UN CORAZÓN INDIVISO: EL SENTIDO DEL CELIBATO. Hno. Sean Sammon, fms

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Author:  Hugo Mora Nieto

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UN CORAZÓN INDIVISO: EL SENTIDO DEL CELIBATO

Hno. Sean Sammon, fms

Un Corazón Indiviso — Sean Sammon

UN CORAZÓN INDIVISO: EL SENTIDO DEL CELIBATO Hno. Sean Sammon, fms

ÍNDICE Introducción Capítulo I

Primero Lo primero

Capítulo II

Dos caras de la misma moneda: identidad e intimidad

Capítulo III

Sexo y equilibrio personal

Capítulo IV

Buscar a Dios con un corazón entero

Epílogo Apéndice

Una respuesta pastoral al abuso sexual de menores

Conclusión

INTRODUCCIÓN ¿Cuál es el propósito de este libro? Muy simple: ayudar a los hombres y mujeres llamados a una vida de castidad en el celibato a comprender mejor esta forma particular de ser personas sexuadas. Corren tiempos difíciles para quienes optan por vivir su sexualidad de esta manera: - los falsos conceptos sobre el tema, las nociones distorsionadas en torno a la sexualidad humana en general, la reciente y alardeada Revolución Sexual son algunos de los elementos que han hecho poco por alentar a las personas que viven la castidad en el celibato o por incentivar a otros a unírseles. Confío en que las ideas presentadas en este libro contribuirán al diálogo permanente en torno al tema. El presente texto incluye cuatro capítulos, la introducción y un epílogo. También incluye un apéndice sobre el tema del abuso sexual infantil. El primer capítulo, intitulado Primero lo primero, ofrece alguna información introductoria sobre la sexualidad humana y la castidad en el celibato; nos ofrece, además, un contexto para nuestra discusión, al examinar ambos temas dentro del marco del ciclo vital. En resumen, se pretende mostrar que una persona no puede vivir la castidad en el celibato a los 55 años de la misma manera que la vivió a los 28; la comprensión y la experiencia de las personas cambian a medida que pasan los años. El Capítulo II, Dos caras de la misma moneda: identidad e intimidad, examina el concepto de identidad personal y subraya su importancia en cualquier relación de intimidad. Este capítulo también identifica 2

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algunos factores que favorecen y otros que obstaculizan una intimidad madura. Además, trata algunos aspectos de la relación entre hombre y mujer y la dimensión masculina/femenina de cada persona. Sexo y equilibrio personal, el tercer capítulo de este libro, presenta unas cuantas ideas acerca del crecimiento psico-sexual saludable. Asimismo, responde a la pregunta sobre cuáles son los factores que interfieren con este tipo de desarrollo. Otros temas tratados en el Capítulo III incluyen la identidad sexual y la orientación sexual. Finalmente, el cuarto capítulo, Buscar a Dios con un corazón indiviso, examina el tema de la castidad en el celibato, define términos y trata varios modos de entender la castidad en el celibato: ley, disciplina, valor funcional, don o valor evangélico. El punto central de este capítulo es simple: la castidad en el celibato debe estar enraizada en la vida espiritual. El Marianista explica de esta manera: la experiencia religiosa es la clave para una vivencia significativa de la castidad en el celibato. Esta sección concluye con una discusión sobre dos áreas: las etapas de crecimiento en una vida de castidad en el celibato, y las características comunes a aquellos que se sienten a gusto con esta forma de ser persona sexuada. Escribo sobre este tema de la castidad en el celibato desde una perspectiva psicológica. Con un conocimiento no profesional de la Medicina, la Teología Moral y la Filosofía; dejo a otros la tarea de darle voz y vida a lo que esas disciplinas pueden aportar al diálogo sobre este tema. Con todo, creo que los valores éticos y morales deben estar en el corazón de la vida sexual de cualquier persona; sin ellos, se torna infrahumana. Este libro cuenta entre sus destinatarios no solamente a sacerdotes, religiosos y religiosas. Muchos laicos católicos y protestantes, que viven la soltería o que se han encontrado de nuevo en ella, también se sienten llamados a una vida de castidad en el celibato. Confío en que las ideas aquí presentadas enriquecerán su propia reflexión sobre esta dimensión de sus vidas. Estas páginas no abordan la cuestión del celibato opcional de los sacerdotes de la Iglesia Católica Romana. Como Iglesia tenemos pendiente hace mucho una discusión amplia sobre este tema. No obstante, este libro no es el lugar para ese diálogo. Más bien está escrito para quienes creemos que estamos llamados a vivir nuestra sexualidad en la castidad célibe. Al final de cada capítulo hay algunas preguntas de reflexión; pueden ayudar a personalizar el material y a aplicarlo a la propia vida. Conviene anotar algunas de las reacciones y respuestas a cada pregunta, para tenerlas después como referencia. Al final de cada capítulo aparece una lista de lecturas relacionadas con el tema que pueden ayudar a complementar el texto. Ningún libro ve la luz sin la ayuda de otras personas y éste no es una excepción a la regla. Agradezco a quienes leyeron los capítulos cuando estaban en preparación y ofrecieron sus beneficiosas revisiones. En especial, quiero agradecer a Jane Amirault RGS, Craig F. Evans ACSW, Nuala Harty OLA, Paul Hennessy CFC, Kenneth Hogan FMS, Kathleen E. Kelley PhD, John E. Kerrigan Jr., John Malich FMS, John Nash FMS, Rea McDonnell SNND, John Perring-Mulligan, Hank Sammon FMS y Mary Sammon. Vaya también mi gratitud a Marie Graus SND, quien no sólo leyó el texto, sino que revisó el libro completo. Si lo encuentras fácil de leer, claro y provechoso, puedes agradecerlo a quienes he mencionado arriba. El Hermano Aloysius Milella SSP, mi editor en Alba House, merece una mención especial. Varios años atrás, él y yo comenzamos a discutir la idea de este libro. Hace año y medio me escribió para decirme que había “encendido una vela en su ventana” en espera del manuscrito. Como pueden ver, se trata de un hombre paciente que supo alentarme a lo largo del camino; mi sincero agradecimiento para él. Este trabajo está dedicado a John E. Kerrigan Jr. Él me infundió ánimo, me entusiasmó con la idea y, finalmente, me convenció para que escribiera el libro. En varias ocasiones que salimos a acampar en los EE.UU. y en las Montañas Rocosas canadienses, discutimos muchas de las ideas recogidas ahora en las 3

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páginas que siguen. John ha sido un amigo cercano durante casi un cuarto de siglo. El es también para mí un hermano. Por ambos motivos le estoy agradecido. Seán D. Sammon FMS 25 de enero de 1993 Watertown, MA

Introducción a la edición en español Han pasado casi diez años desde que este libro salió a la luz. Durante este tiempo, muchos lectores en el mundo de habla inglesa me han hecho saber que los contenidos de Un corazón indiviso han suscitado un diálogo útil, no sólo para hermanas, sacerdotes y hermanos, sino también para muchos laicos y laicas que, por razones diversas, han optado por la castidad célibe durante un período de sus vidas o a perpetuidad. Desde que el libro fue publicado, muchos lectores de lengua española con un conocimiento limitado del inglés me han expresado su pesar porque el contenido del libro no les era accesible. Para remediar esa situación, Carlos Martín Hinojal FMS aceptó amablemente la tarea de traducir Un corazón indiviso: el sentido del celibato al español. No sólo ha realizado un trabajo extraordinario; también me ha prestado un gran servicio a mí personalmente y a muchos otros que ahora tendrán la oportunidad de leer el libro y juzgar críticamente sus contenidos. El trabajo del traductor es parecido al del escritor. Carlos se destaca en ambos campos. No sólo ha logrado traducir con precisión los contenidos de este libro, sino que lo ha hecho con un estilo y una claridad que le dan realce. A lo largo de su trabajo ha logrado superar los retos que enfrenta todo aquel que se propone hacer más accesibles los contenidos de un libro por medio de la traducción. Agradezco su arduo trabajo, su manejo del texto con sensibilidad y el tiempo que empeño en esta tarea. Pero estoy aún más agradecido por su sentido de fraternidad y por todo lo que él aporta al Instituto Marista. Este libro fue escrito hace ya rato y para un grupo de personas moldeadas por otras culturas. Estoy convencido, sin embargo, de que nuestra sexualidad, en sus muchas expresiones, es uno de los elementos comunes que nos unen. Confío en que todos los que se tomen un tiempo para leer este libro lo terminen, no sólo con menos dudas, sino también con más entusiasmo. Mi gratitud también para otras dos personas que ayudaron a que esta edición viera la luz del día. Agradezco al Hermano Edgardo López FMS, que ha tenido la amabilidad de traducir la introducción del texto original y’ los comentarios introductorios al texto en español. Por último, gracias al Hermano Roberto Clark FMS, quien preparó el formato del texto en español. Sus esfuerzos y su entusiasmo por este proyecto sirvieron para agilizar mucho el trabajo. Seán D. Sammon FMS 14 de mayo de 2002 Roma, Italia

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Capítulo I: PRIMERO LO PRIMERO Para empezar, ahí va una historia. Se trata de una chica que está estudiando en la universidad. Un buen día escribe a sus padres, que viven en el pueblo. Como hace tiempo que no tienen noticias de ella, en cuanto ven el sobre en el buzón lo rasgan y empiezan a leer la carta. Queridos padres: Siento mucho haber tardado tanto en escribirles pero es que últimamente han pasado cosas aquí en la residencia. Se nos incendió el dormitorio. En cierto modo me siento culpable porque mi compañera de habitación andaba fumando marihuana y probablemente al estar un poco confusa se le quemó algo sin darse cuenta. No se preocupen por mí. Me he enamorado de un chico y ahora estamos viviendo juntos. Es un tipo muy simpático que acaba de dejar los estudios. De momento se dedica a hacer algunas chapucillas que le van saliendo. Lo que quiere es adquirir un poco de experiencia para ponerse después a trabajar en la gasolinera que tiene su padre en Alaska. Seguramente nos iremos allá los dos a/final del semestre. Pero estén tranquilos. Me ha prometido que nos casaremos antes de que nazca el niño. Se quedaron de piedra. Aquello no era en absoluto lo que esperaban de su hija. Entraron en casa, se sentaron y siguieron leyendo: Bueno, la verdad es que no ha habido fuego en el dormitorio, ni mi compañera ni yo fumamos marihuana, ni tomamos drogas, ni nada por el estilo. Es cierto que salgo con un chico, pero se trata de un joven excelente que está a punto de acabar la carrera. Ni él ni yo tenemos ninguna intención de irnos a Alaska. Además, tampoco estoy embarazada. Lo que sucede es que he sacado un suspenso en Química y quería poner las cosas en su contexto, para que veáis lo mal que lo estoy pasando. El contexto es importante. Nos ayuda a centrar las cuestiones que analizamos y nos ofrece pistas para resolverlas. Lo que hace la chica de la carta es simplemente eso, dar pistas que ayuden a sus padres a valorar el significado de su problema personal con la Química. Este capítulo, que es la base de los que le siguen, sirve como marco para nuestras reflexiones en torno a la sexualidad y el celibato. Presentaremos y desarrollaremos ambos temas en el contexto del crecimiento humano a lo largo de la vida. Con el paso de los años llegamos a comprender mejor y valoramos más hondamente nuestra sexualidad y nuestro celibato. Desde el punto de vista de la sexualidad, por ejemplo, a los cuarenta y cinco años somos muy distintos de lo que éramos a los veinticinco. Así como los sacerdotes y los religiosos de ambos sexos van profundizando gradualmente en el sentido de sus votos de obediencia y de pobreza, también hay una maduración en la vivencia del celibato. Cuando hicimos el voto de castidad muchos de nosotros apenas teníamos un conocimiento teórico de lo que ello suponía. Lo que está claro es que no podemos vivir el celibato a los cincuenta y dos años como lo vivíamos a los veintidós. LA IMPORTANCIA DEL CONTEXTO PARA REFLEXIONAR SOBRE LA SEXUALIDAD Y EL CELIBATO A. LA SEXUALIDAD HUMANA

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Cualquier reflexión en torno a la sexualidad requiere un contexto, un marco de referencia que nos ayude a tener una perspectiva de la cuestión. Hoy en día sigue habiendo muchas personas que tienen una visión restrictiva de la sexualidad, equiparándola al comportamiento genital. Pasa lo mismo con el concepto de intimidad. Si una persona dice que ha llegado a intimar con otra, muchos se imaginan que se están acostando. Esta visión estrecha de las cosas no nos ayuda a valorar la complejidad y la riqueza de nuestra sexualidad. James B. Nelson, profesor de Moral del seminario teológico de Twin Cities, enfoca el asunto de otro modo. Hace una distinción entre sexo y sexualidad. Según él, el sexo se refiere a las necesidades biológicas orientadas a la procreación, a procurar placer y a liberar tensiones. Tiende a actos genitales que culminan en el orgasmo y se centra en expresiones eróticas de naturaleza específicamente genital. La sexualidad, por el contrario, puede incluir todo lo que se acaba de decir sobre el sexo, pero abarca más horizonte. Significa una manera de estar en el mundo, como hombre o como mujer, y las características y las actitudes culturalmente definidas como masculinas o femeninas que vamos asumiendo con el tiempo. La idea de sexualidad engloba también nuestra inclinación afectiva hacia personas del mismo o de distinto sexo, y nuestras actitudes respecto a nuestro propio cuerpo y el de los demás. Finalmente, el profesor Nelson señala que el concepto de sexualidad recoge la necesidad humana básica que tenemos de abrirnos a los demás física y espiritualmente. Expresa el plan de Dios que quiere que descubramos en la relación el significado de lo humano y lo espiritual. Sí, la sexualidad es algo intrínseco a nuestras relaciones con los otros y con Dios. Tiene mucho más que ver con la autotrascendencia que con la autorrealización. Y esto se aleja bastante de los que equiparan sexualidad y genitalidad, ¿no? B. EL CELIBATO Sin el contexto también resulta difícil hablar del celibato. Por ejemplo, si se les pregunta a los religiosos y religiosas por qué han optado por una vida célibe muchos responderían: “Por el Reino de Dios, para poder amar a todos y no sólo a una persona, para estar más disponible “. A continuación seguramente aguantarían la respiración esperando que no haya más preguntas. Sin embargo, comprender que el celibato es una manera de vivir nuestra sexualidad es poner las cosas en un contexto más amplio que nos permite ahondar en la cuestión. Aunque hablaremos de todo esto con más detalle en el capítulo IV, conviene dejar claro que no son sólo los sacerdotes y religiosos quienes viven su sexualidad mediante la opción del celibato. Hay también muchas otras personas que lo hacen así desde su condición de solteros o viudos. Pensemos en los hombres y mujeres que pasan la vida cuidando de sus padres o familiares achacosos y que lo hacen conscientes de que ellos han recibido igualmente el regalo del celibato. EL CICLO DE LA VIDA, UN CONTEXTO PARA HABLAR SOBRE SEXUALIDAD Y CELIBATO Quizá te hayas planteado alguna vez alguna de estas preguntas: ¿Qué estoy haciendo con mi vida? ¿Puedo vivir de manera que mis talentos, mis deseos, mis valores y mis aspiraciones vayan por el mismo camino? ¿Qué recibo realmente de los demás y qué les doy? ¿Intereso de verdad a alguien? ¿Me intereso yo realmente por alguien? Hay otra pregunta brusca que recoge las anteriores: si tuviera que morir hoy, ¿qué página de mi vida quedaría en blanco? Solemos hacemos preguntas como éstas cuando atravesamos por períodos de cambio. En esos momentos de transición acabamos haciendo un inventario esencial: ¿Adónde voy? ¿Quién soy, aparte de lo que hago? ¿Amo a alguien? ¿Me quiere alguien? Todas estas cuestiones apuntan a aspectos de la identidad personal y de la propia intimidad. 6

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Recuerdo el caso de una religiosa que iba a celebrar sus bodas de plata y andaba en dudas pensando a quiénes invitaría a su fiesta. Como escritora y profesora había cosechado grandes éxitos en su trabajo y era respetada por sus colegas. Sin embargo, al preparar la lista de invitados se da cuenta de que no tiene amigos de verdad, ninguna relación íntima. Sólo compañeros, conocidos. Al ver esta realidad la religiosa se plantea seriamente sus prioridades, su trabajo, su compromiso de vida. Es un proceso doloroso, se siente rota por dentro y descubre que, además de haberse quedado sin amigos verdaderos, también ha estado descuidando su vida interior. Al ir alejando la mirada de las cosas exteriores para ir centrándose cada vez más en su historia personal, esta mujer ya no necesitará descubrir cosas nuevas en la vida, tiene que aprender a ver la vida de una manera nueva. Ha de prestar mayor atención a su vida interior, redescubrirse a sí misma, abrirse a la posibilidad de intimar con alguien. Lo que late en el fondo de nuestra preocupación por la identidad y la intimidad es un cuestión espiritual: ¿En quién o en qué tengo puesto el corazón? El Evangelio lo expresa de un modo un poco diferente: Donde está tu tesoro, allí está tu corazón. Aunque estos interrogantes surgen en todas las etapas de cambio de nuestra vida, la forma varía dependiendo de la edad y el momento en que nos hallemos. EL CICLO VITAL Vamos a dividir arbitrariamente la vida en cinco etapas, de veinte a veinticinco años cada una: el preadulto, el adulto joven, la madurez, la tercera edad, la ancianidad. A. EL PREADULTO Esta primera etapa comprende la infancia, la niñez y la adolescencia. ¿Cuál es el mensaje propio de esos años? Crecimiento, cambio, desarrollo, eso es lo que se espera y se favorece. Pensemos cuánto nos preocupa que un niño no hable o no ande a la edad prescrita. Estamos atentos a que su crecimiento siga el ritmo normal, que no tenga un desarrollo retardado. La adolescencia es otro momento de tremendos cambios personales, basta pensar en los enamoramientos de los jovencitos, tan breves y tan turbulentos. Aunque aceptamos fácilmente que la infancia, la niñez y la adolescencia son tiempos de cambios tan grandes y visibles, una cierta sabiduría común nos indica que en torno a los dieciocho o diecinueve años cae el telón y el que aparece en la escena es un adulto hecho y derecho. Una vez que ha crecido, esa persona tiene que estar condiciones para plantarle cara a todo lo que el futuro le depare. Para entender mejor el desarrollo humano, imaginemos que los hombres y mujeres son automóviles. El taller de montaje sería la infancia, la niñez y la adolescencia. La puesta en rodaje, a los dieciocho o diecinueve años. Cualquier cambio posterior que se produzca sería el garaje, hay avería. Después de la etapa de preadulto se produce crecimiento, desarrollo y cambios significativos. Por poner un ejemplo, la capacidad de reflexionar sobre nuestra experiencia de vida empieza a florecer cuando salimos de la adolescencia. El trabajo de desarrollo que se da en la etapa adulta es, por lo menos, tan importante como el trabajo de abrir camino que se recorrió desde la infancia a los últimos años adolescentes. B. EL ADULTO JOVEN Esta etapa, que arranca a los dieciocho o diecinueve años y continúa hasta entrados los cuarenta, encierra algunos de los años más tensos de la vida. Los que lean esto y tengan menos de 45 años se pueden consolar un poco presumiendo que es a partir del comienzo de este período cuando disfrutan de sus plenos derechos de ciudadano. a. Primera juventud Desde ese comienzo que hemos señalado hasta entrados los treinta años podemos establecer una franja dentro de la etapa del adulto joven a la que se suele llamar la primera juventud. ¿Cuál es el reto propio de este período de la vida? Acometer estas cuatro tareas de maduración: realizar un sueño, buscar 7

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acompañamiento personal, encontrar un trabajo o un campo de apostolado, y llegar a intimar con otras personas. Esto tiene su lado bueno y su lado malo. El malo es que estas cuatro tareas nos están esperando. ¿Y el bueno? Que nos podemos dar por satisfechos si resolvemos una o dos durante estos años. La primera juventud es un tiempo de la vida en el que aprendemos lo que significa ser adulto. Muchos jóvenes de ambos sexos juegan a ser adultos tempranamente. Pero mientras actúan como tales, ellos mismos saben que a la vuelta de la esquina se les cae el disfraz. Por ejemplo, un cura ordenado a los 26 años nos cuenta que a las pocas semanas de ser destinado se encontraba una tarde en el despacho parroquial, y en esto llegó un matrimonio de mediana edad pidiendo consejo sobre sus relaciones de pareja. El trataba de escucharles, pero a tos pocos minutos su cabeza estaba en otro lugar con un pensamiento que no se le iba: “Estas personas, por la edad que tienen, podrían ser mis padres. No tardarán en descubrir que no tengo ni idea de lo que estoy haciendo”. 1. Tareas de desarrollo propias de la primera juventud. Examinemos brevemente algunas de las tareas de desarrollo propias de esta etapa. En primer lugar, un importante reto de estos años es el de vivir un sueño. Al principio se verá difuso en la niebla pero ese sueño responde a esta pregunta: ¿Qué voy a hacer con mi vida? Los que dejan un hueco para el sueño de su vida tendrán en él una influencia motivadora importante. Los que lo rechazan deberán asumir posteriormente las consecuencias. Un joven puede luchar en dos direcciones distintas. Una le lleva a la realización de su sueño. La otra, le aleja. Puede moverse en la primera dirección, o puede dejarse llevar en dirección contraria por la influencia de los padres, o por factores externos como el dinero, o por algún rasgo de su propia personalidad, o por un talento especial. Puede ser que este joven, al traicionar su sueño, tenga éxito en la vida. Pero al haber perdido esa aspiración sus motivaciones acabarán marchitándose. Cuando llegue a la madurez tendrá que rescatar aquel sueño de juventud y tratar de seguir su estela con espíritu. Evelyn y James Whitehead, ella psicóloga del desarrollo y teólogo él, señalan otro aspecto del sueño: el de nuestra vocación o, dicho en otras palabras, el sueño de Dios sobre nosotros. Es en este período de primera juventud cuando podemos imaginar, psicológicamente y espiritualmente, lo que ha de ser nuestra vida. Una parte importante de este proceso es descubrir cuál es el plan que Dios tiene para nosotros. La vocación no es una llamada de una vez para siempre. No. Es un diálogo que dura toda la vida. Ser fiel significa algo más que recordar una temprana invitación. Al llegar a la madurez todavía debo ser capaz de creer que Dios tiene algo reservado para mi vida. El acompañamiento personal es otro elemento importante en la primera juventud. Los acompañantes, haciendo a la vez de padres y compañeros, proporcionan a los jóvenes ayuda y consejo. Suelen ser modelos por lo que han llevado a cabo y por su estilo de vida. ¿Quiénes son acompañantes? Algunos directores espirituales, compañeros, amigos, educadores, superiores de comunidad y todas aquellas personas que, con su ejemplo, nos inician en la vida religiosa y el sacerdocio ¿Dónde encuentran su satisfacción? En favorecer el crecimiento de otros y apoyar sus esfuerzos para que consigan realizar el sueño de su vida. b. Intimidad, sexualidad y celibato en la primera juventud En este período solemos ser bastante inexpertos en lo que se refiere a intimidad, sexualidad y celibato. Opinan los estudiosos que, aunque hay jóvenes que experimentan relaciones intensas de amor a estas edades, para muchos de ellos la intimidad madura no es posible hasta que pasan algunos años más. Su sexualidad se ve con frecuencia llena de dudas y confusión, y no están en condiciones de descubrir la intensa espiritualidad que florece en una vida de auténtico celibato hasta más adelante, prácticamente hasta llegar a la madurez. 8

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Al acercarse a los treinta años las cuestiones relativas a la intimidad adquieren mayor significado en los sacerdotes, religiosos y religiosas. Algunos experimentan el enamoramiento por primera vez, a menudo de una manera muy romántica y con los pies fuera de la tierra. Esto constituye un paso importante en la consolidación de unas relaciones de amor adulto con otros hombres y mujeres. Los que viven unas relaciones intensas de amor durante la primera juventud recorren una serie de sentimientos, gozo, celos, preocupación, decepción, una rara ternura. Estas relaciones transforman a muchos y les ayudan a fortalecer sus compromisos personales. También sus comunidades se benefician de ello, ya que la convivencia con hombres y mujeres célibes capaces de expresar afecto con toda naturalidad ayuda a los demás a ganar en autenticidad. Una sana vida sacerdotal y religiosa conlleva unas relaciones de afecto que crecen con el paso del tiempo. Al colaborar en distintos proyectos y tareas pastorales, muchos religiosos y sacerdotes jóvenes sienten que se despierta su preocupación por los demás. Con los años, este interés se irá haciendo mayor y más profundo. Estas relaciones de afecto pueden llegar a incomodar a los otros miembros de la comunidad o de la diócesis, que tratarán de ponerles límite manifestando su malestar y disconformidad. Esta forma de reaccionar no es positiva. Son muy pocas las personas que quieran vivir sin amor. Los que se esfuerzan por llevar una vida célibe necesitan también amar a los demás de manera cálida y humana. Ocurre sin embargo que, al experimentar una intensa relación afectiva, algunos jóvenes célibes empiezan a cuestionarse sus compromisos iniciales. Un hermano de unos 30 años describía así su dilema: “A través de una relación que he vivido he llegado a darme cuenta de la necesidad que tengo de intimidad. Ahora estoy librando una batalla para ver si soy capaz de vivir el celibato sin esa intimidad tan estrecha que sólo se encuentra en el matrimonio”. El despertar sexual puede venir acompañado de sentimientos de profundo amor. Y puede suceder que las personas célibes sean conscientes entonces, por primera vez, de toda la fuerza y energía que hay en su sexualidad. Como consecuencia de ello, la concepción anterior que tenían estas personas del celibato entra en crisis. Algunos empiezan a pensar que pueden ser buenos apóstoles sin tener que llevar una vida célibe. Otros llegan a entender que una relación de amor con alguien es un camino que nos lleva a la relación de amor con Dios. En el capítulo III volveremos a hablar del despertar sexual. El temor y la sospecha vienen por añadidura cuando la relación de afecto se suscita entre dos hombres o dos mujeres. Nuestra sociedad, que ya vive sobrada de homofobia, está también cargada de recelos sobre la homosexualidad. Lo cual provoca que los hombres homosexuales y las mujeres lesbianas se sientan incómodos con su inclinaciones sexuales tempranamente. Muchos de ellos no llegan a reconciliarse con sus orientación sexual hasta el final de la primera juventud. Comentaremos esto más tarde. A estas edades la falta de una familia biológica propia se vive como un trauma. Engendrar hijos es algo que se corresponde con la primera juventud. Los sacerdotes, religiosos y otros célibes que rondan los treinta años se dan cuenta de que sus amigos y conocidos se van casando, forman una familia, tienen descendencia. Como fruto de ello empiezan a manifestarse algunas de las consecuencias de su opción por el celibato. Si asumen esa pérdida de paternidad o maternidad se sentirán más capaces de reconducir su energía creadora hacia otras áreas de su vida. Si no lo hacen, esa energía quedará atrapada dentro de ellos para siempre. Cualesquiera que sean las decisiones que se tomen con respecto a las relaciones y otras tareas de desarrollo propias de este período, los jóvenes necesitan el apoyo de personas que les acompañen a buscar un lugar para la intimidad en sus vidas. Puede ser que las mejores oportunidades para que crezca una relación libre y afectiva vengan hacia la mitad de la etapa de adulto, pero las semillas hay que ponerlas en la primera juventud. Recogiendo palabras del teólogo Norman Pittenger diríamos que la sexualidad humana pone el fundamento de nuestra capacidad de iniciar relaciones que mejoran y plenifican nuestra vida, relaciones que nos ofrecen la posibilidad de llegar a ser lo que Dios quiso que fuéramos: personas gozosas, integradas 9

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que saben acoger y compartir el don del amor divino. La sexualidad nos tiene que dar la clave de lo que Dios es para nosotros y para el mundo en que vivimos PUNTOS DE REFLEXIÓN Párate aquí unos instantes y reflexiona sobre lo que has leído Luego dedica un tiempo a responder a las preguntas que vienen después. Este ejercicio te ayudará a llevar lo que se ha dicho a tu vida cotidiana. Puede ser interesante que anotes en un cuaderno personal las respuestas que vas dando a cada una de las preguntas. Piensa también en la posibilidad de compartir esto con un amigo o un compañero en quien confias, alguien de tu comunidad, o tu acompañante o tu director espiritual. 1. Crecemos y cambiamos a lo largo de la vida. ¿En qué aspectos eres hoy distinto de cómo eras hace 10 años? ¿Qué te ha hecho cambiar? ¿Cuáles han sido tus mayores satisfacciones y tus decepciones durante estos años? 2. Hay preguntas que rondan nuestra mente en momentos importantes de la vida. a) ¿Qué estoy haciendo con mi vida? b) ¿Puedo vivir de manera que mis talentos, mis deseos, mis valores y mis aspiraciones vayan en armonía? c) ¿Qué es lo que recibo de los demás y qué les doy yo? d) ¿Intereso de verdad a alguien? ¿Me intereso yo realmente por alguien? e) Si tuviera que morir hoy, ¿qué página de mi vida quedaría en blanco? Dedica algún tiempo a reflexionar sobre estas preguntas. ¿Qué respuesta darías hoy? ¿Qué respuesta habrías dado hace diez o quince años? 3. Dedica algunos instantes a identificar el sueño de tu vida. ¿Cómo lo describirías? ¿De qué manera has podido ir haciéndolo realidad en tu vida? ¿Quiénes han sido las personas que te han ayudado a ello? Nómbralas, indica el tipo de ayuda que te han proporcionado. 4. ¿Qué experiencias de intimidad has tenido en la primera juventud? Reflexiona sobre las alegrías y las frustraciones que has tenido en esas experiencias. ¿Qué has aprendido de todo ello? Y ahora sigamos adelante con el capítulo, pasando a la etapa de la madurez. C. LA MADUREZ Al llegar a la edad media de la vida estamos en condiciones de apreciar la sabiduría que encierran las palabras de Oscar Wilde: “Los dioses tienen dos modos de tratarnos con dureza: el primero es no dejarnos tener sueños, el segundo es darles cumplimiento”. La madurez es tiempo de hacer inventario, de quitarse las gafas con cristales color de rosa y de llamar a las cosas por su nombre. Lo dice muy bien Dante en La Divina Comedia: “En mitad del camino de mi vida, me hallé en un bosque espeso, donde se perdía toda senda. Oh, qué duro es recordar ese bosque salvaje, enmarañado y oscuro. Sólo pensar en él se reavivan mis miedos. Era tan atroz que pienso que sólo la muerte es peor.” Los retos de la edad madura, esos años que van desde los cuarenta hasta mediados los sesenta, son numerosos. Hay que mirar de frente a la muerte, tender un puente entre la juventud y la madurez, intentar ensamblar las piezas de ese complejo rompecabezas que somos cada uno. Esta etapa nos trae también nuevos roles y responsabilidades y es el tiempo de volver a evaluar la vida. Saúl Below, a través de su personaje de ficción Moisés Herzog, lo expresa de este modo: “Tal vez estoy cambiando de aspecto”. Al cruzar la línea de separación entre la juventud y la edad madura, se nos escapa aquella sensación 10

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de inmortalidad que teníamos. Ahora vemos con realismo que los años que hemos vivido son más que los que nos quedan por vivir. Y esta constatación marca la diferencia. Moisés Herzog se dio cuenta de que ya no podía vivir mirándose en la vida de los demás. De ahí en adelante los valores y criterios que habían de guiarle serían los suyos propios. Supongamos que una religiosa de unos cincuenta años mantiene una estrecha amistad con un hombre. Según va pasando el tiempo esa relación se hace más cercana, más íntima. La mujer empieza a imaginar lo que supondría vivir el resto de su vida unida a ese hombre. A través de la relación va descubriendo aspectos de ella misma en los que nunca se había fijado. Analiza con más detalle que antes sus obligaciones y sus compromisos. Por su mente cruzan los más variados sentimientos: asombro, afecto profundo, confusión, pérdida, miedo, culpabilidad, plenitud. También siente que se desvanece su identidad anterior, ha cambiado la forma en que valoraba las cosas y a ella misma. Vive en una larga zozobra interior al tratar de cumplir con sus obligaciones comunitarias y mantener a la vez esta relación que considera importante. Finalmente llega a formarse una imagen distinta de sí misma. El proceso de cambio ha sido doloroso, pero ha valido la pena. Ha adquirido otra visión de la vida, reconoce sus necesidades y tiene ahora mucha más conciencia de la presencia y de la acción de Dios en ella. En la madurez necesitamos desprendernos de las falsas ilusiones que nos habíamos forjado acerca de nosotros mismos, de los demás y de cómo debe caminar el mundo. Nuestros esfuerzos están dedicados a las tareas de desarrollo personal que nos esperan en este período. Por esta época es cuando nos damos cuenta de que el celibato carece de significado si no hunde sus raíces en una profunda vida espiritual. Pensemos en un hermano que ha pasado la mayor parte de su vida apostólica entregado sin respiro a numerosas actividades. Igual que si quisiera tener la vela encendida por los dos extremos, ha ido relegando a un segundo lugar algunos aspectos de su vida: amigos, descanso, espiritualidad. Al mismo tiempo que se mostraba eficiente en la acción, su castidad de consagrado se ha vuelto poco más que funcional. Posiblemente ha cosechado grandes éxitos, pero al llegar a la edad madura este hombre empieza a preguntarse qué está haciendo con su vida. Su celibato, su vida, su propio yo, se le están haciendo extraños. La soledad le irá presentando a estos compañeros de viaje. Finalmente, también es en este período de la madurez cuando algunos hombres y mujeres adquieren plena conciencia de un tiempo pasado en el que fueron víctimas de incesto o de abuso sexual. Este trauma que estaba enterrado en el subconsciente puede salir a la superficie décadas después de que ocurrieran los hechos. ¿De dónde viene este torrente de recuerdos? Puede ser una noticia o un programa de televisión sobre el asunto, o el encuentro con algún familiar que sufrió la misma experiencia. Una señora de mediana edad confesaba que jamás se le había ocurrido pensar que había sido víctima de abusos sexuales hasta el día que le tocó ir al fisioterapeuta por primera vez. En cuanto sintió el masaje en su muslo los recuerdos estallaron en su mente. Hablaremos de ello con más detalle en el apéndice de este libro, al analizar el problema del abuso sexual de menores. Hay algunas tareas de desarrollo personal en la edad madura que debemos entender bien para abordar la cuestión de la sexualidad y la vida de celibato. ¿Cuáles son? La necesidad de ir creciendo en el interés por los demás, en una mayor vida interior, y en la integración de nuestras dimensiones masculina y femenina. Veámoslo. a. El interés por los demás Situados entre dos generaciones, la mayoría de los que han llegado a la madurez se sienten responsables tanto de las personas ancianas como de los jóvenes. Pero la realidad más frecuente es que estos hombres o mujeres en la etapa inedia de la vida tienen poca opción para escoger a los destinatarios de esa responsabilidad, o cómo han de cumplir la tarea. 11

