Textos de Literatura medieval

Textos de Literatura medieval 3º ESO c. Ntra. Sra. de la Piedad Jorge Manrique siglo XV "Coplas a la muerte de su padre" (Selección) I Recuerde el

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Textos de Literatura medieval

3º ESO c. Ntra. Sra. de la Piedad

Jorge Manrique siglo XV "Coplas a la muerte de su padre" (Selección)

I Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando; cuán presto se va el placer, cómo, después de acordado, da dolor; cómo, a nuestro parecer, cualquier tiempo passado fue mejor. II Pues si vemos lo presente cómo en un punto se es ido y acabado, si juzgamos sabiamente, daremos lo no venido por pasado. Non se engañe nadie, no, pensando que ha de durar lo que espera más que duró lo que vio, pues que todo ha de pasar de igual manera.

III Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir; allí van los señoríos derechos a se acabar y consumir; allí los ríos caudales, allí los otros medianos y más chicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos y los ricos. (...)V Este mundo es el camino para el otro, que es morada sin pesar; mas cumple tener buen tino para andar esta jornada sin errar. Partimos cuando nacemos, andamos mientra vivimos, y llegamos al tiempo que fenecemos; assí que cuando morimos, descansamos. VI Este mundo bueno fue si bien usásemos de él como debemos, porque, segund nuestra fe, es para ganar aquél que atendemos. Aun aquel hijo de Dios para subirnos al cielo descendió a nacer acá entre nos, y a vivir en este suelo do murió. (...)VIII Ved de cuán poco valor son las cosas tras que andamos y corremos, que, en este mundo traidor, aun primero que muramos las perdemos. De ellas deshaze la edad, de ellas casos desastrados que acaeçen, de ellas, por su calidad, en los más altos estados desfallecen.

IX Decidme: La hermosura, la gentil frescura y tez de la cara, la color y la blancura, cuando viene la vejez, ¿cuál se para? Las mañas y ligereza y la fuerza corporal de juventud, todo se torna graveza cuando llega el arrabal de senectud. (...)XI Los estados y riqueza, que nos dejan a deshora ¿quién lo duda?, No les pidamos firmeza. pues que son de una señora; que se muda, que bienes son de Fortuna que revuelve con su rueda presurosa, la cual no puede ser una ni estar estable ni queda en una cosa. (...)XIII Los placeres y dulzores de esta vida trabajada que tenemos, no son sino corredores, y la muerte, la celada en que caemos. No mirando a nuestro daño, corremos a rienda suelta sin parar; desque vemos el engaño y queremos dar la vuelta no hay lugar. XIV Esos reyes poderosos que vemos por escrituras ya pasadas con casos tristes, llorosos, fueron sus buenas venturas trastornadas; así, que no hay cosa fuerte, que a papas y emperadores y prelados, así los trata la muerte como a los pobres pastores de ganados.

XV Dejemos a los troyanos, que sus males non los vimos, ni sus glorias; dejemos a los romanos, aunque oímos y leímos sus historias; no curemos de saber lo de aquel siglo pasado que fue de ello; vengamos a lo de ayer, que también es olvidado como aquello. XVI ¿Qué se hizo el rey don Juan? Los infantes de Aragón ¿qué se hicieron? ¿Qué fue de tanto galán, qué de tanta invención como trajeron? ¿Fueron sino devaneos, qué fueron sino verduras de las eras, las justas y los torneos, paramentos, bordaduras y cimeras? XVII ¿Qué se hizieron las damas, sus tocados y vestidos, sus olores? ¿Qué se hicieron las llamas de los fuegos encendidos de amadores? ¿Qué se hizo aquel trovar, las músicas acordadas que tañían? ¿Qué se hizo aquel danzar, aquellas ropas chapadas que traían? (...)XXI Pues aquel grand Condestable, maestre que conocimos tan privado, no cumple que de él se hable, mas sólo como lo vimos degollado. Sus infinitos tesoros, sus villas y sus lugares, su mandar, ¿qué le fueron sino lloros?, ¿qué fueron sino pesares al dejar?

(...) XXIII Tantos duques excelentes, tantos marqueses y condes y varones como vimos tan potentes, dí, Muerte, ¿dó los escondes, y traspones? Y las sus claras hazañas que hicieron en las guerras y en las paces, cuando tú, cruda, te ensañas, con tu fuerza, las aterras y deshaces. XXIV Las huestes inumerables, los pendones, estandartes y banderas, los castillos impugnables, los muros y balüartes y barreras, la cava honda, chapada, o cualquier otro reparo, ¿qué aprovecha? Cuando tú vienes airada, todo lo pasas de claro con tu flecha. XXV Aquel de buenos abrigo, amado, por virtuoso, de la gente, el maestre don Rodrigo Manrique, tanto famoso y tan valiente; sus hechos grandes y claros no cumple que los alabe, pues los vieron; ni los quiero haver caros, pues el mundo todo sabe cuáles fueron. XXVI Amigo de sus amigos, ¡qué señor para criados y parientes! ¡Qué enemigo de enemigos! ¡Qué maestro de esforzados y valientes! ¡Qué seso para discretos! ¡Qué gracia para donosos! ¡Qué razón! ¡Qué benigno a los sujetos! ¡A los bravos y dañosos, qué león! (...)

XXIX No dejó grandes tesoros, ni alcanzó muchas riquezas ni vajillas; mas hizo guerra a los moros ganando sus fortalezas y sus villas; y en las lides que venció, cuántos moros y caballos se perdieron; y en este oficio ganó las rentas y los vasallos que le dieron. (...) XXXII Y sus villas y sus tierras, ocupadas de tiranos las halló; mas por cercos y por guerras y por fuerza de sus manos las cobró. Pues nuestro rey natural, si de las obras que obró fue servido, dígalo el de Portugal, y, en Castilla, quien siguió su partido. XXXIII Después de puesta la vida tantas veces por su ley al tablero; después de tan bien servida la corona de su rey verdadero; después de tanta hazaña a que non puede bastar cuenta cierta, en la su villa de Ocaña vino la Muerte a llamar a su puerta, XXXIV diciendo: "Buen caballero, dejad el mundo engañoso y su halago; vuestro corazón de acero muestre su esfuerzo famoso en este trago; y pues de vida y salud hicisteis tan poca cuenta por la fama; esfuércese la virtud para sofrir esta afruenta que vos llama."

