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Utopía, fronteras y movilidad humana Ricard Zapata-Barrero
“La desaparición de la utopía da lugar a un estado estático de casos en los que el hombre se convierte en nada más que una cosa. Estaríamos entonces frente a la mayor paradoja imaginable, a saber, aquél hombre, que ha alcanzado el mayor grado de dominio racional de la existencia, despojado de ideales, se convierte en una mera criatura de impulsos. Así, tras un largo y tortuoso, pero heroico desarrollo, justo en la fase más alta de conciencia, cuando la historia está cesando para ser un destino ciego, y se está volviendo más y más autocreación del hombre, con la renuncia a las utopías, el hombre podría perder su capacidad para dar forma a la historia y con ello su habilidad para entenderla”. (K. Manheim, 1991; 236)*
Introducción: el marco para la discusión
El argumento central de este artículo es que hoy en día el pensamiento utópico tiene como marco de referencia el tema de las fronteras, teniendo en cuenta el incremento de la movilidad humana en el mundo, especialmente entre el tercer y el primer mundos. Este referente empírico es el que distingue nuestro Tiempo Utópico frente a otros tiempos en el pasado. En efecto, es un hecho que los ejemplos de pensamiento utópico en la historia no han abordado el tema de la movilidad humana, ni el tema de las migraciones (U. Best, 2003). Para situar el tema de las fronteras y de la movilidad humana en el seno del pensamiento utópico, seguiremos la lógica de exposición siguiente, vinculada a preguntas determinadas. En primer lugar, si asumimos que el vínculo entre utopía, fronteras y movilidad humana es pertinente, necesitamos antes examinar la literatura existente sobre el pensamiento utópico planteándole dos preguntas: cuáles son las condiciones contextuales necesarias que fomenten la lógica de pensamien-
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autor.
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Las citas originales son traducidas por el mismo
to utópico, y qué características del pensamiento utópico conducen a “un mundo sin fronteras”(sección 2). Planteando estas dos preguntas buscamos sobre todo enmarcar la discusión desde un punto de vista teórico y empírico. Teóricamente, mi objetivo es sentar las bases del pensamiento utópico no tanto como una teoría social, sino como una teoría política (sección 3), fase previa para abordar un tema empírico que reúne las características de vincular teoría política y lógica utópica: un mundo sin fronteras como la principal propuesta utópica de nuestra sociedad del siglo xxi, caracterizada por dilemas políticos insalvables en torno a la gestión de los flujos migratorios (sección 4). Pero antes de comenzar a desarrollar estas tres secciones, quisiera hacer una breve introducción conceptual sobre la utopía como discurso para la política (sección 1). La utopía como discurso para la política: fuerza innovadora e inspiradora
En su uso cotidiano existe un cierto monopolio discursivo de la utopía como algo irrealizable, especulativo, ilusorio, o incluso, como totalizador si jamás se realizara. Retóricamente siempre aparece en una frase para condenar una idea, un proyecto, una propuesta. El discurso cotidiano de la utopía siempre tiene una vida muy breve, puesto que marca más bien el final, y no el principio, de un argumento (Z. Bauman, 1976; 9). En su uso corriente pertenece más al terreno semántico de la creencia infundamentada y de la esperanza ilusoria que del deseo y de la expectativa real. Compite más con el mito y la religión, que como una forma de expresión de la racionalidad. Estos usos cotidianos del discurso de la utopía no son inocentes. En el fondo, lo que hacen es arrinconar la idea, el proyecto y/o la propuesta en una forma de pensamiento romántico, carente de senti-
do de la realidad y sin ningún planteamiento serio sobre los medios reales para llegar a su fin. Estamos en plena forma discursiva donde la realidad frena el idealismo, el ser deja sin argumentos al deber ser. Esta percepción corriente negativa de la utopía tiene una biografía y fondo crítico original. K. Marx y K. Popper fueron los que gestaron el sentido negativo desde sus respectivos frentes: uno representa la negativización de la utopía por la tradición socialista (Marx), el otro por la tradición liberal (Popper). Marx formula su crítica a las propuestas alternativas de sociedad como socialismo utópico, especulativo y carente de base científica. El centro de atención de Popper no es tanto una crítica a la lógica de producción científica, sino a las consecuencias que puede tener su implementación: el totalitarismo, o la anulación total de la sociedad. Igual que Marx, Popper basa su crítica en argumentos epistemológicos (B. Goodwin, 1980): la lógica del pensamiento utópico es una forma desviada de la racionalidad que sólo conduce, cuando se quiere implementar, a la violencia (R. Levitas, 1990). El estudio de la utopía como disciplina incorpora este uso negativo como una forma de pensamiento anti-utópico, relativizando su sistema de argumentación en tanto que no contribuye al debate sino más bien lo cierra, de la misma manera que lo produce su uso cotidiano. De hecho aquí radica la contradicción semántica del concepto de Utopía, que designa tanto fuerza, violencia, totalitarismo como ingrediente fundamental de la libertad y de la condición humana (L. T. Sargent, 1994; 26). Situados en este segundo sentido, en este artículo quisiéramos defender la tradición del pensamiento utópico como elemento de innovación e inspirador para la Teoría Política, que incluye tanto la expresión máxima de la CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185 ■
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libertad (L. T. Sargent, 1994; 25), el deseo (R. Levitas, 1990), la esperanza (E. Bloch, 1977), e incluso la invención (Z. Bauman, 1976; 11). Tiene también un carácter emancipador y crítico, puesto que gracias a su lógica de pensamiento, ayuda a romper las asociaciones estableciNº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA ■
das y a emanciparse uno mismo de la hegemonía discursiva, mental y física del presente. Conceptualmente, para hablar de utopía hay que distinguir forma de contenido (R. Levitas, 1990). Abordar la utopía por el contenido es adentrarse en re-
flexiones sobre los principios rectores de una sociedad ideal. Dichos contenidos pueden variar dentro de una misma época o en un momento histórico. Abordar la utopía por la forma es adentrarse en reflexiones sobre cuáles son las condiciones que generan el pensamiento utópico. El contenido utópico es, pues, la respuesta ideal a los interrogantes realistas que se plantea una sociedad. En este sentido, el pensamiento utópico tiene una dimensión inspiradora para buscar soluciones innovadoras frente a problemas, conflictos de unas situaciones históricas particulares. Incido en que es el realismo de la pregunta práctica el que genera un idealismo en la respuesta. De hecho, es la falta de una respuesta realista o las complejidades de dar una respuesta concreta a interrogantes de la sociedad el que abre las puertas al pensamiento utópico. La lógica de pensamiento utópico busca escapar de las contradicciones y ambigüedades del uso del poder y del ejercicio de la autoridad en una situación dada (P. Ricoeur, 2001; 59). El pensamiento utópico solo surge cuando hay una falta de orientación real para dar respuesta a interrogantes de nuestra sociedad. Insisto, pues, que la lógica de pensamiento utópica se justifica, no como primer recurso, sino el último recurso. Su activación se legitima por la misma incapacidad del realismo de dar respuestas a dilemas políticos (como el de la gestión de fronteras y la inmigración). Tiene un componente inspirador e innovador, en tanto que busca formas de asociación alternativas a la realidad y aspira a retar los paradigmas actuales que conforman la estructura de la sociedad y las formas de orientación políticas. Como lógica idealista, su principal adversario es el realismo político (llamado por Manheim ‘ideología’), el que asume la realidad y busca perpetuarla en el futuro, 29
