VATIU KORALSKY. Diplom ingenieur. La historia la escriben. los vencedores: y la verdadera? EL SOBREVIVIENTE

1 2 VATIU KORALSKY Diplom ingenieur La historia la escriben los vencedores: ¿y la verdadera? EL SOBREVIVIENTE de Alemania en llamas y del terror

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VATIU KORALSKY Diplom ingenieur

La historia la escriben los vencedores: ¿y la verdadera?

EL SOBREVIVIENTE de Alemania en llamas y del terror soviético

*** Testimonios presenciales 4ª edición ampliada y actualizada Editorial dunkEn Buenos Aires 2008

3 Koralsky, Vatiu El sobreviviente de Alemania en llamas y del terror soviético. La historia la escriben los vencedores: ¿y la verdadera? 4a ed. - Buenos Aires: Dunken, 2008. 320 p. 23x16 cm. ISBN 978-987-02-2933-9 1. Testimonio. I. Título CDD 863

Página web de la obra: www.vatiukoralsky.com E-mail: [email protected]

Primera Edición - Diciembre 2001 Segunda Edución - Abril de 2003 Tercera Edición - Abril de 2005 Cuarta Edición - Mayo de 2008

Impreso por Editorial Dunken Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300 E-mail: [email protected] Página web: www.dunken.com.ar Hecho el depósito que prevé la ley 11.723 Impreso en la Argentina © 2008 Vatiu Koralsky ISBN 978-987-02-2933-

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DEDICATORIA

Dedico este libro con tomo mi corazón a los millones de seres humanos de todas las banderas, que han sufrido y muerto durante y después de la Segunda Guerra Mundial.

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CITAS • “Las guerras me repugnan, no porque en ellas muera mucha gente, sino por- que las personas que mandan a las demás a la muerte quedan vivas” Dr. Duffe Booth • “Después de la Tercera Guerra Mundial, la que sigue se llevará a cabo con piedras” Albert Einstein • “Matar a un hombre es asesinato, mientras que matar millones es estadística” Robert Kennedy • “En tiempos de paz, los hijos entierran a los padres; en las guerras, los padres entierran a los hijos” Herodotus • “El enemigo sólo es grande cuando estamos de rodillas”

Gral. San Martín

• “No son amantes de la guerra los pueblos, sino sus líderes”

Ralph Bunche • “Si ustedes han visto un día de guerra, van a rogar al Todopoderoso Dios a no ver nunca más otra El Duque de Wellington • “Yo no gobierno a Rusia; decenas de miles de empleados la gobiernan”

Nikolai I

• “Los errores que la Humanidad comete, la Historia no los perdona” Bogomil (El autor de este libro) • “La verdad es siempre la primera víctima de la guerra”

Harry E. Burns

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Prólogo Un testimonio, una conciencia Un narrador Por Bernardo Ezequiel Koremblit Es lúcido, sensible, valiente sin eufemismos el autor de este libro, al que se leerá con ansiosa impaciencia por conocer no sólo como fueron los hechos relatados sino también como continúan; declara en el emotivo y conceptuoso comienzo de su primera página, que en su lengua materna un proverbio afirma que quien en su casa se queda nada le pasa, pero si el mundo sale a recorrer algo le sucederá. Más que una sentencia popular, ésta es una verdad irrefutable, escrita en el cielo. Debo repetir las palabras del lúcido Ingeniero Vatiu Koralsky: en correspondencia con el proverbio búlgaro, los barcos están seguros en el puerto, pero los barcos no han sido construidos para eso. También imaginamos que el cielo es un lugar apacible, pleno de paz y bonanza, y sin embargo ¿en qué cielo y bajo qué cielo no hay tormentas? El bien documentado, el muy informado autor de “El sobreviviente” –cuyos trece capítulos henchidos de ardientes relatos constituyen un testimonio tan estremecedor como revelador– posee el arte de la narración, la privilegiada facultad de atrapar al lector, de conmoverlo llevándolo a la ansiedad de sumirse en una lectura que le mostrará un caleidoscopio de un siglo cuyos acontecimientos Vatiu Koralsky ha vivido en su condición de fidedigno y sufrido testigo, revelando que quizás la tierra sea el infierno de otro planeta por las atrocidades que han pasado y pasan en la historia de la Humanidad. El don de comprender y razonar, el don de análisis y la interpretación pro- funda están presentes en Vatiu Koralsky, que no por mirar mucho el panorama se atrasa en la labranza. “El sobreviviente” es un viaje a través de hechos, dramas, ferocidades que pertenecen a la historia del “inhumano” género humano. El autor creador de estas páginas es ingeniero, es un espíritu romántico por una parte y clarividente por otra, es un testigo cuyo inventario hace con una prolijidad y objetividad de quien quiere decir verdades, mostrar evidencias y ofrecer realidades. Las dice, las muestra y las ofrece. Pero eso no es todo y no es sólo eso. Evocador, tanto en los sucesos objetivos como en el cálido campo de la ternura, el insomne Vatiu Koralsky hace un tornaviaje a su patria, a los orígenes y los devenires del pueblo búlgaro, a la infancia rica de todo lo que es sustancia emotiva.

7 Fidedigno relato de la contemporaneidad que nos ha sido dada vivir: la familia, la historia, la política, el engendro del nazismo, los horrores del comunismo y la sutil falacia del marxismo, con los capítulos que, interesante es señalarlo, ha subtitulado con admirable acierto. Con verdad relata paisajes dramáticos, otros con suspenso que envidiaría el cine. Que no pueda hacer referencia a ellos es una de las injusticias de la actividad literaria, como la que padece ahora el prologuista que se complacería en adelantar relatos que el lector saboreará después. Pues he de decirlo de una vez: El sobreviviente –“de una Alemania en llamas y del terror soviético” es un muy indicado y pertinente subtítulo– es lo que se entiende y califica como narración de atrapador interés. El ansioso lector agradecerá una obra pletórica de subyugación, de ininterrumpida atracción, con caracteres imborrables, propios de una conciencia, un espíritu y una sensibilidad que florece merced a un hombre, un escritor, un testigo elocuente como es él mismo, el escritor, el hombre que tiene por sobrenombre Bogomil y es, en esencia y existencia Vatiu Koralsky a quien el Señor y la litera- tura testimonial premiarán por la excelencia de sus intensas y fecundas páginas, que terminan por ser pocas considerando el interés que ellas contienen. ***

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Palabras del Autor Si bien el tiempo borra el pasado y lo sepulta en el olvido, cuando reflexionamos en profundidad afloran los recuerdos con vigor, con esplendor, y a veces, también con todo su horror. De regreso nuevamente a la realidad, es posible que aparezcan, sin darnos cuenta, algunas lágrimas en nuestras mejillas. Desde hace tiempo he sentido la necesidad de escribir este libro y poner al alcance del lector la vivencia singular que la providencia puso a mi alcance y en mi camino. No logro precisar, en verdad, si lo que protagonicé en mi larga y apasionada existencia fue pura casualidad o un mandato del destino. Tantas circunstancias conjugadas me hacen suponer que cuando me hallaba al borde del colapso, Dios me extendió su mano. Por ello me considero un “Bogomil” (Que- rido por Dios), teniendo en cuenta que de muchacho fui un fervoroso cristiano y luego me transformé en un empecinado comunista estalinista y absoluto ateo. En mi lengua materna un proverbio antiguo dice: “El que en casa se queda nada le pasa, mas si al mundo sale a recorrer, algo le sucederá”. En rigor, es lo que a mi me ocurrió. Ya sea como una virtud o por desgracia, así como existen personas adictas a distintos vicios, también hay otras con una espiritualidad más grande que la que el pecho puede cobijar y, por consiguiente, necesitadas de encontrar una vía de escape. En algunos seres la inquietud se canaliza escribiendo, y es justamente lo que me viene sucediendo en estos últimos años. todo lo puntualizado en estos escritos es real: lo vivido y sufrido, visto y escuchado personalmente de fuentes fidedignas, por lo que quiero dejar mi testimonio. Fui protagonista de mis propios éxitos y fracasos. Residí por diversas razones en siete países y por necesidad aprendí ocho idiomas. Ello me posibilitó conocer mejor el mundo en su real dimensión. No son desconocidos para mi los sufrimientos, la orfandad, el hambre y la miseria. Padecí horrores durante y después de la Segunda Guerra Mundial, así como regímenes tan despóticos como el nazismo y el comunismo. Ese extenso trayecto me brindó experiencias y anécdotas, algunas crueles y dolorosas. Desde luego, hubo también momentos de gozo y plena felicidad, tan- to de los apasionados amores de mi juventud, como por ejemplo en el año 2005 haber sido distinguido en un solemne acto, como “Mayor Notable de Tucumán” con Diploma y Medalla de Oro, por lo cual sería desleal no consignarlos en estas páginas. Y bien, lector amigo, espero que este libro lo lleve a experimentar las emociones de las tragedias y felicidades vividas. Dipl. ing. Vatiu KoralsKy ( Bogomil, “Querido por Dios”)

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El sobreviviente de Alemania en Llamas Y del Terror Soviético INTRODUCCIÓN Como es sabido, los fundamentos de la historia los escriben los vencedores, de acuerdo a lo que les conviene. Muchos afirman que el mundo se sostiene so- bre tres pilares: la paz, la verdad y la justicia. Solamente conociendo la verdad, podremos lograr la paz y alcanzar la justicia. Por eso he decidido volcar en estas páginas la verdadera, triste y estremece- dora historia de la Europa del siglo XX. Como testigo presencial de los hechos acontecidos en la Segunda Guerra Mundial, tengo un compromiso ineludible conmigo mismo, por todo lo vivido y sufrido en mi larga y accidentada vida. Escribí estas páginas porque no me moriría tranquilo sin dejar este testimonio. Y además, para ser sincero, también quería aclarar algunas situaciones que me tenían a veces muy preocupado. 1) Como mi apellido termina en “sky”, para mucha gente, aún gente culta y mis propios colegas, me tildaban de judío, hasta tal punto que a veces llegaba a tener dificultades en mis tramitaciones ante las oficinas públicas. Esa impresión estaba reforzada por las muchas amistades que tenía con gente de esa colectividad, porque al llegar a la Argentina y no hablar el castellano, con ellos me entendía en alguno de los siete idiomas que ya conocía. Además, nunca entendí por qué me dejaron tan inexplicablemente cesante en la Caja Popular de Ahorro de Tucumán esgrimiendo que ya no había dinero. Como también al prescindir de mis servicios en la Municipalidad de San Miguel de Tucumán como jefe de revisación y aprobación de los planos de construcciones, donde trabajaba solo hasta los sábados para acelerar las tramitaciones. Sin embargo, con pretexto de “reorganización”, para realizar el mismo trabajo debían emplear dos profesionales con afiliación peronista. Todo eso sin duda respondió a las suposiciones sobre mi origen, como muchos opinaban. 2) Como explicaba que soy búlgaro y estudiaba en Alemania bajo los nazis y en plena guerra, muchos decían “¡Ahhh... entonces usted es nazi!”, especialmente los comunistas al escuchar que me había escapado luego de Bulgaria al ser invadida por los tanques soviéticos. Pero lo más desagradable de esta confusión fue cuando empecé a jugar golf

10 y por años no me querían admitir como socio en la cancha propiedad del Jockey Club de Tucumán, por ser una institución tradicional donde no se admitían jamitas ni semitas –o sea “turcos”– ni judíos como socios. Sin embargo, al aclarar mil y una vez que no pertenecía a ninguna de esas dos etnias, y al escalar una notable posición social y económica, fui admitido como “socio propietario”. Sin embargo, hasta el día de hoy debo soportar las miradas sospechosas cada vez que pronuncio mi apellido; eso significa que a los judíos no se los quiere en muchas partes. Si bien esto pasó ya muchos años atrás (aunque todavía se repite) me vi obligado a escribir ciertas páginas manuscritas de este libro que estaban esperan- do, dadas mis múltiples ocupaciones, para ordenarlas, depurarlas y editarlas. Esta locura humana exacerbada por el incontenible deseo de poder, sumergió a Europa en la angustia, la desesperación, el hambre y la muerte de millones de inocentes, en la locura nazi y en el terror soviético. Lo más lamentable fue sin duda la persecución y el Holocausto de los judíos, y en especial el colosal e infernal Holocausto desatado por los implacables “benditos” bombardeos de los aliados sobre toda Alemania. Sobre un indefenso pueblo abandonado por el enloquecido Hitler, quien había soñado con grandes conquistas. O sea, derrotar a las potencias coloniales que en parte consiguió, y la amenazante penetración en Europa del terror soviético, que lo obligó a suicidarse por haberse apresurado demasiado y sin estar preparado para esa gran guerra. Las tristes consecuencias vividas en la Segunda Gran Guerra fueron tomadas por los vencedores en provecho propio, como los únicos herederos de la verda- dera historia, sin tener en cuenta los sufrimientos de tantos millones de seres humanos. No es justo que el siglo XX haya terminado como si hubiera ocurrido un solo suceso, el Holocausto de los judíos y nada más, cuyas verdaderas causas y trágicas consecuencias explicaré detalladamente mas adelante. ¿Acaso no habría que acordarse de que hubo una Primera Guerra Mundial? ¿Que sus vencedores y armamentistas prepararon el terreno para que surgiera un agitador ávido de poder y preparara a Alemania para una nueva e inevitable guerra para recuperar lo perdido? O sea, todo lo que le habían saqueado. Como si los aliados, durante la Segunda Guerra, no hubieran destruido e incendiado a sangre fría a todo un gran país. ¿Y no mataron, despedazaron y quemaron vivos a muchos millones de indefensos seres humanos? (muchos de ellos mujeres y niños). Que no eran para nada nazis ni responsables del proceder del odiado partido obrero nazi, para lo cual yo soy un testigo presencial. ¿Hay que olvidarse de que los rusos arrasaron la provincia alemana de Prusia Oriental, cuya población de entre 4 y 5 millones de personas fueron masacradas por completo y desaparecieron, y cuya capital Königsberg, hoy se llama Kaliningrad? Tampoco debemos olvidarnos de que nuestros seis países de Europa Central fueron entregados por los aliados al terror de Stalin y de los soviets, que masacraron a millones de inocentes para quitarles los bienes e implantar y mantener

11 su despótico régimen. Muchos, como yo, a duras penas tuvieron que abandonar sus patrias y ser “gringos” el resto de su vida. Qué juego del destino: siendo un fanático comunista y estalinista en la secundaria, al conocerlo bien tuve que escaparme de aquel infierno. Este libro es una cuarta edición con ampliaciones y aclaraciones, de mi ante- rior “Bogomil”, que es una crónica de vivencias personales, escrita con la verdad, el corazón y los sentimientos, por haberme encontrado inmerso en aquellos trágicos acontecimientos.

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Estimados lectores

Ustedes conocen la historia de Europa del siglo XX, escrita y propagada hasta el cansancio por los vencedores y sus socios, a su gusto y según sus intereses. Yo trataré de presentarles la historia verdadera, de acuerdo a lo que realmente suce- dió y de lo que pude ver, escuchar y sufrir, personalmente en el mismo escenario; con toda su crueldad y desesperación, tanto del fanatismo nazi, como del terror soviético y de la crueldad aliada. “La historia debe escribirse de nuevo, pero esta vez la verdadera: tal como sucedió”, como dijo el gran poeta y político francés Lamartine, en su diario “Consejo del Pueblo” de 1849. Debo aclarar que no soy un escritor que vive de historias, muchas veces imaginadas, para ganarse la vida. Tampoco pertenezco a ninguna ideología o colectividad interesada en revelaciones sensacionalistas poco fundadas. Estudié tres años en Alemania, durante la guerra y un año después de ella. Es por ello que conozco bien al dictatorial régimen nazi por una parte, y al sufrido, laborioso, callado y resignado pueblo alemán, junto al cual yo SOBREVIVÍ por obra y gracia del Todopoderoso. Quisiera expresar mi indignación con la prensa internacional, que con tando empeño sigue machacando al pueblo alemán de haber sido nazi y antijudío. Esas maliciosas afirmaciones son totalmente inexactas, son puras mentiras; yo viví y sufrí junto a ellos en plena guerra y los conocí muy bien. En un 90% el pueblo alemán no era nazi y muchos de ellos eran antinazis, pero debían cuidarse; y yo nunca escuché a nadie pronunciarse contra los judíos, salvo la prensa nazi. Nin- gún escritor puede afirmar que observó, como yo, a Hitler pasar despacio, a un metro de distancia, frente a un grupo de estudiantes extranjeros, un año antes de terminar la guerra, cuando ya parecía un demente acabado, con la mirada perdida en el infinito. Un idiota. Es difícil que alguien haya vivido tantas experiencias a la vez. Porque además, para salvar mi vida de los bombardeos y de la artillería de los dos frentes que cercaban a Alemania, tuve que abandonarla, como la mayoría de los estudian tes extranjeros. Sin pensarlo mucho, un grupo decidió volver a nuestra patria. Tuvimos que cruzar por IugoSlavia tan convulsionada por los guerrilleros y contraguerrilleros que tiraban de todas partes, más los bombardeos ingleses, todos concentrando sus metrallas contra las vías terrestres y el ferrocarril inter- nacional que la cruzaba de Oeste a Este. La angustiosa odisea que sufrimos allí fue espantosa, y será bien detallada más adelante. Como si todo eso fuera poco, al llegar a mi patria, el 8 de septiembre del ´44, me topé con los temibles ejércitos soviéticos que habían cruzado el Danubio e invadido Bulgaria, por más que había sido neutral y no había participado en la guerra. La libertad que teníamos en Alemania los estudiantes extranjeros bajo el

13 régimen nazi se terminó de golpe. En mi propia tierra, bajo los soviéticos, reinaban el miedo y el terror. Debido a las experiencias vividas, considero con humildad que difícilmente se pueda encontrar, en un solo libro, toda la verdad historica, las injusticias co- metidas y el miedo vivido en Europa la cuna de la civilización occidental. Pocos autores han escrito la verdad sobre el “paraíso soviético” y el despiadado “cama- rada” Stalin, porque muchos de ellos siguen siendo izquierdistas, esperando con eso que algún día se les dé la oportunidad para apoderarse de ese régimen, para siempre. Yo tuve la suerte o la desdicha de vivir en esas dos ideologías extremas: el fanatismo de los soberbios y vanagloriados nazis, que se acabó al terminar la guerra, o sea, “muerto el perro, muerta la rabia”, y el terror soviético que se extendió nada menos que setenta y tres largos años, amenazando al mundo entero. En el último capítulo, el número XIII, el lector encontrará revelaciones que muchos no conocen y quizás ni se imaginan. Quisiera compartirle también mi gran satisfacción de escuchar y recibir correspondencia de personas de buen nivel cultural, afirmando que mi libro será un valioso tertimonio histórico. En este libro el amable lector encontrará y verá la real dimensión del nazismo y el comunismo. Porque a mí nadie me lo contó, sino la verdad histórica que yo mismo viví y sufrí bajo esos dos regímenes. Conocí bien a los dos grandes dictadores del siglo XX. Como uno, de un soñador y luchador por la justicia social y nacional y contra la amenaza marxista, es recordado, como el asesino más repudiado . Y el otro, del asesino más grande de la historia de la humanidad, se convirtió en vencedor, aceptado por el sitema internacional.

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CAPÍTULO I MI TURBULENTA INFANCIA Nací en Bulgaria el 3 de marzo de 1918 (día de la liberación de mi vieja patria de los turcos), cuando todavía se olía la pólvora de la Primera Guerra Mundial, en un remoto pueblo de unos mil habitantes, Chercovo, a cuarenta Km del Mar Negro y a setenta de la frontera con Turquía. Considero que la coincidencia de mi cumpleaños con la fiesta patria más importante del pueblo búlgaro levantaba mi espíritu de superación. Me produce mucha tristeza recordar los helados inviernos, cuando a los siete años, tiritando, temprano por las mañanas, debía atender a los distintos animales. Teníamos una iglesia, escuela primaria, captación y cañería para agua potable y también un puente de piedra de dos arcos, sobre el riachuelo, que crecía violentamente en la época de lluvias y el deshielo. Todo eso, construido por los propios campesinos que además habían levantado sus propias casas. Se trabajaba sin cesar. Cuando no podían ir al campo y durante los sábados, domingos y feriados, trabajaban en la huerta familiar. Sólo los gitanos vivían en ranchos, que hacían con palos trenzados y con una capa de tierra mezclada con paja, para resguardarse de los intensos fríos del invierno, mientras los búlgaros moldeaban y cocían el barro para hacer los ladrillos. Buscaban una veta de piedra caliza para quemar su propia “cal”. Aprendían los unos de los otros, para hacer todo tipo de trabajo de albañilería. Fui huérfano de padre a los tres años y quedamos bastante pobres. Por eso, desde chico aprendí de todo. La gran necesidad me obligó a ser curioso y observador. Aprendí a arar con los bueyes, sembrar con la mano, cosechar y trillar. Muchos dicen hay que separar la paja del trigo sin tener idea de que eso se hace en realidad; para eso yo tiraba la paja trillada contra el viento, con lo que el trigo que es más pesado caía al suelo, mientras la paja era arrastraba por el viento. Supe lo que era plantar vides y árboles frutales, podarlos, injertarlos y hacer vino, todo en pocas cantidades, claro está. Me cosía mis zapatos de cuero de animales faenados, nuestros o de algún vecino. Mirando a los padres de los otros chicos aprendí a hacer mis propios juguetes. En los veranos, mientras llevaba los bueyes a pastar, de noche en el campo, muchas veces me quedaba dormido sobre el caballo. Aprendí a trasquilar ovejas, sacarles la leche, el rico y debidamente ma- durado queso blanco, sacar la manteca y hacer la famosa leche cuajada búlgara, que hago hasta hoy, por lo cual espero llegar a una larga vejez. También aprendí a cantar y hablar el turco, ya que este país está cerca de mi pueblo, y había muchos de ellos. Eran años de gran crisis y sufrimiento, especialmente después que el desalmado “camarada” Stalin resolvió hacer el dumping con el trigo ucraniano, para

15 someternos al hambre. Este genocidio lo detallare más adelante. También era el cantor en el salón de la escuela de mi pueblo (en el teatro infantil), por lo cual coseché muchos aplausos; eso me hacía sentir muy contento y seguro de mi mismo. Quizás por eso, una maestra le repetía a mi madre: “Aunque deba economizar en todo, a Vatiu hay que hacerlo estudiar”. Con los estudios y gracias a ella, pude conseguir los éxitos obtenidos hasta el día de hoy. Pensando en mi adolescencia, me viene a la mente la siguiente reflexión: mientras yo me sentía contento y feliz de ver el resultado de mis ocupaciones, gran parte de la juventud de hoy pierde su valioso tiempo en mirar televisión, con programas vacíos de enseñanzas y llenos de violencia, sexo y tonterías, o encuentran placer parándose en las esquinas para tomar cerveza y vaya a saber qué otras substancias mas, altamente nocivas. Reforzando ese buen ánimo de chico, cuando desde la más temprana infancia llevaba las ovejitas a pastar, cantaba la siguiente canción popular que decía: “Cuando era pastorcito / y llevaba la oveja a pastar, / estaba muy agradecido / aún siendo muy pobre”. Esa canción infantil en búlgaro es muy melodiosa, y todavía la tarareo acordándome de mi pasado. Estoy totalmente convencido de que la pobreza y el sufrimiento han sido la base de mi progreso y éxito posterior.

LA VIEJA PATRIA

Antes de continuar con mi vivencia personal, me gustaría relatar el lector algo referente a mi pequeño y bello país búlgaro, ubicado en el centro de la península balcánica. Hacia el Este lo custodia el Mar Negro; el Danubio, por el Norte, lo separa de Rumania; Grecia y Turquía son sus vecinos del Sur y Sudeste respectivamente, mientras Macedonia y Serbia son sus vecinos del Oeste. Bulgaria tiene 8.500.000 de habitantes y 110.000 kilómetros cuadrados; dos terceras partes de ellos son montañas pobladas de ríos y valles. La cadena balcánica, que ofrenda su nombre a la península, divide el país en dos zonas típicas: Norte y Sur, ambas con topografía y climas distintos. Las estribaciones balcánicas descienden en tres ramales hacia las bellas playas del Mar Negro, frente al cual crecen hermosos bosques de robles plantados por el régimen comunista. Quedó algo útil. En el legendario valle de los tracios, al sur de los Balcanes, protegido de los vientos siberianos, tiene asiendo la fértil cuenca del río Maritza. Allí, protegidos por las montañas, los tracios y sus antepasados han desarrollado una notable cultura. De los tesoros hallados en las escondidas tumbas se destacan los adornos de “oro trabajado” más viejos del mundo, de 4.000 años antes de Cristo, más viejos que

16 el oro elaborado en Egipto. Los vasos con carros y el bronce trabajado muestran una antigüedad cultural de 6.000 años. El fantástico museo histórico de Bulgaria se encuentra en la impresionante residencia del ex presidente comunismo y acérrimo dictador Todor Zivkov en Boyana, cerca de Sofía. Allí encontrarán guías en todos los idiomas, incluso español. De los 5.000 túmulos (Mogilas) que existen en Bulgaria, hasta ahora sólo han sido descubiertos 460. No es menos famoso el conocido Valle de las Rosas, ubicado a lo largo de la cadena balcánica y la montaña Credna Gora. Allí se cultivan rosas, aunque no muy bellas, pero famosas en cambio por su intenso perfume. Desde tiempos inmemoriales, con sus pétalos, se elabora un aceite de gran valor para la industria del perfume. Cabe destacar que, por más de mil años, Bulgaria estaba compuesta por cuatro provincias: los misios, tracios, ilirios y macedonios. Estos dos últimos territorios han sido mutilados en la Guerra de los Balcanes (1912) contra los turcos, y en la Primera Guerra Mundial. Hacia el Sudoeste existen varios macizos: el mayor es Rila, con su pico máxi- mo, el Musala, de 2.925 metros de altura. Sofía, antiguamente llamada Sérdica, es la capital de Bulgaria. Se caracteriza por ser una de las ciudades europeas más arboladas. Próxima a ella se erige Vtosha, una montaña de 2.300 metros: centro turístico en cuya ladera prosperan villas y lugares de recreación y veraneo. Son muy interesantes de observar las morenas, grandes piedras bien redondeadas de granito, del antiguo escurridero de un glaciar. La segunda ciudad del país, Plovdiv, llamada en la antigüedad Philipopolis, es reconocida desde hace un siglo por organizar las ferias agroindustriales de mayor relieve que se lleven a cabo en el Sudoeste europeo.

INÉDITA HISTORIA DEL PUEBLO BÚLGARO En el siglo II de nuestra era, un intrépido pueblo que provenía de Asia, que vivía al norte de los otros pueblos que hablaban sánscrito, lengua considerada la cuna de los idiomas, se instaló en la cuenta del río Volga, lugar de donde proviene su nombre actual: Bulgaria. Llegó a formar un imperio y valorizó esa región; sin embargo, soportó durante siglos las constantes invasiones a Europa de los bárbaros, que se precipitaban desde Asia, la cuna de las civilizaciones. En el siglo VII, al morir el gran Kahn Kubrat, sus cinco hijos se dividieron el imperio, y bajo las oleadas de los invasores Hasares se vieron obligadosa llevar en distintas direcciones a sus pueblos. Uno de ellos, Kahn Asparuj, cruzó el Danubio en el 681 e invadió el Imperio Bizantino. Luego de vencer a sus poderosos ejércitos en épicas batallas, ayudado por la población eslava que estaba subyugada y explotada por el Imperio Bizantino, se radicó en el Norte de la Bulgaria actual. Su sucesor, con el propósito de consolidar el reino y extender pacíficamente sus

17 dominios sobre la península balcánica por entonces poblada en su gran mayoría de eslavos que dos siglos antes habían inundado la península, dictó una ley que tendía a preservar las instituciones nacionales búlgaras, incluyendo la monarquía; pero implantó la lengua eslava como idioma oficial, sus tradiciones, y convalidó solamente matrimonios entre búlgaros y eslavos. El Dios pagano de los búlgaros se llamaba Tangra, y la cola de caballo era su estandarte. Siglo y medio después, el emperador bizantino Nikifor con un enorme ejér- cito, decidió atacar y aniquilar el nuevo y poderoso Estado búlgaro, entonces bajo el reinado del Kahn Krum. Se dirigió a su capital, Plisca (al norte de Bulgaria), que encontró abandonada. Nikifor, ante su impotencia, ordenó su total destrucción bajo las llamas, que no quedara “piedra sobre piedra”. Muy contento, creyendo que los búlgaros se habían asustado y dispersado, emprendió su regreso triunfal. Lejos estaba de sospechar que, al penetrar en los desfiladeros de los Balcanes, caería en una mortal trampa tendida por los búlgaros que lo aguardaban. A consecuencia de ello, el emperador bizantino fue tomado prisionero y decapitado, con lo que el Estado búlgaro se extendió hasta Constantinopla y gran parte de los Balcanes. En el siglo IX (año 865) el rey Boris I oficializó en Bulgaria la religión cristiano ortodoxa, dependiente de Constantinopla. A su vejez, por propia voluntad, se enclaustró en un monasterio dejando a cargo del reino a su hijo mayor. La disposición paterna sobre el culto cristiano no fue acatada por el nuevo monarca, y con la complicidad de un grupo de señores feudales, retornó a las prácticas paganas, a causa de lo cual Boris ordenó arrancar los ojos de su díscolo heredero y dejó en su lugar a su hijo menor, Simeón. Los santos venerados por el pueblo búlgaro, Cirilo y Metodio, nacieron en Soloniky, sobre el mar Egeo, hijos de madre búlgara. A ellos debemos el culto ortodoxo que se extendió, junto con el alfabeto conocido como cirílico (en homenaje a Cirilo su creador), en los pueblos eslavos de la península balcánica y en las naciones hermanas de Rusia, Bielorrusia y Ucrania; se utiliza hasta la actualidad. El alfabeto cirílico tenía como base el griego pero constaba de 32 letras, ya que estaba adaptado para la fonética del antiguo idioma búlgaro. Simeón extendió su reino sobre la totalidad de la península balcánica. Se inició con él un siglo de oro de las letras nacionales. Hasta él mismo se deleitaba escribiendo poesías. En la gran batalla de Ajeloy (20 de agosto de 917), al derrotar a los bizantinos, es nombrado “Simeón el Grande”. Fundó la primer universidad de idioma eslavo y una de las primeras en Europa, con tres mil estudiantes, en la ciudad de Ojrid (Macedonia) sobre el cristalino lago del mismo nombre, sobre la frontera con Albania. Varios reyes búlgaros llegaron hasta las altas murallas de Constantinopla (hoy Estambul) pero por carecer de una poderosa flota no pudieron asediarla por el lado asiático y el estrecho del Bósforo que divide los dos continentes, Europa y Asia. Tan bien fortificada estuvo Constantinopla que los turcos atacaron Europa pasando por el estrecho de los Dardanelos en 1390, ocupando Bulgaria en 1393 y avanzando al

18 Oeste, y recién en 1453 con una táctica largamente estudiada, embistieron a Constantinopla. Esa fecha divide la historia medieval de la moderna. A la muerte de Simeón el Grande, el esplendor cultural y militar búlgaro decayó y coincidió con la época del famoso emperador bizantino Basilio, de origen griego, conocido como “matador de búlgaros” por su ferocidad. En una batalla en Tesalia, al Norte de Grecia, derroto a los ejércitos búlgaros, debilitados por las luchas internas, y llevo a cabo, con cruento ensañamiento, un acto perverso. Entre los que quedaron con vida, a catorce mil indefensos prisioneros les arrancaron los ojos y a uno de cada cien les dejaron sólo uno, con el fin de que sirvieran como guías de sus desdichados compañeros. Las leyendas cuentan que el rey búlgaro, desde su fortaleza en Ojrid, en Macedonia límite con Albania, cuyas impresionantes murallas todavía sobreviven, al ver las largas filas de sus desdichados soldados y recibir la trágica noticia de lo que había sucedido, cayó muerto al instante de un infarto. A partir de estos sucesos, en 1014 se instauró el dominio bizantino por espacio de un siglo y medio. En 1167, los hermanos Asen de Tarnovo (la tercera capital búlgara), en las estribaciones Norte de los Balcanes, apoyados por los húngaros (o sea los magiares), que para entonces estaban asentados al Norte del río Danubio en la Rumania de hoy, recién llegados de Asia, en feroces batallas liberaron a Bulgaria de los crueles bizantinos. Los cruzados, en sus marchas hacia Jerusalén, encontraban beneplácito por parte de los reyes cristianos ortodoxos búlgaros. En 1230, el arrogante rey Bal- duino de Flandria, en el Norte de Bélgica, con los ejércitos más poderosos de aquellos tiempos integrados por 125.000 cruzados, al arribar a Constantinopla, fue seducido por su esplendor y decidió coronarse emperador del Imperio Bizantino. En lugar de dirigirse a Jerusalén, a fin de liberarla de los “infieles” musulmanes turcos según era su misión, decidió someter primero al fuerte rey Kaloian de Bulgaria, que se negó a pagarle tributos. Sin embargo, la caballería ligera de los búlgaros aliada con los cúmanos (pueblo bárbaro que entonces vivía al Norte del Danubio), resultó más eficaz que las prestigiosas y pesadas corazas. El rey búlgaro derrotó a los cruzados e hizo prisionero al propio emperador Balduino, quien fue conducido a Tarnovo y alojado en una torre que aún lleva su nombre. La misma subsiste a orillas del río Iantra, al Norte de los Balcanes. Pero, en razón de que la mujer del rústico Kaloian visitaba al culto prisionero, el celoso monarca ordenó arrojarlo desde la torre al impresionante precipicio del turbulento río. La torre hasta hoy es una atracción turística. Sus escalones de duro granito, a causa del incesante uso, se hallan cóncavos. De esa manera la codicia del hombre, la sed de poder, hizo fracasar usa histórica misión, la liberación de la Tierra Santa que quedó bajo el dominio turco musulmán hasta el fin de la Primera Guerra Mundial. A fines del siglo XIV, Bulgaria cayó bajo el yugo turco, pueblo en extremo cruel y sanguinario. En sus correrías exterminaban pueblos enteros, arrancando de sus

19 padres a los niños de siete a ocho años y, luego de una instrucción espartana, los convertían en enicheres que tenían como “único padre” al sultán. Eran soldados muy despiadados que utilizaron los otomanos en la conquista de Europa sudoriental, llegando a las puertas de Europa Occidental. Al frente de una gran coalición, las fuerzas del comandante polaco Ian Sobeski derrotaron en 1676 a los otomanos frente a las murallas de Viena, salvando así a Europa Occidental de tan inhumana esclavitud. Sin embargo, el poderoso rey francés de entonces, Luis XIV, no quiso prestar ayuda si no le reconocían la ocupación de la zona alemana de Alsacia. Esta actitud provocó gran indignación en toda Europa, frente al tamaño peligro contra el que combatía. La independencia de Grecia, en 1829, repercutió en Bulgaria recrudeciendo las sublevaciones y luchas por la liberación, seguidas por violentas represiones. Sólo en la ciudad de Batak, en el Sur de Bulgaria, fueron degollados, frente a la Iglesia, sus diez mil habitantes en un espantoso río de sangre. El legendario Vasil Levsky es recordado como el incansable organizador, en toda Bulgaria, de los comités de sublevación. Traicionado por un cura, encontró la muerte en la horca. Otro famoso héroe, en la larga lista, fue Hristo Botev quien, además de ser un gran luchador, era un fogoso poeta. Entre los veinte bellos poemas que compuso, uno titulado “Vive él vive”, describe cómo muere un héroe malherido en los Balcanes. Como una maldición del destino, él mismo encontró allí la muerte. Hoy, éstos héroes serían llamados guerrilleros, subversivos o terroristas, como los kurdos, los chechenos, los afganos, los irakíes, y tantos otros que luchan por su liberación. Pero gracias a ellos, Bulgaria es un país libre y soberano. El zar ruso Alecander II, liberó a Bulgaria con un ingente sacrificio de hombres; solamente en la fortaleza turca de Pleven, en el Norte de Bulgaria, sucumbieron cien mil soldados rusos. Sobre los Balcanes existe un monumento que exhibe los rostros congelados de los soldados rusos y patriotas búlgaros, que defendían el paso de los refuerzos turcos que venían desde Constantinopla. El 3 de marzo de 1878, en San Stéfano, lugar próximo a Estambul, los otomanos fueron obligados a firmar la liberación de Bulgaria, que por entonces abarcaba gran parte de la península balcánica, incluso toda Macedonia hasta el Mar Egeo. Sin embargo, por temor a un nuevo e importante Estado aliado a los rusos, las potencias occidentales convocaron a una conferencia en Berlín, a consecuencia de la cual el territorio búlgaro quedó mutilado a la mitad, hasta el día de hoy.

BRUJERÍAS Y CURANDERISMO Cuando tenía unos siete años, murió un amiguito repentinamente. No entendí por qué. Días después, encontré en la calle a su madre, una mujer morena de ojos negros y profundos. Me miró tan insistentemente que quedé inmóvil. Escuché que murmuraba: “Mi hijo está muerto y tú estás con vida”. Tuve una sensación extraña,

20 como si me golpearan la cabeza y los pies se me aflojaran. Luego de esta impresión reaccioné, y sin contestarle una palabra eché a correr hacia mi casa. Me arrojé a la cama y me acometieron los vómitos. Experimentaba un malestar espantoso, sentía que se me partía la cabeza. Mi madre, con explicable aflicción, me preguntó la causa de mi dolencia. Al referirle lo sucedido respondió escuetamente: “¡Ah! Esa bruja”. Es que, en aquellos tiempos, la gente creía en brujerías, malos espíritus, talismanes, etc. Las prácticas populares de curación eran notables. Hasta mi propia madre las utilizaba para curar a los chicos. Por ejemplo, eran comunes entonces las enfermedades de garganta por la infección en las amígdalas. A propósito, recuerdo un típico remedio casero que ella utilizaba en estos casos: nos hacía morder un palo con el objeto de que mantuviéramos la boca abierta para no morderla, y con un dedo nos exprimía el pus acumulado en las amígdalas. Al poco rato salíamos a jugar, salvos ya de la enfermedad. Otro tanto solía hacer contra los malestares de cabeza y vómitos. Para combatirlos mojaba con saliva sus pulgares, fregaba y soplaba sobre nuestras frentes, luego volvía a efectuar la práctica. Mientras repetía varias veces la operación, balbuceaba palabras que nadie entendía. Lo cierto es que, después de las curas, se iban los males y quedábamos restablecidos, como nuevos. En una ocasión me sobrevino un malestar de vientre sumamente intenso. Te- nía diez años. Mi madre no podía ayudarme y hasta temía por mi vida. Ya tarde en la noche, con urgencia, ataron los caballos al carro para que me revisara un médico de Karnobat, nuestra ciudad departamental, a 20 km. de distancia. Al salir del pueblo pasamos por un lugar donde vivían los pastores de ovejas. Entre ellos estaba un pariente nuestro; después de saludarlo mi madre le contó mi dolencia. De inmediato me acostó sobre una cama de paja, y comenzó a realizar masajes suavemente sobre mi vientre, con las manos embebidas en aceite. Poco a poco mis intestinos comenzaron a chiflar. Al percibir los sonidos el hombre dijo: “¡Ajá! Allí está el mal”. Luego de quince minutos de masajes sobre mi vientre, sentí alivio. Abrí lentamente los párpados y al mirar con asombro y gratitud al viejo, éste exclamó: “ Ya estás curado, jovencito”, y a mi madre: “Doña Valca, pueden regresar al pueblo ya no necesitan médico sino un buen jarro de leche caliente”. Por mi parte, ya le había echado el ojo a una jarra de leche que observé en el suelo. De más está decir que, de inmediato, habían desaparecido los malestares.

DE FERVIENTE CRISTIANO, A FANÁTICO MARXISTA Y ATEO A pesar de las tantas labores que debía realizar fui un buen alumno, y además un ferviente cristiano que soñaba con ser cura. De chico, mi pobre madre me llevaba a

21 la iglesia a rezar, con todo fervor, arrodillado. Asimismo, ella observaba con todo rigor los ayunos, según la Iglesia Cristiana Ortodoxa. Me acuerdo cómo, muchas veces, le contaba a mi madre que había hablado con Jesucristo. A pesar de que ella me decía que eso era un sueño, yo le aseguraba que era verdad. Por eso estudié con ahínco y terminé la primaria como el mejor alumno; al salir de la escuela el sol brillaba en mis lágrimas con esplendor y esperanza. Sin embargo, al querer entrar al seminario ortodoxo mi solicitud fue rechazada por haber pasado el límite de los 14 años. Había empezado tarde la escuela. Esto me hizo sentir muy mal, como si Dios, a quien yo tanto adoraba, me hubiera defraudado. Lloré desconsoladamente, no sabía qué hacer. No me quedaba otra opción que inscribirme en el primer año del secundario, en Karnobat (la ciudad departamental). Desilusionado de todo, en mi clase me sentaba en los últimos bancos junto a un muchacho armenio, Agop, que tenía la cara llena de marcas de viruela. Era más feo que el diablo, pero un chico muy inteligente. Del otro lado se sentaba un muchacho judío, del gueto de la ciudad. Trabé, con los dos, una buena amistad. El segundo de ellos me invitó a una reunión que no sabía de qué se trataba. Hablaban de la injusticia entre ricos y pobres. Aunque en Bulgaria, en esos tiempos, no se notaba tanto esa diferencia, me gustó mucho. Con suma habilidad, el instructor hablaba de que la religión era un invento del hombre y que era el opio de los pueblos. Me llenaron de literatura marxista y anticristiana. Como era pobre y huérfano al poco tiempo, sin darme cuenta, me había transformado en un fanático comunista salinista y ateo absoluto. De tanto leer esa clase de libros, no pude rendir y perdí el año. Debía repetirlo. Dos años después nos estaban preparando para tirar al blanco, sin duda, para ser futuros subversivos o guerrilleros. Como Rusia estaba cerca, a 600 km cruzando por el Mar Negro, proveía a los subversivos material bélico y de instrucción sobre sabotajes. Con lo que el comunismo era una grave amenaza. El sufrimiento de mi madre me preocupaba: era ya de edad avanzada, de escasos recursos y sufría tensión alta. Muchas noches en casa, al acostarme a dormir, mi pobre madre me bañaba la cara con lágrimas pidiendo que abandonara era peligrosa utopía, cuyos subversivos seguidores terminaban en la cárcel, o colgados por cometer algún crimen. En los años siguientes debía continuar mis estudios en la ciudad de Burgas, el segundo puerto búlgaro sobre el Mar Negro. Los instructores marxistas nos habían dicho que en el “paraíso soviético” no existía el dinero porque no era necesario, todo era del Estado. La gente trabajaba y tenía todo lo que necesitaba. Me parecía que era lo más justo y lo que yo anhelaba. Menos mal que un compa- ñero de estudio en Burgas, de padres pudientes que me invitaban a su casa, me mostró un billete soviético con el rostro de Lenín. Igual que cuando me rechazaron del seminario, el marxismo se me cayó al suelo, haciéndose mil pedazos como una jarra de cristal.

22 Otro impacto para mi fue el siguiente: El hábil secretario general del Cominform, el búlgaro Jorge Dimitrov desde Moscú, había organizado una gran propaganda comunista antimonárquica. Nuestro rey, Boris III, muy querido por todo el pueblo, había sufrido dos graves atentados. Uno de ellos dentro de una iglesia, en el cual salvó su vida; todo eso agregado a las súplicas de mi desesperada madre. Con lo que, sin darme cuenta, poco a poco me retiré de los camaradas comunistas subversivos que me rodeaban, y me convertí en un liberal independiente y apolítico hasta el día de hoy.

PERDIDO EN EL VIENTO BLANCO – LOS LOBOS Mientras cursaba la escuela secundaria en Karnobat, me solicitaron un certificado de domicilio. Era invierno, época de vacaciones, y necesitaba trasladarme a otro pueblo, distante unos siete kilómetros, donde funcionaba una oficina de estadísticas que expedía las cédulas de los pueblos vecinos. Pensaba retornar antes del anochecer. Me demoré conversando y, a pesar de que era tarde, decidí regresar. A poco de andar se complicó la marcha. Soplaba el famoso “viento blanco” que impedía la visibilidad y barría las huellas, tapando el camino. Arrastraba la nieve, que se había acumulado en los lugares altos, y la depositaba en los bajos, nivelando parejo la superficie, pero ocultando las depresiones. Poco a poco sobrevino la desesperación, y también el miedo a meterme en una trampa de nieve. Frisaba entonces los dieciséis años. Hubo momentos en que me hallaba exhausto. El tiritar y castañetear los dientes me ocasionaba fatiga. No tenía fuerzas para avanzar. Deseaba arrimarme a un árbol para descansar, aunque esto pudiera resultar fatal. El helado viento me atravesaba. No quería ni debía detenerme, porque corría el riesgo de congelarme y ser presa de la muerte blanca, que nos mata con la sonrisa en los labios a causa de la helada contracción. No sólo era esto. La noche avanzaba y podía ser devorado por los lobos. No tenía con qué defenderme, ni siquiera un garrote. La única alternativa, ante la presencia de una fiera, era subir a un árbol y prolongar la vida solamente unos minutos antes de caer congelado. Al avanzar, a los arbustos que divisaba alrededor los confundía con lobos, por lo que temblaba de miedo. Meditaba sobre la manera en que se acercaría la bestia, en círculo, sin apuro, lentamente, y de pronto se lanzaría sobre mi. Los lobos, para sobrevivir en el excesivo frío siberiano y ante la carencia de alimentos, suelen practicar un juego macabro. Corren en filas, uno detrás de otro, formando un círculo. Al principio, el juego tiene como propósito calentarse, pero poco a poco de iniciarse se torna despiadadamente cruento. El animal que se caer por el cansancio tiene su suerte echada, porque terminará despedazado y devorado por la hambrienta manada. En estas implacables leyes de juego, sobre- viven sólo los animales más fuertes. El lobo no acostumbra atacar directamente a la presa que avista. Es muy precavido,

23 no tiene apuro. Ensaya una vuelta alrededor, luego otra más cercana, hasta que al fin, con toda velocidad, se lanza contra la presa y muerde su garganta ya que es el lugar más vulnerable. Tenía visiones de lobos, lobos por todas partes. De tanto correr se había ausentado el frío. Mejor dicho, no lo sentía pensando quizás que los colmillos de un lobo interrumpirían mi último suspiro. Sonámbulo y perdido proseguí avanzando, cada vez con mayor lentitud. Al fin, percibí las luces de mi pueblo. Me sobrevino la esperanza, abrí los ojos y el frío retornó a mi cuerpo pero esta vez para darme fuerzas. Era cuestión de un esfuerzo extra. Avanzar un poco más. El ladrido de los perros me impulsó en el último tramo. Mi casa estaba ubicada en las orillas del pueblo. Al llegar no tenía vigor ni para abrir la puerta. Con cara de asusto y asombro me recibió mi madre. No podía creer ni entender cómo me había arriesgado a regresar solo, tan tarde, y con el peligro de despedazado y devorado por los lobos. ***

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LA HISTORIA DE EUROPA EN LOS DOS ÚLTIMOS SIGLOS A principios del siglo XIX Europa fue devastada, ensangrentada y convertida en un cementerio, como consecuencia de la Revolución Francesa y de las innumerables guerras, lideradas por el ambicioso y obsesionado Napoleón, general a los 26 años. Este, con la riqueza que quitó a los Estados italianos y a Egipto, arrasó con toda Europa, desde Gibraltar a Moscú, hasta que fue derrotado definitivamente en Waterloo, en 1815, por las tropas inglesas y alemanas. Sin embargo, hoy, Napoleón es el máximo héroe francés, que fomentó aún más su conocido chauvinismo. Luego de la derrota napoleónica, y durante casi un siglo después, reinó una aparente calma con el dominio de la flota inglesa en los mares del mundo, y cada vez más cerca de Francia como segunda potencia industrial. Juntas atacaron a Rusia en la Guerra de Crimea entre 1854-56; tras un prolongado y sufrido ase- dio, con un invento de artillería, los rusos derrotaron a la poderosa flota anglo- francesa, agregada a ellos también la turca. Con toda seguridad la cantidad de buques de guerra más grande jamás concentrada hasta entonces. Sin embargo, los rusos se alzaron con la victoria. El invento consistía en un nuevo proyectil con cabeza de plomo, de manera que, al impactar en la carcasa del barco, el plomo se pegaba a la superficie y ayudaba al proyectil a seguir derecho, perforarla y explotar dentro del barco. En la larga y sangrienta Guerra de Crimea, como estrategia militar se utilizó el bloqueo naval que produjo la muerte de muchos civiles especialmente por el hambre y las enfermedades. Fue un conflicto que introdujo novedades: • Por primera vez se usan los rifles con cañón estriado en vez de los lisos, con lo que se pudo luchar y matar a una mayor distancia. • Por primera vez se utilizaron proyectiles explosivos, en lugar de proyectiles macizos. Además los rusos agregaron plomo a la punta de los obuses, cosas que los historiadores suelen pasar por alto. • Por primera vez en el Mar Báltico se utilizaron minas marinas. • Desde entonces, y por esa razón, se comenzó a acorazar a los buques de guerra • En esa guerra, por primera vez, se usan en gran escala las trincheras • Por primera vez, también, los globos aerostáticos se usan con fines bélicos. En la Guerra de Crimea murieron 450.000 rusos. Franceses y turcos perdieron cerca de 95.000 hombres cada uno, y otros 20.000 los ingleses. El 80% de las muertes fue por las pestes y la ineficiencia para atender a los heridos en combate. Por todo eso se puede considerar como la primer guerra total. Mientras tanto Alemania, compuesta por muchos reinos, se unificó. Se sa- cudió de la era agraria con un rápido desarrollo industrial, y empezó a competir en los mercados mundiales. Además llevaba el progreso a sus colonias, y eso fue intolerable para las potencias occidentales. Porque ellas trataban de sacar el máximo provecho de sus

25 dominios y vivir en la opulencia, como seres superiores. Al parecer, consideraban a sus dominados como gente de segunda clase. Por el contrario, los alemanes repiten un dicho que no escuché en ninguna otra parte del mundo: “leben und leben lasen”, “vivir y dejar vivir”. Era evidente que los anglo-franceses no lo compartían. Primero ellos, y siempre ellos. Por otro lado, las coronas occidentales miraban con envidia el presigio del soberbio káiser alemán y el esplendor y bienestar del Imperio Austro-Húngaro. Por si todo eso fuera poco, Francia pretendía los territorios alemanes de Al- sacia y Lorena, que históricamente pasaban de un lado a otro. La atmósfera era demasiado densa. Además, los eternos fabricantes y traficantes de armamento y los grandes financistas esperaban ansiosos ese espléndido hipernegocio de un conflicto armado de gran escala. Ya lo conocían muy bien y muchas veces lo habían orquestado y aprovechado al máximo. Los EEUU adquirirían una gran importancia en la economía mundial gracias a las inversiones de grandes capitalistas conocidos de origen hebreo. Así como también la evolución de Rusia hacia una potencia industrial no representó ningún alivio para la política exterior alemana. Al contrario, Gran Bretaña contempla- ba a Alemania como la potencia que ascendía en el comercio y, con eso, en la política mundial. A consecuencia de su formidable capacidad de trabajo e industrialización, se convertiría en una gravísima competencia. O sea, la conquista de los mercados del mundo, merced a la “penetración pacífica” del ingenioso y laborioso pueblo alemán. Por lo tanto, para neutralizar a Alemania parecía ser que una gran guerra era inevitable. Faltaba sólo la chispa que buscaban los aliados, y la encontraron. El asesinato por encargo del príncipe heredero del trono del Imperio Austro- Húngaro, Franz Ferdinand y su esposa, en Sarajevo, el 15 de junio de 1914, perpetrado por la organización militar secreta serbia llamada “Mano Negra”. Austria-Hungría quiso vengarse atacando Serbia, pero Inglaterra y Francia fue- ron a defenderla. Entonces Alemania quiso ayudar a sus connacionales. Atacó Francia y llegó cerca de París. La guerra fue larga y sangrienta. Los aliados recurrieron a todo tipo de mentiras y ardides posibles; eran especialistas en propaganda antialemana. Tiraban panfletos sobre las trincheras para provocar la rebelión de los soldados alemanes y sobre Alemania instigando a las huelgas y revolución en su territorio. Culpaban a los altos mandos alemanes de todo tipo de atrocidades; incluso de que sus soldados se comían a los bebés belgas: aunque parezca increíble, esa atroz mentira todavía se repite. Después de la guerra, los aliados reconocieron que en estos casos la propaganda era válida. Que los alemanes usaban gas venenoso, por ejemplo, cuando eran ellos quienes arrojaban gas mostaza que afectaba la vista. Esto ha sido comprobado, después de la guerra, por las consecuencias en los veteranos alemanes, algunos de los cuales perdieron la visión.

26 Socavaron su estabilidad, se desabastecieron las tropas de alimentos, ropa y municiones, y bajaron su moral. En los panfletos, siempre renovados, los aliados sostenían que la guerra duraría mucho y, poco a poco, sería perdida. Que los únicos culpables, que debían desaparecer, eran el káiser y el “militarismo prusiano”. Que las democracias acogerían luego a Alemania en la Liga de Paz perpetua. En la gran batalla final de Verdún, con la aparición de los tanques americanos, cayeron seiscientos mil soldados alemanes. Además, los aliados consiguieron sus propósitos. El 3 de noviembre de 1918, en la ciudad nórdica de Kiel, sobre el Báltico, se desencadenó la revolución. Con eso el káiser alemán, al ver el desastre que se avecinaba, a la semana tuvo que abdicar y se proclamó la República. Dos días después capituló Alemania, por lo que cesaron las hostilidades en el frente occidental. Seguidamente capituló el Imperio Austro-Húngaro. Rusia entró también en la Primera Guerra por su rivalidad con Alemania en la región, atacándola por la espalda. Pero sus tropas fueron derrotadas con enor- mes bajas, con lo cual los comunistas aprovecharon la situación para realizar la sangrienta revolución bolchevique en Rusia, en noviembre de 1917 Aunque los pueblos de los vencedores pensaban que con esa gran guerra acababa la posibilidad de otras en el futuro, se equivocaron. Porque los magnates financistas y armamentistas no pensaban lo mismo. Con toda habilidad influyeron para que se crearan las condiciones para una nueva, más devastadora y lucrativa guerra. Total sus capitales, sus industrias y sus fastuosas y palaciegas residencias, estaban lejos, en el inalcanzable continente americano.

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LOS ABERRANTES TRATADOS DE PAZ DE VERSAILLES Los vencedores de esa gran guerra, Inglaterra, Francia, EEUU e Italia (que se alió primero a Alemania en las dos guerras mundiales y luego se dio vuelta), no tuvieron la grandeza necesaria para con los países vencidos, y no asumieron –o no les interesó– que la paz también se consolida con el respeto a los venci- dos. Convocaron a sus representantes en el Palacio de Versailles, en las afueras de París. Cuando el Kanzler alemán leyó los Tratados de Paz exclamó: “Señores, esto es una brutalidad; esto no se puede aceptar”. La orden había sido “O firma, o las tropas aliadas marcharán sobre Alemania”. Lo mismo le sucedió al premier de Austria-Hungría. Bulgaria había entrado también en la Primera Guerra al lado del Imperio austrohúngaro; porque dos años antes, en la Guerra de los Balcanes, en 1912, se había constituido la alianza balcánica: Bulgaria, Grecia, Serbia y Montenegro, para expulsar a los turcos de Europa y liberar a la población esclavizada. Mientras las tropas búlgaras soportaban encarnizadas batallas contra los turcos, los vecinos Serbia, Rumania y Grecia, al ver a Turquía derrotada, se aprovecharon y mutilaron sus territorios instigados por Inglaterra, por recelo de una Bulgaria fuerte en los Balcanes, con salida al Mar Egeo, y tradicionalmente hermana de los rusos por haberlos libertado de la esclavitud turca. Cuando el primer ministro búlgaro, Alexander Stamboliysky quiso leer la sentencia, le dijeron: “No perdamos tiempo; o firma o cuando vuelva encontrará a su patria ocupada por sus vecinos”. Stamboliysky quiso suicidarse, pero no pudo. Con lágrimas y manos temblorosas, tuvo que firmar. Con eso Bulgaria quedó, hasta hoy, con la mitad del territorio que tenía al ser liberada por los rusos. Los aliados destronaron al famoso káiser Francisco José y desmembraron el esplendoroso Imperio Austro-Húngaro. Sin embargo, fueron aún más duros con Alemania. No sólo liquidaron al Imperio y a su káiser, sino que le quitaron colonias, le confiscaron la flota, le mutilaron los territorios, le prohibieron tener fuerzas armadas, etcétera. La región de Saar quedó bajo el dominio de Francia, los Sudetes fueron entregados a Chequia, y quitaron la costa báltica, que unía Alemania con Prusia Oriental. La importante ciudad de Danzig (hoy Gdansk) pasó a tener status internacional; y, encima de todo eso, le aplicaron severas contribuciones de guerra. Sin duda, querían convertirla en un nuevo país agrícola de segundo grado, porque los fanáticos franceses de entonces, no toleraban que hubiera otro Estado vecino más fuerte que ellos. Fue el único país de Europa occidental que quedó sin colonias. Mientras todos los demás Estados, aún los más chicos, tenían amplios dominios en ultramar, de donde extraían baratas materias primas explotando a sus pueblos. Para los países vencidos era como el fin del mundo; lloraron no sólo su destino, sino también el de sus hermanos, masacrados en una trágica limpieza étnica, de la cual

28 nadie quiso saber ni escribir una sola página. Considerándose dueños de la suerte de los pueblos, los aliados crearon a su antojo, y por la fuerza, dos Estados artificiales: Checo-Slovaquia, que fue parte de los dominios austro-húngaros, o sea Eslovaquia y la región germana de los Sudetes, bajo la tutela de los checos, sin duda para tener otro Estado grande fuera de Polonia, a la espalda de Alemania; y también Iugo-Slavia (los eslavos del Sur), compuesta de ocho pueblos milenarios y con tres religiones, bajo la tutela de los serbios, con capital en Belgrado. Todo al parecer como recompensa por el asesinato, por los serbios, del príncipe heredero del Imperio Austro-Húngaro. Con la guerra que buscaron, los aliados consiguieron sus viles propósitos. Los vencedores de aquélla Primera Gran Guerra lanzaron al pueblo alemán a la hiperinflación, desconocida hasta entonces. El hambre y la miseria en los sectores humildes eran desesperantes. Los aliados fueron los únicos culpables de crear una situación tal que una revancha, una nueva gran guerra, era inevitable: y eso era justamente lo que querían. Había un clima ideal para que un exaltado agitador y oportunista como Adolf Hitler aprovechara esta situación, y forjara al NAZIONAL SOCIALISTICHE DEUTSCHE ARBEITS PARTAI, Partido Nacional Socialista de los trabajadores alemanes (del cual proviene el término “ NAZI” ), que era opuesto al partido obrero socialista inter- nacional ruso que instaló el terror soviético. Lamentablemente la clase trabajadora ha sido la causa de los regímenes dictatoriales en muchas partes del mundo.

HITLER Y SU MOVIMIENTO OBRERO NACIONAL SOCIALISTA Se trata de un personaje que llegó a dominar gran parte de Europa. Un idea- lista e ingenuo soñador de grandeza, un fanático perseguidor de sus enemigos y opositores incluyendo a los judíos, considerándolos la base intelctual del comunismo que amenazaba tanto a Alemania como a toda Europa. Al pensar en Hitler me invade la melancolía al ver la fatalidad de los grandes hombres del mundo, que a pesar de haber conseguido encumbrarse, encontramos detrás de ellos la mediocridad, la envidia, los celos, la venganza y la sed de gloria personal. Hitler nació en Austria el 20 de abril de 1889, en la ciudad de Braunau, sobre el río Inn, en la frontera con Alemania. Su padre, Alois, era hijo ilegítimo (según algunos autores, de María Anne Schickelgruber, quien había sido sirvienta en la casa de un judío rico, por lo que consideran que Hitler poseía 25% de sangre judía, pero esto se ha ocultado celosamente), por lo que Alois ha llevado el apellido de su madre. Sin embargo, al casarse ésta con Johann Hieder, el joven Alois toma el apellido de su padrastro, siendo corregido en las actas de nacimiento. Por lo que, a su vez, su hijo Adolf lleva este nombre, pero modificado: Hitler. Se sabe que su padre fue un gran mujeriego. Quizás esto influyó para que el joven Adolf fuera una persona muy reprimida y poco ubicada con el sexo opuesto, formando un carácter obstinado,

29 arrogante, intransigente y fogoso, entre lo que no se destacaba la audacia sexual. Hitler tenía una personalidad solitaria y obsesa, con una gran intolerancia hacia la oligarquía, a los no alemanes y más tarde a los judíos. Probablemente todo esto lo llevó a ser un gran lector de libros de distintas ideologías. Con mucha razón sostenía que los partidarios que son conquistados con la palabra escrita, son mucho menos que los conquistados con la palabra hablada. Que todos los grandes movimientos que hubo en el mundo fueron obra de grandes oradores y no de grandes escritores. Para mi, él, sin decirlo, había seguido el ejemplo tanto de Lenín como de Trotzky, que eran los máximos oradores de la revolución bolchevique. No obstante, Hitler consideraba que, al menos en la unidad o en la base de cualquier doctrina, es necesario que los principios sean formulados por escrito, por lo que escribió su único libro “Mi lucha” y, con eso, parece que quiso imitar a Karl Marx de quien se sabe que era un resentido anticapitalista y antijudío –a pesar de tener la misma procedencia–. En un pasaje del libro, entre otros argumentos, para justificar su antijudaísmo, Hitler aduce que durante la guerra, mientras todos debían estar en el frente de las batallas, “las oficinas estaban llenas de judíos. Que todos los empleados eran judíos y todos los judíos eran empleados”. En su trayectoria pública demostró una gran ambición de poder. Después de terminar los estudios secundarios se fue a Viena, pero no encontró una ocupación estable, más que pintar carteles de publicidad. Al pasar allí algunos años, prácticamente en la miseria, en 1913 se fue a vivir a Munich, que era la ciudad universitaria de Alemania y albergue de los grandes agitadores ideológicos, como el mismo Lenín, aunque en distintas épocas. Al principio, se mantuvo pintando cuadros. Fue convocado al servicio militar provisorio, pero fue rechazado como no apto. Al empezar la Primera Guerra Mundial, se alistó como voluntario en el ejército de Baviera. Luchó en las trincheras alemanas, donde sufrió el impacto negativo del desastroso desabastecimiento de ls tropas, por los continuos sabotajes y la revolución provocada en el territorio alemán, en plena guerra. Además fue herido dos veces y sufrió las consecuencias del gas venenoso tirado por los aliados, por lo que debió ser hospitalizado. Hitler consideraba que la derrota alemana se debía a la maliciosa propaganda aliada antialemana, a la gran especulación y enrique- cimiento de los judíos durante la guerra, y a la agitación comunista apoyada por sus intelectuales, ya que muchos de ellos realizaron la revolución comunista y ocuparon altos puestos en la cúpula soviética. Al final de la guerra, por las heridas recibidas, se encontró nuevamente en el hospital. Por el heroísmo demostrado en las batallas, en 1914 recibió la Ordende Hierro de 2ª clase y, en 1918, fue condecorado con la Orden de Hierro de 1ª clase, lo que era poco común para un efreitor (cabo). El tormentoso período después de la derrota alemana y el impresionante castigo por parte de los aliados fueron una obsesión y un trauma para Hitler. En septiembre de 1919 se unió al pequeño Partido Obrero Alemán, en Munich,

30 como encargado de propaganda. Con su impetuoso y avasallador carácter siempre se impuso en las resoluciones, amenazando que lo iba a abandonar. El 25 de febrero de 1920 presentó un programa de veinticinco puntos. Hasta que en julio de 1921 se erigió como presidente, con poder irrestricto, y comenzó una gran propaganda en los meetings y con el diario “Völkischer Beobachter” (Observador del pueblo). Pronto este partido, de un puñado de afiliados, llegó a tener dos mil. Consiguió atraer a su auditorio con su penetrante mirada, magnéticas palabras y gesticulaciones. El partido de Hitler tenía como propósito poner orden en Alemania, sacarla de la frustración y la miseria en la que estaba sumida, formar una fuerza armada acorde con su país y poder así oponerse a los injustos dictados y al pago de las tremendas contribuciones de guerra. Y una vez conseguido el bienestar de todo el pueblo alemán, lanzarse a la liberación de sus hermanos subyugados bajo Polonia y chequia, y unificarlos en un gran Reich (Estado), incluyendo a los austríacos que también son auténticos alemanes. Estos eran uno de los tantos reinos alemanes que ellos mismos llaman “Österreich” (el Estado del Este), y no Austria como figura internacionalmente. Algo parecido a la República Oriental del Uruguay. Prusia Oriental era una provincia de más de cuatro millones de habitantes, sobre el Báltico, al Norte de Polonia. Quería así también recuperar a los muchos alemanes del Volga traídos, pero engañados, por la emperatriz rusa Ekaterina, la que les había prometido tierras óptimas para la agricultura a las orillas del gran río Volga, así como también amplio apoyo financiero. Sin embargo, una vez que llegaron con gran sacrificio hasta allí, fueron abandonados, como escudos humanos, contra las invasiones tártaras. “Los alemanes del Volga” son conocidos como “El pueblo que emigró dos veces”, ya que muchos de ellos debieron llegar hasta la lejana Argentina, mayormente a la provincia de Entre Ríos. De chico escuchaba decir: “Una revancha, una segunda Gran Guerra dentro de 20 años, es inevitable”. Y así fue. Sin duda los grandes capitalistas, los fabricantes y traficantes de armas, se frotaban las manos. Con toda seguridad, ellos mismos mandaban a sus agentes para preparar el ambiente de guerra. Que Hitler estaba apoyado por capitales foráneos se puede deducir, entre otros hechos, de lo siguiente. El residente búlgaro en Oregón, EEUU, Nicola Nikolov, un gran analista de la historia europea, en su libro “Las máscaras de las celebridades”, escribe lo siguiente: “Los progresos de la familia Bush, varios de ellos presidentes de EEUU, no obstante su origen hebreo, dependieron mucho de los planes de Hitler, que fueron los planes de sus socios: el rey alemán del acero Thyssen, quien interviene con importante capital, asociado a los industriales Harriman y Prescott Bush. Thyssen es miembro oficial del partido nazi. Él, en su libro “ Yo pago a Hitler”, reconoce que lo financió desde el año 1923. Un análisis realizado en los EEUU, constata que el Banco Bush fue el defensor de los intereses de los “Fereinigte stahlwerke” (industria unificada del acero) de Alemania, de Franz Thyssen y sus dos hermanos. Lo que en la guerra ha producido una gran parte del acero necesario para la industria armamentista nazi” 1. En otro párrafo del mismo libro, el Sr. Nicolov relata: “En la Primera Guerra

31 Mundial, las familias Rorhschild y Rockefeller, de origen hebreo, embolsaron unos cien mil millones de dólares-oro. Además, la familia del zar ruso, Romanov, tenía unos cincuenta mil millones de la misma moneda en depósitos en Francia, que después de la revolución bolchevique, como es sabido, nadie pudo reclamar por el asesinato de toda la familia real” 2. Conociendo el nexo entre los revolucionarios soviéticos y los banqueros internacionales, es fácil pensar que hubo una orden para ese exterminio. Cabe destacar que entre 1919 y 1923, el Partido Comunista había hecho varios intentos de apoderarse del gobierno en Alemania. En enero de 1923, con la hiperinflación, quebró el marco alemán. En noviembre de ese año, Francia ocupó de nuevo la región Sudoeste de Alemania del Ruhr, con el pretexto de asegurarse el cobro de las reparaciones de guerra, fijado por los dictados de Versailles. En esos tiempos, en Alemania, se habían producido incluso brotes de separatismo en varias provincias, unas impulsadas por los comunistas y otras por distintos intereses. Desesperado, Hitler arriesgó el tan comentado como criminal Putsch, que en realidad no era mas que un intento de tomar el poder en el Estado de Baviera, que se llevó a cabo el 8-9 de noviembre de 1923, al parecer alentado por el famoso general Ludendorff, reconocido como héroe nacional de la Primera GranGuerra, pero fracasó

1 Nikoloc, Nicola M., Las máscadas de las celebridades, 1ª edición, 1994, pág. 232 traducido del búlgaro por mí. 2 Ibídem, pág. 233.

32 Posiblemente fue también inspirado por la marcha de Mussolini sobre Roma. En el juicio, Hitler tomó toda la responsabilidad, por lo que fue condenado a 5 años de cárcel y su partido fue prohibido. Sin embargo, el 12 de diciembre de 1924 fue dejado en libertad provisional por buen comportamiento. En la cárcel escribe “Mein Kampf” (Mi lucha). Compré ese libro por pocos marcos en Alemania pero, con la zozobra vivida, nunca lo leí. En la Argentina lo volví a comprar, en castellano, pero recién lo leí a los 70 años, estando enfermo y aburrido en la cama. No encontré nada nuevo, porque ya conocía todo de sus discursos y de su extravagante proceder. Me llamó la atención que en su juventud, en Viena, Hitler no era todavía un antisemita, como se puede leer en su libro (traducido al español por Alberto Saldívar P.). En la página 18 Hitler dice: “Es difícil, por no decir imposible para mi, decir, ahora, cuándo comenzó la expresión “judío” a sugerirme ideas especiales. Ni aún recuerdo haber oído pronunciar este vocablo en mi hogar, en vida de mi padre... Tampoco encontré, en la escuela, razón alguna que contribuyera a modificar el cuadro impreso en mi mente, por lo vivido en mi hogar. En el Realschule conocí a un muchacho judío, a quien tratábamos todos con mucha con- sideración; pero como diversos lances nos abrieron los ojos con respecto a su reticencia, llegamos a no fiarnos mucho de él” 3. Aún más me llamó la atención que en la página 20 expresara: “No diré que la forma en que yo habría de trabar relaciones con los judíos me resultó muy confiable. Yo seguía mirando al judaísmo como una religión y, en consecuencia, por razones de humana tolerancia. De suerte, pues, que a mi entender, el tono adoptado por la prensa –y en especial el de la prensa antisemita de Viena–, era indigno de las tradiciones culturales de esa gran nación. Agobiábame el recuerdo de ciertos sucesos de la Edad Media, que por nada del mundo deseaba ver reproducidos. Desde que todos los periódicos carecían por lo general de buena re- putación” 4. El comportamiento de Hitler, en el juicio y en la cárcel, le dieron cierta autoridad a él y a su partido, que durante el encierro se encontraba estancado. Con la experiencia adquirida, se dio cuenta de que debía conseguir el poder con los votos de la clase obrera, por lo que comenzó una gran campaña de difusión de su programa. Pero eso no le gustó al gobierno bávaro, y sus meetings fueron prohibidos, tanto en Baviera como en el resto de Alemania, con lo que el partido nazi se estancó nuevamente. Según él, la raza más digna era la aria, y el enemigo más grande el comunismo. Hitler era propenso a las ciencias ocultas, por eso usó

3 Adolf Hitler, “Mi Lucha”, traducción de Alberto Saldívar P. Luz, Ediciones Modernas, Bs.As., pág. 18 y 19. 4 Ibídem, pág. 20.

33 como emblema de su partido la Hacken Kreutz (cruz svástica), símbolo religioso de la India, utilizado antiguamente como diagrama de buen augurio. Detrás de marxismo, consideraba sus más grandes enemigos a los intelctuales judíos por haber creado el comunismo y haberlo establecido en Rusia y ocupado los mejores puestos de jerarquía en el poder soviético. Según él, fueron una mí- tica figura que le causaba gran temor por su enorme poder político y económico ya que la mayoría de los grandes banqueros eran también de esa colectividad. Su más grande aflicción, según se lee en “Mi Lucha”, fue la política exterior. Su ambición era unir a todos los alemanes de Europa. Su ideal era conseguir una cruzada europea contra el comunismo y, al final, construir una Europa unida. A la fascista Italia de Mussolini la miró como su aliada más natural. Además, tenía un gran respeto por Inglaterra y esperaba atraerla como aliada, pero con la condición de que dejara de ser árbitro y componente de las fuerzas de Europa, y limitara su exorbitante poder más allá de los océanos. Mientras a Francia la consideraba enemiga eterna, por haber usurpado territorios alemanes. Usó, hábilmente, los pesados e injustos dictados de Versailles, de la Primera Gran Guerra, y ganó amigos no sólo en Alemania, sino en varios otros países. Seguro es desconocido que en muchas naciones de Europa había movimientos estudiantiles con plataformas del socialismo nacional, en contrapartida para frenar de alguna manera el tremendo avance del comunismo entre la juventud europea. Con su incansable oratoria, lo vi mostrarse como el líder europeo contra la amenaza soviética. Para proteger mejor sus meetings de los ataques comunistas, en noviembre de 1925 el Führer (líder) creó sus propias tropas, llamadas más tarde “Sturm Soldat” (Soldados de ataque), o sea, los tan nombrados “SS” que en realidad representaban el poder nazi. Otro gran impacto, para los males de Alemania de entonces, fue sin duda la quiebra de la Bolsa de Nueva York, en octubre de 1929. Con todo esto, el estanca- do partido de Hitler, prohibido en Alemania, empezó a crecer de nuevo cuando desbordó la gran crisis económica, el hambre y la miseria, entre la población con escasos recursos y la clase obrera. A todo eso se sumó un nuevo acontecimiento. En los años 1929-32, por el juego asesino de Stalin para someter al comunismo a través del hambre y a los díscolos ucranianos con el trigo, que ellos mismos producían en su patria (que fue la triguera de la Unión Soviética), hacía dumping hasta los demás continentes, incluso la lejana Argentina. Con eso, el astuto y cruel Stalin conseguía varios propósitos: Primero: someter a los ucranianos al comunismo, con un plan fríamente calculado, ocasionando la muerte de 7 millones por el hambre. Eso fue confirmado por el presidente Boris Yeltsin, al caer el comunismo.

34 - Segundo: mostrar al mundo entero la bondad del sistema soviético, donde según la tremenda y eficaz propaganda sobraban los alimentos, que yo mismo había creído y propalado ya que nadie podía penetrar en el “paraíso soviético”, ni salir de allí para contar la verdad. Todo estaba celosamente planeado y escondido. - Tercero: arruinar las economías mundiales, provocar hambrunas y masivos disturbios, preparando la penetración y revolución comunista. En aquel tiempo, yo tenía 12-13 años y trabajaba como agricultor. Me acuerdo cómo, por el cercano puerto de Burgas, pasaban barcos rusos cargados de granos, para ofrecerlos a precios más baratos que el costo del grano que nosotros producíamos. No teníamos dinero ni para comprar las cosas más esenciales como azúcar, fósforos, sal, etcétera. La gran necesidad se instaló en nuestras casas. Con todo eso, los aliados no se compadecieron y cobraban compulsivamente, sin clemencia, los tributos de guerra que debía pagar cada familia. Quizás por eso yo nunca pude sentir aprecio por los ingleses. Tan agobiantes eran las contribuciones que yo mismo observé muchas veces las banderas rojas de los remates y la angustia pintada en los rostros de los desesperados campesinos. Era evidente que las potencias coloniales tenían práctica en este vil sometimiento y explotación, sin interesarles el sufrimiento ni la dignidad humana. Para conocer mejor la situación de entonces, sería conveniente recurrir a los autores que realizaron estudios a fondo, como por ejemplo M.J. Thornton, quien en su libro “El nazismo 1918-1945” dice: “El principio de autodeterminación nacional del presidente norteamericano Wilson, podía argumentarse. Para los alemanes, había sido aplicado sólo allá donde convino a los aliados. El corredor polaco, para no olvidar uno de los tradicionales enemigos de Alemania, cortaba al Reich (al Estado) alemán en dos. Las colonias de ultramar, habían sido asignadas, en mandato, a varios de los aliados, pero también ello podía interpretarse como acción del imperialismo franco-británico. El ejército estaba reducido a 10.000 hombres, su Alto Mando había sido recortado y se le había privado de aviación y tanques. Las sanciones eran exigidas en marcos, oro, carbón, barcos, madera, ganado y otros conceptos...” 5. “...Con la República en evidente fase de desintegración, los nazis podían ya hacerse de la oportunidad esperada por tan largo tiempo (...) También a los industriales supo dirigir palabras halagadoras. En enero de 1932,Fritz Thyssen se las ingenió para que Hitler hablara en el Club de la Industria de Düsseldorf. Enfáticamente, afirmó a su auditorio su ‘inexorable decisión de destruir el marxismo en Alemania’, con tal persuasión, que aquellos magnates de la industria, duros de roer, que le habían acogido con frialdad, le concedieron una calurosa ovación cuando 5

59.

Thornton, M.J., “El nazismo 1918-1945, 1ª edición en español 1967, Editorial Globus, pág.

35 acabó su discurso. La oposición del nazismo a la amenaza del comunismo era el elemento más fuerte de su llamada a las clases propietarias. “Los oradores nazis, con aguda habilidad, alimentaron y dirigieron los resentimientos del empobrecido y desesperado pueblo alemán. La República estaba corrompida; Francia se aplicaba a esclavizarlas; los especuladores prospera- ban a expensas de la clase obrera; los marxistas predicaban el odio de clase para dividir a la nación... Los partidos y los políticos existentes estaban teñidos del ‘sistema’ y Alemania debía poner sus miras en nuevos hombres, para recobrar su lugar bajo el Sol” 6. El artífice de la futura propaganda nazi fue el ministro Josef Göbbels que, antes de aliarse a Hitler, lo consideraba un burgués. Mientras él, con otros que lo consideraban un intelectual muy inteligente, había organizado otra rama nacional, pero más de izquierda. Sin embargo, al ver un Hitler triunfante se alió a él, y al llegar éste al poder, fue nombrado Ministro de Propaganda. Lo he escuchado muchas veces hablar por la radio pero, como yo era un ex comunista, siempre tuve hacia él una profunda antipatía. Me parecía una propaganda mentirosa y sin fundamentos. Después, me di cuenta de que no todas eran mentiras, como por ejemplo la intención aliada de entregar los países de Europa Central al terror de Stalin y los soviets, entre cuyas desesperadas víctimas estaba yo también.

LA LLEGADA DE HITLER AL PODER En junio de 1929 se publicó el Plan Young de los Aliados para la reducción de las reparaciones de guerra pero sujeto a ciertas rígidas condiciones. Contra esto, se desplegó una gran campaña, tanto por el presidente Hindenburg como por Hitler, con lo que pasa a ser una figura conocida en toda Alemania.Por eso, en las elecciones parlamentarias del 14 de setiembre de 1930, los nazis alcanza- ron cierta importancia al elevar sus escaños de 12 a 107, ya que había muchos millones de desocupados. En esos años reinaban el caos, el hambre y la miseria, que favorecieron a Hitler, con su incansable oratoria. Lo he visto en los noticieros, que pasaban en los cines antes de empezar las películas (ya que en ese entonces no existía la televisión). ¡Cómo gritaba y gesticulaba el loco para conseguir enfervorizar a su auditorio! Parecía un autómata, con gran agitación y propaganda. Cabe destacar que Hitler, recién el 25 de febrero de 1932 consiguió la ciudadanía alemana, o sea, un año antes de llegar al poder. 6

Ibídem, págs. 60-61.

36 Muchos amigos me han preguntado: ¿por qué yo detesto tanto a Hitler? No es porque él no tuviera razón, en cuanto a las reivindicaciones nacionales y terri- toriales, por su lucha para implantar el orden y la seguridad, atraer inversiones y elevar el bienestar del pueblo, sino por cómo estropeó todo, con su personalidad psicótica, con su arrogancia, su altanería y su egolatría. Él, y nadie más, dio pie de nuevo a los aliados para que, esta vez, toda Alemania fuera convertida en es- combros y todos nuestros países, del centro europeo, fueran entregados al terror soviético... Hitler, por haber derrotado en pocos dias a Polonia y en cuarenta y cinco dias a la poderosa Francia, se consideró invencible y, sin prepararse, se lanzó contra la enorme Rusia. En las elecciones presidenciales del 13 de marzo del ’32, Hitler se postuló entre otros candidatos, pero fue derrotado por amplio margen por el Gral. Hindenburg, quien ganó su segunda presidencia. En esta época los sindicatos, tanto de la izquierda como los nazis, no cesaban de organizar huelgas de un ex- tremo al otro. El país estaba convulsionado. En las elecciones de julio de 1932, los nazis consiguieron 230 escaños en el Reichstag, (Parlamento), compuesto de 608 diputados. Hitler se presentó para el cargo de canciller, pero el presidente Hindenburg lo rechazó. El 6 de noviembre de ese año, la cantidad de escaños nazis en el Reichstag se reduce a 196. En poco tiempo dimiten tres sucesivos cancilleres: Bruening, Papen y Schleicher. En las elecciones presidenciales el partido obrero de Hitler había conseguido el 36,7% de los votos; aunque era tan sólo un poco más de un tercio, pero con eso estaba en segundo lugar, el presidente Hindenburg se vio obligado, el 30 de enero de 1933, a nombrar a Hitler como canciller de Alemania, a pesar de las protestas de mucha gente de alto nivel. Un destacado mariscal, que sin duda no quería someterse a las órdenes de un arrebatado, escribió una carta a Hindenburg diciendo: “Ese Hitler arrebatado arrastrará al Reich al abismo”. Cabe acotar que por aquel entonces la ciudadanía alemana estaba muy desmoralizada por las penosas circunstancias vividas en los últimos años, y en realidad no prestó demasiada atención a estas elecciones. Tanto es así, que la llegada de Hitler al poder apareció en sexto lugar en el noticiero cinematográfico, por de trás de un concurso de salto de esquí y de una carrera de caballos. El pueblo no imaginaba su destino. “Actor talentoso, dominaba las relaciones personales y el arte de la entrevista. Era capaz de representar multitud de papeles, posando como alguien indignamente vejado o justificándose, a sí mismo, en una explosión de decorosa indignación. Aun ganado en apariencia por una rabia ciega, en un instante podía sosegarse y continuar la conversación en tononormal.

37 En ocasiones, dio prueba de un gran encanto personal y muchos testigos no han olvidado la magnífica cualidad de su personalidad, que se servía, al parecer, de un poder casi hipnótico. “Poseía una memoria notable, aunque con fallas, capaz de recordar los detalles, que utilizó para impresionar a sus generales cuando vertía torrentes de estadísticas en las conferencias militares. Aunque muchas de éstas demostraran más tarde ser inexactas, la primera impresión de concentración mental, que era lo que Hitler pretendía, no faltaba. “Fue uno de los oradores más eficaces de todos los tiempos. Su voz era áspera, frecuentemente repetía y divagaba, pero su entrega arrastraba tal impacto emocional, que las audiencias alema nas se le abrían e, incluso, escépticos periodistas extranjeros quedaban impresionados...”7. El día 27 de febrero de 1933, apenas con un mes en el poder, se produjo un gran incendio en el Reichstag, por lo que el nuevo canciller, Hitler, decide la suspensión de las garantías y libertades individuales y empezó la persecución de los comunistas. Con eso, algunos se plegaron al partido nacional socialista, pero otros, más firmes activistas, fueron enviados a campos de concentración para trabajos forzados. Entre los cuales habría, seguro, no sólo alemanes sino bastantes judíos, que pertenecían al partido comunista, porque lo consideraban su aliado natural al verse perseguidos por los nazis y por su buena posición en la Rusia comunista. Entre otras iniciativas, los nazis crearon institutos para la educación de los adultos, se reglamentaron las vacaciones y los deportes eran tan organizados que muchos millones podían competir. En las últimas elecciones, virtualmente libres, los nazis consiguen 288 escaños parlamentarios, que tampoco eran mayoría, ya que, como mencioné, el total era 608, pero consiguen que se apruebe la Ley de Poderes. Hitler copió la mayor parte de su actitud de Stalin, “al que hable más de la cuenta hay que cerrarle la boca para siempre”. Pero la diferencia era que los ru sos trabajaban por el miedo, mientras los alemanes hacían todo por su amor al trabajo, su disciplina y su natural respeto a la autoridad para acatar las órdenes. Por eso, Hitler se aprovechó de ese maravilloso pueblo. Los mandó a luchar y morir adonde se le antojaba. Al poco tiempo de instalarse el nazismo en el poder, fue sancionada la ley por la cual los profesionales y los funcionarios públicos debían ser sólo arios y no semitas porque, como ya mencioné, Hitler consideraba que entre ellos había muchos comunistas. El 17 de mayo de 1933 Hitler prohibió por ley las huelgas que asolaban el país y el lock-out. Con eso el nazismo logró atraer una sostenida inversión, ya que los capitalistas en aquellos tiempos preferían un país seguro, con orden. Entre 7 Ibídem, págs. 87-77.

