TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ

TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ I NARCISO GARAY II TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ Loma ardiente y vestida de sol ❦ Estación de navegantes

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TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ

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NARCISO GARAY

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TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ

Loma ardiente y vestida de sol ❦

Estación de navegantes

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NARCISO GARAY

Bajo criterio editorial se respeta la ortografía de los textos que presentan arcaísmos propios de su Edición Príncipe. Por la naturaleza de este proyecto editorial, algunos textos se presentan sin ilustraciones y fotografías que estaban presentes en el original. •••••

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TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ

Rafael L. Pernett y Morales

Loma ardiente y vestida de sol ❦

Dimas Lidio Pitty

Estación de Navegantes

Biblioteca de la Nacionalidad AUTORIDAD DEL CANAL DE PANAMÁ PANAMÁ 1999

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Editor NARCISO GARAY Autoridad del Canal de Panamá Coordinación técnica de la edición Lorena Roquebert V. Asesoría Editorial Natalia Ruiz Juan Torres Mantilla Diseño gráfico y diagramación Pablo Menacho Impresión y Encuadernación Cargraphics S.A.

❖ P. 863 P452

Pernett y Morales, Rafael. Loma ardiente y vestida de sol/Rafael Pernett y Morales.— Panamá: Autoridad del Canal, 1999. 418 págs.; 24 cm.—(Colección Biblioteca de la Nacionalidad) Contenido: Estación de navegantes, de Dimas Lidio Pitty, 140 páginas. ISBN 9962-607-25-6 (R) 1. LITERATURA PANAMEÑA-NOVELA 2.NOVELAS PANAMEÑAS I. Título.

La presente edición se publica con autorización de los propietarios de los derechos de autor. Copyright © 1999 Autoridad del Canal de Panamá. Reservados todos los derechos. Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso escrito del editor. La fotografía impresa en las guardas de este volumen muestra una vista de la cámara Este de las esclusas de Gatún, durante su construcción en enero de 1912.

BIBLIOTECA DE LA NACIONALIDAD Edición conmemorativa de la transferencia del Canal a Panamá 1999 VI

TRADICIONES Y CANTARES DE PANAMÁ

BIBLIOTECA DE LA NACIONALIDAD

A

esta pequeña parte de la población del planeta a la que nos ha tocado habitar, por más de veinte generaciones, este estrecho geográfico del continente americano llamado Panamá, nos ha correspondido, igualmente, por designio de la historia, cumplir un verdadero ciclo heroico que culmina el 31 de diciembre de 1999 con la reversión del canal de Panamá al pleno ejercicio de la voluntad soberana de la nación panameña. Un ciclo incorporado firmemente al tejido de nuestra ya consolidada cultura nacional y a la multiplicidad de matices que conforman el alma y la conciencia de patria que nos inspiran como pueblo. Un arco en el tiempo, pleno de valerosos ejemplos de trabajo, lucha y sacrificio, que tiene sus inicios en el transcurso del período constitutivo de nuestro perfil colectivo, hasta culminar, 500 años después, con el logro no sólo de la autonomía que caracteriza a las naciones libres y soberanas, sino de una clara conciencia, como panameños, de que somos y seremos por siempre, dueños de nuestro propio destino. La Biblioteca de la Nacionalidad constituye, más que un esfuerzo editorial, un acto de reconocimiento nacional y de merecida distinción a todos aquellos que le han dado renombre a Panamá a través de su producción intelectual, de su aporte cultural o de su ejercicio académico, destacándose en cada volumen, además, una muestra de nuestra rica, valiosa y extensa galería de artes plásticas. Quisiéramos que esta obra cultural cimentara un gesto permanente de reconocimiento a todos los valores panameños, en todos los ámbitos del quehacer nacional, para que los jóvenes que hoy se forman arraiguen aún más el sentido de orgullo por lo nuestro. Sobre todo este año, el más significativo de nuestra historia, debemos dedicarnos a honrar y enaltecer a los panameños que ayudaron, con su vida y con su ejemplo, a formar nuestra nacionalidad. Ese ha sido, fundamentalmente, el espíritu y el sentido con el que se edita la presente colección.

Ernesto Pérez Balladares Presidente de la República de Panamá VII

NARCISO GARAY

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LOMA ARDIENTE Y VESTIDA DE SOL

Rafael L. Pernett y Morales

Loma ardiente y vestida de sol ❦

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“Nómadas, buscadores, vagabundos, erráticos, bohemios; hombres que cantan a la noche porque en el día sólo pueden correr las calles, trabajar y sentirse abandonados”. (Jesús Torbado: Las Corrupciones)

“Probablemente la noche que me rodea ha sido creada y yo mismo, al imaginarla, la aumento”. (Carlos Fuentes: Cumpleaños)

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L

a noche que apuñalearon a la Petra, el chango Sebastián volvía de casa de su compadre Chon, de ver a su hijo que tenía trancazo. Del cielo negro colgaban treinta y seis estrellas y, aunque la Loma parecía y semejaba un nacimiento, no había ni querubines ni serafines, ni siquiera un cartero, llevándole buenas noticias a nadie. Silencio de noche. Los grillos cantan sólo para los iniciados. Los cocuyos se prenden y apagan como los días de tormenta. Silencio de noche. Calor asfixiante de trópico mitificado. Salitre saltando sobre pirámides de arena. El chango Sebastián siente sobre sus párpados la bocanada de aliento de cancerbero y le parece que el aire es más pesado lejos de la contaminación. Silencio de noche. La chola espera, agazapada tras la valla de papos. El cabello, liso y brillante por el aceite de coco, cae sobre sus hombros demacrados. El chango Sebastián la mira, siente que se le pone la piel de gallina y sabe que ya no podrá olvidarla, que en el olor a venteconmigo hay algo más que la posible aparición de la tulivieja. Es flaca y con los ojos tan metidos en las órbitas, que basta un poco de sombra para que queden ocultos por completo. El chango Sebastián acelera el paso, casi corre. La noche se puede cortar con cuchillo. La baptist church está a oscuras. Las casas brujas se alinean como dientes cariados y parecen contonearse al son de la guaracha que se escucha sin saber de dónde sale. Silencio de noche. 5

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El chango Sebastián quiere llegar a donde lo esperan la negra Viviana y sus tres pelaos. El sudor no le llega a las pestañas, se evapora antes. Todavía lo envuelve el olor a venteconmigo, como si se le pegara en la carne. A lo lejos, se ven las luces de neón que anuncian películas pornográficas, refrescos y almacenes. El chango Sebastián está en la parte más alta de la Loma y respira hondo. Ochenta pasos más y está en su casa. Viviana cocina el arroz con el agua que dice la propaganda que es la más pura del mundo. La China trata de estudiar pero no puede porque no tiene ni fuerzas, además el bombillo da una luz amarillenta y en la única mesa Viviana va a servir la comida. El Cholo y la Choni corretean por toda la casa persiguiendo lo que aparezca. El chango Sebastián cierra la puerta. Silencio de noche. A la derecha duermen los pelaos, en un cuarto separado de la sala-comedor-cocina por una cortina verde. Lo malo es que son dos mujeres y un varón. El chango Sebastián tendrá que construir un anexo a su casa bruja para que el Cholo duerma separado de las muchachas. Atravesando la estancia, la letrina, el wáter, el servicio, el excusado, el cagadero. El chango Sebastián lo construyó para que no hubiera que ir a la letrina común, allá abajo, en momentos de emergencia. A la izquierda duermen el chango Sebastián y la negra Viviana. La distancia es tan corta que siempre les parece que el Cholo y la China se enteraron de cuando ellos encargaron a la Choni, porque el Cholo estaba con lombrices y por esos días no dormía y no dejaba dormir. El chango Sebastián se sienta a la mesa, con el rostro transfigurado por el presentimiento:“Algo va a pasar en casa de la Petra”. A la mañana siguiente reventó la noticia. A la Petra le clavaron seis puñaladas. Fue una chola bajita y algo flaca. El chango Sebastián siente nuevamente el olor a venteconmigo enrollándose como hiedra en torno a su piel. Fue una chola bajita y algo flaca. Viviana la conocía. Era la mujer de Vitá, el que vivía con la Petra y que era chivero. La chola se llamaba María y trabajaba cerca de donde plancha Viviana, y Vitá estaba siempre en el taller 6

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de enfrente. Vitá tiene como doce hijos regados por ahí. El chango Sebastián sólo conoce a uno que tenga más hijos que él: el policía que vivió con Yolanda y que tenía catorce. Así que el Vitá éste nos salió un gallo tapado. El chango Sebastián conoce a Vitá de que es bien culilloso y por eso no le extraña que se haya pintado de colores tan pronto supo que su mujer había acuchillado a su querida. El combo de los tipos que viven atrás del chango Sebastián sacaron un calipso llamado “Petra pa’l hospital” y lograron una fama no por circunscrita menos merecida. También le quemaron a la Petra su casita bruja, pero Vitá cargó con su tamuga antes de que se formara el lío. Cuando la Petra se lo llevó a vivir a la Loma empezó a rondar el barrio un pájaro negro, desconocido para todos. A Viviana esto le pareció muy mal agüero. “La Petra debería hablar con Ubalda la curandera pá que le espante los malos espíritus” había dicho en aquella ocasión. Pero ahora ya es tarde. Anoche se convirtió su chabolada en cenizas y se quedó sin techo, teniendo a su cuidado a Josesito, que no se puede valer porque es loco el pobre. Lo recogió Albertina, la que tiene su casa bruja al lado de la de la Petra y que es modista. El chango Sebastián serrucha con mideo el mueble-bar que le está constuyendo a Don Clodoveo Vigil, dueño de una fábrica de pinolillo. Anoche aullaron los perros y el olor a venteconmigo se desparramó por toda la Loma, como el ángel de Yahvé en la última plaga de Egipto. Ya le quedan tres piezas. Mañana tendrá que ir hasta la mansión de Don Clodo para montarlo, y soportar la mirada despectiva de Herme y de Maribel que, siempre con pantalones de cuadros y blusa transparente sin sujetador, lo mira descaradamente pero de arriba abajo. El chango Sebastián quisiera terminar pronto el mobiliario que les contruye para volver a sumergirse en su Loma ardiente y llena de moscas. Don Clodo tampoco le paga bien, pero algo es algo y peor es nada. Con el calor del mediodía se evapora el olor a venteconmigo y la mochila atmosférica le pesa y lo abraza. El chango Sebastián se va a la pluma a mojarse la nuca y las sienes: cosa vana, pues regresa a su 7

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serrucho y otra vez está sudando. Hace calor. El cholo tiene el pelo liso como Viviana, aunque su tez es más clara que la de ella. El cholo estaba birriando baloncesto allá atrás, cerca de la señora que hace frituras. Viene sudando y con la camisa pegada a la piel como si fueran una misma cosa. Al cholo le está asomando un bigote que le da un aire, impresionante por cierto, de typical latin. Hace calor. Allá, bien lejos, en el camino de tierra que conduce al monte, se ve como si estuviera mojado. El chango Sebastián recuerda cuando, siendo niño, le dijeron que ese fenómeno era un espejismo, y se acuerda de su sorpresa mezclada con incredulidad, pues hasta entonces pensaba que los espejismos eran típicos y sólo pertenecían al desierto de los beduinos desaseados. El Cholo coloca en el grifo una manguera para rociarse el cuerpo, aparecida nadie sabe cómo, y el chango Sebastián contempla con orgullo la férrea anatomía que surgió del fondo de su placer y del fondo del dolor de su mujer. Las gotas parecen perlas sobre la carne cobriza. El chango Sebastián deja el serrucho y se seca el sudor de la frente con el dorso de la mano. Salta por encima de las tablas y llega hasta su hijo. “Vamos a tomarnos una fría”. El Cholo se ata la camisa a la cintura y emprenden el camino hasta la bodega, allá abajo, enfrente de la casa de la comadre de Viviana. La casa de la Petra reposa en el suelo de color gris y polvoriento desde la noche que apuñalearon a su dueña. Los mayores cuentan a los niños la odisea de la Petra, que tenía un hermano que estaba loco el pobre y que se levantaba cuanto tipo se le ponía por delante porque estaba buena, pero no contó con los celos de una chola llamada María cuyo sentido de pertenencia iba más allá de lo razonable y rayaba casi en lo patológico. La Leyenda de la casa-hecha-cenizas la convirtió en una especie de templo de romerías, y el montón de escombros y residuos, que resistía incluso a las más torrenciales lluvias tropicales, se transformó en lugar de meditación.“Ya sabes, mi’hijita, que si una guial quiere ser la sólida con un man, debe primero cerciorarse de que no tenga otra mujer. La Petra volvió al barrio meses después y ya no 8

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era ni su sombra. Vive en casa de la merola April porque Albertina, que la recogió al principio, se cansó de tenerla de zángana y le dijo que buscara trabajo, aunque fuera en el puerto donde atracan los barcos de guerra gringos, que ella tenía que mantener a sus seis pelaos y que eran demasiados, para encima tener que cargar con una pechugona y un loco. La verdad es que Josesito está loco el pobre y no trabaja porque a lo mejor le da el ataque y lo tienen que botar, y la Petra no sirve más que para lavar ropa y como no tiene casa no puede y nadie le presta un balde porque las otras vecinas le quieren quitar los clientes pues una lavandera no gana mucho y siempre hay que ir jodiendo a las demás para que no la jodan a una. La Petra, ciertamente, no era la de antes, pero todavía le quedaba alguna reminiscencia y formó el trepaquesube en toda la cuadra, de manera que terminaron en la corregiduría, y la merola April se hizo cargo de ellos porque dos años antes la Petra había cuidado de ella cuando le dio la malaria. El chango Sebastián, sentado a la mesa, se corta las uñas de las manos con una tijerita roma. La Choni está cocinando porque Viviana no ha vuelto del centro todavía. Está buena la negra. El chango Sebastián piensa que le traerá problemas. Tiene la piel color azabache, pero lisa como el terciopelo que vio en el sillón de Don Clodo ayer cuando fue a montarle el mueble-bar y cuando Maribel, con sus pantalones de cuadros y su blusa transparente sin sujetador, se le plantó en la puerta con las manos en las caderas, que no eran tan bonitas como las de la Choni, y lo miraba descaradamente pero de arriba abajo. Dicen que las muchachas de hoy en día son tan chéveres que les salen primero las tetas que los dientes. A Choni le salieron primero los dientes y son tan blancos, tan blancos, que parecen postizos. La casa bruja del chango Sebastián huele a bistec frito con cebolla. Don Clodo no regateó ayer como la otra vez que le hizo el armario y que decía que no lo pagaba. A la Choni hay que comprarle ropa, la de la China no le queda. ¡La China es tan flaca! La negra Juliana, que vive aquí al lado, seguro que se muere de envidia porque en casa del chan9

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go Sebastián se come carne hoy, y el olor a bistec frito con cebolla trasciende las paredes de madera y envuelve a su chabola como el olor a venteconmigo la noche que apuñalearon a la Petra. Choni ya despierta piropos y todavía casi no mancha compresas. El chango Sebastián sabe que todos los dientes de la Loma querrán posarse un día sobre la carne firme de su hija, y sabe que le traerá problemas. Pero eso es harina de otro costal y se resolverá cuando llegue el momento. Al chango Sebastián no le gusta tener las uñas largas porque se le ponen de luto con facilidad. Por eso se las corta en el comedor de su casa mientras observa las caderas de su hija menor. El combo de los tipos que viven allá atrás interpretan un calipso. Hace calor y huele a bistec frito con cebolla. Viviana entra, asfixiada. ¡Calor del demonio! De sus canas, que son dieciocho, salen gotas de sudor, más gordas de lo normal. A Viviana le faltan las muelas y tal vez por eso no ríe desde hace mucho tiempo. Desde que Fabiola quedó encinta la primera vez. Cuando el chango Sebastián se mudó a la Loma, sólo tenía una hija, la China, y su mujer, Viviana, todavía no tenía arrugas y tenía el pelo negro negrísimo. Ahora llegaba ella muerta de cansancio, con un cansancio infinito que no se le quitaría ya hasta el día del Juicio Final por la tarde. Viviana pensaba que ni siquiera en la tumba descansaría. Ni siquiera en la tumba. La Petra se tenía creído que estaba buena, pero no todos los días es pascua, y le pasó lo mismo que a esta otra que vivía al lado de la tienda del chinito y que andaba siempre a ver qué se le pegaba y buco rochín y buco besito pero a la hora de la verdad nada, hasta que se metió con un man de los que no se andan con vainas y se la llevó por los lados del cementerio y en el fotingo que tenía le hizo todo lo que le dio la gana y más, para luego casi matarla del susto y mandarla a su casa a pie y a pata como la garrapata. La Petra no creía en que si una mujer quiere ser la sólida con un man tiene que dejarlo que mande en la chanti, pero aprendió la lección en carne viva, porque en su rancho no mandaba nadie más que ella y a la hora de los mameyes Vitá, que vivía 10

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como hombre-objeto, dio la impresión de que se lo había tragado la tierra. El chango Sebastián sorbe ruidosamente la sopa que parece hecha exclusivamente de agua de lluvia. La China no es fea, pero carece de la belleza salvaje de Choni. ¡Está tan demacrada! Lo que la salva es que es bien inteligente. Las mujeres que piensan con la cabeza es porque no se pueden dar el lujo de pensar con los ovarios. Viviana sabe que la China no se quedará en la Loma. Viviana sabe que dentro de unos años sólo quedarán en la Loma ella y el chango Sebastián, que sus hijos tomarán su ruta cada cual por su lado y vendrán a visitarlos, si el tiempo no lo impide, tal vez, dos veces al mes. El chango Sebastián quiere que la China termine la secundaria, al Cholo no le gusta estudiar, y la Choni es de las que consiguen lo que quieren con sólo pedirlo. La China quiere ser doctora y el chango Sebastián piensa que es una carrera muy cara, pero no se lo dice. Tal vez si saca primer puesto en la secundaria le den una beca. A Viviana no le han pagado todavía esta semana y a él no le sale otro camarón como el de Don Clodo. Pero al Cholo no hay que ponerlo a trabajar todavía. ¡Que estudie aunque no le guste! Más tarde lo agradecerá. Empieza a molestar la úlcera. El chango Sebastián sorbe ruidosamente la sopa que parece hecha exclusivamente de agua de lluvia. El tipo ése en la bodega me dijo que tanta carne y él chupando hueso. Voy a quitarle a la China un brasier y rellenarlo con algodón para que no parezca un embudo. El tipo ése en la bodega no está del todo mal y es interesante. Me preguntó que por qué era tan bonita y no supe qué contestarle. Desde mañana, cada vez que vaya a la tienda del chinito, paso por la bodega. Viviana le dice que Choni, la sopa no es para mañana y con un sobresalto ella sale de su abstracción. Viviana sabe que la Choni ya está dejando de ser una niña y presiente la crisis pluriglandular que se avecina. Sonríe con miedo en su interior. Dentro de poco va a empezar el eterno vigilar de las compresas y el chango va a estar siempre detrás de ella para que no ande con éste ni con aquél y yo voy a tener que alcahuetearle más de un novio y defenderla de las paleras 11

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que le querrá dar el chango cada vez que se entere de que vacila con alguien. La China sabe lo que piensa Viviana. Cuando ella tenía la edad de Choni era lo mismo, pero ahora que ya está grandecita y sabe cuidarse sola, la mamá tiene que orientar a la negra, que de verdad va a dar mucho dolor de cabeza. Ayer me preguntó que qué se sentía cuando se besaba a un hombre y yo le dije que era como caminar sobre algodón. El Cholo se levanta y dice adiós.“Voy a ver a la pelá”. El chango Sebastián mira a Viviana cuando el Cholo desaparece como tragado por la noche de la Loma. Voy a quitarle un brasier a la China. Tengo que impresionar al tipo ése en la bodega. El chango Sebastián toma un poco de agua. Mamá va a tener que sujetar bien a la Choni, no sea que un día de éstos meta la pata. El chango Sebastián deja el vaso en la mesa. Ojalá el Cholo no haga ninguna locura; chango no lo soportaría. El chango Sebastián se seca los labios con el dorso de la mano. El cholo es un bravo, pero como meta la pata, Viviana no lo cuenta. El chango Sebastián sorbe ruidosamente la sopa que parece hecha exclusivamente de agua de lluvia. Sigue molestando la úlcera.

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aminar desde la Loma hasta el centro de la ciudad es un asunto que no tiene nada de agradable. Sale uno a pie como un camello y tiene que pasar entre hileras de casas brujas que parecen un cinturón de fuego y que golpean la vista con su miseria estampada en el rostro. Y uno adivina la vida de los que viven en ellas, que las construyeron de madera, cartón y zinc porque no podían vivir en apartamentos ni en multifamiliares, porque no tenían ni para el mendrugo del mediodía. A través de las ventanas ocluidas con cartón, porque no hay peligro de ladrones (nadie roba donde no hay), se distingue una luz amarilla nacida de un bombillo lleno de polvo. Y uno sabe por experiencia que lo que alumbra ese foco es una familia, si se puede llamar así, que chapotea en un plato de metal y discute que si el patrón esto y que si el patrón lo otro. Y uno avanza hacia las luces de neón que guiñan coquetonamente a lo lejos sin parecerle que nunca va a llegar y que nunca va a salir de esta pesadilla para entrar en el sueño dorado de los que tienen elevador en sus casas y portero y aire acondicionado. Algunos turistas gringos se entretienen fotografiando los paisajes, para ellos pintorescos, de los pueblos south-of-the-border y se enorgullecen de su alto nivel de vida. Los chiquillos les piden sonriendo que los retraten con sus barriguitas infladas de lombrices e hipoproteinemia y sus ojos de unicornio traicionado. Y uno aprieta los puños y camina entre el olor a estiércol, a chingongo y a berrinche, a perro sarnoso no bañado y a old spice, y piensa uno lo que no debe. Y sigue cami13

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nando, sin divisar casi ni un automóvil, pensando en que la ciudad está a lo lejos en el espacio y en el tiempo, y que la Loma no se acaba nunca y que parece que estuviera uno sembrado y no se pudiera mover. Pero no es verdad. Se va uno metiendo más en la Loma a medida que va saliendo, porque va descubriendo que mientras que se disipa la miseria física se vislumbra la miseria real de unos seres que se mueven sin saber dónde ir y sin importarles hacia dónde los llevan o hacia dónde los mandan. Y uno piensa que por lo menos en la Loma todos tratan de salir aunque sea hundiendo a los demás, pero algo es algo y peor es nada. Muchos quedan rezagados, pero otros, los que menos miedo le tienen al mundo, logran dejar atrás toda esa historia obscena de frustraciones y bochinches. Tú te acuerdas de cuando Carmencita estaba en la Loma. Era gordita y algo graciosa, y tenía, además, un charm que la hacía caer bien siempre. Tú te acuerdas del señor Armando, su viejo, que era un alcohólico y también sabes que su vieja se fue de la casa con un individuo que dizque estaba podrido en plata y luego resultó que era un limpio. Su hermano se llamaba Raúl y lo mataron de un botellazo en el bohío Santa Rosa un martes de carnaval por pasarse de liso con la hembra de un tipo que estaba bien agarrado. Tú te acuerdas que Carmencita se mudó a la Loma cuando estaba en quinto año de secretariado y vacilaba con un medio hijo de un concejal que tenía una plantación de marihuana en el patio de su casa. Su viejo le decía que este estado de cosas no podía continuar y que lo que se necesitaba en el país era mano fuerte y acabar con la corrupción y Carmencita se reía y le decía que no, que el mundo es de los vivos y que los pendejos se quedarían siempre pelando bola. Y al reírse mostraba ese hoyito que tenía en el cachete y que tanto te gustaba, y su risa salía cristalina y limpia, como si nunca hubiera pasado penalidades y como si no viviera en la Loma ni hubiera tenido que dejar de vivir en los barrios bajos porque no podía pagar el alquiler y como si no la atormentara el recuerdo de su madre, ligera de cascos, que cogió sus 14

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maletas un día y no volvió más. Y su viejito, arrugado pero conservado en alcohol, bajaba la cabeza y sonreía amargamente: porque el señor Armando era un revolucionario frustrado. Arrecuérdate que a todo el mundo le decía que el país precisaba urgentemente un cambio de estructuras, y cuando los ideales del anarquismo se le hicieron insuficientes, se pasó a los comunistas, e incluso trataba de convencerte a ti, Santo, de que esto no podía seguir así. Pero nadie, Santo, ni tú, le hacía caso, porque iban a empezar las carreras y había que hacer las apuestas. Y el señor Armando se tomaba una pachita, pensando en que tal vez la revolución que se esperaba y que él creía inminente tendría que venir de la derecha de los militares. Los comunistas no darían tanta carrera de caballos y tanta fiesta. Y cuando el medio hijo del concejal que plantaba canyac en el patio de su casa decidió romper con Carmencita, el señor Armando le volvió a repetir que un día había que sujetar al país con una mano que fuera muy dura. Carmencita se echó a reír con esa risa que tú decías que parecía de cristal y le contó entonces que estaba enamorada de ti, pero que no te daba chance porque contigo no tenía porvenir. El señor Armando tomó dos pachitas más de lo que solía beber al día y fue cuando empezó a sentir como hormigas en la punta de los dedos y que se cansaba más de lo que debía. Tú te acuerdas del otro novio que se buscó Carmencita y que tú traías todas las noches en tu taxi. Era un futuro abogado y Carmencita sabía que se le empezaban a abrir las puertas del mundillo high class y cuando él le pidió que fuera suya ella accedió sin dudarlo, pero te acariciaba a ti mientras lo besaba y explotaba de pasión en tu taxi mientras los muelles de su cama rechinaban coreoatetósicos. Las caricias de Gonzalo no existían y los labios que aprisionaban sus carnes eran mentira. Carmencita, Santo, era tuya mientras Gonzalo temblaba en sus rincones y lloraba y reía con esa risa que parecía campanas de árbol de navidad y se abandonaba a ti, que estabas en ese preciso momento cobrando setenta y cinco centavos y oyendo el renegar 15

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de la vieja beata que iba a misa de seis de la mañana y que no quería pagarte después de haberte despertado, y gritaba y arañaba y mordía hasta quedar extenuada en el asiento trasero de tu taxi, sintiendo la cara lampiña y húmeda de un futuro abogado jadeante entre sus senos y los pasos vacilantes de su viejito que llegaba a dormir la moña. El señor Armando se bebía una caja diaria de seco y nadie le preguntaba de dónde sacaba la plata porque sabían de sobra que un futuro abogado llamado Gonzalo corría con todos los gastos. Nadie le daba una semana de vida, pero el señor Armando seguía firme a la causa, para beneplácito del cantinero y del dueño de la bodega. Carmencita quiere cagar más alto del culo y el día que venga la revolución va a pasarla mal. ¡Otro trago! Y el cantinero le dice don Armando y le sirve otra medida de seco. Porque nosotros somos así, tan cómodos, porque nunca hemos tenido guerra civil. Y los comensales ríen estruendosamente. El policía que hace la ronda entra un momento. ¿Hasta cuándo tenemos que esperar a que las armas nos hagan entrar en razón? El policía sonríe porque sabe que le está dando coba. Salvo el viejito que lanza su mitin, por lo demás inofensivo, todo está tranquilo. El policía sale. El señor Armando dice que si no son los militares serán los comunistas y los clientes ríen porque están seguros de que a su sistema democrático no lo quita nadie. El señor Armando se toma de un trago la octava medida de seco. Carmencita dice mi amor y besa a un futuro abogado con los ojos cerrados porque eres tú. ¡La democracia no existe! Chalo —o Santo, da igual—, te quiero mucho. ¡Es una patraña made in USA! No seas malito conmigo; pórtate bien. ¡Cuando cambie este estado de cosas, ya veremos! Cuidado, no ves que me haces un chupete. ¡Los gringos son todos unos cabrones! Así, así sí, suavecito. ¡Y debemos buscar nuestra identidad! Siempre seré tuya, amorcito. Y así, Santo, óyelo bien, llegó a viceministro. Arrecuérdate que se dijo en el barrio que se hizo querida de un monogordo de ésos que mueven el país sin dar la cara y también se dijo que tenía 16

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talento. Pero de que Carmencita es tiesa no lo duda nadie. Se separó de la gente de la Loma definitivamente, aunque no se podría decir que tuvo amigos en el barrio. Gonzalo la introdujo en los círculos que él frecuentaba y cuando ella se graduó de secretaria, le consiguió un trabajo bien remunerado en una de las más potentes compañías bananeras, pero sus relaciones se enfriaron cuando él estaba a punto de graduarse y le parecía que su vida de estudiante no podía en modo alguno identificarse con su vida profesional. Ella dejó el asunto en el aire desde el primer día que empezó a asistir a clases nocturnas de perito comercial. Así, de día contabilizaba el dinero y los guineos que los norteamericanos les vendían a los suecos y de noche se quemaba las pestañas estudiando. El señor Armando se murió antes de que Carmencita entrara en la universidad a estudiar administración pública. En realidad fue un alivio porque ya no sabía cómo presentar a su viejito borrachín, siempre soltando frases subversivas y exigiendo la revolución para el día siguiente. Al entierro no fueron más que unos diez de la Loma, entre ellos el chango Sebastián y tú, Santo. ¿Te acuerdas? El entierro lo pagaron los compañeros de Carmencita. Y dos meses después ya se había olvidado por completo del señor Armando y se había encarrilado en los estudios y dale que te dale y dale que te dale hasta que obtuvo su diploma universitario. Entonces dejó la bananera y se cambió al seguro social. Se fue haciendo paulatinamente una cara conocida en la televisión y en la prensa diaria. ¿Te acuerdas del orgullo que eso producía en la Loma? Para ese entonces ya no vivía en el barrio y fue cuando Adela quería levantarse al primo de Marta, la flaca culisa a la que violaron los dos gringos cuando fue a bailar a un quinceaños. Y tú te volviste comunista cuando se corrió el bochinche de lo que pasó con la comadre de Viviana. Fue a verla para que le consiguiera un empleo para su hijo porque a su marido lo había botado del trabajo el rabiblanco que se había levantado la Petra en una chupata y que era padrino de Julito, el hijo más pequeño de 17

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la comadre de Viviana. Carmencita la recibió en su despacho color verde caña y le dijo que se sentara un momento mientras ella despachaba unos papeles relacionados con la profilaxis de la peste bubónica. Carmencita, para ser viceministro de sanidad, tenía muy poca idea de medicina preventiva e higiene, pero eso realmente tenía poca importancia. Entonces le dijo a la comadre de Viviana que ellos eran pobres porque querían, porque sólo pueden morirse de hambre los que son vagos y sinvergüenzas. ¡Éramos pocos y parió la abuela! El chango Sebastián le llevó un pañuelo a la comadre de su mujer que estaba hecha un mar de lágrimas. ¡Decirme eso a mí, que soy pobre pero decente! El chango Sebastián piensa que él ya se imaginaba que eso pasaría. ¡Decírmelo a mí, que estoy pasando este mal rato porque no quiero ser la querida de ningún platudo, como Mercedita que quema a su marido con el gerente de un banco! Al chango Sebastián le parece estúpido que algún platudo se fije en la comadre de Viviana, que le faltan los colmillos, las muelas, y un incisivo. ¡Decírmelo a mí, ella que salió de la Loma usando lo que sólo pueden usar las mujeres! Viviana trata de consolarla y al chango Sebastián le parece que desde esa noche su mujer va a tener un par de canas más, pues Viviana se contrae como cada vez que siente que irrumpe sobre su cráneo alguna hebra plateada. Es que así son de malagradecidas ciertas personas. Sí, comadre, pero yo nunca le he hecho nada malo a nadie, si no que lo diga aquí el compadre. El chango Sebastián quiere que se acabe este seudodrama para meterse en la cama, que Don Clodoveo Vigil le ha encargado una biblioteca completa y quiere levantarse con los gallos. ¡Qué diría el señor Armando, que en la gloria esté! ¡Decírmelo a mí, comadre! ¡A mí! Y tú, Santo, fuiste también a enterarte de lo que pasaba, y esa noche juraste por tu madre que no se muera que ibas a hacer todo lo posible por liquidar a todos los responsables de este estado de cosas y te sorprendiste al ver que el señor Armando era el que hablaba por tu boca. A través del silencio de noche, sólo quebra18

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do en algunas notas por el concierto de los grillos, tú oías la voz del viejito borrachín que trataba de poner en guardia a todos los que le escuchaban el mitin en la cantina. Y te sentiste pobre, más pobre aún; débil, más débil aún; tonto, más tonto aún. Y fue cuando por medio de un amigo solicitaste formar parte del Partido Ñángara. Y te aceptaron.