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el que no desafía sino que consolida los vínculos políticos actuales, que considera como sagrados e indiscutibles. Salir del realismo político es salir de la realidad, es sinónimo de inestabilidad y de conflicto, de desorientación y falta de sentido. Frente al realismo político, que tiene políticamente un alto componente conservador, el pensamiento utópico tiene una dimensión progresista indudable1. En la sección siguiente me propongo conformar esta lógica de pensamiento utópico como fuerza innovadora e inspiradora, tanto en su expresión política (la utopía es un fenómeno político) como en su expresión social (la utopía como espejo de la sociedad). La utopía como fenómeno político y la utopía como espejo de la sociedad
La utopía no es un simple género literario, una forma de narrar situaciones ficticias2, sino un fenómeno político inspirador que incide en la innovación. Esta lógica de pensamiento no surge ex-nihilo, sino que es una reacción política ante una situación de falta de propuestas alternativas a la situación de desorientación actual. La lógica utópica está, pues, conformada por el contexto. Su contenido pretende siempre ser una respuesta a preguntas que plantean unas situaciones determinadas. Es un desafío al supuesto permanente de un proceso conflictivo ante la falta de otras soluciones. Esta lógica de pensamiento tiene un fondo humanista que le acompaña desde sus orígenes. Tiene también una dimensión ética (kantiana) directa en tanto que su sistema de argumentación se activa ante la pregunta ¿qué debemos hacer, ante las actuales circunstancias? Como expresión política empieza en el momento en que el realismo político ha agotado todos sus recursos conceptuales y no consigue gestionar con criterios de justicia situaciones conflictivas que forman parte de un proceso irreversible (recuerdo que mi marco de referencia empírico es la gestión de fronteras y la inmigración). 1 A. Rivero (2007; 86), recordando a la teoría de las elites de Pareto, nos sugiere que la utopía correspondería al principio de innovación frente al principio de conservación que explica el desenvolvimiento de la sociedad y de la política que en el movimiento de la historia. 2 Véase el interesante trabajo de L. T. Sargent (1994), quien describe las múltiples aplicaciones de la utopía, desde la literatura, al comunitarismo y a la teoría social. 3 Este argumento lo señala L. T. Sargent (1994; 27) para quien “La utopía sirve como espejo a la sociedad contemporánea, remarcando sus fortalezas y sus debilidades”.
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El pensamiento utópico es también un espejo de la sociedad3, en tanto que sirve de indicador para analizar los procesos de cambio de una sociedad y refleja, por lo tanto, sus deficiencias reales y sus imaginarios potenciales. Quizás otra forma de reforzar esta dimensión política y social del pensamiento utópico es recurrir a una situación totalmente opuesta. Hablar hoy en día de un mundo sin utopías puede tener dos sentidos. El sentido hegeliano de fin de la Historia, en el sentido que una sociedad utópica es una sociedad que no genera utopías. Concretando: sabemos si estamos en una sociedad utópica en tanto que no existen utopías. De hecho, esto nos permite señalar que existe una diferencia entre el pensamiento utópico que proporciona una visión global de la sociedad y el pensamiento utópico que solo toma una parte conflictiva de la sociedad pero no su totalidad. En el primer caso, el problema que genera el pensamiento utópico es que “detiene la historia” y por lo tanto el progreso y todos los componentes necesarios para generar el pensamiento utópico. En una situación de fin de la historia no hay pensamiento utópico posible. De ahí también que sea necesario vincular el pensamiento utópico con el pensamiento histórico. Recogiendo las reflexiones de R. Nozick cuando diseña su “marco para la utopía” (Framework for utopia), nos dice, en un sentido muy leibniciano, que un mundo utópico es aquel donde “ninguno de los habitantes del mundo puede imaginar un mundo alternativo en el que prefirirían vivir” (R. Nozick, 1974; 299). Hablar de un mundo sin utopías puede también tener el sentido de ausencia de pensamiento crítico y unidimensionalidad en el sentido de H. Marcuse (1987). Una sociedad sin utopías no significa que estamos en una sociedad utópica sino todo lo contrario: que estamos en una sociedad antiutópica en el sentido de que todos sus habitantes han quedado absorbidos por una lógica de acción y de pensamiento uniforme, sin posibilidad de tener sentido crítico de la realidad y sin que se pueda traducir el deseo y la voluntad fuera del paradigma hegemónico en acción. En este segundo sentido, una sociedad sin utopía es aquella que no genera mecanismos (o no deja espacios) para el pensamiento utópico. La completa eliminación de los elementos utópicos significaría una “sociedad sin
metas” (C. Gómez, 2007; 43). Estos mecanismos están muy vinculados a la libre voluntad humana como una de las bases más embrionarias del liberalismo4. Esta condición de libre elección es fundamental. La libertad es la condición necesaria para poder expresar el pensamiento utópico. Esta condición de poder expresar y poder conservar la capacidad de poder elegir en libertad está directamente relacionada con uno de los principios básicos de la teoría democrática liberal. Pero antes de entrar a formar parte del pensamiento liberal, se debe hacer un proceso de deconstrucción, puesto que la utopía ha sido interpretada como opuesta a la libertad de elección (dimensión anti-liberal) y como proponiendo una forma de gobierno dictatorial (dimensión anti-democrática), que sólo puede usar la coerción para llevar a cabo sus ideales. Aunque estemos todavía en un contexto histórico donde parece que los argumentos de Popper tienen el monopolio de la semántica de la utopía, debemos también reconocer, con B. Goodwin (1980), que “el utopianismo que los liberales rechazan parece en gran parte su propia invención”(1980; 384). Para conseguir la compatibilidad es necesario abandonar toda aspiración totalizadora de la utopía y toda aspiración a situar la propuesta utópica en una filosofía de la historia, en el sentido de proponer un nuevo modelo de sociedad opuesto al modelo actual, y justificable en el marco de una teoría determinista de la historia. La crítica al totalitarismo que lleva toda propuesta utópica ha tenido mucha influencia hasta hoy en día y se categoriza bajo las siguientes características: preocupación por las finalidades y no por los medios; percibe a la persona y a la sociedad como una totalidad, plantea supuestos dogmáticos, expresa una preocupación excesiva por la gestión, niega la variedad humana. En definitiva, como se expresa L. T. Sargent (1994; 13-19), la propuesta de una sociedad intencional. En este sentido, como veremos en la sección siguiente, la propuesta de reflexión sobre un mundo sin fronteras, no sólo no contradice la tradición liberal, sino que se apoya en estas premisas: no es una propuesta totalizadora de la sociedad, ni tampoco tiene una base determinista de la historia. 4 Que la lógica del pensamiento utópico requiere libertad es fundamental. En este marco, Z. Bauman (1976; 12) llega incluso a afirmar “uno se pregunta hasta qué punto la libertad de la que la gente realmente disfruta puede ser medida por el grado en que ellos son capaces de imaginar mundos diferentes a los suyos propios”.