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El acompañamiento, que es una experiencia en la que sin ser familiar ni amigo íntimo, termina uno actuando en calidad de ambas cosas, ofrece a muchos de ellos una oportunidad única para demostrar su interés por los demás. Ejercer esta función con los más jóvenes resulta bastante sencillo. Consiste sobre todo en ayudarles a responder a la pregunta: ¿Qué quiero hacer con mi vida? Los acompañantes dan ánimos a los jóvenes, y a veces les sirven de referencia y modelo que vale la pena emular. Lo que ya no está tan claramente definido es el acompañamiento de los mayores. Pero se pueden dar algunas orientaciones. Primeramente, los acompañantes pueden ayudarles a redescubrir aspectos de sus personas que quedaron sin desarrollar como consecuencia de las opciones que tuvieron que tomar en etapas anteriores de su vida. Al llegar a la tercera edad esos dones olvidados pueden volver a ser rescatados. Pensemos en una superiora que acompaña a una hermana jubilada de la enseñanza en la búsqueda de una “segunda carrera”. Temerosa de no acertar en un territorio que no ha explorado antes, esta mujer ya mayor vuelve a cuestionarse con nostalgia la decisión que tomó de retirarse de las tareas educativas. Se asusta al imaginarse a sí misma entrevistándose para ver qué trabajos puede desempeñar, se le plantean muchas dudas sobre la formación que necesita, y hay momentos en que lo deja todo, vuelve y dice que no se siente capaz de encontrar un campo pastoral conveniente y adecuado para ella. La provinciala puede ayudar a la religiosa animándola a superar este momento difícil. Y debe hacerlo eliminando todo asomo de infantilismo, como sería ahorrarle ese trabajo de búsqueda que tanto le cuesta. Eso sería traicionar su papel de acompañante. Y con ello contribuiría a aumentar el riesgo de fracaso que ya está siendo visible en la religiosa. Los acompañantes están llamados a ser guías y apoyos pero no redentores ni salvadores. Es importante tener acompañamiento en la juventud, pero una vez que se ha superado la etapa media de la vida es esencial que uno mismo pueda ser el que realice esa tarea. b. Crecimiento de la vida interior En torno a los cuarenta años hay otro aspecto de la vida del adulto que parece haberse quedado en estado latente, y que ahora vuelve a llamar con insistencia: es la necesidad cada vez más sentida de fortalecer la vida interior. Aunque tanto en el sacerdocio como en la vida consagrada se han dispuesto los apoyos requeridos para el crecimiento espiritual de las personas a través de su etapa adulta, en muchas ocasiones hay que esperar a la madurez para tener la oportunidad de explorar más a fondo el mundo interior, una vez que se ha abandonado el ajetreo con frecuencia compulsivo y frenético que acompaña a la labor pastoral activa. Este viaje hacia uno mismo suele empezar en estos años y se prolonga durante el resto de la vida. ¿Cuál es la señal de salida? En algunos se produce un despertar espiritual, en otros se trata de una seria toma de conciencia respecto a la muerte como hecho existencial, o también una profunda experiencia de cambio. No importa cuál es el primer paso, lo esencial es que recorramos ese camino si querernos sentirnos cómodos en nuestra opción de celibato. c. Integrar las dimensiones masculina y femenina Hombres y mujeres se diferencian en muchos aspectos. Déborah Tannen, sociolingüista de la Universidad de Georgetown, dice que para muchos hombres la vida consiste en una lucha por proteger la propia independencia y evitar el fracaso. Por el contrario, las mujeres ven la vida como una lucha por proteger la propia intimidad y evitar la soledad. Las diferencias entre hombre y mujer suelen ser más complejas de lo que parece a primera vista. Toda persona, ya sea hombre o mujer, tiene su lado masculino y su lado femenino. El hombre tiene un lado femenino inconsciente, y la mujer, un lado masculino también inconsciente. Para establecer relaciones de intimidad es preciso desarrollar e integrar esta doble faceta masculina y femenina. Comentaremos esto con más detalle en el capítulo II cuando hablemos del enamoramiento y de la intimidad. 12

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Evelyn y James Whitehead señalan que, ya en los primeros años de la vida, buscamos la manera de demostrarnos quiénes somos, tener algo o alguien que atestigüe nuestra identidad y valía. La edad madura es tiempo para encontrarnos con nosotros mismos. Una vez que lo hemos conseguido, descubrimos que ya no tenemos tanta necesidad de demostrar quiénes somos. Reconocerse en la propia intimidad es el verdadero don de la madurez. Este mayor conocimiento de sí mismo es un ingrediente básico para poder crecer en cercanía a los demás y a Dios. El período que va, más o menos, de los cuarenta a los sesenta y cinco años ofrece por tanto una buena oportunidad para que florezca esta intimidad interpersonal y espiritual. Hacia la mitad de la vida la mayoría de nosotros aprendemos otra lección importante: por mucho que sepamos acerca de la sexualidad, nunca nos sentiremos a gusto en nuestra condición de célibes hasta que aprendamos lo que significa ser una persona espiritual. Así de sencillo. PUNTOS DE REFLEXIÓN Detengámonos de nuevo unos minutos para reflexionar sobre lo que acabamos de leer. Siempre es bueno escribir algo sobre las reacciones que uno tiene ante las preguntas que se plantean. Puedes escribir en estas mismas hojas, en tu diario o en un cuaderno. Recuerda también que es muy útil compartir con otra persona lo que has escrito. 1. La madurez es la etapa de la vida en la que muchos de nosotros abordamos el problema de la muerte. ¿Cuál es tu experiencia a este respecto? 2. ¿Ha habido espacio para el sueño de tu vida en los años de la madurez? ¿Qué has tenido que hacer para convertirlo en realidad? 3. ¿Qué impacto ha tenido esta etapa en tu manera de entender y valorar tu sexualidad y tu celibato? ¿Se ha producido algún cambio respecto de tus ideas anteriores? Si es así, ¿qué es lo que provocó el cambio? 4. ¿En qué medida ha servido el celibato para enriquecer tu vida en estos años de madurez? 5. ¿Cuáles han sido las satisfacciones y desengaños de esta etapa de tu vida? Sigamos ahora reflexionando sobre la tercera edad y la ancianidad. D. LA TERCERA EDAD Al dejar atrás la franja media de la vida, la mayoría de las personas entran en un período de evaluación de su existencia. Conscientes de que han vivido más tiempo del que les queda por vivir, tratan de determinar si han conseguido o no los principales objetivos de su vida. Diciéndolo lisa y llanamente, la idea de la muerte lleva inevitablemente a plantearse el sentido de la vida. Parte de esta evaluación consiste en reflexionar sobre el pasado e intentar resolver los conflictos creados por fracasos y frustraciones. También es el momento de empezar a prepararse para los posibles achaques físicos y el declive psicológico. Al final, como fruto de esa revisión surge siempre una pregunta esencial: ¿He llevado mi vida con integridad? Evelyn y James Whitehead dicen que esa coherencia se da cuando veo que mi vida, tan similar a veces a la de los demás pero también con esas alegrías y decepciones propias de mí, no podría haber sido de otra manera. Esto no significa que no tenga cosas que lamentar o que no me sienta culpable por lo que hecho o he dejado de hacer. Al contrario, la integridad me hace asumir mis dudas y me conduce a esa sabiduría que da fortaleza a mi vida. Al llegar a la tercera edad, los sacerdotes, los religiosos y quienes han optado por el celibato tienen delante diversos retos que derivan de la sexualidad. Está claro que deben reflexionar sobre las consecuencias de las opciones que antaño tomaron. Truman Capote escribió unas palabras que evocan esa 13

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sensación: “Otras voces, otros sitios”. Es el momento de preguntarse, y muchos de ellos lo hacen, cómo hubiera sido su vida si no hubieran elegido lo que eligieron. También tratan de descubrir los frutos que han ido dando a lo largo del camino. Una religiosa describe así la experiencia que vivió al visitar a sus familiares el año pasado: “Unas semanas antes de ir, mi hermano tuvo la alegría de ver nacer a su primer nieto. El bautismo se celebró cuando yo estaba con ellos, pero desgraciadamente mi hermano no pudo asistir a la ceremonia porque había sufrido un infarto días antes. Yo me quedé con él en el hospital mientras el resto de la familia iba a la parroquia para el bautizo. Al acabar la celebración, mi sobrino se vino directamente al hospital y puso a su hijito sobre el lecho del abuelo. Mi hermano acarició las manitas de su primer nieto con gran ternura. Luego acercó sus labios y las besó. Yo no podía ocultar mi emoción y pensaba en la satisfacción que tenía que sentir un anciano que estaba cerca del final de su vida al ver a la tercera generación de la familia abriéndose camino.” En tiempos anteriores los sacerdotes y religiosos compartían una experiencia semejante de fertilidad en el plano del espíritu. Tenían la oportunidad y la dicha de transmitir el carisma y las tradiciones de su familia religiosa a las nuevas generaciones. Esto les daba un sentimiento de continuidad. Hoy en día, sin embargo, son pocos, cuando los hay, los jóvenes con quienes compartir la herencia de la vida religiosa. Muchos sacerdotes y religiosos de edad avanzada lamentan profundamente esta pérdida que les lleva a replantearse el valor y el sentido de sus vidas y a cuestionarse por qué no les viene una nueva generación. Con otra concepción de lo que significa transmitir un legado podrían aliviar su angustia. En la época de la madurez todos nos hacemos esta pregunta: ¿Soy capaz de generar vida? ¿Realmente lo haré? Solteros o casados, hombres o mujeres, religiosos o sacerdotes, todos deben dar una respuesta. Actualmente da la impresión de que en la Iglesia se quiere inculcar a los sacerdotes y religiosos la idea de que engendrar vida es atraer una nueva generación de jóvenes vocaciones. Pero las congregaciones religiosas fueron fundadas para la misión no para la autoconservación. El auténtico legado de los sacerdotes, hermanos y hermanas de hoy es el que nuestros antepasados nos dejaron constantemente: la siguiente generación de creyentes, ya sean seglares, ordenados o consagrados. Esta forma más amplia de entender lo que significa engendrar vida puede dar a muchos sacerdotes y religiosos ancianos la tranquilidad y certeza de que están dejando fruto tras de sí, aunque no sea de un modo tan visible como el tener hijos y nietos. Son también los mayores quienes muestran a los jóvenes los valores de la cultura. El verdadero miedo a la muerte no es por perder la propia vida, sino por no haber encontrado el sentido de la vida. Si un compromiso y un estilo concreto de vida es capaz de mantener la ilusión de una persona hasta la vejez, entonces no hay duda de que esa vida tiene valor y significado. El psicoanalista Erik Erikson lo expresa así: “Los niños sanos no tendrán miedo a la vida si sus mayores tienen la entereza de no temer a la muerte”. La etapa del adulto joven se asimila al tiempo biológicamente idóneo para la paternidad y maternidad. Durante el período de la madurez y en la tercera edad hay que afrontar una tarea distinta. Se trata de dar a la siguiente generación el alimento afectivo y espiritual que necesitan. Recordad lo que. ya hemos dicho anteriormente en este capítulo: en el tiempo de juventud es importante tener un acompañante, al doblar la mitad de la vida es esencial ser uno de ellos. E. LA ANCIANIDAD Decía el dramaturgo George Bernard Shaw, a sus noventa años, refiriéndose a la ancianidad: “Vista la alternativa, está muy bien esto de ser viejo”. Sin embargo, cuando la gente se acerca a los últimos años de la vida, el declive físico y mental se hace más acusado, los achaques y la enfermedad crónica se 14

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convierten en historia habitual, los amigos de toda la vida van desapareciendo. Al llegar a los ochenta, la mayoría de las personas han dejado todo tipo de trabajo y han perdido lo que les quedaba de su rol social. ¿Qué tareas tienen que afrontar los ancianos cuando el ciclo de la vida llega a este punto? Aceptar vivir con una salud quebrantada, adaptar su estilo de vida a los cuidados que han de recibirse, asumir que cada día que pasa van a llegar noticias del fallecimiento de familiares, amigos y conocidos. Al entrar en la vejez, los sacerdotes, religiosos y otras personas que han vivido el celibato, descubren que también es éste un tiempo de conversión. Cuando se desvanecen las viejas imágenes que uno tenía sobre sí mismo, renacen otras nuevas y se alcanza un grado mayor de interiorización. La muerte, vista ahora más de cerca que en etapas anteriores, conduce a algunos planteamientos personales, el sentido de la vida se percibe con mayor claridad. Al ir culminando el trabajo de desarrollo propio de este período, los sacerdotes y religiosos ancianos redescubren una de las lecciones más significativas de la vida. En la base del crecimiento psicológico humano está la paradoja esencial de nuestra fe: hay que morir para nacer de nuevo. El tiempo de la tercera edad y la vejez constituyen un momento importante para vivir con paz y serenidad nuestra sexualidad y nuestro celibato. La maduración que se ha ido logrando en esas áreas durante anteriores décadas continúa dando frutos al ir entrando en años. ¿Se acabaron entonces las dificultades por ese lado? Muchos sacerdotes y religiosos ancianos dicen que la muerte de sus amigos de siempre es un duro trance para ellos. Así lo explica uno, de ochenta y dos años: “Es difícil hacer nuevos amigos a mi edad. Nunca tendré amigos como los que tuve. Crecimos juntos, se han ido y los echo mucho de menos”. Entre los sesenta años y el fallecimiento pueden mediar una o varias décadas. El psiquiatra Carl Jung afirma que las grandes cuestiones con la que se encaran las personas de esta edad son sobre todo de índole espiritual. Muchos entramos ingenuamente en esta etapa y pronto nos damos cuenta de que las habilidades y convicciones que nos fueron útiles en años previos, resultan insuficientes cuando hemos doblado los sesenta. ¿Cuáles son las experiencias gratificantes en estos períodos finales? La primera es que, habiendo sido capaces de derribar, a veces con dolor, algunos mitos sobre nosotros mismos, descubrimos que florece en nosotros, con más fuerza que nunca, una intimidad humana y espiritual. En segundo lugar, al habernos enfrentado de manera definitiva con lo que significa ser una persona espiritual, nos sentimos enteramente reconciliados, al fin, con nuestra vida de celibato. Se habrán dado cuenta de que las diferentes etapas del ciclo vital vienen ensambladas unas con otras. No hemos salido todavía de la primera fase de adultos, por ejemplo, y ya estamos entrando en la edad media de la vida. Al pasar de una etapa a otra nos encontramos en momentos de cambio, en los que evaluamos nuestro pasado y reelaboramos aspectos importantes de nuestra vida. Es esencial comprender adecuadamente estos períodos de transición, con frecuencia confusos, para que podamos apreciar mejor la maduración de nuestra sexualidad y celibato. Vamos a fijamos un poco en esto antes de dar remate al presente capítulo. LOS PERÍODOS DE TRANSICIÓN EN LA VIDA Llamamos períodos de transición a los momentos de desorientación y posterior reorientación que indican los puntos de encrucijada en el camino del crecimiento humano y espiritual. Estos períodos especiales de cambio empiezan con un final: tenemos la sensación de que un capítulo de nuestra vida se está cerrando. Aunque esperamos ansiosamente que se abra otro enseguida, la segunda fase de cualquier período de transición en la vida nos sorprende siempre un poco perdidos, suspendidos en el aire, confundidos, solos y desconcertados. En momentos como éstos sólo estamos seguros de que no podemos regresar al punto de origen y tampoco sabemos con certeza hacia dónde nos dirigimos. El psicoanalista Erik Erikson refleja este dilema reproduciendo las palabras que leyó una vez en un cartel que estaba colgado en un bar del oeste: “No soy lo que debería ser, ni soy aún lo que seré. Lo malo es que tampoco soy lo que fui.” 15

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Muchos dicen que se han sentido incómodos durante la fase media de estos períodos de transición porque experimentaban desmotivación, desencanto, desorientación, pérdida de identidad. En primer lugar se ven desvinculados de personas, lugares y acontecimientos que antes les eran familiares. Al igual que el personaje Larry en la obra The Iceman Corneth (Viene el hombre de hielo) de Eugene O’Neill, se quedan sentados en las gradas de la vida, actuando más como observadores que corno protagonistas. Aunque sea dolorosa, esta ruptura nos ayuda a entrar dentro de nosotros mismos y ver con una luz nueva nuestras relaciones con los demás y con Dios. Después de todo Jesús también fue llevado al desierto y allí sufrió la tentación del poder, la riqueza y el prestigio. Pasados cuarenta días, reapareció con plena conciencia de cuál era su misión futura. Tenemos luego a bastante gente que lo pasa mal a causa del desencanto que sufren en esos momentos de intermedio. Es un desencanto que nace cuando nos darnos cuenta de que, para cambiar, hay que aceptar que una parte significativa de nuestro mundo anterior no es real, está sólo en nuestra cabeza. El autor William Bridges dice que existe una galería interior de personajes tales como superiores ejemplares, padres perfectos, mujeres, maridos o comunidades ideales y amigos dignos de toda confianza, de la que es preciso que nos desprendamos. Un último punto. Los períodos de transición más trascendentales en la vida no sólo aportan este sentimiento de desencanto en la fase central sino que empiezan con él. ¿Tiene su lado positivo el desencanto? Ciertamente sí. Nos ayuda a quitarnos de la mente todas esas falsas ilusiones que tenemos acerca de nosotros mismos, de nuestro mundo y de cómo deberían funcionar las cosas. El desencanto es, por eso mismo, un primer paso en el proceso de transformación personal y espiritual. Durante estas fases medias las personas también pierden sus roles en el ámbito de la familia y la imagen que se han hecho de sí en ese entorno. Esas cosas tan sanas que siempre tenían sentido, dejan de tenerlo. Y ya ni estamos tan seguros de quiénes somos. En esos momentos de cambio todos, de alguna manera, nos vemos desorientados, confusos, perdidos en un mundo que ya no nos resulta familiar. Cosas que antes parecían importantes, ahora parecen no serlo. Aunque esto no es particularmente agradable, la desorientación puede resultar provechosa. A pesar de ser una experiencia incómoda, nos ayuda a estar lo bastante perdidos como para poder estar en condiciones de volver a encontrarnos con nosotros mismos de nuevo. La película “El estanque dorado” ilustra bastante bien todo esto que estamos diciendo sobre los cuatro sentimientos fastidiosos. El personaje de Norman Thayer, protagonizado por Henry Fonda, lo pasa mal al envejecer. Se le nota olvidadizo, ausente y carente de su energía anterior. Todas aquellas ocupaciones en las que Norman se sentía a gusto han desaparecido. Aunque está jubilado todavía echa un vistazo a las ofertas de empleo e incluso sugiere con soma que podría apuntare a un par de ellas. Al haber dejado su trabajo de siempre Norman se siente inútil y vulnerable, desconectado de la vida. Finalmente este personaje sufre también el desencanto. Aquellas cosas que tanto buscaba y que le parecían tan importantes ya no le atraen. Norman está luchando para convertirse en alguien que, de momento, es un extraño para él. Un chico de trece años, Billy, vecino de la casa, le ayuda a hacer la travesía de ese duro momento de cambio. Norman se olvida de apagar el fuego de la chimenea y casi provoca un incendio. Billy le recrimina por el lío que ha organizado. Norman le replica gritando: “¡Parece que no puede uno estar seguro teniendo gente alrededor!” Ethel la mujer de Norman intenta hacer comprender a Billy la situación de su esposo ‘A veces 16

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-le dice- te quedas mirando fríamente a una persona y te das cuenta de que está haciendo lo que puede. El está intentando encontrar su camino” Eso es lo que procuramos hacer casi todos durante la fase intermedia de cualquier periodo de transición encontrar nuestro camino. Para conseguirlo necesitaremos una buena dosis de paciencia y compasión. Por nuestra parte y por parte de los demás. La transición acaba cuando algo nuevo empieza. Y aunque parezca que lo estamos tocando con la mano, lo cierto es que se presenta bastante difuso. Esos comienzos suelen ser el resultado de un reajuste interior de profundos anhelos, valores y motivaciones. Pensemos en un hermano que desea cambiar el tipo de apostolado que realiza. Busca alternativas y hace una estimación de sus posibilidades personales y de las necesidades de su congregación y de la Iglesia. Al no encontrar ninguna pista orientativa el hombre se desalienta. Sólo aceptando ese vacío y manteniéndose sereno en la mitad de este recorrido podrá empezar a percibir algunas leves señales. El comentario de un amigo, una oportunidad que se le ofrece inesperadamente, una idea que viene de pronto a la mente. Esto le pondrá en el camino hacia un nuevo y gratificante “volver a empezar”. Ante algo nuevo que empieza ten en cuenta las siguientes cosas. Primero, cuando llegue el momento del cambio deja de prepararte para actuar, y actúa. No seas como esas personas que siguen una terapia y disfrutan recogiendo los diversos puntos de vista en vez de preocuparse por cambiar de conducta. Corto y breve: en marcha. Identifícate luego con el resultado final de esto nuevo que comienza, ya sea el cambio de residencia, dejar una relación, o una nueva fase que se abre en tu vida. Imagínate caminando en esa dirección y no te preocupes por resultados inmediatos. Concéntrate en el proceso de conseguir tu objetivo más que en el objetivo en sí. Finalmente, recuerda siempre que no se puede forzar el ritmo. Cuando llegue el momento apropiado de empezar, tú mismo lo sabrás. ¿Por qué le damos tanta importancia a la experiencia de cambio en el asunto que nos ocupa? Porque las cuestiones relacionadas con la sexualidad, la intimidad y el celibato suelen salir a la luz durante estos períodos de transición en la vida. Todas las preguntas que nos hacíamos antes a propósito de la propia identidad y de la intimidad: ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿puedo vivir de manera que mis talentos, mis deseos, mis valores y mis aspiraciones se manifiesten en armonía? ¿qué recibo realmente de los demás y qué les doy? ¿intereso de verdad a alguien? ¿me intereso de verdad por alguien?... aparecen y se despliegan en la fase media de cualquier momento de cambio. Antes de cerrar este primer capítulo hagamos el recuento de los puntos principales: nuestras definiciones de sexualidad y de intimidad tienen un sentido mucho más amplio que la conducta sexual genital. El celibato es una de las maneras de vivir la sexualidad. La edad y las circunstancias en que vivimos matizan nuestra vivencia de la sexualidad y del celibato. Los períodos de transición son momentos importantes de cambio en el curso de la vida. En el capítulo siguiente analizaremos dos temas: la identidad personal y la intimidad. Aunque hombres y mujeres llegan a tomar conciencia de su identidad y de la intimidad madura por caminos diversos, es necesario que tengamos un conocimiento claro de ambas realidades para valorar mejor la riqueza y la complejidad que hay en la sexualidad humana y en la opción célibe. Lo abordaremos luego. PUNTOS DE REFLEXIÓN Al acabar este capítulo dedica unos instantes a reflexionar sobre la realidad de la tercera edad y la vejez y también sobre los períodos de transición en la vida de que hemos hablado. Ten algo para escribir las ideas que te vengan al responder a las preguntas. Y recuerda que al compartir esas ideas con otros se enriquece la reflexión. 1. ¿Qué retos has afrontado o crees que vas a afrontar al llegar a la vejez? ¿Cómo influye en ti todo esto? 17

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2. Piensa en tus amigos de siempre, aquellos con quienes has caminado por la vida durante años. ¿Ha fallecido alguno de ellos? ¿Qué efectos ha producido en ti su ausencia? 3. ¿Qué problemas relacionados con la sexualidad y el celibato has encontrado o piensas encontrar en la vejez? Echa una mirada retrospectiva a tu pasado y mira en qué medida el celibato ha enriquecido tu vida. 4. Dedica un tiempo a detallar alguno de los períodos de transición por los que has pasado. ¿Reconoces haber experimentado sentimientos de desmotivación, desorientación, desilusión y pérdida de identidad? ¿Qué es lo que más te ha ayudado a superar esos momentos de cambio? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Bridges, William. Transitions. (Reading, MA: Addison-Wesley, 1980). Jung, Carl. Modem Man in Search of a Soul, trans. W.S. Dell and Cary F. Baynes (New York, NY: Harcourt, Brace and World, 1933). Levinson, Daniel J. Seasons of a Man’s Life. (New York, NY: Alfred A. Knopf, 1978). Nelson, James. Embodiment: An Approach to Sexuality and Christian Theology. (Minneapolis, MN: Augsburg, 1978). Sammon, Sean D. Growing Pains in Ministry. (Mystic, CT: Twenty-Third Publications, 1983). Sammon, Sean D. “Planning for the Third Age,” Church Personnel Issues. (National Association of Church Personnel Administrators) August 1992, pp. 1-7. Seliner, Edward C. Mentoring: The Ministry of Spiritual Kinship. (Notre Dame, IN: Ave Maria Press, 1990). Tannen, Deborah. You Just Don Understand. (New York, NY: Ballantine Books, 1990). Whitehead, Evelyn E. and James D. Christian Life Patterns. (New York, NY: Doubleday, 1979). Whitehead, Evelyn E. and James D. Seasons of Strength. (New York, NY: Doubleday, 1984).

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Capítulo II: DOS CARAS DE LA MISMA MONEDA: IDENTIDAD E INTIMIDAD Ahí va otra historia. Esta vez se trata de un cura ya mayor que lleva más de 25 años sirviendo en su parroquia. El hombre se siente hundido en la rutina, clavado en un bache. Se da cuenta de que necesita un cambio, algo, cualquier cosa que ponga su vida en movimiento de nuevo. En medio de sus reflexiones, el sacerdote le da vueltas a una idea. ¿Por qué no solicitar el traslado a otra parroquia? Pensaba que una “terapia geográfica” le ayudaría a cambiar las cosas. Se dirigió al teléfono con intención de hablar con el obispo. Cuando iba a marcar el número se acordó de que, desde el Concilio Vaticano II, funcionaba en la diócesis una oficina para la gestión del personal. Bastante le importaban a estas alturas de la vida las oficinas de personal al anciano, pero pensó que no había otro camino para tramitar el cambio de destino que deseaba. Llamó al responsable del servicio y concertó una entrevista para la semana siguiente. Llegado el día, allá estaba nuestro párroco, puntual, exponiendo al personal de la oficina su situación. Les explicó cómo se sentía estancado en una vida de rutina y que necesitaba un cambio. Les dijo que había visitado a todas las familias de la parroquia tantas veces como le había parecido necesario y que esa frecuencia coincidía con las veces que las familias querían verle a él. Sin lugar a dudas, había llegado la hora de mudarse a otro sitio. Eso lo tenía muy claro. Los de la oficina le escucharon y se mostraron bastante comprensivos. Pero ellos sabían algo que el cura ignoraba: en la diócesis había un serio problema de escasez de sacerdotes. Si le cambiaban, no tenían a otro para mandar allá. Así las cosas, ¿qué hicieron los del servicio de personal? De momento trataron de marear la perdiz con buenas palabras. El responsable dijo: “No cometa esa locura, padre. Está usted haciendo una labor excelente en esa parroquia, la gente le quiere y le respeta “. El viejo párroco, viendo por dónde iban las cosas, empezó a preocuparse temiendo que no le fueran a conceder el traslado. Así que, dirigiéndose a aquellas personas, arguyó: “Miren, hay algo que aún no les he dicho. La verdad es que recibo muchas quejas, bueno, no son propiamente quejas sino expresiones de un cierto malestar de la gente debido a mis sermones “. Es cierto que habían llegado a la oficina de personal algunos rumores sobre las homilías del cura, pero, al no disponer de otro para sustituirle, volvieron a insistir en lo difícil que era concederle lo que pedía. El párroco les dio las gracias por el tiempo que le habían dedicado y regresó al pueblo pensando para sí: “Ya sabía yo que venir a estas oficinas modernas es perder el tiempo “. Así que enseguida telefoneó al obispo directamente y consiguió audiencia para la semana siguiente. El superior se mostró tan atento como los del servicio de personal, escuchó al párroco y manifestó un gran interés por su problema. Sin embargo el obispo, igual que los del servicio de personal, disponía de una información que el cura no tenía, esto es, que -debido a la penuria de sacerdotes- si cambiaba a este hombre ya no habría otro para sustituirle. ¿Qué hizo el obispo? Simplemente lo mismo que los del servicio de personal, tratar de convencerle con rodeos y buenas palabras. El cura, viéndolas venir otra vez, terminó por interrumpir a su superior, espetándole: “Monseñor, olvidé decirle que recibo numerosas críticas debido a mis sermones.” Si alguien sabía de sobra cómo eran las homilías del p4rroco, ése era el obispo. Así que le contestó: “Mire, padre, com19

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prendo que eso le preocupe, pero no es motivo de traslado. ¿Qué tal si le doy algunas pautas tomadas de mi propia experiencia y así mejora el asunto de sus predicaciones? “. Y le contó al cura que, justo el domingo anterior, en el momento de la homilía subió al púlpito de la catedral, recorrió con su mirada a toda la asamblea, y exclamó: “Tengo que anunciaros algo “. Como raras veces anunciaba algo durante la homilía, la gente levantó la vista hacia el lugar para ver qué decía. “Sí -prosiguió el obispo- quiero anunciaros algo que es muy importante: estoy enamorado “. Al oír estas palabras todos los asistentes se quedaron quietos y un silencio sepulcral invadió el templo. El obispo continuó: “Sí, estoy enamorado. Me he enamorado de una mujer bellísima. Se llama María y es la Madre de Dios “. Dicho esto, y ya que estaban en el mes de Mayo, les largó un sermón sobre la Santísima Virgen. El cura dio las gracias al obispo por el tiempo que le había dedicado, se despidió y volvió a su casa. Ahora sí que estaba desesperado. Se devanó los sesos pensando qué podría hacer para marchar de aquella parroquia. Entonces tuvo una idea. El domingo siguiente, cuando llegó el momento de la homilía, el párroco subió al púlpito, abarcó con su mirada a los feligreses y, con voz clara y potente, les dijo: “Tengo que anunciaros algo “. Como casi nunca decía nada interesante en sus sermones, esta vez unos cuantos feligreses miraron con atención hacia el lugar a ver qué les decía. Prosiguió el cura: “Sí, tengo que anunciaros algo que es muy importante. Nuestro obispo se ha enamorado “. Silencio total en la asamblea, no se oía ni el vuelo de una mosca. Todos los asistentes estaban atentos. El siguió hablando: “Sí, el obispo se ha enamorado. Está enamorado de una mujer bellísima, pero, pobre de mí, ahora no recuerdo cómo se llama”. A los pocos días le comunicaron el cambio. Se preguntarán si esta historia no trata más bien de los recursos de una persona ingeniosa que de las cuestiones de identidad e intimidad que vamos a analizar en este capítulo. En principio tengo que decir que me deja perplejo todo el estupor que se levanta tanto en la asamblea de la catedral como en la del templo parroquial en cuanto se oye el anuncio de que el obispo se ha enamorado. La gente en general piensa que enamorarse es algo que está fuera del área de las religiosas, sacerdotes o hermanos. A veces incluso se llega a considerar que la intimidad no tiene cabida en la vida sacerdotal ni en la vida consagrada. Nada más lejos de la verdad. Ya vamos a ver por qué. Aunque he dividido este capítulo en seis secciones, una y otra vez comprobaremos que identidad e intimidad van de la mano: la una es parte esencial de la otra. La mayoría de los hombres, por ejemplo, no consiguen una intimidad madura si no tienen una profunda conciencia de su yo, de su propia identidad. Nadie se acerca a los demás si no se siente cómodo consigo mismo. El hombre que no está seguro de sí mismo querrá ofrecer a sus amigos y compañeros una imagen de persona competente, pero será incapaz de compartir con ellos sus limitaciones, sus debilidades, su inseguridad. Las mujeres, por el contrario, adquieren conciencia de su identidad a través de las relaciones. La mujer llega a descubrir quién es al relacionarse con otras personas. El marco relacional es importante para la mujer, el hombre prefiere guardar la distancia y disfrutar de autonomía. Aunque hombres y mujeres lleguen a lo mismo por distintos caminos, el tener un sano concepto de la propia identidad es un elemento esencial para ambos en cualquier relación de intimidad. Es posible que haya mujeres consagradas que se vean reflejadas en algo de lo que voy a decir acerca de la formación de la identidad de los varones. Eso se debe a que antes del Vaticano II en los planes de formación para la vida religiosa no había excesiva preocupación por las diferencias de género. Las congregaciones femeninas adoptaban programas formativos que habían sido diseñados para hombres. 20

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Como consecuencia de ello, muchas religiosas se han visto encorsetadas en moldes más apropiados para hombres que para mujeres. Este capítulo encierra seis cuestiones principales: la identidad, la intimidad, lo masculino y femenino: amistad entre hombres y mujeres, los signos de fracaso en la consecución de una intimidad madura, las barreras que impiden la intimidad, y lo que podemos llamar “cambio de idea”. También diremos algo acerca de las transformaciones que sufre la identidad en el transcurso de los años. Luego definiremos la palabra intimidad y describiremos los elementos necesarios para que se dé una intimidad madura. En tercer lugar hablaremos de las dimensiones masculina y femenina que conviven en cada uno de nosotros y cómo influyen en las relaciones entre hombre y mujer. En cuarto lugar analizaremos algunos indicadores de fracaso al tratar de conseguir una intimidad madura y propondremos ejemplos que ilustran cada uno de ellos. En quinto lugar señalaremos algunos de los obstáculos que impiden la intimidad y reflexionaremos acerca de los efectos que puede tener en nuestras relaciones de adulto el hecho de haber crecido en el seno de una familia conflictiva. En la parte final, haremos un comentario sobre el reciente trabajo de investigación de Sheila Murphy en torno a la intimidad entre sacerdotes, religiosas y hermanos. Una última aclaración antes de comenzar. El tener una sana conciencia de la propia identidad y la capacidad de relacionarse en un marco de intimidad madura son cuestiones tan importantes para las personas que han optado por el celibato como para todos los demás. Teniendo esto presente, sigamos adelante. IDENTIDAD La identidad personal responde a la pregunta “¿soy yo?”. Por ejemplo, en los últimos años de la adolescencia nos sentimos impulsados a desarrollar algún rasgo de la identidad inicial de adulto: saber quiénes somos y adónde vamos. La identidad, sin embargo, no se adquiere en las rebajas. Para conseguirla tenemos que hacer tres cosas: examinar nuestras opciones de vida, pasar por momentos de duda con sus crisis correspondientes y, finalmente, tomar decisiones que nos comprometan. A. FORMAR LA IDENTIDAD ¿Cómo son estas experiencias de análisis, de duda, de crisis, de opción y de compromiso? Vamos a explicarlo con un sencillo ejemplo. Suponte que tienes 25 euros justos en el bolsillo para comprar una camisa. Vas a la tienda y echas el ojo a una que te gusta. Miras el precio: 25 euros. Sigues mirando y ves otra camisa que tampoco está mal. ¿Cuánto vale? También 25 euros. Todavía descubres otra que no te disgusta nada y que además tiene el mismo precio. Como sigas buscando más por la tienda, más dudas vas a tener a la hora de escoger. Al final tienes que elegir una entre toda esa variedad que se te ofrece. Aunque esta opción, y la decisión que conlleva, pueda resultar difícil, tendrás que tomarla si quieres llevar a buen término tu primera intención: comprar una camisa. Formar una identidad tiene mucho que ver con esto. Pasamos tiempo analizando opciones en la vida y explorando los distintos caminos que podríamos seguir. Numerosos adolescentes se encuentran con este mismo dilema. Fantasean con gran variedad de profesiones y de relaciones, como se juega con los naipes de una baraja. Un muchacho de quince años decide el lunes que quiere ser químico, y para el jueves siguiente tiene muy claro que lo suyo de verdad es la informática. Confusión y crisis son los acompañantes naturales de todo análisis. Me refiero a esos momentos de debate interior y de cuestionamientos personales que aparecen en determinados momentos de la vida, momentos en que nos replanteamos toda nuestra acción y nuestros planes. Finalmente, en este proceso de formación de la identidad, llega el momento en que tenemos que optar por el sentido y la orientación 21

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que queremos dar a nuestra vida. La palabra compromiso es la que mejor describe nuestro grado de implicación con lo que hemos elegido. B. LA FORMACIÓN DE LA IDENTIDAD ENTRE SACERDOTES Y RELIGIOSOS Muchos jóvenes que se preparan para la vida religiosa o el sacerdocio experimentan también esos momentos de exploración, confusión y crisis. Hay, por ejemplo, jóvenes profesos o sacerdotes recién ordenados que se enamoran. Y se plantean seriamente si han de seguir esa relación amorosa en lugar del celibato que acaban de adoptar. Siempre que se analizan nuevas opciones de vida se experimenta inevitablemente confusión y crisis. Sea cual sea la decisión que tomen al final, este conflicto les ayudará a moldear su identidad. C. UNA IDENTIDAD HIPOTECADA ¿Qué les ocurre a las personas que se saltan las etapas de análisis y de crisis en la formación de la propia identidad, los que se lanzan al compromiso definitivo, confiando que sea la vida la que les indicará quiénes son? Estos hombres y mujeres están hipotecando su identidad. Los resultados de esta decisión suelen ser decepcionantes. Por ejemplo, hay personas que, sin haber solucionado sus problemas sexuales o sin tener claro el objetivo de su vida, buscan una respuesta en el matrimonio, en el sacerdocio o en la vida religiosa. Esperan que una de esas opciones serene sus preocupaciones y aquiete sus miedos. Pero las cosas no funcionan así. Hipotecar la propia identidad es como comprar ropa por catálogo, nunca cae del todo bien. La chaqueta es estrecha de hombros o la falda se queda corta. El traje parece que pertenece a otra persona, ya que ningún sastre hizo el corte a medida. Algo semejante a esto es lo que pasa con los que dan por cerrado el proceso de formación de su identidad. ¿Cómo se manifiestan los que hipotecan su identidad? Normalmente son individuos estables, sobrios y responsables. También pueden mostrarse un tanto pasivos, faltos de curiosidad y de sentido de independencia. En las relaciones con los demás funcionan mediante estereotipos, se sienten más cómodos desempeñando una tarea que en el cara a cara con las personas. Las personas de identidad hipotecada se comprometen demasiado pronto. Al no analizar las diferentes opciones de vida, tampoco se cuestionan sus valores y objetivos. En lugar de ello toman decisiones movidos por circunstancias externas o para complacer a alguien en quien reconocen una autoridad moral, bien sea los padres, un sacerdote de más edad o un antiguo profesor. Es un camino peligroso. Más tarde la vida les pasará factura. D. LA IDENTIDAD EN EL TRANSCURSO DE LA VIDA Supongamos que yo doy el cierre a la formación de mi identidad siendo todavía muy joven. ¿Quiere eso decir que a partir de entonces estoy condenado a caminar por la vida con la cabeza hundida en el pecho, lamentándome por el hecho de haber sellado mi identidad demasiado pronto? Ciertamente no. Aunque la crisis de identidad aparece, ante todo, en los años de la adolescencia, puede reaparecer en cualquier etapa de la vida. Recordad las preguntas que hacíamos al final del capítulo I: ¿qué estoy haciendo con mi vida? ¿puedo vivir de manera que mis talentos, mis deseos, mis valores y mis aspiraciones se manifiesten en armonía? ¿qué recibo realmente de los demás y qué les doy? ¿intereso de verdad a alguien? ¿me intereso yo realmente por alguien? Todas estas preguntas juegan un papel clave en cualquier proceso de reformulación de la identidad. En momentos de transición y de cambio evaluamos nuestros compromisos, buscamos vías alternativas para seguir caminando y tratamos de reestructurar una nueva identidad que nos resulte válida para 22

