Título: La Fuente del Duque Sinónimo: AZUD

Título: La Fuente del Duque Sinónimo: AZUD Todavía está “chispeando”. Nueve de junio y ha llovido como si fuera invierno. Me gustan los días de lluvi

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FUENTE VILCHEZ FUENTE EL CULO FUENTE CAICABAL FUENTE LAS PERDICES FUENTE FUENTE LA GITANA LA ENCANTA FUENTE ALTA FUENTE GRANDE
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Título: La Fuente del Duque Sinónimo: AZUD

Todavía está “chispeando”. Nueve de junio y ha llovido como si fuera invierno. Me gustan los días de lluvia. Me encanta el agua cuando moja mi pelo. El agua, en cualquiera de sus manifestaciones es necesaria para la vida en la tierra. Las tres cuartas partes del planeta son mares océanos, ríos, lagos, arroyos, manantiales o fuentes. Si nos quedáramos sin agua, desaparecerían la flora y la fauna y nosotros estaríamos, como algunos animales, en peligro de extinción. Si los ríos desaparecen, los pueblos desaparecerán también, cayendo en el olvido. Un pueblo “sin agua” es un pueblo olvidado, sin memoria. Cuando yo era chica vivía en el campo y recuerdo cómo llovía. El campo era de secano: los olivos no se regaban, porque llovía siempre cuando le hacían falta. Aunque los viejos dicen que “Nunca llueve a gusto de todos”. No usábamos paraguas y nos metíamos debajo de un árbol. Y mi abuela nos decía”quien debajo de un árbol se guarece, se moja dos veces”. Mi abuela era sabia. Otras veces, en verano me iba “con todo el peso de la calor” a coger tórtolas o alcaudones. Mi madre iba a buscarme, y… me reñía! Yo no vi

el mar hasta que

tuve 20 años. Vivo en un pueblo por el que

transcurre la vida en forma de río, Alcalá de Guadaíra, que significa castillo sobre el río.

Esta ciudad está vinculada al agua desde sus orígenes. La

abundancia de agua hizo atractiva la zona de Alcalá desde época romana, como fuente de abastecimiento de Sevilla, permitiendo el asentamiento defensivo del cerro del castillo, y la fundación de la Villa de Alcalá por Alfonso X. La evolución de la ciudad dio lugar a su extensión hacia el llano, donde se cultivó el trigo y se hicieron harina en los molinos de agua. También existían otros molinos, dentro de la casa-tahona o “molinos de sangre”, porque se aprovechaba la fuerza de un mulo para hacer girar las dos piedras de moler. Ahora nuestra Ribera ha sido declarada monumento Natural, protegiéndose unos 10 kilómetros, entre el Molino Hundido y el Molino de Pelay-Correa, junto con el Parque Urbano de Oromana, en los que se localizan doce molinos harineros de agua, de origen árabe. De estos Molinos, salía la harina para hacer el famoso “pan de Alcalá”, y se llevaba en tren a Sevilla. En Alcalá llegó a haber hasta 63 panaderías, a principios del siglo XX. Era conocida como 1

“Alcalá de los Panaderos”. Hoy, estos molinos forman parte de la memoria del pueblo, de su patrimonio cultural, paisajístico y ecológico: El Algarrobo, Benarosa, San Juan, La Aceña, La Tapada, San Pedro, el Realaje...En las Riberas del Guadaíra transcurría la vida: huertas, fuentes, acequias, y azudas. Cuando ha llovido el agua mana por las antiguas fuentes: oromana, el perejil, fuente del piojo, la de Marchenilla, la de Santa Lucía, Gandul… Yo nací en Pruna, un pueblo de la sierra sur de Sevilla, que no tenía grandes ríos, pero sí muchos arroyos, manantiales y fuentes, pozos y albercas…unos de agua salobre y otros de agua dulce. Mi infancia son recuerdos de “un pueblo de agua dulce”, donde casi todos los cortijos tenían nombres ligados al agua: “El chorro”, “La fuente del duque”, “La fuente alta”,”El Pilarillo. También había fuentes, a donde las mujeres acudían a por agua con sus cántaros –“tanto fue el cántaro a la fuente que se rompió”: la de Los corrales, la del Cantillo y El pilar, que estaba a la salida del pueblo, donde bebían las bestias. Yo vivía en el campo, en” “La fuente del Duque”. El agua no salía del grifo. Mi padre iba en mulo al pilar. Con el agua de los cántaros, hacíamos la comida, bebíamos y nos lavábamos. Para regar el huerto teníamos la alberca…El pilar tenía 5 pilas. La primera, la que estaba al lado del “Chorro”, se dejaba para llenar los cántaros, la segunda para que bebieran las bestias. Y las tres últimas para lavar la ropa. Este año he vuelto a mi pueblo-por Navidad-.Hacía muchos años que no pasaba por allí: ¡Todo está tan cambiado! He ido a buscar mis raíces: la casa en el campo-La fuente del Duque, el pilar...He subido al castillo-el castillo del hierro- hasta la mitad. El castillo del hierro construido a mediados del siglo XV conserva aún restos árabes. Posteriormente fue uno de los primeros campamentos romanos en las constantes luchas por la dominación de Hispania. Pruna fue uno de los últimos pueblos reconquistados, según nos explicaban en la escuela, mi maestra, que venía de Olvera en una Vespa. Pero en casa de mis abuelos, delante de la chimenea, en las noches de invierno, nos contaba la leyenda del Castillo: “los cristianos, al no poder hacerse con la villa debido a la gran resistencia de los musulmanes, se retiraron hacia el monte de los Alcornocales y allí se cogieron un rebaño de cabra y le ataron a los machos en los cuernos unas antorchas. Los llevaron al pie del Castillo, las encendieron y los empujaron hasta la torre, donde, asustados por el fuego, 2