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La lógica utópica es básicamente crítica social que aspira a promover el cambio social, bajo la orientación de una construcción alternativa de la sociedad. Como veremos luego, es una mentalidad que está en la base de los principales cambios sociales (K. Mannheim, 1991; 173-236). La mayor crítica de B. Goodwin (1980) a los argumentos anti-utópicos del liberalismo radica precisamente en que al formular sus críticas, lo que al mismo tiempo está haciendo es condenar el impulso de formular utopías. Por lo tanto, el liberalismo es anti-utópico puesto que sabe que con la utopía se ejerce una función crítica a las pautas establecidas. Las intenciones del liberalismo están muy cerca del segundo sentido que hemos dado a un mundo sin utopías, ausencia de pensamiento crítico y unidimensionalidad mental, donde sólo existe un único patrón y un único referente de valores. Esta es también la mayor crítica que recoge T. L. Sargent: “lejos de ser el camino hacia el totalitarismo, este es el camino que más se aleja del totalitarismo”(1994; 26). Como también sugiere la cita de K. Manheim que encabeza este artículo, una sociedad sin utopía se parece más bien a lo que Popper critica. Como también apunta K. Manheim, las críticas a la utopía siempre se realizan desde el punto de vista de un orden establecido que es objeto precisamente de transformación: “los representantes de un orden dado definirán como utópico todas las concepciones de existencia que desde su punto de vista en principio nunca pueden ser realizadas” (K. Manheim, 1991; 177). Manteniendo esta lógica de relaciones de poder, Manheim insiste en que “siempre es el grupo dominante el que está completamente de acuerdo con el orden existente que determina lo que será considerado como utópico” (Manheim, 1991; 183). En este sentido, la lógica de pensamiento utópica está muy vinculada al conflicto. Ya hemos dicho que la lógica utópica se genera cuando hay una falta asumida de alternativas ante una situación conflictiva. Se activa cuando políticamente se han agotado los recursos conceptuales, políticos, sociales para gestionar un conflicto que se perpetúa en el tiempo (por ejemplo, la gestión de fronteras y la movilidad humana). Por lo tanto, su relación con los procesos de conflicto social es directa. El vinculo entre Utopía, conflicto y proceso de cambio es, pues, muy directo. Ambos no sólo inciden en la lógica de pensamiento histórico como cumpliendo Nº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA ■
una función activa en la historia, sino que esta lógica de pensamiento es la que nos permite expresar nuestra condición humana en la historia. La utopía está vinculada, pues, a la dimensión de progreso. Y quien habla de progreso, habla de proceso de cambio (positivo). Esto es, sin progreso y sin proceso de cambio, no hay posibilidad de utopía5. Aunque es una dimensión que ha sido elaborada por sus detractores, la utopía no es una escapatoria sinsentido de la realidad, o una imposibilidad, sino que forma parte de nuestra cultura humana. Existe también un debate sobre los límites de la Utopía, esto es, en qué momento podemos designar un argumento como utópico. La respuesta se encuentra en la dimensión siempre evaluativa de la Utopía. Si asumimos que la unidad básica que ayuda a definir el sistema lógico del pensamiento utópico es el vínculo entre realismo e idealismo, entre ser y deber ser, entre lo que existe y lo que no existe6, podemos concentrar la lógica de la producción utópica como una forma de gestionar la diferencia entre los deseos y las expectativas, y sus satisfacciones (R. Levitas, 1990; 161). R. Levitas nos da una propuesta vinculada a los deseos. La función de la utopía es “educación de los deseos” (education of desire)7, y la transformación del mundo. En este sentido, la utopía tiene un papel constructivo innegable. No destruye la realidad, sino que intenta buscar mecanismos para construir una nueva realidad que disminuya la diferencia entre deseos/satisfacciones. Su papel para ayudar el proceso histórico es innegable. En este punto, son pertinentes cuatro funciones fundamentales de la utopía señaladas por Z. Bauman (1976), que podemos aplicar a nuestro referente empírico: la gestión de fronteras y la movilidad humana. En primer lugar, la utopía expresa una lógica de pensamiento que relativiza el presente. Esto es, mina toda tendencia a pensar que las cosas son inevitables e inmutables, consideradas como absolutas (pensemos en las fronteras actuales 5 Casi toda la literatura sobre el pensamiento utópico señala este estrecho vínculo entre Utopía/ progreso/ cambio social. Véase, entre otros R. Levitas (1990; cap. 1) 6 De acuerdo con su sentido etimológico “utopia” significa “no-lugar”. Algo que no existe en la realidad. 7 “Lo que sea que pensemos de las utopías particulares, aprendemos mucho sobre la experiencia de vivir bajo cualquier tipo de condiciones que repercuten en los deseos que tales condiciones generan y que aún permanecen frustrados” (R. Levitas, 1990; 8).