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años venideros. Tom Marshfield, personaje de una de las novelas de John Updiké, empezaba una de esas etapas de la vida con esta pregunta: “¿soy yo?” Y colocándose frente a un espejo decía: “No me reconozco. Hay tanta distancia entre lo figura que veo y la luz interior que hay en mí, como entre el haz de luz que proyecta una farola y la lámpara que lo emite.” Durante la etapa de adultos jóvenes nos preguntamos en qué nos estamos convirtiendo. Más tarde en la vida nos preguntaremos en qué nos hemos convertido. Esto último resulta más difícil para los que han hipotecado su identidad demasiado pronto. Durante esos períodos de transición de los que hablábamos en el capítulo 1, las personas, a esa edad, son muy vulnerables a las crisis de identidad. Aunque algunos asumen esta realidad, otros muchos desearían que las circunstancias externas no cambiaran, que el ambiente les fuera siempre propicio. Y como eso no sucede, se ven inmersos en el desasosiego, el miedo y la duda consiguiente. A los que han cerrado su identidad en etapas previas esto les ayuda a modelar una nueva identidad. Otros, en cambio, se desprenden de una identidad hipotecada para meterse rápidamente en otra no menos fijada de antemano. Entre los que lean estas páginas habrá muchos que ingresaron en el seminario o en una casa de formación antes de cumplir los veinte años. Tuvieron por tanto pocas oportunidades de explorar otras opciones de vida. ¿Significa esto que están viviendo con identidad prefijada? No necesariamente. Acertar en la tarea de modelar la propia identidad no está en relación exclusiva con la edad en que se tomó el compromiso. Más bien lo que importa son las propias experiencias de vida. Hay quienes fueron al noviciado o al seminario siendo ya adultos y sin embargo aún presentan una identidad cerrada. Recordad que los elementos esenciales para la formación de una sana identidad son: análisis, confusión y crisis, toma de decisiones y compromiso. Si fallan las dos primeras, sea cual sea la edad, el riesgo de que la identidad quede hipotecada es elevado, Una identidad auténtica nos ayuda a entrar en la sociedad con confianza y a asumir nuestras responsabilidades como adultos. Como he dicho antes, esto juega también un papel clave en el siguiente tema que vamos a ver: el de la intimidad. PUNTOS PARA LA REFLEXIÓN Resérvate una vez más unos momentos para meditar tranquilamente, sobre lo que has leído. Ten papel y lápiz a mano para tomar algunas notas.’ Recuerda igualmente que estas reflexiones son más enriquecedoras si se comparten con otros. 1. ¿Qué responderías si alguien te preguntara: ¿Tú, quién eres? ¿Qué buscas en la vida? Al contestar a esto piensa en el precio que tuviste que pagar para dar una respuesta al principio y recuerda también aquellos otros momentos en que has tenido que volver a replantearte tu respuesta. Dedica algún tiempo a pensar en las opciones que analizaste, las dudas y crisis por las que pasaste, las decisiones que tomaste para llegar a dar una respuesta. Apunta estas cosas. 2. ¿Ha habido momentos en tu vida en que hipotecaste tu identidad? ¿Qué te indujo a ello? ¿Cómo afrontaste el reto de tener que remodelar tu identidad cerrada? LA INTIMIDAD James y Evelyn Whitehead formulan la definición de intimidad a modo de pregunta: ¿estoy lo bastante seguro de mí mismo y tengo la suficiente confianza en mis capacidades como para afrontar el riesgo de ser influenciado por la cercanía de alguien? Piensa un momento en esta pregunta. La relación que existe entre intimidad e identidad aparece con claridad. A menos que me sienta seguro de mí mismo, la cercanía de otra persona será algo que me intimide o me avasalle. Esa definición antedicha sugiere también que la intimidad conlleva un cierto riesgo: el del autoconocimiento. Mi manera de definirme y mi identidad están en estrecha relación. El psicoanalista Erik Erikson 23

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insiste en lo mismo: para pasar de la adolescencia a la edad adulta, hombres y mujeres han de asumir el riesgo de autodefinirse. Deben dejar que otros se les acerquen de manera que les conozcan, les influyan y, posiblemente, les hagan cambiar como consecuencia de esta relación. Hay muchas situaciones que me exigen el riesgo de autodefinirme. Vamos a fijarnos en algunas de ellas. A. AMISTAD INTIMA En ese factor de riesgo personal de autodefinición, cualquier relación termina muriendo. Las amistades verdaderas no son excepción a esta regla. Al contrario, quizá sean el tipo de relaciones que más me llevan a asumir ese riesgo. Una amistad madura me permite ser espontáneo y relajado por encima de las actitudes formalistas con las que me suelo presentar ante el mundo y ante la gente. En consecuencia, los amigos entran en una parte de mí que es inaccesible a los demás. Me conocen mejor que nadie. Con un amigo me siento también más capaz de ensanchar los límites del conocimiento de mí mismo. Puedo hacerme preguntas esenciales para definirme. Sé, por ejemplo, que un amigo no se asusta de mis debilidades y por tanto puedo contarle mis miedos, mis preocupaciones, mis dificultades. Y así aprendo a aceptarme mejor. Los que no quieren poner en riesgo su autodefinición verán que sus amistades terminan difuminándose. Ciertamente la intimidad, con todo lo que implica, es la base de toda relación madura. B. PERTENENCIA AL GRUPO Nunca faltan en las comunidades uno o dos miembros que viven al margen del grupo. Son hombres y mujeres que siguen más o menos el ritmo comunitario, pero no quieren que nadie se inmiscuya en sus vidas. Si el grupo quiere organizar una salida comunitaria, a estos miembros “marginales” les parecerá muy bien que los demás hagan planes, que ellos por su parte ya verán si pueden ir o no. A todos nos ocurre de vez en cuando tener que ausentamos de la comunidad o no poder participar plenamente de la vida del grupo. Para esas personas “marginales” eso es lo habitual. Son hombres y mujeres que tienen dificultades con su intimidad. No aceptan que los demás se les acerquen tanto que les hagan cambiar. Están pagando un alto precio por querer proteger su autodefinición. Tienen la comunidad al alcance de la mano y lo único que consiguen es aislarse. Viven una intimidad ficticia. En realidad estas personas se encuentran solas en medio de un grupo. C. ENCUENTROS SEXUALES En la vida de muchos matrimonios, llegar a lograr un amor genital maduro no es tarea rápida ni sencilla. Erik Erikson señala que, desde bien temprano, buena parte de la vida sexual puede ser una búsqueda de sí mismo. James y Evelyn Whitehead, en cambio, puntualizan que el ritual del coito y la experiencia del orgasmo ponen de relieve algunos rasgos comunes a otras experiencias de intimidad: el impulso de entregarse el uno al otro, la ansiedad que suele rodear al momento de la revelación personal, la aceptación, y el ejercicio mutuo de dar y recibir. Para que funcione un matrimonio y para que la unión sexual sea plena, hay que correr el riesgo de dejarse influenciar por la cercanía del otro.

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El matrimonio heterosexual no es sin embargo el único contexto genital en el que nuestra autodefinición se pone en riesgo. Hay que seguir profundizando en la cuestión de las parejas homosexuales estables para poder comprender mejor los parámetros en que se mueve la intimidad de muchos gays y lesbianas. Las experiencias de bastantes solteros y de quienes han sido llamados al celibato nos indica igualmente que se puede desarrollar la intimidad sin que ello implique unión sexual o expresión genital. D. COOPERACION Y COMPETITIVIDAD En todos los ejemplos citados hasta ahora vemos que, además de la apertura personal, otros elementos básicos de toda relación de intimidad son la vulnerabilidad y la reciprocidad. Estos elementos aparecen también en las tareas de cooperación y competitividad. Imagínate, por ejemplo, que te piden trabajar en un proyecto importante integrándote en un equipo creado a tal efecto. ¿Qué se requiere de cada miembro para que el grupo funcione? Primero, la disponibilidad para compartir ideas, intuiciones, sentimientos. Segundo, un acuerdo establecido de que no pasa nada si tenemos dudas o nos equivocamos. Tercero, un respeto mutuo entre los componentes del equipo. La experiencia de cooperación y competitividad nos ayuda también a ampliar el conocimiento que tenemos de nosotros mismos. Al trabajar con otros nos damos cuenta de que tenemos dones y habilidades personales de los que antes no éramos conscientes. Una mujer, por ejemplo, llega a descubrir que tiene unas cualidades especiales para formar grupo, lo cual facilita la tarea que les ha sido confiada. Lo mismo les sucede a muchos atletas. Al participar en las pruebas más difíciles, poniendo toda la carne en el asador para lograr la victoria, descubren en ellos mismos ciertas capacidades en las que antes no se habían fijado. Madurar en la cooperación y en la competitividad nos ayuda, por tanto, a abrir el horizonte de nuestro propio conocimiento y nos hace cambiar. Esto no tiene nada de extraño, ya que la apertura a los demás, el sentirnos vulnerables y la reciprocidad constituyen la base de todas estas experiencias. Las personas que colaboran de esa manera aceptan verse influenciadas por los demás, asumen el riesgo de esa cercanía que nace en toda relación de intimidad. E.

ORACIÓN

Hay quienes hablan de un Dios de sorpresas, pero a muchos de nosotros ese Dios nos da un poco de miedo. Preferimos un Dios que está al alcance de la mano. Nos sentimos más cómodos con un Dios previsible, que no venga a trastornar los planes que tenemos. Con frecuencia, en estos últimos años, se ha interpretado mal el significado de la palabra discernimiento. El discernimiento supone un proceso por el que llego a descubrir lo que Dios tiene pensado para mí. Si me ejercito en la oración y disfruto de momentos de intimidad con Dios, su deseo y el mío terminarán siendo lo mismo. Algunos, sin embargo, orientamos el discernimiento en otra dirección. Queremos que Dios se preste a nuestros propósitos personales. Por ejemplo, los superiores nos quieren asignar una nueva tarea. Prometemos llevar esto a la oración, pero en realidad nos negamos a exponerle a Dios nuestros sentimientos mezclados de confusión y de miedo. No queremos confrontar la voluntad de Dios con nuestro propio deseo. El verdadero discernimiento exige correr el riesgo de la intimidad con Dios. Una cercanía tal que, a la larga, podría hacer cambiar la idea que tengo de mí y mi propia vida. Casi todos estarán de acuerdo en que los cinco ejemplos referidos tienen que ver con situaciones en las que se ve claramente la necesidad de arriesgar la autodefinición. Pero quizá al leer todo esto te han podido surgir otros interrogantes: si para alcanzar la intimidad me hace falta tiempo y esfuerzo, ¿con cuántas personas puedo llegar a intimar? ¿Tengo que llegar a intimar con todos aquellos con quienes convivo? 25

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Algunos de ellos no me caen nada bien. Entonces vamos a reflexionar sobre lo que significa intimidad madura. Puede ser que de ese análisis vayamos obteniendo la respuesta a algunas de esas preguntas. INTIMIDAD MADURA La intimidad madura encierra dos elementos. Por una parte, siento la tendencia a abrirme a los demás, a la empatía. Por otra, me veo refrenado por la cautela y la selección. Veamos estos dos polos opuestos. A. APERTURA Y EMPATÍA ¿Qué queremos decir al hablar de apertura? Sencillamente, compartir con otra persona algo importante de mí mismo. Unos experimentan más dificultades que otros para abrirse. Sin embargo éste es un paso necesario en el camino hacia la intimidad madura, y a muchos de nosotros nos resulta particularmente familiar. Conviene tener en cuenta que en esto de la apertura también hay quien se pasa un poco. Pongamos un ejemplo: estás disfrutando en una fiesta y de pronto alguien extraño se te acerca y te empieza a contar su vida sin olvidarse un detalle. ¿Cómo reaccionarías? Seguro que todos estaríamos deseando largarnos, después de decirle a esa persona que no tenemos ningún interés en escuchar sus historias. Pero lo que hacemos, por cortesía, es decirle que nos disculpe un momento, que nos tenemos que ir a tomar alguna cosa. Y según vamos a la barra o a la mesa deseamos fervientemente que el individuo encuentre a otro distinto que le aguante. Al volver con nuestro refresco poco después no nos extrañará ver que nuestro hombre acaba de entablar conversación con otro perfecto desconocido a quien ya le está contando su vida sin olvidarse un detalle. Este ejemplo nos muestra que el hecho de abrirse a los demás no significa necesariamente una intimidad madura. La relación lleva tiempo. Hay partes de mí mismo que ahora comparto fácilmente con tal persona, pero que no hubiera desvelado anteriormente. De todos modos hay quien confunde apertura y empatía con la intimidad madura. Al final de los años 60 y principios de los 70 estuvieron de moda los grupos de encuentro, también llamados grupos-T. Se trataba de reuniones de entre seis y diez personas que, sin conocerse previamente, se juntaban durante uno o varios días para ejercitar la apertura mutua y experimentar la empatía. A muchos les resultaron útiles estas dinámicas. Les ayudó a mostrar su yo emocional y a compartirlo con los demás. Sin embargo no todos se beneficiaron de la misma manera. Una señora de edad madura me decía al acabar uno de esos encuentros: “Nunca he estado tanto tiempo con tan pocos, llegando a conocerlos tan bien y a aborrecerlos en tal medida.” La interacción que se da en grupos de este estilo se confundía menudo con la experiencia de la intimidad. Había quienes volvían a casa eufóricos de su encuentro de fin de semana, dispuestos a poner en práctica lo aprendido, y se daban cuenta de que ni su cónyuge, sus amigos, sus compañeros o hermanos de comunidad compartían aquellos entusiasmos. Y entonces estos recién diplomados en grupos-T acusaban a los demás de no entender lo que es la intimidad. Una acusación injusta ya que en esas sesiones se aprende mucho acerca de la apertura y la empatía pero nunca se asegura la continuidad de la relación entre los asistentes y no puede por tanto crecer entre ellos una intimidad madura. B. CAUTELA Y SELECCIÓN

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Sin embargo la intimidad madura presenta otra cara, la de la cautela y la selección. A la inmensa mayoría les resultará difícil identificarse con el invitado pelma del que hablábamos antes, el que se pasa la tarde contándole su vida a todo el que se cruce con él. Casi todos sentimos una cierta cautela al entablar una relación. Hay cosas en nuestro interior que no se las contamos al primero que se presente. La psicóloga Lillian Rubin define a los amigos como confidentes emocionales de los que se puede uno fiar. Son ante todo personas con quienes comparto algo personal. Pero los amigos tienen que ser algo más que confidentes. Deben sentirse unidos por lazos afectivos y estar cada uno en sintonía con el mundo íntimo del otro. Con el tiempo, la relación entre amigos va creciendo y se crea una dependencia mutua. Cuando la relación llega a este punto cada uno de ellos uno se siente valorado independientemente de lo que haga o deje de hacer. Se han convertido en confidentes emocionales, amigos de fiar. En las mejores relaciones de amistad sucede a veces que uno tiene la sensación de estar perdiendo terreno pues hasta el mejor de tus amigos no conoce necesariamente todo sobre ti. La cautela y la selectividad son, por tanto, aspectos normales y necesarios en la intimidad madura. ¿Puede uno ser excesivamente cauteloso y selectivo en una relación? Desde luego. Algunos lo son en tal grado que apenas comparten algo de sí con nadie. Este tipo de hombres y mujeres termina por aislarse. Pueden vivir en una comunidad o en una familia, pero nadie los conoce de verdad. ¿Cuál es, pues, la línea de fondo en toda intimidad madura? No se extrañen si experimentan dentro de ustedes ese movimiento contrario que se obra entre estos dos elementos: el que les empuja hacia la apertura y la empatía, y el que les retrae hacia la cautela y la selección. PUNTOS DE REFLEXIÓN 1. Dedica unos momentos a pensar en las personas con quienes vives una mayor cercanía. Nómbralos uno a uno, repasa la historia de su relación. ¿Cuándo empezó? ¿Qué motivó su cercanía? ¿Cómo fue creciendo la amistad a lo largo del tiempo? ¿En que sentido la cercanía con estas personas supuso para ti un riesgo? ¿Qué símbolo podrías utilizar para expresar esa relación de intimidad: un dibujo, una poesía, una canción, algo que exprese lo esencial de esa amistad? LO MASCULINO-FEMENINO: AMISTAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES La psicóloga Carol Gilligan alude a las diferencias que hay entre los hombres y las mujeres con esta perspectiva en el tiempo: “Es evidente que todo empezó con Adán y Eva. Una historia que nos enseña, entre otras cosas, que si haces que la mujer provenga del hombre, te meterás en problemas.” Hombres y mujeres difieren en muchas cosas. Como dijimos antes, las mujeres se orientan a la interdependencia entre las personas. Los hombres, por el contrario, prefieren centrar su atención en la autonomía y la autorrealización La preocupación por los demás les puede parecer una interferencia. Sin embargo todas las personas son andróginas, es decir que tienen un lado masculino y otro femenino. Entre las mujeres el lado masculino suele ser inconsciente, y lo mismo ocurre con el lado femenino de los hombres. Para establecer una relación de intimidad madura entre dos personas, ambas tienen que haber conseguido un cierto nivel de integración de sus dimensiones masculina y femenina. Si todos somos andróginos, ¿por qué se ha eludido este aspecto durante tantos años? John Sanford, pastor de la iglesia episcopaliana y psicólogo de la escuela de Jung, aporta varias razones. La primera es la poca importancia que damos al conocimiento de nosotros mismos. Cuando nos enfrentamos a situaciones de conflicto emocional y de sufrimiento todavía hay quienes prefieren no ahondar en su significado y se pierden la ocasión de llegar a conocerse mejor. 27

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Otra razón es que algunos aspectos de nosotros mismos entorpecen el propio conocimiento. Lo aclararé con dos ejemplos. Uno es el pasaje evangélico del hombre que ve la paja en el ojo ajeno y no ve la viga que tiene en el suyo. El segundo alude a esas situaciones en que nos quejamos ante un amigo de la conducta de otro hasta que este amigo acaba diciéndonos “Me extraña que te moleste su manera de comportarse. A fin de cuentas tú haces lo mismo”. El principio es idéntico: hay partes ocultas de nosotros que resultan evidentes para los demás y que nosotros somos los últimos en descubrir. Finalmente, el conocimiento que tenemos de nuestro lado inconsciente masculino o femenino es reducido porque espontáneamente lo proyectamos sobre los demás. Por eso pensamos que las cualidades que encierra pertenecen a otro, que tienen poco que ver con nosotros. A. INTEGRACIÓN Son muchas las razones que nos llevan a integrar la doble dimensión masculina y femenina que existe en nosotros. De entrada, eso nos ayuda a comprender mejor el origen de los estereotipos sexuales. Nos ayuda también a desechar las imágenes distorsionadas de lo que debe ser un hombre o una mujer. Los términos masculino y femenino se refieren al significado del género. No sólo el género biológico que nos clasifica en varones y hembras. Cada cultura tiene sus propias concepciones sobre el género. En la nuestra, por ejemplo, se les dice a los niños que los hombres no lloran, y a las niñas se les prohíben los juegos violentos de los niños. Adherirse rígidamente a estos estereotipos del género puede causar problemas ya que nos conduce a un desarrollo emotivo sesgado y consiguientes dificultades con la intimidad. Otra buena razón para avanzar en la integración de nuestras dimensiones masculina y femenina es la de que con ello podemos acrecentar las posibilidades de intimidad en nuestra vida. Y esto es fundamental en el asunto que nos ocupa. La edad madura es un tiempo muy apropiado para trabajar seriamente en este campo. A lo mejor te preguntas que por qué tan tarde. Muy sencillo. Durante la etapa de adulto joven los hombres se ven extraños con su lado femenino. También las mujeres tienen sus dificultades, no quieren que los demás vean en ellas rasgos masculinos. Una joven tiende a reprimir su carácter firme y su competencia porque lo ve como una amenaza de su lado masculino. De manera semejante un joven trata de ocultar los aspectos más visibles de sus cualidades intuitivas, presuntamente más femeninas. Cuando se tienen veintitantos o treinta años, hombres y mujeres se esfuerzan por lograr la intimidad de una manera distinta. Un hombre ve peligrosa la cercanía, la teme porque le parece que limita su independencia. Por el contrario la mujer se debate entre sus miedos a verse abandonada. Le aterra la separación. Algunos hombres sienten amenazada su masculinidad cuando se acercan a una mujer. Le temen a la intimidad, prefieren alejarse. Al propio tiempo la mujer, al verse amenazada por la separación, busca mayor cercanía. En la primera juventud, bastantes hombres suelen tener problemas en sus relaciones, en tanto que a las mujeres les resulta particularmente dura la separación y la soledad consiguiente. ¿Repercute esta situación en la edad madura? Desde luego que sí, y mucho. La reflexión en nuestra propia muerte como realidad tangible hace que nos preocupemos mucho menos de los prejuicios del género. En los años anteriores muchos hombres mantienen una distancia emocional respecto a las mujeres porque éstas les traen a la mente su lado femenino inconsciente. Esto empieza a cambiar cuando uno está el final de la treintena o se estrena ya con los cuarenta. En la misma línea, una chica joven, apenas entrada en la etapa adulta, se autodefine basándose exclusivamente en sus relaciones. Tiene miedo a quedarse sola, porque eso la lleva a enfrentarse con su lado 28

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masculino inconsciente. El cambio en esta mujer se producirá a la vez que va tomando conciencia de que la muerte es un hecho real en su existencia. B. PROYECCIÓN Como nuestro lado inconsciente masculino o femenino representa una amenaza para nosotros, solemos proyectar sus rasgos hacia los demás. Al proyectar esos aspectos de mí mismo, hago como si pertenecieran a otros y tuvieran poco que ver conmigo. Lo comprenderemos mejor con el símil del retroproyector y la pantalla. Cuando colocamos en el retroproyector una transparencia que queremos mostrar, parece que la transparencia forma parte del aparato. Al encender el proyector, toda la información contenida en la transparencia queda proyectada en la pantalla. Aunque parece que ahora está integrada en la pantalla, la transparencia, con toda la información que contiene, sigue descansando en el retroproyector. Cuando reflejamos algo de nuestro inconsciente masculino o femenino sobre otra persona, ésta resulta en gran medida sobrevalorada o infravalorada. Sanford hace notar que cuando los aspectos positivos del lado femenino de un hombre se proyectan en una mujer, ésta se convierte en objeto de sus mayores deseos, de sus fantasías eróticas y de sus impulsos sexuales. Cree que sólo podrá sentirse plenamente realizado poseyéndola. A veces esta situación se vuelve asfixiante para muchas mujeres. Cuando ella cultiva una relación para desarrollar su propia personalidad encuentra que el hombre empieza a proyectar sobre ella las partes negativas de su inconsciente femenino. Enseguida vuelca en ella la culpa de su desdicha y de su malestar. ¿Tiene algo de extraño? Realmente no. Después de todo, este hombre se ha estado relacionando con su proyección, no con una persona real. Por contraste, Sanford señala igualmente que cuando una mujer refleja su inconsciente masculino sobre un hombre lo ve como un salvador, un guía, un héroe. Llega a convencerse de que sólo con él podrá alcanzar la plenitud. Con el tiempo, sin embargo, empieza a proyectar los aspectos negativos de su inconsciente masculino en este hombre. El que antes era guía y salvador le parece ahora un hombre colérico y decepcionante, responsable de sus complejos de inferioridad y de sus frustraciones. C. LA PROYECCIÓN PRODUCE ENCAPRICHAMIENTO La proyección, tal como la hemos descrito, tiene poco que ver con la verdadera intimidad. Al contrario, produce un estado de fascinación mutua y de encaprichamiento amoroso. Aunque esta situación puede ser un preludio válido para el crecimiento emocional y la intimidad madura, la relación basada exclusivamente en este encaprichamiento no es duradera. Mientras siga estando bajo la influencia de la proyección, de lo que estoy realmente enamorado es de algunos aspectos de mí mismo. El amor auténtico se da entre personas reales, no entre proyecciones. El enamoramiento o el repentino apasionamiento son simples pasos hacia la intimidad. Esta sólo es posible cuando aquellos desaparecen. La intimidad madura requiere que las personas asuman la responsabilidad de su felicidad o su desdicha. No han de esperar que venga otro para hacerlos felices, ni pueden culpar a nadie de su malestar, sus frustraciones o sus problemas. D. LA INTEGRACIÓN EN LA MADUREZ Al llegar a la madurez muchos hombres descubren, a través de una relación, la importancia de la intimidad y el interés por los demás. Bastantes mujeres llegan a esta experiencia antes. Es frecuente que muchas de ellas, al alcanzar la madurez, dejen de mostrar una pretendida generosidad que en realidad las autodestruye. En etapas anteriores de la vida se valoraban por su capacidad de darse a los demás. Con la madurez se plantean si sigue siendo válida la anterior idea de que la mejor manera de mantener una relación es preocuparse por los demás. Ahora hablan abiertamente a los otros sobre lo que necesitan o quie29

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ren. Estas mujeres empiezan a darse cuenta de que alguien a quien no tienen que perjudicar es a ellas mismas.

E. FRACASO EN LA INTEGRACIÓN DE LO MASCULINO Y FEMENINO Cuando no se logran integrar las dimensiones masculina y femenina vienen varias consecuencias. Sanford advierte que el hombre que vive ausente de su dimensión femenina suele mostrarse malhumorado, hipersensible, introvertido. Tiene momentos de enfado y depresión, y es incapaz de mantener una relación. El lenguaje de esta persona es punzante, sarcástico, lleno de indirectas y de dardos venenosos que a veces quieren ser golpes de humor. ¿Cuál es el origen de este comportamiento? Ante todo, hay que ver si el trabajo le deja agotado y sin espacio para la vida afectiva. Por otra parte, puede que tenga dificultades para expresar sus sentimientos. En consecuencia éstos quedan reprimidos en el inconsciente y terminan apareciendo indirectamente en los cambios de humor y en actitudes hostiles encubiertas. Si el lado femenino inconsciente del hombre es el dueño y señor de sus estados de ánimo, el lado masculino inconsciente de la mujer es el que gobierna las opiniones de ella, y se manifiesta en reacciones críticas del tipo “tendrías que”, “deberías”... Los aspectos negativos del lado inconsciente masculino de la mujer van en la línea de los juicios de valor, las aseveraciones críticas, las generalizaciones que no brotan de su propio proceso de pensar y sentir, sino que más bien son recogidas de diversas fuentes autorizadas: los padres, la Iglesia, los superiores religiosos, artículos o libros. Si se proyectan estos aspectos negativos en los demás, tendremos una mujer que se mostrará abrupta, hipercrítica. Pagará un alto precio por ello, perderá su creatividad y llegará a convencerse de que tiene poco que ofrecer a los demás. Todos necesitamos ir mejorando nuestras posibilidades de intimar con los demás. Cuando asumimos nuestro lado masculino y femenino aumenta nuestra capacidad de auténtica cercanía. Toda relación requiere un equilibrio entre la individualidad y el intercambio. Saber integrar esas dimensiones acertadamente nos llevará a un mayor conocimiento y aceptación de nosotros mismos. AMISTAD ENTRE HOMBRES Y MUJERES Ya lo hemos dicho antes, pero vale la pena insistir. Cuando se trata de relaciones, hombres y mujeres se muestran distintos en el estilo y las expectativas. Hemos visto que los hombres se juntan para hacer algo, las mujeres para charlar. Vamos a analizar esto con detalle. Michael McGill, profesor de conductas organizativas y administración de la Universidad Metodista del Sur, indica que los hombres suelen reunirse en torno a algo. Los lazos que se crean entre ellos están más relacionados con la solidaridad que con la comunicación. Desde los primeros años los hombres aprenden a formar parte de un grupo. En la edad adulta el trabajo en equipo sigue teniendo gran importancia para ellos, ya sea en el mundo laboral o en otro tipo de actividades, por ejemplo jugar a fútbol o una partida de cartas. Son las cosas que hacen las que reúnen a los hombres. Si se las quitamos, muchos de ellos ni vuelven a juntarse. Con las mujeres es distinto. Relacionarse con otras mujeres suele ser más importante para ellas que lo que puedan hacer juntas. Lillian Rubin nos recuerda que las mujeres valoran sobre todo la amistad con otras por el apoyo emocional y la comprensión que reciben de ellas. El tiempo que pasan entre amigas suele estar dedicado a comunicar sus experiencias personales y su mundo interior.

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Para ilustrar las diferencias que hay entre el hombre y la mujer en estas áreas de la apertura y de las relaciones McGilI aporta un ejemplo curioso. Si una mujer llama a una amiga y le dice: “Te invito a comer”, ésta seguramente responderá: “¿Cuándo?” Pero si un hombre llama a un amigo y le dice: “Te invito a comer”, la respuesta más probable será: “¿Cómo así?” Estas diferencias entre hombres y mujeres son también evidentes en las relaciones mutuas que se establecen entre unos y otras. Es fácil que se produzca alguna confusión en las expectativas que se tienen respecto a compartir sentimientos y la atracción sexual. ¿Cómo reacciona la gente ante tales situaciones? Hay hombres que dicen haberse sentido a veces presionados por su amiga para que contasen algo más de ellos mismos y que esto les ha hecho sentirse incómodos. Uno contaba que su pareja solía decirle: “No hablamos nunca”. Y él respondía: “Vale, pero ¿de qué quieres que hablemos?” Lo cual dejaba a la mujer sumida en el desamparo. Muchas mujeres dicen sentirse decepcionadas porque sus amigos no son espontáneos a la hora de compartir sentimientos, como a ellas les gustaría. Más de una tendría que decirle al hombre: “Es que nunca sé lo que te pasa”. Hombres y mujeres, sin embargo, están totalmente de acuerdo en el punto siguiente: en el momento crucial de las relaciones hay que dejar resuelto el asunto del sexo antes de seguir profundizando en la amistad. Cuando un hombre o una mujer siente una fuerte atracción sexual durante la relación y no acierta a comunicar sus sentimientos al otro, hay problemas en el horizonte. Dicho todo esto, me parece importante resaltar una vez más algunos de los frutos derivados de una amistad madura. Ante todo, con los amigos no tenemos que tener siempre una coherencia plena. Podemos pensar o sentir de manera distinta según los días, y no pasa nada. Además, aunque la amistad no es de suyo una terapia, sí tiene un aspecto terapéutico: suele ser un elemento crítico en períodos de cambio personal significativo, cuando nuestras esperanzas y nuestros objetivos no concuerdan con lo que “se supone que han de ser” las cosas. PUNTOS DE REFLEXIÓN 1. Reflexiona unos momentos sobre una relación que hayas tenido con una persona de otro sexo. ¿Qué te resultó grato de aquello? ¿Qué diferencias en cuanto a estilo y expectativas crearon confusión entre los dos? ¿Qué es lo que más valoras en tus relaciones con personas de otro sexo? 2. Piensa en alguna época de tu vida en la que tuviste un encaprichamiento amoroso. Describe esa experiencia: lo que sentiste, lo que pasó por tu mente. ¿Qué lección sacaste de todo ello? SEÑALES DE FRACASO EN LA CONSECUCIÓN DE UNA INTIMIDAD MADURA El fracaso al tratar de conseguir una intimidad madura suele desembocar en un algún tipo de retraimiento. ¿Ejemplos de estas secuelas? Para empezar, los hombres y mujeres a quienes les resulta difícil intimar suelen sufrir aislamiento. Esto no tiene nada que ver con una soledad buscada, propia de aquellos que disfrutan de momentos personales, solos con su propia compañía en ocasiones especiales. El aislamiento al que me estoy refiriendo es el de quienes optan por estar solos porque ven un peligro en el acercamiento de otras personas. Otra señal de fracaso en lograr la intimidad madura es el comportamiento estereotipado. Con esto me refiero a esas personas que se sienten más cómodas relacionándose a través del papel que desempeñan que en el directo tú a tú. Los roles sociales en sí mismos son importantes. Es el abuso de ellos lo que crea dificultades. En una fiesta nos alegra saber que hay algunos invitados con quienes tenemos algo en común. Los profeso31

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res tienen mucho de que hablar con otros profesores. Los constructores comparten entre ellos experiencias y problemas similares. Descubrir que alguien ejerce una función semejante a la nuestra ayuda a hacer fluida la interacción, que tanta importancia tiene en cualquier reunión social. Otras personas también esperan que nos pongamos en el papel que ejercemos. Si vas a ver al médico, lo que te interesa es decirle qué te duele, y que te examine de cabo a rabo, que te haga un diagnóstico certero, te recete la medicación necesaria y añada unos consejos prudentes. A casi nadie que va a la consulta le interesa que el médico le cuente su vida. Suponte que trabajas como asesor. Viene un joven que quiere hablar contigo y te cuenta sus problemas afectivos. Lo que este joven espera de ti es que le ayudes. No le resultará nada provechoso que te salgas de tu papel y le respetes: “¿tienes problemas? ¡Pues si vieras los que tengo yo!” El abuso de la función puede crear dificultades. ¿Un ejemplo? ¿Te ha tocado vivir con una hermana de comunidad que está sacando el primer curso de asistente social? Es sábado y luce una espléndida mañana de sol. Tú estás en el comedor desayunando y pensando en la manera de disfrutar de la jornada. Cuando nuestra graduada en ciernes atraviesa el comedor camino de su clase matinal, tú te diriges a ella: “Hermoso día, ¿verdad?” Ella se para, te mira, y casi te grita: “¡Encima me lo dices!”. Pues bien, eso es abuso de la función. El abuso de los roles llega a distanciar a la gente. Un profesor que, durante las comidas, sigue hablando como si estuviera dando una lección más, puede enseñar mucho a los otros comensales pero éstos no tendrán ocasión de conocer la verdadera personalidad del que está soltando la conferencia. Pasa lo mismo con un acompañante que, en cualquier reunión social a la que acude, lo único que hace es escuchar los problemas de los demás. Saber dejar de lado nuestros roles en los momentos apropiados nos permitirá acercarnos más a los demás, favoreciendo el intercambio mutuo. La promiscuidad es un ejemplo último de fallo en el logro de una intimidad madura. Pero hay que tener cuidado con el uso de este término. James y Evelyn Whitehead lo definen así: promiscuidad es la búsqueda compulsiva de intimidad mediante relaciones inciertas, en que las circunstancias son tales que no permiten compartir o revelar algo importante de uno mismo. Examinemos esto con detención. Mucha gente, cuando oye hablar de promiscuidad piensa enseguida en “aventuras de una noche”. Lo cual también es verdad. Pero el término abarca mucho más. Piensen por ejemplo en un hermano que ejerce su misión pastoral como profesor en un centro de enseñanza secundaria. Este hombre se pasa el día con los alumnos. Si la comunidad propone una reunión el martes por la tarde, él ya tiene en agenda un encuentro de animadores a la misma hora. Tampoco puede ir con la comunidad al retiro mensual porque precisamente ese día tiene una convivencia. Tampoco sirve de mucho planear con él las cosas con un mes de antelación. Prácticamente todo su tiempo, hasta el último minuto, está programado en función de sus alumnos. Y si, con cierto malestar, le preguntas: “¿te apetecería disfrutar un poco de la compañía de adultos?”, lo más probable es que te responda: “No, mis alumnos llenan ya todas mis necesidades afectivas.” Este hombre es promiscuo. Veremos por qué. Antes permitidme que les diga que estos alumnos y alumnas mayores necesitan adultos en sus vidas que les quieran, personas con las que puedan compartir ilusiones, sueños, decepciones y fracasos. También es igual de cierto que no necesitan tener al adulto todo el día encima, dando la impresión de que lo único que busca es resolver sus carencias de afecto. Hay cosas que un adulto de treinta y cinco años puede entender de otro adulto de la misma edad, pero que un muchacho de quince no puede. Hay cosas en la vida de una persona de cuarenta años sobre las que cualquier adulto podría opinar, pero no un adolescente. También es importante recordar esto: si lo que esperamos de las personas con quienes trabajamos es que colmen nuestra necesidad de afecto, no estamos ejerciendo ninguna labor pastoral.

