Story Transcript
Un futuro posible:preservar identidades, compartir proyectos Conferència pronunciada per Pasqual Maragall a Bilbao 1.Quiero empezar mi intervención de esta tarde manifestando mi más radical repulsa al último atentado de eta, en Andoain, que costó la vida a Joseba Pagazaurtundua. Esta condena no admite matiz posible. Y este atentado tampoco admite silencio posible. El silencio, en el País Vasco, es hoy sinónimo de asentimiento, de demasiadas complicidades con el terror. Sólo por la palabra llegará la paz a Euskadi. Y no avanzaremos ni un milímetro en este camino, si lo transitan solamente –y mucho menos aún si nos conducen- corazones de hielo, como dijo Maite Pagazaurtundua. El silencio del alcalde de Andoain es políticamente inmoral. También aquí sin paliativos. Inmoral porqué no se puede callar ante el asesinato de un ciudadano. Inmoral porque un alcalde no puede callar ante el asesinato del jefe de su policía municipal. Déjenme que lo diga claro y sin matices: yo habría votado la moción de censura contra el alcalde de Andoain, por encima de cualquiera otra consideración de coyuntura o cálculo electoral, dando prioridad a la exigencia moral y a mi convicción que nadie que no condene la muerte de una persona, de un servidor de su propia administración, puede seguir un minuto más como alcalde. Era un gesto de dignidad política. 2.- Dicho esto, quiero hablarles esta tarde desde el máximo respeto a los ciudadanos vascos y a sus instituciones. No tengo la pretensión de hablarles de los problemas del País Vasco desde la distancia, ni mucho menos impartir lecciones sobre lo que debe hacerse para resolverlos. Pero si les ruego que acepten que mi aproximación a su situación está hecha desde una cierta pasión positiva, desde una voluntad de empatía. Quiero plantearles una reflexión respetuosa con la convicción de que los problemas de los vascos sólo pueden resolverlos los vascos, en democracia y desde las instituciones y las leyes de que nos hemos dotado. Mi reflexión se orienta hacia lo que podemos hacer desde Catalunya para crear unas condiciones mejores que las actuales para ayudar a que el pueblo vasco avance hacia una solución de futuro. 3.-Pero antes de hacerlo creo que también es mi deber dejar sentada una petición que reiteradamente he planteado a los máximos representantes institucionales de Euskadi: la COMPASIÓN con las víctimas del terrorismo ... Compasión, no como sentimiento cristiano, sino padecer con, ser capaces de ponerse en el lugar del otro, de compartir su dolor, su angustia, su temor, su esperanza ... Compasión humana, de persona a persona ... Y compasión política, de partido a partido, con el mensaje profundo de que hay esperanza en este pueblo de un futuro reconciliado ... Creo que para construir un futuro posible de Euskadi no basta con desear y trabajar sin descanso para acabar con ETA, para aplicar la ley, para desterrar la desigualdad política que supone que unos ciudadanos, servidores de lo público, tengan que ser protegidos para poder ejercer su noble función ... Además hay que crear un clima moral que lo haga posible y, sobre todo, que haga posible el día después ... A este clima moral es a lo que llamo compasión ... 4.-Vuelvo al núcleo de mi reflexión: ¿qué se puede -que se debe- hacer desde Catalunya? Hace tiempo que mantengo una polémica amistosa con el presidente de la Generalitat sobre la conveniencia de que Catalunya se implique en la solución del problema vasco y, en consecuencia en la construcción de una nueva España. No se trata de promover una actitud de ingerencia en la política vasca. Ni mucho menos. Se trata de promover una actitud mucho más activa en la política española para intentar sacarla del callejón sin salida al que a mi juicio la están llevando lo que denomino los tres nacionalismos que nos gobiernan. Entiendo que desde Catalunya tenemos el deber y la oportunidad de hacer dos cosas: -Progresar en nuestro modelo de autogobierno en el sentido de superar la etapa de mera afirmación identitaria. -Promover la idea y el proyecto de una España plural. En el convencimiento de que haciendo lo primero ayudamos a avanzar en el segundo de los objetivos; y viceversa. 5.-En primer lugar: afianzar un modelo de autogobierno de Catalunya que suponga un nuevo paso adelante ... Vengo diciendo en los últimos tiempos que los primeros veintitrés años de autogobierno estatutario en Catalunya constituyen tan sólo el prólogo de lo que puede y debe ser el autogobierno pleno de Catalunya.