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l cabello se desparrama sobre la espalda. Es del color del café con bastante leche y la espalda es como la leche con diez gotas de café. La espalda está cubierta por una blusa de color azul. El cabello hace un marco a una cara que no es tan guapa pero que atrae. El cabello cae sobre la espalda que se prolonga hasta una cintura que se quiebra cuando las dos manos como la leche con diez gotas de café dejan bajo el grifo la lata de manteca vacía. La cintura se desquiebra y ocho ojos se fijan en las caderas poco presuntuosas enfundadas en un short amarillo, y en las piernas color de leche con diez gotas de café que esperan, tranquilas como columnas áticas, a que la lata se llene del agua más pura del mundo. El agua la llama. Su abuelo fue marino y cuando se fue su abuela estaba encinta. Su madre se amarró con un marino y su hermano, Eustaquio, se lanzó un buen día a la mar. Su figura es de sirena y Gloria dio gracias a Dios cuando nació niña, porque así no la dejará sola por irse con el océano. Las chancletas de caucho resbalan con el agua que les cae. Su padre era marino y venía de un país desconocido para los geógrafos. Las demás mujeres del barrio de tolerancia decían que era descomunalmente macho, fulo y fuerte, como dos toros atados por la cola. El sol golpea en la piel color de leche con diez gotas de café y rebota, sin penetrar, sin curtir, sin quemar. Se llamaba José, y Gloria lo despidió jadeante y dolorida antes de que desapareciera para siempre de la faz de la tierra. Los ojos amarillos 21

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contemplan el agua, la más pura del mundo, dar vueltas y cabriolas sobre sí misma y salpicar alegre a los que la rodean. Gloria evitaba a los marinos y Fabiola aprendió de ella que los marinos besan y se van y una noche se acuestan con la muerte en el lecho del mar. El agua la llama. Sus labios se entreabren y la lengua los recorre de comisura a comisura. El sol pica y cuartea, pero no penetra, no curte, no quema. Nada puede oponerse más a un marino que un verdulero del mercado. Por eso, cuando Yuní le pidió que se arrejuntara con él, Fabiola no lo pensó dos veces. El cabello se desparrama por sobre la espalda. La lata no se llena, pero Yuní tampoco es tan macroscópicamente viril como su progenitor, el marino que se llamaba José o, por lo menos, no tanto como ella se lo imagina. Mejor. Los marinos hacen llorar al cielo, por eso el mar está tan húmedo. Los marinos que se llaman José desarticulan las caderas de las putas que se llaman Gloria, sólo para que Fabiola contemple con sus ojos amarillos la lata de manteca vacía que se llena del agua más pura del mundo y que va a llevar a su casa bruja, donde Yuní almorzará las mismas verduras que vende en el mercado, lavadas por el agua más pura del mundo, y luego reclamará sus entrañas. Los ojos son amarillos y parecen oscuros cuando se esconden tras las cejas negras. Las manos se mueven y la lata de manteca vacía queda encaramada en un hombro color de leche con diez gotas de café y cubierto por una blusa azul. Las columnas áticas se van y ocho ojos las pierden de vista cuando doblan por detrás de la casa que tuvo primero el cueco Ganchudo y después Carmencita, la que llegó a viceministro, y que hoy sirve para que los chiquillos salten y hagan malabarismos y acrobacias en sus vigas casi carcomidas por el comején. La casa bruja está sin Yuní. Los ojos amarillos ven sólo a Candid, el primogénito y heredero de la verdulería, dormido encima de la cama como si no existiese. La casa está vacía. Yuní no ha hecho acto de presencia. Candid tiene la piel cobriza. Nadie diría que es su hijo. Fabiola pone a hervir la yuca, el ñame y el otoe. El agua la llama. Su familia tiene la piel salada desde el diluvio y Candid 22

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sólo se duerme oyendo el ruido de las olas golpeando sobre las rocas o algo semejante. El océano es grande, para almacenar todos los sueños. Por eso Gloria se vino a vivir a la Loma: porque queda bien lejos del mar y así soñaría menos con el crujir de su pelvis ante el empuje de José y así los hijos de su hija soñarían menos con el mar. La blusa azul asfixia. El short amarillo aprieta. Yuní no llega y ya casi es la hora de comer. Candid se despierta y hay que darle su mamadera. El babero está en el ropero, si es que se puede llamar así. La mano de leche con diez gotas de café retira la cortina de mantasucia. Está el babero, pero no la ropa de Yuní. ¡No es posible! Si yo sólo salí un rato a casa de miss Gantrí y después fui a la pluma a buscar el agua. Toda la existencia puede concentrarse en un relámpago. Los ojos amarillos se llenan de agua salada de mar ancestral. Gotas doradas. Las manos se crispan y el busto sube y baja. La frente suda y las columnas áticas tiemblan. Candid llora. El mundo cambia de color y sube, sube, sube hasta el cabello que se desparrama sobre unos hombros cubiertos de azul que se convulsionan. ¡No es posible! ¡No! Se consume el agua en el fogón. Candid llora pero no hay nadie en la casa bruja. El sol se esconde tras una nube y el olor a tragedia se esparce por la Loma como cuando, después de muchos años, apuñalearon a la Petra y se regó un olor a venteconmigo que se amarraba en los poros y no se soltaba. ¡No es posible! Alguien ha visto a Yuní por casa de la Petra. ¡Por mi madre que la mato! Se acelera la tierra. Se detienen los relojes. Es mediodía en un día como otro cualquiera. Los perros siguen dos columnas griegas por la senda de barro que termina tras una valla de papos que sirvió de escondite a una chola llamada María cuando se desató la peste de trancazo y el chango Sebastián fue a ver al hijo de su compadre Chón, el barbero que motila a una cuadra. Josesito, está loco el pobre. Josesito se acerca. Fabiola sabe que la Petra no está, pero no sabe que ha ido a casa de Ubalda la curandera para que le rece y le quite la mala suerte. La Petra no es tonta y se imagina que la mujer de Yuní va a venir a buscarla. Josesito le 23

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dice que tampoco está el verdulero y Fabiola se sienta en la puerta a esperarlos. No corre el tiempo. Los chiquillos empiezan a acercarse como si fuera un circo. Los ojos amarillos echan llamaradas y todos procuran ponerse fuera de su alcance, por miedo a una desintegración. No viene la Petra. No viene Yuní. No se va Fabiola. No pasa el tiempo. No llueve. No sale el sol. Todo es negativo. Candid llora. ¡Que llore! Fabiola quiere ver a su concubino y a la cochina zorra que se lo llevó. Alguien propone montar un quiosco mientras llega la Petra y los ojos amarillos se ponen anaranjados. ¡Hija de la gran puta! El grito ha salido desde lo más recóndito de su estómago, como si a través de su garganta vomitaran odio miles de millones de marinos que desayunan cocacola con helado y cenan dos barriles de cerveza. Fabiola es el océano. A su alrededor vibran miles de peces, anodinos, sin escamas ni agallas, esperando ver el combate entre tintoreras. Candid llora. ¡Que llore! La tarde cae súbitamente, como en la obra de Beckett, y ya es de noche, sin que nadie se dé cuenta, hasta que ya no pueden verse las niñas de los ojos. Las columnas áticas se estiran y se ponen en marcha. ¡Se acabó el show! La Petra perdió por incomparescencia. La Petra es intocable. Había que esperar algunos años antes de que alguien llamado María, chola, bajita y algo flaca, la apuñaleara.Los ojos amarillos se ocultan en la penumbra. Candid llora y hay que darle la mamadera. El aire se apacigua. Fabiola llega a su casa. Riemand es un chombo que es medio busero, medio carpintero y medio maloso. Riemand la espera. La mira directamente a los ojos amarillos. Son dardos que penetran hasta la cisura calcarina. Un pecho tras una blusa azul percibe una taquicardia inconfundible. Es de noche y la noche es cálida. Así que Yuní se fue con la Petra; bien, aquí ‘toy yo. Fabiola se deja abrazar. Fabiola se dejará amar durante un año. Le gusta mezclar su piel como la leche con diez gotas de café con la piel que suda tinta. La piel azabache se incrusta en su silencio. Los ojos amarillos se pierden en la noche de esa epidermis que brilla más que la misma noche. Nuestros hijos parecerán domi24

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nó. Fabiola se dejará amar a golpes de bongó y ritmo africano. El agua la llama. Se deshace entre los brazos de ébano. Candid llora. ¡Que llore! Ahora soy feliz. Fabiola amará con ritmo de macafulé, vertiginosa como los huracanes del Caribe, ardiente como su chabola. Fabiola amará y se dejará amar durante un año, a golpe de conga y tambor, de saxo negro y desteñir de amor sobre su carne rosa. Fabiola beberá durante un año del cacao en su propia fuente, del café fuerte y sin azúcar, puro y espeso como la noche de la Loma. Fabiola amará y se dejará amar por primera vez en su vida y por última.

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ilvia era una runcha.

Es difícil definir a una persona con setenta palabras o con una imagen, cuando hay palabras que no sólo se definen a sí mismas sino que son susceptibles de dar un concepto adecuado de toda una gama de cosas. En este aspecto, el lenguaje de la Loma, como el de todo el país, es meramente conceptista. No basta con saberse la definición para imaginarse a una runcha, pongo por caso. Es necesario utilizarla sólo en determinados momentos, cuando la palabra equivale exactamente a lo que se quiere indicar. No es lo mismo, por ejemplo, una zorra, una ramera y una surrupia, porque aunque las tres palabras indican un tipo especial de oficio, hay graduaciones entre ellas que les imponen límites precisos. Y así sucede con la mayoría de las palabras que, a la larga, se convierten en modismos: no es lo mismo decir carrazo que carrón, porque si bien uno indica abundancia de lujo, el otro indica abundancia de tamaño pero carencia casi absoluta de lujo, y tampoco se pueden equipar palabras como vulva y chucha, porque si bien la primera indica una parte precisa de la anatomía femenina, la segunda indica un complejo de órganos que superan a la vulva en límites y función. Así, el decir que Silvia era una runcha significa ni más ni menos que Silvia era una runcha y no podía ser otra cosa. Sólo se puede definir a Silvia diciendo que era una runcha, pues esta palabra no es como la palabra vaina. 27

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La palabra vaina es un comodín, por no decir un diccionario. Es la palabra que puede sustituir a todas las demás del vocabulario sin que por ello el que la mencione quede mal ante quienes lo escuchan: ¡vea la vaina! ¡qué vaina! tráeme la vaina aquella, eres una mala vaina, tal cosa es una vaina muy fea, la vaina es una vaina que no tiene definición porque es una vaina ponerse a definirla, esta vaina es una vaina, deja la vaina en su sitio, siempre me pareció que esa tipa tenía una vaina rara, le pegó con la vaina ésa y le calló la boca, vamos a ver qué vaina se le ocurre ahora, ¿qué vaina?, eso fue como el vainazo que soltó el otro día, ¡qué vaina más pendeja, creí que la vaina no se acababa. Pero el diagnóstico diferencial se logra precisamente porque la vaina tiene capacidad funcional y potencial para colocarse en medio de una frase cuando no se sabe qué palabra emplear, y la palabra runcha sólo define un estado de desaliño tal que sería menester una película para definirla, porque una imagen sería insuficiente. Es como definir a una rambulera, que es un concepto que se graba en el inconsciente sin que nadie, pensándolo, llegue a describir a una en su estricto sentido. Decir que Silvia era una runcha es decir que Silvia valía sebo, algo más o menos. Silvia era taquillera en un cine. Silvia era vecina de Mista Smith, que no tenía más que un apellido porque no tenía mamá y se creía el cerro takarcuna. Silvia, pese a todo lo que intentaba, no dejaba de ser una runcha. Iba a trabajar en chancletas y con el pelo de estopa hecho una etcétera. Silvia no usaba sostén y los pechos le caían por debajo del ombligo, aplastados como corbatas. Cuando usaba pantalones, los llevaba tan ajustados, que se le notaba la digestión desde la acera de enfrente. Y se llenaba la cara de colorete y de cremas hidratantes, deshidratantes, noxema y hasta, si se quiere, calamina. Silvia era una runcha. Otra cosa no podía ser cuando se notaba su presencia antes de que llegara por la estela de olor a ajo mezclado con berrinche o cualquier cosa parecida a ese coctel aromático. Ni haciéndolo adrede nadie sería tan runcho como Silvia. Nadie sería capaz de llevar un traje tan arrugado que parezca una ciruela-pasa, 28

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ni de pintarse las uñas de morado para lucir con un vestido blanco adornado con dos flores verdes en la cintura. Silvia era una runcha de campeonato, tan runcha que espantaba a los saínos y atraía sobre sí toda suerte de moscas, tábanos y demás gente simpática. Pero Silvia era buena gente, y siempre tenía el corazón abierto para ayudar a los demás. De no ser así, quedaría totalmente aislada en un mundo donde la incomunicación es un problema que no existe porque nadie puede dejar de comunicarse, como Susanita, el personaje de Quino. Ser un Lobo Estepario en la Loma es como ser negro y aspirar a la presidencia del Klu-klux-Klan. Y si por ser runcha Silvia se iba a condenar voluntariamente al ostracismo, entonces el Apocalipsis sería un juego de niños. Por eso cuando Mista Smith se volvió loco su mujer buscó primero que nadie a Silvia y por eso Arnoldo vino en su busca cuando encontró a la merola con Josesito un día de Corpus Christi que él salió a beber con un compadre suyo y dos amigos de la infancia. Pero, con todo y su corazón de oro, Silvia siguió siendo una runcha.

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i algún día se llega a saber a ciencia cierta por qué en los pueblos donde la alimentación es más deficiente hay un culto a la mujer gorda, se conocerá casi exactamente la sicología de Papito, el cuñado de Mireya, la que violaron cuando venía del velorio de su primo Meco, que había servido de almuerzo a un tiburón en la bahía cuando el mar llegaba hasta el antiguo fuerte español que sirve de murallón pintoresco para los turistas y los enamorados. Papito estaba viviendo con Cintia, la hermana gorda de Mireya, y Meco estaba casado con Zoraida, la hermana gorda de Eulalio, el que se fue para los esteits y que dizque era primo de la Petra y de su hermano Josesito. Pito el tracalero, por su cuenta y riesgo, vivía con Domitila, la gordota del mantón de manila, arriba de la señora que hace frituras. Por otra parte, Mercedita, la prima del negro Palmiro, no es flaca y tiene un marido carnicero y un querido que es gerente en un banco. Da la sensación de que mientras más desnutrido esté uno, más le gusta la mujer que parezca rebosante de manteca. Y en la Loma las gordas están muy solicitadas, tanto que cuando las mujeres creen que no se les nota la lipodistrofia se ajustan tanto la vestimenta que parece que caminan sentadas. Y las que ostentan un prodigioso par de nalgas con apariencia de almohadones, son más orgullosas que las demás pues sus apéndices posteriores se mueven al son del parán papán parin papán, parán papara parán papán. En un ambiente así, las flacas como Marta tienen que estar su31

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perbuenas para que alguien les haga caso. El chango Sebastián sabía que a Choni le caerían encima tan pronto se dejara, porque en la Loma, como en las carnicerías, se cotiza la meat, la carne, más que otra cosa. Y cuando Cintia bajaba de su casa bruja vibrando su monumental anatomía al ritmo del clap clap de sus chancletas de caucho o sus zuecos de madera, sonreía con el adiós corazón de oro, tú eres la vaca y yo soy el toro, y tanta carne y yo chupando hueso, y tantas curvas y yo sin frenos. Papito ardía de rabia y desconsuelo, pero tenía que aguantárselo, y más cuando le recordaban que él era flaco y chaparro, así que Chinta era mucha mujer para él y no llegaba a tocarse las manos en la espalda de su hembra y tenía que subirse a una silla para darle un bembazo y Papito se iba con su música a otra parte donde no le tomaran el tiempo. Casi siempre paraba en la casa de Estebita, un cocobolo que quemaba canyac como loco. Estebita se afeitaba la cabeza y después se untaba brillantina para que cuando le volviera a salir el pelo le saliera liso. Y así, ya llevaba seis años cuando Papito entró en su gallada de marihuaneros. Entre ellos estaba también mista Dayas, un tipo con cara de hampón y un bigote frondoso como el del jefe del penal donde había estado años atrás, conocido como el Prieto Trinidad, que fue asesinado en su noche de bodas y cuyo epitalamio fue muy sonado. Otro que formaba parte del lote que quemaba la yerba santa era Buchí Sarmiento, vendedor de raspado y ahora vendedor de lotería clandestina. Pero no todos eran de ese calibre. También se pegaba su viaje astral Hermenéutico Vigil, hijo de Don Clodoveo Vigil, dueño de una fábrica de pinolillo; y el toque legal lo daba el licenciado Encarnación Valdés; experto en cubrir peculados y que tenía su bufet justo enfrente de un ministerio. En la Loma la gente se batea en pila y de vez en cuando aparece el alacrán y carga con los que no tienen un padrino influyente. Por eso a la garulilla del Estebita nunca le hicieron nada, pero cuando a Papito le dio por fumarse su cannabis a solas, lo guardaron en la Modelo durante años, antes de mandarlo a la isla. En el 32

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juicio que le hicieron —porque le hicieron juicio—, y al que no asistió nadie, ni el licenciado Encarnación Valdés, como defensor, el juez indicó a los presentes que Papito era un germen del mal que nos acecha y debemos, en bien de la Comunidad, deshacernos de esa lacra social que como un cáncer invade hasta el estamento más íntimo de la dignidad propia del individuo, haciéndole llegar a las más abyectas bajezas y Papito lo miraba como quien no entiende y el juez le decía que en las manos de la ciudadanía está el prevenir estas enfermedades del cuerpo social, como son la droga, el vicio y el hurto, porque indiscutiblemente este hombre robó para procurarse esa maléfica arma con la que elementos ajenos a toda noción de decencia quieren corromper la simiente del fruto sagrado de la Creación. Como siempre, había un reportero aspirante al premio Pulitzer en su versión subdesarrollada, que no se perdía nota del asunto, y a la mañana siguiente Papito era pan caliente en todas las casas que compraban el diario Opinión. A los tres días de haber sido arrestado, una Sociedad de Amigos de la Comunidad, instalada provisionalmente, con carácter urgente, y presidida por Don Clodoveo Vigil, dueño de una fábrica de pinolillo, publicó una resolución en la que se exigía la pena máxima, veinte años y un día, para esa célula de descomposición del orden establecido que era Papito. Una semana después, y con carácter de exclusiva, el diario Opinión publicó con pelos y señales la biografía del más peligroso que se conocía de los delincuentes que había dado el mundo contemporáneo, con excepción de la Trinidad Sangrienta, es decir, Guevara, Cienfuegos y Castro. Papito había saltado del anonimato a la fama más de prisa que Elvis Presley y Cintia movía las caderas con más acento que antes. Parán papán, parán papán, parán papara parán papán. El repentino revuelo en torno a su concubino hacía más importantes el clap clap de sus chancletas de caucho cuando bajaba de su casa bruja a hacer un mandado o a comprar menticol para el pertinaz dolor de cabeza que la había recién atacado y que la hacía más interesante. En una entrevista televisada, y en color, doce 33

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días después del arresto de Papito y que el chango Sebastián vio en la mueblería del gallego, el licenciado Encarnación Valdés, a la sazón Honorable Diputado a la Sexta Asamblea Nacional Constituyente, reunida por sexta vez para elaborar la sexta constitución, explicó en detalle que los artículos que se habían aprobado ayer noche representaban el logro más avanzado en legislación del mundo, incluyendo a Suecia. Se había aprobado una enmienda a la Constitución anterior, en la que se decía que todos los ciudadanos, menos los viciosos, maleantes y demás, son iguales ante la ley sin distinción de credo, raza, nacionalidad o clase social. Es un artículo muy interesante, dijo, porque, y usando palabras del hombre de la calle, que es, en definitiva, a quien defiende nuestra Carta Magna, los canyaceros no tienen ni tendrán derechos jamás en nuestro país, porque precisamente, y como hemos visto, no se incluyen entre los ciudadanos iguales ante la ley sin distinción de credo, raza, nacionalidad o clase social. Y el tal Papito ése al que, en un alarde de pundonor y estricto sentido del deber, retiró de la circulación nuestro glorioso y grandioso Cuerpo de Policía, representa, en tanto que malhechor y depravado, un atentado contra todo lo que nuestra Constitución, de la que este humilde servidor es co-creador, postula. De acuerdo con esto, se aprobó ayer noche un artículo por el cual la Corte Suprema puede aplicar pena de muerte a los que atenten contra el documento más sublime del país, a quien han jurado defender todos los magistrados. Y el clap clap de las chancletas de caucho de Cintia se fue convirtiendo en el sonido de las tablas de los antiguos leprosos cuando entraban en los poblados y las enormes moles de grasa que bailaban al final de su espalda fueron desde entonces el backside de la canyacera. Una publicación oficial traía un ensayo sobre La Droga, esa Lacra Social, firmada por el Lic. E. Valdés, H.D. Y Don Clodoveo Vigil empezó a hacer propaganda de pinolillo a costa de la marihuana y el ataque a los viciosos se extendió a los hippies que la consumen y a los que tenían el pelo largo y Estebita el cocobolo se reía porque el que ríe de último 34

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ríe mejor y antes se reían de él porque se afeitaba la cabeza y se la untaba con brillantina para que cuando le volviera a salir el pelo le saliera liso, y Papito veía pasar los días y venir las lluvias e irse las lluvias y volver a venir y volver a irse y él enchirolado pidiendo un cigarrillo a los que pasaban por debajo de la ventana de su celda y Chinta que ya no lo quería y se había regresado a su casa con su mamá y Mireya y el man que vive con su mamá y los días pasaban y pasaban y pasaban y en la pascua le pasaron un par de bates para que se fuera de peregrinación a alfa centauri y cuando menos lo esperaba lo embarcaron para la isla. Y el mundo se olvidó de él y siguió viviendo en paz, sin su enemigo público número uno... después de Allende y Castro...

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arta era todavía una chiquilla cuando el señor Miguel, jubilado de profesión, manifestó que los dos botones que tenía la culisa al frente del tórax harían suspirar a más de una generación de hombres. Por lo pronto, él ya suspiraba por esos pechos que eran sólo pezones. Al señor Miguel lo estimaba todo el mundo en la Loma porque no era amigo de meterse en la vida ajena. Era un espécimen raro en el barrio, donde las casas de madera hacían propicia la curiosidad de los más acerca de la vida de los menos. El señor Miguel tenía por distracción el jugar al fútbol con los chiquillos y el narrar historias de su juventud. Hacía tanto que se había jubilado que nadie le creía cuando decía que en su tiempo no había ni penicilina, ni cines, ni jets, ni skylabs, ni apolos, ni mustangs, ni playboy, ni bombas atómicas, ni james bond, ni contaminación atmosférica, ni conferencias de desarme, ni naciones unidas, ni uniones soviéticas, ni países no alineados, ni pactos de Varsovia, ni otanes, ni televisión en color vía satélite, ni Pelé, ni manos de piedras, ni Tom Jones, ni sonido estereofónico, ni villas olímpicas, ni devaluaciones del dólar, ni hoteles Meliá, ni watergates, ni casos profumo, ni papillones, ni premios casa de las américas, ni países socialistas en el Caribe, ni carreteras interamericanas, ni píldoras anticonceptivas, ni leyes legalizando los abortos, ni catecismos holandeses, ni concilios vaticanos, ni bodas hippies tipo Love Story, ni Beatles, ni torres gemelas más altas que el empire state building, ni Cien 37

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años de soledad, ni el Quijote en fascículos, ni dos alemanias, ni Vietnam, ni Camboya, ni guerra del bacalao, ni muro de Berlín, ni películas pornográficas en Cinerama, ni Simplemente María, ni Boogaloos, ni Santana, ni Sandro, ni Raphael, ni El Gran Combo, ni chinos en la ONU, ni conflicto Árabe-Israelí, ni Copa Davis, ni campeonato mundial de fútbol en México, ni Festival de Benidorm, ni Isabel Sarli, ni Marisol, ni La ciudad y los perros, ni La muerte de Artemio Cruz, ni hojillas Gillette super silver platinum, ni siquiera mujeres como Marta. Aquel judío, que tenía un andar pesado y tan lento que parecía de siglos, asentía con la cabeza, semicalva y semigreñuda. En los tiempos del señor Miguel había yerba de limón, marionetas, caretas y carnavales, carruajes tirados por bueyes, biblias, catapultas, mata-haris, aire puro, liga de naciones, prusias, tratado de Versalles, santas alianzas, pregoneros en los pueblos, enricos carusos, condones, sexto mandamiento, bodas por conveniencia, doña Bárbara, guerras de Cuba, revistas musicales, el derecho de nacer, chotis, rumbas, congas, raqueles meyer, luchos gaticas, navajas de albacete y mujeres como Bette Davis. El señor Miguel era entonces el que asentía con la cabeza. Y aquel judío, con su andar pesado y lento de siglos, sonreía porque recordaba que Marta era casi idéntica, en cuanto a figura se refería, a Guinevere, la adúltera esposa de Arthur de Inglaterra. Sólo que Marta era culisa y con el cabello negro hasta la cintura, haciendo contraste con su piel canela. El judío sonreía porque sabía que el señor Miguel tenía que ser el primero que hablara de Marta como mujer, y después moriría. No era la primera vez que ocurría y aquel judío, con su andar pesado y lento de siglos, lo había visto muchas veces. Un día, el señor Miguel amaneció muerto sin que nadie supiera cómo ni por qué y ese mismo día desapareció el judío aquel, con su andar pesado y lento de siglos. Nadie pensó que pudiera haber alguna analogía entre esos dos hechos, excepto Viviana, a la que su instinto cuasicanino nunca engañaba y que presintió que aquel hombre, con su andar pesado y lento de siglos, tenía algo que ver en el 38

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asunto. Marta sintió su muerte como había sentido gratitud por ese viejito que se enamoró de sus pezones antes que se hincharan por sus alrededores y la obligaran a usar sostenes. A Marta le parecía que la Loma había perdido a uno de sus poetas más inspirados, porque solo un poeta puede suspirar por los senos de una adolescente. Marta llevaba amores de teenager con Ñato, un tipo que casi no tenía nariz y que vivía al lado de la Petra y su hermano Josesito, en cuyo tambo se reunían al atardecer para darse besos asépticos y abrazos púberes, hasta que un día Ñato, por consejo de sus amigos mayores, le metió la lengua en la boca cuando la besaba y ella no supo qué hacer y él se apretaba a ella y movía la cintura y le mordía el lóbulo de la oreja y ella se dejaba ir, ir, ir y no sabía qué estaba pasando y sudaba por los muslos y sentía eso duro y no acertaba a explicárselo y Ñato le metía la lengua en el oído y sudaba por los muslos y por el cuello y por la espalda y hacía calor y Ñato le subió la falda y ella no sabía que estaba pasando y él separó su ropa interior hacia un lado y ella no sabía qué pasaba pero en el fondo de su cerebro obnubilado se encendió una luz roja y Marta supo que había peligro y recordó que su tía Ágata le decía que cuidado con los hombres, que ellos sólo quieren ya tú sabes y ella ya sabía que Ñato andaba buscando ya tú sabes y que la carne le era extraña y Ñato le decía que se pusiera en la punta de los pies y ella no estaba dispuesta a darle ya tú sabes y apretó las rodillas y Ñato balbuceaba estupideces y ella pensaba que iba a venir alguien y que la iba a encontrar alguien ya tú sabes y Ñato la mordió en el cuello y luego esa cosa caliente y pegajosa y ella no sabía qué hacer y si venía gente la iban a ver y le iban a dar una palera por estar ya tú sabes y Ñato temblaba como si tuviera frío o pulmonía y ella asustada y pensaba que su tía Ágata le previno antes y por eso Ñato se quedó sin ya tú sabes y quería irse a su casa porque se le pegaban los muslos. 39

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(Marta era hija de un vendedor de muestras médicas, y no tenía mamá porque se le había muerto de fiebre amarilla. Marta era muy popular en la Loma, sobre todo después que mandó a Ñato a pasear porque quiso apercollarla más de la cuenta y quería ya tú sabes. No había fiesta los viernes en que no estuviera invitada la flaca culisa del pelo negro hasta la cintura, de dieciséis años recién cumpliditos y carne donde debía tenerla, pero ni muy muy ni tan tan. El chango Sebastián dudaba entre Choni y Marta y le parecía que la culisa estaba más buena que su hija, porque para el chango Sebastián la mejor mezcla es la indio con lo que sea). A Marta la invitaron un día a una fiesta de quinceaños en casa de una gringuita pelirroja y al final del día la encontraron en una cuneta con la ropa hecha jirones, el rostro magullado y cubierto de sangre, la virginidad como recuerdo del pasado. Recuperó el sentido en el hospital y sólo recordaba que la cabeza le daba vueltas, que el gringo de la camisa de cuadros bailaba con ella y la apretaba, que eran tres los que estaban en el automóvil, que uno manejaba y ella se resistía, que el de la camisa de cuadros le pegó un puñetazo en el pómulo y le abrió una herida con el anillo de graduación, que la cabeza le daba vueltas, que se hundía en la noche, que la dejaran en paz, que quería ver a su papá, que no quería verlo, que quería estar sola, que no dejaran sola, que la gringuita pelirroja le decía this is Joe, que Joe tenía una camisa de cuadros, que ella se resistía, que la dejaran en paz, que la dejaran en paz...

