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Tucídides y La guerra de Granada de Hurtado de Mendoza
Francisco Vivar Según vamos leyendo la Guerra de Granada nos damos cuenta que no nos encontramos ante una crónica de la guerra, sino ante un ensayo de pensamiento político. El texto se presenta ante el lector como una profunda meditación sobre el significado de la guerra en el destino de las naciones o imperios. Don Diego Hurtado de Mendoza es un historiador y un pensador político, muy en la línea de su casi contemporáneo Maquiavelo, y ambos tienen como precursor a un maestro antiguo: Tucídides. La guerra del Peloponeso, que nos cuenta la guerra entre Atenas y Esparta que laceró a Grecia hace 2500 años, es la primera historia de una costumbre muy antigua y repetida: la guerra contra tu vecino o la guerra civil. La Guerra de Granada nos cuenta también la historia de un conflicto de «españoles contra españoles», o de las tropas reales contra unos españoles llamados moriscos, y también hirió a España. En consecuencia, mi interés en esta presentación será recordar y recuperar la tradición del pasado de Tucídides y situar frente a la guerra civil griega la guerra de Granada, para mostrar los puntos de contacto, los paralelismos y la actualidad que nos ofrecen para la reflexión sobre las guerras civiles. La presencia de Tucídides en España es muy temprana. María Rosa Lida tuvo que corregir el desconocimiento de Gilbert Highet, que pasó por alto las traducciones que se habían hecho en España de la obra griega. Lida puntualizó el olvido del libro La tradición clásica con estas palabras: «Además de la versión de Diego Gracián de Alderete, hay en español la de Juan Castro Salinas, completa, y la del libro I por Pedro de Valencia. A fines del siglo xiv, el magnate aragonés Juan Fernández de Heredia, muy relacionado con la Grecia Bizantina, hace traducir a Tucídides: versión anterior casi en un siglo a la traducción latina de Lorenzo Valla»1. Esta presencia tan temprana parece como si no se huLida de Malkiel, María Rosa La tradición clásica en España, Barcelona, Ariel, 1975, pp. 372-373. Este libro respondía a los olvidos que respecto a España presentaba el libro de Gilbert Highet, La tradición clásica: influencias griegas y romanas en la literatura occidental, México, Fondo de Cultura Económica, 1954; olvidos debidos posiblemente al desconocimiento del español.
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biera dejado sentir en los historiadores españoles, y, así, por citar un ejemplo, al referirse a la obra de don Diego Hurtado de Mendoza, Francisco Márquez Villanueva señala que «ésta es un modelo de comprensión. No de una comprensión anacrónica, en el sentido liberal de hoy, sino en el cientifismo político a la italiana de Maquiavelo y Tácito (modelo confesado este último)» (p. 120). Se ha insistido en el modelo de Tácito; sin embargo, como también en Maquiavelo, Tucídides está presente como un precursor, y hay que tener muy en cuenta La guerra del Peloponeso para comprender la relación que mantiene el libro español entre la política, la historia y la guerra2. Los humanistas, al seguir los principios de la historiografía grecoromana, consideraron que la historia debía transmitir una lección moral, ser útil y provechosa. Para conseguir estos propósitos el historiador debía prestar atención a los mejores logros de sus antepasados, para que sus gloriosos hechos fueran imitados. Esta actitud de defensa de lo propio podía aprenderse en Salustio, Tito Livio o Tácito bajo el concepto de Dignitas. Este concepto es bien conocido por Hurtado de Mendoza: por eso en la primera página expresa su deseo de alejarse de una historia panegirista, que atiende a la dignitas, —para entrar en una historia más verdadera, más alejada de la alabanza de los grandes hechos y más cercana a la realidad. Éstas son sus palabras: «Bien sé que muchas cosas de las que escribiere parecerán a algunos livianas y menudas para historia, comparadas a las grandes que de España se hallan escritas» (p. 95)3. Y recordemos que en esos años del siglo xvi —como a lo largo del tiempo— es precisamente esa historia de la grandeza de España la que abunda, según nos ha mostrado don Julio Caro Baroja en Las falsifica-