Unos veintitrés años en los que la afirmación identitaria ha sido prioritaria y en los que se ha dejado de lado la preocupación por una estrategia de futuro, por construir un proyecto que puedan compartir todos los ciudadanos de Catalunya, sea cual sea su manera personal de vivir el sentimiento nacional. ¿Acaso son excluyentes los propósitos de preservar identidades y de compartir proyectos? En pura corrección política tendría que decirles que se trata de una disyuntiva falsa, que es deseable y posible que ambos propósitos convivan en la dinámica de una sociedad. Creo que es así y que una sociedad madura debe ser capaz de encontrar el equilibrio entre sus raíces y sus esperanzas. Pero hay momentos en la vida de un país en que hay que decidir la dirección y el sentido de su rumbo … Y no es lo mismo hacerlo con una omnipresente obsesión por el pasado, por afirmar la identidad, por reforzar el vínculo comunitario … que hacerlo con la determinación de mirar hacia el futuro, de construir un proyecto atractivo para nuestros hijos. En hermosas palabras de un socialista catalán de los años treinta del siglo pasado, Rafael Campalans,: “Catalunya no es la historia que nos han contado, sino la historia que nosotros queremos escribir. No es el culto a los antepasados, sino el culto a los hijos que aún han de venir” ... Permítanme una referencia a lo que ha venido en llamarse el “modelo catalán”, que no sé si no es otra cosa que una manifestación de una cierta vanidad provinciana ... En todo caso entiendo que debe ser algo definido por dos características relevantes: -Que es posible a la vez el pleno autogobierno de Catalunya y formar parte activamente de la España democrática y plural. -Que la sociedad catalana no ha de estar dividida por la “cuestión nacional”, que la línea divisoria fundamental de la confrontación política no ha de ser la que separa nacionalistas de “no-nacionalistas”. Repito que no queremos ni podemos dar lecciones. Pero en la medida que este modelo idealizado es compartido por una amplia mayoría de catalanes, los responsables políticos tenemos la obligación de convertirlo en una realidad tangible y también útil para todos. 6.-En segundo lugar, desde Catalunya tenemos el deber de impulsar el proyecto necesario y posible de la España plural. -Necesario porqué no hay otras vías transitables en la Europa de hoy ... -Posible, si entre todos creamos las condiciones políticas ... -Si no sucumbimos al odio que quiere instalar el terrorismo en la agenda política ... -Si resistimos a la tentación de renunciar al debate político, a la diferencia, al pluralismo en aras a una unanimidad que representa la muerte del futuro ... Los demócratas tenemos como primer deber compartido luchar contra el terror. Y desde esta prioridad, no podemos renunciar a nuestros proyectos, a nuestras diferencias, a nuestro diálogo, a nuestra capacidad de ponernos de acuerdo en procesos que trasciendan el presente . No podemos, en definitiva, renunciar a la política . Estoy convencido de que España –y con ella Cataluña ... y Euskadi- necesitan de un proyecto de realismo político y ambición colectiva como lo es el de la España plural. -Realismo en su desarrollo: hay que trabajar con una Constitución y unos Estatutos que no son intocables y en el escenario diseñado para las instituciones democráticas por la Unión Europea. -Ambicioso en sus objetivos: dar respuesta satisfactoria a las aspiraciones de los pueblos de España para este siglo. Una España plural que ha de nacer de la periferia geográfica sin que nunca más pueda ser considerada periferia política... Una nueva concepción política de España: la España federal. Una nueva configuración económica de España: la España red. Esta transformación de España no será posible mientras sea gobernada por el más rancio nacionalismo de los gobernantes que ha tenido este país desde la llegada de la democracia. La España plural solamente podrá construirse desde la superación de la España Una, levantada a golpe de sentimientos identitarios en singular, y su sustitución por una España-proyecto en el que todos los que formamos parte de la primera persona del plural nos sintamos cómodos. Plural y red son conceptos incompatibles con los viejos prejuicios esgrimidos por el nacionalismo del centro: insolidaridad territorial, privilegios, unidad de destino universal. Hay que poder vivir, prosperar y realizarse individualmente y colectivamente sin pasar por el centro. Hay que respetar Madrid y lo que representa, que es mucho e importante, pero no podemos renunciar a un horizonte más amplio de legítima ambición para nuestros proyectos. 