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a Petra no se parece en nada a Maruxiña, pensó el gallego sentado a la puerta de su mueblería, tomando la brisa de pascua, que le refrescaba la frente. En nada. La Petra no viste de negro y no es pálida ni tiene el aspecto de quien no ve el sol en siglos ni vive en Verín ni le dice Pepiño, deixa o ribeiro o ven a casiña. La Petra tiene debilidad por la gente de piel clara dizque para mejorar la raza, pero hasta ahora no ha mejorado nada, porque no tiene hijos. Ahora, en navidad, todo el mundo va a cambiar de muebles, y después de reyes me toca tener que ir de puerta en puerta a cobrar y que no me paguen. La Petra está lo que se dice bien. Por algo así valió la pena dejar a sua terriña y lanzarse a la incierta y violenta aventura de hacer las américas, cuando muy bien habría podido irse a Alemania, Suiza o cualquier otro país europeo ávido de emigrantes españoles. Pepiño no tenía morriña, como era de esperarse, sobre todo porque los gallegos pusieron de moda esa palabra, que indica cabanga, pero más espiritual. Verín no lo llamaba en absoluto, ni Maruxiña siempre vestida de negro ni el rapaciño que no conocía y al que le habían puesto Manolo.Verín estaba en Orense, a quince mil kilómetros de distancia y a dos años-luz de su recuerdo. Su amigo Rodiro Caldeiro le había indicado que el mejor lugar en este momento para poner una mueblería era la Loma, y Pepiño das Muleiras contrató al chango Sebastián después que Caldeiro y el catalán Puig le prestaron el capital necesario para montarla. El chango Sebastián trabajó con das Muleiras dos años, y fue luego cuando lo contra41

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tó Don Clodoveo Vigil para que le reconstruyera su casa. La Petra lo llamaba Pepito y el chango Sebastián le decía Chepe. La Petra no se parecía en nada a Maruxiña, siempre vestida de negro. A Pepiño das Muleiras le hubiese gustado tener un hijo de ella y no de Maruxiña siempre vestida de negro. La Petra hacía el amor por afición, no por obligación. La Petra no iba a confesarse después de haber desarreglado con él las sábanas. La Petra no quería ser decente y se entregaba por completo. La Petra no hacía dormir a su madre en la habitación contigua, para que le dijera cuando ya estaba bien. La Petra le dijo un día que chao, que ya no gustaba de él y que se fuera con viento fresco y la marea baja. Y Pepiño, que le había montado la casa, sintió que se le subía el duende, la chispa y la furia española a la cabeza. Y que no volviera más por ahí que era un indeseable, que la dejara de molestar, que no quería saber más de él. Entonces empezó el drama, porque Pepiño das Muleiras, Pepito, Chepe, fue de casa en casa cobrando y que se llevaba todos sus muebles y que si os fastidiáis y pedís fiado en otra parte porque lo que es yo no os doy nada, joder, que en este puto país sois más malapaga que la ostia, me cago en diez, pero, ¡coño!, qué puede esperarse de una gente que come las sobras de los gringos y jode a quien no tiene dónde cojones caerse muerto y os dejáis sacar los ojos por los gilipoyas que os venden el país y ya estoy hasta los mismísimos cojones de que tratéis de aprovecharos de un pobre diablo que dejó su tierra, joder, para venir a vivir como un perro, la ostia, y que luego no recibe ningún jodido beneficio del trabajo que me tiene sudando como un negro, me cago en la puta madre que os parió, joder, que si queréis engañar a alguien como a un chino iros a joder a otro, so marranos, que lo que es a José das Muleiras no hay Dios que lo fastidie: y empezó a recoger los muebles con un camión que traía con esa intención pero sólo logró confiscárselos a los tres primeros, porque una entidad un poco abstracta, que podríamos llamar Comité de Emergencia de la Loma, puso en marcha una especie de Plan Rescate, 42

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y los que todavía no habían recibido la visita del gallego trasladaban el mobiliario a las casas que habían sido registradas y vaciadas, de forma que cuando llegara con su camión, tuviera que irse porque la casa estaba vacía. El chango Sebastián no le debía nada, porque él mismo fabricaba sus muebles, pero le encargó todo un juego de sala, que das Muleiras le facilitó porque esperaba volver a contar con sus servicios una vez que despidiera al primo de Marta. Mercedita, la prima del negro Palmiro, hizo lo mismo, porque su querido, que es gerente de un banco, le había amueblado la casa y no le debía al gallego. Y la comadre de Viviana también le hizo un encargo, aunque su compadre, el chango Sebastián, le construía los muebles. Cuatro días después, Pepiño das Muleiras, a quien no había Dios que lo fastidiara, tuvo que rendirse: sólo recuperó tres juegos de sala, que había vuelto a vender, se había quedado sin muebles y sin dinero y todas las casas brujas estaban amuebladas y él no podría cobrar, porque cuando fue ellos no tenían muebles suyos y, naturalmente, nadie paga por lo que no tiene. Me habéis jodido, so cabrones, pero el mundo da muchas vueltas y ya nos veremos las caras al final del camino. Pero Pepiño das Muleiras no contó con que la gente de la Loma no tiene final del camino, que su vida es un solo sendero que no llega a ninguna parte porque tampoco empieza. El tácito y sobreentendido Comité de Emergencia envió una tácita y sobreentendida comisión a casa de la Petra para reclamarle su tácita y sobreentendida responsabilidad en el trepaquesube que se había formado. La Petra no los dejó entrar siquiera. A mí qué me cuentan; si yo no gusto del tipo no voy a vacilar con él, dijo, porque una es mujer y tiene su dignidad, no como Fabiola, que se mete con Frankenstein por dos dólares. Así que si alguno de ustedes quiere evitarse los problemas que yo les pueda causar, que chifee con la madrugada como los gallos, porque yo no tengo que ver con nadie, mi tristeza es mía y nada más y adiós florecita blanca y adiosito que me voy. Y cerró la puerta de un golpe. 43

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uliana vive al lado del chango Sebastián. Juliana es negra como un teléfono y tiene un hijo rubio de ojos azules y con pecas que se llama Tomi. Juliana lo pasea orgullosa porque es de un gringo y le habla en inglés, y Viviana tiene que aguantarla cuando le cuenta cómo va a ser su vida en los yunaited esteits, concretamente en Alabama, cuando venga Tomás a buscarla. Él está en la guerra como todos los gringos y ella tiene fe ciega en que volverá. Cuando Tomás vuelva porque se acabó la guerra y todos los gringos altos, buenos y bonitos maten a todos los chinitos bajitos, malos y feos, el chinito de la tienda que se cuide y que se esconda. El chango Sebastián, sentado sobre las tablas que componen la mitad de la biblioteca que le ha encargado Don Clodo, recuerda que él también tuvo un amigo gringo cuando era un carajito, que se llamaba Percy y que jugaba segunda base en el equipo de los Devils de Cambuto. Percy es una nube en su cerebro, porque lo que más lo impresionó, una vez que fue a su casa, había sido una gringa fula muy bonita que tenía los ojos más bonitos del mundo y que pasaba por mamá de Percy. El chango Sebastián comparaba a la gringa fula bonita con las mamás que conocía y que estaban todas destartaladas y con un cansancio infinito, como su mujer Viviana muchos años más tarde. Por eso no creía que la gringa fula bonita fuera de verdad mamá de Percy. Sus ojos eran tan, tan raros, que ejercieron una influencia tan, tan rara, en el subconsciente del chango Sebastián, de forma que el 45

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chiquillo que hoy es un hombre y se sienta sobre las tablas de la biblioteca que construye para Don Clodo, sintió por vez primera la llamada del amor. La gringa fula bonita, anónima, mujer de un gringo que estaba en la guerra, madre de su amigo, su único amigo gringo, parecía de verdad una princesa de cuentos de hadas. En cada par de ojos que se cruzaban con los suyos, el chango Sebastián buscaba los colores tan, tan raros de sus ojos extranjeros, pero nunca podía hallarlos. La gringa fula bonita era el polo opuesto a la negra Viviana, con la piel tan tersa y un aire de no haber trabajado nunca y de no haberse cansado nunca y recuerda ahora cómo le pegó a Percy diciéndole cosas en inglés que él no entendía y que cuando murió su viejo, a él se lo llevaron para los yunaited esteits y nunca más había tenido noticias de él y siente el recuerdo culpable de haber estado locamente enamorado, en cuerpo y alma, de la mamá de un amigo suyo. Recuerda cómo se escondía de los demás para soñar con las manos y elevarse a la cima más alta del éxtasis con su adorada gringa, para luego pensar que la gringa fula bonita había traído al mundo a Percy y sentirse sucio y cobarde y culpable. Ese sentimiento le duraba el tiempo suficiente para despejarse del embotamiento sufrido y luego se olvidaba de todo. Y en cuanto volvía a estar solo, volvía a realizar sobre el recuerdo de la gringa fula bonita sus más fervientes anhelos.“No andes con cuentos”, le decía su viejita, arrugada como una pasa y con un cansancio infinito en la mirada, “ que si tú eres mulato no entras donde entran los gringos.” Pero el chango Sebastián había ido a casa de un gringo y allí vio a la única mujer que llenaba sus noches de vacío.“¿Tú crees, chango, que ella le pegó a ese amiguito tuyo porque sí? Fue porque te llevó, desengáñate“ Y el chango Sebastián no se lo creía del todo. Su gringa fula bonita no podía ser tan mala, con los ojos tan, tan raros, y su carita de princesa de cuentos de hadas. “¿No sabes tú que los gringos se sienten superiores a tó el mundo, chango?” Y él no lo sabía. Ahora, sentado sobre las tablas de la biblioteca encargada por Don Clodo, sonríe y sabe que su gringa fula bonita 46

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solo es un recuerdo, salpicaduras de adolescente. Pero hoy, como aquella historia de la muñeca-reina llamada Amilamia, el chango Sebastián siente que el recuerdo lo llama y que los norteamericanos que vinieron después de Percy creían que la ciudad que está a lo lejos era un cabaret grande, todo para ellos porque iban a la guerra y podían morir cualquier día de éstos. El chango Sebastián creció en un equilibrio entre el odio que el ambiente le inspiraba contra los gringos y el recuerdo táctil de su gringa fula bonita. Y su padre le decía que antes de la de ahora, las guerras eran para los hombres y que ahora mandan a chiquillos a los que la boca todavía les huele a leche; los arrancan de sus cunas donde sueñan con Supermán y antes de que le salgan bozos y se cojan una buena juma con seco ya están cayendo al suelo más pesados de lo que fueron, con una cantidad de plomo encima que da gusto verla. El chango Sebastián piensa en Juliana y en su hijo Tomi, que es carne de cañón y todavía no come solo sin ensuciarse la cara, y en Marta, que quiso alternar con los civilizados porque Ñato sólo quería ya tú sabes y era un salvaje latino y subdesarrollado patán. Y ahora esta de cabaretera y el pelo negro lo tiene teñido casi de blanco, y lo último que se supo de ella es que parece que se va a otro país salvaje, latino y subdesarrollado a servir de reclamo a la lívido de los que pueden pagar bien. A Mireya, la hermana de la gorda Cintia, también la violaron, pero como fue en la Loma tuvo más resonancia, pero menos importancia. La violaron el día que venía del velorio de su primo Meco y que le dio por dar un rodeo por la parte más oscura. Fueron un bombero compañero de su primo muerto y un oficinista que todo el mundo tenía por mosquita muerta. Cuando se supo la noticia, al bombero lo lincharon, pero al oficinista lo hicieron irse de la Loma, teniéndose que sentar para orinar. El Ñato se puso más bravo que los buseros cuando se los pasa un taxi, y empezó a regar que él no tuvo que ver con Marta porque él no quiso, porque él tenía el bonch de mujeres y ella era una esto y una lo otro. Después, dizque para demostrar que es bien macho, comenzó a tragar 47

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aguardiente que es un contento y a buscar camorras diarias por las cantinas. Dos veces lo metieron preso y otra lo mandaron a la sala de urgencia. Mireya tuvo más suerte que Marta, porque nadie se reía de ella, y sigue viviendo en el barrio, porque no se busco que la violaran sino que la agarraron cuando venía de la novena de Meco, que se lo había comido un tiburón. Después de que la Loma se vengó del bombero y del oficinista, malas hierbas, Mireya siguió su vida como todos los días. En ese momento pasa rumbo a la pluma a llenar sus botellas del agua pura, más pura del mundo. La naturaleza es sabia: cuando alguien es herido en el cuerpo, las señales pueden o no ser indelebles, pero siempre queda durante un tiempo la marca de la afrenta; pero cuando a alguien le hieren su dignidad, las marcas desaparecen con el último sollozo del afectado. A Mireya le sentó bien el que la perjudicaran; se ha puesto mucho, pero mucho más buena y encima se va a casar con el hijo de un médico de mucha clientela. El Cholo viene de entrenar con Sietebemba, un tipo que es Campeón mundial de boxeo, y que dice que el Cholo sirve para esos menesteres. El boxeo está de moda y el Cholo no quiere estudiar porque tirar la mano es mejor porvenir. El chango Sebastián lo deja hacer, porque sabe que esto es una chiquillada, como la de la gringa fula bonita, y el Cholo es mejor que se curta él solo. A Fabiola la botaron del almacén donde trabajaba para mantener a Riemand y sus dos pelaos, porque la encontraron con las manos en la caja registradora. Así mismo fue ella botando al chombo, pero sólo estuvo unos tres días sin marido, porque con lo buena que está hombres no le faltan. El nuevo marido de Fabiola es uno que se emborracha todos los días sin que nadie sepa con qué plata lo hace. Viviana les avisa que la comida está lista. El chango Sebastián sube con el Cholo a la sala-comedor-cocina. Es casi de noche y del cielo cuelgan las mismas treinta y seis estrellas que pendían del cielo negro la noche que apuñalearon a la Petra. El chango Sebastián sonríe. Viviana sirve la comida. El Cholo será cam48

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peón mundial, si no fallan los cálculos de Sietebemba. Viviana no sonríe. No sonríe desde que Fabiola quedó encinta la primera vez.

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as manifestaciones políticas parecen siempre alucinantes. Santo, es un desfile de figuras fantasmagóricas que se mueven como en una película del cine mudo. Te lo vengo diciendo desde que pensaste que haciéndote abiertamente subversivo ibas a cambiar el mundo: hay otros caminos. Todos sabíamos que los maestros recibían poco sueldo, y que eso los hacía tan apáticos: nadie puede aportar algo tan preciado como el intelecto si no tiene resueltos sus problemas estomacales: nadie puede enseñarle a la juventud del futuro a seguir las normas establecidas si el reflejo neurogástrico funciona mal: nadie puede forjar al hombre del mañana si su cerebro está embotado hoy. Y tú, ya viste lo que te pasó: mientras manejabas tu taxi nadie te regateaba un real. También es cierto que en la Loma nadie usaba tu taxi como no fuera el novio de Carmencita, la que llegó a viceministro, pues la mayor parte de las veces los de la Loma bajan al centro a pie como los camellos y a veces sudando como caballos porque el sol, cuando dice voy, viene de verdad, y los busitos no pasan por la Loma porque como no hay plata nadie se monta en ellos. Pero en cuanto te hiciste ñángara te ficharon más rápido que en seguida, y luego, cuando te metiste dizque a protestar airadamente, te fotografiaron y caíste preso, sin que los que te mandaron a vociferar hicieran nada por ayudarte: ni siquiera dijeron que eras un mártir del capitalismo, que es lo que se dice en estos casos. Ya viste que hacía un día fabuloso y que la 51

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Plaza 25 de Diciembre estaba abarrotada de chiquillos que pretendían combatir las armas con lápices y las bombas lacrimógenas con cuadernos. Ya viste cómo los dejaron acercarse hasta el mero centro gritando las consignas que tú y los tuyos les habían dado. Luego empezaron a sonar las balas como el tableteo de miles de máquinas de escribir que se ponen al unísono a romper el aire. Era un día espléndido: recuerda que el sol cortaba la constelación de Cáncer y a ti siempre te pareció una constelación de muerte. La estampida fue marabúntica y los uniformes y los lápices y los cuadernos y las reglas y las escuadras y las plumas y las ilusiones se desperdigaron por todas las calles, cerradas por cordones verdes, y aquella chiquilla fulita se cayó delante de una chiva y se raspó las rodillas. Corrían como locos y más de uno sintió el mordisco lacerante del plomo en su carne todavía no inaugurada sin tener conciencia exacta de lo que estaba sucediendo. Allá, a lo lejos, el sol rebotaba en los dientes, en las máscaras antigás, en las amígdalas aterrorizadas, en los calcetines que desaparecían hacia la vida. Tú ayudaste a la pelaíta fulita que se raspó las rodillas para que no le pegarán su plomazo y la dejaran frita por el ansía de poder de quienes no dan la cara: Mandar a chiquillos de secundaria a la muerte es como matar el futuro, como inventarse un calendario que vaya de atrás adelante, como hacer que las horas pasen primero por Norteamérica que por Greenwich Y así, las consignas made-in-URSS te mandan a enfrentarte a las balas made-in-USA para luego ver cómo demonios se reparte este gran pastel que se llama Latinoamérica. Pero esos chiquillos que fueron aquel día de cáncer a la Plaza 25 de Diciembre tienen que vivir, Santo: ¡Déjalos que vivan! Deja que crezcan viendo la miseria en que nos hacen revolcar, y que dentro de unos años, cuando su brazo tenga la fuerza que no tuvo el de la generación anterior digan basta y se acabe de verdad esta mierda. Recuerda al señor Armando, que murió porque su hija se prostituyó al sistema. No te prostituyas tú al ruso como tus padres se prostituyeron al gringo. Ya ves cómo te vinieron a buscar los secretas una 52

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vez que quedaron cuatro (? ) pelaos menores de quince años con el cuerpo hecho un colador, regados en la Plaza de Navidad, echando sangre verde como la abuela desalmada de la Cándida Eréndira, desinflándose de vida y derritiéndose de principios inmediatos mientras la conmoción que la manifestación produjo se disipaba y todo volvía a la normalidad. Aquí no ha pasado nada, lo que parece sangre es en realidad soda de fresa coagulada, los ruidos que se oyeron eran en verdad miles de máquinas de escribir que sincrónicamente se pusieron a trabajar. Pero, ¿qué de las familias que hoy van todos los años al cementerio a ver una tumba de sólo metro y medio? Mala suerte, ¿verdad? Que se jodan, ¿no? Esas muertes son necesarias para cambiar de amos, ¿no? La revolución necesita de esas muertes siempre y cuando no seas tú el muerto, ¿no? Tú fuiste de los que tuvieron suerte, porque sólo te quedaste dos días enchirolado. A tí te sacó Carmencita, a la sazón viceministro de sanidad: siempre estuvo enamorada de ti pero nunca te dio chance: -porque eras un pobre diablo. Todavía lo eres, pero a ella eso no le preocupó en ese momento: entonces ella estaba alto, bien high, y nada podía dañarla: por eso te sacó de la prisión y te hizo su querido: si no llega a ser por eso, despídete, que te meten en la cárcel y botan la llave, como hicieron con Papito. Y mira tú que ironía: te saca de la yeya el sistema que tú atacas: hay, para que veas, una especie de partido amistoso entre los de aquí y los de allá en el que el mundo es el balón y el árbitro es el Papa. Pero nosotros, los latinos, recibimos todas las patadas, por lo menos por parte de los de aquí -los checoeslovacos las reciben de los de allá-. Tú le hiciste buen trabajo a Carmencita y ella se emperró contigo, tanto que te consiguió pasaje, visa y perdón a la vuelta para que fueras a Cuba, viva México, naturalmente. Y tú, pese a haber leído tanto, eres más bruto que un manojo de bueyes: la mandaste a paseo cuando volviste y te metieron otra vez preso, pero esta vez por tres años: que se sabía que habías ido a La Habana a buscar consignas: tu sabes que fuiste a la Ciudad Prohibida de visita, por curiosidad, para ver de 53

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primera mano lo que dicen las propagandas. Pero tendrías que probarlo y aunque lo hubieras probado nadie te hubiera hecho caso: estabas fregado. Mira lo que le pasó a Prestán, que lo ahorcaron sin culpa, le clavaron la leyenda del incendio-en-Colóncada-veinticinco-años, y mancharon su reputación para siempre. Y cuando saliste fuiste a buscar a Carmencita, ex-viceministro, a su boutique, pero ella se hizo la sueca, la que no te había visto en su vida y no te quiso ni atender... ni siquiera cuando le dijiste las frases que ella te decía en los momentos más íntimos. Y tuviste que volver a buscar trabajo y no encontraste porque tenías carta negra en todas partes: pero menos mal que el dueño de la piquera donde tenías tu taxi, corriendo todos los riesgos, te lo volvió a dar. Y los que te adoctrinaron, qué. Uno de ellos, te consta, goza de la gracia del gobierno; otro es gerente general de no sé qué institución y es un señor de los que se llaman respetables. Pero tú, pobre diablo, eres el que tiene que llevar sobre sus hombros la mochila porque ellos dicen ese muerto no lo cargo yo, que lo cargue el que lo mató. Y Carmencita puso en peligro tu seguridad y hasta tu vida sólo porque no quisiste seguir ensuciando sábanas con ella. Y así, Santo, hay la pila de gente, que usan a los demás como los científicos usan a los hamsters para sus experimentos: en la Loma los has visto más de una vez porque todos quieren salir de esa mierda que los ahoga. Cada cual tiene su método: hay quien roba sin darse cuenta de que eso no cuaja y que muchas veces te pillan y te joden por algo que a lo mejor no vale ni la mitad de lo que parece: otros dizque que se meten a chulos de alguna ave pálida, pero eso tiene el inconveniente de que siempre hay que andar vigilando la mercancía y llevarla al profiláctico de vez en cuando: otros se ganan -o tratan de ganarse- la vida honradamente, como tú, Santo, y siempre salen perdiendo: porque el que no pierde el tiempo es el patrón, que te quita lo que puede y que con el resto pagues los impuestos. Nadie sabe qué hacer, de qué y cómo vivir. Pero todos tratan de romper esta pared que se pone enfrente y no pueden: entonces los ves como se desesperan 54

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y se cogen una juma y se gastan toda la plata de la quincena y tienen que pedir un anticipo sobre la miseria que les pagan o buscar un prestamista, experto en chuparle la sangre al que le deja toda la sangre al jefe, para que les cobre un ciento de interés. Y caen, todos, tú, y aquél, y aquél de más allá, en un círculo vicioso un circuito de movimiento perpetuo, un ciclo de retorno eterno, donde se hace imposible sacar la cabeza a flote. (Hay cosas que decía el señor Armando y en las que tenía razón: Santo, todo esto tiene que cambiar).

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l pelo le caía por la cara hasta ocultársela como quien oculta el sol tras cuatro espigas de trigo. El rostro, sangrante como ketchup sobre una micha de pan, se contraía como se contrae una lagartija decapitada. El aliento a guaro la mareaba más incluso que los mordiscos del rejo en su carne de leche con diez gotas de café. El sabor de la sangre que brotaba de su mano era salado. Salado y rojo. ¡Oh, no me pegues más! Pero el rejo, color del chocolate, se mezcla con el rojo salado, curtiéndose sobre la carne de leche y ketchup vivo y salado. ¡Whip! ¡Whap! El traje es el único y se rompe. La vida es un traje que se rompe. Todo en la vida es un traje que se rompe. ¡Clang! El plato de aluminio cae sobre el piso de madera. La baba alcohólica arde sobre las heridas. La respiración, jadeante, quema detrás de las orejas. Los riñones sienten un empuje milenario y las tripas se escapan al infinito. Un café con mucha leche se desparrama sobre el suelo y lo sujetan dos guantes de béisbol. ¡Arre! ¡Hy-yo, Silver! Se desgarra la vida en jirones de amor o de dolor. Y esa baba que arde cuando cae sobre el cuello, atormentado, salado y rojo. Salta el estómago. Un café con mucha leche se desparrama sobre el suelo y lo sujetan dos guantes de béisbol y se tiñe de amarillo con granos de arroz. ¡Ahora, carajo! Crujen los huesos o las tablas del suelo. Pican los pelos. Bostezan las piernas. Salado y rojo. Un automóvil líquido se desplaza a gran velocidad. ¡Voy! Cruza la frontera intervisceral, cae sobre las entrañas y sale. La 57

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baba quema más todavía. El estómago salta. Los riñones se comprimen se desvanecen, se isquemian. Desde el fondo de tí y arrodillado un niño triste como yo nos mira. La vida es una tómbola. ¡No! ¡No sigas más! Otra vez la baba esa y ya he vomitado todo lo que tenía en el buche. Los dientes son trozos de vidrio de botella de cerveza que se encarnan en las orejas. Salado y rojo. Los guantes de béisbol hacen palanca sobre los hombros y un ombligo chirria al chocar con una columna vertebral. Y el vértigo es música. Es samba Mais que nada o pato mulher rendeira. El estómago baila. Un café con mucha leche se desparrama sobre el suelo y lo sujetan dos guantes de béisbol y se tiñe de amarillo con granos de arroz y de verde con espuma. Y sigue el vértigo. El piso de madera raspa las rodillas. We are living in Wounded Knee. La baba quema y el aliento a guaro me anáusea. Pero las nubes de Sodoma se convierten en alfombras y los pies, heridos de suelo, caminan sobre ellas y caen al vacío perenne. Y el auto no cruza la frontera. Los restos del anterior ruedan muslo abajo y se estrellan contra un clavo no bien clavado en el desierto vegetal. Dancing, dancing my busamba, achúbara cubara con la busamba: Busamba is not a samba, busamba not boogaloo, busamba is just a samba with a touch of boogaloo. ¿Ves? Ahora tengo que estarme poniendo mercuriocromo y tengo que lavarme el pelo y limpiar todo esto... y todo por tu culpa. No importa, Fab, si somos felices. Pero, ¿y qué del pelao que llevo adentro? ¿Qué dices? Que a lo mejor lo aplastamos un día de éstos. Forget it, pelá, que va a ser bien duro. Me tienes bañada en sangre, pedazo de animal. Me gusta tu pelo. Sobre todo ahora que parece un arco iris. Claro. Pero huele mal, con los vómitos. Y sabe a café con leche. Casi me dejas calva con ésas manos que parecen...Sí, ya sé que soy algo rudo...¿Algo? Bueno, este... No te disculpes. Dancing, dancing, my busamba. ¿Te gusta? ¿Qué? Ya tú sabes. No sé. ¡Ay, no me toques ahí! ¿Por qué? Me duele. Antes no. De eso hace mucho tiempo; además, estás borracho. ¿Borracho yo? Sí lo estás; te huele la boca a cerveza. Bue58

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no, me tomé un trago. Y la baba te arde como gasolina. No seas exagerada. ¿Tú crees que es gasolina. No seas exagerada. ¿Tú crees que es violación? Let’s twist again, like we did last summer. No, aunque me juraras que mucho has cambiado. ¡Qué breve fue tu presencia en mi hastío! Teatro, lo tuyo es puro teatro. ¿Qué sabes tú, si tú no sabes nada de la vida? Vaya a’lante que la luz es verde. Ese disco se rayó. Empújale la aguja. Voy buscando un amor que sepa comprender. ¿Dónde estás, corazón? Contigo en la distancia. ¿Qué te pedí? Toda mi vida, mujer hermosa, yo te la cambio por una cosa. ¿Cómo fue? Back to back, belly to belly. Day had come and me wanna go home. Chomba linda. Pero tengo un swing sabroso. Hay en tus ojos el verde esmeralda que brota del mar. Mentiras tuyas. Estás insoportable con tu vestido rojo. Yo no quiero piedras en mi camino. Me voy pero te juro que mañana volveré. Que te vas, que te vas, entonces viviré si tú te vas. Ese día llegará. Yo no lloro más, si se quiere ir que se vaya. Yo soy purahjey. Yo soy aquél. No soy de aquí ni soy de allá. Voy a apagar la luz. Chao amore chao. Eso no es lo de nosotros: ¡vamos a la salsa! Bájate de esa nube. ¿Y qué quieres? Dame, dame, dame, dame felicidad, que sólo tú me puedes dar. Después de muerto no se puede gozar. Tener fiebre no es de ahora: hace mucho tiempo que empezó. Paso a pasito llegaré donde vive tu corazón. Achili pú apú apú. Mi mulata me mandó para la quimbamba porque yo me le corrí para la pachanga. Te quiero dijiste. Mentirosa conmigo. Fuera con tu cuentón. Compasión no quiero, quiero amor sincero. No te puedo querer. Me voy como se fue la vieja luna. Adiós. Cuando ya no me quieras no me finjas cariño. No se mata impunemente y tú mataste mi amor. De mis ojos está brotando llanto. Corazón de acero tengo yo. Espera, aún la nave del olvido no ha partido. Vamos mi amorcito que te llevaré al decimoquinto festival en Guararé. Entonces yo daré la media vuelta. ¡Ay, eso es pá que respeten, respeten, a calle abajo! Y yo guardo en mi alma vacía la última risa, que será la mía. Yorelé yorelá, bonito viento pá navegar. Y háblame. Bueno, duérmete, que yo 59

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tengo que recoger lo que tú destrozaste. Soy prisionero del ritmo del mar. Bueno, bueno, déjame levantarme. Cachito, cachito, cachito mío, pedazo de cielo que Dios me dio. Suéltame que voy a recoger el plato y el vaso que se cayó y...Los aretes que le faltan a la luna los tengo guardados para hacerte un collar. No me toques las cortadas que.. Con gotitas de dolor. Ya te dije que... Suave que me estás matando. Ya no estoy relajiando. Y mis manos en tu cintura. Déjate de eso. Y así voy subiendo subiendo. ¿No ves que es tarde y van a venir los pelaos? Caminando por la calle sin parar, de arriba abajo, de arriba abajo. Ya te vuelve a caer la baba sobre las heridas y me arde. Nueva York se mueve por arriba, Nueva York se mueve por abajo. Pero así no, que me haces ver las estrellas. Y el jibarito le dio donde mi dueña quería. ¿Pero cuántas veces te lo tengo que decir? Sabor, es lo que te gusta a ti. El aliento te huele a cerveza otra vez. Cosiendo tú, bordando yo, el hilo ‘e la aguja me hace ru ru rú. No sigas, que me dan náuseas. Menéalo, menéalo, que tiene la azúcar abajo. Me vas a matar un día de éstos, papi. Al compás del Chakachá, del chacachá del tren, qué gusto da viajar cuando se viaja en tren Achilipú apú apú. Achilipú apú apú. Achilipú apú apú. Achilipú apú apú.