Márquez Villanueva, Francisco, «El problema historiográfico de los moriscos», Bulletin Hispanique, 86 (1984), pp. 61-135. Véanse también el artículo de Davis, Charles, «Tacitean Elements in Diego Hurtado de Mendoza's Guerra de Granada», Dispositio, vol. X. 27 (1985), pp. 85-96; y el libro de Bunes, Miguel Ángel de, Ibarra, Los moriscos en el pensamiento histórico, Madrid, Cátedra, 1983; donde se nos dice de Hurtado de Mendoza que, «como buen humanista, sus modelos serán Salustio y Tácito», p. 22. Por otra parte, me interesa señalar la presencia de Tucídides en Maquiavelo por la actitud que le une a Hurtado de Mendoza. Así lo ha manifestado, entre otros, Le Goff, Jacques: «the role he attributes —with deep pessimism— to the conflict between individual ethics and politics makes him [Thucydides] a precursor of Machiavelli» (pp. 154-155), en History and Memory, Nueva York, Columbia University Press, 1992. Tamben David H. Darst señala que, en los temas, la lengua y la actitud, don Diego «In all this he is closer to Renaissance historians like Niccolo Machiavelli, Francesco Guicciardini, and his Spanish contemporary like Fernando de Herrera» (p. 64), en Diego Hurtado de Mendoza, Boston, Twayne, 1987. Cito según la edición preparada por Blanco-González, B., Diego Hurtado de Mendoza, Guerra de Granada, Madrid, Castalia, 1996.
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dones de la historia. Don Diego se aleja de esa grandeza y de la dignitas, —como también lo había hecho Maquiavelo en la historia de Florencia—, para presentarnos «nuestras culpas y yerros tan sin rebozo» (p. 92), en palabras de su prologuista Luis Tribaldos de Toledo. De manera semejante presentaba su historia Tucídides al señalar: «Para una lectura pública, la falta de color mítico de esta historia parecerá un tanto desagradable; pero me conformaría con que cuantos quieran enterarse de la verdad de lo sucedido y de las cosas que alguna otra vez hayan de ser iguales o semejantes según la ley de los sucesos humanos, la juzguen útil» (I, p. 105)4. La historia se aleja de lo mítico para ir a lo verdadero, busca convertirse en eterna, en constante repetición de unos mismos modelos. Nos encontramos aquí con una idea que Tucídides va a afirmar en la obra cuando manifiesta que el destino de los hombres y el de los pueblos se repite debido a la similitud de la naturaleza humana; como consecuencia, el historiador aspira a exponer unas leyes universales y permanentes de «los sucesos humanos» que sean útiles para el presente y el futuro. El pasado puede decirnos lo que podría suceder en cualquier sociedad. Si Tucídides es el origen de este principio de continuidad histórica y del uso de la experiencia histórica; en esa misma dirección se expresa Hurtado de Mendoza al decir que, en oposición a otros historiadores que eligen «guerras largas de vario suceso», «Yo escogí camino más estrecho, trabajoso, estéril y sin gloria; pero provechoso y de fruto para los que adelante vinieren» (p. 96), para a continuación advertir que los que lean su historia podrán «tomar ejemplo o escarmiento» (p. 96). Él escoge la guerra de Granada para que, debido a la condición humana, la historia sea útil y los que consideren este suceso puedan prever las cosas futuras y evitar los errores del pasado5. Además, el autor español busca la verdad de la historia, y se la proporciona el haber participado directamente en la guerra de Granada. Él ha sido testigo de los hechos narrados o los ha recogido de testigos que participaron en la guerra: «parte de lo cual yo vi y parte entendí de personas que en ella pusieron las manos y el entendimiento» (p. 95). Es lo mismo que había hecho Tucídides en la guerra del Peloponeso: «que rePara las citas de Tucídides sigo la traducción y edición de Rodríguez Adrados, Francisco, Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Madrid, Hernando, 1984, 3 vols. Para la comprensión de la concepción histórica de Tucídides han sido fundamentales las lecturas del capítulo «Tucídides como pensador político» en Jaeger, Werner, Paideia: los ideales de la cultura griega, México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 345-369; y el libro de Momigliano, Arnaldo, Essays in Ancient and Modern Historiography, Oxford, Basil Blackwell, 1977.