XXXV "Non se vos haga tan amarga la batalla temerosa qu'esperáis, pues otra vida más larga de la fama glorïosa acá dexáis. Aunqu'esta vida d'honor tampoco no es eternal ni verdadera; mas, con todo, es muy mejor que la otra temporal, peresçedera." XXXVI "El vivir qu'es perdurable non se gana con estados mundanales, ni con vida delectable donde moran los pecados infernales; mas los buenos religiosos gánanlo con oraciones y con lloros; los caballeros famosos, con trabajos y aflicciones contra moros." XXXVII "Y pues vos, claro varón, tanta sangre derramasteis de paganos, esperad el galardón que en este mundo ganasteis por las manos; y con esta confianza y con la fe tan entera que tenéis, partid con buena esperanza, que esta otra vida tercera ganaréis." [Responde el Maestre:] XXXVIII "Non tengamos tiempo ya en esta vida mezquina por tal modo, que mi voluntad está conforme con la divina para todo; y consiento en mi morir con voluntad placentera, clara e pura, que querer hombre vivir cuando Dios quiere que muera, es locura."

(...) XL Así, con tal entender, todos sentidos humanos conservados, cercado de su mujer y de sus hijos y hermanos y criados, dio el alma a quien se la dio (el cual la ponga en el cielo en su gloria), que aunque la vida perdió, nos dejó harto consuelo su memoria.

Cantar de Mio Cid Anónimo- Siglos XII-XIII

"Cantar de Mio Cid: el Destierro”

(Este es el comienzo del manuscrito conservado del Cantar de Mio Cid) De los sus ojos tan fuertemente llorando, tornaba la cabeza y estábalos catando. Vio puertas abiertas y postigos sin candados, alcándaras vacías, sin pieles y sin mantos, y sin halcones y sin azores mudados. Suspiró mío Cid pues tenía muy grandes cuidados. Habló mío Cid, bien y tan mesurado: ¡gracias a ti, señor padre, que estás en alto! ¡Esto me han vuelto mis enemigos malos! Allí piensan aguijar, allí sueltan las riendas. A la salida de Vivar, tuvieron la corneja diestra, y, entrando en Burgos, tuviéronla siniestra. Meció mío Cid los hombros y movió la cabeza: ¡albricias, Álvar Fáñez, que echados somos de tierra! Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró. Sesenta pendones lleva detrás el Campeador. Todos salían a verle, niño, mujer y varón, a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó. ¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor! Y de los labios de todos sale la misma razón: "¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!" De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba, que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña. La noche pasada a Burgos llevaron una real carta con severas prevenciones y fuertemente sellada mandando que a Mío Cid nadie le diese posada, que si alguno se la da sepa lo que le esperaba: sus haberes perdería, más los ojos de la cara,

y además se perdería salvación de cuerpo y alma. Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada. Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba; cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada. Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada. La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba, los de dentro no querían contestar una palabra. Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba, el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba, pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada. La niña de nueve años muy cerca del Cid se para: "Campeador que en bendita hora ceñiste la espada, el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta, con severas prevenciones y fuertemente sellada. No nos atrevemosos, Cid, a darte asilo por nada, porque si no perderíamos los haberes y las casas, perderíamos también los ojos de nuestras caras. Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada. Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas." Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa. Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia. De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba, a Santa María llega, del caballo descabalga, las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba

“Cantar de Mio Cid: la despedida"

Ya la oración se termina, la misa acabada está, de la iglesia salieron y prepáranse a marchar. El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar y doña Jimena al Cid la mano le va a besar; no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar. A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar. "A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar." Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar; como la uña de la carne así apartándose van. Mío Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar, la cabeza va volviendo a ver si todos están. Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis lo que dirá: "Cid, en buena hora nacido, ¿vuestro ánimo dónde está? Pensemos en ir andando y déjese lo demás, todos los duelos de hoy en gozo se tornarán, y Dios que nos dio las almas su consejo nos dará”. Al abad don Sancho vuelve de nuevo a recomendar que atienda a doña Jimena y a las damas que allí están, a las dos hijas del Cid que en San Pedro han de quedar; sepa el abad que por ello buen premio recibirá.

Gonzalo de Berceo (1197-1264?) Milagros de Nuestra Señora

"Milagros de Nuestra Señora: Introducción alegórica"

Amigos y vasallos de Dios omnipotente, si escucharme quisierais de grado atentamente yo os querría contar un suceso excelente: al cabo lo veréis tal, verdaderamente. yo, el maestro Gonzalo de Berceo hoy llamado, yendo en romería acaecí en un prado verde, y bien sencillo, de flores bien poblado, lugar apetecible para el hombre cansado. Daban color soberbio las flores bien olientes, refrescaban al par las caras y las mentes; manaban cada canto fuentes claras, corrientes, en verano bien frías, en invierno calientes. Gran abundancia había de buenas arboledas, higueras y granados, perales, manzanedas, y muchas otras frutas de diversas monedas, pero no las había ni podridas ni acedas. La verdura del prado, el olor de las flores, las sombras de los árboles de templados sabores refrescáronme todo, y perdí los sudores: podría vivir el hombre con aquellos olores. Nunca encontré en el siglo lugar tan deleitoso, ni sombra tan templada, ni un olor tan sabroso. Me quite mi ropilla para estar más vicioso y me tendí a la sombra de un árbol hermoso.