subieron enloquecidos por las peñas e incendiaron todo lo que hallaban a su paso. Los moros huyeron despavoridos al lado opuesto de la fortaleza y, creyendo que las tropas cristianas iban a atacarles, se tiraron por un imponente tajo que da a un arroyo y se despeñaron”. Desde entonces a aquel arroyo, se le llamó arroyo “Sanguino”, porque fue tal la cantidad de sangre vertida, que su curso se tiñó de rojo. Hoy sólo me quedan en el pueblo algunos conocidos. Y la amiga de mi alma, de mi niñez, la que vivía pegada a mi puerta. Mi amiga tenía tele y yo, me iba a ver noches del sábado, eurovisión, el tiempo, el fugitivo…La llegada del hombre a la luna.. Y ahora cuando han pasado treinta años y me ha entrado esta “morriña”, esta desazón por el tiempo que se va, por el consumo de los días, a los cincuenta, y tantos,

cuando te detienes y ves que el tiempo,

efectivamente ha pasado volando, que ha corrido como el agua de los arroyos, he querido volver a encontrar lo que creía tan escondido que no me hiciera falta más buscarlo. Y hoy, me he presentado en su puerta y he llamado con el picaporte, con la esperanza que no me abriera. No quería enfrentarme con el pasado. Pero me abrió. Y me preguntó quien era yo. Mis padres vivían con mis abuelos maternos. Cuando se casaron les pusieron una habitación en su casa y allí estuvieron hasta que se fueron a vivir al campo que mis abuelos le habían dejado en herencia-La Fuente Alta- Llegaron al Alcalá de Guadaíra en 1971, cundo ya no podían llevar el campo, atraídos por “El polo de desarrollo”. Mis abuelos habían trabajado de siempre en el campo para juntar unas cuantas fanegas de tierra, que, después, a su muerte, y como ya hicieran los padres de sus padres, repartirían entre sus hijos e hijas, a partes iguales. Cuando nos hicimos mayores nos cansamos de segar, barcinar, trillar y aventar la parva...coger garbanzos, aceitunas... Dice mi padre que las faenas del campo duraban “de sol a sol”, todos los días del año, que nunca se acababan. Primero venía el “arado”-la preparación de la tierra, por agosto. Después la” siembra” en el mes de octubre y se termina por lo Santos”. Cuando el trigo nacía, se hacían las labores de limpieza-entresacar o escardar. Mi padre siempre llevaba escardadores de Pruna” y les pagaba un jornal. Para contratarlos, iba a la plaza y se llevaba cuatro o cinco, según los que le hicieran falta. Cada escardador debía de llevar su propio escardillo. Después de que el “Pesguá” (la zona de 3