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LÍMITES A LA INTIMIDAD A lo largo de este capítulo hemos aludido, en ocasiones, a las cosas que dificultan la posibilidad de intimar en nuestras vidas. Decíamos líneas arriba que el fracaso en lograr una intimidad madura suele terminar en aislamiento. Hay también algunas barreras que limitan nuestras posibilidades de intimar. Echemos un rápido vistazo a algunos de estos obstáculos. A. CONCEPTOS EQUIVOCADOS De vez cuando todos perdemos contacto con la realidad. Nuestras ideas y pensamientos no van en consonancia con nuestras experiencias. Por ejemplo, si tengo una imagen pobre de mí mismo, pensaré que los demás me menosprecian, pero a lo mejor yo soy el único que lo ve así. Pasa lo mismo al hablar de intimidad. En el capítulo I decíamos que el equiparar intimidad con genitalidad nos hace perder el rico significado de la sexualidad. Es también una concepción distorsionada que entorpece seriamente nuestra capacidad de comprender el sentido y el papel de la intimidad en nuestra vida. B. MIEDO A ABRIRSE No cabe duda que unos tienen más dificultad que otros para abrirse a los demás. Hay jóvenes que no tratan fácilmente cuestiones personales con otro hombre. Tampoco expresan a los amigos sus emociones fuertes, aunque sean positivas, como el afecto o la gratitud. Y hay razones que lo explican. Sin embargo es preciso que recordemos que abrirse a los demás es algo que se aprende y se practica. Y aquí ciertamente algunos han tenido menos oportunidades que otros. No son pocos los hombres y mujeres que tienen reparos en abrirse porque hay un prejuicio que influye en ellos: compartir algo importante de mi vida con otra persona es darle autoridad sobre mí. Por poner un ejemplo, se suele dar el caso de aquellos que crecieron en una familia donde había problema de alcoholismo y que luego viven traumatizados por lo que puedan pensar los demás si se enteran de cuál fue su ambiente familiar. Temen que si se revela este secreto experimentarán el rechazo en torno suyo. La capacidad de abrirse es sin embargo un factor esencial en toda relación íntima. Si pienso que al compartir contigo algo significativo de mi vida te estoy dando autoridad sobre mí, andaré siempre dando tumbos en el terreno de la intimidad. C. PROBLEMAS DE DEPENDENCIA Hemos comentado en este capítulo que no son pocos los jóvenes que tienen dificultades con la intimidad. Algunos investigadores resumirían sus teorías con estas simples palabras: los hombres temen la dependencia, las mujeres temen el abandono. Desde muy pronto en la vida, los hombres en su mayoría se esfuerzan por afirmar su autonomía, la independencia es lo primero para ellos. Esto explica que muchos se sientan amenazados ante situaciones que les hacen depender de los demás. No es raro oírle decir a un joven que ha roto una relación porque la chica se le hacía muy posesiva. Según él, le pedía demasiado: su tiempo, sus energías, su mundo interior. Lo que hemos dicho sobre la formación de la identidad es válido también aquí. Entre los veinte y los treinta años, los adultos jóvenes andan muy preocupados por aclarar quiénes son y adónde van. Por eso mismo no estarán en condiciones de lograr una intimidad madura hasta que no se acepten a sí mis33

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mos plenamente. En consecuencia será a partir de la etapa de la madurez cuando tendrán la gran oportunidad de avanzar en el terreno de la intimidad. Con las mujeres es distinto. Ellas tienen miedo a verse abandonadas. Como hemos explicado anteriormente, las mujeres desarrollan su identidad a través de las relaciones. Hay mujeres jóvenes que se quejan de lo inaccesibles que les resultan los chicos con los que salen. Una de ellas, de veintiocho años, lo expresaba así: “Nunca sé lo que está pensando”. En las relaciones que se dan entre jóvenes de ambos sexos surgen dificultades debido a los dos temores que venimos mencionando, el de la dependencia por parte de los hombres y el del abandono por parte de las mujeres. Si una chica se acerca cada vez más a su compañero, puede ser que éste empiece a quejarse de que le está agobiando y termine por decir: “Me estás robando todo mi tiempo”. Este hombre tiene miedo de la excesiva cercanía porque cree que le va a quitar independencia. Al marcar cierta distancia con respecto a su amiga, ésta se angustia por el temor de verse abandonada. Así que intentará acercarse aún más, con lo que conseguirá exasperar más todavía a su pareja, poniendo en serio peligro la relación comenzada. Esos miedos empiezan a disminuir cuando un hombre y una mujer se van sintiendo más seguros de su propia identidad. Este cambio favorece unas relaciones más gratificantes. Desgraciadamente son muchos los que han de esperar hasta la madurez para poder mirar hacia el pasado y comprender entonces por qué tuvieron problemas en sus relaciones cuando eran más jóvenes, cuando aquellos temores eran verdaderas barreras que les impedían adentrarse en la intimidad. D. EL MAL USO DE LA CAPACIDAD DE ESCUCHA Todos tenemos en gran estima al que sabe escuchar. Sea en una fiesta o en una reunión de trabajo, agradecemos que alguien se tome la molestia no sólo de escucharnos sino de intentar comprender lo que queremos decir. Ya que hablamos de barreras que limitan la intimidad, tenemos que responder a esta pregunta: “¿qué momento la capacidad de escuchar puede convertirse en seudo intimidad?” Una relación de acompañamiento, por ejemplo, no es una relación de intimidad. Le faltan algunos elementos necesarios como la apertura mutua y la vulnerabilidad. Una buena capacidad de escucha, por muy apreciable que sea, no garantiza que esa persona reúna las condiciones para la intimidad. E.

LA HOMOFOBIA

Aunque trataremos esta cuestión con más detalle en el capítulo III, ahora es una buena ocasión para decir que la homofobia es un obstáculo para la intimidad madura. ¿Qué es la homofobia? Un miedo irracional a la homosexualidad, y por ende a los gays y a las lesbianas. La homofobia suele estar más vinculada a mitos, temores y estereotipos que a personas reales. Piensen, por ejemplo, en una comunidad religiosa en la que de vez en cuando se hacen chistes o comentarios jocosos sobre los gays. Si un día descubren que uno de sus miembros tiene orientación homosexual, seguro que cambian de actitud. Otro ejemplo: hay hombres y mujeres que manifiestan rechazo y malestar ante los homosexuales... hasta que un buen día se enteran de que el hijo o la hija, o un familiar, o un amigo íntimo lo son. El hecho es que este asunto adquiere otra perspectiva cuando lo relacionamos con personas concretas y no con los prejuicios ambientales.

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F.

UN PASADO CONFLICTIVO

Cuando entramos en el seminario o en una casa de formación, llevamos a la familia con nosotros. No físicamente, por supuesto, pero da la impresión de que vayamos donde vayamos, los de casa se vienen con nosotros. La familia nos influye y nos moldea. Los que no quieren reconocerlo terminan arrastrando actitudes y modales adquiridos en la infancia por todas las comunidades por donde pasan. No hace falta decir que es en el marco familiar donde hemos ido decantando nuestras actitudes respecto a la sexualidad, nuestras ideas de lo que significa ser hombre o mujer, la naturaleza de la intimidad y el celibato. Aunque no son pocos los que echan la culpa de sus problemas en estos campos a la formación religiosa recibida, la verdad es que muchas veces los rectores de seminario y los maestros de novicios lo único que hicieron fue construir sobre cimientos que ya estaban echados desde antes. Dicho esto, también hay que abrirse a la realidad de que las familias perfectas no existen. Los expertos indican que la familia ideal sólo existe en los relatos de ficción, en la vida real son el mirlo blanco. No obstante, muchas familias proporcionan una base, que, sin alcanzar la excelencia, constituye un buen punto de partida para que los hijos vayan caminando hacia su ser de adultos. La psicóloga Kathleen Kelley describe las siguientes características de la familia sana: las relaciones entre sus miembros son sinceras, se reconocen y se abordan los problemas, los sentimientos tienen cabida y se pueden expresar libremente, la comunicación es clara y directa sin necesidad de andarse con rodeos. Todos estos elementos aumentan la posibilidad de desarrollar relaciones de intimidad madura. ¿Qué ocurre con las familias que no consiguen crear este ambiente? O dicho con otras palabras, ¿en qué medida puede determinar una familia conflictiva las relaciones de adulto de sus miembros? Lo veremos. Pero antes de entrar en análisis, es importante constatar que familias problemáticas las hay de todos los estilos. Algunas, por ejemplo, están desestructuradas, los miembros viven ignorándose. Otras viven revueltas, sin los límites normales que deben mediar entre sus componentes, con lo cual se descuida la privacidad necesaria. Son muchos los factores que pueden causar conflicto en la familia. El alcoholismo y otras adicciones, la muerte de la madre cuando los niños son pequeños, unos padres que valoran a los hijos más por lo que logran que por lo que son, el maltrato físico y psíquico, el abuso sexual, un miembro que sufre la depresión o padece una enfermedad crónica. Con frecuencia en estas familias los roles se ven enturbiados por la falta de realismo, de flexibilidad y de humanidad. En un ambiente así cunde el desaliento, se pierde la sinceridad con los demás y con uno mismo. Por dar un ejemplo, vamos a analizar las situaciones familiares en las que existe el problema del alcohol. Los miembros de familias donde hay alcoholismo se suelen regir por reglas poco saludables: la negación, el silencio, la rigidez y el aislamiento. A pesar de que esto tiene un efecto demoledor, hay familias que se empeñan en no salir del círculo. Veámoslo. 1. La negación La gente se cierra a la verdad para protegerse de una realidad que es muy dura de aceptar. En una situación de catástrofe puede ser una forma de defensa válida. Es como un escudo de protección temporal, hasta que la persona sea capaz de comprender la magnitud de la tragedia. Sin embargo, en muchas familias heridas por el alcoholismo, la negación es una cuestión vital, y en ella está la base de los conflictos que surgen entre sus miembros cuando perciben el fuerte desajuste que hay entre lo que ven que está pasando y lo que les dicen que pasa. En algunas familias con problemas de adicción los niños oyen: “Somos una familia feliz. Es una bendición que estemos juntos”. Pero el cuadro que ven no se corresponde con eso, en casa los adultos discuten y se pelean. A pesar de todo, la negación sigue siendo ley en esas familias: ¡Aquí no pasa nada, y ojo con contarle a nadie! 2. El silencio 35

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La “ley del silencio” lleva al retraimiento y al secretismo. Se aprende pronto en familia a no “airear los trapos sucios”. Está prohibido tratar esos asuntos conflictivos con los de dentro y con los de fuera. La ley del silencio impide también manifestar sentimientos y emociones. En las familias con problema de alcoholismo no se afronta la realidad. Sus miembros suelen llegar a la edad adulta sin haber podido discutir con nadie la adicción de los padres o el abuso que han sufrido. La psicóloga Sheila Murphy indica que los adultos que fueron en la infancia víctimas de abuso sexual están frecuentemente bajo el peso de la ley del silencio. Los datos son preocupantes: entre el 25 y el 34 por cien de las mujeres y 1 de cada 7 hombres han sufrido abusos en su infancia. Y añade que el índice puede ser más alto cuando se trata de religiosas. Silencio y secretismo son el común denominador de cualquier tipo de abuso. Al igual que los hijos que vienen de familias conflictivas, los que han sido víctimas de incesto llegan a estar convencidos de que hablando se empeoran las cosas. Revelar los secretos de familia sólo traerá rechazos. Con el paso del tiempo muchas víctimas de incesto dejan relegado a segundo plano el abuso que padecieron, entran en la vida religiosa y se comprometen de por vida al celibato, sin llegar a tener un recuerdo consciente del trauma que sufrieron. ¿Cómo pueden liberarse de esta losa de silencio los hombres y mujeres que provienen de familias con problema? Hay que empezar por reconocer la adicción que se daba dentro de casa o el abuso que se producía, hablar de lo que les sucedió y manifestar lo que sienten. Murphy lo expresa así: “Podemos ser fruto de nuestro pasado, pero no tenemos por qué ser víctimas de nuestro futuro”. 3. La rigidez Las familias conflictivas suelen ser inflexibles. El ambiente se vuelve cada vez más rígido al centrarse en los problemas que tienen. En las familias donde hay alcoholismo los miembros tienen que pagar un alto precio, el deterioro que arrastra tras de sí el que padece la adicción. Al enfrentarse con la conducta del alcohólico que se autojustifica y echa la culpa a los demás, los otros miembros de la familia sienten odio y vergüenza de ellos mismos. Llegan incluso a sentirse indefensos, vejados, lastimados, rechazados, solos y sin control. La estructura rígida de la familia donde hay adictos impide el desarrollo emocional de los hijos. En la edad adulta esta inflexibilidad vivida en la infancia acarrea un peso que hay que saber llevar. Las reglas estrictas de comportamiento pueden servir para dominar situaciones imprevisibles. Pero destruyen algunas de las características de la auténtica intimidad, como la espontaneidad, la sana alegría y la verdadera felicidad. 4. El aislamiento ¿Cómo sobreviven los miembros de las familias donde hay alcoholismo? Aislándose entre ellos y apartándose del entorno. Esto hace que, al llegar a la etapa adulta, se tengan problemas de confianza y dificultades en las relaciones de intimidad. Mientras muchas familias dejan a sus miembros una herencia emocional positiva, otras transmiten confusión en áreas importantes o inculcan unos principios tan rígidos que se convierten en verdaderas murallas para lograr una intimidad madura. La estructura de una familia conflictiva trabaja en dirección opuesta a este tipo de relación: sus miembros niegan los hechos y ocultan sentimientos, son incapaces de hablar sobre lo que está pasando, carecen de confianza, y para sobrevivir se aíslan del mundo que los rodea. ¿Cómo pueden recuperarse las personas que han crecido en este ambiente? Hay que romper esas reglas familiares. Tarea que no es sencilla ni rápida. 36

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PUNTOS DE REFLEXIÓN 1. ¿Cuáles son las barreras que limitan la intimidad en tu vida? Escríbelas. ¿De qué manera te impiden correr el riesgo de experimentar la cercanía con los demás? 2. Piensa durante algunos instantes en cómo era la vida en tu familia. ¿Quiénes vivían en casa cuando tú eras niño? Escribe sus nombres y cómo se relacionaban entre ellos. ¿Qué dificultades surgían en el ámbito familiar y cómo se resolvían? 3. Piensa ahora en el legado emocional que has recibido de tu familia. ¿Qué aspectos te ayudan ahora en tus relaciones de intimidad? ¿Qué aspectos te traen dificultades? “PENSÁNDOLO MEJOR...”: ESTUDIO DE SHEILA MURPHY SOBRE LA INTIMIDAD EN LOS SACERDOTES, RELIGIOSOS Y RELIGIOSAS La psicóloga Suella Murphy, de quien ya hemos hablado, publicó recientemente los resultados de un trabajo relativo a la intimidad entre sacerdotes, religiosos y religiosas. Aunque el campo de muestreo es pequeño y las personas entrevistadas parecen tener un crecimiento emocional y espiritual equilibrado, hay datos que revelan aspectos interesantes. La gran parte de ellos tienen una mayor experiencia de intimidad de lo que una cierta prudencia al uso podría predecir. De entrada, esto ya es un buen presagio para sus vidas de célibe. Murphy basó su trabajo en el reconocido estudio de Michael McGill sobre la intimidad masculina, tomando de él la definición de intimidad como un proceso de apertura a los demás más que como una implicación genital. También recogió algunas de sus preguntas para el cuestionario que ella utilizó, aunque elaboró otras muchas usando material de psicología femenina. McGill descubrió en su estudio que muchos hombres no tenían amigos de verdad. Cuando citaban a alguien, solía ser mujer. Cuando decían que su mejor amigo era otro hombre, McGill hacía un seguimiento personal del caso. Se ponía en contacto con esa persona y le preguntaba acerca de la relación. Muchos de los contactados se quedaban atónitos al verse identificados. Algunos afirmaban que llevaban años sin verse con aquel viejo amigo. McGill observó igualmente que la mayoría de los hombres que fueron objeto de su estudio intimaban regularmente con una mujer que no era su esposa sino una compañera de trabajo, alguien de la familia o una vecina. Estas relaciones, de todos modos, tendían a ser unidireccionales: el hombre hablaba y la mujer escuchaba. En cuanto la sexualidad genital entraba en escena, el hombre dejaba de abrirse. Según Murphy, en el terreno de la intimidad la gran mayoría de sacerdotes y religiosos que ella entrevistó no se comportaban de acuerdo con sus condicionantes culturales ni con la formación recibida. Por ejemplo, el 89 por cien de los que respondieron a su encuesta declaraban haber tenido una amistad íntima y, en contraste con los otros hombres en general, el 59 por cien de ellos afirmaban que esa amistad era masculina. El 97 por cien de las religiosas entrevistadas por Murphy hablaban también de una amistad sincera. Y, como casi todas las mujeres, decían que esa amistad era femenina. Más significativo, si cabe, resulta el hecho de que los hombres y mujeres de la investigación aseguren sentirse a gusto con esas relaciones de intimidad a la vez que se muestran convencidos de que lo saben casi todo acerca de esos amigos y amigas verdaderos. También parece que el “tiempo de interlocución” está bien repartido entre ellos a la hora de hablar y a la hora de escuchar. Y que saben aceptar sus diferencias mutuamente. Murphy nos revela más hallazgos interesantes. Dice que en todos los elementos de intimidad registrados por McGill, los hermanos, hermanas y sacerdotes que fueron analizados en el estudio, se parecían más a las mujeres que a los hombres de la ciudadanía en general. Y saca una conclusión final: mu37

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chos sacerdotes y religiosos se desprenden de aquellas reglas de desapego y distanciamiento que les fueron inculcadas durante su primera formación. Más aún, los que participaron en esa investigación mostraban una sólida dimensión espiritual en sus relaciones, su crecimiento en la intimidad humana parecía ir paralelo a una experiencia de Dios cada vez más profunda. Vale la pena leer el libro de Sheila Murphy A Delicate Dance: Sexuality, Celibacy and Relationships among Catholic Clergy and Religious” (Un baile delicado. Sexualidad, celibato y relaciones en los sacerdotes y religiosos católicos). Completa y enriquece lo que acabo de decir a propósito de la identidad y la intimidad. Antes de meternos en el capítulo siguiente, recordemos los puntos principales que hemos visto en éste. Primero, la identidad responde a la pregunta: “¿soy yo?”. La intimidad tiene más que ver con el riesgo de una cercanía que con una sexualidad genital. Después, los tres elementos de la intimidad madura son: la apertura a los demás, la vulnerabilidad y el mutuo compartir. Finalmente, las barreras que limitan el desarrollo de estas relaciones son: las ideas distorsionadas, el miedo a abrirse, los problemas de dependencia, el mal uso de la capacidad de escucha, la homofobia y un ambiente familiar conflictivo. En el capítulo siguiente vamos a centrar la atención en algunos conceptos fundamentales sobre la sexualidad. Dos caras de la misma moneda: identidad e intimidad. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Kelley, Kathleen. Barriers to Intimacy. (Unpublished lecture) Bronx, NY: February, 1992. Mayer, Adele. Sexual Abuse. (Holmes Beach, FL: Learning Publications, 1985). McGill, Michael. The McGill Report on Male Intimacy. (New York, NY: Holt, Rinehart and Winston, 1985). Murphy, Sheila. A Delicate Dance: Sexuality, Celibacy, and Relationships among Catholic Clergy and Religious. (New York, NY: Crossroad, 1992). Rubin, Lillian. Just Friends: The Role of Friendship in Our Lives. (New York, NY: Harper and Row, 1985). Sammon, Sean D. Alcoholism’s Children: ACoAs in Priesthood and Religious Life. (Staten Island, NY: Alba House, 1989). Sammon, Sean D. “Understanding the Children of Alcoholic Parents,” Human Development 8 (1987): 28-35. Sanford, John. The Invisible Partners. (Ramsey, NJ: Paulist, 1980). Updike, John. A Month of Sundays. (New York, NY: Fawcett, 1975). Whitehead, Evelyn E. and James D. Christian Life Patterns. (Garden City, NY: Doubleday, 1979).

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Capítulo III: SEXO Y EQUILIBRIO PERSONAL Una última historia. Se trata de una niña llamada Emily. Tiene siete años y estudia en el colegio católico de la localidad. Entre las materias que imparten allí hay una sobre educación sexual. Un día la profesora dio unas nociones básicas de lo que es la genealogía. Antes de acabar la lección dijo a la clase: “Les voy a dar una tarea para mañana. Cuando volváis a casa, recoged todos los datos que podáis sobre vuestros antepasados. Es muy interesante saber de dónde venimos. Este ejercicio les ayudará a comprenderlo “. Aquella tarde Emily esperó ansiosa a que su padre regresara del trabajo. En cuanto abrió la puerta corrió hacia él y le dijo: “Papá, papá ¿me ayudas a hacer los deberes? “. El padre la cogió en brazos, le dio un beso y le contestó: “Claro que sí, pequeña, pero antes vamos a cenar. Luego, cuando recojamos la mesa, te ayudaré todo lo que haga falta”. Después de cenar, cuando terminaron de llevar los platos a la cocina, el padre le dijo: “Bueno, Emily, vamos al salón y hacemos esa tarea que te han mandado “. Se sentaron, y la pequeña se acodó en el brazo del sofá en actitud de iniciar el trabajo. Sacó el cuaderno, echó una ojeada y, mirando a su padre, le preguntó: “Papá, ¿de dónde vengo yo?” El hombre se quedó de una pieza. Pensó para sí: “Santo cielo, yo creía que hasta dentro de unos años no me iba a tocar contestar a eso”. ¿Qué hizo, entonces? Dio una respuesta evasiva, para salir del paso: “Emily, ésa es una buena pregunta y se contesta fácil. Verás, hace unos setenta y cinco años una cigüeña voló a Pennsylvania y trajo a tu abuelo. Tres años más tarde otra cigüeña voló a Kansas y trajo a tu abuela.” Como Emily sólo conocía a los abuelos paternos, en vez de seguir con los otros, el padre continuó explicando: “Hace unos treinta y cinco años una cigüeña voló a Illinois y trajo a tu papá. Otra cigüeña fue a California hace treinta y dos años y trajo a mamá. Después, hace justo siete años, una cigüeña vino aquí a Massachussets y trajo a una jovencita encantadora que se llama Emily “. Según hablaba e/padre, la niña tomaba notas de todo lo que decía. Luego levantó la vista y preguntó: “¿Eso es todo, papá?” El padre le aseguró que sí Entonces la pequeña guardó el cuaderno en la mochila, agradeció el servicio prestado y se retiró a dormir. Al día siguiente se levantó con diligencia y salió para el colegio a la hora habitual. Siguiendo la jornada lectiva llegó el momento de la clase de educación sexual. Después de dar algunas explicaciones, la profesora dijo: “Bien, ahora tomad vuestros deberes y vamos a comentarlos “. Y empezó a deambular entre los pupitres observando los trabajos y preguntando a los niños y niñas qué habían aprendido de víspera en casa. Le llegó el turno a nuestra pequeña. “A ver, Emily ¿qué has sacado tú en limpio de este trabajo?“. La niña se puso en pie y, apoyándose en la mesa, dijo: “He descubierto algo muy extraño. En los últimos setenta y cinco años han nacido por lo menos cinco personas en mi familia y, sin embargo, nadie ha mantenido relaciones sexuales durante todo ese tiempo “. Es evidente que a Emily no le habían dado una información sexual correcta. Lo que ofrecemos en este capítulo pretende ser algo más acertado. Empezaremos viendo los factores que favorecen o que impiden un desarrollo psicosexual sano. También hablaremos del despertar sexual, de la identidad sexual, y 39

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definiremos dos conceptos importantes: la identidad genital y la identidad de género. Al final abordaremos la cuestión de la orientación sexual. Una aclaración antes de comenzar. Los que están llamados a una vida de celibato necesitan una información precisa y adecuada sobre la sexualidad humana. Este capítulo camina en esa dirección. Vamos con ello. FACTORES QUE FAVORECEN UN SANO CRECIMIENTO PSICOSEXUAL Hablando a un grupo de superiores religiosos hace ya unos años, el psicólogo Richard Gilmartin proponía estas cuatro pistas para un crecimiento psicosexual sano: ser realistas, no idealizar, profundizar en el significado de algunas conductas sexuales, y darse cuenta de que todos cometemos errores. Veámoslo, punto por punto. A. SER REALISTAS Casi todos tendemos a ser bastante poco realistas cuando se trata de la sexualidad. Solemos considerarla como algo separado del resto de la vida. Gilmartin lo ilustra haciendo una pregunta: ¿os imagináis qué pasaría si la función biológica de alimentarse sufriera las mismas consecuencias que la sexualidad humana? Seguramente tendríamos el siguiente escenario: habría gente que se taparía las manos y la boca en público porque les parecería indecente exponer esas partes de su cuerpo. Mascar chicle sin azúcar sería como cometer un pecado grave, pues se trata de algo que carece de valor nutritivo. Tomarse un whisky no pasaría de pecado leve ya que se supone que tiene algún aporte energético y por tanto su consumo podría justificarse con el apoyo de las leyes naturales. Todo aquel que pidiera publicaciones pornográficas por correo recibiría libros de cocina en envíos con discreción garantizada. Los grandes maestros de la gastronomía estarían considerados como los reyes del erotismo. Pensaréis que todo esto es sencillamente ridículo. Sin embargo refleja en cierto modo las actitudes que muchos de nosotros tenemos con respecto a la sexualidad. Para crecer psicosexualmente sanos, ante todo y sobre todo hay que ser realistas. B. NO IDEALIZAR Si un muchacho de 14 años pega a un compañero en el patio del colegio, podríamos decir que ha faltado contra la caridad, pero ni se nos ocurriría pensar que ha echado a perder su vida, como si no hubiera ofensa mayor. Por el contrario, ¿cómo reaccionamos cuando una persona comete una falta contra la castidad? Da la impresión de que para muchos de nosotros la virtud de la caridad no es tan importante como la castidad. Tenemos ejemplos de esto a millares en las comunidades religiosas y en las casas parroquiales. Hay sacerdotes, religiosas y religiosos que no llegan ni siquiera a un comportamiento mínimo de cortesía con las personas con quienes viven. Pero no le damos mayor importancia. A veces tratamos incluso de justificar las cosas arguyendo que somos humanos o sencillamente hacemos gestos de resignación porque no hay esperanza de que se produzca cambio alguno. Pero imagínense que un miembro de esa misma comunidad comete una falta contra la castidad. Las reacciones serían inmediatas, desde los que se llevarían las manos a la cabeza escandalizados hasta los que afirman que lo veían venir, “ya te lo decía yo”. Nadie se priva de aportar su parecer y su consejo en esas circunstancias. 40

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Hay que ir avanzando hacia posiciones más realistas en torno a la sexualidad y bajarle grados a la idealización de la castidad. Mientras tanto no estará de más que nos vayamos convenciendo de que la virtud teologal de la caridad es por lo menos tan importante como la castidad. C. PROFUNDIZAR EN EL SIGNIFICADO DE ALGUNAS CONDUCTAS SEXUALES Hay personas que responden a situaciones de tensión con un aumento de actividad sexual. Un experto en acompañamiento, por ejemplo, atiende a una persona que anda preocupada por lo que parece ser un hábito de masturbación en el que incurre cada vez con más frecuencia. Al analizar la situación el acompañante se da cuenta de varias cosas: esa persona se encuentra extremadamente agotada y muy nerviosa. La masturbación es su manera de descargar esa tensión. En las sesiones siguientes ambos dedican menos tiempo a hablar de la masturbación. Lo que hacen es examinar las causas de su desequilibrio. Con el tiempo, el problema de la masturbación se va difuminando. La conducta de esa persona se manifiesta en la sexualidad, pero estaríamos regando fuera del tiesto si dijéramos que es de índole sexual. Otro ejemplo. El psicólogo Patrick Carnes utiliza el término de adicción sexual cuando se refiere a situaciones en las que una persona siente un impulso sexual mezclado con una sensación de impotencia respecto a sus pensamientos y acciones. Mic Hunter, especialista en ese campo, nos da siete características para determinar cuándo una persona tiene adicción sexual: 1. Te ves implicado en conducta sexual en desacuerdo contigo mismo. 2. Te impones normas estrictas en cuanto a tu comportamiento sexual pero las incumples repetidamente y no aciertas a cambiar de conducta. 3. Tu conducta sexual va dejando una estela de consecuencias negativas en tu vida. 4. Tu conducta se vuelve ritualista. 5. Se reduce la tensión, pero hay ausencia de placer durante la actividad sexual y en los momentos posteriores. 6. Estás preocupado por las cuestiones sexuales o tienes ideas obsesivas referidas al sexo. 7. Ni tú ni un terapeuta podéis explicar cuáles son las tensiones que te llevan a este tipo de conducta. Digámoslo de nuevo, hay comportamientos que parecen sexuales y sin embargo pueden tener otro significado. Los que padecen ansiedad respecto a los alimentos deben aprender a comer de manera sana, y hay que ayudarles en ese proceso. Asociaciones como la de Bulímicos Anónimos y otras saben bien cómo hacerlo. Del mismo modo quienes actúan de manera compulsiva en lo referente al sexo tienen que ir aprendiendo comportamientos sexuales más sanos. Hunter afirma que va cambiando la opinión que existía sobre la figura del obseso sexual. Estamos empezando a comprender mejor el sentido profundo de su conducta. Con ayuda de grupos de terapia especializados, pueden recuperarse, y de hecho lo consiguen. D. DARSE CUENTA DE QUE TODOS COMETEMOS ERRORES Si todos estuviéramos dispuestos a admitir que cometemos errores en el terreno de la sexualidad, nuestro crecimiento y maduración en este importante aspecto de la vida iría por mejores derroteros. Por desgracia muchos somos víctimas de esa conspiración de silencio que suele rodear a los temas sexuales, lo que nos impide dialogar sinceramente sobre el particular y, menos todavía, hablar de nuestros fallos. Al oír eso de “cometer errores” en relación a la sexualidad más de uno se imaginará que nos estamos refiriendo a algún tipo de transgresión genital. En realidad la mayor parte de los errores que cometemos en este campo tiene que ver con nuestro miedo a la intimidad: son patinazos relacionales. Recordad lo que comentábamos en el capítulo II acerca de la identidad hipotecada. Señalábamos entonces que la 41

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mayor parte de las personas que la cierran prematuramente, suelen tener dificultades en el ámbito de las relaciones íntimas. Está claro que cometen errores que se refieren a la sexualidad, ya que, al no tener seguridad plena de su identidad no permiten a los demás una cercanía que podría influenciarles. Por lo tanto, una de las cosas más reales que podemos decir sobre la sexualidad es que todos cometemos errores en ese terreno. Casados, solteros, sacerdotes, y religiosos, todos llevamos encima nuestro propio lote de equivocaciones a ese respecto. Unos han tenido miedo a confrontar su imagen personal en una relación, malgastando así una oportunidad de llegar a la intimidad. Otros han transgredido genitalmente. Cuanto antes admitamos los hechos, mejor nos sentiremos. FACTORES QUE IMPIDEN UNA MADURACIÓN PSICOSEXUAL SANA Si hay elementos que favorecen un sano desarrollo psicosexual, también hay otros que lo dificultan. Suzanne Breckel, religiosa mercedaria y psicóloga, solía hablar de cuatro factores que impiden el crecimiento psicosexual: una actitud de inmadurez sexual, el uso de un rol social para definir quiénes somos, comunicar asexualidad, y manifestar ciertas conductas compensatorias en lugar de expresar la sexualidad de una manera sana. Vamos a analizarlo. A. UNA ACTITUD DE INMADUREZ SEXUAL En el capítulo anterior hemos visto que la identidad y el sentido de la propia intimidad son cruciales para crecer en las relaciones. A muchos de nosotros se nos hace difícil la cercanía de otras personas, a menos que estemos bien seguros de quiénes somos y adónde vamos. No son pocos, sin embargo, los que viven aquejados de inmadurez sexual. No quieren estar solos, les aterra la soledad. No son capaces de otorgarse a sí mismos un espacio para encontrarse con su propia intimidad. ¿Has vivido alguna vez en comunidad con alguien a quien no se le puede dejar solo? Algunos se refieren a este tipo de personas diciendo que son “como lapas”. Se pasan horas en la sala de comunidad comentando las idas y venidas de todo el mundo. Pero en cuanto se les deja solos, ya no saben qué hacer. Enseguida se valen de su astucia para convencer a los demás de que siempre tiene que haber alguien con ellos. Todos sabemos que en la vida comunitaria, corno en cualquier otro tipo de vida, hay momentos en que nos quedamos solos. En esas ocasiones, los que no soportan la soledad se sienten invadidos de angustia y de ansiedad. En cierto modo estas personas viven al margen de sus propios recursos interiores. James y Evelyn Whitehead definen la autointimidad como una virtud mediante la cual uno va creciendo en la conciencia y la aceptación de la persona concreta en que se está convirtiendo. Señalan también que el proceso de metanoia y el desarrollo de la autointimidad caminan paralelos. Hemos heredado el concepto de metanoia como un cambio del corazón. Los Whitehead le dan otro significado: se trata de mostrar un amor tolerante a esa amalgama de fuerzas y debilidades con las que yo me identifico a mí mismo. El perdón juega un papel importante en este proceso. La metanoia es una llamada a contemplar la culpa que hay dentro de mí a través de una invitación al perdón. En palabras de los Whitehead, el perdón nos da el poder de cambiar el pasado y de extraer fuerzas de donde antes hubo fallos. Una cierta predisposición a la soledad es esencial para que uno pueda intimar consigo mismo. Los que alborotan sus vidas con distracciones para evitar encontrarse a sí mismos están perdiendo la oportunidad de acometer esta importante tarea de crecimiento personal. La intimidad con uno mismo ofrece muchos aspectos positivos. No sólo me ayuda a sentirme a gusto en los momentos en que estoy solo, sino que me lleva a reajustar mi vida y a comprender mejor qué 42

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es lo que me mueve a hacer las cosas tal como las hago. Además me da la fuerza que necesito para superar el riesgo de aislamiento, y favorece el sano desarrollo psicosexual. B. USO DE UN ROL SOCIAL PARA DEFINIR QUIÉNES SOMOS Hemos discutido la cuestión de los roles con cierta extensión en el capítulo II, así que me limitaré a unas breves consideraciones. En su momento hicimos una puntualización significativa: los roles de suyo son importantes, los problemas vienen cuando hacemos mal uso de ellos. Recuerden lo que decíamos de aquellas personas que no abandonan su rol ni por un minuto, y son profesores, terapeutas, o estudiantes las veinticuatro horas del día. Aparte de poner a prueba la paciencia de los demás, lo que éstos consiguen finalmente es que todo el mundo escape de ellos. Y el alejamiento es el gran impedimento para todo desarrollo psicosexual sano. Cuando me valgo de mi papel social para guardar las distancias, no concedo a los otros esa cercanía necesaria que me permitiría yerme influenciado por la relación con ellos. Por ejemplo, pongamos el caso de un sacerdote, un miembro de la comunidad o un colega que mantiene su papel social en todo momento. ¿Puedes estar seguro de lo que esa persona piensa o siente? ¿Cuáles son sus sueños e ilusiones? ¿A qué le tiene miedo? Cuando vivimos con alguien que no se apea del rol que desempeña ni de noche ni de día, sentimos que tenemos delante a un actor más que a una persona verdadera. C. COMUNICAR ASEXUALIDAD El diccionario define la asexualidad en términos de “no tener sexo”. Sin embargo James Nelson sugiere que, cuando nos referimos a personas asexuales, sería más exacto hablar de carencia de sensualidad, esa característica que está tan relacionada con el juego y el disfrute del placer. El juego no tiene estructuras previas. Cuando juego, mi mente navega sin inhibiciones y siento mi cuerpo libre y relajado. El juego está estrechamente asociado con el mundo de la infancia y con el niño que todos llevamos dentro. Jugar significa confiar en que el mundo que me rodea no me hará daño y relajarme hasta tal punto que pueda llegar a gozar de mi propia vulnerabilidad. Cuando crece la sensualidad en las personas, aumenta también en ellas la capacidad de jugar. Y se sienten más en armonía con el placer, el erotismo se difunde por todo su cuerpo. La gente asexual no acierta a jugar ni sabe experimentar placer. Sus relaciones se sustentan en la capacidad de controlar la situación y en la competencia. Con lo cual terminan pareciendo de piedra. Confunden lo erótico con lo genital. Todos estos factores limitan la posibilidad de intimar y de tener un sano crecimiento psicosexual. Una observación final. Si ves a hombres y mujeres célibes comunicando asexualidad, no eches la culpa a la vida de castidad. La asexualidad tiene poco que ver con la manera como uno se presenta o con las opciones que puede haber tomado. Tiene mucho más que ver con la incapacidad personal de experimentar el placer y de jugar. D. CONDUCTAS COMPENSATORIAS EN LUGAR DE EXPRESAR LA SEXUALIDAD DE UNA MANERA SANA Suzanne Breckel dice que muchos de nosotros usamos ciertas conductas para compensar la falta de una manifestación sana de nuestra sexualidad. Lo vamos a ver con más detalle. 43

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1. La dependencia de drogas como sustituto de nuestras necesidades afectivas Hay hombres y mujeres que abusan del alcohol o de otras sustancias en un intento de satisfacer la necesidad que tienen de afecto. Muchos alcohólicos, por ejemplo, terminan teniendo una relación más estrecha con la botella que con las personas. Con el tiempo su vida se va centrando en el beber y en las ocasiones que lo propician. Los que crecieron en una familia traumatizada por el alcoholismo y por otros problemas suelen recurrir a las sustancias químicas en un desesperado intento por compensar el afecto que les falta. Unos abusan del alcohol, otros de la comida descontrolada, o los fármacos, con receta médica o sin ella. Si una persona está buscando esto para aliviar un sufrimiento interior, debería al menos preguntarse: ¿No será este comportamiento compulsivo la manera de compensar la falta de una sana expresión de mi sexualidad? 2. Dependencia exagerada del deporte, el cine, la televisión etc. Los deportes, el cine, el teatro, la televisión, el ir de compras y otras aficiones son, para la mayoría, simples pasatiempos. Hay quienes disfrutan haciendo deporte, otros se relajan viéndolo. Hay quienes se entretienen yendo de compras y quienes recobran energías dedicando un tiempo a pequeños trabajos de jardinería, bricolaje o pintura. ¿Cuándo podemos hablar de dependencia exagerada de la televisión, los deportes, el cine, las compras etc? Piensen en aquellos que hablan, andan, comen y duermen con deportes, veinticuatro horas al día, siete días a la semana. No parece que haya otra cosa que les interese. Hablar con ellos de temas distintos, sobre todo comunicarse los sentimientos, es misión imposible. Cuando mi vida entera gira en torno a una sola actividad, sea la que sea, tendría que hacerme la siguiente pregunta: ¿No estaré tapando con esto la necesidad que tengo de afecto? 3. Una desmedida intelectualización La dimensión intelectual juega un papel importante en el día a día de nuestra existencia. Es necesaria para llevar una vida equilibrada, como lo es el ejercicio físico o cualquiera de las otras dimensiones antes mencionadas. ¿Qué les ocurre a las personas que utilizan su inteligencia como sustitutivo de sus necesidades afectivas? Un hermano de edad madura, al echar un vistazo a sus años de juventud, se da cuenta de que los libros, las metas intelectuales que se propuso en su vida, no eran sino una manera inconsciente de combatir la soledad que sentía. Ahora, en sus años de madurez, se ve más capacitado para afrontar esa carencia de relaciones y encontrar medios más apropiados para resolver el problema. 4. El exceso de trabajo No faltan en la vida de celibato los que se entregan a un trabajo desbordante en un intento de llenar su vacío afectivo. Son gente que se afana día y noche, que no para ni en los fines de semana. Si de entrada ya tenían poca vida personal, con ese ritmo imparable acabarán por no tener ninguna. Trabajar es algo satisfactorio para muchas personas, sobre todo si se trata de algo que gusta y que tiene un objetivo. Pero hacerlo sin medida puede ser, como el intelectualismo o el exceso de televisión o deportes, un impedimento para el sano desarrollo psicosexual. Si te cuesta recordar cuándo fue la última vez que te tomaste un día libre a lo mejor te convenía hacerte esta pregunta: ¿cuándo, cómo y dónde expreso mí sexualidad de manera saludable?