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E

n la loma tiene uno que codearse forzosamente uno con los que son vecinos, accidentales o no. La biografía de cada uno se mezcla con la biografía de los demás y luego no sabe uno quién es quién. Otras veces, estas biografías corren paralelas y terminan sin que nadie sepa siquiera que han empezado. Otras veces, en fin, las vidas chocan y dan origen a bochinchesque años después se recordarán con el mismo acento que se les dio cuando se formaron. En este último caso se encuentra la historia legendaria, casi mística, de Adela la prima del negro Palmiro y hermana de Mercedita, que es querida del gerente de un banco. Adela es fea, tanto que en barrio se escribe fea con efe de Adela. Cuando Sietebemba perdió el campeonato del mundo y se quedó más limpio que el jabón camay porque todo el mundo le volteo la espalda, fue cuando el cholo dijo que para que dejar que lo guantiaran, que él a lo suyo y se metió a tocar el güiro en el combo de los tipos atrás del chango Sebastián, y fue también cuando Adela se hizo compinche de Marta porque quería levantarse al primo de ella, que es carpintero y que trabaja con el gallego Pepiño das Muleiras. Adela, como fiel exponente de su tiempo, quería hacerse novia del carpintero mediante recomendaciones y siempre andaba pegada a la falda de Marta para arriba y para abajo, como uña y carne. La llamaban la Bella y la Bestía, pero a ella no le importaba. Pero cuando su enamorado empezó 61

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a vacilar con una chombita que tocaba piano en la baptist church, Adela armó una revuelta y peleó con Marta, y la insultó y la llamó de todo y que si esto y que si lo otro y se formó un globo que duró casi hasta que violaron a Marta. Y todavía hoy no se hablan las dos familias. Adela aunque fea con efe de Adela, era mujer. Así que no cejó en su intento. Empezó entonces a hacerle caricias y a coquetear con Josesito, el hermano de la Petra porque, como está loco el pobre, a lo mejor ni se daba cuenta de lo horrorosa que es. Verla haciéndole monerías a Josesito era como estar en un zoológico y ver una hipopótama en celo. Pero Josesito es loco el pobre pero no tiene nada de pendejo, y no le hizo una desgracia porque apareció de pronto Julián, el hijo de Totó, que vende hielo, que venía a buscar aguacates al solar donde se encontraban Josesito, loco el pobre, y Adela, fea con efe de Adela. Ella lo atrajo hasta el solar detrás del cementerio de carros con la intención de entusiasmarlo un poco, pero se asustó cuando divisó en sus ojos idos un brillo que no conocía en ojos de hombre alguno, era algo como si tuviera una vela en el fondo del cerebro y ella alumbrara desde allí dentro los instintos animales de este hombre que había dejado de ser normal, natural, hacía ya varios años, pero conservaba el cuerpo de sus veinte y pico años, sin represión alguna. Totó tenía un hijo que sólo vivía para recoger aguacates y se pasaba el año entero esperando que viniera la época para ir a buscarlos al solar detrás del cementerio de carros, único lugar donde podía encontrarlos en la Loma. Y Julián encontró a Josesito encaramado en la capota de un Buick, encaramado como un mono, encaramado y saltando con la risa de idiota en el rostro imbécil, encaramado y saltando casi sobre un Chevy II que tenía el frente abollado. A Julián no le sorprendió ver a Josesito en su simesca postura, pues ya lo había visto en otras tantas, e incluso lo vio el día que los chiquillos del barrio lo disfrazaban de Supermán, pero cuando vi a Adela, aterrorizada y más fea que nunca, pensó que algo pasaba. No estuvo muy alejado del pronóstico: Josesito quería hacerle una locura a Adela; locura 62

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porque Adela no merecía el que anduviera uno trepando de Buick en Chevy II y de Chevy II en Camaro, como había hecho Josesito en ese momento. A Julián le pareció que, si hubiera sido mono, Josesito sería un mono guapísimo. Adela en cambio, sería una mona de las que se vestirían de seda y aun así sería una mona fea, con efe de Adela. Así que no comprendió el interés de Josesito, aunque estuviera loco el pobre, en un adefesio como era la prima del negro Palmiro. Pero por lo que pudiera pasar, dejó el saco donde traía los aguacates y sujetó por los hombros al hermano de Petra en uno de esos momentos en que se puso a tiro, cuando pasaba de un Impala a un Ambassador que quedaba tan lejos que tuvo que descender y cruzar por el suelo. Adela le dijo gracias mi salvador o algo así, y Julián se apartó algo de ella, no fuera a darle un beso. Acertó a pasar por allí Silvia la runcha, que se hizo cargo de Adela, con su fealdad fuera de serie. Adela tuvo que contar su odisea con pelos y señales, para regocijo de quienes la oyeron, menos sus familiares, por lo que se ganó una palera que le quitó las ganas de andar buscando macho. A Josesito, por su parte, lo salvó el hecho de que es loco el pobre y no sabe lo que hace. El cholo se ganó unos reales tocando el güiro en un jam session, pero dejó el combo cuando empezó la discusión de que si tú tocaste menos y quieres más plata y qué es más importante tocar la tumba que el güiro y que si yo canté dos calipsos, a mi me toca más que a ti que no hiciste un carajo. Total, que el combo se arruinó. El chango Sebastián ve entrar al Cholo echando chispas por las orejas y sabe que desde ese momento, su hijo se está haciendo un hombre. Viviana no se da cuenta, porque está preocupada por la suerte de su yerno. Romelia juega con una muñeca de trapo que le hizo su abuela, ajena a todo el drama que se desarrolla a su alrededor. A Viviana le parece que el cholo no debió haber ido a tocar esa noche en el jam session porque Arturo, el Testigo de Jehová casado con la china, lucha desesperadamente por vivir. El chango Sebastián está convencido que ni los Testigos de Jehová 63

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pueden sobrevivir al cáncer, pero Arturo le ha hecho creer a Viviana y a la china que tiene una misión en el mundo que cumplir y que por eso no se va a morir. Viviana sabe que su hijo es un ateo y que su marido es poco creyente, pero adora a su yerno porque es un profeta y no se va a morir, sino que va a subir al cielo en un carro de fuego. El chango Sebastián no cree, es un pobre diablo decía Arturo, hay que darle un bocadillo espiritual. Romelia juega con su muñeca de trapo. Nunca le pareció que su papá fuera cosa de otro mundo, siempre serio y regañándola por tonterías, como reírse en la mesa mientras rezaban o bostezar cuando su papá leía la Atalaya y su mamá leía aquella revista que tenía tantas figuras de leones y corderos y señores con saco y corbata que miraban un rayo de sol que se filtraba por entre una nube muy redondita y globulosa. A Romelia le parecía una gran cosa que su papá no estuviera ahora allí, porque le diría que no jugara con muñecas, que se condenaría, que eso era pecado pues era creerse Dios, que eso era idolatría. Y le arrancaría la muñeca de las manos y le preguntaría que cuál es el octavo mandamiento y ella le diría no matarás sólo por fastidiarlo y él le daría un bofetón y la mandaría a dormir sin cenar. Sí. Era mejor que su papá no estuviera ahora allí. Romelia por todo esto, fue la persona que con más naturalidad tomó la muerte de Arturo. El chango Sebastián sonrió: así que se iba al cielo como Elías, El cholo dijo que menos mal que se acababa este maldito martirio. Choni pensaba en Juan Simón, que en la bodega esperaba que pasara y le decía adiós corazón de yuca, cada vez que te veo se me espeluca. Viviana sintió como desde el fondo de su cuero cabelludo surgían dos canas más. La china lloraba tirándose de los pelos y Romelia jugaba con su muñeca de trapo, segura de que papi no vendría a quitársela para preguntarle el octavo mandamiento. Viviana esperó en la ventana a que pasara el carro de fuego para llevarse a su yerno, pero todo lo que cayó fue una lluvia tan fuerte que embarró durante dos días la Loma y que hizo que el entierro se retrasara un día y cuatro horas, no fuera que se resbalaran los que llevaban a Arturo y se 64

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estropeara el trabajo de las viejas que lo habían arreglado para su viaje final. Cuando dejó de llover, Viviana todavía estaba sentada en la ventana. Ahora sí vendría el carro de fuego; la lluvia fue un aviso. El Cholo se reía y decía:“como no sea el skylab...” Después del entierro, el chango Sebastián le dijo que se echara un poco y ella se tiró en la cama y rompió a llorar ¡No puedo creer que ya no haya nadie santo en este mundo, chango! y Romelia no dejaba de jugar con la muñeca de trapo, a la que llamó Eva. Cuando Choni le preguntó el por qué, le respondió que era su primera muñeca y, claro, le parecía lógico que se llamara Eva. Luego siguió jugando hasta que terminó el velorio, nueve días después, y vino la china a buscarla para llevarla otra vez al centro de la ciudad, encima de donde tenía la farmacia. El chango Sebastián se acuesta al lado de su mujer: ella suda; él también. ¡El mundo tiene los pies pá atrás, negra, como la tulivieja! Viviana no dice nada: Es verdad lo que dice Chango: el mundo tiene los pies pá atrás como la tulivieja.

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Mr. Eulalio S.P. Prospect Place New York, N.Y. My darling primo: Espero que al recibir esta misiva te encuentres gozando de buena salud en compañía de los tuyos. Por aquí todos estamos bien, como quien dice, y tirando un poco para ver qué se hace. Anoche estuvo aquí Zoraida, que me dijo que te dijera que tu eres un caradura porque no le has escribido desde hace cuatro meses (ríe, ja ja ja). Parece que está de medio pelea con Meco por un bochinche que se formó el otro día cerca de la bodega, pero eso no viene a cuento. Te escribo estas líneas, para decirte que ya todo está listo y que Dios mediante, dentro de ocho días cogerá el avión mi hermano Josesito, a las siete y media en punto de la mañana si el vuelo no se retrasa ni se lo lleva pá Cuba. Recuérdate que Josesito no carbura bien el coco y no lo trates mal, y consíguele una gringuita pá que aprenda bien el inglés porque él sólo sabe el inglés machucao que aprendió por ahí por la calle. No lo pongas a trabajar duro porque a lo mejor le da el ataque y lo tienen que botar y después de lo que costó el pasaje no paga ese bisnis. Ten mucho cuidado porque es de lo más rambulero que hay porque salió a su hermana 67

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(esto es vacilón), y a lo mejor mete la pata cuando tú menos te lo esperes. Sabrás que ahora tengo novio de verdad y en serio. El oficial se llama Mañe, y tú lo conoces porque es el hermano del mecánico que tiene el taller acá atrás. Nos llevamos bien rareza y el fren quiere ser mi compañero hasta que la muerte nos separe, ¿no te parece romántico? Su bróder no me quiere ver ni en pintura pero como él no es el del vacilón, yo le digo que se fastidie, ¿No crees que hago bien? Ya se lo decía yo a Albertina, ya sabes, la modista vecina mía que es más p... que las gallinas: que cada loco con su tema y que cada uno en su casa y Dios en la de todos. Pero esta carta no es para meterte los bochinches de la Loma sino para decirte que mi hermanito va para los United y que me lo cuides bien. Hasta la próxima carta, entonces. Saludes a todos los gringos pollos que conozcas y dale un beso de mi parte al que más se parezca a Helmut Berger (esto también es vacilón). Recibe un abrazo dc tu prima que te recuerda, La Petra P.D. Mándame si puedes, un catálogo de la Sears, que a la Loma no mandan esas cosas. Chao. Miss Petra M.S Calle Gallinazo La Loma, L.L. My querida prima, Acabo de recibir tu letter y muy contento Josesito venga a States. Yo busca para él un job de acuerdo con su IQ (Inteligence Quotient) y consigue para él una blondie que gusta de los latin people. Mi hermana Zoraida me debe seis cartas and the caradura es ella, no yo. 68

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Ahora estamos en fall en los States, así que compra a Josesito un coat y t-shirts de invierno. Yo luego le compra pants y otras casas, hasta que cobra his primer sueldo. Ahora, tu manda fecha de coger plane Josesito y hora, que yo pasa por él al Kennedy Airport el día que él venga a los States. Aquí hay much ambiente y todos tratamos no olvidando el español, ni nuestras casas ni las familias, por lo que Josesito no tenerá problemas para adaptarse aquí en los States. Por su inglés, dont worry, que los americanos no saben hablarlo. Además las películas no llevan las letras abajo para que las lean. New York es grande, grande y bonito, no como la Loma, y hace frío en Winter y fall. Quisiera tú vinieras también algún vez a New York, aunque sólo sea turístamente. Me alegro tengas novio y quisiera ver tu wedding si es de verdad. Yo conozco mecánico atrás tu casa, pero no Mañe He must be younger than you, or not? porque yo no conocí Mañe cuando yo era en la Loma, años ago. Y quién es Albertina? Y qué es ser más p... que las gallinas? Excúsame, pero yo no me arrecuerdo de bunch of cosas de la Loma. Escríbe a mi más cartas más veces. Dile a Zoraida que escriba a mi next week, que es my Birthday. Todos los gringos pollos mándan saludes para tí. Pero no one se parece a Helmut Bergert. Sorry. Recibe tu también un abrazo de tu primo que te recuerda, Laly (is Eulalio) P.S. La católoga Sears mandé por vapor. Chao, as you say. Mr. Eulalio S.P. Prospect Place New York, N.Y. My darling primo: 69

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Felicidades en tu cumpleaños, aunque no sé a ciencia fija cuántos cumples. La verdad es que no sabía ni siquiera que tú cumplieras años alguna vez. Pero ahí va un beso grandote: ¡MUUUUUAAAA! ¿Te gustó? Bueno primazo, no te mando más porque luego la gringuita se pone celosa. ¿Y cómo se llama la chichi? Cuéntame el rantan de cosas de los nuevayores, que a lo mejor cojo un planeador y caigo por allá. Josesito sale para allá mañana por la mañana, a las siete y media, como ya te dije en la otra carta. Lo que no entendiendo es qué quieres decir con eso de t-shirt y de fall. Yo me puse a buscarlo en el diccionario que tiene el chango Sebastián y encontré que fall es caer. ¿Quieres decir que en los United se está cayendo la gente? Entonces para qué el abrigo, ¿pá no ensuciarse con el suelo? Díme la verdad, primazo, que si es así mi hermanito no va pá lla. Y si los americanos (bueno, yo también soy americana, soy de latinoamérica, creo) no saben hablar inglés, ¿que se habla en los United: chino? Y si las películas no llevan letras debajo, ¿cómo sabe uno lo que dicen? ¿O es que los americanos como tú dices no saben leer tampoco? No sé tampoco lo que es el Kennedy Airport: ¿no será un kilombo, verdad? porque aquí se dice que los gringos son unos devaprados o algo así. Y no sé por qué dices que los nuevayores son más bonitos que la Loma si hace frío en winter y la gente se cae. Pero ya iré algún día por allá a darme un voltio y ver de primera mano lo que tú me dices y no entiendo. Mira, Eulalio, el hecho de que tenga novio oficial no quiere decir que tenga que casarme. Además, ¿A ti qué te importa si es más joven que yo? Vaya, meti la pata: bueno, perdóname, que no quise decir eso. Y Albertina es mi vecina, es modista y tiene seis pelaos de seis padres distintos. ¿Ves por qué digo que es más p... que las gallinas? Fabiola, la hija de Gloria (a esa sí que la conociste, bandido), también tiene tres hijos de tres padres diferentes. Una vez casi me mata porque su marido, el primero, quería un lelelé conmigo y yo le di chance. En los United no pasa eso, lo sé. La gente se divorcia y cada uno por su lado, pero aquí la gente 70

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es más rencorosa y ya hasta me han dizque profetizado una puñalada. Yo sé que no es verdad y por eso me resbala lo que digan. Bueno, ya no te molesto más: seguro que tienes que ver a la girl-friend y te toy quitando tiempo. Todavía no ha llegado el catálogo Sears. Tu Prima Pete (es la Petra) Mr. Eulalio S.P. Prospect Place New York, N.Y Eulalio: Antes que nada, déjame decirte que eres un desgraciado. Yo nunca imaginé que en mi familia iba a haber un ser tan despreciable como tú, porque sabiendo que me había costado mucha plata mandar a mi hermano Josesito a los Estados no fuistes capaz ni de ir a recibirlo al aeropuerto. Ten por seguro que esta me la pagas, so cabrón y luego querías que yo fuera por allá, seguro que para dejarme plantada en el aeropuerto porque yo no se inglés, pá que me jodiera tratando de entenderle a los gringos. En mi última carta te decía que a lo mejor ibas a ver a la girlfriend. Pues ahora estoy segura de que lo que tienes en los Estados es un boy-friend, porque más maricón que tu, ni Ganchudo, el cueco peludo. Y claro mucho t-shirt y mucho coat y mucho Kennedy Airport y luego mi hermano, con su coat, su tshirt y su Kennedy Airport (que me costó noventa reales), tó empaquetao pá ‘cá. Ojalá te mueras de un cáncer en el ya tu sabes y ten por seguro que ese día hago una fiesta encima de tu tumba, you sonofabitch you. Eso me pasa por pedir favores para mi hermano, que es de IQ bajo, como dirías tú y los gringos 71

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de mierda a los que te quieres parecer. Y, claro, como nadie quiere tener un débil mental, pues que se joda la Petra y que cargue con su cruz lo mejor que pueda, porque nadie le va a dar una mano. Bueno, ahora sí que me despido y para siempre. No quiero a volver a saber nada de ti en los días que me quedan de vida, porque si vuelvo a saber de ti, será para cortarte lo que te imaginas y que no puedas más andar con los pájaros con los que seguro andas. Petra M.S. P.D. El catálogo de la Sears te lo puedes meter por el c ...,y ojalá no vuelvas por la Loma porque te vas a acordar del día en que naciste hijo de la gran p... Miss Petra M.S. Calle Gallinazo La Loma, L. L My querida prima: Recibí ayer tu carta y preocupado por Josesito. Según tú dices, él llega New York ayer mañana y yo no visto tu hermano yet. Yo soy mucho preocupado y miedoso no pase nada a él, porque New York es un ciudad muy grande y puede se perder. Ayer en la noche, justo recibe tu carta, yo voy al Kennedy Airport (que es el aeropuerto internacional de New York) y no encuentro a Josesito. Dícenme que he took otro avión y vuelve back home again. Yo preocupado porque él primo mio y no quiero tú piensas otra cosa que no es. La carta llega por la noche y Josesito llega por el mañana mismo día. Yo ruego te me excuses pero no es mi falta. So Gloria’s daughter has theer childs? Eso bien. Yo la arrecuerdo bonita. Her name is Fabiana or something like that. Oh, no, en tu carta pones Fabiola. Sí, eso es. No sé qué kilombo 72

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means y los americanos se llaman así. We, nosotros, somos sólo latin people, spies, chicanos, spanish o latin nada más. Nosotros no somos americanos porque no vivimos en América. America goes from California to the New York islands, from Canada to Texas, from hawaii to Alaska, and from Puerto Rico to Bahamas. See? En USA hablan english pero no inglés de England: eso era lo que te digo en mi carta. El t-shirt es un camiseta como la que usan marines en USA y fall es época del año entre summer y winter, calor y frio, understand? Well, te dejo ahora, que yo vando you were right, pá viendo a la girl-friend. Pronto mando te una picture de ella. She names Abbe. So long, Pete Laly P.S. Dime cuando llega católoga Sears, please. Si no llega, para reclamar en línea de vapores. Miss Petra M.S. Calle Gallinazo La Loma, L.L. My dear Prima: Soy dolido por tu carta última, donde me dices estoy maricón y muchas cosas no comprendo por qué. Yo dije a ti que tu carta llega por la noche pero Josesito llega por la mañana el mismo día y va al Kennedy Airport (no sé como pudo costarte $4.50) y ya Josesito compra otro bill y se va a casa back gain. Yo tengo buena voluntad y lo que tú dices en tu carta make me feel mal. Pero es la last time que te escribo, Pete, porque tu dices cosas que no son ciertas. Olvida a tu real primo desde hoy. EULALIO 73

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P.D. El catáloga lo mandas por vapor otra vez a USA. Thanks a lot.

A

Josesito lo vistieron de Supermán cuando volvió de los Yunaited esteits, hecho un mar de lágrimas y con su abrigo a cuestas. El Kennedy Airport nadie supo nunca lo que era, porque al parecer se llevaba por dentro y le daba vergüenza enseñarlo. No es que fuera un vestido de Supermán de verdad. No. Lo que hicieron fue ponerle un rompeclavos, ese pantalón vaquero que soporta toda clase de mala-crianzas, un suéter azul con una toalla roja y un calzoncillo, que a falta de rojo fue blanco, encima del pantalón. De cómo Josesito permitió que se lo pusieran, nadie está de acuerdo. Algunos dicen que lo convencieron diciéndole que Supermán era el héroe de los gringos y que como él venía de los esteits lo lógico era que se lo pusieran. Lo cierto es que empezaron a llamarle Josesito, el hombre de acero, y él se pasó encantado por la Loma. Pero cuando le dijeron que volara, dijo que no, que los hombres hechos y derechos no vuelan, y la gente se dio cuenta que Josesito era loco el pobre pero no tiene nada de pendejo. Y lo que tenía que pasar pasó. Como un torbellino se alzó de pronto allá a lo lejos la algarabía. El terror se apoderó de los chiquillos que habían disfrazado a Josesito. Los pelos se pusieron de punta y los perros se escondieron debajo de los automóviles: ¡Viene la Petra! El chango Sebastián se acerca, con cautela, 75

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porque recuerda cómo la Petra casi lo mata en una chupata en casa de la comadre de Viviana. Una nube de polvo deja a oscuras por un momento el lugar de la escena. Los niños han huido. ¡Viene la Petra! Alguien dice que ojalá estuviera Fabiola en la Loma. Fabiola está en el barrio de tolerancia desde que su tercer marido se ganó la lotería y se fue, antes incluso que naciera el retoño que ella llevaba en sus entrañas. Fabiola sí que no le tenía miedo a la Petra. Pero Fabiola no está, y la Petra es el ama de la Loma, hasta que llegue un día, no muy lejos ya, en que una chola llamada María, bajita y algo flaca, le clave seis puñaladas y le queme la casa. Josesito sujeta a uno de los maquilladores: ¡Se ñanaba! La Petra lo sacude. La Petra abre su famosa atarraya y el chango Sebastián le parece que hay que regalarle un tubo de Colgate para que se lave la boca. De pronto, retumba la voz de Domitila, la gordota del mantón de manila que vive con Pito el tracalero arriba de la señora que hace frituras. La Petra ha dicho no-sé-qué y se ha sentido aludida. Los que antes eran seguidores de Sietebemba, se frotan las manos: después de mucho tiempo, veremos un combate de boxeo. Domitila dice que eso que dijo se lo decía a su queridísima mamá. ¡A la tuya, desgraciá! ¡A la tuya, que no conoces a tu papá de tantos que tienes! ¡Gorda del carajo! ¡No sé qué hablas si de tus sobacos se saca aceite de ballena! ¡Y tú, rompehogares, robamaridos de mierda! ¡Eso es porque mi grajo no se siente desde alta mar como el tuyo, pedazo de manteca! El sopapo que suelta Domitila hace brotar un chorro de sangre de la nariz de la Petra, a la que empiezan a temblarle los labios de rabia ¡Ven ahora, que te voy a sacar la mierda, gorda asquerosa! Domitila tira y falla; la Petra sonríe y su rostro se ve más alucinante. Domitila se avalanza sobre la Petra y recibe un one-two en la caja del pan. La Petra esquiva el ataque y riposta con otro one-two, esta vez a la cara. La gente se anima, y anima, ora a Petra, ora a Domitila. Se forma el círculo alrededor de las contendientes. Domitila lanza la derecha buscando el golpe de gracia; la Petra lanza su jab izquierdo siempre por delante. 76

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Domitila tiene mayor embergadura pero la Petra posee la agilidad que le da su bajo peso y la edad, que es más joven que la de Domitila. La Petra hace un par de quiebres con la cintura que tanto enardecía a Pepiño, y Domitila vuelve a fallar dos golpes que podían ser fatales si llegan a dar en el blanco. La Petra baja la guardia y Domitila salta sobre ella aullando, pero la Petra vuelve a esquivarla y la gorda cae sobre un bus que estaba aparcado frente a la casa de la señora que hace frituras. La Petra le cruza la mandíbula con un derechazo y Domitila trastabilla. Empieza a salirle sangre de la comisura labial. La Petra baila sobre las puntas de los pies, y Domitila tiene los ojos en blanco. La gente anima a la Petra para que acabe el combate por la vía rápida, pero la Petra la deja reponerse. Domitila va en busca del clinch. La Petra sigue girando a su alrededor, el jab izquierdo siempre por delante, como un Ismael Laguna en sus buenos tiempos. Domitila se pone en guardia otra vez. La gente ruge de satisfacción. Moriture est salutans. ¡Veinte reales a la Petra! ¡Va! Domitila suelta la derecha y alcanza a la Petra en la mandíbula: es un golpe seco que la hace caer. Domitila se abalanza sobre ella. ¡No! Déjala que se levante; como ella te dejó que te repusieras! ¡Uno! ¡Dos! ¡Tres! ¡Cuatro! ¡Cinco! ¡Seis! La Petra se levanta. ¡Siete! ¡Ocho! La Petra empieza a brincotear en torno a Domitila, el jab izquierdo por delante, pero con menos convicción. Domitila carga sobre ella como un Joe Frazier cualquiera. El peso de la gorda Domitila lleva a la Petra contra el bus, que sigue soportando los embates de este duelo de titanes. La Petra procura mantener la distancia pero el combate se le hace cuesta arriba. ¡Otros veinte reales a Domitila! Nadie apuesta. La blusa de la Petra está hecha jirones, pero ella sigue golpeando en el voluminoso vientre de Domitila, con la desesperación que da el combate perdido. El público anima ahora a la Petra, que conecta un par de golpes bajos que no se notan porque Domitila no tiene cintura. El escote de Domitila llega hasta el ombligo y los espectadores se regodean viendo los golpes de la Petra rebotar contra el esponjoso 77

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pecho de la mujer de Pito. Alguien dice que ahora sí parecen boxeadores, sólo con pantaletas. La Petra se sale del rincón y arrincona ahora a Domitila. Jab a la cabeza. Domitila falla otro derechazo mortal. Jab a la cabeza. Derecha-izquierda de Petra a la caja del pan. Jab a la cabeza. Domitila busca el golpe de gracia. Jab a la cabeza. La Petra gira en torno de ella. Jab a la cabeza. La Petra esquiva un upper-cut y responde con un izquierdazo de antología en el mentón. Domitila tambalea, está a punto de caer. ¡Van los veinte reales a la Petra! Nadie apuesta. Todos animan ahora a Domitila. Jab a la cabeza. La Petra no confía en los mameyazos de Domitila. La mujer de Pito busca desesperadamente el amarre. Jab a la cabeza. La Petra baja la guardia. Domitila se queda de pie, sin moverse ¡Paren la pelea! Jab a la cabeza. Domitila levanta los brazos para cubrirse la cara. Derecha de la Petra al costado. La Petra baila a su alrededor. Jab a la cabeza. Izquierda de la Petra al costado. Domitila se cubre el rostro, sangrando por la boca y la ceja rota. Jab a la cabeza. Petra salta: el combate es suyo, mientras no se demuestre lo contrario. Jab a la cabeza. Domitila intenta capear el temporal. La Petra sonríe y clava la derecha en el costado de Domitila. El público pide que paren el combate y que se declare a la Petra ganadora por inferioridad del contrario, por KOT. Jab a la cabeza. De pronto, Domitila suelta la mano derecha desde abajo y atrás. ¡No se vayan, que esto se pone bueno! La Petra retrocede dos pasos. Jab a la cabeza. Domitila empieza a caminar hacia adelante; ya no se cubre. Derecha de la Petra y un punto rojinegro aparece en la dentadura de Domitila. El público ruge: ¡no se vayan que esto se pone bueno! Domitila sangra ahora por la ceja, un pómulo y la boca, y además le falta un diente. Y la Petra sabe que ahora es cuándo. ¡Cien reales a la Petra! ¡van! Nadie sabe de dónde va a sacar dinero si pierde, pero nadie cree que va a perder. La derecha de Domitila no tiene la fuerza de hace un rato. Cambio de golpes. Jab de la Petra a la cabeza. Izquierda de Domitila al estómago. One-two de la Petra a la cara. Derecha de Domitila a la caja del pan. Derecha 78

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de la Petra al pecho y Domitila entra en clinch. La Petra está confiada todavía aunque sabe que ahora hay que azocar, golpea ligeramente los flacos de Domitila. ¡Break! La Petra hace muecas de sentir mal olor. Domitila sujeta con sus brazos los brazos de la Petra. ¡Break! La Petra sabe que está buscando cansarla y debe buscar la larga distancia. Domitila presiona hacia abajo. La Petra no puede quitarse este toro de encima. ¡Break! Ahora sabe la gente que la Petra está perdida, mientras no se quite a Domitila de encima. Ambas están cansadas. La Petra golpea con el hombro a Domitila en la barbilla y ésta la suelta. La multitud que se ha ido reuniendo ruge en el colmo del paroxismo. Jab a la cabeza. Derecha de Domitila, izquierda de Petra, derecha de Petra, onetwo de Domitila, cambio de golpes, derecha de Domitila, izquierda de Domitila, derecha, izquierda, derecha, izquierda. Petra trastabilla. Derecha, izquierda de Domitila, que ahora falla un potente derechazo y la Petra riposta con un soberbio izquierdo a la caja del pan. Domitila se dobla por la mitad porque no tiene cintura. Petra remata con la derecha y Domitila cae, levantando una nube de polvo. ¡Levántate! Pero Domitila no tiene intenciones de ponerse en pie. Petra salta, sujetándose las manos por encima de la cabeza. Domitila empieza a sollozar. Pito no se acerca, anda rondando el casero y no quiere que lo vea la señora de las frituras, le tira a la Petra una blusa. “Me parezco a Eddy Merck”, murmura mientras se la pone. El chango Sebastián se imagina lo que hubiera pasado si el día de la chupata en casa de la comadre de Viviana le da por hacerse el duro. Y se acuerda de Beto, el hijo de Ubalda la curandera, el día que la Petra estaba en el cementerio de coches y él se hizo el manomuerta. Es de noche y nadie se ha dado cuenta. El chango Sebastián se va a su casa ebrio de calor y noche.