consideradas como instituciones inmutables, y la función que le dan nuestros Estados como protectores contra amenazas ya no de guerras sino de pobreza). Sólo esta relativización puede ayudar a conformar las condiciones para el cambio histórico8. Una segunda función, que sigue a la primera, es su capacidad exploratoria de formas alternativas de lo posible. Apoyándose en Marx, Bauman nos llega incluso a decir que “Ninguna época […] plantea problemas que es incapaz de resolver” En esta forma de explorar el terreno de lo posible, la lógica utópica es una forma cultural que tiene como pregunta básica no tanto ¿qué puedo conocer?, sino ¿qué puedo hacer? Por lo tanto, tiene una dimensión práctica innegable. En tercer lugar, la lógica utópica no sólo expresa un compromiso y una preocupación por el presente, y por lo tanto, no tiene un carácter neutral, sino evaluativo y crítico (“la utopía es un elemento integral de la actitud crítica”, Bauman, 1976; 15), sino que relativiza también el futuro ofreciendo varias soluciones que desafía la ilusión conservadora de que sólo existe una vía que va del presente al futuro. Por último, la lógica de pensamiento utópica es un factor influyente en el actual curso de los acontecimientos históricos. Esta función activa es fundamental, puesto que puede ayudar a ser “testada” para evaluar su “grado de realismo”9. En resumen, y siguiendo nuestra perspectiva, la lógica utópica ayuda a la concienciación crítica de los conflictos, inspira la innovación y estimula la voluntad de transformación social y política. En el marco de la sociología del conocimiento de K. Manheim, podemos señalar que el pensamiento utópico es una mentalidad que tiene unos orígenes sociales de proceso de cambio e inspira la acción colectiva de los grupos de oposición que buscan tener un efecto transformador sobre la sociedad. Como estado mental, la lógica utópica se expresa cuando se produce una incongruencia con el contexto real de donde se produce. Provoca una relación dialéctica entre la propuesta utópica y el orden existente (Manheim, 1991;
8 Bauman nos dice: “la presencia de la utopía, la habilidad de pensar en soluciones alternativas a los problemas enconados del presente, debe ser mirado por lo tanto como una condición necesaria del cambio histórico” (1976; 13). 9 Para caracterizar esta cuarta función Z. Bauman (1976; 17) nos dice: “Esta ‘presencia activa’ de utopía en la acción humana es también la única vía en la que el contenido de la utopía puede pasar un test práctico y ser examinado por su grado de ‘realismo’”
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179). Su orientación siempre es hacia objetos que no existen en la situación actual pero hacia el cual quiere llegar. Es una lógica de pensamiento que busca trascender la realidad, rompiendo los límites del orden existente pero siguiendo la línea dinámica histórica de los procesos de cambio (K. Manheim, 1991; 178-179). En este punto, la lógica utópica puede muy bien caracterizarse como pensamiento-deseable (wishful thinking), y, por lo tanto, conectado con la imaginación que trasciende la realidad (K. Manheim, 1991; 184). La utopía como teoría política
En general, la utopía ha sido abordada como una teoría social, no sólo porque es una reacción ante los dilemas de la sociedad, sino porque ofrece propuestas innovadoras de transformación social. En esta sección, y antes de pasar a vincular la utopía al caso concreto de “un mundo sin fronteras”, quisiera defender aquí que la lógica de pensamiento utópica también puede ser considerada como teoría política, en tanto que ofrece respuestas alternativas a conflictos reales irresueltos que desafían nuestra capacidad conceptual y política de dar una respuesta coherente con nuestro sistema de valores liberales y democráticos (R. Zapata-Barrero, 2003). Con el fenómeno de la inmigración en general, el tema más concreto de la movilidad humana y la gestión de los flujos migratorios y de las fronteras estatales en particular, estamos ante un contexto propicio a activar lo que Manheim designó como “mentalidad utópica”, que se distancia de la realidad existente (la existencia de fronteras en nuestro caso concreto) y busca reconducir la situación actual proponiendo un nuevo estado de cosas: una propia redefinición de las fronteras. Para definir la utopía como teoría política abordaremos tres argumentos. Por un lado, el objeto de reflexión de la lógica utópica, el carácter siempre innovador de su propuesta, y por último, su función política y social. En primer lugar, y como recordatorio, el objeto de reflexión de la lógica utópica comparte con la teoría política el hecho de que se interesa por interrogantes que se plantea la misma sociedad y la política y, por lo tanto, está “conectada” con la situación actual. Constata que el actual sistema de asociaciones conceptuales, de categorías y de “ofertas alternativas políticas” para dar respuesta a dichos interrogantes, son infructuosos y están en un sistema incongruente entre los valores que predica, el marco institucional donde se 32
contextualiza y las políticas que implementa (tenemos la gestión de fronteras y la inmigración como referencia empírica). La lógica utópica se activa cuando estamos en una situación donde los dilemas políticos ante un mismo fenómeno que se alarga en el tiempo, sin que se divisen sino más bien lo contrario, continúan explicitándose y consolidándose las contradicciones entre valores y políticas. El diagnóstico que hace la teoría política frente a esta situación es también propicio a la “mentalidad utópica”. Las razones de estas contradicciones se deben a que existen fuerzas conservadoras que, basándose en el realismo político y en una defensa del orden existente, pretenden frenar los procesos abiertos de transformación social y política como vía para restaurar la congruencia entre valores y políticas. De ahí que la lógica utópica, como la teoría política, sea en numerosas ocasiones acusada de irrealista, irresponsable, e incluso de soñadora y romántica (aunque las acusaciones son siempre de carácter subjetivo y emocional). También de querer predicar un totalitarismo (veremos que será el principal problema que planteará O. O’Neill (1994) a un mundo sin fronteras) y de que en lugar de estabilizar, desestabiliza la sociedad. El recurso al argumento de la estabilidad es constante para los que se enfrentan a la lógica utópica. El