38 ellos, sin duda, había muchos inversores judíos. En julio, el Partido Nacional Socialista fue declarado como único partido legal, al mejor estilo soviético. El comunismo quedó prohibido. Al estar vacío el Banco Central, sin divisas fuertes ni la tenencia de oro, ya entregado por las contribuciones de Guerra, Hitler declaró que el laborioso pueblo alemán respaldaría el valor del marco alemán con el trabajo y la producción. Así, evitó una futura inflación y aun en la cruel guerra, el marco alemán mantuvo intacto su valor. Eso me consta a mi. El 14 de junio de 1934 se encontraron por primera vez Hitler y Mussolini en Venecia, dando comienzo a la integración de los dos sistemas: el fascismo y el nacionalsocialismo, como socios inseparables hasta la muerte de ambos. Al morir el presidente Hindenburg, Hitler asumió la presidencia, el 2 de agosto de 1934, y el ejército alemán le juró fidelidad. Al año siguiente, introdujo el servicio militar obligatorio y, fiel a su ánimo de establecer pactos estratégicos con Inglaterra, el 18 de junio se formalizó el acuerdo naval anglo-alemán, que duró varios años. Mientras tanto, en España, los líderes ávidos de poder agitaron al frustrado pueblo con todo tipo de propaganda, con lo cual, el 18 de julio de 1936, estalló la Guerra Civil Española. En consecuencia, tanto Hitler como Mussolini –el líder de Italia–, prestaron activa ayuda al Gral. Franco, el máximo luchador contra el nuevo orden republicano, pro marxista, quien, con la ayuda de los intrépidos moros de la guarnición de Tánger, emprendió una sangrienta contrarrevolución. El 18 de noviembre de 1936 Hitler reconoció al nuevo gobierno de Franco como un poderoso bastión anticomunista en la Península Ibérica. Cabe destacar que el Dr. Schacht fue el arquitecto de la recuperación de la economía alemana bajo el régimen nazi; con lo que el empleo aumentó y se aceleró el consumo interno. Al estar más estabilizada la economía atrajo más inversiones. Al empezar el crecimiento económico se proyectó el famoso coche Volkswagen (el coche del pueblo), que se decía fue diseñado por Porsche, con la ayuda personal del Führer, quien aseguraba que cada obrero alemán tendría un auto. Ese nuevo modelo debía ser económico y no necesitaría usar agua para la refrigeración. Yo mismo leí esas alabanzas. Al ponerse en marcha el Plan Cuatrienal, bajo la dirección de Göring, se inició la economía de guerra y el Dr. Schacht fue nombrado director general de la Economía Bélica. Pero al no avanzar mucho en esa dirección renunció, porque se dio cuenta de que preparar a Alemania para la guerra en cuatro años era una empresa demasiado ambiciosa y difícil. Así como ordenar las importaciones necesarias, construir fábricas de caucho y textiles sintéticos con recursos que no eran suficientes, teniendo en cuenta que Alemania recién se levantaba del desastre económico y que no poseía riquezas naturales ni colonias. Por eso al empezar la guerra el alborotado Führer, Alemania no estaba preparada más que para una “Blitz Krieg”, o sea, “guerra relámpago” (o rápida). Como el imperio ruso, y luego soviético, había ocupado las islas japonesas de

39 Sajalin, y por otro lado, Hitler tenía miedo de la avalancha comunista en Europa, el 25 de diciembre de 1936 se firmó el pacto Anti-Komintern, entre Alemania y Japón. El “Komintern” era la difusión, desde Moscú, del comunismo internacional y en noviembre de 1937, Italia también se adhirió a ese pacto. Mientras tanto la economía de Alemania siguió en ascenso, dada la prohibición de las huelgas que provocaba el partido comunista. Por lo tanto, con los sindicatos en su mano y con el esforzado e ingenioso pueblo alemán, Hitler consiguió una gran producción, con lo cual llevó rápido a Alemania a ser una de las primeras potencias de Europa, con un evidente alto nivel de vida. Eso, poco a poco, hizo que su régimen en Alemania, aunque no deseado, fuera tolerado. Si bien el nazismo sostenía que era una doctrina nacional y no para la exportación, como el comunismo, el éxito obtenido y una hábil propaganda habían logrado movimientos en otros países de Europa que simpatizaban con el socialismo nacional que contrarrestaba el peligro marxista. En los años 1937-38 llegaba, a veces, algún barco de Rusia al puerto de Burgas, en Bulgaria, sobre el Mar Negro, donde yo terminé el secundario. Eran turistas bien vestidos que querían impresionar con el tan propalado “paraíso soviético”. En esa misma época empezó a demostrarse el bienestar en Alemania, con los nutridos contingentes de obreros que viajaban de vacaciones a distintos países de Europa.

CONTACTO CON LOS NAZIS Me acuerdo que un día, en 1938, había llegado un barco con turistas alemanes. Era una novedad para la ciudad. Se pensaba que Alemania todavía era un país pobre. Se había congregado mucha gente en las veredas por donde tenían que pasar. Con un grupo de amigos decidimos ir también. Apareció un primer grupo de alemanes; eran altos, rubios, con ojos celestes, como expresión de una raza superior, los nazis. Estaban bien vestidos, con traje azul marino y guantes blancos, caminaban bien erguidos. Impresionaban muy bien, por lo que arrancaron muchos aplausos. De repente, uno de mis compañeros gritó “nazi, nazi”. De improviso uno de ellos subió a la vereda y le dio una trompada tal, que lo tiró al suelo. Aunque yo me había salvado del fanatismo marxista, que me dominó varios años, esa agresión física me impresionó muy mal. Por eso mi antipatía, no sólo contra los nazis sino también contra todos los alemanes, prosiguió por mucho tiempo más, hasta conocerlos bien. Porque yo, ingenuamente, no podía distinguir entre el alemán común y los soberbios nazis de los que después, en Alemania, vi muy pocos. El 12 de febrero de 1938, el presidente de Austria, Schuschnigg, visitó al Führer en su residencia en Berchtesgaden, en los Alpes bávaros. En la entrevis- ta, Hitler le pidió que se legalizara el partido nazi en Austria, pero como éste no aceptó –o aceptó pero no cumplió, porque las comunicaciones fueron muy confusas– quiso hacer un plebiscito. Yo tenía por entonces 20 años y seguía con fervor los acontecimientos en Europa. En respuesta por el incumplimiento del presidente austríaco, un mes más

40 tarde, el 12 de marzo, las tropas alemanas invadieron Austria. Resistencia, al parecer, no hubo y el día siguiente se proclamó el Anchluss (La Unión) y un mes después, fue incorporada como un nuevo estado alemán. Al ver el éxito de Alemania, el 10 de abril, el líder de los nazis en los Sudetes, Henlein, presentó un plan al gobierno Checo, con petición de que se le otorgara una autonomía dentro de la federación Checo-Slovaca. Lord Runciman llegó a Praga, como mediador británico, pero no logró un acuerdo. En consecuencia, Hitler pidió la autodeterminación de los Sudetes, pero no la obtuvo, por lo cual, el 15 de setiembre, invitó al premier británico, Chamberlain, a Munich, para discutir el problema de los Sudetes, que el 29 de setiembre del 1938 se anexaron a Alemania. Hoy forman parte de la República Checa.

EL COMIENZO DE LA PERSECUCIÓN JUDÍA LA NOCHE DE LOS CRISTALES ROTOS Aunque Hitler demostró un notable antisemitismo al excluir a los judíos de los cargos públicos por considerar que entre ellas había muchos comunistas pero, no hubo al principio una persecución ya que necesitaba de su notable actividad económica y siertamente ellos invertían mucho aprovechando la estabilidad del orden establecido, ya que en el resto de Europa el comunismo causaba huelgas y gran desorden e inseguridad. Lamentablemente, algo totalmente inesperado sucedió: el día 7 de noviembre de 1938, el joven judío Herschel Grynszpan asesinó, dentro de la Embajada alemana, en París, al secretario Ernst Von Rath (insistía en ver al embajador, al cual había decidido matar, pero por error disparó al primero que se le presentó). La propalación de esa trágica y confusa noticia que yo también leí (que habían asesinado al Embajador), sacudió a toda Europa, trajo serias y desgraciadas consecuencias de represalia, que se llevaron a cabo, con la mayor virulencia, el penoso día 9 de noviembre. Ese día, oleadas de enardecidos seguidores de Hitler cometieron una serie de vandálicos ataques contra los más destacados y elegantes negocios judíos, rompieron vidrieras, saquearon e incendiaron. En muchas partes pegaron áticos con slogans que veíamos en los cines. “Alemanes, defiéndanse, no compren a judíos.” También fueron atacada y quemadas varias sinagogas y cultos religiosos. Fue un momento de gran zozobra para esa colectividad. A ese trágico acontecimiento lo llaman “la noche de los cristales rotos”, o “Kristallnacht ”, o “El primer pogrom nazi”, en rememoración a cuando el zar ruso ordenó que los hebreos se fueran de Rusia o se convirtieran a la religión cristiana ortodoxa, justificando que ellos eran muy ágiles en los negocios y se aprovechaban del ignorante pueblo ruso. Sin duda, el zar imitó a los reyes católicos de España, que ordenaron su ex- pulsión o su conversión al catolicismo. Después de esa bárbara reacción de los nazis, mucha de esa gente, tanto los ricos como los de buena posición, previendo el futuro, empezaron

41 una masiva emigración de Alemania (eso significa que ellos tenían plena libertad económica). Sin duda, desde ese momento, muchos de los israelíes de los países de Europa que preveían la invasión nazi, se apresuraron a emigrar; y otros apoyaron activamente su acción guerrillera. Por si el asesinato en la Embajada alemana en París fuera poco, otro hecho trascendental complicó mucho más su situación, como veremos más adelante. El 5 de setiembre de 1939 el máximo dirigente sionista, Chaim Weitzmann, declaró en nombre del judaísmo mundial la guerra sin fronteras contra Alemania, y sumió en una situación catastrófica a sus connacionales. Sin duda, el lector se dará cuenta que sin el asesinato en la Embajada no habría empezado la persecución y los judíos seguirían haciendo excelentes negocios; y sin la declaración de guerra a Alemania, los judíos no habrían terminado en los campos de concentración que, con el posterior desastre de Alemania, se convirtieron en campos de la muerte.

LA TRÁGICA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL LA INVASIÓN A POLONIA En los años 1938-39 leíamos muchas veces en los diarios que la población alemana de los territorios mutilados y entregados a Polonia y Checoslovaquia, en la Primera Gran Guerra, clamaba su liberación por la represión que recibían en esos países. Al parecer se quería hacer una limpieza étnica, mucho peor e injusta de la que hicieron ahora los serbios con los albaneses. Los serbios querían sacar a los albaneses de su milenario y sagrado territorio, porque allí, su héroe nacional, Marcos, luchó hasta morir contra la dominación turca; además los albaneses como tienen muchos hijos –fieles a la cultura islámica–, luchaban por anexar Kosovo a Albania. Mientras los polacos y los checos querían echar a los alemanes de su propia tierra, que le usurparan en la Primera Guerra Mundial. Para entonces se cumplían los 20 años de paz, pronosticada por la vox populi. Del 10 al 16 de marzo de 1939, los nazis liquidaron el estado checo y establecieron el Protectorado de Bohemia y Moravia, con lo cual los eslovacos aprovecharon la invasión para se- pararse de Checoslovaquia y establecer su propio Estado independiente y neutral, Eslovaquia, encabezado por el presidente Monseñor Tiso. El 24 de agosto, Von Pappen y Molotov suscriben el pacto de “no agresión” entre Alemania y Rusia. Hitler, halagado por su éxito económico y por haber logrado los buenos resultados con la anexión de Austria que es un pueblo alemán y luego a Chequia, decidió liberar a sus compatriotas, subyugados bajo el fanatismo de los polacos. Esa decisión, según la prensa de entonces que yo mismo leí con sumo interés, ya que tenía más de 20 años, se consideraba la única solución a la grave situación y al clamor de la gente después del fracaso de la diplomacia. Algunos diarios escribían: “Es sabido, por milenios, que lo

42 que se quita por la fuerza, por lo general, si no ayuda la diplomacia, se recupera también por la fuerza”. Además, era conocido el fanatismo checo y polaco. Como la provincia de Prusia Oriental, sobre el Báltico, estaba separada de Alemania y la ciudad alemana de Danzig (hoy Gdansk), fue puesta por los aliados bajo un control internacional. Hitler pretendía obtener de Polonia un corredor terrestre para comunicarse con sus hermanos (de Prusia Oriental). Sin embargo, los polacos se opusieron tenazmente a ese corredor, máxime teniendo un tratado de defensa con Francia e Inglaterra. En consecuencia, los nazis resolvieron recurrir a la fuerza militar y como desenlace, el 1º de setiembre de 1939 invadieron Polonia. La prensa de entonces no consideraba que este hecho desencadenaría una tremenda conflagración mundial. Sin embargo, Hitler no tuvo en cuenta que los magnates capitalistas y armamentistas anglo-norteamericanos esperaban ansiosos ese momento. Desmembrar Checoslovaquia y derrotar a Polonia era cosa fácil. Pero ingenuamente, o por ser un individuo de mucha ambición pero de poca cautela y visión, no creía que los ex aliados, Francia e Inglaterra, a los dos días, le declararían la guerra. Y si pasaron unos diez meses sin atacarlo, era porque esperaban para armarse bien. El 28 de setiembre de 1939 se firma el acuerdo, entre los soviéticos y los nazis, sobre la división de Polonia. En noviembre del mismo año, se produjo la primera conspiración contra Hitler que terminó en fracaso. Después de muchos intentos de salvar un conflicto de gran proporción en Europa, se realizaron innumerables encuentros diplomáticos, especialmente entre Hitler y el premier de Gran Bretaña, Chamberlain, pero nunca se llegó a un acuerdo válido. Los armamentistas “enturbiaban el agua”; esperaban ansiosamente una guerra total, y lo consiguieron. En todas esas reuniones al Führer se lo veía con “la sonrisa hasta las orejas”, que a mí me parecía cínica, tratando por todos los medios de convencer a los ingleses de sus buenas intenciones con ellos. Los quería atraer a su principal objetivo, que fue combatir la amenaza comunista. Ya bajo el miedo de que los aliados tomaran posiciones en las costas del continente europeo, en abril de 1940, Hitler ordenó al almirante Röder ocupar Dinamarca y Noruega. A fines de abril de 1940, se estableció el gran gueto de la ciudad polaca de Lodz (del que hace referencia el escritor judio que estuvo en campo de concentración Jack Fuchs en su libro “Tiempo de recordar ”, que citaré más adelante), sin duda para evitar sabotajes.

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LA INCREIBLE DERROTA DE FRANCIA Para asegurar su frontera norte frente al progreso de Alemania bajo los nazis, Francia había construido su entonces famosa línea Maginot, considerada la última palabra en fortalezas defensivas. Los nazis querían asegurarse y empezaron la construcción de la muralla defensiva, llamada Siegfrid, en memoria de su legendario héroe popular. Pero al ver que eso llevaría mucho tiempo e insumiría muchos recursos, Hitler creyó que debía ganar tiempo y demostrar su poderío. Por eso, el 10 de mayo de 1940 ordenó la invasión de Francia, pero sin tratar primero de quebrar la línea Maginot, sino que puso en marcha su plan de pasar por las Ardenas, en Bélgica, y así avanzar rápido hacia París, hecho por el que después recibió alabanzas de sus partidarios y generales. Su estrategia consistía en atacar por aire la línea Maginot con los famosos cazabombarderos Stukas, que se largaban de gran altura sobre los objetivos para descargar sus bombas, que atemorizaban a los defensores franceses con su infernal silbido. Me acuerdo que en los cines, al escuchar esos silbidos, debía taparme los oídos. Eran insoportables. Se observaba que los pilotos quedaban casi desmayados, los Stukas, al parecer, se levantaban automáticamente al bajar hasta cierta altura y descargar su mortífera carga. Considero que los colegas franceses, al calcular la resistencia de la protección de las defensas, seguro tenían en cuenta el impacto de las bombas, por la caída libre desde cierta altura. Sin embargo, los alemanes, al inventar los modernos Stukas, tenían en cuenta que el impacto de las bombas lanzadas desde gran altura, impulsadas y aceleradas por la velocidad del avión, sería mucho mayor y varias veces más destructivo, por lo que las formidables defensas duraron poco. Al abrir algún hueco, las tropas alemanas cruzaban rápido la línea defensiva francesa y atacaban por atrás. De manera que esa elogiada línea francesa no les sirvió mucho. Sin embargo, el avance principal de las tropas alemanas sobre el norte de Francia fue invadir Holanda y Bélgica. Mientras tanto, Mussolini se encontraba eufórico con el gran éxito que obtenía su aliado. El 10 de junio de 1940 le declaró la guerra a Francia, que mantenía territorios italianos ocupados. Con eso el Führer esperaba tener, a su lado, un valioso aliado. Sin embargo, con el fracaso que tuvo Italia al invadir Grecia, el 28 de octubre del mismo año, y en el norte de África, en vez de que Italia ayudara a Alemania resultó ser contraproducente. Por lo que debía disponer de valiosas fuerzas y material bélico, enviando al norte de África al famoso mariscal Von Römmel, más tarde conocido como “Zorro del desierto”. El poder nazi era tan grande, que Francia no pudo resistir más que unos cuarenta días, de manera que el día 22 de junio se firmó el Armisticio franco alemán. Por orden del Führer ese acto se realizó en el mismo vagón en el que tuvo lugar la firma de la

44 rendición incondicional de Alemania en la Primera Guerra Mundial. Se dijo que, después de este acto, Hitler ordenó que se volara por los aires ese vagón, para que no sirviera de tumba para los dos pueblos. Él creía, ingenuamente, que con tratar bien a los derrotados franceses, con ir a rendir un homenaje e inclinarse ante sus tesoros culturales en Paris, ganaría su apoyo a la causa principal, hacer frente a la amenaza soviética. He visto a Hitler quizás cien veces en los noticieros de los cines (ya que no existía la televisión), pero nunca lo vi tan sonriente y desbordado de felicidad. Supongo que fue por dos razones: primero, por haber derrotado al principal enemigo de Alemania y segundo, por la gran oportunidad de mostrar a los franceses que las rivalidades entre las dos naciones se habían terminado y que les extendía una mano par una futura cooperación mutua en una Europa unida, como señalaba el loco Hitler. Efectivamente, Hitler trataba que los franceses del Norte y del Oeste (la costa atlántica) de la Francia ocupada, se sintieran atraídos por su discurso y pudieran, además, desarrollar sin problemas sus actividades productivas. Eso se comprobó después. También se opuso ingenuamente a la intención de sus generales de darles un ultimátum a los 350.000 soldados ingleses atrincherados en el puerto de Dunkerque, para que se rindieran o, caso contrario, serían aniquilados, y ordenó la detención al avance de los tanques, permitiéndoles escapar hacia la isla británica. Esperaba llegar a un acuerdo con Inglaterra y que lo ayudaran a derrotar al coloso soviético que era una amenaza, no sólo para Alemania sino para toda Europa. Sin embargo, el ingenuo y vanagloriado Hitler se equivocó amargamente. Se encontró entre dos poderosos enemigos. Por un lado el gran orgullo inglés, con su enorme flota y poder en ultramar al otro lado de La Mancha, apoyada incondicionalmente por el poder económico y militar de EE.UU. (libre de la presencia de soldados extranjeros), y en la espalda la enorme Unión Soviética, con su riqueza y gran caudal humano, una importante industria bélica y una gran ayuda en alimentos y pertrechos bélicos de la poderosa e invulnerable industria norteamericana.

INGLATERRA, EN JAQUE En todo momento, Hitler insistía en que unificaría el continente en torno a Alemania y al fascismo de Mussolini en Italia. Sólo entonces llegaría el momento del gran acuerdo con el único pueblo que era digno de compartir los delirios del Führer, que era Inglaterra. Es sabido que en junio de 1935 se firmó un acuerdo marítimo con la corona ya que el Rey, duque de Windsor, y su hermosa amante y modelo norteamericana Wallis Simpson, se decía entonces eran admiradores de Hitler –especialmente Wallis, quien influyó al rey Eduardo VIII–. Pero al casarse con ella, Eduardo se vio obligado a abdicar en 1936, lo que desorientó y cambió los planes de Hitler. Sin embargo, al parecer por lo irresponsable e imprevisible que se mostró en toda la

45 guerra, Hitler, al no poder llegar a un acuerdo con Inglaterra, con cuya diplomacia había realizado numerosas conversaciones, decide los preparativos para invadirla, algo parecido a lo que quería hacer Napoleón, pero su gran flota fue destruida por los ingleses. Pero el Comando Supremo alemán le advirtió que no estaba preparado para esa aventura y del gran peligro que esa empresa significaba, con la Unión Soviética a sus espaldas. Por lo que resolvió cambiar de estrategia, doblegar a Inglaterra con su poderosa fuerza aérea y su moderna flota submarina. Leía entonces en la prensa que Hitler amenazaba con cubrir con sus aviones el cielo de Gran Bretaña. Asimismo esperaba tener pronto una bomba atómica fabricada por los genios alemanes, como Von Braun y otros. Pero Inglaterra era un hueso duro y difícil de roer. Sin embargo, ni su fuerza aérea ni sus submarinos pudieron doblegar a Inglaterra tan fácilmente como él pensaba. Como tenía un poderoso ejército a disposición, tanques y artillería, resolvió una nueva “blitz krieg”–guerra relámpago– y como era un creído, soñador y arrebatado, sin pensarlo mucho decidió liberar a Europa del “peligro rojo”, a pesar de que Von Ribentropp y Molotov habían suscripto un pacto de no-agresión. Muchos quedaron asombrados por la facilidad con la que el astuto Stalin aceptó ese pacto que, como se comentaba en la prensa de entonces, era una trampa para que Hitler emprendiera un desembarco a Inglaterra y entonces atacarlo por atrás. Stalin era ladino, muy inteligente, buen estratega, muy cauteloso y precavido que, como ya mencioné, por más que fuera un empecinado perseguidor y asesino de los jerarcas judíos en la cúpula soviética, por precaución y para no ser tildado de antisemita no mencionaba esa identificación. Para alertar a sus más fieles camaradas rusos que lo cuidaban día y noche, decía “ellos” o los “extranjeros”, culpándolos siempre de ser contrarrevolucionarios. Él tenía bien en claro que, derrotando al nazismo, tendría el camino abierto al resto de Europa lo que sería convertir en realidad su preciado sueño de extender el comunismo en toda Europa. Al verse en la guerra, la marina alemana entró de inmediato en acción contra la inglesa, cuya primera pérdida fue el transatlántico Athenía, torpedeado por un submarino. A pesar de su superioridad marítima, Inglaterra fue atacada por submarinos, bombarderos, las nuevas minas magnéticas y por navíos corsarios. Con eso, numerosos buques, durante días y noches, iban al fondo del mar. El 14 de octubre de 1939 se difundió una impactante noticia. El U47 había burlado la dificilísima entrada de la base inglesa más segura, Scapa Flow, torpedeó y hundió al acorazado Royal Oak y salió ileso. Éste fue un duro golpe para el prestigio inglés. Más tarde, en una de las notables batallas marítimas, el moderno acora- zado alemán Bismarck, con su impresionante poder de fuego, consiguió hundir al orgullo de la flota inglesa, el enorme acorazado Hood, de 110.000 toneladas, el mas poderoso del mundo, que se consideraba una fortaleza flotante. Los ingleses organizaron los convoyes, escoltados por buques de guerra, pero éstos fueron atacados por grupos de submarinos llamados “Manadas de lobos” que atacaban a un convoy, se retiraban, y luego de nuevo se lanzaban al ataque, haciendo una

46 verdadera masacre hundiendo decenas de buques en cada opera- ción. Como estaban equipados con motores diesel, podían salir a la superficie y desarrollar una gran velocidad, superior a los cruceros ingleses. Entre otras tantas pérdidas, ocho de estos UB habían hundido nada menos que treinta y dos barcos de un convoy, en ataques que duraron cuatro noches consecutivas. Esos éxitos enloquecen a cualquiera, y en especial al altanero Hitler. Al derrotar a Francia y ocupar sus costas occidentales, los bombarderos alemanes hacían estragos en los buques de cabotaje, en el litoral oriental y en el Canal de la Mancha, y en pocos meses hundieron 192 barcos. Aparecieron tam- bién las rápidas lanchas torpederas. Hasta fines de 1940, según una publicación posterior a la guerra, Inglaterra había sufrido las siguientes pérdidas: buques hundidos, por UBoot, 2.600.000 tn; por las minas, 772.000 tn; por bombarderos 583.000 tn; por buques corsarios 514.000 tn y por las rápidas lanchas torpederas 48.000 tn. De esa cantidad, sólo en 1940, fueron hundidos 1.059 barcos. Al ver que la flota inglesa perdía cada día más y más buques y la Luftwaffe ganaba los cielos sobre Inglaterra, tal era el temor a una invasión alemana, que en las ciudades costeras cambiaban las indicaciones del tráfico para desorientar a los invasores. Leíamos en los diarios las declaraciones del premier inglés, Winston Churchill, quien aseguraba que Inglaterra no se rendiría jamás. Si Gran Bretaña era invadida, él trasladaría el gobierno a Canadá y desde allí proseguiría la guerra. Hace poco salió en la prensa que, en junio del año 1940, Inglaterra estaba casi a la deriva. Justo en esa época se escuchó, en Europa, el famoso discurso de Winston Churchill, en el Parlamento británico: “Seguiremos luchando hasta el fin, lucharemos en los mares y en los océanos, lucharemos en el aire y defenderemos nuestra isla, cueste lo que cueste. Lucharemos en los campos y en las montañas, lucharemos en las calles y en las casas; ¡ jamás nos rendiremos!”. Sin embargo, dos hechos levantaron el ánimo de los británicos: uno, sin duda, fue la evidencia de que los nazis preparaban la suicida operación Barbarroja (el ataque a Rusia) y otro, que sorprendió a medio mundo, el no esperado por nadie vuelo a Inglaterra del Reichsministro, Rudolf Hess.

EL ENIGMA DE RUDOLF HESS Nació en 1894 en Alejandría –Egipto–, donde su padre operaba como comerciante. Al escuchar a Hitler hablar en un meeting, Hess había dicho: “Éste es el hombre que salvará a Alemania”. Se afilió al partido “Nazional Socialista” y pronto llegó a ser el hombre de mayor confianza del Führer, nombrado como el segundo en la jerarquía nazi. Sin embargo, el nombre de Hess lo escuchaba rara vez. Fue un hombre de poca publicidad y no le gustaba la aparición pública. Antes de ponerse en marcha el ataque a Rusia, Rudolf Hess decidió volar a Escocia en su excéntrica misión de paz, para entrevistarse, según se comentaba, con el duque de

47 Hamilton, a quien había conocido en los juegos olímpicos de 1936, en Berlín. En la tarde del día 10 de mayo de 1941, cuarenta días antes del ataque a Rusia, desde el aeropuerto militar de Ausburg, en Baviera, R. Hess se preparó para un vuelo solitario. Como experto piloto abordó un avión de combate, Messerschmitt, para dirigirse a los dominios del Duque. Como el gobierno nazi no dio ninguna información oficial, se tejieron entonces muchas hipótesis; los ingleses tampoco proporcionaron datos fehacientes. En ese vuelo, Hess pasó dos veces sobre los terrenos de Dungavel House, el hogar del Duque, pero para desorientar cayó en paracaídas a 45 km de distancia. Fue capturado e interrogado antes de llegar a su proyectado destino. Como no quería dar su verdadero nombre, se identificó con nombres apócrifos, lo cual perjudicó su credibilidad y su misión “personal”, al tratar de convencer a los ingleses de llegar a un pacto contra Rusia. Pero el enojo de los ingleses por los eficaces ataques aéreos y marítimos nazis no daba lugar a ninguna reconciliación. Hess no logró su extravagante y ambicioso propósito y se sumió en una profunda depresión. Quedó prisionero durante cuatro años, en Inglaterra, bajo estricta vigilancia. Los médicos que lo atendían nunca sabían con seguridad si los males de los que se quejaba eran reales o imaginarios; si las sensaciones de persecución que parecía sufrir eran genuinas o simuladas; si estaba mentalmente desequilibrado o perfectamente cuerdo. Se llegó a creer que el verdadero Hess había muerto al estrellarse su avión, o abatido sobre el Atlántico, y que el prisio- nero era un sustituto enviado por los nazis, como se comentaba entonces. En el juicio de Nüremberg, Hess permaneció durante horas estático, con la mirada perdida. Fue condenado a cadena perpetua, quedó varios años como el único prisionero en la enorme cárcel de Spandau que los cuatro aliados se turnaban cada mes para custodiar, bajo el impresionante y costoso operativo que el pueblo alemán tuvo que soportar, además de los gastos de todos los ejércitos de ocupación de las cuatro potencias. La duda acerca de la identidad del prisionero Nº 7 nunca se disipó. Se sa- bía que el verdadero Hess tenía una herida en el pecho, de la Primera Guerra Mundial, pero a éste no se le encontraba. Incluso por años se negó a recibir a su esposa, Frau Hess. Tampoco quiso reunirse con Albert Speer, el ex ministro de producción de guerra, que fue otro de los reclusos. El preso Nº 7 no podía recordar su pasado, y el enigma de Rudolph Hess quedó para siempre.

LA OPERACIÓN FÉLIX Y EL ASTUTO GENERAL FRANCO Durante la segunda mitad del año 1940, una vez derrotada Francia, se inicia- ron febriles conversaciones entre Hitler y Franco para la ocupación del estrecho de Gibraltar. Los españoles estaban de acuerdo con entrar en la guerra, pero que- rían que Hitler les asegurara tres cosas: armamentos, alimentos que les faltaban y en especial la

48 reivindicación sobre las colonias francesas en el norte de África. La estrategia de bloquear el Mar Mediterráneo consistía en un ataque simultáneo de la flota italiana y la ocupación del Canal de Suez. Alemania, con todo su poder aéreo y de submarinos, atacaría a la flota inglesa en las inmediaciones de Gibraltar. Además, con un ataque en gran escala, de artillería de todo tipo, y con bombardeos stukas (de picada) demolería a la fortaleza de Gibraltar. Para eso se trasladaría también artillería a la ciudad de Tánger, en la costa de África, y se contaría con la flota española y quizás con la francesa, ya que las relaciones del Führer con el mariscal Petain (jefe del gobierno autónomo francés en Vichy) eran muy cordiales. Para la entrevista acordada, para el día 23 de octubre de 1940, en Hendaya, Franco ya se había reunido con sus generales, quienes le manifestaron que no debía aceptar imposiciones de Hitler, por temor a quedar dominados. En la entrevista Franco le declaró que la situación económica de España era muy difícil. Sería necesaria una ganancia territorial sustancial para poder unir a los españoles y no dividirlos aún más. Al escuchar todas las pretensiones territoriales de Fran- co, Hitler le manifestó que por más que Francia se encontrara derrotada, para mantener un equilibrio, el nuevo orden de Europa no podía construirse sin la cooperación de los franceses y era necesario conversar con el mariscal Petain, el viejo héroe francés de la Primera Guerra Mundial, al cual Hitler trató con suma consideración después de la derrota. Por entonces la opinión general en Europa era que Alemania pronto invadiría Inglaterra. Mientras duraban estas maratónicas tratativas con España, el 28 de octubre de 1940 Italia atacó a Grecia, lo que se convirtió en un verdadero desastre; con lo que la toma necesaria de Suez, por parte de Italia, era imposible. El terco caudillo español, Gral. Franco, insistía en sus demandas territoriales; Hitler no quería ofender a los franceses, por lo que prefería destruir Gibraltar con sus poderosos bombarderos “Stukas”. Pero los rápidos e imprevistos avances de los acontecimientos frustraron sus propósitos. Sin duda, el astuto gallego daba tantas vueltas porque quería ver cómo se desarrollaría la batalla contra Inglaterra. Además, la situación se complicó aún más con la invasión a Rusia. En consecuencia, la España de Franco se quedó sin Gibraltar, pero se salvó de entrar en la guerra y ser perdedora, con las consecuencias que eso significaba frente a los poderosos e insensibles aliados.

MIS ESTUDIOS UNIVERSITARIOS EN BELGRADO Por haber empezado a ir tarde a la escuela, y perdido un año con el comunismo, recién en mayo de 1939, a los 21 años, concluí mis estudios secundarios. Mi gran dilema era qué estudiar. Me gustaba mucho la ingeniería, pero en Sofía no existía esa disciplina. Alemania desde siempre atraía a los estudiantes búlgaros con becas y además con la gran ventaja del 33% de descuento que hacían en el precio del marco alemán. Sin embargo, la situación en aquel momento no era para pensar en eso, debido a la

49 guerra que desataron los nazis. Además, no hacía mucho que yo me había despegado de mi fanatismo marxista y les tenía todavía odio a los alemanes. Los consideraba a todos nazis, o sea que para mí Alemania estaba llena de la tenebrosa Gestapo (policía secreta) y de los soberbios S.S., hacia los cuales los instructores marxistas nos habían inculcado un miedo y odio espantosos. A pesar de que me aseguraban que los estudiantes extranjeros, allí, no tenían problemas de ninguna clase, ese miedo me costó estudiar casi tres años en universidades de segunda categoría. ¡Un grave error! Como ya había cumplido la mayoría de edad pude vender una hectárea de la pequeña fracción de tierra heredada, lo que me sirvió para iniciar la carrera universitaria. Con un amigo decidimos comenzar los estudios en Belgrado, capital serbia y de Yugoslavia, un país limítrofe y de aparente tranquilidad, donde esperaba poder trabajar y desenvolverme con mis humildes recursos. El viaje a Yugoslavia fue particularmente trascendente. Visitaba Sofía, la capital búlgara por primera vez y además, por primera vez salía de las fronteras de mi patria, con lo cual me convertía en un “ciudadano del mundo”, según decíamos en el Comsomol (juventud comunista). Ese año resultó durísimo. Administraba mis escasos recursos con tacañería. Belgrado, (la ciudad blanca), es una bella capital; la mayoría de sus edificios son de color blanco, de allí se origina su nombre. A fin de gastar lo menos posible, busqué una habitación en la casa de una familia humilde. Allí me encontraba cómodo y en ocasiones solía compartir un plato de comida en la mesa familiar de gente obrera. El invierno, de 1939-40 fue riguroso y me sorprendió sin ropa adecuada, por lo que me enfermé de neumonía; pasé un tiempo en cama y para no afligir a mi madre no le hice mención de ello en mis cartas. Me cuidaba solícitamente una agraciada jovencita. Le agradaba cantar sentada junto a mi lecho. Resultaba placentero escuchar sus melancólicas canciones folclóricas de Serbia y Macedonia. Por lo que la cama no parecía ya tan molesta. A pesar de mi restablecimiento continuó buscando mi cercanía. Al levantarme, su padre, un celoso serbio, sin preámbulos ni explicaciones dispuso que me mudara de su departamento. Aunque buscaba trabajo no se conseguía, y menos para un estudiante extranjero. En un restaurante conocí a un búlgaro que trabajaba en calidad de mozo. Intenté hacer exactamente lo mismo en un pequeño comedor. A los pocos días me pasaba de listo con la bandeja haciendo piruetas, hasta que un día salió un plato volando y fue a dar sobre un atónito cliente. Cuando se apaciguó el escándalo, estaba ya despedido. Como yo era un admirador de Francia, por eso estudié francés en el secunda- rio y no alemán o inglés, como hacían los demás alumnos, quería alistarme en el batallón que se preparaba para ir a defenderla. Sin duda era una locura. La guerra terminó mucho antes de lo que uno se imaginaba. Claro, yo era un admirador de los principios de la Revolución Francesa. Los gritos de: Liberté, égalité y fraternité me llenaban de satisfacción. En esos tiempos perdía fácil de vista que esa misma revolución costó la vida de

50 millones de seres humanos. Que poco después, en 1804, la revolución llevó al ambicioso Napoleón Bonaparte nada más ni nada menos que a ser emperador de Francia. Con un gran poder y una fastuosa aristocracia que no existía hasta entonces. Sin embargo los franceses siguen adorándolo. Napoleón, Hitler y Stalin ensangrentaron a toda Europa.

LA NECESARIA INVASIÓN A YUGOSLAVIA Los estudiantes, generalmente, estábamos al tanto de lo que sucedía en política europea. Como yo tenía ya 22 años y estaba bien informado, me interesaba mucho saber qué pasaba en Europa con la guerra que desataron los nazis. Se insistía en que Hitler tendría que pasar por Yugoslavia, no por meros intereses expansionistas, sino por una necesidad estratégica, porque constituía un paso obligado hacia Grecia y, desde allí, a sus islas en el Mediterráneo y así aliviar la situación del legendario mariscal Rommel, que luchaba desesperadamente, en África del Norte, contra los aliados y porque estaba prácticamente sin municiones. Sus famosos tanques no tenían combustible para avanzar. Abandonado y hasta saboteado por los italianos, sus propios aliados, la flota enemiga tenía libre circulación por el Mediterráneo, desde Gibraltar, Egipto y el Canal de Suez. El gobierno de Yugoslavia y representantes de los pueblos metidos en la bolsa serbia querían dejar pasar a las tropas alemanas para Grecia. Incluso se firmó un acuerdo con Alemania, pero ese gobierno fue derrocado por los chauvinistas serbios, que se oponían tenazmente. Por lo que era inevitable una invasión. En consecuencia, proseguir en Belgrado sería una imprudencia y no nos equivocamos. Todo sucedió tal cual se pronosticaba. El dilema era qué hacer, adónde ir. Aunque Alemania había sido la mejor alternativa para muchos que se fueron allí, para mí, el miedo a los nazis era más fuerte.

MIS ESTUDIOS EN BRATISLAVA - SLOVAQUIA

Hitler había invadido Checoslovaquia, para liberar a la región de Sudetenland, poblada por alemanes, de la que los checos se apoderaron después de la Primera Guerra Mundial, como un obsequio de los aliados. Por ello el pueblo eslovaco aprovechó la oportunidad para independizarse y formar su propio Estado. Cabe destacar que tanto la región Checa como Slovaquia formaban parte de del Imperio Austro-Húngaro. El primer presidente de Slovaquia fue un demócrata, un prelado de la iglesia católica, monseñor Tiso. En consecuencia, con varios com- pañeros decidimos proseguir

51 nuestros estudios en Bratislava, su capital. La gente de Eslovaquia era encantadora y singularmente acogedora. A pesar de haber sido liberada por los nazis del poder checo, se mantuvo totalmente neutral, al igual que Bulgaria, si bien los nazis utilizaban también su territorio para llegar a Rusia. Sólo algunos voluntarios fueron a luchar contra el comunismo. Se gozaba allí de una libertad que, ciertamente, empezaba a perderse en otras partes de Europa. El nivel de vida se mantenía prácticamente como en la pre- guerra. Funcionaba, en la capital eslovaca, un instituto de apoyo a los estudiantes pobres, “Y.M.C.A.”, que me benefició mucho. En la federación checoslovaca todo estaba concentrado en la región checa de Brno y Praga, mientras en la capi- tal de Slovaquia, Bratislava, sólo se podía cursar la primera parte de ingeniería. Al cabo de los cuales se otorgaba un certificado de “Candidato a Ingeniero”, con las asignaturas aprobadas y las notas obtenidas. Este hecho, y muchos otros, explican por qué los eslovacos se independizaron del fanatismo checo, los cuales por ocupar la zona de los Sudetes alemanes fueron la causa de la invasión nazi. Un día se propaló que el mariscal Keitel, uno de los máximos lideres nazis, estaría en Bratislava. Todo el mundo se dio cita en la gran avenida por donde iba a pasar. Yo, como siempre, era muy curioso, así que no podía faltar. Escuché los aplausos y vi que se acercaba un Volkswagen descubierto y, parado allí, se desplazaba el por entonces renombrado mariscal, que fuera uno de los más íntimos del Führer. Debo reconocer que tenía una pinta bárbara. Alto, bien plantado, como un buen nazi, aunque era un militar de los viejos cuadros prusianos. Estaba ornamentado con quien sabe cuántas órdenes militares. Mientras que en la mano izquierda sostenía el bastón de mariscal, con la derecha, bien estirada, hacía el famoso saludo nazi. Si bien me impresionó mucho, no por ello me sedujo como para aplaudirlo, como lo hacía todo el mundo, quizás por gratitud de haber sido liberados del dominio checo.

EL EXTRAÑO EXAMEN DE GEOLOGÍA, Y LA HORA 10 Prosiguiendo con mis estudios en Bratislava, mi último examen fue Geología. El profesor era un “ruso blanco”, inmigrante de la revolución bolchevique, viejo y de mal genio. Había convocado a examen final justo un día antes de que se reuniera el consejo que nos otorgaría el preciado certificado que acreditaría la aprobación de la primera parte de la carrera de Ingeniería. Cuando el asistente pronunció mi nombre y antes de que yo subiera al podio, ya el profesor había lanzado la pregunta: “Koralsky, ¿cómo se llama el agua lechosa que existe en algunas costas de Australia y se forma a consecuencia del batido de las olas contra las formaciones rocosas de corales?” La verdad es que jamás había escuchado nada de eso. Tuve la sensación de que el piso se

52 me hundía. Tenía memorizado el nombre de más de doscientas piedras y minerales que se exhibían en la sala de práctica. Con sólo ver la mues- tra, podía identificar y hablar del período de formación, peso, resistencia a la presión y hasta el sabor de cada mineral, pero nada de eso me preguntó. Acto seguido se lanzó con la segunda pregunta. “Dígame: ¿Cómo se denomina la nieve gris que se encuentra en el polo Norte, cuyo color proviene del polvillo suspendido en el aire de la arena del África y que los vientos transportan a gran altura hasta el Polo?” Mis com- pañeros y yo quedamos atónitos. Faltaba el golpe de gracia y era éste. No sabía nada de la nieve gris. No tuve otra alternativa que reaccionar y exclamé: “¿Profesor, por qué no me interroga sobre Geología?” Encolerizado me replicó: “¡Usted no sabe nada, retírese!”, y llamó al siguiente estudiante. Tendríamos que repetir el semestre los que reprobábamos y, en mi caso particular, resultaba catastrófico. Esa noche tuve un sueño premonitorio: un río profundo y turbio me arrastraba. La orilla estaba a mi alcance. Estiraba las manos para sujetarme a los arbustos que había, hasta que, finalmente, podía salir de las correntadas. Me senté en la orilla a observar el turbulento río. Me desperté y al pensar en mi sueño, rápida- mente interpreté su sentido. El río furioso era mi fallido examen. “Entonces voy a aprobar”, pensé. Riéndome como un loco grité a mi compañero de habitación Dimo: “Mañana voy a obtener el bendito certificado”. “Estás en la lona, así que déjame dormir”, contestó él enojado. Al día siguiente fui a la politécnica a ver qué novedades había. Antes de tras- pasar el umbral miré el gran reloj que había encima del portal. Marcaba las diez de la mañana. Justo al traspasar el umbral, desde el fondo del largo pasillo, una voz gritó: “Koralsky...” Era el asistente del profesor. “Traiga el estampillado”, requirió. Mientras yo, corriendo a su encuentro, pregunté: “¿Y el profesor?”, interrogué con la suposición de que debía rendir nuevamente. “Traiga urgente el estampillado que se hace tarde, el Consejo se reúne a las once.” Considero que el estimado lector habrá interpretado que mi intensa aflicción y mi estado de relajación sobre el lecho produjeron una empatía con la mente de aquel injusto y arbitrario profesor. Hice según se me ordenaba y vi cómo agregaba la estampilla sobre el certificado que estaba firmado por el profesor. No entendía nada de nada. En aquel papel se consignaba que había aprobado Geología. Pero “¿Y el examen?”, –pregunté–. “Nada de examen”, replicó el asistente. Mi angustia había influido telepáticamente en la mente del lunático profesor haciéndole entender la injusticia cometida conmigo. Al salir de la politécnica, como si volara de felicidad, pensé: “ya soy candidato a Ingeniero”. “Dios es inmenso”, repetía al modo de los árabes: “Allah Akbar”. Me sentí rebosante de felicidad, avizoraba un futuro brillante porque Dios estaba junto a mí y me lo demostró. “Soy un BOGOMIL”, pensaba, “un querido por Dios”, porque el día anterior habían reprobado varios compañeros y sin embargo yo era el

53 único, el “elegido”. Esa sensación me acompañó prácticamente toda la vida. A los tres días estaba en posesión del anhelado certificado. La hora “diez”, de aquel día se habría de grabar en mi subconsciente, una marca indeleble, como veremos más adelante. Para proseguir con mis estudios me quedaban dos caminos. Ir a Praga, controlada por el nazismo, o ir directamente a Alemania. Me decidí por la segunda opción, como lo hacían miles de estudiantes búlgaros. La vida en el Tercer Reich era barata, nuestros cigarrillos se consideraban el “oro blanco” búlgaro y, en el mercado negro, se cotizaban muy alto. Esperaba noticias de unos condiscípulos que se habían trasladado a la ciudad alemana del noroeste: Braunschweig, donde funcionaba la prestigiosa Politécnica “Duquesa Caroline”. Las noticias demora- ron mucho y en lugar de estudiar alemán, que tanto necesitaba, por la antipatía que sentía contra los nazis, me dedicaba a jugar ajedrez en las dependencias del Y.M.C.A.

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CAPÍTULO III LA CATASTRÓFICA INVASIÓN A RUSIA Hitler, al verse impedido de invadir fácilmente a Inglaterra, optó por lo más factible: atacar a Rusia. Estaba cebado por los éxitos contra Polonia y Francia y quería seguir con la Blitz Krieg. Nadie podía pararlo. Era omnipotente. En la primavera europea de 1941, los nazis, con toda prisa, se alistaban para esa empresa. Por los suburbios de Bratislava, día y noche se escuchaba la marcha de los trenes de carga, sobre los cuales se observaba que transportaban grandes cajones de madera. Para ninguno de nosotros, los estudiantes, era novedad que la invasión a la Unión Soviética fuera inminente. En las vacaciones de junio de 1941, una veintena de estudiantes búlgaros, en lugar de atravesar Hungría y proseguir por el territorio de la desmembrada Yugoslavia para llegar a nuestra patria, según lo hacíamos siempre, decidimos realizar el viaje por Hungría, Transilvania y de allí a Bucarest, la capital de Rumania. Era una monarquía constitucional viciada de libertinaje. Tenía especial interés en conocer a nuestro vecino del norte, la nación más rica de la región, de la cual sabía muy poco. Rumania explotaba la agricultura, la madera de sus hermosos bosques y sus pozos de petróleo. Dicha riqueza era importante para la maquinaria bélica de Hitler, con la promesa de devolverle la provincia de Moldavia, arrebatada por los rusos, que hoy quedó independiente por el poder de la comunidad que allí reside. En la noche del 20 de junio de 1941, al llegar a Bucarest, nos avisaron que el tren no proseguiría para Bulgaria. La mayoría dormimos en los vagones, estacionados frente a la estación, ahorrándonos así el alojamiento. Despertamos por la mañana del trágico 21 de junio, un día sábado, en medio de un gran alboroto. Observábamos trenes que cruzaban en todas direcciones colmados de soldados, algunos sobre los techos o colgados de los pasamanos. No entendíamos lo que sucedía, pues no encontrábamos quien nos explicara. Resultaba extraño que en un país rico sus soldados vistieran uniformes rotosos. Sin duda, la corrupción generalizada que lo aquejaba podía explicarlo. Además se comentaba que los grandes capitalistas ya conocidos eran los dueños de todo el país. Al ver los diarios entendimos. Hitler había ordenado la invasión a Rusia. Una inexplicable barbaridad. Parecía el fin del mundo. A pesar de la gran amenaza soviética, nadie hubiera imaginado que se llevaría a cabo una locura semejante, tan deprisa. Con esto Hitler demostró su inestabilidad e inmadurez estratégica. Después de haber firmado dos años antes un tratado de no-agresión con Rusia. Algo así hizo Napoleón, quien había firmado un pacto de amistad “eterna” con el zar ruso Alejandro I y, sin embargo, lo atacó y pagó caro su falta de palabra. Los éxitos obtenidos en los primeros meses eran grandes; al tener un gran territorio dominado, con cuatro millones de prisioneros capturados, según se propagaba; la mayoría de ellos

55 eran ucranianos que se resistían al comunismo de Stalin. El Führer enloqueció y se consideraba invencible, pero se equivocó: el invencible era Stalin. Sin embargo, Hitler había extendido por miles de kilómetros los frentes de batalla y no sólo contra el coloso soviético, sino contra Inglaterra, en las costas atlánticas y hasta en las lejanas costas africanas, y con eso había distraído mu- chas fuerzas militares. Como las tratativas con Yugoslavia y con Bulgaria para pasar a Grecia con permiso, sin guerra, demoraron más de la cuenta, Hitler empezó tarde la campaña contra Rusia. Cabe destacar que por más que al norte del Danubio, el Feldmarschal List, con 700.000 hombres, en Rumania esperaba la orden del Führer para cruzar por Bulgaria hacia Grecia, eso no se llevó a cabo hasta que nuestro rey, Boris III, se decidió, cuando Hitler prometió entregarnos los territorios que nos habían sido usurpados en la Primera Gran Guerra, tanto por Serbia y Grecia como por la misma Rumania. Este logro justifica por qué los ejércitos alemanes eran vitoreados con flores a su paso. Al conquistar el territorio de Bielorrusia de hoy y su capital, Minsk, los ejércitos alemanes se dirigieron a Smolenks, en dirección a Moscú. Aunque la invasión parecía cosa fácil, al llegar allí los nazis encontraron algo totalmente imprevisto.

EL COMIENZO DEL DESASTRE

La fortaleza de Smolenks estaba defendida por la nueva y famosa artillería rusa “Katiuscha”, cuyos proyectiles, vistos por primera vez, explotaban en el aire y las esquirlas herían, por debajo suyo, todo a su alrededor. Los alemanes tuvieron muchas víctimas y demoraron como dos meses su avance. Esa liviana artillería, de corto alcance, era más eficaz que los grandes cañones. Porque al herir tan solo un tercio de los atacantes, los demás compañeros debían sacarlos a salvo. Era un desastre, mientras los grandes cañones podían matar a la mitad de los soldados atacantes pero los demás seguían su avance. Causa gracia que 60 años después los llamados “Hezbollah” en el Líbano, con esas viejas y oxidadas armas, ata- caban Israel. Por más que los alemanes llegaron a 25 km de Moscú, sus tanques no pudieron avanzar más por las intrincadas defensas y trampas que los rusos habían aprovechado construir durante días y noches. Además, había empezado el tiempo de las lluvias y el barro. Al avanzar los ejércitos alemanes sobre Rusia se encontraron con un gran inconveniente. Las trochas de los ferrocarriles europeos eran más angostas que las de los rusos, por razones estratégicas. No sólo debían ajustar los rieles y colocarlos a la distancia necesaria, sino que el equipo rodante, los vagones y las locomotoras rusas no

56 podían ser utilizadas. La gran movilidad automotriz necesitaba mucho petróleo, ya que los pozos de Rumania no bastaban. Por eso, mientras Hitler quería llegar a los pozos petroleros rusos en Batum y Bakú, los ingeniosos alemanes se vieron obligados a destilar el carbón natural del Rhur y, de él, sacar combustibles líquidos. Un trabajo extremadamente difícil y costoso. Por entonces todo el mundo comentaba que Alemania no estaba preparada ni pertrechada para una guerra contra el enorme “coloso soviético”, contra el formidable poder de Stalin. Leíamos que el mariscal Walter von Brauchitsch, comandante general del ejército regular alemán de los viejos cuadros, propuso un retroceso de al menos 100 km para pasar mejor el invierno. Sin embargo, el ya vanagloriado y desequilibrado Hitler gritaba: “El ejército alemán no retrocederá jamás”. El hasta entonces triunfante Führer, en todo lo que emprendía no podía admitir un fracaso por más lógico que fuera. Por ello gritaba y culpaba a sus generales, alabándose de que la fácil derrota de Polonia y Francia se debía a sus planes. Por eso, empezó a tomar las decisiones él mismo, sin tener en cuenta los consejos de los viejos y experimentados generales. Sin pensarlo mucho destituyó al mariscal von Brauchitsch, y se nombró él mismo como comandante general de toda la fuerza armada de Alemania. ¡Qué locura! Un ex cabo en la Primera Guerra Mundial, hoy comandante general de un formidable ejército regular. Todo el mundo comentaba que los nazis estaban preparados solamente para una guerra relámpago. Creían ingenuamente que, en dos meses, podían arrasar Rusia, tomar Moscú y derrocar a Stalin. El principio del desastre no se demoró y le cayó encima. Al no estar preparados para un invierno tan crudo, que llegó a 40°C bajo cero, solo frente a Moscú, murieron cien mil soldados regulares alemanes por congelamiento. Una impresionante tragedia, causada por un enloquecido dictador. Otros tantos miles quedaron inválidos. Las indefensas tropas sufrieron constantes embestidas por parte de los rusos, que estaban bien pertrechados con ropa bien preparados para los ataques por sorpresa. Algo parecido a lo que hicieron cuando Napoleón se retiraba de Rusia. Me acuerdo que en ese tiempo se pedía con urgencia ayuda de ropa de abrigo y frazadas a los países amigos. Sin em bargo, hasta que se organizaron las donaciones, que no eran muchas, y llegaron al lejano frente, lleno de obstáculos y, sumado a eso, también el congelamiento de los motores de los vehículos, hicieron que el sufrimiento de los millones de soldados alemanes por falta de alimentos, abrigo adecuado, pertrechos militares y medicamentos en los lejanos frentes del inmenso territorio enemigo, fuera espantoso. Mandar a morir congelados y de hambre a cientos de miles de soldados regulares alemanes fue sin duda el peor crimen cometido por Hitler al imponer su necia voluntad. Porque no fue sólo el desastre frente a Moscú, sino en muchos otros frentes, como la tragedia de Stalingrado y Leningrado. Lo que los ejércitos lucharon y sufrieron, era realmente una obra titánica. Todo eso por salvar a Europa del comunismo que tenía una tremenda propaganda y demoledora penetración, pero

57 apresurado y mal preparado. Hitler creía que al destruir el comunismo sería proclamado “el Salvador de Europa”. Por eso no debe sorprender ni extrañar que muchos europeos, sin ser nazis, se alistaran como voluntarios junto con los ejércitos alemanes en los frentes de batalla. Fuera de la activa participación de países como Hungría y Rumania, en la guerra estaba también el famoso general zarista Vlasov, quien había organizado un ejército de 200.000 hombres, especialmente entre los llamados “rusos blancos”, o sea los que fueron contrarios a los “rojos” y que muchos estaban exiliados en los países europeos. Había también regimientos de voluntarios provenientes de Italia, la ex Yugoslavia, Bélgica y Holanda, entre otros. La unidad más memorable de todas era el regimiento francés “Charlemagne”, que luchó encarnizadamente para la defensa de Berlín contra la embestida soviética. Hasta el padre del general norteamericano John Kaligaschvily, que era comandante de la NATO y comandante en jefe de las fuerzas armadas de EE.UU., era uno de esos voluntarios. El resto lo ha registrado la historia, al gusto e interés de los aliados. Lo ri- sueño era que, en los primeros tiempos de la guerra, Stalin se quejaba de que desconocía el propósito nazi, por el cual sufrió inicialmente tantos reveses militares. Otro tanto ocurrió con Hitler de quien, después de sus fracasos para el año nuevo de 1943, lo escuché quejarse amargamente en su discurso: “Wir haben nie geglaubt dass die Rusen...”. Algo así como: “Nosotros jamás creímos que los rusos tuvieran tantas armas y divisiones en pie de guerra; tantos tanques y artillería”. Al loco de Hitler quizás se le puede creer, porque Rusia era realmente impenetrable. Pero que Stalin se sorprendiera, cuando había tantos agentes soviéticos infiltrados en toda Europa, era difícil de creer.

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MIS ESTUDIOS EN ALEMANIA EN GUERRA. UNA SORPRESA Con el fin de viajar a Braunschweig tomamos inicialmente el tren desde Bratislava a Viena, donde llegamos de noche. Ninguno de los tres compañeros de viaje hablábamos alemán, por lo que debimos arreglarnos en lengua eslovaca, ya que Viena y Bratislava están muy cerca y por siglos formaban parte del majestuoso Imperio Austro-Húngaro. Corría marzo de 1942. Lo que más nos llamó la atención era que la por mí temida Gestapo (policía nazi) no apareciera. Y ese fenómeno prosiguió en todos los años que estudié en Alemania. En plena guerra nunca nadie me pidió documentos de identidad; parece mentira. El lector verá más adelante cómo se mantenía el orden. A la medianoche ascendimos a otro tren, vía Breslau, hacia Berlín. Dejamos en la estación nuestros equipajes, y aprovechamos para conocer la capital de ese gran país durante dos días. Los aviones aliados ya hacían incursiones para bombardearla, pero todavía con menos severidad. Visitamos la célebre confitería “Vaterland”, de ocho pisos. Cada uno estaba dedicado a una colectividad extranjera. Era un símbolo de la cultura y convivencia alemana. Desde luego, los búlgaros junto con los yugoslavos también tenían, allí, su representación. Lo que se podía beber era cerveza y, por cierto, barata; pero no faltaba también la bebida fuerte que traían los visitantes. No nos iríamos de Berlín sin haber visitado la famosa Avenida Unter den Linden, arbolada de tilos, y sin haber caminado bajo la puerta triunfal de Brandemburgo. Con el correr de los años esa arteria adquiriría celebridad, pues dividiría las dos Alemanias. Sobre ella, además, se erigiría el tristemente famoso muro de la vergüenza, echado abajo finalmente en 1989. Según lo previsto, viajamos a Braunschweig. Descendimos en su estación como si viniéramos de Marte. Llevábamos con nosotros direcciones de amigos, pero ignorábamos cómo ubicarlos. En aquella Alemania no había taxis y utilizar tranvías resultaba dificultoso a causa del idioma. Por eso dejamos el equipaje en los guardarropas y nos bañamos en el vestuario de la estación ferroviaria. Como los alemanes son un pueblo muy pulcro, esas instalaciones estaban en todas las estaciones. Felizmente pudimos asegurarnos un sitio para dormir aquella noche. Al día siguiente, me hallaba alojado en casa de Frau Henschel. Cuando quedé solo advertí cuán indispensable era aprender el alemán. Llevaba conmigo un diccionario, un manual sobre preguntas y respuestas y un texto de gramática bilingüe búlgaro-alemán, pero sin abrirlo siquiera. En realidad me manejaba, discretamente, en varias lenguas, incluso francés y ruso, pero no en alemán. Un grave error, fruto de mi anterior fanatismo marxista y erróneamente anti-alemán, del cual me dí cuenta al vivir entre ellos y conocerlos bien.

MARGOT – UNA NIÑA BONITA

59 El idioma alemán me resultó decididamente impenetrable, pero necesitaba aprenderlo a toda costa. “Debes buscarte una novia”, me aconsejaban mis compañeros. Pero yo era tímido, en tal grado que ni siquiera sabía cómo iniciar la búsqueda. Días después decidí, no obstante, dar unas vueltas en el centro y como no logré ningún adelanto entré a un cine. Deseaba escuchar alemán. Observé alrededor con detenimiento y distinguí a una muchacha entre los contados espectadores que había en la sala. Tomé coraje y me senté a su lado. Era bonita. Nos miramos repetidas veces. Comencé a transpirar. La intranquilidad me obligaba a cambiar de postura en la butaca a cada instante. Me olvidé que quería ver la película, hasta que tomé la iniciativa. Los jóvenes de aquella época no poseían la facilidad de la juventud actual. Junté fortaleza de donde no la tenía y tomé su mano. Reaccionó sorprendida. “Gut, sehr gut”, dije señalando la pantalla y como queriéndole expresar que mirara la película, que era muy buena. Debo hacer notar que a causa de la guerra había pocos jóvenes, por lo que suponía que se sintió halagada de tener uno a su lado. “¿De dónde eres?”, búlgaro, le repetí varias veces, mientras me apuntaba el pecho con el dedo índice. Al encender las luces y antes de que se marchara me presenté: “Vatiu, estudiante búlgaro”. Era una estimable carta de presentación. “Margot”, me respondió de la misma manera. La invité a caminar pero ya anochecía y deseaba regresar pronto a su casa. Ya oscurecía y la iluminación estaba prohibida por los bombardeos. Me ofrecí a acompañarla y ella hizo esfuerzos para darme a entender que vivía en un sitio retirado en los suburbios. Sin embargo, yo no quería separarme de ella por miedo a perderla y no verla más; era muy bonita. Subimos a un tranvía y via- jamos un tiempo prolongado hasta la estación terminal. “Bien, puedes volverte ya”, me dijo, o al menos, es lo que entendí. Me valía de gestos, del movimiento de las manos y de las pocas palabras que tenía aprendidas. El manual con las preguntas y respuestas que llevaba me resultaba inútil en la oscuridad de las calles. Mis vacilaciones y torpezas idiomáticas le producían mucha gracia. Se reía muchísimo y poseía una voz dulce. Insistíen acompañarla hasta su casa. Pronto me percaté de la distancia considerable que había entre la terminal y su domicilio. “Bien, hasta acá no más. Vivo a la vuelta.” Trató de explicar que pasado un día nos encontraríamos nuevamente frente al cine. Me dio rápidamente un beso y se alejó contenta con un “chau, querido Vatiu.” Quedé suspendido en el aire. Tan inesperadamente había conocido una bonita muchacha que tanto anhelaba. Lo más notable de una mujer alemana es que cuando llegue el momento de ir a la cama le diga a un hombre: “Heute nicht ” (hoy no). Eso se debe a que son un pueblo tan pulcro que una chica quiere estar bien limpia y adecuadamente vestida. No tienen nada que ver con las francesas, que no quieren perder tiempo y siempre llevan un frasquito de perfume que tapa todo.

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PERDIDO EN LA NOCHE ROGUE POR ENCONTRAR LA GESTAPO “...Y ahora, ¿cómo regreso?” La larga explicación que me hiciera, rato antes, Margot no la podía descifrar. Hice lo único que podía hacer: apelé a mi instinto de orientación. En principio ubicaría, de ser posible, la estación terminal del tranvía. Caminé largo trecho sin éxito. Era pasada la medianoche y en Alemania, después de las diez, las calles quedaban desiertas. Intenté hacer ruido con el propósito de llamar la atención de alguien, así fuera de la misma policía. ¿Y la maldita Gestapo, de la que tanto miedo nos inculcaron los instructores marxistas, dónde demonios estaba? Desde mi llegada nunca los había visto en las calles, y eso me producía una especial tranquilidad. Pero en aquellos momentos los necesitaba imperiosamente. Cómo podía ser, un país bajo un régimen dictatorial, en plena guerra y sin policía –me preguntaba–, ¿era un mito? Pensé en golpear la puerta de una casa, cualquiera, al azar, aun sabiendo de antemano su inutilidad, dado que hombres casi no había y una mujer sola no se hubiera atrevido a salir en la oscuridad. Con el agravante de que mi desastrosa pronunciación del alemán la habría asustado aún más; iba a creer que era un prisionero escapado. Me detuve para reflexionar. Por suerte escuché unos pasos a la distancia y desesperado me dirigí a su encuentro. Me aterraba pensar en la posibilidad de que se fueran. Finalmente, cuando divisé una figura, ordené mis preguntas, me acerqué a él y le dije: “¿Adónde centro?”. El trasnochado caminan- te parecía ser un obrero. Escuchó pacientemente mi pregunta y, sin pronunciar palabra alguna, levantó su mano indicándome, así, la dirección aproximada y prosiguió su camino. Aproveché para tomar aliento. Eran como las dos de la madrugada. Tropezaba en la oscuridad, me detenía, descansaba y proseguía adelante. Mis pies no soportaban más, finalmente me encontré con una avenida que me llevó al centro. Me senté en un banco de una plazoleta a descansar. Comencé a tiritar, porque estaba sin abrigo adecuado. Pero la suerte no me abandonó. Topé con un alemán amable, toda una rareza en aquella zona de Alemania poblada mayormente de prusianos, gente fría y hosca. Le hice entender adónde vivía: “gut, gut”, dijo el buen alemán y me acompañó unas cuadras, señaló las vías del tranvía que debía tomar. Le expresé mi agradecimiento y cuando se alejaba, corrí tras él. “Perdón, señor, ¿desearía un cigarrillo búlgaro?”; desde luego, me agradeció el gesto su- mamente complacido. Al día siguiente visité a un compañero, que estudiaba en Braunschweig, a fin de que me pusiera al corriente de los estudios y la vida en Alemania en guerra. Aproveché para preguntar sobre la ausencia de la policía en las calles. En el Consomol me habían instruido de que Alemania estaba llena de la maldita Gestapo y resultó que no la vi nunca, incluso cuando más la necesitaba. “Una cosa es la propaganda –dijo él– y otra es la realidad. Alemania nunca estuvo llena de policías pero, eso sí, el único que encuentra aquí a un policía es precisamente quien le huye, y no hay que tener ningún miedo. A los estudiantes extranjeros los reconocen desde lejos. No se meten con

61 nosotros. Por más que sepan que tenemos algunos simpatizantes marxistas, jamás les damos motivos. Además los nazis saben que muchos ingenieros alemanes sucumbirán en la guerra, por lo que nosotros seríamos una posibilidad para reemplazarlos y además sus universidades no tendrían que cerrar sus puertas.” Antes de irme, le pregunté: “¿Y qué hay que hacer con el saludo oficial heil Hitler (viva Hitler)? ¿Se hace levantando la mano derecha?” “En este país –respondió– sin ese saludo en las oficinas públicas, es imposible vivir, por consiguiente hay que hacerlo automáticamente, sin pensar”. Al despedirme, y salir a la calle, reflexioné. Todos los regímenes dictatoriales saben lo que les conviene: no meterse con los estudiantes. Esa charla me sirvió mucho porque, después de aquel momento, nunca más les tuve miedo a los nazis. Fue siempre un orgullo para mí decir que era estudiante búlgaro. Efectivamente, en tres años, en plena guerra en Alemania, nunca nadie me paró. En esos años estudiaban allí, en distintas disciplinas, más de diez mil estudiantes búlgaros, que procedían en su mayor parte de hogares humildes, como en mi caso. Los que pertenecían a familias pudientes, si no podían entrar en la Universidad de Sofía (porque existía numerus clausus, o sea cupo limitado), iban a estudiar en lugares más seguros, aunque fueran muy caros. Tanto en Italia como en Francia. En Alemania escaseaban muchos productos para los que tenían cierto vicio: un cigarrillo costaba cincuenta veces más que en mi tierra. Con uno o dos paquetes mensuales se pagaba una habitación. Ninguno de los estudiantes concurría a los bancos a cambiar sus monedas por marcos alemanes, a pesar de la obligación que existía, además del 30% de descuento que nos hacían. Sin duda los nazis lo sabían, pero lo toleraban. Las autoridades alemanas sabían de qué vivíamos y también que, gracias a los estudiantes extranjeros, especialmente búlgaros, yugoslavos e italianos, sus universidades funcionaban. Y gracias también a nuestros cotizados cigarrillos, los viejos alemanes se daban el gusto de fumar, a veces, un buen tabaco. De los italianos conseguían el café y de los yugoslavos el chocolate tan deseados. Por más que les costaba mucho porque son gente buena y melancólica. Prosiguiendo con Margot, como establecimos, nos encontramos en la puerta del cine. Parecía ansiosa. Pude observarla entonces con mayor detenimiento. Era delgada pero proporcionada y dueña de un rostro muy bonito. Al verme llegar se puso contenta. Besé su mano, con el obligado guten tag, según correspondía a un caballero de la época. Nos miramos emocionados sin pronunciar siquiera una frase. De pronto rompió el arrobo y sugirió: “¡Mi querido Vatiu, ahora, a estudiar alemán!”. De inmediato nos sentamos en un bar. En ese tiempo, principio de 1942, Braunschweig no era todavía bombardeado.

SOLO EN CLASE - UN BOCHORNO

62 A los quince días de practicar el idioma con mi encantadora amiga, decidí entrar a la Politécnica. De acuerdo a los horarios de las cátedras y por satisfacer mi curiosidad concurrí a una clase de hidráulica. Yo conocía sobre la puntualidad germana, de suerte que estuve a la hora exacta en aquella aula totalmente vacía. No entendía por qué no había asistido nadie, y antes de pensar qué hacer, por detrás entró el profesor y me sentí atrapado. Cumplió con el clásico saludo heil Hitler, al que respondí. Alistó sobre el pupitre sus apuntes y comenzó a desarrollar sobre el pizarrón fórmulas, esquemas y a hablar sin parar. Con un solo alumno, sin embargo el profesor cumplía con su deber. Para una exposición académica el alemán me resultaba todavía tan incomprensible como la lengua china. No podía hacerle un desplante al disertante, un excelente profesor, y aguardé que concluyera la clase. Pero ante mi sorpresa giró la cabeza y me interrogó. Repitió la pregunta. Le respondí con un alemán chapurreado: Ich, spreche nicht Deutsch, es decir: “No hablo alemán”. El pobre me miró desconcertado y sin más juntó sus papeles y se marchó no sin antes murmurar algo así como: “No concurre nadie a clase y para colmo el único que viene es sordo y mudo”. Pronto me di cuenta de que siendo Braunschweig una ciudad fácilmente al alcance de la aviación inglesa, muchos estudiantes se estaban yendo. Mi alemán progresaba. Con mi adorada Margot visité en diversas oportunidades la bella ciudad de Hannover, ubicada no lejos, al Oeste. Era el único lugar adonde podíamos amarnos con delirio; yo era su primer hombre. Le expliqué a Margot que el pueblo búlgaro merecía también no poca admiración por su historia y laboriosidad. Le manifesté que Hitler mismo en su famosa organización “Tod”, con la cual inundó de obras y caminos al país alemán, estaba inspirada en un modelo búlgaro. Tanto a Alemania como a nosotros, finalizada la Primera Guerra Mundial, se nos había prohibido mantener fuerzas armadas, salvo en una proporción muy reducida para la seguridad interna. Por esta razón en Bulgaria se formaron cuerpos tipo militar sin armas, para realizar diversas obras. Se capacitaba a los jóvenes en tareas y oficios útiles, a los analfabetos se les impartió instrucción y a los muchachos del campo a expresarse en forma clara y precisa. Muchos jóvenes salieron de allí capacitados en oficios como carpintería, herrería, electricidad, etcétera. Tanto la organización como el vestuario eran de estilo militar. Aquellos batallones de trabajo, no sólo levantaron nuestro país, sino el nivel del pueblo. Nuestra juventud llegó a ser una de las más capacitadas en esa región de Europa, a pesar de que Bulgaria fue la última nación que se liberó de la esclavitud otomana, en 1879. Pese a las compulsivas contribuciones de guerra, se pudieron construir obras públicas de magnitud que de otra manera no hubiera sido posible emprender. Por eso quizá la gente, al capacitarse desde joven, podía construir no sólo sus casas sino las escuelas e iglesias, porque se los había instruido. Con Margot aprendí a admirar a los alemanes por su tenacidad, capacidad y honestidad, e incluso la resignación para enfrentar la vida y la muerte. Quisiera aclarar que mi delicada novia trabajaba como telefonista en el correo central y por sus manos pasaban

63 órdenes militares. Sin embargo, nunca tuvo algún problema por la intimidad que mantenía con un extranjero. Más tarde, bajo los soviéticos, me di cuenta de que en un caso similar la hubieran expulsado y hasta enviado a un campo de concentración. El régimen nazi se hallaba tan ensoberbecido por los logros obtenidos en los años anteriores a la guerra y a principios de ella, que a modo de burla cruel afirmaban que, si los judíos eran los elegidos por Dios en el cielo, ellos lo serían en la tierra. Sin ninguna duda eran ateos, como los marxistas, y la primera vez que entré a una iglesia alemana recuerdo haber visto al ingresar un busto de Hitler.

LOS PRIMEROS BOMBARDEOS Braunschweig era un centro industrial de cierta relevancia, por lo que llegó a su turno. Una noche, las mortíferas cargas se precipitaron sobre una gran fábrica de aviones. Según los boletines aliados, había sido arrasada por las bombas. A los estudiantes extranjeros de la Politécnica nos invitaron a conocer las instalaciones de la fábrica, y poder así desmentir las noticias. Trabajaban en ella cinco mil operarios. A pesar de haber sufrido, en efecto, dos días atrás, el rigor del bombardeo, el complejo industrial funcionaba a pleno de acuerdo, claro está, con lo que se nos mostró. Almorzamos en el comedor obrero. Con la escasez de alimentos, no olvidaré jamás el menú: un exquisito y bien elaborado guisado de porotos y tocino. En la ciudad, como en toda Alemania, funcionaban pocos restaurantes y la comida que se servía era bastante mala. A los jefes que estaban en nuestra mesa, mientras comíamos, les gastamos una broma: “¡Ojalá pronto haya otro bombardeo! Así nos invitarán nuevamente a comer”. Los gremialistas nazis se vanagloriaban de que ese tipo de comida era la que normalmente comían los trabajadores en el nuevo orden nacionalsocialista. Ciertamente, antes de empezar la guerra contra Rusia los obreros del régimen nazi tenían un envidiable bienestar. A propósito, nos informaron además que el propietario de la fábrica había lucrado con los alimentos asignados a los comedores y como castigo, Hitler lo había enviado al frente de batalla. Era fácil entender que la gran mayoría de la población alemana no era nazi, pero no tenía otra alternativa que obedecer y maldecir en voz baja. Por otra parte, mucha gente que había admirado los logros de Hitler quedó espantada frente a la locura del dictador al declarar la guerra a media humanidad.

MIS ESTUDIOS EN MUNICH: LA CUNA DEL NAZISMO

64 Al recrudecer los bombardeos en el oeste de Alemania casi todos los estudiantes extranjeros abandonamos Braunschweig. Yo fui a abastecerme de algunos víveres no tan perecederos y de cigarrillos a Bulgaria y al volver me fui a München (Munich). Mi gran aspiración era estudiar ingeniería en esa renombrada universidad técnica, la más importante de Alemania y de toda Europa. Allí habían estudiado muchos búlgaros. En Munich conseguí alojamiento rápido, una habitación en el departamento de una señora de edad. Los primeros días quería conocer la ciudad y sus bellezas. El “Englische garten”, el famoso Deutsche Technische Museum, las pinacotecas y el palacio de Ninfenburg, etcétera. La ciudad todavía no había sido bombardeada y conservaba muchas bellezas. Al llevar a una joven a mi habitación, la vieja dama del alojamiento me avisó que “Damen besuch ist nicht erlanbt ” –“visita de mujeres no está permitido”–. Resolví buscar otro alojamiento, no era difícil todavía encontrar una pensión sobre Theresien Strasse, a dos cuadras de la Politécnica. Allí vivían varios estudiantes extranjeros. Los estudios en la Politécnica se desarrollaban con normalidad y mi entusiasmo era grande. Todos nosotros nos sentíamos más seguros, por cuanto Munich estaba bastante lejos de las incursiones aliadas. Pero eso no duró mucho. Como en Braunschweig no noté la presencia de nazis, esperaba que en Mu- nich, que era la cuna del movimiento Nazional Socialista del Partido Obrero Alemán, seguro iba a encontrarme con muchos seguidores de Hitler. Sin embargo me quedé sorprendido, porque prácticamente no vi ni sentí su presencia ni existencia, como sucedía en todo el resto de Alemania por donde viajé, mientras en Bulgaria, bajo el comunismo, no se podía salir de la casa sin que lo vigilaran y pidieran documentos. Por lo tanto, para ser honesto, debo manifestar que no era la mal llamada ALEMANIA NAZI, sino muy al contrario, el estimado lector debe saber que era ALEMANIA BAJO LOS NAZIS, pero que tampoco se los veía. Sin duda estaban super ocupados por el desastre que trajo la guerra.

EL PRIMER Y DESPIADADO BOMBARDEO SOBRE MUNICH A ustedes, madres y padres, que tienen seres muy queridos, les pido que trasaden sus mentes allí, tarde en la noche, y se imaginen el pánico, la desesperación y el terror de la gente al escuchar de repente, por primera vez, un prolongado y trágico aullido de mal augurio de las sirenas, el tronar de la artillería antiaérea, el ensordecedor trueno de los enormes aviones de cuatro motores de explosión y las tremendas explosiones de las bombas: ningún infierno podrá compararse con éste... La gente de nuestra pensión corría desesperada por la larga escalera desde el tercer piso para bajar al sótano, apuntalado con gruesos tirantes de pino apoyados en tablones contra el piso y el techo. Como sabrán, las casas, en casi toda Europa, tienen sótanos para distintos usos. Allí

65 podrían ver el infierno mismo desatado sobre Munich. La ciudad de las universidades, de los estudiantes, de las pinacotecas y del mayor museo tecnológico del mundo de entonces, el Deutsche Museum. Aterrorizados en el subsuelo del edificio de alojamiento nos esperaba quedar sepultados bajo los escombros y morir aplastados y asfixiados, quemados vivos por las llamas o volar en pedazos por los aires por un impacto directo al edificio. Además de las pesadas bombas de destrucción, los aliados arrojaban toneladas de bombas incendiarias de fósforo, que al estallar convertían todo en llamas. Re- cuerdo a dos soldados regulares, probablemente de vacaciones, murmurar: “Esto es mucho peor que el frente ruso”. Desesperados, mujeres, niños y ancianos, todos nosotros suplicábamos a Dios que salvara nuestras almas. El momento culminante del terror fue al escuchar una tremenda explosión cercana, cuya onda expansiva arrancó y tiró al suelo la pesada puerta del sótano, fuertemente apuntalada. Una furia de aire y polvo nos tiró a todos al suelo, iluminado por las lenguas de fuego que se desataban afuera. A algunos de los estudiantes que estábamos allí nos costó mucho poder levantar la puerta de nuevo. Al anunciar las sirenas que el enemigo se alejaba, pueden imaginarse la desesperación, los pisotones y golpes para salir del sótano antes de que las llamas que veíamos afuera nos abrasaran. No sabíamos si nuestro edificio no estaba también en llamas. Como en Alemania hay muchos bosques de pino los viejos edificios eran construidos el 90% con su madera, sostén de la estructura, pisos, cielos rasos, escaleras, techos, muebles, etcétera. Al salir a la calle con algunos colegas de la pensión, entre ellos un portugués, pude observar el espectáculo más fantástico de mi vida, de esplendor y de horror que nunca podré olvidar al ver miles de edificios, de tres y cuatro pisos, toda una ciudad de 800.000 habitantes convertida en un mar de llamas de veinte y treinta metros de altura. Trastornados por el terror y el espectáculo dantesco, decidimos recorrer el centro con sumo cuidado, porque de los edificios en llamas, al calentarse el aire adentro por el inmenso calor, se escuchaban violentas explosiones que propagaban el fuego a los edificios colindantes. En la cuadra siguiente observamos cómo una cuadrilla sacaba de debajo del fuego a una persona; en ese momento se escuchó una fuerte explosión dentro del edificio y vimos cómo una parte del mismo en llamas se les precipitó encima, cubriendo con fuego a los desafortunados socorristas. Yo me tapé los ojos para no ver algo tan horroroso. Frente al inmenso calor debimos retroceder y tomar otra calle apurando el paso frente a los altos edificios abrasados por el fuego. El espeluznante olor de cuerpos quemados se percibía por todas partes. Era un espantoso Holocaustos, en griego “todo quemado”. Amanecimos dando vueltas, esquivando las llamas por donde pudimos para llegar a la Politécnica. Estaba muy dañada. Frente a la plazoleta de ésta, dos mujeres ofrecían una taza de café (de cereales, por supuesto) al que se acercaba. Nunca alcanza mi admiración al valor, coraje y abnegación del pueblo alemán. Al volver a la pensión, que estaba parcialmente destruida, la conserje nos avisó que las dos hermanas dueñas de la

66 pensión se encontraban muy golpeadas por los pisotones y estaban internadas, por lo que iban a cerrar la pensión. Debíamos sacar nuestras pertenencias. Al día siguiente la radio BBC de Londres, propagó (en alemán) con orgullo: “Anoche la ciudad alemana de Munich fue arrasada por 1.200 superfortalezas, los daños son enormes”. Hay que tener en cuenta que los grandes aviones podían cargar veinte toneladas de bombas, o sea nada menos que unas 20.000 toneladas de explosivos, y al menos mil toneladas de bombas incendiarias. Claro, sembrando el terror, fuego, destrucción y muerte. Con ese impresionante poder destructivo, los aliados no fueron a destruir objetivos militares ni fábricas de armamentos, sino que fueron a arrasar a una ciudad de 800.000 habitantes y matar a la mayor cantidad de población que pudieran. Eso se repetía todas las noches en distintas ciudades. No había paz para nadie. Con toda seguridad los aliados (Francia ya no), ingleses y norteamericanos asesinaron a sangre fía no menos del 20% de la población de Alemania, o sea unos 15 millones de indfensos seres humanos. La búsqueda de otro alojamiento con mi compañero de habitación duró todo el día, hasta que al final, con gran suerte, cerca de la estación central encontramos una pequeña habitación para cada uno. Era un milagro. Se trataba de la memorable pensión “Central” sobre Prielmeyer Strasse Nº 5, que se había salvado intacta junto a algunos edificios colindantes. Me alojaron en el último piso, el 4º bajo el techo; ascensor no había. Tiempo antes me llamó la atención que frente de la pensión, cruzando la calle, en una plazoleta se estaba construyendo uno de los muy pocos bunker. Observé sus gruesos muros de hormigón que servían de apoyo de la enorme losa de más de un metro de espesor que se preparaba encima. No pensé que allí salvaría más de una vez mi desdichada vida. Antes de invadir Rusia, los alemanes disponían de mucha aviación. Incluso en la batalla aérea con Inglaterra destruyeron la ciudad de Coventry, con lo que se creó el verbo “coventriren”. Sin embargo, los ingleses no se quedaron atrás y en varias noches de duros ataques destruyeron por completo la importante ciudad portuaria de Hamburgo y crearon el verbo “hamburguiren”.

LA VIDA EN ALEMANIA DURANTE LA GUERRA Antes que nada quisiera aclarar que la entrada y salida de Alemania era totalmente libre solo con un sello de “entrar” ó “salir”. Con el único requisito de revisar las valijas rapidamente en el vagon, para evitar contrabando. Visas entonces no existía. La comida que podíamos encontrar en los ya precarios restaurantes era cada día más pobre. Todos los días, mañana y tarde, papa hervida con chucrut y un plato de sopa color negruzco, al parecer de harina tostada (la nombrada “ochs schwanzen supe”, supuestamente de cola de buey) pero que no tenía más que algunas gotas de grasa, no sé de qué. Ingiriendo ese supuesto almuerzo día tras día, meses tras meses uno quedaba con el estómago hecho pedazos.

67 Las raciones de alimento con cupones fueron mermando cada vez más. Antes de abandonar Alemania, siete meses antes de terminar la guerra, a los estudian- tes nos entregaban por mes 2 kg de pan, 200 gramos de carne, 50 gramos de manteca cuando había, y nada más. Con gran lamento a veces entregábamos en los ya miserables restaurantes 50 g de cupón de carne para recibir algo de comida más pasable. Solamente en el comedor universitario –aunque semi destruido– todavía una vez por mes nos servían un buen plato de pato con papas al horno que podíamos repetir con un recorte de cupón de 50 gramos de carne y a veces sin eso. Con la juventud y el hambre que teníamos, quizás después de tanta papa hervida con chucrut, que ya “nos salía por la nariz”, hasta el día de hoy me parece que nunca había comido cosa tan exquisita. Según el encargado y revisor del comedor, un inválido de la guerra, siempre nos recordaba que eso era un obsequio del Führer. Claro, los patos los traían de la laguna adonde iba el desagüe cloacal. Pero lamentablemente, un año y medio antes de terminar la guerra ni el precario comedor universitario existía más. Todo había volado por los aires. Lo que recuerdo de entonces con cariño es la popular canción Lili Marlen, que se la escuchó con mucha alegría en toda Europa, en todos los frentes de ambos bandos. Me puedo imaginar el hambre que habrían pasado en Alemania en los últimos meses de la infame guerra, cuando yo había vuelto a mi patria que cayó bajo el poder soviético: con la producción por el suelo y los transportes destruidos. Con toda seguridad los innumerables campos de concentración en Alemania, Austria, Chequia y Polonia, tanto de prisioneros de guerra como de los opositores al nazismo y de los judíos, habrán quedado totalmente desabastecidos, sucumbiendo de hambre y de enfermedades. Los gritos del enloquecido Führer de que debía atenderse a los prisioneros incluyendo a los judíos y aumentar la producción, ya no entraban en los oídos de nadie. Con la pequeña bolsa negra (que nadie nos prohibía), teníamos suficiente dinero para gastar, pero no había nada para comprar. En todo el tiempo de la guerra en Alemania los precios no sufrían ningún aumento. Mientras Alemania progresaba, la gente toleraba a Hitler, pero cuando los gobernantes nazis emprendieron la locura de la guerra, el pueblo alemán se retrajo y enmudeció. Trabajaban día y noche sin abrir la boca. Nunca escuché en Alemania a nadie que protestara, pero tampoco que justificara la guerra. Nunca escuché a ningún alemán expresarse a favor de Hitler ni contra los judíos, como sucedía y sucede en otras partes de Europa y del mundo . Porque los judíos se sentían muy integrados con los alemanes. Pero eso sí, todos, incluso los estudiantes extranjeros, en público o en las universidades, teníamos la obligación de hacer el saludo “heil Hitler” con la mano ligeramente levantada automáticamente, aunque lo hacíamos como de mala gana, pero debíamos cumplir con la orden. Me causa risa cuando me acuerdo cómo las mujeres que se juntaban en los escasos puestos de compra de víveres protestaban entre sí en voz tan baja que no se las podía escuchar a un metro de distancia. Las mujeres “schimfen” protestan, decía Frau Ketty, mi última y apre- ciada ama de casa. El pueblo alemán vivía sin esperanza,

68 estaban resignados a cualquier sacrificio y a cualquier muerte más dolorosa y espantosa. Sin embargo nunca escuché gritos o llantos como sucedería en un país latino.

LOS ESTUDIANTES EXTRANJEROS EN LA GUERRA Aunque desde siempre la técnica y la ciencia de Alemania atraían a muchos estudiantes extranjeros, al llegar al poder el nacionalsocialismo quiso atraer aún más con el objeto de mostrar al mundo su superioridad frente al avance del comunismo. Para eso se extendían becas a los estudiantes pobres y además, como ya mencioné, se nos otorgaba un 30% de rebaja en el cambio del marco alemán. Al comenzar la guerra, los miles de estudiantes extranjeros provenían de los países que no estaban en guerra con el régimen nazi ni que pudieran resultar peligrosos como guerrilleros. Por eso los estudiantes extranjeros, durante la guerra, gozaban de ciertos privilegios. La entrada y salida en las fronteras era totalmente libre, salvo en casos extremos, la circulación dentro del país era libre, sin habernos pedido alguna vez documentos de identificación. Para mí era como si la policía secreta, la Gestapo, nos individualizara de lejos y tuviera órdenes de no tener roces con nosotros. Teníamos en todo sentido muchos más derechos que la propia población alemana. Ellos tenían que trabajar, callarse y no pensar, al mejor estilo soviético. Mientras, nosotros podíamos escuchar las radios y las propagandas aliadas; teníamos toda la libertad en ese sentido. Lo único que no podíamos hacer era expresarnos públicamente contra el régimen. La martirizada población alemana nos acogía de muy buen ánimo. Nunca nadie de nosotros tuvo ni los más mínimos problemas. Está de más decir que las mujeres jóvenes y viudas recibían con sumo agrado nuestra compañía. Pero como la alimentación escaseaba al máximo, debido al exceso sexual muchos compañeros se enfermaron de tuberculosis. Incluso un amigo mío que se divertía mucho tocando el violín, tuvo que abandonar este mundo. Salvar la vida a toda costa era lo principal porque muchos desaparecieron sepultados vivos bajo los escombros, o con muertes más horrorosas, quemados vivos por las bombas incendiarias o despedazados por las explosiones de las enormes bombas. Eran momentos por demás desesperantes, de mucho sufrimiento. Escuché a mucha gente comentar que preferiría estar en un campo de concentración, donde seguro llegaba poco para comer, para no sucumbir de hambre, pero vivirían al menos sin el insoportable terror diario porque los campos de concentración no fueron bombardeados. Por eso allí se producía hasta que fueron prácticamente abandonados antes del final de la guerra. Ya que los pocos nazis que los gobernaban preferían ir a luchar contra los temibles soviéticos rusos que se acercaban. Sin duda preferían, de acuerdo a su arrogancia morir luchando y no esperar ser acorralados, azotados, violados y acribillados. Los estudiantes ya estaban obligados a vivir en los pueblos más

69 alejados, cerca de las montañas, o volver a sus patrias.