A la sombra yaciendo perdí todos cuidados, y oí sones de aves dulces y modulados: nunca oyó ningún hombre órganos más templados ni que formar pudiesen sones más acordados. ......................................................................... El prado que yo os digo tenía otra bondad: por calor ni por frío perdía su beldad, estaba siempre verde toda su integridad, no ajaba su verdura ninguna tempestad. En seguida que me hube en la tierra acostado de todo mi lacerío me quedé liberado, olvidé toda cuita y lacerío pasado: ¡el que allí demorase sería bien venturado! Los hombres y las aves cuantas allí acaecían llevaban de las flores cuantas llevar querían, mas de ellas en el prado ninguna mengua hacían: por una que llevaban, tres o cuatro nacían. Igual al paraíso me parece que este prado, por Dios con tanta gracia y bendición sembrado: el que creó tal cosa fue maestro avisado; no perderá su vida quien haya allí morado. El fruto de los árboles era dulce y sabrido, si Don Adán hubiese de tal fruto comido de tan mala manera no fuera decebido ni tomaran tal daño Eva ni su marido. Amigos y señores: lo que dicho tenemos es oscura palabra: exponerla queremos. Quitemos la corteza, en el meollo entramos, tomemos lo de dentro, los de fuera dejemos. Todos cuantos vivimos y sobre pies andamos -aunque acaso en prisión o en un lecho yazgamostodos somos romeros que en un camino andamos: esto dice San Pedro, por él os lo probamos. Mientras aquí vivimos, en ajeno moramos; la morada durable arriba la esperamos, y nuestra romería solamente acabamos cuando hacia el paraíso nuestras almas enviamos. En esta romería tenemos un buen prado en que encuentra refugio el romero cansado: es la Virgen Gloriosa, madre del buen criado del cual otro ninguno igual no fue encontrado. Este prado fue siempre verde en honestidad, porque nunca hubo mácula en su virginidad; post partum et in partu fue Virgen de verdad, ilesa e incorrupta toda su integridad. Las cuatro fuentes claras que del prado manaban nuestros cuatro evangelios eso significaban: que los evangelistas, los que los redactaban, cuando los escribían con la Virgen hablaban.

Cuando escribían ellos, ella se lo enmendaba; sólo era bien firme lo que ella alababa: parece que este riego todo de ella manaba, cuando sin ella nada a cabo se llevaba. La sombra de los árboles, buena, dulce y sanía, donde encuentra refugio toda la romería, muestra las oraciones que hace Santa María, que por los pecadores ruega noche y día. Cuántos son en el mundo, justos y pecadores, coronados y legos, reyes y emperadores, allí corremos todos, vasallos y señores, y todos a su sombra vamos a coger flores. Los árboles que hacen sombra dulce y donosa son los santos milagros que hace la Gloriosa, que son mucho más dulce que la azúcar sabrosa, la que dan al enfermo en la cuita rabiosa. Y las aves que organan entre esos frutales, que tienen dulces voces, dicen cantos leales, esos son Agustín, Gregorio y otros tales, todos los que escribieron de sus hechos reales. Todos tenían con ella gran amistad y amor, en alabar sus hechos ponían todo su ardor; todos hablaban de ella, cada uno a su tenor, pero en todo tenían todos igual fervor. El ruiseñor que canta por fina maestría, también la calandria, hacen gran melodía; pero cantó mejor el barón Isaías y los otros profetas, honrada compañía. Cantaron los apóstoles por modo natural, confesores y mártires hacían bien otro tal; las vírgenes siguieron a la madre caudal; todos ante ella cantan canto bien festival. Por todas las iglesias -y esto es cada díacantan laudes ante ella toda la clerecía; todos festejan y honran a la Virgo María: estos son ruiseñores de gran placentería. Volvamos a las flores que componen el prado, que lo hacen hermoso, apuesto y tan templado: las flores son los hombres que dan en el dictado a la Virgo María, madre del buen criado. Esta bendita Virgen es estrella llamada, estrella de los mares y guía muy deseada; es de los marineros en la cuita implorada, porque cuando la ven la nave va guiada. La llaman -y lo es- de los Cielos Reina, templo de Jesucristo, estrella matutina, señora natural y piadosa vecina, de cuerpos y almas salud y medicina. ......................................................................

No existe hombre alguno que del bien no provenga que de alguna manera con ella no se avenga; y no hay que raíz en ella no la tenga: ni Sancho ni Domingo, ni Sancha y Domenga. La llaman vid, y es uva, y almendra, y es granada que de granos de gracia está toda plasmada; oliva, cedro, bálsamo, palma verde brotada, pértiga en la que estuvo la sierpe levantada. La vara que Moisés en la mano llevaba, que confundió a los sabios que Faraón preciaba, con la que abrió los mares y después los cerraba, si no es a la Gloriosa ál no significaba. Si parásemos mientes en el otro bastón que partió la contienda y estuvo por Aarón, ál no significaba -lo que dice la lecciónsino a la Gloriosa, y con buena razón. Amigos y señores, en vano, contendemos, estamos en gran pozo, fondo no encontraremos: más serían los nombres que de ella leemos que las flores del campo mayor que conocemos. Ya dijimos arriba que eran los frutales en los que nacían las aves los cantos generales sus milagros muy santos, grandes y principales, los cuales organamos en las fiestas caudales. Pero quiero dejar los pájaros cantores, las sombras y las aguas, las antedichas flores: quiero de estos frutales, tan llenos de dulzores, hacer algunos versos, amigos y señores. Quiérome en estos árboles un ratito subir -es decir, quiero algunos milagros escribir-. La Gloriosa me guíe que lo pueda cumplir, que sólo no podría bien airoso salir. Tendré por un milagro más que hace la Gloriosa el que quiera guiarme a mí en esta cosa: Madre llena de gracia, Reina poderosa, guíame Tú en esto, Tú que eres piadosa. Por España quisiera en seguida empezar, por Toledo la grande, afamado lugar: que no sé por qué extremo comenzaré a contar, porque son más que arenas a la orillas del mar.

Milagro XI : "El labrador avaro"

Había en una tierra un hombre labrador, que usaba de la reja más que de otra labor; más amaba la tierra que amaba al Criador; era de muchos modos hombre revolvedor. Hacía una enemiga, hacíala en verdad: cambiaba los mojones por ganar heredad; hacía en todas formas tuertos y falsedad, había mal testimonio entre su vecindad. Quería, aunque era malo, bien a Santa María, oía sus milagros y todos los creía; saludábala siempre, decíale cada día: «Ave gratia plena que pariste a Mesías.» Finó el arrastrapajas de tierra bien cargado, en soga de diablos fue luego cautivado; lo arrastraban con cuerdas, de coces bien sobado, el duplo le pechaban el pan que dio mudado. Doliéronse los ángeles de esta alma tan mezquina por cuanto la llevaban diablos tan aína quisieron acorrerla, ganarla por vecina, mas para hacer tal pasta menguábales harina. Si les decían los ángeles de bien una razón, ciento decían los otros malas, que buenas non; los malos a los buenos teníanlos en rincón, la alma por sus pecados no salía de prisión. Mas levantóse un ángel, dijo: «Yo soy testigo, verdad es, no mentira, esto que ahora yo os digo: el cuerpo, el que traía el alma ésta consigo, fue de Santa María su vasallo y amigo. Siempre la mencionaba al yantar y a la cena, decíale tres palabras: Ave, gratia plena. La boca que decía tan santa cantilena no merece yacer en tal mala cadena.»