argumento es que la propuesta que proponen, si se implementa, provocará inestabilidad y efectos perversos ingestionables (de nuevo es el argumento de O. O’Neill, 1994). La reacción de la teoría política de la utopía no puede ser otra que no se puede privilegiar la estabilidad frente a los derechos humanos y a la igualdad, no se puede cometer injusticias en nombre de la estabilidad. La estabilidad no es un valor, ni puede ser un principio orientador de acción, sino el resultado de la aplicación de unos principios de acción. La confusión entre principios de acción y resultado al haber implementado dichos principios es la que separa a ambas lógicas de pensamiento. Pero también puede formular la siguiente reacción: es normal que las propuestas innovadoras de la utopía generen inestabilidad, puesto que es una forma de expresión propia de los procesos de cambio, y que esta inestabilidad tenga una serie de efectos perversos sobre todo el sistema de dependencia institucional, social, y político del que es objeto de innovación (pensemos, de nuevo, en la propuesta de cambiar la función de las fronteras o bien su desaparición). Pero esto es propio de todo proceso abier-
to de transformación, el hecho de que exige también una gestión de los efectos perversos. Veamos ahora el carácter de las propuestas innovadoras de la teoría política de la utopía. El carácter de las propuestas innovadoras de la lógica utópica es siempre la de una sociedad más justa (just society)10, que puede tener tanto una dimensión evaluativa y crítica (proporciona pautas y marco de referencia para evaluar críticamente nuestra sociedad) como normativa (nos indica no el cómo es, sino el cómo debería ser la sociedad justa). Este contenido suele estar relacionado con ausencia de relaciones de poder, de relaciones de dominación. Existe, pues, un vínculo directo entre utopía/justicia e igualdad. En este marco nos puede ser útil la distinción entre “utopía horizontal” y “utopía vertical” que nos propone J. Muguerza (1990). La primera, de clara influencia hegeliana y marxista, tendría un corte escatológico y proclamaría el final “feliz” de la historia, la culminación del desarrollo lineal de la historia. La “utopía vertical” incidiría más bien en perpendicular sobre el proceso histórico, reactualizando en cada uno de esos instantes el contraste entre la realidad y el ideal, la tensión entre el ser y el deber ser. Como teoría política nos sumamos a la percepción de la “utopía vertical”. En ambos casos, el sentido histórico de la lógica utópica es innegable. De hecho el carácter de las propuestas innovadores tiene un sistema directo de justificación histórica. Sin esta dimensión histórica quizás la lógica de pensamiento que queremos aplicar dejaría de ser utópica. Pero también tiene un sentido determinado de la historia. No proclama el final de la historia, como pretenden acusarles sus detractores, sino una orientación histórica para restablecer un orden de justicia que se evidencia en proceso. En cuanto a su función, la lógica utópica, intenta dar una respuesta innovadora a los grandes interrogantes de nuestra sociedad. En este sentido, cumple una función social y política determinada: la de orientar el cambio. La lógica utópica construye, de hecho, sus argumentos con la interacción entre quietud y cambio, ser y deber ser. Usando el término de Gadamer, podemos decir que la lógica utópica, como teoría política, propone orientaciones, ho10 Una sociedad utópica debe ser algo muy similar a la sociedad justa diseñada por J. Rawls, una sociedad que toda persona desearía, independientemente de cuál es su posición actual en la sociedad.
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rizontes innovadores de la sociedad, pero siempre a partir de interrogantes que se plantea la misma sociedad y política (es una utopía conectada). La utopía debe considerarse como un proyecto que tiende gradualmente a realizarse (C. Gómez, 2007; 42), y su función es encaminar los procesos abiertos del mundo (C. Gómez, 2007; 60). Su relación con el tiempo histórico es claramente hacia el futuro, partiendo de un diagnóstico de la realidad. Esta función solo se puede realizar mediante el análisis crítico de la realidad presente11. Estos tres argumentos que ayudan a vincular la lógica utópica como teoría política permiten solidificar el vínculo que existe entre el pensamiento utópico y la realidad (si se separan, entramos en el terreno de la especulación) y definir la lógica de la producción utópica como “posibilidad percibida”. Esto es, como una percepción (visión de algo que no existe en la realidad) posible. Esta dimensión es fundamental,. Todo teórico político genera argumentos que muchas veces esta en los limites de lo justificable y lo posible. Atravesar estos limites, sin dejar de mirar “el retrovisor”, es donde se han adentrado algunos pensadores, como J. Rawls. Esta lógica es la que se ha llegado a denominar como utopía realista (realistic utopia), recogiendo la expresión de J. Rawls (1999). Con esta expresión Rawls designa el tipo de teoría política que trabaja en los límites de las posibilidades de la política práctica (Rawls, 1999; 11). La utopía realista nos reconcilia con la sociedad al mostrarnos que es posible una democracia constitucional razonablemente justa. Establece la posibilidad de que pueda existir un mundo de justicia para todos entre todas las democracias liberales. Lo que nos interesa de Rawls no es el contenido concreto de su propuesta de Justicia Global, sino la forma en cómo designa esta propuesta como utopía realista. De entrada esta expresión puede parecer un oximorón12, si se interpreta desde los estándares críticos de la utopía (tanto el de Marx como el de Popper); pero si se 11 Véase M. A. Ramiro Avilés (2004; 442), quien incide en esta tarea crítica de las instituciones sociales, políticas, jurídicas o económicas, y lo aplica a la realidad jurídica y al carácter reivindicativo de los derechos sociales y políticos, y se postula a favor de una concepción de “utopía realizable” o “utopía realista” proclamada por J. Rawls (1999). 12 “Oxímoron” es una figura retórica consistente en aplicar a una palabra un epíteto que le contradice: por ejemplo “luz oscura”, “silencio ensordecedor”, “instante eterno”, “crecimiento negativo”. También se usa para designar que una misma noción tiene sentidos muy diferentes e incluso contradictorios entre sí.