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5. Apego exagerado a los animales domésticos ¿Has coincidido alguna vez en comunidad con personas que se preocupaban más del perro que de los que vivían con él? Al perro le atendían con mimo varias veces en el día, a las personas que residían bajo el mismo techo no les alcanzaba tanta dedicación. Como pasa en las familias, tener un perro, un gato u otro animal doméstico en la comunidad puede ser una buena cosa. Sólo que hay que respetar las reglas: lo primero son las personas y no los animales, ya caminen sobre cuatro patas o vuelen por los aires o repten sobre la tierra. De todos modos seamos prudentes a la hora de juzgar a los demás por su cariño a los animales. Cuando veas a un amigo, o un compañero, o un cura conocido, o un miembro de tu comunidad paseando al perro evita gestos y sonrisitas, y procura no pensar: “eso sí que es una conducta compensatoria por falta de una sana expresión de la sexualidad”. Y mucho menos se lo digas a él. A la hora de hacer un juicio de valor sobre el apego excesivo a los animales domésticos, o cualquiera de los ejemplos citados en esta sección, no estará mal que nos miremos primero a nosotros mismos antes de juzgar las motivaciones de los demás. PUNTOS PARA LA REFLEXION Como en ocasiones anteriores, dedica unos momentos a reflexionar sobre las preguntas que siguen. Responder a ellas te ayudará a aplicar esos temas a tu propia realidad. Recuerda que tu reflexión se verá enriquecida si la compartes con otros. 1. Identifica en tu vida los factores que favorecen o dificultan tu crecimiento psicosexual. Enuméralos. ¿En qué medida te ayudan o te ponen obstáculos cada uno de ellos en el proceso de un sano crecimiento? 2. Piensa de nuevo en esos factores que inhiben tu desarrollo psicosexual. ¿Qué pasos concretos puedes dar para superarlos? EL DESPERTAR SEXUAL El dominico Donaid Georgen utiliza el término de despertar sexual al referirse a esos fuertes impulsos que van acompañados de un deseo genital y de un sentido de urgencia. Se suele asociar esta experiencia con la aparición de la pubertad. Para muchos adolescentes es como si sus sentimientos sexuales genitales estuvieran fuera de control. En algunos hombres y mujeres, sin embargo, este despertar del impulso sexual se retrasa. Debido a la educación y a la formación religiosa que han recibido, reprimen temerosos todo lo que tenga que ver con esto y, en consecuencia, su sexualidad no se “despierta” hasta más tarde. Pensemos en un hombre que, al llegar a los treinta años, descubre que tiene una orientación homosexual. Quizá te preguntes por qué tardó tanto tiempo en darse cuenta. Ya hemos comentado que en nuestra sociedad hay bastante homofobia. Cuando este hombre era todavía un muchacho que entraba en la pubertad acaso tuvo miedo de sus sentimientos homosexuales y de las posibles reacciones de los demás hacia él, así que los enterró debajo de su conciencia. Al llegar a los treinta años, una amistad, una lectura sobre el tema de la homosexualidad, o un proceso terapéutico, le devuelven esta parte perdida de sí mismo. Pongamos otro ejemplo. Hay hombres y mujeres que entraron en la vida religiosa o en el sacerdocio en una época en que no se discutía abiertamente sobre sexualidad y había pocas posibilidades de relacionarse con las personas de otro sexo. Por tanto muchos sufrieron retraso en el despertar sexual. Fue más tarde cuando empezaron a experimentar deseos genitales e impulsos acuciantes. Sea antes o después cuando se despierte nuestra sexualidad todos afrontamos un mismo reto: relacionar esta nueva ca45

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pacidad de sexualidad genital con nuestra capacidad de amar. Hasta que no llevemos a cabo esta tarea seguiremos experimentando siempre ansiedad y miedo con respecto a nuestra sexualidad. El proceso del despertar sexual trae consigo una gran lección, aprendo la diferencia que existe entre sentir el impulso del sexo y actuar siguiendo ese impulso. Poco a poco descubro que soy capaz de controlar mi conducta. Desgraciadamente cuando se habla de impulso sexual se suele hacer de tal manera que nos inducen a pensar que es algo distinto de los otros impulsos que sentimos. Y eso no es verdad. Pensemos en un súbito arranque de cólera. Hay personas que reconocen que se pusieron tan furiosos que pensaron que iban perder el control hasta herir o matar a alguien. La gran mayoría, sin embargo, fueron capaces de administrar esos impulsos y desviarlos hacia otras salidas. Algunos, por ejemplo, pusieron tierra de por medio para evitar el encuentro hostil, dando tiempo al tiempo para que los ánimos se calmaran. Puede que más tarde llegasen a hablar con la persona que les provocó el arrebato de ira con la intención de limar las diferencias. Otro ejemplo más. Hay muchos hombres y mujeres casados que afirman sentirse atraídos sexualmente por otras personas además de su pareja. ¿Qué respuesta le dan a esto? Casi todos ellos toman opciones sobre su propia conducta. Esto debe quedar muy claro. Tanto los casados, como los solteros y los célibes han de tener este pensamiento en la mente: cuando nos metemos en terreno de sexualidad tenemos que optar, podemos controlar nuestro comportamiento. CONCEPTOS FUNDAMENTALES DE SEXUALIDAD HUMANA Hace varios años, el entonces sacerdote y psiquiatra Michael Peterson se dirigió a una asamblea de obispos de los Estados Unidos. Durante su conferencia definió algunos conceptos de identidad sexual que pueden resultarnos útiles en la reflexión que nos ocupa. El habló de identidad genital, identidad de género, identidad del papel sexual y la preferencia del objeto sexual u orientación sexual. Veamos algo de lo que expuso en aquella charla.

A. IDENTIDAD GENITAL Antes de cumplir los dos años, el niño se da cuenta de que tiene pene. Con el tiempo descubre que también lo tiene su padre, otros familiares y amiguitos. También advierte que hay otras personas que no. Que nadie se alarme, no estamos hablando de una casa en la que todo el mundo anda desnudo. Lo que pasa es que los pequeños son curiosos. Por ejemplo, los hay que les gusta jugar a “médicos”. Es algo inofensivo que surge de sus mentes infantiles siempre ansiosas por descubrir algo. Lo verdaderamente preocupante, muchas veces, es la reacción desproporcionada de los padres que descubren a los niños jugando a estas cosas. Peterson dice que hay unanimidad en los teóricos de la psicología evolutiva cuando sitúan en los dos años el momento en que los niños llegan a reconocer la diferencia genital. La identidad genital se basa en la biología. Una persona se define como varón o hembra según su fisiología. Un último punto. El significado de la identidad genital cambia a lo largo de la vida. La percepción que tiene un niño de dos años acerca de su pene no tiene nada que ver con el reconocimiento de su función y de su masculinidad cuando llega a los veinte.

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B. IDENTIDAD DE GÉNERO La identidad de género es una expresión que se utiliza para describir los sentimientos de la gente respecto a su masculinidad o feminidad. Esto es algo que aparece ya arraigado en la infancia y que se resiste al cambio con el paso del tiempo. A muchos les cuesta describir lo que significa para ellos ser hombre o mujer. No es extraño que un hombre tienda a utilizar estereotipos para comunicar a otros lo que significa la masculinidad para él. Para hacerse entender hablará de autosuficiencia, independencia, capacidad de cuidar de sí mismo y de los demás. Pero puede llegar el momento en que se haga esta reflexión: “así es como yo me veo, pero las palabras a lo mejor no recogen el sentido de mi experiencia”. Pasa lo mismo con las mujeres. Al pedirles que expliquen lo que significa la feminidad para ellas, se afanan en buscar expresiones que reflejen lo que experimentan. Y muchas terminan diciendo: “me faltan palabras, no es fácil expresar lo que llevo dentro”. Resumiendo, la identidad genital está basada en la biología. La identidad del género indica cómo me siento en cuanto a mi masculinidad o mi feminidad. C. IDENTIDAD DEL PAPEL SEXUAL La identidad en cuanto al rol sexual viene determinada por el contexto cultural propio en que se mueve cualquier período de la historia. Por ejemplo, a principios del siglo XX los hombres eran “los que traían el pan a casa”. Había pocas mujeres que tuvieran un empleo fuera del hogar. Hace treinta años te habrías quedado boquiabierto al ver a una mujer trabajando de ingeniero en una red de autopistas. Hoy no nos llama la atención. La forma de vestir se ve también afectada por los cambios de conducta en los roles sexuales. Hasta hace poco sólo llevaban pendientes las mujeres. Ahora no pocos hombres los llevan también. Puede haber cambios rápidos en los papeles del sexo o del género. Lo que en un momento determinado se consideraba “impensable” puede convertirse en una realidad distinta por influencia de la cultura y de la evolución de los roles sociales. E. ORIENTACIÓN SEXUAL Detengámonos un instante para definir la heterosexualidad. Michael Peterson dice que, para mucha gente, ésta es una tarea carente de sentido, una pérdida de tiempo. A fin de cuentas, ¿ser heterosexual, no es lo normal? ¿no son evidentes y bien conocidos los comportamientos heterosexuales? No del todo. Como la gran parte de la literatura científica se ha ocupado del tema de la homosexualidad y otras cuestiones similares, al final resulta que no es tanto lo que sabemos sobre los determinantes de la conducta heterosexual. En las páginas que siguen nos vamos a centrar en la homosexualidad. Es un terreno en el que, aparte de haber poca unanimidad entre los que lo investigan, han abundado desde siempre los mitos, el miedo y un sinfín de prejuicios. Vamos a intentar arrojar alguna luz sobre esta cuestión y sobre los malentendidos y estereotipos que la acompañan. DEFINICIONES DE HETEROSEXUALIDAD Y HOMOSEXUALIDAD El psicólogo James McCary define la heterosexualidad como la atracción sexual o la actividad sexual entre personas de sexo opuesto. Su definición de homosexualidad es justamente la contraria: la atracción sexual o la actividad sexual entre personas del mismo sexo. Aunque parece que el contenido es 47

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obvio, estas dos definiciones presentan algunos problemas. Si quieres decidir la orientación sexual de una persona ¿en qué te tienes que fijar, en el cerebro o en los genitales? Vamos a aclararlo con un dato real. Es un hecho cierto que un buen número de hombres y mujeres de tendencia homosexual están, de hecho, casados y viven en matrimonio heterosexual. Todo el que ha trabajado algún tiempo en los tribunales eclesiásticos conoce esta realidad. De vez en cuando se presentan parejas que vienen a pedir la nulidad matrimonial alegando precisamente que uno de los cónyuges tiene orientación homosexual. Cuando el auditor canónico se enfrenta por primera vez a este tipo de situaciones no puede evitar sentir cierta perplejidad y confusión, sobre todo si la pareja lleva bastantes años de matrimonio y además tienen descendencia. ¿Cómo pueden tener hijos si uno de ellos es homosexual? Bien sencillo, igual que todo el mundo. Si el auditor continúa con la instrucción del caso, llegará a saber que el cónyuge que es gay o lesbiana se alimentaba de fantasías homosexuales mientras ejercitaba el intercurso heterosexual. Un hombre confesaba que, para conseguir y mantener la erección, su imaginación estaba exclusivamente centrada en hombres. Oímos con frecuencia que los presos desarrollan una relación genital con compañeros de celda o con otros internos del penal. Aunque esta relación persista durante el tiempo de la condena, al ser liberados vuelven a sus esquemas sexuales anteriores y se relacionan con mujeres. ¿Cómo se explican estos cambios de conducta? Preguntando a las partes implicadas obtendremos la respuesta. El encarcelado nos dirá que tenía fantasías heterosexuales cuando mantenía una relación homosexual con su compañero de celda. Cuando le dieron la libertad recuperó su relación sexual con la pareja elegida, una mujer. Para entender mejor estos hechos, examinemos más de cerca el área de la homosexualidad. ALFRED KINSEY Y LA ORIENTACIÓN SEXUAL Al final de los años cuarenta, un entomólogo llamado Alfred Kinsey tuvo una brillante idea. Pensó que la mejor manera de obtener información precisa sobre el comportamiento sexual de las personas era preguntar directamente a las personas. Y eso es lo que hizo, ayudado por su equipó de colaboradores. Sus esfuerzos se plasmaron en la publicación de dos trabajos monumentales: La conducta sexual de los varones y La conducta sexual de las mujeres. Los hallazgos de Kinsey no tuvieron una buena acogida por parte de todos. Sheila Murphy nos dice que, como consecuencia de la publicación, en 1948 y 1953, de los estudios sobre el comportamiento sexual de hombres y mujeres, llegó a ser acusado de comunista ante el Comité de Actividades Antiamericanas. ¿Qué dijo Kinsey acerca de la homosexualidad? Según sus datos, el 60 por cien de los muchachos y el 33 por cien de las chicas, habían tenido algún tipo de experiencia homosexual al llegar a los 15 años. También señala que el 37 por cien de los hombres y el 13 por cien de las mujeres habían tenido en algún momento de su vida una actividad homosexual hasta culminar el orgasmo. En relación con los varones, Kinsey recogió lo siguiente: - El 25 por cien de los entrevistados habían tenido experiencias o reacciones homosexuales algo más que casuales durante al menos tres años, entre los 16 y los 55 años. - El 18 por cien habían mantenido una conducta simultáneamente heterosexual y homosexual durante al menos tres años de su vida, entre los 16 y los 66 años. - El 10 por cien habían sido más o menos exclusivamente homosexuales al menos durante tres años entre los 16 y los 55 años - El 4 por cien declaraba haber sido exclusivamente homosexuales durante al menos tres años comprendidos entre las edades del6y55afíos. 48

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- Un 4 por cien adicional de los varones sondeados declaraban haber tenido una orientación exclusivamente homosexual a lo largo de toda la vida, desde su pubertad. Las investigaciones hechas con mujeres indican que la población femenina exclusivamente homosexual rondaba entre el 1 y el 3 por cien. ¿Qué podemos deducir a partir de estos datos? El psicólogo John Nash, marista, nos dice que la actividad sexual y las necesidades y expresiones afectivas se presentan con una gran variedad de combinaciones y permutaciones. Las etiquetas de homosexualidad y heterosexualidad, que parecen indicar tanto, en realidad dicen muy poco. Al contrario, nos crean conflicto pues da la impresión de que cada una de esas orientaciones sexuales excluye abiertamente a la otra. Querer simplificar demasiado las cosas lleva a una mayor confusión. Teniendo esto presente, volvamos a los hallazgos de Kinsey por si nos dan alguna pista sobre el particular. Kinsey y su equipo crearon una escala de O a 6 para clasificar el carácter homosexualheterosexual (véase el gráfico). En un extremo están los heterosexuales puros. En el otro, los exclusivamente homosexuales. Los de la columna o son los que no han tenido nunca un impulso o sentimiento homosexual ni experiencia alguna en ese sentido. La columna 1 se refiere a los que han tenido algún contacto homosexual accidentalmente. Aunque hayan tenido alguna imaginación o impulso en este sentido, eso no supone en ellos conducta homosexual. Las personas de escala 1 dicen que las experiencias ocasionales de homosexualidad que tuvieron fueron debidas o bien a la curiosidad o bien porque alguien les forzó durante el sueño o cuando estaban bebidos. La columna 2 recoge a los que han tenido experiencia homosexual algo más que casual. Sin embargo sus reacciones y experiencias heterosexuales sobrepasan a las homosexuales. En la columna 3 están las personas cuyos sentimientos, impulsos y comportamiento son tanto homosexuales como heterosexuales. Las personas de la escala 4 se caracterizan por una conducta homosexual predominante, aunque siguen reaccionando bastante ante estímulos heterosexuales. Los de la columna 5 son casi exclusivamente homosexuales en reacciones y comportamiento, aunque pueden tener ocasionalmente alguna experiencia heterosexual o presentar esporádicamente alguna conducta en ese sentido. La escala 6 registra a los que son exclusivamente homosexuales. Cuando se les sondea, estos hombres y mujeres no recuerdan haber tenido nunca sentimientos, impulsos o experiencias de orden heterosexual. Sirviéndose de esta escala, Kinsey y sus colaboradores concluyeron que casi la mitad de los varones americanos se repartían entre las categorías de “exclusivamente heterosexual” y “exclusivamente homosexual”. Las mujeres también rompían el molde de la igualdad, aunque el número de “exclusivamente homosexuales” resultaba bastante menor. ¿Para qué sirvió este trabajo de investigación? Entre otras cosas, reafirmó el hecho de que nuestros sentimientos, fantasías y comportamientos sexuales están más diversificados de lo que imaginábamos. Veamos ahora lo que piensan los expertos en salud mental sobre la cuestión de la homosexualidad. ORIENTACIÓN SEXUAL Y SALUD MENTAL Los especialistas en salud mental son maestros en el arte de clasificarlo todo. Al referirse a la conducta utilizan las categorías de “normal” y “anormal”. A principios de siglo se publicó un manual de dia49

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gnóstico para ayudar a estos profesionales a desempeñar su tarea. Este Manual de Diagnósticos y Estadísticas (MDE) ha tenido al menos tres ediciones. Psiquiatras, asistentes sociales, directores espirituales y psicólogos siguen todavía utilizando la tercera edición, revisada, para sacar conclusiones en su trabajo. ¿Cómo está concebido el susodicho manual? Tomemos un ejemplo. Imagínate que tienes fiebre, te duele la cabeza y toses malamente. Vas al médico para que vea los síntomas, haga un diagnóstico y te ponga un tratamiento. Lo que quieres es que el médico te haga un diagnóstico correcto. No es lo mismo tratar un resfriado que una pneumonía. Para que este diagnóstico sea acertado, el médico tendrá que recoger todos los síntomas. A través de esa revisión podrá establecer conclusiones y ponerte el tratamiento adecuado. Ahora bien, imagínate que te sientes con ganas de llorar y te encuentras muy desganado. Te despiertas por la noche. No tienes apetito, y las cosas que siempre te han gustado no te dicen nada. Por tu cabeza cruzan pensamientos destructivos. Probablemente no necesites ir al psiquiatra para saber que tienes depresión. Pero si fueras a su consulta, seguro que contrastaría esos síntomas con los que aparecen en el MDE. Te gustaría que el especialista en salud mental te hiciera un diagnóstico tan acertadamente como los otros médicos. Si tienes un tumor cerebral, mal haría en prescribirte un tratamiento de terapia de grupo. En la primera edición del MDE, a los desórdenes sexuales se los llamaba perversiones. A mediados de siglo apareció una segunda edición del volumen, y en esta revisión los desórdenes sexuales recibían el nombre de desviaciones. Muchos de vosotros estaréis familiarizados con la llamada campana de Gauss, la curva gráfica de distribución de frecuencias. En un examen escolar, por ejemplo, los alumnos que sacan entre el 70 y el 85 por cien de la prueba ocupan la parte central de la campana, están dentro de la media. Si se saca menos del 70 o más del 85 por cien, ahí tenemos desvío. Los especialistas en salud mental utilizan un criterio similar al clasificar los desórdenes sexuales según la segunda edición del MDE. En ambas ediciones del manual la homosexualidad estaba caracterizada como desorden sexual. Cuando salió la tercera edición, a finales de los años setenta, la homosexualidad ya no aparecía clasificada de esa manera, sino como “homosexualidad egodistónica” ¿Qué quiere decir eso de “egodistónica”? Es cuando una persona tiene una orientación homosexual, pero no quiere tenerla. Veamos por qué se suprimió la homosexualidad de la lista de desórdenes sexuales en esta tercera edición del MDE. En los años anteriores a la revisión hubo bastantes congresos en los que los psiquiatras, los psicólogos, los asistentes sociales y otras personas dedicadas al asesoramiento personal, tomando el turno de palabra en la sala habían hecho declaraciones como ésta: “Recibo en mi consulta una media de 100 personas de ambos sexos con tendencia homosexual. Todos tienen serios problemas emocionales”. Y la gente empezó a ser consciente de que un número semejante de profesionales de la salud mental podrían igualmente ponerse de pie en la sala para declarar: “Recibo en mi consulta una media de 100 personas de ambos sexos con tendencia heterosexual. Todos tienen serios problemas emocionales”. A nadie se le ocurriría juzgar la situación de los matrimonios en un país basándonos en estadísticas de las personas que van a consultar a un asesor matrimonial. ¿Por qué entonces utilizamos este método para analizar la homosexualidad? LA INVESTIGACIÓN DE EVELYN HOOKER Investigadores como Evelyn Hooker pensaron que no deberíamos utilizar datos clínicos para juzgar la salud mental de gays y lesbianas. Durante varios años, a partir de 1950, Evelyn llevó a cabo una investigación que tenía como objeto arrojar algo de luz sobre estas cuestiones. En una parte muy significativa del trabajo aplicó el Rorschach, un test psicológico proyectivo que proporciona una visión sobre la personalidad y la salud mental del individuo, a unos 60 hombres con orien50

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tación homosexual que nunca habían pisado la consulta de un terapeuta. Luego repitió el proceso con 60 heterosexuales, que tampoco habían cruzado la puerta de la oficina de un profesional. Los tests fueron encomendados a un grupo de correctores que no sabían a cuál de esos grupos pertenecía cada prueba. ¿Resultado final? Que el estudio efectuado no reflejaba diferencias significativas entre el perfil de los homosexuales y los heterosexuales que habían tomado parte en el muestreo. Basándose en esto, Evelyn Hooker concluyó que hay gays con un buen equilibrio emocional. Este trabajo y otros similares han desterrado el mito de que los homosexuales no son psicológicamente sanos. En el siglo pasado se elaboraron varias teorías que intentaban explicar por qué unas personas son homosexuales y otras heterosexuales. Surgió la teoría psicoanalítica, la teoría del aprendizaje social, la teoría genética y otras más. Desgraciadamente no son más que eso: teorías. Nadie sabe a ciencia cierta por qué unos son heterosexuales y otros son homosexuales. Las investigaciones de E. Hooker y otras nos sugieren que hay que andar con pies de plomo a la hora de sacar conclusiones acerca de la orientación sexual de las personas. LA HOMOSEXUALIDAD EN EL SACERDOCIO Y EN LA VIDA RELIGIOSA Robert Nugent, sacerdote y cofundador de la asociación Nuevos Campos de Apostolado hace alusión a la inmensa cantidad de información que ha venido apareciendo desde 1969. El valor de esta documentación es diverso. Va desde la investigación científica seria hasta el panfleto de propaganda. Según Nugent, una de las mayores necesidades que tenemos hoy al hablar de homosexualidad en el sacerdocio y en la vida religiosa es la formación. No sólo para las personas con orientación heterosexual, sino también para gays y lesbianas. Estamos todos bajo la influencia de los mitos, el miedo y los estereotipos que nuestra sociedad ha creado en torno a la homosexualidad. Sea cual sea la tendencia sexual de cada uno, la necesidad de formación se impone. También sugiere Nugent que hay que acabar con las falsas ideas que proliferan en torno a la homosexualidad. Por ejemplo, hay quien cree que es lo mismo orientación homosexual que conducta homosexual. Y eso no es cierto. ¿De dónde viene ese prejuicio? De lo que decíamos anteriormente, de la idea equivocada de que no tenemos elección para actuar o dejar de actuar según nos dictan nuestros impulsos y sentimientos sexuales. La gente no da por hecho que tener una tendencia heterosexual equivalga a manifestar actividad heterosexual. Nadie sostendría esta teoría. Por lo mismo, tampoco se puede negar a gays y lesbianas la libertad que tienen de optar por un determinado comportamiento sexual, independientemente de sus tendencias e impulsos. De una vez por todas, hay que desterrar el mito de que orientación sexual equivale a conducta sexual. ¿Existen estereotipos acerca de la homosexualidad? Desde luego. Por ejemplo éste: a un hombre afeminado y a una mujer hombruna se les atribuye enseguida la condición de homosexuales. Cierto es que hay hombres afeminados que son homosexuales, pero hay muchos otros que son heterosexuales. Esto mismo es válido para las mujeres excesivamente varoniles. Algunas son lesbianas, pero otras no. Otro miedo que sigue circulando por ahí es la pretendida relación entre homosexualidad y el abuso de menores. En el Apéndice de este libro intento rebatir esa idea. La mayoría de los abusos sexuales de menores en los Estados Unidos tienen lugar en el hogar familiar y, en muchos casos, los causantes son individuos con orientación heterosexual. A pesar de lo cual nadie afirma que la heterosexualidad sea la causa de los abusos a menores. Evitemos simplificar demasiado la cuestión del abuso. Como veréis en el Apéndice, hay varios tipos de transgresores: pedófilos, efebófilos, fijativos, regresivos y otros. Algunos abusan de personas de su mismo sexo. Otros, de personas del sexo opuesto. Por lo tanto es un miedo irracional asumir que la homosexualidad es la causa directa del abuso sexual de menores. 51

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Dos mitos finales acerca de los gays y las lesbianas: la promiscuidad y la falta de control sexual. Los medios de comunicación nos presentan a los hombres y mujeres con orientación homosexual como personas licenciosas. De hecho algunos lo son. Hay, sin embargo, muchos otros gays y lesbianas que no tienen nada de promiscuos. Un estudio reciente llevado a cabo por el psiquiatra David McWhirter y el psicólogo Andrew M. Mattison, nos habla de relaciones homosexuales estables y de larga duración. Otros gays y lesbianas siguen el mismo tipo de moral sexual “tradicional” que muchas personas heterosexuales. ¿Qué decimos de la pretendida falta de control? Comentábamos en este capítulo que la gente hace opciones cuando se trata de expresar los sentimientos e impulsos sexuales. Keith Clark, capuchino, director espiritual y asesor, nos da el ejemplo siguiente. Cuando un sacerdote, una religiosa oun hermano va a verle y le dice que se ha enamorado, Clark replica: “ qué sentido quieres que avance esa relación?” Si nos hiciera a nosotros esa pregunta seguro que responderíamos: “La verdad es que no lo sé”. Clark entonces replicaría que el amor conlleva una serie de determinaciones, de decisiones. No quiere esto decir que las relaciones sean ejercicios racionales. Pero la gente hace sus opciones en lo que respecta a la sexualidad. Las decisiones que tomamos y que afectan a nuestras relaciones tienen que estar en sintonía con nuestros valores y nuestros compromisos. Y esto es válido para solteros, viudos, casados, religiosos o sacerdotes. Pongamos otro ejemplo. Hazte a ti mismo esta pregunta: “ es lo que puedo hacer yo con mi energía sexual?”. Probablemente se te ocurran diversas salidas: fomentar la creatividad, el intercurso sexual, una relación, el servicio desinteresado, la masturbación, una actividad estética, el ejercicio físico, etc. El cauce que escojas para canalizar esa energía dependerá de tus valores y de tus compromisos de vida. Quien piense que para dar salida a nuestra energía sexual no tenemos que optar, está viviendo en el limbo. Las personas con orientación homosexual optan de la misma manera que los heterosexuales. No sería justo juzgar a todo el colectivo de heterosexuales, hombres y mujeres, basándonos en los datos recogidos en un club de solteros. Tengámoslo muy presente cada vez que salgan a la superficie los mitos de la promiscuidad y de la falta de control de los gays y las lesbianas. HOMOSEXUALIDAD Y LA EXPERIENCIA DE “SALIR DEL ARMARIO” Además de todo lo que llevamos dicho acerca de los mitos, miedos y estereotipos que rodean a la homosexualidad, queda todavía una preocupación que se refleja frecuentemente entre sacerdotes y religiosos: el miedo de que los gays y lesbianas “salgan del armario”. ¿Qué significa esta expresión coloquial? “Salir del armario” se refiere al proceso por el que una persona toma conciencia de su condición homosexual y la comunica a los demás. Hay quienes comparten esto con un círculo muy restringido de amigos. Otros ocupan la cabecera de los periódicos. En la vida religiosa hay muchas personas a quienes les da miedo que sacerdotes o religiosos “salgan del armario”, pues esto provocaría un escándalo y, al hacerse público, traería una disminución de vocaciones. Piensan que al saberse la noticia de que hay gays y lesbianas en el sacerdocio y en la vida religiosa, se desatarán de nuevo todos los prejuicios y tabúes que acompañan a estos temas. Antes de seguir adelante recordemos que en la Iglesia católica ha habido siempre sacerdotes y religiosos homosexuales, gays y lesbianas que han vivido su consagración en el celibato. Aunque resulte obvio, no estará de más repetir que la orientación sexual no debería ser un criterio de admisión a la vida religiosa o al sacerdocio. El deseo verdadero de vivir una vida en castidad es la mejor medida para valorar si un candidato conviene a una congregación religiosa o a una diócesis. Evelyn y James Whitehead nos brindan algunas indicaciones que clarifican la situación de sacerdotes y religiosos homosexuales que “salen del armario”. Ante todo dicen ellos que, en lo que respecta a un conocimiento preciso de la orientación sexual, estamos hoy lo mismo que estaba la gente a principios de siglo con respecto al alcohol. Al expresarlo en estos términos no tratan de insinuar que la orientación 52

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sexual sea una enfermedad como el alcoholismo, sino que el conocimiento que tenemos de esta realidad es aún bastante limitado. Por eso mismo nos invitan a la prudencia y a no sacar conclusiones rápidas sobre asuntos de orientación sexual cuando falta la debida información. Además, añaden los Whitehead que si ningún sacerdote o religioso homosexual “sale del armario”, faltarían modelos de identificación para algunos religiosos jóvenes. En muchas comunidades religiosas se da por supuesto que todos son heterosexuales. Basta pensar en los comentarios que se oyen en el comedor, en los chistes insulsos sobre gays y lesbianas que pretenden hacer gracia. Parece que están proclamando: aquí somos todos heterosexuales. Bueno, habría que verlo. Probablemente todos no. Un joven gay o una joven lesbiana que se están preparando para la vida religiosa, o un sacerdote recién ordenado con tendencia homosexual que se esfuerzan como cualquier otro, por vivir el celibato, pueden llegar a convencerse de que en la congregación o en la diócesis ellos son la excepción. Si damos por asumido que allí todos son heterosexuales, esa persona terminará creyendo que la heterosexualidad capacita para vivir en castidad. Pero quedará sin resolver la duda de si el homosexual está igualmente capacitado. Sin embargo, cuando alguien de la provincia o de la diócesis da a conocer su homosexualidad, esta persona joven descubrirá que también es posible para un gay o una lesbiana vivir la vida en castidad. Los modelos de identificación son importantes. Los homosexuales, como todos los demás, los necesitan.