Apenas que este nombre de la Santa Reína oyeron los diablos, huyeron tan aína, derramáronse todos igual que una neblina, desampararon todos la pobre alma mezquina. Los ángeles la vieron ser tan desamparada, con los pies y las manos de sogas bien atada, estaba como oveja que yaciera enzarzada; fueron y condujéronla junto con su majada. Nombre tan adonado, lleno de virtud tanta, el que a los enemigos les persigue y espanta, no nos debe doler ni lengua ni garganta que no digamos todos: Salve, Regina sancta.

Don Juan Manuel El Conde Lucanor o Libro de Patronio. Siglo XIV

II: "Lo que sucedió a un hombre bueno con su hijo"

Otra vez, hablando el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo que estaba muy preocupado por algo que quería hacer, pues, si acaso lo hiciera, muchas personas encontrarían motivo para criticárselo; pero, si dejara de hacerlo, creía él mismo que también se lo podrían censurar con razón. Contó a Patronio de qué se trataba y le rogó que le aconsejase en este asunto. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, ciertamente sé que encontraréis a muchos que podrían aconsejaros mejor que yo y, como Dios os hizo de buen entendimiento, mi consejo no os hará mucha falta; pero, como me lo habéis pedido, os diré lo que pienso de este asunto. Señor Conde Lucanor -continuó Patronio-, me gustaría mucho que pensarais en la historia de lo que ocurrió a un hombre bueno con su hijo. El conde le pidió que le contase lo que les había pasado, y así dijo Patronio: -Señor, sucedió que un buen hombre tenía un hijo que, aunque de pocos años, era de muy fino entendimiento. Cada vez que el padre quería hacer alguna cosa, el hijo le señalaba todos sus inconvenientes y, como hay pocas cosas que no los tengan, de esta manera le impedía llevar acabo algunos proyectos que eran buenos para su hacienda. Vos, señor conde, habéis de saber que, cuanto más agudo entendimiento tienen los jóvenes, más inclinados están a confundirse en sus negocios, pues saben cómo comenzarlos, pero no saben cómo los han de terminar, y así se equivocan con gran daño para ellos, si no hay quien los guíe. Pues bien, aquel mozo, por la sutileza de entendimiento y, al mismo tiempo, por su poca experiencia, abrumaba a su padre en muchas cosas de las que hacía. Y cuando el padre hubo soportado largo tiempo este género de vida con su hijo, que le molestaba constantemente con sus observaciones, acordó actuar como os contaré para evitar más perjuicios a su hacienda, por las cosas que no podía hacer y, sobre todo, para aconsejar y mostrar a su hijo cómo debía obrar en futuras empresas. »Este buen hombre y su hijo eran labradores y vivían cerca de una villa. Un día de mercado dijo el padre que irían los dos allí para comprar algunas cosas que necesitaban, y acordaron llevar una bestia para traer la carga. Y camino del mercado, yendo los dos a pie y la bestia sin carga alguna, se encontraron con unos hombres que ya volvían. Cuando, después de los saludos habituales, se separaron unos de otros, los que volvían empezaron a decir entre ellos

que no les parecían muy juiciosos ni el padre ni el hijo, pues los dos caminaban a pie mientras la bestia iba sin peso alguno. El buen hombre, al oírlo, preguntó a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos hombres, contestándole el hijo que era verdad, porque, al ir el animal sin carga, no era muy sensato que ellos dos fueran a pie. Entonces el padre mandó a su hijo que subiese en la cabalgadura. »Así continuaron su camino hasta que se encontraron con otros hombres, los cuales, cuando se hubieron alejado un poco, empezaron a comentar la equivocación del padre, que, siendo anciano y viejo, iba a pie, mientras el mozo, que podría caminar sin fatigarse, iba a lomos del animal. De nuevo preguntó el buen hombre a su hijo qué pensaba sobre lo que habían dicho, y este le contestó que parecían tener razón. Entonces el padre mandó a su hijo bajar de la bestia y se acomodó él sobre el animal. »Al poco rato se encontraron con otros que criticaron la dureza del padre, pues él, que estaba acostumbrado a los más duros trabajos, iba cabalgando, mientras que el joven, que aún no estaba acostumbrado a las fatigas, iba a pie. Entonces preguntó aquel buen hombre a su hijo qué le parecía lo que decían estos otros, replicándole el hijo que, en su opinión, decían la verdad. Inmediatamente el padre mandó a su hijo subir con él en la cabalgadura para que ninguno caminase a pie. »Y yendo así los dos, se encontraron con otros hombres, que comenzaron a decir que la bestia que montaban era tan flaca y tan débil que apenas podía soportar su peso, y que estaba muy mal que los dos fueran montados en ella. El buen hombre preguntó otra vez a su hijo qué le parecía lo que habían dicho aquellos, contestándole el joven que, a su juicio, decían la verdad. Entonces el padre se dirigió al hijo con estas palabras: »-Hijo mío, como recordarás, cuando salimos de nuestra casa, íbamos los dos a pie y la bestia sin carga, y tú decías que te parecía bien hacer así el camino. Pero después nos encontramos con unos hombres que nos dijeron que aquello no tenía sentido, y te mandé subir al animal, mientras que yo iba a pie. Y tú dijiste que eso sí estaba bien. Después encontramos otro grupo de personas, que dijeron que esto último no estaba bien, y por ello te mandé bajar y yo subí, y tú también pensaste que esto era lo mejor. Como nos encontramos con otros que dijeron que aquello estaba mal, yo te mandé subir conmigo en la bestia, y a ti te pareció que era mejor ir los dos montados. Pero ahora estos últimos dicen que no está bien que los dos vayamos montados en esta única bestia, y a ti también te parece verdad lo que dicen. Y como todo ha sucedido así, quiero que me digas cómo podemos hacerlo para no ser criticados de las gentes: pues íbamos los dos a pie, y nos criticaron; luego también nos criticaron, cuando tú ibas a caballo y yo a pie; volvieron a censurarnos por ir yo a caballo y tú a pie, y ahora que vamos los dos montados también nos lo critican. He hecho todo esto para enseñarte cómo llevar en adelante tus asuntos, pues alguna de aquellas monturas teníamos que hacer y, habiendo hecho todas, siempre nos han criticado. Por eso debes estar seguro de que nunca harás algo que todos aprueben, pues si haces alguna cosa buena, los malos y quienes no saquen provecho de ella te criticarán; por el contrario, si es mala, los buenos, que aman el bien, no podrán aprobar ni dar por buena esa mala acción. Por eso, si quieres hacer lo mejor y más conveniente, haz lo que creas que más te beneficia y no dejes de hacerlo por temor al qué dirán, a menos que sea algo malo, pues es cierto que la mayoría de las veces la gente habla de las cosas a su antojo, sin pararse a pensar en lo más conveniente. »Y a vos, Conde Lucanor, pues me pedís consejo para eso que deseáis hacer, temiendo que os critiquen por ello y que igualmente os critiquen si no lo hacéis, yo os recomiendo que, antes de comenzarlo, miréis el daño o provecho que os puede causar, que no os confiéis sólo a vuestro juicio y que no os dejéis engañar por la fuerza de vuestro deseo, sino que os dejéis aconsejar por quienes sean inteligentes, leales y capaces de guardar un secreto. Pero, si no encontráis tal consejero, no debéis precipitaros nunca en lo que hayáis de hacer y dejad que pasen al menos un día y una noche, si son cosas que pueden posponerse. Si seguís estas recomendaciones en todos vuestros asuntos y después los encontráis útiles y provechosos para vos, os aconsejo que nunca dejéis de hacerlos por miedo a las críticas de la gente. El consejo de Patronio le pareció bueno al conde, que obró según él y le fue muy provechoso.