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interpreta desde el marco de referencia que estamos dando, entonces lo que hace es enfatizar la voluntad de aplicación de la propuesta innovadora, y por lo tanto, esta lógica de aplicación ya está supuesta. Difícilmente podríamos considerar la lógica de pensamiento utópica como teoría política sin esta dimensión práctica tanto en su origen (plantea preguntas reales) como en su destino (busca aplicar las respuestas a las preguntas reales)13. La preocupación de Rawls al proponer esta expresión para designar su propuesta de justicia global es que sea una propuesta realizable. Busca, en este sentido, tanto coherencia interna de su propuesta como posibilidad de implementación. Quizás Rawls dedicó tantos esfuerzos para conseguir la coherencia interna que dejó de lado argumentos que posibiliten su implementación. Estos esfuerzos por la implementación son lo que han preocupado especialmente a F. O. Wright, (2007). No basta coherencia, sino visionar su implementación. Está claro que estas reflexiones vienen dadas como reacciones contra las acusaciones del uso corriente de la utopía. Cualquier teórico político acusado de utópico requiere reforzar las razones de su pensamiento a través de argumentos empíricos y racionales. F. O. Wright (2007) diferencia entre deseabilidad (desirability), viabilidad (viability) y realización (achievability). Combinando todos los componentes, su argumento es que “no todas las alternativas deseables son viables, y no todas las alternativas viables son realizables. En la búsqueda de la deseabilidad, uno se plantea la pregunta: ¿cuáles son los principios morales a los que una alternativa dada se supone que tiene que servir?”. Entramos aquí en el campo de la teoría política normativa. Sus recursos son principios abstractos y no tanto arreglos institucionales. El estudio de la viabilidad “es una respuesta a la objeción perpetua a las ideas igualitarias radicales ‘queda bien sobre el papel, pero es papel mojado’”. Se centra especialmente en los potenciales efectos y las consecuencias inesperadas de la propuesta si se implementara. Finalmente, el tema de la realización de alternativas es la tarea central para el trabajo práctico político de estrategias para el cambio social. Se plantea propuestas para el cambio social que ha pasado la
13 Esta es la concepción de la teoría política que queda sistematizada en R. Zapata-Barrero (2003)
prueba de deseabilidad y la viabilidad, lo que requiere para ponerlos en práctica. Esta es la parte más compleja, puesto que hay unos grados muy elevados de condiciones de contingencia. Seguramente el grado de aceptación dependerá también de las creencias que tenga la gente sobre otras alternativas más viables (F. O. Wright, 2007; 32). Con estas distinciones podemos completar la noción de Rawls de utopía realista con la noción de utopía realizable, esto es, la propuesta innovadora que pase el test de la deseabilidad, el test de la viabilidad y el test de la realización. Inmigración y fronteras: los términos del debate normativo
Hasta ahora hemos estado defendiendo que la lógica de pensamiento utópico es un fenómeno político y refleja los grandes interrogantes de la sociedad en un momento dado de la historia, y que puede también caracterizar una forma de llevar a cabo la tarea de la teoría política. Aunque el contenido ha estado supuesto, nos proponemos ahora defender el argumento que, visto contextualmente, si admitimos que cada época histórica genera sus propias utopías, nuestro “momento utópico” sin duda tiene a la frontera como principal referente empírico. En concreto, la idea de que ante el incremento de las migraciones internacionales, la necesidad de reconocer la libertad de movimiento y la movilidad humana comienza a ser vista como un tema serio de reflexión, que desafía directamente el instrumento básico que tiene el Estado para expresar su soberanía: el control de sus fronteras. No nos referimos a la frontera simbólica o conceptual, sino a la terrestre, a la que limita territorialmente la soberanía estatal. En esta sección, queremos examinar los términos del debate, no tanto por los argumentos que proporciona, sino por la forma que adopta, su lógica de argumentación y sus preguntas básicas, muy en consonancia con la lógica utópica. En este terreno estamos todavía en la etapa de laboratorio, sin haber testado la propuesta en el terreno. Usando la distinción analítica de F. O. Wright (2007), y la interpretamos como fases de un proceso que va de la teoría a la práctica, estamos tanto en la fase de la deseabilidad (debate en torno a la identificación de los principios orientadores que apoyen la propuesta innovadora) como, y en parte, en la fase de la viabilidad (debate en torno a los arreglos institucionales y el sistema de efectos que pueda tener la propuesta), pero sin haber 33
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entrado en la fase de la realización (fase donde se proponen ya los medios institucionales para implementar la propuesta utópica). Antes de entrar en los términos del debate hoy en día, para ver qué contribuciones podemos realizar, quisiera confirmar que estamos realmente ante una reflexión que vincula la lógica utópica como teoría política. Los términos del debate hoy en día se encuentra en los fundamentos que legitiman abrir/cerrar las fronteras a las personas que buscan instalarse para trabajar, y en la incoherencia entre la libertad de movimiento de los bienes (el mercado) y la libertad de movimiento de las personas (el libro editado de B. Barry y R. E. Goodin, 1992, sigue siendo referencia). Este debate se ha autodenominado como ética de la inmigración, ética de las fronteras (D. Philpott; 2001), relación entre fronteras y justicia (O. O’Neill, 1994), democracia y fronteras (E. Balibar, 2001), ética de las primeras admisiones (V. Bader, 2005; M. Gibney, ed. 1988; J. Carens, 1999, 2000), o simplemente el caso de las fronteras abiertas (T. Hayter, 2001), que podría englobarse bajo el nombre genérico de una teoría política de las fronteras. En todos los casos se trata de un debate que se plantea dos preguntas y que, como veremos, conecta las reflexiones con la lógica de pensamiento utópico: es un debate que se basa en la constatación de que existen inconsistencias en las prácticas de los Estados, entre los principios liberales democráticos y sus políticas de restricción. Estamos, pues, en el contexto discursivo cuya unidad básica generativa de argumentos es la distinción entre valores y política, habiendo agotado ya todas las formas posibles y los recursos que pueda ofrecer el orden institucional establecido y el realismo político. Estamos en el terreno propio de lo que Rawls denomina como utopía realista, donde el discurso de la justicia y de la igualdad prevalecen, especialmente partiendo de la constatación de que con el incremento de la movilidad humana entre Estados los criterios de una sociedad justa han tenido como supuesto que se trataba de una relación entre Estados y sus ciudadanos. Por lo tanto, los no-ciudadanos no fueron contemplados como destinatarios de la justicia (Ph. Cole, 2000). El debate sobre la justicia ha supuesto o ignorado el tema de las fronteras. En segundo lugar, y como consecuencia directa de este primer diagnóstico, la 34
pregunta kantiana de la ética por excelencia es la que enmarca el debate: ¿qué podemos hacer? Esto es, y siguiendo nuestro enfoque ¿qué alternativas a la situación actual podemos proponer como innovación? Aunque teórica, es una pregunta orientada hacia la práctica, y por lo tanto hacia la viabilidad y hacia la realización. En el terreno de los principios, y por lo tanto, en la fase de la deseabilidad, se encuentran las preguntas sobre si las fronteras cerradas pueden justificarse (M. Gibney, ed. 1988), sobre si se pueden justificar las restricciones de las políticas (J. Hudson, 1984). Este debate tiene su origen en el influyente artículo de J. Carens (1987), para quien, siguiendo estrictamente los principios liberales de libertad y de igual respeto, no es justificable la existencia de fronteras (ni para el liberalismo de Rawls, ni para el libertarismo de Nozick, ni para el utilitarismo). En esta fase del debate el principio de la libertad de movimiento ha sido el prevalente, y se ha vinculado al tema sobre el control de las fronteras y la justificación misma de la existencia de las fronteras, partiendo de la base que la existencia misma de las fronteras es una contingencia sobre la que se fundamenta la soberanía. Las posiciones a favor del control han sido principalmente comunitaristas estatales y enmarcadas en una reflexión sobre la justicia, con los clásicos argumentos de M. Walzer (1983), del derecho a decidir de la ciudadanía sobre su propia comunidad, o los tres más discutidos argumentos basados en la seguridad, la identidad y el bienestar (C. Kukathas, 2005). Quizás sean también las reacciones de J. Isbister (1999), y P. C. Meilaender (1999), quienes cierran esta fase del debate sobre los fundamentos de las fronteras. Este debate tiene un claro carácter utópico, que ya el mismo Carens, aunque no lo mencione, diseña en su también influyente artículo sobre la perspectiva realista y la perspectiva idealista al abordar el tema de las fronteras abiertas (J. Carens, 1996). Quizás el marco utópico de discusión en esta primera etapa del debate existen dos supuestos que deben problematizarse: En primer lugar, el supuesto de que el debate sobre “fronteras abiertas y fronteras cerradas” implica un debate sobre “un mundo sin fronteras” o bien la desaparición misma de las fronteras. Esta confusión está presente en numerosos trabajos, e incluso en uno de los últimos estudios promovidos por la UNESCO, editado por A. Pécoud y P. de Guchteneire