TRES ETAPAS EN EL PROCESO DE “SALIR DEL ARMARIO” Los Whitehead utilizan la imagen de un viaje para describir el proceso de “salir del armario”. Dicen, en primer lugar, que cuando se trata de orientación sexual cada cual tiene que recorrer una etapa hacia adentro. Tanto los heterosexuales como los homosexuales tienen que ir creciendo gradualmente en la conciencia y en la aceptación de su orientación. Una vez que las personas llegan a conocer algo importante sobre sí mismas, sienten la necesidad imperiosa de compartir con otros lo que han descubierto. Si tengo facilidad para escribir o sé entretener a la gente o tengo cualquier otro talento, me gusta compartirlo con personas que significan algo para mí. Algo parecido ocurre con respecto a la tendencia sexual. El hombre y la mujer que toman conciencia de su orientación sexual necesitan compartirlo con otros. Los heterosexuales apenas tienen problema en hacer esto pues, a fin de cuentas, nuestra cultura y nuestra sociedad dan por asumido que todos son heterosexuales. Para gays y lesbianas el sendero no es de rosas precisamente. Las personas con tendencia homosexual corren el riesgo de verse rechazados si comunican esta realidad a los demás. Muchos podrían contar casos de amigos que han dejado de serlo al enterarse de la homosexualidad del otro. A pesar del riesgo que existe, los autores que venimos citando invitan a todos a recorrer esta segunda etapa, la del paso hacia la intimidad. Finalmente hay personas que están llamadas a dar el paso hacia el exterior, más o menos públicamente. Un gay, por ejemplo, puede hablar de su homosexualidad con sus compañeros de trabajo al cabo de un tiempo. Un religioso lo puede compartir con su familia, su comunidad, su provincia. Una mujer dedicada a la política podría comprometerse activamente en defensa de los derechos de los homosexuales, aceptando durante una campaña que le hagan una entrevista para la prensa local. En el curso de ese diálogo la mujer comunica que es lesbiana y, al día siguiente, aparece en los periódicos y se entera todo el mundo. El ambiente homófobo de nuestra sociedad no favorece esta tercera etapa. Animar a otros a dar el paso sin estar seguros de que tendrán la fuerza necesaria para afrontar las reacciones que se van a suscitar, sería una irresponsabilidad. Cuando un hombre o una mujer anuncian públicamente su orientación homosexual, resurgen todos los viejos fantasmas de siempre. 53

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Imagínate a un hermano que comunica su condición de homosexual a la comunidad educativa en la que trabaja. En un abrir y cerrar de ojos empezarán a llover montañas de cartas y mensajes sobre la mesa del director del colegio, padres preocupados, temerosos de que ese hombre dé clases o se relacione con sus hijos. Algunos tienen fortaleza interior para aguantar la tormenta. Otros no. Dicho esto, es importante de todos modos recordar que los modelos sociales son necesarios. Las personas que hacen ese recorrido al exterior pueden serlo. Hoy en día, tanto en el sacerdocio como en la vida religiosa hay gays y lesbianas que están viviendo una sana vida de celibato, y están llamados a ser testimonio para los que vienen detrás. Pero antes de tomar la decisión de hacer públicas las cosas hay que tener los ojos muy abiertos y medir bien las consecuencias. El no hacerlo así podría de nuevo destapar la caja de los truenos en medio de los que reciben la noticia. CONCLUSIÓN Comenzábamos este capítulo con la historia de la pequeña Emily a quien una cigüeña trajo a Massachusetts hace siete años. Lo acabamos con estos comentarios sobre el itinerario homosexual. Quizá te preguntes: “ qué darle tantas vueltas a lo de la homosexualidad?”. La razón es muy sencilla. He querido eliminar algunos de los tabúes y prejuicios que acompañan a esta cuestión. Como he dicho antes, lo que más se necesita para entender la homosexualidad es formación. Todo lo que hemos estado comentando va en esa línea. Estamos terminando este capítulo. Así que mantengamos la buena costumbre de hacer un resumen rápido de los puntos principales que hemos estudiado: hay factores que favorecen y otros que impiden el sano crecimiento psicosexual. El despertar sexual suele coincidir con la pubertad, pero una cierta represión provoca retrasos en algunos. La identidad genital está relacionada con la biología, la identidad de género tiene que ver con la manera como cada cual siente su masculinidad o su feminidad. La orientación sexual no es cosa simple y sencilla, nos falta bastante información sobre el particular. En el próximo capítulo trataremos del celibato. Intentaré dejar algo muy claro: hoy en día la crisis real del celibato no es un problema de sexo, es una crisis de espiritualidad y de significado. Dicho esto, avanzamos. PUNTOS DE REFLEXIÓN 1. ¿Cuál es tu reacción personal cuando oyes la palabra homosexualidad? ¿Serenidad? ¿Miedo? ¿Confusión? ¿Reconocimiento? Piensa la respuesta unos momentos. ¿Qué es lo que hay detrás de ello? ¿Conoces a algún gay o lesbiana en tu parroquia, diócesis, o comunidad religiosa? ¿Qué consideración se tiene con las personas homosexuales en esos ámbitos? ¿Puedes identificar mitos, miedos o estereotipos que se den en tu comunidad, parroquia o diócesis? Si es así, ¿qué se puede hacer para corregir esas concepciones equivocadas? 2. ¿Cómo se podría favorecer el desarrollo psicosexual de los que viven contigo y de tus compañeros de trabajo? REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Breckel, Suzanne. Sexuality, the Celíbate Response. (Unpublished lecture, delivered at the National Assembly of Religious Brothers meeting, Providence, Rl: June 1977). Coleman, Gerald D., S.S. Human Sexuality: An All-Embracing Gift. (Staten Island, NY: Alba House, 1992). Conference of Major Superiors of Men. Men Vowed and Sexual: Conversations about Celíbate Chastity. (Silver Spring, MD: Conference of Major Superiors of Men [ production], 1993). Goergen, Donald. The Sexual Celibate. (New York, NY: Seabury, 1974). Gilmartin, Richard. Unpublished lecture. (Delivered at “When Church Leaders Care” workshop, Providence, Rl, 1984). 54

Un Corazón Indiviso — Sean Sammon Hunter, Mic. What is Sexual Addiction? (Hazelden Pamphlet). McCary, James L. Human Sexuality (second edition). (New York, NY: Van Nostrand, 1973). Nash, John P. Stress, Ego Identity, and the Disclosure of Homosexual Orientation among Midlife Transition Male Religious in the Roman Catholic Church. (Unpublished Doctoral Dissertation: Pacific Graduate School of Psychology, 1990). Nugent, Robert. Challenge to Love: Gay and Lesbian Catholics in the Church. (New York, NY: Crossroad, 1983). Peterson, Michael. “Psychological Aspects of Human Sexual Behaviors,” in Human Sexuality and Personhood: Proceedings of the Workshop for the Hierarchies of the United States and Canada Sponsored by the Pope John Center through a grant from the Knights of Columbus. (Chicago, IL: Franciscan Herald Press, 1981). Whitehead, Evelyn E. and James D. Seasons of Strength. (Garden City, NY: Doubleday, 1984).

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Capítulo IV: BUSCAR A DIOS CON UN CORAZÓN ENTERO Esta vez no os cuento una historia para empezar el capítulo. Permitidme, sin embargo, una observación: el celibato está pasando por malos momentos hoy. ¿Razones posibles? En sí mismo, el celibato dice poco. Todos hemos conocido, por ejemplo, religiosos y sacerdotes que profesaron vivir el celibato pero dieron escaso testimonio del Reino de Dios con sus vidas, carecieron de disponibilidad y dieron la sensación de no amar a nadie. Webster define el celibato como el estado de no estar casado. También añade estos dos elementos complementarios: la abstención de relaciones sexuales y la renuncia por voto al matrimonio. La gente es célibe por numerosas razones. Algunos optan por el celibato libremente con toda grandeza y generosidad de corazón. Otros lo hacen con parecida generosidad, pero también debido a circunstancias de la vida. Algunos hombres y mujeres, por ejemplo, se sienten llamados a vivir solteros o en una vida consagrada. Hay quienes piensan que su vida profesional les llena tanto que excluyen el matrimonio, la familia o una relación estable con otra persona. Y hay otros que son viudos, o divorciados, o no han sido capaces de encontrar a alguien con quien poder compartir el resto de sus vidas. Así como el celibato en sí mismo dice muy poco, las vidas individuales de los hombres y mujeres que viven la castidad pueden decir mucho. Hay numerosos sacerdotes, religiosos, y laicos comprometidos que se sienten llamados a vivir el celibato. Paradójicamente, es como si a pesar haber optado con plena libertad no hubieran tenido otra elección en sus vidas. En este capítulo reflexionaremos sobre el tema del celibato con el deseo de que lleguemos a comprender mejor esta concreta manera de vivir la propia sexualidad. Para empezar miraremos el asunto de la castidad. Todos estamos llamados a ella. Los sacerdotes y religiosos no son tribu aparte cuando hablamos de este tema. Luego revisaremos algunos mitos que corren por ahí sobre el celibato y el matrimonio. En el capítulo anterior veíamos los tabúes que rodean a la homosexualidad. Otro tanto sucede con el matrimonio cristiano y el celibato. A continuación definiremos el celibato y abordaremos algunas formas de acercamiento a la cuestión: el celibato entendido como una ley, como una disciplina, como un valor funcional, como un don o valor evangélico. La reflexión sobre el celibato y la espiritualidad ocuparán una parte sustancial del capítulo. Ya adelantábamos antes que la crisis actual del celibato no es propiamente un problema de sexo, es una crisis de espiritualidad y de sentido. Finalmente, examinaremos el proceso de crecimiento personal en una opción de castidad e identificaremos algunas de las características de aquellos que pudieran optar por este estilo de vida. Algunas consideraciones a tomar en cuenta antes de comenzar. Antes que nada, aunque ya venimos diciéndolo a lo largo del libro, hay que ser conscientes de que el celibato se vive en un proceso de crecimiento. La experiencia que tenemos de esta llamada no puede ser igual a los cincuenta años que cuando teníamos veinticinco. Si no fuera así ya estaríamos preguntándonos: “ he hecho yo para merecer esto?” En segundo lugar, no dejemos de lado este pensamiento: se vulnera más la castidad cuando los que la profesan viven sus vidas sin sentido y sin hondas raíces de espiritualidad que cuando suceden transgresiones genitales. En la sociedad plural en que vivimos mucha gente tolerará la transgresión en las personas célibes pero no aceptará tan fácilmente que esas personas estén llevando una vida carente de significado y de fuerza interior. Dicho esto, empezamos. 56

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EL CELIBATO: REGALO Y ELECCIÓN El teólogo Donaid Goergen puntualiza que castidad no es lo mismo que virginidad. En nuestro mundo hay una inmensa mayoría de seres humanos que no son vírgenes. Lo cual no les impide que sean castos. La castidad tampoco se reduce meramente al celibato. La castidad se aplica tanto a los casados como a los consagrados y los solteros. Entonces ¿qué es la castidad? Pues varias cosas. La primera, es una manera de mirar el mundo y a los que moran en él. Las personas castas abren sus ojos de modo que son capaces de ver lo sagrado que hay en cada persona que encuentran. La castidad es también un don de la gracia. Recibimos los dones gratuitamente, no nos los podemos ganar y no necesitamos pagar a la persona que nos los regala. Pero sí que tenemos la libertad para aceptarlos o rechazarlos. De la misma forma, la gracia de la castidad es un regalo que nos ayuda a integrar nuestra energía sexual en nuestras vidas de cristianos. Como sugiere Goergen, la castidad nos ayuda a utilizar nuestra sexualidad poniéndola al servicio de nuestro proyecto de llegar a ser cristianos. La castidad, por tanto, es un regalo de la gracia. Dios se la ofrece a cada uno. Algunos aceptan el don, otros no. Los que lo aceptan, experimentarán la dicha de integrar sexualidad y espiritualidad en su vidas, para llegar al objetivo final: la unión con Dios y con los otros. La castidad no es un enemigo de la sexualidad o de la espiritualidad. Al contrario, reafirma ambas dimensiones y las unifica. Crecimiento sexual humano y desarrollo espiritual van de la mano. La castidad es también una elección. Lo mismo que sucede con otras opciones en la vida, la gente que vive en castidad lleva a cabo esa elección una vez y la renueva constantemente, cada día, a cada momento. La castidad no es un estado donde yo me meto, sino más bien una decisión diaria y continua que dura toda la vida. Para entender mejor esto que digo quisiera que pensaras por un momento en la virtud de la caridad. Es evidente que la caridad no es algo que adquirimos de una vez y para siempre. Sólo a lo largo de nuestra vida, optando seriamente en cada situación que se nos presenta, vivimos de verdad el mandamiento de amar a nuestros semejantes tanto como a nosotros mismos. La castidad es una actitud y es también un modo de conducta. Las personas castas necesitan tener una visión sana de su sexualidad, un aprecio de su masculinidad o de su feminidad y un concepto saludable de su cuerpo y el de los otros. Una última observación. Cuando se vive en castidad, la genitalidad aparece como una señal del amor de Dios, que ayuda a ser fiel y a mantener unos compromisos. Para los cristianos, la actividad genital es un signo de la relación que Dios establece con nosotros. Dicho con palabras sencillas, la genitalidad humana ha de ser un gesto de fidelidad, la fidelidad que Dios guarda con cada uno. Y con su ayuda, nosotros damos testimonio de esa realidad. MITOS SOBRE EL CELIBATO Y LA VIDA MATRIMONIAL EN EL TRANSCURSO DE LA VIDA En el capítulo III comentábamos algunos de los mitos que corren sobre la homosexualidad. Desgraciadamente, cuando hablamos del celibato y del matrimonio cristiano muchos de nosotros tampoco conseguimos libramos de tales escollos. Vamos a ver esos mitos, los que recoge Goergen y otros, que giran en tomo a ambas opciones de vida. A. PODEMOS INTENTAR TODAS LAS ALTERNATIVAS 57

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En los años de la juventud, nuestras oportunidades parecen ilimitadas. Eso de pensar que tarde o temprano moriremos y que nuestra energía y talentos se irán agotando es algo que no se nos pasa por la cabeza a esa edad. Pensemos por un momento en una mujer de veintitrés años que va a comenzar una carrera. Ella cavila en su interior: “Si esto no funciona, todavía puedo intentar otra cosa. Tengo todo el tiempo del mundo por delante”. En el período de la madurez el panorama cambia drásticamente. A la edad de cuarenta y tantos años, casi todos hemos aprendido que el tiempo es el mayor activo de nuestra vida, y somos también más conscientes de que nos va quedando mucho menos que cuando teníamos veintitrés. Por ejemplo, un hermano de cincuenta años al que se le asigna nuevo destino sabe muy bien que, después de que termine su período regular de seis años en un cargo, sólo podrá ocuparse en algunas pocas cosas adicionales antes de que le llegue la edad de jubilación y algunos previsibles achaques. Al dar el “sí” a este cambio él sabe que si este nuevo trabajo no resulta, le queda un tiempo limitado por delante para intentar hacer algo diferente. La convicción de que podemos llevar a cabo cualquier cosa que nos propongamos pertenece sobre todo a la etapa de adultos jóvenes. Con tanto tiempo por delante y la energía de nuestro lado, muchos de nosotros estamos persuadidos de que las posibilidades son infinitas. El paso de los años, sin embargo, nos conduce a la irremediable sabiduría de que en esta vida sencillamente no es posible hacerlo todo. La toma de compromisos es otro factor que pone en entredicho el mito de que todo es posible. En el capítulo II decíamos que la elección y el compromiso son elementos esenciales en la formación de la identidad. También nos enseñan una importante lección acerca de los límites del ser humano. En el momento en que hago una elección o tomo un compromiso, estoy llevando a cabo más de una decisión. Los que se unen en matrimonio, por ejemplo, prometen esforzarse para que el amor de la pareja perdure en lo bueno y en lo malo. Al decidir pasar el resto de sus vidas juntos también están eligiendo no pasar sus vidas de la misma manera con otros miles de personas. Creer que hay tiempo para experimentar todas las alternativas es un mito que suele morir en el camino hacia la madurez. B. CUALQUIER ELECCIÓN TRAE LA FELICIDAD COMPLETA Hace algunos años, el humorista Erma Bombeck escribió un libro titulado The Grass is Always Greener Over the Septic Tank! (La hierba siempre está más verde sobre el pozo séptico) Ese título puede situarnos en el contexto del problema que late bajo el mito de que estar casado o ser célibe trae completa felicidad. Cuando mi vida no marcha bien, la vida de cualquier otra persona me parece mejor que la mía. Una mujer madura que es célibe puede atravesar por un período de soledad que le hace pensar que nunca habría estado tan sola si se hubiera casado. Del mismo modo, una mujer casada de la misma edad que vuelve a casa del trabajo y se encuentra ese día con un marido malhumorado y con unos hijos que están insoportables, quizás se pregunte, al sentarse a cenar, cómo podría haber sido su vida si no se hubiera casado con ese hombre y no hubiera tenido esos hijos. Cualquier elección que tomemos en nuestra vida tiene sus momentos felices y sus momentos de frustración y desaliento. Corremos el riesgo de creer en los cuentos de hadas si pensamos otra cosa. C. EL MITO DE LA NORMALIDAD

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En el capítulo anterior señalábamos que a bastantes especialistas en salud mental les gusta clasificar el comportamiento humano como normal o anormal. Sin embargo es importante que nos planteemos esta pregunta ¿Qué queremos decir con eso de normal? Al principio de este libro indicábamos que la curva en forma de campana define lo que es normal estadísticamente. Todo el que entra dentro del área que abarca el centro de la campana queda clasificado como “normal”. Recordad el ejemplo que poníamos. En un examen, los estudiantes que han sacado entre el 75 y el 80 por cien de la prueba pertenecen al grupo de los normales. Los que andan por debajo del 75 o por encima del 80 por cien constituyen el desvío estadístico. Pero cuando decimos que los que están fuera de la curva no son “normales” no nos referimos en absoluto a que sean casos patológicos, de ninguna manera. Vamos a explicarlo. Los que viven en celibato son muchísimos menos que el 50 por cien. Por consiguiente los que lo practican son estadísticamente “desviados”, o se sitúan fuera de la norma. Hoy en día algunos sugieren que el matrimonio cristiano, con su fundamento en la monogamia, es también anormal. Si hiciéramos mucho caso a los informes que nos dan los medios de comunicación sobre la fidelidad y el matrimonio, pensaríamos que la concepción del matrimonio cristiano es desviada. Menos mal que todavía tenemos la confianza de que ni el matrimonio cristiano ni el celibato son una patología. Cuando hablamos de estas cuestiones hay que desbaratar el mito de lo que es normal y lo que no lo es.

D. LA OPCIÓN POR EL CELIBATO O EL MATRIMONIO ES LIBRE La toma de decisiones en nuestra vida viene motivada por diversos factores. En el capítulo II decíamos que hay personas, temerosas de su sexualidad, que se precipitan a la hora de casarse o de asumir la vida en celibato. En los años de la juventud nuestras opciones suelen ir acompañadas de elevadas dosis de idealismo. Con el paso del tiempo nos hacemos algo más honestos y al elegir lo hacemos con una cierta mezcla de motivos, a veces brillantes, otras veces algo más apagados. Si entré en la vida religiosa o elegí vivir como célibe o casado cuando era joven y ahora veo que mi decisión no fue del todo libre, ¿quiere eso decir que mi opción no fue válida? En absoluto. Daniel Levinson, psicólogo de Yale, advierte que la mayoría de la gente toma las decisiones más importantes de su vida antes de tener información suficiente para elegir la mejor de las opciones. Lo cierto es que, como esperen a tener todos los datos reunidos, les puede llegar el día de la muerte sin haber tomado una decisión. Según nos vamos haciendo mayores y tenemos más conciencia de nuestras motivaciones, nos toca repensar los primeros compromisos. A lo mejor entré en la vida religiosa o me casé movido por buenas razones. Posiblemente ahora encuentre en mi vida otras motivaciones personales que dan nueva fuerza a la opción que entonces tomé. E. LOS PRINCIPALES PROBLEMAS DEL CELIBATO TIENEN SOLUCION ESPIRITUAL Este mito se recogía claramente en la tradicional encomienda “lleva esto a la oración”, que se daba como solución cuando surgían los problemas de castidad. Como ya hemos dicho, la espiritualidad está en el centro de toda vida de célibe. La oración y un crecimiento en la relación con Dios son elementos esenciales. Sin embargo, muchas dificultades que aparecen en la vida de celibato no pueden resolverse únicamente con la oración, sino que hay que comunicárselas a otras personas al igual que se las contamos a 59

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Dios. Pensemos en un hermano joven que se enamora. Necesita, antes que nada, hablar con sus acompañantes y con sus amigos de confianza sobre lo que está sintiendo y qué significa esa relación para él. La oración es esencial en la vida de celibato. La comunicación sincera también. F. UNO ELIGE SER CÉLIBE PORQUE NO PODRÍA HABER SIDO DE OTRA MANERA Este mito está basado en la falsedad de la siguiente afirmación acerca de quienes eligen vivir en castidad “¡Pobres!, ¿qué otra cosa podían haber hecho sino esto?” Los hombres y mujeres que viven el celibato con gozo son gente encantadora. Como decíamos en capítulos anteriores, en sus vidas hay relaciones íntimas, un crecimiento en el contacto personal con Dios, y la estimación de su propia intimidad. En sus vidas, como en las de los demás, hay momentos buenos y malos. Pero que quede claro esto: en general, no eligieron esta forma de vida a falta de otra cosa. CUATRO ELEMENTOS DEL CELIBATO Cuando se refiere a los Institutos de Vida Consagrada, el nuevo Código de Derecho Canónico dice lo siguiente sobre el celibato: “El consejo evangélico de castidad asumido por el Reino de los cielos, en cuanto signo del mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un corazón no divididos lleva consigo la obligación de observar perfecta continencia en el celibato”. Cuando el Código indica las obligaciones y derechos de los clérigos, define a la vez el celibato de esta manera: “Los clérigos están obligados a observar una continencia perfecta y perpetua por el Reino de los cielos y, por tanto, quedan sujetos a guardar el celibato, que es un don peculiar de Dios, mediante el cual los ministros sagrados pueden unirse más fácilmente a Cristo con un corazón entero y dedicarse con más libertad al servicio de Dios y de los hombres”. Antes de la aparición del nuevo Código, Suzanne Breckel identificaba cuatro elementos del celibato. Primero, tiene que ver con la consecución y el desarrollo de una manera no genital de amar. Segundo, necesita hundir sus raíces en la vida espiritual. Tercero, ha de estar conectado intrínsecamente con la llamada a la vida y a la misión. Cuarto, debe asimilarse a un tipo de vida en el que uno renuncia a vivir en pareja. Veamos estos elementos, uno a uno. A. CONSECUCION Y DESARROLLO DE UNA MANERA NO GENITAL DE AMAR Cuando descubrimos que alguien está viviendo una vida de celibato, damos por hecho que las diversas formas de amar de esa persona son no genitales. Nos quedaríamos perplejos si un hombre o una mujer que profesaron vivir la castidad estuvieran al mismo tiempo manteniendo una activa vida sexual. A veces puede suceder que alguien que optó por vivir en celibato viole su compromiso. Sin embargo sería absurdo pensar que semejante postura es asumida como una situación normal. Al leer los términos de esta definición algunos comentarán ¡ya estamos otra vez con la sexualidad genital! En estos últimos años no pocas personas han sugerido que si hiciéramos más hincapié en “conseguir y desarrollar formas de amar” en lugar de darle tantas vueltas al sexo genital, estaríamos en mejores condiciones de abordar la cuestión del celibato. Tenemos que damos cuenta de que una persona célibe ha de centrarse en conseguir la manera de amar, y no poner tanto énfasis en si hay comportamiento genital o deja de haberlo. Llevar una vida de celibato en la que falta el amor es una contradicción, se mire por donde se mire. Como lo es también el pretender que el sexo genital y la castidad comprometida son entre sí compatibles. B. HUNDIR LAS RAÍCES EN LA VIDA ESPIRITUAL 60

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Una persona que vive el celibato debe estar alimentada de una profunda espiritualidad. La castidad comprometida carece de sentido si no está impregnada de fe y de relación personal con Dios. Volveremos a desarrollar esta idea después, en este mismo capítulo.

C. CONECTADO INTRÍNSECAMENTE CON LA LLAMADA A LA VIDA Y A LA MISIÓN Los que han optado por el celibato deben conformar esa elección con su llamada a la vida y al ministerio. Dicho en términos coloquiales, tiene que existir una “buen ajuste” entre el celibato y los que lo viven. Pensemos por un momento en la serenidad que le da a un cónyuge el sentir que se ha casado con la persona adecuada. Los hombres y las mujeres que viven el celibato experimentan algo parecido. Muchos de ellos ni se imaginan lo que sería vivir otro tipo de vida. Están seguros de que lo que han elegido es lo que más les ayuda a crecer. Vivir de otra manera sería para ellos algo verdaderamente extraño. Vivir el celibato con autenticidad es también una llamada a vivir la intimidad. Una persona que hace profesión de castidad, pero tiene grandes lagunas en su afectividad, debe mirar más allá de su condición de célibe para descubrir las causas de ese déficit. La entrega y el servicio, elementos esenciales en toda misión, son otros dos elementos importantes en la vida del célibe. Pero, como ocurre con la castidad, sólo la oración y una renovación constante de los compromisos personales ayudan a adquirir estos rasgos. El egoísmo y la búsqueda de nuestro propio interés son incompatibles con una vida de celibato. Las personas que no ven más allá de su sombra ni se preocupan de lo que les pasa a los demás parecen eternamente infelices en la opción que han tomado. Como en todo tipo de vida que rezuma amor verdadero, la vida en celibato que Dios da como regalo debe tener su reflejo en la propia trascendencia más que en la realización personal. D. RENUNCIAR A VIVIR EN PAREJA El celibato se orienta a un proyecto de vida en el que uno hace la elección de no casarse. Para muchos hombres y muchas mujeres de hoy este aspecto del celibato es más costoso que en tiempos pasados. Nuestra sociedad impulsa al emparejamiento. Si tienes dudas sobre esto basta que observes a jóvenes que hayan confirmado su noviazgo recientemente. Verás cómo los que viven en su entorno se dirigen a ellos más como pareja que como individuos. Por ejemplo, si no se les ve juntos durante un determinado período de tiempo la gente empieza a hacer cábalas sobre si estarán atravesando momentos difíciles en su relación. Una persona célibe no tardará mucho tiempo en comprender lo que significa no vivir en pareja. A.W. Richard Sipe, psicoterapeuta e investigador, dice que los que eligen esta manera de vivir se dan cuenta desde el principio de que no son como la mayoría. Muchos de sus anteriores compañeros se van casando y ellos ahí se quedan. En la edad madura aparece en escena un reto diferente pero que tiene que ver con lo anterior. En esos años, a la gente le suele preocupar más la compañía que la sexualidad genital. Muchos hombres 61

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afirman que así como las primeras etapas de su vida sexual estuvieron marcadas por el amor apasionado, lo que caracterizó a los años posteriores fue la necesidad de tener alguien a su lado. Entre los cuarenta y cincuenta años, sacerdotes, religiosos, solteros y viudos se enfrentan al mismo reto que los que están casados: ¿quiénes son realmente mis compañeros? En sus intentos por responder a esta pregunta hay no pocos religiosos y sacerdotes que se muestran reacios a cualquier cambio de destino que amenace el sistema protector que han ido levantando con tanto esmero en un determinado lugar. Pensemos, por poner un ejemplo, en una congregación de hermanos de la enseñanza que está extendida por todos los Estados Unidos. Si un provincial le pide a un miembro que salga de New York para trasladarse a Arizona, eso supone algo más que un simple cambio de ocupación. Muchos sacerdotes, hermanas y hermanos han manifestado que aunque las personas casadas de una edad similar a la suya también se ven obligadas a mudarse de una parte a otra del país por cuestiones de trabajo u otras circunstancias, siempre llevan el apoyo de su pareja y de su familia. Aunque es posible mantener las relaciones a distancia, algunos sacerdotes y religiosos tienen miedo a perder los amigos y el contacto con la familia. Les angustia tener que comenzar una tarea nueva en un lugar donde no conocen a la gente. Algunos apostillan con doble intención que antes era “más fácil”, cuando la regla aconsejaba evitar las amistades cercanas. Pero en todo eso hay un poco de fantasía. En el trabajo apostólico de hoy debemos abrimos a la riqueza que surge de las relaciones, a la vez que estamos disponibles para acudir allí donde la misión nos reclama. En este proceso siempre habrá algo que no va a cambiar: elegir la vida de célibe es renunciar a vivir en pareja. CUATRO MODOS DE ABORDAR EL CELIBATO Cuando decimos que el celibato es un regalo, más de uno nos miraría como diciendo “sí, pero...”. A veces, incluso los que son llamados a esta manera de vivir perciben el celibato como una ley, una disciplina, y un valor funcional. Por supuesto que en otros momentos lo viven como un don o un valor evangélico. Analicemos esto más de cerca. A. COMO UNA LEY Una ley es algo que regula las conductas. Hay leyes de tráfico o leyes fiscales de hacienda. A la gente pueden gustarle o no las leyes, hasta puede pretender pasar de ellas, pero lo cierto es que las leyes realmente limitan las acciones de las personas en la mayoría de las situaciones. Si miramos a la Iglesia hoy en día, vemos hombres en el ministerio sacerdotal que experimentan su celibato sólo como una ley. Si pudieran, elegirían otra vía. En este momento concreto, sin embargo, la ordenación sacerdotal exige el celibato. Si me siento llamado al sacerdocio pero no al celibato, sentiré el peso de la castidad como una losa, y me parecerá una ley impuesta. Los que viven este dilema interior se sienten confusos cuando oyen hablar del celibato como un regalo. Un cura joven, comentando este punto, decía: “Puedes rezar y rezar, pero no conseguirás que una ley se convierta en carisma”. Los que son llamados al celibato también experimentan de vez en cuando su opción como una ley. Por ejemplo, cuando pasan por dificultades sexuales o atraviesan períodos de turbulencia emocional su comportamiento puede ser regulado más por los requisitos legales de su compromiso que por la vivencia carismática de sus votos o promesas. B. COMO UNA DISCIPLINA Otros ven su celibato como una disciplina. Hubo tiempos en que, cuando se formaba a los candidatos para el sacerdocio y la vida religiosa, se les inculcaba la idea de que se estaban preparando para ser 62

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“soldados de Cristo”. Estar a la altura de esta misión requería sacrificios. El celibato era una de las renuncias. Esta disciplina, junto con otras, les hacía dignos de servir al Señor en la vida religiosa o en el sacerdocio. La Iglesia tiene tras de sí una larga tradición de prácticas disciplinarias. Aunque las normas han ido cambiando con el tiempo, podemos recordar el ayuno y la abstinencia que, de alguna manera, son todavía bastante comunes entre los cristianos. Sigue habiendo monasterios donde los monjes se abstienen totalmente de comer carne como una forma de disciplina. Como veremos más tarde, la disciplina es necesaria para vivir de manera saludable. La auténtica disciplina, de todos modos, va orientada a conseguir la integración y maduración de la persona. El ayuno debe ser un medio para lograr un fin, no un fin en sí mismo. El mismo principio es válido para la cuestión del celibato. C. COMO UN VALOR FUNCIONAL Son muchos lo que valoran su vida de célibes a la luz de su funcionalidad. Piensan que si estuvieran casados o tuvieran que responsabilizarse de una familia no podrían afrontar determinados riesgos. La misión exige dedicación y requiere disponibilidad. Y así no se sostiene un matrimonio ni una familia. En la historia de la Iglesia hay numerosos ejemplos del valor funcional del celibato. Muchos fundadores de órdenes religiosas son prueba de ello. El celibato les dio libertad para llevar a cabo la misión a la que fueron llamados. Hoy muchos misioneros, especialmente los que se encuentran en lugares conflictivos del globo, valoran el aspecto funcional de su celibato. Los que no se han ido tan lejos también encuentran más tiempo para el ministerio, la oración y la reflexión que están en la base de la auténtica vida de celibato. ¿Cuál es la finalidad del aspecto funcional del celibato? La disponibilidad. Quien elija ser célibe para buscar la tranquilidad personal podrá vivir en estado de célibe pero le faltará el sentido del celibato. D. COMO UN DON O UN VALOR EVANGÉLICO Algunos hombres y mujeres, con el paso del tiempo, van tomando conciencia de que han sido llamados a una vida de célibes y que ésta es para ellos la mejor manera de crecer. Sin duda esta llamada está entrelazada irrevocablemente con su historia personal de salvación. Cuando la gente cree que el celibato es parte del sueño de Dios en su vida, entonces se convierte en un valor evangélico. No es necesario explicar o defender la elección. Simplemente no podría ser de otra manera. Al llegar a la última etapa de sus vidas, echando una mirada hacia atrás se dan cuenta de que no podrían haber hecho un recorrido distinto. Por el mismo principio de analogía, pensemos en los hombres y mujeres que han optado por el matrimonio. No tienen que explicar o justificar la elección de su pareja. La mayoría de ellos también saben que su marido o su esposa forman parte de su historia de salvación. Imaginarse otra vida con alguien diferente les parecería surrealista. Todos caminamos hacia Dios por caminos diversos. Unos, a través de las relaciones de amor con otras personas, llegarnos a experimentar el amor que Dios nos tiene. Otros nos acercamos a El por el camino del celibato. Los compromisos de vida dan testimonio de la infinidad de maneras en que hombres y mujeres llegan al encuentro con Dios. Los que se han unido en matrimonio aprenden gradualmente a vivir la relación amorosa con Dios a través de la sincera relación amorosa con otra persona. Los que son llamados a una vida de celibato siguen un sendero distinto, testimonian la búsqueda sincera de Dios con un corazón entero. 63

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Cualquiera que sea la opción de vida que tomemos, necesitamos el testimonio de personas que han hecho diferentes elecciones para recordarnos las muchas maneras en que podemos encontrar a Dios. Un trayecto no es mejor que el otro, sencillamente son distintos. Y esto es importante. Si estoy viviendo una vida de célibe, los hombres y mujeres que se han comprometido en una relación de pareja me dan fe de la importancia de las relaciones amorosas con Dios en mi vida. De la misma manera, los que viven su celibato con gozo y madurez recuerdan a los casados que cada uno ha de acercarse a Dios de una manera plena y personal. PUNTOS DE REFLEXIÓN Como en capítulos anteriores, resérvate unos momentos para reflexionar sobre las preguntas que siguen. Anota las respuestas que vas dando. Piensa también en compartirlas con un amigo de confianza, un compañero, un miembro de tu comunidad, o un acompañante. 1. ¿Cuál de los cuatro elementos del celibato antes mencionados te ha llamado más la atención: conseguir y desarrollar una manera no genital de amar, hundir las raíces en la vida espiritual, conectar intrínsecamente con la llamada a la vida y la llamada a la misión, renunciar a vivir en pareja? ¿Cómo se hace realidad ese aspecto en tu vida hoy? ¿Qué sentimientos te inspira? ¿Cuáles son sus compensaciones y sus lados dificultosos? 2. Algunos sacerdotes, religiosos y religiosas señalan que el celibato puede ser experimentado como una ley, como una disciplina, como un valor funcional, o como un regalo o valor evangélico. ¿Cuál de las descripciones anteriores experimentas tú con más frecuencia? ¿De qué manera? CELIBATO Y ESPIRITUALIDAD ¿Qué es lo que late en lo hondo de una auténtica vida de célibe? Algo muy sencillo: la vida espiritual. Para sentirse en armonía con su elección, las religiosas, los sacerdotes, los hermanos y todo laico cristiano llamado a vivir el celibato, deben dar respuesta a lo que supone ser una persona espiritual. Si aprenden todo lo que hay que saber sobre la sexualidad humana pero no logran crecer en su dimensión espiritual, estos hombres y mujeres andarán siempre flojos con su celibato. ¿Qué significa ser una persona espiritual? Varias cosas. La primera, reconocer los momentos de despertar espiritual que vienen a lo largo de la vida. En el capítulo III hablábamos del despertar sexual, esos tiempos en que nuestra sexualidad se despierta y brota con fuerza. Los momentos de despertar espiritual son similares. Un intenso deseo espiritual emerge, gradualmente o de manera brusca, como en una experiencia de conversión. No todo el mundo acoge con agrado un despertar sexual. También hay muchos que se sienten incómodos con el despertar espiritual, les da miedo y ansiedad. En esas circunstancias es fácil que se responda reprimiendo tal impulso. La vida espiritual de cada uno tiene una larga historia que comienza en la niñez, pasa a través de la adolescencia y la juventud, sigue en los primeros años adultos y suele llegar a su madurez hacia la edad media de la vida o el período final de ella. Cualquiera que sea el momento en que nos pueda llegar un despertar espiritual, todos nos enfrentamos al mismo reto de acoger esta renovada experiencia de Dios en lo más hondo de nuestro ser. Si no llevamos a cabo esa tarea corremos el riesgo de estancamos espiritualmente. En segundo lugar, una persona espiritual acepta el hecho de que Dios ama a cada hombre y a cada mujer de una manera única y especial. Por eso mismo la espiritualidad de cada uno es singular. Al principio de este libro decíamos que no hay una determinada forma de ser una persona sexual. Igualmente hay muchas maneras de ser una persona espiritual. A lo largo de los años nos dan fórmulas y planes de 64

