UN DIA DE ESTOS. Pensó que todo era lo mismo, todo menos su felicidad truncada hacía un par de meses

UN DIA DE ESTOS Amaneció un día cualquiera, como otros tantos en su corta vida. Pensó que todo era lo mismo, todo menos su felicidad truncada hacía

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TODO LO QUE NECESITA PARA SU BIENESTAR, EN UN SOLO LUGAR. Localización: Carrera 7B N° 145-81 CARACTERISTICAS: * Plano base tomado de http://mapas.b

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UN DIA DE ESTOS

Amaneció un día cualquiera, como otros tantos en su corta vida.

Pensó que todo era lo mismo, todo menos su felicidad truncada hacía un par de meses.

Justo cuando se disponía a salir de aquella vieja casa, hizo sonar las llaves que

descansaban en su manos vacías de toda esperanza, esbozó una leve sonrisa mientras

se giraba y observó unos segundos las teclas de su olvidada máquina de sueños…

Como cada mañana salió para tomar un café en la cafetería de la esquina, La Central.

Saludaba a su paso a todo aquel que le regalaba un “buenos días” aunque normalmente

su paso era lento y cabizbajo.

Aquella mañana llovía y el reloj marcaba las nueve en punto.

Decidió madrugar porque las sábanas parecían cemento y los recuerdos iban invadiendo

su habitación sin compasión, casi sin quererlo, casi sin darse cuenta…

Sacudió su paraguas justo a la entrada mientras empujaba la puerta de aquel lúgubre

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Café.

Normalmente cortado con dos de azúcar y una simple media tostada integral con tomate

aceite y una pizca de sal.

Pero esto, pocas veces, muy pocas veces, sólo cuando el salario del mes lo permitía.

Tenía por costumbre abrir repetidas veces su cartera como si fuese a pagar, pero lo

que quería era mirar una y otra vez esa foto en blanco y negro.

Se sentaba en una esquina de la barra, en su taburete negro, para evitar miradas

o conversaciones comprometidas, aunque en su interior sabía muy bien que todos

cuchicheaban acerca de su suerte…

Asentó varias veces con su cabeza tal vez para maldecir algún pensamiento maloliente

que en ese momento cruzaba su cabeza viajando al pasado, hasta llegar a su presente.

Sacó del bolsillo de su gabardina un cigarrillo maltrecho y casi empapado con el fin de

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secarlo inmediatamente con su mechero azul.

En su rostro se podía apreciar la barba de tres días, y tras sus lentes, unos ojos cansados,

desencantados, lucían celestes como mar en calma.

A veces pensaba que era lo único que le había quedado de su patria que tanto añoraba.

El azul del mar.

Miró a su alrededor y haciendo cuenta ajena comenzó a darle vida a un trozo de papel.

Su cara se iba transformando a medida que la tinta de su vieja pluma llenaba los

espacios en blanco de aquella servilleta.

De repente una cálida voz de mujer rompió aquel momento de lucidez, aquel silencio,

perturbando la paz de su alma, que hace tiempo vendió al mejor postor.

Giró su cabeza sin dar demasiada importancia a aquella persona sacando su viejo

encendedor para ofrecerle justo lo que ella le había pedido casi a media voz.

Por un momento, no pudo evitar mirar casi de reojo a aquella mujer, la cual vestía

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falda negra típica del turno de oficio, camisa abotonada y medio tacón.

Su pelo era rubio, en su rostro se marcaban las arrugas típicas de los cuarenta, su sonrisa

pintaba muy bien y en sus ojos se reflejaba un verde que transmitía esperanza.

Justo lo que esa alma cándida necesitaba…Esperanza.

Casi sin quererlo, esas miradas se tornaron en una grata conversación.

Dejaron sus taburetes para ir a una mesa escondida de mármol y forja y fue en ese

momento en el que el Café en su totalidad se giró para mirarles.

Compartieron más de un café, más de una sonrisa, más de una cómplice mirada.