(2007). En este punto podemos decir que hay dos momentos de la utopía: uno primero donde los Estados conservan sus fronteras pero permiten, de común acuerdo con otros Estados, dejar libertad de movimiento (el caso concreto del espacio Schengen en la UE). A las personas se les “permite pasar la frontera sin control”, pero la frontera como institución permanece y se activa cuando surgen conflictos o problemas serios (recordamos que España amenazó a Francia en controlar las fronteras de los Pirineos si continuaba dejando pasar inmigrantes). Por lo tanto, el debate debe también girar del paso del control de las fronteras a la frontera sin control temporal, permaneciendo la frontera como institución básica estatal. Otro debate es el de la desaparición literal de las fronteras como instituciones del Estado. Es el que plantea, para criticar su viabilidad y realización, O. O’Neill (1994). Ambos son expresiones diferentes de la lógica utópica (incluso literalmente, como “no-lugar”), pero muy diferentes. La primera puede también tener varios grados de interpretación tomando la política de visado como referente. La libertad de movimiento es posible entre ciudadanos de Estados democráticos-liberales a dos niveles: con o sin control de fronteras. El ejemplo de sin control de fronteras es la propia UE y el espacio Schengen. El ejemplo de control de fronteras es entre regiones que tienen Estados democráticos liberales (ciudadanos españoles que viajan a EEUU o a Australia, Canadá, o al revés). Pero la libertad de movimiento es una realidad. Luego está plantear el movimiento de personas entre Estados democráticos y no democráticos. En este caso existe asimetría, en tanto el movimiento es posible en una dirección (de Estado democrático a no democrático) pero no al revés (de Estado no-democrático a Estado democrático, donde se requiere generalmente visado). En segundo lugar, en la literatura existente existe el supuesto que mezcla (y confunde) objetivos. Se asume que el debate sobre el control de fronteras (el debate sobre fronteras abiertas/cerradas) debe pasar necesariamente por cuestionar la existencia misma de las fronteras. La defensa de las fronteras abiertas y la desaparición de las fronteras no necesariamente se implican. El debate sobre la externalización de las políticas de inmigración, por ejemplo, parte del supuesto que se puede controlar la inmigración sin necesidad de controlar las fronteras terrestres sino a como “política a distancia” como remote poCLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185 ■
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licy (Zolberg, 1999)14. Con el debate de la externalización se abre, así, un debate teórico que requiere profundización: que se pueden controlar los flujos migratorios sin necesidad de controlar las fronteras terrestres. En esta fase del debate, a parte de la discusión fundacionalista sobre las fronteras, la lógica de reflexión ha seguido dos sistemas de argumentación: por un lado,el contraste entre principios y valores de nuestras democracias liberales y sus prácticas y formas de gestión de las fronteras. Éste es el debate que abrió J. Carens (1987) y que todavía hoy continúa suscitando debate (Ph. Cole, 2000; P. Meilaender, 2001, A. Pécoud y P. de Guchteneire, eds. 2007). Este es el debate de principios donde se identifica inconsistencias entre los principios de libertad y de igual respeto que proclama la tradición liberal democrática, y las prácticas de los Estados que constantemente ponen freno a esta libertad de movimiento. Por otro lado, existe un debate, que, aunque se mantiene en el terreno de los principios, busca discutir directamente situaciones asimétricas que muestra la práctica política: como por ejemplo la asimetría entre el derecho a entrada (derecho de admisión, eminentemente bajo la soberanía estatal) y el derecho de salida de los derechos humanos (ningún Estado puede impedir salir a sus ciudadanos), o la disparidad entre la libertad de movimiento de los bienes, personas, dinero y servicios (esta asimetría fue objeto de atención del clásico libro de B. Barry y R. E. Goodin, eds. 1992). La lógica utópica nos dice que el debate está combinando desirability y viability; esto es, contrastando los principios pero con un interés por gestionar también las contingencias de unas propuestas radicales de abrir las fronteras sin más. En esta fase de viabilidad nos encontramos ahora, donde prevalecen dos tipos de debates, más enfocados hacia el interés por combinar viabilidad y realización: el del reconocimiento del derecho a la movilidad humana como derecho humano bási-
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Esto es, se puede hacer control de personas sin necesidad de controlar las fronteras terrestres, sino antes de que las personas decidan desplazarse. Este tipo de orientación política todavía requiere una reflexión normativa, puesto que desafía, de una forma u otra, el marco supuesto del debate: que controlar los flujos equivale a controlar las fronteras terrestres. Además de que, como se trata de un acto de extraterritorialización de las fronteras, hay unos implícitos de extralimintación de la soberanía estatal que todavía no ha sido discutida normativamente. Nº 185 CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA ■
co (un debate que moviliza los principios y argumentos del debate de principios sobre la libertad de movimiento, pero más enfocado hacia la demanda de un nuevo derecho humano: el derecho a la movilidad humana) y el debate sobre la justificación de los criterios de admisión, que todavía no acaba de definirse claramente pero que ya tiene una voluntad realista de basarse en los criterios que movilizan los Estados para contestar a la pregunta sobre el cuántos y el quiénes pueden entrar. Uno de los últimos trabajos de J. Carens precisamente hace este giro: su pregunta ahora es: “qué criterios usan los estados y cuáles deberían usar en seleccionar […]? (J. Carens, 2003; 106). O ya al final, “incluso si alguien reconoce la ampliamente aceptada premisa de que los estados tienen un derecho para controlar la inmigración, siguen habiendo todavía restricciones morales significativas en cómo este control debe llevarse a cabo” (J. Carens, 2003; 110). Este enfoque contextual15 también enriquece la lógica de pensamiento utópica, haciéndola más realista en el sentido de Rawls. En esta tarea de diseñar una ética de la admisión, a parte de J. Carens, se encuentran los trabajos de V. Bader (2005) y de J. Seglow (2006)16. El debate sobre las fronteras abiertas pasa ahora de su fase de deseabilidad y viabilidad, a la fase de la viabilidad y de la realización, planteándose ya directamente “un mundo sin fronteras” (A. Pécoud y P. de Guchteneire, eds. 2007). En este marco el debate entre los argumentos que perciben esta posibilidad (la posibilidad percibida de la función de la lógica utópica) y los que se arrinconan en el realismo político recuerda muy bien los debates entre utópicos y anti-utópicos. En este marco, por ejemplo, los argumentos de O. O’Neill (1994) son un ejemplo de argumentación anti-utópica a tener en cuenta. Su enfoque sobre la justificación de las fronteras pretende vincular fronteras y justicia. Como ella misma afirma: “por qué varios estados son mejores que un solo Estado Mundial es el mejor 15 Su objetivo ahora queda precisado como sigue “identificar las normas y principios insertados en las prácticas sobre la inmigración que llevan a cabo los estados liberales democrático que repercuten críticamente en ellos. Esta es una crítica inmanente de la inmigración, más que una fundacionalista” (J. Carens, 2003; 95). 16 J. Seglow, por ejemplo, nos dice al final de su trabajo: “the increasing numbers of migrant accross the world mean that arriving at a normative view of the ethics of admission to inform public policy is both urgent and important” (J. Seglow, 2005; 330).