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acción que ofrecen cierta garantía de éxito en la vida espiritual. En vez de hacer más intensa nuestra relación personal con Dios, muchas de esas cosas nos estorban. En un momento dado nos dicen que nuestra vida espiritual es única. Y después nos aseguran que la espiritualidad franciscana, o la dominica, o la ignaciana, o la mariana, u otra de las mil espiritualidades que hay es la auténtica manera de ser una persona espiritual. No os lo creáis. Las maneras de vivir una espiritualidad son tantas como las personas. La diversas espiritualidades que se nos ofrecen son sólo ayudas. No deberían obstaculizar el camino que nos lleva al encuentro personal con Dios. En tercer lugar, las personas espirituales saben muy bien que no tienen que hacer nada para ganarse el amor de Dios. Es un don totalmente gratuito. El amor de Dios es un derroche. Nos dio la vida, nos la conserva y nos llevará con El a casa. Es un amor que podemos aceptar o rechazar, pero no tenemos que hacer nada para merecerlo. Se han utilizado muchas imágenes para hablar de Dios. La figura de padre nos es muy familiar. Hay buenas razones para usar las palabras madre y padre para referimos a Dios. La mayoría de los padres aman a sus hijos incondicionalmente. Buscan lo mejor para ellos a lo largo de la vida. Incluso cuando los hijos se hacen mayores y se meten en problemas o causan decepciones, los padres suelen estar junto a ellos. Aunque los hijos, en su mayor parte, no tienen que hacer nada para ganar el amor de sus padres, puede haber algunos que sientan que deben actuar de cierta manera o mantener unas particulares creencias para merecer tal amor. Sea cual sea nuestra situación, debemos recordar que el amor de Dios es siempre incondicional, fiel y gratuito. Al principio de este capítulo indicábamos que la castidad es un don. Decíamos también que los regalos se dan con generosidad. El que los concede no espera nada a cambio. Así es el amor de Dios, un don otorgado libremente, sin condiciones. Cuando acogemos esa gratuidad, ya no tenemos que preocuparnos tanto por nuestro progreso en la oración o en cualquier otro aspecto de nuestra vida. Podemos aceptar o rechazar el amor de Dios, pero que haya que ganárselo por méritos propios no entra en el convenio. Finalmente, ser una persona espiritual significa dejar que Dios nos quiera a su estilo, no al nuestro. Thomas Green, jesuita, escribió hace años un libro titulado When the Well Runs Dry (Cuando el pozo se seca). En él habla de la vida de oración y nos dice que el amor con que Dios nos ama es diferente del amor humano. Si nosotros, por error, insistimos en interpretar este amor al modo humano, quizá no lleguemos nunca a experimentar esa extraordinaria relación que Dios nos ofrece personalmente a cada uno. Vamos a desarrollar la imagen que aparece en el título del libro de Green para insistir en esto. El agua del pozo es la gracia reconfortante de Dios. En los comienzos de la vida espiritual nos sentimos jóvenes, llenos de fuerza y energía. También el pozo rebosa de agua. Es relativamente fácil coger un cubo y satisfacer nuestra sed espiritual con el agua refrescante de la gracia de Dios. Cuando vamos creciendo en la vida espiritual, baja el nivel del agua y también disminuye nuestro vigor de antaño. Ahora cuesta más sacar agua del pozo. Todavía podemos, con esfuerzo, conseguir el agua de la gracia que calme nuestra sed, pero ya no resulta tan sencillo como antes. Llegará el día en que estaremos en la madurez de la vida espiritual, habremos rezado mucho en nuestra vida, y el pozo ya se habrá secado. ¿Qué podemos hacer entonces para obtener la gracia reconfortante de Dios? Nada. No nos queda más remedio que sentarnos en el brocal a esperar que llueva. Cuando llegamos a este punto en la vida espiritual ya estamos preparados para dejar que Dios nos quiera como El ha elegido querernos. ¿Cómo solemos reaccionar ante esta situación? Declaramos que estamos estériles, vacíos, viviendo en la soledad del desierto. ¡Brillante conclusión! Justo cuando Dios ha desbrozado el camino de to65

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do lo que nos distraía y nos ha llevado al desierto para hablarnos al corazón, decimos que Dios nos ha abandonado. Al llegar a la madurez todos nos enfrentamos con la experiencia del pecado social y del pecado personal. Muchos hombres y mujeres, en esos años, dicen que sienten una mayor necesidad de ser redimidos. La confianza puesta en Dios les lleva a nuevas formas de oración. Para algunos es una oración más profunda, liberada de pensamientos e imágenes. ¿Qué hay que hacer para orar de esa manera? Abandonarse en las manos de Dios. Se ven señales de que esto se va generalizando. Hay personas que constatan que ya no saben mantenerse activos en la meditación. A otros la oración les resulta árida y poco significativa, no encuentran consuelo, y sienten que a las formas tradicionales de rezar les falta algo. Muchos describen esto que estamos diciendo con palabras como éstas: “Desearía simplemente ponerme delante el Señor. Quiero estar con Dios, no reflexionar sobre Dios”. Parece ser que santa Teresa de Jesús se encontró con el mismo dilema que muchos hombres y mujeres de mediana edad en estos tiempos. Ella lo resolvió de una manera simple. Solía decir que, cuando se sentía incapaz de encontrar palabras para su oración, iba a la capilla y se sentaba delante del sagrario para que el Señor la mirara con amor. El celibato, por tanto, debe hundir sus raíces en la vida espiritual. Si en el centro de nuestra vida no hay una relación amorosa con Dios, el celibato se convierte en poco más que un estado de soltería sin compromiso y ofrece un testimonio trivial. La mayoría de la gente termina preguntándose qué sentido tiene vivir de esa manera. Detente un momento y piensa en lo que acabamos de decir sobre las características de una persona espiritual. Quizá te preguntes: esto de llegar a ser persona espiritual ¿no es cosa de todos? Sí, absolutamente. Vivir el celibato con madurez requiere más o menos las mismas cosas que hacen falta para cualquier otro tipo de vida que se quiera vivir en plenitud. Tengámoslo presente al tratar la cuestión que sigue. ¿QUÉ SE NECESITA PARA VIVIR EL CELIBATO? Don Goergen señala dos elementos necesarios para vivir el celibato con coherencia. Vamos a verlos, a la vez que añadimos algo más. A. DISCIPLINA Mencionamos anteriormente que una vida bien llevada exige disciplina. Un atleta ha de pasar muchas horas practicando si quiere destacar. Un corredor tendrá que seguir una dieta especial y seguir con constancia un plan riguroso de entrenamiento. Un bailarín deberá ensayar los pasos una y otra vez hasta que le salgan espontáneamente. Los profesores tienen el mismo reto. Para desarrollar el conocimiento de una materia y comunicarla adecuadamente han de pasarse horas leyendo y asimilando lo que van a enseñar. Necesitarán también preparar la forma en que deberán presentar la lección, ya sea exposición, debate, o audiovisuales, etc. Año tras año, los educadores competentes reelaboran sus materiales y encuentran estilos nuevos y mejores de transmitir los contenidos. Para vivir plenamente el celibato se necesita una disciplina similar. Los que han elegido esa manera de vivir la propia sexualidad deben cultivarla en múltiples facetas. Por ejemplo, una vida regular de oración, tiempo para los compañeros de comunidad y los amigos, una labor pastoral útil y significativa, el estudio personal. En suma, todos los ingredientes que se requieren para llevar una vida equilibrada. Estas 66

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cosas deberían caer de su peso. Después de todo ¿no es el objetivo de toda auténtica disciplina lograr la integración y plenitud de la persona? B. SOLEDAD La soledad es necesaria para vivir el celibato con autenticidad. En el capitulo III hablábamos sobre la importancia que tiene esto para un sano desarrollo psicosexual. Es un elemento esencial de la propia intimidad. La soledad nos ayuda a ser fuertes cuando estamos sin compañía. Resiste la tiranía de la dispersión que tanto prevalece en nuestra sociedad actual. La soledad, sin embargo, puede ser también una prueba terrible que nos obliga a ponernos frente a nuestro yo. Hay personas que tras haber tenido la experiencia de un retiro de diez días juran que para la siguiente ocasión se traerán una radio o algo para leer. Con sólo la Palabra de Dios y una breve charla con el director espiritual como acompañamiento diario la soledad se les hacía muy violenta. Goergen lo explica bien: las personas que aceptan la soledad rechazan vivir en ambiente de frivolidad. A cambio reciben un gran regalo como recompensa, el de su propia autointimidad. Una advertencia en este terreno. Si la soledad no nos lleva a amar y a una intimidad madura, ésta no es una verdadera soledad. Al principio de este libro insistíamos en la importancia del conocimiento personal para conseguir relaciones de intimidad. Las personas que carecen de intimidad propia difícilmente desearán correr el riesgo de una relación cercana con otras personas. Goergen señala que, en el plano social, la soledad nos lleva a la compasión. En el plano espiritual, a la contemplación. C. SENTIDO DEL HUMOR El sentido del humor ayuda a la gente a superar los golpes que da la vida. También ayuda a los célibes a mantener la visión correcta de las cosas. El celibato sólo tiene sentido si hace felices a aquellos que lo viven. Exactamente eso, felices. No nos referimos a que anden todo el día por ahí muertos de risa. Es la felicidad que nace de la experiencia de un compromiso vivido con ilusión y compartido con buenos compañeros. Durante las dos últimas décadas parece que ha habido sacerdotes y religiosos que no han sido tan felices. Si repasamos ciertos planes de formación permanente desarrollados en diócesis y congregaciones vemos que abundan en temas tales como el estrés y desgaste personal, confusión y períodos de crisis, vida y muerte de las órdenes religiosas, resolución de conflictos y habilidades sociales con gente difícil, problemas de la vida comunitaria. Un sano sentido del humor ayuda a los religiosos, religiosas y sacerdotes a mantener su equilibrio y también contribuye a que reine esa felicidad que debería ocupar un lugar destacado en sus vidas y en su entorno. A lo largo del libro hemos señalado también otros elementos importantes en toda vida de célibe llevada con plenitud e ilusión. Las relaciones de intimidad madura, una labor significativa y, lo más esencial, una honda vida espiritual. Los hermanos, hermanas, sacerdotes y seglares llamados a esta manera de vivir deben poner todo su empeño en integrar estos elementos con equilibrio. Ahora que nos acercamos al final de este capitulo, vamos a poner un poco de atención en el trabajo de A. W. Richard Sipe. Sus ideas sobre la vida de celibato servirán de ayuda a más de un lector. ETAPAS DE CRECIMIENTO EN EL CELIBATO Desde la mitad de los años sesenta, A.W. Richard Sipe, un psicoterapeuta adscrito a la universidad de Johns Hopkins, ha estudiado modelos de crecimiento dentro del celibato en un muestreo de mil sacerdotes, la mitad de los cuales estaban siguiendo algún tipo de psicoterapia. Cuando publicó sus resulta67

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dos en The Secrel World. Sexuality and the Searchfor Celibacy (El mundo secreto. Sexualidad y búsqueda del celibato), Sipe puntualizó enseguida que su trabajo había consistido más en una indagación que en una investigación científica. Aunque esta distinción pueda parecer poco interesante para algunos lectores, de hecho es bastante significativa. Sipe identificó modelos y tendencias coincidentes en muchos de los hombres que estudió. De todos modos hay cosas en las que habrá que seguir profundizando. Los hallazgos de Sipe sobre el proceso de crecimiento dentro del celibato sirven para la cuestión que estamos tratando. Para empezar, él sostiene que los que se comprometen en una vida célibe entran en un proceso de desarrollo. Con el paso del tiempo este temprano ideal externo debe convertirse en una realidad interior. En segundo lugar, señala que los hombres que habían llegado a la consecución de su vida de celibato vivían con coherencia, eran lo que decían que eran. El trabajo presentaba un inconveniente. Había sido efectuado entre un grupo limitado de hombres, que eran sacerdotes. Por lo tanto d tener el cuidado de no generalizar sus descubrimientos aplicándolos a todos los sacerdotes, religiosas, hermanos y seglares que viven el celibato. Teniendo en cuenta esta advertencia, veamos las etapas que se describen. A. GANANCIA / PÉRDIDA A la primera fase del crecimiento dentro del celibato, Sipe la llama etapa de “ganancia / pérdida”. Cuando alguien personalmente decide vivir célibe y casto, sea a una edad temprana o más tardía, se experimenta una sensación de pérdida. Algunos de los sacerdotes sondeados lo expresaban con toda claridad, se trataba de la pérdida de una vida genital. Esta conciencia arrastra consigo una potencial secuela depresiva. Eso es de esperar, siempre que la gente pierde a una persona querida o una parte de sí, nace la tristeza y el desaliento. B.COMOYO/NOCOMOYO La segunda fase del crecimiento en el celibato es identificada como la etapa del “como yo / no como yo”. Aparece entre dos a cinco años después de la ordenación o de la profesión religiosa. Muchos de los sacerdotes que entrevistó Sipe habían vivido en un mundo bastante limitado durante el tiempo de formación. Los que rondan ahora la madurez o están más entrados en años recuerdan las restricciones que había en sus noviciados o seminarios con relación al mundo. Estaban con compañeros que aspiraban a lo mismo que ellos. La gente tiende menos a cuestionarse su elección por el celibato si son pocos los que en torno suyo están pensando en una opción distinta. Pero, pasado el tiempo de la ordenación, los sacerdotes jóvenes empiezan a trabajar en lugares donde hay mucha gente, personas que en su mayoría han optado por una vida sexual bien distinta a la del celibato. Más aún, Sipe añade que muchos de ellos fueron conociendo a través de su ministerio cuál era el estilo de vida del resto de la gente. Uno relataba su hallazgo en estos términos: “Todos tienen su vida sexual, menos yo”. Otro tuvo esta reacción: “Ya no estoy tan seguro de que me quiera pasar toda la vida durmiendo solo”. Pronto descubren los jóvenes célibes que hay personas que son como ellos y otras que no lo son. ¿Qué tareas les esperan a éstos por delante? Han de iniciar dos procesos. Primero, interiorizar los ideales del celibato. Segundo, desarrollar su identidad como persona célibe. Tener la referencia de una comunidad que vive el celibato es una de las mejores maneras de llevarlo a cabo. Dice Sipe que la experimentación sexual no había sido cosa extraña en la época y en el grupo que estuvo sondeando. Para algunos esto tuvo una incidencia mínima. Para otros fue el comienzo de un prolongado período de actividad sexual que se apartaba enteramente de una auténtica vida de célibe. Aquellas experiencias sexuales llevaron a otros a dejar el sacerdocio y a entrar en una relación que implicaba la dimensión genital.

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C. CONTROLO / SOY CONTROLADO Esta etapa aparece, en cierto modo, entre trece y dieciséis años después de la ordenación o de la profesión religiosa. Se produce una traslación desde el sentimiento de ser controlado por una autoridad externa hacia una mayor interiorización de los valores y creencias personales. Las cuestiones relativas a la autoridad marcan netamente este período. Sipe puntualiza que los hombres aludidos, durante la etapa de “controlo y soy controlado”, se habían enfrentado con el reto de llegar a ser ellos mismos. Decepcionados por el estancamiento, la confusión y los fracasos, se vieron empujados a abandonar sus primeras ilusiones y a plantearse seriamente sus propios valores, creencias y objetivos. Para muchos de ellos aquello significó un nuevo brote de vida espiritual. Y también llegaron a confiar más en sus comunidades sacerdotales, a la vez que se sentían menos dependientes de ellas. Añade Sipe que los curas del libro de Edwin O ‘Connor The Edge of Sadness (El filo de la tristeza) y de los relatos de J.F. Powers y Georges Bernanos son representativos de esta etapa. Sugiere igualmente que cuando Ignacio de Loyola pedía a sus religiosos que se tomaran un año de reflexión y actualización después de doce o trece años de trabajo, demostraba ser buen conocedor de las necesidades personales de los hombres que viven el celibato en este período de sus vidas. ¿Qué tipo de hombre o mujer surge después de esta etapa de crecimiento? El de alguien que manifiesta un nuevo estilo de relación consigo mismo, con Dios y con la comunidad. D. SOLO / AISLADO La etapa de “solo /aislado” se presenta entre veintidós y veintisiete años después de la ordenación o la profesión religiosa. Y refleja la lucha sostenida a lo largo de la vida para pasar del aislamiento a la interioridad. Entre otras cosas, una vida de célibe testimonia la realidad de que todos estamos solos. Casados, solteros, viudos, sacerdotes, hermanos, religiosas, todos vinimos a este mundo solos y solos lo abandonaremos. Estar solo no debe confundirse con estar aislado, ya lo hemos dicho antes. El primer término describe la capacidad que uno tiene para aceptarse a sí mismo y aceptar su destino. El aislamiento se refiere a una situación en donde los hombres y las mujeres viven alienados y desprovistos de sus propios recursos. Para pasar de lo segundo a lo primero, hay que abandonar la falsa ilusión de que es posible fundirse en otro y admitir el hecho de que la soledad existe en la vida de cada persona. ¿Qué interrogante marcaría esta etapa? Algo que suena así: ¿ valido la pena todo esto”? Se necesita un crecimiento progresivo en la relación con Dios para poder dar una respuesta satisfactoria. E. INTEGRACIÓN No cabe la menor duda de que Sipe encontró también una dimensión mística en la vida de los hombres que habían llegado a esta etapa de desarrollo en el celibato. Vivían la trascendencia y contaban experiencias personales que podríamos describir corno momentos de éxtasis o de cumbre espiritual. Más importante, de todos modos, era la manera en que esa trascendencia se reflejaba en sus vidas cotidianas. Tenían una transparencia espiritual, eran lo que realmente deseban ser. A pesar de las flaquezas y los defectos habían llegado a ser lo que se habían propuesto, hombres de Dios. Sipe señaló que le había resultado más fácil encontrar en aquel grupo a sacerdotes que quisieran hablar sobre sus luchas con el sexo que descubrir a los que pudieran comunicar su experiencia positiva de 69

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consecución e integración. Necesitamos más testimonios de éstos últimos. Solemos ser bastante idealistas o nos puede el legalismo cuando abordamos estos temas. No escuchamos suficientemente a los que han recorrido bien su camino. DIEZ ELEMENTOS QUE FAVORECEN LA VIVENCIA PLENA DEL CELIBATO Sipe encontró diez elementos que estaban presentes en las vidas de los hombres que, a su juicio, habían logrado vivir con autenticidad el celibato. Primero, el trabajo. Los que habían conseguido vivir el celibato en plenitud sabían optimizar su energía y su tiempo. Segundo, oración o interioridad. Puede parecer chocante pero todos los hombres que habían vivido un celibato coherente pasaban de hora y media a dos horas diarias en oración. El tiempo de oración era una prioridad para estos sacerdotes. Asimismo los que vivieron con madurez el celibato se sentían parte de una comunidad. Las relaciones íntimas con una amplia variedad de personas habían sido un apoyo para vivir con gozo el celibato. El servicio a los demás era un factor importante en las vidas de todos, a la vez que un indicador de su capacidad personal de trascenderse. No todos los sacerdotes del trabajo de Sipe eran ascetas. Algunos disfrutaban de la buena comida y los vinos selectos. Sin embargo todos se procuraban el cuidado físico necesario. Sipe dice que eran hombres que conocían sus propias limitaciones corporales y sabían dar la respuesta adecuada, velando por su salud. Era notorio el sentido de equilibrio que reflejaban aquellas vidas. Un equilibrio que permitía el tiempo suficiente para la oración y ponía coto al exceso de trabajo. Muchos de ellos hablaban también de confianza en sí mismos y ante lo trascendente. Eran hombres seguros en el mejor sentido de la palabra. No se dejaban abatir por las circunstancias. Llevaban su vida diaria y sus tareas con orden. Aunque no todos eran grandes profesores, los que habían llegado a vivir con madurez su celibato tenían afán por aprender. Finalmente, todos ellos se deleitaban en alguna forma de belleza, ya fuera la música, la pintura, el teatro, o la naturaleza. CONCLUSIÓN El cuadro que presenta Sipe del último grupo de hombres resulta atrayente, quizá porque para algunas personas el celibato es la mejor manera de crecer en plenitud. Esa es su llamada y su destino. Los que se sienten invitados a vivir así se dan cuenta pronto de que el crecimiento humano, sexual y espiritual es posible A menudo con resultados sorprendentes. Al acabar este capítulo, camino del epílogo, no estará de más que recapitulemos algunos puntos como hacemos siempre. Lo primero de todo, una vida de célibe debe estar profundamente enraizada en la dimensión espiritual y tiene que tener un sentido. Segundo, existen muchos mitos y prejuicios sin fundamento en torno a las personas que viven su sexualidad de esta manera. Tercero, el celibato supone adquirir y desarrollar maneras de amar que no sean genitales, está conectado intrínsecamente a la llamada personal de cada uno a la vida y a la misión, implica una renuncia a vivir en pareja. Cuarto, el celibato será experimentado a veces como una ley, como una disciplina, como un valor funcional, y como regalo o valor evangélico. Finalmente, la disciplina, la soledad, el sentido del humor y las relaciones de intimidad son algunos de sus elementos esenciales. Por encima de todo, recuerda esto: así como crecemos en pobreza y obediencia, también hay un crecimiento en castidad. Los que llegan al final de ese viaje se darán cuenta de algo que estaba siendo 70

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cierto todo el tiempo, esto es, que en el fondo de una auténtica vida de celibato está la unión con Dios y con los demás. Quienes viven su sexualidad de esta manera dan testimonio de la vida futura. PUNTOS DE REFLEXIÓN Aquí van las preguntas para ayudar a la asimilación de lo que hemos visto en este capítulo. Como en ocasiones anteriores, no te vendrá mal que tomes algunas notas según vas respondiendo a cada una. Una vez más, mantener un diálogo con otros puede enriquecer tu reflexión. 1. ¿Qué es lo esencial en tu vida de célibe? Invierte algún tiempo explorando las motivaciones que te llevan a vivir tu sexualidad de esta manera. ¿Qué papel juega realmente la espiritualidad en tu vida de célibe, si es que lo juega? 2. Mucha gente insiste en que la vida espiritual debe estar en el centro de una auténtica vida de celibato. ¿Qué significado concreto tiene para ti en tu vida de célibe? Explícalo, por favor. 3. ¿Qué relación ves entre las etapas de Sipe y tu propia experiencia? Teniendo en cuenta que las desarrolló basándose en un grupo limitado de sacerdotes, ¿ves REFERENCIAS similares en tu propia vida? Si es así, explica cuáles. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Breckel, Suzanne. Sexuality, the Celíbate’s Response. (Unpublished lecture, National Assembly of Religious Brothers meeting, Providence, Rl: 1977). Coriden, James A. and Thomas J. Green and Donald E. Heintschel. The Code of Canon Law. (Mahwah, NJ: Paulist Press, 1985). Goergen, Donaid. Tbe Sexual Celibate. (New York, NY: Seabury, 1974). Levinson, Daniel J. Seasons of a Man’s Life. (New York, NY: Alfred Knopf, 1978). Sammon, Sean D. Growing Pains in Ministry. (Mystic, CT: Twenty-Third Publications, 1983). Sipe, A.W. Richard. The Secret World: Sexuality and the Search for Celibacy. (New York, NY: Brunner/Mazel, 1990).

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EPILOGO La intención de este libro es muy sencilla. Se trata de ayudar a los hombres y las mujeres que se sienten llamados a vivir el celibato a comprender mejor este modo de ser una persona sexuada. Antes que nada tengo que decir que esto es una herramienta que puede ser útil para la formación. Hasta hace poco el conocimiento de la sexualidad humana y del celibato ha estado gravemente ausente en la vida de algunos sacerdotes, religiosos, seglares solteros y viudos. Es triste decirlo pero esa escasez de información precisa y adecuada sobre estas cuestiones continúa todavía marcando la vida de bastantes de ellos. Hay muchos temas relacionados con la sexualidad humana y el celibato que no han sido abordados en esta obra. Falta, por ejemplo, una alusión al crecimiento psicosexual durante la niñez y los años de la adolescencia. Falta también una reflexión acerca de las personas con SIDA que están en la vida religiosa, las implicaciones canónicas del voto de castidad o la promesa de celibato, y algunas otras cosas. Ya existen publicaciones que analizan esos aspectos. Para completar la lista de REFERENCIAS que aparece al acabar cada capítulo, he incluido al final del libro una pequeña bibliografía que servirá de ayuda a los lectores interesados en ampliar información. Yo pertenezco a la generación que llegó a la edad adulta en los años siguientes al Vaticano II. Llegamos a la madurez durante la llamada “revolución sexual” y la verdad es que no estábamos muy preparados para enfrentamos a ese período turbulento de la historia reciente. En tiempos pasados, los diálogos sobre la sexualidad y el celibato solían estar marcados por la turbación, los silencios incómodos y las admoniciones contra las “amistades particulares”. Esto tiene que cambiar, y gracias a Dios ya está cambiando en muchos centros de formación. Aún queda trabajo por hacer para que una nueva generación pueda crecer apreciando los regalos de la sexualidad humana y de la vida de celibato. También hay generaciones anteriores que necesitan acompañamiento en este terreno. ¿Qué nos hace falta para trabajar en la buena línea educativa y mejorar anteriores procesos formativos? Ante todo, un diálogo sobre la amistad y las relaciones de intimidad. Si esto no fuera posible en una vida de célibe, ¿quién elegiría esta manera de vivir su sexualidad? Lo siguiente es proporcionar una información correcta y suficiente sobre la sexualidad genital y la orientación sexual de la persona. Y las bases para un crecimiento emocional, espiritual, y sexual a lo largo de la vida. Y los elementos necesarios para un crecimiento psicosexual sano. En los planes de formación del seminario y del noviciado hay que brindar espacios para que pueda suscitarse el debate y la reflexión en tomo a estas cuestiones, libremente y sin miedos. De la misma manera hay que trabajar en la formación continua para que los que están en otros períodos de su vida también se expresen distendidamente sobre ello. Por último, está la experiencia fundante de nuestra relación con Dios. Ese vínculo personal es la esencia de una vida de celibato en madurez. ¿Qué se necesita para hacer esto realidad? Pasión, hambre de Dios, coraje, espíritu de aventura. Pasión suficiente para abandonarse a la llamada seductora de Dios. Un hambre que sólo puede ser satisfecha por la gracia consoladora de Dios. Coraje para aceptar la manera en que Dios nos ama incluso cuando esta forma de amar nos deja perplejos. Espíritu de aventura para hacer el recorrido de la vida hasta llegar finalmente a casa. Pasión, hambre de Dios, coraje, espíritu de aventura. Todo esto es necesario para una vida de celibato. En nuestro caminar nos acompañan amigos que nos quieren. Dios no permitiría que fuera de otro modo. El celibato es una manera maravillosa de vivir nuestra sexualidad. Cientos de miles de personas pueden dar fe de ello. . Apéndice UNA RESPUESTA PASTORAL AL ABUSO SEXUAL DE MENORES 72

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¿Por qué se produce el abuso sexual de un niño? Esta pregunta inquietante queda siempre flotando en el aire cada vez que se tiene un debate en torno a esa lacra social. Los datos científicos de que disponemos actualmente no ofrecen respuestas clarificadoras ni completas. Y sin embargo el problema está pidiendo pistas urgentemente. Remitiéndonos a los Estados Unidos, el hecho de que esta cuestión reciba cada vez más cobertura en la televisión y en la prensa, unido a la abrumadora cifra de un aumento del 200 por cien en la denuncia de abusos cometidos entre 1976 y 1987 ha provocado que el público se pregunte si no se estará extendiendo por el país una epidemia de abuso. LA EXPERIENCIA DEL ABUSO A nadie le cabe duda que la experiencia de un abuso puede ser traumática. Maggie Hoyal, en la obra 1 Never Toid Anyone . Writings by Women Survivors of Child Sexual Abuse (Jamás se lo conté a nadie. Relatos de mujeres que fueron víctimas de abuso sexual infantil), aporta su desgarrador testimonio personal: “El apartó su mano de mis pantalones, escupió en sus dedos y los restregó. El sonido de su escupitajo me hizo sentirme mal. Luego introdujo la mano por debajo de mi ropa y empezó a decir algo con aquella voz que sacaba. De pronto la puerta se cerró de golpe y él retiró su mano inmediatamente, como si se hubiese quemado. Luego se volvió a mí y me dijo con aspereza: No digas nada a tu madre. Como lo hagas, lo lamentarás toda tu vida”. Mike Lew, psicoterapeuta y autor de Victims No More : Men Recoveringfrorn Incesi and Other Sexual Child Abuse (No volvamos a ser víctimas. Recobrarse del incesto y otros abusos sexuales infantiles), relata la historia de Robert, 28 años de edad, cuyas relaciones de adulto continúan llevando las heridas del incesto que sufrió de pequeño. “Mi padre me mandaba periódicamente al cuarto de baño, cuando mi madre se recluía allí gritando y llorando. Esperaba que yo la calmara y ‘me hiciera cargo de ella’. La cosa llegó a tal extremo que ella contaba tanto conmigo para aliviar sus penas que trasladó el lugar de sus arrebatos a mi habitación. Allí se quedaba, acostada, hasta que yo entrara y la hiciera sentirse mejor. Todavía recuerdo su olor y su tacto cuando estaba en mi cama, y aún me provoca náuseas. Ella requería cada vez más mi atención hasta el punto de que lo quiso todo. No admitía que yo quedara con nadie. Me decía que no hiciera caso de las chicas porque ellas sólo pensaban en el sexo. Mis relaciones de noviazgo han sido difíciles desde el principio. En cuanto empiezo a sentirme atraído por una compañía femenina, me vuelven las náuseas. He llegado a vomitar en cada relación que he tenido.” EXTENSIÓN DEL PROBLEMA Con la aplicación de las leyes que regulan la denuncia del abuso de menores, recientemente puestas en vigor, todos hemos tomado conciencia de que la explotación de niños y adolescentes está muy extendida. Parece que este problema es más común que el del maltrato físico. Algunos datos son reveladores. A través de un sondeo efectuado a fines de los años 70 en un sector de estudiantes se supo que antes de cumplir los 18 años casi una de cada cinco mujeres y uno de cada once hombres había tenido una experiencia sexual con adulto. La sensibilización ciudadana ha aumentado notablemente cuando se han ido conociendo la elevadas cifras de personas detenidas a causa de esta conducta. Ha levantado mucha polvareda el arresto de educadores, cuidadores de niños, sacerdotes y religiosos. En estas particulares circunstancias la ira colectiva estalla, en buena parte, porque la confianza que había sido depositada en esas personas se ha visto fatalmente traicionada. CINCO PREGUNTAS Los que ostentan cargos en la Iglesia tienen especial responsabilidad pastoral cuando se trata de los abusos sexuales, sobre todo cuando hay algún miembro de la institución implicado. Tienen que pre73

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ocuparse no sólo por las víctimas y sus familias, y por los transgresores, sino también por todos los hombres y mujeres que participan activamente en la animación de la comunidad eclesial, porque han de ejercer su ministerio libres de toda sospecha sobre este particular. Los que cooperan en la misión de la iglesia deben tener una adecuada información sobre el abuso sexual de menores a fin de que puedan actuar en la buena dirección. Para empezar por la base, una sólida educación integral proporciona importantes herramientas para la intervención, el tratamiento y la prevención. En ese orden de cosas vamos a proponer cinco preguntas, a las que daremos respuesta. 1. ¿Qué se entiende por abuso sexual de menores? 2. ¿Quiénes son las víctimas? 3. ¿Quiénes son los transgresores? 4. ¿Cómo podemos valorar la conducta de un transgresor? 5. ¿Qué tipo de tratamiento puede aplicársele? ¿QUÉ SE ENTIENDE POR ABUSO SEXUAL DE MENORES? Los menores, en su mayoría, carecen de capacidad para consentir libremente el sexo con un adulto. Por eso la implicación sexual de adultos con niños cuenta con la condena generalizada. El abuso se da cuando los niños y adolescentes, evolutivamente inmaduros y dependientes, se ven atrapados en una actividad sexual que no llegan a entender plenamente y a la que no pueden dar consentimiento responsable. Con frecuencia esta conducta viola el tabú social de los roles familiares. La pedofilia, término que significa literalmente “amar a un niño”, tiene un relieve especial siempre que se discute sobre el abuso sexual. Sin embargo, L.M.Lothstein, Director de Psicología del Instituto de Vida de Hartford, Connecticut, subraya la necesidad de distinguir entre los términos pedofihia y efebofihia. El primero se refiere a un adulto que experimenta urgencias sexuales recurrentes e intensas, y fantasías eróticas focalizadas hacia menores prepúberes. La edad de éstos se suele fijar arbitrariamente en los trece años o menos. El adulto debe ser al menos cinco años mayor. Por tanto, utilizamos el término pedofilia cuando un niño o niña antes de ha pubertad es el objeto de la fantasía, o participante en la conducta. La efebofilia es un término que utilizamos cuando nos referimos a un adulto que experimenta urgencias sexuales recurrentes e intensas, y fantasías eróticas focalizadas hacia un menor púber o adolescente. La edad se establece arbitrariamente entre los catorce y los diecisiete años. El adulto debe ser al menos cinco años mayor. TIPOS DE ABUSO Se suele tipificar el abuso sexual en varias categorías: incesto, exhibicionismo, acoso, violación, sadismo sexual, y pornografía y prostitución infantil. Cada una de estas conductas puede ser considerada pedofilia cuando tiene como objeto un menor prepúber. Por ejemplo, el acoso sexual, que es un vago término que a veces cambiamos por el de “libertades indecentes”, alude a caricias, tocamientos o besos eróticos, especialmente en las zonas pectorales y genitales, la masturbación de un menor o una menor, o inducir al menor a que acaricie o masturbe al adulto. El incesto, que también sucede frecuentemente en el ámbito de la pedofilia, consiste en cualquier actividad sexual física entre miembros de la familia. El término de familia se usa aquí en el sentido amplio de la palabra. La presencia o ausencia de vínculos de sangre entre los participantes del incesto significa mucho menos que los roles de parentesco que desempeñan. La actividad puede darse entre un menor y los padres, o los padrastros — nos referimos siempre a ambos sexos-, los miembros de la familia en general (abuelos, cuñados, tíos) o padres sustitutos (por ejemplo los padres adoptivos). 74

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Otros tipos de abuso son el exhibicionismo, la pornografía y la prostitución infantil. Por exhibicionismo solemos entender la exposición de los genitales por parte de un adulto masculino a muchachos, chicas y mujeres. El exhibicionista puede aparecer en zonas comerciales, patios de colegio y otros espacios abiertos. A veces conduce y aparca el coche con los pantalones bajados. Y siempre experimenta excitación sexual al advertir el sobresalto o la sorpresa de los que lo ven. La prudencia convencional arguye que los exhibicionistas no son violentos, pero es significativo que un buen número de violadores de menores hayan practicado también el exhibicionismo. Cuando hablamos de pornografía infantil nos referimos a la elaboración de vídeos o producción de películas que recogen actos sexuales de menores entre sí, o menores con adultos, o con animales, sin autorización de ningún tipo ni mediación de las instancias de protección legal del menor. La distribución de ese material en cualquiera de sus formas, sea cual sea su rentabilidad, está oficialmente prohibida. La prostitución infantil se da cuando hay menores, de ambos sexos, participando en actividad sexual por provecho, y cambiando frecuentemente de destinatario. En los Estados Unidos hay aproximadamente 300.000 menores utilizados en pornografía y prostitución infantil. El abuso sexual, por tanto, es un término amplio que describe toda actividad sexual que implica tanto a niños como adolescentes. Las víctimas no tienen la capacidad para dar consentimiento responsable a estas conductas y no comprenden plenamente sus consecuencias. Sólo cuando se trata de un menor preadolescente utilizaríamos el término de pedofilia, que tiene un ámbito técnicamente más restringido. ESQUEMA DEL ABUSO Suzanne Sgroi, experta en el abuso infantil, señala que los encuentros sexuales entre adultos y niños siguen de ordinario un patrón previsible: compromiso, interacción sexual, secretismo, revelación y supresión. Durante la fase de compromiso, los transgresores suelen buscar las ocasiones de estar a solas con el menor e inducirle a la actividad sexual. La fase de interacción recoge la progresión de las actividades sexuales, exposición, caricias, y posiblemente alguna forma de penetración. Cualquiera de esas conductas puede ir acompañada de la eyaculación. Después de la consumación, la mayoría de los transgresores tratan de imponer secretismo. Con ello se elimina la posibilidad de que la acción trascienda, facilitando así la repetición de la conducta. Esta fase de secretismo se interrumpe con la revelación. Circunstancias externas pueden conducir accidentalmente a que el secreto llegue a desvelarse. Por ejemplo, el abuso puede ser observado por un tercer participante. O las pistas pueden venir cuando se percibe daño físico en el menor, o por el embarazo, los síntomas de una enfermedad sexual transmitida, o la iniciación del niño en una conducta sexual precoz. Algunas víctimas deciden hablar a otros sobre el abuso. Un niño o una niña, al encontrar la experiencia excitante o estimulante, comparte el secreto. El padre de una chica adolescente, ansioso por satisfacer en ella sus necesidades sexuales, reduce las relaciones y las actividades sociales de la hija y la obliga a permanecer dentro del círculo de la familia. A causa de esta frustración ella acaba revelando su relación incestuosa. El estado de ánimo que sigue a la revelación puede ser confuso. Alivio, sensación de deslealtad por traicionar al padre, ira, sentimiento de culpa si se disfrutó en ciertos aspectos de la relación. La revelación abre el camino para intervenir adecuadamente. DOS REACCIONES 75

