TRES VIDAS Y UN MARATÓN

TRES VIDAS Y UN MARATÓN El año 1248, Sevilla, la capital emblemática de los almohades, se vio obligada a rendirse a las tropas de Fernando III el Sant

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TRES VIDAS Y UN MARATÓN El año 1248, Sevilla, la capital emblemática de los almohades, se vio obligada a rendirse a las tropas de Fernando III el Santo después de más de catorce meses de asedio. El domingo 24 de febrero de 2.013, Sevilla se rinde nuevamente a las piernas de otros tres “descendientes” de aquel que fuera dueño y señor de nuestro Castillo de Dña. Berengüela. Gema Castro, Paco Arreaza y Calixto Rodríguez, tras finalizar las Carreras del Circuito Provincial deciden afrontar el gran reto que supone correr un Maratón y, el de Sevilla, constituye el entorno perfecto para superarlo con éxito. A ese reto de correr un maratón se llega cuando se ha hecho del mundo del running una forma de vida. Se empieza a correr por el deseo de mantenerse en forma, pero pronto se convierte en una diversión y en una manera de aliviar el estrés producido por los acontecimientos de la vida diaria en compañía de amigos. Las distancias se van alargando sin darse uno cuenta en la medida que se disfruta de esos momentos de entrenamiento. Pero preparar un maratón exige, sobre todo, elevar una serie de virtudes del ser humano a su máxima expresión. Fuerza de voluntad, para salir a entrenar por la mañana temprano, o cuando la lluvia, el viento y el frío aconsejan no salir ni a la calle. Constancia, que permite que el entrenamiento de cada día mejore el entrenamiento del día anterior. Esfuerzo, que nos haga cumplir el plan de entrenamiento diario sin permitirnos relajación. Disciplina, para acatar las instrucciones de nuestro entrenador personal. Compañerismo, porque la persona que corre a tu lado no lo hace para ganar, sino para apoyar, animar y ayudar a superar los momentos de desfallecimiento. Pasión, que nos lleva a superar cualquier reto por difícil que pueda parecer. Respeto, por el último tanto como por el primero, pues el esfuerzo no se mide en minutos. Paciencia, sabiendo que el reto se superará con el entrenamiento diario y no con las prisas por conseguirlo. Y, finalmente, inteligencia, pues verdaderamente quien consigue aunar todas estas virtudes demuestra, por sí mismo, estar dotado de una inteligencia extraordinaria. Terminar, 42 kilómetros y 195 metros, entrando al Estadio de la Cartuja de Sevilla, tras pasar a los pies de la Giralda, la Catedral, la Torre del Oro, y recorrer las calles de los barrios de Triana, La Macarena o de Santa Cruz es una experiencia para toda la vida que nuestros tres compañeros de Club han querido compartir con nosotros.

Calixto Rodríguez Márquez, “reto superado” Para cualquier corredor aficionado, correr un Maratón es un deseo, una prueba de superación y un reto personal. Como profesor de Educación Física durante muchos años, y anteriormente también, siempre he practicado deportes, bicicleta y carreras a mi aire. Aunque siempre me daba envidia sana al ver a los participantes en la Media Maratón de Bolaños. Por ello, el año pasado me inscribí en el Club de Atletismo de Bolaños y participé en el Circuito de Carreras Populares de Ciudad Real. Terminé 12 carreras, seis de 10 k m. y seis medias-maratones (21’097 k m.). Ahora a mis 57 tacos, me quedaba el reto del Maratón. Así, con otros dos debutantes en la mítica distancia, Gema y Paco, nos plantamos en Sevilla en compañía de los Trotones de Almagro. Todos logramos el objetivo: llegar a la meta. Cada uno según nuestras facultades, pero en unos tiempos muy adecuados para sentirnos orgullosos de nuestro esfuerzo (el mío ha sido de 4 horas 5 min. y 1 seg.). El domingo, 24 de febrero amaneció soleado y fresquito, estupendo para correr y Sevilla es una ciudad preciosa y acogedora. La carrera pasa por los lugares más emblemáticos: Guadalquivir, Torre del Oro, Maestranza, campos de fútbol, Plaza de España, Catedral (con su Giralda y todo), hasta llegar al estadio olímpico de la Cartuja; un apoteósico subidón al pisar la línea de meta: 42’195 km. superados. Ya somos del Club de Amigos de Filípides. Todo es cuestión de proponérselo y entrenar lo suficiente, pero un consejo: no esperéis tantos años como yo para hacer el primer Maratón. Francisco Arreaza Ocaña, “experiencia para repetir”.