LA VIDA EN LA POLITÉCNICA La Politécnica de Munich fue una Universidad Técnica, se llamaba TechnischeHochschube. Tenía un rector y todas las facultades: de Ingeniería, Diplom Inge- nieur –como es mi título–, Arquitectura, Ingeniería Electrónica, Agrimensura, Ingeniería Industrial y otras. La gran mayoría de los estudiantes eran extranjeros y algunos alemanes inválidos. La casa central era una manzana dividida en dos por un pasaje. En los seis frentes contaba con edificios compuestos de sótano, planta baja y primer piso, además de algunas dependencias fuera de la ciudad. Los profesores eran gente sumamente amable, se dirigían hacia nosotros con “Herr Colege” (“Sr. Colega”). Todos ellos se mostraban apolíticos y de ningún modo partidarios de Hitler. Al saludarlos con el obligatorio “heil Hitler” nos contestaban de la misma forma en presencia de más personas. Pero si se encontraban solos, los saludábamos con “Gruss Got ” algo como “te saluda Dios” y ellos nos respondían de la misma manera. Me acuerdo de un solo asistente, Dr. Lange (asistente del profesor de Resistencias de los suelos). Era un Diplom. Ingenieur, doctor en Ingeniería Civil. Al saludarlo era el único que contestaba en voz alta “heil Hitler” y estiraba bien la mano, como un verdadero nazi. Era joven, como todos los “SS”. El Dr. Lange se mostraba muy estricto y puritano. Rechazaba con suma facilidad cualquier error de los trabajos prácticos. Era el terror de nuestra facultad, por lo que nadie se atrevía a pedirle un favor, y por eso tampoco nadie lo quería, ni los estudiantes extranjeros ni los alemanes. Fue gracias a la rigurosa disciplina que los egresados de las universidades alemanas alcanzamos un buen nivel profesional. Al visitar los sótanos que pertenecían a nuestra facultad quedé con la boca abierta. Allí se podían ver, en maquetas, obras civiles de gran envergadura, con todos los más mínimos detalles de construcción que las empresas adjudicatarias estaban obligadas a presentar, para poder hacer con eficiencia las inspecciones en su construcción. Había puentes de varios metros de largo en los que se podían ver hasta los últimos barrotes de hierro. Los túneles y diques que allí estaban me fascinaban. Me resultaba especialmente divertido cuando hacíamos trabajos prácticos con canales de agua que en cantidad hacíamos circular de un lugar para el otro. Eso me recordaba cuando de chico jugaba con el agua que corría del deshielo, en las primaveras. Hacía “diques” con tierra y ramitas y desviaba el agua en forma de canales. Era muy divertido.

¿CÓMO SE MANTENÍA EL ORDEN?

70 En Alemania en guerra, como ya mencioné, no se observaban policías en ninguna parte, debido a la idiosincrasia del pueblo alemán y a las estrictas órdenes impartidas. 1) Había muchos letreros que decían: “Reder roller für den Sieg” (“Las ruedas dan vuelta para la victoria”), que impulsaban el transporte, que tanto necesitaban, por lo que debían mantenerlos permanentemente en condiciones. 2) Letreros que mostraban a un operario que exclamaba maldiciendo: “Donner wether past nicht”, que trataba de acoplar dos mangueras frente a un incendio, pero las medidas no coincidían; por eso se impusieron las conocidas normas DIN ( Deutsche Industri Normen), que hasta hoy están en uso en muchos países del mundo. 3) Como los nazis tenían mucho miedo al sabotaje, alertaban a la población con letreros con una gran figura negra en posición sigilosa, con la inscripción: “el enemigo no duerme”. 4) Había muchos letreros que decían “Eintrit Verboten” (“Prohibido entrar”), y como los alemanes son muy disciplinados, nadie entraba para ver por qué. Y nosotros, a pesar de nuestra curiosidad, aprendimos rápido a imitarlos. 5) Los letreros más severos y contundentes en lugares visibles rezaban: “Ver plündert wird erschösen” (“El que roba será fusilado”) y nada más. Pero nunca escuché que eso hubiera sucedido, porque a ningún alemán se le ocurría robar y tampoco a ningún estudiante u obrero extranjero. 6) El que no trabajaba o no estudiaba no recibía cupones de alimento y tenía que dejar el país. Pero al empezar la guerra ni los alemanes ni los hebreos podían irse, y debían trabajar y aguantar la situación. Debían trabajar porque Hitler gritaba e insistía que necesitaba producción. Por eso, a pesar de infundadas y maliciosas versiones, no había en Alemania ni un solo gitano antes ni durante la guerra, pues no les gustaba trabajar.

LOS NAZIS “SS” UN REGIMEN AUTODESTRUCTIVO Los nazis, durante la guerra, casi no se veían y no se sentía su presencia en toda Alemania. Su origen empieza con los grupos que el nacional-socialismo formó para defender los meetings del Führer, como ya mencioné, que fueron constantemente atacados por los comunistas, o sea los famosos camisas pardas. Más tarde, a modo de la juventud comunista a la cual yo también pertenecía, “Comsomol”, Hitler instauró la renombrada “Hitler Jugend”, de los que se seleccionada a los jóvenes más aptos para la raza superior, principalmente los hijos de los

71 obreros más fieles al Partido Nazi. Esos cuadros formaron los soldados de elite llamados Sturm Soldat, soldado de choque, o sea los “SS”. Quisiera hacer una comparación aunque sideralmente opuesta; en China se venera a Confucio que decía “El que no vive para servir, no sirve para vivir”. Para los nazis, el que no vive para servir al Führer, es el que no sirve para vivir. Esa fuerza no tuvo más que 8 a 10% del ejército regular, el que debía luchar y morir en los frentes de batalla; mientras las tropas de elite “SS” con sus comandantes organizaban la producción, el transporte a los frente, organizaban los campos de concentración para los prisioneros y la lucha contra las guerrillas apoyadas por los judíos en muchos países de Europa, contra la resistencia francesa y luego la italiana, contra la gran resistencia del mariscal Tito, etc. Se consideraban los caballeros de la raza superior. Eran arrogantes, imperturbables, seguros de sí mismos. Aunque pretendían ser amables y correctos, se percibía su odiosa prepotencia. Por más que su Führer predicara en su máximo slogan “Mente sana en cuerpo sano”, sin embargo, por lo que pude comprobar personalmente, parecía que sus mentes estaba perturbadas por el exceso de fanatismo y soberbia. Se los veía pulcros, robustos, altos, rubios, de ojos celestes, tratando de mostrarse superiores, y no solo con los extranjeros sino con los mismos alemanes. Lo he observado mucho; eran tan distintos de los demás alemanes, como si se consideraran seres de otro planeta. Aunque no eran como los comunistas, que sospechaban y perseguían a toda persona que no compartía su ideología, los nazis eran antipáticos por el solo hecho de observarlos, o al menos, así me parecía a mi, por la adquirida fobia como ex marxista. Usaban uniformes especiales, con “SS” a cada lado del cuello de las chaquetas. Eran inconfundibles, se los distinguía de lejos por su porte y por los parches de cuero que llevaban en los codos y las rodillas; sin duda para poder arrastrarse por el suelo. La diametral diferencia con sus adversarios comunistas consistía en que mientras los “SS” caminaban como en exposición, sin fijarse en los demás, los comunistas se fijaban bien para ver quien “los miraba mal” para ponerlo en la lista negra o azotarlo sin piedad. Como eran una minoría bien seleccionada de unos 8-10% de la población, al parecer para ellos, el honor de ser “SS” estaba sobre todo. Tenían inculcado que en todo momento debían mostrarse más caballeros y superiores a los demás. Eran tan consentidos como si se consideraran seres de otro mundo. Me consta que la población alemana no los quería y los evitaban, y menos los toleraban los soldados y oficiales del ejército regular. El que haya leído el libro “Hora 25” recordará cómo el escritor describe al capitán nazi al ver ya el nefasto fin de la guerra que nunca esperó. Se refugia en una casa, se da un baño, se afeita, se viste y coloca todas las condecoraciones, se pone la gorra. Luego limpia, engrasa y carga su pistola. Al final se mira bien al espejo, levanta bien estirada la mano derecha y exclama “¡Heil Hitler!”, y luego apunta con la pistola a su sien, y dispara. Con toda seguridad los nazis (SS) que no habían caído en las batallas para defender a su Führer y su vida terminaron pegándose un tiro para no ver el desastre final, sabiendo además que nadie les daría refugio, ni los mismos

72 alemanes. Por eso, cuando escucho decir que la Argentina está llena de nazis, es demasiado exagerado. No fueron más que los pobres marinos del acorrrasado alemán Graf Spee hundido frente a Montevideo y uno que otros pocos verdaderos nazis iscuridos desde Italia después de la guerra. Para mayor definición del tipo nazi, citaré la opinión de un sobreviviente judío de los campos de concentración, el escritor Jack Fuhs, quien en su libro “Tiempo para Recordar”, dice: “Los nazis, simplificando, fueron individuos fríos e in capaces de amar. Y esa incompetencia hizo que se volcaran hacia la supremacía de los medios. Toda su libido se dirigió al orden, las máquinas, la puntualidad... Se ha hablado, casi hasta el cansancio, sobre sus habilidades organizativas. Esto produce la sensación de que esa estructura, más que las armas, fueron las que hicieron realidad una sociedad de dominación total. Pero la cultura humana separada de la dimensión moral, puede ser demoníaca”8. (1) Cuando después de la guerra conocimos las atrocidades y los abusos que cometían los soldados soviéticos y los aliados, recién nos dimos cuenta de que más allá de que los nazis fueran detestables, nunca escuché de las emisoras aliadas que se hubieran dedicado al robo y depredaciones, y menos la violación, sencillamente porque se consideraban superhombres. Mientras, claro está, que los soldados regulares alemanes eran un ejemplo de comportamiento, digno de su origen. Por eso me animo a decir que si Alemania ganaba la guerra, con Hitler ya muerto, el mundo de hoy sería muy distinto, mucho más justo y sin interminables guerras que inventan los yanquis y los armamentistas. 8 Fuchs, Jack, “Tiempo de Recordar”, Editorial Milá, 1995, pág. 6.

LOS ALEMANES, UN PUEBLO CON DESGRACIAS Para muchos, el pueblo alemán es poco conocido. Para otros, influidos por una constante, tendenciosa, distorsionada y demoledora propaganda aliada, mantenida durante decenios, es tildado como un pueblo belicoso e intolerante. Para otros, los alemanes son racistas, antisemitas y “nazis”. Los que han viajado a Alemania o Austria saben que los alemanes son el pueblo más amable del planeta. Y no exagero si digo que de cada tres frases una es “bitte schon” –“por favor”– o “Danke schon” –“gracias”–. Nunca durante mis cuatro años de estudio en Alemania – tanto en la guerra como después de ella– escuché un solo alemán que cantara su himno nacional. Salvo, claro está, por las radios durante el régimen nazi. Pero no puedo decir lo mismo de los franceses, con su “Vive la France”, que conocí bien durante mi corta estadía allí, así como también de los hermanos rusos, que son sumamente imperialistas y aunque parezcan sentimentales con el grito “Rusia”... son capaces de cometer

73 barbaridades con los demás pueblos, como el caso actual de Chechenia, un heroico pueblo milenario que sigue sub- yugado y pisoteado, sin esperanza y totalmente destruido. Yo conocí a los alemanes en el peor momento de su historia. Un régimen totalitario de la clase obrera había tomado el poder y al levantar el nivel de vida, se vanaglorió y los llevó a una guerra total para recuperar lo perdido en la Iº Gran Guerra, supuestamente para salvar a Europa de la amenaza comunista. La guerra se extendió por los cuatro puntos cardinales de Europa, algo que las grandes masas populares no deseaban. Pero era imposible oponerse a ese régimen tan rígido. Sólo eran posibles varios atentados contra Hitler de los que estaban cerca de él, pero los cómplices fueron fusilados sin piedad. Al conocer bien a los ale- manes me di cabal cuenta de que ha sido y es un pueblo nacido y que vive para trabajar como símbolo de una cultura, mientras conocí a muchos otros pueblos que trabajan porque tienen que vivir, y si pudieran vivir de las dádivas y sin tra- bajar nada, sería mejor aún. Los alemanes tienen un gran sentido del deber, son honestos, ingenuos, pacíficos y carecen de viveza. Les gusta decir: “Leben und lebenlasen” “Vivir y dejar vivir”, cosa que a los países coloniales no les entraba en la cabeza. Además, en varios años de suma necesidad nunca escuché que algún alemán hubiera robado algo ajeno. La fama de que constituyen un pueblo autoritario y agresivo no tiene fundamento histórico, por lo que citaré las opiniones de algunos estudiosos. El historiador inglés Frederick William Meitland opina que “los alemanes son seres senti- mentales, que se deleitan con la música, el cigarillo y el café”. También la escritora francesa Madame de Staël tenía una buena opinión de los alemanes, muy distinta de la que tenían los aliados de las dos guerras mundiales. Según ella “los alemanes son un pueblo de escritores, poetas, músicos, estudiosos e investigadores. Son una raza no muy práctica y tampoco chauvinista. Ellos no poseen ningún tipo de deseo de guerra, como otros pueblos”. Es bien sabido que el alemán es totalmente con- trario a tomar lo ajeno, lo considera un robo propio de los bárbaros, de gente de baja cultura. Por eso en plena guerra, y aun con grandes necesidades, me consta que nadie tomaba algo ajeno por más que estaba a la intemperie. En cuanto a las guerras, Madame de Staël se pregunta si acaso no es Francia la culpable del desastre europeo del siglo XIX. Según el historiador británico Russell Grinfeld, en el período desde Waterloo hasta Sarajevo Inglaterra ha iniciado 10 guerras, Rusia 1, Alemania 3 (pero era Prusia y no Alemania, ya unificada), Austro-Hungría 3 y Francia 5. Todos culpan a Alemania por la Segunda Guerra Mundial, pero pocos reco nocen que fue una trágica e inevitable consecuencia de la Primera Gran Guerra. Todos decían que sólo Alemania se preparaba para la guerra, mientras Inglaterra y Francia dormían. Eso no es verdad. Porque dos años antes de la guerra, Chur chill declaró que dinero para la defensa de Gran Bretaña se juntaba por todas partes. En 1939, Alemania no estaba preparada para una guerra tan prolongada. Los acontecimientos muestran que los nazis se preparaban para una inevitable guerra

74 recién en el año 1944, pero el fatalismo y el lunático Fhürer la adelantó. Los fran ceses estaban mucho mejor preparados para una guerra, hasta habían construido la formidable línea Maginot; pero no tuvieron buenos comandantes ni estrategas Los alemanes sólo estaban preparados para un Blitz Krieg de dos meses.

LAS CRUELES TÁCTICAS DE LOS BOMBARDEOS Con la invasión a Rusia y en los primeros meses de batalla, los nazis, al verse en grandes dificultades, necesitaban de toda su aviación y poder militar. Con eso los aliados se adueñaron de los cielos y podían enviar miles de bombarderos “superfortalezas” con decenas de miles de toneladas de bombas destructivas e incendiarias. Al faltarle aviación, los científicos alemanes inventaron los cohe- tes. El primer cohete era el V1, pero era más chico y de poco alcance y después inventaron el V2 (ese signo proviene de la palabra alemana “Vergeltung”, o sea “arma de venganza” ), que era en realidad para entonces de poca envergadura y precisión. Conociendo en “carne propia” lo que significaba un bombardeo aliado, que hacía temblar la tierra y sembraba el terror, la destrucción y las muertes, puedo imaginar el terror y la destrucción que provocan hoy el super sofisticado y pode- roso armamento aliado en las naciones que hoy están atacando con el pretexto del terrorismo, pero para destruirlos y apoderarse de sus riquezas. Los bombardeos continuaban día y noche sobre toda Alemania como un “safari”, con tanta saña para sembrar el pánico, la desesperación y la destrucción, martirizar y aniquilar a la indefensa población alemana, y por qué no decir también a los estudiantes extranjeros. Lo más atroz era cuando a media noche los bombarderos se dirigían a una ciudad; las sirenas sonaban trágicamente y la gente se levantaba corriendo desesperada para buscar un refugio, el más ele- mental que fuera, y de repente giraban y atacaban otra desprevenida ciudad sin darle tiempo para accionar las sirenas siquiera. Siempre me llamó la atención que los sobrevivientes de los campos de concentración no mencionaran el terror de los implacables bombardeos. Al parecer los aliados estaban bien informados y tenían en cuenta adónde había campos de concentración para los prisioneros de guerra y los judíos. Siempre tuve la sensación de que a Hitler se le ocultaba muy celosamente las derrotas, porque era evidente que la información le llegaba muy atrasada. Los máximos jerarcas nazis manejaban la situación a la deriva prolongando su propio poder y su vida a expensas de la destrucción de su propia patria. Hitler estaba ya desbordado y limitaba con la demencia. Seguramente pocos saben que las grandes industrias de armamento fueron sólo dañadas, pero no destruidas, como lo fuera el resto del país. Porque a los influyentes magnates armamentistas anglonorteamericanos muchos de ellos de orígen hebreo, por interés y otro tanto de odio, no les convenía que los nazis se quedaran sin armas y la

75 guerra, ese magnífico negocio, pronto terminara. Querían tener tiempo para arrasar con todo, destruir por completo a toda Alemania y diezmar y matar a toda la población que pudieran. Querían pulverizar los monumentos de un gran pueblo, sus museos, sus universidades, sus grandes edificios públicos, y borrar todos sus tesoros nacionales, con una increíble sangre fría. Era admirable ver que la gente grande, hombres y mujeres, día y noche trataban de reconstruir algo para poder sobrevivir. Parece mentira, pero las cervecerías de Munich, propiedad vaya a saber de quién, fue- ron sólo parcialmente destruidas. Me acuerdo que en Gräfelting, donde vivía, pasaban día por medio carros tirados por gordos caballos de patas anchas, haciendo tal trac-trac que se les escuchaba de lejos; proveían de cerveza (de papa) sin problemas, tanto en la guerra como inmediatamente después de ella. Por eso yo nunca tomé agua en Alemania. Además era muy barata.

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UN AMOR A PRIMERA VISTA: MI BELLA URSULA Al llegar a Munich empecé la búsqueda de otra amiga alemana para proseguir el aprendizaje del idioma y poner fin a la soledad. Mientras mis colegas se alababan de tener las novias que quisieran, sin embargo mi timidez me impedía concretar mi deseo. La señora del director de mi escuela de Cherkovo suponía que en Alemania era factible conseguir medias finas sin costuras, según le habían comentado. La disuadí asegurándole que allí no se conseguía en absoluto nada de nada, ni siquiera medias con costura. Pero ella insistió en que le comprara a cualquier precio. Pregunté al respecto a la conserje de la pensión, Frau Guerber, porque yo no estaba vinculado aún con los estudiantes italianos, que solían con- seguir lo que uno les solicitaba. Un día, la conserje me llamó al hall de la recepción y me presentó a una mu- chacha muy bonita de ojos azules. Al contemplar a la rubia germanita supuse que era algo así como recibir imprevistamente un regalo del cielo. Por mirarla tanto no retuve su nombre. Las medias sin costuras que buscaba, de pronto se esfuma- ron de mi mente. “Soy Ursula Bergmann”, repitió ella, que en alemán significaba Osa. Me pareció muy inadecuado el nombre para una tan bella joven. Como yo estaba asombrado y con mi penetrante mirada no terminaba de observarla y salir de la sorpresa, me preguntó: “¿Usted busca medias sin costuras, verdad?” Sí, sí –le repliqué– Así es. “Aquí tiene un par.” Antes de examinarlas me interesé acerca del precio. “Un paquete de cigarrillos búlgaros.” “Muy bien”, contesté yo sin pensar, y de inmediato corrí a mi habitación para traérselo. Simpatizamos mucho, nos estábamos mirando uno a otro sin pronunciar palabra hasta que me salió del corazón: “¡Qué bella que sos!”; parecía como si ambos hubiéramos estado esperando una maravillosa oportunidad como aquélla por lo que no la desaprovechamos. Sin ninguna “mala intención”, la invité a mi habitación para conocernos mejor. Al conversar de los feroces bombardeos, llegamos a la conclusión de que no debíamos perder la oportunidad, ya que al día siguiente podíamos no existir más. El amigo lector se puede imaginar como terminó este tan feliz encuentro. Ella ocupaba una habitación en el primer piso, puesto que no siempre podía regresar de noche a su casa fuera de Munich. Ella tenía 20 años y yo 25, nos enamoramos perdidamente. Para mí la vida cambió por completo. Aprendí de Ursula a resignarme, ya que la muerte podía arrancar mi vida en cualquier momento. Aprendí que para el hombre enamora- do la muerte no existe. Ursula, días después, me sugirió que los libros y la ropa que no utilizaba todos los días la llevara a Tützing, un poblado sitiado frente a Starnbergersee, a unos 40 km de Munich, donde vivía con su madre viuda y una tía, alquilando una casa de un pudiente campesino. Un día sábado fuimos a lle- var mi valija, pero las damas no estaban, de modo que decidimos quedarnos allí gozando de la tranquilidad, la intimidad y de una noche inolvidable de amor..

77 Al día siguiente, me llevó al gran depósito de forrajes. “Vos sos de confianza, por lo que te voy a mostrar algo”, me dijo mientras empezaba a sacar las pajas, y de pronto apareció un auto completamente nuevo. Lo habían escondido para que los nazis no lo requisaran para uso militar. “En lindo lío se metieron”, le dije, “si los nazis se enteraran”. Seguro que su madre no se salvaría de ir a parar a los campos de trabajos forzados. Las hermanas tenían una gran tienda en la ciudad de Dusseldorf, pero en los primeros, todavía esporádicos bombardeos ingleses, había sido destruida. Para entonces Hitler todavía indemnizaba a los damnificados. Sin embargo esa ayuda desaparecería rápidamente. En Feldafing, una estación anterior, cerca del mismo lago, vivía su otra tía, Fraulein Elwine, una dama ya madura e inválida de una pierna. Úrsula y yo esperábamos con ansia los fines de semana para estar juntos en su casa. Porque al ser única hija, su madre trataba de alejarla de mi por miedo a que algún día la lleve a Bulgaria. Cada vez que llegábamos, la tía Elwine nos esperaba impaciente en la puerta de su pequeña pero acogedora “villa”. Y siempre tenía preparada una cómoda cama para los dos. Cada fin de semana yo dejaba todo para viajar a Feldafing, lejos del terror que cada tanto se desataba sobre Munich. Ursula, bien vestida y muy coqueta, me esperaba en la estación ferroviaria. Abrazados y llenos de felicidad caminábamos las tres cuadras bastante empinadas, sin darnos cuen- ta. Al escuchar nuestros pasos, la tía Elwine salía rápido, aunque rengueando, a abrirnos la puerta. Estaba tan feliz con nosotros como si fuéramos los hijos que no tenía. Cuando ya teníamos mucha confianza, su tía contaba un chiste o un cuento de los nazis. De Goering decía que era morfinómano, que aceptaba sobornos por otorgar favores políticos o a algún judío rico para sacar su riqueza, aún empezada la guerra. Decía que Hitler predicaba una cosa, pero hacía otra; quería que los hombres y mujeres se casaran y tuvieran muchos hijos y sin embargo él mismo no se casó, ni tuvo hijos. A veces repetía una rima más o menos como la siguiente: “Gobierna a la manera rusa Se peina a la francesa Se corta el bigote a la inglesa No nació en Alemania Enseña el saludo romano Quiere que tengamos muchos hijos pero él no es capaz de tener unos. Ese es el dueño de Alemania”. Mientras las mujeres preparaban la comida con algún ingrediente que la muchacha podía conseguir entre los campesinos, yo trabajaba con gusto como jardinero en la pequeña huerta que había atrás de la casa, cosa que conocía muy bien. Ursula vivía

78 tanto en Tützing con su madre, como en Feldafing con su tía. Cada vez que las iba a visitar era un huésped muy querido. Después del almuerzo y la cena le regalaba un cigarrillo a la tía Elwine. Ella prendía el viejo gramófono, colocaba un disco con una canción melancólica, se sentaba cómodamente en un sofá, y encendía el cigarrillo al mejor estilo alemán. Mientras escuchaba la música y saboreaba el cigarrillo inspiraba profundamente y exclamaba “O Got, o Got, wie gross ist mein glüch” (“Qué grande es mi felicidad”). Eso era una clara demostración de que los alemanes son sentimentales y melancólicos. A pesar de mi desagrado, los lunes temprano por la mañana debíamos tomar el tren para Munich y bajar hasta donde podíamos llegar. Ursula trabajaba como dibujante en la Municipalidad de Munich y no quería faltar, salvo que las vías férreas estuvieran bombardeadas y totalmente interrumpidas. En esos casos, se nos complicaba la vida.

LA ESCANDALOSA FIESTA PATRIA EN MUNICH Se acercaba el 3 de marzo de 1943, aniversario de la liberación búlgara del yugo turco. La fecha nacional más significativa y, desde luego, para mí con mayor razón, porque es el día de mi cumpleaños. Los compatriotas deseábamos celebrarla con entusiasmo. Solicitamos un salón en la única chopería que aún subsistía, aunque medio destruida. El gerente, Herr Franz, nos manifestó que en tiempos de guerra las reuniones estaban prohibidas. Insistimos. Nos indicó que pidiéramos la autorización ante la Gestapo. Respondimos que si la gestionábamos, era seguro que nos la negarían. Le manifestamos que la fiesta no sería bulliciosa y no daríamos lugar a ninguna queja. En Munich había unos 1.200 estudiantes búlgaros, y tanto su conducta como sus comportamientos habían sido siempre inobjetables. Sin embargo, la contestación era negativa. Por mi iniciativa juntamos varios paquetes de cigarrillos y regresamos al día siguiente. Herr Franz no quiso recibirnos, pero le manifestamos que teníamos en mente otra idea para proponerle. Al sentarnos le pusimos, frente a él, 6 paquetes de 20 cigarrillos cada uno: “Sr. Gerente, dada su gentileza resolvimos hacerle este obsequio, si nos facilita la chopería”. El hombre abrió los ojos con sorpresa. No podía creer lo que veía: tanta cantidad de cigarrillos inesperadamente de su propiedad. Para un alemán en aquellos tiempos era un sueño. Era sin duda una viveza, casi un soborno encubierto. Aproveché entonces su desconcierto, y con tono de inocencia añadí: “¿No nos va a decir que no, verdad? Por otra parte, somos estudiantes de un país neutral y amigo”; le aseguramos que todo saldría bien, que “no haremos bulla y seremos prudentes”. Cuando concluí, Herr Franz no sabía qué decir ni qué hacer. Miraba los paquetes de cigarrillos, luego a nosotros hasta que se decidió: “Gut, abgemacht ” (bien, trato hecho). El grupo encargado de la fiesta concurríamos a diario para organizarla.

79 Comprometimos un conjunto musical de veteranos y finiquitamos todos los detalles, adónde correríamos a dispersarnos en caso de un ataque aéreo, rogando a Dios que para ese día el cielo estuviera muy nublado y nos protegiera. Conforme con la puntualidad alemana, a las veinte la sala estaba llena. Milagrosamente los aviones aliados aquella noche llevaron el terror a otras ciudades y las sirenas estuvieron silenciosas. De no haber sido así habría sido un desastre, pero ya estábamos resignados. Esa noche se vaciaron muchísimos barriles de cerveza, que en Alemania nunca faltó, y bebidas de todo tipo que los comensales llevaron consigo. Había entre nuestros invitados compañeros, amigos alemanes y profesores. Llevé lógicamente conmigo a mi adorada Ursula, quien estuvo aquella tarde frente al espejo, cambiándose peinados y vestidos que todavía poseía de las grandes tiendas de su madre, por lo que llegamos un poco más tarde. Mi acompañante despertó un visible interés, se daban vuelta los asistentes y compañeros a contemplarla, no sólo por su belleza, sino porque estaba elegantemente vestida. Aquello era un bochinche. Los búlgaros suelen ser bulliciosos. Se fumó como en los mejores tiempos, se tomó y cantó en exceso a pesar de la prohibición de hacerlo. Celebramos mi cumpleaños entre los que me acompañaban en la mesa que, como todas, estaba adornada con tempranas flores. Ursula no ocultaba su alegría, luego de aquellos tiempos grises, penosos y de angustia. Al concluir la fiesta y ya en plena calle, prosiguió el alboroto y los cantos en búlgaro, cada cual como mejor podía. Nos habíamos olvidado que nos hallábamos en un país en guerra, y que las fiestas, los bailes y los escándalos estaban estrictamente prohibidos, que la gente trabajaba y temprano estaba de pie. Considero que los estudiantes son iguales y poco responsables en todas partes del mundo. Afortunadamente nada ocurrió; tampoco hubo quejas de ninguna índole. Salvo el diario local Völkischer Beobachter que publicó un comentario sobre el “festejo ruidoso” en el día patrio de los estudiantes búlgaros. Supongo que lo hizo para mostrar que ninguna noticia le era ajena y otro tanto, para poner de relieve que el gobierno “Nazional Socialista” era tolerante con los estudiantes universitarios. De regreso a la pensión nos dirigimos a la pieza de Ursula. Allí encontramos a su madre, a quien ya conocía, ella había arreglado bien la pieza. Luego de enterarse de los pormenores de la fiesta y al vernos tan contentos, se despidió con un beso y se fue a dormir a otra habitación, no sin antes darse vuelta, mover un dedo y con una pícara sonrisa advertirnos: “Kinder machen sie keine dummheit ” (Chicos, no hagan tonterías).

LA CARTA DE DOÑA SARA En las vacaciones de verano del norte de 1943 encontré en Karnobat al Sr. Isaac, comerciante en granos, de quien me había hecho muy amigo y le vendía mi pequeña

80 cosecha cuando trabajaba en agricultura. Me pidió que llevara una carta a una familiar anciana que residía en Munich, lo que acepté sin problemas. En realidad no me interesó mucho quién fuera el destinatario. Estaba preocupado con los tortuosos trámites cada vez que salía de Bulgaria, en razón de que no había cumplido con el servicio militar por ser estudiante. A mi llegada a Munich tomé mi bicicleta y corrí para entregar la carta de Doña Sara. Era una zona alejada del centro. Me recibió una mujer de edad y repitió varias veces su agradecimiento. Por mi parte, no le hice ninguna pregunta y me fui contento. Hecho eso me despedí y me sentí muy satisfecho de haber cumplido con la palabra empeñada a don Isaac. Había hecho además una obra humanitaria. Al llegar a la Politécnica relaté a mis compañeros las novedades con los ins pectores austríacos de la frontera, que nos dejarían entrar con cuarenta paquetes de cigarrillos sin problema, si dejábamos el 20% para los soldados en los campos de batalla, pero sin recibo, lo cual fue recibido con alegría. Claro está que con ese arreglo no éramos revisados y podíamos esconder todo lo que queríamos. Sin embargo, cuando comenté que había traído una carta a una señora judía, me hicieron severos cargos a causa de la imprudencia cometida. Una cosa era el sentido humanitario y otra distinta correr riesgos de esa índole. Según ellos nadie estaba en condiciones de saber si dentro de ese sobre se escondía un mensaje en clave con fines desconocidos. El temor provenía del hecho de que si entrábamos en sospecha de la Gestapo comprometía no sólo a mí sino a toda la colonia estudiantil y, a partir de allí, seguramente habría una más estricta fiscalización en la frontera. El temor nazi al sabotaje o espionaje era enorme ya que el sionismo le había declarado la guerra sin fronteras, por lo que en todas partes se leían leyendas de prevención: “Cuidado, el enemigo no duerme”. La maquinaria de propaganda hitleriana estaba provista de slogans. Por eso también al empezar la guerra trataban de llevar a los campos de concentración a todos los judíos a su alcance, y de esa manera, evitar los sabotajes además de tener mano de obra calificada y gratis. Debo reconocer que pasé días de angustia. Por mucho tiempo las pesadillas de que la Gestapo me perseguía no me abandonaban, me reflotó el viejo miedo que le tenía. Pero con el tiempo, la preocupación fue perdiéndose.

MI PAPELÓN CON UN CAPITÁN NAZI Mi amiga Margot de Braunschweig no se resignaba a que nuestros caminos se hubiesen distanciado. Incluso antes de partir de allí ella estaba bastante alegre y me dijo “Ich bin mal gespant”, algo así como “estoy segura que vos vas a volver”, y teniendo un teléfono a mano, me hablaba muy seguido.

81 En el otoño de 1943, alegando que me extrañaba, decidió viajar a Munich para verme y de paso conocer Baviera. “No estás en tu juicio” –contesté–. “Con tantos bombardeos y aviones aliados en los cielos arrasando todo lo que encuentran y complaciéndose en bombardear las estaciones y ametrallando los trenes de pasajeros no puedes arriesgarte.” Te van a matar, le repetía. Traté inútilmente de convencerla, al final le confesé que tenía otra amiga para que no cometiera tonterías. Ni siquiera me escuchó: “Una sola vez en la vida se muere y además ya adquirí el boleto, viajo el próximo sábado, pero ignoro cuándo llegaré, de cualquier manera te buscaré en la pensión”, fue la respuesta, y el teléfono se cortó. “Otra mujer sin miedo de morir”, reflexioné. Consiguientemente no quedaba otra salida que desaparecer por una semana de los ojos de Ursula. En efecto, el lunes siguiente, al entrar en la pensión, sorprendí a Margot sentada en el hall. La recibí con el afecto que merecía. A pesar de sus escasos veinte años su rostro de muñeca parecía desmejorado, con signos de cansancio. Enumeró los peligros y contratiempos a los cuales se había expuesto para llegar a Munich. Frau Guerber me reprochó porque la muchacha había aguardado varias horas. La llevé a mi habitación. Mientras Margot se quedó a cambiar y descansar, aproveché para salir en mi vieja bicicleta a buscar un restaurante de los pocos que quedaban en pie. Recordé uno en el paseo de Munich, frente a la Rathaus, la Alcaldía de la ciudad, de los pocos en pie, reacomodado. Era una chopería donde a veces se conseguía, con un precio mayor, comer algo sin la entrega de cupones de racionamiento. Tuve suerte. Corrí a la pensión con el propósito de regresar antes de las 20 horas. Después de ese horario no se encontraba nada. Tomamos el tranvía y pronto llegamos a Marien Platz. Antes de entrar, contemplamos la majestuosa Rathaus, y aunque había sido víctima de bombardeos y mostraba un ala destrozada, aún presumía su colosal estructura. Poseía un reloj corso con “bing beng” que resonaba cada quince minutos, cada treinta asomaban algunas figuras danzantes y cada sesenta un desfile de damas y cortesanos danzaban al compás de la ronda. Margot no pudo dejar de expresar su admiración ante ese notable atractivo visual; nos demoramos en entrar al restaurante, y el bar estaba colmado. Es costumbre en Alemania, aún lo es, ubicarse en cualquier lugar con asientos disponibles, compartiendo la mesa con desconocidos. Tomé la mano de Margot y nos dirigimos a una mesa que parecía vacía. Una columna impedía ver quién es- taba del lado izquierdo. Antes de llegar, Margot, que se encontraba a mi derecha, apretaba inquieta mi mano, pero yo no presté atención; en un primer momento, por la poca luz, no pude advertir quién estaba allí. Supuse que era un oficial del ejército regular. Después de saludar y acomodar a mi dama, al levantar la vista, con gran sorpresa vi que al frente teníamos nada menos que a un capitán de la SS. Además de lo inconfundible de su porte y mirada, eran visibles las dos SS en cada lado del cuello de su chaqueta y las condecoraciones que lucía. Muchas veces me he sentado a pensar; más allá de que uno ha odiado a los nazis, debo reconocer que –me guste o no–, los de mayor jerarquía tenían metido en la ca- beza que debían mostrarse como caballeros.

82 Margot me miraba con ojos de súplica, como implorándome que nos fuéramos. Yo, en cambio, no estaba dispuesto a admitir signos de temor. Pero al observar al nazi erguido como una estatua de bronce e ínfulas de superhombre, con su pecho adornado de condecoraciones y una cruz colgada de su cuello, no sé de qué maldita orden, como en las calles se los veía muy rara vez y los observaba con curiosidad ahora me invadieron los nervios. Si bien jamás había tenido problemas con los intocables y temibles SS, les profesaba un marcado recelo. Me indignaba su insolencia, pues no había quitado la mirada de Margot desde que nos sentamos. Habría deducido, sin mayores esfuerzos, que se trataba de una joven alemana en compañía de un extranjero. Además, al verse solo, frente a un extranjero tan bien acompañado, seguro que los celos lo invadieron. La sensación de inseguridad que invade a un individuo sentado sobre una canasta de huevos, en esos momentos yo la experimentaba. Me hallaba confuso. Supuse, no sé por qué, que el imponente varón estaba por marcharse. Al parecer la columna impidió a la servidora colocar el chop frente al orangután con charretera, por lo que lo colocó frente a mí. Mis nervios me hicieron cometer una torpeza infantil e imperdonable. Para recuperar el ánimo, de inmediato levanté la jarra e hice un trago sin aguardar ni siquiera que le sirvieran la limonada a mi compañera. “La cerveza no era para ti”, me reprochó Margot en voz baja, invadida de un gran nerviosismo. Recién me di cuenta de que el individuo no se retiraba, sino que había llegado poco antes que nosotros. Caí en la cuenta de que me había portado como un mal educado, yo que tanto me esmeraba en ser un caballero. “Perdón señor”, le dije. Me con- templó con una soberbia no exenta de una ráfaga de odio. “¿Usted es extranjero?”, preguntó con un gesto altanero. Repliqué con orgullo: “Soy estudiante búlgaro”. “¿Y de este modo se comportan los soldados alemanes con las muchachas búlgaras?” agregó. Con toda seguridad lo embargaron los celos, ya que un insignificante extranjero estaba acompañado por una bella mujer mientras él, con semjante jerarquía, contaba solo con el acompañamiento de su soledad. Era igual a que me introdujeran una espina en alguna herida. A mi lado, Margot, que adivinaba el desenlace, lagrimeaba. Acaso pensé: ¿este tipo tiene el derecho de hacerme esta clase de pregunta? Lleno de odio y sin justificación contesté una barbaridad: noch wie (más que esto), y lo peor del caso fue que al gesticular yo con las manos, rocé la alta jarra con cerveza que se volcó contra el orgulloso nazi y lo bañó íntegro. Cobré entonces conciencia de que estaba haciendo un tremendo papelón. El capitán no pronunció palabra alguna, se irguió como un autómata. Sacudió tranquilamente su uniforme empapado, en momentos en que la moza servía la jarra destinada a mí dándose de plano con el incidente. El energúmeno entonces sacó una moneda de dos marcos, que excedía el cuádruple del valor del chop, la depositó sobre la mesa, levantó su gorra y el sable que tenía puesto sobre una silla a su lado, se inclinó levemente ante Margot y se marchó con militar desplante. Mientras, mucha gente miraba sin entender lo que pasaba. El maldito nazi se dio el gusto de mostrarse como un caballero, como siempre pretendían. Me sentí violento e incómodo por haber protagonizado aquel

83 accidente tan bochornoso ante un esbirro hitlerista. Nunca antes me había sentido tan mal desde mi llegada a ese país. Mi vergüenza no tenía límites. No me animaba a mirar a Margot, pero percibía sus sollozos. Debo reconocer que había exagerado en cuanto al comportamiento de los alemanes con las chicas búlgaras. Las tropas regulares germanas, a su paso por nuestro país para llegar a Grecia y de allí al Mediterráneo para ayudar a sus compatriotas que luchaban en el Norte de Africa prácticamente abandonados por sus propios aliados italianos, levantaban suspiros entre las muchachas. Soñaban con estos soldados apuestos y gustaban exhibirse con ellos en los bares y en las calles. Los jóvenes sentíamos la impotencia y el fastidio de los celos. Lo cierto es que no se veía allá a estos SS, quizás porque éramos un país neutral y para no causar rechazo. Se sabía además que las tropas alemanas entraban en los países dominados con desfiles militares y con orden y respeto hacia la población, como era la vieja costumbre del ejército germano. “Vamos –le dije a Margot–, porque ahora lo único que falta es que esos pájaros de mal agüero nos despedacen.” Pasamos por la cercanía de la basílica Frauen Kirchen, que exhibía sus dos altas cúpulas pero sin poder disimular por dentro las huellas del feroz incendio que la había calcinado. Era lo que quedaba de la iglesia erigida en homenaje a la mujer y símbolo de München. En silencio retornamos a la pensión. Esa noche no pude conciliar el sueño. Estaba abatido por no haber podido controlar mis nervios y demostrar al nazi mi habitual caballerosidad, digna de un estudiante universitario de aquellos tiempos. No podía olvidarme de otro capitán que conocí en un viaje a Bulgaria. Al pasar el tren por Budapest, un capitán del ejército regular alemán se sentó a mi lado. Conversamos muy amablemente, como corresponde a dos personas civilizadas. En todo el trayecto hasta Belgrado, adonde bajó, conversamos sobre el desastre de la guerra en la que Hitler había metido y sacrificado al pueblo alemán. Le pregunté si estaba de acuerdo conmigo en que Alemania no podía ganar nunca esa guerra frente a tantos ejércitos enemigos, por más que tuviera razón de liberar sus territorios mutilados en la Primera Guerra. Que al invadir Rusia, Hitler cometió un error imperdonable, por apurarse sin estar bien preparado, y porque Stalin y el comunismo eran invencibles. El pobre capitán me escuchó atentamente, diciendo: “Todos los alemanes, incluso los mismos nazis, somos conscientes y resignados de que perderemos la guerra, pero no tenemos otra salida que sufrir y morir atrapadas por las órdenes del Führer y del alto mando nazi”. Considero que el mundo nunca entenderá en toda su dimensión los sufrimientos del pueblo alemán en las dos guerras mundiales y sus trágicas consecuencias. Lamentablemente muchos me consideran como un judío renegado diciéndome: “Los aliados cosecharon grandes ventajas en la Iº Guerra Mundial, pero a los judaísmo de la 2ª le serviría por siglos, repitiendo el pretexto del Holocausto ” Porque el antisemitismo es muy grande en la Argentina, a veces me da ganas de cambiar el apellido pero eso no es fácil.

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EL POBRE SOLDADITO ALEMÁN Después de las vacaciones de verano, de 1943 en mi patria, me aprovisioné con víveres, con unos cuarenta paquetes de cigarrillos y algunos medicamentos (porque en Alemania ya no se encontraba nada). La única posibilidad para entonces era el ferrocarril por la desmembrada Yugoslavia, con el pertinente riesgo. En Yugoslavia operaban todo tipo de facciones guerrilleras y antiguerrilleras separatistas y tropas del gobierno títere en Belgrado. Además, las tropas búlgaras que custodiaban la vía férrea, para asegurar el necesario tránsito a occidente. Como es sabido, la guerrilla más famosa de todas las que había en Europa durante la Segunda Gran Guerra estaba bajo el mando del mariscal Josef Broz, “Tito”, oriundo de Croacia. Su apelativo venía de su costumbre de impartir órdenes a cada uno de sus subordinados acerca de lo que debían hacer: “tito” o sea: “tú esto” y “tú aquello”. Mientras viajábamos, el tren detuvo de repente su marcha, antes de cruzar un río bastante caudaloso. Al asomarme por la ventanilla pude observar que un tramo del puente se hallaba colgando sobre el lecho del mismo. El día anterior la aviación inglesa lo había bombardeado. El tren estaba repleto de todo tipo de pasajeros civiles y algunos militares búlgaros. Comenzamos a bajar con los equipajes a cuestas. Para bajar por el empinado terraplén, la pesada puerta me molestaba. Con toda la fuerza que tuve la tiré para cerrarla. Escuché un grito. Al darme vuelta vi un joven soldado del ejército regular alemán que, con gran expresión de dolor, me mostraba su mano derecha bañada en sangre. Su pulgar estaba completamente seccionado. Al parecer, al estar la puerta abierta el soldadito tenía su mano apoyada sobre el filoso bastidor, para ver qué pasaba abajo. “Señor –me reclamó el muchacho, que sin duda no tenía más de 20 años–, mire lo que me ha hecho.” Yo sólo atiné a expresarle mis disculpas, asegurándole que había sido sin querer. Levanté los hombros y, en medio de la confusión y el griterío de la gente, bajé como lo hacía el resto de los pasajeros, crucé el río a través de tablones acondicionados sobre la retorcida estructura de hierro. Era pleno verano. Entre el gentío, el calor y las pesadas valijas, era como si me hubiese olvidado, sin ningún remordimiento, del dolor que había ocasioado a un desdichado e indefenso soldadito, que de seguro tenía permiso por unos pocos días para ver a sus seres queridos. Las iniquidades de la guerra habían endurecido los corazones. Hasta el día de hoy no me puedo perdonar que no haya ayudado en nada a un ser abandona- do en la desgracia. El pobre soldado posiblemente no sabía hablar más que su idioma, mientras yo hablaba ya varios idiomas, incluso el serbio. Yo, un antiguo idealista-marxista, criado en la humildad cristiana, hice un daño irreparable sin conmoverme, dejándolo librado a su desdicha mientras yo ya tenía veinticinco años, podía hablar el idioma y

85 encontrar quién lo puede auxiliar. Porque si bien yo era un antinazi, de ningún modo era antialemán. Menos mal que el pobre chico no era un soldado de elite de la “SS”, porque entonces quizás me hubiera costado un gran dolor de cabeza por considerarlo un daño intencional.

LA TERRORÍFICA FUGA AL REFUGIO Una noche Ursula llegó a la pensión y me invitó a visitarla en su cuarto del primer piso. Estando abrazados con un apasionante amor en su cama, de improviso las aterradoras sirenas comenzaron su trágico sonar sin cesar. El prolongado ulular evidenciaba que de nuevo los bombardeos se lanzaban sin piedad sobre sus víctimas, que éramos nosotros también. A pesar de mi intranquilidad, abrigaba aún la remota esperanza de que se tratara de una falsa alarma, ya que, como dije, frecuentemente nos aterrorizaban dirigiéndose de repente a otro objetivo. Sin embargo, al percibir los lejanos estallidos de las baterías antiaéreas (que todavía existían algunas) no hubo dudas de que las aves del terror estaban ya sobre nosotros. “Úrsula, vamos” –le dije–, “esto va en serio”. “¿Dónde?” –respondió–. “Al búnker, mi amor.” “¿Tanto miedo tienes? Para morir ésta sería la mejor ocasión”, me respondió, abrazándome con todas sus fuerzas. A duras penas me liberé de sus brazos y le pedí que se vistiera de prisa mientras yo subía a mi pieza en el cuarto piso, corriendo por la crujiente escalera de madera para buscar mi valijita, que siempre estaba lista. Cuando bajé para buscarla los estallidos estaban muy cerca, prácticamente sobre nosotros. Ella, tranquila, estaba todavía a medio vestir. De pronto, un estallido tremendo sacudió el edificio. Me entró pánico. Tomé su mano y la arrastré por la escalera: ella se quejaba, protestaba y me reprochaba ser un búlgaro torpe. Yo más me aferraba a su mano. En plena calle corríamos desesperadamente al refugio mientras las ondas expansivas, con brutal fuerza, nos lanzaban de un lado para otro. El fragor de la violencia era indescriptible, pavorosas las explosiones de las bombas, el repiqueteo de las baterías, la conmoción de la tierra por los impactos y el ensordecedor rugido de las oleadas de los gigantescos aviones cuatrimotores, que volaban a baja altura. Teníamos la gran suerte de contar quizás con el único búnker de Munich, fuera del nazi. Hoy mis palabras resultan pálidas para lograr describir el infierno que vivíamos entonces a cielo abierto con Ursula, aferrada a mi mano. Nunca me había visto amenazado de muerte a tal extremo. A duras penas pudimos embocar la larga escalera del búnker, que se encontraba en la plazoleta al otro lado de la calle frente a la pensión. Al bajar, nuestros corazones estaban por estallar. La respiración se nos cortaba por la agitación. Escuché a una persona decir a otra: “¿Viste cómo volaron por los aires el puesto de la batería antiaérea con sus soldados que estaba emplazada sobre la torre de la cuadra siguiente, cerca de la estación?” Muchas veces había estado en ese refugio y nunca lo había sentido tan estremecido, como si fuera víctima

86 de un pavoroso terremoto. Parecía que en cual- quier instante el búnker se desplomaría. El pánico se apoderó de todos. Aquel sector de la ciudad, cerca de la Estación Central del FF.CC., sufría una implacable descarga de explosivos. Se apagaron las luces y empezó a funcionar el equipo electrógeno. El enemigo, saciado de sembrar tanto horror y muerte, se alejó de Munich y las sirenas nos devolvieron el alivio y la esperanza de vivir. Salimos apresurados para ver que por un milagro nuestra pensión, por más que estaba dañada, era el único edificio en pie de la manzana, en escombros y llamas, llena de enormes cráteres, como toda la ciudad. Ese bombardeo lo recordamos con mi amada Ursula como “el bombardeo del terror”. Hasta donde alcanzaba la vista todo estaba a ras del suelo, donde reinaba la muerte. La señora conserje conjeturó que la escalera no estaba en condiciones y podía derrumbarse en cualquier momento, por lo que Úrsula sugirió que viajáramos a Tützing: “Mi madre está allí con mi otra tía, que desde hace tiempo desea conocerte. Deben estar muy afligidas”. La estación central ya no existía, convertida en escombros, razón por la cual debíamos caminar varios kilómetros fuera de la ciudad adonde, después de aguardar hasta la madrugada, pudimos finalmente abordar un improvisado tren. A pesar de que gran parte de los edificios de la Politécnica estaban en ruinas, las actividades seguían cumpliéndose, aunque en condiciones muy precarias, en las aulas que tenían las paredes sin derribar y techadas con chapas recogidas de los edificios destruidos.

EL BÚNKER NAZI En el invierno de 1943/44 los bombardeos masivos sobre Munich merma- ron, sospecho que porque quedaba poco para destruir, incendiar y convertir en escombros. Pero se sucedían en cambio incursiones aisladas que nos mantenían en constante zozobra. La consigna de la aviación aliada parecía ser la de barrer con todo lo que estaba en pie y aniquilar todo lo que quedaba con vida. Cerca de la Politécnica se había construido un búnker, un refugio que quedaba en el ámbito del santuario nazi. Aunque estuviera cerca, nadie de la Poli- técnica lo usaba, ni aun los mismos profesores, claro, ellos no eran nazis. Nos teníamos que conformar con el refugio en el sótano de la Politécnica, que era seguro siempre y cuando no le cayera una bomba encima y nos hiciera volar en pedazos o sepultara vivos como sucedía en muchos lugares. Cierto día, de manera imprevista y mientras conversábamos en la cercanía con unos compañeros, nos sorprendió el terrorífico aullido de las sirenas y con nitidez escuchamos la proximidad de los enormes aviones superfortalezas y los estallidos de las bombas casi sobre nuestras cabezas. Sin pensar nos dirigimos corriendo al cercano búnker nazi. Acostumbrábamos hablar en voz alta en búlgaro y mientras descendíamos la larga escalera, nos dimos de frente con dos guardias de los odiosos

87 “SS”, con sus bayonetas caladas apuntándonos al tiempo que gritaban: “Halt!, nicht für Ausländer” (Paren, no para extranjeros). En ese mismo instante cayó una poderosa bomba en las inmediaciones y la onda expansiva nos levantó violentamente tirándonos sobre los guardias, que cayeron con estrépito, de espaldas. Las puertas del refugio permanecían todavía abiertas y los refugiados adentro, en su mayoría mujeres, que percibieron el tremendo impacto, promovieron un pánico que se agravó con la indignación al ver la intervención de los “SS” en contra de nosotros, dándose cuenta de que éramos estudiantes. Tuvimos suerte, el escándalo se sosegó, quizás porque de pronto sonaron las sirenas indicando que el peligro había pasado. Después de eso nunca más a alguno de nosotros se le ocurrió buscar refugio allí. ***

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CAPÍTULO IV BORIS III, REY DE BULGARIA Y EL ALMA HUMANA DE LOS ALEMANES

Al capitular Bulgaria en la Primera Guerra Mundial, el rey Ferdinand, de la realeza germana, abdicó y dejó a su hijo como zar Boris III, con grado militar de teniente general por su heroísmo y abnegación. Boris luchó en las trincheras junto con las tropas para defender a Macedonia, arrebatada por Serbia y Grecia en la guerra de los Balcanes, en 1912. Al reunirse los excombatientes, el rey Boris se presentó con las insignias de general pero con el uniforme de las trincheras. Esa humildad hizo al nuevo rey muy popular y querido por el pueblo. Al hablarse tanto de una nueva guerra, en el año 1938 el rey Boris fue invitado tanto por el rey de Inglaterra como por el gobierno de Hitler. Nuestros soberanos fueron recibidos personalmente por el rey de Inglaterra. según el libro de un escritor búlgaro, amigo personal de nuestro monarca, boris III: “En Inglaterra ya han organizado unas formidables maniobras marítimas”. Al ser primo del rey de Inglaterra y soberano de Bulgaria, fue especialmente invitado como la única personalidad extranjera, lo que llamó mucho la atención. El comando naval inglés había desarrollado con suma eficacia una impresionante demostración de defensa. Los buques de guerra se han representado como fortalezas flotantes. El propio almirante inglés explicó a Boris la abruma- dora defensa de la flota inglesa contra un ataque enemigo por buques de guerra, submarinos y aviación combinados. En medio de todo ese despliegue estaba el acorazado, insignia de la flota inglesa de entonces, el más grande y famoso del mundo, el “Hood”, de 110.000 toneladas (sin embargo más tarde, en la guerra, fue hundido por el moderno crucero alemán Bismarck). Después de las maniobras nuestro rey fue invitado por el premier inglés Chamberlain, para preguntarle su opinión sobre el poderío inglés. “Estoy impresionado por vuestro formidable poder marítimo” –dijo el monarca. “Su Majestad, nosotros sabemos que usted ha sido invitado también por Hitler, le rogamos decirle que sus amenazas no nos asustan, tenemos cómo responder y repeler sus ataques.” Al llegar a Berlín y contarle de las maniobras que había visto y la misiva del premier inglés, Hitler se rió diciendo: “Es que los ingleses no saben el poder secreto de fuego de nuestras fuerzas armadas”. De Berlín, el rey búlgaro viaja a París. Allí lo esperaban unos grandes amigos, el presidente del gran banco francés, monsieur Duval, casado con la joven y elegante búlgara Lili Gülemesova. Esa vez el matrimonio lo recibió muy desanimado

89 y apagado, a pesar de sus enormes riquezas y sus bellas residencias. “Alemania seguro va a atacar Francia y será ocupada, y a mí, como un judío tan conocido, me van a detener y confiscarán mis bienes.” Pero con tiempo el señor Duval transfirió todos sus capitales a Suiza y América, teniendo todo listo para partir cuando llegase el momento. Sin embargo, se demoró demasiado en marcharse; como sufría del corazón, al escuchar por la radio que los alemanes rápidamente derrotaron a los ejércitos franceses y se dirigían a París, recibió un infarto mortal. Lo interesante es que la señora Lili recibió un formulario traído por los franceses para llenar los datos como sucesora del banco. Como su madre era de origen hebreo tuvo miedo y pidió que volvieran al día siguiente. De inmediato cargó su valija con joyas y se dirigió a su refugio secreto –un lujoso departamento en París, frente al Sena–. No obstante, a los dos días fue ubicada. La visitó un oficial, segundo jefe de la Gestapo en París, el capitán Kluger. Después de presentarse muy amablemente le pidió que lo acompañara. “Está bien”, dice ella, “pero me gustaría esta noche, por última vez , preparar una linda cena para los dos”. Entre el deber y la tentación, el oficial se quedó un rato pensativo y decidió sentarse y esperar tranquilamente. Después de saborear una agradable comida y haber elegido un vino de sus propios viñedos, la señora Lili lo esperó perfumada en la cama. Sin embargo, Herr Kluger se acostó en el diván. “Allí no”, le dijo Lili. “Venga a mi cama”, lo invitó ella. Aunque tenía cinco años de viudo, la rígida disciplina militar alemana le impedía atreverse con una mujer de los países ocupados, las- timarla y ni siquiera caer en la tentación. Con toda astucia, ella se le acercó hasta provocarlo. Y esto no es un cuento. Se sabe bien que los soldados alemanes, y con mas razón los nazis que se consideraban unos caballeros, se portaban con sumo cuidado. Además les fue totalmente prohibido caer en la tentación, y era un delito violar una mujer. Unica moral de soldados que se respeta en el mundo, la alemana. Mientras los soldados rusos y los aliados (especialmente los negros) han sido un terror en Alemania, donde hasta se podían dar la libertad de asesinar a una mujer si se resistía a la violación, o a cualquier otro que se interpusiera. Pero de eso la prensa internacional nunca se ocupó, nunca hizo la más mínima intención. Si eran alemanes, ¡que aguanten! Temprano por la mañana el oficial se levantó y empezó a vestirse diciendo a su dama: “Lo lamento, señora, pero hoy debe acompañarme a la Gestapo, caso contrario pagaré muy caro el placer vivido”. La señora Lili lo abrazó y le pidió que dijera en su oficina que no la había podido localizar. El alemán, aunque fuera nazi, titubeó un largo rato entre el deber y el sentimiento humano, le hizo una venia y se fue. La bella Lili tomó su valija con las joyas y se zambulló en los suburbios de París. Después de conocer personalmente a los “camaradas rusos”, pensé que en un caso como ése un oficial de la KGB no la dejaría escapar por nada del mundo. Encima se habría llevado la valija con las joyas, y con toda seguridad la habría violado

90 sin esperar que lo sedujera. Por eso no se puede negar el alma humana del ser alemán.

LA PROTECCIÓN DE LOS JUDÍOS BÚLGAROS Y LA MUERTE DEL REY En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África. Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en 1912 y en la Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que cumplió. El pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras sin un solo disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas pasaron por su suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en todo el país. Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en aquellos tiempos todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de haberse repartido Polonia. Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria, como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de sangriento yugo bajo el dominio turco. Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos, alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía, estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en caso de asesinato se los ahorcaba. A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho. Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro paredes de hormigón.

91 El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco” (los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro. Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca. Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas, sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943. Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara. En la primavera del año 1940 Hitler pidió paso a Bulgaria para avanzar con sus tropas hacia Grecia y sus islas en el Mediterráneo para poder atacar desde allí a la flota inglesa y aliviar la situación al mariscal Rommel, que avanzaba en el norte de África. Como ya mencioné, Hitler había prometido protección a Bulgaria para no pagar más las pesadas contribuciones de guerra a los aliados. Además, había asegurado la restitución de sus territorios mutilados en la guerra de los Balcanes, en 1912 y en la Primera Guerra Mundial, por los serbios, griegos y rumanos, cosa que cumplió. El pueblo búlgaro apreció ese gesto de solidaridad para recuperar sus tierras sin un solo disparo. Eso explica por qué, cuando las tropas regulares germanas pasaron por su suelo, en avance hacia Grecia, se las recibiera con flores y festejos en todo el país. Hasta los mismos marxistas lo hicieron, sencillamente porque en aquellos tiempos todavía Stalin y Hitler estaban en buenas relaciones a causa de haberse repartido Polonia. Al atacar a Rusia, y verse en dificultades, Hitler exigió la participación de Bulgaria, como lo hicieron varios otros países, y máxime como una recompensa por los tan importantes servicios prestados. Sin embargo nuestro sabio rey, Boris III, se opuso con sumo valor y claridad. Si bien nuestro pueblo agradecía el gesto del Führer, no olvidaba el sacrificio hecho por el pueblo ruso en las encarnizadas batallas contra el imperio otomano para la liberación de Bulgaria en 1878, de quinientos años de sangriento yugo bajo el dominio turco. Durante años los nazis prosiguieron la presión para la entrega de los hebreos, alegando que integraban la guerrilla subversiva búlgara, de filiación comunista, que atacaban y acribillaban a los soldados alemanes heridos en el frente ruso que muchos de ellos, teniendo en cuenta el cercano frente ruso y nuestra floreciente economía,

92 estaban instalados en barracas o carpas para su curación, ya que Bulgaria estaba cerca del frente ruso y era un país neutral. El gobierno búlgaro se resistía justificando que los guerrilleros capturados, sean quienes fueran, se juzgarían por nuestra justicia, y en caso de asesinato se los ahorcaba. A causa de tantos sinsabores, la salud de nuestro querido rey se debilitó mucho. Encima de todo, Hitler, al verse acorralado por todos lados, en agosto de 1943 lo citó de urgencia en su fortaleza “la Madriguera del lobo”, en Prusia Oriental. Lo recibió con gritos y amenazas para que con urgencia enviara el ejército búlgaro contra los soviéticos. El monarca, impasible, categóricamente le respondió que ¡no! Para pernoctar allí, Hitler le destinó, en el búnker, un pequeño habitáculo entre cuatro paredes de hormigón. El rey regresó de aquella entrevista con la salud muy afectada y falleció a los pocos días. Fueron tiempos muy duros para el pueblo búlgaro, que lloró desconsoladamente su muerte. En ese momento yo estaba en Bulgaria para proveerme del “oro blanco” (los cigarrillos búlgaros). Circulaban comentarios asegurando que Hitler, en sus acostumbrados arrebatos, le descargó un tiro. Por las dos páginas de una revista alemana de esa visita, que mi hermosa y amada Ursula me había guardado (y que hasta ahora pude conservar), de la ida y la vuelta del rey, indican que esa posibilidad no tuvo lugar. Pero sí podría ser la que supone que en el vuelo de regreso se ordenó que abrieran la compresión del avión, con lo cual el monarca, que tenía dolencias de corazón, habría sufrido una grave crisis cardíaca. Como siempre, al volver de vacaciones de Bulgaria pasaba por la ciudad de Burgas, sobre el Mar Negro, adonde terminé el secundario. Allí por todas partes se veía en las veredas hombres y mujeres derramar lágrimas. Era el 28 de agosto de 1943. Como reconocimiento por la salvación de los judíos para que no sucumbieran en los improvisados campos de concentración nazis, el Estado de Israel erigió un busto de nuestro rey en Tel-Aviv y recientemente se inauguró en la nueva parte de la ciudad de Jafa un jardín llamado “Pueblo búlgaro”, de acuerdo a lo que leí en la prensa búlgara.

LA VOLADURA DE LA PENSIÓN CENTRAL Y EL PINTORESCO GRÄFELFING Por un tiempo más mi querida pensión era el único edificio en la manzana que, aún muy dañada, quedaba en pie. Hasta que al final una noche las sirenas empezaron de nuevo su trágico e insistente aullido. Me levanté de la cama y me dirigí rápido al bendito búnker, que pronto empezó a sacudirse por los tremen- dos estallidos de las poderosas bombas en las proximidades, que no cesaban. Con toda seguridad estaban destinadas a la Estación Central y sus alrededores.

93 Al finalizar la orgía, apretujándome entre la ya poca pero desesperada muchedumbre, salí rápido. Con horror me fijé allí donde estaba “mi pensión”, adonde con mi amada Úrsula, a pesar de las zozobras, habíamos pasado momentos inolvidables: quedaba sólo una montaña de escombros en llamas. Allí seguro habían sucumbido, calcinados o aplastados, los que se habían refugiado en el sótano ya que había gente de edad, como los mismos dueños y la conserje que no podían correr para llegar a tiempo al bunker. No me quedaba ya nada más que una valija con libros técnicos y algunas pocas ropas que estaban en la casa de la madre de Ursula, y mi valijita en las manos. La gente del búnker ya se había dispersado. Estaba solo contemplando atónito las fogatas, sin saber qué hacer. El espeluznante olor a cuerpos quemados me revolvía el estómago. Decidí dirigirme a la cercana estación central para buscar algún vagón, aunque medio destrozado, para pasar la noche acurrucado, aunque fuera sin poder conciliar el sueño. Me acordaba de la desdichada conserje Frau Guerber, cuando, al volver de Bulgaria, había traído un poco de uva. Cuando comí los granos sanos del último racimo, dejé el resto en un plato para que ella lo tirara a la basura. Sin embargo, la mujer, pasada de hambre, empezó a espulgar el racimo y comerse con ganas los granos ya en descomposición. Eso me había hecho sentir muy mal por no haberle ofrecido todo el último racimo. Me acordaba también de mi pobre madre que me escribía y suplicaba que volviera a Bulgaria. Al amanecer estaba tiritando por la fría mañana de la temprana primavera del año 1944, sin saber qué hacer. Un buen hombre, alemán viejo, al que pregunté me aconsejó ir a un lejano centro gubernamental “büro” de alojamiento. “Quizás ellos tienen algo” –me sugirió–. Como ya no tenía mi vieja, pero muy útil bicicleta, y había pocas líneas tranviarias, debía caminar mucho hasta llegar allí. Esperé bastante en la calle hasta que al final pude llegar al mostrador. Le expliqué a la empleada que me atendió que era estudiante búlgaro y deseaba hablar con el jefe. Me hizo pasar. Me recibió muy amablemente una señora rubia, alta y delgada –bien presentable– que me ofreció asiento. Al explicarle mi situación, la Frau Director me explicó que ni en Munich ni en la cercanía, ya no existían más posibilidades de encontrar ningún alojamiento “ni bajo los escombros”. Lo único que estaba a su alcance era una vivienda particular distante veinte kilómetros. Como gesto de agradecimiento, le ofrecí un cigarrillo que aceptó muy satisfecha e incluso me acompañó hasta la puerta de su oficina. Me dirigí a la dirección indicada con la orden oficial que decía: Familia Färber, Gräfelfing, Spitzelbergerstrasse Nº 3. Era de un bello pueblo situado en el trayecto a Starnbergersee. Al llegar allí a duras penas, vi una antigua y señorial residencia. La observé un largo rato pensando: “ Yo que salí de un remoto y humilde pueblo podría llegar a residir en ella, y nada menos que en una Alemania en guerra y ya totalmente destruida”. Cuando toqué el timbre, apareció una distinguida señora sorprendida de mi presencia, y al explicarle el objetivo que me llevaba quedó atónita. Después de leer dijo: “Será un error, nunca declaré que poseía comodidades para ofrecer ”. Luego frunció el rostro:

94 “Ah, Frau Brunner, vive cerca de acá, ahora me explico”. Al parecer sabía que pertenecía al partido nazi de Hitler. Me hizo pasar a un confortable hall donde observé los muebles, cuadros y adornos. Me ubicó en un cuarto del primer piso: “Ésta será su habitación, Herr Koralsky, pase por favor, mi nombre es Ketty. Si necesita algo avíseme. ¿Cuándo piensa traer su equipaje?” “Esta valijita que traigo conmigo es todo lo que tengo”, le respondí. Al quedar solo observé por la ventana el amplio y bien arbolado parque. Con el correr de los días traté de ganar la confianza tanto de Frau Ketty como de sus dos hijas: Hellen y Angélica, a quienes les divertía sobremanera la pronunciación de mi alemán. Semanas después, mi amigo y compañero Dimo consiguió también allí una habitación, gracias a la amable Frau Ketty. Gräfelfing era una zona netamente residencial, con propietarios de buen nivel económico y todavía con poca destrucción. A la vuelta del pueblo existía un nutrido bosque de pinos con ejemplares tan frondosos que el sol jamás penetraba entre sus tupidas ramas. Cuando caminaba por las sendas descubría imágenes pintadas de vírgenes, apóstoles y cazadores enanos, lo que atestiguaba una cultura de un elevado nivel que nunca volví a ver en ninguna otra parte. La gente de allí poseía una marcada devoción religiosa. De sus bosques se extraía madera que servía para la construcción y para fortificar muchos sótanos. La casa de los Färber contaba con uno. Cierta tarde las sirenas sonaron intensamente. “Rápido al Keller” gritó la Frau. Cuando se escucharon algunos cercanos estallidos la señora alertó: “Van a volar las cosas, me olvidé las ventanas abiertas en el primer piso”. Supongo que para demostrar valentía ante las damas y pese a sus protestas corrí por las escaleras. Recuerdo que en el preciso momento en que estiré los brazos para tomar las persianas, un fuerte impacto me sorprendió. A unos quinientos metros explotó una poderosa bomba, seguramente de una tonelada. La onda de succión me levantó y poco faltó para hacerme volar desde la ventana. Si bien en estos casos la onda expansiva es violenta, la contracción no lo es menos. De regreso al sótano los vi asustados. Me decían que mi cara estaba amarilla como un trapo. Hellen trabajaba en la Municipalidad del pueblo y Angélica, más joven aún, cursaba todavía el secundario, mientras que el hijo varón, Armín, debió interrumpir sus estudios de medicina convocado por el ejército. Estaba combatiendo en el frente ruso y no sabían si estaba aún con vida. Frau Ketty era una buena pianista. En los primeros días la oí tocar con talento la serenata de Schubert. Me encantó, por lo que bajé despacio al hall para escucharla. Ella estaba como transportada a otra esfera. Al terminar la aplaudí diciéndole: “¡La felicito Fray Ketty, es usted una gran pianista!” Desde ese día yo me transformé en un confiable amigo para la familia. Trataba de viajar menos a Munich y retornaba lo más pronto que podía.

EL DISTINGUIDO DR. FÄRBER

95 El esposo de Frau Ketty, Dr. Herbert Färber, se desempeñaba como mayor del ejército y jefe de la defensa antiaérea de Stuttgart. Venía a su casa los fines de semana, una o dos veces al mes. Tendría cincuenta años, y era doctor en Ciencias Económicas. Me asaltó la curiosidad de saber si era nazi, y no me costó mucho trabajo descubrirlo. Era un hombre culto y no tenía nada que ver con el régimen. Nos sentábamos en la Verande, la terraza frente al parque. Conversábamos durante horas sobre distintos temas y naturalmente, lo referente a lo político no estaba ausente. Mi condición de búlgaro le daba seguridad y discreción. Había sido tiempo atrás uno de los auditores de la Deutsche Farben Industrie de Dusseldorf, que producían las conocidas anilinas para la elaboración de pinturas. No toleró el atropello del sindicalismo nazi y decidió retirarse. Me relataba con lujo de detalles el surgimiento de Hitler facilitado por el hambre, la miseria, y la caótica situación germana, las pesadas contribuciones de guerra, las colonias enajenadas y sus territorios mutilados. Cada vez que pronunciaba el nombre de Hitler, el Sr. Färber se enfurecía gritando “¡es un Ferükt!” repitiendo “es un loco”. Le hacía notar que Alemania perdió la guerra en el mismo momento de atacar Rusia y verse frustrada al Oeste. Existen en esta triste historia circunstancias que, a mi entender, resultan incomprensibles. Nadie en su sano juicio, una vez iniciadas las acciones bélicas, despreciaría la rendición de cuatro millones de soldados, en su mayor parte ucranianos, que aspiraban no solamente a luchar por la independencia de su patria, sino contra la dictadura soviética y el despotismo de Stalin. En vez de entregarles a muchos de ellos un arma para combatir contra el común enemigo, los llevó a trabajar donde se le antojaba. Armín, el hijo de los Färber, sorpresivamente nos visitó en Gräfelfing hacien- do uso de una corta licencia. Contó las atrocidades que había vivido en aquella experiencia en el frente en Ucrania. Que los nazis no otorgaron las libertades y el derecho de propiedad que tanto anhelaban los pueblos subyugados por el comunismo. Su arrogancia, en lo que atañe a diplomacia y política, frustró esta oportunidad histórica y mantuvo sin variar los koljos existentes y para que produjeran los alimentos que necesitaban. Sabiendo del ejemplar comportamiento de los soldados regulares alemanes, especialmente con las mujeres, pregunté a Armín: “ Y qué dices tú de los SS”; se rió y contestó: “Ellos son unos maricones, viven en pareja como lo hacían los soldados romanos”

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HITLER PASÓ DESPACIO AL ALCANCE DE MI MANO

Transcurrían los primeros días del verano de 1944. Una noche sobrevino un tremendo ataque que parecía estar destinado a pulverizar y llenar de cráteres los cascotes que todavía quedaban en la plaza del santuario nazi. A la mañana del día siguiente trascendió por la radio que Hitler llegaría a nuestra ciudad para inspeccionar lo sucedido como un acto nostálgico. Alguien dijo que el Führer, seguro pasaría por la famosa chopería Hofbräuhaus de Agustiner Strasse, donde se había acuñado el movimiento nacionalsocialista de los obreros alemanes, liderado por él, y donde había preparado el tan renombrado putsch en Baviera, en el año 1923. Además, al salir de allí debía doblar por Theresienstrasse, o sea delante de la Politécnica. Cuando escuchamos las sirenas de la comitiva un grupo de estudiantes extranjeros corrimos hacia la vereda y lo vimos aparecer a una cuadra de distancia. Llevaba delante por escoltas dos motocicletas de la “SS” y otras dos detrás de su vehículo. Venía por nuestra izquierda dentro de un Volkswagen descubierto. A medida que se acercaba, yo me puse prácticamente sobre el cordón de la vereda. Lo miré tan fijamente como si mis ojos quisieran salirse de sus cavidades; no podía creer lo que veía. Estar frente a frente con Adolf Hitler, el hombre que arrasó con toda Europa. Viajaba sentado detrás, a la derecha. En el vehículo venían en total cuatro personas, incluyendo el chofer. Como buen alemán, el conductor conservaba su derecha, de manera que pasaron tan cerca y lentamente al lado nuestro, que de haber estirado la mano podría haberlo tomado por los pelos que le caían sobre la frente. No había nadie en la calle para ver el otrora gran líder: estaba solo. Tantas veces que lo habíamos contemplado en la pantalla del cine, en las fotografías de la prensa, en los carteles callejeros y escuchado por las radios. Ahora lo teníamos al Führer sólo para nosotros, como únicos espectadores. Sin duda, todos se sentían defraudados, derrotados e insensibles. Ya nada les interesaba: ni la gran nación, ni el bienestar conseguido, ni las conquistas relámpago. Ahora sólo existía la destrucción, los incendios, el hambre y la muerte. Nadie podía evitar el desastre total que se avecinaba. Tantas veces habíamos hecho el famoso saludo “heil Hitler” y ahora a nadie de nosotros se le ocurría hacerlo. Lo mirábamos atónitos, indiferentes. Confieso que me desilusionó, esperaba ver algo digno de contar. Abría los ojos para descubrir en aquella personalidad alguna expresión, algún detalle que mostrara al genio, al criminal o al demente... La impresión que me causó era de un enajenado con la mirada perdida. El gran líder de otrora, genial, altanero, violento, el gran orador, había perdido definitivamente su brillo, su imagen y su vigor. Estaba inmóvil, silencioso, más que un ser humano parecía un muñeco en desuso, con sus ojos hundidos y la mirada extraviada en la lejanía. Ni reparó en que unos diez jóvenes, cerca del cordón de la vereda, tenían puesta una enorme curiosidad sobre su persona. Deseo insistir en esa histórica experiencia vivida frente al tan comentado

97 dictador. Había en aquel rostro una sensación de cansancio, de abatimiento, o quizás la que correspondía a un ser anormal. Nos parecía inverosímil que aquel individuo con bigotitos chaplinescos, bajo, hosco, pudiera haber arrastrado al infierno a una gran nación. ¿Acaso no se daba cuenta de que no era un verdadero estratega, sólo un arrebatado soñador, y que su lucha y su causa habían de llegar irreversiblemente a un trágico final? Sólo su egoísmo o terquedad lo mantenían en pie. La escolta que llevaba era insignificante para un dictador como él en una guerra total, mientras Stalin rara vez salía de la fortaleza del Kremlin, y si lo hacía era escoltado por un gran operativo. Era evidente que un año antes de que la guerra terminara ya no le interesaba ni su propia vida. Hay que tener en cuenta también que bajo la sombra de los grandes personajes de regímenes dictatoriales o despóticos, hay muchos jerarcas de distintos niveles que son los que ostentan el verdadero poder y de ninguna manera desean capitular por temor a perder no sólo su status y sus privilegios, sino también su vida. Son notables los dichos del Zar ruso: “ Yo no gobierno Rusia. Miles de funcionarios la gobiernan”. Ellos son los que empujan al dicta- dor por todos los medios a que siga y no se rinda. Puedo pues, considerarme un afortunado. No mucha gente ha tenido la oportunidad de ver tan de cerca y con toda tranquilidad a personajes históricos como indudablemente lo fue Hitler. Regresé a Gräfelfing y no se me iba del pensamiento el capitán nazi, el mito de la raza superior y el Führer que tantas veces había visto sobre un palco con uniforme pardo, brazalete con la cruz esvástica estirando al máximo su brazo derecho, mientras que con la izquierda se sujetaba de su ancho cinturón sostenido por una bandolera. Lucía un recortado bridge y botas altas de cuero bien lustradas. Un porte espléndido y brillante. Poseía el don de exaltar a las masas. Sin duda por eso la clase obrera lo llevó al poder con sus votos. Hitler no era ni alto, ni rubio, ni poseía ojos celestes. Ni siquiera había nacido en Alemania y hasta tenía cabellos negros. Era más bien de baja estatura, por eso siempre se erguía sobre un podio. Pensaba en aquel trastornado vidente que soñó con un Tercer Reich de mil años, como él declamaba. También en la amiga de un estudiante búlgaro (amigo mío) quien, meses atrás, recibiera la orden de acostarse con un oficial de la SS designado para concebir con ella un hijo perfecto para una raza superior. Esos atropellos los había escuchado antes, pero me parecían meras fantasías; sin embargo era cierto, ya que vi la orden con mis propios ojos. Ella era soltera, alta, rubia y apta para el fin buscado. Una madre soltera que concebía un hijo para la “raza superior” gozaba de privilegios tales como vacaciones extra, Marken, o sea, doble cantidad de cupo nes alimenticios, etcétera. Se pretendía disimular a través de estas prebendas el avasallamiento a la dignidad del ser humano. Según el investigador Nicolás Nikolov, en su libro “Las máscaras de las celebri- dades”, donde dice: “La trágica situación de Alemania, las derrotas en los lejanos frentes, el arresto de su aliado e íntimo amigo (Mussolini), su rescate con un comando nazi, etc. so- brepasaron al pequeño

98 gran hombre que fue el Führer. Su más íntimo colaborador y secretario privado, Martín Bormann, se convirtió en un filtro de información, de modo que sólo le llegaran las noticias benignas. Además Hitler se hace muy dependiente de su médico personal, quien le mantiene los nervios controlados con inyecciones diarias”. Me parece que ese día, cuando pasó frente a la Politécnica, no le pusieron la inyección, o más bien estaba dopado para que no le viniera un paro cardíaco al ver el soberbio y desbordante de poder “santuario nazi” con las enormes banderas, convertido en un cementerio con enormes cráteres, escombros y cenizas. Cabe destacar que después de la invasión a Polonia hubo varios intentos para derrocar e, incluso, asesinar a Hitler. Ya en noviembre del año 1939, fue el primer atentado llamado la fallida conspiración Rossen. Más conocida fue la conspiración “Rote Kapelle” contra el gobierno nazi en 1942, que fue totalmente desbaratada. Como también la conspiración llamada “Cartas de la Rosa Blanca” en febrero de 1943, cuyos organizadores fueron arrestados y ejecutados. Sin embargo, la conspiración de más alto nivel fue la de los viejos generales, del 20 de junio de 1944 (unos dos meses después que yo lo vi), la que por poco no tuvo éxito. El principal autor fue el héroe del Tercer Reich, coronel Karl Klaus Stauffenberg, que colocó una valija con explosivos bajo la mesa de deliberación frente a Hitler, quien al explotar el artefacto sólo recibió algunos golpes y rasguños. Después de aquel atentado fueron fusilados varios altos oficiales, incluso el famoso mariscal Von Rommel. Las represalias prácticamente duraron hasta el final de la guerra. De todos estos atentados conocidos se desprende que tanto el pueblo alemán como los altos mandos del ejército regular querían liberarse del maniático Fhürer y de su cúpula nazi. Por lo cual los que culpan al pueblo alemán por el desastre cometido por Hitler, son malintencionados que lo usan como pretexto para generar lástima, o sacar ventajas.

EL FAMOSO DÍA “D”

La invasión de los aliados a Europa era esperada y deseada por muchos países, incluso por el mismo pueblo alemán. Con eso, todos esperábamos que esa tremenda pesadilla de la guerra y los implacables bombardeos aliados sobre Alemania terminaran de una vez. Todos esperábamos que la invasión se produjera en la costa de Calais, que era la zona más angosta del Canal de la Mancha y por lo tanto la parte más cercana a Inglaterra. Allí los nazis habían preparado grandes defensas y concentrado la mayor parte de sus ejércitos occidentales. Sin embargo, los aliados engañaron a Hitler con algunos ataques esporádicos. Al final, recién el 6 de junio de 1944 los aliados pusieron en marcha el renom- brado Día “D”.

99 Se propaló la noticia de que cientos de buques de guerra, unos cargados con tropas, otros bombardeando se acercaban a la costa francesa de Normandía. Aún más impactante fue que once mil superfortalezas bombardea- ran las fortificaciones alemanas de la costa. Conociendo sus mortíferas explosiones, y que miles de paracaidistas se lanzaban tras la línea defensiva alemana, pensábamos que la invasión sería arrasadora y que en pocos días la parte ocupada de Francia sería liberada. Sin embargo no fue así. Después del primer impacto de una victoria fácil se propaló una cerrada defensa y las grandes bajas aliadas, a pesar de su formidable poder aéreo, marítimo y de tanques y artillería. El esperado rápido avance de las tropas aliadas sobre una Alemania destruida tampoco se produjo era por demás tortuoso y lento. Los mortíferos bombardeos proseguían cada día con más crueldad, para poder destruir y quemar lo que aún quedaba en pie. Todos se acordarán de la serie de T.V. “Combate”, donde se mostraba con qué facilidad hacían volar por los aires a las tropas alemanas. Sin embargo, a pesar de tanto poder militar aliado, recién después de tres meses, el doble del tiempo de la derrota de Francia, pudieron invadir el territorio alemán, y su avance prosiguió por demás tortuoso. Referente a esa bravura de los soldados aliados que por años se exhibió en dicha serie, podemos leer en la revista News Week en español del 08/02/03, en las páginas 24/25, con el título “Temor en el frente” y subtítulo “Todos los soldados son valientes hasta que comienza la batalla”, donde entre otros el historiador de la Segunda Guerra Mundial S.I.A.Marshall escribe: “Todos los hombres sentían miedo”. Marshall encontró que “no más de un cuarto de los combatientes llegó a disparar sus armas en el campo de batalla por los escrúpulos religiosos. Otro gran factor fue el shock. En un estudio de una división que vivió fuertes combates, una cuarta parte de los soldados admitieron haber sentido tanto miedo que vomitaron, casi una cuarta parte se defecó y un 10% se orinó en los pantalones”... Así eran de valientes los soldados aliados frente a los sufridos y resignados a morir soldados alemanes

MI ADMIRACIÓN POR LOS JUDÍOS Y LOS ALEMANES Con los alemanes he vivido y sufrido el duro régimen nazi y los crueles bombardeos aliados, mientras mi admiración por la comunidad hebrea fue y es por- que son gente muy trabajadora, y obsesionados por progresar y ganar dinero, un pueblo luchador, progresista y bien informado. Son tan unidos que por cualquier reunión o evento que les conviene ellos están presentes y ganan el escenario aún siendo una minoría. Sin duda Alemania es la cuna de muchos de sus grandes hombres, porque en Alemania podían instruirse bien, sin problemas, y no eran mal vistos como en muchos otros países. Debo resaltar que manejan a la perfección la política, el comercio y las finanzas. Incluso los más grandes banqueros de EE.UU. como las dinastías de los Rothschild y los Rockefeller, los banqueros J.P. Morgan, John Loeb y Cia., Lehman Brothers, etc. desde hace más de siglo y medio manejan las finanzas del mundo; además de los nuevos hipermillonarios como George Soros, Bill Gates y

100 muchos otros, lo que demuestra la habilidad y la visión para aprovechar la oportunidad. Incluso sus operaciones más arriesga- das, por lo general, son bien remuneradas porque saben como manejarlas y son muy hábiles, bien informados y unidos. En cuanto a la ciencia, las artes, la música y la cultura en general, tuvieron personalidades del más alto nivel en todas las partes del mundo. Ningún otro pueblo del mundo es tan dedicado a los distintos partidos políticos, a los distintos medios de difusión. Nadie puede negar que son muy hábiles diplomáticos y utilizan todos los medios a su alcance pero al final consiguen lo que quieren. Todo eso depende también de que “la unión hace la fuerza”, por lo que nadie podrá superarlos. Ellos estaban tan bien integrados con los alemanes que su idioma, el idisch, es el alemán de la época medieval que habían llevado y conservado en Rusia como propio al emigrar de Alemania. Con este idioma desarrollaron por siglos una verdadera historia de literatura y poesía, como su gran escritor Amiel, al que admiro y leí con sumo interés. Incluso después de la Gran Guerra, con los salidos de los campos de concentración, me resultaba muy interesante intercambiar algunas palabras con ellos en ese viejo idioma, que yo captaba con facilidad. Entonces entendí por qué a la mayoría de la gente del gueto de la ciudad cabecera de mi pueblo, se los consideraba como gente muy rara. Se discriminaban. En su barrio no podía entrar nadie que no fuera de su comunidad; se sentía como un extraño. Porque ellos se entendían en otros idiomas o escribían en alfabetos incomprensibles para nosotros. Además vivían encerrados, se frecuentaban poco con los cristianos y mahometanos (que era una colectividad aún mayor), se casaban sólo entre ellos. Al parecer eran grandes racistas, aunque la prensa de entonces no mencionaba ese término, cosa que nadie entendía ni objetaba. Ahora, al leer el libro “Tiempo de recordar”, de Jack Fuchs, cuenta que su bisabuelo tuvo siete varones y una hija en Widam, Rusia, “probablemente fue un sitio tan hostil para los judíos como cualquier localidad en Polonia. Sin embargo, la convivencia por generaciones fue posible” 9. Lo que significa que los rusos y los polacos son antijudíos, pero no los alemanes, donde antes de Hitler no existían esos sentimientos, que fueron usados por sus más estrechos seguidores. Es común que muchos de los descendientes de los emigrantes a distintas partes del mundo se fundan con los autóctonos, como los millones de alemanes en EEUU. Sin embargo los judíos, vayan donde vayan, a la fuerza o por su propia voluntad, se juntan, conservan sus tradiciones de milenios. Es admirable que esa gente, a pesar de que han sido considerados no gratos en algunos países o pueblos, han seguido sus viejas tradiciones a pesar de todo, como si fueran del día de ayer. Quizás por eso hoy son no sólo unidos, sino poderosos. Quisiera aclarar por qué en muchos países ocupan importantes puestos públicos. En setiembre de 1999 estuve en mi vieja patria, Bulgaria. Me llamó la atención un reportaje de una página, en el semanario “El Faro”, de la ciudad de Burgas, sobre el Mar Negro, del conocido dirigente hebreo Leon Alkalai. En la pregunta: “¿Por qué ustedes son tan talentosos en el mundo entero?”, el Sr. Alkalai responde: “No considero que esto

101 sea genético. Más bien otro. Ahora que viene el comienzo de las clases, todos nuestros chicos vendrán a nuestro club de la cultura. Todos recibirán un regalo. Pero antes de eso, el chico subirá a la tribuna para decir lo que sabe. De la sala todos lo van a aplaudir, sea o no satisfactorio su relato. Con eso los chicos se esmeran cada vez más para sobresalir y recibir un mejor regalo y más aplausos. A los mejores se los apoya para estudiar en los mejores institutos y universidades”. Está claro que con un excelente método, como ése, en todas partes del mundo los jóvenes de ese origen se desarrollan mejor y se preparan para ocupar puestos públicos de todo tipo y ser grandes líderes, especialmente de las masas y el comunismo en cuyo régimen se puede llegar a vivir como principe sin arriesgar un solo cobre. Por eso no hay que extrañarse de que personas de ese origen ocupen puestos altos y mejor remunerados, tanto en el aparato gubernativo como en la educación, en la salud, en organismos de derechos humanos, en los medios de comunicación, etcétera. Basta con nombrar a destacados hombres como Theodor Herzl, el italiano Primo Levi, el Nobel de Fisiología y Medicina, etc 9 Fuchs, Jack. En diálogo con Laura Isod, “Tiempo de recordar”, Editorial Milá, 1995, pág. 60

Ernst Boris Chain, el mismo Leon Trotzki, el genial dramaturgo Arthur Miller, el escritor checo Franz Kafka, el brillante cineasta polaco Roman Polans- ky, la pintora Frida Kahlo, el sociólogo francés Emile Durkheim, la socialista revolucionaria Rosa Luxemburg, el Nobel de Química Roal Hoffmann, Albert Einsteins, Spinoza, Mendelssohn, Karl Marx y muchos otros, cuya lista resulta innumerable para estas páginas. Todo su éxito social y económico es debido a que son ambiciosos y mejor preparados. Además son un pueblo tenaz, consecuente y perseverante. Que no se desanima frente a los fracasos. Por eso no hay desocupados de esa colectividad en ninguna parte. Como ya están instalados en todos los partidos, en todas las actividades culturales y humanitarias en casi todos los países, me arriesgo a pronosticar que, para bien o para mal, el mundo ya está poco menos que en sus manos; y que el futuro depende en gran medida de ellos; por lo tanto, es de esperar que los judíos con visión humanitaria se impongan a los grandes capitalistas y armamentistas, ávidos de riquezas y poder a toda costa. Eso provoca el resentimiento y por eso cada día hay más antisemitismo. Y con mi apellido, repito, yo temo por el futuro de mis descendientes.