trigo o cebada) estaba granado-cuando empieza a amarillear-se espera un poco y cuando alcanza la altura adecuada, se siega, comprobando que esté bien seco. La siega es una de las faenas más “fatigosas” y cansadas, porque hay que estar agachados. Entre las manos se coge un buen puñado de trigo, se corta con un hocino y se amarran los haces. Estos haces, se van dejando en el suelo, y cuando se acaba de segar, se barcina: se echa en las angarillas del mulo y se llevan a la era donde se “trilla”. La trilla consiste en que se ponen uno detrás de otro los mulos-tres o cuatro- y se agarra el primero por la soga. Este primero se le llama “El de la mano”. Cuando yo era chica, me subían en el trillo, que se ataba al último mulo, para hacer peso, con un sombrero, a las cinco de la tarde, con toda “la calor”; alguna vez me dormí, y me caí en la “parva”. Mi padre mientras “arreaba” los mulos me cantaba. “La yegua de la mano tiene un potrito, que ni come ni bebe, pero está muy gordito”. Cuando entraron las máquinas, ya no se trillaba, ni se barcinaba, ni se usaba la “era”. Sin embargo, antes, cuando ya la parva estaba a punto, se separaba el trigo de la paja con un viergo-bieldo- y después, con la pala, se aventaba. Este trigo se recogía después en talegos, que se llenaban con una “cuartilla”. Y se guardaban en la cámara, la parte alta de la casa, hasta llevarlos al pueblo, acarreados con las bestias, al silo, donde el trigo o la cebada se cobraban de inmediato. De la casa del pueblo recuerdo el Pozo. De pequeña me daban miedo los pozos. Este pozo estaba pegado a la pared. Tenía medio brocal, porque era un pozo medianero con la vecina de la casa de arriba, donde vivía mi amiga. Ellos tenían el pozo tapado pero nosotros lo teníamos al descubierto aunque era de agua salobre y allí metíamos la sandía o el melón por el verano, o el tinto de mi abuelo, para que estuvieran fresquitos. Era la nevera que teníamos. La luz eléctrica no la daban hasta las seis de la tarde. Como a mí me daban miedo los pozos, soñaba muchas noches que me caía dentro y no podía salir. Entonces me cogían entre dos pececillos y me escondían en unos pasadizos en el fondo y allí no me encontraba mi madre. Yo la oía llamarme, le contestaba, pero ella no me escuchaba nunca. Sería que mi abuela siempre me decía: no te asomes al pozo, niña, no sea que te caigas dentro. Pero a mi me gustaba ver cómo los pescados se movían cuando yo les echaba un trocito de pan. He seguido buscando mis raíces, en los zaguanes de las casas. He buscado y rebuscado y sólo he encontrado las puntas. Puntas de compañeros de colegio, viejitos, con 4

canas, amigos del babi blanco, del juego de los chinos, del salto a “pídola”, de las estampitas. Yo ganaba casi siempre a mis amigas-Ahora la gente hacían cola en un puesto de lotería-por lo del niño-Ellos, como probablemente nosotros” ya no somos los mismos”. He visto los surcos de sus caras, aradas por el tiempo. Tiempo que araña, como el agua, que pasa y pasa. Puntas que miran al cielo ¡¿...?!Nadie me ha reconocido:”no soy de aquí, ni soy de allá...”Los viejos, apenas acordándose de mi familia, tan lejos les queda en la memoria. El campo de mis abuelos paternos, como ya sabéis, se llamaba “La Fuente del Duque”. Cuando se casaron mis padres, se fueron a la Fuente Alta. De ajuar llevaban cada uno una cuchara y un escardillo. Y como regalo, un perrillo al que pusieron de nombre

“minuto”. Allí se quedaron año y medio. Cuando

bajaron traían “el minuto”, las dos cucharas...un hijo, y cuarto y mitad del segundo. También he pasado por el cementerio. De niña, por el mes de los Santos y Difuntos, íbamos de excursión a visitar a los abuelos, a nuestros muertos. El tractor llegó tarde a “la Fuente del Duque”. Entre todos los vecinos hicieron un carril para que pudieran entrar las máquinas. La sierra, el monte está arado, quién lo desarará, el buen desararador que lo desarare, buen desarador será. Pero ahora no es el arado romano que mi padre le ponía al mulo blanco. El monte lo han dejado blanco...y pelado. Allí se ha formado una “gravera” y no hacen más que sacar tierra- dice mi padre que la están exprimiendo. Que el no quiere volver a ver el campo tal y como está ahora. Yo, no “tapo” que nací en Pruna, aunque diga siempre que soy de Alcalá. Mis dos pueblos-el primero, donde nací- y el segundo, donde han nacido mis hijosestán siempre preocupados por el tema del agua, así como de su patrimonio medioambiental y paisajístico ¡Qué mejor herencia para nuestros nietos que esta memoria dulce!

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