7.-Catalunya i Euskadi en la España plural ... En términos económicos y de desarrollo de la España-red, el eje País Vasco-Catalunya adquiere un valor estratégico evidente, imposible de configurar y rentabilizar en la actual
concepción radial de España. -Tenemos un interés común en fomentar nuestras economías. Las más competitivas de España y con un alto grado de complementariedad. -Podríamos y tendríamos que hacer muchas cosas en común y les ruego que tomen en consideración esta oferta. -Podríamos y tendríamos que potenciar la presencia de los intereses vascos y catalanes en sectores estratégicos como la energía, las telecomunicaciones y las infraestructuras, en los que quizás convenga ir juntos para estar de verdad en condiciones de plantearnos objetivos realmente ambiciosos. Por ejemplo: No tiene sentido en la Europa de hoy una red ferroviaria de alta velocidad que no dibuje el eje ferroviario Barcelona-Valencia, o si se quiere, Almería-Marsella y que no dibuje el eje cantábrico, cosa que inició el Informe del Banco Mundial de 1960 con Bilbao-Behovia y La Junquera-Murcia y que luego se abandonó. Ni tiene sen tido una España en red sin el eje Bilbao-Barcelona. La España de las autonomías ha olvidado curiosamente cosas tan elementales como éstas. La España de las autonomías es un concepto, un concepto político y jurídico, pero es también un mapa, y no sólo un mapa de fronteras regionales, sino un mapa de conexiones entre esas regiones. Si no es así, no será un concepto efectivo, actuante, material y positivo. 8.-No quiero terminar esta primera parte sin volver al País Vasco para hacer el elogio de la necesidad indispensable de una fuerza política que cumpla con el deber ineludible de convertir el diálogo democrático en su norte de acción, su razón de ser. Hoy por hoy estoy convencido que esta fuerza política tiene un nombre: el Partido Socialista de Euskadi. Un Partido que cuenta con la doble legitimidad de su compromiso profundo con el autogobierno de Euskadi y de su compromiso por la libertad de todos los ciudadanos y las ciudadanas de este país sometidos a un chantaje colectivo. Un compromiso con el autogobierno demostrado a lo largo de la historia contemporánea de Euskadi y -más allá de lo razonablemente exigible- durante los años en que compartió las responsabilidades de gobierno con el Partido Nacionalista Vasco. Un compromiso con la libertad frente al terror, asumido con el coraje cotidiano y anónimo de miles y miles de hombres y mujeres que reafirman su esperanza en una Euskadi libre y en paz. Es el coraje de los Rabin, de los Hume que fueron capaces de forjar, en condiciones tan difíciles como las de esta hora de Euskadi, un futuro de paz para sus pueblos, convencidos que la condición de la paz es el acuerdo y no la victoria. Ahora nos acercamos al momento de la verdad. En un año cuatro elecciones, por orden creciente: locales, autonómicas, generales, europeas. Conviene ir aclarando conceptos. Aquí nos gobiernan tres nacionalismos: el español, el catalán y el vasco. A escala mundial nos gobierna el nacionalismo americano, matizado afortunadamente por las influencias de ONU y Unión Europea. Esos nacionalismos no nos están resolviendo los temas que tenemos pendientes como catalanes, vascos, españoles y europeos, ni tampoco como ciudadanos del mundo. España va bien. Todo es relativo en este mundo. España va bien en los últimos 25 años, comparados con los 75 anteriores, de 1898 para acá. Catalunya va mejor que nunca desde 1714, aunque el siglo XVIII, políticamente horrendo, fue bueno económicamente, y el XIX y el XX tuvieron fases de progreso