*** ¿Y qué decir de los alemanes? Trazar un esbozo de la cultura alemana no pue- de dejarse de lado en el contexto en una obra como ésta, porque mucha ha sido la confusión a lo largo de la (manipulada) historia. La tragedia del pueblo germano, personalizada en la psicótica figura de Adolfo Hitler, no puede ni podrá nunca

102 empañar la matriz forjadora de grandes genios e inspiradores alemanes. Todas las áreas del intelecto y la acción humanas siempre han tenido figuras sobresalientes que han sido sostén de la ciencia, las artes y la política más allá de sus fronteras. Es en Alemania donde nacerá un Gütenberg, inventor de la imprenta, uno de los avances más significativos de la Historia para la comunicación humana. De ella provienen personajes filosóficamente combativos, espiritual- mente independientes como Lutero, padre de todas las corrientes posteriores del Protestantismo en rebelión, no con el Dios Cristiano, sino con las autoridades romanas. La nueva vertiente de la fe arraigará fuertemente en toda Europa (Holanda, Suiza, Gran Bretaña, etc.), trascendiendo el continente para llegar a otros, especialmente América del Norte. En estas tierras florecerá el Arte de manera incomparable y mundialmente reconocida. La música encontró en Alemania poco menos que su residencia preferencial, y fue allí adonde Wolfgang Amadeus Mozart desplegó su atormentado genio. Donde Behetoven superó su limitación acústica para transformarse la cumbre de la música clásica. Donde Johann Sebastian Bach decoró su tiempo con un estilo inconfundible que sigue despertando admiración. Alemán es Johannes Brahms, que hizo de su arte musical un compendio de profundidad. Alemán es Richard Wagner, el gigante operístico que volcó en su obra el espíritu de los Dioses y la Historia Nibelunga, sin olvidarse del gran compositor Johan Strauss que si bien nació en Austria, pero es también un pueblo alemán, y muchos otros. Nadie puede ignorar el impacto en la Filosofía que fue Emmanuel Kant con su perspectiva idealista; o la marca que dejó Hegel con su particular perspectiva de la Historia como “la marcha de Dios sobre la Tierra”; o la matriz creadora de ideología que fue Karl Marx, o la insondable búsqueda de las profundidades del hombre de Nietzsche. Todos nacieron de la misma Alemania, nutridos de su envidiable cultura, que puede seguir agregando nombres a su nómina de hombres ilustres. Alexander von Humboldt un pionero entusiasta y un científico inspirador de uno de los Centros de Estudios Universitarios más prestigiosos del mundo. Albert Einstein el padre de la relatividad y del mundo atómico; fue Max Planck su amigo, pero también objetor con su Teoría Cuántica, llave increíble para interpretar las leyes más complejas de la Física más avanzada de la actualidad. Y sin mencionar al genial Werner von Braun, el creador de los cohetes espaciales que revolucionaron la ciencia. Y qué decir de Goethe, de Lessing, de Schiller, poetas y escritores que son cita permanente en cualquier círculo literario, coronando recientemente con el Premio Nobel de Literatura a otro “grande” alemán como Gunther Grass. O genios de la Arquitectura, el Diseño y la Pintura como lo fueron los creadores de la Escuela de la Bauhaus, que marcaron una época tanto en Europa como en América, proveyendo de nuevas y revolucionarias ideas estéticas. Por eso es importante este reconocimiento, esta máxima expresión del espíritu trabajador y consecuente del pueblo alemán, esa convicción para superar cada crisis con un

103 ímpetu que merece ser tomado de ejemplo por otras naciones del mundo. En 1991 con mi hija y nieta abordamos un crucero, “Enrique Costa”, y fuimos por los canales fueguinos y Ushuaia. En la parte delantera del barco, sobre lacubierta, había una gran confitería donde conocí mucha gente. Vi varias veces a un matrimonio de gente mayor sentado solo en una mesa. Al pasar cerca de ellos escuché que hablaban alemán. La mujer estaba bien provista de joyas de oro, de manera que no me costó mucho adivinar su origen. Siempre me gustaba trabar amistad con gente de esa comunidad. Al saludarlos en alemán me invitaron a su mesa. Los dos eran dentistas jubilados y de esmerada cultura. Me contaron que en Alemania bajo los nazis estaban mal los que ocupaban puestos públicos, pero los que desarrollaban actividades privadas lícitas de cualquier índole y no estaban en el partido comunista, no tuvieron ningún problema. Hasta el asesinato en la Embajada alemana en París, y la trágica “noche de los cristales rotos” (que ya relaté); los dentistas se vinieron a la Argentina. “Pero, ¿cómo todavía están hablando en alemán?”, les pregunté. Entonces el hombre muy ceremoniosamente dijo: “No hay alemán más alemán que un judío alemán”. Esta frase lo resume todo… Nunca la voy a olvidar. Eso me dio a entender aún mejor que realmente el pueblo alemán nunca tuvo nada contra los judíos, y éstos se sentían muy bien entre ellos. Ese distinguido matrimonio era tan amable conmigo que en los días siguientes siempre me sentaba a su mesa, y nunca me permitieron que yo pagara la consumición. Nos hicimos muy amigos. Lástima que yo postergaba pedirle la dirección, y el último día era un alboroto tan grande que no los encontré mas. Siempre me pregunto: si los judíos de entonces se sentían tan alemanes ¿por qué los actuales, que ni siquiera conocieron a Hitler y sus malditos nazis, deben exigirles a los descendientes alemanes, que tampoco los conocieron, que paguen lo que no deben? Toda esa trágica historia fue por culpa de los aliados, que en la Primera Guerra Mundial dictaron tan drásticos castigos sobre Alemania. Que llevaron al abismo de la miseria y la desesperación a la clase trabajadora, lo que preparó el clima para llevar al poder a un alborotado dictador llamado Hitler. Al final debo recalcar que tanto he conocido a los alemanes y a los judíos que tengo especial aprecio y admiración, por distintas razones, por estos dos pueblos

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN Como ya mencioné, el sionismo por intermedio de su máximo dirigente Chaim Weitzman había declarado la guerra sin fronteras contra Alemania, por lo que Hitler, según se decía, se valió de los tratados internacionales para apresar en campos de concentración a sus enmigos. Del mismo modo, los norteamericanos pusieron en centros de detención a los japoneses al entrar en guerra. Lo para- dójico fue que en los EUU sobraba de todo, allí nunca cayó ni una sola bomba, mientras que en Alemania reinaba la destrucción, el caos y la miseria.

104 Mucho se habla de los lamentables y terribles campos de concentración insta- lados apresuradamente y por necesidad por los nazis en plena guerra, y no tengo ánimo de defenderlo porque los he detestado toda mi vida. Pero nada se dice de los que existían a lo largo y ancho de los países satélites rusos y la inmensa y helada Siberia en la ex U.R.S.S., donde murieron muchos millones, y no sólo en el tiempo de la Gran Guerra sino antes y después de ella. Alguien se hace esa pregunta? El mundo se olvida de los seis países centroeuropeos que, justamente al terminar la guerra, los benditos aliados regalaron al terror de Stalin y de los so- viets; conocí personalmente la instalación del cruento régimen marxista. Conocí cómo, compulsivamente, con amenazas y torturas, la población debía entregar al Partido Comunista todos los bienes que poseía y convertirse en sus esclavos con la boca cerrada. Su slogan: “El que no está con nosotros, está contra nosotros y hay que liquidarlo”, se imponía por todas partes. Los campos de concentración soviéticos no sólo eran para trabajos forzados, sino también para insoportables interrogatorios y torturas. Era fácil caer adentro, pero muy difícil salir con vida. Existía un miedo terrorí- fico de saber que alguien del soviet le podía tener bronca o envidia, que deseara algo que tú poseyeras, y que podría ser hasta tu propia mujer o hijas. Pocos eran los que sobrevivían a tantos tormentos, de hambre, frío y enfermedades. Todo ese mar de sufrimientos en el llamado “paraíso soviético” era velado y escondido para el mundo exterior hasta el día de hoy. Conocí hasta dónde pueden llegar el sadismo y la perversidad humana en un régimen despótico, inventado e instala- do por notables intelectuales – ”extranjeros” como decía Stalin–, y financiado y explotado junto con los banqueros internacionales. Conocí a ese régimen como a las palmas de mis manos y tuve la gran suerte de poder escapar de ese “infierno terrenal” que no tiene comparación con ningún otro régimen Los sufrimientos y muertes en los campos de concentración del régimen nazi, especialmente durante el último año de la guerra, eran enormes, debido a la desastrosa situación. En una Alemania destrozada todo escaseaba al máximo. Por lo que los campos de concentración, se convirtieron en campos de la muerte. Muchos me preguntan ¿Si el judaísmo no hubiera declarado la guerra a Alemania no hubiera habido campos de concentración ni el llamado Holocaus to? Pero otros, más sagaces, me dicen: “No entiendo por que los nazis debían buscar, juntas, trasladar por los destrozados transportes tanta gente, raparlos, fumigarlos, meterlos en la cámara de gas para matarlos, sacarlos, llevarlos a los hornos crematorios, estando tan ocupados y atareados con la guerra que estaban perdiendo”. ¿No era mucho más fácil y rápido, cada vez que encontraban un judío pegarle un tiro y listo? A estas preguntas ya me costaba responder. Ese planteo lo hizo también, no hace mucho, nada menos que un genral francés. Muchos autores presentan aquellos acontecimientos a su manera. Además de todo lo que yo personalmente sabía durante ese triste período, y no perdía oportunidad de conocer algo más por los sobrevivientes. Por eso con gran interés asistí a la conferencia y la presentación del libro “Tiempo de recordar”, de Jack Fuchs.

105 –un sobreviviente de aquellas espantosas muertes–, que adquirí dedicado por el autor, y leí con gran interés más de una vez. Porque quería saber, de primera mano, cómo se manejaban tantos campos de concentración; ya que los nazis SS –o sea los cuadros especiales de Hitler– no eran numerosos. Esas tropas fieles al Führer debían estar desparramadas por todas partes, donde más se necesitaba; especialmente para organizar los destrozados transportes y escoltarlos hasta los lejanos frentes de batalla. Debían proveer a los desesperados soldados de víveres, armamentos y municiones, debían combatir las numerosas guerrillas y obligar al ejército regular que luchara hasta la muerte y no se rindiera ni retrocediera, como quería su Führer, e incluso entrar en las batallas cuando era más imperioso. Con todas esas colosales necesidades no podía admitir que los soldados de elite “SS” estuvieran parados de guardias o encargados como capataces, para los grupos de trabajo, y esperar que los soldados regulares sucumbieran sin alimentos, sin armamentos ni municiones, y que los ejércitos enemigos vinieran para acribillarlos. Del mencionado libro se desprende con claridad a quiénes delegaban los comandantes nazis el cuidado y el orden en los campos, y cómo estos guardias cumplían esos encargos. Había escuchado que los guardias y encargados de los grupos de trabajo eran otros prisioneros, pero por ingenuidad o por el odio a los nazis, no lo podía creer. Ahora entiendo, de seguro que era una norma de los comandantes nazis, ya que los soldados “SS” no alcanzaban. El distinguido escritor Jack Fuchs relata, en preguntas y respuestas con Liliana Isod, los sufrimientos que tuvo que atravesar, que me emocionaron mucho. Me resultaron estadísticamente interesantes las afirmaciones del Sr. Fuchs de que en “Alemania había sólo 1% de judíos, mientras que en Polonia llegaban al 10%, por lo que había una “situación de mayor ‘competitividad’, diferente religión, idioma, vestimenta...” 10. La pregunta de L. Isod es: “¿Cree que la población polaca, checa o ale- mana –por

citar algunos ejemplos– sabía de la existencia de campos de concentración y de exterminio?”, a lo que responde: “Campos de concentración hubo en Polonia, desde antes

de comenzar la Segunda Guerra Mundial. Y, también en Alemania destinados a los revolucionarios judíos y otras personas que se oponían al régimen en Polonia y Alemania. “Esto no era ningún secreto. Mucha gente que estuvo algún tiempo recluida, salía y contaba. El caso de Bruno Betthelheim es de los más famosos. Pero antes de comenzar la Segunda Guerra Mundial fue liberado...” 11. El Sr. Fuchs considera que el mundo libre sabía más de los campos que la población alemana debido a su desesperante situación. También cuenta que la 10 Jack Fuchs, “Tiempo de Recordar”, conversaciones con L. Isod, copyright 1995 y Edit. Meliá, Ayacucho 632 1º piso (1026) Bs.As., Argentina 11 Ibídem, pág. 46

106 relación con los polacos era poca y que a veces recibían gritos y hasta pedradas de ellos. De manera que debía transitar por otro camino para no verlos. Ante la pregunta: “¿Cómo se produjo la guetoización de Lodz?”, el Sr. Fu- chs responde: “Al principio el gueto estaba semiabierto. La gente se mudaba pensando que sería algo pasajero; que pronto terminaría la Guerra. Imagino que calculaban: ‘Bueno; vamos a vivir juntos. No es la primera vez que pasa con los judíos’. Por más fanático que fuera, nadie imaginó lo que vendría después”12. El Sr. Fuchs cuenta también cómo vivían al venir al gueto: “Ocupaban las casas que dejaban los polacos, que a su vez , fueron a vivir en las casas que dejaban los judíos. Hacer tantos cambios, con los enormes problemas que tenían los nazis, sólo se puede llegar a una conclusión; que ya se habrán vuelto locos o llenos de miedo por los sabotajes”. Justamente en todas partes de Europa donde había alemanes, sean nazis o tropas regulares, había guerrilleros y actos de sabotaje. En la pregunta “¿Hubo algún tipo de organización para resistir?”: “En 1943 algunos bundistas formamos un grupo. Nos reuníamos con ‘alguien’ que había estado en el ejército polaco. Él se encargó de enseñarnos cómo se manejaba un arma. Todo era con la imaginación, porque yo nunca vi ni un revólver...” No fue como en Varsovia que tenía canales, diversas formas de entrar y salir, de introducir armas...” 13. Cuando L. Isod pregunta: “¿De qué se ocupaban?”, el Sr. Fuchs responde: “Rápidamente se formaron grandes talleres. Mi madre trabajaba en uno en que se hacían zapatos de paja, muy grandes, especiales para los soldados del ejército que debían estar parados mucho tiempo. Esos calzados protegían del frío. Mi padre trabajaba haciendo calzado... Un tiempo trabajé en la cocina del Bunol. Mi hermanita colaboraba en algo referido al cuero. La pequeña no cobraba.” 14

“¿Me puede hablar sobre la alimentación, en ese período en que vivió en el gueto?” “Se empezó a racionar la comida, la mayoría de la carne era de caballo, también escasa

(tal vez comíamos una vez cada dos semanas). Durante los cinco años en que permanecimos encerrados, nunca vi un huevo o una fruta... Los rabinos autorizaban a comer carne de caballo, siempre que no se chupase el hueso. La mayoría de los judíos religiosos no comieron, aunque se la servían a sus hijos” 15. “¿Cuándo los deportaron a ustedes?”: “Lo más dramático y doloroso fue cuando se ordenó la liquidación del gueto y, con ella, el fin de los últimos judíos, incluida mi familia. Es algo que aún no puedo entender. Habíamos escuchado que los rusos estaban al lado, a cien o ciento treinta kilómetros de Lodz... Detuvieron su avance por el levantamiento de los polacos, 12 Ibídem, pág. 74. 13 Ibídem, pág. 76. 14 Ibídem, pág. 80. 15 Ibídem, pág. 80

en Varsovia. Si no hubiese sido por esa rebelión, hubieran entrado en Lodz y nos hubiéramos

107 salvado. Pero los rusos no querían, en ningún caso, que los polacos se liberaran solos. Una vez que los alemanes hicieron su trabajo los rusos entraron. Creo que nos deportaron el 5 u 8 de agosto de 1944...” 16 .

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DE AUSCHWITZ A LA LIBERACIÓN “¿recuerda cómo fue la entrada en Auschwitz?” “Llegamos a Auschwitz en agosto de 1944. Era verano. Inmediatamente nos aislaron; los hombres por un lado y las mujeres y niños por el otro. Todo se hizo con tanta rapidez que no nos dimos cuenta de nada. Hicieron la ‘selección’. Yo estaba junto a mi padre. Nos dividieron. Un kapo* judío le dijo a mi padre que era mejor que nos separásemos. Mi papá me empujó para que me fuera. No sé si sabía cuál iba a ser su destino. Nos llevaron a las duchas. Previamente nos sacaron las ropas. Nos raparon totalmente...”17. Para evitar confusiones: ese trabajote rapado se realizaba para evitar que los piojos se multiplicaran por falta de higiene. Pero esa tarea no se hacía por los nazis, sino por otros prisioneros y por sus “capos”(*) los jefes judíos. Para evitar la tremenda peste bubónica. Incluso después se le gasificaba la cabeza para matar los huevos de los piojos. “En Auschwitz estuve diez días o, tal vez , una semana. Después nos enviaron a Dachau, en Alemania. Antes de subir a los vagones nos registraron con un número. En mi caso fue el 95.798, sin tatuarnos. Nos dieron pan y algunas ropas. Y los kapos judíos dijeron: “Ustedes se salvaron” 18. Sin duda los capos tenían cierto poder y privilegios en ropas, comidas, etc. Cabe destacar que Auschwitz ha sido un gran centro industrial construido con toda prisa por los nazis. Porque ha sido un lugar más lejos de los bombardeos y más cerca del frente ruso, y como territorio amigo no fue bombardeado. Además han podido atestarlo con prisioneros de guerra. Y para no escaparse los metían en campos de concentración. En cuanto al campo de concentración de Dachau, el Sr. Fuchs relata que era un campo de trabajo. Que tenía un centro y varios satélites a la vuelta y que al principio no fue tan difícil, pero con el tiempo la situación había empeorado; especialmente en el helado invierno de 1944-45, con lo cual muchos prisioneros 16 Ibídem, pág. 87-88. 17 Ibídem, pág. 91. (*) Nombre de los prisioneros que tenían cierta autoridad sobre otros prisioneros en los campos generales, responsables por grupos de trabajo. 18 Ibídem, pág. 95

habían enfermado. Es conmovedor cuando el Sr. Fuchs relata que cuanto más cerca estaban de la liberación, más inalcanzable parecía, que el desastre en los campos de concentración en los últimos tiempos de la guerra fuera total, cuando los nazis estaban acorralados y desesperados. Con toda seguridad, los coman- dantes de los campos ante la grave situación (al no tener provisiones ni poder producir), impotentes, esperaban el final por lo que muchos de ellos preferían ir a luchar contra

109 los soviéticos, que esperar su llegada y que los acribillaran. Nunca pude entender tanta irresponsabilidad de parte de la cúpula gobernante nazi, seguir la guerra sabiendo que la iban a perder. A la pregunta : “Sí. Se convirtió en un campo de enfermos... a principios de marzo de 1945. Primero comenzó el tifus. No fue lo único: hubo disentería, tuberculosis y desnutrición. La fiebre era altísima. Todo el campo se colocó en ‘cuarentena’. Nos enfermamos. Cada vez había menos comida. Nos alimentábamos una vez por día y casi nada. La gente se moría. Los cadáveres eran llevados a Dachau central para cremar...” 19. Es triste el relato del Sr. Fuchs cuando a unos días de la liberación estaba muy mal, sentía cómo poco a poco se iba muriendo. En el campo, de unos 2.000 prisioneros, veía a su alrededor cómo amigos y compañeros se iban apagando. Tan grande ha sido el desorden en el campo, que por eso pudo escapar hasta llegar a un galpón, donde pasó la noche en una parva de heno. Al ser encontrado por los habitantes de la casa, éstos, sin hacerle ninguna pregunta, lo alojaron en una pie- za, lo calentaron y le dieron comida. Entonces pesaba nada más que 38 kilos.

RECUPERANDO LA VIDA “Tras esos dos o tres días me llevaron a Saint Ottilien ( Bavaria): fue un monasterio transformado, durante la Guerra, en hospital. Fue utilizado para la internación de los soldados alemanes heridos. Los americanos lo ocuparon. Trasladaron a los germanos a otros lugares, agrupando allí a los ex prisioneros de campos de concentración” 20. “...Las monjas y médicos – alemanes– nos trataban bien, con cariño. Nuevamente el misterio del ser humano. Si dijese otra cosa, mentiría...” 21. “Luego me enviaron a un sanatorio especial para tuberculosos, en el que permanecí seis meses, ubicado en Gauting ( Bavaria), no lejos del anterior. Esa institución estaba bajo supervisión de los americanos. Antes había sido destinada a aviadores germanos. ...Era un lugar en el que se reponían los asmáticos de la Fuerza Aérea Ibídem, pág. 100. Ibídem, pág. 105. 21 Ibídem, pág. 106 19

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Alemana. Nuevamente retiraron a todos los enfermos alemanes. Nos asignaron ese lugar para nosotros. Había rusos, polacos... La mayoría éramos sobrevivientes de Dachau.” 22 Me permito una reflexión: me parece bien que se haya dado buena atención a los enfermos de los campos de concentración. Pero como conocí bien la crueldad de los aliados durante la guerra, puedo imaginarme que a los enfermos o heridos alemanes los habrán echado sin misericordia, “fuera” y se acabó. Como si el ser alemán, que en un 90% no era nazi, no tuviera alma, no sintiera dolor ni tuviera sufrimientos. Esos eran los

110 “derechos humanos” de los implacables aliados y sus socios. Quisiera aclarar que después de la presentación, el libro del escritor Jack Fuchs desapareció y nunca nadie pudo encontrarlo en ninguna librería del país. Me alegro de haber sido uno de los primeros adquirentes y tener además una dedicatoria con la firma de ese sincero autor. Sobre esa triste historia se ha desarrollado lamentablemente una gran industria, altamente lucrativa para algunos. Me resulta llamativo que en algunas películas se han mostrado una “montaña” de dientes de oro. Sin embargo, cualquier persona que pueda reflexionar llega a la conclusión de que es una fantasía cinematográfica macabra. El proyecto es llenarse de dinero y hacer quedar pésimamente mal no solo a los nazis que ya no quedaron después de terminada la guerra, sino a los pobres alemanes para quitarles dinero con algunas tergiversaciones históricas. Y para colmo, muchas veces al hablarse de esto, algunos que creen que soy judío hasta el día de hoy, muestran su indignación por esos abusos. Muchas veces he notado alguna mirada incriminatoria. En ningún libro documental de los sobrevivientes de los campos de concentración mencionan algo semejante. Sí hubo casos de sustracción de ropas, de objetos personales o de dentaduras, han sido casos individuales de los “capos” o de sus compañeros. Las SS, por un lado no manejaban directamente a los prisioneros y por el otro, si se tiene en cuenta su arrogancia ególatra y su ínfula de seres superhombres, uno no puede imaginárselos metiendo las manos en la boca de un prisionero muerto. Además se sabe que a vecs en un campo había un solo capitán nazi; pero para ganar dinero se inventan cosas que realmente dan asco. He visto como los nazis, en su desesperación, sacaban las campanas de las grandes iglesias para fundirlas, porque no tenían con qué comprar los metales que necesitaban. Por eso, me resulta llamativo cuando veo en los cines la monta- ña de dientes de oro supuestamente sacados de los prisioneros sin fundirlos. *** 22

Ibídem, pág. 10

Para esclarecer más la verdad sobre el holocausto y la muerte de gente ino- cente, sería interesante también mencionar el testimonio de otro sobreviviente, el distinguido Dr. Víctor Frankl, psiquiatra, renombrado analista y creador de la Logoterapia, que escribió, entre otros, el libro “El hombre en busca de sentido” 23, donde relata su penoso cautiverio. Citaré sólo algunos pasajes del mencionado libro en donde presenta los sufrimientos, la vida y la muerte por falta de alimentos, ropa y medicamentos (que tampoco había en toda Alemania), así como también los comportamientos, a veces sádicos, de los guardias, los “kapos”, que eran otros prisioneros seleccio- nados por el comandante SS. Presenta un drama desolador.

111 El Dr. Frankl escribe: “Estuve algún tiempo en un barracón cuidando a los enfermos de tifus; los delirios eran frecuentes, pues casi todos los pacientes estaban agonizando. Apenas acababa de morir uno de ellos y yo contemplaba sin ningún sobresalto emocional la siguiente escena, que se repetía una y otra vez con cada fallecimiento. Uno por uno, los prisioneros se acercaban al cuerpo todavía caliente de su compañero. Uno agarraba los restos de las hediondas patatas de la comida del mediodía, otro decidía que los zapatos de madera del cadáver eran mejores que los suyos y se los cambiaba. Otro hacía lo mismo con el abrigo del muerto, y todo esto yo lo veía impertérrito, sin conmoverme lo más mínimo...” Luego agrega: “Mientras mis frías manos agarraban la taza de sopa caliente de la que yo sorbía con avidez , miraba por la ventana. El cadáver que acababan de llevarse me estaba mirando con sus ojos vidriosos; sólo dos horas antes había estado hablando con aquel hombre. Yo seguía sorbiendo mi sopa.” En otro párrafo nos relata: “Afortunadamente el «capo» de mi cuadrilla se sentía obligado hacia mi; sentía hacia mí cierta simpatía porque yo escuchaba sus historias de amor y sus dificultades matrimoniales, que me contaba en las largas caminatas a nuestro lugar de trabajo. ... “me había reservado un puesto junto a él en las cinco primeras hileras de nuestro destacamento, que normalmente componían 280 hombres. Era un favor muy importante. “...”Todo el mundo tenía miedo de llegar tarde y tener que quedarse en las hileras de la cola. Si se necesitaban hombres para hacer un trabajo desagradable, el jefe de los «capo» solía reclutar a los hombres que necesitaba de entre los de las últimas filas. Estos hombres tenían que marchar lejos a otro tipo de trabajo, especialmente temido, a las órdenes de guardias desconocidos. Todas las protestas y súplicas eran silenciadas con unos cuantos puntapiés que daban en el blanco y las víctimas de su elección eran llevadas al lugar de reunión a base de gritos y golpes. 23

Frankl V.E., “El hombre en busca de sentido”, 19ª ed., Edit. Herder 1998, págs. 43, 48 y 68.

Antes del macabro final el Dr. Frankl cuenta que a veces improvisaban un espectáculo de cabaret: “Se despejaba temporalmente un barracón, se apiñaban o se clavaban entre sí unos cuantos bancos y se estudiaba un programa. Por la noche, los que gozaban de una buena situación –los «capos»– y los que no tenían que hacer grandes marchas fuera del campo, se reunían allí y reían o alborotaban un poco; cualquier cosa que les hiciera olvidar. Se cantaba, se recitaban poemas, se contaban chistes que contenían alguna referencia satírica sobre el campo.” 24 En “¡Quién fuera un preso común!” el Dr. Frankl cuenta cómo al ver a un grupo de convictos pasar por donde estaban trabajando, se les hizo patente lo que era la relatividad del sufrimiento y llegaron a envidiar a esos prisioneros, ya que su existencia era feliz, segura y relativamente ordenada. Añoraban los beneficios que estos seguramente tendrían: bañarse regularmente, cepillos de dientes, colchones, ropas, y el correo que les traía noticias de sus familiares, saber si estaban vivos o muertos. Incluso envidiaban a aquellos que podían entrar a trabajar en una fábrica, al resguardo de la intemperie, en lugar de chapotear en el fango durante doce horas diarias, expuestos a sufrir accidentes fatales al vaciar los artesones de un pequeño

112 ferrocarril. Así también se alegraban al no tener como capataz a uno que acostumbraba a tratarlos a los golpes. Al parecer ésos eran “prisioneros de guerra” y no políticos, opositores al régimen, o judíos que le declararon la guerra a Alemania, sino contrarios de Stalin como fueron los ucranianos que estaban convocados para la guerra por sus amigos los rusos. En el relato: “La psicología de los guardias del campamento” se pregunta cómo podía ser que los hombres trataran a sus semejantes en la forma en que contaban que eran tratados los prisioneros. Llega a la conclusión de que por increíbles que parecieran estos relatos, eran verídicos. Que entre los guardias había algunos sádicos (pero en un sentido estrictamente clínico). Y ese criterio de selección se repetía también entre los propios prisioneros, los cuales desempeñaban la función de kapos, que resultaban ser los más brutales y egoístas. He visto que en la guerra y en las grandes desgracias el ser humano se hace insensible, hasta inhumano. Me resultó muy llamativo lo que el Dr. Frankl cuenta en las págs. 124-1 25: “Al acabar la guerra y ser liberados por las tropas norteamericanas, tres jóvenes judíos húngaros escondieron al comandante del campamento en los bosques bávaros. A continuación se presentaron ante el comandante de las fuerzas americanas, quien estaba ansioso por capturar a aquel oficial de las SS, para decirle que únicamente bajo determinadas condiciones le revelarían dónde se encontraba; el comandante norteamericano tenía que prometer que no se haría ningún daño a aquel hombre. Tras pensarlo un rato, el comandante prometió a los jóvenes judíos que cuando capturara al prisionero se ocuparía de que no le causaran la más mínima lesión y no 24

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sólo cumplió su promesa, sino que, como prueba de ello, el antiguo comandante del campo de concentración fue, de algún modo, repuesto en su cargo, encargándose de supervisar la recogida de ropas entre las aldeas bávaras más próximas y de distribuirlas entre nosotros.” Al leer ese libro uno llega a la conclusión de que, durante las guerras y en los campos de concentración, sucedían tantas calamidades que en la vida real, uno no se puede imaginar. Le recomiendo al lector la lectura de este libro del distinguido Dr. Víctor Frankl.

UN ASESINO ACTO DE LOS ALIADOS EL BOMBARDEO: MÁS QUE UNA BOMBA ATÓMICA Muchos lectores no sabrán que la hermosa ciudad de Dresden, llena de monumentos, estaba declarada abierta. No tenía ninguna defensa antiaérea: allí no hubo ni un soldado nazi (SS) y ni siquiera un soldado regular. Por eso muchos cientos de miles de civiles alemanes que vivían en los países limítrofes habían abandonado todos sus bienes, y corrían despavoridos ante el avance de los ejércitos soviéticos se

113 refugiaron allí, pensando que esa ciudad no sería bombardeada. Muchos se ampararon en barracas, en las escuelas, plazas y hospitales. Antes de terminar del todo la guerra, al parecer para no dejar bombas sin utilizar y gente sin aniquilar, los aliados mandaron durante un día tres mortíferos ataques con 1.200 bombarderos superfortalezas cada uno, como era su costumbre, masacran- do más de 300.000 seres totalmente indefensos. Escuché que el último ataque había sido para ametrallar a los sobrevivientes que corrían desesperados de un lado para otro. Siempre me acuerdo que en un torneo de golf seniors en Chile, en la cena de despedida en la cancha del “Prince of Wales”, estaba yo sentado en una mesa con un irlandés que había sido aviador de la RAF (Royal Air Force) que, según él, en principio tenían mucho miedo de los veloces cazas alemanes. Pero después ya desaparecían. No pude aguantar decirle que, mientras para ustedes: “volar sin resistencia sobre un territorio enemigo y tirar bombas adonde querían era una diversión más. Pero para nosotros abajo, era un terror indescriptible”. Nos miramos un momento y yo me sonreí. Alguien del grupo le preguntó por qué destruyeron Dresden, que era una ciudad abierta, a lo que él contestó: “Se decía que los nazis guardaban allí armas secretas y había que destruirlas”. Lo mismo sucedió con Saddam Hussein, cuando los aliados insistían falsamente en que él tenía armas secretas de destrucción masiva y destruyeron todo un país, Irak, que no tenía ni siquiera armas para defenderse como cualquier otro país del mundo Sus tanques y su aviación estaban oxidados; sin embargo los norteamericanos, como los ingleses, votaron por segunda vez a George W. Bush y a Anthony Blair. Eso significa que hay importantes pueblos que prefieren las guerras, la destruc- ción, matanza y dominación de las riquezas ajenas. Todo el mundo se acuerda de la bomba atómica que el 6 de agosto de 1945 el avión estadounidense, llamado “Enola Gay”, dejó caer sobre Hiroshima y Nagasaki (el día 9). Si tenemos en cuenta que una bomba atómica de entonces tenía un poder de explosión de 20.000 ton de TNT, mientras cada oleada de 1.200 superfortalezas llevaban unas 20 ton de bombas cada uno, quiere decir que arrojaban unas 24.000 ton., estará claro para el lector el poder de destrucción que arrojaron los aliados, en un día, sobre Dresden. Con ese solo crimen, los aliados mostraron que no tenían alma. Hay que recordar la opinión del líder francés, Daladier, quien decía antes de empezar la 2ª guerra mundial que Alemania debía ser reducida a un país agrícola, con no más de cuarenta millones de habitantes. Con toda seguridad eso justificaba la matanza despiadada de la gente indefensa. Porque los franceses no se podían conformar con la existencia de un pueblo tan grande, trabajador y vigoroso como son los alemanes. Así Inglaterra quedaría dueña de los mares del mundo, y Francia, la potencia dominante en Europa que fue el legado de Napoleón. Todo estaba fría e inhumanamente calculado. Derrotar por todos los medios a Alemania y mantenerla ocupada para siempre. Y efectivamente la

114 ocuparon las cuatro potencias, nada menos que por 45 años, casi medio siglo. Sin embargo se dieron cuenta al final de que el coloso soviético era una verdadera y latente amenaza, y no sólo para Europa sino para el mundo entero. ¿Se puede justificar el feroz bombardeo de la capital de Bulgaria, Sofía, en el último tramo de la guerra, teniendo en cuenta que Bulgaria no entró en ella y quedó neutral? Además, por las hábiles tratativas de nuestro rey, fueron demorados varios meses los ejércitos alemanes para pasar a Grecia y atacar a la flota inglesa en el Mediterráneo. Eso demoró la campaña de Hitler contra Rusia. Llegó el tremendo invierno y fracasó el rápido avance del ejército alemán y la toma de Moscú. Además Bulgaria no entregó al nazismo ni un solo judío que, en vez de estar muchos de ellos integrando la guerrilla, Hitler los quería para que le trabajaran y evitar que maten a sus soldados heridos que se reponían en Bulgaria. Pero como en Inglaterra había abundancia de bombas, de aviones y pilotos acostumbrados a destruir y matar gente y sin tener ya nada que hacer, es que el “pulgar” se bajó sobre Sofía.

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CAPÍTULO V LA PELIGROSA GRAN ODISEA Los bombardeos sobre toda Alemania eran mortíferos, crueles e insoportables. Temerosos por sus vidas muchos colegas habían viajado para sus patrias. Aunque Ursula aún me retenía, la precaria Politécnica y las devastadas líneas férreas (el único medio de transporte para llegar a Munich) ya que al no haber combustible tampoco había transporte de ómnibus, y el peligro de los sorpresivos ataques aéreos doblegaron mi voluntad de proseguir allí. Cansado de cuidar mi vida, un día arreglé mi valija y decidí viajar en el primer tren internacional que viniera de París en dirección al Oriente. Con las pesadas valijas llenas de libros que tenía en la casa de la madre de Ursula (taxis no había) y con la lengua afuera, llegué tarde a la estación. Como tenía suficiente dinero por la venta de cigarrillos, había comprado por primera y última vez pasaje en la lujosa Segunda Clase, que aún existía de la preguerra. El tren estaba repleto de gente que quería salvar sus vidas, viajando en dirección al Este, por el ferrocarril “El expreso de París”, que pasaba por Munich, Viena, Budapest, Belgrado, Sofía y llegaba a Estambul. Como yo llegué tarde, el tren estaba atestado de gente sin respetar la clase, y próximo a partir. Ayudado por unos compañeros, después de levantar las valijas por la ventana, me tiraron de los brazos y fui a tumbarme al suelo. En el tren viajaban unos treinta estu- diantes búlgaros. En el trayecto por Austria, Hungría, y a lo largo de la independiente Croacia viajamos tranquilos, sin inconvenientes: Parece mentira que en plena guerra y de un régimen nazis, centrales en la frontera como ya mencioné no había más que un sello en el pasaporte de “salió” ó “entró” y nada más. Por eso ahora cada vez que tendo que viajar en avión, no de un país para otro, sino de una ciudad para otra debo soportar los humillantes controles policiales. Sin embargo, al llegar a Belgrado el tren se detuvo. Nos avisaron que el expreso no proseguiría hacia Sofía. Que las líneas férreas no eran seguras porque de no- che estaban en manos de los guerrilleros, y de día bombardeadas por la aviación inglesa. Nos acomodamos para pasar la noche en los vagones del tren abandonado. A la mañana siguiente unos veinte estudiantes, incluidas las muchachas, resolvieron volver atrás, hacia Hungría y Alemania. Los restantes varones decidimos seguir a toda costa adelante hacia nuestra patria. En una peligrosa y novelesca odisea proseguimos por Yugoslavia hacia Sofía, con un improvisado tren de pocos vagones, principalmente con pasajeros serbios y unos cuantos soldados alemanes. A unos 100 km, el tren paró en una estación de campo. De repente vimos que los experimentados soldados saltaban por puertas y ventanas y se alejaban del tren a toda carrera. Percibimos recién entonces el característico zumbido de los aviones y pronto sus metrallas lanzaban fuego sobre nosotros. Despavoridos saltamos por donde pudimos. Yo corrí con todas mis fuerzas para esconderme. Al escuchar que los aviones se

116 alejaban recién me di cuenta que me encontraba en un pequeño depósito de carbón. Me acordaba que en el momento de mayor terror trataba de meter mi cabeza en algo que resultó ser carbón. Al salir del cuarto, mientras intentaba limpiar mi cara vi un soldado alemán con un saco colgado en un dedo que tranquilamente preguntaba: “Wem gehört das” (de quién es esto). Me di cuenta de que era el mío. Le pregunté dónde lo había encontrado: “allí”, dijo él mostrándome el cerco de púas trenzadas y postes con puntas filosas. No entendía cómo había saltado por encima de aquel cerco tan peligroso. Recordaba que el equipaje lo había dejado en el vagón y el saco lo tenía colgado en mis hombros, pero el soldado demostró un solidario gesto humano. Era evidente que ese sol- dado no hacía ya mucha diferencia entre la vida y la muerte. Se ocupó de un saco ajeno, que podría no tener en cuenta. Más tarde, cuando conocí a los soldados soviéticos, me di cuenta de que la diferencia era como del día y la noche. O mejor desde la Tierra a la Luna. Los vagones estaban acribillados y de la locomotora saltaban chorros de agua y vapor por los agujeros causados por los impactos. Mientras nos agrupamos y pensábamos qué hacer, los pasajeros se iban dispersando. Como por milagro divisamos dos camiones militares alemanes a cierta distancia. Nos dimos cuenta de que cargaban a los soldados que viajaron en nuestro tren. Era evidente que seguirían viaje al Este para ayudar a sus camaradas que retrocedían de Grecia, o a los enfermos que se encontraban en Bulgaria. Des- esperados, con valijas en mano y a duras penas, corrimos hacia ellos antes de que se marcharan. Encarecidamente le pedimos al oficial que nos acercara hacia Bulgaria lo más que pudiera. El pobre trató de convencernos de lo peligroso que sería para nosotros, porque ellos eran blanco de ataques guerrilleros o de la aviación enemiga. “Es que no nos queda otra alternativa”, le explicamos. “Porque de noche los guerrilleros nos atacarían y matarían.” Al final el buen hombre se rindió y aceptó. “Suban rápido que partimos, no hay tiempo para perder.” ¿Qué les esperaba a estos desdichados soldados obligados por el enloquecido Hitler a sacrificar su vida por nada, en una Yugoslavia infectada de guerrilleros y ataques aéreos in- gleses que los obligaban a saltar de los camiones desesperadamente con lo puesto y quedar con el transporte destruido? Eso resalta aún más el valor de su actitud humanitaria. Viajábamos parados, tambaleando de un lado para el otro. El sol yugoslavo era abrasador bajo la carpa del camión, entre los ya demasiado sufridos soldados alemanes. El calor y la tierra que saltaba por todas partes era tan sofo- cante que me ahogaba, me parecía que iba a desmayarme. De haber sido tropas de elite SS, no creo que nos hubieran aceptado. Porque ellos, aunque pretendían ser caballeros desconfiaban de todos. A unos 60 km el camión paró frente a otra estación del ferrocarril en el cam- po. El oficial saltó del camión y nos pidió que bajáramos, haciéndonos rápido la venia militar, subió al camión y se marcharon. No tuvimos tiempo de darle las gracias por la atención tan grande y tan humana. Vimos un pequeño tren que seguro sería el último en dirección a nuestra patria. El maquinista hacía silbar la locomotora para apurar a los pasajeros, por lo que

117 corrimos para no perder esa gran oportunidad. Aunque la capacidad del pequeño tren se había colmado con gente serbia de la zona, nos acomodamos con cierto alivio pensando: “ahora no hay soldados alemanes, así que no hay que temer un ataque inglés”, pero nos equivocamos. Los que manejaban los aviones se habían convertido en asesinos, no hacían diferencia. Al parecer, cuanta más gente mataban, más contentos se iban. Seguro que no les importaba que hubiese gente inocente e indefensa y que la mayoría fuesen serbios, sus aliados. No tenían sentimientos. Al prepararse para arrancar, el tren se detuvo. De repente los que estaban sentados hacia las ventanillas empezaron a gritar “¡Allí vienen!”, y ya se percibía el trágico zumbido de los aviones que volaban a baja altura, ya que defensa antiaérea no existía. Las metrallas y las muertes eran espantosas e interminables. Con mis compañeros teníamos siete vidas, todos nos salvamos. Como éramos más jóvenes y corríamos más rápido, nos habíamos alejado más y escondido mejor. Sólo uno estaba herido en la mano y a otro le habían volado la punta de la nariz. Se veía nuestra locomotora, que vomitaba chorros de agua y vapor por los agujeros en la caldera. Al bajar nuestro equipaje, sin prestar atención a los heridos y muertos, nos alejamos lentamente de la estación. Estaba anocheciendo. Como yo sabía serbio, al ver una casa cercana nos dirigimos allí para pedir albergue, pero la gente no quiso saber nada con forasteros. De pronto un hombre anciano se acercó y nos dijo: “Allí, a dos km por la vía hay un puesto de soldados búlgaros”. Suponía que todavía no se habían ido. Nos aconsejó que nos apuráramos porque pronto empezarían los tiroteos; aquella zona estaba infestada de guerrilleros del Mariscal Tito. Al caminar entre los rieles y tropezar en la oscuridad con las valijas en las manos, el cansancio nos agobiaba. De repente escuchamos una voz que dijo: “Alto o disparo”. Nos dimos cuenta de que era un soldado búlgaro. En voz baja le pedimos que nos llevara al refugio. Fue espantoso llegar hasta allí bajo el silbido de las balas de los dos bandos. En el momento de entrar en el precario “fortín” en pleno campo abierto, se descargó una ráfaga de ametralladora guerrillera, por lo que nos tiramos al suelo. Unos 20 soldados estaban apostados a la vuelta del parapeto de bolsas de arena de un metro de altura, respondiendo al ataque con tiros de fusiles. Todos se sorprendieron con nuestra inesperada llegada. Su jefe, un teniente primero, al saber que nosotros éramos estudiantes sin rumbo exclamó: “Ahora sólo esto nos faltaba, y encima ya se nos terminan las municiones”. De inmediato envió al sargento con dos soldados para ir a traer (por la fuerza) a un campesino con un carro, para cargar el poco equipaje que había. Al lado del fuerte se divisaba una torre de madera para observación, pero no había nadie arriba. Pasó una tensa y prolongada espera. El sargento no volvía. Un soldado preguntó: “Teniente, y si los guerrilleros han degollado al sargento y a los dos soldados, ¿qué hacemos? ¿Esperamos una embestida?”. Visiblemente el teniente se mordía los labios, pero no pronunció palabra. La noche era oscura.

118 Al final llegó el carro. Muy sigilosamente cargamos nuestras valijas y la poca pertenencia militar. “Ahora caminen todos rápido pero agachados, sin hacer ruidos”, ordenó el jefe. Al alejarnos escuchamos un furioso ataque sobre el fortín. Gracias a Dios ya no estábamos allí. El teniente ordenó que el sargento con unos soldados se separaran de nosotros y trataran de distraer y desorientar a los guerrilleros. Llegamos a un bosque donde nos tiramos en el suelo, muertos de cansancio y sueño. Al amanecer vimos que los soldados habían hecho ya un caldo de poroto y carne de oveja que seguramente habían traído de las cercanías con toda seguridad no pagadas, sino robadas o llevadas por la fuerza. Mirábamos cómo tragaban el contenido con rapidez, mientras nosotros tragábamos saliva. Al terminar nos prestaron sus tarros y sirvieron el aguado caldo que quedaba con algunos pedacitos muy grasosos. Pero “cuando hay hambre no hay pan duro”, dice el refrán. El teniente bromeó: “Ahora estamos tranquilos: los guerrilleros son como los vampiros. Duermen de día y salen de noche”. Teníamos que proseguir el camino paralelo a las vías del ferrocarril, que ya no funcionaba. Llegamos al puente derribado por la aviación, en donde yo corté el pulgar del soldadito alemán. Allí el teniente liberó al serbio con el carro. Nosotros rápidamente juntamos unos pesos y se los ofrecimos. El tosco hombre se negaba a recibirlos, hasta que aceptó. Cruzamos por los tablones al lado del puente y proseguimos el largo y penoso viaje a pie con las valijas a cuestas. Nuestros brazos estaban ya al final de su resistencia. Le rogamos al jefe que parara un rato la marcha. Hasta que llegamos a la sombra de un árbol. Los soldados la ocuparon rápidamente. Nos conformamos con tirarnos al suelo y poner la cabeza sólo a resguardo del fulminante solazo Pero pronto proseguimos. Con las pesadas valijas en las manos, el viaje resultaba insoportable. Yo quería abandonar mi valija, pero no quise ser el primero. Los estudiantes nos estábamos arrastrando y el jefe nos apuraba y alentaba. Al final el teniente dijo: “Ya llegamos”. Era otra pequeña estación con un tren de tres vagones de carga, listo para marcharse. El oficial que nos esperaba preguntó si venían más soldados búlgaros. “Somos los últimos”, contestó el teniente: los que quedaron, cayeron prisioneros o degollados por los guerrilleros. Nos acomodamos rápido en un vagón sobre algo duro. El tren era militar, seguro llevaba proyectiles de artillería. Proseguimos sin problemas hasta llegar a una importante estación de la ciudad de Nish, que los serbios nos la habían usurpado en la Primera Guerra Mundial. Al lado derecho de la vía, bajo el alto terraplén vimos muchas barracas con heridos, soldados alemanes que habían salido de Bulgaria por orden de nuestro gobierno, para que no fueran motivo de que los rusos nos invadieran. En ese momento vino una motocicleta con sidecar, donde un soldado búlgaro se retorcía de dolor. “¿Qué pasa?”, resonó la voz de un coronel. “En una pelea

119 –dijo el motociclista– los alemanes lo han herido”. “¿Y qué diablos han ido a hacer allí? A provocarlos seguro. Llévalo de nuevo a ellos y pídeles que lo curen, porque nosotros ya no tenemos ni médicos ni remedios”. El convoy estaba listo para arrancar en dirección a Sofía. Estábamos acostados sobre la misma carga dura. De pronto escuchamos explosiones y vimos que los soldados corrían a toda prisa. Desesperado yo salté del vagón y di varias vueltas; corríamos por unos campos de girasoles cuyos discos me daban justo en la cabeza. Al llegar a una hondonada, me tiré al suelo. Metía la cabeza bajo la alta vegetación y me di cuenta de que mi nariz estaba en un charco de agua. Aunque no podía respirar aguantaba lo más que podía, mientras cientos de esquirlas silbaban sobre nosotros. Al cesar las explosiones y salir hacia arriba, vi que de los dos últimos vagones donde estábamos con nuestro equipaje, quedaban sólo hierros retorcidos. Las valijas que sufrimos tanto para traer, habían volado por los aires. Quedamos sólo con lo puesto encima, y un compañero tenía la oreja arrancada. Se dio orden de abordar los vagones que se salvaron. Me tocó subir al vagón donde estaban el coronel y los oficiales. El tren marchaba a paso de hombre. Varios soldados caminaban a lo largo de la vía como escoltas ante posibles ataques guerrilleros. En el gran silencio un oficial dijo: “¿No habrán sido los alemanes que dispararon a los vagones con los proyectiles?”. El coronel respondió: “Eso es poco probable, los alemanes no son capaces de eso. Pero de lo que estoy seguro es de que ustedes no observaron la pólvora desparramada en el piso de los vagones. Alguien tiró un cigarrillo sin apagar, o una chispa de la locomotora que maniobraba provocó las explosiones”. “Además –prosiguió el alto oficial–, mientras ustedes corrían para salvar sus vidas, el conductor del tren y yo salvamos estos vagones. Si no tendríamos que caminar a pie 200 km. hasta llegar a nuestra patria ¿No tienen conciencia de que yo también tengo alma y tengo mujer e hijos que me esperan?”. Era evidente que la moral entre las rígidas tropas búlgaras había caído muy bajo. Sentado a un lado del vagón me dormí profundamente. Desperté al escuchar los ruidos de una gran estación: la capital de Bulgaria, Sofía. Era el 8 de setiembre de 1944.

LA LLEGADA DE LOS TANQUES SOVIÉTICOS Vi la gente muy asustada y desesperada. Los vendedores de diarios gritaban: “Los tanques rusos cruzaron el Danubio e invadieron Bulgaria arrasando con todo”. Subí al primer tren que iba para el Mar Negro, atestado de gente sin boleto y sin control alguno. Al día siguiente, el memorable para los comunistas y trágico para el resto de la población búlgara, “9 de setiembre de 1944”, un nuevo gobierno pro soviético declaró la bienvenida a los ejércitos invasores y ordenó la cordial recepción, con flores, a las tropas; con eso la población respiró aliviada al evitarse los ataques, violaciones y desmanes. Esa fecha fue convertida por los comunistas en el máximo feriado nacional. Ni siquiera superado por el día patrio de la liberación de la esclavitud turca, conmemorándolo con grandes desfiles militares.

120 Una columna de los ejércitos rusos pasó por nuestro pueblo. Por la noche, las dos fondas que vendían bebidas alcohólicas estaban repletas con soldados rusos. Con un amigo a quien le gustaba mucho el aguardiente, fuimos a uno de esos lugares. Al vernos, unos siete u ocho soldados que estaban sentados en la primera mesa a la izquierda nos invitaron a sentarnos con ellos. Tomaban la “vodka búlgara” en vasos de vino. De inmediato pidieron uno para cada uno de nosotros. Brindaban a cada rato: “Na sdorove bratushka” (Salud hermano). Yo apenas mojaba mis labios. En eso entró un coronel. Algunos de las otras mesas hicieron la venia. Uno de la nuestra, “por lo bajo”, dijo: “Eta jit” (judío) “ebe o mat” (un insulto a la madre, en ruso). Todos se hicieron los distraídos, pero nadie saludó. Aunque ya sabía que los rusos eran antijudíos me llamó mucho la atención. Con el pretexto de que me iba al baño aproveché para irme, mientras mi amigo se quedó brindando. Stoian, mi sobrino, era un marxista fanatizado. Uno de los tantos jóvenes que yo había adoctrinado en mis años de ilusión ideológica. Al día siguiente llegó a casa en compañía de soldados rusos. Era obvio que les había informado que yo recién llegaba de Alemania. Esa misma noche dos soldados vinieron a buscarme. Me llevaron a las afueras del pueblo, a una tienda de campaña donde funcionaba el comando ruso. No puedo ocultar que me entró miedo y mis rodillas empezaron a temblar. Al rato se presentó un capitán para interrogarme. Quería saber cuándo, cómo y por qué había estado en Alemania. Una luz intensa me dañaba los ojos. Se cansó de for mular preguntas y desapareció. Me invadían los nervios. Estaba solo. Conjeturé que era observado por alguna abertura de las lonas. Hacía esfuerzos indecibles por mantenerme sereno y distraído. Resultaba el colmo de las paradojas, sobrevivir a las colosales bombardeos, metrallas, explosivos y riesgos de muerte en Alemania y en aquel tormentoso viaje, regresar al pueblo natal y de pronto sentir amenazada mi existencia a manos de los hermanos rusos. Luego ingresó un jefe de mayor graduación. Cumplía el interrogatorio en forma más agresiva. Le respondía de la misma forma que lo hiciera con el capitán. Cualquier diferencia podía costarme caro. En medio de la desesperación me alumbró una chispa de coraje y decidí reaccionar; yo no era reo, además, no tenía qué temer y de nada me podían culpar. Comencé a hablar con decisión y en voz alta relaté mi indignación al haber visto a mujeres rusas llevadas a la fuerza por los nazis, para limpiar y lavar las calles de las ciudades. (Después me enteré de que en la U.R.S.S. ese trabajo era realizado justamente por mujeres). A continuación largué una tanda de insultos contra los nazis que me perseguían, hacían mis estudios imposible, y otras mentiras de modo que le impedía hablar al oficial. Recalqué que debí interrumpir mis estudios de ingeniería para volver a la patria, esperanzado en que el poderoso ejército soviético los aplastaría cuanto antes. Mi enérgica acusación contra los nazis lo serenó. Me observó un rato y con una seña hizo comparecer a un sargento dándole una orden que no entendí. El suboficial indicó que

121 lo acompañara. Me despedí del jefe con una inclinación. Aquella orden de marcharme trajo a la vez alivio y temor. Confieso que mis primeros pasos fueron intranquilos y temerosos; temía recibir en cualquier momento un disparo por la espalda argumentando luego que yo me había fugado. Caminé un trecho despacio y al zambullirme en la plena oscuridad eché a correr igual que si mil fieras feroces me mordieran los talones. O como si los temibles disparos no hubieran dado en el blanco. Corrí sin parar hasta el pueblo. Mi madre, aquejada de tensión arterial, al temer por mi vida se hallaba descompuesta. Pasé una noche de pesadillas. Este episodio fue demasiado fuerte y no podrá jamás desaparecer de mi mente ni pasar al olvido. Al día siguiente decidí viajar a Karnobat, nuestra ciudad cabecera, y alojarme en casa de algún amigo hasta que las tropas rusas se marcharan. Mientras recorría a pie los veinte kilómetros de distancia cambiaba de planes, sin saber adónde ir. Por aquellos días la gente atemorizada se golpeaba el pecho jurando su lealtad al partido de Lenin. Antes que los rusos invadieran Bulgaria había muy pocos comunistas. Ahora todo el mundo decía serlo. Ya en Karnobat pasé por el frente del negocio de don Varban, dueño de una sombrerería. Entré a saludarlo, años atrás le había comprado gorras estudiantiles cuando la usaba volcada hacia la izquierda, como lo hacían los fanáticos marxistas. Nunca supe su afiliación política. Simpatizaba conmigo, y si bien yo había abandonado el marxismo, cada vez que pasaba por Karnobat solía verlo Le relaté con detalles mi problema. Respondió que me quedara sin ningún recelo en su casa. Entendí entonces por qué se mostraba tan bueno conmigo. Él también, alguna vez, se había dejado seducir por el paraíso comunista. Vivía junto a su esposa e hija. Al día siguiente, mientras él atendía su negocio –pues esperaba vender mucho a los rusos– las acompañé a ver un contingente de tropas rusas que llegaban. Con flores arrancadas del jardín fuimos frente al parque donde desfilaron con marcial postura, los vivamos y aplaudimos, yo no sería una excepción. Mientras tanto los rusos habían abierto los bancos, sacado el dinero y distribuido entre sus soldados. Cabe aclarar que, como Bulgaria no entró en la guerra, había de todo. El pueblo se había enriquecido porque vendía bien su producción a los alemanes. Los negocios estaban repletos de mercadería. Pero ahora todo se dio vuelta. Los soldados rusos entraban y salían de ellos comprando lo que veían. A un comerciante de bebidas, en un santiamén no le dejaron ninguna botella. En cuatro días los negocios quedaron vacíos. Intenté sin éxito comprar una valija para reponer la que había perdido en la explosión del vagón, pero ya era tarde. Don Varban me trajo una. No me quiso cobrar, pues un amigo se la había regalado antes de que se la “compraran los soviéticos”. El comercio quedó sin mercaderías y el dinero acumulado no les servía de nada, ya que no se encontraba nada para comprar. Bulgaria no conocía prácticamente la inflación, el costo de la vida había aumentado tan sólo 40% durante los cinco años de la guerra. Las tropas germanas que pasaron por Bulgaria sólo podían cambiar en los bancos

122 una limitada cantidad de marcos, lo que no permitió vaciamiento y un alza en los precios. La situación ahora había sido distinta; los camaradas repartían el dinero entre sus tropas “haciendo el comunismo”. Cuando los rusos advertían negocios cerrados, con los camiones enganchaban las persianas y las arrancaban de cuajo. Luego cargaban lo que encontraban a mano. Al finalizar acomodaban las persianas y se marchaban. Lo cierto es que no quedó comercio en el país con existencias, sólo algunos pudieron esconder algo de mercadería y evitar el saqueo total Al llegar los rusos, el 5% de comunistas que había en Bulgaria se multiplicó. Unos por miedo, y otros por interés. En todos los poblados y en varios sectores de las ciudades se formaron los temibles soviets (comités), que implantaron rápida- mente el control y el terror sobre la población. Empezó la persecución y matanza de todos los gobernantes chicos y grandes anteriores, de los ricos y los opositores y hasta los enemigos personales. Hasta en un armado juicio sumario colgaron a nuestro príncipe Kiril, hermano del rey Boris III, ya muerto, que nunca se me- tió en política y como regente del rey infante, Simeón II, también se opuso a la inquisición de los nazis de entrar en la guerra. Es digno de comentar que antes de ser colgado, el príncipe le regaló su reloj de oro a su verdugo. La propaganda de los comunistas era una desmesurada falsedad y mentira. Justificaban la invasión rusa para perseguir a los alemanes y liberar a Bulgaria de los nazis. Todo el mundo sabía que no había soldados alemanes, salvo algunos enfermos o heridos, ¿qué iban a hacer allí? Y mucho menos nazis. Ni siquiera había ya soldados heridos. A los pocos que había, el gobierno búlgaro les había ordenado salir del país; los que nosotros vimos en la estación de Nish, seguro nadie podría haberlos rescatado y fueron masacrados por los guerrilleros serbios. Los soviéticos no venían a liberarnos de nada, sino a quitarnos la libertad y felicidad de que el pueblo búlgaro gozaba. Después de instalarse un riguroso control sobre toda la población, me enteré de que en la Rusia comunista nadie podía desplazarse de un lado a otro sin un permiso por escrito que se llama putovka, o sea derecho de “caminar”, de “desplazarse”. Ese régimen había existido antes de la revolución bolchevique, cuando los terratenientes prohibían un viaje sin permiso. Lenin vivía escribiendo slogans, repetía a menudo algunos, como: “Los pobres no perderían nada, salvo sus cadenas”, y el más popular era “Pan, paz y libertad”; sin embargo, después de terminar la revolución, se comprobó la falsedad de toda la demoledora propaganda. Quisiera aclarar que todo este relato lo realicé para que el lector conozca de primera mano lo que ha sido el comunismo.

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FUI ELEGIDO PARA EL COLEGIO DE OFICIALES ROJOS El nuevo gobierno, por orden de los soviéticos, no sé por qué declaró la guerra a Alemania, porque necesitaba más soldados. Pronto fui convocado al servicio militar (porque al estudiar fui liberado del mismo). Me acuerdo que había llegado tarde al distrito y tuve que pernoctar en un hospedaje. Temprano por la mañana, cuando aún estaba oscuro, me dirigí hacia el cuartel. Lo que se comentaba resultó cierto, vi gente acribillada tirada en las calles. Entonces me di cuenta de lo que le esperaba al pobre pueblo, un siniestro futuro. Al rendir un excelente examen en los cuarteles, no tener ningún antecedente dudoso y quizás estar todavía registrado como comunista, fui elegido para el Colegio Militar, para oficiales rojos. Éramos tres mil. Allí aprendí a cantar la marcha del camarada Stalin, que todavía la tarareo. Me gustaba mucho. Es la única que me liga con mi pasado comunista. Nos dieron lindos nuevos uniformes. En los francos que recibíamos los días domingos, íbamos a la capital, Sofía, que estaba cerca. Nos sentíamos como los elegidos del nuevo régimen. Las jóvenes nos miraban con admiración y suspiros, y los muchachos con envidia. Sin embargo, entre los jóvenes ex guerrilleros que abundaban en el Colegio, muchos de ellos no tenían ni el secundario. Me sentía muy mal, como prisionero; yo era más grande y con una educación distinta. Había estudiado en Alemania y estado en contacto con ese maravilloso pueblo y no era un subversivo guerrillero que había estado escondido en los montes de los Balcanes. Por lo que quería salir de allí, pero no sabía cómo. Al final me decidí a pedirle permiso a nuestro Capitán (que era todavía de los viejos cuadros) para hablar con el comisario comandante del Colegio. El comandante me recibió muy bien. Era abogado de profesión, le expliqué que yo ya no era comunista, que seguro en el futuro lo sería de nuevo, pero prefería ser ingeniero, que me faltaba poco para recibirme. Eso sería más útil para la construcción de una nueva patria, que siendo oficial del nuevo ejército. Además, me sentía mal entre esos jóvenes que todas las noches subían a las mesas de estudio para hacer sus acostumbrados discursos, los cuales estaban fuera de lugar. El comandante, evidentemente un hombre de cierta cultura, se sonrió y me dijo: “A muchos de los que hoy son gobernantes de muy alto nivel les he enseñando a hablar y, sin embargo, hoy se golpean el pecho como grandes ideólogos, mientras yo estoy relegado aquí para enseñar a otros que vienen de abajo”. El hombre no titubeó ni un minuto. Me felicitó y me expidió una orden para volver a mi regimiento.

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LOS JUICIOS POPULARES - UN TEATRO SINIESTRO Lo que más me impresionó y nunca olvidaré fue que al volver a mi unidad de servicio, en una ciudad en el sudeste de Bulgaria, a todo el batallón nos llevaban, de noche, a la plaza pública. Allí estaban convocadas miles de personas. Nadie se animaba a faltar En un balcón, encapuchados, estaban paradas entre 10 y 15 personas. Un “fiscal del pueblo” empezaba a nombrarlos uno por uno y acusarlos de delitos contra el pueblo, de explotadores y nunca faltaba la acusación de colaboración con los nazis, y preguntaba: “¿Qué condena merece este reo?” Abajo del balcón, en la oscuridad, había unas 30-40 personas que de inmediato gritaban: “Muerte, muer- te”. Así a cada uno, sin conocerlo, todo el mundo gritaba muerte; los ecos de los soldados retumbaban en la plaza. La primera vez me sentí muy mal, se me revolvió el estómago de gritar muerte a gente que no conocíamos y que seguro no tenían culpa alguna. O siendo anticomunistas era suficiente para condenarlos a muerte, ya que era la única condena para todos. Se escuchaban comentarios de que los “condenados” ya estaban todos muertos, liquidados las noches anteriores. Porque los soviets (comités) eran todopoderosos e implacables, ávidos de poder. Ellos no tenían obligación de rendir cuentas por sus actos a nadie. Disponían de la vida y la muerte en su “territorio”. Entonces entendí por qué los encapuchados –supuestos reos– nunca protesta- ron, nunca gritaron o lloraron, no se les escuchaba decir nada. Seguro era gente del partido que se prestaba al escenario. Después de terminar el “gran show” seguro iban a festejar su hazaña y dedicarse a buscar y matar a los anotados en las listas negras.

JORGE DIMITROV Y SU SOBRETODO DE MADERA Por el gran desorden reinante y la falta de autoridad constitucional legítima y popular, el nuevo régimen de Bulgaria llamó a elecciones. Los comunistas aspiraban ampararse en las elecciones para adueñarse del poder por el voto popular, que sabían como conseguirlo. Próximo a las elecciones, el viejo dirigente comunista búlgaro regresó de Rusia: era el gran camarada Jorge Dimitrov. Tenía cumplidos importantes servicios en el Estado Mayor de Stalin en calidad de secretario general de la “Comintern” (Internacional Comunista) en Moscú. En Karnobat se organizó una concentración y el principal orador fue él. Estuvo magistral, creo que por primera vez aplaudí con ganas, porque tuvo la virtud de hacerme revivir los años de mi idealismo marxista que había experimentado alguna vez. En consecuencia muchas de las políticas del otrora poderoso partido agrario se pintaron de rojo y se unieron a un gobierno de coalición que subsistió hasta el fin del comunismo. Se suponía que la coalición ganaría por abrumadora mayoría, por lo cual no sólo voté por ella, sino que traté de que se

125 supiera. George Dimitrov fue elegido presidente. Al año siguiente, 1946, por decisión de aquel brutal y demagógico régimen, se llevó a cabo un plebiscito de la manera más coercitiva posible y con el pretexto de que, habiéndose Bulgaria convertido en una República Socialista, el joven rey Simeón debía abandonar el trono y marcharse al exilio. Sin duda por gran mayoría se impuso la tendencia republicana antimonárquica. Eso hace recordar lo dicho por Stalin: “No importa por quién se vota, sino quién recuenta los votos”. No pasó mucho tiempo y el legendario mariscal Tito de Yugoslavia cortó el nexo que lo unía a Stalin, y éste temió que Dimitrov hiciera lo propio y formara la federación Eslava del Sud, o sea, una “Gran Yugoslavia” incluyendo a Bulgaria. Antes de que Dimitrov viajara a Belgrado invitado por Tito se difundió la noticia de que se encontraba enfermo y que Stalin estaba afligido por su salud. Sin duda, todo estaba orquestado por el comando ruso que existía en Bulgaria. Fue invitado a Moscú, o quizás llevado a la fuerza, para que se sometiera a exámenes y, de ser necesario, a una intervención quirúrgica. Volvió de Rusia dentro de un suntuoso ataúd. Sus funerales en Bulgaria ya estaban preparados. Stalin manejaba con suma habilidad sus métodos para “operar” a sus colaboradores íntimos, y especialmente cuando adolecían de “malos pensamientos”. Sabía deshacerse de ellos con cumplidos honores. Como más tarde relataré, en el centro de Sofía, en la plaza frente al ex Palacio Real, se levantó un ostentoso mausoleo en su honor, muy parecido al de Lenin en Moscú, desde donde las máximas autoridades de la República presidían los pomposos desfiles militares. Como el dictador ruso no había logrado convencer al mariscal Tito de que fuera a conversar con él, mandó una comitiva a Belgrado. Desafortunadamente para Stalin, el avión que transportaba a la delegación rusa entre los cuales viajabaun general de su plena confianza, “se estrelló” antes de aterrizar. Sabedor de alguna traición en su contra, Tito jugó quizás una partida decisiva y riesgosa para evitar ser secuestrado en su propia casa, como le sucedió a Dimitrov. Stalin se violentó muchísimo, a tal extremo que circuló la noticia de que se preparaba una invasión a Yugoslavia. No pasó nada. Las potencias occidentales le sugirieron que evitara un nuevo conflicto. Además, el déspota sanguinario sabía bien que Tito era el guerrillero más experto de la historia contemporánea.

KARL MARX – CREADOR DEL COMUNISMO Nació en Alemania el 5 de mayo de 1818, descendiente de rabinos. El padre de Karl Marx había sido abogado y asesor de juzgado en Trier, norte de Alemania, con el nombre de Henrich Marx, aunque su verdadero nombre era Herschel Levi. Pero como es sabido, los judíos por conveniencia al emigrar de un país a otro, muchos se cambiaron el nombre y apellido. Solo yo, que tengo mi característico apellido por el que muchos creen que soy judío, no lo hice. En el año

126 1817 el padre de Marx se pasó a la religión protestante y años más tarde, tanto su madre como él y sus hermanos tomaron la nueva religión. En el libro “Las máscaras de los célebres”, Nicola Nicolov comienza su exposición sobre Marx diciendo: “La primera parte del siglo XX se define con el movimiento marxista y el vertiginoso desarrollo del imperio financiero de la dinastía Rockefeller... Karl tuvo un gran complejo de inferioridad debido a su ascendencia. Él siempre consideró que por eso la gente no puede dar valor a su dignidad. De todo eso culpaba a su origen, al que ha profesado un profundo odio. Sus sentimientos son expuestos en sus publicaciones de 1844 en ‘Deutsch Französishe Jarbuch’ en la que hace preguntas a las cuales él mismo contesta (en forma muy agresiva): ‘¿Quién es el Dios de los judíos? –el dinero. ¿Cuál es la base del judaísmo? –el egoísmo, la altanería y la avaricia, etc...” 25 El Sr. Nicolov prosigue: “Con todas estas declaraciones el renegado Karl Marx se hace fundador y padre no sólo del comunismo sino del nazismo, el que más tarde Hitler y sus íntimos utilizan…” ... “En la universidad de Derecho, Marx en un principio hace ostentación de su religión cristiana y estudia las bases de las leyes canónicas y religiosas, con lo que con euforia es cribe una carta a su padre, el 10 de noviembre de 1837: ‘Yo me baso en las ciencias exactas…’ Más tarde se define no sólo como antijudío sino antirreligioso, especialmente contra el catolicismo en particular. En muchos de sus escritos calificará a la religión cristiana como religión judía; él ataca a la religión y la califica como ‘opium’ de las masas, pero a la vez roba su doctrina diciendo que ‘si se produce para obtener ganancias es un pecado muy grande –haciendo de esta afirmación la base de su nueva religión marxista, ateísta o comunista…” 26. De sus lecturas de Hegel, Marx aprendió la dialéctica de la tesis, antítesis y síntesis. Sin embargo, se define por la idea del materialismo dialéctico. Por un lado había quedado muy pobre y por otro, por ser un hombre muy ocupado y apresurado, Marx no aguantaba sentarse en la peluquería para que le cortaran el cabello y la barba. Como más tarde fue famoso por su rebeldía, se puso de moda que para ser rebelde y obsesionado por algo, para ser izquierdista y parecerse a Marx, debía dejarse crecer la barba. Marx tenía muy claro que la riqueza de los capitalistas se debía a la explotación de los proletarios, o sea la plusvalía que obtenían por el trabajo mal pagado. (La verdad es que hoy yo no soy para nada marxista, pero estoy en gran parte de acuerdo con ese pensamiento.) Escribió un voluminoso tratado en alemán, “Das Kapital” que fue para él una obra magna –aunque para mí, muy extensa y un poco aburrida. Marx y Engels, un importante intelectual del mismo origen, en el famoso “Manifiesto Comunista” 25 26

Nicolov, Nicola M.: op. cit., pág. 50. Op. cit., págs. 51-52

vaticinan: “Una sombra se avecina sobre Europa y hace temblar a la burguesía. Proclamando así la lucha de clases”. Sin duda, el comunismo no es para pueblos atrasados. El comunismo era para

127 pueblos con un nivel cultural mucho más alto, pueblos que aman el trabajo y la dedicación útil y provechosa. Pueblos que han nacido para trabajar como son los alemanes, incluyendo Austria y los países nórdicos de Dinamarca, Noruega, Suecia y Finlandia. Pero los capitalistas que financiaron y después explotaron la revolución bolchevique lo hicieron además con otra visión, la dominación del mundo con la democracia. Les sirvió de buena experiencia al ver cómo se maneja, desde arriba, a las masas populares, y como se aprovecharon del sistema al máximo, como lo verán más adelante. Porque eso les puede servir, en el futuro, cuando tengan en sus manos el poder total mundial, el económico-financiero y, con eso, el poder político; y eso ya no es novedad para nadie.

STALIN, EL ASTUTO Y DESPIADADO DICTADOR NUNCA DECÍA “LOS JUDÍOS”, SINO “ELLOS” O “LOS EXTRANJEROS” José Visarionovich Zhugashvili –apodado Stalin– nació en Gori, Georgia, el 22 de diciembre de 1879 al sud de la cadena caucásica, por lo tanto era un asiático. Stalin, sin ninguna duda, fue el dictador y político más vivo, astuto, prevenido y calculador que ha existido en la historia humana. Sus crueldades fueron fríamente meditadas y ejecutadas; nadie en la historia humana ha podido superarlo. No se escribe, no se difunde mucho. Sencillamente porque él fue aliado de “los aliados”. Y porque gracias a él “los aliados” pudieron descargar injustamente su odio al sufrido pueblo alemán, tanto en la guerra y aún mucho peor después de terminar la misma. Stalin empezó sus estudios en la Escuela Tecnológica y luego (desde 1894-99) en el Seminario Cristiano Ortodoxo en Tbilisi, capital de Georgia. Siendo muy propenso a las discusiones a los 19 años fue reclutado por los marxistas de esa ciudad, como colaborador en la publicación de su diario. El 24 de noviembre de 1901 fue elegido miembro del Comité de la Social Democracia. Por las actividades subversivas Stalin fue deportado varias veces a Siberia, de donde se evade con facilidad. Conoció a Lenin en la conferencia del Partido Comunista en Finlandia en 1905. En febrero de 1912 fue elegido en el Comité Central dirigido por Lenin y pronto preparó, con otros, el lanzamiento del famoso diario soviético Pravda ( Verdad), pero por quinta vez fue arrestado y deportado a Siberia. Por el duro carácter que tuvo Stalin, Lenin, que sabía bien el alemán, le puso de apodo Sthal(acero) que al final se modificó a estilo ruso por Stalin. Después de la revolución de febrero de 1917 y al abdicar el zar ruso, nació el gobierno provisional social demócrata con Lvov, Miliukov y Kerenski. Al volver del cautiverio a Petrogrado se incorporó de nuevo a la redacción del Pravda. En mayo del mismo año, Stalin formó parte del prohibido Comité Central Revolucionario.

128 El 7 de noviembre de 1917 estalla la revolución bolchevique al abrirse ca- mino por la noche aguas arriba, en el río Neva, el acorazado ruso Aurora y el bombardeo al Palacio de Gobierno, en San Petersburgo, con lo que masacran al gobierno socialdemócrata y someten toda la enorme Rusia a un pandemónium de destrucción y muerte que duró varios años. El 7 de mayo de 1920 Rusia soviética firmó un tratado de amistad con Georgia. Sin embargo, el 11 de febrero del año siguiente, por orden de Stalin, el ejército soviético invadió su patria. En marzo de 1922 empezó la enfermedad de Lenin y el XI Congreso del Partido se declara en oposición a su grupo y Stalin fue elegido secretario general, con Molotov y Kuibishev como asistentes. El 8 de diciembre de 1923 Trotzky (Bronstein) fue acusado de traición por su conexión con “elementos occidentales”. El 21 de enero de 1924 murió Lenin y dos días después, en el IIº Congreso del Soviet, Stalin hizo el juramento de fidelidad. En 1925 surgió la primera diferencia entre la fracción de Stalin y de Zinoviev (Apfelbaum) y Kamenev (Rosenfeld). Estos dos se unieron a Trotzky, hijo del rico judío David Leontievich Bronstein. Esa procedencia le ha servido para destacarse como un buen escritor, muy hábil orador y el principal organizador del ejército rojo. Su mas grave error fue que primero era menchevique, minoría socialdemócrata que en las reuniones se sentaba a la derecha, y luego se convirtió en bolchevique, mayoría que se sentaba a la izquierda. A quien Stalin consideraba su más encarnizado enemigo y obstáculo en el poder, repitiendo las palabras de Lenin, quien había dicho: “Trotzky es un charlatán de quien no se puede estar seguro ni confiar en él”. Pero también cuando Lenín se enojaba se refería a Stalin diciendo: “El hombre que puede destruirlo todo con su brutalidad”. Sin embargo, tanto Trotzky como Stalin fueron sus más cercanos colaboradores. Quizás ésta fuera la primera actitud encubierta, contra los jerarcas judíos, del astuto y precavido Stalin. Como es sabido, la gran mayoría de los intelectuales de esa procedencia tenían los apellidos cambiados para no llamar la atención al pueblo ruso. Ese proceso fue lento pero sostenido. En 1927 estos tres visibles opositores de Stalin fueron expulsados del Partido Comunista y dos años más tarde, Trotzky fue expulsado de la Unión Soviética. Después de esconderse en distintos países, atacando a Stalin, años más tarde es asesinado en México por orden del implacable dictador. El 1º de diciembre de 1934 el miembro del politbüro Kirov es asesinado, quizás por los mismos opositores, por admirar a Stalin y afirmar que era “El hombre más grande de todos los tiempos, de todas las épocas y de todos los hombres”. En 1935 fueron procesadas 19 per- sonalidades bolcheviques, casi todas de origen hebreo con nombres cambiados, acusadas de actividad contrarrevolucionaria y cómplices del asesinato de Kirov, por lo que son encarcelados; entre ellos Zinoviev y Kaménev, que fueron nada menos que integrantes del 1er. Triunvirato del poder soviético junto a Stalin. En 1936 Zinoviev, Kaménev y otros 14 bolcheviques acusados de conspiración

129 trotskista fueron condenados a muerte y ejecutados. Ésa fue la más conocida de las acusaciones y ejecuciones de las tantas que realizó Stalin para liberarse de jerarcas “extranjeros” (como él decía) con nombres rusos, por desviación y trotskismo. En todos esos años Stalin, por su rudo carácter, tuvo muchos enemigos dentro del partido y el politbüro. Pero también siempre tuvo a sus espaldas muy fieles camaradas. Nunca se escuchó de un atentado directo contra su persona, como tantos atentados se cometieron, en tan poco tiempo, contra Hitler. Stalin estaba siempre fuertemente custodiado detrás de las altas murallas de la fortaleza del Kremlin por “verdaderos rusos”, como él decía, y alertándolos para que vigilen a “ellos”, los extranjeros. Salía de allí sólo en raras ocasiones, muy de imprevisto, por cualquiera de los múltiples puertas del Kre- mlin, con una gran escolta. El proceso de la más ínfima “desviación” siguió hasta el año 1938, cuando fue eliminada toda forma de oposición. Mientras tanto, la industrialización pesada de Rusia estaba en pleno desarrollo. En 1939 Stalin reemplazó a Litvinov al que no le tenía mucha confianza a causa de su origen, y nombró en su lugar, para más seguridad, a su más fiel amigo ruso, Molotov, como ministro de Relaciones Exteriores de la Unión Soviética, y con él se firmó un pacto de no agresión con Alemania bajo los nazis. El 1º de setiembre de ese año comenzó la invasión a Polonia y su posterior repartición con Rusia. El 29 de noviembre de 1939 estalló la guerra entre Rusia y Finlandia, donde a los rusos les sucedió algo parecido como en Afganistán, años después. En Finlandia perdieron por el intrincado territorio de los innumerables lagos, y en Afganistán, por las grandes montañas y el invalorable apoyo logístico, económico y de armamentos brindado por los E.E.U.U. a los tan nombrados talibanes, que años después debieron ir a combatir. El 22 de junio de 1941, mientras las tropas alemanas invadían Rusia, Stalin forma el Comité de Defensa Nacional bajo su presidencia, con lo que se nombró comandante de las fuerzas armadas de la U.R.S.S. y comisario de Defensa. En 1942 Stalin firmó el tratado de alianza con Inglaterra y más tarde con EE.UU. Ya fracasada la ofensiva nazi ordenó el contraataque. Ese año, el 19 de noviembre, los ejércitos alemanes, compuestos por 600.000 soldados bajo la orden del famoso general Von Paulus, habían atacado Stalingrado, sobre el legendario río Volga, y ocupado la orilla occidental. Stalin, temeroso de perder el dominio de la ciudad que lleva su nombre, con toda prisa transportó los 900.000 soldados soviéticos que tenía en el lejano oriente, en Vladivostok, que estaban como reserva por temor a un ataque japonés. Sin embargo, con una enorme concentración de fuerzas militares, tanque y artilleria pesada, desde la costa oriental del Volga, bien pertrechados con artillería de grueso calibre, los rusos atacaban sin cesar a las tropas alemanas. Dado que Hitler desparramó sus fuerzas por toda Europa, el ejército del Gral. Von Paulus carecía de abastecimiento. De nuevo se desató un crudo invierno y cientos de miles murieron de frío y de hambre. A pesar del pedido de Von Paulus de retroceder, el Führer, como siempre, se

130 opuso tenazmente a ello, nombrándolo mariscal de campo, título que él no quiso usar. Al fin, después de tantos sufrimientos y muertes, el 30 de enero de 1943 Von Paulus se rindió, llevando al cautiverio a los restantes 110.000 sobrevivientes y maltrechos soldados. En noviembre de 1943 se realizó la conferencia entre Stalin, Roosevelt y Churchill en Teherán, donde echaron las bases del nuevo orden internacional. Mientras, en febrero de 1945, ante el fin de la guerra, Stalin convoca a la Conferencia de Yalta, en Crimen sobre el Mar Negro, donde los líderes occidentales le entregan en forma oficial como “regalo”, como ya mencioné, los seis países de Europa Central, desde el Mar Negro hasta el Báltico. O sea: Bulgaria, Rumania Hungría Slovaquia, Chequia, Polonia y Alemania Oriental, incluso los tres países bálticos. Con eso Stalin se erigió como el gran triunfador. Por todo el éxito obtenido en la guerra fue nombrado “Generalísimo Stalin”. Derrotada Alemania, y al ocupar todos los países centroeuropeos, comenzó el terror para instalar el duro régimen soviético: todo en manos del Estado. Después de obtener todos los honores y provisorias aspiraciones territoriales, Stalin emprendió una dura política de penetración ideológica en todas las posiciones de Occidente. Al final ese excepcional político, estratega, ideólogo, extremo y cruel dictador de todos los tiempos, murió el día 2 de marzo de 1953 de un ataque al corazón a los 74 años. Fue uno de los más grandes dictadores que se mantuvo por más de treinta años en el poder y murió por causas naturales. Considero que por los enormes dominios rusos obtenidos en tiempos de Stalin, tarde o temprano será reivindicado como el héroe más grande de su historia, por cuanto los rusos son un pueblo muy imperialista. Siendo nacido y criado en Georgia, con un idioma diferente, él nunca había aprendido a expresarse bien en ruso. Por eso sus discursos fueron muy pausados pero concretos Sería interesante mencionar que, en el Organismo de las Naciones Unidas (O.N.U.), las cinco potencias mundiales aliadas por conveniencia, EE.UU., Rusia, Inglaterra, Francia y China, tenían derecho de “veto”, o sea, al oponerse su representante a algunas de las resoluciones del organismo, ésta quedaba sin efecto. Así disponían de la suerte del mundo. Qué “dictadores democráticos”, ¿verdad? Como el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, Molotov, hacía exagerado uso de este derecho, con el término ruso “NIET”, se ganó el apelativo “Mr. Niet”.

ALEMANIA Y SU CRUEL DESTINO Cuando vi a Hitler pasar tan despacio frente a nosotros, era como si quisiera decirnos “si quieren ver un moribundo andando, aquí estoy”. Era totalmente al revés de lo que sucedió con el legendario héroe español “El Cid”, quien aun muerto, puesto erguido sobre su caballo, parecía un guerrero invencible, inmortal.