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late cosas en las que yo estuve presente o sobre las que interrogué a los otros con toda exactitud posible» (I, p. 104). Los dos historiadores son testigos directos de su historia, que no está basada en relatos antiguos o en la opinión de otros historiadores, sino en su propia presencia activa y en la conversación con testigos recientes. Por lo tanto, es esta contemporaneidad con los hechos que relata la que permite al historiador asegurar al lector que el texto ofrece la verdad. En ambos casos nos encontramos con una historia vivida, los dos ofrecen una experiencia directa de los hechos. Tucídides consideraba que la experiencia personal era la primera característica de la historiografía. Es esta participación la que permite al historiador, por un lado, ajustarse a la verdad de una manera imparcial, y, por otro, hacerlo con un estilo simple, alejado de la práctica de un estilo retórico que tiene el propósito de adornar la historia6. El historiador griego nos advierte desde el principio que «no se equivocaría el que creyese que las cosas que conté [...] eran así poco más o menos, y no diese fe más bien a lo que han cantado acerca de ellas los poetas, adornándolas para engrandecerlas, ni a lo que los logógrafos escribieron, tendiendo más a lo agradable de oír que a la verdad» (I, pp. 103-104). Es esa misma verdad —que siempre molesta— acompañada de un estilo poco adornado, la que hace a don Diego publicar su obra después de su muerte, ya que, en palabras de su editor Luis Tribildos «sólo quiso, con la libertad [...] dejar a los venideros entera noticia de lo que realmente se obró en la guerra de Granada» (p. 92). De ahí la diferencia de don Diego con otros historiadores contemporáneos: «porque en ninguno leemos nuestras culpas o yerros tan sin rebozo» (p. 92). Ésta es la utilidad de la historia: el aprendizaje que el lector puede adquirir de una historia verdadera; en ella el autor se esfuerza por alcanzar un conocimiento político. Por esta razón, cuando se plantea al historiador si habla o no de temas poco «dignos», como las desavenencias de los gobernantes, don Diego advierte que «los escritores como no deben aprobar semejantes juicios, tampoco los deben callar cuando escriben con fin de fundar en la historia ejemplos, por donde los hombres huyan lo malo y sigan lo bueno» (p. 267). Ésta es la grandeza de Hurtado: su esfuerzo de comprensión en la búsqueda de la verdad para llegar a un conocimiento político de las acciones humanas Para Momigliano «Thucydides made direct experience the first qualification for proper historiography», op. cit. (nota 5), p. 162. En este sentido se expresa Jaeger: «cuanto más actual es el asunto y más viva su participación en él, de mayor gravedad resulta, para Tucídides, la adopción de un punto de vista» para señalar más adelante que «su propósito, en oposición a las adornadas relaciones de los poetas sobre los tiempos pasados, es ofrecer la verdad de un modo simple e imparcial», en op. cit. (nota 5), pp. 349-350.
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situadas en un suceso histórico especial, la guerra. Por supuesto, para que la guerra se convierta en un modelo de cambio que puede ser repetido constantemente, Tucídides, como Hurtado, elevan el suceso particular del Peloponeso o Granada y lo convierten en un modelo general histórico. Y es que la guerra del Peloponeso —como la de Granada— fue un acontecimiento especial en la historia de Grecia. Como asegura Arnaldo Momigliano, esta guerra era para Tucídides la culminación de la historia griega precedente, el suceso más grande que nunca había ocurrido en Grecia. Tucídides lo expresa claramente al principio de su historia con estas palabras: «Y esta guerra, aunque los hombres cuando luchan creen siempre que la presente es la mayor, y cuando dejan de hacerlo admiran más las antiguas, si se la considera a partir de los hechos mismos, mostrará a pesar de todo, que fue mayor que aquellas» (I, p. 104). Efectivamente, para Tucídides la guerra es un suceso que marca una época en la historia de Grecia y de Atenas, un antes y un después, es un acontecimiento nuevo en sus causas porque supone la formación del poder imperial ateniense, pero también nuevo por sus consecuencias, ya que inicia la destrucción del mismo poder ateniense. Esta importancia de la guerra para la historia de los imperios o pueblos está tan clara que después del historiador griego la guerra representa el más evidente factor de cambio para pueblos e imperios7. La importancia de la guerra de Granada en el destino de España se manifiesta en las palabras que abren el libro de don Diego Hurtado: «mi propósito es escribir la guerra que el Rey Católico de España don Felipe el II [...] tuvo en el reino de Granada contra los rebeldes nuevamente convertidos», y, unas líneas más adelante, advierte que en esta historia se podrá considerar «de cuan livianos principios y causas particulares se viene a colmo de grandes trabajos, dificultades y daños públicos, y casi fuera de remedio» (pp. 95-96). El conocimiento de esta guerra, con sus causas y sus corolarios, proporciona al autor la posibilidad de entender el cambio que el Imperio español ha seguido con Felipe II. Ahora nos encontramos con un ejército y un rey que representan el comienzo de la decadencia. La guerra de Granada es también el antes y el después del Imperio, el suceso que va a marcar la diferencia entre el tiempo de los
Ésta es la explicación de Momigliano, A., «He chose a war —a recent war— as an epoch-making event. He again discarded tradicional subjects for something new — new in its causes, the formation of Atenían imperial power, and new in its consequences, the destruction of Athenian imperial power», y unas líneas más adelante añade que «after Thucydides no doubt was left that wars represented the most evident factor of change», en op. cit. (nota 5), p. 165.