enfique para aproximarse a justificar las fronteras”. Esto es, para ella, el debate sobre un mundo sin fronteras equivale al debate sobre la necesidad o no de una pluralidad de unidades políticas (Estados). Argumentar a favor de un mundo sin fronteras equivale a desafiar la pluralidad de Estados, y por lo tanto, abogar por el gobierno mundial, que sin la pluralidad necesaria que contraste los poderes se convierte inevitablemente en un gobierno tiránico. Muy en la línea argumental popperiana, O’Neill nos dice que “se suele decir que una pluralidad de unidades políticas, esto es los estados, es necesario para la justicia, porque un gobierno del Mundo concentraría demasiado poder, y además pondría en peligro la consideración de conceptos tales como el orden, la libertad, otros poderes que son pensados para legitimar el gobierno” (O. O’Neill, 1994; 71). También O’Neill nos proporciona un argumento recurrente en la literatura: el hecho de que para que pueda realizarse un mundo sin fronteras es necesario que todos los Estados sean liberales; sino, los Estados no liberales vulnerarían los principios liberales democráticos de nuestra tradición. En este terreno de las condiciones para que se pueda realizar un mundo sin fronteras está no sólo la dimensión de la forma de organización liberal democrática sino también las desigualdades económicas entre Estados, como uno de los principales factores explicativos de la movilidad humana entre Estados. Sólo se puede abrir las fronteras entre Estados socio-económicamente iguales. El ejemplo básico que se da es el espacio Schengen de la Unión Europea, que permite la movilidad interna de los ciudadanos europeos (J. Kunz y M. Leinonen, 2007) En el terreno de la realización, existen algunas propuestas, tanto para ir avanzando en el análisis teórico como propuestas innovadoras muy concretas. Por ejemplo, y en el terreno académico, y siguiendo la dimensión evaluativa de la lógica utópica, existe la propuesta de la necesidad de construir un marco teórico que pueda ser implementado para analizar estudios de caso. O, en el terreno más práctico, la necesidad de crear un régimen de Fondo Global (Global Fund regime) y una tasa global que transfiera riqueza hacia los países pobres (véase D. Philpott, 2001). Estamos realmente en los inicios de este vínculo entre pensamiento utópico, gestión de fronteras y políticas de inmigración. Lo que no podemos negar es que las bases de los problemas de gestión ac35
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tuales tienen muy directamente que ver con las dificultades de gestionar nuevas situaciones con viejos instrumentos de gestión de conflictos procedentes de las relaciones internacionales. Si los realistas políticos pueden ver estas reflexiones como inútiles, también deben dar respuestas a situaciones reales actuales dentro del marco de nuestros valores humanos, democráticos y liberales, que nos recuerdan épocas y situaciones pasadas que pensábamos habíamos superado: impedir la reagrupación familiar, por ejemplo, nos recuerda cómo los Estados no-liberales, durante principios del siglo pasado y en algún sentido hasta hoy en día, impiden que familias se encuentren y puedan proyectar sus vidas. Nuestros Estados europeos están actualmente separando familias con argumentos muy familiares en Estados totalitarios. Nuestros Estados están hoy en día estigmatizando a ciertos inmigrantes, pobres y sin recursos, como delincuentes, bajo directivas de retorno que bien nos puede recordar lógicas colonialistas invertidas, donde nos “molestan” los pobres y solo dejamos libertad de movimiento sin retorno a los que saben están preparados, tiene un oficio que nos interesa, etc. La selección de inmigrantes es una situación anti-utópica, como lo son también las políticas de retorno y las que limitan la reagrupación familiar. Quizás lo que estemos construyendo es una distopía17; y cómo esta distopía se fundamenta en un realismo político que está ya extralimitándose en términos de principios y de valores de democracia y de liberalismo más básicos. El pensamiento utópico es que el puede construir contraargumentos a esta situación insostenible. n Referencias bibliográficas Bader, V. “The Ethics of Immigration”, Constellations, 2005, 12(3); 331-361. Balibar, E. Nous, citoyens d’Europe? Les frontières, l’Etat, le peuple, La Découverte, Paris, 2001. Barry, B. and Goodin, R. E. (ed.) Free Movement: ethical issues en the transnational migration of people and of money, The Pennsylvania State University Press, Pennsylvania, 1992. Bauman, Z. Socialism: the active utopia, Allen and Unwin, London, 1976. Best, U. “The EU and the Utopia and Anti-utopia of Migration: A Response to Harald Bauder”, ACME, 2003, 2(2); 194-200.
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Ricard Zapata-Barrero es Profesor de Ciencia Política de la Universidad Pompeu Fabra, editor del libro Conceptos Políticos en el contexto español. CLAVES DE RAZÓN PRÁCTICA Nº 185 ■