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os ojos amarillos se estaban nublando. Ya llegaba la hora. El voluminoso vientre no la dejaba respirar, y ya quería decir que tenía cuatro hijos. La piel de leche con diez gotas de café sudaba perlas doradas, ensangrentadas, ennegrecidas. Y otra vez el retortijón en el vientre. Y él, que en otro lugar tendrá ahora otros ojos amarillos que lo miren sin asco, que lo halaguen, otras manos tal vez de leche con diez gotas de café, que acaricien su pecho con el tatuaje de una mujer desnuda y el corazón atravesado por una flecha: Martín and Gerd. Seis meses de su vida yendo al dispensario para que le dieran de esas pastillas para no tener hijos y ahora estar en la cama con las piernas abiertas y el vientre retorciéndose y retorciéndose, como si fuera una lavadora superautomática. Los marinos que se llaman José descalabran a las putas que se llaman Gloria para que en un momento determinado, los marinos que se llaman Martín dejen a las putas que se llaman Fabiola rebuscándose en el puerto un cliente que no le tenga asco a esa barriga inmensa y le paguen dos tristes dólares de mala gana, y para que en la Loma, los chiquillos de quince años iban a su casa, iniciara a los críos en el arte que tenía por oficio y para que le regatearan los pocos reales que le pagaban y encima le pidieran que hiciera lo que no entraba en el precio. Y que cuando estuviera bien avanzada tuviera que rogarle prácticamente a los futuros clientes, que no querían involucrarse en asuntos de parto provocado. Y así estar recurriendo a toda clase 81

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de arte para ir tirando, y hoy, sola en su casa con Candid y con Edí, y con Carlós, sentir la inminencia esa vida que latía entre el diafragma y el peroné y que hoy, precisamente hoy, tenía ganas de salir. Carlós el más pequeño, todavía no camina y del cuerpo de leche con diez gotas de café, va a brotar, como la pepita de guaba que buscaba Mista Smith en una yuca, otro cuerpo de leche con tal vez diez gotas de café, o tal vez más. El cabello está descuidado y cortado: ya no se desparrama por la espalda ni es café con mucha leche, ya casi no es cabello, es una especie de estopa, como el pelo de Silvia la runcha, pero no tanto. Una vez que dé a luz se arreglará, pues no se puede andar pescando con esa facha. Su casita en la Loma la esperó los años que estuvo en el barrio, allá en las proximidades del puerto. Su casita de la Loma, la casita de Gloria, donde no entraba ningún cliente porque no hay que llevarse el trabajo a casa; su casita de la Loma, donde sintió vibrar el amor negro sobre su piel de leche con diez gotas de café, donde dio a luz, con ayuda de Ubalda la curandera, a Edí y a Carlós. Ya no podría llamarla y no hay nadie por los alrededores. Y otra vez ese retortijón insoportable. Perlas doradas, ensangrentadas, ennegrecidas. Pero no viene. Sabe que falta un rato, pero no viene. ¿Y para qué tantos hijos? Otra vez las cantinas, y el qué pasó papi te vienes conmigo y el cuánto quieres y el dos dólares y el regateo y la vana esperanza en que diga que sí y luego el cliente diga que no que es muy caro y ella se suba la falda y le diga que está entera y él diga que si tiene música y ella diga que tiene aire acondicionado y lo tengo que sobar y decirle papi aunque le repugne y al fin él diga que está bien pero que sea largo y ella le dice que no se preocupe y luego la despedida tan tonta por lo inútil y otra vez a la cantina a decirle a otro qué pasó papi te vienes conmigo y otra vez el regateo y la vaina y la alelazón y el mostrarse apasionada cuando en realidad lo que siente es asco de sí misma y de todos. Y así hasta que crezcan y se vayan un día de la casa porque ya tienen alas propias y una se queda con el cuerpo ajado como una pasa y sin servir para nada y pasar sola la vejez 82

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como la pasó Gloria cuando le dijo que Yuní venía a vivir a la Loma y Gloria tuvo que irse nadie sabe dónde. Y otra vez el retortijón ése. Pero esta vez de verdad y el chiquillo que va para afuera y Candid que se pone nervioso y ella que le dice que lo apañe y que le ponga la tijera y que corte y los ojos amarillos que se hunden, se hunden, se hunden, se hunden. Cuando se despierta y ve que el fruto de Martín es una niña bizca, con las orejas a nivel del cuello y sin brazos, con las manos pegadas a los hombros, sus ojos amarillos se ponen morados: ¡Mátala, Candid, mátala! Y Candid no puede, y Fabiola se levanta malamente y trata de matarla ahorcándola, pero sus ojos amarillos se hunden, se hunden, se hunden, y Fabiola sabe que tendrá que volver al puerto a seguir alquilando su entrepierna por dos dólares los dos minutos, porque ya son cinco bocas las que hay que alimentar. Los ojos amarillos se llenan de agua amarga. Candid la mira en silencio. Los ojos amarillos se llenan de agua amarga, amarga, amarga, amarga, amarga.

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ara el cholo, el señor Anselmo era un tipo bien legal. El señor Anselmo vendía guaro los sábados para ganarse un camarón y se llevaba al hijo del chango Sebastián para que lo ayudara. No era en realidad un trabajo fuerte: sólo cargar las cajas desde la camioneta hasta la cantina o la bodega y tomarse una fría mientras el señor Anselmo trataba de negocios. No podía quejarse y no lo hacía: el señor Anselmo lo invitaba a sousse, ese preparado jamaicano hecho con patitas de puerco y picante, y toda la cerveza que pudiera tragar en el recorrido, que, dicho sea de paso, era bastante extenso. El señor Anselmo decía que prefería mil veces vestir al cholo que alimentarlo, pero todos los sábados a mediodía, cuando salía del banco, se pasaba por la Loma y Viviana siempre tenía algo para que tomara mientras esperaba que el cholo se pusiera bonito. Era difícil no estimar al señor Anselmo, que tenía una mujer que era algo de los boy-scouts y un hijo estudiando en España. El señor Anselmo se peinaba con raya al medio, tenía bigotes y había llegado a pesar cien kilos, pero luego había adelgazado hasta sesenta a causa de una operación de estenosis pilórica. El señor Anselmo siempre tenía a flor de labios el comentario amable y el buen humor a flor de piel. Y estando con él fue cuando el cholo se levanto a Laura. (Laura es una mujer que maravilla por lo sencilla. El cholo la llevó a la Loma tres meses después de cono85

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cerla en una bodega de la carretera, donde había ido a comprarle una pachita de seco a su abuelo Don Pantaleón, a quien le gustaba la música de Benny Moré. La sencillez de Laura es rayana con la imbecilidad, aunque puede uno muy bien guardarse de hacer analogías: nadie, hasta el sol de hoy, ha podido engañarla, salvo el cholo, hijo del chango Sebastián. Pero hoy Laura es el motor primitivo de su vida. Junto a sus hijos, Rafael Leonidas y José Arcadio. Hoy cuando Laura dice no es no y si no no es nada). Don Pantaleón aseguraba que el seco estaba perdiendo pedigree. Lo afirmaba con tal vehemencia como, años atrás había afirmado que a Papito lo enchirolaban como dos y dos son cuatro, y, claro, al haber acertado aquel pronóstico, las personas que siempre estaban en la bodega de su pueblo-caserío, más bienestaban seguros de que decía la verdad. Don Pantaleón ya podía equivocarse en todo lo que dijera, pero siempre su palabra sería tomada como dogma de fe: Don Pantaleón era un cholo recio y duro, que había combatido junto al indio Victoriano y junto al coronel Aureliano Buendía, y contaba por arrugas sus combates contra el gobierno reaccionario, fuera del bando que fuera. Don Pantaleón casi lloró de angustia cuando fue a ver Patton y oyó los comentarios de la gente, que decía que el general gringo era una bestia. No llegó a conocer al señor Armando, el borracho padre de Carmencita, la que llegó a viceministro, pero de seguro que hubiera hecho muchas migas con él. Pero ahora, su mayor preocupación era el pedigree del seco que, según explicaba, debía ser destilado en alambiques de cuarzo para evitar que el calor y la presión atmosférica adulteraran su graduación y lo convirtieran en un whisky cualquiera, más o menos escocés. Y los comensales asentían gravemente, pues casi todos tenían media hora de haber bajado del monte y no sabían qué rayos era el cuarzo, la presión atmosférica y la graduación, y muy pocos, poquísimos, 86

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habían probado whisky alguna vez en su vida. Tal vez el día de la boda del patrón o del bautizo de uno de los herederos de la finca...tal vez, pero no era ahora asunto de andar mostrándole a todo el mundo la ignorancia en materia de bebestibles. Cuando coincidían. Don Pantaleón y el Señor Anselmo se engrapaban en cuestiones cuasi metafísicas con relación a la genealogía de tal o cual bebida o en la fecha de introducción de determinada marca, con lo cual llegaban incluso a apostar dinero, que no se volvía a mencionar hasta la siguiente apuesta, pero nadie recordaba quién había ganado, así que apostaban otra vez y empezaba de nuevo el círculo vicioso. (Laura tiene los ojos negros como el pecado, y los labios finos como el cordel de pescar. Laura sólo sonríe cuando Arcadio le dice a su hermano Rafael-leona y cuando está el mayor haciéndole cosquillas a Arcadio, que se ríe como una hiena. Laura se enamoró del cholo el primer día que lo vio, cuando Don Pantaleón tenía dolor de herida y la mandó a buscar una pachita de seco,“sin alteraciones en la graduación”, a la bodega del caserío en la carretera). La bodega era de cemento bastamente pulido, con piso de barro y mostrador de madera. Una nevera estampada de anuncios de pepsi-cola era su mobiliario extra... Lo demás, fotos de mujeres en pelotas y un anuncio en cartulina: BAILE Y DIBIERTACE CON EL COMVO DEL MOMENTO, LOS HERMANOS SARSAPARRIYAY SU ENCANTADORA CANTATRIS GOLONDRINA MEJORANERA. VEVIDAS EN DON SIMON LA VODEGA DEL COMPA SIMON, PEGANDO A LA CARRETERA O SEA AQUÍ MESMO. Y allí, en la bodega del compa Simón, el cholo vio por primera vez los ojos de noche de Laura, descalza y vestida de gris desteñido. Y mientras el señor Anselmo trataba de hacer que el compa Simón le pagara, el cholo lo acompañó a la 87

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casa de su abuelo, Don Pantaleón, el último de los espartanos. (Laura tiene los pies pequeñitos, pese a ser montuna limpia y no haber usado nunca cutarras. Laura ya no tiene callos en las manos de trabajar en el campo mientras su abuelo se gastaba la plata en la bodega, y tiene dentadura postiza para tapar los dos agujeros que tenía cuando el cholo le dijo hola que tal en la bodega del compa Simón). Don Pantaleón, el último de los espartanos pensó que se quedaba solo, que sus batallas eran ya un recuerdo que no podría contarle a sus nietos, que tendría que atacar al monte antes de morirse de hambre, que el guaro estaba adulterado, que el Señor Anselmo le había ganado una apuesta. Su nieta, su única y adorada nieta, por quien habíase sacrificado hasta casi haber sido crucificado, se iba a casar con un simple oficinista hijo de un carpintero que respondía por chango Sebastián ¡Así son las cosas, compa Nacho! ¡Cría cuervos y verás cómo te arrancan los huevos! ¡Y después de todo lo que hice por ella, compa Nacho! Que cargué con ella pá mi rancho cuando se le murieron su papá y su mamá, compa Nacho, le di la mitad de mi pan, y cobijo, y un techo pá que no durmiera a la interperie, y la cuidé como no la cuidó la perdida de mi hija, pá que ahora me pague así, compa Nacho porque me deja viejo y apachurrao, como rabito é iguana, pelando bola y sin poder hacer ná. ¿Cree usté que es justo? (Laura ya no viste de gris desteñido y va con el cholo a la Loma dos veces al mes, a ver a los viejos. Laura no ha vuelto al caserío junto a la carretera después de la muerte de su abuelo Don Pantaleón, que gustaba de la música de Benny Moré y era el último de los espartanos. Laura lleva a sus dos pelaos a un colegio de curas y paga lo que le pidan, porque quiere que sus hijos estén bien re88

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lacionados en el futuro, no como el alelao de su marido que sigue yendo a la Loma, en vez de hacer que vayan Viviana y Sebastián al centro.Y Laura todavía cuenta a sus vecinas boquiabiertas la odisea del viaje a bordo del Michelangelo que la trajo desde Zurich, ciudad donde su padre era embajador).

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a Petra cuando se levantó al Jefe del marido de la comadre de Viviana, no pensó que la gente de plata solo se codea con gente de plata y que si él se encontraba en esa chupata era porque estaba de padrino de Julito, el menor. En la iglesia, como era menester, echó un patacón a base de monedas de diez centésimos y los chiquillos-huele-bautizos se volvieron medio locos recogiendo las moneditas que llevan el escudo por una cara, un conquistador -descubridor- tracalero por la otra y un número infinito de rayas por el borde. La Petra no fue a la iglesia porque tenía un pleito con el cura a causa de un negocio no muy claro que tenía con los cirios de los santos. La Petra esperó al cortejo bautismal en el tambo de la casa de la comadre de Viviana, inaugurando una botella de ron que no da goma o algo por el estilo. Cuando vio al padrino ahí, de pie como una estatua griega, sintió por dentro una bolita que le sube y le baja, ¡ay! que me sube y me baja. Estaba apoyado contra uno de los pilares de la casa bruja de la comadre de Viviana, con su camisita de nylon azul, impecablemente planchada, y su esclava de oro que decía Maribel, tomándose un rum & coke y mirando descaradamente pero de arriba abajo, como su novia oficial. La Petra se le acercó y le pidió que bailara con ella. Encantado, señorita, fue su respuesta y el calipso empezó, con su doble sentido que era one-way y sus obscenidades con acento rítmico constituyente. La Petra se consagró como calipsera, y muchos pensaron que no tenía un solo hueso en la 91

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cintura, por las formas que imprimia cuando, apretada a su parejo a más no poder, se contorsionaba como una epiléptica y casi casi se encaramaba por encima del cinturón del padrino de Julito ¡Bien, pelá! ¡Suave con el gallinón! Como siempre que daba su show, la Petra tenía sus seguidores incondicionales, y ahora estaban allí, sabiendo que su espectáculo no esperaría otro día más, que la Petra daría la nota discordante y se acercaron lo más que pudieron para no perderse ni un detalle y para impedir que el marido de la comadre de Viviana viniera de aguafiestas a echarlo todo a perder. El padrino del bautizo empezó a sudar, y el olor a 8711 se esparcía por todo el tambo, mezclándose con los olores a macho y hembra, a ron y tabaco, a pelo planchado y perfume barato. ¡Ay, pilla al cuecazo emperfumao! Y la Petra que les hacía señas con los ojos, indicándoles que se le había parado y otros aplaudieron. ¡Bien por el rabi! La Petra, ora levanta una pierna por encima ya del pantalón de su parejo, ora levanta la otra, y el padrino ya sintiendo que le dolían los lomos y sudando. El chango Sebastián observaba desde lejos, llevándose a los labios el vaso de seco con leche y tragando despacio. Así que ése era el tipo que se tiraba a Maribel, la hija de Don Clodo, que lo miraba descaradamente pero de arriba abajo. ¡Pues vaya gusto que tiene la pinolillera! Choni baila con un tipo robusto con cara de malos amigos. La mejilla les suda pero ni así se despegan. La pierna izquierda de él se incrusta casi materialmente entre las dos de ella, y la pierna izquierda de Choni hace lo propio. El calipso es rápido pero ellos se mueven lentamente disfrutando cada evolución. Así que éste es el tipo que se tira a Maribel. El chango Sebastián no lo comprende, ¡si hasta tiene miedo de limpiar la hebilla! Choni ya no se mueve, o si lo hace lo hace imperceptiblemente. Tiene los ojos cerrados y Juan Simón la atrae hacia sí. Así que éste es el tipo que se tira a Maribel. Termina el calipso y el padrino se retira del centro de la pista y, devorando hasta el vaso de cartón, terminó su rum & coke y se montó en el corvette 92

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que lo esperaba en la estrada de la casita bruja. La Petra hizo un comentario groseramente obsceno y una sonora carcajada dio el visto bueno a sus observaciones sobre el terreno. Así que ése es el tipo que se tira a Maribel. El chango Sebastián se hace la promesa de tirarse él también a la hija de Don Clodo, ya que también ese pendejito puede. Estira la mano y saca a bailar a Viviana un bolerazo de la vieja guardia. Así que ése tipo se tira a Maribel, ¡vaya, pues! Choni ha desaparecido, pero el chango Sebastián no se percata de ello. Viviana no le dice nada porque a lo mejor piensa en algún trabajo para Don Clodo y no quiere molestar. Así que ése tipo se tira a Maribel. ¡Vaya!

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os ojos amarillos se tornan morados. Hay unas ocho o diez arrugas más, pero la piel sigue siendo de leche con una decena de gotas de café, no tan tersa como hace unos años: el tiempo vuela y deja su huella. Candid está aterrorizado, desde que nació Tiby-Tiburcia, su hermanastra menor, con el sabor salado de la piel más acentuado y sin brazos, como los peces. Los ojos amarillos se tornan morados de rabia. Edí juega con una piedra a nadie sabe qué. La carne no es tan firme, y las columnas áticas están en ruinas. En realidad, sólo están en uso las manos color de leche con diez gotas de café y el capitel de las dos columnas. Lo demás, incluyendo el pelo de café con mucha leche, está en franco deterioro. Los ojos amarillos se tornan morados de rabia y desesperación. Carlós tiene un año y no habla nada. Su lengua es enorme y abulta sobre los labios, el cuello se nota más grueso de lo normal, la piel reseca. Le falta yodo, dijo el médico, llévalo al mar. Fabiola no quiere saber de mar. Le falta agua de mar, le dijo Ubalda la curandera, es mejor que lo lleves a la playa de vez en cuando. Fabiola no quiere saber de mar. Martín & Gerd. Los ojos amarillos se tornan morados de rabia y desesperación, como si quien los lleva estuviese inmersa en un carrusel que gira en torno a Tiby y que no se detiene, porque su mecanismo está atascado y porque además se le suma una noria que la aplasta contra el suelo, también con el mecanismo atascado. Siete veces, y la condenada no se muere. ¡Hija de un marino tenía que 95

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ser! Su cuerpo de pescado ha resistido el estrangulamiento, la inanición, el veneno, la inmersión en sus propios excrementos, otra vez la inanición, la puñalada y el atiborramiento. ¡Nada! No hay nada capaz de matarla siete veces! Tiene más vidas que un gato, pese a ser casi un pescado. Candid está aterrorizado: tiene una hermana con unas orejas que asemejan branquias y las manos pegadas al hombro, como si fueran aletas, y Carlós necesita agua de mar ¿Qué pasa, mamá? Fabiola no lo sabe. Fabiola no sabe nada y no quiere saber nada. Tiby-Tiburcia-Tiburona. Seguro que cuando le salgan los dientes le saldrán seis hileras en cada encía. Martín & Gerd. ¿Por qué tenemos todos la piel salada, mamá? Candid está aterrorizado: tiene un hermano que juega con piedras y construye promontorios inmensos y luego reza inclinándose ante ellos. ¿Por qué somos tan raros, mamá? Fabiola no lo sabe, pero siente como una náusea indescriptible al pensar en Yuní, en Riemand, en Calito, en Martín, Martín & Gred. Yuní and Petra. Dos mujeres han sido las mujeres de sus hombres. Si se hubiera acordado de Gloria, si hubiese mandado de paseo a Martín... Pero era tan arrogante, tan, tan... tan como se imaginaba a su padre... Ya todo estaba consumado, ¿todo?, bueno, faltaba quitar de en medio a Tiby. Pero, ¿por qué? Fabiola no lo sabe. Fabiola se da cuenta de que no sabe nada, ni siquiera los móviles de su actuación. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Todo se vuelve un preguntar por qué y no saber la respuesta. Candid está aterrorizado y Fabiola no sabe por qué, Edí juega con piedras y las llama Kaaba y Fabiola no sabe por qué, Carlós es un imbécil, eso al menos le parece, y Fabiola no sabe por qué, y Tiby no le ha hecho mal, sólo ha nacido (? ) un poco (? ) deforme, eso es todo, pero Fabiola no alcanza a explicárselo. El cura le dijo que era por ser pecadora y ella le había respondido que si era pecadora era por necesidad y no por vicio, que si había alguien capaz de censurarla, no era precisamente él, que se decía representante de una Verdad, intangible pero Verdad, y que tenía una mujer en el interior. Martín & Gerd. Pero, ¿era posible estar en la tierra siempre sufriendo, siempre 96

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jodiéndose, siempre apachurrándose, siempre sirviendo de carnada para pescar la comida, la vida misma? Martín vivía, o al menos, eso decía. Tal vez ahora lo reciban otros ojos amarillos dispuestos a ver en él la vida y ser madre de otro monstruo ictiológico, con aspecto de sirena y sabor salado y acre. No, definitivamente esto no es vida, y Martín no pudo nunca haber vivido. Tal vez sólo existió, como existen los radiolarios o los nenúfares a los seres humanos —no personas—, seres humanos con cerebro de madera que vagan sin pena ni gloria por este mundo de Dios. Se sabe que existió —no que vivió— porque Tiby llora en este momento, y hay que darle la mamadera. ¡Siete veces! Cuando Candid no la pudo matar el día de su nacimiento birthday, qué risa, ella trató de estrangularla. Y no pudo. Sus ojos amarillos se hundieron en un vacío nunca conocido y la noria, que no había aparecido nunca, hizo acto de presencia y la aplastaba sin consideración. La dejó morir de hambre: doce días sin comer y sin beber, pero no se murió, y le sonreía cuando se le acercaba a ver si estaba ya muerta, y a Fabiola le parecía que sí, que cuando le salieran los dientes le iban a salir seis hileras en cada encía. Le preparó luego el biberón con kangaroo, esa medio especie de lejía que acaba hasta con los propios suelos, y Tiby le sonría cada vez que se acercaba a ver si estaba ya muerta, y sus manos de leche con diez gotas de café temblaban y temblaban. Un día intentó matarla hundiéndola en sus propios excrementos, pero Tiby había nacido con un componente coprofágico inmenso, y dejó el plástico, donde la había echado boca abajo, limpio, bien limpio, y los ojos amarillos de Fabiola se tornaron por enésima vez de color del vino tinto. La dejó otros diez días sin comer, pero Tiby le sonreía al acercarse para ver si ya se había muerto. Entonces fue cuando la quiso apuñalar y sólo consiguió que, al introducir el hierro en su carne, salpicara unas gotas de agua salada y nada más: su piel parecía hecha de escamas. Sí, ahora que lo pensaba bien, estaba segura que le saldrían seis hileras de dientes en cada encía. Ayer, justo ayer, había tratado de matarla alimentándola como 97

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a una oca. Le dio diecinueve mamaderas de leche con maizena y dos cucharadas de harina. Tiby eructó y se quedó como medio abobada, pero luego empezó a reír y a reír como si le hicieran cosquillas y Fabiola le dio otras diez mamaderas y como postre un biberón de jugo de naranja. Hoy sus ojos amarillos se tornan morados de rabia y desesperación. ¡Siete veces! Tiby era su cruz como dirían los cursis que piensan que soltando frases antisonantes van a remediar algo. Martín & Gerd. Martín un Gerd. Martín and Gerd. Martín et Gerd. Martín y Cuerda. Los dedos de leche con diez gotas de café levantan la mamadera con violencia inusitada. ¡No, mamá, no trates de nuevo! Candid está aterrorizado pero no puede impedir que el golpe con el biberón caiga justo entre las dos orejas de su hermanita a nivel del cuello. Tiby sonríe beatíficamente los ojos en blanco, paraplegía espástica. Fabiola se extraña porque ella esperó que se pusiera flácida como una muñeca. ¡Muñeca! ¡Tiby, una muñeca! Fabiola se pregunta si cada vez que trató de matarla no murió. Tal vez quedo viva porque ahora sonríe igual. Tal vez su hija volvió siete veces de la muerte. Tal vez sea realmente su cruz. Fabiola no dice nada. Siente un lejano sentimiento (?) de vacío, como si se le escapara la única oportunidad de hacer algo, de llenar esa vida, que era un estanque sin peces, con algo que no formara parte de la rutina. Envuelve el cadáver (?) en un traje verde estampado con flores pop y le dice a Candid que lo lleve al dump, ese crematorio público que existe, donde no llega el camión de la basura. Candid no quiere. Fabiola insiste, está por llegar Ventolero, el chulo de turno. Candid está aterrorizado, no quiere, no puede, no acierta, no deduce, no cuaja, no carbura, no siente, no sabe, no hace. Fabiola está impasible, sólo tiene un mal sabor de boca: como cuando llega a casa borracha. Candid llora lentamente, soltando cada lágrima con calculada precisión, para que no se le acaben demasiado de prisa. Edí da vuelta a la Kaaba y dice frases desconocidas e incomprensibles sicológicamente. Fabiola levanta el bulto, como cree que Abraham el hebreo levantó a Isaac, y sale de su casa bruja con 98

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paso lento y parsimonioso. Candid no se mueve. Fabiola vuelve a entrar, deja el bulto en la mesa y coge una cajetilla de fósforos de encima de la estufa. Candid se despide en silencio de su hermana cuando Fabiola, en silencio de noche, se la echa al hombro y se lleva el bulto que puede o no ser cadáver y que sonríe dentro del traje verde estampado con flores pop, como si se sintiera en el mejor de los mundos... o tal vez estuviera en el mejor de los mundos. Los ojos amarillos que se habían tornado morados, vuelven a ser lentamente, otra vez amarillos.