131 Tanto el Führer como cualquiera en estos casos que representaba el máximo poder se convirtió antes del final en un prisionero de su propio poder y de sus soberbios seguidores. Nadie de la cúpula gobernante ni de las fuerzas de elite “SS” quería ver su poder y sus privilegios extinguidos, y menos verse en manos de los implacables enemigos. Todos preferían luchar hasta el último día de su vida. Tanto se había instalado en ellos el “berretín” de la soberbia y el orgullo, que se habían olvidado de que había un país entero que sufría los implacables bombardeos de destrucción, fuego y muerte. El poder enceguece al ser humano, lo hace insensible al dolor ajeno. Eso lo vemos hoy con los capitalistas, los banqueros y los magnates armamentistas que oprimen a los pueblos, empobreciéndolos cada día más. Parece mentira que un Hitler que se mostró durante años como idealista y luchador por la clase obrera y los pobres, que levantó del caos a una gran nación que al perder la Iº Guerra Mundial fue severamente castigada por los tratados de Versalles con una gran pobreza y miserable existencia, pero después de levantarla como la primera potencia económica y militar, la haya llevado a la total destrucción. Después que Rudolf Hess, el segundo en la jerarquía nazi, voló a Escocia en 1941 en su excéntrica misión de paz, la cúpula partidaria nazi se recompuso. Hitler fue rodeado por Martin Bormann, el jefe de la policía secreta (la Gesta- po), Heinrich Himmler, el comandante de las tropas de elite “SS”, Albert Speer, que desde 1941 fue ministro de producción de armamento, y Josef Göbbels como ministro de propaganda. Todos ellos se esmeraban por ser más cercanos y confidentes del Führer. El que la llevó mal fue el otrora preferido por Hitler, Herman Göring, ministro de las fuerzas aéreas, quien era la estrella de la guerra aérea contra Polonia, Francia e Inglaterra antes de empezar la invasión a Rusia. Con las enormes distancias en tantos frentes de batalla, inclusive sobre la misma Alemania, la Luftwaffe (la aviación) llega prácticamente al colapso. Ya que los ataques aéreos aliados estaban dirigidos más sobre la industria aeronáutica que sobre la restante producción armamentista, para poder así neutralizarla y evitar posibles ataques aéreos sobre Inglaterra, o derribar sus aviones. En la prolongada guerra se habían sucedido muchos fracasos para Hitler: la frustrada ocupación de Moscú, la derrota del famoso mariscal Von Römmel en El Alamein, en Egipto, la amarga derrota de Stalingrado, la destrucción de las instalaciones para la bomba atómica, las derrotas en todos los frentes rusos más la invasión, por los aliados, de Italia y la costa de La Mancha en Normandía habían sido duros golpes, uno tras otro, al régimen nazi y en especial al antaño vanagloriado Führer. En los últimos tiempos de la guerra, mientras toda Alemania estaba hecha escombros y la muerte danzaba sobre su pueblo, Hitler estaba encerrado en el búnker del Reichstag. Qué hacía y qué esperaba ese trágico personaje, nadie sabe. Recién cuando ya los cañonazos soviéticos se escuchaban en la cancillería Hitler resolvió tomar sus últimas decisiones. El día 30 de abril de 1945 se casó con su

132 compañera, Eva Braun; nombró como su reemplazante al almirante Dönitz; se despidió de sus allegados y puso fin a su vida y la de su flamante esposa. No dejó ni un mensaje ni una palabra de disculpas al pueblo alemán, que sufrió tanto, que dio tantos muertos y que quedó a merced de la ocupación de los aliados, que habían demostrado su crueldad en los bombardeos. Las promesas de Hitler de un Reich por mil años, la destrucción del comunismo ateo y la creación de una Europa unida tuvieron el mismo fin que un plato de cristal que se cae al suelo y se hace mil pedazos. No sé si por haberse suicidado Hitler se lo puede tomar como un acto heroico, o una decisión egoísta. Pero de lo que sí estoy seguro es de que llevó a Alemania al desastre total y, ya desesperado, no le quedaba otra alternativa que quitarse la vida, y todo por haber atacado a Rusia. El nombrado sucesor, almirante Dönitz, se vio obligado una semana después a suscribir el 8 de mayo de 1945 la rendición incondicional más humillante que se conozca en la historia de la humanidad al entregar en manos de los implacables aliados la otrora gran nación, que quedó dividida. Saqueada de todo lo que quedaba en pie y en especial de sus mejores cerebros como Von Braun, y ocupada durante casi medio siglo por nada menos que los ejércitos de las cuatro potencias enemigas. ¿Habrá peor suerte que eso?

133 Lo que el mundo no sabe y yo tampoco lo sabía, hasta el año pasado, 2006, fui a presentar mi libro en alemán. No podía creer que Alemania, hasta el día de hoy, no tiene firmado con los vencedores de la IIª Guerra Mundial un Tratado de Paz, adonde figure lo que debe perder y lo que debe pagar. Por eso, de esa manera, además de las indemnizaciones nunca definidas del famoso Holocausto de cientos de miles de millones de dólares de un mayor valor ya pagados, se le agregaron: oro nazi, pago de trabajos esclavos, pago de joyas y cuadros supuestamente robados (¿por quién y cuándo?), etc., etc. Desgraciadamente, todas las aberraciones cometidas por Hitler y su piara tuvieron que ser injustamente pagadas por el sometido pueblo alemán, primero por el duro régimen nazi y después por los crueles vencedores. Nunca me cansaré de repetir que el pueblo alemán no era nazi, ni antisemita. En tres años viviendo con ellos, nunca escuché a alguien que alabara a Hitler ni decir una palabra contra los judíos. Aunque hoy prácticamente no tengo amigos alemanes pero sí muchos judíos, me llamó mucho la atención y me dolió ler el diario “La Nación” del 27/08/2007, pag. 9: “La comunidad judía da un paso para reconciliarse con Alemania”. Después de más de 60 años, “el presidente de la DAIA nunca había ido a Alemania ni planeaba hacerlo. Hasta procuraba evitarlo como no pocos miembros de la comunidad judía, cuando el aeropuerto de conexión para ir a Israel era Frankfurt”. Qué fanatismo, ¿no? ¡Pobres alemanes!

DESESPERADO, QUISE ABANDONAR BULGARIA Como último recurso, en el otoño de 1945 mi pobre madre me entregó las pocas joyas que tenía guardadas. “Es todo lo que tengo, hijo, tómalas y márchate lejos de aquí.” A los 68 años y sin medicamentos su salud estaba quebrantada. Me resultaba doloroso alejarme de ella. No tenía otra alternativa: o partía o me quedaba atrapado para siempre. El nuevo gobierno había abierto una facultad de Ingeniería. Pero sus profeso- res poseían poca experiencia y carecían hasta de programas de estudios. Además, con el estallido de los vagones al regresar por Yugoslavia, mis certificados de estudio habían desaparecido. Encontré en Sofía a otros estudiantes de Alemania en la misma situación que la mía. En los primeros meses después de la guerra algunos habían logrado salir del país (mientras yo estaba haciendo el servicio militar), y antes de que los comunistas cerraran las fronteras, pero en esos momentos era ya imposible. Después de haber soportado los tormentosos bombardeos, de ningún modo me resignaría y triplicaría los esfuerzos que fueran necesarios para escapar de aquella barbarie. Sabía que la peor derrota era la falta de acción.

134 Concurrí a la Central de Policía para gestionar el pasaporte. Desde fuera del edificio entreví ametralladoras en ambos lados del amplio hall. No me permitieron ni siquiera entrar. Busqué amigos, conocidos o parientes. Alguna salida debía haber. A fin de economizar pernoctaba aquí y allá, en casas de ocasionales amigos. Sufrí el rigor del crudo invierno de los años ’45 al ’46. Caí en cama, víctima de un cruel resfrío, con temperatura de 40°C y una tos similar a la de un tísico. Me acogió un amigo que vivía solo con su madre. Quedé afónico, sin habla. Una noche la señora me aconsejó que me envolviera el cuello con un diario mojado en agua fría, por encima un papel seco y, sobre los dos envoltorios, una toalla. Soporté el frío, me cubrí la cabeza con un grueso acolchado, dormí toda la noche como angelito. Al despertar mi garganta estaba sana y mi voz como si nada hubiera sufrido. Mi fe en la sabiduría popular seguía afirmándose cada vez con mayor convencimiento. Recorrí como antes los bares de la capital, en ellos circulaba mucha gente; sin embargo, nada útil pude recoger de ellos.

TEODORO, MI INOLVIDABLE PRIMO Me anoticié de que mi primo querido Teodoro Zelev, de Kazanlak, la principal ciudad del famoso Valle de las Rosas, se hallaba en Sofía. Me puse en el empeño de ubicarlo; costó bastante, pero lo encontré. Si bien nos escribíamos, hacía tiempo que no nos veíamos. Sentía por él mucha estima. Igual que el resto de sus hermanos, era un profesional que estaba afiliado al PC (Partido Comunista). Un marxista no obstante muy especial: era internacionalista y bastante pragmático. Coleccionaba sellos postales y practicaba el esperanto. Regresaba mi primo de un congreso mundial de esa lengua realizado en La Haya. La compañía de Teodoro en Sofía me dio mucha esperanza: le pedí encarecidamente que me ayudara a regresar a Munich. Había sufrido mucho como para resignarme al fracaso. Me dio tranquilidad. A los dos días fuimos a entrevistar a un amigo que se desempeñaba en la Central de Policía. En cuanto se identificó y mencionó el nombre que quería entrevistar, nos hicieron pasar a la temible milicia del pueblo. Superamos las ametralladoras de los pasillos. Teodoro caminaba con naturalidad, como si lo hiciera en su propia casa. Yo en silencio, a su lado, lo hacía tan bien que parecía una sombra muda pegada a él. Llegamos al primer. piso frente a una puerta con la inscripción: Chef Konz-Laguer ( Jefe de campos de concentración). Se me erizó la piel. Pensé que estábamos entrando en la boca del mismo diablo. Teodoro golpeó la puerta y sin aguardar respuesta la abrió y se introdujo en el despacho. Encontramos un hombre atento detrás de un amplio y lujoso escritorio. Habría apostado que pertenecía a una familia adinerada. “¡Hola camarada Yelev, qué alegría verte!”. El jefe se interesó por su viaje a Europa Occidental. Teodoro abordó de inmediato mi problema, o sea, volver a Alemania para concluir mi carrera

135 interrumpida. El hombre no se extrañó por la índole del pedido, solamente se interesó por mi afiliación política. Tenía decidido decir la verdad, porque siempre me daba resultados positivos. Le conté que de joven había sido comunista, aunque últimamente estaba vinculado con grupos nacionalistas monárquicos (término indigesto para un marxista), pero que mi legajo estaba limpio. Nunca había sido funcionario ni colaborador de nada ni de nadie, sino un humilde estudiante en Alemania, igual que miles de compatriotas. Le expliqué que como se tornaba difícil proseguir los estudios allí preferí regresar a mi patria y esperar hasta terminar la guerra. “Deseo obtener el título de ingeniero y le aclaro que no quiero jurar que regresaré porque a lo mejor usted no me lo cree”. “De lo que estoy seguro –agregué– es que en nuestra patria hay mucho por hacer y necesitará muchos ingenieros.” El funcionario nos miró pensativo: “Me gusta la franqueza de tu primo, hablo todos los días con individuos que juran y rejuran que van a volver y me doy cuenta que mienten. ¿Tiene Ud. dos fotografías?” preguntó. “No”, respondí inundado de alegría. “Bien, mañana las lleva a la secretaria tal, de la planta baja”. Nos despedimos muy agradecidos. Mientras yo volaba de alegría, mi primo caminaba muy confiado, como un triunfador. Al día siguiente presenté las fotografías a una señora que sacó de su cajón un pasaporte, anotó en él mis datos personales, adhirió una foto, y estampó los sellos. Con sorpresa advertí que estaba firmado en blanco. Al entregármelo comentó: “Se ve que usted posee buena recomendación”. Pregunté cuánto debía abonar. “Nada, absolutamente nada”, contestó. El estampillado y los trámites de un pasaporte en cualquier lugar de la tierra cuestan dinero. No lo podía creer. No sabía a quién expresar mi agradecimiento. Salí a la calle. Mis pies de nuevo no tocaban el suelo, parecían volar. Me tocaba el cuerpo para cerciorarme de que no era un sueño. Tanta alegría en tan poco tiempo. El pasaporte extendido bajo el número 58 de fecha 12 de enero de 1946 que aún conservo rezaba: “En nombre de su Majestad el Rey Simeón II”. Cada vez más, tenía la indiscutible convicción de que yo era un Bogomil, protegido, un querido por Dios. Horas después, al encontrar a Teodoro, éste levantó su pulgar en señal de victoria. “No puedes ocultar tu alegría”, dijo. Le exhibí el pasaporte, estampé un beso sobre el mismo y lo guardé nuevamente. Acabé abrazado con él como si lo hiciera con un padre que no tenía. Teodoro, antes de marcharse a Kasanlak, observó que faltaba algo esencial: los visados del Ministerio del Interior, del comando ruso, por cuanto Bulgaria se encontraba ocupada por sus ejércitos, y finalmente por la Embajada de los Estados Unidos, pues Munich estaba en la zona bajo su jurisdicción. Me aconsejó que fuera a ver directamente al ministro del Interior, un profesor de Derecho que no era todavía tan comunista y se trataba de un hombre accesible del gobierno izquierdista todavía de coalición. Resultó cierto, pero costó llegar a su despacho. Debí alegar que lo buscaba por razones personales –ya que seguramente sus secretarias marxistas habrían obstaculizado mi visado–. Mientras conversábamos olvidé que era sordo como una tapia. Me pidió que me

136 acercara y hablara más alto. Me escuchó con especial deferencia y expliqué detalladamente mi problema. Pedí, le supliqué que de él dependía que yo cumpliera mi sueño de ser ingeniero y llegar a ser útil a mi patria. “Veré qué hago, véngase mañana”, respondió. Retorné según lo indicado y tras varias consultas, el secretario pidió el pasaporte indicándome que volviera al cabo de dos días. Antes de salir sospeché que fuera una trampa y se quedaran con el documento. “¿Obtendré la visa?”, pregunté temeroso. El secretario levantó los hombros: “Espero que sí”. La obtuve, por suerte, dos días después con lo que di las gracias y partí rumbo a la Embajada de Rusia.

EL REPULSIVO “NIET” RUSO El recepcionista de la Embajada rusa me informó que las visas estaban definitivamente suspendidas. Lo miré atónito, sin saber qué responder. Me di cuenta de que los rusos, a quienes tanto admiro, carecen de alma y corazón, nada ni nadie les importa, hay que obedecerlos o sucumbir. Sin otra alternativa debía insistir primero en la Embajada norteamericana (quizás con su visa los rusos aflorarían) donde, sin vueltas, también rechazaron mi pedido. Hacía años que no entraba a rezar en una iglesia: ese día lo hice. Pedí a Dios valor, sabiduría y paciencia para enfrentar a los rusos. Me cansé de intentar hablar con el embajador; no había caso. Mi indignación con ellos era inmensa, nunca más los perdoné. Me venía a la mente iniciar una huelga de hambre frente a la Embajada soviética y llamar así la atención de los corresponsales occidentales, pero Teodoro se negó. Aquello lo afectaría también a él. Aunque el solo pensar en el intenso frío que hacía afuera me hacía tiritar. Al final decidí escribir una carta al embajador ruso. A mi primo le pareció una buena idea. Ocupamos un día entero para redactarla, hicimos borradores tras borradores. Al final, la carta quedó bien fundamentada y con la debida consideración. Hice alusión al buen corazón de los rusos que con tantos sacrificios nos liberaron de la esclavitud turca, a quienes el pueblo búlgaro quería y admiraba, y que de ninguna forma deseaba recurrir a una huelga de hambre, sino que el Sr. embajador se enterara de lo justo de mi pedido. Después de llevar la carta me acosté a dormir temprano. Soñé con un torrente que parecía aumentar. Daba la impresión de que me arrastraba. Sin embargo, al mirar hacia delante, el suelo estaba escarpado pero seco. Como siempre, basándome en mis sueños premonitorios tuve la impresión de que los rusos me deja- rían abandonar el país, que se convirtió en un enorme campo de concentración, como todos los países que cayeron bajo la bota soviética. Al obtener la visa rusa salí poco menos que corriendo a la calle, levanté la vista y exclamé: “¡Oh Dios, cuánto te agradezco!” Una vez más me sentí un Bogomil. Después de

137 ese episodio jamás me dejé vencer por el contratiempo ni menos me resigné. Había conseguido algo que los demás compañeros no podían ni soñar. Mi autoestima me hacía pensar que “a Dios rogando y con la cabeza pensando se podían remover montañas”. Con el pasaporte y las visas en mis manos mi alegría era inmensa, pero olvidaba que me encontraba encerrado en el “paraíso soviético”, porque faltaban todavía innumerables escollos por superar. Confiado me fui a la Embajada de Estados Unidos. Sin embargo su imperialismo era grande e insensible. “Vaya a Viena”, me dijeron, y “allí obtendrá el permiso para viajar a la zona americana de Alemania y a Munich”. Sin embargo, era una gran mentira. ***

138

CAPÍTULO VI 1946: LA CAPITANA POLÍTICA STEFANK A, MI ENAMORADA PROTECTORA En aquel invierno frío no había transporte de pasajeros desde Bulgaria al Occidente. Tampoco quién los utilizara. Las fronteras estaban cerradas, los pueblos subyugados. Por suerte, unos días atrás había conocido a un hombre que me comentó acerca de un tren fantasma con destino a Viena. Fui a buscar- lo. Se llamaba Jorge, un viejo servidor de la Embajada búlgara en Viena. Seis meses atrás había regresado para aprovisionarse de “oro blanco” (cigarrillos) y otras necesidades. Había obtenido los permisos para volver, pero no tenía con qué hacerlo. Los trenes para Occidente se hallaban interrumpidos, y por orden de Stalin, las relaciones con Yugoslavia estaban sumamente resentidas. Tras la muerte de nuestro líder Dimitrov comenzó la desconfianza del mariscal Tito hacia el gobierno búlgaro, ligado estrechamente a los soviéticos. Jorge me ratificó la salida del “tren especial”, pero para viajar debía previamente pedir permiso a un viejo general búlgaro. Agregó que buscarlo en el cuartel resultaba imposible y sugería que lo intentara a la salida de su domicilio. Anoté el nombre y dirección. Debía actuar sin demora. Con mis pies en un grueso colchón de nieve me instalé una madrugada muy temprano en la puerta de su casa. Con veinte grados bajo cero, el vapor de mi respiración se congelaba en la bufanda, de tanto tiritar mis dientes traqueteaban. Imploré que no demorara, pues sentía que me helaba y me podía desplomar. Un auto se detuvo al frente y renació mi esperanza. Rato después apareció el distinguido general. Lo abordé, exhibía el pasaporte autorizado; le rogué que me permitiera viajar en el tren que saldría a Viena. Lo perseguí hasta el automóvil y, seguramente compadecido de verme temblar de frío me indicó que entrevistara a una mujer con rango de capi- tana política. Le agradecí respetuosamente. Fui de inmediato al cuartel. Cuando la dama escuchó mi drama, con un gesto amistoso respondió: “No permitiremos que vaya caminando, vendrá con nosotros” y me señaló que estuviera preparado, porque la partida era inminente. Pregunté cuánto debía pagar. Sonrió aclarándome que no se trataba de un tren de pasajeros y por consiguiente sería gratis. Me despedí muy agradecido. Mientras me alejaba di vuelta la cabeza y vi que la capitana me miraba; seguro pensaba: qué recomendación de alto nivel poseía para obtener un permiso de viajar al extranjero. Debía vender las joyas que me había dado mi madre y adquirir cigarrillos, que escaseaban, alimentos y otros efectos personales. Los rusos se habían llevado también nuestros excelentes cigarrillos y en su reemplazo trajeron un tabaco negro de pésima calidad que ahogaba a quienes lo fumaban. Jorge me presentó a un amigo israelita de su confianza, don Abraham, que me trató con mucha con- sideración.

139 Adquirió las joyas y me consiguió cincuenta paquetes de cigarrillos de igual calidad a los que traficábamos en tiempos de la guerra, así como también varios otros víveres que necesitaba para el incierto viaje y que ya no se encontraban. Ahorré dinero gracias a la gentileza de don Abraham. Además, Teodoro me regaló una abrigada frazada. Con eso ya estaba listo para viajar. A la hora señalada para la partida del “convoy”, estuvimos con Jorge en la estación. El tren “famoso” se componía de una vieja locomotora de pequeño porte con tres vagones de carga. Uno de ellos con carbón, en el segundo viajaban los soldados, el tercero reservado a “los pasajeros” y la plana mayor. Esto era Jorge, un subteniente y un teniente (todavía del anterior régimen), la capitana política y yo. Para decirlo con exactitud: la mujer era nuestro “comisario de a bordo”. Nos pusimos en marcha. Comenzaba la tarde del 10 de febrero de 1946. Esperábamos que la locomotora en algún momento aceleraría la marcha pero jamás, en toda la travesía, pasó los treinta kilómetros por hora. La nieve cubría los rieles y se tornaba riesgoso el viaje. Las únicas comodidades “espartanas” que ofrecía nuestro vagón eran tres camas turcas y ningún otro mobiliario. Quizás los oficiales que compartían el viaje nunca habrían imaginado que en tiempos de paz pudieran realizar un “viaje internacional” en condiciones tan deplorables. No obstante, era una ocasión oportuna para saber en qué forma empezábamos a gozar del “nuevo orden”, del “paraíso soviético” No se trataba de una mejor vida o mayor riqueza, sino la cruda cara de la extrema pobreza después de la guerra y ya bajo el comunismo. Los confortables vagones de nuestros ferrocarriles, seguramente prestaban servicios en la hermana Rusia. Jorge y yo dormimos en el piso; la noche se tornó larga y fría en el vagón en movimiento. Me acosté vestido con el sobretodo encima, me calcé dos pares de medias y me envolví en la colcha que llevaba. Todo era en vano. La energía que utilizaba al tiritar proporcionaba más calor en el cuerpo que toda la ropa. Con la salida del sol los pasajeros del vagón se levantaron: los mi- litares por hábito, Jorge probablemente a causa de la vejez, todos menos yo, que tenía fama de dormilón. Alcancé a percibir que alguien me cubría la espalda. A pesar del traqueteo de la marcha y la conversación de mis acompañantes continué durmiendo hasta que la locomotora, al frenar de golpe en una estación, sacudió los vagones. Desperté. Estaba avergonzado. “Buenos días, joven ingeniero”, era el saludo de la muchacha. “¿Ha descansado?” “Muy bien, sobre todo gracias a la colcha que me tiraron encima”. “Se lo hice para que se calentara”, aclaró. La miré con la intención de expresar mucho más que un formal agradecimiento. Tuve la impresión de que su femenina perspicacia descifró mi mudo mensaje. Le pregunté cómo se llamaba. Stefanka, dijo alegremente. Era una chica guapa. Al llegar a Belgrado la capitana se alistó y descendió del tren junto a uno de los oficiales y se dirigió a la jefatura de la estación con el propósito de programar el sucesivo viaje. Jorge padecía una tos persistente, por lo que Stefanka le cedió su cama y sugirió que nosotros dos durmiéramos en el suelo, espalda contra espalda, para generar calor entre ambos. Teníamos aproximadamente la misma edad, 28

140 años. No usaba el uniforme militar tradicional, sino uno de color oliva con insignia de comandante de guerrilla. “¡Buena nena debía haber sido para merecer tal distinción!” dijo despacito mi viejo amigo. No dormí cómodo, más aún, simulaba hacerlo profundamente para evitar tentaciones. La jefa movía el cuerpo constantemente sobre mi espalda y yo rehuía cualquier temerario compromiso. Al despertarnos, el teniente preguntó con sorna cómo había sido nuestro descanso. “Bueno”, respondió ella sonriente, “a pesar de que el ingeniero me tenía miedo porque cada dos por tres aflojaba la espalda”. Fuera del frío que padecíamos en aquel vagón de carga soportábamos además el problema sanitario. Jorge, a causa de sus males, orinaba junto a la cama, en una esquina del vagón. Que no se inquiete el lector, porque con el intenso frío todo se congela y sin originar mal olor. Los restantes aprovechábamos la oscuridad para abrir discretamente la puerta corrediza. Stefanka, en cambio, esperaba que el tren se detuviera en las estaciones del trayecto. Cada vez que el tren paraba en alguna estación nos apurábamos a buscar el “toilette”.

EN BUDAPEST, DESTRUIDA Y OCUPADA POR LOS RUSOS Al cuarto día nos detuvimos en una estación próxima a Budapest: Shorokshar. Dicho nombre no se me borró jamás. Por cuestiones diplomáticas paramos allí varios días. La jefa, en compañía de los oficiales, fue a informarse dónde estacionaríamos. Cumplido el trámite, los cuatro fuimos a la capital. El boleto del tranvía nos costó 200.000 “pengües”. Observamos los billetes remarcados varias veces, lo que indicaba la galopante desvalorización de la moneda. Con Stefanka fuimos a la Embajada de Bulgaria. El edificio deteriorado atestiguaba los bombardeos soportados por Budapest. En realidad, aquella zona correspondía a Buda, la parte oeste del Danubio más elevada que Pesta en la zona oriental. Ocurría que en Buda se habían atrincherado las fuerzas alemanas mucho tiempo, bombardeadas ferozmente por los rusos, lo que explicaba las escasas construcciones en pie. Fui presentado al embajador en calidad de “secretario privado”. Dialogamos en su despacho. En cierto momento expresó que para visitantes como nosotros tenía reservado slivovitza, aguardiente de dulces ciruelas blancas búlgaras. Brindamos por el éxito de la revolución y de puro intruso agregué: “Y por nosotros también”. Mi protectora explicó que el objeto del viaje era localizar a nuestros soldados, prisioneros de guerra caídos en manos de los alemanes, ahora en poder de los aliados. Antes de despedirnos, el embajador nos invitó a almorzar el domingo siguiente. Esa noche, pretextando que había tomado demasiado frío, me acosté sobre una punta de la colcha y me envolví en ella. “Pareces una momia”, dijo la capitana. Respondí: “¿No es mejor que soportar el frío?” Por cierto, envuelto de ese modo era inviolable y coherente con el proverbio que enseña: “Es mejor caer en brazos de una mujer, que en sus manos”, y yo, por las dudas, me cuidaba de ambas sorpresas. Fuimos ese sábado a

141 almorzar juntos a la ciudad y ella no permitió que yo pagara la parte de mi consumición. “Eres estudiante y además mi huésped”, insistió. Cada gentileza de ella me caía como un martillazo. Aquella noche celebraban en Shorokshar una fiesta húngara. Según acostumbran en Europa, por las bajas temperaturas invernales, las fiestas comienzan temprano. Nos ubicamos en una esquina del local y no lejos de la pista de baile. Mientras ojeaba alrededor, descubrí que una hermosa rubiecita miraba hacia nuestra mesa. Mi jefa de viaje se sintió, ante ese intercambio de miradas, desplazada y molesta. No me importó su incomodidad, así reventara de fastidio. Hice señas a la chica húngara y respondió afirmativamente. Me levanté sin decir nada y bailamos alejados de la mirona uniformada. Los húngaros integraban el antiguo imperio austro-húngaro, razón por la cual la gente con cierto nivel entendía el idioma alemán. Conversamos animadamente en alemán, mirándonos apasionadamente a los ojos y sintiendo como si estuviéramos solos en el mundo. De pronto, dos individuos me tomaron de los brazos obligándome a acompañarlos, haciéndome volver a la realidad. No sabía cómo reaccionar, quedé sin habla, sucedía todo tan súbitamente que no precisaba en qué idioma me haría entender. Lancé un grito desesperado en búlgaro de socorro: “¡Sálvenme!”, hacia nuestra mesa. Los oficiales se levantaron pero quien llegó junto a mí fue Stefanka, y dirigiéndose a los hombres en ruso, pidió mi liberación. Sería tal vez a causa del uniforme o de la pronunciación rusa, la cuestión fue que, entendiendo o no lo que se les decía, obedecieron a la jefa militar. En la mesa tuve luego que escuchar la recriminación, asignándome la culpabilidad del incidente por haber intimado con una “mocosa”. “Debí dejar que te llevaran”, expresó indignada. Traté de reparar mi desafortunada actitud y la invité a bailar. Me rechazó: “¡Vaya, vaya, pídaselo a la rubiecita!”. La fiesta no daba para más y salimos en medio de una callada tensión. El domingo fuimos a la casa del embajador a almorzar. Su esposa había preparado una exquisita comida búlgara. El almuerzo concluyó con las inevitables copas de slivovitza y mucha alegría, brindamos exclamando “Na sdrave” (salud, en búlgaro). Al salir, mi compañera me tomó del brazo y nos alejamos de la Embajada como si fuéramos novios. Discretamente noté que el matrimonio permaneció en la puerta, observándonos. Esta inesperada intimidad confieso que me agra daba, aunque me esforcé por disimularlo. A la vuelta conté a Jorge las recientes novedades con Stefanka. No le llamó la atención pues, en oportunidades, ella había preguntado sobre mí, cómo y dónde me había conocido en razón de que le resultaba un buen muchacho. “A propósito, Vatiu –respondió el viejo–, ella tiene poder y si aflojas caerás en sus garras y te llevará de vuelta a Bulgaria.” Me retumbó la cabeza. De pronto cobraba conciencia del espinoso lío en que podía meterme. Reanudamos el viaje ferroviario rumbo a Viena. Al franquear la frontera austríaca me sentí liberado y con una sensación de seguridad. Se produjo un silencio; aproveché para abrir la puerta del vagón y contemplar el campo cubierto de nieve, donde brillaba el sol. “¡Qué hermoso día!”, exclamé, pues significaba un buen augurio. Nos

142 acercábamos a Viena sin detenernos en ninguna estación intermedia. Luego de ocho días contemplaríamos la suntuosa y bella ciudad imperial. Sentí vergüenza de la pobreza miserable de nuestro tren y le hice notar a la jefa que era necesario poseer orgullo nacional, a fin de valorizarse uno mismo. “Vatiu, no seas desagradecido, gracias a él llegamos hasta aquí.” Me callé, tenía razón. Detenido el tren, la mujer y los oficiales saltaron al andén para averiguar la ubicación que nos darían. Al parecer, Jorge se restableció de sus males en un santiamén porque se levantó de inmediato y, al cerciorarse de que los oficiales se alejaban, pidió que le ayudara a abrir la puerta del vagón del lado opuesto. Evidentemente aquella estrategia la había pensado minuciosamente. “Marchemos pronto, antes de que nos vean los soldados.” Rápidamente levantamos las maletas. Teníamos que atravesar una sucesión de vías hasta alcanzar un andén distante, donde podíamos ocultarnos detrás de unos vagones. Las valijas estaban pesadas y la estación alejada, nuestros brazos estaban al borde de su resistencia. Por suerte distinguí un empleado ferroviario que se acercaba por detrás nuestro, con un carrito vacío. Parecía enviado por Dios y constituía nuestra salvación. Lo esperamos y le expliqué que éramos búlgaros recién llegados. Necesitábamos urgentemente salir de allí y llegar a la ciudad. Si nos sacaba de este apuro le obsequiaríamos dos paquetes de veinte cigarrillos búlgaros. Abrió los ojos cuando escuchó nuestro ofrecimiento. En un papel pequeño anotamos la dirección. Jorge aprovechó para transmitirme sus inquietudes: “Vatiu, estaba sumamente preocupado. La capitana se interesó en ti y ¡quién sabe si se resignará a regresar sola! Sabrás que nos encontramos en zona ocupada por los rusos”. “Sí, lo entiendo”, respondí. “ Y de verdad te agradezco el haberme alertado y programado también esta genial escapada.” Prose- guimos en silencio. Todas Estas peripecias fueron quizás la explicación de mi futuro éxito.

EN LA VIENA IMPERIAL El almanaque señalaba 17 de febrero de 1946. Resultó extenso por demás el trayecto entre la playa ferroviaria y la casa de Jorge. A pesar de su edad, no pare- cía sentir el cansancio. Antes de preguntar por tercera vez si estábamos cerca, observé que el hombre que llevaba las maletas sacó el papel del bolsillo y verificó la dirección. Mi amigo, adelantándose, levantó y tocó la pesada aldaba de la puerta. Una joven mujer que salió se confundió en un abrazo con él. Calculé que sería la hija, aunque en ningún momento mencionó que la tuviera; era bonita. Sospeché que el cuidado que puso para alejarme de Stefanka tenía que ver con ella. Pero pronto me daría cuenta de mi error. “Te presento, Vatiu, a mi mujer.” Tanta fue mi sorpresa que respondí: “¿Tu mujer?”, y la observé sin disimulo de arriba abajo. No entraba en mi cabeza que un portero jubilado con tantos achaques encima y voz gangosa tuviera una mujer tan linda y joven como ella. Parecía inverosímil, pero las calamidades de la guerra

143 explican situaciones todavía peores. Su puesto en la Embajada en Viena durante la guerra y aun después le posibilitó conseguir cigarrillos, café, chocolate, fiambres, etc., y era más que suficiente y explicable para elegir la belleza que se le antojara. Entre tanto saqué dos paquetes de cigarrillos, los entregué al changador y se marchó más que contento. La mujer de Jorge vivía con su madre en una casa acogedora. Me acompañó hasta el dormitorio, interesándose por las penurias del viaje. Advertí que le agradaba ser codiciada y también conquistar lo que deseaba. Sus insinuaciones de evidente coquetería las desplegó mientras almorzábamos. En la mesa se sentó frente a mí. Había calefacción y vestía con ropa liviana. Al servir se inclinaba exageradamente sobre la mesa, lo que obligaba inevitablemente a lanzar miradas sobre sus exuberantes senos. Por fortuna pronto concluyó el almuerzo. Me apresuré a agradecer la comida y salí en busca de un antiguo condiscípulo, Dimo Gürov: con él habíamos compartido estudios en Bratislava y Munich. Era mayor que yo en edad, no así en estudios, pues le llevaba alguna diferencia. Al ocupar los rusos nuestro país, había sido enviado como muchos otros a combatir contra los alemanes, y al concluir la guerra le fue fácil obtener las visas para trasladarse al extranjero. Conocía su dirección. El encontrarnos fue una sorpresa. Yo, porque lo creía ya en Munich y él porque me creía en Bulgaria. La situación era complicada, según me adelantó, porque tanto Viena como toda Austria estaban divididas en cuatro zonas; similar a Berlín y Alemania. Los rusos, dominaban una considerable porción. Por si fuera poco, los norteamericanos no permitían que los búlgaros fueran a su zona de Alemania en razón de que nos consideraban afines a los rusos y por consiguiente presuntos espías, y eso que en Sofía me aseguraron que aquí conseguiría sin problemas la visa que necesitaba para llegar a Munich, lo que significaba que su palabra no valía nada. Dimo se había inscripto en la Politécnica de Viena para continuar sus estudios y no perder tiempo. En ese caso, ¿qué podía hacer si únicamente me restaba rendir las últimas materias? En Viena los exámenes eran parciales y se rendía por separado en distintas fechas. En Munich, contrariamente, las pruebas semestrales se tomaban todas al mismo tiempo. Pero como los programas de estudios eran similares me resultaba más ventajoso rendir todo lo que más pudiera en Viena. Le participé a Dimo lo que me sucedía en casa de Jorge y que no deseaba quedarme allí, sino salir de inmediato. A pesar de que Viena no sufrió muchos bombardeos, pero como muchísimos extranjeros del Este no deseaban regresar a sus países, se tornaba difícil encontrar habitaciones. Regresé a la hora de cenar. El problema suscitado con la mujer lo llevaba en la cabeza. Jorge se había comportado como un verdadero padre y yo por ninguna causa lo lastimaría. En la mesa se repitió el jueguito seductor. Cuando Jorge contó los sucesos acontecidos con la joven capitana, ella exclamó: “¿Así que dormían juntos?”. Yo dirigí la conversación a su madre, pero me traicionaba el inconsciente y correspondía a su insistente mirada. Era una situación embarazosa. La veía tan joven y linda que me daba vuelta la cabeza. Me apresuré a retirarme en busca del

144 dormitorio argumentando fatiga por el extenso viaje. El desparejo matrimonio pidió que me quedara a vivir en su casa durante un tiempo, hasta encontrar alojamiento. Sin embargo, saltaba a la vista que con aquella provocadora mujer no se podía convivir bajo un mismo techo. Después de un rato de haberme acostado y apagado la luz, se abrió la puerta sin llamar. Grande fue mi sorpresa al prender la luz y ver a aquella joven y atractiva mujer apenas cubierta con un baby-doll. Con una picaresca sonrisa me preguntó: “¿No necesita Ud. algo?” Fue un instante de tensión. La miré desconcertado y respondí: “Nada Sra., muchas gracias”. “Te deseo entonces lindos sueños”, ensayó una sugestiva sonrisa y se retiró. Me quedé un largo rato pensando. Me sentía acorralado entre la tentación y el deber hacia Jorge. Llegué a una conclusión: cuanto antes debía salir de allí, antes de enloquecerme. Al día siguiente, para evitar “encontronazos” me levanté antes que los demás y salí en busca de alojamiento. Después de caminar mucho y tiritando de frío había perdido las esperanzas, cuando de repente, en una callecita divisé un pequeño cartel que ofrecía una habitación en alquiler. La casa era antigua y su propietaria una mujer de edad. La anciana dormía en la cocina con el propósito de alquilar las dos piezas que tenía. Una de ellas la alquilaba un oficial norteamericano. Esa vecindad no me llamó la atención. Con ingenuidad pensé que aquella gente se conformaba con vivir austeramente, en una pieza tan modesta. Acordé las condiciones con la propietaria y me marché a la Politécnica. Con buena voluntad accedieron requerir a Munich mis antecedentes e inclusive el titular de la materia “Ferrocarriles” me dio fecha aproximada de examen. Re- torné a la casa de Jorge y afortunadamente no estaba su mujer; me ahorré así dar explicaciones. Le dije que un amigo había reservado alojamiento y debía lamentablemente marcharme. Dejé un paquete de cigarrillos para su mujer a modo de reconocimiento por las gentilezas recibidas, encareciendo la saludara con afecto. Prometí visitarlos: jamás lo hice por temor a exponerme a situaciones comprometedoras.

OTRO REPUDIABLE PROCEDER DEL PODER AMERICANO En la vieja habitación me dediqué a estudiar con ahínco. Pero como no tenía calefacción tenía que ponerme encima todo lo que poseía, incluso el sobretodo y sombrero. La primera noche dormí bien, sin embargo tarde en la segunda unos gritos y alaridos de desesperación de mujer, en la habitación contigua, que ocupaba un capitán yanqui me hicieron saltar de la cama temblando. Estaba claro que el capitán, con varias copas de whisky encima violaba brutalmente o castigaba a una jovencita. Estaba dispuesto a golpear la puerta que separaba ambas habitaciones, pero consideré más adecuado alertar a la dueña. Los gritos la habían despertado también, y con seguridad a todo el vecindario. La anciana, desde la puerta de la cocina donde tenía la cama me hacía señas con

145 los dedos sobre la boca indicando silencio. Me explicó que el sujeto había traído a una jovencita. “¿Ud. no escucha esos gritos de desesperación de la muchacha?”, le dije. “El capitán es un buen inquilino y no deseo perderlo”, contestó la viejita. Mis nervios estaban de punta. Sucedía que en Viena, como en toda Austria y Alemania, el hambre y las necesidades eran enormes. Mientras tanto reinaba la opulencia en el casino de los oficiales norteamericanos, provisto de buena comida, bebida, café, chocolate, cigarrillos, etc., que eran tan codiciados, por lo que las muchachas merodeaban de noche en procura de encontrar quien las invitara. Poco a poco apaciguaron los gritos, no así los sollozos. Dormir no podía, estudiar tampoco, y menos salir a la calle en medio del frío intenso de la madrugada, así que comencé a caminar por la habitación como animal enjaulado. Me acerqué otra vez a la cocina para preguntar a la viejita si aquellos escándalos se repetían con frecuencia, pues sería imposible en tales condiciones dormir y estudiar. “El capitán viene a menudo con muchachas y nunca se sabe cuándo lo hace con una novicia.” “Caramba, si las novicias gritan de esa forma será para enloquecer.” Hasta que el sueño me invadió, se escuchaban los sollozos de aquella pequeña víctima de la necesidad. Participé a Dimo la experiencia vivida. Me dijo que no era para alarmarse demasiado, existían tragedias aún peores. “A su llegada los rusos arrasaron con todo, no quedó mujer sin ser violada y ultrajada, desde las criaturas hasta las viejas. Los norteamericanos hacen lo suyo ahora, de otra forma: con su opulencia.” No era fácil encontrar otra habitación en pleno invierno. Debía resignarme. Cuando percibía bullicio de faldas o gritos de desesperación en la pieza del yanqui, tosía con fuerza. Al abusivo seductor no le importaba un rábano. Me asaltó la curiosidad y me puse en el trabajo de conocer personalmente al autor. La señora me explicó que se trataba de un oficial de cuarenta años aproximadamente que llegaba tarde en la noche y salía de madrugada. Caí entonces en la cuenta de por qué un oficial del ejército de los EE.UU. se conformaba con aquella mísera habitación. La hacía funcionar como “bulín” para satisfacer sus deplorables instintos. Terminé resignándome a escuchar cualquier escándalo. Era cierto que el hombre es como el perro: por un trozo de comida soporta los golpes del amo. Habían transcurrido dos semanas desde mi llegada a Viena. Una tarde, mientras aguardaba el tranvía en el Ring-Boulevard, que rodea el centro de la capital donde estuvo erigida la muralla circular que le servía de defensiva, escuché: “¡Vatiu!”. Era la capitana, de quien me había olvidado a causa de mis problemas. Gritó desde la acera opuesta y ya se aprestaba a cruzar la avenida en dirección a mí. Me asusté. Un tranvía que arrancaba me sirvió de salvavidas. La despedí con la mano pero alcancé a escuchar: “Me defraudaste”. Ojalá hubiera sido aquella la mayor defraudación que cometí en mi vida, pensé yo. Ya me había enterado de que aquel miserable tren no era para transportar, después de tanto tiempo, prisioneros de guerra búlgaros, sino a los compatriotas que se habían escapado de Bulgaria y eran secuestrados con la ayuda de los rusos. Con ella

146 todavía en Viena y sabiendo que yo no había viajado a Munich, surgía otra seria preocupación. A partir de allí me encerré en la habitación y extremé los cuidados. Alerté a la señora de que por ningún motivo permitiera el paso de desconocidos, así insistieran con pretextos.

EL TRÁGICO RELATO DE AGOP DEL SALVAJISMO SOVIÉTICO Una tarde divisé en la calle un perfil que me miraba con insistencia. Sentí terror. Supuse que alguien me seguía por orden de la “uniformada”. Por suerte, al mirarlo bien lo reconocí. No era otro que mi apreciado amigo Agop, de Karnobat. Hacía mucho que no veía al armenio. Agop estudiaba ingeniería industrial en Viena y no había regresado a Bulgaria, quizás por haber tenido más información de sus connacionales dispersos por toda Europa y prever lo que iba a suceder allí. Cabe notar que los armenios eran y aún son una colectividad muy adinerada y de un alto nivel cultural. Los armenios son cristianos ortodoxos igual que los rusos, ucranianos, bielorrusos, búlgaros, serbios y macedonios. Los armenos eran un pueblo tan importante que una cuarta parte de la ciudad sagrada de Jerusalem entre las viejas murallas les pertenece. O sea, musulmana, judía, católica, y el “armenian quarter”. Fue una gran alegría reconocernos. Nos sentamos a recordar viejos tiempos en un banco frente al Ring. Evidenciaba un gran nerviosismo. Agop me relató sobresaltado que una hora antes, mientras hablaba algo con un soldado ruso, percibió que éste no le sacaba la vista a su anillo de oro. Cuando quiso despedirse, el ocasional interlocutor le ordenó: “davay colzi” (entrégame el anillo). “Al principio no le di importancia. Sin embargo empecé a temblar cuando con gesto duro me repitió la frase y comenzó a desenfundar la bayoneta. Con dificultad saqué el anillo para entregárselo, ya que sabía de muchos casos en que habían cortado los dedos de la gente para robarle.” Junto a ese episodio relató, además, las iniquidades que cometieron en Viena los soviéticos a su invasión. “Al lado de mi domicilio, en un edificio de varios pisos, los brutales y desalmados soldados rusos subían buscando mujeres para violarlas. Se escuchaban desesperados llantos de sus víctimas, así como también disparos acribillando a los hombres que veían por las escaleras. Sin la más mínima contemplación pasaban por encima de sus cuerpos. Era aterrador ver a un soldado ruso con una metralleta que se podía ver de lejos por el tambor que cargaba los proyectiles.” Según mi amigo Agop, que sin duda había igualmente conocido bien a los nazis, me dijo: “Mira Vatiu, yo a los nazis no los quiero, porque fueron tan fanáticos, altaneros y orgullosos de sí y porque estúpidamente fueron antisemitas, pero debo reconocer que fueron unos niños de pecho en comparación con todos estos vandálicos soldados rusos”. Me confirmó que al invadir los rusos Alemania y Austria empezaron el pillaje Stalin decretó 15 días de “plündert freit”, o sea derecho a saqueo y abuso (que yo escuché secretamente en Bulgaria). Después

147 me confirmaron que hubo una masiva y desenfrenada violación de mujeres desde la más temprana edad, durante día y noche, ya que no tenían más con quien luchar, sino sólo emborracharse y violar. Para ellos todo era un botín de guerra, que se prolongó por largo tiempo. En los primeros tiempos, me dijo Agop: “Los rusos se llevaron todo lo que se les antojaba. Arrancaban hasta los teléfonos y los inodoros de los baños”. Como ya mencioné, mientras los soldados alemanes, hasta los mismos nazis “SS”, donde llegaron se mostraron como verdaderos caballeros. Yo nunca escuché de las emisoras de radio aliadas que algún soldado alemán hubiera violado a una mujer. Porque eso para el alma alemana es indigno, pero para los aliados todo es un botín de guerra. Le comenté a Agop del tremendo Holocausto que los aliados desataron sobre toda Alemania, del que yo sobreviví. Le pregunté qué opinaba sobre el Holocausto cometido sobre los judíos ya que, a los seis meses de haber terminado la guerra, en los diarios soviéticos (búlgaros y rusos) propalaban que los nazis habían asesinado 2.000.000 de judíos, que me parecía monstruoso. “Cuál fue la cantidad de judíos en los países ocupados por el nazismo, después que muchos emigraron o se dispersaron frente a su avance y expansión, cuántos muertos en la guerra, así como también cuántos lograron sobrevivir en la desastrosa situación en los campos de reclusión –dijo el bien informado armenio– quizás nunca se sabrá, pero lo cierto, como vos habrás escuchado desde 1943, es que Hitler gritaba desesperadamente que necesitaba más producción, porque escaseaba de todo por los desvastadores bombardeos aliados. No sólo destruyeron toda Alemania, sino que mataron a muchos millones de alemanes y él necesitaba más mano de obra porque las tropas estaban desabastecidas. Pero lo malo fue que en los últimos tiempos de la guerra, los campos prácticamente fueron abandonados a su suerte.” Me contó también indignado que las atrocidades de los soldados soviéticos en los países en guerra que ellos ocuparon, como Rumania, Hungría, Austria y Alemania, no tenían parangón en la historia de Europa después de los hunos, los vándalos y los tártaros de Genghis Kahn. Era realmente una vergüenza para la doctrina marxista, de la cual yo también estuve tan convencido, por creer que era la más humana entre todas las que han existido. Al escuchar todas estas barbaridades, me despedí de Agop muy consternado. Fui a buscar alguna habitación que se hallara fuera del sector ruso. Me di cuenta de que estaba en juego mi vida. Luego de trajinar el día entero, únicamente encontré una pensión en el centro de la vieja ciudad, a poca distancia del “Stefans Dom”, la histórica iglesia gótica del Imperio Austro-Húngaro. La pensión era un edificio de madera de cuatro pisos, se encontraba en Jäguerstrasse 5. Había servido antiguamente como colegio de señoritas y por entonces se hallaba clausurado antes de llegar los rojos. Me atendió una mujer mayor de apariencia severa. La ex directora dijo que no admitían pensionistas ni alquilaban habitaciones, e ignoraba el destino que daría al edificio. Expliqué mi necesidad de alquilar un cuarto por poco tiempo y que pagaría con cigarrillos búlgaros. Dio un salto en el sillón. “Trato hecho”, dijo sin vacilar. Me instalaron en una habitación confortable en el tercer

148 piso, era el único inquilino. Estudiaba intensamente, sin salir a la calle. Dimo constituía mi única visita. Los alimentos traídos desde Bulgaria los había consumido y la posibilidad de conseguir comida en los restaurantes vieneses era escasa, por lo que el hambre me apretaba.

LA INOLVIDABLE JOSEFINE, UNA DELICADA BELLEZA Concurría a la Politécnica sólo cuando precisaba textos, o caso contrario, para rendir. Una tarde sorprendí en un banco del jardín a una muchacha rubia vestida de blanco y sombrero de aspecto delicado, cosa rara por aquellos tiempos. Leía un libro. La contemplé desde lejos, parecía una princesa. No me iría sin observarla desde más cerca. La cuestión residía en saber qué decirle a una muchacha tan bella sin recibir a cambio un gesto de desaire o bien que directamente me mandara a pasear. Tal vez un piropo de admiración por su elegante vestido o zonceras por el estilo. Seguramente, una chica así podía darse el lujo de elegir el hombre que quisiera y quizás en una de esas estaba aguardándolo. Me arriesgué. Al fin de cuentas... no resultaría tan grave la cosa. Me aproximé, “permiso”, dije, y me senté a su lado. No dejé transcurrir demasiado tiempo y con no poca indiscreción pregunté si esperaba a alguien. “Nein”, contestó con un tono de voz que era la esencia de la misma dulzura. Ya mi coraje no tenía límites, pues al punto me interesé por el título que tenía entre sus manos. “¿Es interesante?” Cerró el volumen y me dirigió una mirada, sus ojos eran excepcionalmente bellos. Preguntó sobre mi nacionalidad y, según había sucedido otras veces, el acento de mi alemán le so- naba gracioso. Le resumí mi vida; asimismo, la intención de proseguir a Munich para graduarme y finalmente emigrar a otro continente, lo más lejos, quizás a la fabulosa Argentina. En Europa no veía futuro, sino miseria y sufrimiento. Me seguía con atención y esto me infundía mayor seguridad. “Me llamo Vatiu, ¿ y tú?” “Josefine”, contestó sonriente. Mi emoción, para qué contar. Su elegancia y atracti- vo sobrepasaban cualquier ponderación. Ninguna beldad de las tantas que había conocido hasta entonces se comparaba a ella. Si bien Ursula era bella, Josefine era muy bonita, bellísima. Estaba anocheciendo; no quiso que la acompañe. Le di mi nombre y dirección, y nos despedimos con un juramento de estar unidos para siempre. El día de la cita, una tarde brumosa y con llovizna, Josefine no apareció. Esperé nerviosamente su llegada en vano. Regresé decepcionado y con el corazón hecho trizas, a tal punto había crecido mi ilusión. Su recuerdo, día tras día, se intensificaba. Podía asegurar: primero que era hermosa, segundo que conocía su nombre y finalmente, que me encontraba trastornado por ella. Al menos, de haberle sucedido un contratiempo, podría haberme dejado un mensaje en la pensión. Pero ocurrió que Josefine fue a buscarme y al no encontrarme, dejó un mensaje con hora y día en que regresaría. A la directora no le agradaban las visitas.

149 Frau Carmen, la camarera, al cabo de varios días, me confirmó que la muchacha vino dos veces y en la segunda, la directora le contestó que yo no vivía más allí. De esta manera perdí la posibilidad de tener a mi lado el ideal supremo de cualquier hombre. Una pérdida que lamenté por muchos años. El tiempo, pese a todo, enseña que algunos reveses que nos suceden, al fin pueden resultar beneficiosos. Las penurias que soporté pasado el tiempo y las extremas necesi- dades que sorteé, con una mujer tan delicada a mi lado, hubieran transformado nuestras existencias en una tragedia.

LA PICARESCA SALIDA DE VIENA Regresar a Munich fue como el cuento de nunca acabar. Para hacerlo des- de Viena, indefectiblemente necesitaba otra vez una visa rusa, además de una americana. En la comandancia soviética escuché otra vez el antipático niet. No dejaban que ni un alma bajo sus extensos dominios se les escapara, porque querían aprovechar su trabajo y sudor. Los yanquis respondían otra vez: “Primero la visa rusa y luego veremos”. Recordaba al gran escritor ruso hebreo Amiel, al que admiré por siempre, quien en su diario íntimo del 1º de julio de 1856 escribió: “¡Qué amos terribles serían los rusos si alguna vez extendieran la noche de su dominación sobre los países del Mediodía! Todo cuanto ellos podrían traernos habría de ser el despotismo polar, una tiranía tal como el mundo no ha conocido todavía, muda como las tinieblas, cortante como el hielo, insensible como el bronce, con exteriores amables y la claridad fría de la nieve, pero la esclavitud sin compensación y sin alivio... Si ellos pueden convertir su dureza en firmeza, su astucia en gracia, su moscovitismo en humanidad, cesarán de inspirar aversión o temor y se harán amar, pues salvo su natural hereditario, los rusos tienen muchas cualidades de fuerte atracción” 27. Mientras iba y venía recogía algunas informaciones entre los estudiantes, quienes sugirieron que para llegar a Munich debía cruzar el Tirol (los Alpes austríacos), zona ocupada por los franceses que controlaban el paso a Baviera y Munich, es decir, al territorio alemán bajo el dominio yanqui. Por casualidad conocí a unos estudiantes austriacos que iban de vacaciones al Tirol y solicité que me llevaran. Me dijeron que el control ruso a la salida de su zona para el resto de Austria no era muy riguroso y quizás, con alguna suerte, se podía llegar a la parte francesa. Caso contrario, nos enviarían a Viena. Fui a avisarle a Dimo, quien de inmediato decidió acompañarme. Era el mes de julio de 1946. “Vamos con rumbo desconocido”, comenté. Adquirimos los boletos para estar a la hora de partida. Los muchachos viajaban acompañados de chicas, que al enterarse de nuestro propósito vinieron a sentarse con nosotros. En el control ruso desplegaron sus coqueterías, sonreían a pleno, alzaban sus piernas y lograron un clima festivo. Un soldado ruso pidió los documentos para entregarlos al sargento que lo acompañaba y

150 éste, cuando observó el barullo y las piernas de las chicas, acortó la inspección aduciendo que se trataba de estudiantes austriacos. Nos abrazamos y obsequié a mis ocasionales amigos con lo único que podía: un cigarrillo a cada uno. Al fin estábamos en la zona francesa, en el Occidente. Nos alojamos en el Hotel Alpen Gluen, en plena montaña del Tirol. Debimos caminar un trecho para llegar. Nos hallábamos lejos del mundo. Los chicos se divertían, algunos acompañados de sus novias. Paseábamos de día y bailábamos de noche. Con Dimo divertíamos a las muchachas sin acompañantes. Pese a la alegre vida, nuestra preocupación principal estaba cifrada en el puesto fronterizo. A los pocos días fuimos a ver cómo se realizaban los controles. Un teniente a cargo del puesto francés, al enterarse de nuestro proyecto de cruzar por allí en dirección a Baviera, dejó en claro que ellos controlaban pero no estaban autorizados para dejar pasar sin visas. Reiteramos, suplicamos, pero la respuesta era: “No, monsieur, deben soli- citarlas en Viena”. Retornamos desilusionados al hotel con la perspectiva de caer nuevamente en las manos de los rusos y de los americanos. Las muchachas nos animaron a insistir y que al día siguiente nos acompaña- rían al puesto para convencer a los franceses. La única forma de llegar allí era a pie, por 27 Amiel, Diario Intimo, Edit. Sopena, Bs.As, 1941, pág. 53

lo que caminamos hasta el mediodía. Cuando el teniente concluyó su almuerzo, nos atendió. Se mantenía impasible, pero poco a poco fue cediendo ante las súplicas de las muchachas, que trataban con insinuaciones de seducirlo. Remarcaban la vieja amistad francesa-austriaca y que los rusos, al fin de cuentas, jamás se enterarían y que, una vez más, el sentimiento de libertad de los franceses se pondría de manifiesto, etcétera. Cuando cansado el teniente dijo bon, explotó al unísono de nuestros labios Vive la France. De regreso en el hotel, esa noche brindamos con una botella de champagne que el hotelero tenía reservada para casos especiales. Nos anoticiamos de que en la ciudad de Innsbruck funcionaba la única fábrica de piedritas de esmeril para encendedores del ex Tercer Reich, por lo tanto en Alemania escaseaban y su precio era mucho más alto que los cigarrillos y el propio oro. A la mañana temprano viajé a Innsbruck en una bicicleta que compré en el hotel. Vendí allí la mayor parte de los cigarrillos que aún poseía. Con el dinero adquirí las codiciadas piedritas. Un día, después de concluir el desayuno, nos despedimos de aquel maravilloso grupo juvenil y de los propietarios del hotel, por cierto tan hospitalarios y serviciales. Cargamos lo que pudimos sobre la bicicleta con rumbo al puesto fronterizo. Llegamos tarde y aguardamos dos horas, hasta que el jefe despertara de su siesta. Cuando llegó, a pesar de nuestro saludo, pasó junto a nosotros sin mirarnos. Quizás no nos reconoció, o estaba arrepentido de la promesa y evitaba el encuentro. Pedimos hablar con él: a duras penas nos recibió en su despacho. Mientras permanecíamos de pie, ensayé algunas palabras sin éxito. El francés seguía leyendo

151 sin dirigirnos la mirada. Estábamos atemorizados ante su negativa. Luego de una larga y angustiosa espera pidió los pasaportes, les puso un sello y los devolvió sin emitir una sola palabra. Le expresamos nuestra gratitud. Partimos hacia la próxima estación ferroviaria con la bicicleta y nuestras pertenencias, sin que revisaran absolutamente nada, hacia el territorio bávaro. En el primer recodo del camino, apresurado, saqué las malditas piedras que estaban escondidas en mis zapatos, como clavadas en las plantas de los pies. Supongo que, al fin, teníamos de sobra motivos para estar contentos. Aguardamos hasta el oscurecer un tren que cumplía el recorrido hasta Munich. Viajamos apretujados y nos turnábamos con Dimo para dormir, porque teníamos desconfianza de que nos sustrajeran las valijas. Al otro día llegamos a Haupt Bahnhof, la estación central de Munich, que se encontraba ligeramente reacondicionada. ***

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CAPÍTULO VII LA VUELTA A MUNICH EN ALEMANIA YA ESCLAVIZADA Cabe aclarar que tanto Austria como Alemania durante la guerra estaban sometidas bajo las rígidas normas del partido Nazi. Muchos alemanes, ingenuamente, esperaban que una vez terminada la guerra serían liberados por los aliados del régimen nazi, que no habría más guerras, sino paz y libertad para todos. Pero sucedió todo lo contrario. Fueron ocupados por los cuatro vence- dores: Inglaterra, Francia, EE.UU. y Rusia; toda Alemania se convirtió en un enorme campo de concentración. Cada uno consideraba su zona de ocupación como un botín de guerra, donde podían disponer a su antojo de la vida y la muerte de la población, a la que trataban como esclavos. El paso de una zona a otra estaba bajo un severo control, pero pasar al sector soviético era totalmente imposible. La ciudad de Berlín, que se encontraba en Alemania del Este, o sea en el territorio de ocupación rusa, estaba a su vez dividida y ocupada por las cuatro potencias vencedoras. Desde Viena había escrito no sólo a Margot y Ursula sino, de modo especial a la familia Färber. Hellen, la hija mayor, respondió ofreciéndome nuevamente su casa. Al retornar a Munich, sin demora partimos, con mi amigo Dimo, a Gräfel fing. Los Färber, siempre cordiales, nos recibieron muy bien. Mi gran urgencia era ver a Ursula, pero al llegar a Feldafing, “tía Elwine” me informó que estaba en Tutzing, a pocos kilómetros, en la casa de su madre, frente al lago Standberg. Al llegar me divisó un muchachito que había conocido tres años atrás y que se lanzó a correr gritando: “el Schwarzmann”. El “hombre negro” era yo. Pues allí todos eran rubios. Recibí abrazos y muestras afectuosas de Ursula y los demás. Fue aquel un día muy feliz. Había conocido Munich en todo su esplendor. La ciudad de las universidades más destacadas de Alemania, de la renombrada Politécnica, donde también yo estudiaba, del Deutsche Technisches Museum más grande de Europa y de las pinacotecas, y “ahora”, al mirar ese mar de escombros en el que había quedado toda Alemania, me acordaba de los contundentes discursos de aquel altanero Führer cuando gritaba: “Denme diez años y no conocerán a Alemania”. Evidentemente pasó como él predicaba. En cinco años de rígido régimen Nazional Socialista, realmente transformó aquel país. Lo sacó del desorden y la miseria, y levantó Alemania como el país más desarrollado de Europa. Pero en otros cinco años el pueblo alemán, tan ordenado, aplicado al trabajo, respetuoso de las leyes y las normas, sufrió la total destrucción y muertes, desconocidas hasta entonces en la historia humana. Al final fueron sometidos totalmente y esclavizados. Además, el Führer sembró con tumbas, de sus propios soldados, todos los

153 rincones a lo largo y ancho de Europa, y hasta en el continente africano. Sin duda nadie podría reconocer más a la Alemania de antaño. Y aún peor, los que sobrevivieron después de tanto sufrimiento y terror de los furiosos bombardeos fueron ocupados, esclavizados, humillados y sometidos a nuevos sufrimientos, sin esperanzas, por los implacables y crueles vencedores. Por todas partes se observaban hombres y mujeres mal vestidos que removían los escombros desechos o hierros retorcidos. En las plazas públicas se acumulaban montañas de escombros. Por las largas rampas subían los camiones volcadores. Era muy triste ver gente con esos rostros sufridos; eran mucho peor que los esclavos medievales. Como maquinarias prácticamente ya no quedaban y cada vencedor se había llevado lo que quería, los hombres, ancianos y mujeres destrozaban a martillazos los bloques y con palas manuales cargaban los camiones. Por retribución recibían salarios viles, fuera de los gastos de transporte y un guiso aguado al mediodía. Se escuchaban voces diciendo: “Eso parece una venganza sin límites, quizás por el hambre y las pestes que sufrieron los prisioneros en los campos de concentración durante la guerra. Pero de eso el pueblo no tiene ninguna culpa, porque fuimos también víctimas de los malditos nazis, que se metieron en una guerra contra Rusia”. Por otra parte, alimentos y transportes escaseaban al máximo para todos, mientras entonces los aliados eran los dueños del mundo y tenían de todo. Sin embargo, en la esclavizada Alemania no se conseguía nada. La tenían desconectada del mundo. Durante la guerra los alemanes sufrieron, además de la gran escasez y el rudo trabajo, los furiosos bombardeos aliados. Pero “ahora”, trabajaban en condiciones infrahumanas y seguían sufriendo un hambre aún mayor, y sometidos además a un terror moral. No tenían ningún derecho y por muchos años fueron humillados en una esclavitud total. ¿Puede el lector entender la brutalidad de los defensores de la libertad y los derechos humanos? A veces los relatos eran aterradores, como por ejemplo: al entrar en un local escuché a un hombre sobresaltado relatar que “hace rato en un tranvía un soldado de color, norteamericano, discutió con un hombre y sacó una bayoneta, se la clavó en el pecho y le partió el vientre en dos”, o que “anoche un soldado negro había arrinconado a una chica para violarla. Mientras ella gritaba desesperada socorro, él le decía: ‘ Yo darte chocolate vos darme amor’ ”. Y eso se repetía todas las noches en las distintas partes de las ciudades, en la zona ocupada no sólo por los norteamericanos, sino por todas las tropas de ocupación. Lo triste era que nadie se animaba a ayudar por temor a una puñalada o un balazo, así que nadie se podía quejar de nada. Total, los alemanes eran esclavos; algo parecido a la feroz esclavitud turca Eran tiempos de gran tristeza y sin esperanzas. Antes esperábamos que la guerra terminara, pero ahora, ¿qué hacer?

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EXTREMA HAMBRE EN LA ALEMANIA YA DERROTADA En la Politécnica me reconocieron sin dificultad los exámenes rendidos en Viena. Pero aún quedaban cuatro materias para lograr mi ansiado título. Entre ellas, una especialmente me preocupaba: Estática Superior. Estábamos en agosto de 1946. Los exámenes estaban fijados para setiembre y los siguientes, para marzo del otro año. Estática Superior era la principal materia para recibirme; pero carecía de apuntes apropiados y algunos conceptos básicos. Decidí apelar a la ayuda de un compatriota amigo: Stefan Dobrev, que se había quedado en Munich y ya estaba graduado. Había sido un estudiante muy aplica- do. Vivía precariamente en la parte opuesta de la ciudad. Lo encontré. Trabajaba en una empresa constructora, pero en realidad se dedicaba a la remoción de escombros. Betty, su mujer, me contó que a causa de la timidez y de los salarios magros que percibía Stefan, después de llegar los americanos y por más que era ingeniero diplomado, pasaban hambre tanto ellos como la criatura que tenían. Mi amigo me prometió repasar conmigo Estática y yo conseguir cupones de alimento en la bolsa negra con las piedritas de encendedor que había traído. Era preciso, por lo tanto, estar en su casa diariamente a las veinte, hora en que volvía de sus ocupaciones. Estudiábamos hasta medianoche. Regresaba a la estación central mediante dos tranvías y desde allí en el tren nocturno a Gräfelfing; finalmente caminaba tres cuadras hasta la casa de los Färber. Tiritando llegaba a mi habitación, que generalmente estaba más helada que yo. A veces, mientras iba a lo de Stefan me detenía en algunos bares reacondicionados. Encontraba algunos yugoslavos, italianos, búlgaros y gente del Este que se negaba a retornar a sus patrias, ocupadas por los bolcheviques. Había también muchos jóvenes judíos que llamaban la atención con sus cabellos largos y de mal vestir. Parecían haber salido días antes de los campos de concentración, pese a que la guerra había concluido un año y medio atrás. A pesar de que ellos disponían de medios para conseguir ropa o quizás lo hacían para ser distinguidos y tratados con diferencia. Llenos de joyas, pero daban lástima; era una viveza. En las barracas de los soldados americanos ellos tenían acceso a la compra de toda clase de comidas y delikatessen, a precio de Estados Unidos, y podían venderlas en el mercado negro a los precios que querían. Era un saqueo, pero sin violencia. Para entonces la comida estaba racionada al máximo, por lo que no satisfacía las mínimas necesidades. Era mucho peor que durante la guerra. Con razón Margot, cuando me escribía a Viena, expresaba: “Vatiu, el inglés nos está matando de hambre” se refería a los británicos que ocupaban la zona noroeste de Alemania, donde se encontraba Braunschweig. Más tarde entendí con claridad que diezmar al pueblo alemán proseguía de toda forma. Los “bares” eran lugares donde se realizaba toda clase de transacciones y trueques. Era un verdadero mercado persa. Escaseaban al máximo cigarrillos, café, chocolate, carne envasada, etcétera. A cambio de estos productos, los alemanes entregaban objetos valiosos como anillos, alhajas de oro, brillantes, etc., porque el

155 dinero no tenía valor. Los aliados sabían que los alemanes se desprendían de todo lo que tenían de valor para sobrevivir. El tráfico de cupones ya no pasaba por las manos de los estudiantes italianos sino por la “mafia italiana”, que aprovechaba el hambre y la desesperación de la gente. Ursula a veces cambiaba en el campo algunas piedritas que llevé de Austria por víveres, algunos de los cuales llevaba a lo de Stefan. Se me helaba la sangre cuando escuchaba que muchos alemanes, mujeres y niños, removían los desechos tirados por los aliados en los basurales para buscar algo que pudieran devorar, aunque fuera en descomposición.

HOLOCAUSTO – SIGNIFICA “TODO QUEMADO” Volviendo la mirada atrás, los que hemos vivido y sufrido durante y después de la trágica Segunda Guerra Mundial podemos distinguir con claridad dos tipos de holocaustos. Uno, cometido por los nazis contra el pueblo judío y opositores y prisioneros de guerra en los apresurados, improvisados, y al final mal abastecidos campos de concentración. Y otro, cometido por los aliados contra el pueblo alemán. Personalmente soy un sobreviviente, un testigo presencial del colosal holocausto consumado sobre toda Alemania y su indefensa población bajo la destrucción y el fuego, y la posterior ocupación y esclavización. Holocausto, según la Enciclopedia Universal Sopena, tomo V, pág. 4.376 (Barcelona, 1972), es una palabra griega compuesta de “Holos”, todo, y “kaustos”, quemado. Que también significa “sacrificio especial entre los hebreos en que se quemaba totalmente a la víctima”. Quisiera aclarar también que este término proviene de los tiempos antiguos, cuando los persas invadieron Tesalia, al norte de Grecia, y quemaron varios poblados. Un mensajero corrió a Atenas gritando “Holoskaustos”, o sea, todo quemado. Ciertamente, toda Alemania fue totalmente destruida y abrasada por las llamas. Porque los aliados arrojaban no sólo bombas destructivas, sino también cientos de miles de bombas incendiarias, convirtiéndola en un espantoso y pavoroso “Holoskaustos”. Allí, desesperado, estaba yo también. Al respecto alguno dicen que por más que la gran mayoría del pueblo alemán no era nazi, ellos trabajaban para los nazis. Yo pregunto: “Si ésa era la lógica, debían entonces también bombardear los campos de concentración de prisioneros tanto de guerra como de Judios que también trabajaban para el aparato nazi”, sin embargo no los bombardearon; los cuidaban celosamente. Mientras, el nombrado Holocausto contra el pueblo judío fue causado por la obstinada persecución cometida por los partidarios de Hitler del régimen nazi, después del (ya comentado) asesinato en la embajada de Alemania en París cometido por un joven judío (en el umbral de la guerra), y después que el judaísmo le

156 declaró a Alemania la guerra sin fronteras Con eso apoyaban, integraban y financiaban a las distintas guerrillas en muchos países de Europa. Agregando a todo eso que los malditos nazis “SS” no eran muchos y estaban rebalsados por los implacables bombardeos, destrucción de la producción y el transporte, además de las guerrillas en muchas partes. En los lejanos y enormes campos de batalla los soldados regulares morían a causa del frío, del hambre y de las pestes, antes que por la acción de las balas enemigas, sin estar en campos de concentración. El vanagloriado Hitler fue el imperdonable causante de aquellos brutales sufrimientos y muertes de alemanes, judíos y prisioneros de guerra. A los judíos que no habían emigrado antes de la guerra los veíamos limpiar las calles de las ciudades, con brazaletes “jude”. Sin embargo, después del fin del año ’42, esa desdichada gente desapareció. Se comentaba que al recrudecer la guerra, y necesitar el régimen más producción, fueron enviados a campos de trabajos forzados; con toda seguridad porque esta- ban más capacitados para la producción industrial calificada que los rústicos prisioneros rusos, y además hablaban bien el idioma, por lo que eran más valiosos. Mientras, muchos de los prisioneros de guerra de los pueblos contrarios al régimen stalinista tenían mayor libertad y obedecían a sus propios comandantes. Para Año Nuevo del ’43 escuché al enloquecido y desesperado Hitler gritar por la radio diciendo que recibió quejas (tal vez de la Cruz Roja Internacional) de que a los judíos, en los campos de concentración, no se les proporcionaban suficientes alimentos para poder trabajar y producir y que no se les daba suficiente abrigo ni medicamentos para los enfermos. “Wir brauchen production”, nosotros necesitamos producción, se lo escuchaba gritar al loco. Como es sabido, los campos de concentración se vieron convertidos realmente en zonas industriales, como Auschwitz, por ejemplo, que era más cercano de los frentes de batalla de Rusia, más lejos para los bombardeos desde Inglaterra, y además, estaba situado en un país amigo de los aliados. Se decía que Hitler quería utilizar su trabajo además de evitar los sabotajes ya que le habían declarado la guerra, y después del conflicto (creyendo que lo iba a ganar), debían empacar sus valijas para irse de Europa. Mientras estaba en Sofía, Bulgaria, a fines del año 1945 a 7 meses de la terminación de la guerra (haciendo los tortuosos trámites para obtener el permiso y volver a Alemania), leí con sorpresa en los diarios comunistas búlgaros y rusos, con enormes titulares: “Los nazis han matado 2.000.000 de judíos”. Según los textos, se lo presentaba como el genocidio más grande en la historia de la humanidad. Con los colegas que pude encontrarme allí nos parecía increíble, una monstruosidad. Otros consideraban que podía ser una propaganda o una expresión del odio de los marxistas hacia los nazis, para cubrir sus propias atrocidades. Sin embargo, al llegar a Munich, en el ’46, a año y medio después de la derrota y la ocupación de Alemania, quedé shockeado al leer en los diarios que, según las últimas estadísticas, los judios muertos por los nazis ascendían a 4.000.000. Esos titulares me consternaron, por mi aprecio a esa colectividad. Parecía una barbaridad, porque según algunos, bajo el dominio directo de los nazis, no podía haber tantos, teniendo en cuenta los que se fueron antes de empezar la guerra y los

157 sobrevivientes después de ella. Muchos consideraban que ir los nazis a buscar judíos de los países ocupados, cosa demasiado difícil, (como es lógico, ellos seguro se desparramaron y escondieron, con lo que para hallarlos eran necesarios conocer el idioma y la colaboración de la gente o la policía de los países ocupados); además debían dejar abandonadas sin abastecimiento a sus soldados. Yo mismo leí, en 1943, que Hitler le había pedido personalmente a su aliado, el regente húngaro Horthy, que le juntara y enviara 100.000, que necesitaba urgente trabajadores para la producción. Pero al parecer Horthy no pudo satisfacer todo ese pedido, porque no quería, o porque necesitaba mucho personal policial, para buscar y apresar, para el transporte, alimento, etc., y el fragor de la encarnizada guerra no era para dedicarse a eso. Qué habrá pasado después, no me enteré. Sin duda Hitler no se lo podía exigir porque era un país amigo, y además no escuché de guerrilleros en Hungría. Diarios alemanes nazis de la época aseguraban que el apresar a esa gente era conforme a los tratados internacionales con respecto al trato a los enemigos, para evitar sabotajes. Efectivamente, las distintas resistencias antinazis estaban integradas en gran parte con miembros de esa comunidad. La más activa era la resistencia francesa, y la más numerosa eran los partisanos del mariscal Tito, donde se consideraba que había unos 20.000 combatientes judíos. Estando ya en la Argentina, en 1948, todavía como un pobre, desorientado inmigrante, de nuevo me sorprendieron las últimas noticias que se publicaron: que los muertos ascendían a 6.000.000. No podía estar tranquilo sin saber en realidad qué había pasado para ese cambio en las cantidades, ya que el pueblo hebreo son un pueblo unido, informado, y de gente culta. Entre mis colegas y amigos decidí dirigirme a Agop, el fiero pero muy inteligente búlgaro-armenio Al recibir la contestación –lástima que después perdí la dirección–, Agop me explicó: “Como se puede calcular, durante la guerra, bajo el dominio de Hitler, seguro no había tres millones de israelitas” (eso escribió después un historiador británico). Además, “el loco” de Hitler gritaba que necesitaba producción. Los nazis envueltos en el gran desafío y la falta de colaboración, no podían ir a buscar, juntar y apresar todos los judíos que seguro procuraron donde pasar desapercibidos y otros, como es lógico, pasaron a formar parte de las guerrillas. Además de los que pudieron sobrevivir, aunque habían quedado solo con su “piel y huesos”. El vivo armenio, entre la verdad y la mentira, me escribe: “Vos sabes que justo ahora en Palestina se formó un nuevo Estado Israelí, y para su construcción, según calculaban, con la indemnización de dos millones de muertos no sería suficiente. Pero después de tener en cuenta los enormes costos y gastos, y el mayor interés de los inmigrantes, aumentaron el número al doble, y después al triple”. Tantos eran mis problemas con esa declaración que resolví no pensar más en ello. Además que cada día tenía más amigos de esa notable comunidad, y entre ellos me sentía muy bien. Aunque hasta el día de la fecha la gente escarbe estos hechos, para mi ya son cosas pasadas. Aclaro que muchos son los que me han preguntado como sucedió todo ese genocidio, porque yo había estado allí y, como muchos

158 creían que yo pertenecía a esa comunidad, cómo había logrado salvarme. Más allá de la cantidad y las causas, yo, que he sufrido tanto, considero lamentable y repudiable el sufrimiento de cualquier indefenso ser humano, cualquiera fuesen los números, se trate de las víctimas de ayer como las de hoy, en muchas partes, causados por los poderosos contra los debiles e indefensos. Los responsables, los jerarcas nazis, fueron derrotados, capturados y condenados por el Tribunal Internacional de Nüremberg por los crímenes que habían cometido. Con eso cabe una definición: “Muertos los perros, muerta la rabia”. Además, sabemos que desgraciadamente fueron una híbrida consecuencia de las injusticias cometidas en los Tratados de Paz por los aliados en la Primera Guerra Mundial. Allí debe buscarse todo el origen de los posteriores y trágicos sucesos, tanto sobre el pueblo alemán como sobre la guerra y los prisioneros judíos. El lector debe saber que la culpa de los sufrimientos y de los millones de muertos no fue del pueblo alemán, que a su vez fue la máxima víctima del mismo trágico destino. Primero sufrió la derrota de la 1ª Guerra Mundial y luego soportó miseria y el desastre nacional, fue sojuzgado bajo el rígido y despótico régimen Nazional Socialista, fue cruelmente bombardeado durante la 2ª Gran Guerra y esclavizado después, por el dominio de las cuatro potencias vencedoras, por casi medio siglo. Todos sus tesoros nacionales fueron saqueados. Cada uno de los vencedores se llevó los mejores cerebros de los científicos alemanes. Ade- más tuvieron que soportar que su escaso territorio fuera, de nuevo, severamente mutilado. Hoy ese noble pueblo de unos 85 millones, el mayor de Europa, fuera de Rusia, tiene menos territorio que muchos otros países de Europa occidental como Francia, España, Italia. Mientras que Polonia está asentada hoy sobre una vasta zona alemana hasta cerca de Berlín. Encima de todo debían trabajar día y noche para reconstruir

de nuevo todo un país. También tenían que mantener los grandes ejércitos de ocupación y pagar los pesados tributos de guerra. Para fina- lizar, no queda otra deducción: que los pueblos más afectados, a consecuencia de los tratados de Versailles, fueron en definitiva el pueblo alemán y los judíos, que sufrieron horrorosamente y murieron unos bajo los implacables bombardeos o en los lejanos campos de batalla, y otros de hambre y de pestes en los desabastecidos y finalmente abandonados campos de concentración. Las atrocidades cometidas durante y después de la 2ª Guerra Mundial y el Holocausto no abandonan mi mente. Por eso, para mayor conocimiento mencionaré las investigaciones realizadas por el estudioso de las ciencias europeas, residente en Portland, EE.UU., Nicola M. Nicolov, de su libro “Las máscaras de las

159 celebridades”. “Los judíos han sido muy útiles en la producción de guerra nazi y de su interés ha sido que se mantengan vivos. Por lo que la administración de todos los campos de concentración, incluso Auschwitz , el 3 de diciembre de 1942, envía una orden con críticas a la alta mortan- dad de los campos, que se debía a diferentes enfermedades.Se ordena a los médicos disponibles que tomen todas las medidas a su alcance para mermar la mortandad. Se insiste también que observen la comida de los prisioneros y que recomienden, a las distintas administraciones, que mejoren las condiciones del trabajo” 28. Al final de esa directiva subraya que el Reichführer de las SS ordenó que la mortandad debía mermar a toda costa y que eso está en el documento de Nüremberg P.S. 2171, Anexo NCBA red. Series, Vol. 4, págs. 833-834. Por otro lado, el jefe de los SS destinado a los campos de concentración, Richard Glück, el 20 de enero de 1943 manda circulares a todos los comandantes de los “lagers” ordenando: “Como ya he subrayado deben tomarse todas las medidas posibles para mermar las muertes en los lagers” 29. A pesar de la búsqueda –afirma Nicolov– no existió ni un solo documento ni constancia en los archivos del proceso de Nür- emberg, para la liquidación masiva de judíos. Luego el Sr. Nicolov continúa diciendo: “Muchos lectores saben que el gobierno de EE.UU. prohibió a la Cruz Roja Internacional y a la Comisión Central Sueca de observadores que publicaran sus conclusiones referentes a los campos de concentración de la Segunda Guerra Mundial, porque sus cálculos de muertes han sido muchísimo menores que los de seis millones tomados como cifra oficial” 30

28 Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, 1ª edición, Sofia, 1994, traducción del búlgaro realizada por el autor. 29 Documento de Nüremberg, Nº 1.523, Green series, Vol. 5, págs. 372-373 30 Nicolov, Nicola M., Ibídem, pág. 155

Me llama la atención que todavía hoy en día hay gente culta e incluso profesionales que no pueden distinguir entre el régimen nazi y el pueblo alemán, escuchando culparlo injustamente, por ejemplo, de que masacraron a los gitanos. Cuando yo aclaraba que en Alemania gitanos no había ni uno porque allí el que no trabajaba y producía se moría de hambre. Entonces me decían: “Sí, pero los llevaban de Hungría”. Eso ya limita con una mente macabra, ya que ni los malditos nazis abandona- rían las tropas que luchaban por su supervivencia e irían a buscar gitanos en otro país tan sólo para matarlos. Es cierto que con la ignorancia no se puede luchar; con razón decía el gran poeta ruso Pushkin al final de sus famosos poemas: “y con duraku ne spori”, con el imbécil no se discute –perderás tiempo y te harás mala sangre–. Parece mentira pero hace más o menos 7 u 8 años, estando en Bulgaria, leí en un

160 diario que el auto-llamado “Rey de los Gitanos” manifestaba que si los judíos habían conseguido que los alemanes le abonaran indemnización por seis millones de muertos, por qué ellos no podían reclamar el pago por quinientos mil gitanos asesinados por los nazis. Faltaba sólo golpear a la puerta de Alemania. Sin duda el que leía el artículo se reiría de la ocurrencia gitana. Sin embargo observé algo ya mucho más serio en esta parte del mundo “civilizado”, y es que se pueden publicar en la prensa de primer nivel, en el prestigioso diario “La Nación” del día 16 de junio de 2004, en la página 17, un artículo con letras grandes: “La Europa de los Gitanos”. La cronista, en casi una página, de- talla el origen, modo de vivir, las mañas, etc. y dice que “su historia se parece a la de quienes fueron sus vecinos durante siglos, sobre todo en Moldavia: los judíos (no entiendo por qué allí)”. “El estereotipo del gitano ladrón y el del judío avaro y peligrosamente inteligente, tienen su origen en el modo de vida obligatorio debido a la condición minoritaria”. “Por eso cuando Teodoro Herzl o el barón de Hirsch hablaron de “normalizar” las masas judías que escapaban de los progroms, lo primero que imaginaron fue darles tierras. Cualquiera, donde fuese, pero tierras... Volviendo a los gitanos y la sempiterna incapacidad de adaptación de estos curiosos viajeros, ¿forzará a Bruselas a pensar en algún sitio del mundo apto para un “país gitano”? Los seis millones de judíos muertos por los nazis influyeron en la creación de Israel; los dos millones de gitanos que dicen ellos que fueron asesinados en las mismas circunstancias, no influyeron en nada. Quién sabe si la creación de una Europa amplia no tendrá por consecuencia la de una Gitania o una Romia coronada de estrellas”. Al leer ese artículo y ver cómo se quiere golpear a los alemanes de hoy, le escribí al jefe de publicaciones del diario “La Nación” diciéndole: “Ahora veo por qué los nazis han perdido la guerra. Para encontrar y para asesinar 6.000.000 de judíos”. Por razones obvias y respeto a mis amigos de esa colectividad, no deseo analizar ni poner en duda; pero por la supuesta matanza de 2.000.000 de gitanos, que no había entonces esa cantidad en toda Europa, sí digo que es una mentira descarada. Si la ley nazi era “el que roba será fusilado”, valía para toda Europa y los gitanos seguro lo sabían y no se atreverían a robar a los nazis. Pero se puede suponer que sorprendieron robando y fusilaron, en distintas ocasiones, quizás 20 o 30 gitanos; pero dos millones es una mentira demasiado mal intencionada. Además, en Alemania seguro que no había ni un gitano. Pero la periodista Dujovne escribió también de la matanza de muchos homosexuales que, para los estudiantes de entonces, era difícil saber quién era homosexual porque la sociedad lo repudiaba y quizás linchaban, y considerábamos que los únicos probables gay eran los nazis que, por cuidarse del incurable sífilis, quizas vivían en pareja como los soldados romanos. Lo que yo puedo testimoniar es que si los nazis hubieran tenido un macabro interés en buscar, transportar y matar gitanos para no aburrirse, lo más fácil hubiera sido llevar a los gitanos que deleitaban a los pasajeros ferroviarios hasta el final de la guerra, con las hermosas rapsodias húngaras ejecutadas por sus virtuosos violines. Para el que no conoce la historia y la verdad, todo da lo mismo. Pero yo me pregunto por

161 qué se desfiguran cuestiones tan sensibles como son las muertes a través de la historia. ¿Será para dejar mal parados a los alemanes? ¿Pero hasta cuándo? Me acuerdo muy bien que en una presentación en la televisión el fiscal nacional Luis Moreno Ocampo, quien enjuició a la junta militar argentina, entre otras cosas no sé por qué habló del holocausto diciendo: “Se dice que los nazis mataron seis millones de judíos, y quien sabe si no fueron diez millones”. Me quería caer de espaldas cuando vi en el diario “La Nación” del día sábado 7 de mayo de 2005 una gran foto del distinguido fiscal tomando café y afirmando tener el cargo más importante del mundo como Fiscal-general de la Corte Penal Internacional. O sea, podría enjuiciar a cualquier personaje mundial. Qué fantástico. Hay que ver quién lo propuso y quienes lo nombraron. Hoy nadie puede poner en duda los 6.000.000 de judíos que al final fueron publicados en 1948 como muertos o asesinados en los campos de concentración. Por eso hay que tener en cuenta que los judíos han conseguido que Alemania dicte una ley para castigar con 3 años de cárcel en juicio sumarísimo al que pone esos guarismos en duda públicamente. Según la prensa, en el Parlamento europeo se ha presentado un proyecto en ese sentido. Teniendo en cuenta la gran influencia de los diputados de esa colectividad, aunque sean 10%, con su oratoria es fácil imponerse.

UNA PREGUNTA MUY DIFICIL Como ya aclare de mis problemas por tener el apellido que termina SKY, como a muchos judíos que han vivido en Polonia o han pasado por allí, después del “POGROM” hecho por el Zar ruso al expulsarlos de sus territorios sin documentos. Como se sabe la gran mayoría en Polonia, tiene apellido que termina SKI. Lamentablemente el antisemitismo (ante judaísmo es cada día mas grande). Se los considera ser dueños del dinero, de las grandes empresas y política internacional, en especial de ser crueles contra los palestinos. Es conocido que yo como ingeniero, he sido un exitoso empresario en la construcción, hablo varios idiomas por lo que cuando llegue a Argentina, y no conocía español, podía conversar con ellos y por eso tuve muchos amigos y clientes de esa comunidad. Por ser un aficionado escritor y conocido golfista, tengo relación con muchas personas de distintos niveles. No puedo evitar que a veces reciba preguntas que me cuestan contestar, sabiendo que estudie Ingeniería en Múnich, Alemania, durante la segunda gran guerra, y de haber visto a Hitler a un metro de distancia, (hecho un demente; al pasar despacio frente a la Universidad Técnica de Múnich), debía saber bien lo que sucedió allí, pero eso era muy difícil.

