrastrada por la mano de Uriel hacia el seno de la sala, petrificada, muda... la garra de la bestia cortó el aire y con un solo movimiento, el silencio se apoderó del lugar, un silencio tan oscuro como la muerte... Una voz comenzó a recitar, lenta y resonantemente:

Y sotluda sod ed setreum sal nararboc es ahcef al ed aid le ne Leiru ed otartnoc rop, otsifem ed sonam a, oñin nu Y, otcap le ne noreinivnoc salbeinit sal Oyus de euq ol namalcer aroha olle rop

El joven junto a ella tiritó ligeramente, disimulando su pánico en una risilla nerviosa. Carraspeó con incomodidad y, a voz en cuello, bramó:

Aim al, anu alos, atreum anu are ogap le Noinomiad ne airamrofsnart em ogeul euq ainopus se

De repente todo concluyó en la quietud y silencio. Un rayo cruzó cual saeta la sala, llegando hasta la frente del jovencito, mientras Karen reprimía un gemido de horror y las criaturas repulsivas contemplaban con arrobo la escena. La bestia rugió, triunfal y furibunda:

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Evris ed adan ed noinomiad odiputse nu Olbaid led seniuqelra nos olos Nomiad ne etramrofsnatr sebed rafnuirt sereiuq is

Los entes glutinosos comenzaron a danzar, entonando en una estridente y siniestra melodía, cuales cuerdas de arpas desacordes y solitarias, chirriantes, maléficas...

Airtolonomed emilbus, otluc odnir it a Sanatas a oroda rovref noc Airtolonomed emilbus, ogertne em it a Sanatas a oroda etnemanrete

Un sonido estruendoso resonó en sus oídos. Karen soltó un grito y se postró a los pies de Uriel, sin poder quitar su mirada de... ¿qué era eso? Una enorme, peluda y horripilante babosa emergía del hoyo en la tierra. Una masa viscosa salía y oscilaba del orificio a la altura de sus ojos, pequeños y rojizos. Esa masa tomó forma y se transformó... Karen vio con horror cómo se tornaba una mano enorme y amorfa. Un aullido desgarrador escapó de su boca. La bestia la observó y riendo con burla se dirigió a la babosa. Señaló a Karen y Uriel. Los niños reaccionar al instante y comenzaron a correr hacia la nada, entre las sombras, sin rumbo... la niña tomó la mano de su amigo. Él la miró. Karen oyó una voz que fluyó hasta su mente, y aunque los labios de Uriel no se moviesen, era su voz de seda: —Perdoname, no quería esto. El sonido glutinoso del molusco reptando hacia ellos, con una velocidad increíble, estremeció a la niña, mas aún así, contempló los oscuros ojos del chico, interrogante. — ¿No te acordás, Karen? Ellos estaban ahí cuando los maté... cuando te libré de tu tortura... pero ellos se abusaron, también se llevaron a tus padres... sólo te pido perdón. Imágenes recurrieron a la mente de la niña... su madre gritando, acuciada, mientras un horripilante gato negro se comía sus brazos... su padre, derramando lágrimas de sangre, cuando un águila grisácea le

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picaba los ojos, deformando su rostro del dolor... su hermanito, desmembrando lentamente por unos cuervos, sollozando desconsoladamente... el fuego que todo lo cubrió, ese fuego infernal, emergiendo de las cuencas fervorosas del Averno... Cayó de bruces al suelo. Un demonio la tomó de las piernas. Aulló y se volvió a Uriel, pidiendo ayuda... el niño se aferró a su mano, mientras otros demonios lo asían por las rodillas. —Al menos ahora arderemos juntos en el Infierno… juntos. Esbozó una sonrisa… una sonrisa de muerte. La babosa se lanzó sobre ellos, y con cada partícula de su saliva, desmembró sus pieles... los demonios desmembraron sus cuerpos vulnerables, y la bestia continuó su canto...

airtolonomed emilbus, otluc odnir it a sanatas a oroda rovref noc airtolonomed emilbus, ogertne em it a Sanatas a oroda etnemanrete

Al alba, el orfanato tornó a la normalidad. Karen desapareció, la buscaron en el baño, el jardín, todos los confines, y ella no aparecía. La celadora al fin se rindió y, molesta, bramó: — ¡Que se vaya al carajo! ¿Para qué la necesitamos?... ojalá esté en el Infierno.

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