Me levanté a desayunar a las 6 de la mañana, sin hambre ya que el día anterior estuve comiendo cada dos horas para preparar el cuerpo. Copié el desayuno de Chema Martinez, zumo, tostadas con tomate y pavo y donut, para después subir a la habitación y comerme dos plátanos. A las 7:45 estaba subido al autobús todavía muy tranquilo. A las 8:10 llegamos al estadio, con mucho frío, fuimos al guardarropa e inmediatamente nos dirigimos a la línea de salida. Una vez en la salida me metí en mi cajón, Sub 3horas, y esperé a la salida. Diez minutos antes de empezar a correr ya estaba a tope y tenía las pulsaciones a 120 (de infarto). Tomamos la salida puntual al ritmo de AC/DC y comencé a correr a un ritmo controlado de 4:15 minutos el km. Al principio iba sobrado, pero sabía que no debía apretar más. Iban pasando los kilómetros acompañado de otros dos corredores de Madrid. Pasé el 10.000 sin enterarme en 42:44 y proseguí hasta la media maratón en 1:30:13, prácticamente sin enterarme e inmerso en mis pensamientos, concentrado al 100% y mirando el asfalto, hasta el punto de que no vi nada de Sevilla, ni la Giralda, ni la Torre del Oro, ni nada, sólo la Plaza y porque debimos de darle una vuelta.

Tras la media empecé a notar que las piernas me pesaban, pero mantuve el ritmo e incluso lo incrementé unos segundos como queriendo terminar lo más pronto posible. Sin embargo, los kilómetros pasaban muy despacio y a la altura del kilómetro 29 mis compañeros se quedaron. Corrí sólo desde entonces hasta el final, me encontraba muy cansado, y pendiente constantemente del suelo. La fortuna quiso que la carrera atravesara el centro de Sevilla en esos momentos y, aunque mi cabeza seguía mirando irremisiblemente al suelo, el clamor de la gente te "llevaba" en volandas. Desde el km 38 las calles parecían un campo de batalla: corredores parados, en camilla, cojeando, deambulando …. pero conseguí sacar fuerzas y mantener el ritmo, iba remontando y remontando, reventado pero manteniendo. Y así, llegué al estadio, no puedo explicar lo que pasó, pero me puse a 3:30 y entré a meta sacando fuerzas, no sé de dónde, en un tiempo real de 2:59:04 aunque el reloj marcara otra cosa. Después, empecé a pensar en lo conseguido y no lo puedo explicar, es para vivirlo. Lo primero que dije a mi mujer cuando la vi, es que tenía que repetir... y desde entonces hasta ahora, recuperando. Creo que hoy ya soy capaz de volver a andar. Gema Castro López, “inolvidable Sevilla”

Finalizadas las carreras del Circuito de Carreras Populares de Ciudad Real en 2012, cuando peor me encontraba física y mentalmente, me propuse, ante este bajón, el reto de hacer una Maratón para intentar animarme. Así, consultando con algunos amigos runners decidí inscribirme en la Maratón de Servilla, que se celebraría el 24 de febrero de 2013, a la vuelta de la esquina, ¿para que dejarlo más tiempo?. Se lo comenté a mi marido y me dijo: ¡Estás como una cabra!...pero adelante! Con la decisión tomada, me puse en contacto con mi amigo Alberto Plata, la persona que me prepararía para este reto, y me dijo: ¡Adelante!...vas muy justa pero llegarás! (sólo tenía 2 meses y medio para preparar la Maratón). Me puse manos a la obra: realicé todos y cada uno de los entrenos que el míster me planteó, independientemente de si hacía frío, niebla, lluvia… muchos entrenamientos en compañía de mi marido, pero también en solitario, mi Garmin y yo, los únicos que íbamos a estar juntos en este reto hasta el final. Hubo entrenos en los que mis ánimos decaían, pero sólo pensaba en lo que me decía mi entrenador: “los entrenos duros, con climatología adversa, son los que te harán ser más fuerte”. Después de 70 días de entrenamiento, con 566 Km en mis nuevas Mizuno, llegó el gran día, domingo 24 de febrero. Suena el despertador a las 6:15, me levanto y lo primero que pienso es: “Por fin, llegó el gran día, a demostrar todo mi trabajo”. Me visto y me voy a desayunar, encontrándome en el comedor del hotel con etíopes, keniatas, Chema Martínez, Martín Fiz… en fin, toda la élite, y yo entre ellos. No tengo mucha hambre, pero hay que coger fuerzas ya que la mañana será larga.