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l chango Sebastián había dicho que si no mantenía al pelao, le iba a meter un tiro en el cielo de la boca. Juan Simón le dijo que sí, que él de verdad quería a Choni, pero que ahora no podía ser porque estaba limpio y que se esperara hasta que naciera por lo menos, que entonces sí que tendría el trabajo que estaba peleando en la refinería y que entonces le daría para que viviera como un hijo suyo y tal. Viviana fue la primera en darse cuenta de que a Choni le estaba pasando algo, y su corazón dio un vuelco enorme, una pirueta tan grande que por poco se mata, al pensar lo que podría ser. Ya te lo dije Choni que te cuidaras, ya lo sé mamá, pero lo único que podría hacer es deshacerlo, no veo por qué, entonces para qué me lo echas en cara, si no te lo echo en cara, ah entonces qué haces, nada, hija, nada. Juan Simón es un vago, como todos los que tienen el oficio de preñones. Nadie sabe qué le ha visto Choni a este surrupio que se la pasa en la bodega contando chistes obscenos y diciéndole groserías a las que tienen la mala pata de pasar por ahí. Juan Simón no ha trabajado nunca o, por lo menos, nadie lo ha visto nunca arrimar el hombro a nada. La única vez que lo vieron con la hija del chango Sebastián, fue el día del bautizo de Julito, pero nadie se imaginó que el asunto iba a parar en retoños y demás. Y Juan Simón, además, sabe hacer bien las cosas. Choni le gustaba y la tomó para sí, como había hecho antes con una sobrina de Albertina, la vecina de la Petra, y con Macorina, la que fue hembra de Pito el tracalero, 101

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el que vivía con Domitila, la gorda del mantón de manila, arriba de la señora que hace frituras. Pero si bien la sobrina de Albertina y Macorina eran ya mayores de edad, la Choni es casi una chiquilla, que se robó un brasier de la China precisamente para coquetear con Juan Simón, cuyo último piropo revestía caracteres de ultimátum: adiós corazón de ajo, si no me quieres te vas pál carajo. Ahora lo ve perderse rumbo a su casa bruja y sabe que como no lo vaya a buscar el Cholo o el chango, Juan Simón se olvidará de ella y de sus remilgos y sus no Juancho que me duele, antes de que caiga la noche. El chango Sebastián había dicho que si no mantenía al pelao, le iba a pegar un tiro en el cielo de la boca, y el Cholo lo trajo arrastrado desde la bodega cuando, por tercera vez consecutiva, el análisis de las compresas dio negativo. Viviana metió dos dedos y tocó eso medio duro a los lados de ese piquito y el piquito se movía. Miró al chango, que contraía los maseteros y dijo que sí, que estaba encinta. El chango Sebastián propuso llamar al médico o a Ubalda la curandera, pero ya el Cholo salía pisado a buscar al tal Juan Simón a la bodega. Un rato después lo traía cogido por el cuello de la camisa, sonriendo estúpidamente y como justificándose por la forma en que entraba en casa del chango. Si, él estaba vacilando con Choni hacia buco de tiempo; si, le había, este, cómo se dice, le había, pues, este, hecho el amor varias veces, pero ella, de verdad, era muy católica y, claro, este, no quería mucho y él tenía que comerle el cerebro cada vez; si, él pensó que esto, este, podía pasar pero, claro, no lo creyó, ya sabe usted lo que son estas cosas. Bueno, ahora qué se iba a hacer, pues, y no tenía otra solución que, este, o casarse o mantener el pelao, ¿no cree usted? Pero el problema, bueno, no tan problema, je je, era que él no tenía trabajo ahora mismo y si se podía esperar, pues, je je, hasta que el pelaito naciera, pues, este, él lo mantendría como un varón, sí, señor, porque él es un varón y si fue lo suficientemente hombre para hacerlo, pues, debía, por lo menos, ser lo suficientemente hombre para mantenerlo, bueno, a él le parecía eso, pero, je je, ahora las vainas andaban un poco mal 102

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y que si nos aguantamos todos un poquito, pues, a lo mejor, las cosas cambian y, je je, el pelao, o la pelá, porque da lo mismo, je je, iba a llevar su apellido, que no se preocupen y tal, je je, que hasta mañana, pues, je je, y el chango Sebastián retuvo al Cholo, que se lanzaba detrás de Juan Simón cuando saltó las escaleras de la casa bruja del chango y se perdió rumbo a la suya.“Ya veremos lo que pasa”, dijo. Choni se metió en su cuarto. Desde que la China se casó con el Testigo de Jehová y el chango le construyó el otro cuarto al Cholo, su antigua habitación es su feudo particular, donde nadie entra sin su autorización expresa. Tres meses tenía su embarazo cuando Juan Simón fue llevado a la rastra a su casa. Tres meses tenía su hijo cuando Viviana, sentada en la ventana viendo llover como Isabel en Macondo, declaró que tenía ganas de morirse, que se había consumido mucho y que cada día estaba más cansada. El Cholo se pasaba estos días en la casa bruja del chango Sebastián, a pesar de las rabietas de Laura, porque sabía que el drama que había sido la vida de Viviana, llegaba a su fin. Para sus vecinos, en el centro de la ciudad, estaba en Australia, porque había ido a tomar un curso sobre la cría de canguros y el amaestramiento de los virus que destruyen los viñedos. Le había dicho a Laura que algún día la iban a pillar en una mentira y ella le había contestado que en ese caso, poco probable por cierto, se inventaría otro embuste. Cuando miraba a Juancito, inocente, ajeno a todo lo que se desarrollaba a su alrededor, sentía que no somos nada más que la herencia de un polvo desafortunado. Y en lugar de sentir odio, sentiría lástima, por él, por Juan Simón, por Choni, por el chango y, sobre todo, por Viviana. Su viejita tenía el pelo completamente blanco, y él sabía el dolor que le producía cada cana, que al emerger chirriaba como verja oxidada y la hacía contraer el rostro de una forma característica y que el chango Sebastián, tomaba como motivo de broma:“Ya le sale otra cana a la negra, oigan como chirria”. Viviana veía las gotas y recordó cuando enterraron a Arturo, que el chango le dijo que el mundo tiene los pies pá atrás, como la tulivieja. Y ella 103

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sabía, estaba totalmente segura que su tiempo había terminado. Se puso en pie y se fue a su cuarto, en silencio de noche. Volvió con el piyama que usaba cuando iba al médico a visitarla y le dio un beso a cada uno. Dijo adiós y se volvió a meter en su cuarto, en silencio de noche. El chango miró al Cholo y luego a Choni: las cosas de la vida, esas cosas que siempre son las causantes de las desgracias y que nunca se pueden precisar, la habían vuelto loca. Choni sintió ganas de llorar, pero se reprimió. El Cholo bajó la vista y el chango contrajo fuertemente los maseteros, como ahora era su costumbre, tragando saliva con afectación un poco teatral. Estando así, también en silencio de noche, oyeron, a lo lejos, el aullido lastimero de un perro. Choni gritó ¡Mamá!, como impulsada por quién sabe qué instinto recóndito. Sí, efectivamente Viviana había muerto. El chango Sebastián estuvo tentado a gritar no se vale, así no juego, pero ya el juego estaba consumado. Llovía agua. El chango Sebastián siempre creyó que al morir su compañera iba a llover pájaros o caer del cielo florecillas amarillas o el mar iba a oler a rosas, pero llovía agua, sencilla y llanamente. Agua. Entonces se dio cuenta que morir es como irse al baño y encontrarse con que no hay papel: tiene uno forzosamente que quedarse allá. Dentro de poco vendrían los curiosos de siempre a enterarse bien del asunto para regarlo por toda la Loma, y había que avisarle a la China y a la comadre que tanto la quería y a Ubalda la curandera para que la vistiera y dirigiera los rezos y tal vez al cura y ya. Viviana se ha ido. Ya no regresa más Choni, no llores papá, hay que seguir viviendo, ya no la veremos más, Cholo, sabes lo que esto significa ¿no?, mi compañera, mi amiga, mi mujer, no llores papá, que ya la encontrarás algún día cuando te toque, resignación chango, gracias, te acompaño en el sentimiento, gracias, yo también la estimaba mucho, gracias, recibe mi más sentido pésame, gracias, lo siento mucho, gracias, era muy buena, gracias, Dios la tenga en su gloria, gracias, ahora tienes que vivir tú, gracias, la vida es triste, gracias, cuenta conmigo para lo que sea menester, gracias, fue una gran persona, gracias, ya la 104

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verás en el cielo, gracias, lo siento mucho, gracias, la quería como una hermana, gracias, te acompaño en el sentimiento, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias, hasta que la palabra gracias empieza a hacerse vacía y mecánica, y la dice uno porque sí, porque algo hay que decir ante tanta condolencia, y se crea un circuito neuronal que se pone en marcha cada vez que aparece un rostro compungido, dispuesto a darnos el pésame, gracias, te acompaño en el sentimiento, gracias, fue una santa, gracias, recibe mi más sentido pésame, gracias, si necesitas algo pídelo, gracias, era muy buena, gracias, gracias, gracias, gracias, gracias...

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ista Smith era un chombo de los de antes. Ser chombo implica ser servil. Ser chombo de los de antes implica ser servil como en la época del Tío Tom. No basta ser negro para ser chombo. Hay que vivir en una país latino y hablar en inglés, decirle yes sir a los gringos y vestir escandalosamente. Ser chombo significa pertenecer de buen grado a quien te desprecia, humilla y discrimina. Ser chombo de los de antes significa trabajar casi gratis doce horas diarias y exigir latigazos por no hacerlo bien. Mista Smith era un chombo de los que descienden de los negros que llegaron cuando los indios no querían ser esclavos: Mista Smith era descendiente de los negros que se quedaron cuando los cimarrones huyeron con Bayano a la serranía. Mista Smith nunca sería congo porque ser congo es ser libre y hablar un idioma propio y tener rey y tumbarle plata a la gente en los carnavales. Mista Smith se había casado con una madama que hablaba patois y que servía en casa de unos gringos, y casi se muere cuando no le dieron el empleo de jardinero en la casa de un boss de la bananera. Mista Smith no tenía nombre porque sólo era un chombo de los de antes, y no tenía más que su apellido paterno porque no tenía mamá. Mista Smith no hablaba español y cuando tenía la cabeza semejante a una plantación de algodón, fue cuando se le ocurrió que era el cerro takarcuna porque sí. Y decía que el cerro takarcuna era el único pico nevado que conocía y por eso él, con su cabeza algodonosa, era un pico nevado. 107

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Estaba claro y no podía ser de otra manera. Su mujer se llamaba Jean-Marie y era oriunda de la guayana francesa cuando la guayana francesa era la guayana francesa. Vestía de blanco, con una cofia y fumaba con la candela para adentro. Jean-Marie era jumpy-jumpy o algo así y todos los jueves iba a saltar a su iglesia Sheit you mouth, go away, mama luca bubulé, hasta que a alguna feligresa le diera el ataque, cayera en trance, y revelara palabras del más allá. Jean-Marie se casó con Mista Smith cuando tenía cuarenta años y el tenía cincuenta y tres, seis meses, cuatro días y siete horas. Y Jean-Marie nunca se tragó el cuento de que Mista Smith no tenía nombre porque era un chombo de los de antes y sólo tenía un apellido porque no tenía mamá y como es de esperar, no entendía que a Mista Smith lo hubiese traído al mundo Mr. Geoffrei Jondthan Smith Powell-Gowrbern, que era como se llamaba su progenitor. Una persona con un nombre como ése no podía ser capaz de parir a un chombo de los de antes tan feo como Mista Smith. Y es que como el cerebro de Jean-Marie no daba para mucho, le parecía normal que los partos se produjeran sin distinción de sexos, asi como se producían sin distinción de credo, raza, nacionalidad, especie o clase social. Y Jean-Marie no se dio cuenta que Mista Smith estaba tocado del coco hasta que lo vio un día buscando pepitas de guaba en una yuca que tenía en la cocina. Y cuando le dio por creerse takarcuna mount, boy, what you mean, boy, I live in central Darien park like a real pasha, boy, and don’t molest me no more, lo encerró en el manicomio. ¡Lad mi Gad! Help me, Lord. My husband turn mad. ¡Wha! Jesus-Christ, miss Silvia, my husband. ¡Lad mi Gad! Help me take him to the retiro. ¡Lord! Mista Smith is cranky. ¡Miss Silvia! Come and help me. ¡Rat it! He looked so good and then, ¡oh, my God! he turn just as mad as my sister Viola. ¡Rat it! ¡Miss Silvia! Y Silvia, oliendo a ajo y a berrinche y siempre tan runcha, llevó a Mista Smith, takarcuna mount boy, al manicomio y le dieron el cuarto treinta y cuatro porque el treinta y tres estaba destinado a un antisionista que cada 108

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vez que le daba el ataque se creía Hitler y había que encerrarlo en el cuarto que tuviera de número la edad de Cristo, crucificado por los judíos de alma negra. ¡Lord my god! You see, Mista Smith was looking for a pepita de guaba in a yuca and then I thought he was a little punchy, but today, ¡oh, my Lord! he go and tell me ¡rat it! he was takarsomething mount and then I jumped up and went and look for miss Silvia and she ¡lad mi Gad! take Mista Smith to the retiro. Y con todo lo que hizo, Silvia siguó siendo una runcha, aunque Jean-Marie la invitara a comer bacalo con papas, holling you, lo que comen los chombos, holling you, y aunque tuviera la fama de hold out Mista Smith when he tell the woman he was takarsomething mount and lo llevara al manicomio a la habitación treinta y cuatro, oliendo a ajo y a berrinche y a quién sabe a qué más.

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ónme la mano aquí, Macorina, pónme la mano aqui”. Macorina, justo es decirlo, estaba hasta aquí de que Pito le estuviera siempre cantando lo mismo, así como Domitila nunca se cansaba de que Papito le cantara lo de “dónde vas, Domitila, dónde vas, con mantón de manila, dónde vas”. Era una claudicación secreta ante sus encantos, porque si bien Domitila exhibía una masa enorme de grasa que estimulaba y reconfortaba a Papito, marido de la gorda Cintia, Macorina amasaba la pasta de las frituras con la señora que hace frituras debajo de donde vivía Pito el tracalero y Domitila, la gordota del mantón de manila. Así, a Pito le atraían esas manos que habían amasado harina para casi toda la Loma sin haber envenenado nunca a nadie. Y eso que Macorina, cuando sudaba, se limpiaba con el índice y luego sacudía el dedo sobre la masa. Tal vez eso fuera lo que hacía las empanadas de la señora que hace frituras más ricas que las de aquella otra que tuvo que clausurar su negocio porque no vendía ni una carimañola. Y Pito el tracalero, cada vez que salía de su casa para ir a tracalear, se pasaba por la casa de la señora que hace frituras silbando pónme la mano aquí, Macorina, pónme la mano aquí, y Macorina, la costeña de piedra, dura como el mármol, se fue ablandando. Al principio se acordaba de la mamá de Pito, que murió de hidrocefalia y la llamaban la Cabezona, pero después se fue acostumbrando y ya, al final, se sorprendía cuando no pasaba Pito silbándole esa especie de contraseña. Ya Macorina no podía conte111

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ner la risa sólo pensando dónde quería Pito que le pusiera la mano, y cuando moldeaba las carimañolas se reía, y la señora que hace frituras tenía que llamarle la atención, por lo que optó por hacerla moldear sólo la masa de las tortillas que, siendo planas, no le hacían ninguna gracia. Secretamente le decía Pitus o tracaleiro, porque había leído una vez algo en portugués, aunque no se acordaba dónde, porque hacía ya burda de tiempo que no leía el periódico y ni siquiera las fotonovelas de Corín Tellado, aunque se la reconocía como una de las más pudientes de la Loma. Macorina iba del trabajo a su casa y de su casa al trabajo, no se le conocía novio ni vicios y las malas lenguas decían que ella era seria de cara y relajada de culo, pero sólo la conocía bien la señora que hace frituras y ella nunca dijo nada de Macorina. Pito tenía por oficio tracalear. El tracalero no es un estafador, sino un metepiezas. No es un ladrón ni un pillo ni un bribón ni un truhán ni un malhechor. El tracalero es un individuo que hace negocios turbios pero que cae simpático, que siempre anda viendo cómo clava a alguien con un objeto inverosímil, p.e., una llanta de tractor, que vende por diez reales y se la compran; luego resulta que en todo el país no hay un tractor al que le pueda poner la llanta. Pito salía a tracalear todos los días. Ya debía haberle metido la pieza a medio mundo, pero todavía seguia tracaleando. Se autollamaba el Vivazo, pero todos los de la Loma lo conocían por el Tracalero y decían que le quería tracalear la entrepierna a Macorina con el pónme la mano aquí. Pero, realmente, a Pito le gustaba Macorina porque olía aceite barato y no a manteca cara como su concubina. A Pito le gustaba ese aire sano de muchacha sana, nueva, ese swing de portobeleña y ese acento a caribe que la hacía mencionar la d en lugar de r. Pero Macodina, como secretamente le decía él, era una tipa legal, bien tranquila, chévere, sweet, rareza, era una guial ahí. Realmente no parecía costeña, como la Petra, por ejemplo. Costeños son los de la costa Caribe, porque los de la costa del Pacífico son interioranos. Pito no quería ni por un momento tracalearle nada a Macorina. Sólo pensaba en el revulú que iba a 112

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armar Domitila a cuenta de un romance y el panorama no le atraía. Si la Petra noquió a Domitila, seguro que Macorina no le iba a aguantar a la gordota uno de sus clásicos mameyazos. ¡Pero estaba tan sweet! Algo tenía que hacer para tracalear a Domitila y tener un lelelé con la ayudante de la señora que hace frituras. Ponme la mano, aquí, Macorina, pónme la mano aquí. Seguro que se la pondría donde quisiera. Si Papito estuviera fuera de la cárcel fuera otra cosa, porque él podría preparar una escena de celos y mandar a la gordota con viento fresco. Pero nadie quería levantarse a la del mantón de manila y todos, aunque inconscientemente porque era peligroso hacerlo a conciencia, deseaban más el backside de la canyacera Cintia que la manteca flotante de su ballena que, para colmo de males, estaba siempre en celo. Volvía, pues, tarde a su casa, porque la volcánica Domitila lo estaba esperando con sus grasientas caricias y su roncar tenebroso. No. Seguramente Macorina fuera más dulce y lo acariciara como si fuera una empanada o, por lo menos, con más dulzura. No serían caricias grotescas y risibles. Pónme la mano aquí Macorina, pónme la mano aquí. Nadie supo decirle a la gordota Domitila dónde rayos se había metido su tracalero del alma aquel cuatro de julio, cuando los chombos se habían ido de picnic para celebrar la independencia de USA. Pito no era yanquista y más de una vez le había vendido gato por liebre, en el sentido literal de la palabra, a los gringos, cosa que no haría un chombo. Una vez le vendió un borreguero a un General de buco de estrellas, diciéndole que era una iguana, y el tipo se fue tan contento por poder incrementar su colección de fauna tropical. No, Pito no se había ido de picnic, y sin decírselo, menos. Pero Pito estaba de picnic con Macorina en el lago, en la parte del lago reservada a los negros y latinos, porque los gringos estaban del otro lado y no querían contaminarse. Como aquellos parisinos que iban a Versalles a ver comer a Luis XIV, el Rey-Sol. Macorina había llevado cerca de veinte frituras y Pito había tracaleado diez dólares y comprado cervezas, en un kiosco 113

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donde las venden más baratas y encima tienen más. El lago tenía tres porciones de tierra en donde se celebraba el nacimiento del dueño-amo: Allá, enfrente, los norteamericanos bailaban soul, rubios y bonitos; aquí, al lado de acá, los chombos bailaban soul, despreciando a los latinos que, de este otro lado, bailaban cumbia y guarachas y no miraban ni a los gringos ni a los chombos. The spanish people always with their cumbia and with their bullshits. ¡Hey, Shirlí, put another expirience ovadier! Pero a Pito el tracalero no le importaba que se estuviera tocando cumbia, bullshits, o soul. Los latin people estaban ahí porque había que cepillar a los chifanchif gringos, que ni siquiera reparaban en ellos, pero por si acaso... La noche cayó, y Macorina volvió del monte con Pito, justo a tiempo, just-a-time, para subir al autobús latino que volvía a la ciudad. Los otros treinta y nueve autobuses y los casi doscientos automóviles que salieron del lado de acá del lago eran de chombos. En el autobús latino se cantaba en español. En los autobuses chombos se cantaban calipsos con ukeleles y las mujeres decían que iban a los stiets to bai som clots bicos ai jav notin tu put uen ai am got to a pic ni buai. Y la vecina le decía que di las taim ai uen tu di stiets ai brot a lot of fanci suts an den dei tel mi ai uas a licu yongá, yu sí, an di buais on di strít chout mi a lat, yu sí. Y Macorina le preguntó a Pito que si quedaba encinta que qué hacia y él le contestó que nada. Y se miraron tiernamente a los ojos. Luego Pito le dijo que con las manos no iba a quedar encinta y ella dijo ah, menos mal. Y nadie le podía decir a Domitila dónde rayos se había metido Pito; por eso, cuando llegó solo y silbando el Cubanito, recibió un abrazo mantecoso al que se añadía el sudor de la preocupación y la desesperación. Macorina y Pito siguieron viéndose a escondidas, y luego en la casa de la señora que hace frituras, porque era el último lugar donde los podrían buscar. La señora que hace frituras dijo que para eso había quedado: de alcahueta y sin frituras. Pero, en el fondo, deseaba que alguien le hiciera el amor por lo menos una 114

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vez al año y en fiestas de guardar o en peligro de muerte. Y así llevaba ya doce años, haciendo sólo tortillas, empanadas, carimañolas y hojaldas. Y no fue por mucho tiempo. Pito no volvió más por su alcoba y Macorina le contó que iba a vacilar con Santo el taxero, porque más valía un soltero con carro que un amarrao con gorda. La señora que hace frituras sonrió y le dijo que sí, que tenía razón.

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anchudo apareció por la Loma un viernes a las seis de la tarde. Esto fue cuando todavía estaba vivo el señor Mi guel y antes de que Carmencita se mudara a la Loma con su viejito borrachín y con las ganas de salir adelante pegadas en la piel. No se supo nunca si era su nombre, su apellido o su sobrenombre. Lo que sí sorprendió es que trajera los pedazos de tabla preparados y numerados, por lo que el lunes en la mañana empezó a meter los pocos muebles que traía. Viviana dijo en una ocasión que un hombre así, si no fuera por el quiebre que tenía en la muñeca, sería lo que le hubiese gustado para Choni. No es que Ganchudo fuera guapo, no, pero tenía una presencia imponente, aunque el deje que tenía en la muñeca lo hacía fácilmente clasificable en un lugar como la Loma, donde no puede haber ni hay puntos intermedios: o se es hombre, o no se es. El hombre es el que bebe aguardiente a rejo limpio, el que fuma, el que huele a sudor y posee coprolalia congénita, el que se culea a todas las mujeres y el que si no tiene una pelea a la vista la busca. El que no es hombre usa el pelo largo, lleva los pantalones apretados, usa colonia o, en su defecto, perfume, bebe coca-cola y si tiene que tomar aguardiente lo hace rebajado con soda, el que no quiere que Chón lo motilé a un cuadra y va a la barbería, el que no se comporta como un patán, el que conversa con una mujer sin meterle mano, el que no cuenta cómo le metió mano, al que no se le para viendo una película europea, y el que nunca busca pelea y si se la buscan trata de evitarla. 117

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Ganchudo no era hombre, eso estaba fuera de duda. Incluso iba algo más allá, casi casi llegaba hasta mujer, si no fuera por motivos de causa mayor, fuera de su alcance, y que no podía resolver. No basta con carecer de más de cuatro cosas para ser mujer, hay, además, que estar indispuesto por lo menos una vez al mes, ser potencialmente madre y usar un sujeador sin relleno artificial. Ganchudo llevaba una melena hasta media espalda y usaba pantalones amarillo-limón más ajustados que Silvia la runcha, andaba siempre bien emperfumado y no se motilaba, si no que se hacía un corte a navaja y hablaba de cine sin decir que tal artista está buenona y leía otras cosas que no eran Pimienta ni Playboy ni Penthouse. Ganchudo hablaba de Picasso como si hubiera sido su compañero de toda la vida, y los de la Loma no entendían que se hablara de un pintor cuando el Culí de allá abajo también pintaba y nadie decía nada de él y a veces no le querían ni pagar. A lo mejor el Picasso ése pintaba las casas más rápido. Ganchudo se reía muy finamente mostrando su dientecito de oro. Eso era lo que no le perdonaban a Ganchudo: que fuera rematadamente fino. Siendo maricón, pasaba; pero siendo fino encima, ya pasaba de castaño oscuro para meterse en negro. Cuando apareció por la Loma estaba dizque comprometido con un tal Cristián, hijo del cónsul de un país nórdico, donde eso de la libertad sexual entre todos los sexos está bien vista. Y se entendían a la mil maravillas, tanto que muchos matrimonios y arrejuntamientos mal avenidos les tenían envidia. Cristián era fulo y bonito y la gente decía que era la mujer. La Lola Beltrán, el que antes de la llegada de Ganchudo acaparaba la mariconada del barrio, trató de romper esa unión, pero su cultura era tan de la Loma, que lo aceptaron en su círculo más por cuestiones sexuales que por otra cosa, y cuando discutían sobre el último libro que se habían leído, Lola recordaba que tenía que hacerle un mandado a una prima suya y se marchaba cabizbajo. Y cuando hablaban de cine, ni siquiera tenía el pretexto de decir que tal artista estaba como el pan nuestro de cada día, porque lo miraban asombrados y seguían comentando la 118

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fuerza social que tenía tal o cual director y la talla de actriz que tenía tal o cual estrella, y Lola se acordaba que tenía que ir donde Ubalda la curandera para pedirle una hierbas medicinales. La Lola Beltrán manifestó un día en la bodega que Cristián y Ganchudo se enfrascaban siempre en conversaciones peludas y la gente empezó a llamarlo Ganchudo, el cueco peludo, sin aparente razón para ello: Ganchudo se depilaba a conciencia en una peluquería progre que quedaba en el centro de la ciudad, en ese mundo donde los de la Loma no se aventuraban a ir por miedo a quedar desplazados y de donde se sabían tantas leyendas. Cristián subía desde el centro hasta la Loma en un cadillac rosado con placa de diplomático. La Lola Beltrán estaba enamoradísimo de Cristián, y la preferencia de éste por Ganchudo provocó un roce entre los maricolomeros, como se había empezado a llamarlos últimamente. Porque los de la Loma son expertos en poner sobrenombres. Todos, absolutamente todos, en la Loma, tienen por lo menos un sobrenombre: el de sus amigos; muchos tienen el sobrenombre que le dan sus amigos sumados al que le dan sus enemigos. Así, Ganchudo y la Lola Beltrán eran los maricolomeros. Cristián era el Niñobonito, la manzana de la discordia, el sarajevo, porque, en verdad, se esperaba una próxima conflagración en el barrio, semejante a la que años después enfrentara a la Petra y a la gordota Domitila delante de la casa de la señora que hace frituras. Los observadores bélicos por lo menos así lo presagiaban. Muchos fueron los que consultaron a Ubalda la curandera para que les dijera qué día, dónde y cómo se iba a producir, y salieron desilusionados cuando Ubalda les dijo que Ganchudo terminaría empatándose con la Lola Beltrán. Y es que Ubalda conocía el destino de todo el barrio, y fue la que le pronosticó a la Petra una puñalada por lo menos, para después que muriera el primo de Mireya, conocido por Meco. Los archivos de Ubalda la curandera eran inmensos, ordenados por nombres y apodos, y transcurrían desde el momento del nacimiento (y su Tiempo Sideral de Nacimiento o T.S.N.) hasta que lo quemaba, 119

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cuando se producía la muerte. Y eso sin que nadie se lo pidiera, pero como tenía un sentido muy alto del deber, se veía obligada a conocer la vida de cada sujeto, aun antes de que supiera andar. Y Ubalda la curandera tenía una hija llamada también Ubalda, como ella, como su madre, como su abuela, como su bisabuela, como su tatarabuela, como todos sus antepasados, que también sería curandera. Ubalda la curandera tenía a Ubalda la hija de la curandera escondida, para que nadie creyera que había muerto y no notaran la sustitución. Beto tenía órdenes estrictas de no divulgar el secreto y Ubalda sabía, porque le había hecho su horóscopo desde que nació, que nunca le diría el secreto a nadie, pero sí que su hija, Ubalda, sería la última de la dinastía, pero sería la única que viviría casi los cien años en plena lucidez. Por lo menos, la curandería de la Loma tendría otro siglo más de vida y eso la confortaba. Entonces empezaría otra dinastía de brujas en la Loma, que no sería tan efectiva. Cuando Yolanda terminó con el policía que tenía catorce hijos, Ubalda le dijo a su hijo Beto: Ahora es tu turno: ve y hazle un hijo a Yoli, que cree que tiene la matriz cerrada”. Y pese a conocer a fondo la vida de todo el mundo, aspiración máxima de los bochinchosos, Ubalda nunca se aprovechó de ello, y guardaba la llave de sus archivos en un bolsillo expresamente elaborado en la parte interna de sus calzones, para que nadie, ni Beto, supieran dónde estaban. Ubalda, la hija, vivía en los archivos, y los estudiaba hasta casi sabérselos de memoria, confrontándolos con los datos que su madre le llevaba desde el exterior a la hora de la comida. Las antepasadas brujas que se llamaron Ubalda no envejecieron nunca, pese a haber vivido cada una setenta y cinco años justos: murieron todas el día de su cumpleaños. Ubalda la curandera era idéntica a su hija de veintiocho años, aunque ella tenía setenta y tres y nueve meses. Sólo le quedaban quince meses de vida, pero menos mal que Ubalda ya se sabía todos los bochinches y a veces era ella la que salía a echar la suerte y a conjurar espíritus para coger la práctica. Ubalda estaba satisfecha de Ubalda, aunque nadie sabía que Ubalda no era 120

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Ubalda y seguían creyendo que Ubalda era Ubalda y que no moría nunca y que era joven siempre y que había enterrado a tres maridos que se murieron de viejos y que era mejor no hacer nada que la pudiera disgustar y que valía más que el cura y que el médico, etcétera, etcétera, etcétera. Y, efectivamente, tres meses después se regó que la Loma era testigo de un gran amor: Ganchudo y la Lola Beltrán habían contraído nupcias y la Lola sentía los síntomas de un inminente embarazo. Dijo luego que no, que era sólo indigestión pero ¡vaya susto que se había cogido! Ganchudo explicó meses después, que su ruptura con Cristián se había producido a raíz de la nacionalización del Niñobonito pues, ahora que era un latinazo-latinón no podía quererlo, porque para querer a un latino prefería a la Lola Beltrán, que además era cariñoso, aunque no tan culto, pero en algo era mejor que Cristián. Cuando le preguntaron en qué, se echó a reír mostrando su dientecito de oro y sus ojos brillaron pícaramente. Porque Ganchudo era bien femenino: Se había leído un libro de Castilla del Pino sobre la mujer y exclamó que “ese señor no tiene ni idea, no nos conoce en absoluto”. La Lola Beltrán era bastísimo; para llegar al refinamiento de Ganchudo le faltaba, por lo menos, un curso intensivo de noventa años. Ganchudo era fino-fino, casi desde el vientre materno, mientras que la Lola Beltrán se volvió un día que su novia, llamada La Lagarta, nadie sabe por qué, no le dio chance. Entonces decidió que era mejor un hombre, y Ceballos, que usaba como apodo todo un símbolo, El Cueco, fue su iniciador en ese extraño esoterismo, mostrándole todos los ritos de esta religión del Doble, del Semejante, del Gemelo. Una vez iniciado la Lola, Ceballos murió de una rectitis gonocócica que se le convirtió en septicemia, dejando así como herencia a su discípulo el Arte y algunos reales para que se fuera defendiendo los primeros días, antes de conseguir un buen trabajo que le permitiera tener dinero suficiente para seducir a los más exigentes. Cristián no se habia vuelto a aparecer por la Loma en su cadillac rosado con matrícula diplomática. 121

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Y la felicidad de los Amantes de la Loma era ilimitada pero como dijo el Nervo ese, flores tan bellas no pueden durar y un día, saliendo del cine del barrio, donde habían ido a ver “Teresa & Isabel” unos plomazos se llevaron al más allá al Ganchudo, el cueco peludo. Resultó que había un tiroteo contra un contrabandista de automóviles que, emparapetado detrás del último Galaxie que había introducido, respondía vivamente a la balacera oficial. Finalmente cayo, pero antes había caído Ganchudo, para desesperación de La Lola. El cielo se le cayó encima, de pronto, simultáneamente al suelo, que se había levantado y había chocado con el firmamento. La Lola se quedó mirando al infinito, entre la ranura que quedaba entre el cielo y la tierra, una ranura que ocupaba el espesor de Ganchudo. Cuando recobró la lucidez ya habían enterrado a su amante, y pensó en matarse él, pero Jacinto, uno medioachinado que tenía caderas de mujer, le dijo que no valía la pena. Y pestañó. Ubalda la curandera sabía que La Lola Beltrán olvidaría muy pronto a Ganchudo, por el simple pestañeo de otra loca llamado Jacinto.Y así fue en efecto. Dos semanas después se mudó Carmencita, la que llegó a viceministro otra vez. La Loma había perdido a otro de sus personajes.