fulgurante, en la cultura, en la política y en la economía. Pero estamos en un punto de giro, en un recodo interesante de nuestra historia. Dejemos Europa y el mundo para el final o para otro momento. ¿Cuál es exactamente nuestra situación local? La Constitución y los Estatutos son correctos, puesto que nos han permitido llegar hasta aquí. Pero hay fatiga en sus materiales. Indicios: el anterior presidente del Tribunal Constitucional se retira pidiendo una relectura conjunta del bloque constitucional- estatutario y su compactación y adecuación. Más indicios: el actual presidente del TC entra en el cargo como elefante en cacharrería, declarando que no hay diferencia entre nacionalidades históricas y las que no lo son, puesto que, según cree, todas lo son de algún modo. Y se apoya para ello en una lectura de los 17 Estatutos que muestra, es cierto, distintas interpretaciones de los términos “nacionalidad”o “comunidad histórica”o “región”. Una parte de las Comunidades Autónomas, las que se consideran más históricas, porque tienen lengua propia y tuvieron Estatuto en los años 30 del siglo pasado (hechos ambos referidos en la Constitución), consideran que peligra la hasta ahora útil ambigüedad de la Carta Magna. (Es sabido que Napoleón prefería Constituciones breves y ambiguas. Probablemente la ambigüedad sea obligada para reflejar sin ruptura el acuerdo de no entrar en lo que divide a los constituyentes y limitarse a lo que los une. En cuanto por un lado o por otro se pretende reducir la ambigüedad – algo que en algún momento
hay que abordar, probablemente ahora – debe saberse que peligra el equilibrio inicial y que habrá que buscar otro más avanzado, más elevado) Pero sigamos investigando el estado actual de conservación de los textos legales de hace un cuarto de siglo. Todos los partidos excepto el actualmente gobernante en España piden la reforma del Senado para cumplir con la exigencia (artº 69.1 de la CE) de hacer del Senado la cámara de los territorios o autonomías y no una mera representación de las provincias. El Partido Popular lo asumió en 1996, para abandonar luego ese objetivo, quizás porque cayó en la cuenta de que incluso perdiendo la mayoría en el Congreso podría tal vez, con el Senado actual, mantener una posibilidad de bloquear o al menos de alejar en el tiempo eventuales cambios en las leyes. Otro factor de incomodidad: el País Vasco no estuvo representado en la redacción del texto constitucional de forma suficiente a juicio del partido nacionalista que gobierna hoy Euskadi, de modo que sus representantes se abstuvieron en la votación del mismo. Último y más relevante elemento a considerar: hemos entrado en Europa. Y sus Tratados, que en su momento ratificamos y son ley en España, aparte de absorber parte de la soberanía que definía la CE como propia de nuestro estado (moneda, fronteras, y progresivamente defensa) establecen principios avanzados y muy adecuados para regular nuestra propia gobernación, por ejemplo el principio de subsidiariedad, en virtud del cual nada de lo que pueda hacerse cerca de la ciudadanía debe hacerse lejos. O el de proporcionalidad, que veta el exceso de medios del gobierno lejano en la persecución de sus fines legítimos. (En virtud de este principio se excluiría, por ejemplo, que el estado interviniera en la solución del tema del “botellón”, en el barrio de Malasaña de Madrid; quizás ni tan solo la autonomía debería intervenir, bastándose la ciudad para ello.) Es más: los Tratados reconocen que los gobiernos subestatales dotados de determinadas competencias exclusivas pueden estar presentes en los Consejos de ministros de esas materias e incluso representar a la nación-estado (como hacen los länder alemanes, por ejemplo en los Consejos de ministros de Cultura). (Curiosamente un documento del Ministerio de Administraciones Públicas niega a las comunidades españolas esas posibilidades, afirmando que el federalismo alemán es homogéneo y el español, no: el español, señala ese documento, es asimétrico. Santa palabra, que yo trato de no utilizar, por prudencia.) No voy a añadir, por no alargar más el