Y, cuando don Juan escuchó esta historia, la mandó poner en este libro e hizo estos versos que dicen así y que encierran toda la moraleja: Por críticas de gentes, mientras que no hagáis mal, buscad vuestro provecho y no os dejéis llevar.

V: "Lo que sucedió a una zorra con un cuervo que tenia un pedazo de queso en el pico"

Hablando otro día el Conde Lucanor con Patronio, su consejero, le dijo: -Patronio, un hombre que se llama mi amigo comenzó a alabarme y me dio a entender que yo tenía mucho poder y muy buenas cualidades. Después de tantos halagos me propuso un negocio, que a primera vista me pareció muy provechoso. Entonces el conde contó a Patronio el trato que su amigo le proponía y, aunque parecía efectivamente de mucho interés, Patronio descubrió que pretendían engañar al conde con hermosas palabras. Por eso le dijo: -Señor Conde Lucanor, debéis saber que ese hombre os quiere engañar y así os dice que vuestro poder y vuestro estado son mayores de lo que en realidad son. Por eso, para que evitéis ese engaño que os prepara, me gustaría que supierais lo que sucedió a un cuervo con una zorra. Y el conde le preguntó lo ocurrido. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, el cuervo encontró una vez un gran pedazo de queso y se subió a un árbol para comérselo con tranquilidad, sin que nadie le molestara. Estando así el cuervo, acertó a pasar la zorra debajo del árbol y, cuando vio el queso, empezó a urdir la forma de quitárselo. Con ese fin le dijo:

»-Don Cuervo, desde hace mucho tiempo he oído hablar de vos, de vuestra nobleza y de vuestra gallardía, pero aunque os he buscado por todas partes, ni Dios ni mi suerte me han permitido encontraros antes. Ahora que os veo, pienso que sois muy superior a lo que me decían. Y para que veáis que no trato de lisonjearos, no sólo os diré vuestras buenas prendas, sino también los defectos que os atribuyen. Todos dicen que, como el color de vuestras plumas, ojos, patas y garras es negro, y como el negro no es tan bonito como otros colores, el ser vos tan negro os hace muy feo, sin darse cuenta de su error pues, aunque vuestras plumas son negras, tienen un tono azulado, como las del pavo real, que es la más bella de las aves. Y pues vuestros ojos son para ver, como el negro hace ver mejor, los ojos negros son los

mejores y por ello todos alaban los ojos de la gacela, que los tiene más oscuros que ningún animal. Además, vuestro pico y vuestras uñas son más fuertes que los de ninguna otra ave de vuestro tamaño. También quiero deciros que voláis con tal ligereza que podéis ir contra el viento, aunque sea muy fuerte, cosa que otras muchas aves no pueden hacer tan fácilmente como vos. Y así creo que, como Dios todo lo hace bien, no habrá consentido que vos, tan perfecto en todo, no pudieseis cantar mejor que el resto de las aves, y porque Dios me ha otorgado la dicha de veros y he podido comprobar que sois más bello de lo que dicen, me sentiría muy dichosa de oír vuestro canto. »Señor Conde Lucanor, pensad que, aunque la intención de la zorra era engañar al cuervo, siempre le dijo verdades a medias y, así, estad seguro de que una verdad engañosa producirá los peores males y perjuicios. »Cuando el cuervo se vio tan alabado por la zorra, como era verdad cuanto decía, creyó que no lo engañaba y, pensando que era su amiga, no sospechó que lo hacía por quitarle el queso. Convencido el cuervo por sus palabras y halagos, abrió el pico para cantar, por complacer a la zorra. Cuando abrió la boca, cayó el queso a tierra, lo cogió la zorra y escapó con él. Así fue engañado el cuervo por las alabanzas de su falsa amiga, que le hizo creerse más hermoso y más perfecto de lo que realmente era. »Y vos, señor Conde Lucanor, pues veis que, aunque Dios os otorgó muchos bienes, aquel hombre os quiere convencer de que vuestro poder y estado aventajan en mucho la realidad, creed que lo hace por engañaros. Y, por tanto, debéis estar prevenido y actuar como hombre de buen juicio. Al conde le agradó mucho lo que Patronio le dijo e hízolo así. Por su buen consejo evitó que lo engañaran. Y como don Juan creyó que este cuento era bueno, lo mandó poner en este libro e hizo estos versos, que resumen la moraleja. Estos son los versos: Quien te encuentra bellezas que no tienes, siempre busca quitarte algunos bienes.