162 Como el lector sabrá que hay muchas y muy diferentes opiniones sobre el Holocausto, cosa que esta bastante bien detallado en el libro, lo que yo conocí. Quisiera referirme sobre una de las preguntas mas difícil que he recibido, algunos dicen esta bien aceptar que hubo 6 millones de judíos ejecutados en los campo de concentración, pero también hay por lo menos 2 millones sobrevivientes, que han emigrado a distintas partes. Lo que quiere decir (me dicen) que en los campos hubo mas de 8 millones de judíos y la pregunta difícil de contestar es de donde los nazis encontraron y apresaron tantos millones , a saberse que Europa entera no estaba ocupada por Hitler. Lo que se sabe (yo ya tenia 21 años de edad) que el 9 de noviembre de 1938, se produjo la noche de los cristales rotos, por los fanáticos obreros nazis, contra los elegantes negocios judíos, como venganza por el asesinato en la embajada Alemana en Paris, dos días antes, hecho por el joven judío Herschel Grinspan que produjo una gran incertidumbre en toda Europa de entonces, como describí detalladamente antes. Quiero mencionar que hubo países como mi vieja patria, Bulgaria que quedo neutral y a pesar de la guerrilla antinazis, en la cual había ,bastantes judíos. Nuestro rey Boris III, no permitió que ni un solo judío fuera sacado de Bulgaria. Él decía que si se comprueba que de la guerrilla, un judío asesina a un soldado alemán (muchos de los cuales estaban en hospitales por ser heridos, en la guerra con Rusia) el culpable será juzgado en los tribunales de nuestro país, donde se aplicaba la pena capital. Pero en definitiva merced a SKY, de mi apellido, sigo recibiendo preguntas o malas miradas, en especial en las oficinas publicas. Además dejo un problema a mis descendientes, por el antisemitismo que se agranda bajo la alfombra. Por lo que considero, que las autoridades judías, tengan en cuenta esa amenaza que lamentablemente con el tiempo puede ser peor.

LA PELÍCULA: LA LISTA DE SCHINDLER Después de escuchar tanto sobre el éxito de esa película fui a verla con sumo interés. Quería saber qué había de verdadero y rescatable. Pero la verdad es que no me pareció un acontecimiento tan impresionante como tantos otros que hubo en la guerra. El personaje parecía más un playboy que un nazi, a los que yo conocí bien y distinguía de lejos. Mientras todo lo demás me parecía una composición de una película que ha sido muy publicitada y asistida. Se comentaba que Spielberg había pagado tres millones de dólares por los relatos de la esposa de Schindler. Al propalarse por la prensa que la viuda vendría a Tucumán traída por la colectividad israelita y que habría un acto, yo no podía faltar. Todos los temas

163 relacionados con mis amigos de esa colectividad, con los que tuve muchas relaciones, me interesan sobremanera. Después que los oradores se expresaron sobre el Holocausto y celebraron ritos religiosos de esa comunidad, todos esperábamos ansiosamente que la Señora, seguro, iba a hacer un novelesco relato de salvación tantas vidas inocentes. Sin embargo, me llamó la atención que la distinguida pero ya anciana señora no quiso decir ni una sola palabra, como si la hubieran traído a la fuerza. Solamente murmuró algo al oído de su asistente, la que dijo: “La señora está muy cansada y les agradece por su presencia”, y nada más. Con razón se le veía la cara de molesta, como si la hubieran traído contra su voluntad. Con razón se corrían rumores de que, según la señora, los relatos en la película no eran ciertos, tal como en la realidad sucedieron. Pero aún más me llamó la atención cuando un miembro de la delegación pi- dió a la concurrencia que pasara y dejara lo que pudiera para ayudar a la notable señora, que vivía en la pobreza. Eso muestra, por otra parte, que era cierto que Spielberg le prometió tres millones de dólares para que ella confirmara y apoyara sus relatos. Sin embargo, al parecer, después de llenarse los bolsillos con millo- nadas de dólares, se olvidó de cumplir con su promesa. Además se deduce que los que la trajeron también se olvidaron de recompensar su evidente molestia. Es lamentable que aquellos trágicos acontecimientos sean explotados hábilmente por algunos para sacar el máximo provecho monetario. La señora Schindler murió en la pobreza.

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LA TRISTE HISTORIA Y LA GRAN INJUSTICIA Para muchos contemporáneos, la historia del siglo XX nos resulta triste y desgraciada; queremos sepultarla en el olvido y mirar para adelante hacia la concordia, el entendimiento, la paz y la justicia entre los pueblos. Por eso es injusto responsabilizar al pueblo alemán por algo que no cometió, y pagar con el sudor de su frente cientos de miles de millones de dólares como indemnización por los sucumbidos en los campos de concentración, por el “oro nazi” y luego por los trabajos esclavos, por riquezas sustraídas, por supuestas pinturas y cuadros, etc. Mucha gente me pregunta si eso tendrá fin alguna vez, o si seguirá hasta el cansancio, por muchos decenios, incluso por siglos. Debemos tener en cuenta que el pueblo que está pagando no fue nazi, que algunos eran chicos y otros ni siquiera habían nacido ni conocieron aquel régimen. Tienen sólo en mentes y oídos el lavado de sus cerebros y la demoledora propaganda mundial para hacerlos creer en la culpabilidad de sus antepasados aunque no fueran nazis, reírse de ellos, o avergonzarse, agachar la cabeza, aguantar y pagar todo lo que se invente. Con todos los libros, películas y espectáculos hubo y sigue un feroz lavado de cerebros, que no tiene fin. Debe tenerse en cuenta que, mientras más se insista y se remueva esa triste y distorsionada historia, más fácil será que surjan algunos movimientos antisemitas y no digo en Alemania, sino en Europa y América como se está viendo. Mientras tanto me siento afectado, porque mi apellido despierta miradas de suspicacia en cuanto mi origen, y aún peor cuando me empiezan a preguntar si soy ruso o polaco –por no decir judío, y no digo lo que a veces escucho a mis espaldas–, y he notado que esto, en vez de disminuir con la activación de “la memoria activa”, más se potencia. Por lo que tengo miedo por el futuro de mis descendientes.

EL INHUMANO HUMANISMO DE LOS ALIADOS Si hoy el tema de los derechos humanos es tan candente, es un estandarte del mundo occidental y de los eternos aliados, cabe una pregunta: ¿ese mundo civilizado, durante la Segunda Guerra Mundial y en la posguerra, acaso no existía? ¿Cómo pudieron los aliados tratar de una forma tan inhumana a todo el gran pueblo alemán, forjador de la cultura occidental? Un pueblo que tuvo la desgracia de caer bajo la dictadura nazi, un pueblo que no tuvo la culpa de su trágico destino, ya que era el soberbio Hitler el culpable de todo, con o sin derecho Nunca puedo olvidar los desgarradores relatos de entonces: luego de la inva- sión aliada, cientos de miles de soldados regulares alemanes que se habían entregado quedaron encerrados en campos de concentración, mal abastecidos, dejándolos perversamente morir de hambre y pestes. Con toda seguridad, los aliados sabían que entre ellos

165 había muy pocos o nada de soldados de elite, o sea “SS nazis”. Porque éstos, seguro lucharon hasta el fin para defenderse y no entregarse, sabiendo que serían acribillados in situ. Tampoco puedo olvidarme de los impactantes relatos del investigador Ni- colov, quien refiriéndose a David Eisenhower, escribe: “Al conocer a la hija del presidente Roosevelt, de ser un desconocido coronel, empieza un rápido ascenso hasta llegar nada menos que a comandante general de los ejércitos aliados que invadieron Europa y Alemania. Ese “luchador por los derechos humanos” paró a los ejércitos aliados, antes de llegar a Berlín, para satisfacer el pedido de Stalin de que fueran “los heroicos ejércitos rojos” los que ocuparan la capital del nazismo” 31. Esto prolongó la guerra varias semanas y no sólo las “SS” sino también los soldados regulares, que pensaban rendirse, al llegar el momento, a los aliados occidentales, preferían morir luchando antes que rendirse al terror del ejército soviético. Lo mismo sucedía con los combatientes extranjeros, que lucharon a la par de los alemanes y sacrificaron sus vidas. No era para defender la capital nazi, sino parar el avance de los rusos, en el corazón de Europa Occidental. Eso causó la inútil caída de cientos de miles de soldados de ambas partes, ante los ojos impávidos de los benditos aliados occidentales. Esos últimos días costaron severísimos estragos y depredaciones contra la desdichada población civil, que fue tratada como un botín de guerra. Aún algo peor, el renombrado Gral. Eisenhower dejó todo en la palabra de su amigo el general Zukov, comandante supremo de los ejércitos soviéticos. La entrada a las zonas aliadas en Berlín sería sencillamente por una autopista para llegar a Berlín cruzando una amplia zona alemana ocupada por los rusos, o sea la conocida “Alemania Democrática del Este”, sin definir un corredor expresamente delimitado. ¿Podemos creer y tener confianza en la palabra de los soviéticos? Como es público y notorio, más tarde los rusos cerraron la única entrada y los ejércitos aliados y toda la población civil de sus zonas, en Berlín, debía ser abastecida por el famoso “puente aéreo” que costó muchos miles de millones de dólares al pueblo alemán. Cuando uno hoy conoce el escalofriante esfuerzo de miles de aviones entrando y saliendo a Berlín y llevar hasta 5.000 toneladas de alimentos por día (muchos se estrellaron) es de preguntarse: ¿Eso no constituyó un deliberado error estratégico de la comandancia aliada? ¿O hubo como siempre un interés, una mano negra por atrás de todo eso?..

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Nicolov, Nicola M., Ibídem, págs. 164-165

166 El presidente de EE.UU. Wilson ha sido considerado como un gran humanista y sin embargo, con sus “14 puntos” de los tratados de paz después de la Primera Gran Guerra, calculó y preparó fríamente el camino para la devastadora Segunda Guerra Mundial. También el reconocido humanista Roosevelt dejó la base naval de Pearl Harbor, en Hawai, el 7/12/1941, insólitamente desprevenida ante un previsible ataque, en un momento de gran tensión con Japón. Esto salió a la luz en todo el periodismo americano. Algunos medios de prensa llegaron más allá al decir que se dio la orden de que en la base queden sólo buques de carga y viejas naves de guerra de segunda clase. Ese esperado ataque fue bien aprovechado para la Gran Guerra, en el Pacífico, a causa de la cual millones sufrieron y murieron, pero también unos pocos se enriquecieron fabulosamente. Todo estaba fríamente calculado por los famosos banqueros y armamentistas. Otro notable humanista fue Harry Truman, el mismo que mandó una bomba atómica que destruyó Hiroshima y otra sobre Nagasaki, con lo que mató sin misericordia a varios cientos de miles de personas de la indefensa población civil japonesa y causó graves daños de radiación nuclear, con sus consecuencias hasta el día de hoy. Mientras todavía estaba en Munich, escuché en los bares comentarios de los prisioneros del Este; la gran mayoría de ellos, después de la guerra, que querían quedarse en Alemania y no querían regresar al “paraíso soviético”, fueron obliga- dos a irse. Incluso, para complacer a Stalin, muchos fueron cargados en camiones del ejército de EE.UU. y enviados a Rusia, terminando con toda seguridad con su vida, unos fusilados y otros enviados a campos de concentración en Siberia. Muchos pedían, con lágrimas en los ojos, no ser repatriados y algunos hasta preferían suicidarse. Quiero recordar que, en los primeros meses de la guerra contra Rusia, varios millones de soldados soviéticos, enemigos al régimen, se rindieron a los alemanes.

IAKOB, UNO DE LOS SOBREVIVIENTES LLENOS DE ORO Conocí a Iakob un día al salir para la estación de Gräfelfing. Estaba frente a una casa cercana, en la misma vereda. Tuve la sensación de que lo había visto antes, probablemente de ida o vuelta en el tren. Nos saludamos. Parecía aguardar a alguien. No me resultaba difícil darme cuenta de quién podía ser al haber visto tantos como él en los bares. En varias oportunidades nos encontramos en el tren y caminamos juntos a nuestros respectivos domicilios. Nunca entendí por qué estando llenos de tesoros, esos sobrevivientes seguían viviendo tan descuidados; quizás para que los americanos los reconocieran de lejos, y en los bares les vendían de todo sin problemas. O para inspirar lástima y que no los odiaran cuando vendían las delikatessen solo por oro. Una tarde que regresaba de Munich observé a una pareja caminando delante de

167 mí. Identifiqué a Iakob por la ropa vieja, la larga cabellera y los tacos gastados de sus zapatos. Todo hacía suponer que era un pobre sobreviviente. La muchacha se detuvo imprevistamente, le dio un beso y cruzó corriendo la calle. Hacía frío. Apuré para alcanzarlo y felicitarlo por la compañía; era una hermosa rubia. Me respondió que las chicas eran muy interesadas. Me invitó a visitarlo a su casa, a 20 metros de la mía. Ocupaba una habitación en un semisótano, después de un estrecho patio. Abrió la puerta con una llave común. Su único mobiliario: una cama turca, un ropero viejo y una pequeña mesa, sillas no había. Nos sentamos sobre la cama y me invitó con un trozo de chocolate, el que saboreé con todo gusto. Le confesé mi envidia por la ventaja de su condición de judío. Habían padecido mucho pero ahora podían acudir a las barracas de los soldados norteamericanos, donde conseguía, como ya mencioné, toda clase de mercaderías críticas a precios similares a los de Estados Unidos. Iakob se sintió halagado por mis felicitaciones y por mi visita a su humilde cuarto. En medio de la charla y como en un acto de confianza, se agachó y arrastró de debajo de su cama un cofrecito viejo y maltratado de madera. Con una herrumbrada llavecita abrió el candado. Lo que vi al levantar la tapa me hizo parpadear, abrí los ojos asombrado. No creía lo que estaba viendo. Iakob sonrió. “¿Todo es tuyo, amigo?”, pregunté, entre asombrado y perplejo. “Así es”, contestó humildemente. Hasta la mitad, el viejo cofre estaba lleno de joyas de oro de formas y calidades diversas, piedras preciosas, etcétera. “Tu tesoro es mayor que el del legendario Sir Francis Drake, ¿Hace mucho que lo tienes?” “No”, respondió Iakob. “¡Ojalá pronto lo llenes!” Una vez más me convencí de que los alemanes, aunque parezcan un pueblo frío, son gente muy sentimental que, por un poco de placer que puedan conseguir al fumar un cigarrillo o tomar una taza de café, son capa- ces de entregar todo lo que tienen. Aproveché la circunstancia para pedirle que me vendiera algunas de mis piedritas para encendedores que traje de Austria, ya que yo estaba estudiando todos los días. “Con mucho gusto”, contestó Iakob. Varias veces después viajamos por lo que nos hicimos muy buenos amigos. Lo notable era que no sentí ninguna envidia; todo lo que sucedía entonces se lo veía normal y corriente. Al volver a mi frío habitáculo, me puse a pensar. Los alemanes sufrieron una dura dictadura, una aberrante guerra, millones de muertos, destrucción total de su patria, la derrota total, las humillaciones y el saqueo y la esclavización por los invasores. Al final me pregunté: ¿qué les quedaba? Nada de nada!... Entonces no me imaginaba que después debían seguir pagando lo que les exigían los vencedores, y aguantar reproches sin fin, sin alivio.

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LA ENTREGA DE TÍTULOS EN DEPLORABLES CONDICIONES La otrora solemne y pomposa ceremonia de graduación de ingenieros diplomados, el 22 de marzo de 1947, se llevó a cabo bajo condiciones sumamente precarias, para no decir miserables, en una “amplia aula” que era igual a las demás, paredes de ladrillos recuperados, sin revoque ni cielo raso, totalmente desprovista de mobiliario; contaba solamente con una estufa eléctrica en cada esquina. Los asistentes estábamos abrigados hasta el tope porque todavía hacía mucho frío. Los profesores, parados en fila con el rector en el medio; atrás, los asistentes e invitados especiales. A tres metros, al frente en fila, al mejor estilo alemán, estábamos los veintidós egresados; lógicamente, también atrás de nosotros nos escoltaban parientes, amigos y el público. Empezó con la entrega de los diplomas y un apretón respectivo de manos a cargo del rector, que felicitaba a cada egresado con un “viel glück Herr diplom Ingenieur”. “Mucha suerte señor ingeniero diplomado.” Este título lo obtenían quienes estudiaban en la Politécnica, que hoy es una Universidad Técnica. Si bien existía el título de ingeniero, era de menor jerarquía ya que el nuestro es superior. Cuando recibió el título el segundo egresado, comenzó a deslizarse sangre por mi nariz. Escuché mi nombre en el preciso momento en que ya corría por mi rostro. Advertido de lo que sucedía, en lugar de adelantarme yo, como lo hacían los demás graduados, el rector se adelantó diciéndome: “Lamento mucho, colega, pero no era una obligación estar presente”. Con una mano recibí el preciado título enrollado, y como la otra estaba cubierta de sangre, me impidió retribuir su gentileza. Me tuve que conformar con una respetuosa inclinación. Además de este accidente, me sentí aún peor porque como mi sobretodo tenía un agujero, yo lo cruzaba al revés reteniéndolo con las manos, con el objeto de ocultarlo. Concluyó el acto con pocas palabras de circunstancia. Mi promedio de 8,80 me colocaba en cuarto lugar entre los recién egresados. Dimo compartió mi relativa alegría. En casa de los Färber me aguardaba un sencillo agasajo. Conocí aquella tarde a un teniente y un teniente coronel del ejército de los EE.UU., los dos pretendientes de las hijas. Al haber comprobado que provenían de una distinguida familia, que sus padres eran declarados antinazis y que sus dos preciosas hijas tanto Ellen, de 24 años, como Angélica, de 20, nunca se habían acostado con un hombre, a pesar de que dos estudiantes vivían en su casa, contrajeron matrimonio con ellas y las llevaron a América del Norte. Al poco tiempo, soporté un estado depresivo debido a la situación paradójica. Con el título en las manos, fruto de infinitos sacrificios y aun arriesgando mi vida a cada instante, no me servía para nada. Ni para comer y vivir con dignidad, ni siquiera para calentarme. Todo estaba derrumbado, destruido, pero para hacerlo de nuevo era menester contar con materiales, capitales, empresas, equipos, etc., que no existían.

169 El único cambio que experimenté fue escuchar de labios de los Färber el Herr diplom Ingenieur. El título profesional en Alemania merece altísima consideración, tanto es así que el tratamiento profesional se extiende a las esposas. Recuerdo que a Frau Ketty la saludaban así: “Grüssgott, Frau Doktor Farber” o sea “saludo a la señora doctor Färber”. Me hallaba ante una opción inevitable, tratar de emigrar lo antes posible de Europa. Pensé en Canadá o bien en Australia pero me anoticié de que los ingleses desconfiaban del comunismo ruso y ponían trabas a los inmigrantes de origen eslavo. En toda Alemania, según comprobé, no funcionaba ninguna embajada, ni siquiera un consulado. Era un pueblo totalmente incomunicado con el mundo exterior. Como si se repitieran de nuevo los tiempos en que los otomanos, al conquistar un país, borraban todos sus derechos nacionales. La victoria de los aliados, sin dudas, les permitía disponer además de los vencidos, de cualquier otro ser humano que viviera bajo su poder. El período de la guerra fue sumamente cruel, pero el de la posguerra era humillante, desesperante. Como si el tiempo, bajo la esclavitud, se hubiera detenido. Para mayor contrariedad, la situación de nuestro hospedaje se complicó tanto para Dimo como para mí. Ellen y Angelica, ya próximas a casarse, necesitaban las habitaciones. Nos costó conseguir alojamiento en una casa que antaño fuera de la servidumbre. No estaba dispuesto a engrosar la fila de los esclavos que removían los escombros de la ciudad. Pero mi ilusión de trabajar como profesional en grandes obras se esfumó. Ya tenía el título que ansiaba pero no tenía ni cigarrillos ni piedritas. La única posibilidad viable de sobrevivir era oficiar de revendedor en la bolsa negra por pocas monedas. Mi salud se resentía, cada vez más, por la falta de alimentos.

ELSE, MI INESPERADA SALVADORA No recuerdo con qué motivo pasé con nostalgia frente a la vieja “Pensión Central”. De ella no quedaban ni los escombros; crucé vagamente la calle, trecho que había realizado muchas veces con pánico, y me dirigí a la plazoleta del Bunker. Allí observé a una joven señora, sentada en un banco con una nena tomando sol. Las alemanas son afectas al sol y al aire libre, sobre todo durante la primavera. Me senté a su lado. Conversamos sobre el drama que se vivía, así como también sobre nuestros propios problemas. Era viuda de guerra, se llamaba Else y su pequeña, Renate. Me contó además que su tío era dueño de un pequeño negocio de comestibles y ella lo atendía en las mañanas. Al escuchar “almacén”, “comida”, paré las orejas y abrí los ojos, justo lo que necesitaba más que el aire. Las ventas se realizaban por medio de cupones. Pero “el que tiene los dedos en la miel...” dice el proverbio... La joven viudita me pareció más bella que Ursula y que todas las chicas bonitas del mundo. Era un ángel salvador. Vivía en Ninfen- burger Strasse 2800. Me

170 invitó a cenar en su departamento al día siguiente, re- comendándome puntualidad y que anotara correctamente su domicilio, bastante distante del centro. Era un edificio que por encontrarse en las afueras de Munich, estaba sólo medio destruido. “Pierda cuidado –le respondí–, tanto su rostro como su domicilio no los olvidaré jamás.” En un momento tan precario para mi, encontrar qué comer era un milagro. Estuve frente a su puerta tocando el timbre, tan puntual como el chofer de un general. Se respiraba en el ambiente un olor exquisito. Contenta por la visita, me recibió con un cariñoso beso. Me encontré con una mesa arreglada, de buen gusto, en el centro una botella de vino. Después de tanta hambruna, cuando degusté el primer bocado, no pude menos que exclamar: “¡Qué sabor tan delicioso!” Noté en su rostro una inocultable felicidad. En aquella mesa nos juntamos una viuda de veinticuatro años, joven y agraciada, con lo suficiente para comer y un ingeniero diplomado de veintinueve años, sin dinero ni ocupación, a punto de morirse de hambre. No dejaba de ser para ella un buen candidato. Todos mis colegas –pensé– se morirían de envidia si pudieran sentir este aroma y saber que brindamos con vino espumante una felicidad eterna. La conversación fue animada y se hizo tarde, yo de pícaro me levanté para despedirme. “No” dijo ella. “En el dormitorio hay una cama perfumada que nos espera, no sólo esta noche, sino todas las que quieras”. Sin duda pasamos una noche apasionada de la que nunca me olvidaré. Mi suerte no podía ser mejor. La bella Ursula en un santiamén se me había esfumado de la mente. Mientras regresaba a casa, al día siguiente, no se iba de mi pensamiento que en un momento tan dramático la providencia de nuevo me lanzaba una cuerda de salvación. ¿Cómo no agradecer al Todopoderoso?, más me convencía que soy un Bogomil.

UNA TRAGICA EXPERIENCIA CON SOLDADOS DE COLOR Transcurría el verano de 1947. Un domingo invité a Boris, un compañero que se había graduado mientras yo estaba en Bulgaria, a la playa de Starnbergersee, donde Else con una amiga nos esperaban. Mientras viajábamos sentados en un compartimiento del tren, un soldado negro nos exigió que desocupáramos los asientos para ellos. Nos miramos asombrados ante el atropello y como no reaccionábamos otro soldado de color se asomó y esgrimiendo una bayoneta gritó: ¡raus, raus! (“¡fuera, fuera!”); aterrorizados salimos disparados de allí. En ese momento, pese a mi distinguido título, me sentía un ser humano de tercera categoría, mucho menos que cualquier negro. Me acordaba que como adolescente había leído con lágrimas en los ojos el conocido libro “La cabaña del Tío Tom”, sobre los sufrimientos de los negros como esclavos en EE.UU., y ahora yo era esclavo de ellos. Sin duda habrá gente de color buena y bondadosa, pero mis recuerdos de terror no desaparecen. Al ver hoy un negro, de inmediato, sin pensarlo, aflora frente a mí aquel desgraciado cuadro. El negro vencedor, ¡él como amo! Llegamos a la playa deshechos. Estas injusticias y atropellos las instauraron los “benditos” aliados, la crema de la civilización occidental

171 y defensores de los derechos humanos. Con Boris decidimos huir de aquel enorme campo de concentración, no sólo de Europa del Este, bajo los temibles soviets, sino también de Alemania, donde nos sentíamos prisioneros. Quien haya leído el libro “La Hora 25” tiene una idea clara de lo que fue ese enorme campo de concentración de los benditos aliados. La única esperanza consistía en llegar a Francia; los refugiados la consideraban como una puerta de salida de Europa. ¿Pero cómo cruzar la frontera?

EL VIAJE ILEGAL A FRANCIA Desde la ceremonia de graduación habían transcurrido cinco meses. No se vislumbraba posibilidad alguna de emigrar. Un día Boris me visitó en Gräfelfing y resultaba extraño que lo hiciera. Como él estaba en contacto con los yugoslavos me traía una esperanza. De boca de amigos se enteró de que podíamos cruzar la frontera francesa, pero vestidos con uniformes de soldados de aquel país, que habían luchado al lado de los aliados y que se desplazaban sin problemas entre Alemania y Francia. La noticia me pareció, además de absurda, riesgosa y tanto peor hacerlo clandestinamente, con uniformes y documentación falsos Al final me convenció de los escasos riesgos, pues otros habían pasado antes sin problemas. A cambio de los uniformes completos, documentos falsos con nombres supuestos y fotografías auténticas, debíamos entregar una suma bastante elevada de nuestros pobres bolsillos. El proyecto comenzó a entusiasmarme. Desde siempre profesaba abierta simpatía hacia los franceses. Escuchaba durante la guerra “La Voz Libre” de Francia, además de la BBC de Londres y la poderosa radio de Moscú. Al fin de cuentas, lo nuestro tenía como único objeto la supervivencia, y en caso de que nos detuvieran no habría de ser tan grave como para fusilarnos. El problema era encontrar dinero. No nos quedaba otra variante sino vender gran parte de nuestros valiosos libros técnicos, que habíamos adquirido durante la guerra con los cigarrillos. Los cuales en la posguerra eran difíciles de conseguir, porque en verdad no había ni lápices, todo estaba quemado. También resolvimos vender parte de nuestra ropa en una casa de “ocasión”. Con ello logramos juntar el dinero exigido y a cambio recibimos la “documentación” y los uniformes militares. Me quedé de nuevo prácticamente con lo puesto y una valijita con un juego de ropa interior, mis enseres personales, una regla de cálculo y algunos pocos libros especializados. Me debía despedir de mi viejo amigo Dimo, que un año después terminó sus estudios y con ayuda mía emigró a Brasil. El adiós a Ursula no fue doloroso, ya que hacía un tiempo que no nos veíamos. Para celebrar la despedida no deseada por Else fuimos a un baile e invitamos a un señor Franz y su novia Gertrude.

172 Él vivía en el mismo piso y al frente de Else. Era una rareza, por ser un hombre bajo y con unos gruesos anteojos. Una vez sentados en el local, mi amiga saludó a un tipo joven, grandote, que se parecía al comentado capitán de la SS. Le pregunté, un tanto por curiosidad y otro por celos, de dónde lo conocía. “Era mi novio antes de que te conociera” contestó. “¿Y por mí dejaste semejante hombre?” “Es pura pinta, torpe y consentido”, agregó. No quedé satisfecho, aunque tampoco tenía nada que observar. Después de beber un par de chops de cerveza y bailar hasta cansarnos emprendimos a pie el regreso. Adelante caminaban, tomados del brazo, Franz y Else, y por atrás, a cierta distancia, su novia conmigo. Cada tanto se paraban, quizás para que pudiéramos alcanzarlos. En la poca luz nos parecía que se estaban besando, por lo que no me costó convencer a Gertrude de hacer lo mismo. Este juego de avanzar y detenerse se repitió varias veces hasta llegar a casa. No bien entramos al departamento observé que a Else le caían las lágrimas. “¿Por qué?”, pregunté afligido y celoso, “si ustedes hacían lo mismo que nosotros”. Llorando me aseguraba que estaba totalmente equivocado y afirmaba que “mann mit briele meine letzte viele”, o sea que “hombre con anteojos sería mi último deseo” Establecido en la Argentina cambiamos cartas, tanto con Ursula como con Else, quien al poco tiempo me escribió que se casaba con Franz. Lo que demues- tra que no hay que confiar en las mujeres ni en sus juramentos. Una mañana, a mediados de agosto, partimos con Boris a Offenburg, una ciudad alemana en Saar, cerca de la frontera con Francia. Else no podía resignarse a perderme y me suplicó dejarla viajar más tarde, al salir de su trabajo, para estar juntos por última vez, antes de abandonar Alemania.

¡LA INCREÍBLE DISCRIMINACIÓN FRANCESA! Se comentaba que los franceses son muy chauvinistas y discriminadores pero yo no podía creerlo, por la admiración que les tenía. No podía suponer que te- nían tranvías para alemanes y extranjeros y otros sólo para ellos. No entraba en mi cabeza que los franceses practicaran esa barbarie. Al bajar del tren nos encontrábamos en la zona Saar Brücken poblada en su mayoría por alemanes pero usurpada por Francia. Debíamos tomar un tranvía para llegar al hotelucho que nos recomendaron. Al ver que se acercaba un coche nuevo y me alisté a subir. “¿No ves que el letrero dice ´pour français´?”, me dijo Boris. “Vamos”, le dije, “yo hablo bien francés.” Al parar el tranvía subí rápidamente, a pesar de la protesta de mi compañero. El controlador, al escuchar nuestra voz y darse cuenta de que éramos extranje- ros me gritó “afuera”. “Pardon, Monsieur”, le dije, “nosotros no somos alemanes, somos búlgaros”. “Fuera”, repitió el enardecido francés, como si tuviera la intención de lanzarme un

173 puntapié. Di un paso atrás, pero como el tranvía arrancaba, perdí el equilibrio y caí al suelo con la valija encima de mí. Con los golpes que recibí quedé aturdido, avergonzado e indignado. “Te advertí”, me recriminó Boris. “¿Acaso no sabías que tus entrañables amigos franceses son grandes chauvinistas? Yo los conocí bien. No puedes compararlos con la amabilidad alemana y con su trato humano. Ya tendrás tiempo para conocerlos.” ¿Dónde estaban sus principios de “liberté, egalité et fraternité” con los que engañaron al mundo hasta el día de hoy? Pero era evidente que, para un francés, todo aquel que no es francés era un “sale étranger” (extranjero sucio). En mi cabeza daba vuelta la pregunta: ¿Cómo hubieran sido los franceses si les hubieran sucedido las injusticias que le tocaron a Alemania y con un Hitler fran- cés? Toda Europa se habría derretido. Al rato se acercaba un viejo y destartalado tranvía que arriba rezaba: Pour étrangers. “Este es para los alemanes y para nosotros, cabeza dura”, exclamó Boris. Enton- ces me di cuenta que los franceses discriminaban a todos los extranjeros. Al llegar al hotel tomamos dos habitaciones, dejamos nuestro equipaje y salimos para ir a caminar a la estación y comprar pasajes hasta Strasburg, ciudad alemana que fue arrebatada después de la Primera Guerra Mundial y en la que hoy se encuentra la sede del Parlamento de la Unión Europea. Mientras tanto Else había llegado con los ricos pasteles. Sin embargo, Boris no quería por nada del mundo que la muchacha nos viera con los ilegales uniformes. Me costó derramar muchos mimos hasta que la convencí de que volviera a Munich antes del anochecer. Después de una apasionada despedida de amor, que tampoco olvidaré, con lágrimas en los ojos, mi última amante alemana tomó el tren de regreso. Aquella tarde iniciamos los preparativos para el riesgoso viaje. Vestimos los viejos uniformes, nos pusimos las botas y las gorras, preparados para asumir el rol de soldados disciplinados y efectuar las venias que fueran necesarias ante cualquier oficial que apareciera. Por suerte no vimos ninguno. El tren estaba casi vacío y nos sentamos en un compartimiento, aparentando suma tranquilidad. Aunque éramos poco creyentes, rezamos fervientemente por el éxito. El tren arrancó despacio, pero poco a poco comenzó a volar sobre las vías. Escuchamos al fin la temida pero necesaria palabra “¡Pasaporte!” en los labios del inspector, quien miró con detenimiento nuestras cédulas militares; el silencio se volvió eterno. Cuando pronunció “Bon” empezamos nuevamente a respirar. A partir de allí, y conforme con las instrucciones recibidas, el siguiente paso se limitaba a lanzar los uniformes por la ventanilla junto con la documentación falsificada. El plan marchaba a la perfección. En Estrasburgo, mientras Boris cuidaba los asientos y el equipaje, fui con urgencia a adquirir los boletos a París. Después de la hazaña merecíamos un descanso. La verdadera incógnita era París, y con no poca ansiedad esperábamos descubrirla. Al llegar nos refugiamos en un pequeño hotel de mala muerte, que no olvidaré nunca, en el 315 de la Rue de Belleville. Teníamos además en cuenta una advertencia: que evitáramos ser identificados por la policía en las calles antes de

174 presentarnos voluntariamente a las autoridades de inmigración como exiliados. Contaba con suficiente tiempo para repetir la versión que tenía preparada. Relaté al sargento que nos atendió, que cruzamos la frontera arrastrándonos en la oscuridad, a fin de no ser descubiertos y que desde Strasburg en tren llegamos a París. A fin de comprobar mi testimonio exhibí los pasajes. Me invadía la ansiedad de explicar que en el cruce de la frontera habíamos perdido la documentación, como nos habían instruido. Era evidente que los testaferros estudiaban hasta el último detalle. Nos quedaban por suerte los diplomas de ingenieros. “¿De modo que carecen de pasaportes y cédulas de identidad?”, preguntó. “Así es, sargento.” Nos condujo ante su superior que escuchó de mi boca exactamente el mismo cuento. Después nos encerraron en una habitación hasta la tarde. Estábamos cansados de esperar, Boris preguntaba impaciente si estábamos detenidos. “Puede que sí, puede que no”, le respondí ambiguamente. “Pero si así fuera, tendríamos asegurada la comida, lo que para nosotros es decisivo en estos momentos.” Boris no podía disimular el malhumor que le provocaba mi tranquilidad. Cinco horas debimos aguardar en aquella oficina hasta que la policía terminó los trámites con los que quedamos en libertad. En París no racionaban los alimentos, pero sus costos eran inalcanzables para nosotros. Comíamos “pan flauta”, que además de su rico sabor, nos resultaba gracioso por su forma y su nombre. Agregábamos a ese “menú”, algunas veces, una botella de vino tinto cuyo precio era accesible. Con cada bocado bebíamos un sorbo. La botella nos alcanzaba para dos días. Unos meses tuvimos que andar con los documentos provisorios, hasta que finalmente nos entregaron los preciados documentos “Titre D’Identité et de Voyage Nº H.K. 95.386 del 14/11/1947”. Era gracioso, una cartulina doblada como fuelle en diez paños con doble carilla. Merecía, muy a nuestro pesar, que exclamara una vez más: “Vive la France”, que tanto les gusta a los franceses. En Alemania, tan culpada de xenofobia, no existía una expresión similar. Liberados de preocupación y con los papeles en nuestras manos pasamos frente a la Embajada de Bolivia y sin perder tiempo pedimos hablar con el embajador, quien nos atendió con mucha amabilidad. Aseguró que su país poseía mucho futuro para la explotación de sus preciosos minerales. Nos parecieron extraños y sumamente exóticos los nombres de algunas de sus ciudades: Oruro, Cochabamba, Santa Cruz de la Sierra o su gran lago Titicaca. Sin demora llenamos los formularios para las visas para emigrar a su país. Igual diligencia cumplimos ante las embajadas de Venezuela y Argentina. Por culpa del apetitoso roast-beef paladeado en Viena que llevaba adherido la etiqueta “made in Argentina” me sentía atraído más por este país, a pesar de que Boris prefería Venezuela. Nos advirtieron que los trámites serían lentos. En consecuencia, diligenciamos las tres visas optativas para viajar al nuevo continente.

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LA ESPANTOSA HAMBRE EN PARÍS. (LA CONTRAPRODUCENTE LIBERACIÓN) Debíamos procurar una ocupación, de inmediato, fuera cual fuese, para poder comer y pagar el alquiler de una habitación en el mísero hospedaje del suburbio parisino. La situación de la alimentación, de seria se transformó en gravísima. Recuerdo que al salir de Munich me vi obligado a cambiar en la campiña de Baviera mi nuevo y abrigado chaleco de cuero de cordero por medio kilo de tocino ahumado. Nos duró más de diez días. Lo trozamos en fetas delgadas que lamíamos comiendo pan, con el objeto de que duraran eternamente. Éramos más pobres que las ratas. De tanto trajinar las calles en busca de cualquier trabajo, llamó mi atención una placa: “Arq. David Davidoff ”. Al observar la placa se me ocurrió que tanto el nombre como el apellido del arquitecto debían pertenecer a un hombre hebreo emigrado de Bulgaria, y no me equivocaba. En cuanto abrió la puerta le pregunté si hablaba búlgaro. Claro que sí, dijo, entre sorprendido y risueño. Le relaté mis contratiempos y respondió que en Francia, sin libreta de trabajo, no conseguiríamos ocupación y sin trabajo, no podríamos conseguir libreta. O sea, el cuento tramposo de nunca acabar. La prohibición era rígida; es una táctica dictatorial muy usada por los comunistas. El arquitecto prometió entregarme los cálculos de hormigón de una vivienda para la próxima semana. Por esa tarea cobré poco, pero era al menos algo y gané un amigo. Buscábamos por todas partes compatriotas para que nos arrimaran algunos francos y también ropa, pues llegaba el invierno. Tiritábamos todo el tiempo por la falta de los abrigos que vendimos en Munich. Nos habíamos convertido en unos simples mendigos, nada menos que dos Diplom Ingenieurs en mi querida Francia. Los ojos se desprendían de nuestras órbitas cada vez que parábamos la marcha ante vidrieras que exhibían productos destinados al paladar, muchos de los cuales no recordaba haberlos visto jamás. Una tarde Boris, que manejaba nuestro escaso dinero, se detuvo frente a un frutero ambulante y sacó la billetera. “¿Te has vuelto loco, gastar el dinero en eso?” Desde luego, compró una banana y comimos con pan la mitad cada uno; con eso bastaba para la cena. Mi compañero esperaba que un francés le diera trabajo clandestino, sin libreta, en un taller donde reparaban motores eléctricos. En tal caso, debía hacerlo fuera del horario habitual, para evitar que se enterara el resto del personal. Pero la promesa se demoraba. Al volver a verlo de nuevo el hombre se declaró preocupado porque su mujer, “pobrecita”, no tenía quién le hiciera compañía. Cosa de franceses, sin duda. Cuando Boris la conoció me previno: “Con esa vieja no...” Nos contaron que durante la ocupación de Francia había orden, no faltaba trabajo y la economía era floreciente porque lo que más necesitaban los nazis era la producción de alimentos. Sin embargo, al ser liberada, la muy activa “Resistencia francesa” tomó de inmediato el gobierno. Pero como en sus filas abundaban

176 los marxistas, la iniciativa privada, por temor a un giro al comunismo, se había resentido al máximo. En consecuencia, si bien Francia había recuperado la libertad, carecía de fuentes de trabajo, con el creciente descontento de la población. “La France est mort”, solía escuchar en las calles junto a otros epítetos irreproducibles. Cuando se enteraba la gente de que veníamos de Alemania expresaba que en Francia faltaba disciplina, orden, anhelaban que viniera un “Hitlér”, cómicamente ponían el acento en la “e”. Al oír semejantes barbaridades no sabía decididamente qué pensar. Resultaba evidente que la democracia sin disciplina y moral no sirve al pueblo, sino sólo a los gobernantes. Al dormir con la imaginación alerta bus- cando un salvavidas, Iakob, mi ocasional amigo de Gräfelfing, quizás hubiera sido la clave. Pensaba en su ingenuidad y en la confianza que había depositado en mí. ¿Por qué no le había pedido prestadas algunas joyas? Tarde o temprano, aquí o en cualquier lugar del mundo, conseguiría trabajo y saldaría mi deuda. En caso de una negativa, pensaba que me hubiese sido fácil penetrar en su habitación con la endeble cerradura. Mi imaginación volaba, no podía dormir, daba vueltas en la cama. La morbosidad no me abandonaba recordando que la puerta de la calle no tenía llave y la que sacó para abrir su cuarto era de las viejas y comunes. Hasta el día de hoy no comprendo cómo en aquella extrema necesidad que pasé en Munich no se me ocurrió ni siquiera ensuciar mis pensamientos con algo parecido. Eso se debía, ineludiblemente, al hecho de que era impensable, para un profesional de entonces, cometer un hecho de esta naturaleza y mucho más con los característicos principios éticos de los alemanes que había adquirido; habría preferido morir de hambre antes de robar lo ajeno Muy por el contrario el secreto de Iakob, tan de buena fe que era sagrado, no lo confié a nadie, ni a Dimo y me- nos a Boris, por temer que me incitaran al robo o que lo hicieran ellos mismos. Bailösov, que era un arquitecto búlgaro que se había recibido y vivía en París, con quien nos hicimos amigos, nos llevaba a conocer la Ciudad Luz. Alto, rubio, elegante, se jactaba de vivir más a costa de las mujeres que de su trabajo. A veces nos invitaba con unas salchichas que devorábamos como desesperados. Igual que otros desocupados vagábamos con Boris por los Campos Elíseos, el Arco del Triunfo, los jardines de las Tullerías, la Torre Eiffel y los museos donde la en- trada era gratuita. Felizmente, el dueño del taller mecánico le dio trabajo a Boris y aunque el pago era miserable pero al menos alcanzaba para pagar la pensión, además de recibir algo de comida de lo que sobraba de los obreros. El hambre que yo soportaba era espantosa. En mi organismo se notaban los signos de la desnutrición. Carecía de defensas orgánicas y a menudo me apare- cían granos purulentos en la piel, que hacía tratar en un hospital. Uno de ellos se posesionó de mi nuca y el dolor me impedía descansar. La enfermera lo limpió y quiso curarlo con un lápiz de nitrato de plata; de inmediato percibí la quemazón de la piel. El dolor me provocó mareo y antes de caer al suelo me tomé de ella y ambos nos tumbamos sobre el piso. Todavía conservo el agujero de la cicatriz en la nuca.

177 Tenía la dirección de un compatriota que poseía un negocio de productos lácteos; pasé por allí, me regaló un trozo de queso que saboreamos durante va- rios días. Hacía frío y cuando advirtió que tiritaba me regaló un viejo sobretodo. Bailösov había estudiado en París y conservaba relaciones. Me llevó ante un cura polaco. El sacerdote escribió una esquela dirigida al comedor de ex soldados polacos ya desmovilizados que aún permanecían en París, sin querer regresar a su país, que estaba bajo el comunismo. Estaban convertidos en unos parias, igual que yo. El encargado del comedor sólo podía ofrecerme un plato de comida, al mediodía, de lunes a viernes. “Será suficiente para no morirme de hambre”, le contesté. El trayecto hasta el comedor en el suburbio era alejado. Por suerte el Arq. Da- vidoff me dio de nuevo un trabajito con lo cual abonaba el transporte. Aunque en un tiempo había sido ferviente cristiano ortodoxo, si a consecuencia de aquel trágico padecimiento debía cambiar de credo, lo hubiera hecho sin pensar dos veces. Como un mendigo, le pedía al cocinero, los días viernes, que pusiera en un tarro algo de comida y la llevaba conmigo en el subte hasta la casa. Hacia fines de 1947, ni la ONU ni el gobierno polaco deseaban mantener abierto el comedor, porque tanto los nuevos gobernantes filomarxistas franceses como el gobierno marxista de Polonia querían que esos ex soldados, acosados por el hambre, regresaran a su país. Con la clausura de ese comedor comenzó nuevamente mi drama. París estaba paralizada y las huelgas hacían estragos. El Metro y el transporte público no funcionaban, y en camiones del ejército trasladaban a la gente. Si bien era gratuito, por imperio del frío los apretujones resultaban horrorosos. En la lucha por subir a los camiones no había diferencia entre hombres y mujeres. De esa desesperada población escuché, más de una vez, que era mejor la ocupación. ¡Qué ironía del destino!

FUI UN “GRASIENTO” OBRERO EN LA FÁBRICA CITROËN En forma casual conocí a otro sacerdote, también católico, que era croata. Los croatas son buenos amigos de los búlgaros, pues su país no limita con el nuestro sino al lado opuesto, con los serbios, que fueron siempre belicosos. Le encarecí me buscase trabajo, antes que abatido por el hambre entregara mi pobre alma a Dios. A su pedido me tomaron como obrero extranumerario en la fábrica Citroën. Cumplía mi tarea con un antiguo obrero en calidad de ayudante; jun- taba los bulones que producían unas máquinas grasientas en pesadas bandejas metálicas. Debía llevarlas sobre un mesón. Hacía el recuento, los colocaba en bolsas y colocaba tarjetas con sus datos. Las cargaba sobre mis hombros y las apilaba en un depósito. Cada día las máquinas arrojaban miles y miles de bulones y las bandejas me tenían agobiado. La suciedad de la grasa cubría mi cara, mis manos: parecía un carbonero. El sueldo no era gran cosa, pero el hecho de comer al mediodía en la fábrica me mantenía de pie.

178 Era el último entre otros miles de obreros de la fábrica sin derecho alguno. Mi título no servía para nada, al contrario, me daba vergüenza confesarlo. Lo paradójico era que eso sucedía en mi otrora admirada Francia. Asistí varias veces a los meetings del general Charles de Gaulle, que hostigaba al nuevo gobierno de posguerra copado por los activistas de la “Resistencia” contra la ocupación nazi, en su mayoría marxistas, como ya mencioné. El general, al regresar a Francia con las tropas aliadas, creía que lo recibirían como héroe y le correspondía asumir el gobierno de Francia. Sin embargo, encontró que éstos habían tomado el poder y ocupado los puestos clave de la administración. Nadie invertía, lo que achicaba las fuentes de trabajo y las empresas funcionaban a media máquina. Algunas de ellas, acusadas de colaborar con los nazis, fueron nacionalizadas o confiscadas. Entonces entendí por qué mucha gente afirmaba haber estado mejor bajo la ocupación alemana. La ayuda económica norteamericana, a través del Plan Marshall, produjo milagros en las naciones derrotadas en la guerra, como Alemania y Japón; en Francia no alcanzó sus objetivos. El aparato estatal francés consumió los fondos y la corrupción clavó sus garras en las arcas del Estado y dilapidó el dinero fresco. La desocupación, la inseguridad y delincuencia aumentaban en tal medida, que en las calles de París era peligroso aventurarse a caminar de noche. Algo muy raro para entonces, ya que en la ocupación alemana tuvieron plena seguridad.

LAS TAN AÑORADAS VISAS Llegaron finalmente las visas para emigrar a Bolivia y Venezuela, pero demoraban las de la República Argentina; sin embargo el escollo insalvable para nosotros no eran tanto las visas, sino los recursos para viajar. Las Naciones Unidas a través del I.R.O. (International Refugee Organization), subvencionado por los Estados Unidos, que se enriquecieron con la guerra, transportaba sin cargo a los refugia- dos hacia los países del Nuevo Mundo, donde eran admitidos. Nuestra situación no se encuadraba en sus estatutos, no estábamos catalogados como tales, por lo tanto, para conseguirlo hubo que derramar lágrimas. Después de pedir y rogar día tras día, al final, en enero de 1948, conseguimos orden para dos pasajes en un barco viejo. Nuestras alegrías se congelaron cuando advertimos que sin coimas no conseguiríamos lugar. Convenimos con Boris en que cada uno buscaría por su cuenta lo que necesitaba Mi pensamiento estaba fijo en el viejo caballero, el Arq. Davidoff. Quizás se apiadara de mí. Siempre pensé que se trataba de un hombre bueno y, por lo demás, las veces en que trabajé para él, cuando tratábamos los honorarios le respondía: “Arquitecto, pague lo que supone que es justo”. Este comportamiento me había granjeado su simpatía. Sin perder tiempo lo fui a buscar. Planteé mi dilema y la esperanza depositada en él. “Bien”, dijo. “¿Cuánto necesita?” “Doscientos francos nuevos”, respondí. Luego de un corto

179 silencio que duró una eternidad y mirando el suelo respondió: “Bon”. Esta palabra, en esa circunstancia tan extrema, sonó como si viniera de mi propio padre. Al día siguiente me entregó un sobre con el dinero. Me despedí de él emocionado y agradecido. Le había prometido que el primer dinero que ganara sería para devolver el préstamo. Regresé, muy contento, al ver que Boris también tenía ya reunida su parte.

BUENA COMIDA, PERO... AMENAZADO DE MUERTE El encargado de Navivie France nos entregó los pasajes para un camarote doble con destino a la República Argentina con la comida incluida. Otra mano de Dios, que siempre me ponía a prueba pero también me salvaba cuando estaba a punto de sucumbir. Tres días después, el 28 de enero de 1948, nos trasladaron al puerto de Bordeau y de inmediato abordamos el “transatlántico”; un viejo barco de transporte de tropas de guerra, adaptado ahora por el griego Onassis, según se decía, para viajes de pasajeros. Zarpamos antes del anochecer, afuera hacía mucho frío pero había buena calefacción dentro de la nave. Buena, además, la comida. En la cena nos invitaron a brindar por un feliz viaje. Nuestra vida había cambiado del día a la noche. La atención en el barco para dos pobres como nosotros, era una maravilla. Con el cansancio acumulado nos zambullimos en un placentero sueño. Me desperté al amanecer asustado. Por primera vez viajaba en un artefacto flotante. El viento y las altísimas olas zamarreaban el barco como si fuera una cáscara de nuez, empecé a sentir malestar. Me parecía que con esa embarcación podíamos naufragar en cualquier momento. Boris, que tenía experiencia, recomendó que llevara conmigo un limón para combatir los mareos. Así lo hice pero no fue suficiente, mi estómago se convulsionó y me atacó una catarata de vómitos interminable. Mi amigo se burlaba indignándose conmigo: “Me produce asco verte”. Sin embargo, al anochecer él también debió sujetarse a las barandas del barco expulsando de su estómago más de lo que había comido Me mortificaba degustar la excelente comida que se servía y que a causa de mi malestar no podía siquiera probar. Sufrir hambre es una tortura, pero ignoraba que los vómitos eran peor. Pensaba que mi destino era morir en alta mar. Me parecía que Dios se había cansado de socorrerme y se quería desligar de mí. Por fortuna, al acercarnos al Ecuador, el mar se fue tranquilizando hasta convertirse en un espejo. Paulatinamente pasó el malestar y empezamos a saborear la exquisita comida francesa. En mi tiempo libre procuré estudiar el español ya que, salvo algunas frases como “Mucho gusto” y “Tengo hambre”, mi sabiduría lingüística castellana, la lengua que hablarían mis descendientes, era nula. Habíamos trabado amistad con dos ingenieros, uno ruso y el otro ucraniano, que eran prisioneros de guerra en Alemania y ahora huían del régimen comunista. Con ellos hablábamos todo el tiempo en ruso. En aquel viaje, aprendí mucho más sobre el

180 comunismo de lo que ya sabía.

LA REVOLUCIÓN BOLCHEVIQUE EL PODER GENERA DINERO Y RIQUEZA Me parece importante comentar más detalles sobre esa ideología. Como entusiasta marxista en el secundario, y luego acérrimo anticomunista, conocí en carne propia ese veneno para la desprevenida e idealista juventud. Además conocí bien sus métodos, sus mentiras y crueldades. Me gustó mucho el libro “The world conspiracy”, del estadounidense de origen búlgaro Nicola M. Nicolov. Está basado en recopilaciones de libros, durante diez años, de decenas de autores internacionales y registrado en el Congreso de EE.UU. con el N° 90-91468; está traducido a varios idiomas, incluso al búlgaro. “Mucho se decía antes que el comunismo y el capitalismo se comunicaban por la puerta trasera. Los ingenuos consideraban puro invento que el comunismo fuera una perversa creación del capitalismo. Pero era la pura verdad, no hay ninguna duda. Todo empezó cuando en 1883 los rusos descubren los inmensos yacimientos petrolíferos en “Baku”, sobre el Mar Caspio, y rápido comienzan la explotación de esa riqueza. Un poco antes, en 1878, el Sr. Rockefeller, el hábil magnate (de origen judío), tenía la compañía “Standard Oil” y controlaba el 90% de las refinerías norteamericanas, con ambición de tener el control mundial. Sin embargo encuentra serias competencias rusas, que en 1888 estaban apoderándose del comercio mundial. Mientras la producción de petróleo en EE.UU., en 1860, era de 700.000 toneladas anuales, los rusos alcanzaban solamente 1.300 tn. Sin embargo, en 1901 la producción se eleva a diez millones y doce millones respectivamente. Con eso, Rusia empezó a industrializarse rápidamente, con un mejoramiento de la clase media. Eso no le gustó nada ni a Rockefeller ni a los demás magnates banqueros, como la famosa dinastía Rothschild, oriunda del gueto de Frankfurt-Alemania. La otra causa es que el partido Social Demócrata de los obreros rusos, se transforma en Partido Comunista bajo el lideraz go de Lenín y Trotzky”. Muchos confunden Karl Marx con la revolución comunista en Rusia. Marx quería el derrumbe del capitalismo pero lo que menos pensaba era que primero se produciría en Rusia, un país todavía agrícola. Simplemente los intelectuales revolucionarios y los capitalistas se unie- ron explotando el marxismo para destruir una Rusia moderna y aprovechar que la mayoría de los intelectuales marxistas eran de origen hebreo, y poder saquear a los pueblos subyugados. Como prosigue Nikolov, “Algunos banqueros de Nueva York y Londres le conceden una importante donación a los bolcheviques. Por el otro lado, los banqueros Morgan y otros le dan un empréstito a Japón, de treinta millones de dólares (mucho dinero para entonces) para que ataquen Rusia por el este y faciliten una revolución, que empezó el 1º de mayo de 1905, pero no encontró eco en la clase obrera y fracasó. Con eso Lenin se tuvo que fugar a Suiza,

181 Trotzky a EE.UU., Stalin a Siberia. Por el importante servicio del préstamo Japón condecora al banquero Kenan con la “Orden Militar de Oro” y el “Santuario del Tesoro...” 32 En la Primera Guerra Mundial Rusia atacó a Alemania pero pronto entró en una fase crítica y eso provocó un gran descontento en la población: el zar se vio obligado a abdicar el día 15 de marzo de 1917. El socialista Kerensky formó un gobierno provisorio y dio amplia amnistía. Seguro creyó, como muchas veces sucede, que al ser más liberal se puede descomprimir la presión revolucionaria. Con eso Lenin, Trotzky y Stalin volvieron a Rusia. El primero dejó Suiza y con un acorazado tren alemán y con 32 colaboradores cruzó la línea de fuego germana escoltado por soldados alemanes. Además le entregaron una buena suma de dinero con la esperanza de que él ganara la revolución y firmara un armisticio. Lenin gastó rápidamente los marcos alemanes y solicitó urgente préstamo al presidente Wilson, el que de inmediato le envió veinte millones de dólares del fondo especial para la guerra. Mucho dinero de entonces de dollar-oro. Ese préstamo a Lenin está inscripto en el Congreso bajo el N° H.J.8714.U5 con la aclaración de dónde provinieron los fondos33. En noviembre de 1917 triunfó la revolución bolchevique. Poco tiempo después se propala que toda la familia real había sido fusilada en Ekaterinenburgo. Así no quedaba nadie que podía reclamar la inmensa fortuna del zar en los bancos franceses. Según el libro documental “The world conspiracy”, la persona mejor informada de los acontecimientos antes, durante y después de la revolución bolchevique es el corresponsal del “Times” Robert Wilton, quien vivió y estudió en Rusia. En 32 Nicolov, Nicola M., “La conspiración mundial” - el original en inglés, registrado en EE.UU., bajo el Nº 90- 91468. Printed in USA-TOP5 10170 S.W.Nimbus - Oirtland, O.R. 97223- 2 33 Ibídem, pág. 193

su libro “Los últimos días de la dinastía de los Romanov”, editado en francés, Wilton describe la nómina de los 12 hombres que han gobernado Rusia en 1918, en las páginas 136, 137 y 138. Ellos son Bronstein ( Trotzky), Aptelbaum (Sinoviev), Luri ( Larin), Uritzki, Volodarski, Rosenfeld ( Kamenev), Smidovich, Sverdlov ( Iankel), Nakjamkes (Steklov), en total nueve de origen judío, algunos con nombres cambiados y los tres restantes, Ulianov ( Lenin), Kirilenko y Lunacharski, de origen ruso. El Comité Central Ejecutivo estaba compuesto por 61 miembros de los cuales 5 eran rusos, 6 lituanos, 1 alemán, 2 armenios, 1 checo, 2 de Grusia, 1 karaim, 1 de Ucrania, y los 42 restantes miembros de origen hebreo” 34. Hay varias listas mas extensas para los distintos y amplios organismos centrales, incluso para el politburö, pero para no abrumar al lector no las mencionaré. Eso significa la gran capacidad de avanzada y viveza de esos formidables intelectuales Revolucionarios, sabiendo de antemano que un régimen totalitario les aseguraría mientras viven a ellos y sus descendientes un gran poder político, un suntuoso bienestar, considerándose verdaderos dueños de un país y sus riquezas,

182 usando suntuosos automóviles, lindas secretarias pagadas por el Estado que podían cambiar cuando quisieran, suntuosas residencias de la vieja oligarquía, y elegantes restaurantes bien custodiados en lugares privilegiados, etc. Además tenían la posibilidad de amasar fortunas sin arriesgar ni un solo cobre, haciendo negociados con los banqueros. Hace medio siglo yo no entendía cómo se realizaban esos procederes. Pero con tantos viajes al bloque soviético y mi vieja patria tratando de cerca con mis viejos “camaradas”, despejé todas mis dudas sobre cómo se puede amasar grandes fortunas sin dejar rastros, haciendo negociados con los banqueros, explotando al máximo a la clase obrera presentándose como sus fieles defensores contra la explotación capitalista. Una perversa falsedad.

PARALELO ENTRE EL COMUNISMO Y EL NAZISMO HITLER Y STALIN: SIMILITUD Y DIFERENCIA La historia del mundo fue testigo de innumerables ejemplos de despotismo, crueldad y derramamiento de sangre. Motivaciones no faltaron: disputas territoriales, religiosas e ideológicas fueron las de mayor expresión de la vigésima centuria. Aún hoy, al escribir este libro, no consigo olvidar aquellas crueles vivencias y recuerdos, ya que conocí no sólo por fuera sino también por dentro esos dos despóticos regímenes. Hace un siglo, una ideología impetuosa conquistó el idealismo de los obreros, estudiantes e intelectuales como si fuera una verdad única e irrecusable. Me refiero a Karl Marx, Engels y Trotzky, incluyendo a muchos de sus compatriotas intelectuales de alto nivel. La teoría de Marx era en definitiva resaltar que de no existir ricos en el mundo, no habría pobres que fueran explotados. Paradójicamente, en los países ensangrentados por las revoluciones marxistas, al aniquilarse los ricos, todos quedaron más pobres que antes. Marx murió sin enterarse del éxito, pero también del estrepitoso fracaso de su doctrina. Tampoco sobrevino el colapso del capitalismo que tanto predicaba ni tuvo lugar el vaticinio de Lenin que decía: “El capitalismo nos facilitará la cuerda para ahorcarlo”. También instigaba a los obreros para destruir todo. Nada, decía él, que esté en pie es de los proletarios. Hay que destruirlo para construirlo después, para que sea de la clase obrera. Lo que provocó el fanatismo y el resentimiento de una implacable y sangrienta revolución bolchevique. Al terminar la revolución nadie tenía nada y murieron muchos millones de hambre y enfermedades, pero los jerarcas quedaron con su poder. 34 Wilton, Robert. Los últimos días de la dinastía de los Romanov. Editorial Trotón Butterworth,

1925 El gran capitalismo le ayudó a instaurar el marxismo destruyendo el imperio del zar aprovechando por décadas el trabajo y el sudor de la clase obrera, y al final lo estranguló y derrumbó porque no lo necesitaba más. Para la reconstrucción había necesitado de enormes préstamos y jugosos retornos y no por los intereses, sino por un buen porcentaje sobre las ventas brutas de la producción, ya que era fácil

183 sobornar a los altos funcionarios soviéticos y hacerlos socios necesarios para la explotación. También estaba previsto que tarde o temprano el comunismo se derrumbaría y que sería necesario privatizar..., que fue previsto como otro fabuloso negocio. Mientras tanto el capitalismo se renovó, fortaleció y demostró ser más eficaz y próspero. El artífice de la revolución bolchevique fue Lenin, seudónimo adoptado en Munich, Alemania, a fin de eludir la persecución. Su nombre verdadero: Wladimir Ilich Ulianov. Revolucionario incansable y obcecado que se pasaba los días y noches componiendo slogans, incitando a la destrucción, incendio y asesinatos. “Hay que girar la carreta de la historia bruscamente para derrumbar la monarquía y el Estado”, y es lo que indudablemente consiguió. Se comentaba que Lenín arengaba a los rudos e ignorantes “Mujik”, que al terminar la revolución y destruir el viejo y podrido sistema todo sería del Estado, o sea del pueblo, incluso las mujeres serían nacionalizadas y de uso para todos. En ese crucial momento apareció desde las sombras un singular personaje llamado Adolf Hitler. Curiosamente, el partido de Hitler, el Nazional Sozialistische Deutsche Arbeits Partei, N.S.D.A.P. (Partido Obrero Nazional Sociallista Alemán) está compuesto de cinco palabras como el partido leninista, P.O.S.D.R. (o sea Partido Obrero Social Demócrata Ruso), salvo que uno se denominaba social- demócrata y el otro, nacionalsocialista. Hitler era el fundador e indiscutido Führer (líder), mientras Lenin desarrolló la doctrina de Karl Marx, hasta caer enfermo y posibilitar que Stalin se impusiera en el poder y lo ejerciera con toda crueldad hasta su muerte. El nazismo se basaba en la propiedad privada; quería reconstruir el país sobre la base de lo existente. Era eufórico y prometía que cada obrero debía dormir con almohada y colcha de plumas y con la laboriosidad alemana lo podría haber conseguido, de no haberse metido en aquel Holocausto bélico. El marxismo, en cambio, abolía por completo tanto la iniciativa como la propiedad privada. Lenin arengaba a los analfabetos y ariscos campesinos rusos, que no tenían nada que perder, salvo sus cadenas. Pero, no fue así. Todos perdieron, unos lo poco y otros lo mucho que tenían a cambio de nada. Convirtió a Rusia en un inmenso campo de concentración, bajo el terror de los soviets (consejos) que querían conservar y acrecentar su poder. El nombre “bolchevique” se debe a que en 1903, los delegados que apoyaban a Lenin se sentaban en los bancos de la izquierda y como constituían la mayoría (bolshinstvo) el término se transformó en “bolchevique”, o en la mundialmente conocida izquierda; posteriormente en “comunismo”. Cabe añadir que quienes se sentaban en la derecha eran los “menshinstvo” (minoría), la odiada “derecha” que tanto persiguieron. Hitler parecía un aprendiz, un soñador que evidenciaba la locura de un maniático arrebatado. Lo he visto que gritaba y gesticulaba con las manos por todas partes. Se decía que su éxito se debía al hábil manejo de sus manos. Mientras Stalin,

184 en cambio, era un témpano, un ser superinteligente, muy cauto, que calculaba sus pasos fría y despiadadamente. A los dos dictadores, tanto a Stalin como luego a Hitler, no les tembló el pulso para enviar a la cárcel o a la muerte a sus más allegados colaboradores y amigos. Los dos tenían incondicionales y sanguinarios títeres como los triste- mente célebres Himmler, jefe de las SS, y Martín Bormann, de la Gestapo a la que yo tuve tanto miedo. Pero durante la guerra, mientras estudiaba en Alemania vi a muy pocos de ellos. Por su parte los rojos habían creado la “Checa”, la policía secreta que sembró terror en la Unión Soviética, que luego se denominó N.K.V.D., con su nefasto jefe Lavrenti Beria, que impuso la crueldad y el terror con el objeto de salvaguardar la implacable revolución proletaria, el poder de los soviets y del propio Stalin. Al morir Stalin y caer Beria la policía secreta pasó a llamarse K.G.B., que duró hasta el derrumbe del comunismo. Tanto Stalin como Hitler eran, por distintas razones, antijudíos. Stalin porque el pueblo no lo quería y por miedo a ser desplazado y hasta enviado a Siberia, mientras Hitler no los quería porque entendía que entre ellos había intelectuales más inteligentes que él, y sostenía que durante la guerra se aprovecharon amasando fortunas, considerándolos afines al comunismo. La gran diferencia entre ellos era que mientras Stalin nunca aprendió bien el ruso, hablaba poco y no movía las manos porque tenía una muñeca atrofiada, Hitler era considerado un incomparable orador que conquistó a medio mundo, y era un artista moviendo las manos y brazos. Mientras Stalin era muy inteligente, un hombre con mucha viveza y precavido: cuatro veces fue enviado a Siberia y encontró como evadirse; me parece que si eso le hubiera ocurrido a Hitler, quizás no hubiera regresado jamás. Durante el terror soviético, cada mes camiones especializados recorrían los distintos establecimientos de la enorme Rusia. Allí cargaban como ganado a los que eran seleccionados por los soviets como sospechosos, opositores o inadaptables al régimen, y los transportaban a los campos de concentración, en las heladas regiones del inmenso Sibir. De allí nadie podía escaparse porque no sabían dónde estaban ni adónde podían ir, además del terrorífico control. Además sus parientes no tenían derecho de preguntar qué había pasado con sus seres queridos, que no regresaron a sus hogares. La respuesta era “está donde debía estar”. Si alguien lloraba en público o se ponía molesto e insistía, lo esperaba el mismo destino. El vanagloriado Hitler engañó al pueblo alemán: le trajo orden, bienestar y recuperó sus territorios mutilados, pero lo metió en una guerra que nunca podría haber ganado. El sufrimiento del pueblo ruso se extendió sobre muchos otros pueblos que soportaron el terror soviético por más de setenta años y sufren aún las consecuencias de la era soviética. Muchos autores sostienen que el comunismo es una maléfica creación del capitalismo. Analizándolo bien, fríamente, uno llega a la conclusión de que tienen toda

185 la razón, porque como verán más adelante, en contubernio con los jerarcas soviéticos, explotaron el sudor de casi 400.000.000 de oprimidos. En la U.R.S.S., Lenin aniquiló 3.000.000 de seres humanos entre la vieja aristocracia, las autoridades gobernantes, los intelectuales y opositores. Sin contar los millones que se murieron de hambre y enfermedades. Cabe aclarar que el astuto Stalin transportó muchos rusos a las repúblicas periféricas soviéticas que con el tiempo aprendían sus idiomas, cambiaban sus nombres (como lo hicieron muchos de los intelectuales revolucionarios) y, apoyados por el poder central, entraban en los politburos y en el aparato gobernante y la policía secreta de estos pueblos, de donde nadie los podía sacar. Hoy en día esos rusos se transformaron en peligrosas minorías en muchas ex repúblicas soviéticas, y con poder económico. Con la revolución proletaria la tierra y los bienes pasaron a manos del Estado, manejados por los omnipotentes soviets y los jerarcas, y el pueblo quedó desposeído. Debía: “rabotit molchat y ne rosozdat” (trabajar, callarse y no razonar), como decía Stalin cada vez que se enfurecía. Observé a Hitler gritar y gesticular en sus fogosos discursos que el Tercer Reich y el nuevo orden que implantaría en la Europa Unida perdurarían mil años. Lenin, por su parte, pronosticaba el paraíso soviético para la eternidad. Sin embargo, las dos doctrinas sucumbieron y no quedaron ni cenizas de ellas. El ideal comunista se sintetizaba en la expresión: “Cada uno dará de sí mismo lo que puede para la comunidad y percibirá lo que necesite de acuerdo con su condición social”, pero Stalin al ver que eso no era posible cambió los términos: “Cada uno producirá lo que pueda y recibirá lo que merezca”. Sin duda, creó la dictadura mejor organizada que se conoce en la historia, que perduró después de su muerte. Para el adoctrinamiento y la militarización de la juventud comunista, Stalin implantó el Comsomol, organización que inculcaba a la juventud disciplina férrea y lealtad infalible. Para asegurar un poder eterno se aceptaba en el partido un máximo del 10% de la población, y tras severa selección. Ello posibilitaba que entraran en el partido los hijos de los jerarcas, de algunos encumbrados científicos y militares de alta graduación. Debían demostrar ser fieles, despiadados y hasta ofrendar sus vidas y la de los suyos si el partido lo exigiera. Con tener un mínimo porcentaje de afiliados y privilegiados, el duro régimen comunista se aseguraba fidelidad en los soviets, en el aparato gubernamental, en la oficialidad de las fuerzas armadas (como yo podía haber llegado a ser si hubiera proseguido en el colegio militar) y muy en especial en la policía secreta, que era el órgano con más poder en el Estado soviético. No hubo ninguna autoridad más poderosa que ella. De esa manera, en el régimen comunista, más del 90% de la población debía trabajar duramente sin poder protestar por lo más mínimo. De igual manera, Hitler creó la recordada hitlerjugend (brigadas juveniles na- zis), escalón previo a la militancia en el partido, del cual seleccionaba a los más confiables, llamados “SS”. En consecuencia, la gran mayoría del pueblo alemán no era nazi, como se insiste en afirmar hasta el día de hoy, para poder cobrarle lo que se

186 les antoja, bajo distintas protestas e inventos. Entre tantas diferencias y coincidencias entre ambos dictadores, está también que mientras Stalin se murió de viejo en la cama, Hitler en cambio, terminó dramáticamente suicidándose. Stalin, considerado el dictador y asesino más grande que existió sobre la Tierra, consolidó la Unión Soviética como segunda potencia mundial, extendiendo sus fronteras no sólo en Asia sino hasta el corazón de Europa. Muchos consideran que la historia la hacen los pueblos, eso es cierto, pero no es menos cierto que son los líderes quienes la imponen, mientras los pueblos son los medios para tal o cual fin.

DENTRO DE LO NEGATIVO, ALGO POSITIVO (UNA FICCIÓN PARA PENSAR) Más allá de todos los males que trajo el comunismo, su aporte fue grande. Hizo trastabillar las bases mismas del capitalismo, al cual no le quedaba otra salvación que humanizarse y cambiar de metodología. En lugar de crecer a expensas de la mano de obra barata y de la explotación de las masas, se encaminó hacia una estrategia nueva. Afincó su prosperidad en la producción y en la sociedad de consumo. Para ello necesitaba que la clase trabajadora tuviera mejores salarios y mayor poder adquisitivo, convirtiéndolos en sus propios clientes. Lo dije ya, Hitler surgió de la nada, constituyó un enfervorizado partido obre- ro antimarxista, y con su elocuencia galvanizó su nacionalismo. Sin embargo, el tan recio Führer que yo vi tantas veces en los noticieros de los cines y escuché por las radios, al verlo en persona pasar tan cerca, hundido en su Volkswagen, quedé impresionado. Parecía realmente un loco, con la mirada perdida. Un muñeco en desuso, Hitler era muy cambiante, se decía que era adicto a las profecías y a los misticismos. Por eso los que creían en el destino fatal pensaron que ese misterioso personaje realmente podía ser un “poseído”. Era un autómata incansable, que nunca sonreía. Sin embargo, pensándolo bien, con el tiempo, y todo lo que sucedió después de la guerra llego a una clara conclusión: que Hitler u otro como él era necesario como un “médium”, para los intereses de los grandes grupos de poder mundial. Nunca se supo que fuera aquejado alguna vez de un resfrío siquiera. ¿Qué es lo que iluminó su mente? ¿Acaso su patriotismo o su rencor contra las injusticias o su impresionante odio contra la oligarquía, los judíos y la ideología marxista? ¿Cómo pudo hacer de un país derrotado, humillado, saqueado de todos sus va- lores nacionales y convertido en un país de mendigos, la nación más poderosa de Europa en tan sólo cinco años? Pareciera no haber otra explicación que la de ser un médium, enviado por fuerzas misteriosas y extrañas que de un modo enigmático manejan los destinos de la humanidad. Algo parecido al interrogante que nos dejara

187 Juana de Arco: ¿de dónde nació esa fuerza que brotó de aquella doncella que logró expulsar a los ingleses de su tierra como si hubiera preparado el terreno para la gran Revolución Francesa? Un extraño fin el de aquella mujer, la hoguera, quizás para que no quedara nada de ella a la posteridad. ¿No tuvo acaso Hitler el mismo destino? sin profundizar en lo desconocido debemos quizás abrir los ojos hacia la cruda realidad. ¿no será que en los tratados de paz de la Iª guerra mundial, detrás de los representantes de los vencedores, estaba la mano negra de los ya conocidos grandes banqueros, financistas y armamentistas, que planifican el futuro de los pueblos de acuerdo a sus intereses? Nadie puede dudar que los mismos capitalistas de origen judío, invirtieron en Alemania de Hitler, aprovechando el orden. con eso el rápido progreso era posible. Al parecer, los propósitos eran múltiples: 1) Crear una ideología, progreso y un poder militar que detuviera la amenaza en Europa del marxismo internacional y, en consecuencia, en el resto del mundo. Recuérdese que todas las alianzas armadas, las “Ententes”, para sofocar el comunismo en Rusia fracasaron. 2) Con el gran poderío, basado en un rígido régimen y un sufrido, callado y laborioso pueblo como el alemán, el “médium” provocaría una colisión con las potencias coloniales a tal extremo que las llevaría al colapso, facilitando la descolonización a vastas zonas del planeta y la independencia de innumerables pueblos, sin necesidad de derramar ríos de sangre para su liberación, sin disparar siquiera un solo tiro. Con eso los grandes capitales podrían libremente penetrar en los países descolonizados e imponer sus intereses, sin tener que pedir permiso a las potencias coloniales, ni pagar derechos. 3) Crear las condiciones necesarias para amenazar la existencia del pueblo judío de tal forma que se viera obligado a salir masivamente de Europa para crear una “nueva patria”. Se me ocurre pensar que, a pesar de su enorme poder económico y político, sin ese sufrimiento, no hubiera logrado un nacionalismo adecuado ni una imperiosa necesidad sin esa señal suprema. 4) Una conflagración mundial emprendida por este misterioso personaje, a la par de provocar muertes, sacrificios, esfuerzos y gastos bélicos extraordinarios, llegó a desarrollar una técnica balística tal (como los famosos cohetes V1 y V2), con la cual el hombre podría proyectarse en el espacio y anhelar un encuentro con seres superdesarrollados a fin de salir del atraso mental, eliminar el egoísmo y la soberbia que nos dominan. Quizás sólo entonces sería factible alcanzar una nueva forma de vida, liberados del ansia de poder, del egoísmo y de los bajos instintos y de desmesuradas riquezas. 5) Otro importante hecho es que después de las innumerables y desgarradoras guerras en Europa a lo largo de los siglos, Hitler desató una vasta conflagración. Después esa gran tormenta se impuso la necesidad de la unificación definitiva de los pueblos de Europa en paz y concordia, sin derramamiento de sangre, como pretendían hacerlo tanto Napoleón como el mismo Hitler,

188 pero con el uso de la fuerza Hay que pensar y acordarse de tanto dolor y muerte de muchas decenas de millones de seres humanos, que no fueron los que tomaron las decisiones de su trágico destino. Nadie puede negar la veracidad de las líneas más arriba expresadas, porque todo esto sucedió. Tampoco se debe suponer tan de prisa que haya sido esto una simple y vulgar coincidencia. Es algo para pensarlo detenidamente, Nadie, pues, puede negar todo a la vez, o sea la existencia de Dios, de seres extraterrestres, de mundos paralelos, de la sabiduría universal y al final la existencia de poderosos intereses humanos invisibles que planifican el futuro de acuerdo con sus funestos intereses. Por eso, es nuestro deber y de todos los pueblos del mundo abrir los ojos y aprender del pasado, que no es necesario recurrir a las armas y a los sufrimientos para construir un futuro en paz, bienestar y confraternidad entre los pueblos, y no la belicosidad de los armamentistas americanos que buscan guerras y mas guerras. Mientras unos sufren y mueren ellos rebalzan los bolsillos.

LAVADO DE CEREBROS CON CRUELES MENTIRAS Y LO QUE EL PUEBLO ALEMÁN SE TRAGÓ Hoy en día se habla mucho de lavado de dinero, ganado principalmente del narcotráfico. Pero muchos no sabrán que hubo también otro lavado más, el “lavado de cerebros”. Cada vez que pasé por Alemania, lógicamente traté de hablar su idioma. Sin embargo, al notar que soy extranjero, indefectiblemente me contestaban en inglés. Por lo que me obligaban a aclarar que prefería hablar en alemán, ya que había estudiado durante la guerra en Alemania y sufrí los crueles bombardeos ingleses, por eso nunca quise aprender bien ese idioma. Sin excepción, toda la gente de mediana edad, que había nacido un poco antes o después de la Segun- da Guerra, contestaban como una máquina, de la misma forma. Si los juntaran todos exclamarían a coro: “¿Y qué han hecho los alemanes con los prisioneros de guerra y los judíos?” Teniendo en cuenta que ningún alemán que ha sufrido día y noche los terroríficos bombardeos tratando de salvar su vida, o los que estaban luchando a vida o muerte en los campos de batalla lejos de su patria; todos, unos y otros, conocían la verdad histórica y, por lo tanto, no podían considerarse culpables ni enseñar a sus hijos por algo que no cometieron, por algo que no existió. Ellos fueron las principales víctimas de los insaciables intereses capitalistas del sionismo. En el mes de octubre de 1996 estuve en Europa. Me sorprendí mucho al leer en los diarios (e hice recorte) un largo comentario sobre el furor que hizo en Alemania el libro de Daniel Goldhagen “los voluntarios ejecutores de Hitler”. Según el comentario de la prensa mundial, ese libro ha “estremecido a Alemania” y a pesar de su precio de 60 marcos, en el 1º día se han vendido 150.000 ejemplares. Como si el pueblo alemán no conoce su tragico pasado. Como si se levanta de un

189 sueño eterno. He hablado con muchos alemanes que viven lejos de su vieja patria que se expresan: Los alemanes políticamente “sind blodsinn” (son unos estupidos). Leí también las duras críticas de algunos historiadores a ese joven pero hábil sociólogo por haber distorsionado la verdad y haber embolsado una inmensa fortuna justamente de los bolsillos de los cerebros lavados. Por eso me sonrío cada vez que escucho a alguien decir que hay judíos peligrosamente inteligentes para envolver a la gente. Pero hay que reconocer que muchos de ellos son mas hábiles, vivos, preparados e instruidos. Es raro que esos grupos ejecutores, según el escritor, “no fueron ni de la Gestapo ni de los cuadros de las SS, sino que fueron normales alemanes”, con lo que insiste en que la culpa del Holocausto fue colectiva, de “todos los alemanes”. Es una falsa mentira. Quizás yo también lo hubiera creído si no hubiera convivido con ellos, o que me hubiera quedado abrazando para siempre la ideología marxista o si tuviera otros intereses o procedencia étnica. Un artículo menciona que el padre del escritor ha sido otro sobreviviente de Rumania. Es raro escuchar mas de sobrevivientes, que de muertos. Como es sabido, en muchos países de Europa no querían a los judíos. Por razones religiosas, o por considerar que tienen gran avidez de dinero y que eran peligrosamente inteligentes. De esto Rumania no estaba excluida. Sin duda por temor a sabotajes, los perseguían; y porque entonces el escritor con mucha malicia embestía al pueblo alemán, porque en Rumania tendría poco éxito: no tenían el cerebro tan bien lavado. Lo que más me inquietó en los comentarios de la prensa fueron dos cosas: primero, que Goldhagen sostiene que “el Holocausto tenía que suceder en Alemania y en ningún otro lugar, sino únicamente en Alemania”. ¿Será que real- mente Hitler era un “medium”, debidamente apoyado y financiado por algunos, necesario para tal fin? Porque Alemania estaba económicamente en el suelo. En segundo lugar, no menos llamativo me resultó el comentario del editor del libro, Wolf Iogs Sidler (escrito en ruso) –un miembro de la resistencia guerrillera–, que dice: “Diez años atrás ese libro no habría tenido ningún éxito. El pueblo no estaba maduro para comprenderlo”. Si está muy claro. Lo que significa –según resalta– que los viejos testigos de la verdad histórica ya no están en este mundo y las nuevas generaciones no tienen posibilidad de reflexionar con sus cerebros lavados. El comentario prosigue... “los alemanes de hoy, sin titubeo toman ese texto del libro, que será el modo como el país acepta su pasado”. Eso significa que el constante y masivo lavado de cerebros ha rendido el resultado buscado. Es evidente que “los aliados” se ocuparon de hacer un sistemático y constante lavado de cerebros en masa, por todos los medios de difusión, de tal forma que toda la nueva generación, y los ya adultos, se sientan responsables de lo que ha hecho el régimen nazi. Con eso los aliados y sus socios ocultos, además de sacar provecho económico, cultural y científico, han tratado de borrar el sentimiento de patria y de

190 dignidad nacional de todo un pueblo impecable como es el alemán, que estaba tan bien integrado con los extranjeros, incluso con los judíos. Debo repetir de nuevo: que en cuatro años en Alemania, en el peor momento de su historia, yo nunca escuché ni un solo alemán expresarse contra los judíos. Otra cosa es hoy; en el mundo entero cada día hay más antisemitas. Eso lo sé yo, lo siento en carne propia. Los aliados han logrado que la juventud alemana de hoy prefiera decir “soy europeo” antes que decir “soy alemán”, como si quisieran despejar sus mentes de la incesante e injusta propaganda, y no quieren saber nada de su pasado de gran nación. Por eso los alemanes son incondicionales defensores de la unidad euro- pea y han cargado sobre sus espaldas gran parte del costo de la misma y aceptan todas las propuestas y resoluciones. Incluso las dos más importantes sedes de la Unión Europea, el Parlamento y el Poder Ejecutivo están en Francia y en Bélgica respectivamente, los dos franco-parlantes. El lavado de cerebros se consigue con las reiteradas repeticiones de algo, para conseguirlo: con diez repeticiones uno empieza a dudar, con cien el blanco se torna gris y hasta negro. De esta forma Almania está excluida de las grandes decisiones mundiales, mientras Francia e Inglaterra tienen poder de veto en la ONU, en el Consejo de Seguridad, tienen arsenal atómico, etc. A todo lo cual los alemanes están resignados a no ser el país de primer orden que merecen. ¿Se ha preguntado el lector por qué la capital financiera de Europa está en Frankfurt y no en otro lugar de la Unión? No hay que olvidar que la dinastía capitalista de Rothschild es oriunda del gueto de esa ciudad. En mi visita a la hermosa localidad de Wisbaden, que no fue bombardeada, observé suntuosas residencias de miembros de aquella colectividad. Hoy se encuentra una autopista directa a 30 Km de Frankfurt que puede recorrerse en tan solo 10 minutos corre por encima de todas las demás rutas. ***

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CAPÍTULO VIII ARRIBANDO AL NUEVO MUNDO Cierto día, cuando la travesía en el mar solitario parecía interminable, en el lejano oeste se adivinaba la presencia de costas y tierra firme. La bella y espectacular bahía de Río de Janeiro crecía a medida que el barco devoraba distancias. Todo resultaba nuevo y asombroso: el verdor de la naturaleza subtropical, los colores, el cerro del Pan de Azúcar y del Corcovado, el monumental Cristo en la cima. Llegar a un nuevo continente para unos pobres inmigrantes era el prodigio. Cambiar las penurias vividas en París y el tremendo malestar en el mar por esta nueva esperanza, resultaba fascinante. En Río permanecimos dos días, luego de lo cual el barco se dirigiría a su último destino: Buenos Aires. Por suerte el encargado de la delegación del I.R.O., un ruso de apellido Kara, nos aconsejó que tentáramos primero suerte en Bolivia, y luego, si no resultaba la experiencia, que bajáramos a la Argentina. Ofreció conseguirnos plazas en un avión que saldría a La Paz en una semana. Nos alojó cómodamente en un hotel de estilo colonial llamado “Globo”. Nos sentíamos valorizados al ser tratados como seres huma- nos. Nos gestionó ante la organización una pequeña ayuda pecuniaria que sólo Dios sabía cuánto la necesitábamos. Mientras tanto, gozábamos del placer de comer hasta más no poder, descansar, pasear por la ciudad e incluso gozar del sol en las playas de Copacabana. Utilizaba el francés para hacerme entender. Asistimos una noche, invitados por el Sr. Kara, a una cena de la Asociación de Emigrados Rusos. En su transcurso hizo uso de la palabra un hombre establecido en Estados Unidos que al parecer buscaba apoyo para una campaña antistalinista. Describió al dictador como un cruel asesino y recibió muchos aplausos. Luego subió al podio un hombre de avanzada edad, tez blanca, lisa y con cabellos de nieve: se trataba de un aristócrata, general, conde y no recuerdo qué otro título nobiliario en el régimen zarista. Hablaba lento. Comenzó en un medio tono casi inaudible hasta que en un momento, con voz estentórea dijo más o menos lo siguiente: “Nosotros que luchamos y añoramos una gran patria rusa nunca logramos conseguirla. Perdimos la Primera Guerra Mundial y nos precipitamos en el abismo. Empero, Stalin, a pesar de ser un dictador, criminal o lo que sea, colocó a nuestro país en el sitial de una gran potencia, ganó la guerra contra los nazis y extendió sus territorios. No existe una nación que se le pueda oponer a su poderío. Sus fronteras se extienden desde el centro mismo de Europa Occidental hasta el océano Pacífico y aun, gran parte del continente asiático”. “¡Bravo, bravo!”, estallaron los gritos y aplausos. Para concluir, el inaudito conde agregó: “Usted señor defensor de los intereses yanquis y enviado por ellos, lo declaramos persona no grata en nuestra casa”. El pobre tipo salió abucheado de la reunión. Me constaba el sensible patriotismo de los rusos, pero lo que acababa de observar excedía la defensa de lo nacional para transformarse en un verdadero chauvinismo e imperialismo.