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A la vez que los transgresores reaccionan con alarma cuando el secreto se ha desvelado, los miembros de la familia se preguntan: “¿En qué medida me puede afectar a mí todo esto?” Los que se sienten seguros de sí mismos y gozan de sólido equilibrio emocional acogen a la víctima con atención y protección. Otros, que ya conocían la situación o quizá también participaban en ella, reaccionan con sentimientos de culpabilidad o sólo se mueven por interés personal. Hay que apoyar mucho a la familia para que todos acierten a dar una respuesta que vaya orientada a favor de la víctima. ¿Cómo reaccionan los hermanos ante la revelación? Suelen hacerlo de dos maneras: preocupándose por la víctima, y/o con ira hacia el transgresor. Algunos quizá ya han sufrido antes el abuso por su parte. Sin embargo, cuando el delito viene causado por alguien externo a la familia, puede haber una quiebra en la vida familiar y en la relación de hermanos, debido a la exposición y la publicidad que se deriva de la revelación del secreto. En términos generales la familia despliega una amplia gama de reacciones ante el abuso. Pueden mostrar protección y preocupación por el menor, con una cierta mezcla de autodefensa y autoprotección. Algunos miembros pueden presionar a otros para tratar de negar los hechos, resistiéndose a colaborar con las entidades protectoras del menor o las autoridades que aplican el peso de la ley. A la revelación le suele seguir a menudo una fase de supresión. Tanto si el abuso sucedió dentro de la familia como si lo fue en el exterior, los miembros tratan de evitar la publicidad, la información y la intervención. Algunos intentan restar gravedad a la agresión sufrida por la víctima y desaconsejan cualquier posible intervención externa. Cuando el abuso sucede en el ámbito familiar la fase de supresión puede ser dura. El transgresor trata de socavar la credibilidad del menor y la alegación de delito sexual, arguyendo que la víctima tiene tendencia patológica a la mentira o sufre perturbación mental. Puede haber amenazas de separación y agresión verbal y física con el objeto de presionar al menor para que se retracte o deje de colaborar en el proceso de intervención. Otros miembros de la familia también pueden “conspirar” contra él intentando hacerle sentirse culpable por haber revelado un secreto. Ante estas tácticas de aislamiento algunas víctimas terminan por retirar la demanda o dejan de cooperar con los que tratan de ayudarlos. Ellen Bass y Laura Davis, en su obra Courage to Heal (El coraje de sanar), cuentan la historia de Carey para ilustrar la rabia que sienten algunas víctimas después de la revelación. “Cuando tenía once años, monté a caballo con mi mejor amiga. Le conté lo que me estaba pasando con mi padrastro. Ella se lo contó a su madre, la cual a su vez se lo contó a la mía. Cuando llegué a casa salió mi madre, loca de ira. Me agarró y me tiró del caballo. A patadas y golpes me metió en casa, y me empujó escaleras arriba hasta mi habitación. Me arrojó sobre la cama, gritándome que quién era yo para andar por ahí contando mentiras. Yo le decía entre sollozos: ‘No son mentiras, es la verdad, y tú lo sabes’ Y ella empezó a apretarme el cuello. Allí estaba mi padrastro, detrás, observando con una cara absolutamente inexpresiva. Yo me ahogaba. Creo que ella me habría matado. Era la tercera vez que lo intentaba. Finalmente él la apartó de mí diciendo: ‘Ya sabes que nadie la va creer. Ninguno cree lo que dice ‘“. LAS VICTIMAS Las víctimas del abuso sexual de menores proceden de todas razas, credos y niveles socioeconómicos. Una víctima puede ser blanca, cobriza, amarilla o negra, católica o protestante, rica o pobre. Puede ser de sexo masculino o femenino, si bien por cada caso sucedido con un muchacho se conocen dos o tres de chicas. Aunque los niños más pequeños sufren también el abuso, Finkelhor señala que la explotación a menudo empieza a la edad de ocho o nueve años, y dura al menos cinco años. Resulta curioso el dato de que los chicos sean más frecuentemente las víctimas de alguien externo a la familia. Algunos menores son 76

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amenazados con castigos si se niegan a colaborar, a otros se les manipula diciéndoles que sólo se trata de un juego, o algo “especial”, o pura diversión. Adele Mayer, experta en cuestiones de abuso infantil, advierte que muchas de las víctimas manifiestan una seudo madurez que enmascara la auténtica necesidad que tienen del normal afecto de los padres. También están marcados por sentimientos de culpabilidad y responsabilidad. Algunos de ellos creen que podrían haber hecho algo para evitar el incesto o abandonarlo después de que empezó. Por último también, las víctimas acaban perdiendo confianza en la figura de autoridad. El abuso sufrido en la infancia o adolescencia tiene serias consecuencias para las etapas posteriores de la vida. Las víctimas experimentan problemas al buscar relaciones íntimas de adulto. Su desarrollo evolutivo hacia la madurez se ve truncado con frecuencia y muchos tienen dificultades para adquirir seguridad y responsabilidad en grado suficiente. En numerosos casos la rabia reprimida degenera en una variedad de conductas autodestructivas en las que no faltan los intentos de suicidio, la automutilación, y el abuso de la química y del alcohol. Los adultos que fueron víctimas en su niñez pueden tener dañado su sentido de la realidad. Incapaces de comprender plenamente lo que sucede en su mundo, van perdiendo la confianza en sí mismos y en los demás. La mayoría de ellos viven con este lema: “Si trato de imaginar que esto no está sucediendo de verdad, a lo mejor termina por irse”. Al final bastantes llegan a pensar que, en efecto, algunas cosas sencillamente no son reales. Más de uno se pregunta: ¿cómo puedo yo saber si fui una víctima de abuso sexual infantil? Ellen Bass y Laura Davis, terapeutas del abuso, proporcionan este cuestionario de comprobación: cuando eras niño o adolescente, ¿te tocaron en zonas sexuales? ¿te mostraron películas de sexo, o te forzaron a escuchar diálogos sexuales? ¿te hicieron posar para tomar fotografías seductoras o eróticas? ¿te sometieron a tratamientos médicos innecesarios? ¿te obligaron a practicar sexo oral con un adulto o coh hermanos? ¿sufriste violación u otro tipo de penetración? ¿fuiste acariciado, besado, o abrazado de una manera que te hacía sentir incómodo? ¿te obligaron a tomar parte en rituales de abuso, en los que tú eras físicamente o sexualmente maltratado? ¿te forzaron a observar actos sexuales o mirar las partes genitales? ¿o te bañaban de una manera que tú percibías como una intromisión? ¿te veías ridiculizado o te sentías como un objeto respecto a tu cuerpo? ¿te inducían hacia prácticas sexuales que ciertamente no deseabas? ¿o te dijeron que para lo único que valías era para el sexo? ¿te introdujeron en la prostitución o la pornografía infantil? Bass y Davis indican que los adultos que sufrieron el abuso en su infancia con frecuencia rebasan los límites del equilibrio al negarse a afrontar la realidad de lo que les sucedió. Una mujer llegó a convencerse a sí misma de que todo había sido un sueño. Otra borró todo rastro de memoria. Yendo aún más lejos, otra decía estas palabras acerca de su propia lucha contra sus recuerdos: “Yo no quería creer lo que había pasado. Una parte de mí reconocía la verdad, pero la otra parte luchaba por negar lo que había visto. Hubo veces en que hubiera preferido reconocer que estaba medio loca antes que admitir que era cierto lo que me había pasado.” Sin embargo, para los que experimentaron el abuso, la negación de los hechos suele ser un paso necesario en el proceso traumático al que se enfrentan. Es como una pequeña tregua cuando se les hace extremadamente difícil reconocer al niño pequeño y herido que llevan dentro. La negación les da un respiro para vivir al día, y también les permite marcar su propio ritmo de recuperación. Añaden estos expertos una serie de respuestas autodestructivas que amenazan a las víctimas del abuso: minimizar (pretender que lo que sucedió no era en el fondo tan malo), racionalizar (dar una explicación del abuso “Oh, él no pudo evitarlo, estaba borracho”), negar que pasara algo, abandonar el cuerpo (entumecer el cuerpo de manera que el menor no sienta lo que le están haciendo), rotura interior (el sentimiento de estar dividido en más de una persona), la ausencia (vivir como si no se estuviera presente), el caos (mantener el control sobre la base de crear desorden), la alerta desmesurada, tomarlo con humor, ocuparse en cosas, olvidar (muchos niños olvidan el abuso, incluso aunque les esté sucediendo). 77

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Hay un testimonio anónimo en la obra Slayer of the Soul: Child Sexual Abuse and the Catholic Church (Asesino del alma. El abuso sexual de menores y la Iglesia Católica) que describe sus esfuerzos por “olvidar” el abuso que sufrió. “No recuerdo gran cosa. En realidad, no quiero recordar. No es una decisión consciente. A veces me digo a mí mismo: escucha, tienes que afrontar esto, te sentirás mucho mejor si lo haces. Pero en mi interior resuena un clamor, ¡no! Mi terapeuta dice que es normal que un adulto que sufrió el abuso de niño trate de olvidar, es como una especie de amnesia. Pues bien, definitivamente tengo amnesia.” ¿Qué podemos decir sobre la recuperación? Aunque las víctimas del abuso se encuentran con muchos obstáculos en este proceso, no deberían nunca olvidar estos dos puntos: la ayuda está al alcance de la mano, y la curación es posible. Mayer señala como una de las herramientas de sanación más efectivas la que se realiza en grupos semiestructurados, orientados tanto en la vertiente de comunicación como en sentido didáctico. Los participantes se identifican entre sí prontamente, la empatía que surge al compartir entre unos y otros es inmediata, poderosa, y muy terapéutica. No importa cómo recuerde la gente el abuso sufrido en su historia personal, lo importante es hablar de ello con los demás. Nadie puede curarse solo. La “Carta que jamás se envió al ofensor” es otra ayuda poderosa para la recuperación. Los objetivos son claros. La víctima escribe una carta al transgresor. En ella manifiesta los sentimientos que alberga hacia aquella persona, describe el abuso al que fue sometido, y las secuelas que dejó en su vida. Luego se lee la carta en alto ante los demás miembros del grupo, repitiendo las cosas más de una vez, hasta que la expresión verbal iguala a la intensidad del contenido. Cualquiera que sea el método de sanación empleado, Mayer indica que siempre tiene que haber estos seis objetivos bien definidos: afirmar la valía personal, compartir con los otros la experiencia que todos sufrieron y sus consecuencias, atenuar el sentido de culpa y responsabilidad en el abuso por parte de la víctima, ofrecer información educativa, enseñar conducta asertiva, desatar las emociones bloqueadas para ayudar a identificarlas. DENUNCIAR EL ABUSO En tiempos anteriores la mayoría de las transgresiones se perdían en el silencio. Sin embargo a finales de los años 70 la información de los casos de abuso aumentó notablemente, lo cual contribuyó a presentar un cuadro más realista de la extensión y naturaleza del problema. Remitiéndonos una vez más a los Estados Unidos, la American Humane Association, organización nacional que se dedica a recoger datos del abuso de menores, registró un aumento singular de denuncias, desde los mil novecientos setenta y cinco casos constatados en el año 1976 a los veintidós mil novecientos dieciocho informados en el año 1983. Este incremento espectacular puede explicarse en parte por el hecho siguiente: hubo que esperar hasta 1978 para que todos los estados de USA participaron en la recogida de datos. Otras fuentes también reflejan que el abuso está extendido de una manera que antes parecería inimaginable. En un meticuloso sondeo que se efectuó en San Francisco el año 1978, el 38 por cien de las mujeres encuestadas informaron de tocamientos sexuales no deseados, e intento de violación o violación consumada antes de los 18 años.

CARACTERÍSTICAS DE LOS PADRES David Finkelhor, investigador de este problema, reflexiona sobre la pequeña proporción de abusos que se denuncian realmente. Y lo hace en estos términos: supongamos que sólo el 10 por cien de las chicas y el 2 por cien de los chicos sufriesen el abuso sexual, tendríamos entonces en números redondos 78

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210.000 casos nuevos que sucederían cada año. Está claro que esta cifra resulta considerablemente más grande que el número real de casos declarados. Así como la falta de relación con amigos o amigas semejantes puede ser un indicador de que se está produciendo abuso sexual, ciertas características de los padres de un menor se asocian también con esa situación. 1. Tener un padrastro duplica la vulnerabilidad de una muchacha ante el abuso. 2. Una madre cortejadora que trae a casa a hombres no fiables sexualmente también aumenta el riesgo de que su hija sea víctima. 3. El padre que no da muestras de afecto a su hija y que cree fuertemente en la obediencia de los hijos y la subordinación de la mujer aumenta el riesgo de abuso. La niña tiene dificultades para distinguir entre el afecto verdadero y el interés sexual tenuemente velado, lo cual debilita su posición ante los deseos de un transgresor. 4. Las chicas que viven sin su madre natural están con frecuencia a falta de la debida vigilancia. Las madres que trabajan fuera de casa, sin embargo, no suelen poner a sus hijas en mayor riesgo por ello. 5. Las relaciones madre-hija en las que f la comunicación, y las madres que tienen tendencia punitiva en los temas sexuales, aumentan el riesgo. Las cl bombardeadas con prohibiciones y castigos en las cosas que se refieren al sexo pueden pasarlo mal a la hora de informarse adecuadamente sobre lo que constituye el abuso. 6. Las mujeres que se sienten indefensas y víctimas comunican estas actitudes a sus hijas. 7. Las discrepancias significativas entre el trasfondo educativo de la madre y el de su esposo pueden aumentar el riesgo de la hija. Un padre bien educado y una madre que no lo está constituye la combinación más peligrosa. Una mujer con un nivel de educación notablemente inferior puede sentirse subordinada a su marido y dependiente de él. Y su hija puede aprender implícitamente la lección de que ella también es indefensa y debe obedecer. Sin ánimo de agotar la lista tenemos aquí varios factores que, cuando concurren en la vida de una muchacha, deben poner en alerta a los adultos sobre la posibilidad de que pueda darse el abuso. Y los muchachos, ¿también corren el mismo riesgo? Desde luego que sí. Finkelhor estima que se puede cifrar entre 46.000 y 92.000 el número de muchachos menores de trece años que son víctimas cada año. Sin embargo pocos casos obtienen notoriedad pública. Los chicos crecen con una ética de seguridad personal que les permite librar sus propias batallas. Cuando caen heridos en combate se muestran menos proclives a pedir la ayuda necesaria. Pero hay otras razones que explican el bajo nivel de denuncia en el abuso sexual de los chicos: 1. La sexualidad juvenil masculina no se ve como cosa negativa. Las aventuras y las experiencias sexuales de los muchachos con adultos son a menudo consideradas menos dañinas de lo que son en realidad. 2. Los adolescentes masculinos, especialmente los que se cuestionan su propia virilidad, temen ser etiquetados de homosexuales si otros descubren que son o han sido víctimas del abuso. 3. Los muchachos tienen más que perder por la denuncia del abuso que las chicas. Su libertad e independencia, generalmente más amplias en ellos que en ellas, podrían sufrir un recorte por parte de los padres y tutores. En consecuencia los muchachos mayores particularmente tienden a informar menos. Nuestra cultura ofrece poco espacio para considerar a los hombres como víctimas. Después de todo, poca gente se dio cuenta de que “The Summer of ‘43” (El verano del 43) era una película que versaba sobre el abuso de menores, hemos dicho bien, el abuso de menores. Un chico se veía enredado con una señora mayor. Mike Lew señala que a los “hombres de verdad” se les supone la habilidad de protegerse a sí mismos, solucionar cualquier problema y recuperarse de los contratiempos. Cuando los muchachos experimentan el abuso, nuestra cultura espera de ellos que “lo resuelvan como hombres”. ¿QUIÉN ABUSA DE LOS MENORES? 79

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Más o menos en el 85 por cien de los casos los transgresores son hombres, de todos los oficios y profesiones, cualificados o sin cualificar. Muchos de ellos son descritos como tipos egocéntricos que encuentran las relaciones sexuales con niños más seguras, menos exigentes, con más bajo nivel de riesgo y menos problemas. Los encuentros sexuales entre adultos y menores cubren un amplio espectro. Como indica Finkelhor, en ellos podemos incluir al hombre que pasa toda su vida con una fijación en niños de ocho años, y también al otro que convence a su novia para que meta un niño en la cama de ellos con el fin de “experimentar algo distinto”. Los niños son el único interés erótico de algunos adultos, en tanto que con otros el abuso sólo sucede en circunstancias especiales. Los que cometen el abuso sexual se pueden dividir en dos tipos básicos: fijativos y regresivos. En el despertar de la madurez sexual los transgresores fijativos desarrollan una atracción hacia los niños de carácter excluyente. Aunque puedan comprometerse en actividad sexual con personas de su misma edad, e incluso contraer matrimonio, sus relaciones sexuales serían siempre iniciadas por su pareja, o se deberían a la presión social, o incluso podrían facilitarle el acceso a los niños. ¿Tienen los tipos regresivos una predisposición básica hacia el compromiso sexual con niños? La respuesta es: no. Sin embargo, cuando las relaciones con el mundo adulto se tornan conflictivas, y las responsabilidades y la desgracia los sobrepasan, la orientación primaria de su interés sexual se desplaza hacia los menores, alejándose de las personas de su misma edad. Psicológicamente el transgresor fijativo deviene en niño, en tanto que el regresivo ve al niño como un seudo adulto. CUATRO FACTORES Pocas teorías sobre el abuso sexual consiguen abordar plenamente toda la complejidad que encierra esa conducta. Hay adultos que sienten excitación sexual con los niños, pero nunca llegan a dar cauce a sus impulsos debido a que tienen otras fuentes alternativas de gratificación o se ven inhibidos a causa de los controles sociales ordinarios. Finkelhor identifica cuatro factores, planteados como cuestiones, que de un modo u otro contribuyen a que emerja el perfil tipo del transgresor. 1. Congruencia emocional. ¿Por qué encuentra una persona adulta la relación sexual con un niño emocionalmente gratificante y congruente? 2. Excitación sexual con niños. ¿Por qué es capaz una persona de excitarse sexualmente con un niño? 3. Bloqueo. ¿Por qué se bloquea una persona en sus intentos por conseguir satisfacer sus necesidades sexuales y emocionales en una relación de adulto? 4. Desinhibición. ¿Por qué los tabúes sociales no consiguen disuadir a una persona de mantener relaciones sexuales con un menor? ¿Juega el mismo papel cada uno de estos factores en la vida de los transgresores? Probablemente no. Sin embargo a partir de ahí podríamos tener un punto de partida en el intento de hallar una explicación de las causas del abuso. 1. ¿Por qué encuentra una persona adulta la relación sexual con un niño emocionalmente gratificante y congruente? 80

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Para algunos existe un "acoplamiento" entre sus necesidades emocionales y las características del menor. Su desarrollo psicológico se quedó atrofiado y les dejó una personalidad de niños. Al tener necesidades emocionales infantilizadas, desean relacionarse con otros niños. Aparte de su inmadurez, bastantes transgresores tienen un bajo nivel de autoestima y se ven incómodos en sus relaciones sociales con los adultos. Sus interacciones con los menores les proporcionan sentimientos de poder, fuerza y control. A otros, las fantasías de acosar a niños les ayudan a superar la vergüenza, la humillación o la debilidad que experimentaron en su infancia en manos de un adulto. Un gran número de transgresores actuales fueron a su vez víctimas de niños. Al “identificarse con el agresor” culminan una superación simbólica de los traumas psicológicos heredados de la infancia. Respondiendo a la pregunta desde otra perspectiva, las teorías feministas apuntan a temas como la socialización masculina que convierte a los niños en "apropiados" compañeros sexuales. A los hombres se les enseña a ser dominantes, poderosos, y los que toman la iniciativa en las relaciones sexuales. En consecuencia muchos están inclinados a relacionarse con los que son más jóvenes, más pequeños y más débiles que ellos. 2. ¿Por qué es capaz una persona de excitarse sexualmente con un menor? Muchos adultos sienten una necesidad emocional de relacionarse con niños. Y esto puede manifestarse mediante el deseo de estar con niños, amar o controlar a los niños, o tener a los menores bajo su dependencia. Estas personas resuelven sus necesidades de manera no sexual convirtiéndose en compañeros, educadores, auxiliares infantiles, pediatras y dedicaciones similares. La posesión sexual de niños requiere una explicación independiente de esta necesidad emocional de relacionarse con menores, o añadida a ella. Los causantes del abuso muestran niveles desproporcionados de excitación con niños. Para explicar esto los expertos suelen explorar dos áreas: los factores biológicos y la teoría del aprendizaje social. Al parecer, los factores biológicos tales como la dotación cromosómica o el espectro hormonal constituyen una fuente de inestabilidad que puede predisponer a una persona a desarrollar una tendencia desviada en el momento del despertar de la sexualidad. Se han encontrado anormalidades psicológicas entre algunos transgresores. Los doctores Fred Berlin y John Money de la Universidad Johns Hopkins han obtenido éxitos en el tratamiento de ellas con drogas antiandrógenas como la Depoprovera. Esta teoría sobre el origen del abuso, sin embargo, necesita todavía más investigación para que podamos explicar por qué se elige a un menor como objeto del deseo sexual. La teoría del aprendizaje social sugiere que la fijación con niños se origina con una llamada sexual temprana añadida a una fantasía repetida a la que acompaña la práctica de la masturbación, volviéndose progresivamente más excitante. El factor de la masturbación asocia el placer con la fantasía del abuso. Otros estudiosos de esta teoría sostienen que la experiencia del abuso quizá no es tan importante a la hora de caracterizar el problema, porque puede venir influenciado por un modelo que incita a encontrar a los niños sexualmente estimulantes. La pornografía infantil y los anuncios que llevan el icono sexual de menores juegan también su papel en el abuso. El placer experimentado por adultos que se masturban ante estos materiales intensifica el efecto y se llega finalmente a sentir la excitación a través de los niños. 3. ¿Por qué se bloquea una persona en sus intentos por conseguir satisfacer sus necesidades emocionales y sexuales en una relación de adulto?

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Existen dos tipos de bloqueo, el de desarrollo y el situacional. El primero impide a una persona avanzar al estado psicosexual de adulto. Por ejemplo, algunos transgresores son tímidos, inadaptados e inestables, personas que carecen de las destrezas sociales necesarias para las relaciones adultas con otros. Al asociar la sexualidad de adulto con el dolor y el rechazo, escogen a niños como fuente sustitutivo más segura y gratificante. También las normas sexuales represivas pueden contribuir al bloqueo, mezclando las relaciones sexuales de adulto con sentimientos de culpa y conflicto personal. Algunos investigadores sitúan a las causantes de abuso infantil entre los más reprimidos de todos los transgresores. El bloqueo situacional se produce cuando una persona que parece tener tendencias de adulto se sale del comportamiento sexual ordinario debido a la pérdida de una relación o alguna otra crisis transitoria. En las familias incestuosas, por ejemplo, es frecuente que la relación de un hombre con su esposa se haya deteriorado. 4. ¿Por qué los tabúes sociales no consiguen disuadir a una persona de mantener relaciones sexuales con un menor? Para responder a esta cuestión se suele mencionar a menudo la personalidad y los factores situacionales. Algunos transgresores tienen un débil control de sus impulsos, de manera que se saltan fácilmente las inhibiciones que pudieran impedirles cometer el abuso. El alcoholismo y otras dependencias químicas son otros factores significativos en este problema ya que, si bien no causan directamente la transgresión, facilitan notablemente el camino. Los factores situacionales pueden reducir la fuerza de la inhibición. La pérdida del empleo, la muerte de un ser querido, o un período de gran estrés personal son elementos que encontramos en numerosas circunstancias de abuso. La condición de hijastra puede también aflojar las normales inhibiciones que hay entre una muchacha y su padre en el terreno sexual. Las corrientes feministas también aportan sus teorías en torno al problema del abuso, denunciando ciertos trasfondos sociales y culturales que implícitamente contribuyen a estimular o condonar la conducta sexual orientada hacia los niños. Por ejemplo la aprobación social de los excesos de la autoridad patriarcal. O culpabilizar a las propias víctimas de] abuso, o las reticencias que han existido en el pasado dentro del sistema de justicia a la hora de perseguir y castigar a los transgresores, o la tibieza que aún advertimos en algunas instituciones a la hora de responder públicamente con rapidez ante estas situaciones. Hay gente que piensa que todo esto contribuye a dar "luz verde" al abuso de menores. Finalmente, como mencioné en el capítulo III, el psicólogo Patrick Carnes acuñó el término de "adicción sexual" para explicar alguna conducta sexual compulsivo. El alcoholismo tiene ya su concreta denotación, que es cuando una persona tiene una relación patológica hacia una química que altera el estado de ánimo. Los adictos al sexo sustituyen esa relación patológica por una experiencia de alteración de ánimo que impide una relación más sana con los otros. La adicción comienza con procesos ilusorios de pensamiento que se aposentan en el sistema de convicciones del adicto. Cuatro autoafirmaciones básicas distorsionan la realidad: "soy fundamentalmente una persona mala, un inútil", "nadie va a quererme tal como soy", " nunca voy a satisfacer mis necesidades si tengo que depender de otros" , "el sexo es mi necesidad más importante". La adicción sexual puede saltarse las inhibiciones sociales comunes que vetan el tener sexo con un niño. El modelo de los cuatro factores de Finkelhor, antes citado, ayuda a entender por qué mucha gente con notables componentes de inducción para cometer el abuso, finalmente no lo hace. En principio cumplen los requisitos de uno o dos factores, pero luego se distancian de los perpetradores en los que sí se dan al completo los cuatro. 82

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¿CÓMO PODEMOS VALORAR LA CONDUCTA DE UN TRANSGRESOR? La evaluación del que comete abuso sexual debe ser comprehensiva, reuniendo a especialistas de varias disciplinas diferentes. Una valoración adecuada incluye los siguientes elementos: examen físico con posterior trabajo de investigación para descubrir los desórdenes que puedan estar incidiendo en la conducta (análisis funciona] del riñón y el hígado, test cromosómico de rutina), examen neurológico y psiconeurológico detallado para descartar sintomatología de ataque u otra patología neurológica, análisis psicológico comprehensivo, un historial sexual completo, evaluación sintomático de la adicción incluyendo la de índole sexual, una exhaustiva historia interior personal que pueda sugerir posibles vías de tratamiento, entrevista clínica tenida ante especialistas familiarizados con el área del abuso sexual. Los resultados de la evaluación y las recomendaciones que de ella se deriven han de comunicarse detalladamente al transgresor y, con su permiso, a otros que también juegan un papel en el tratamiento. ¿QUÉ TRATAMIENTO EXISTE PARA LOS CAUSANTES DEL ABUSO?; ¿CUÁL ES SU RESULTADO? ¿Qué es lo que lleva al abuso sexual de un menor? Lo comentábamos al principio, no lo sabemos plenamente. El tratamiento puede ser difícil. Los transgresores a menudo niegan su inclinación y sus actividades, y tienden a minimizar los efectos de su conducta. Ayudando a los perpetradores del abuso no terminamos con el problema. Hay que detener todo intento de transgresión posterior. Sin embargo para ello se requiere un mayor conocimiento de la cuestión y la manera correcta y efectiva de intervenir. ¿Quién necesita esta formación? Gente diversa. Los sacerdotes, los educadores, las familias, el personal médico y psiquiátrico, los representantes de la ley y los jueces de lo criminal. Fred Bertin dice que, hasta hace poco, cada generación producía sus correspondientes portadores de la viruela. Muchos morían debido al contagio. La prevención se logró posteriormente no por castigar, encarcelar o exiliar a los portadores sino mediante el trabajo de los investigadores que encontraron la causa de la viruela y la controlaron con la vacunación, de tal manera que para 1979 la enfermedad había sido barrida del panorama por completo. Aunque es muy posible que el abuso sexual de menores no quede eliminado jamás, hay que seguir investigando sobre las causas y consecuencias del problema, a la vez que se aplican las adecuadas intervenciones de ayuda. Por ese camino se puede avanzar mucho para hacer descender la frecuencia y reducir la extensión del daño. El tratamiento del abuso sexual tiene que venir por diversos costados. No basta con la terapia del diálogo personal. Se requiere un programa comprehensivo en el que no falte una terapia individual y de grupo, educación sexual, dinámicas conductuales y cognitivas, reinserción orientada a mejorar las habilidades interpersonales, técnicas de relajación para controlar la ansiedad y la ira, medicación con fártnacos antidepresivos, y antiandrógenos (Depo-provera, Cyproterone acetate), grupos para la personalización del rol de víctima, grupos de autoayuda como Sex and Love Addicts Anonymous (SLAA), Sexaholics Anonymous (SA), o Sex Addicts Anonymous (SAA). Hay que establecer un período considerable de seguimiento personal después de la fase de tratamiento interno. Una mirada más cercana a tres de esos componentes mencionados puede sugerirnos las variadas posibilidades de intervención. Hablábamos de medicación con antiandrógenos, personalización de víctima, y los grupos de autoapoyo. Para empezar, las drogas antiandrógenas suprimen el apetito sexual en general. Inhiben los deseos sexuales convencionales a la vez que deprimen otros que implican desvíos. La Depo-provera puede traer efectos secundarios a corto plazo, como por ejemplo el aumento de peso, som83

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nolencia, pesadillas, sofocos, sudores fríos, hipertensión, respiración acelerada, encogimiento testicular, azúcar en la sangre, y reducción y retención atípica de esperma. Parece que estas secuelas desaparecen cuando se deja la medicación. Los resultados de estudios verificados con animales han advertido también del riesgo de tumores malignos en el pecho. Se necesita todavía más investigación para calibrar los efectos que puedan darse a largo plazo. Aparte de esto la mayoría de los transgresores se niegan a ver el daño que hacen o el riesgo en que ponen a sus víctimas, manteniendo la ilusión de que el menor consintió el encuentro sexual, lo apreció o incluso se sintió beneficiado. Los grupos de personalización del rol de víctima están orientados a visualizar el impacto que las diversas ofensas sexuales producen en las víctimas. La atención se centra en los efectos que se producen inmediatamente y los que vienen más tarde en la vida. Los miembros del grupo llegan a comprender por qué las víctimas se comportan como lo hacen y de qué manera se ven afectadas por el abuso en su historia personal. Finalmente, los grupos de autoayuda, al estilo de los Alcohólicos anónimos, son un recurso de tratamiento que está al alcance de todos. Su método se basa en los "doce pasos" de dicha asociación. Aunque no tenemos datos reales que nos muestren la efectiva participación en estos grupos y el grado de continuidad de los que comienzan, el testimonio personal de los miembros deja pocas dudas sobre el beneficio que hacen a personas que habían perdido toda esperanza. Hemos comentado que el transgresor tiende a negar y minimizar el abuso que ha cometido. Superar esa fase es un reto para los terapeutas. Podemos ilustrar esto con el testimonio anónimo que aporta un sacerdote convicto de abuso infantil en la obra antes citada Slayer of the Soul: Child Sexual Abuse and the Catholic Church (Asesino del alma. El abuso sexual infantil y la Iglesia Católica): "Yo sabía que en mi interior yo no era la persona que hubiera actuado de esa manera. Mi verdadero yo jamás lo habría hecho. Así que la mentira se apoderó de mi vida. Tenía problemas para aceptar esa realidad, que yo era culpable de abuso sexual." ¿Podemos garantizar que, con el debido tratamiento, el ofensor no volverá a abusar de un menor? No. Pero en la pasada década se han dado avances positivos en el tratamiento de este desorden. ¿Cuándo es el mejor momento para brindar ayuda a un transgresor? Ahora mismo. Incluso se puede ofrecer asistencia a los que no han sucumbido a sus impulsos. Puestos en lo mejor, quizá evitemos con ello que lleguen a cometer el abuso. RECOMENDACIONES PASTORALES El fiscal F. Ray Mouton, hablando en un seminario titulado "Sufrimiento de los niños. Desviaciones sexuales de los sacerdotes en la comunidad católica", hacía este comentario: "Debemos recordar constantemente que los niños han sido confiados por Dios a nuestro cuidado, al cuidado de todos nosotros, y cuando un transgresor molesta sexualmente a un niño, ya sea laico, clérigo o religioso, la primera cosa que se le quita a ese niño es el regalo más preciado que ha recibido de Dios, su inocencia". Aun cuando las nuevas leyes promulgadas sobre la denuncia han aumentado la sensibilidad general en tomo al abuso de los menores, esta lacra social continúa siendo ampliamente silenciada. Tanto si la conducta ocurre dentro de casa o fuera de ella, en las manos de los padres, familiares, amigos o extraños, los agentes pastorales de la Iglesia deben asistir a las víctimas del abuso y a sus familias. En su servicio de administradores, animadores, educadores, asistentes sanitarios y consejeros, están en una posición ideal para observar posibles situaciones de abuso y procurar la intervención y el tratamiento.

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Estos agentes pastorales están también obligados a proteger a las posibles víctimas futuras. Toda acción rápida y responsable aplicada en cuanto hay indicio de abuso puede prevenir posteriores tragedias para otros. ALGUNOS PASOS NECESARIOS El abuso sexual infantil que no se denuncia y no se trata pronto requiere luego atención posterior en la vida. Los que trabajan en la pastoral diocesana deben ayudar a las víctimas a afrontar esta dolorosa experiencia durante los años adultos y encontrar recursos para la sanación. La primera respuesta empieza con el conocimiento del problema y de qué manera se puede intervenir. Estas acciones incumben no sólo a los sacerdotes sino también a las familias, los estudiantes y la gente de la parroquia en general. Las diócesis y las comunidades religiosas tienen que desarrollar planes Normativos para aprender a evaluar el alcance de las cosas y cómo hay que actuar cuando se tienen informes sobre abusos cometidos. Para la impartición de esos programas hay que contar con el consejo de expertos en aspectos legales y clínicos. Cuando el transgresor es un sacerdote o un religioso, hay que actuar de la misma manera. En tales circunstancias los superiores religiosos tienen que investigar cualquier sospecha de abuso, adherirse a la letra y al espíritu de las leyes oficiales sobre la denuncia, y poner a disposición del causante los medios necesarios para una evaluación adecuada, tratamiento y asistencia legal. Además de lo dicho tienen responsabilidades adicionales para con las víctimas del abuso y los propios compañeros del perpetrador. Antes que nada, las víctimas merecen una respuesta pastoral por parte de la Iglesia. Y hay que proporcionarles toda la asistencia que sea necesaria. Al mismo tiempo las víctimas y sus familias deben obtener la garantía, de palabra y de obra, de que el transgresor no les volverá a causar ese daño de nuevo. Junto con ello, hay que velar por que se proteja el buen nombre de los compañeros religiosos a fin de que no se les inculpe también a ellos por asociación. Dicho en pocas palabras, se les ha de asegurar la opción de continuar con su ministerio libre de sospecha. CONCLUSIÓN La persona que comete abuso sexual con menores es despreciada, estigmatizada y condenada. Parece que son pocos los que desean descubrir las causas de esa conducta, y mucho menos mostrar hacia el causante compasión o indulgencia y ofrecerle ayuda. En los tiempos actuales, la comunidad eclesial puede tomar el liderazgo al recordar que en esta situación, como en tantas otras, el mensaje de Jesús nos insta a dejar de lado toda venganza en favor de la acción decisiva, la misericordia, el perdón, y la conversión personal. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Bass, Ellen and Laura Davis. The Courage to Heal: A Guide for Women Survivors of Child Sexual Abuse. (New York, NY: Harper and Row, 1988). Bass, Ellen and Louise Thornton. 1 Never Told Anyone: Writings by Women Survivors of Child Sexual Abuse. (New York, NY: Harper and Row, 1983). Carnes, Patrick. Out of the Shadows: Understanding Sexual Addiction. (Minneapolis, MN: CompCare Publishers, 1983). Finkelhor, David. Child Sexual Abuse: New Theory and Research. (New York, NY: FreePress, 1984). Lew, Mike. Victims No Longer: Men Recovering from Incest and Other Sexual Child Abuse. (New York: NY: Harper Collins, 1990).

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