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quel judío, que tenía unos andares tan lentos que parecían de siglos, pasó frente a su casa y la saludó deferente. Ubalda miró su reloj-calendario: “Me faltan dos meses”. El judío aquel prosiguió su camino. El chango Sebastián lo vio pasar y sintió un escalofrío. Era de noche y olía a venteconmigo. El chango no recordaba ese olor a venteconmigo en el aire desde el día que apuñalearon a la Petra, cuando todavía sus pelaos estaban en casa y Viviana todavía tenía ese cansancio infinito y ese dolor de cráneo cuando le salía alguna cana. Cuando se mudó a la Loma, todavía su mujer, Viviana, tenía el pelo negro negrísimo y sólo tenía una hija, la China. Hoy está solo. El Cholo viene a verlo cuando se escapa de Laura, su mujer mentirosa y presuntuosa, motor de su vida. La China, la viuda triste, la farmacéutica, vive con Romelia en el centro de la ciudad, vendiendo potinges a quien quiera comprarlos. Choni, su negra, vive con un hermano de Totó, el que vende hielo, en un pueblo lejos de la Loma, en donde su marido (?) es capataz de una finca de una bananera. Y Viviana ha muerto, ha sido merendada por los gusanos y el chango cree que ya ha sido la fiesta de su entronización en el cielo. Está uno solo y no sabe qué hacer: nada, absolutamente nada tiene sentido. Come uno mecánicamente, busca entre las sombras el recuerdo de alguien y no encuentra ni el recuerdo, sale uno a la calle y es como si las calles no existieran. El chango sabe que todos vivimos para alguien; cuando ese alguien nos falta vivimos para nada, y nada nos importa. El chango Sebastián no tiene una 123

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compañera a quien decirle que el mundo tiene los pies pá atrás, negra, como la tulivieja. El chango tiene que hacerse su comida y comer solo, sin nadie, como el quetzal, que se muere de angustia cuando lo aprisionan. El chango es un quetzal, un quetzal de plumas de aire. Recuerda a Maribel. ¡Cómo demonios logró tirársela es un misterio! Sólo una vez, pero valió la pena. Sus pantalones de cuadros cayeron al primer intento, al primer reclamo. ¡Viviana no se lo merecía! En ese Chrysler tan amplio, tan lujoso, ella no dijo nada cuando le puso la mano en el muslo. El chango piensa qué será de Maribel, si se habrá casado con el compadre de la comadre de Viviana. No lo creo. Maribel no es de las mujeres que se casan con su amante. Ella se había ofrecido a llevarlo a casa, en vista que Hermenéutico, Herme, había salido y era él el que siempre lo llevaba, para luego irse a casa de Estebita el cocobolo. Y además, no dijo nada cuando le puso la mano en el muslo, y dejó la ruta de la Loma para coger la ruta de la playa, siempre sin decir nada. El chango sabe que la Loma no es como antes, que su historia está a punto de terminar, y comprende lo que dijo Viviana: Estoy consumida, ya no doy para más. Fue el día antes que empezara a llover y que ella dijera que se iba a morir y se murió. Maribel tenía unos muslos tersos y quiso que se los besara. Viviana nunca quiso que la besara en los muslos. La Loma, le parece, no da para más. El día que muera Ubalda la curandera terminará la Loma, así como gruñó de agonía los días en que murió Meco, comido por un tintorera, como para demostrar la hegemonía del dios-pez, Piscis, sobre el dios-águila, Acuario, Maribel sabía todos los trucos mejor incluso que Fabiola. Hizo acrobacias y el chango no comprendió cómo el padrino de Julito era capaz de satisfacer ese vientre voraz y esas entrañas que parecían no tener fondo y que conducían a la eternidad. La Loma nunca sería eterna, pensó, porque le falta el dulzor de la entrepierna millonaria de quien no escatima oportunidades para hacerse con lo que desea, porque hace calor pero no importa porque Maribel quería 124

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que fuera por atrás y yo le dije que a lo mejor después y ¡carajo con los mosquitos! claro, es que es época de lluvia y a lo mejor me dejan hecho un colador, qué aparato se jalaba la desgraciá en el Chrysler pero ahora ya no tengo quien me pase un camarón porque tenía las tetas bonitas, más bonitas que mi mujer, pero las nalgas las tenía mejor la Choni que ahora está en Guachapalí del Norte como pig, viviendo con el man ése que es más buena gente que el diablo y que tiene buco billete, pero Maribel me dio veinte bille por hacerle el trabajo y me sentí como un fóquin puto de mierda vendiendo mi leche, como Fabiola en el barrio y si el Cholo se entera me dice que no puede ser porque el Cholo es más recto que la línea recta y no comprende que uno tenga tantas debilidades y que quede caído con una jeva que no usa brasier porque es progre y tiene los corozos rosados y dice ay ay ay ay ay y se mueve como una guial de las de por ahí, pero el Cholo no comprende eso, él sólo comprende que no era su vieja y que yo era infiel a mi negra pero no sabe que también era infiel a mi gringa fula bonita de cuando yo era pelao y que Maribel quería que alguien le diera y yo le dí y ella me pidió más y yo le di más pero el Cholo no lo entiende, como la China no lo entenderá también que yo soy un hombre y que si una hembra se deja le doy retreta de guevo y que por eso uno se estima como hombre porque el Cholo qué se cree y si yo lo traje al mundo es porque soy un macho y que se lo diga Viviana, mi inefable compañera que sólo esa vez y con Maribel le fui infiel pero eso fue porque ella se dejó ese día que le metiera la mano entre los muslos y luego me la metió ella a mí y se formó el lelelé en el Chrysler, ése tan ancho que parecía una cama y luego ella me dio veinte bille y me dejó en la Loma diciéndome gracias chango, he sido feliz y se fue y no la volví a ver más porque eso fue el último día que fui a llevarle a Don Clodo sus vainas que me había pedido y la Choni todavía no estaba preñada y el Juan Simón de mierda se la quería culear y ella la muy puta se dejó y el buai le hizo tronco de pelao y menos mal que ahora tiene un marido legal que si no va de crá125

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neo sin freno y cuesta abajo y el chango se mira en el espejo, está viejo, solo y desganado. La vida tiene los pies pá atrás, chango, como la tulivieja. No sabes si vas o vienes, si quedas o te estás moviendo, si vas a alguna parte o te quedas perdido en medio del camino. El chango suspira. Es de noche, tiene que cenar un pedazo de pan duro y unos huevos que le trajo la comadre de Viviana. Pronto terminará en el asilo de San Vicente. ¡Qué destino! ¿Para qué haberse culeado a Maribel si ahora no tiene ni qué comer? El chango retiene las lágrimas. ¿Para qué llorar si las lágrimas no van a barrer los años amargos ni traer los dulces? El chango Sebastián suspira, ebrio de noche.

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icolás tenía diez hijos de Pascasia. Aunque intentó batir el récord del policía que vivió con Yolanda, que tenía catorce, no pudo hacerlo y tuvo que conformarse con la decena. Nicolás era capataz en los aserraderos del oeste, y cada vez que llegaba a la Loma, y si podía, dejaba a Pascasia encinta. Ella decía que no era una máquina de hacer muchachos, pero él respondía que hay que aceptar todos los hijos que nos mande Dios. En los aserraderos del oeste, Nicolás era el jefe de los peones, lo que vulgarmente se llama capataz. No percibía un sueldo superior a sus subordinados, pero si recaían en él todas las responsabilidades y el peso del rendimiento de su cuadrilla. A él le gustaba ser capataz porque se sentía con mando y, claro, después de once años, bien valía la pena que se le respetara. Pero hacía once años que su mujer lo esperaba cada quince días, hecho una furia y una fiera, para que le diera la plata para mantener a la familia, que aumentaba invariablemente. A su último hijo le puso Benjamín porque le pareció que ya no daba para tanto. El policía que vivió con Yolanda, antes de que ésta se empatara con Beto, había tenido simultáneamente tres hijos, uno de Albertina, otro de una cuñada de la prima de Marta y otro de Griselda, la hermana de la comadre de Viviana y que ya tenía un pelao con Meco. Así, con ventaja, cualquiera ganaba. Pero diez hijos con la misma mujer también tenía su mérito, que no lo dudara nadie. Para Nicolás ése era un tributo a su virilidad, más aún que el ser jefe de treinta leñadores que no creen ni en su padre. Lo único que no le gustaba 127

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era tener que vivir, o pasar los seis días, al mes que pasaba, en la Loma. Si algún día pudiera llevarse con Él a Pasqui y a la prole, cargaría con los once para las selvas impenetrables y tapondas donde se desarrollaba su vida. Pero no era posible: en el caserío donde vivían, atacados por los mosquitos, como Europa por los bárbaros, desde los germanos, hasta los rusos, era casi una proeza el sobrevivir entre tanto clima malsano y esas lluvias que duraban semanas y esa oscuridad, pues el sol se mete a las tres de la tarde y aparece a las ocho y media de la mañana. Y no es asunto de estar trayendo a una familia que se dice decente a vivir como animales, sin cines, sin agua potable, sin una choza presentable, sin espacios abiertos para que corran los pelaos, con cucarachas carnívoras y caníbales, con zancudos más feos que los de la Loma, con lagartos durmiendo en las orillas de los ríos, con ríos malsanos y llenos de lodo y lianas cayendo como en las películas de Tarzán, pero de verdad y Nicolás recuerda que una vez hojeó La Vorágine y se despepitó de risa porque era un cuento de niños para lo que él había visto, oído y sentido. Pascasia no era lo que se dice una Miss Universo: diez hijos no podían hacer que nadie pensara en ello. Era una mamá típica de una familia desheredada: greñas grises, cavernas en las encías y en los pulmones, abdomen prominente, ropas de séptima mano y cansancio, un cansancio infinito, infinito, infinito. Su hijo mayor ya no iba a la escuela porque ya no se lo obligaba el gobierno y limpiaba zapatos para tener algún dinerito extra. Los demás estaban en la escuela, los que debían, o en casa dándole que hacer a Pascasia. Y menos mal que Nicolás sólo venía cada quince días, porque si no sería el acabose. En los aserraderos del oeste la vida debía ser muy dura, pues Nicolás tenía unas arrugas bien profundas que parecían canales y la piel seca y áspera del calor y curtida de los mosquitos. Sus compañeros lo llamaban Compa Nicolás el capa. Y a él no le molestaba. Es que el respeto se muestra en otras cosas y no en la forma en que se dirigen para hablarte. Pascasia estaba satisfecha de que, después de once años, Compa 128

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Nicolás el capa pudiera hacerse respetar sin emplear su descomunal fuerza. En la Loma no se respeta a nadie porque sí. En la Loma hay que tirar la mano cada vez que alguien te falta el respeto, sin distinción de sexos. Pascasia nunca olvidaría aquel día, llovía, en que la Petra le pegó una nudera a Beto, el hijo de Ubalda la curandera, justo enfrente de su casa bruja, al lado del cementerio de carros, porque se hizo el manomuerta con ella. Beto se defendió como pudo, pero la Petra se dio gusto con él, porque no dio siquiera la talla de Domitila, que por lo menos le hizo frente, y casi la noquea. Beto vivía con Yolanda, porque el policía se fue a vivir con su hijo mayor, de veinticinco años, a un pueblo del interior. Yolanda pensaba que tenía la matriz cerrada, porque no podía tener hijos. Cuando vivió con el policía que tenía catorce hijos esperó por lo menos un par, pero su concubino se quedó en la propaganda. De Beto no esperaba nada más que placer: era holgazán, flojo, débil, de reflejos lentos, flaco, de cerebro amodorrado y sin ninguna aspiración en la vida. A veces Yolanda Yoli, se encorajinaba y le decía que lo que pasaba era que estaba muy pegadito a la falda de Ubalda.“Ella lo sabe todo”, decía Beto, tendido en la hamaca que Yolanda disponía para él en su tambo. Nada lo inmutaba, ni siquiera cuando Yolanda le dijo que a lo mejor iba a vacilar con el chombo que vendía querosín, todo dependía del merolo. Pero lo cierto es, que a su manera, lo quería, y bastante, además. Beto lo sabía porque se lo había dicho Ubalda y estaba tan tranquilo. Él sabía que dentro de seis meses todo quedaría en su sitio, porque se lo había dicho Ubalda: Yolanda concebiría y sería varón y se llamaría Ubaldo o Waldo, daba igual. Yolanda querría ponerle Elvis o Marlon, pero al final se llamaría Ubaldo o Waldo. Beto, a su manera, también la quería, y quería tener un hijo de Yolanda, pero nunca se casaría con ella. No sabía por qué, pero nunca lo haría: Ubalda le había dicho que no se casara con ella y punto. A veces era rareza conocer el futuro de una manera exacta, pero a veces se quedaba uno sin vivir, existiendo, vegetando. Beto no vivía, como tampoco vivió Martín, el de Gerd, el de 129

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Fabiola. No era lo mismo, pero la Vida los había abandonado a ambos. No era la Muerte ni mucho menos, pero les faltaba ese Soplo, Maná, que en el Edén táurico dio origen a Adán del barro. Beto le preguntó a Ubalda que cómo Adán tuvo por compañera a Eva sin que le faltara ninguna costilla. Ubalda le contestó que fue un parto por cesárea y que los hijos de Eva, Caín, Abel y Seth, habían dado a luz a sus mujeres, salvo en el caso de cometer incesto y empezar la Humanidad a través de su madre. El no terminó de entenderlo. ¿Cómo, si Eva era la única mujer, surgió toda la Humanidad? El cura, antagonista por excelencia de Ubalda la curandera en cuestiones del espíritu, le dijo que era un misterio y que tenía que creerlo así. Beto dijo que bueno y se quedó tan tranquilo, pero Yolanda dijo que ahí no había ningún misterio, que Caín, que era el malo y había fundado una ciudad (? ) lo hizo a costa del vientre de Eva y la Lola Beltrán, que apareció en ese momento, dijo que Caín fue padre y madre de Enoch, porque a él le había sucedido algo parecido, bueno, había sido una indigestión, pero algo parecido. El cura se persignó, pero fue incapaz de explicarle a esas gentes de cerebro sencillo que una sola mujer había sido capaz de ser madre de TODOS los hombres, teniendo sólo hijos varones, tres, y uno de ellos muertos. La Petra dijo, unos días después, que Caín y Seth fueron amantes y dejó zanjado el asunto al tomarlo por el lado jocoso. Ubalda siempre sostuvo que los primeros hombres podían parir a sus hijos y que el Diluvio les ahogó, de una manera u otra, esa capacidad. El cura decidió cambiar de parroquia y no se lo permitieron. La Loma se había vuelto un lugar místico. Alguien preguntó luego que por qué Moisés, siendo egipcio, fue el conductor de los hebreos y qué decía de aquello Golda Meir. Otro le preguntó al cura que por qué el Diablo tenía igual poder que Dios y si eso no era politeísmo. El chango preguntó que a dónde se iban los que subían al cielo en cuerpo y alma, no decía los astronautas, claro. La Petra le preguntó si Pito el tracalero era descendiente de Jacob, que era capaz de engañar a su padre y tracalearle los derechos al im130

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bécil de su hermano por un plato de lentejas. La Lola Beltrán preguntaba qué le querían hacer a los ángeles en Sodoma, porque la palabra.. Y el cura se persignaba y se persignaba y se persignaba. Había estado dando Historia Sagrada en cursillos gratis y este era el resultado. Que si Noé era judío y sus hijos eran judíos, de dónde carajos habían salido los negritos, los chinitos y los indios. El cura los llamaba hombres de poca fe y alguien le preguntó si la Torre de Babel contaba con intérpretes, porque sólo se sabe de ella en un idioma. Otros le preguntaron que si uno no era levita si podía ser sacerdote y otro le dijo que sí, que él conoció un sacerdote negro y que ése seguro que era levita. Otros volvieron a Eva y el cura empezó a hablar en sueco o en latín o en arameo, porque no le entendía nadie, y un buen día apareció un cura vestido de negro que se decía Inquisidor General y que venía a ver qué pasaba en esta Loma, que al parecer había herejía y tratos con el Maligno. Se llevó a Ubalda la curandera, pero al día siguiente habían dos Ubaldas, una presa y la otra echando la suerte. Nadie le dijo al Inquisidor dónde estaba y surgió una polémica interna en la Loma sobre quién tenía la razón. La razón la tuvo Ubalda: su hija sería la última curandera de la Loma.

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(Los lamentos y los gritos no han podido evitar nada, Mireya. Meco murió y sus amigos se han aprovechado de todo lo que él amó. Los lamentos son grises y ahogados entre tinieblas. Seis noches de velorio, y lo que reservabas para tu marido se perdió entre el ruido de los grillos, que dicen que es música, y los balbuceos estúpidos de un bombero y un oficinista con cara de mosquita muerta).

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rnoldo, el prieto chancero que vende los billetes casa dos, salió con un compadre y dos amigos de la infancia, un día de Corpus Christi, a tomarse unos tragos por ahí por la calle. Habían estado en el barrio de tolerancia, donde se tolera todo menos que no pagues. El compadre de Arnoldo, Arnal para los amigos, tenía tiempo que no caía por la Loma, y esa casualidad, ese bendito, son los ojos que te ven, había que celebrarlo. Los dos amigos de la infancia se los encontraron en una cantina: no hay mejor lugar para recordar los viejos tiempos que en un antro abarrotado de palabrotas y olor a sudor, delante, o detrás, según se vea, de una botella de cerveza bien fría. ¡Ah qué buena que está! ¡Es la rubia de categoría! Y ponerse a hablar de aquella vez que nos pillaron robando mangos en el cementerio y de la guialcíta que vacilaba con su fren y que tenía sarna y del boaicito que les hacía la paja a todos y le daban un real para la soda y del yumeca que tenía una plantación de caña ahí donde 133

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ahora está el supermercado ése, ¿te arrecuerdas? y la maestra ésa que estaba buenona y que la gente le ponía espejitos debajo para verle hasta el ombligo y de la vez que estábamos volando cometas y se enredó con la antena de televisión del men ése que, cómo se llama, que, sí, hombre, ése que, ¿no te acuerdas?, bueno, ya nos acordaremos porque lo tengo en la punta de la lengua, y te arrecuerdas, claro, del tipo ése que nos prestó una vez la bike de carrera y resulto que se la había yopiado. Y se pide otra botella, y otra, y otra. Y se habla de la época en que no nos hablábamos porque tu dijiste que yo no sé qué y te dije que te iba a sacar la mierda y nos entramos a puñete y luego llegó tu mamá y te dijo que si no me pegabas te pegaba ella a ti. ¿te acuerdas de eso? y que después de que me hinchaste un ojo te traje a mi hermano grande para que te pegara y tú trajiste a tu papá. Luego llega un gorrón de los que nunca mancan y se toma un trago con uno, lo adula a uno un poco y se va a hacer lo mismo en otra mesa. ¡Lo que es la vida, hermano! Antes te veía todos los días y ahora sólo los días de fiesta ¿Y te acuerdas de la profe ésa que te la tenía velada? Pues ahora tiene dos pelaos que estudian con un primo de mi cuñado, y ya le dije que lo cogiera de congo y lo quiñara de parte mía, porque tú eres mi fren y esas cosas no se olvidan. La noche pasa y pasa y pasa. Bueno, pues, ya nos veremos otro día, pásate cuando quieras por mi casa, que ya sabes dónde me tienes, chao, hasta la próxima. (Leyendas que pasaron, Mireya. Ahora te toca olvidar a ti. Tus hijos ni tu marido deben saberlo, porque eso pertenece a tu antigua vida, a la de pelá tonta e ingenua. Los lamentos son grises y ahogados entre tinieblas, como los abrazos vengados y los devaneos sin suerte en las rondas de lo incierto. Incinera tus recuerdos, olvida, olvida, olvida, olvida, olvida). Arnoldo, el prieto chancero que vende los billetes casados, volvió bien, pero bien tarde. Casi casi era temprano en la mañana. 134

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Venía borracho y cantando My commanding wife con el sombrero sin ala que se caía para un lado y el hebillón ya más abajo de la cintura y la leontina rodando por los suelos y la cadena, rota, en un bolsillo del pantalón caqui de big basta. Oh, my commandig wife, she want to destroy my life. Su compadre trataba de llevarlo pero se caía a su vez. Los dos amigos de la infancia se habían encontrado con otros amigos de la adolescencia y, cuando se percataron de que Arnal y su compadre andaban limpios, se habían ido pá casa que mi negrita me espera, déjenme irme que es muy tarde ya. Subir la Loma, sobrio, es un dilema; ebrio, es el ya-nova-más. Arnoldo se olvidó del alambre para tender la ropa que hay enfrente de su casa, pero menos mal que su compadre lo vio porque la matada hubiera sido impresionante. La merola tenía la luz prendida. ¡Qué raro! Pero, en fin, a la mujer no se le puede pedir más de lo que da, porque no es vacilón el estarse levantando todos los días a las cinco de la mañana para recoger las yerbas y arreglarlas para que parezcan otra cosa y poderlas vender en el mercado como yerbas medicinales. A las seis, la merola iba a buscar el periódico, porque ella distribuía a los periodiqueros el diario de la mañana, oficio en el que se ganaba sus buenos reales, aunque nadie se imaginaba cómo. A las ocho, le cambiaba los periódicos que le habían sobrado del día anterior al viejito que pasaba con su carretilla vendiendo cocos y pipas. A las nueve, abría el kiosco donde vendía agua de coco, lo que le empleaba una, dos o tres horas. A las doce, se iba al restaurante Palo Duro, en otra barriada, a cocinar el arroz blanco que se vende a real y a freír el bistec que también se vende a real. A la una y media o por esa hora volvía y le preparaba la comida a Arnal, que había estado vendiendo chance casado desde las diez de la mañana, pero que no entraba al “trabajo” otra vez hasta las tres. A veces lo iba a ayudar un poco y a las ocho y media de la noche le decía I‘m going to be, papacito, y se sumergía a cinco mil pies bajo la sábana, para levantarse a los cinco de la mañana para disfrazar las yerbas y que parezcan otra cosa. 135

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(No estés segura nunca del olvido de los demás. Los demás olvidan sólo cuando lo que has hecho puede perjudicarles. Tú eres joven, y si Cleopatra tuviera sólo una teta de las que tienes tú, hubiera descubierto América en su góndola tirada por hipogrifos. No ames a tu marido si no quieres, pero por lo menos séle fiel, hasta que lo veas en una travesura, pero cerciórate de que cuando salga de casa no pueda hacer ninguna porque está cansado). Arnoldo el prieto chancero que vende los billetes casados, entró con cuidado a su casita bruja. Miró su reloj antes de entrar: las tres apenas. Cuando abrió la puerta de su cuarto, notó la sombra que se deslizaba rumbo a la ventana. La merola no lo esperaba todavía. La merola se tapó como pudo con la sábana húmeda y retorcida. Arnoldo, Arnal, logró ver a Josesito, el hermano de la Petra, el que está loco el pobre, cuando corría sujetándose a medias los pantalones. El compadre de Arnal, preso en los vapores del alcohol, también alcanzó a verlo, pero de refilón: “Aquí, el que menos corre cansa a un venao”. Pero Arnoldo no estaba para bromas. Arnoldo se acercó a la ventana y trató de trepar, para perseguir al sobrio y asustado Josesito.“Aquí, el que menos puja, puja una lombriz”, dijo el compadre. Y la merola se sentía como Mao Tse Tung oyendo misa en la Capilla Sixtina: fuera de lugar.“Aquí, el que menos corre, vuela” Arnoldo cayó dormido sobre la repisa de la ventana. La merola se levantó a ayudarlo, pero no podía cubrirse y mover al prieto Arnoldo, descendiente en línea directa de Arnold de Garth, un joven caballero de la Corte del Rey Arthur de Inglaterra, que murió para que el Príncipe Valiente conociera los trucos de un sajón que los había retado. La merola intentaba más cubrirse que moverlo. El compadre se reía: “Tenía años que no veía algo semejante, comadre”. El negro descendiente de un caballero de la Mesa Redonda (a título póstumo) estaba inmóvil, inerte, como si ya hubiera dejado de existir. “Aquel 136

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que menos suda, pare un huracán”. La merola logra levantar a Arnoldo, pero como en ese momento se le cae la sábana, lo suelta y Arnal da por tierra con su sombrero sin ala. El compadre se acercó. La merola volvió a la cama, pero se dio cuenta tarde de que el compadre le había pisado un extremo a la sábana. Cayó desnuda encima del colchón. El compadre se la quedó mirando fijamente. (Canciones de cuna, canciones de amor. Enumerar todas las canciones de amor que han sido luego canciones de cuna sería muy largo, Mireya. A Choni el mundo se puso al revés porque hizo las dos cosas: no converses con el Toro antes de saber lo que opina el Viento, sigue siendo la Espiga que da a luz a los Gemelos, y desecha a los Sagitarios que quieran llevarte al reino del Árbol sin pasar por el Sol). Arnoldo, el prieto que vendía los chances casados, no volvió a ver a su mujer ni a su compadre, Josesito tuvo que esconderse una buena temporada, y fue cuando a la Petra se le ocurrió que fuera a trabajar a USA con su primo Eulalio, el hermano de Zoraida, la que estaba casada con Meco, el primo de Mireya, al que se comió un tiburón en la bahía una vez que no se sabía qué estaba haciendo junto al mar. Años después, todavía Arnoldo, Arnal para los amigos, envejecido prematuramente, buscaba a Josesito, loco el pobre, para darle su merecido. Siguió vendiendo su chance casado y comía en casa de Silvia la runcha que, siempre con su buen corazón y siempre tan runcha, no le había negado la comida. Se habló de romance, pero como se trataba de dos derrotados, nadie le prestó atención. Lo cierto es que no lo hubo: Silvia sólo amaría a Clark Gable, su primer novio, y ya que él había muerto, había jurado no volverse a enamorar. Y cumplió su juramento.