192 Mientras aguardábamos el avión para La Paz me iba informando sobre la diferencia entre Bolivia y la República Argentina. Convencí a Boris de que viajáramos a Buenos Aires. El amigo Kara no se mostró muy satisfecho de ese nuevo cambio pero nos confesó que su único deseo como hermano era complacernos. “Dentro de tres días, añadió, podríamos embarcar en un vapor italiano de primera categoría que se dirige a Buenos Aires: el Ugolino Vivaldi.” Nuestro cambio de parecer le costó al I.R.O. una semana de hotel para los dos en Río y el viaje extra en un transatlántico de primera clase de Río de Janeiro a Buenos Aires. Indudablemente no era nada, porque quienes sufragaban los gastos de los refugiados en realidad eran los norteamericanos y no las Naciones Unidas. Los yanquis, en la posguerra, se habían transformado en los amos y señores del mundo. Tanto las antiguas colonias británicas y francesas como las de las restantes potencias occidentales embestidas por Alemania, estaban a su merced. Sin duda Hitler les había hecho un gran favor. En el comercio mundial, ellos fijaban los precios de compra y venta, y las mercaderías por los mares del mundo eran transportadas en sus barcos, llenándose los bolsillos como nunca antes. Navegando ahora rumbo al sur, en pleno verano, después de salir del puerto de Santos volvieron a sacudirnos violentas tempestades y gigantescas olas. Según se informó, eran inusuales, nuestro transatlántico parecía una hamaca. La buena vida se interrumpió. Los malestares retornaron a mis vísceras con todo rigor. No salí más del camarote. También soporté estoicamente los reproches de Boris por haber despreciado el viaje en avión a La Paz.

LA LLEGADA A LA NUEVA PATRIA Al mediodía del 27 de febrero de 1948, llegamos a las serenas aguas del Río de la Plata. Los mareos habían cesado. No entendíamos por qué llamaban río a lo que parecía un mar, aunque nos llamó la atención el agua muy turbia, que no habíamos visto antes. Al anochecer atracamos en el puerto de Buenos Aires. Bajo un ensordecedor griterío muchísima gente aguardaba a los viajeros y las exteriorizaciones se hacían también desde la cubierta. A nosotros, nadie nos esperaba. Ningún pariente, ningún amigo, nadie. Éramos desdichados refugiados a bordo del lujoso transatlántico gracias a la gentileza del señor Kara. Al descender la extensa escalera, entre continuos empujones contemplaba la oscuridad y, a la distancia, lo que sería ¡mi nueva y gran patria! Luego que fiscalizaron la documentación expedida en París, nos derivaron al “Hotel de Inmigrantes”, un viejo edificio de dos plantas en el puerto. Traía en el equipaje, aparte de lo puesto, una muda de ropa interior, un pullover usado, algunos libros de ingeniería, una regla de cálculo y nada más. Tenía en el bolsillo cinco dólares bien guardados, de los que el amable Sr. Kara nos había obsequiado a cada uno, y por último, aproximadamente treinta palabras

193 del idioma que hablarían mis descendientes. Confieso que me sentía emocionado. A pesar del mal momento, en mi nueva patria yo me tenía mucha confianza. Estaba seguro de que con una firme y honesta dedicación, tarde o temprano iba a progresar, destacarme y lograr una vida decorosa. Sin embargo, algo se me escapaba: que a pesar de todo el éxito obtenido, ser un argentino naturalizado y un permanente analista de la política económica argentina, me sentiré extranjero mientras viva. Y lo peor del caso es que cada vez que vuelvo a mi vieja patria me siento todavía más extranjero. Y por si eso fuera poco, en la Argentina muchos que no me conocen me consideran que soy judío y lo malo es que me lo hacen notar. Nos instalaron en una amplia sala del primer piso del memorable Hotel de Inmigrantes, en la zona del puerto, poblada de camas destinadas a otros tantos desdichados como nosotros. Sin duda, la gran mayoría había llegado días antes con el barco Jamaique, porque su aspecto no era igual a la gente que observamos en el Ugolino Vivaldi. Lo que llamaban “Hotel” no nos agradó, pero después de tantos padecimientos, aunque hubiese sido una cárcel habría resultado lo mismo. La fatiga, o quizás la tierra firme, me sumergieron en un profundo sueño, e ignoré el mundo que me rodeaba en la enorme sala. Un estridente grito: “¡Arriba, giovanotti!”, despertó a los inmigrantes; aún era temprano, y especialmente para mí. De inmediato todos se agolparon para usar los baños con los zapatos mojados a consecuencia de las orinas estancadas. Quise suponer que sería la última desdicha por sufrir en mi tortuosa vida. La comida era generalmente a base de cereales con trozos de carne, que para nosotros, que habíamos conocido el hambre, resultaba más que suficiente.

“YA SON NUESTROS” Salimos del puerto a pasear por Buenos Aires. Lo primero que vimos fue el antiguo reloj de La Torre de los Ingleses y hacia el fondo, un letrero llamativo emplazado sobre un edificio oscuro. Se trataba de la estación ferroviaria Retiro. Una enorme leyenda que anunciaba: “Ya son nuestros”, despertó nuestra curiosidad; no entendíamos en absoluto cuál era su significado. El diccionario tampoco nos sacó de la incógnita, tiempo habría después para saberlo Poco conocíamos de la Argentina, a no ser lo que estudiábamos en nuestra secundaria. En todos aquellos años en Europa, no había revistas ni tampoco informaciones sobre América Latina. Pronto supimos lo que era la República Argentina de entonces: un país atrapado por la engañosa política populista. Aunque afortunadamente en manos de militares conducidos por el Gral. Perón y no bajo un tutelaje marxista o nazista. Perón, como se sabe, ha sido agregado militar en la embajada de Italia y le ha gustado como fue el manejo de las clases populares. Claro, no era el país que habíamos contemplado en el mapa ni el de las fabulosas riquezas con las que soñábamos. Habíamos caído en un

194 país que no tenía posibilidades de trabajo, las nuevas leyes obreras obstaculizaron la iniciativa privada y, como sucede en estos casos, ahuyentaron la inversión. Con este panorama no resulta difícil deducir el futuro que aguardaba a las próximas generaciones. Caminamos con la esperanza de encontrar algún empleo de cualquier tipo. Nos indicaron una empresa alemana de construcciones. No era posible, estaban reduciendo el personal de la empresa, dada la situación creada con la llegada del peronismo, que vaciaron el Banco Central del oro acumulado durante la guerra. Y las obras públicas estaban paradas. Allí conocimos a un viejo pero amable compatriota quien estaba tan contento que de inmediato nos invitó a cenas a su casa. Don Alejandro Vasiliev vivía en San Andrés. Mientras caminábamos para tomar el tren a Retiro, nos enteramos de que se había desatado una huelga general. Por discreción, respondimos de que dejábamos la invitación para otro día. El búlgaro, cabeza dura, insistió: “Hablé con mi señora y nos esperará”. De cualquier manera llegaremos, agregó. Buscamos un taxi, pero nos costó encontrar uno. Aludiendo luego a los ferrocarriles nuestro compatriota comentó: “ Ya son nuestros, pero lo malo es que desde entonces, la mayor parte del tiempo no funcionan. Se mandó a Londres tanto oro por miles de millones de dólares para esos viejos ferrocarriles que dentro de unos años debían pasar a manos argentinas. Con tanto dinero bien que podían haber otorgado miles de préstamos para promover la industria y el comercio y con ellos generar empleos y riqueza”. Le pregunté por qué no había construcciones. Contestó: “El nuevo gobierno es populista, cree que favorece a los que tienen menos congelando los alquileres. Con lo cual la inversión en la construcción se redujo muchísimo. Dentro de poco tendremos un país estancado y envejecido.” “¡Lindo futuro nos espera en este país!”, exclamé. Al final llegamos a un modesto pero simpático chalet con techos de tejas cercado por ligustrines. Nuestro anfitrión abrió un portón y accedimos a un pasillo flanqueado de flores. Al encender las luces del jardín, observamos flores por todas partes y hacia el fondo, una huerta sembrada con hileras de verduras de estación y demás árboles frutales. Su esposa Gloria, compatriota, doctorada en Ciencias Económicas, había llegado desde Francia hacía un año, carecía de empleo. Nos esperaba con la mesa delicadamente servida. El dueño de casa, con visible orgullo, nos presentó a un vecino que se asomó para conocernos: “Dos ingenieros búlgaros recién llegados”. Paladeamos una rica comida típica de nuestro país, que hacía tiempo no probábamos. Era evidente que el ama de casa conocía bien el arte culinario. Nuestro compatriota presumía con sus apetitosos tomates, rabanitos, pepinos, cebollas, recién cortados de la huerta. Fue una velada simpática. Escuchamos temas folclóricos en un antiguo gramófono, cantamos, brindamos y nos divertimos. Gloria y Alejandro fueron, pues, los primeros e inolvidables amigos que encontramos en nuestra nueva patria. Se hizo tarde y como no había transporte dormimos esa noche en su casa. Pensamos ir a tentar fortuna en Venezuela, para donde teníamos también visas, pero el I.R.O., que se había comportado excelentemente con nosotros, no podía

195 prestarnos más apoyo. Estábamos notificados de que en un término de treinta días debíamos abandonar el precario alojamiento. En la misma condición que nosotros se encontraban los otros seis ingenieros y arquitectos de habla eslava que conocimos del viejo barco Jamaique. Con el propósito de consolar- nos, nos sentábamos como proletarios desocupados en el suelo, frente a lo que denominaban “Hotel”. Habíamos viajado atraídos por la riqueza y el futuro de la Argentina. Sin embargo, nos encontrábamos “atrapados y sin salida”.

HACIA EL JARDÍN DE LA REPÚBLICA Cierta tarde nos atronó un altoparlante que difundía informaciones diversas que, lejos de interesarnos, aturdían nuestros oídos. No sospechábamos que el mensaje podría estar dirigido a nosotros. Lo repetían, pero ninguno entendía un comino de castellano. De pronto apareció un empleado de la administración de nacionalidad yugoslava: “¿Acaso no escucharon los parlantes?” Comentó que una institución del norte, del “Jardín de la República”, “la Caja Popular de Ahorros” de Tucumán, buscaba técnicos. Nos comunicó asimismo que un funcionario tucumano nos entrevistaría. Así sucedió. Preguntó si estábamos dispuestos a viajar a su provincia por trabajo. La invitación la hizo al grupo. En el acto recibió un rotundo “sí”. A la hora señalada del día siguiente estábamos puntualmente en los andenes del Ferrocarril Bartolomé Mitre de la estación Retiro; el viaje duraría veintiuna horas. El contratista nos despidió cordialmente. Los viajeros eran: el ingeniero ruso Galagán; un ucraniano, Rabsiun; dos serbios, el arquitecto Zar y el ex ejecutivo Stipishich; dos croatas, el arquitecto Liebich y el ingeniero industrial Wugler y además dos búlgaros, Boris y yo. Mientras pausadamente oscurecía, admiramos la infinita llanura cubierta de ganado vacuno. No cabía duda, penetrábamos en un país que era un paraíso, pero cabía preguntarse: “¿Qué es lo que falla?”. El tiempo, poco a poco, me des- cifró el enigma. A pocas horas de Buenos Aires la polvareda comenzó a penetrar en el coche y a cubrir nuestros rostros. Obviamente el vagón no era de primera clase, como suponíamos. El viejo arquitecto Zar, que era el mayor del grupo, no comprendía cómo una prestigiosa institución oficial permitía que sus ingenieros contratados viajaran en tales condiciones. La polvareda, entretanto, persistía con intensidad y era como atravesar el Sahara. Debo reconocer que llegamos puntualmente a destino. Un arquitecto de la Caja, nos aguardaba. En dos automóviles oficiales nos trasladaron al Hotel Excelente recepción: nos aguardaba una mesa bien provista. Transcurría el 21 de marzo de 1948. Concurrimos al otro día a la “Caja Popular de Ahorros”, donde nos recibió el Directorio en pleno. A seis de nosotros se nos ubicó en la institución, a los dos restantes en la Casa de Gobierno. Éramos recién llegados y no teníamos un peso en el bolsillo. De tal suerte que permanecimos alojados un mes en el hotel por cuenta

196 de la institución.

MI APELLIDO Y LA FASTIDIOSA PREGUNTA: ¿ES USTED JUDÍO O POLACO? Al llegar a la nueva patria la gente, en general, y mis colegas en particular, al escuchar mi apellido que termina con “sky” me preguntaban si era ruso, polaco o judío. Eso me fastidiaba. Nunca nadie en Europa me habría formulado esa pregunta, ni los propios nazis porque allí no es habitual hacerla. “Soy búlgaro”, les respondía. “¡Ah, judío de Bulgaria!” Yo, que me sentía tan orgulloso de mi nacionalidad, no comprendía el sentido de esa inquisitoria. Hasta que me enteré que a los judíos no se los quería aquí, y que por mi “sospechoso” apellido yo caía peor que ellos, porque muchos se lo habían cambiado. Muchos confundían “búlgaro” con “húngaro”. Cuando les repetía que era búlgaro me contestaban “ah sí, sí claro, húngaro”. Me cansé de explicar que los apellidos que terminan con “ski” son de origen eslavo que significa “del” o “de los”, y que son muy raros tanto en Bulgaria como en Rusia o Ucrania. Con excepción de Polonia, pues en tiempos de los señores feudales sus súbditos se identificaban como pertenecientes a uno u otro amo. Suponía también que la gente informada sabía que en el tiempo del “pogrom”, cuando el zar ruso expulsó a los judíos de su territorio, gran parte de ellos, al llegar a la frontera polaca, les añadieron a las raíces de sus apellidos o a los nombres las terminaciones “sky”, muy utilizadas en ese país. Mientras a otros que llegaron a la ex Prusia Oriental (provincia alemana al norte de Polonia sobre el Mar Báltico que fue devastada y anexada a Polonia y Rusia), en lugar del sufijo alemán “mann” les agregaban “man”. Se contaba que a cambio de alguna retri- bución monetaria obtenían apellidos atractivos como “Goldberg” (montaña de oro), “Rosenthal” (Valle de rosas), etc. Los apellidos búlgaros, generalmente se forman con el nombre del padre y del abuelo agregándoseles el sufijo “ov”, o “ev”. Las terminaciones “off ” y “eff ” provienen de la influencia de la lengua francesa. En Bulgaria extendían pasaportes en forma bilingüe, francés y búlgaro. Por esta razón la mayoría de los búlgaros que residen en el extranjero tienen apellidos con dos “f”, como el caso de mi salvador en París, el Arq. David Davidoff. Con todo, yo no sabía aún el origen de mi apellido ni qué significaba “Koralsky”. Años después, estando de vacaciones en Córdoba conocí a un fotógrafo búlgaro, Varban Dimitrov. “Usted, ingeniero, tiene lindo apellido.” “¿Por qué?”, le pregunté. “Tengo un libro de historia de Bulgaria, escrita por un autor ruso que puntualiza los diversos pueblos que habitaron en tiempos remotos el actual territorio búlgaro. Menciona que a Ovidio, el poeta romano, al exiliarse en el siglo I lo hospedaron los gobernantes de ‘Corales’, un pueblo situado en el nordeste

197 de Bulgaria entre los Balcanes, el Danubio y el Mar Negro”. Entonces entendí que cuando los eslavos invaden aquella zona hacen referencia a la familia feudal a la cual llaman “Coralsky”, o sea, los que dominan o gobiernan a los “Corales”. De igual modo, por ejemplo, quienes dominan los Balcanes se apellidan Balcansky, etcétera. En el idioma de mi país “sky” señala título de nobleza, a tal punto que el rey búlgaro Simeón II, en el exilio, y sus hijos, llevan como título una de las antiguas capitales de Bulgaria. Por ejemplo Tarnovo es “Tarnovsky”. Esos apellidos son muy raros, no sólo en Bulgaria sino en los demás países de lengua eslava, como el gran Chaikovsky, por ser graf (duque). Mientras que los polacos en un 80% tienen apellidos que terminan con “ski”. Repito que mientras estaba en Europa nunca nadie me preguntó si era judío. Ni siquiera en Alemania bajo los nazis, como ya mecioné ni siquiera en la Gestapo cuando fui a registrarme como estudiante, para recibir cupones para alimentos. Sin embargo, al venir a la Argentina, dos por tres recibo esa pregunta. Está claro que es por mi apellido que termina con sky. Muchas veces, al escuchar mi apellido, sin que me pregunten, me siento como observado o sospechado. Y no faltan algunos que por atrás y por debajo largan algún insulto. No es no- vedad que cada día en el mundo hay más antisemitismo por distintas razones, y en especial por el trágico problema del pueblo palestino, frente al poderoso Estado israelí. Si se sigue así, hasta mis descendientes pueden sufrir algún tipo de persecución muy injustificada.

CON LA DISTINGUIDA SEÑORA EVA PERÓN Al llegar a Tucumán, en la Caja Popular me designaron como director técnico de la construcción del barrio “Eva Perón”. No bien puse los pies en la obra, mi ánimo cayó al suelo. Venía con la ilusión de encarar obras civiles de envergadura. En lugar de ingeniero tuve la sensación de que me asignaban tareas de capataz. Me di cuenta de la trampa en la que había caído por despreciar la materia Construcción de Viviendas. Como si la providencia se burlaba de mí. Estaba frente a una tremenda realidad, una prueba humillante del destino. Tanto título universitario y no tenía ni idea por dónde empezar. Existían dos alternativas: simular ser un gran ingeniero y mirar las cosas por arriba del hombro, dejando la responsabilidad al capataz y esperar que pasara el tiempo o, muy a pesar mío, hacer frente a la situación y cumplir con mi obligación de la mejor manera posible. Opté por esta alternativa. El capataz de la obra, de apellido López, daba la impresión de saber mucho y resolví recurrir a él. Doblegué pues el orgullo. Le expliqué con toda sinceridad que de esa clase de tareas carecía en absoluto de experiencia y que nunca había tenido interés en aprenderlas. En los primeros días recorría la obra con él, observaba a la gente trabajar y hacía preguntas sobre todo lo que me inquietaba. Mis consultas sin duda lo satisfacían, porque le

198 otorgaba importancia. Poco a poco fui enterándome de todo. Indagaba a los albañiles, comparaba respuestas y extraía conclusiones. Luego de un mes podía ufanarme de que nada había en la obra que no conociera al detalle. En verdad, la escuela de la vida recién empezaba para mí. A mediados del mes de agosto de 1948 la urgencia vino inesperadamente. Fui notificado de que la obra debía terminarse para el 17 de octubre –el día de la lealtad peronista–. El gobernador, mayor Domínguez, había invitado a la señora de Perón para inaugurar el barrio que llevaba su nombre y al parecer había conseguido dinero. Mi sorpresa fue enorme. En ningún momento fui consultado sobre el estado de la obra. En un año se había realizado un 50% de la obra, escaseaba el dinero, y ahora, en dos meses, debía realizarse la parte restante con un sinnúmero de detalles y terminación de obras auxiliares, calles, veredas, verjas, etcétera. Debía elaborar un listado minucioso de los trabajos a realizar. No descansé hasta confeccionar una planilla de las tareas y el tiempo que llevaría cada una. Para esa tarea sí había estudiado y estaba preparado en la Politécnica. El objetivo: no perder una hora de tiempo y avanzar paralelamente en todos los trabajos. Cada semana realizaba reajustes en las planillas de la planificación. Se trabajaba en dos turnos y con muchas horas extras. Su distribución y supervisión era un serio problema. Dedicaba todo mi tiempo a los trabajos y no descansaba, aunque no percibía ningún pago adicional. Pensaba sólo en mi obligación y amor propio de terminar la obra. Lo que parecía imposible, concluyó en el plazo fijado, con detalles, pinturas y hasta canteros de flores. El 17 de octubre llegó la distinguida señora Eva Duarte de Perón a inaugurar el barrio. La gente se aproximaba a ella y la besaba en las mejillas. Cuando tocó mi turno respetuosamente le extendí la mano con una reverencia, pero los empujones de la gente me impidieron besarle la mano, como era costumbre en Europa. Junto a ella y las autoridades, recorrimos las viviendas. Semejaba una autómata, aquella mujer no abría la boca. En cuanto a mí, me esmeré en explicar los detalles, pero al instante caí en la cuenta de que ella caminaba y miraba sin escuchar a nadie. Su rostro estaba avejentado, cansado, pálido, como el de un maniquí. Al poco tiempo supe que era víctima de una enfermedad incurable: el cáncer En definitiva, el barrio “Eva Perón” costó tres veces más de lo que correspondía al haberse prolongado innecesariamente tanto tiempo por falta de fondos, jornales improductivos y, después, por horas extras a mansalva por el imperioso apuro. El gobierno peronista había ya gastado la riqueza acumulada durante la guerra, por lo que nos despidieron. Después de buscar trabajo durante varios meses, finalmente encontré empleo como técnico en la Municipalidad de Tucumán; sin embargo al cambiar el intendente, en 1949, me despidieron porque no estaba afiliado al partido peronista. Para entonces había conocido a mi esposa y habíamos fijado la fecha de casa- miento para setiembre de 1950 (llamado por el Gral. Perón, “Año del Libertador Gral. San

199 Martín”); sin embargo, mis pocos ahorros se agotaron pronto. Un compatriota me había prestado una vieja bicicleta con la cual, para sub- sistir, debía pedalear durante horas cada día buscando trabajos de cálculo en empresas, aunque fueran de poca monta. Mi situación se agravó aún más al nacer mi primer hijo. Muchas veces no me alcanzaba el dinero para comprar la comida que necesitábamos. Vivíamos lejos del centro, por lo que en los días de lluvia, a causa de las inundaciones, no podíamos llegar a nuestra humilde casa. Tan escasa era la situación en la construcción que a veces lamentaba no haberme ido a otro país, o no haber sido un obrero rudo que quizás podía conseguir más fácilmente trabajo, aunque fuera de changarín. En enero de 1953 nació mi hija. Con eso, mi situación, nada menos que a cinco años de haber llegado a este gran país, se tornó aún peor. En Europa, en Alemania y en Francia pasé hambre pero estaba solo: ahora éramos cuatro víctimas. Estaba pobre, desesperado y sin salida. Pero me había olvidado de que soy un “Querido por Dios” y que Él no me iba a dejar llegar al colapso total.

LA SUERTE ME SONRIÓ DE NUEVO UN VIEJO JUDÍO ME SALVÓ A fines de junio de 1953, en la esquina de 25 de Mayo y San Martín, en San Miguel de Tucumán, frente a la Casa de Gobierno, funcionaba un negocio de ventas de comestibles y tienda, una especie de supermercado; era un antiguo edi- ficio de dos plantas muy altas. Fui allí a comprar algunos víveres y me apersoné al propietario a fin de obtener algún descuento, ya que el dinero no me alcanzaba. Manuel Miranda era un hombre extravertido, conversador. Cuando supo que era ingeniero recibido en Alemania y que había realizado los cálculos de hormigón del edificio más alto que se construyó en Tucumán, la Caja de Previsión Social, me pidió asesoramiento. Quería abrir una puerta en una pared que dividía el gran salón de la esquina de otro a continuación, sobre la calle 25 de Mayo. Los ingenieros que había consultado le advirtieron que esa apertura era demasiado riesgosa por la pesada carga de arriba. “En absoluto”, respondí. Le expliqué entonces cómo debía procederse. Le señalé que algunos ladrillos de la parte superior se aflojarían y caerían, pero que una abertura de 90 cm no crearía problemas ya que la carga se distribuye en los costados, por la altura de la pared, y que no era necesario tomar ninguna prevención. Su cara se llenó de satisfacción. Quiso retribuir el asesoramiento. Me negué a recibir dinero por algo que carecía de importancia. Surgió entonces un comentario: se encontraba desde hacía tiempo en tratativas con gente de Buenos Aires para concretar la remodelación del edificio. Se trataba de una gran empresa de confecciones y ventas de trajes para hombres, conocida como las famosas “noventa medidas de Suixtil”, que había sido una subsidiaria de Sudamtex. Cuando quise pagar y llevar la poca cosa que había separado, el agradecido Sr. Miranda me dijo que él me lo iba a enviar. Al anochecer,

200 cuando llegué a mi domicilio, me esperaba un canasto colmado de una generosa variedad de alimentos. Confieso que, desde hacía tiempo, en casa no entraba ni lo suficiente siquiera para comer. A las pocas semanas, recibí la visita del Señor Miranda. Habían llegado a Tucumán los directivos de la Empresa Suixtil acompañados de los proyectistas responsables de las remodelaciones que efectuaban en todas las sucursales del país. Con los planos en mano, me explicaron las reformas que pensaban realizar. Luego de escucharlos, advertí sobre los peligros y riesgos de derrumbes que corrían. “Precisamente, por eso recurrimos a usted –respondieron–, pues escuchamos elogiosos informes del señor Miranda.” En realidad la reforma era integral. Estaba previsto demoler una gran parte y modernizar al máximo el edificio. Esbocé esa misma tarde un cronograma según yo estimaba debía proce- derse, con lo que quedaron bien impresionados. Surgió allí mismo una invitación para viajar a Buenos Aires cuanto antes, no sin dejarme material técnico, para estudiarlo en detalle. Debía buscar dinero para el viaje. Una semana después el directorio encabezado por su presidente, el señor Salomón Rudman, mi salvador, me aguardaba a la hora convenida en la casa central, ubicada en la calle Moreno 1475 de la Capital Federal. Me invitaron a visitar las instalaciones. En todos los sectores contaban con aire acondicionado. Era un espectáculo observar cientos de máquinas automáticas. Unas cortaban varios moldes a la vez, y otras cosían prendas de vestir siguiendo varias filas de cadenas. Expresé mi sorpresa y felicitaciones por lo que veía. El señor Rudman, en un amable gesto, dio instrucciones para que trajesen un muestrario para elegir la tela, que tomaran las medidas y me confeccionaran un traje. Era mediodía. Como demostración del poderío empresarial y al mismo tiempo de su sencillez, me invitaron a almorzar en un moderno comedor junto a los obreros. Por segunda vez en mi vida comía en un ambiente similar, aunque bajo circunstancias muy diferentes. La primera había sido en la bombardeada fábrica de aviones nazis en Braunschweig. Al volver a las oficinas, el Sr. Rudman me ofreció que yo realizara la obra. “Yo sólo la puedo dirigir, pero no realizarla –le dije–, ya que no poseo empresa constructora, no tengo personal, ni herramientas, y menos capital.” “Habiendo dinero –dijo el buen hombre–, todo el resto se arregla fácil.” Acto seguido el presidente ordenó que me prepararan dos cheques como adelanto, cantidad que hoy equivaldría a más de 80.000 dólares. A cambio firmé solamente un recibo que decía: “A cuenta de trabajos de remodelaciones...” No podía creer lo que tenía en mis manos. Durante toda la tarde me dediqué con los proyectistas a estudiar cada uno de los detalles constructivos. Cuando retorné al hotel, al anochecer, dos trajes de finísimos casimires estaban aguardándome en la habitación con una tarjeta: “Obsequio de Suixtil S.A.” Al recostarme a descansar recordé todo lo que había sufrido en mi vida: desde chico, como huérfano, los escasos recursos; las amenazas de muerte de los implacables bombardeos sobre Alemania; el terror vivido en mi patria bajo los soviéticos; el hambre demencial en Francia y mis sufrimientos en la nueva patria; sin darme cuenta, copiosas lágrimas se escurrían por mis mejillas.

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INICIO DE LA CARRERA EMPRESARIAL –DE INTERÉS PARA TÉCNICOS– Al volver a Tucumán, recurrí sin perder tiempo a un viejo contratista de albañilería: don Caputo, un italiano de hierro. Contaba con andamios y herramientas necesarias. Le pedí presupuesto detallado de los trabajos de albañilería que él realizaría. Para los restantes rubros me proporcionó direcciones de gente en quien podía confiar. Además de los posibles imprevistos, había tres tareas que merecían ser estudiadas con mayor detenimiento. La demolición de la ochava curvada que sobresalía en la esquina, de doce metros de altura, y su reconstruc- ción reglamentaria; la demolición de la pared de los frentes, de 45 centímetros de espesor, donde estaba embutida la marquesina que bordeaba al edificio por las dos calles; y por último, el trabajo más inquietante, la abertura de un vano de nueve metros de largo en la pared donde el señor Miranda abrió un vano de 90 cm. Ahora la abertura debía ser diez veces mayor. El largo total de la pared era de 20 metros, 12 metros de alto con dos entrepisos que apoyaban allí más un tanque de hormigón, en la terraza, de 20.000 litros de agua. A los pocos días arribó a Tucumán el presidente de Suixtil acompañado de directivos y proyectistas. En una reunión preliminar le presenté el presupuesto de todas las demoliciones y los trabajos a realizar referidos a la mampostería, revo- ques, yesería, pisos, azulejos, carpinterías, etc., quedando otros para el transcurso de la obra. Sus técnicos hicieron cotejos de precios con las cotizaciones que ma- nejaban de otras sucursales, mientras movían positivamente la cabeza. Rudman, que esperaba discutirlos, debió bajar la guardia no sin antes sacar alguna ventaja: “Acepto, ingeniero, pero a cambio de firmar un contrato especificando que la obra debe concluirse en tres meses y medio”. Se me hizo un nudo en la garganta; pretendí ensayar una moderada protesta, pero mi mandante movió negativamente la cabeza: “Antes de fin de año abriremos la sucursal”, lo que significaba que para esa fecha la casa Ñaró, como se llamaría la sucursal, debería estar instalada con toda la mercadería e inaugurada. Esa noche al ir a cenar, no bien nos acomodamos en una mesa, el presidente sacó un billete equivalente a veinte dólares y lo introdujo en el bolsillo del mozo. Quedé desconcertado al ver el dinero con que se movía. En los frentes del edificio existían pesadas columnas de hierro dentro de la mampostería. Apuntalé la marquesina y fui demoliendo por sectores el grueso muro, quedando la misma suspendida en el aire sobre los puntales. Soldé, luego, bajo ella una planchuela gruesa en las columnas situadas cada cuatro metros. Soldé además tensores con torniquetas sobre las columnas a 45º de inclinación, los amarré en el extremo de la marquesina en forma de gancho y hormigoneé los boquetes abiertos. Siete días después ajustaba las torniquetas y saqué todos los puntales; con pocos gastos la marquesina quedó intacta, totalmente en el aire, hasta el día de hoy.

202 Esa fácil solución, además de aportarme una ganancia apreciada suscitó la curiosidad de los colegas y la sorpresa de los directivos de Suixtil. Para que las tareas avanzaran rápido, organicé dos turnos. Para controlar todo debía estar 15 horas en la obra. Si bien estaba ya en condiciones de adquirir un vehículo, me conformé con una vieja motocicleta. Los trabajos de yesería exigían tiempo y buen gusto, pues incluían cielos rasos suspendidos y además, extensas y paralelas galerías con luces embutidas; porches en las entradas con techos hexagonales y gargantas con diferentes relieves, etcétera. Para este propósito se confeccionaron un sinfín de moldes, hasta lograr los adecuados. En el gran salón de la planta baja se construyó un andamio a un metro y medio del piso. Los puntales que lo sostenían eran colocados según acostumbraban los yeseros cuando trabajaban en superficies menores. El caso es que cuando trabajaban los operarios y empujaban los moldes pesados observé que el andamiaje se movía. Pedí a don Caputo que fuera con su personal para reforzarlos convenientemente. El testarudo tano pretendía tranquilizarme: “Ingeniero –decía–, no se aflija”. Una tarde, cuando caminaba bajo el andamio, examinando como debía reforzarse, me llamaron desde la calle. No alcancé a poner los pies en la vereda y el pesado andamio en pleno se desplomó. Tras ello se levantó una polvareda mayúscula del colchón de yeso seco acumulado sobre el inmenso andamio y el caído sobre el piso. El polvo, después de saturar el edificio, llegó a las calles y provocó corridas de la gente creyendo que el edificio se había derrumbado. Los yeseros se desplomaron junto a los tablones y por suerte, debido a la poca altura, no hubo desgracias que lamentar, salvo golpes insignificantes. Quien salvó por cinco providenciales segundos la vida, fui yo. A partir de entonces fui inflexible con las órdenes, aunque me tildaran de demasiado exigente. A propósito, me permito un consejo: “Para saber mandar, hay que saber hacer”. De todos modos, si mandamos, que sea con mesura, porque el que se hace temer, se hace odiar. Sin mayores alternativas proseguí la obra con ritmo acelerado. Tres días antes del plazo establecido, tuve en mis manos las llaves de la flamante sucursal Ñaró de Suixtil en Tucumán. La inauguración, consecuentemente, se realizó en la fecha prefijada. Por aquellos tiempos, constituyó un verdadero acontecimiento comercial en nuestra ciudad, realzado con una brillante recepción. Al Sr. Rudman no lo olvidaré jamás, fue un padre para mí. Además de dinero, había ganado una gran experiencia y prestigio en mi primera incursión empresarial. Un año después recibí una triste noticia. El gran empresario Rudman se endeudó peligrosamente, el país no le respondió y terminó suicidándose. Fue en la segunda presidencia de Perón.

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UNA AMBICIÓN: EDIFICIO “VICTORIA”. Un consejo, escuchar antes de hablar Luego de construir casas individuales y edificios bajos de tres plantas, mi ambición fue edificar un edificio en altura. Pensaba que con eso lograría ventajas económicas y suficiente experiencia para trasladarme a Córdoba, provincia que me gustaba. Creí que sería el primero y también el último edificio que levantaría en Tucumán. Lo bauticé con el nombre de mi hija, “Victoria”. La reglamentación municipal en vigencia no permitía más que seis pisos en el centro de la ciudad. Por entonces las construcciones que excedían los dos pisos en la capital podían contarse con los dedos de la mano, en su mayor parte construidos por el Estado. La capital era un enorme conglomerado de viviendas chatas y de casonas antiguas. Sabía que en Europa se crearon muchas empresas de “ahorro y préstamo” que promovieron con éxito las construcciones. Con el objeto de financiar aquel edificio deposité montos considerables en una de esas nuevas “financie- ras” de ahorro y préstamos Esperé largo tiempo hasta que un día la financiera “Viviendas Argentinas” de los astutos y “peligrosamente inteligentes” habían agarrado el dinero y declarado la empresa en quiebra. Entonces caí en la cuenta de que no solo recibiría un préstamo sino que mi precioso dinero que tanta falta me hacía se había esfumado. Y bien, pese a mis prudentes cálculos, me encontré con apremios financieros. El peligro de un colapso financiero me perseguía, me vi obligado a malvender departamentos por anticipado. Apelé a cualquier sacrificio; vendí el auto y la camioneta que ya poseía y recurrí de nuevo a una motocicleta con tal de no con- traer deudas. A duras penas proseguí la obra que fuera mi gran sueño: construir un edificio en altura, en pleno centro de Tucumán. Antes de completar el edificio “Victoria”, cuando entraron en actividad los ascensores se mudaron los primeros diez adquirentes. Como la venta seguía pesada, la terminación se demoraba por falta de dinero. Los moradores empezaron a quejarse. Decidí realizar una reunión en mi oficina, instalada en el mismo edificio. Una vez reunidos, todos al mismo tiempo querían hablar y protestar. Entre ellos, una arquitecta fue quien tomó la palabra. Todos estaban en mi contra y me sentía como en el sillón del acusado. Aunque visiblemente nervioso, prestaba atención a los cargos con el propósito de estructurar mis argumentos de defensa. Integraba el grupo un cañero importante de mucha vinculación y fortuna: el señor Oscar de la Fuente. Era el único entre los presentes, que tenía abonado al contado su departamento lo cual, al parecer, le otorgaba más derecho a quejarse. Tengo entendido que presidía el Jockey Club y una entidad de grandes cañeros Don Oscar poseía buen manejo de la expresión y resultaba convincente. Al tomar la palabra, sus puntos de vista eran aceptados por todos, mientras que yo asumía el papel de reo. Su estrategia consistía en desgranar objeciones y críticas de todo orden, pero en medio de ellas insertaba

204 experiencias de sus propios negocios y estas distracciones me producían respiros momentáneos; luego re- anudaba con mayor vigor la carga. Mi corazón se aceleraba, a punto de explotar. Imperiosamente yo debía hablar y no tenía la seguridad de que mi voz me res pondiese; por lo cual resolví guardar silencio todo el tiempo que se pudiera. Rogaba que jamás concluyera mi acusador. Cuando lo hizo, humildemente repliqué: “Continúe, don Oscar, diga todo lo que tiene en mente”. Don Oscar se sentía un magnífico orador y el vocero de todos. A esa altura, yo no asimilaba los golpes del despiadado fiscal. Estaba desarmado y moribundo, pero sentí alivio al notar que los restantes vecinos evidenciaban cansancio, ya que él solo hablaba y monopolizaba la reunión. Comencé a revivir y respirar. Al terminar mi acusador, ensayé una justificación: o sea, que subsanaría cuanto antes las molestias ocasionadas. Pero al parecer nadie prestó atención pues todos se levantaban, con lo que abruptamente se terminó la reunión. Me quedé solo. Reflexioné sobre una antigua máxima: “Hablar es oro pero callar es brillante”. Me provocó aquella reunión un grado de excitación tan pronunciado que sufrí insomnios. Decidí no dar más lugar a quejas como aquellas ni cometer el error de entregar departamentos en un edificio inconcluso. Pero la mejor lección fue escuchar primero a mi adversario para recién esgrimir mi defensa. Experiencia que me permitió salir de no pocas dificultades.

EDIFICIO “LIBERTAD”, DOBLEMENTE DEFRAUDADO Por suerte concluí el edificio “Victoria” con gran sacrificio y sin recurrir a créditos bancarios de los cuales me abstenía por temor de endeudarme. Con su terminación puse en evidencia mi capacidad empresarial. El directorio del Banco Comercial de Tucumán, con su presidente, me visitaron para conocerme personalmente y ofrecer los créditos que necesitara. El dinero provenía de su cartera reciente de ahorro y préstamo, sin obligación de aportes por mi parte. Me entusiasmó con el ofrecimiento y adquirí un terreno frente a la Plaza Independencia, en la misma vereda a metros de la Casa de Gobierno de Tucumán donde levanté el edificio “Libertad”. Para este proyecto conseguí autorización para levan- tar once pisos de altura. A partir de allí quedé atado para siempre a Tucumán. A pesar de la experiencia adquirida como empresario, por ser muy confiado, tuve una importante pérdida de dinero y una gran desilusión. Por compra de materiales a precio “muy conveniente” entregué grandes sumas de dinero a un compatriota búlgaro que todavía no conocía y a un colega mío de la colectividad israelita que ya conocía. Sin embargo, me vi amargamente defraudado. El pri- mero se fugó del país tras haber “sorprendido” a unos cuantos, y el segundo se presentó en convocatoria de acreedores, estafando a varios como yo que habían creído en él. A causa de eso la

205 obra se demoró y mi bolsillo adelgazó, además de toda la “mala sangre” que pasé y el tiempo que perdí. Al concluir el edificio “Libertad” organicé en la terraza un lunch e invité a personalidades destacadas del medio. También a la prensa oral y escrita, con el propósito de difundir la conveniencia y el beneficio de las viviendas en altura, pues junto a una mejor visión, ventilación, menos gases tóxicos de los vehículos e insectos, resultaban de mayor seguridad ante robos y asaltos. Hice lo mismo en los restantes edificios que inauguré, con el propósito de cambiar en lo posible la vieja idiosincrasia provinciana. Sin darme cuenta, con el tiempo me había convertido en el pionero de los edificios altos en Tucumán.

CUIDADO CON LOS JUICIOS Según los abogados avezados, para ganar un juicio se necesitan tres condiciones: tener razón, poder probarlo y, lo más importante: que la justicia se la dé. Sin embargo, con la experiencia que me dio la vida debo agregar una razón más: que el demandado o condenado sea solvente, caso contrario usted se verá sorprendido con mucho pesar cuando su letrado le diga: “Señor, hemos ganado el juicio, pero el demandado no tiene solvencia”. O que no tiene bienes a su nombre o que se declaró en quiebra y no sé qué otra excusa para no poder cobrarle. Puede es- cuchar también de parte de su abogado: “ Yo he trabajado para Ud. y necesito el dinero. Si no me lo paga, me veré obligado a demandarlo”. He sufrido tantas injusticias de la justicia que prefiero callarme porque hablar puede ser peligroso.

LA REVÁLIDA DE MI TÍTULO Como ya mencioné, a pesar de haberme graduado de ingeniero en Alemania, o sea un grado superior que ingeniero, y que estaba preparado para la construcción de las grandes obras, no tenía derecho a firmar los proyectos ni para construir una casa siquiera. Los trámites realizados durante años ante la Universidad de Tucumán fueron en vano. Lo que consideraba un honor, ser un diplomado de la Politécnica de Munich, no tenía validez en la Argentina. Calculaba, proyectaba y construía con dedicación y celo, pero debía firmar un técnico o ingeniero local. Sucedía igual con los carteles de mis obras. Mi nombre no figuraba. En cada entrevista que realizaba ante el decano de Ingeniería, o bien ante el rector de la Universidad recibía respuestas diferentes; que no existía reciprocidad con Alemania. Decidí dirigirme a Munich, al Ministerio de Obras Públicas de Baviera. Más o menos en estos términos me contestaron: “Si un ingeniero graduado en la

206 U.N.T. exhibe un título debidamente legalizado, su validez es automática y asume los mismos derechos que los otorgados a los ingenieros alemanes”. con dolor me di cuenta de que era discriminado en mi nueva patria. Fui a entrevistar al entonces rector, Ing. Eugenio Virla, quien admiraba mi progreso y me prometió ocuparse personalmente del caso. Además a mis edificios en construcción llevaban a los estudiantes de ingeniería para ver cómo se construía un edificio alto. Los trámites eran largos y tortuosos. Por un lado algunos profesores sin duda me miraban con recelo por el gran éxito y admiración que conseguí en Tucumán, al parecer, tampoco les gustaba mi apellido; era una verdadera discriminación. Encima de todo, a los filocomunistas no les gustaba saber que me había graduado en Alemania, estudiado bajo los nazis, y escapado del paraíso soviético. Hasta buscaban trabas en los programas de los estudios en Alemania. Por último resultó que los estudios realizados en la alta politécnica bastaban y superaban las locales, pero debía equiparar mis estudios secundarios con los nacionales. Se incluía entre ellos lengua española, historia y geografía argentina, ingeniería legal e instrucción cívica. Como no contaba con tiempo suficiente durante el día, contraté a profesores para estudiar en mi oficina después de las horas de trabajo. Por lo general cerraba los ojos y escuchaba en silencio. En ocasiones, al estar cansado, me arrojaba sobre la alfombra del piso. El profesor a veces me interrogaba: “¿Ingeniero, se ha dormido?” “No, le contestaba, prosiga que lo escucho atentamente.” Formulaba preguntas de modo que además de recibir informaciones demostraba que estaba atento y no dormido. Eso se repitió durante varios meses. Más aún, al ir de veraneo con mi familia, estudiaba todos los días. Al fijarse las fechas de los exámenes uno tras otro, que debía rendir, los aprobé sin dificultades. Siempre recuerdo cuando el profesor Gustavo Bravo Figueroa, profesor de literatura, me dio como tema escrito en castellano: “El viento blanco”, según el relato de Juan Carlos Dávalos. Al entregar el escrito le observé: “Quizás, profesor, yo debería saber de esto más que Ud. y quizás que el mismo autor, porque viví y sufrí estas experiencias durante muchos años”. En efecto, recién en el año 1964, o sea 16 años después de llegar en la Argentina después de arduas, cansadoras e ininterrumpidas peregrinaciones conseguí que me otorgaran la reválida de mi título como ingeniero civil. Con eso tengo dos diplomas. Y con toda seguridad soy uno de muy pocos que ha revalidado su título de Alemania.

EL VIAJE A ESTADOS UNIDOS Después de ese largo y penoso esfuerzo para revalidar mi título y poder firmar los planos de los edificios que proyectaba, calculaba y construía, pensé que merecía un descanso. En 1964 viajé con una excursión a la World Fair (ex- posición internacional) en Nueva York. Pasamos por la inolvidable Florida, la antigua provincia de pantanos del sur de EE.UU. y, desde hace décadas, uno de los estados

207 más ricos y prósperos de la Unión. La exposición era realmente un evento de lo más extraordinario, una síntesis de los grandes adelantos obtenidos y la ciencia ficción del futuro; mucho de lo que ahí se mostraba se hizo luego realidad. Había stands y pabellones de los países más remotos de la tierra. Quizás lo que más me quedó grabado fue el pabellón de la Logia Masónica Internacional. Cerca de la entrada vimos la impactante réplica del templo de Salomón realizado en mármol blanco. Algunos preguntaron a qué se debe el Templo de Salomón en esa organización mundial. Todos esperábamos una aclaración satisfactoria, pero el funcionario pasó a otro tema. Penetramos sin tardar. Arriba de la redonda sala estaban los retratos de los presidentes norteamericanos. Nos explicaron que todos los presidentes hasta aquel momento habían pertenecido a esa organización, salvo los tres que faltaban: los de John Kennedy y Abraham Lincoln y el restante, que no tengo presente, que murieron asesinados. Esto demuestra lo influyente que es mundialmente esa poderosa organización que sin duda planifica el futuro de la humanidad al salir de allí más de uno se preguntaba qué tiene que ver el símbolo judío y otros mal pensados preguntaban quién ordenó los asesinatos de los presidentes ausentes. Como ingeniero vi con gran interés los grandes adelantos técnicos, no sólo del genio inventivo americano sino también de su gigantesca industria y potencia económica. Era realmente algo admirable.

DE MIS AMIGOS JUDÍOS Como ya mencioné, desde chico tuve buena relación con gente de esa colectividad en la ciudad departamental de mi pueblo. El diario búlgaro 24 horas del 2 de septiembre de 2002 con grandes letras titula: “Cien casamientos de judíos por mes en Varna, la bella ciudad de nuestras playas del Mar Negro”. Los recién casados provienen de los países vecinos, especialmente de Israel, debido a las excelentes recepciones que se le brindan en Bulgaria. Al llegar a la Argentina la gran mayoría de mis amigos, así como mis clientes, eran también de esa colectividad. Además me entendía mejor con ellos en algu- no de los idiomas que yo aprendí... y muy especialmente porque pronunciaban correctamente mi difícil apellido y no me hacían las preguntas que ya mencioné. Aunque la lista es muy grande, todavía me acuerdo de algunos, como el Ing. Rodolfo Mochkovsky, director de la empresa Zollazo Hnos., del que aprendí cómo tratar a los operarios de las obras en construcción y desenvolverme como empresario. Con mi querido dentista, que fue el Dr. Samuel Scaliter, con quien un día, conversando frente a su casa, después de la muerte de la Sra. Eva Pe- rón, pasaron dos tipos fornidos y al ver que no teníamos las escarapelas negras se dieron vuelta y escupieron en nuestros pies. No tengo más que palabras de agradecimiento al Sr. Rudman, de Suixtil, para quien construí mi primera obra, ayudándome como un padre; lo mismo que al Sr. Salomón Dimon, como tam- bién a Santiago Kohn. Tanto el uno como el otro

208 confiaron en transferir a mi nombre sus valiosas propiedades con sólo prometerles por un simple escrito que les entregaría los salones en la planta baja de los edificios que construía. Con mi educación búlgara y alemana, cumplí mis compromisos impecablemente. Para no entrar en más detalles me quiero referir en especial a un entrañable amigo que fue el Sr. Salomón Henquin, hombre ya de cierta edad, jubilado como director de correo y telecomunicaciones de Tucumán. Durante años nos encontramos cada tanto para charlar. Sin embargo, al construir el Edificio “Libertad”, frente a la plaza Independencia de Tucumán, nuestras reuniones eran un ritual. Todos los días durante dos años, a las 14 horas el Sr. Henquin infaliblemente se sentaba en un banco en la plaza, frente a la obra, y pacientemente, esperaba que yo subiera y bajara del edificio para ir a tomar un café en el único bar que había sobre la calle 24 de Setiembre. Lo notable era que a pesar de la diferencia de edad nos entendíamos a las mil maravillas. Durante todo el año, verano e invierno, el Sr. Henquin vestía a la perfección con traje oscuro, chaleco, camisa blanca y corbata. Para hacer honor a su origen no faltaban los exquisitos broches, anillos y reloj de oro. Se expresaba de forma clara, ceremonial, por haber sido miembro de la Logia Masónica de Tucumán con el grado nada menos que 32, como él mismo una tarde me confesó, hacia quien guardo un cariñoso recuerdo. Del excelente amigo Sr. Henquin aprendí muchos consejos, como de un padre, por eso nunca me olvidaré de él. Siempre suena en mis oídos su expresión con una gran emoción: “Ingeniero, a Ud. los judíos deben levantarle un monumento”; “¿Por qué?”, le pregunté, “Porque muchos creen que Ud. es judío y porque Ud tiene una maravillosa conducta que muchos de ellos no tienen”. Tampoco puedo olvidarme, entre otros, del Sr. Sisack, que me atendía con suma deferencia en el Banco de la Provincia de Tucumán y me daba útiles consejos. Es interesante remarcar que si se considera que Argentina es el tercer país del mundo en cuanto a la cantidad de habitantes de esta religión, también es notable que sea el país donde más búlgaros viven fuera de Bulgaria. Habiendo tenido un 90% de mis amigos de esa colectividad, me duele mencionar algo como el caso del ex Banco Mayo, que compró con préstamos del Banco Central otros varios bancos de la misma colectividad que, curiosamente, se habían presentado en quiebra de la misma manera y al mismo tiempo, y cerraron sus puertas embolsando grandes cantidades de dinero en plazo fijo que desaparecieron impunemente ¿con el ingenuo pretexto de préstamos incobrables de supuestos deudores? El señor presidente del Banco Mayo por entonces distinguido señor Rubén Beraja, vino a Tucumán e hizo una conferencia con un agasajo. Al mismo fui invitado yo también y, al darle la mano, aproveché para agradecerle personalmente por haber adquirido el Banco Noar, donde yo quedé atrapado con 80.000 dólares. Al hacer alarde de su poderío y del respaldo del Banco Central, muchos le creímos, máxime sabiendo que este tan distinguido señor era presidente de la DAIA, de máximo nivel social y cultural; aumenté mis depósitos porque nunca

209 creí que después de poseer esa posición social y tener tanto flujo de dinero en plazo fijo, un día también ese dinero desaparecería y cerraría las puertas del Banco Mayo junto con todos los bancos y sus sucursales adquiridas, según la prensa 184; pero la justicia es demasiado lenta en esos casos y a veces, habiendo tanto dinero, todo se diluye y desaparece. No quisiera pasar por alto un especial agradecimiento a dos queridos amigos. Al profesor Dr. David Lagmanivich, quien me aconsejó que escribiera este libro con relatos separados, para facilitar una lectura más ágil. También al distinguido escritor Bernardo Ezequiel Koremblit, le hago llegar mi sincero agradecimiento por los elogios y afectuosos conceptos vertidos en el prólogo. La lista de mis amigos es larga, de modo que pido que me disculpen los muchos que no menciono. Únicamente que no puedo olvidarme de una persona muy especial, con la que nos apreciamos mucho mutuamente: el “contador atleta” Efraín Wachs, quien a los 85 años fue campeón regional, nacional e internacional como corredor a distintas distancias y en todo terreno. De esta colectividad aprendí algo muy sabio: “Si no tienes lo que quieres, quiere lo que tienes”, así tu vida será mucho más pasadera y a la larga triunfarás.

MIS HIJOS, DANTE Y VICTORIA (CONSEJO PARA PADRES) Mientras construía grandes edificios tuve felicitaciones de mucha gente. Me emocionaba recibir llamadas telefónicas de muchachos que yo no conocía, y posiblemente animados por sus padres me decían que cuando fueran grandes querían ser triunfadores como yo. Mucha gente en la calle me felicitaba. Sin embargo, es- taba también la otra cara de la moneda... Por entonces, dedicaba todo mi tiempo a la empresa. Había demasiadas cosas por hacer y compromisos que cumplir. Mi hijo fue creciendo sin tener mi adecuada compañía; compartía su tiempo con los compañeros del colegio o bien con los muchachos vecinos. Tarde me di cuenta de que Dante poco a poco estaba distanciándose de mí y no entendía los motivos. Al parecer en las casas de sus compañeros comentarían que “el gringo Koralsky” era rico, que ganaba mucho dinero, lo cual se traducía, no en admiración –como suele suceder en los pueblos avanzados– sino en la maldita envidia. Nunca olvidaré una competencia automovilística que debía pasar por Tucumán. Encabezaba la carrera una volante sueca. Su llegada a la ciudad fue anunciada para las once de la mañana del día siguiente. Los chicos estaban enloquecidos por ir a verla. Con timidez, la noche anterior, Dante se acercó a mi mesa de trabajo después de la cena, contándome que deseaba ver la carrera con sus compañeros del colegio. “Vaya a verla, hijo, ¿cuál es el problema?” Me contó que los demás chicos astutamente llevaban notas de sus padres de que faltarían a la escuela

210 por tener que ir al médico, dentista, o alguna mentira similar a fin de que los dejaran salir. “De ninguna manera lo haré, hijo, pues no soy un mentiroso. ¿Así que porque llega la sueca, todos los chicos llevarán notas para ir al médico? ¡Qué bochorno! ¿Acaso, hijo, los sacerdotes son tan ingenuos para creerlo?” Ante mi respuesta mi hijo, lloriqueando, contestó: “Sabía, sabía que eras malo, mis compañeros me lo dijeron”. Lo quise convencer de que el colegio sólo autorizaría ir a todos juntos y que el papel no le serviría de nada. Además sería un mentiroso más, por nada. Como continuaba llorando, accedí: “Está bien, te daré una tarjeta”. En ella escribí: “Rvdo. Padre Tapie, si usted considera factible agradeceré autorizar a mi hijo a fin de que concurra a ver la llegada de la tan esperada carrera automovilística”. Él no quiso llevarla, le parecía que con una franqueza así quedaba mal parado. Insistí, garantizándole que si el colegio otorgaba un solo permiso sería a él. Llevó la nota de mala gana. Al día siguiente lo vi contento y risueño y me contó lo sucedido. En efecto, entregó la tarjeta al sacerdote. En el curso, al escuchar su nombre empezó a temblar: “Dante Koralsky, dígale a su padre que es el único que no mintió, el único que dijo la verdad”. Lejos de valorar la actitud franca, sus compañeros le reprocharon: “¡Viste, tu padre como siempre pretende ser distinto, superior a los demás!”. Tuve la certidumbre de que en el reproche existía un perceptible fastidio contra mí y una envidia que le alcanzaba también a él. Tiempo después, jugando con algunos compañeros en la casa, mientras uno se metía en una bolsa los otros le daban vueltas. En el turno de Dante, quien sabe por qué, en vez de vueltas le dieron algunos puntapiés y uno de ellos fue a dar sobre la nuca. Cuando oyeron gritos, los chicos se fueron corriendo. Cuando sacaron a Dante de la bolsa tenía convulsiones y no articulaba palabra. Me llamaron con urgencia. Pedí el auxilio de un médico, quien aconsejó una urgente intervención quirúrgica. Presumía una lesión cerebral, quería abrir y examinar el cráneo. Necesitaba tomar una decisión de gravedad, pero me opuse. Cuando se retiró el médico había oscurecido. Me sobrevino un deseo de venganza irracional. Salí a la vereda, donde solían jugar sus compañeritos, pero por suerte no encontré a ninguno. Le suministramos algunos medicamentos y esperamos su evolución. Mejoró lentamente con el tiempo. Le prohibí que se volviera a juntar con los amigos. Quizá lo más acertado hubiera sido trasladarme a otra vivienda, pero no era fácil. La casa estaba construida a la medida de nuestras necesidades. Además estaba demasiado ocupado. No pude evitar que reanudara los juegos con los mismos chicos y el distanciamiento, conmigo, fue creciendo a través de los años, a pesar de toda la voluntad y empeño que puse para evitarlo, pero lamentablemente ya era tarde. Por eso me permito dar un consejo: es mucho mejor menos riqueza, pero más atención a los hijos. De chico Dante leía con interés las revistas que compraba sobre vidas ejemplares y hombres ilustres. Era notable cómo las cuidaba, encuadernaba y aún hoy las conserva. Las lecturas le ayudaron a obtener una adecuada cultura. Nunca podré

211 olvidar el dolor que me acompaña desde que tuvo un brutal accidente en la ruta, donde un conductor, viniendo de contramano, se metió bajo la camioneta de mi hijo, muriendo en el acto, mientras mi hijo que ya era arquitecto sufrió mucho antes de reponerse de las múltiples golpes y fracturas. Mi hija Victoria nació un año y medio después que Dante. Desde chica estaba apegada a mí. Tenía pocas amigas y contrariamente a su hermano, al ir creciendo me acompañaba a todas partes. Siempre recuerdo que al comprar mi primer auto, un Opel usado, ella me acompañaba de noche para ir a guardarlo en un garage. Por costumbre y diversión, al volver hacíamos carreras hasta la casa. Hice lo imposible y empecé a dedicar más tiempo a la familia. En los fines de semana paseábamos con mi esposa y los chicos por lo general en el parque. Era un placer sacarles fotografías que aún conservo con cariño. Es gracioso recordar que Victoria vivía destapándose de noche. No sabía cómo resolver ese problema, hasta que decidí atar la sábana en los dos costados de la cama. Era cómico verla, por la mañana, sólo con la cabecita afuera, le costaba esfuerzo salir. Como no podía atarla mientras se hallara despierta recurría a un truco: todas las noches me sentaba en la cama al lado suyo para contarle cuentos hasta que se dormía. A medida que crecía se hacía cada día más simpática y bonita. La llevaba a casi todas las fiestas. Cuando integraba el directorio del Banco Empresario de Tucumán realizábamos cenas mensuales de camaradería de hombres solos. Llevé una vez a Victoria y se convirtió en la mascota del directorio. Lo malo fue que se casó joven y no tuvo suerte. Por razones obvias no quisiera entrar en mas detalle; sólo quisiera advertir a muchos padres que presten mucho cuidado con quien se casa su hija y máxime si es un abogado, peronista y político. Lo bueno es que me dio una hermosa nieta, Natalia Verónica. Por fin tuvo coraje de separarse; además quedó viuda. Agradezco a Dios por tenerla siempre al lado nuestro. ***

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CAPÍTULO IX LA ANGUSTIOSA VISITA A BULGARIA Pasando los años recibí en Tucumán la visita de uno de los embajadores del régimen comunista búlgaro con quien recorrimos el norte argentino. Me juró que con pasaporte argentino se puede viajar a Bulgaria sin problemas porque se es considerado un extranjero. Confiado en todas las promesas, en 1968, veintidós años después de haber abandonado mi vieja patria, decidí visitarla. A la salida de Tucumán recibí una despedida emotiva, tanto del personal de la empresa como de mis familiares y amigos. Me abrazaban efusivamente, como si nunca más hubiera de retornar. Con un tour, hice un extenso itinerario por Europa. En Roma me enteré de que el secretario de la Embajada búlgara que conocí en Tucumán años atrás se desempeñaba allí como embajador. Me recibió afectuosamente. Recorrimos con su automóvil la ciudad entera, compartimos una cena y luego visitamos un café donde concurrían compatriotas. No encontramos a ninguno. Al salir, un individuo alto, joven y elegante nos saludó. Era Jorge Karamaneff, que tenía parientes en Tucumán a quienes yo conocía mucho. Además de otros cargos, se desempeñaba como secretario general del Comsomol (juventud comunista búlgara) de la que yo mismo había formado parte. Me facilitó su dirección y me invitó a visitarlo. Viajé a Bulgaria en un avión de fabricación soviética, austero en su diseño y colmado de pasajeros, en su mayoría turistas extranjeros. Ya dentro del avión, compré algunas baratijas, con la billetera cargada de dólares que junto a mi impecable búlgaro llamaron la atención de las azafatas, que seguramente pertenecían al servicio de inteligencia. Llegamos normalmente a Sofía, la capital búlgara. En el aeropuerto, al igual que el resto de los pasajeros hice la respectiva cola para el sellado del pasaporte. Cuando llegó mi turno la mujer, al abrirlo, indicó que esperara a un costado. Sin duda tenía conocimiento de mi llegada. Me inquieté. No obstante, aguardé paciente. Al irse todos los pasajeros que- dé solo; me condujeron a una habitación ante un jefe de la milicia popular que gentilmente me invitó a sentar y acto seguido fui sometido a un interrogatorio minucioso. Quería saber todo de mí; le explicaba que era amigo del embajador en Roma y que conocía, además, a otros funcionarios búlgaros, incluso al camarada Karamaneff. Parecía que nada de lo que yo decía le importaba al imperturbable inquisidor. Quería saber por qué había tomado ciudadanía de un país extranjero sin la autorización del gobierno búlgaro. Ante esa pregunta me vi perdido. Pensaba que por voluntad propia me había entregado al temible régimen marxista. Mi paciencia se agotó y empecé a gritar, como si de golpe hubiera perdido el miedo o, mejor dicho, perdido por perdido, calculé que era la única forma de defensa: “Soy argentino y no deseo ser búlgaro”. Reclamé mi pasaporte y las valijas, dis-

213 puesto a permanecer sentado en la pista del aeropuerto hasta la llegada de algún avión de Occidente. “No quiero ver a mi patria. No quiero quedarme un solo minuto aquí. Basta de humillarme con sus malditas preguntas degradantes. No soy un reo ni un delincuente y no le contestaré ninguna pregunta más. Soy un ciudadano argentino, un profesional, un empresario, hombre honesto y respetable.” El miliciano me miraba con asombro; al concluir se levantó, dejándome solo en la habitación. Al mirar hacia afuera por un vidrio, distinguí a mis primos Teodoro y a Dimitar, hijos de mi querido tío Jielu, que habían ido a esperarme. Ambos eran militantes del Partido Comunista; uno contador; el otro periodista. Permanecían parados como estatuas en el hall central. Los miré, ellos hicieron lo mismo sin expresión alguna, mudos e impotentes. Podían haberme matado delante de ellos y no hubieran abierto la boca. Al rato apareció otro inquisidor, al parecer, el jefe. Empezó con el mismo interrogatorio. Me mantuve de pie y a la segunda pregunta exploté de nuevo; gritando y repitiendo que era argentino, y que ya no era búlgaro ni lo deseaba ser. Si pensaban detenerme se arrepentirían, porque medio mundo sabía que me hallaba en Bulgaria. Que la prensa europea se haría eco de mi secuestro y que alguien sería responsable del atropello que cometían. Además que ningún búlgaro que vive en el extranjero pisaría más suelo patrio. Cuando callé, el funcionario, después de hojear repetidas veces el pasaporte sin saber qué hacer ni qué preguntar, llamó para que le pusieran el sello de entrada al país. De allí me llevaron al hall en medio del cual estaban mis dos valijas en el suelo junto a dos empleados de la aduana, parados a su lado. Me ordenaron abrir las maletas. Obedecí. Preguntaron qué llevaba: “Ropa y regalos”, respondí. Exigieron que mostrara el contenido para que ellos miraran. Contesté que ellos mismos lo vieran. Había perdido totalmente la serenidad y el miedo. Ya delante de mis dos primos y del personal que miraba enmudecido de todas partes, envalentonado y en voz alta pregunté: “¿Ustedes no son acaso empleados de la Aduana y les pagan para revisar los equipajes? Aquí están las valijas abiertas, las revisan si quieren”. Para desahogar la furia di una patada a cada una. Los aduaneros se miraban entre sí sin saber qué hacer. La atmósfera era tensa, yo estaba descontrolado; supongo que recibieron alguna señal, porque de repente se marcharon sin revisar. Con maletas en mano, me dirigí a mis primos, los abracé en silencio. Al salir del hall no pude aguantar más: “Esto no es mi vieja patria sino una prisión”. Mis pobres primos, dos horas antes habían reservado un taxi. El recorrido a la ciudad lo hice en silencio, además estaba la presencia del taxista, que quién sabe si no era un espía. Fue una tensa bienvenida, una situación desgraciada, como si paradójicamente, después de veintidós años sin vernos, no tuviéramos nada que decirnos. Mi primera preocupación fue preguntar si la República Argentina tenía Embajada allí, para quejarme por el mal trato recibido. “No existe ninguna relación con la Argentina”, informaron. Me sentí solo y desamparado. Al llegar a mi habitación con Teodoro, me contemplé en el espejo y me vi envejecido. Por primera vez vi canas en mis cabellos. Sentí una desesperante angustia. Era tarde, no quise comer ni

214 conversar. Invadido por la impotencia y la resignación, mi deseo mayor era descansar. Mientras tanto vi que mi primo estaba examinando debajo de la cama, entre los muebles y en voz baja, al oído, indicó que tuviera cuidado puesto que podía haber micrófonos instalados por la policía secreta. Al acostarme, la posibilidad de cualquier acechanza no me abandonaba, hasta que finalmente el cansancio me sumergió en un profundo sueño. Teodoro, el mismo que en 1946 me había ayudado a salir del país, era, como ya mencioné, un comunista especial, internacionalista, esperantista y filatelista. Se hacía entender en varios idiomas. Había viajado en su auto Fiat 600 que yo le había ayudado a comprar. Recorrimos el Valle del río Maritza, y llegamos al Valle de las Rosas hasta su capital, Kazanlak, donde él vivía. Visitamos también la ciudad más moderna del país, Stara Zagora, donde estudié el tercer año del secundario. Es notable ver allí grandes estatuas que representan a los soldados búlgaros congelados estando de guardia durante la guerra de liberación de los turcos. Debe ser el único escalofriante espectáculo de este tipo en el mundo entero. Durante el camino Teodoro me explicó la idiosincrasia de los comunistas que estaban en el poder: una férrea estructura partidaria dominada por los famosos jerarcas, la mayoría de los que mencioné y que sólo pretenden el poder y su enriquecimiento a costa del pueblo que trabaja por poca paga y sin descanso. Entrar en el partido resultaba difícil, ya que debían comprobar la incondicional fidelidad al partido hasta tal punto que podían traicionar y entregar a sus amigos y familiares; y para salir de él era una tragedia, ya que se terminaba perseguido como traidor y podía ir a parar a un campo de concentración. Teodoro no militaba ya en el partido porque a causa de sus viajes frecuentes por Europa, ayudado por lingüistas y filatelistas, el partido lo consideraba occidentalizado y por consiguiente no confiable. Se limitaron a retirarle el carné de afiliación, observándolo muy de cerca. Desde Stara Zagora nos acompañó un sobrino, Doncho, hijo de mi única hermana, que residía en Karnobat. Nos dirigimos hacia mi pueblo natal, Cherkovo. Proseguimos la charla animadamente pese a que mi primo me advirtiera que Doncho era capitán del ejército y lo habían destinado a cuidar la frontera, pero no de los extranjeros, sino para acribillar a los búlgaros que trataban de escaparse del “paraíso soviético” instalado en mi vieja patria. Las fronteras se cuidaban rigurosamente con alambres de púa electrizados y perros amaestrados, y soldados que la recorrían bien armados con metralletas. Ya que como mencioné en otras partes, los países soviéticos eran un enorme campo de concentración. De este modo nadie podía irse sin antes entregar su sudor hasta la muerte para la “construcción del socialismo”. Pero en la realidad es para que no se conociera la verdad del paraíso soviético. Aunque era un fanático comunista Doncho confesó que a causa de que yo residía en el extranjero, a menudo lo indagaban sobre mis actividades y si recibía correspondencia de mí. “Tío, no tienes idea de cuánto he sufrido por tenerte en América.” Razones por las cuales lo separaron de las filas del ejército. Teodoro, en cierto

215 momento, le preguntó: “¿Qué harías si el partido te entrega un revólver y ordena que dispares a tu tío? No podrías rehusarte. ¿No es verdad?” Doncho perdió el aspecto festivo, enmudeció, y creí descubrir en sus ojos el asomo de las lágrimas: Entonces interrumpí el diálogo: “Animo Doncho –le dije–, eso nunca sucederá, todos saben que me encuentro en Bulgaria y no podría desaparecer así nomás. Además en su tiempo salí con pasaporte y visas”. Mientras recorríamos el camino observé por todas partes una cantidad de construcciones nuevas. Llegamos a Karnobat, donde residía mi hermana, la ma- dre de Doncho. Se habían reunido algunos parientes para recibirme. Fue, como era de suponer, un momento realmente inolvidable. Me llamó la atención que mi sobrina fuera jefe de manzana, según lo indicaba un cartel en el frente de su casa. Ella las vigilaba y controlaba a todas. Por la noche, mientras dialogábamos a solas, mi hermana preguntó por qué me había arriesgado a regresar. Su hija intentó una seña para que se callara, lo que me obligó a preguntar qué sucedía. “Existía una ley que condenaba a muerte a quienes habían salido del país y no retornaron, pero fue derogada”, se apresuró a aclarar mi sobrina. La tranquilidad recuperada desapareció. Recordé los inquisidores formularios recibidos años atrás, de cuatro páginas, adonde el régimen soviético quería saber todo y amenazaba de muerte a los que no regresaban, y a pesar de la aseveración de nuestros embajadores de que fuera una provocación escrita por los enemigos del comunismo, comprobé que eran auténticos. Advertí con curiosidad que los trabajos manuales en los campos lo realizaban corpulentas mujeres. Los hombres –según señaló mi primo– estaban en el ejército, en la milicia, o bien trabajan en los campos, pero en las máquinas.

UNA SORPRESA: NO RECONOCÍA MI PUEBLO NATAL Desde Karnobat a Cherkovo hay veinte kilómetros. En mis tiempos de joven me llevaba varias horas recorrerlo, ya fuera en carro o caminando. No tenía el mismo trazado. Me absorbía el paisaje. Se extendían ante nosotros los sembra- díos de los coljós. Así también más y más construcciones nuevas. El adelanto era enorme. “Aquí se trabaja duro”, aseveró Teodoro. Al entrar a un pueblo observé un letrero, pero el pícaro de mi primo me distrajo para que observara hacia el lado opuesto. De pronto detuvo la marcha ante varios campesinos. Cuando miré con detenimiento reconocí entre ellos a George, mi hermano, en compañía de sobrinos y familiares. A causa del pavimento, el recorrido me pareció cortísimo, por lo cual sospeché que se habían adelantado para esperarme en otro pueblo. Bajé apresuradamente para saludar y abrazarlos sin dejar de reprocharles porque se habían molestado en llegar hasta allí. Expresé mi aflicción por su regreso. Me miraron sin entender y cuando pregunté cómo se llamaba ese pueblo empezaron a reír. Desorientado me di vuelta a mirar hasta ver el letrero que decía Cherkovo. Yo también empecé a reír. “¿No reconociste tu

216 pueblo?”, preguntó mi hermano. “Es que descubro todo cambiado y de no ser por el letrero habría pensado que no era el mío”. Lo que observaba era inédito, increíble. “¿Quién construyó esto, acaso el Estado?” “No –respondió mi hermano–, ahora, igual que antes, cada campesino construye su casa con sus propias manos y todos juntos construimos las obras comunitarias.” Las casas eran todas de dos plantas. Las calles principales de Cherkovo estaban pavimentadas y el cementerio viejo ya no existía. En el régimen monárquico, cada campesino poseía su pequeño campo, su vivienda, animales para consumo de carne, leche y labranza de la tierra. Ahora poseía únicamente su casa y el terreno a la vuelta. Perdieron sus tierras y todo lo demás; debían conformarse con ser simples empleados del Estado o, en su defecto, de las cooperativas administradas por dirigentes comunistas. Todavía se recordaba la bonanza de la Segunda Guerra Mundial, cuando los productores vendían a buen precio su producción, manejaban dinero, vivían cómodos, celebraban sus fiestas y se divertían. Ahora, se trabajaba duro y la existencia era austera. Los feriados nacionales los celebraban con grandes desfiles donde asistían todos. Sin embargo, el Estado no perdía nada, la gente después trabajaba el sábado o domingo venideros las horas que habían perdido por el festejo. Los campesinos, acostumbrados al trabajo duro y a la laboriosidad, se adaptaron a la nueva situación y pese a los magros salarios no pasaban hambre. El mínimo tiempo disponible, después del empleo, lo aprovechaban en sus huertas en los terrenos que poseían desde tiempos pasados alrededor de sus casas. Compraban lo que no podían producir ellos mismos. Aquellos que no manejaban adecuadamente la cuchara de albañil, cortaban, quemaban ladrillos y hacían mezcla con la cal que ellos mismos quemaban. Caso contrario, servían de auxiliares a los más hábiles que levantaban paredes, hacían revoques, colocaban pisos, etcétera. En las afueras de Cherkovo construyeron espaciosos galpones donde los agricultores guardaban los equipos de la granja colectiva. Observé una edificación de magnitud: era el granero, junto a otros galpones destinados a la cría de cerdos, aves de corral, etcétera. Para mí, que conocía los modestos pueblos y las humildes parcelas de campo, eso parecía una verdadera maravilla, pero era menester vivir allí para comprenderla. “Tuvimos una tarea demasiado dura, me confió uno de los dirigentes de la granja colectiva, pero así pudimos obtener el premio Cinta de Plata en el departamento de Karnobat.” Claro está que el partido realizaba una férrea planificación y controlaba su ejecución en forma estricta. Se prometía que una vez consolidada la economía, la presión laboral y sus exigencias desaparecerían. Pero aquellos que creían en las promesas comprobaban que el régimen era una clase privilegiada y opresora, una elite y un pueblo sometido que debía trabajar hasta el fin de sus días. Un hecho me entristeció sobremanera: el estado de abandono en que encontré la iglesia. La puerta de entrada sujeta con alambre, el techo de tejas destrozado por piedras de manos anónimas. Nadie se atrevía a repararla. Por las rendijas observé que crecían malezas en su interior. Como mi madre falleció cuando me encontraba en Viena, decidí hacerle un

217 homenaje. Compré en la granja doce ovejas, con el propósito de preparar el puchero que se acostumbraba en esos casos. Invité a la totalidad del pueblo y fijé un sábado al mediodía. Me enteré de que la gente utilizaba los fines de semana para trabajar sin cesar en sus huertas. De modo que insistí en realizarlo el domingo al mediodía. Los viejos parientes se encargaron de carnear las ovejas y acondicionar las grandes cacerolas que los campesinos utilizaban desde los pasados tiempos para este tipo de comidas. Observé que pasadas las doce horas no había nada listo, que recién sacrificaban los animales. Al preguntar afligido qué pasaba, mi hermano Gorge confesó: “Es que la gente a pesar de los feriados trabaja el día entero”. De manera que el acto sería al anochecer. Habían prometido asistir algunos dirigentes del partido que fueron compa- ñeros de infancia e iniciados por mí en la ideología marxista. Según dijeron, la comida se llevaría a cabo en el salón del pueblo, pero en su lugar, instalaron los tablones en la calle, frente a la casa de un sobrino. Solicité explicaciones, nadie respondió. Finalmente el homenaje se realizó con poca luz improvisada; asistieron los vecinos del pueblo, no así los dirigentes. Mi hermano trató de explicar que al parecer había órdenes de arriba. “Se negaron a prestar el edificio público –me dijo al oído un viejo pariente–, como si fuera propiedad privada del partido.” Para entonces nuestro viejo pope era labrador en un pueblo vecino. Lo traje en un auto que se alquilaba solo para los extranjeros, en dólares, para bendecir el homenaje, como era tradición muy antigua. Aunque me encontraba en mi modesto pueblo, me vestí como si concurriera a una fiesta en una gran ciudad. La escasa luz eléctrica, no obstante, hacía relumbrar mi nuevo reloj de oro Rolex. Ya anochecía y nadie llegaba. “ Ya vendrán”, me aseguraron. En la oscuridad empezaron a aparecer. Todos a la vez me querían abrazar, besar y felicitarme. Los que no podían hacerlo trataban de tocar mi ropa, la cara, el reloj... A los amigos de la adolescencia no los reconocí, estaban envejecidos. Resultaba embarazoso. Cuando me preguntaban: “Vatiu, ¿te acuerdas de mí?”, “¡Cómo no voy a recordarte!”; mentía, no era así. El nuevo cementerio estaba alejado del pueblo, en un lugar no apto para la agricultura; tenía aspecto de abandono. Me puse en campaña y en Karnobat pude construir una verja de hierro y un modesto monolito de mármol para la tumba de mi madre.

LA DESGRACIADA VIDA DE MI AMIGO DIMITER VALEV Después de algunos días en Cherkovo proseguí con mi primo hacia Burgas, sobre el Mar Negro. Aun cuando allí había cursado los dos últimos años del secundario costó orientarme, en especial por los nuevos edificios, calles, avenidas que habían cambiado de nombre y aspecto. Mientras tanto, apoyado en mi pasaporte argentino, recuperé de nuevo la

218 tranquilidad. Deseaba visitar todo lo que pudiera y ver a la gente amiga, sobre todo a Dimiter Valev, de una familia muy adinerada, que tanto me ayudara en el secundario; especialmente para poder abandonar el marxismo. Envié un pariente a buscarlo, en la casa paterna o donde fuera, indicándole que me encontraría a las 21 horas en el nuevo y gran hotel de la ciudad. Lo aguardé largo tiempo sin saber que Valev estaba esperándome afuera, porque entonces era un hotel para extranjeros y no se animó a entrar. Cuando salí a la calle divisé a un anciano que se acercaba despacio. Ni remotamente imaginé que fuera mi amigo Dimiter. Te- nía un año menos que yo, pero a los 48 era un anciano desgarbado, deteriorado físicamente, de cabellos totalmente blancos como algodón, rostro arrugado y voz temblorosa: “Vatiu, bienvenido”, decía mientras me extendía sus manos. “¿Dimiter, sos vos?”. Con lágrimas y sumamente emocionado balbuceó “Sí, soy yo”. Nos abrazamos. Advertí que no deseaba separarse y esperé que se desahogara. Lo invité al hall con el propósito de que conversáramos. Mi viejo amigo no se animó a entrar. Su ropa tampoco era adecuada para el brillo del espacioso hall. Se había graduado como profesor en Literatura y pese a ello, se sentía un ciudadano de cuarta categoría porque de primera era la elite, de segunda los acomodados, de tercera el pueblo que trabajaba y por último, de cuarta, los considerados opositores, que recibían malos tratos, peores trabajos y míseros pagos. Dimiter Valev, siendo joven y culto, había poseído talento suficiente como para triunfar en la vida por sus propios medios. Le gustaba escribir y publicaba en el diario local sobre historia y cultura búlgara de la Edad Media y Antigua. “Te observo muy decaído”, manifesté. “Sufrí muchísimo”, contestó, ahogado en lágrimas. “A la llegada de los rusos y los comunistas al poder, perdimos nuestra casa, la invadió gente extraña; fuimos arrinconados en una habitación. Mis padres sufrieron la falta de alimentación, enfermedades y carencia de medicamentos y murieron en la miseria. Me detuvieron infinidad de veces. Me arrestaban, me liberaban, volvían nuevamente a detenerme hasta el hartazgo. Me casé y en el matrimonio no me fue mejor. Nos separamos de hecho y judicialmente, pero como no pude conseguir dónde ubicarme tuve que compartir con ella la única habitación que poseía y la misma cama. Vatiu, es un infierno insoportable vivir con una persona a quien no se le dirige la palabra. No tienes idea del grado de sufrimiento que significa. Mi desgracia se origina en el hecho de haber tenido un padre conocido y de buena posición económica. Como sabían que no era comunista, por más que nunca abrí la boca tú conoces su slogan: “Quién no está con nosotros, está contra nosotros”. No encontraba palabras que pudieran consolarlo o animarlo. No tenía respuesta que dar a un ser querido que estaba en mis brazos, sumido en la desgracia. Me era absolutamente imposible hacer algo a favor de él y ayudarlo a aliviar su desesperada situación. Hasta me arrepentí de haberlo arrancado de su letargo existencial. No sabía cómo separarme de él. Me dolía el alma. Retorné otras veces a Bulgaria y a pesar de mi aprecio, nunca intenté reencontrarlo. Quise pensar que únicamente en otra existencia, encontraría la paz que tanto necesitaba.

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BULGARIA, UN BELLO PAÍS QUE VALE LA PENA CONOCER Después de recorrer las bellas costas y playas del Mar Negro, unas llamadas “la costa del sol” y las otras “las arenas doradas”, debíamos retornar al sur de Bulgaria. Para trasladarnos a Tracia con mi primo Teodoro cruzamos los Balcanes, primera vez que yo lo hacía. La belleza del panorama resulta inenarrable. Admiramos una intrincada caverna y un río subterráneo con cascadas, estalactitas y estalagmitas que semejaban una fantasía. También visitamos el renombrado monumento de los Balcanes, Shipka, luego de sortear 180 escalones. Fue construido después de 1879, en memoria de los soldados rusos y voluntarios búlgaros congelados por el frío cuando cuidaban el paso de los refuerzos turcos que querían llegar a toda costa a la asediada fortaleza turca Pleven, en el norte de Bulgaria. Es preciso destacar y reconocer que el nuevo régimen sembró el país de estatuas y de monumentos imponentes, por lo que vale la pena visitar y recorrer Bulgaria, quedará sorprendido por sus bellezas. Al regresar a Sofía visité a Karamaneff. Tenía un nuevo cargo: vicepresidente del Concejo Municipal de la ciudad de Sofía. Hombre joven, doctor en Ciencias Económicas, graduado en Moscú y casado con una mujer rusa. Es decir, con todo a su alcance para escalar posiciones políticas. Me invitó a comer a su casa y conocí su familia. Aproveché para contar el mal rato pasado a mi llegada al aeropuerto de Sofía. Con un gesto restó importancia: “Han puesto demasiado celo en su deber”. Me di cuenta de que el abuso de autoridad era común en aquellos tiempos. La policía de seguridad estaba por encima de cualquier otra institución, ya que respondía directa o indirectamente a la NKVD rusa. Disponía de la vida y muerte de cualquier persona, por más alto cargo que ostentara. Antes del regreso compartí en Sofía una cena con mis familiares, algunos de ellos fanáticos marxistas. Tras las copas de rigor comenzaron los discursos a los cuales estaban tan acostumbrados. Cuando hablé, en lugar de relatar las desventuras de mi llegada, mencioné las cosas buenas observadas y no así las experiencias tan desagradables. A mi regreso a Tucumán publiqué en el diario “La Gaceta” impresiones sobre mi añorada patria. También ofrecí una charla en la peña cultural “El Cardón” ante un público culto que, por entonces, se sospechaba discretamente izquierdista, y la ilustré con diapositivas. Suavicé mi crítica y analicé objetivamente todo aquello que merecía ponderarse con honestidad. Sin duda, en los veintidós años que yo había faltado, el pueblo había trabajado sin descanso a pesar de que los hombres y mujeres recibían jornales miserables y vivían sin esperanza de progresar en lo más mínimo. Sin proponérmelo, me convertí en un propagandista del socialismo. A pesar de algún mal rato vivido, regresé cargado de nostalgia y admiración por mi abnegado y laborioso pueblo. Especialmente por nuestros campesinos.

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LA TEMIBLE FRONTERA ENTRE EL YUGO Y LA LIBERTAD Durante mi segunda visita a Bulgaria, mi primo Teodoro, que todavía gozaba de cierta libertad bajo el comunismo para viajar a los congresos internacionales, se ofreció a acompañarme (con su Fiat 600) hasta Viena. Al acercarnos a la frontera de Hungría con Austria, en pleno campo abierto, encontramos una barrera custodiada por soldados rusos. Nos revisaron la documentación y nos dejaron pasar. Al avanzar unos 500 metros, encontramos otra barrera más grande con soldados con ametralladoras a cada lado del camino, donde nos revisaron minuciosamente otra vez. Creíamos ingenuamente que todo había terminado. Sin embargo, más adelante me asusté. Era un espectáculo aterrador observar una gran barrera, una gigantesca muralla y bocas de ametralladoras que nos apuntaban de todas partes. A la izquierda había un respetable edificio; calculo que sería la comandancia. Todos los soldados llevaban metralletas en sus manos; parecían listos para disparar. Se me revolvió el estómago. Creí que por allí no pasaríamos nunca. Los rusos, a pesar de ser nuestros viejos hermanos, se habían convertido en símbolo del terror. Lo gracioso era que a ellos no les interesaba lo que había del otro lado de la alta muralla, es decir, Austria y el Occidente. Lo que temían era que se les escapara la gente de su “paraíso”, de la esclavitud comunista, porque se consideraban los futuros amos del mundo. Nos rodearon, ordenando que nos bajáramos del vehículo. Se llevaron nuestra documentación. Nos miraban como a delincuentes. Sumido en la desesperación observé los enormes alambrados seguramente electrizados que se extendían a los dos lados del alto paredón. Por todas partes soldados con perros amaestrados para cazar, pero no animales de presa sino a seres humanos como nosotros. Sólo faltaba una señal y me habrían despedazado en sus garras. Pusieron el auto en una fosa y lo revisaron minuciosamente junto con nuestro equipaje. Nos interrogaron todo lo que quisieron saber hasta que nos devolvieron la documentación y se levantaron lentamente las pesadas barreras. Inseguro, mi primo preguntó: “¿Ya podemos partir?”. Sin respuesta, subimos al auto y nos marchamos. En suelo austriaco un solo soldado estaba en la garita. Levantó la barrera, nos dio cordialmente la bienvenida, pidió los pasaportes, los selló, los devolvió y haciendo la venia nos deseó un buen viaje. Sin ningún problema, cuando anochecía, llegamos a la Viena Imperial. Mientras viajábamos me trasladé en el tiempo, cuando las radios de la BBC de Londres y de Moscú propalaban noticias que le convenían como la única verdad, pero no el traicionero arreglo que los aliados habían hecho con Stalin, entregándole seis países de pueblos milenarios al terror de los soviets. Siempre me pregunto ¿por qué eran tan desalmados? Quienes programaban el futuro sin piedad, ¿no eran los grandes capitalistas y sus aliados? Los estudiantes extranjeros habíamos leído en la

221 prensa nazi de ese infame arreglo, pero claro, como no le teníamos confianza a los nazis, nunca creímos que pudiera ser cierto. Hoy “los aliados” de nuevo con sus agresiones preventivas siguen masacrando millones de personas, destruyendo países enteros sin alma y sin piedad.