En menos de una hora ya sabían datos interesantes uno del otro.

Nada importante, algunas cosas, son y deberían seguir siendo secretos del corazón.

Algo entrañable tuvo que surgir de los labios de aquella misteriosa mujer, cuando él,

tomó sus manos perfectas, suaves, preciosas, entre las suyas…

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Pareció pararse el mundo para ambos.

Ella se levantó sutilmente y se dirigió al baño, cruzando todas las miradas del local.

En ese mismo instante, Miguel volvió a abrir su cartera para mirar esa foto en blanco

y negro de nuevo.

Tal vez para recordar, o tal vez para olvidar.

Aprovechando la ocasión, ella decidió pasar antes por caja y pagar.

Miguel no lo vio justo pero sonrió, levantándose e invitándole a salir juntos de aquel

Café.

Abrió su paraguas aún dentro, abrió la puerta de un solo golpe, dejándole paso y la

protegió hasta la calle de abajo entre sonrisas y algún que otro achuchón.

Llovía fuerte muy fuerte, el cielo plomizo avecinaba una larga noche.

El frío calaba los huesos y encogía el alma.

Caminaron sin rumbo fijo hasta llegar sin querer a la altura de un edificio derruido y

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enmoquetado con dos taquillas de madera apolillada.

Dos pases cargados de humedad para Midnight Cowboy en Versión Original.

Ya acomodados recordaron aquella época y justo en la mitad de la proyección ella

acercó su cabeza a su hombro dejándose sentir.

Miguel se dejó llevar y como si fuese algo suyo, la rodeó con su brazo izquierdo

dejando ver su pequeño tatuaje.

En los títulos de crédito el reloj de la sala marcaba las tres en punto de la tarde.

Seguían su camino bajo la lluvia como dos críos y sin pensarlo llegó.

Llegó ese beso. Extraño. Casi vacío de sentimientos.

Tal vez porque sus labios no se correspondían con los de aquella fotografía.

Entraron en una tasquita para saciar el apetito. Un vino dulce, una cerveza, una ración

de calamares y media de queso…

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La tarde iba cayendo hasta convertirse en un manto de pocas estrellas con una luna

incandescente, llena, rojiza, pesante…

En el ambiente se podía respirar cierta melancolía.

A lo lejos el sonar de sus tacones y las farolas sin luz iluminaban sus cuerpos.

A la entrada del callejón, Miguel se paró, insinuando el fin de aquel día.

María se puso frente a él, tomó sus manos y le dijo algo así como… “con el azul de tu

mirada y el verde de mis ojos, se podrían pintar maravillosos paisajes en cualquier

parte de este mundo”…

Entraron en el apartamento de Miguel pasando horas de pasión y desenfreno.

Al despertar de ese pequeño sueño de placer, María dejó en su mesilla una breve

nota con un número de contacto y una calle de Paris.

Semidesnudo se asomó a la ventana para ver como continuaba lloviendo,

mientras María se alejaba despacio, sola sin compañía, dejando que el agua limpiara

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el sabor de aquellos besos.

Miguel se tumbó en la cama un rato más, mientras veía como se consumían las velas de

la habitación.

Miraba la nota, le daba vueltas, pensaba, cerraba los ojos, volvía a despertar…

Se levantó para calentar un poco de sopa y calmar el frío de su corazón.

Antes de apagar la última vela para descansar, abrió de nuevo su cartera, miró aquella

foto mientras corría por su mejilla una leve lágrima de recuerdo y dejó consumir

aquella nota en la poca llama que quedaba hasta apagarla.

Se sentó en la mesita que una vez recuperó del bidón de la basura para terminar de

escribir lo que esa misma mañana empezó en aquel Café.

Dejó correr la persiana de esterilla que le separaba del mundo real y decidió así sin más

batirse en duelo con Morfeo hasta despuntar los primeros rayos de Sol, así un día tras

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otro, esperando la llegada de un rostro que se pinte en Blanco y Negro…

Alma Buruki

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