XXXVIII: "Lo que sucedió a un hombre que iba cargado con piedras preciosas y se ahogó en un río"

Un día dijo el conde a Patronio que deseaba mucho quedarse en una villa donde le tenían que dar mucho dinero, con el que esperaba lograr grandes beneficios, pero que al mismo tiempo temía quedarse allí, pues, entonces, correría peligro su vida. Y, así, le rogaba que le aconsejase qué debía hacer. -Señor conde -dijo Patronio-, en mi opinión, para que hagáis en esto lo más juicioso, me gustaría que supierais lo que sucedió a un hombre que llevaba un tesoro al cuello y estaba pasando un río. El conde le preguntó qué le había ocurrido. -Señor conde -dijo Patronio-, había un hombre que llevaba a cuestas gran cantidad de piedras preciosas, y eran tantas que le pesaban mucho. En su camino tuvo que pasar un río y, como llevaba una carga tan pesada, se hundió más que si no la llevase. En la parte más honda del río, empezó a hundirse aún más. »Cuando vio esto un hombre, que estaba en la orilla del río, comenzó a darle voces y a decirle que, si no abandonaba aquella carga, corría el peligro de ahogarse. Pero el pobre infeliz no comprendió que, si moría ahogado en el río, perdería la vida y también su tesoro, aunque podría salvarse desprendiéndose de las riquezas. Por la codicia, y pensando cuánto valían aquellas piedras preciosas, no quiso desprenderse de ellas y echarlas al río, donde murió ahogado y perdió la vida y su preciosa carga. »A vos, señor Conde Lucanor, aunque el dinero y otras ganancias que podáis conseguir os vendrían bien, yo os aconsejo que, si en ese sitio peligra vuestra vida, no permanezcáis allí por lograr más dinero ni riquezas. También os aconsejo que jamás pongáis en peligro vuestra vida si no es asunto de honra o si, de no hacerlo, os resultara grave daño, pues el que en poco se estima y, por codicia o ligereza, arriesga su vida, es quien no aspira a hacer grandes obras; sin embargo, el que se tiene a sí mismo en mucho ha de hacer tales cosas que los otros también lo aprecien, pues el hombre no es valorado porque él se precie, sino porque los demás admiren en él sus buenas obras. Tened, señor conde, por seguro que tal persona estimará en mucho su vida y no la arriesgará por codicia ni por cosa pequeña, pero en las ocasiones que de verdad merezcan arriesgar la vida, estad seguro de que nadie en el mundo lo hará tan bien como el que vale mucho y se estima en su justo valor. El conde consideró bueno este ejemplo, obró según él y le fue muy bien. Y como don Juan vio que este cuento era muy bueno, lo mandó poner en este libro y añadió estos versos que dicen así: A quien por codicia su vida aventura, sabed que sus bienes muy poco le duran.

XXXII: "Lo que sucedió a un rey con los burladores que hicieron el paño"

Otra vez le dijo el Conde Lucanor a su consejero Patronio: -Patronio, un hombre me ha propuesto un asunto muy importante, que será muy provechoso para mí; pero me pide que no lo sepa ninguna persona, por mucha confianza que yo tenga en ella, y tanto me encarece el secreto que afirma que puedo perder mi hacienda y mi vida, si se lo descubro a alguien. Como yo sé que por vuestro claro entendimiento ninguno os propondría algo que fuera engaño o burla, os ruego que me digáis vuestra opinión sobre este asunto. -Señor Conde Lucanor -dijo Patronio-, para que sepáis lo que más os conviene hacer en este negocio, me gustaría contaros lo que sucedió a un rey moro con tres pícaros granujas que llegaron a palacio. Y el conde le preguntó lo que había pasado. -Señor conde -dijo Patronio-, tres pícaros fueron a palacio y dijeron al rey que eran excelentes tejedores, y le contaron cómo su mayor habilidad era hacer un paño que sólo podían ver aquellos que eran hijos de quienes todos creían su padre, pero que dicha tela nunca podría ser vista por quienes no fueran hijos de quien pasaba por padre suyo. »Esto le pareció muy bien al rey, pues por aquel medio sabría quiénes eran hijos verdaderos de sus padres y quiénes no, para, de esta manera, quedarse él con sus bienes, porque los moros no heredan a sus padres si no son verdaderamente sus hijos. Con esta intención, les mandó dar una sala grande para que hiciesen aquella tela. »Los pícaros pidieron al rey que les mandase encerrar en aquel salón hasta que terminaran su labor y, de esta manera, se vería que no había engaño en cuanto proponían. Esto también agradó mucho al rey, que les dio oro, y plata, y seda, y cuanto fue necesario para tejer la tela. Y después quedaron encerrados en aquel salón. »Ellos montaron sus telares y simulaban estar muchas horas tejiendo. Pasados varios días, fue uno de ellos a decir al rey que ya habían empezado la tela y que era muy hermosa; también le explicó con qué figuras y labores la estaban haciendo, y le pidió que fuese a verla él solo, sin compañía de ningún consejero. Al rey le agradó mucho todo esto. »El rey, para hacer la prueba antes en otra persona, envió a un criado suyo, sin pedirle que le dijera la verdad. Cuando el servidor vio a los tejedores y les oyó comentar entre ellos las virtudes de la tela, no se atrevió a decir que no la veía. Y así, cuando volvió a palacio, dijo al rey que la había visto. El rey mandó después a otro servidor, que afamó también haber visto la tela. »Cuando todos los enviados del rey le aseguraron haber visto el paño, el rey fue a verlo. Entró en la sala y vio a los falsos tejedores hacer como si trabajasen, mientras le decían: «Mirad esta labor. ¿Os place esta historia? Mirad el dibujo y apreciad la variedad de los colores». Y aunque los tres se mostraban de acuerdo en lo que decían, la verdad es que no habían tejido tela alguna. Cuando el rey los vio tejer y decir cómo era la tela, que otros ya habían visto, se tuvo por muerto, pues pensó que él no la veía porque no era hijo del rey, su padre, y por eso no podía ver el paño, y temió que, si lo decía, perdería el reino. Obligado por ese temor, alabó mucho la tela y aprendió muy bien todos los detalles que los tejedores le habían mostrado. Cuando volvió a palacio, comentó a sus cortesanos las excelencias y primores de aquella tela y les explicó los dibujos e historias que había en ella, pero les ocultó todas sus sospechas. »A los pocos días, y para que viera la tela, el rey envió a su gobernador, al que le había contado las excelencias y maravillas que tenía el paño. Llegó el gobernador y vio a los pícaros tejer y explicar las figuras y labores que tenía la tela, pero, como él no las veía, y recordaba que el rey las había visto, juzgó no ser hijo de quien creía su padre y pensó que, si alguien lo supiese, perdería honra y cargos. Con este temor, alabó mucho la tela, tanto o más que el propio rey.