análisis de las causas de envejecimiento de nuestra Constitución, y por coherencia, el demoledor recuento que hizo Joaquín Leguina, de los derechos consagrados en ella y que no se han hecho efectivos (entre ellos, por ejemplo, el derecho a la vivienda). Posiblemente no se trate ahí de envejecimiento actual sino de ingenuidad inicial, algo que todas las constituciones comportan – no la que menos la de los EEUU cuando proclama el derecho de sus ciudadanos a la persecución de la felicidad. Si no hemos cambiado ya la Constitución, vistos los datos, es por la prudencia extrema que nos sugiere la consideración, siquiera somera o inconsciente, de las barbaridades que cometimos antes de que Ella (con mayúscula) existiera. No es descabellado sin embargo, por lo dicho, temer que la prudencia nos haga aparecer insensatos a los ojos de algunos agudos observadores de hoy y, lo que sería peor, de la mayoría de los de mañana (¡cómo no se dieron cuenta! dirán entonces) Vayamos ahora a por la evolución de los formatos políticos que se han ido adoptando en el último cuarto de siglo: hemos hecho un ciclo completo o casi completo de todas las alternativas posibles. Hemos tenido en el estado gobiernos socialistas y gobiernos conservadores, ambos en sus dos variantes: mayoría absoluta y mayoría relativa. Y por tanto períodos de mayor peso (teórico) de los nacionalismos periféricos y otros de exclusiva influencia de los partidos de ámbito estatal. Hemos tenido en Euskadi una preautonomía presidida por un socialista, gobiernos de coalición con vicelehendakaris socialistas (Ramón Jáuregui, Fernando Buesa) y gobiernos exclusivamente nacionalistas. En Catalunya, después de la victoria de los socialistas y la izquierda en 1977 – la mancha roja de Europa, recuerdan? – tuvimos (qué generosidad la nuestra) gobierno de unidad presidido por Tarradellas, con Narcís Serra como ministro estrella, y luego gobiernos nacionalistas, minoritarios y mayoritarios. El último de ellos, minoritario, con el soporte parlamentario del Partido Popular. Este hecho, inédito en nuestra historia política, amalgamado con el apoyo del nacionalismo catalán al nacionalismo español en las Cortes españolas, está en la base de la crisis profunda de nuestros nacionalistas, debida también al cansancio de más de veinte años de gobernación ininterrumpida. Ello permite que mucha gente comprenda que estamos ante un posible cambio histórico en Catalunya, que va a tener consecuencias serias, muy serias, en la gobernación española. No imagino a los nacionalistas catalanes, desde la oposición en Catalunya, apoyando a un gobierno minoritario del partido nacionalista español en Madrid: sería un suicidio político. Preparémonos para un situación nueva, “si Dios quiere”. Y sepan ustedes que vamos a manejarla con determinación, conscientes de lo que se va exigir de nosotros, tanto en el sentido de la sensatez y la moderación, como en el de la fidelidad al objetivo de una Catalunya potente y una España plural y
efectivamente reconciliada con esa pluralidad que es substantiva y constitucional. No me va a temblar el pulso en esas circunstancias para hacer realidad esos objetivos. Hay otros indicios de que España se ha ido preparando para ese nuevo panorama del segundo cuarto de siglo constitucional. Media España (básicamente el Norte y el Sur) está en posiciones más bien inclinadas o a la izquierda o al nacionalismo periférico – con la salvedad, precaria hoy, de Galicia. La otra media (la franja central) está en la derecha o centro derecha. La línea divisoria virtual que va de Asturias a las Baleares es bastante elocuente en ese sentido. En 1981, todavía con el gobierno inicial (UCD) en plaza, pasamos la prueba de un golpe de estado. Hace poco la opinión pública ha sabido que el 27 de Octubre del año siguiente, a un día de las elecciones generales, se desarmó un segundo golpe, con un sigilo que sólo podía obtenerse con un alto grado de lealtad entre gobierno y oposición. Eso es algo que en los últimos años se ha debilitado, a pesar de la actitud moderada de la dirigencia del partido socialista en ese terreno – moderación