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Reyes Católicos y de Felipe II. Son precisamente esos signos de decadencia que van a mostrársenos en el desarrollo de la guerra los que hacen que Hurtado de Mendoza diga sobre el resultado final: «victoria dudosa» (p. 96)8. Tucídides nos mostraba cómo los atenienses que luchan en la guerra del Peloponeso ya no son los mismos que los del periodo de Pericles, época de oro de Atenas. Detengámonos en esta diferencia de tiempos representada por los jefes o reyes. Hurtado de Mendoza ofrece una breve historia de la ciudad de Granada, creo que con la intención de que el lector aprecie más claramente la crisis que aparece al final de la guerra. Y lo primero que presenta de esta historia es que «la ciudad de Granada, según entiendo, fue población de los de Damasco», que después ganaron los Reyes Católicos (p. 103). Durante este reinado «gobernábase la ciudad y reino como entre pobladores y compañeros con una forma de justicia arbitraria, unidos los pensamientos, las resoluciones encaminadas al bien público: esto se acabó con la vida de los viejos» (p. 104). Es la nostalgia del tiempo pasado, de una edad de oro a la que sustituye una de hierro. A partir de la desaparición de los hombres de los Reyes Católicos todo cambia para la ciudad de Granada9. Para Tucídides la historia de Atenas cambia después de Pericles, su muerte es el final de un periodo de armonía y esplendor; la imagen de Pericles es la del caudillo ejemplar y la del verdadero hombre de estado. Como síntesis de la diferencia entre este político y los demás, nos dice: «La causa era que Pericles, que poseía gran autoridad por su prestigio e inteligencia y era inaccesible manifiestamente al soborno, contenía a la multitud sin quitarle libertad, y la gobernaba en mayor medida que era gobernado por ella...»; todo cambia, después, con los políticos que le sucedieron, y «por ello cometieron los atenienses otros muchos errores, como suele suceder en una ciudad grande y en un imperio» (I, p. 283). Todo cambió también en España cuando se acabó el gobierno de «los viejos». Entraron los celos; «la división sobre causas livianas entre los ministros de justicia y de guerra»; la discordia, la ambición, todo fue aumentando hasta aparecer «el peligro de la autoridad» (p. 104). Las consecuencias son irremediables, éstas son las palabras de Hurtado: «Éste fue uno de los principios en la No es mi intención entrar en el detalle de los signos de decadencia que se aprecian en la descripción y comentario de la guerra, como la ambición y los excesos de los jefes, el comportamiento cruel y codicioso de las tropas reales, la falta de autoridad, la corrupción, etc. Es verdad que este cambio coincide con el final del gobierno de los Hurtado de Mendoza en Granada: «duraron estos principios de discordia disimulada y manera de conformidad sospechosa el tiempo de don Luis Hurtado de Mendoza, hijo de don Iñigo, hombre de gran sufrimiento y templanza» (p. 104).