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o que en un tiempo fueron columnas áticas admiradas y deseadas son ahora dos palos de corozo flácidos y llenos de espinas. Lo que en un tiempo fueron ojos amarillos que se tornaban morados de rabia y anaranjados de angustia, son ahora faroles apagados color del atardecer: inciertos. Lo que en un tiempo fue un cabello color de café con mucha leche, es el remate de un trapeador llamado Fabiola. Cinco hijos han hecho el milagro: Candid, que lo metieron preso el otro día porque robó un pedazo de pan: Edí, que tiene la casa llena de rocas y quiere que lo llamen Ismael; Carlós, que necesita agua de mar y tiene la piel reseca y, según el médico, el metabolismo basal disminuido; Tiby, que parecía un pescado y que la hizo cometer un hijocidio; y Yuní, el nuevo. Yuní no tiene padre, o por lo menos, no lo tiene identificado. Fabiola no recuerda a ningún cliente con su cara. Yuní se llama así por aquello del Eterno Retorno. Fabiola espera invocar su primera juventud regresando al Nombre original. Pero ya no es posible: si hay algo que no perdona, es el Tiempo. Sus arrugas casi llegan hasta el hueso. Martín & Gerd. Yuní & Petra. Calito & Lotería. Riemand & Fabiola. ¡Riemand! El amor que dejó ir, que echó porque quería más y más: su primer chulo, pero lo hacía por amor. Ventolero, por ejemplo, la dominaba por el terror. Y nada, Yuní II no habla todavía y ya se robó una lámpara. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Y ella que soñaba tanto con vivir por lo menos decentemente. ¿Por qué tener que cambiar su cuerpo por Vida? Era una especie de Eucaristía a la inversa, viviendo por vi139

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vir, existiendo por existir, sin tener el valor, o cobardía, de acabar de una vez por todas y enfrentarse al Juicio Final con la conciencia limpia y el cuerpo corrompido. Es difícil estar sólo por estar, sin ninguna razón en especial, vagando entre las sombras de unos dólares que pagan los instintos y llorando entre clientes que llegan, se sacian y se van, sin tener siquiera alguien que le compre las horas, como el cura vasco, ni alguien que por no gustarle el precio sea capaz de matarla. Así deben vivir los animales, esperando sólo que los sacrifiquen y los usen para alimentar a los hombres. Si al perro se le enseña a sentarse y a dar la patita, es porque no lo van a usar para confeccionar alimentos. Los insectos sólo existen para que los aplastemos o les echemos insecticida. Las aves sirven para que las matemos a perdigonazos sólo por el placer de matarlas. Fabiola ya tiene una certidumbre: ella está en el mundo para mover las caderas por dos dólares y media hora de regateo. Cada uno tiene su función: ésa es la suya, llenar su matriz con espermas desconocidos continuamente y no descansar nunca, apretar muslos extraños con los suyos y pedir que acabe pronto este cliente para salir a la cantina a buscar otro: de su éxito depende su pan y el de sus hijos. Verá a sus “retoños” una vez al día, y eso si no se ha llevado a alguno a casa, por ganar un dinerito extra. ¿Por qué? ¿por qué? ¿por qué? La China se casó y tiene su farmacia, la Choni abrió las piernas, como ella diariamente, pero le fue bien. La Petra se levanta a cuanto man le parece y vive tan tranquila. Macorina empezó con Pito, pero el que la desvirgó fue Meco, y sigue tan tranquila. Mireya se va a casar, después que la violaron, con un tipo de mucha plata. Griselda, la hermana de la comadre de Viviana, tiene dos pelaos y nunca le falta qué comer. Albertina tiene seis cachorros, bueno, uno se le murió de meningitis, y sigue tan campante. Domitila es gorda, fea y hedionda, pero tiene quien la mantenga. Pero, ¿y ella? Su primer marido se fue con la Petra, el segundo quería que ella lo mantuviera, el tercero se ganó la lotería y se fue para nadie sabe dónde, el cuarto, Ventolero, le pegaba más todavía que Calito, el 140

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que se ganó la lotería. Cinco hijos, dos maridos, dos chulos: ¡menudo balance! Un hijo loco, uno idiota, uno ladrón, una muerta (?) y otro que no se sabe lo que va a ser. ¿Qué destino era el suyo? Por lo menos había sido más fuerte que Marta, y seguía en la Loma. Pero eso no la complacía: ¿y si la flaca culisa que estaba superbuena y que violaron dos yanquis borrachos hubiera conseguido acomodo, en dónde estuviera? Cinco hijos, dos maridos y cinco veces los dolores de parto. Dos chulos... y uno ha sido su gran amor... dos veces mantener a los hijos y a un hombre. ¿Qué destino era el suyo? ¿Qué sombrilla, qué abanico?

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ueno, Santo, bájate ahora de tu taxi y entra en tu casa. Asómate a una ventana, a cualquiera. Mira bien: ¿Ves dón de vives? ¿Te acuerdas de cómo es cuando llueve? Ya sabes que si no tuvieras el taxi tendrías que llegar hasta aquí en cayuco. ¿Sabes tú que los mosquitos de por estos lados son los más gordos del país? Mira ahora hacia allá, hacia el resto de la Loma, tu Loma, harta de casas brujas y disentería. Ya lo has visto antes y seguramente habrás pensado en lo mismo pero ¿crees tú que es justo que hasta los mosquitos les chupen la sangre a todo ese carajal de gente? Y es que ya no tienen, Santo, pues toda se la dejan al patrón. Mira esa casita de ahí al lado. ¿Ves como hay que poner tablas para llegar a ella sin mojarse? Sabrás que allí vive una señora de 74 años que es tísica y que sus hijos no quieren saber de ella. Sí, como lo oyes. Allá vive Fabiola, allá donde está el automóvil a la puerta. No lo sabes, pero es el décimo cliente que recibe esta noche. Y allá arriba, ¿ves la casa de luces rojas? Pues allá vive Estebita el cocobolo y queman canyac como locos para ver la realidad desde otra realidad. Esas son cosas que no cambian los comunistas, porque están impresas en la Persona. Pero mira: ahí viene el radiopatrulla. Seguro que se lleva a alguien. ¿Crees que esos dos que van allá, al otro lado, con esa máquina de escribir se la robaron por gusto? Esas son cosas que sí pueden cambiar los comunistas, aunque dudo que regalen cosas como hacen creer. Y aquel mozalbete que se entretiene en romper los faroles de las 143

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calles, ¿crees que de verdad lo hace por destruir o porque nunca ha tenido nada con qué jugar? No sé, Santo, pero en esta Loma ardiente y vestida de sol se ven tantas cosas... como por ejemplo el radiopatrulla. Seguro que va a interrumpir la felicidad de alguien y a dejar a unos niños sin comer porque el cabeza de familia es ladrón. ¿Qué te dije? Ya se llevan a alguien que robó algo que no podía comprar. Claro que podía confiar en la Caridad, que es el mecanismo por el cual los responsables de este estado de cosas liberan su conciencia. ¿Y sabes que si no hubiera Injusticia no habría necesidad de Caridad? Es lo que se debería hacer: erradicar la injusticia, y no lanzarnos de un régimen de injusticias a otro. Y pensar que la iglesia, que se funda en las enseñanzas del Hijo de un carpintero, pregona la Caridad, que equivale a seguir dándole carta blanca al que jode a su hermano. No sé qué pensar. El chango Sebastián oyó llorar ayer al hijo de la negra Juliana, a Tomi. Y lloró toda la noche, y el chango Sebastián oyó llorar también a la Juliana. No se atrevió a preguntarle nada porque seguro que le diría que no se meta en lo que no le importa. Pero para el chango Sebastián el niño lloraba porque tenía hambre y Juliana lloraba porque no podía darle nada. Mercedita, la prima del prieto Palmiro, vive bien porque tiene un marido que es carnicero y le trae la comida, y es querida del gerente de un banco, que le da los lujos. El marido lo sabe, pero que le importa si vive mejor. Casi casi te pillan a ti. ¿Supiste que mataron el otro día a un tipo por estos lados? Sí, de verdad. Dijeron que era comunista y que quería convertirnos en esclavos de Rusia. A lo mejor te buscaban a ti y se cargaron a otro. Ahora llega Nicolás, el marido de Pascasia. Viene de trabajar el pobre en los aserraderos del oeste. Seguro que a ti no te gustaría tener que meterte en la selva a cortar madera para el catalán Puig, ¿verdad? Nicolás sólo viene dos veces al mes y cada vez que se va, y cuando puede, deja a la mujer preñada. Y así tiene 144

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diez hijos y no le han subido el sueldo en todo el tiempo que lleva trabajando. Pero el hombre es feliz porque es capataz y manda a los obreros que están a su cargo y los obreros le obedecen. Ahora, ve al otro agujero que dices que es ventana. Observa la ciudad allá a lo lejos: eso es lo que significa su nombre indio. Es una colmena de muertos de hambre que no lo dicen por orgullo propio. ¿Ves aquella lucecita roja que apenas se divisa entre las moles de concreto? Es que como estás a ras de tierra no se nota tanto, pero es un farol que evita que los aviones choquen contra el edificio en el que está emplazado. Ese edificio es de oficinas. Ya sabes que para causar buena impresión a los turistas se llena el centro de la ciudad de rascacielos que albergan oficinas y a los pobres se los manda a los extrarradios porque estorban y dan mal aspecto. Más allá de ese edificio salen dos autopistas para que las usen los que tienen automóvil. Aquí en la Loma, ardiente y con su ropaje solar, no hay aceras y hay que caminar sobre tablas para llegar a casa. Tú te salvas porque tienes el taxi, pero, ¿y los demás? Sí, Santo; estás viviendo como en un sueño, flotando en una realidad de madera mientras te circundan cientos de mentiras de cemento que son falsas, incluso hasta para los que medran de ellas. Y mientras seamos colonia, así seguiremos, viendo crecer gigantes a lo lejos mientras en esta Loma, pútrida y ardiente, se consumen uno a uno seres humanos, como la madera de sus casas, que servirán de leña el día que ardan con ellos dentro. Y entonces los verás, Santo, iluminar la ciudad con las antorchas de sus pantalones calcinados y sus sueños derruidos en ciénagas donde ni los mosquitos los aceptan. Y entonces, y una vez más, los verás saltar hacia el mundo que la Iglesia de los ricos les promete: hacia la Nueva Jerusalem que San Juan (?) reveló como inicio de los Tiempos Nuevos, sucursal celeste de Wall Street, con doce puertas para los pobres y una sola, inmensa, para los ricos, que no puedan entrar en el Cielo de la Iglesia que ellos mantienen. 145

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Pero aquí y ahora, Santo, no despiertes de tu sueño porque te será más difícil luchar por Hispanoamérica que incitado por los rusos o por los gringos. Sigue pensando que la realidad de madera es necesaria para que existan esas mentiras de cemento, y que para que dos docenas vivan bien, cientos de miles de millones deben escupir sangre en las minas, morir de fiebre amarilla y malaria, y padecer reúma. Es por higiene mental. Serás un mártir de los fríos y nunca redimirás a tu tierra caliente, a tu Loma ardiente y bañada de sol.

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O-yo-lé ba-ri-huá co-co-le-le chúmbalá O-yo-lé ba-ri-huá tumba-tumba bu-bu-áh

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itmo africano en el aire, boleros de moda al son de la tumbadora y las maracas, los güiros y la algarabía de la gente sencilla. Es momento de mirar el calendario y asegurarse: Si estamos en febrero, son carnavales; si estamos en cualquier otra fecha del año, son elecciones populares (para ejercitar el sufragio universal al que obliga la Constitución). Meses antes empiezan los preparativos y proyectos. Los partidos crean sus Centros y los que no tienen nada que hacer van a jugar dominó y barajas sobre los asientos de madera en que parece uno estar en la sala de espera de un dispensario de sanidad cualquiera. Al fondo, invariablemente, hay un retrato inmenso del candidato a la Presidencia y otro, inmenso también, del candidato a la Asamblea que patrocina y mantiene el Centro. Siempre hay un aparato de radio que sintoniza la emisora del Partido y suena, entre la música de moda, unas voces entusiastas con las consignas de Vote por Fulano que es el bravo, es hora que sea usted libre, así que vote por Zutano el paladín de la libertad bien entendida, no sea pendejo y vote por Merenganejo el más vivo de los hombres-varones de este país, Vote por Perengeno y no se arrepentirá. 147

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Para las últimas elecciones, el Centro del Partido Reaccionario Universal (PRU) quedaba al lado de la casa bruja de Meco, el primo de Mireya, que fue merendado por una tintorera. El Centro del Partido Auténtico de la Oposición (PAO), que nunca había ganado unas elecciones, quedaba debajo de donde vivieron Pito el tracalero y la gordota Domitila, junto a la señora que hace frituras. La Coalición de los Amigos de la Patria (CAP), formada por los partidos Social-Fascista de Izquierda, Agropecuario-Reformista y Revolucionario Eterno, tenía su Centro Electoral frente a la casa de la Lola Beltrán, el tipo que estaba con Ganchudo el día que lo mataron. Los demás partidos no tenían sus Centros en la Loma, porque eran de derecha y allí, en la Loma ardiente y llena de moscas, no tenían casi afiliados. La política es el opio del pueblo, más aún que la religión. Mientras la gente sencilla, el pueblo llano, llamado así porque todos pastan de él, se disputa su preferencia por los casi cincuenta partidos políticos, los candidatos, opuestos sólo en las nóminas, se beben un whisky juntos y hablan de todo menos de política, porque da la casualidad que los casi cincuenta candidatos no tienen la más remota idea de política. De cuando en cuando los partidos se enfrascan en alguna reyerta cuasicallejera porque el de un partido dijo que el candidato de otro partido era un ladrón; entonces los candidatos se encogen de hombros, se despiden de mal humor por tener que dejar los siempre interesantes coloquios sobre mujeres, y buscan al leguleyo que medra a su sombra para que los construya y elabore y cree un discurso mordaz que aplaste al otro candidato y que haga al pueblo rugir de placer y emoción. Se fabrica un mitin fantasma, con permiso automático, y se reparten gorritos y pañuelos con los colores del partido -hay que ver las combinaciones que se pueden sacar del arco iris-. Y después del mitin, los candidatos se reúnen otra vez para continuar hablando de mujeres y contando chistes de doble sentido, mientras los fanáticos, que son fanáticos porque tienen algo en qué creer, vigilan los Centros celosamente e impiden hostilmen148

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te la entrada a todo el que no forma parte de su partido. De vez en cuando, uno de los dos cuyo retrato pende al final, en la pared del fondo, aparece por el Centro, y las viejas seguidoras incondicionales suyas lloran de alegría y si les estrecha la mano no se la lavan en días porque Don Fulano o Don Zutano me la chocó. Y el candidato les pregunta por su familia, y si están bien o si necesitan algo, y agradece las flores que han puesto alrededor del retrato, bien hecho por cierto, y pide el nombre del artista para contratarlo, y se toma una fría con dos tipos que juegan dominó y los llama parsieros y les pregunta que dónde trabajan, y luego les dice que, claro, esto no puede seguir así, que cuando su nómina triunfe, que es casi seguro, gracias a Dios, se acabará el desempleo, porque los proyectos de su partido son inconmensurables, y luego se monta en su Lincon Continental y le dice al chofer que lo lleve a otro Centro donde dirá exactamente lo mismo, hasta que llegue la hora de comer y llegue a su casa cansado y se pegue una ducha y se vuelva a vestir porque tiene que asistir a una recepción donde hablará de mujeres y contará chistes de doble sentido y mal gusto que todos le celebrarán, porque todos le deben algún favor y no vale la pena irritarlo. Luego charlará con el otro candidato y le dirá que ya hizo su buena acción de la quincena y el otro dirá que a él le toca mañana y que se pondrá su vestido más viejo para que no se lo ensucien y que ésta es la peor parte de la Carrera Electoral: tener que visitar a la gleba para asegurarse el voto; si no fuera por los dividendos que da...

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l querido de Mercedita, la prima del negro Palmiro, se lanzó a diputado en las elecciones que hubo dos años, ocho meses y catorce días después de haberse aprobado la Sexta Carta Sacra. No ganó, pero la mayoría de los votos que obtuvo salieron de la Loma, el rabi que se levantó la Petra en el bautizo de Julito y que se tiraba a Maribel, salió electo sin reunir los votos necesarios. Cristián, el que fue querido de Ganchudo y que le cedió su puesto a la Lola Beltrán, resultó ser suplente concejal, el Señor Luis, que vendía cigarrillos de contrabando, se convirtió en Secretario de Propaganda del CAP en la Loma, en los centros expresamente inventados para este Carnaval inverosímil había música, luz y color. Riemand, el chombo que era medio busero, medio carpintero, medio maloso y que había sido el gran amor de Fabiola, regresó a la Loma conduciendo triunfante un camión de sodas y cervezas, y cualquiera pensaría que lo habían elegido presidente o algo así, pues sonreía con su amplia boca, perlada ahora con dos dientes de oro, Mireya, al ver a Riemand, pensaba en la tintorera que se había zampado a su primo Meco, Estebita decía que el gobierno resultante tendría que ser limpio como su cabeza y porfiaba que si resultaba electo el Lic. Encarnación Valdés para el cargo de Vicepresidente, por el PAO, le saldría de una vez por todas el pelo liso. Se lo tuvo que volver a 151

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afeitar porque la nómina del PAO, como era tradicional, salió derrotada, aunque el Lic. Valdés pasó a ocupar la cartera de Gobierno, el prieto Arnoldo se convirtió enseguida en chofer del nuevo Ministro y le echó la limousine a Josesito una vez que lo vio Jugando guerrilla-bate en la calle, Macorina seguía las incidencias del proceso electoral oyendo las novelas radiadas, en la mueblería del gallego Pepiño das Muleiras, que ahora era el novio oficial, Yolanda logró por fin tener un hijo de Beto, el hijo de Ubalda la curandera; lo ponía a pelear con Tomi, el hijo fulo de la negra Juliana, y se reía porque Tomi ya era mayorcito y lloraba como una niña cuando Betito le daba su cacotazo, y cuando don Epifanio Hinostroza, candidato por el PRU a la más alta Magistratura del país, vino a echar su discurso, Zoraida, que había vuelto precisamente ese día a buscar no-sé-qué a su casa bruja después de haber desaparecido cuando murió su marido, pensó que realmente valía la pena meterse a querida de un monogordo. Y se puso su traje más excitante, se soltó el pelo y lo dejo caer sobre su busto macizo para que tapara lo que no tapaba la blusa, pues no precisaba sujetador y la blusa era blanca y transparente, y se sentó a la puerta de su casa, cruzó las piernas y con toda la afectación que le fue posible, se puso a comer una melcocha. Don Epifanio cortó el discurso justo cuando se disponía a decir que prometía cruzar gallinas con puercoespines para fabricar alambres de púas. Su vista se había clavado en la boca de Zoraida, saboreando distraída y deliciosamente el caramelo. Llamó a uno de sus guardaespaldas y le ordenó, so pena de despido, que contratara a la tipa ésa medio acholada para la orgía de esa noche. ¿Si estaba casada? Pues se metía preso al marido por comunista y ya está. Y así, Zoraida, con el aliciente de la melcocha, desapareció de la Loma un buen día para ingresar en la alta política, el marido de la comadre de Viviana, ayudado por el viejo, solo y casi ciego chango Sebastián, fue nombrado Carpintero Oficial 152

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de la tarima del que sería Presidente Constitucional, Don Augusto Bonaparte Campos, el ABC de la política, como rezaba su slogan. Se habló mucho por esos días del parentesco que podía existir entre don Augusto y Fabiola, la puta loca de la piel de leche con diez gotas de café y el cabello de café con mucha leche, madre de tres ladrones, un retrasado mental y una niña bizca desaparecida en circunstancias extrañas y desconocidas. Pero la leyenda negra, autora de tal blasfemia, no tenía visos de verosimilitud, toda vez que doña Gloria, madre de Don Augusto, es beata y ofrece una misa de acción de gracias diaria desde que su hijo resultó electo a la candidatura del PADUN (Partido Derechista Ultra Nacionalista). Doña Gloria había residido en el exterior durante casi toda la vida de Don Augusto. Odiaba el mar, ése que tanto llamaba a Fabiola, era viuda y respetable y hablar de ella (o de algún marino llamado José) era una calumnia, Carmencita no intervino en las elecciones ese año y Santo no se alineó con el PAR (Partido Agropecuario-reformista), célula marxista de la oposición, un tal Percy Slatter llegó como observador de la OEA y en una entrevista televisada en color, dijo que a él le gusta mucho el país porque él vivió aquí cuando niño y su cara de gringo fulo bonito hizo que el chango Sebastián, que veía la televisión en la mueblería del gallego das Muleiras, se llevara la mano al bolsillo izquierdo y se le despertara más de un circuito reverberatorio. Manifestó que su deporte favorito era el béisbol y que, cuando era pelao, jugó segunda base con los Devils de Cambuto, un equipo local formado por paisanos suyos, Ñato llegó con Mañe a la cantina “Golden Yuplon” pidiendo un trago por favor y nadie se lo dio, el cantinero, un individuo con cara de malas pulgas, los echó a la calle por sapos, y en la Loma, que eternamente parece un nacimiento, hubo carnaval. Carnaval de seres que al no poder salir de la mierda se divertían en ella, revolcándose en su miseria, como los marranos en las porquerizas. Carnaval de hombres y mujeres que desafiaban 153

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los límites de lo ilimitado para chupar de la teta de un gobierno que debían elegir y que, seguro de la victoria, ya corría con todos los gastos. Carnaval de chulos y runchas que saltaban las barreras del desenfreno para olvidar que, a pesar del jabón y el perfume barato, seguían oliendo mal porque estaban podridos y huecos. Carnaval de la Loma, cuna de más pordioseros que la guerra de Indochina, Belén de obreros y vagos y maleantes y lo que sea, colina fatídica y pozo sin escaleras en donde hay que ascender con las manos, los pies, o cualquier otra parte de la anatomía. Colina de seres humanos que no son humanos, que no piensan y viven con y de sus instintos. Colina de crímenes pasionales y olor de multitud podrida y hedionda a gusanos. Carnavales de la Loma, elecciones en la Loma, elecciones en la Loma, carnavales en la Loma, vergel de prostitutas y ladrones, Getsemaní de muertos de hambre. Carnavales en la Loma, elecciones en la Loma.

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oraida no es que fuera tan gorda como Domitila, por ejemplo, pero definitivamente no era flaca. Tenía lo que en lenguaje erótico se llama exuberancia: era una mujer exuberante. A Meco le gustaban obesas, y si no se empató con Domitila fue porque ella vivía con Pito el tracalero y no le daba chance. Había hecho una apuesta con Papito a ver quién se la levantaba primero y la habían perdido los dos. A Meco le crecía el pelo, pero se le enrollaba y parecía que no le crecía. Como a Papito, le gustaba Domitila: es más, estaba decididamente enamorado de ella. La esperaba por las mañanas cuando iba a la tienda del chinito a comprar michas y le decían que dónde vas, Domitila, dónde vas, con mantón de manila, dónde vas. Papito le decía lo mismo, exactamente igual, por las tardes y ella se movía como una ballena en celo, por las mañanas y por las tardes, pero no les daba chance a ninguno de los dos. Y es que Domitila estaba completa y totalmente enamorada de Pito el tracalero, y decía, poniendo esa cara de hipopótama tan conocida, que Pito le había tracaleado el corazón. Meco estaba casado con Zoraida porque estaba bien dura, y no usaba sostén porque le sobraba carne sólida. Pero cuando descubrió que ella era puro flintin y descuidaba la casa, se arrepintió. Empezó de inmediato los trámites del divorcio y no los terminó porque antes se lo comió un tiburón. Años después, Zoraida se había convertido en querida de Don Epifanio Hinostoza, un monogordo que quiso ser presidente. 155

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Meco no era marino y tampoco sabía nadar. Era bombero voluntario y compañero del que seis días después de su muerte violó a su prima Mireya. Meco era un hacelotodo, trabajaba en lo que cayera, menos si tenía que ver con el mar, y por esa circunstancia nunca le pagaba a Fabiola cuando iba con ella: Meco fue una especie de querido artificial de aquélla de los ojos amarillos y la piel de leche con diez gotas de café. (Meco había vacilado con la Petra y tenía un hijo por fuera con Griselda, la hermana de la comadre de Viviana. Había vendido licores con Pepiño das Muleiras, el gallego de la mueblería y había participado con la Selección Nacional de Baloncesto en unos Juegos Centroamericanos y del Caribe). Nadie sabe, ni sabrá ya nunca, lo que estaba haciendo en el antiguo fuerte español que sujeta la punta de la ciudad como un bozal y desde donde se declaró una de las tantas independencias que se celebran anualmente. Lo único que se sabía es que subió la marea estando el sitting in the dock of the bay wasting time y llegó la tintorera y ¡zas! se lo llevó como a un Jonás moderno, pero sin posibilidades de retorno. Zoraida no lo lloró. No es que se quedara tan tranquila, pero, al fin y al cabo, él se quería deshacer de ella. Le pareció luego tan extraño el llegar y no encontrarlo siempre de buen humor, siempre bromeando, pero eso duró poco tiempo. Zoraida, con su porte majestuoso, las caderas amplias, el pecho robusto, la cintura pequeña, permaneció impasible los nueve días que duró el velorio. Y luego desapareció como quien no quiere la cosa, volviendo años después durante las elecciones sólo para hacerse querida de don Epifanio Hinostroza, como si el Destino, con esa sucursal suya llamada Fatalidad, Ananké, hubiese decidido de antemano su alfa y su omega, holding de los Manuscritos de Qumrán, del Pika-dón o de Melquíades. 156

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Y allí, en el buche del escualo, Meco lanzó una terrible maldición porque seis días después violaron a Mireya, su prima, un bombero y un oficinista. Mireya se recuperó del golpe, la Loma vengó su virginidad irrecuperable, y un muchacho que tenía un triumph para él solito se enamoró de ella y le pidió que fuera su esposa, Fabiola mató a su hija bizca, Tiby, de un botellazo en la nuca, el hijo que tuvo con Griselda, la hermana de la comadre de Viviana, se cayó de un poste de teléfonos y se fracturó la columna vertebral. Quedó paralítico, pero como sabía pintar, pues dizque se puso a hacer cuadros que vendía y con los cuales mantenía a Griselda y a su abuela, que se jumaban todas las noches y siempre andaban por ahí metidas en fiestas, Pito el tracalero, el que vivía con Domitila, la gordota del mantón de manila, tuvo un ataque de lombrices que lo mató, pero ella, como ballena en celo al cabo, se buscó otro amante que soportara su gordura, su fealdad y su olor a manteca cara, además de su desbordante sensualidad, Macorina se hizo amante del gallego das Muleiras dos días después que le diagnosticaron una sífilis que Meco, precisamente, le había pegado. Olvidó aquel tiempo en que Pito la buscaba por la forma en que manejaba las manos y la dejo virgen para que Santo el taxero la iniciara seis meses después. Y olvidó también que Meco le dijo treponemas de herencia y decía que era feliz con su españolito, la Choni empezó a ganar peso a causa de vacilar con él preñón del barrio, de nombre Juan Simón. Años después, todo se arregló y se fue a vivir con un tipo a Guachapalí, y ya tenían su finquita y sus gallinas para vivir y no tener que depender directamente de nadie, la China quedó viuda con Romelia, su testiguita de Jehová, y su nieta-muñeca llamada Eva. No apareció más por la Loma, lo que indicaba que todo le había salido a pedir de boca o, por lo menos, no tan mal como para rebotarla al fango ardiente y vestido de sol, 157

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Viviana dijo un día que se iba a morir y se murió, sin que el chango Sebastián pudiera hacer nada para impedirlo. Entonces él, solo, viudo, huérfano, derrotado, siguió yendo a la mueblería del gallego a ver las series de detectives por televisión. Fabiola se fue retrayendo como un acordeón de cumbiamba y se fue metiendo en sí misma, hasta que el mundo le llegó a ser extraño y se sentaba a la orilla del mar con las piernas abiertas llamando a un marino que se llamaba José y que muchos años atrás había desarticulado las caderas de una puta llamada Gloria. Empezó a descuidarse tanto, que se tragaba los dientes cuando se le caían y no se daba ni cuenta, y sus cuatro pelaos vivos andaban por ahí por la calle hechos unos pedazos de cualquier cosa y sucios y desarreglados, mientras su mamá gemía día y noche, noche y día en el malecón por la descomunal virilidad de su abuelo del que ellos sólo sabían que se llamaba José y que era marino y que vino al mundo nada más para desarticularle la pelvis a su abuela y engendrar a Fabiola, ésa de ojos amarillos desteñidos, que lo llamaba día y noche y que se le hundían los ojos más y más y se le arrugaba la piel de leche con diez gotas de café y el pelo de café con mucha leche era ya como de estopa y decía que era su mamá y gritaba Martín & Gerd, Yuní, Calito, Carlós, José José José y desde la panza de la tintorera. Meco, cuyo recuerdo no existía, se regodeaba al ver a la ramera que no le cobraba abierta de patas frente al mar y sabrá que si ella evitaba a los marinos, por lo menos pertenecía al mar que se lo había tragado a él y la creía suya y la sabía suya y la sentía suya y reía porque el mar la llamaba, como años después llamaría a sus hijos y a los hijos de sus hijos y a los hijos de los hijos de sus hijos per omnia secula seculorum amén. La Loma empezó a apachurrarse y a convertirse en un cementerio de sueños y de bastardas ilusiones: La Loma se achurró de arriba abajo como se achurran los acordeones típicos, como se aplastan los que tienen todo que perder, como se achurran 158

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los huevos que se estrellan contra las rocas, como se apachurró Europa ante el empuje de los buitres nazis y el Plan Marshall, como se apachurran todas las otras Lomas en el Continente ardiente y vestido de sol: sin piedad sin conmiseración ni esperanza.

Fin Salamanca, 1973.

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