»Cuando el gobernador le dijo al rey que había visto la tela y le alabó todos sus detalles y excelencias, el monarca se sintió muy desdichado, pues ya no le cabía duda de que no era hijo del rey a quien había sucedido en el trono. Por este motivo, comenzó a alabar la calidad y belleza de la tela y la destreza de aquellos que la habían tejido. »Al día siguiente envió el rey a su valido, y le ocurrió lo mismo. ¿Qué más os diré? De esta manera, y por temor a la deshonra, fueron engañados el rey y todos sus vasallos, pues ninguno osaba decir que no veía la tela. »Así siguió este asunto hasta que llegaron las fiestas mayores y pidieron al rey que vistiese aquellos paños para la ocasión. Los tres pícaros trajeron la tela envuelta en una sábana de lino, hicieron como si la desenvolviesen y, después, preguntaron al rey qué clase de vestidura deseaba. El rey les indicó el traje que quería. Ellos le tomaron medidas y, después, hicieron como si cortasen la tela y la estuvieran cosiendo. »Cuando llegó el día de la fiesta, los tejedores le trajeron al rey la tela cortada y cosida, haciéndole creer que lo vestían y le alisaban los pliegues. Al terminar, el rey pensó que ya estaba vestido, sin atreverse a decir que él no veía la tela. »Y vestido de esta forma, es decir, totalmente desnudo, montó a caballo para recorrer la ciudad; por suerte, era verano y el rey no padeció el frío. »Todas las gentes lo vieron desnudo y, como sabían que el que no viera la tela era por no ser hijo de su padre, creyendo cada uno que, aunque él no la veía, los demás sí, por miedo a perder la honra, permanecieron callados y ninguno se atrevió a descubrir aquel secreto. Pero un negro, palafrenero del rey, que no tenía honra que perder, se acercó al rey y le dijo: «Señor, a mí me da lo mismo que me tengáis por hijo de mi padre o de otro cualquiera, y por eso os digo que o yo soy ciego, o vais desnudo». »El rey comenzó a insultarlo, diciendo que, como él no era hijo de su padre, no podía ver la tela. »Al decir esto el negro, otro que lo oyó dijo lo mismo, y así lo fueron diciendo hasta que el rey y todos los demás perdieron el miedo a reconocer que era la verdad; y así comprendieron el engaño que los pícaros les habían hecho. Y cuando fueron a buscarlos, no los encontraron, pues se habían ido con lo que habían estafado al rey gracias a este engaño. »Así, vos, señor Conde Lucanor, como aquel hombre os pide que ninguna persona de vuestra confianza sepa lo que os propone, estad seguro de que piensa engañaros, pues debéis comprender que no tiene motivos para buscar vuestro provecho, ya que apenas os conoce, mientras que, quienes han vivido con vos, siempre procurarán serviros y favoreceros. El conde pensó que era un buen consejo, lo siguió y le fue muy bien. Viendo don Juan que este cuento era bueno, lo mandó escribir en este libro y compuso estos versos que dicen así: A quien te aconseja encubrir de tus amigos más le gusta engañarte que los higos.

Juan Ruiz. Arcipreste de Hita. Siglo XIV: Libro de Buen Amor

"Prólogo"

(Fragmento)

«“Te daré entendimiento y te instruiré en este camino, por el que has de andar: sobre ti fijaré mis ojos”, nos dice el profeta David, en nombre del Espíritu Santo. […] Por lo que yo, en mi poca sabiduría y mucha y gran ignorancia, comprendiendo cuántos bienes hace perder el loco amor del mundo al alma y al cuerpo, y los muchos males a que los inclina y conduce, escogiendo y queriendo con buena voluntad la salvación y gloria del Paraíso para mi alma, hice este pequeño escrito en muestra de bien, y compuse este nuevo libro en el que hay escritas algunas mañas, maestrías y sutilezas engañosas del loco amor del mundo, del que se sirven algunas personas para pecar. Y al leerlas y oírlas el hombre o la mujer de buen entendimiento, que se quiera salvar, elegirá y hará el bien […]. Tampoco los de corto entendimiento se perderán, pues, al leer y meditar el mal que hacen —o que tienen intención de hacer— los obstinados en sus malas artes, y viendo descubiertas públicamente las muchas y engañosas artimañas que usan para pecar y engañar a las mujeres, avisarán la memoria y no despreciarán su propia fama […] y rechazarán y aborrecerán las malas artes del loco amor, que hace perderse a las almas y caer en la ira de Dios […]. No obstante, como es cosa humana el pecar, si algunos quisieran —no se lo aconsejo— servirse del loco amor, aquí hallarán algunas maneras para ello. Y así este mi libro bien puede decir a cada hombre o mujer, al cuerdo y al no cuerdo, tanto al que entienda el bien, elija la salvación y obre el bien amando a Dios, como al que prefiera el loco amor en el camino que recorra: te daré entendimiento […]»

Disputa entre griegos y romanos Entiende bien mis dichos y medita su esencia; no me ocurra contigo como al doctor de Grecia con el patán de Roma y su poca sapiencia cuando Roma pidió a Grecia su gran ciencia.

Así ocurrió que Roma de leyes carecía; se las pidió a Grecia, que buenas las tenía. Respondieron los griegos que no las merecía ni habrían de entenderlas, ya que nada sabían. Pero, si las quería para de ellas usar, con los sabios de Grecia debería tratar, mostrar si las comprenden y merecen lograr; esta respuesta hermosa daban por se excusar ]. Los romanos mostraron en seguida su agrado; la disputa aceptaron en contrato firmado mas, como no entendían idioma desusado, pidieron dialogar por señas de letrado. Fijaron una fecha para ir a contender; los romanos se afligen, no sabiendo qué hacer, pues, al no ser letrados, no podrán entender a los griegos doctores y su mucho saber. Estando en esta cuita, sugirió un ciudadano tomar para el certamen a un bellaco romano que, como Dios quisiera, señales con la mano hiciera en la disputa y fue consejo sano. A un gran bellaco astuto se apresuran a ir y le dicen: -"Con Grecia hemos de discutir; por disputar por señas, lo que quieras pedir te daremos, si sabes de este trance salir". Vistiéronle muy ricos paños de gran valía cual si fuese doctor en la filosofía. Dijo desde un sitial, con bravuconería: "Ya pueden venir griegos con su sabiduría". Entonces llegó un griego, doctor muy esmerado, famoso entre los griegos, entre todos loado; subió en otro sitial, todo el pueblo juntado. Comenzaron sus señas, como era lo tratado. El griego, reposado, se levantó a mostrar un dedo, el que tenemos más cerca del pulgar, y luego se sentó en el mismo lugar. Levantóse el bigardo, frunce el ceño al mirar. Mostró luego tres dedos hacia el griego tendidos el pulgar y otros dos con aquél recogidos a manera de arpón, los otros encogidos. Sientáse luego el necio, mirando sus vestidos. Levantándose el griego, tendió la palma llana y volvióse a sentar, tranquila su alma sana; levántase el bellaco con fantasía vana, mostró el puño cerrado, de pelea con gana. Ante todos los suyos opina el sabio griego: "Merecen los romanos la ley, no se la niego." Levantáronse todos con paz y con sosiego, ¡gran honra tuvo Roma por un vil andariego!