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destrucción de Granada, común a muchas naciones; porque los cristianos nuevos, gente sin lengua y sin favor, encogida y mostrada a servir, veían condenarse, quitar o partir las haciendas que habían poseído, comprado o heredado de sus abuelos, sin ser oídos» (p. 105). Desaparecida la justicia y la autoridad que mantiene alejados los abusos, si desean dominar la fuerza sobre la justicia, los cristianos nuevos no tendrán más remedio que ir a la guerra. El dominio de la fuerza nos lleva al significado íntimo de la guerra. Y ésta manifestación de la fuerza como causa principal de la guerra se hace evidente en la historia griega y española a través de dos diálogos que constituyen uno de los momentos más importantes en cada obra. Nos encontramos en La guerra del Peloponeso con los melios: «que son colonia de los lacedemonios y no querían ser vasallos de los atenienses como los demás isleños, sino que primero se mantuvieron en paz como neutrales y después, como los atenienses devastando la isla les forzaron a ello, entraron abiertamente en guerra» (II, pp. 343-344). Situados en este contexto de fuerza, Tucídides nos presenta a continuación un diálogo entre los generales atenienses Cleómenes y Tisias con los magistrados de la isla de Melos. Los generales atenienses presentan la realidad de la guerra: «la justicia prevalece en la raza humana en circunstancias de igualdad, y [...] los poderosos hacen lo que les permiten sus fuerzas y los débiles ceden ante ellos» (II, p. 346). La respuesta de los débiles es la resistencia a la necesidad de la fuerza: «es una gran bajeza y cobardía que nosotros, los que todavía somos libres, no recurramos a todo antes que convertirnos en esclavos» (p. 349). Como afirma W. Jaeger: «lo mismo en la doctrina sobre el origen de la guerra que en la exposición propiamente dicha, se halla en el centro el problema de la fuerza» (p. 360)10. Hurtado de Mendoza nos presenta una situación de agresión semejante a través del comportamiento de la Inquisición, que «los comenzó a apretar más de lo ordinario» (p. 108), y por una serie de órdenes de Felipe II encaminadas a destruir la cultura y la existencia de los moriscos: «El Rey les mandó dejar la habla morisca y con ella el comercio y comunicación entre sí, el hábito morisco...» (p. 108), también les hizo llevar el rostro descubierto, y les prohibió los baños, la música, las bodas, etc. La agresión que siente el pueblo morisco va a ser presentada en el discurso de Aben Xahuar a su pueblo: «Poniéndoles delante la opresión en que estaban, sujetos a hombres públicos y particulares, no menos esclavos que si lo fuesen» (p. 116). Ante el poder del rey sólo les 10 Véase también el comentario que hace a este diálogo Walzer, Michael, Just and Unjust War. A Moral Argument with Historical Illustration, Nueva York, BasicBooks, 1977, pp. 4-13.
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queda resistir o ser destruidos; pero ante la humillación que representa la esclavitud eligen la guerra, aunque sea ante un poder superior. El final de la guerra de Granada nos es conocido: «Quedó la tierra despoblada y destruida: vino gente de toda España a poblarla y dábanles las haciendas de los moriscos con un pequeño tributo que pagan cada año» (p. 403). El final de los melios fue muy semejante, como el de todo pueblo conquistado: «los atenienses ejecutaron a todos los melios en edad viril que cayeron en sus manos y redujeron a esclavitud a los niños y mujeres. Fueron ellos mismos quienes, enviando seguidamente quinientos colonos, poblaron la ciudad» (II, p. 356). Posiblemente cuando un historiador explique las recientes guerras de desposesión y exterminio de Bosnia, Ruanda, Kosovo, etc., no se pueda alejar mucho del origen, las causas y los corolarios de la guerra que Tucídides estableció y Hurtado de Mendoza tan bien comprendió. Al final de la guerra, siempre, permanece la misma imagen que Hurtado de Mendoza presentó, y que, desgraciadamente, nos resulta tan conocida: «hasta que vimos [...] vencida, rendida, sacada de su tierra, y desposeída de sus casas y bienes; presos y atados hombres y mujeres; niños cautivos vendidos en almoneda o llevados a habitar a tierras lejos de la suya: cautiverio y transmigración no menor, que las que de otras gentes se leen por las historias. Victoria dudosa» (p. 96). Efectivamente, al final de la guerra sentimos la amargura y la tristeza, y percibimos los signos de la decadencia.
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