Vuelvo a la habitación y ahí está mi compañero del alma, mi marido, más nervioso que yo, preguntándome si lo tengo todo preparado, que qué tal estoy. Son las 7 de la mañana, mientras él baja a desayunar, yo termino de preparar todo y me concentro en mis 42.195 metros. A las 7:45 salimos del hotel en bus, dirección Estadio de la Cartuja…¡Ahora sí! Vamos directos al guardarropa a dejar la mochila y después me dirijo a mi cajón de salida, el de menos de 4 horas. Mis nervios desaparecen por un momento, estoy flipada por el montón de gente (más de 7.000 personas), el gran ambiente … Pienso que hemos llegado demasiado pronto, son las 8:40 y ya estoy en el cajón de salida, puff, mucho tiempo de espera. Miro a mi alrededor y todo el mundo está concentrado: unos estiran, otros se untan cremas anti-roces, otros saltan, otros hablan por el móvil y yo helada y puesta al sol, jajaja! Ya queda menos, son las 8:55 y de repente pasa una marea de morenitos delante de mí corriendo para la salida, son la élite! los mejores! ¡Por fin! A las 9:03 suena el pistoletazo de salida, pongo en funcionamiento mis piernas y me digo: ¡A disfrutar por las calles de Sevilla! Al minuto paso por el arco de salida y ya voy pensando en devorar kilómetros. Llego bien al km 8 en el que se encuentra mi marido, sigo adelante y me fijo el siguiente objetivo en el km 15, en el que pasaremos por el hotel, y donde volveré a verlo. Al llegar a ese km ahí está, con la cámara en la mano para inmortalizar el momento. Corre conmigo unos metros y me pregunta ¿qué tal vas? ¿bien?. Mi respuesta es escueta ¡bien, bien! Hay que conservar fuerzas. Ese momento me produce un subidón y me emociono y pienso que sólo me quedan 27 km para verlo de nuevo…¡A por ellos! Aquí es donde comienza mi verdadera maratón; mi reloj Garmin y yo vamos controlando el ritmo a una media de 5:15-5:17 min./km. Para olvidarme de los kilómetros que me faltan, y del tiempo, miro el recorrido que es fantástico, pasando por todos los monumentos y lugares de interés de la ciudad, al tiempo que disfruto del calor de la gente, que te hace correr aunque no puedas. En cada avituallamiento, bebida isotónica para hidratarme como bien me habían dicho, además de seguir tomando mis geles energéticos en los puntos previstos. Llego al temido km 30, “el Muro”, pero voy fenomenal, pensando en que ya solamente me quedan 12 km para culminar mi reto, ¡Sí! Con miedo, porque es un tramo en el que se pasa fatal, me olvido de eso y voy pensando en el próximo avituallamiento para poder beber y así sólo quedarán 7 km. Llego al km 35 y me digo: “Gema, esto ya está aquí, no queda nada, ¡a por ellos!”. Me vuelvo a emocionar, parece que me da un bajón, pero justo pasamos por la Catedral y el calor y el ánimo de la gente que me dice: “¡Vamo Ema! ¡Vamo Ema!”, me hace despertar y volver a mi ritmo de 5:17 min/km. En el km 38 mis piernas comienzan a decirme: ¡Gema, estamos fundidas!, y recuerdo “El entreno más duro te hará ser más fuerte”. Ya no queda nada, 4 km, ¡a por ellos Gema!. En ese momento mi compañero Garmin me dice que tiene la memoria llena, me deja sola, ya no podré controlar el ritmo al que voy ni cuánto llevo, por lo que me dejo llevar por mi cuerpo. Sólo quedan 3 km.

Comienzo a pensar que pronto podré decir que he hecho una maratón, y cuando menos me lo espero, veo cerca el arco rojo de entrada al Estadio. Mis piernas se aceleran, quieren llegar ya, no hago nada más que adelantar gente, cruzo el arco y sí, sí, estoy dentro del Estadio. Comienzo a esprintar y me encuentro en la pista a Chema Martínez que me choca la mano y me digo: “¡Dios, que fuerte!”. Sigo esprintando, últimos 195 metros, el estadio lleno, una animación increíble…¡subidón!...¡ya estoy aquí!...¡siiiiiii! Cruzo el arco amarillo de meta y paro mi Garmin…3 horas, 47 minutos y 58 segundos…¡genial! Me entregan mi medalla de Finisher y me dirijo al guardarropas como puedo entre la gente. Mis piernas ya no quieren andar, voy muy despacio y con dolores, llego al vestuario y me ducho, para encontrarme a la salida con mi marido, abrazarle y decirle: ¡RETO SUPERADO! Como podéis ver, ha sido una experiencia inolvidable, la cual pienso volver a repetir. Pero esto no lo hubiera conseguido sin el apoyo y confianza de mi marido Jose y de mi entrenador, Alberto, a quienes les estoy sumamente agradecida.

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