que le valió hasta hace poco al secretario general socialista ironías feroces, incluso en medios no alejados de su ideología. El pacto anti terrorista es la más evidente prueba de lealtad de los últimos años. A lo que voy es a lo siguiente: poco nos queda ya por experimentar antes de decidirnos a dar un paso adelante y adecuarnos a las nuevas realidades, a la realidad europea en la que estamos y a la realidad española que hemos ido construyendo. No lo digo por un prurito de realismo, ni por un deseo innecesario de aggiornamento. Lo digo por prudencia. Por no forzar demasiado la elasticidad de unas normas que han dado muy buen resultado pero que no merecen mayor abuso. Deseo que Catalunya dé un paso adelante y participe de forma más clara, más ambiciosa, en el mejor sentido de la palabra, y más confiada, en la gobernación de España, y en el diseño evolutivo de esa gobernación. Siento que esa mayor participación es deseo de mis conciudadanos y alternativa a determinados cálculos soberanistas, perfectamente sustentables, es cierto, en las circunstancias actuales, que he descrito antes. Tales cálculos no responden con exactitud a la voluntad mayoritaria de los catalanes, que es más inteligente y más positiva, igualmente ambiciosa, pero más cauta. Y es mejor entendida en Europa. En una Europa en la que tantos pequeños países van a entrar, sino con derecho de veto, sí con derecho al voto, va a ser difícil, muy difícil, que algunos grandes países compuestos, como la República Federal, el Reino Unido o España, no se abran en su interior a una mayor movilidad de los pueblos o regiones que los componen y a una cierta presencia de los mismos en el escenario europeo. Creo también que sin esa implicación abierta de Catalunya en la España plural no hay salida para el proyecto constituyente inicial, que la dibujaba claramente. Añado que sin esa apertura de miras y sin la correspondiente sensación de comodidad por parte de Catalunya en el proyecto español, sensación a la que se refería recientemente Rodríguez Zapatero, no habrá solución para el drama que está viviendo Euskadi, o mejor, que estamos viviendo todos en Euskadi. Lo digo porque en algún nivel más o menos consciente de las estrategias políticas españolas puede anidar el temor de que una solución excepcional para el País Vasco dé la señal de partida para una reclamación catalana de excepcionalidad, que pudiera no caber en el marco de la elasticidad permisible de nuestro sistema político. Catalunya es consciente de que el País Vasco y Navarra, por circunstancias históricas y geográficas, por argumentos de tamaño y de tradición, tienen y van a tener un régimen técnicamente “excepcional”, foral, no común. Y Catalunya quiere que se sepa que lo nuestro es distinto. No queremos un régimen de favor ni de excepción, dicho sea sin ánimo de ofender a nadie. Queremos una España distinta. No distinta sino conforme a lo que entendemos que promete la Constitución y que se ha ido marchitando o que se puede marchitar si no evolucionamos. Un país que evolucione hacia el reconocimiento no solo literal sino cordial de su pluralidad, de sus lenguas, de sus culturas. Reconocimiento efectivo y defensa de la pluralidad por parte del Estado, y correlativa afirmación por parte de Catalunya del capital inmenso que es para nosotros el castellano y la convivencia de los pueblos de España. Si ésta vía es posible, Catalunya no será mera espectadora. Jugará fuerte la carta de España. Y el País Vasco podrá buscar con más tranquilidad una solución bloqueada en parte por errores propios, seguro, pero en parte también por errores ajenos, por el temor a que cunda el ejemplo y a que la excepción suplante a la regla. Esa es mi esperanza. Voy a trabajar intensamente por ella. Y me place poder compartirla con ustedes, en la ciudad en la que se estableció mi abuelo, un zapatero de Monóvar, y en la que nació mi madre. Vamos a ver si recuperamos la vieja y pacífica rivalidad-amistad entre Barcelona y Bilbao, entre Catalunya y Euskadi, sin la cual España no sería lo que es, y sobre todo no sería lo que puede llegar a ser. Muchas gracias.