Preguntaron al griego qué fue lo discutido y lo que aquel romano le había respondido: "Afirmé que hay un Dios y el romano entendido tres en uno, me dijo, con su signo seguido. "Yo: que en la mano tiene todo a su voluntad; él: que domina al mundo su poder, y es verdad. Si saben comprender la Santa Trinidad, de las leyes merecen tener seguridad." Preguntan al bellaco por su interpretación: "Echarme un ojo fuera, tal era su intención al enseñar un dedo, y con indignación le respondí airado, con determinación, que yo le quebraría, delante de las gentes, con dos dedos los ojos, con el pulgar los dientes. Dijo él que su yo no le paraba mientes, a palmadas pondría mis orejas calientes. "Entonces hice seña de darle una puñada que ni en toda su vida la vería vengada; cuando vio la pelea tan mal aparejada no siguió amenazando a quien no teme nada". Por eso afirma el dicho de aquella vieja ardida que no hay mala palabra si no es a mal tenida, toda frase es bien dicha cuando es bien entendida. entiende bien mi libro, tendrás buena guarida. La burla que escuchares no la tengas por vil, la idea de este libro entiéndela, sutil; pues del bien y del mal, ni un poeta entre mil hallarás que hablar sepa con decoro gentil. Hallarás muchas garzas, sin encontrar un huevo, remendar bien no es cosa de cualquier sastre nuevo a trovar locamente no creas que me muevo, lo que Buen Amor dice, con razones te pruebo. En general, a todos dedico mi escritura; los cuerdos, con buen seso, encontrarán cordura; los mancebos livianos guárdense de locura; escoja lo mejor el de buenaventura. Son, las de Buen Amor razones encubiertas; medita donde hallares señal y lección ciertas, si la razón entiendes y la intención aciertas, donde ahora maldades, quizá consejo adviertas. Donde creas que miente, dice mayor verdad, en las coplas pulidas yace gran fealdad; si el libro es bueno o malo por las notas juzgad, las coplas y las notas load o denostad. De músico instrumento yo, libro, soy pariente; si tocas bien o mal te diré ciertamente; en lo que te interese, con sosiego detente y si sabes pulsarme, me tendrás en la mente.

"Propiedades que tiene el dinero"

Hace mucho el dinero, mucho se le ha de amar; al torpe hace discreto, hombre de respetar, hace correr al cojo, al mudo le hace hablar; el que no tiene manos bien lo quiere tomar. Aun el hombre necio y rudo labrador dineros le convierten en hidalgo doctor; cuanto más rico es uno, más grande es su valor, quien no tiene dineros no es de sí señor. Si tuvieres dinero tendrás consolación, placeres y alegrías y del Papa ración, ganarás Paraíso, ganarás salvación: donde hay mucho dinero hay mucha bendición. Yo vi en corte de Roma, do está la Santidad, que todos al dinero tratan con humildad, con grandes reverencias, con gran solemnidad; todos a él se humillan como a la Majestad. Creaba los priores, los obispos, abades, arzobispos, doctores, patriarcas, potestades; a los clérigos necios dábales dignidades, de verdad hace mentiras; de mentiras, verdades. Hacía muchos clérigos y muchos ordenados, muchos monjes y monjas, religiosos sagrados, el dinero les daba por bien examinados: a los pobres decían que no eran ilustrados. Ganaba los juicios, daba mala sentencia, es del mal abogado segura mantenencia, con tener malos pleitos y hacer mala avenencia:

al fin, con los dineros se borra penitencia. El dinero quebranta las prisiones dañosas, rompe cepos y grillos, cadenas peligrosas; al que no da dinero le ponen las esposas. ¡Hace por todo el mundo cosas maravillosas! (...) El hace caballeros de necios aldeanos, condes y ricoshombres de unos cuantos villanos, con el dinero andan los hombres muy lozanos, cuantos hay en el mundo le besan hoy las manos. (...) Yo he visto a muchos monjes en sus predicaciones denostar al dinero y a las sus tentaciones, pero, al fin, por dinero otorgan los perdones, absuelven los ayunos y ofrecen oraciones. Aunque siempre lo insultan los monjes por las plazas, guárdanlo en el convento, en vasijas y en tazas, tapan con el dinero agujeros, hilazas; más escondrijos tienen que tordos y picazas. Dicen frailes y clérigos que aman a Dios servir, mas si huelen que el rico está para morir y oyen que su dinero empieza a retiñir, por quién ha de cogerlo empiezan a reñir. (…) Toda mujer del mundo, aunque dama de alteza, págase del dinero y de mucha riqueza, nunca he visto una hermosa que quisiera pobreza: donde hay mucho dinero allí está la nobleza. El dinero es alcalde y juez muy alabado, es muy buen consejero y sutil abogado, alguacil y merino, enérgico, esforzado; de todos los oficios es gran apoderado. En resumen lo digo, entiéndelo mejor: el dinero es del mundo el gran agitador, hace señor al siervo y siervo hace al señor; toda cosa del siglo se hace por su amor. Por dineros se muda el mundo y su manera toda mujer cuando algo desea es zalamera, por joyas y dineros andará a la carrera; el dar quebranta peñas, hiende dura madera. Deshace fuerte muro y derriba gran torre, los cuidados y apuros el dinero socorre, hace que del esclavo la esclavitud se borre; de aquel que nada tiene, el caballo no corre.

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