DE NUEVO CON EL DR. FÄRBER Estaba ansioso por volver a ver a Alemania, que había dejado totalmente destruida y esclavizada. Fue grande mi sorpresa al ver todo lo que se había construido. Se había convertido en un país nuevo. Era evidente que aquel sacrificado pueblo había trabajado día y noche. Fui a visitar a la inolvidable familia Färber, que ya no vivía en la mansión de Gräfelfing. Alquilaba una decorosa casa en las afueras de la ciudad. Su hijo Armin había sobrevivido la guerra y se había graduado de médico y trabajaba en una ciudad en el norte de Bavaria. Sus dos hijas se habían casado con los oficiales norteamericanos y se fueron a vivir allí. Después de la larga conversación de los “viejos” y tristes momentos que vivimos me comía la curiosidad por preguntarle: “Dr. Färber, Ud. que es un apolítico y antinazi, y bien informado, ¿es cierto que al final de los cálculos, los nazis han liquidado nada menos que 6.000.000 de judíos?” Él, ya viejito, pero todavía con su habitual y ceremoniosa expresión me manifestó: “Pero Herr Koralsky, quién puede tener los números exactos de aquel desastre en los abandonados y desabastecidos campos de concentración llenos de desdichados prisioneros. Ud. sabe que el loco de Hitler nos metió en una descabellada guerra que nunca podríamos ganar. Él se pegó un tiro pero dejó al masacrado pueblo alemán por el suelo y de rodillas. La comunidad hebrea, desde su poder en el mundo, necesitaba mucho dinero para levantar un nuevo Estado en el desierto de Palestina. ¿Quién más que el derrotado pueblo alemán debía poner los cientos de miles de millones de dólares?” Pero fue aún más expresivo y un tanto alegórico al decirme: “Vea, Herr Koralsky, todas las ventajas que los judíos han obtenido de la persecución que el estúpido Hitler les ha ocasionado por haberles metido en los improvisados campos de concentración porque el judaísmo le declaró la guerra, más la destrucción y la nueva humillación y castigo que ha traído al pueblo alemán, junto con ellos debemos levantar un enorme monumento, pagado claro está por nosotros, con la inscripción arriba: ‘Gracias Hitler por habernos perseguido’, y abajo: ‘¡Oh maldito Führer –de la clase obrera–, nadie en el mundo entero ha ocasionado como tú tanta destrucción, muerte y humillación a su propio pueblo, por empezar una guerra sin prepararse lo suficiente, por más razones que tuviera!’” Después de eso, para no quedarme corto, yo le contesté: “Mire, estimado doctor, a Stalin los innumerables pueblos que cayeron bajo su despiadado terror y por los 7 millones de ucranianos muertos de hambre, deben elevarle un monumento aún mayor con la leyenda: “¡A vos, Stalin, te declaramos el asesino y torturador más grande que ha existido sobre la Tierra!”, para recuerdo de las futuras generaciones”

EL GOLF, UNA SALVACIÓN.

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(CONSEJOS PARA AFICIONADOS) Hasta los cuarenta y nueve años no había practicado ningún deporte a no ser trabajar incesantemente, ir de un lado para otro, subir y bajar a las corridas las innumerables escaleras de los edificios que construía. Mientras mis piernas se fortificaron mis manos se debilitaban. Prácticamente no hacía nada con ellas más que calcular, comer y firmar cheques. Comencé a percibir una extraña sensación de calambres, como si perdiera la sensibilidad. Mis dedos en las mañanas parecían entumecidos. Me posesionó el fantasma de la invalidez. Recurrí a especialistas de Tucumán y luego me sometí a un sinfín de análisis en el Centro Privado de Córdoba. En la entrevista final con el Dr. Caeíro, me preguntó qué deportes practicaba. Trabajar, fue mi respuesta. “Le sugiero que empiece a jugar golf.” “Doctor, dígame cualquier otro deporte, menos golf.” Insistió que si no lo practicaba quedaría con los dedos duros, agarrotados. Me resultaba absurdo. A los pocos meses fui de vacaciones a Mar del Plata. Encontré a un amigo golfista: José Muggeri, era el fabricante de los ascensores Volta que yo usaba. Al comentarle mi dolencia de inmediato me invitó a “Sierra de los Padres Golf Club”. El profesor Manolo me impartió las elementales indicaciones, el modo de tomar el palo y cómo hacer el swing. Me dejó practicando solo, hasta que ordenara la salida de los jugadores. En lugar de rozar el césped, como me indicó, descargaba la fuerza contra el suelo. Tanto era mi empeño, que no me di cuenta de que mis manos se estaban llenando de ampollas. Al retornar a Tucumán, el trabajo acumulado me agobiaba y durante un mes no tuve tiempo de pensar en el golf. Las manos siguieron adormeciéndose. Un día me levanté con una idea fija. Dejar todo y buscar el dichoso campo de golf. Allí conocí a mi futuro profesor, Jorge Ramón. Gracias a su extrema paciencia y a mi no menor empeño, años después llegué a ser “uno de los destacados golfistas”, según el diario “La Gaceta” en su edición del 31/12/81. Ese deporte me costó una fortuna, porque descuidé la empresa, realicé gratuitamente muchísimos trabajos de terminación de la nueva Country House, y muchas reparaciones de trabajos mal realizados, además de costear desde hace ya más de veinticinco años el torneo de golf senior y presenior, incluyendo un almuerzo, pero salvé mis manos. Tengo la impresión de que la práctica en el manejo de las herramientas y en especial de la guadaña en mis años de adolescencia posibilitó un swing rítmico, suelto, con el cual pude recrearme y superar la movilidad de las manos. Además del placer de obtener incontables trofeos, tres medallas de oro y hacer en un torneo “hoyo en uno”, en la cancha del Jockey Club de Tucumán, donde fui admitido como socio propietario. Creo que otro mérito es el haber llegado a doce de handicap y además los halagos de mis compañeros, quienes dicen que tengo tiros como “tiralínea”. Considero que no menos relevante es que en el año 1996, en un torneo internacional de golf senior en la cancha Príncipe de Gales, en Santiago de Chile, entre 200 jugadores, el primer día salí 1º con 64 golpes para lo que recibí un hermoso trofeo,

223 además de salir 2º por mi golpe en mi categoría. También en el Torneo Abierto de Golf de Tucumán, en el año 1997, realicé el 1º y 2º día 64 neto c/u y en los dos últimos días 67 golpes, un récord tal que el 2º quedó con 15 golpes de diferencia. A mis amigos golfistas que quieran ganar un torneo importante les recomiendo no esperar a la casualidad de tener suerte, sino ponerse a practicar, tomar clases, tener un buen caddy que conozca su juego, practicar cientos de aproachs y una gran concentración mental. A los nuevos golfistas, me permito darles un consejo: a) Fijar en la mente la línea de tiro. b) Sacar despacio el palo con la mano izquierda girando (y no sacar la cadera) hasta llegar arriba en la horizontal y hacer time (pausa). c) En el down swing, tirar al palo con el hombro y mano izquierda, pasar “por adentro” y pegar de la pelota para adelante (no contra la pelota), estirando los brazos y llegar hasta la espalda, suave, sin hacer fuerza, sino ritmo y velocidad. Recordar siempre que lo más importante es en todo momento mirar la pelota y sentir la mano izquierda, porque ella es la que asegura una línea recta y un buen éxito, porque la mano derecha se impone automáticamente por ser más fuerte. Seré uno de cada mil o diez mil jugadores de golf que usan solo la mano izquierda, pero también a los 87 años recibo halagos de los que juegan conmigo. En el green pararse frente a la pelota ya relajado, apuntar sacando el putter en línea al hoyo, despacio (no histérico), y pasar acompañando a la pelota en la línea deseada. No olvidarse que la distancia la fija su subconsciente. Para poder usarlo exitosamente es conveniente hacer algún curso de control mental, que es muy útil. Tenga siempre en cuenta que pararse “dormido” sobre la pelota es lo más antipático para los compañeros, lo saca del juego.

EDIFICIO “24 DE SETIEMBRE” Cuando concluí el edificio “Independencia” y antes de finalizar el edificio “San Vicente”, inicié con afán la búsqueda de un terreno de adecuada ubicación y medidas para levantar otro de similar categoría. Construir monoblocks en altura se había transformado para mí en rutina. Me avisaron que el Sr. Santiago Kohn dueño de un negocio de materiales eléctricos de la calle Maipú 1ª cuadra, de origen hebreo, deseaba conversar conmigo. “Toda esta esquina que ve al frente, 24 de Setiembre y Maipú, en pleno centro de Tucumán –señaló con un dedo– se la cedo. Podemos formalizar el mismo trato que hizo con mi paisano Dimond. Construya un edificio en propiedad horizontal, a cambio de los salones en la planta baja.” Yo desconocía que esos viejos conventillos pertenecieran a don Santiago. “Trato hecho, pero lo único que deseo es que no le ocurra lo mismo que a don Salomón”, respondí en broma, contándole lo sucedido con la aflicción de ese buen hombre al ver demolida su preciosa esquina… Antes de terminar la obra, mis colaboradores insistían en que el edificio llevara mi nombre. Si bien no estaba en mis planes, acepté. Con ese propósito dibujamos

224 letras de un metro de altura y enviamos los diseños a la fábrica de porcelanas Tsuji de donde había comprado todo el revestimiento de los enormes frentes (ver foto) Una vez recibidas las letras se empotró verticalmente en la esquina, primero la palabra “Edificio” y a su costado “Vatiu Koralsky”, en toda la altura del edificio. Costó trabajo colocarlas y también hacerlo con las pastillas o los pedazos necesarios a la vuelta de las grandes letras. Finalizada la obra mi nombre se divisaba por la Avda. 24 de Setiembre desde lejos. Creo que fue el letrero más alto e imponente de todo el norte argentino. Durante más de dos meses me detenía allí y levantaba la vista para observarlo. Me torturaba que mi nombre estuviera exhibido de esa forma en la vía pública. Resultaba poco modesto y dejaría a mis herederos esa carga, como si se tratara de ostentar riquezas, poder o grandeza. Antes de que transcurriera más tiempo instalé un nuevo y sólido andamio de 35 metros de altura y arranqué una a una las pastillas que formaban las enormes letras. Llené luego prolijamente el espacio vacío. A pesar de los considerables gastos que representó el costo de las letras, su colocación y su desmantelamiento y el asombro de la gente, hoy sigo persuadido de que fue una decisión acertada que me dejó dormir tranquilo. Sin embargo a pesar de que hoy el letrero no está, la gente recuerda su imponencia y el edificio lleva mi nombre. Fue el segundo edificio en el país con un portero eléctrico televisado. A la entrada por la avenida, y encima del tablero, se embutió una cámara que tomaba la imagen de quien llamaba y la transmitía al monitor que coloqué en cada departamento, además de una importante antela colectiva para la telvisión.

LA TEMIBLE SUBVERSIÓN EN TUCUMÁN En aquellos tiempos, también gobernaban los militares, existían disturbios con los estudiantes universitarios izquierdistas. Poco a poco, ganaron el centro de la ciudad en un intento de coparla. Entre las propiedades que tomaban de noche los subversivos, estaba el edificio “24 de Setiembre”, desde donde hostigaban con disparos a la policía, por lo que a duras penas pude terminar ese edificio. Había nombrado como administrador del nuevo edificio a un señor de apellido Galán. Sorpresa: una mañana se me presentó diciendo que como le merecía confianza, debía informarme que su hijo, estudiante no sé de qué facultad, y uno de los cabecillas de la subversión estaba escondido en un departamento. Tenía captura recomendada y deseaba entregarse a las autoridades del ejército, pero no a la policía. Temía que le rompieran los huesos. Sabedor de que conocía al jefe policial, teniente coronel “P”, muy afligido me pidió que intercediera por él. Prometí hacerlo, pero me equivoqué. Además de ser un desconocido para mí, este joven formaba parte del grupo subversivo que me amenazaba de muerte constantemente. Al anochecer, luego de concluir mis tareas fui a la jefatura. Después de cuidadosos controles llegué a él. Me saludó, acaso extrañado de una visita en hora tan

225 desacostumbrada. Expliqué con detalles el problema, solicitándole su palabra de honor, a fin de que el muchacho no fuera maltratado. “¡Ajá!, ¿de modo que por ese motivo me visita usted? Mire, señor, aquí no se pega a nadie y menos rompemos los huesos.” Levantando el tono agregó: “Por lo que acaba de expresar, merece que lo meta preso”, y a los gritos casi desaforados, que yo no esperaba ni merecía, inquirió que le dijese dónde diablos estaba el subversivo. Al instante me di cuenta de que por salvar a alguien que no conocía, me convertía en un cómplice. Como había prometido ayudarlo, resolví afrontar las consecuencias. A esa altura de la conversación, indignado, a gritos, le dije: “Usted es el jefe de Policía y puede hacer conmigo lo que se le antoje”, y reiteré que había ido allí en una misión de colaboración. Mientras tanto sonaban los teléfonos y mi interlocutor daba cortantes órdenes. Una de las llamadas, al parecer, estaba destinada a sacarnos de tan embarazosa situación; era de larga distancia, y la atendió con cortesía. Luego de repetir varias veces “sí, señor Presidente, entiendo, señor Presidente”, colgó el teléfono y dirigiéndose a mí expresó: “Vea usted, nos volvemos locos buscando a los subversivos que están arrasando la ciudad, y el señor presidente, teniente general Lanusse, me ordena liberar los presos para buscar un arreglo”. Respiré con alivio y sin perder un minuto, un poco molesto, me despedí sin extenderle la mano.

ESCUELA DE MONSEÑOR DÍAZ En 1970, al concluir el edificio de la Avda. 24 de Setiembre esquina Maipú, organicé una recepción y agasajo para 480 personas en las terrazas. Era un acontecimiento para nuestra ciudad. Entre las personalidades invitadas se hallaba monseñor Gregorio de Jesús Díaz, párroco de la iglesia Santo Cristo en la Banda del Río Salí, al Este de Tucumán, a quien conocía como un sacrificado sacerdote fundador de varias escuelas de bien público. Con evidente emoción consideré que era propicio hacer una obra de bien a la comunidad. Entregué a monseñor un cheque equivalente hoy a treinta mil dólares, para ayuda de su obra apostólica. Invitado por él, concurrí a conocer su escuela. Se dictaban clases en viejos tranvías y omnibuses con ventanillas sin vidrios. Regresé destrozado. No se iban de mi cabeza los chiquillos que se asomaban y nos saludaban por los huecos con tanta ingenuidad. Recordaba el drama de mi niñez, ya sabía que aquí los padres no son capaces de hacer con sus propias manos ni una pieza de material para su familia, y menos un aula para sus hijos. Mientras en mi remoto pueblo, los aldeanos habían construido no sólo la escuela para la primaria, sino también un salón para teatro infantil. Me di cuenta también de que con el dinero donado ese tenaz sacerdote no podía hacer mucho. Después de algunos días fui nuevamente para darle la buena

226 nueva: había decidido construir gratuitamente la obra que necesitaba. Me dijo que hacía tiempo que la dirección de Construcciones Escolares le estaba haciendo los planos que no llegaban. Según era mi norma de destacarme como “ingeniero alemán y argentino también” confeccioné rápidamente los planos hasta el último detalle y empecé la obra de inmediato. En un tiempo récord construí ocho aulas, una secretaría y doce baños. Cuando comenzó el período lectivo de 1972, monseñor Díaz deseaba hacer una inauguración adecuada a la circunstancia: no me quedaba otra alternativa que correr con todos los gastos. Al lunch fue invitada la comunidad de Banda del Río Salí, el gobernador Prof. Sarrulle y el arzobispo de Tucumán, Monseñor Blas Victorio Conrero, a quien conocía desde su llegada a nuestra ciudad. Además, a las largas filas de mesas se agolpó mucho público y sin duda los padres de los alumnos que no solo no cumplieron con su deber, ni pusieron un peso pero se alistaron para festejar a costa ajena. Sobre una pared de la escuela, el párroco, sin que yo lo supiera, colocó una placa: “Pabellón Ingeniero Koralsky”. En el discurso inaugural critiqué no sólo a las autoridades provinciales, sino también a los estudiantes que pretendían más de lo que merecían y especialmente a los sacerdotes: “Hay sacerdotes que estando satisfechos, y bien alimentados en la tierra, consideran que tienen asegurado un lugar en el cielo, mientras monseñor Díaz, con su delgada figura, ojos profundos y con marcadas arrugas en su rostro, sacrifica su vida y salud en beneficio de la comunidad, como sacerdote y como educador”. A los estudiantes, que su deber era estudiar, graduarse, capacitarse y no perpetuarse en las aulas ocupándose de política, que deben dejar en manos de los mayores. A los políticos, a reflexionar: Si de sus bolsillos darían lo que ofrecen y si como gobernantes cumplirían lo que prometen. Si no lo hacen son irresponsables demagogos. Tras otros conceptos concluí, señalando que no olvidáramos que el símbolo de la paz es el desarrollo, el bienestar y si queremos un futuro mejor, cada uno de nosotros debe trabajar para construir un país más justo en un mundo más feliz. Como los alumnos eran de una gran fábrica de azúcar mas otra internacional, resalté: “A los que tienen mucho dinero quisiera asegurarles que donar para los mas pobres, para los nece- sitados, con amor, trae una gran satisfacción y un gran alivio espiritual”. Recibí un gran aplauso por parte del enorme público. Al año esas dos grandes empresas se esmeraron en ampliar la Escuela y otras dependencias.

COLEGIO DEL HUERTO CUIDADO CON LOS GRANDES ORADORES A pesar de que me formé bajo las normas cristianas ortodoxas envié a mis hijos a colegios católicos, porque siendo mi esposa católica, educada en un colegio de esa Iglesia, yo tenía que bautizarme de nuevo y pasar al catolicismo. Mientras mi hijo Dante concluyó el secundario en el Sagrado Corazón, Victoria lo hizo en el Colegio del Huerto. Tanto me entusiasmaron los planes de la directora, reverenda madre

227 Angela Colomo, que me convertí en su asesor personal y un activo dirigente de la cooperadora de padres del colegio. En varias oportunidades representé a la institución en los colegios de esa congregación en otras provincias. Entre otras actividades, tengo siempre presente el recibimiento del arzobispo Blas Victorio Conrero en el puesto fronterizo, a su llegada a Tucumán desde Córdoba por vía automovilística. Fue la madre Angela, con otra religiosa, mi esposa y mi hija los primeros que le dimos la bienvenida al pisar el suelo tucumano. Hemos sido amigos de él hasta su temprano fallecimiento. Lo mismo sucedió a la llegada de la Madre Superiora en el mundo de los colegios del Huerto. Le tributamos una gran fiesta en las instalaciones de nuestra sede y un discurso de bienvenida a mi cargo. En aquel tiempo las uniones de los padres de los distintos colegios eran muy activas. En Tucumán se realizó un encuentro nacional de alumnas y padres de todos los colegios similares en el país. Entre las reuniones y los festejos realizados, el desfile llevado a cabo en el teatro San Martín fue inolvidable. Sin duda una obra minuciosamente planificada por la directora, a quien yo siempre apoyaba. En esos días Tucumán se vistió de fiesta. Algo así no se repitió más en ningún otro colegio. De entre mis iniciativas y actividades en el colegio me quedó una gran lección: en el gran encuentro mencionado, los padres resolvimos hacer un estatuto para que sirviera de guía y ejemplo de cómo deben educarse nuestras hijas, cómo debían proceder las religiosas y qué apoyo moral y ético debían brindar los padres. Se resolvió que cada unión de padres elaborara un anteproyecto y en una nueva reunión nacional, se debatieran los treinta puntos esbozados y se escogieran las mejores propuestas. La conferencia se realizó en Catamarca durante un fin de semana largo. Todavía recuerdo cómo fui derrotado y aplastado por la mayoría. A fin de que las deliberaciones fueran más ejecutivas, a pedido de la madre superiora argentina con asiento en Córdoba, se resolvió dividir la asamblea en tres comisiones. Sabedor de las discusiones que cuestan para llegar a un acuerdo, a fin de elaborar una propuesta definitiva, tomé la palabra e hice notar que, como cada colegio traía su proyecto bien estudiado, aquellos 30 puntos estatutarios se dividieran en tres, y que cada comisión elaborase una propuesta definitiva para diez de los puntos y con el dictamen de las tres comisiones se formaría el estatuto anhelado. Pero después de mí, tomó la palabra un abogado de Santa Fe que me demolió. Apeló al derecho democrático que cada unión de padres tenía para opinar sobre cada punto de los estatutos y, por lo tanto, que cada una de las tres comisiones estudiara los treinta puntos (con lo que habría tres proyectos). El orador hizo gala de su retórica al repetir varias veces la palabra democracia, atrajo la atención de todos y sedujo de tal manera que cuando terminó, la sala explotó en aplausos de aprobación. Como abogado el hombre tenía dotes de orador, pero carecía de imaginación. Al final la Asamblea, en vez de tener un estatuto completo de treinta puntos y corregir algo si quería, tenía tres proyectos, tres propuestas y no sabía con cual quedarse porque cada comisión defendía su propuesta; las discusiones podían durar no horas, sino días.

228 Claro, no se puede tener todo a la vez. Por eso en las elecciones ellos hablan, prometen, seducen, son nuestros gobernantes, nuestros legisladores, y no hablemos de la justicia y su entorno; por eso nuestra muy rica y gran patria llega cada tanto al precipicio. El día sábado, una tarde entera hasta entrada la noche se escucharon los debates sobre las propuestas de las tres distintas comisiones. Al final cada una entregó su propuesta. En definitiva, contábamos con tres proyectos de treinta artículos cada uno. Mientras, yo apuntaba a un solo proyecto definitivo. Al constituirse la asamblea, al día siguiente, era lógico que cada comisión defendiera su proyecto de treinta puntos. Había tantos oradores que se explayaban sin duda para des- tacarse pero sin concretarse nada. Al final llegamos a la siete de la tarde y aún faltaba más de la mitad del temario. La mayoría de las delegaciones empezaron a retirarse para viajar a sus provincias. La asamblea de los catorce Colegios del Huerto había fracasado porque la mayoría se dejó seducir por un simple manejo retórico. Como ingeniero e importante empresario me consideraba un hombre práctico, por lo que antes de retirarnos con nuestra Madre Directora, insistí antes la Madre Superiora de Córdoba que elija treinta puntos y de un plumazo diera corte definitivo, promulgando los estatutos; y así sucedió, porque no había otra salida. Conclusión: siempre tuve la certeza de que un buen orador es un peligro potencial porque es capaz de arrastrar a las masas donde quiera, frente a él no se tiene tiempo de pensar ni de reflexionar y las masas se solidarizan con todo lo que el orador dice y quiere. Todavía retumba en mis oídos el discurso del presidente de facto, general Galtieri desde los balcones de la Casa Rosada cuando gritaba: “Los ingleses nos están amenazando, que vengan, les presentaremos batalla”. Estamos más cerca de las Malvinas, pero se equivocó amargamente. Ellos tienn una gran flota y mucha experiencia en el mar. La masa popular que colmaba la Plaza de Mayo respondía: “Que vengan...” Después el pueblo, los jóvenes, sufrieron y murieron en vano... De este modo muchos políticos conquistan la voluntad de las masas y arrancan sus votos, con el consiguiente fracaso y sufrimiento. En consecuencia: es evidente que las masas, en conjunto, no actúan racionalmente y muestran un bajo cociente intelectual.

DIRECTIVO EN EL BANCO EMPRESARIO Conforme transcurrían los años me había convertido en un prestigioso empresario de Tucumán, por lo cual en 1968 fui invitado a integrar el Directorio del Banco Empresario de esta provincia. Había sido una cooperativa fundada el 21 de julio de 1958 y recibido la autorización para transformarse en banco el 15 de diciembre de 1966. A pesar de mis ocupaciones, accedí de buen grado. Considero que esa distinción no ha sido en vano. Durante los tres años que me desempeñé, creo

229 haber contribuido a su crecimiento. Hacía mucho tiempo que quería constituir una fundación de mi empresa con el propósito de otorgar becas a estudiantes sin recursos, pero dotados de condiciones. Para ese fin había recopilado estatutos y antecedentes de varias fundaciones con fines benéficos y elaborado un anteproyecto. Al comentar mi propósito con algunos de mis compañeros del directorio, se mostraron muy entusiastas. Lo gracioso fue que al presentarles los antecedentes e irme de vacaciones, mis compañeros del Directorio habían aprovechado mi ausencia aprobar, apresuradamente, una fundación del Banco. Con esto dejé sin efecto mi propósito. El otro y aún más importante logro en ese lapso, entre otros, fue la adquisición del terreno del lado sur y la ampliación de la casa central. Nunca me olvidaré de los sufrimientos y la angustia que vivimos. Cuando un banco es el comprador del único terreno posible, y el vendedor es un hábil, sordo y experimentado abogado, las tratativas se tornan a veces muy resbalosas. Cuando invitamos al distinguido Dr. Belfiori a una reunión, pidió un precio muy alto. Al invitárselo a una nueva reunión, el astuto vendedor no fue y comunicó que había resuelto no vender. Pasaba el tiempo, el banco seguía creciendo, los espacios escaseaban y la ampliación se hacía indispensable. Me había propuesto encarar personalmente las tratativas. Invité al vendedor a una reunión como amigos y le expliqué que lamentablemente él había perdido la oportunidad de vender bien su terreno. Que el directorio había estudiado comprar máquinas modernas y evitar una costosa ampliación. Al final me ofrecí a hablar con el directorio para reanudar las tratativas y ver si estaban de acuerdo. Pero que se preparara a bajar el precio. Avisé a mis compañeros de la buena novedad. El entusiasmo era tal que a pesar de mi advertencia de que debía seguir yo solo el que tratara con él, por celos decidieron invitarlo en el directorio. Esa imprudencia costó al banco varias veces más de lo que mi gestión hubiera conseguido. El amable recibimiento y las atenciones que le brindaron mis contentos compañeros resultaron contraproducentes. El viejo y astuto profesional se agrandó de nuevo. Cansado de tantos celos, presenté mi renuncia que fue aceptada con una importante despedida.

EL EDIFICIO “BULGARIA” Como ya expliqué, cuarenta años atrás mucha gente informada de Tucumán no sabía siquiera que existía mi país. Además pensaban que yo era un judío errante nacido en Bulgaria, y convertido en cristianismo igual que Carl Marx. Me había prometido erigir un edificio que llevara el nombre de mi vieja patria. Deseaba una obra relevante, pero como en aquel momento las agitaciones marxistas eran cada día de mayor intensidad me apuré a tomar una decisión con el primer terreno que encontré: la esquina de Muñecas y Corrientes, en diagonal a mi casa de entonces, donde convertí en realidad mi propósito.

230 Terminada la estructura de hormigón armado y con adelantos en la mampostería, se produjo el llamado “Cordobazo”; corría 1969. Se rumoreaba acerca de un estallido similar, “el Tucumanazo”. Tenía acumulada en la planta baja la madera usada en el encofrado. A los estudiantes se los veía muy activos. En pleno centro preparaban barricadas, lanzaban cohetes y “miguelitos” que son púas de tres puntas y pinchan fácilmente las cubiertas de los vehículos, encendían fogatas; se desplazaban de una esquina a la otra o se introducían rápidamente en las casas prefijadas; subían y corrían por los techos y cuando la policía menos lo esperaba, recibía de las cornisas andanadas de piedras y cascotes. Hacia la noche, la ciudad oscurecida se convertía en un pandemónium de gritos, corridas, estallidos y gases lacrimógenos. En la noche del 29 de mayo, desde mi domicilio privado, escuché gritos. La empleada doméstica me alertó sobre un grupo de estudiantes refugiados en la obra. No sabía qué hacer. Temía que prendieran fuego a la montaña de madera, con los consiguientes daños en su Estructura que se podía derrumbar. Observé que los revoltosos se llevaban tablones y tambores a la bocacalle e improvisaban una barricada para detener el tránsito, y en especial a las fuerzas de seguridad. Felizmente se dispersaron no sé por qué. Salimos con mi hijo a trasladar nuevamente los materiales al edificio. Nos detuvimos luego junto a un vecino frente a mi casa a mirar hacia el centro, donde ya se alzaban fogatas alimentadas con cubiertas de automóviles, embalajes y material combustible de los negocios. De repente aparecieron a contraluz dos jeeps policiales. Mi vecino se perdió como una flecha en su casa gritando: “¡Corran, corran!”. No sabía que se había decretado un toque de queda después de las 21 horas. Lejos de asustarme, por haber colaborado con las fuerzas del orden, despejando las barricadas, nos dirigimos con Dante hacia la puerta de mi casa, ubicada justo en la esquina. Mientras embocaba la cerradura, escuché un disparo y el impacto dio en el revestimiento del frente: era un proyectil lacrimógeno que no explotó. Temblando de miedo me di vuelta, levanté las manos clamando: “No disparen” pero nadie me escuchaba. Del segundo jeep lanzaron otro proyectil desde corta distancia. El cartucho dio en el costado derecho de mi abdomen, perforó el saco, pulóver y la ropa interior; destrozó el cristal de la puerta de acceso, hizo un boquete en el revoque de una pared interior y fue a parar en la cocina, pero por fortuna tampoco explotó. Al rozar mi cuerpo el proyectil de 18 cm de largo por 3 cm de espesor, me arrojó al piso. Me incorporé preso de un intenso dolor y fui directamente a la cama, donde advertí un inmenso hematoma negro. Mi indignación fue grande. Hasta tanto llegara el médico, llamé al diario “La Gaceta” para denunciar la barbarie que cometía la policía contra un ciudadano inocente que había colaborado con ella. La noticia repercutió además en “La Nación” de Buenos Aires. Tuve que someterme a revisiones, radiografías y quedarme un tiempo inmovilizado. Aunque el hematoma se disipó y el dolor fue desapareciendo, durante varios inviernos me abstuve de jugar golf, pues los tejidos

231 internos afectados, al contraerse por el frío, me producían un dolor agudo. Días después del ataque se presentó un alto funcionario policial en casa para ofrecer sus excusas, justificando la actitud policial ante la impotencia de encontrar a los subversivos. Poca gracia me hizo su observación: “Tuvo usted mucha suerte porque desde esa distancia, de haber impactado de frente el proyectil, le habría hecho un boquete y no estaría vivo para contarlo” En los meses posteriores agilicé la construcción del edificio “Bulgaria” y una vez concluido, según acostumbraba, invité a la inauguración a personalidades destacadas de la sociedad, banca, industria y comercio. En mi discurso puse énfasis en el hecho de que muchísimos cristianos ricos van a la iglesia, golpean sus pechos pero aferrados a sus bienes olvidan a los demás. No pagan a la gente que trabaja para ellos lo suficiente para poder vivir con dignidad. Recibí forzados aplausos por la severa recriminación, algunos habrán pensado que había sido un discurso acorde con una Bulgaria comunista, pero nadie podía objetar la verdad ni dudar de mi ideología. Frente al edificio coloqué en letras de mármol: “Edificio Bulgaria”. Saqué una fotografía, la enmarqué y la envié al embajador de mi país, con quien mantenía una estrecha amistad. No lo invité a la ceremonia por cuanto el comunismo estaba en su apogeo y temí ser tildado de marxista, según me lo advirtieron. Al obsequiarle la foto, en son de broma le pregunté: “Al país lo tienen en bandeja, ¿qué hacen que no lo toman?”. Respondió: “Tomar el poder es un arma de doble filo. En primer lugar, no es tan fácil y además, para edificar el socialismo hace falta trabajar duro y a los argentinos no les gusta, por consiguiente habría que matar a la mitad”. ***

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CAPÍTULO X EL PRIMER CAMPO QUE COMPRÉ (UN GRAN DOLOR DE CABEZA) Durante 1973 se consideraba buena inversión comprar campos como una forma de “repartir los huevos en varios canastos” –como dice la gente– y decidí adquirir uno. Mientras que en Europa se trataba de pequeñas parcelas, por lo general de una hectárea, en la Argentina se hablaba de miles de hectáreas. Quería experimentar la sensación de ser dueño de tanta cantidad de tierra. Experiencia, confieso, que me costó un grave dolor de cabeza. Adquirí 3.000 hectáreas. Aboné gran parte de ellas al contado y el resto en diez cuotas mensuales mediante pagarés garantizados con seis departamentos de un edificio construido por mi empresa. Me hice cargo asimismo de un crédito de poco monto en el Banco Provincia, por el que el vendedor suscribió un documento por once mil dólares. Fui de inmediato a reemplazarlo por otro firmado por mí, por lo que ese documento no tenía ya ningún valor. Pedí el pagaré del vendedor pero me contestaron que lo buscara en una semana. Pasaba el tiempo y el maldito documento no aparecía, hasta que nos olvidamos de él. Al tiempo recibí la notificación de que el vendedor me había demandado por incumplimiento de contrato, porque no devolví su documento dentro de los sesenta días fijados y por haber vendido por error uno de los departamentos ofrecidos en garantía. Que seguro el vendedor mandó a alguien a comprar uno de esos departamentos. No presté mucha atención, porque había abonado ya la mayoría de las cuotas. Pero el juicio siguió en todas las instancias. Se juntaban las cédulas amarillas, hasta que un día recibí la última. Vino mi abogado a darme la mala noticia: el juicio estaba definitivamente perdido. Antes de hacer la operación tuve referencia de que el vendedor no era buena persona, pero como quien debía cumplir con los pagos era yo, no me afligí. Con el juicio en marcha supuse que a la larga la justicia iba a prevalecer y que ningún juez me iba a condenar habiendo abonado puntualmente toda la deuda –pero me equivoqué amargamente–. Ciertamente no había condena, pero tenía que abonar los honorarios fijados por la justicia, no sobre el monto del documento del banco no encontrado y devuelto a término ni por el monto del departamento enajenado con anticipación, sino sobre el monto total de la venta, más de dos millones de dólares al valor de entonces. Sin duda había un acomodo con la justicia –algo muy peligroso y que se debe tener en cuenta que los rumores públicos de que hay jueces corruptos y abogados inescrupulosos; ¿sería cierto? El largo juicio terminó en varios tomos y los honorarios resultaban una montaña de dinero en dólares que en aquél momento no disponía. La justicia fijaba perentoriamente el pago. Entrevisté al abogado de la parte contraria para pedir un plazo mayor y le ofrecí pagarle los intereses; pero el abogado que obraba de mala fe, sin titubear me dijo: “Ingeniero, o paga en término o embargo, y eso automáticamente aumenta un 10% la deuda y usted tiene con qué responder.” Era

233 humillante. Salí a caminar sin rumbo. Estaba en plena actividad empresarial, con otros compromisos y juntar de repente, en pocos días, varios cientos de miles de dólares en efectivo era difícil. Me vi obligado a recurrir a los bancos, pero como construía con dinero genuino y amplios créditos comerciales, por lo que no tenía legajos. Me costó lágrimas juntar todo el dinero y pagar a los pocos días. Me di cuenta cabal de que cuando hay mala fe no hay contrato que valga, por más largo que sea, y la verdad y lo que uno cree que es justo, no existe para la justicia. Días después se presentó mi abogado diciéndome: “Ingeniero, yo también he trabajado y debo cobrar”. Sus honorarios, aunque la mitad de los anteriores, eran otra pila de dinero. Durante más de dos años, tres veces por semana visitaba la finca. Invertí muchísimo, trabajé junto a los operarios, compré dos grandes topadoras y desmonté dos mil hectáreas e hice de ella la mejor estancia agrícola-ganadera de la provincia. Por los robos cometidos al no encontrar una persona adecuada para atenderla y por el cuatrerismo que existía en la zona, agobiado de problemas resolví venderla en una época poco propicia, la del gobierno de “Isabelita”, pocos días antes del famoso “Rodrigazo”, cuando en un solo día la inflación subió 250%, con lo cual prácticamente perdí gran parte del dinero invertido y mi gran sacrificio personal. Ante estas numerosas y amargas experiencias me permito sugerir a mis lectores tomar precauciones para no caer en manos de la justicia. No confiar en nadie. Además, no gastar dinero ganado con esfuerzo y rectitud en actividades ajenas a su oficio, a su profesión y a su experiencia.

PÉSIMA EXPERIENCIA SOCIETARIA En 1974 adquirí una propiedad de más de ocho mil hectáreas en las estribaciones de nuestra montaña Aconquija (que pertenece a las derivaciones de los Andes), a cuarenta y cinco kilómetros de la ciudad de Tucumán, y a 15 km al noroeste de la ciudad de Famaillá. Sus bosques, arroyos y paisajes me fascinaban; constituía un sitio exótico y salvaje, lo que me entusiasmó con las dos grandes topadoras a emprender los desmontes para las plantaciones de citrus y la refo- restación con pinos. Cada vez que caía uno de los enormes árboles, el suelo temblaba. Había que empujarlos de inmediato con suma dificultad hasta algún zanjón o un enorme cordón para limpiar el terreno; caso contrario, se cruzaban de tal forma que resultaba imposible arrastrarlos. Ahora bien, según el proyecto, yo tendría en un primer momento unas doscientas hectáreas con plantas de limones. Por entonces en Tucumán había sólo dos fábricas para el procesamiento de frutas cítricas, de modo que cuando había buena cosecha el precio bajaba notablemente. Hoy, Tucumán es el tercer productor de

234 limones del mundo. Por eso algunos citricultores fundaron la empresa Tucumán Citrus para la extracción de aceites y concentrado del jugo de limón. Yo también caí en la maraña. Como la empresa estaba mal administrada por los llamados “tanos”, la mayoría me eligió presidente. Lo peor fue que al poner con enorme sacrificio la fábrica a punto, la cosecha de limones de ese año bajó muchísimo y los accionistas incluso entregaban limones juntados del suelo en estado de descomposición, por lo que hacía falta de mucho personal para la selección. Eso suscitaba discusiones diarias. La fábrica empezó a trabajar a pérdida. A pesar de todo, con un entusiasmo mayúsculo proyecté la ampliación en una planta de secado de cáscara de limón que se exportaría para su procesamiento y la obtención posterior de pectina. No percibía sueldo ni honorarios y hasta en los viajes gastaba de mi bolsillo. Esperaba algún día obtener, al menos, el reconocimiento afectivo por la desinteresada labor. Al final, la relación con los colaboradores se puso tensa. Noté poco apoyo y algunos de ellos, a pesar de las continuas promesas no abonaban las acciones suscriptas. La fábrica tenía muchas deudas y todos los compromisos tenían mi firma. Cansado de todo, resolví renunciar. El nuevo directorio, con el consejo del abogado apoderado, resolvió una nueva y muy importante emisión de acciones, sin revaluar el capital accionario histórico de los activos, que la inflación había convertido en escombros. En la asamblea advertí a los señores accionistas que al no actualizarse el activo de acuerdo a la inflación, la nueva suscripción sería varias veces mayor que el capital, según los libros. Aclaré que yo no pensaba suscribir nada y pregunté quién de los accionistas, fuera de los directores, suscribiría acciones. Nadie respondió. Aclaré a la asamblea que el directorio, al suscribir la nueva emisión aun sin abonarla, ya tendría varias veces más capital y, en consecuencia, amplia mayoría y el control absoluto de la empresa. Hubo reacciones y la consiguiente revuelta. Claro está, los directivos insistieron en que si no se aprobaba la emisión de las nuevas acciones se produciría cese de pagos y la inevitable quiebra. Traté de calmar los ánimos, aclarando que hice consultas en Buenos Aires y Montevideo, y la empresa se podía vender bien e incluso ganando dinero ya que yo me ocupé de buscar compradores. Nadie quiso creer, porque parecía un cuento. Me abstuve de dar más explicaciones y me retiré. Es largo de explicar cómo se logró que la fábrica, en situación de quiebra financiera, fuera vendida en un millón de dólares más de lo que realmente había costado, incluyendo su deuda e intereses. Tres años ya había sufrido con la dichosa empresa, pero al ser elegido como liquidador, cobrar y distribuir el dinero de los accionistas fue otra odisea. Nunca me perdonaré haberme empecinado en hacer justicia. Para cobrar el saldo de la venta, se precisaba una serie de actas y trámites de parte de los ex accionistas que yo representaba Nuestro abogado se había asegurado ser nombrado también representante de la empresa compradora, algo inmoral. Esto complicó mucho mi tarea

235 por lo que nunca me perdoné mi idealismo.

EL PODER DE LA MENTE Muchas veces había escuchado hablar del poder y control de la mente. Sin embargo, no tuve oportunidad de conocerlo sino hasta asistir al nombrado curso “Silva Mind Control”, que es similar a tantos otros de la misma disciplina. En aquellos años trabajaba intensamente y me acorralaban innumerables preocupaciones. A consecuencia de ello, padecía insomnios. Para combatirlos tomaba píldoras; al principio media, luego una y al final dos antes de acostarme. Por la mañana me levantaba demolido. El curso me enseñó a relajarme, respirar mejor y mejorar no sólo mi concentración, sino que mis insomnios desaparecieron por completo. Dormía placenteramente toda la noche. Un año después, asistí también a la inolvidable conferencia que realizó el Instituto “Silva Mind Control” durante una semana en el Sheraton Hotel de Buenos Aires. Estaba presente no sólo el fundador, doctor Silva, sino profesores de renombre internacional, en un gran salón adornado con veinte banderas y repleto con asistentes de distintos países. De regreso mi entusiasmo era grande. Realizaba relajaciones en casa, en la oficina y hasta con grupos. Mis facultades subconscientes se acrecentaron lo suficiente como para tener algunas experiencias muy útiles que deseo compartir

CON MI MENTE CURÉ MIS MALDITOS GRANOS Desde años, cada dos o tres meses brotaban en mi nariz granos, tan dolorosos que me impedía tocarlos. Visité los consultorios de varios médicos, incluso a un especialista en Córdoba, probé muchos medicamentos pero los granos, con alguna tardanza, volvían inexorablemente a aparecer. Un día, jugando al golf con un gran resfrío, los malditos granos me impedían utilizar el pañuelo. Aquella noche, antes de dormir, me relajé y pedí al subconsciente, a nuestro Señor Jesucristo y a la sabiduría universal que me ayudaran a librarme de ese insoportable dolor, de esa perversa plaga que no me dejaba en paz. Dormí profundamente. A medianoche me desperté para ir al baño. Al sentarme en la cama advertí que no sentía ningún dolor. Palpé mi nariz, apreté, ni rastro de dolor. Corrí al espejo, miré, los granos habían desaparecido. Empecé a reír, tenía tantas ganas de gritar de alegría. Sin embargo, la repentina desaparición no duró mucho. Al mes surgió otro enorme grano y me dolía sobremanera. Al acostarme procedí de manera igual con mis ruegos, pero supliqué aclarando que el forúnculo desapareciera para siempre. Mis plegarias fueron escuchadas y satisfechas. Todo sucedió según lo pedí. Los fastidiosos granos nunca más aparecieron. La orden fue grabada en mi mente y

236 bloqueadas las causas que, al parecer, originaban los granos. Otra experiencia: estuve afectado de un tenaz dolor de muelas durante varios días, me relajé y le “ordené” que me abandonara. Me fui a dormir y al levantarme el dolor había desaparecido. Pero al tiempo la preciosa muela se quebró. No tuve en cuenta la advertencia del instructor, o sea, que después de desalojar el dolor no olvidáramos de ir al dentista para eliminar las caries, que no dependen de nuestra voluntad; “siguen trabajando”. Para obtener beneficios curativos de la mente no existe un patrón, cada individuo debe elaborar su propio método y, una vez obtenido el éxito, considerarlo como ejemplo y punto de partida, pero es necesario una fe inquebrantable en el poder de su propia mente. El profesor José Moubayet, de “Silva Mind Control”, nos instruyó sobre cómo relajarnos y ordenar a una bolilla de madera o bien a un anillo, atado a un hilo colgado entre los dedos de la mano derecha, moverse como el péndulo de un reloj de pared. Sospeché que sería un truco o una facultad especial. No obstante, en base a prácticas, insistencias y fe en mí mismo, logré que la bolilla se moviera en forma pendular con increíble velocidad. Asimismo le ordené que se detuviera, luego lo hiciera en forma circular y se elevara hasta un nivel horizontal. Para eso es necesario relajarse bien, poner en práctica la fuerza de la voluntad, la fe en la mente. Aunque muchos crean que es un truco, se trata tan solo del poder de la mente.

LA HORA DIEZ Y LOS SUEÑOS PREMONITORIOS Mientras construía uno de mis edificios, los trabajos concernientes a la yesería se demoraban demasiado. Siempre lo posponía y al final me olvidaba de buscar al contratista. Una noche me acosté preocupado, porque esa tarea acarrearía un atraso perjudicial. Me desperté a medianoche y programé mentalmente el trabajo del día posterior. Al día siguiente, sin falta, buscaría al contratista en su domicilio. Imaginé encontrarlo en la mesa y le rogaría que cuanto antes iniciara el trabajo. Me levanté como siempre a las ocho, con el despertador. Cumplí algunas obligaciones y marché a la oficina. Entré desde el garaje por la puerta trasera. Acababa de sentarme, cuando entró mi secretaria a comunicar que el señor Guzmán había llegado impaciente por la puerta de adelante y quería hablarme. “¿Cuál Guzmán?” “El yesero”, aclaró. Me asombré de que en lugar de ir yo a buscarlo, él hubiera venido por propia decisión. “¿Qué lo trae por aquí, señor Guzmán?” “Sucede que anoche soñé que usted me necesitaba con urgencia; fui a trabajar pero me sentía intranquilo y aquí estoy.” Su presencia me hizo reír de contento. Me di cuenta de lo sucedido. Observé el reloj y vi que eran exactamente las diez de la mañana. Ambos habíamos entrado a la oficina en el mismo instante, él por una puerta y yo por la otra. Consideraba esta hora clave para mí, estaba registrada en mi mente y la había comunicado telepáticamente. Nunca olvidé aquel enorme reloj en el portal de la Politécnica de Bratislava. Pocas veces me había fijado en él, hasta aquel día en que sus

237 agujas señalaron las diez. Este episodio lo relaté cuando me referí al examen de Geología, cuando el profesor después del aplazo, arrepentido, me aprobó. “¿De modo que usted se cambió dos veces las ropas y abandonó su trabajo para venir a ver- me en la mitad de la mañana?” “Así es, ingeniero, estaba intranquilo”, afirmó. Entonces le expliqué que lo necesitaba con suma urgencia. Arreglamos rápidamente el trabajo a realizar. Sin duda estaba preparado para aceptar mi propuesta. Nadie puede pensar que fue obra de la casualidad. Estoy totalmente seguro de que fue una orden subconsciente, telepática y condicionada, que debía encontrarse conmigo justo a la diez de la mañana. Como cualquier mortal tuve sueños premonitorios, pero claro está que ellos se manifiestan, para bien o para mal, en momentos en que nos hallamos angustiados. Hay que recordarlos y aprender a interpretarlos. Por lo general va a suceder lo primero que se nos ocurre. Quisiera relatar una de las premoniciones más tristes que tuve: mi señora iba a alumbrar un bebé algo tardío. De corazón deseaba que fuera otro varón, ya que entonces estaba en condiciones de tener más hijos. Faltando días solamente mi esposa se golpeó, por lo cual hubo que internarla en un sanatorio. Esa noche soñé que juntos cruzábamos un turbulento río en un “sulky”. El río creció tanto que nos arrastró la correntada. Al día siguiente temprano, a despertar, me acordé del sueño. Pensé que era de mal augurio y de inmediato fui al sanatorio. Vi a un médico que venía por el largo pasillo; lo reconocí, era el que atendía a mi esposa. Su cara no me gustó, ya frente a mí se detuvo; justo allí, a mi derecha, abrió una puerta en silencio y me indicó que pasara. Yo estaba tembloroso, en medio de la habitación: sobre una camilla yacía el cuerpito de mi hijo, tapado de blanco: había nacido muerto. Me impresionó tanto su rostro, quizás porque lo encontré parecido al mío en miniatura. No sabe el lector cuánto me hacía falta un hijo, para sucederme en mis empresas.

ROMPÍ UNA JARRA CON LA MENTE Ya sabía que la mente tiene un gran poder y puede hacer cosas inexplicables. Un día caluroso de verano, al entrar en el bar del Country House del Golf del Jockey Club de Tucumán vi almorzando a dos matrimonios. El gerente de la sucursal del Banco Londres, su esposa y mi amigo Carlos con la suya. En su mesa había una jarra de cristal con clericó de vino tinto. “Mirellita”, la señora de Agüero, como cariñosamente la nombramos, sabía que yo practicaba control mental y a menudo me reprendía afectuosamente: “Vatiu, nada de trampas”. Al verlos reflexioné que con tanto calor, ellos la pasaban espléndidamente mientras yo estaba deshecho. En el mismo instante, al dirigir la vista hacia la jarra sentí como si un rayo saliera de mis ojos, como si hiciera un disparo y la jarra explotó. Era porque en aquellos momentos mi mente se encontraba sensibilizada y Mirellita había conseguido activarla. Al estallar la jarra el líquido saltó justa- mente hacia ella,

238 quien al levantarse prestamente con una sonrisa me recriminó: “Vatiu, no era para tanto, mirá la forma en que me bañaste con el tintillo”. ¿Coincidencia, poder de nuestra mente, misterio? Afortunadamente hubo testigos calificados que pueden aseverar este extraño accidente, del que me consideré un involuntario protagonista. No hay que olvidarse, nuestra mente tiene un gran poder.

LOS NÚMEROS, BASE DEL UNIVERSO Pensando bien en la importancia que tienen los números llegamos a la conclusión de que sin ellos el universo se derrumbaría. Todo lo que existe se encuentra vinculado con ellos, empezando por los átomos, que de acuerdo a la cantidad de neutrones, protones y electrones, como también a su velocidad forman las moléculas, y éstas definen la estructura de las distintas materias. Sin pensar en que el Universo, sus miles de galaxias, sus millones de soles y planetas, sólo se mantienen en equilibrio gracias a sus masas y gravedades. Aunque en mis estudios superiores la matemática nunca me gustó, por el contrario, en la vida diaria los números me sirvieron mucho y los uso en todo momento. Los cálculos agilizan, desarrollan y fortalecen la mente y la mantienen activa. La mente quieta se atrofia. A veces se dice que tal o cual lengua o estudio no nos entra en la cabeza. No es exacta esta afirmación. Siempre que no se posea alguna lesión cerebral estamos dotados de capacidad suficiente para dominar un saber, una ciencia, incluso mu- chos idiomas. Se necesita nada más que un real interés, una necesidad profunda o bien una motivación. Aprendí –según dije– la técnica de la refrigeración, impulsado por mi invulnerable amor propio. Los ocho idiomas que aprendí en mi juventud, por necesidad, no agotaron mi mente –podría haber aprendido aún más–. Debo advertir que el bienestar, el progreso y el éxito no son para los cómodos, vagos o viciosos. ** *

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CAPÍTULO XI LA PELIGROSA INSOLENCIA SINDICAL Al volver el Gral. Perón de España, en 1973, el nuevo gobierno peronista para evitar la inflación restringió al máximo los créditos bancarios, por lo que realizar ventas de departamentos era difícil. Demoré algunos días en pagar una quincena al personal del edificio de la calle Laprida 340. No tardaron en hacerse presentes los delegados sindicalistas para exigir el inmediato pago. Prometí que recurriría de nuevo a los bancos en busca de dinero. El sindicato ordenó paralizar las tareas. Al mediodía siguiente fui a ver cómo había quedado la losa del octavo piso, de reciente terminación. Estaba cerca del frente, subieron los sindicalistas y avanzaron hacia mí. Me di vuelta para explicarles que había conseguido parte del dinero y que daría un anticipo. El “mandamás” del grupo se me acercó a los gritos y con amenazas: “Queremos que abone ya todos los jornales del personal”. Le repetí que yo nunca había atrasado ningún pago y si ahora ocurría, lo era por la nueva situación. Todos se venían encima mío. Gritaban y tomaron una actitud que evidenciaba el propósito de agredirme; empecé a retroceder, hasta que escuché la voz del capataz, quien al enterarse de que estaba arriba con “visitas” corrió por las escaleras y tomó mi brazo, advirtiéndome que estaba al borde de la losa. Al darme vuelta me vino pánico. Un paso más atrás y me hubiera desplomado al vacío, sobre la calle. No había ninguna duda de que ésa era su intención. Bajé de prisa por las escaleras y no regresé a la obra hasta no conseguir, días después, el dinero necesario para completar el pago de la quincena. Cada vez que me acuerdo de ese perverso episodio, me recorren escalofríos por todo el cuerpo.

EL DESASTROSO GOBIERNO DE ISABELITA Quisiera dar mi modesta opinión sobre lo que precipitó el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, que instauró el tan repudiado “Proceso de Reorganización Nacional”. Como otras veces, no faltaron políticos que fueran a golpear las puertas de los cuarteles para que saliera el ejército a imponer el orden. De todos modos la situación, entonces, en el país era sumamente trágica. Es sabido que en el año 1973 los militares –que estaban en el poder por otro golpe de Estado– llamaron a elecciones y entregaron el gobierno. El lema para que Cámpora gane las elecciones y no los radicales era “Cámpora al gobierno, Perón al poder”, aquél gobernante izquierdista abrió las cárceles y dejó en libertad a los subversivos. Pero poco después, al desilusionarse, Perón llamó a nuevas elecciones y se propuso para presidente con su tercera esposa, María Estela Martínez, como vice. Una “copera” según se decía, que había conocido en un bar de Panamá. Al morirse él, la famosa “Isabelita” quedó de presidente y el país entró a la deriva, tanto

240 económica como políticamente. Se vivían días de zozobra, los secuestros y asesinatos en plena calle eran noticia de cada día. Los empresarios se sentían tan amenazados, que la economía prácticamente se paralizó. Los estantes de los comercios se vaciaron; escaseaba todo. Un repuesto que me costaba por la mañana un precio, por la tarde faltaba o costaba el doble. La anarquía e inseguridad eran totales. Pero la memoria de la gente es muy corta, o mejor la propaganda izquierdista muy grande, como los intereses foráneos En aquellos días, en una charla, yo describía la situación así: “El país parece un viejo y destartalado ómnibus repleto de pasajeros, que vuela por la pendiente sin freno. Al volante está una mujer que no sabe manejar, con varios consejeros alrededor, que dan instrucciones, pero que tampoco saben conducir”. De ninguna forma quiero justificar el golpe de Estado, pero de no haber tomado los militares el poder, ¿qué hubiera sucedido? Dentro de toda la culpa que se le puede echar a los militares, debe reconocerse que salvaron el país. Con toda seguridad una sangrienta guerra civil, un tremen- do derramamiento de sangre y, quizás, otro Vietnam.

LA PROVIDENCIA SE BURLÓ DE MÍ No pueden imaginarse lo que se siente cuando uno ha sido muy religioso, y de repente se convierte en un fanático comunista y ateo absoluto, y sentirme después prisionero de ese brutal régimen, del que logré escapar. Aún más, cuando empecé a respirar el aire de la libertad, mis “camaradas” aquí me perseguían para acribillarme. Recuerdo en este momento que al poco tiempo de caer el General Perón (1955) se realizó una importante asamblea internacional comunista en Tucumán (en el Teatro Alberdi). En ese tiempo yo era ya conocido empresario anticomunista. Al anoticiarme del evento, entre el gentío y la poca luz, me ubiqué atrás del colmado coliseo. Al empezar la asamblea me llamó la atención que en el escenario, entre unos 25 representantes o secretarios de distintos partidos nacionales o de los países vecinos, podía distinguir unos 20 que se destacaban por su excelente oratoria y apellidos, por lo que no me costó mucho adivinar que pertenecían a la colectividad israelita, de gente bien preparada.. Eran tan elocuentes y convincentes que casi me conquistan de nuevo en las fila marxista. Ahora, cuando escucho a las tan nombradas Madres de Plaza de Mayo de Buenos Aires, que piden incesantemente castigo a los culpables de la “guerra sucia”, que lloran por sus hijos desaparecidos quien sabe cómo, o abatidos en tantos enfrentamientos armados o escondidos afuera, me pregunto: ¿acaso ellas no sabían en qué estaban metidos sus hijos? Ya una vieja sabiduría reza: “El que a hierro mata, a hierro muere” y el que no llora a su debido tiempo, como mi pobre madre para que dejara el comunismo, llora después mucho más amarga- mente. Nadie puede decir que no había subversivos y guerrilleros o que todo era un invento. ¿Cuántos fueron acribillados en las calles por los sediciosos? ¿Cuánta gente que no estaba en la

241 política ni con los militares fue secuestrada y metida en un pozo por meses, tirándoles agua y pan duro, y ahí tenían que comer, hacer sus necesidades y dormir acurrucados en la asquerosidad? ¿Hay otra crueldad mayor que ésa? Ni la muerte. He visto gente contar con lágrimas en los ojos esas crueldades. Sólo para poder sacarles todo el dinero que podían, y además crear caos social, político y económico. ¡Qué crueles fueron esos “inocentes”! ¡Qué despiadados eran! Era de suponer cómo sería de dócil y justo un régimen instalado por ellos a los que yo conocí personalmente. Perdónenme que relate toda esa cruda y triste realidad, porque conocí lo que significa estar en la lista negra de los subversivos, por ser un prestigioso empresario. ¡Qué miedo viví aquí, en la Argentina, adonde había escapado lejos de los soviets y había alcanzado desde la nada un apreciable éxito! Me amenazaban por teléfono, decían que era un “oligarca” y que pronto llegaría mi turno. Me habían vuelto loco ya que había enseñado a mucha gente a trabajar, cumplir y vivir con dignidad. Además de la exitosa empresa de construcción poseía importantes plantaciones de limoneros en el pedemonte del Aconquija, más arriba de la ciudad de Famaillá. Un día, pocos minutos después de salir con mi auto de allí, los guerrilleros habían ido a buscarme. Sorprendieron al capataz al parar la camioneta apuntándole con un revólver de grueso calibre preguntando por “el pez gordo”. Se llevaron la camioneta para perseguirme, pero gracias a Dios no me alcanza- ron, y por minutos me salvé del desastre. A los pocos días me hablaron del Comando del Ejército de Tucumán, invitándome a ir allí porque tenían algo muy importante para decirme. No, les dije, yo allí no voy. Si quieren, que venga una persona a mi oficina, pero vestida de civil porque los subversivos pueden vigilarme y sería peligroso para mí. A la hora se presentó muy afligido el capitán Lazarte, yerno de un amigo mío, para decirme que tenían malas noticias para mí. Que estaba en la lista negra de los guerrilleros. “Eso ya lo sé”, le dije, “si a cada rato me amenazan por teléfono”. “Es que después que acribillaron frente al aeropuerto al Ing. Paz (el presidente de un ingenio en Tucumán que cayó muerto en un charco de agua, al lado del cordón) Ud. quedó ahora en primer lugar.” Desde ese momento fue como si se terminara la vida para mí. Estaba desesperado, sin saber qué hacer, hasta que los militares al final pudieron vencer y erradicar la guerrilla de Tucumán. Hay que pensar también en los militares que vivían con miedo día y noche, esperando que en cualquier momento los acribillaran. Un ingeniero amigo mío era jefe técnico de Vialidad y conocía todos los lugares de las serranías. Todas las noches, subían con el general Antonio Domingo Bussi a un helicóptero e iban a cenar lo que les quedaba a los soldados y a dormir con ellos. Antes que saliera el sol regresaban a Tucumán. Muchas veces sobrevolaba con helicóptero zonas muy peligrosas en poder de la guerrilla. Tantos fueron acribillados en plena calle, como el capitán Larrabure, incluso con su hija en los brazos. Hago recordar que los militares estaban convocados por decreto presidencial de María Estela Martínez de Perón, para combatir la guerrilla y salvar la patria

242 argentina de la subversión y el marxismo. Lo que sucedió después fue que los militares tomaron el poder total, enviando a la presidenta a un cautiverio de lujo. Me acuerdo cuando en el año 1991 hice un tour por los canales fueguinos con el barco “Enrico Costa”. Un grupo de hombres solíamos tomar café juntos. Casi siempre yo llevaba para corregir mis escritos de mi primer libro Bogomil. Uno de ellos me preguntó qué era lo que escribía. Entonces le relaté el episodio del intento de secuestro del que me salvé. El hombre que estaba sentado frente mí, con lágrimas en los ojos me dijo: “Ud. tuvo una gran suerte. A mí me secuestraron durante 45 días, me metieron en un pozo tirándome pan y agua”. El llanto lo ahogó. Quisiera hacer una aclaración. El general Bussi era un militar muy duro. El no pedía, sino ordenaba a un empresario (como a mi), que haga tal o cual cosa pero “para ya”. Por eso tuve serios problemas con él. Pero debo reconocer que si yo construí los primeros edificios altos en Tucumán y contribuí para que tenga otro aspecto, Bussi hizo de Tucumán una ciudad segura y pujante. Sacó los presos de la cárcel y dijo que en vez de vivir a costa de los contribuyentes que trabajan en tantos emprendimientos que él inició. Real- mente como gobernador militar hizo maravillas para Tucumán. Sin embargo, si a mi el gobierno me distinguió como Mayor Notable de Tucumán, con Diploma y Medalla de Oro en un acto solemne, a Bussi lo metieron preso y no le permitieron que asumiera la intendencia de Tucumán para la que fue elegido con gran ventaja, ni tampoco que accediera a la Cámara de Diputados de la Nación para lo que también fue elegido con un alto porcentaje. Es evidente que en nuestro país el derecho de la mayoría, el sacrificio y los éxitos de algunos, no son tomados en cuenta.

CUENTO PARA NO CREER EL FABULOSO PRÉSTAMO EN DÓLARES Principios de 1978. Recibo una llamada telefónica del señor Ferullo, titular de la inmobiliaria Superventas. Tenía la visita de un operador bancario de Buenos Aires con la misión de visitar empresarios de Tucumán, entre los que figuraba yo. Un individuo bajo, con las características típicas de la herencia española, que representaba a un consorcio de bancos panameños que disponían de US$ 900.000.000 y ofrecía préstamos en partidas de diez millones de dólares cada una. Mientras hablaba, lo miraba con cara de incrédulo. Respondí que personalmente no m e interesaban los préstamos, pues no los necesitaba y, menos, de tanta magnitud. Replicó que era una operación financiera y no de inversión. Viendo que no le entendía nada, el comisionista me explicó en detalle: “El consorcio presta el dinero, lo convierte en pesos argentinos y lo coloca a plazo fijo. El préstamo es a dos años. Debe abonar, por una sola vez , el 3% en concepto de comisiones y 9% de interés anual en dólares”. Me señaló que con los intereses mensuales acumulativos que obtendría del plazo al término de dos años duplicaría el capital, compraría nuevamente dólares y devolvería el préstamo,

243 quedándome por último con diez millones de dólares de ganancia neta “caída del cielo”. Mi asombro era cada vez mayor; un cuento para no creer. Aclaré que no poseía tanto capital para garantizar una operación de tal magnitud. “No – replicó–, no precisa garantía. En un banco firma los papeles del préstamo sin poner ni un solo peso. El banco no le entregará los dólares en la mano sino que los cambiará a pesos que a su vez colocará en plazo fijo a su nombre, con renovación automática.” “Claro –dije yo–, ahora todo parece una maravilla, pero ¿quién me asegura que en cualquier momento, el dólar no se dispare?” El buen hombre se esforzó por convencerme de que ellos estaban bien informados y la famosa tablita de la suba del dólar de 4% mensual fijada por el equipo del ministro de Economía, Martínez de Hoz, se mantendría inamovible durante más de dos años, y por último, que los intereses del 15% mensual no bajarían y que la compra-venta de dólares continuaría libre. Me imagino a los que estaban cerca del Ministro, la fortuna que habrían amasado. Pensé un rato: “Bien, señor, para disminuir el riesgo tomaré como máximo dos o tres millones de dólares”. “No creo que el consorcio acceda a préstamos meno- res que las partidas fijadas de diez millones.” Le pedí su tarjeta, porque esa misma noche regresaba a Buenos Aires, y que me avisara si aceptaban mi ofrecimiento. Imagino que habrá pensado que era un ingenuo o mejor quizás un necio. Lo cierto es que no recibí ningún llamado. Después de algunos días, llamé repetidas veces al teléfono que me había dejado, pero no pude dar con él ni tampoco nadie quiso darme información al respecto. De manera que “chau suerte”. Pasó el tiempo y la tablita del 4% de aumento mensual en el valor dólar se mantuvo inexorable, así también los intereses de los plazos fijos no bajaron del 15% mensual. Hoy todavía no puedo perdonarme haber desaprovechado esa oportunidad de mi vida, abrazar una fortuna de diez millones de dólares sin arriesgar absolutamente nada y en definitiva sin mover un dedo. En la actualidad, con los intereses acumulados de los famosos Eurodólares, sumarían varias decenas de millones de dólares. La única ventaja que me quedó es que puedo contarlo; no así los que tomaron el dinero, los que tuvieron una visión clara del país en que vivimos. De haber ocurrido hoy, conociendo bien a los políticos de mi nueva patria, habría tomado una decisión diferente. Al final caben dos preguntas: 1º- ¿Por qué buscaban un residente argentino? Porque estaban vedadas para extranjeros este tipo de operaciones. Yo era ya un ciudadano argentino 2º- ¿Por qué en Tucumán y por qué a mí? Supongo que como una diversificación y, en cuanto a mí, por haber sido considerado un exitoso, serio y honesto empresario.

ME DISTINGUE EL GOBIERNO COMUNISTA DE BULGARIA En la década del ’80 mi amistad con los embajadores de Bulgaria en Buenos Aires se acentuó. No solamente vinieron a Tucumán, sino que recorrimos las provincias del noroeste y compartimos mesas, tanto en mi casa como en las

244 residencias de ellos. La política exterior del gobierno búlgaro iba cambiando, orientándose para atraer a los compatriotas exitosos en el exterior. En 1983 recibí la alta distinción de visitar oficialmente mi país. Seleccionaron 48 ciudadanos del mundo en calidad de “dirigentes empresarios búlgaros en el extranjero”. Fuimos huéspedes con motivo de la gran Exposición Internacional efectuada en mayo de dicho año en la ciudad de Plovdiv, la segunda del país y la metrópoli de los antiguos tracios. Como en la Argentina residían más búlgaros que en cualquier otra nación, consideraron que tres empresarios merecían ser invitados: Don Asen Monov, el ingeniero Zwetan Wolchev y yo. Viajamos con Asen hasta Amsterdam y desde allí en un avión búlgaro. Llegamos de noche a Sofía. Mientras bajábamos la escalerilla un reflector potente nos enfocaba insistentemente. Eran cámaras de televisión. “¿Quién será el personaje que arriba junto a nosotros?”, pensé. Al bajar nos recibieron unos caballeros que nos estrechaban las manos. Las luces me enceguecieron, así que no entendía nada. Apenas divisé un cercano ómnibus al cual me dirigí, como lo hacían todos los pasajeros. Los funcionarios encargados de la recepción señalaron que fuéramos por el costado, donde esperaba un Mercedes Benz con las puertas abiertas y un chofer que señalaba con la mano que subiéramos. Nos aguardaban destacadas autoridades en la sala VIP del aeropuerto. Brin- damos por el encuentro con whisky. Recién después de satisfacer las preguntas de la prensa, me acordé muy afligido del destino de mis valijas. Un funcionario me tranquilizó diciéndome que me esperaban en el hotel; y cómo las identificaban, pregunté, puesto que yo guardaba los talones. Recibí una sonrisa de suficiencia. “Me olvidé que estaba en Bulgaria”, agregué en broma. Claro, todo era como el día y la noche de la primera vez que visité mi patria “socialista”. Fuimos alojados en el excelente Hotel Sofía, en el centro de la capital. En la habitación me di no sólo con mis valijas, sino también con obsequios, perfumes y una valijita de las primeras que salieron para ejecutivos con varios mapas adentro, folletos, papel de correspondencia y además una lapicera fina de oro. Observé la amplia plaza con el monumento del zar Alexandro II, libertador de Bulgaria, y la hermosa catedral ortodoxa Alexander Nevsky, con las cúpulas doradas del tiempo de la monarquía. Me llamó la atención el gran despliegue de la milicia frente al hotel. Me sumé a los demás invitados para ir a una deliciosa y bien servida cena que nos esperaba en un restaurante al pie de la montaña Vitosha; donde nos aguardaban los músicos y bailarines de la ópera nacional, con trajes típicos del folclore búlgaro. Saboreamos las ricas comidas que hacía tiempo no probábamos. Se brindó repetidas veces con exquisitos y seleccionados vinos búlgaros. Al día siguiente recorrimos la ciudad y justamente visitamos el Palacio de la Cultura. Es un espléndido edificio octogonal en una enorme plaza. Aquella noche la recepción y la cena en la terraza del enorme Hotel New Otan fue magnífica, espectacular. Asistieron los ministros de Gobierno, de Comercio y de Relaciones Exteriores. En nuestro hotel permanentemente funcionaba una sala para las comunicaciones al extranjero con intérpretes y secretarias que concretaban

245 entrevistas a pedido de los invitados, con esmerada atención. Recorrida Sofía y sus alrededores nos preparamos a emprender un viaje inolvidable. En las estribaciones norte de los Balcanes, visitamos localidades de interés histórico. Con tantas finas atenciones, nuestro viaje parecía una fantasía de novela. Viajamos en dos enormes ómnibus pullman y la compañía de altos funcionarios incluyendo médico y enfermera, guías e intérpretes, porque algunos invita- dos eran descendientes y no dominaban el idioma. En todas partes nos escoltaba la milicia. Precedían la caravana motociclistas que detenían el tránsito fuera de las carreteras, hasta que pasábamos nosotros. Se nos explicó que se había dado rango presidencial a nuestra comitiva. En cada ciudad nos recibían las máximas autoridades con cantos, bailarines, escolares con ramos de flores para cada uno y obsequios alusivos a la región. Los banquetes se reiteraban todas las noches: comidas, vinos y exquisitos postres en cantidades excesivas. Nunca faltaban tampoco conjuntos musicales y bailes de cada región. Cumplimos el maravilloso cruce de los Balcanes y conocimos el monumento “Shipka” de los caídos y congelados en las épicas batallas de la liberación de Bulgaria de los turcos. Visitamos fábricas y establecimientos agroindustriales bautizados con nombres y siglas que no entendíamos; iniciativa de la nueva intelectualidad. En todas partes se notaba la seguridad, el orden y la limpieza. Me acuerdo que al pasar por Holanda, en Amsterdam, vimos muchas veces basura en las calles. En Bulgaria no vimos ni un papel tanto en las ciudades como en los campos y ni en los pueblos más remotos. Uno podía dejar la casa o su auto sin llave y nadie le tocaba nada. Al final llegamos a la ciudad de Plovdiv, sobre el río Maritza, donde se reali- zan anualmente desde siglos las ferias agroindustriales. Nos alojaron en el moder- no Hotel Moscú. Eramos invitados especiales a la inauguración de la exposición internacional. La enorme sala donde se realizó la bienvenida estaba colmada de asistentes locales y extranjeros. Fue tal el despliegue de comidas y bebidas que no tengo un punto de referencia válido que me sirva para establecer comparaciones. Eso sí, me pareció un derroche al estilo asiático. Dos días recorrimos las expo- siciones hasta el esperado plenario “Encuentro Dialog”, en el majestuoso salón del NovHotel. En los tres lados del rectángulo de mesa ubicaron a los búlgaros invitados, “Dirigentes empresarios en el extranjero”; al frente nuestro estaban las máximas autoridades del país encabezadas por Lukanov, vicepresidente de la Re- pública y máximo líder de la jerarquía comunista búlgara. Atrás de nosotros, en sucesivas filas, los presidentes y directores generales de importantes empresas del Estado, de la producción y el comercio. Cada invitado tenía un micrófono frente a sí. Debo reconocer que en aquel momento el régimen mostraba una notable efi- ciencia. El Sr. Lucanov remarcó que mientras muchas naciones tenían abultadas deudas, el gobierno búlgaro disponía, en el tesoro nacional, de varios miles de millones de dólares contantes y sonantes y sin deuda alguna. Unos decían que el se había

246 embolsado varios miles de millones de dólares. Sus partidarios cercanos decían que no, sin embargo un día se lo encontró con un tiro en la cabeza, al parecer, porque no quiso compartir el botín con nadie. El vicepresidente remarcó los progresos obtenidos por el régimen y su decisión de “acercarse a Occidente sin apartarse, por ello, de la doctrina marxista”.

DISCURSO Y OVACIÓN - UN GRAN ÉXITO Algunos de los invitados manejaban con impericia el idioma y me invadieron el aburrimiento y la modorra, quizás por tantos días sin dormir lo suficiente. Las tres horas y media del plenario resultaron interminables. Varias veces me dormí apoyando la mano sobre la frente, disimulando leer o que escuchaba con atención. Entretanto, cada vez que despertaba agregaba una línea en mi ayuda memoria en el supuesto caso de que tuviera que decir algo, y porque desde mi llegada me había abstenido de hacerlo. Cuando habló largamente mi amigo argentino Asen Monov, acerca de unos intrincados negocios de algodón, noté cansancio en todos, así que en cuanto terminó, pedí la palabra. “El ingeniero Koralsky, de Argentina” dijo el ministro de Comercio Exterior. Sentado, con el micrófono y los apuntes frente a mí, comencé la exposición tranquila, espontánea y totalmente relajada a causa de las dormitadas. Por primera vez en la vida hablaba frente a un auditorio con destacados empresarios, presidentes y directores de las grandes empresas del Estado y autoridades de tanta importancia. Tenía confianza, pues abrigaba la seguridad de que era uno de los muy contados invitados que manejaba bien el idioma. Y hasta presumía de estar en condiciones de dar vuelta aquella, a ratos tortuosa y aburrida asamblea. Para comenzar, agradecí en nombre de mis compañeros el emocionante recibimiento en todos los lugares que recorrimos y lo que nos hicieron vivir y sentir en nuestra madre patria que, sin ninguna duda, sería inolvidable. Agradecí a los responsables la transformación de mi país, pobre y pastoril, en otro rico y pujante. Observé que mis palabras abrieron los ojos somnolientos. Hice hincapié en que nos sentíamos los embajadores permanentes de la nacionalidad búlgara en el extranjero. En todos nuestros actos deberíamos cuidar el buen nombre de nuestra patria, por cuanto nuestra conducta sería juzgada junto con ella. Mientras hablaba brillaban las pupilas no sólo de mis compañeros de viaje, sino de las autoridades políticas y económicas del país. Tomé coraje, me sentí realmente inspirado. Hice mención de la Argentina y especialmente de Tucumán, con sus hermosas montañas y rica vegetación selvática y subtropical, justamente denominada “Jardín de la República”. También acerca de mi actividad y las conquistas logra- das. Señalé que al arribar a Tucumán mis colegas preguntaban: “¿De dónde eres?”. “De Bulgaria”, les contestaba. “¡Ah húngaro!” “No, señor, de Bulgaria” –repetía–. “Sí, sí, de Hungría.” Con lo cual las risotadas alegraron los rostros. Por ello construí y bauticé a uno de mis edificios con el nombre de “Bulgaria” y me encargué, a través de publicaciones

247 periodísticas, de exaltar la existencia de nuestra bella patria y de su heroico pueblo. Los aplausos retumbaron en la sala. Aguardé un rato y finalmente auguré éxito de fecunda y beneficiosa labor para quienes nos íbamos y para quienes se quedaban, a fin de que en un futuro próximo Bulgaria alcanzara su gran desarrollo. Que su comercio exterior, al igual que los rayos del sol alumbrara en todos los rincones del globo y que se alcanzara el sueño de nuestros mayores de ser la “Suiza de los Balcanes”. Pues desde niños nos inculcaban que los búlgaros éramos heroicos como los prusianos y anhelábamos ser ricos, o sea, ser la “Suiza de los Balcanes”. Al fin de mis palabras estallaron una vez más los aplausos. Cuando me levanté para agradecer con una inclinación, la reunión se puso de pie convirtiéndose en una ovación, con lo que automáticamente el evento se terminó. A pesar de tantos otros éxitos que tuve en mi vida, ése fue sin duda el momento más emocionante de mi larga existen- cia. Lo que no esperaba era que muchas de las autoridades y de los presidentes y directores de las grandes empresas estatales se acercaran para felicitarme. Tanta fue la aglomeración que me sentí asediado y no sabía a quien extender la mano, y con la otra guardaba las tarjetas que me ofrecían.

LA OPULENTA FIESTA DE DESPEDIDA Esa misma noche fuimos invitados a una comida en una enorme sala que era espectacular. Sería largo de detallar la ornamentación, comida, bebidas, manjares y caviares de toda especie. Igualmente era de suponer que la presentación había sido estudiada, proyectada y realizada ex profeso por profesionales de alto nivel. Seguro tuvieron en cuenta que entre nosotros había empresarios, profesionales e importantes hombres de negocios. En el centro de la sala habían montado una especie de pirámide escalonada, con adornos y con distintas exquisiteces de bebidas y comidas. Esa pirámide estaba rodeada de un aro circular de mesas cargadas con inimaginables cantidades de otras tantas delicias. Había hasta “leche de pájaros”, como les gusta decir a los viejos búlgaros. Mientras, entre la pirámide y las mesas, hermosas niñas sugestivamente vestidas con radiantes sonrisas atendían a los invitados. Las felicitaciones prosiguieron y mis bolsillos se llenaron de tarjetas. Todo no terminó allí. Previo al viaje de vuelta hacia Sofía, nos llevaron al A.P.K. “Complejo Agro-Industrial- George Dimitrov”, en homenaje a quien fuera secretario general del Comunismo Internacional en tiempos de Stalin y primer presidente marxista de Bulgaria. Un complejo de treinta mil hectáreas que exportaba 450.000 toneladas de productos frescos e industrializados a Europa Occidental. Existía notorio progreso, la gente trabajaba duro, y si bien sin libertades, al menos satisfecha, ya que los alimentos y vestidos no le faltaban. En muchos sectores del enorme establecimiento funcionaban computadoras recientemente salidas al mercado. Conté más de cien; recolectaban datos de

248 producción y comercialización; emitían órdenes de trabajo programando diaria, semanal y mensualmente. No esperábamos ver tanto adelanto tecnológico. Explotaban, con éxito, frutales en lugares pedregosos no aptos para agricultura. Hacia los postres al aire libre aparecieron sorpresivamente una orquesta y hermosas bailarinas con trajes típicos. Eran del teatro estable de Sofía, expresamente llevadas para deleitarnos con su actuación. Por supuesto, bailamos con las apuestas muchachas hasta el cansancio. Cargados de regalos y atenciones retornamos a Sofía, donde nos esperaba un nuevo y espléndido agasajo de despedida. Se bebió a tal punto que terminamos hablando todos a la vez. Era una gran algarabía. Como si las autoridades hubieran decidido seducir nuestras almas, para que dejáramos nuestros corazones.

CON MI HIJO Y SU ESPOSA SILVIA Al terminar mi visita oficial a Bulgaria, según estaba previsto, llegaron a Sofía mi hijo Dante y su esposa Silvia, los dos arquitectos, que querían conocer mi patria. Alquilamos un auto oficial para recorrer el país. Al llegar a mi pueblo, fue- ron tantas las invitaciones con la obligación de sentarnos frente a mesas repletas de comidas y bebidas y la insistencia de servirnos de todo, que al segundo día mis hijos no aguantaban más y me pidieron que nos fuéramos cuanto antes. Visitamos las playas del Mar Negro. En Sosopol, pintoresca ciudad de pescadores sobre la costa, Dante se maravilló de la antiquísima arquitectura de sus viviendas y restaurantes, así como también de los floridos canteros y pisos de las plazas públicas. Los cautivó también la bella ciudad de Varna (el principal puerto del país sobre el Mar Negro), especialmente por sus plazas y paseos de mármoles blancos. La riqueza y limpieza lucía en todas partes. Pasamos por la primera capital Plisca de los antiguos búlgaros, cuya destrucción por Nikifora (cap. 1) testimoniaba una antigua fortaleza. La ciudad de Shumen nos atrajo con otra espléndida peatonal con pisos de mármoles blancos. Esos suntuosos paseos no los he visto en ninguna parte del mundo. Sin duda era una demostración de riqueza del régimen comunista, claro está, fruto de la explotación humana. De allí fuimos a la tercera capital de Bulgaria, la pintoresca Tarnovo, enclavada en las montañas. Atravesamos los Balcanes para contemplar el famoso monumento “Shipka” y el no menos impresionante Santuario del Comunismo búlgaro en la cima del pico Busludya, que era otra demostración del poderío alcanzado, que servía para realizar los congresos nacionales e internacionales del partido. Pensé mucho a qué se debía ese despilfarro y ostentación mientras el pueblo trabajaba duramente. Llegaba a las siguientes conclusiones: 1) Porque allí festejaban lejos de la vista del oprimido pueblo. 2) Para demostrar a sus camaradas visitantes qué bien se estaba bajo ese régimen y si deseaban gozar del marxismo que derribaran los gobiernos capitalistas de sus países. Estaba prohibido entrar allí. Se lo podía contemplar de lejos. Sin embargo, gozando aún del privilegio de la invitación y

249 sin que advirtiera la guardia, me acerqué y saqué con rapidez una instantánea de la estrofa célebre del himno internacional escrita en relieve en su frente. Traducida al castellano dice aproximadamente así: En pie, oh parias despreciados. ¡En pie, oh esclavos del trabajo! Subyugados y humillados ¡levántense contra el tirano! Sin misericordia y sin piedad ¡hay que derribar el podrido sistema! El mundo hoy a nosotros nos espera. ¡Adelante en la batalla decisiva! Parece mentira que estas frases adornaban el lujoso edificio de los jerarcas soviéticos. El que viaje a Sofìa tiene que ver el lujoso interior del Domo del ex Partido Comunista. La traducción ni por lejos podría expresar lo que estas estrofas significan en lengua búlgara. Si un comunista las leyera, se llenaría de goce por ese conmo- vedor mensaje, mas si no lo es, se estremecerá de miedo. Así fueron los slogans de Lenin. Como si la lucha de clases debiera llegar a su máxima crueldad. Como si un pobre no pudiera llegar a ser rico o un rico no pudiera volverse pobre. Al retornar a Sofía, visitamos de nuevo el Palacio de la Cultura. Entre los monumentos y estatuas de aquella plaza, en el amplio panel dedi- cado al gran poeta Ivan Vasov se destaca en relieve la famosa estrofa del canto a la patria, cuya traducción al castellano sería algo así: Bulgaria, amada, añorada Tierra llena de bondad Tierra que me amamantaste Mi reverencia recibe. El régimen construyó monumentos en todo el país, lo que también demostraba que durante décadas el pueblo había trabajado duro, sin respiro. No podíamos regresar sin visitar el legendario monasterio medieval “Rilski monastir”. Es el más grande monumento religioso de Bulgaria, repleto de frescos e imágenes y piezas artísticas de autores búlgaros de notable valor como son los íconos de Bulgaria. Enclavado en el corazón mismo del macizo montañoso más alto de los Balcanes, Rila, el sol aparece allí pocas horas en el día; algo parecido a los macizos del Machu Picchu del Perú. Claro, las altas cumbres y su difícil acceso, en aquellos tiempos, resguardaban al monasterio de la tenaz dominación otomana. Abandonamos Bulgaria con nostalgia e indelebles recuerdos. ***

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CAPÍTULO XII LA PERESTROIK A Y LA GLASNOST. EL TOUR A LA U.R.S.S. En 1986 leí el libro del “camarada” Mihail Sergeievich Gorbachov. Conociendo la idiosincrasia de la dirigencia soviética, me impulsó a pensar: ¿acaso no resultaría extremadamente difícil introducir cambios sustanciales en un régimen cerrado, que junto a los temibles soviets y la policía secreta resisten esos cambios? La curiosidad no me abandonaba y como hablo el idioma ruso, en setiembre de 1989, poco antes de la caída del Muro de Berlín producida el 9 de noviembre de 1989, que, como un juego del destino, sucedió en la misma fecha que la trágica “noche de los cristales rotos”. O sea el día en que las hordas nazis provocaron como venganza por el asesinato cometido en la Embajada de Alemania en París, perpetrado por un judío. Tomé un tour para visitar la U.R.S.S. Tanto al llegar como al salir el control aduanero fue breve, no así los controles policiales, que continuaban como antes, es decir que la conocida K.G.B. (Comité de Seguridad Nacional) o policía secreta seguía todavía intacta. Frente al Kremlin se extiende la no menos majestuosa Plaza Roja, donde se realizaban los imponentes y desafiantes desfiles del ejército rojo, para exhibir ante el mundo el poderío militar del coloso marxista llamado U.R.S.S. En la plaza estaba terminantemente prohibido fumar, hacer ruido o filmar, pues se encontraba el famoso mausoleo de granito rosado de Lenin, el adalid de la revolución y del comunismo mundial. Se lo veneraba más que a un rey o emperador. La plaza estaba saturada de policías. El acceso a la tumba era tortuoso y se llegaba haciendo una larga fila de a dos. Se prohibía llevar paquetes, paraguas, las manos en los bolsillos, conversar, etcétera. Al entrar en el mausoleo se tiene la sensación de estar en un templo. Después de bajar tres tramos de escaleras, llegamos al féretro del héroe de la revolución bolchevique. Su rostro y figura son las de un gigante. Frente a Lenin los visitantes se detienen y hacen una reverencia en silencio. A la salida del Panteón se retorna caminando en una senda entre la muralla que da a la derecha y un bosquecillo con prolijo césped a la izquierda. Al acercarnos de nuevo al mausoleo, detrás de la suntuosa tumba, el penúltimo semibusto correspondía a Stalin, el gran déspota de la historia. Según nuestro guía, mató más soviéticos que todos los caídos en la Segunda Guerra Mundial. A su muerte le rindieron honores como al máximo héroe, fue colocado su gran féretro al lado de Lenin. Por lo que habían sacado el granito sobre la entrada con la leyenda “Lenin”, colocándose en su lugar otro: “Lenin-Stalin”. Sin embargo, cuando llegó Nikita Kruschov al poder, con su programa de desstalinización, sacó tanto la escultura de Stalin como la placa con ambos nombres y colocó el anterior granito con el nombre sólo de Lenin.

251 La segunda ciudad que visitamos fue la bella Leningrado. El rudo zar Pedro El Grande, cuando derrotó a los suecos, que siempre invadían Rusia, construyó la magnífica San Petersburgo, a fin de consolidar sus dominios. En idioma alemán significa La Santa Ciudad de Pedro. En la Primera Guerra Mundial, luchando contra Alemania fue rebautizada “Petrograd”, Ciudad de Pedro. Pero los bolcheviques la denominaron Leningrad, en homenaje a su líder. Visitamos también el palacio Hermitage, famoso por su belleza. Allí vivía solitaria Catalina la Grande, la emperatriz que era una princesa alemana Merece especial mención la catedral de San Isaac, diseñada por arquitectos italianos, suntuosamente de- corada con incrustaciones de piedras preciosas; su belleza sólo es comparable a la de San Pedro, en el Vaticano. La hermosa muchacha rusa que oficiaba de guía allí hablaba el castellano con mucha dulzura. Cuando le hicimos notar que no observábamos villas de emergencia, contestó que no nos equivocáramos, que en los bloques de viviendas que veíamos las familias vivían en una pieza, y que tanto la cocina como el baño eran compartidos entre varias. “La gente –agregó– espera turno para utilizarlos. Departamentos algo mejores se construyen, pero para lograr uno hay que esperar pacientemente y contar con buenas influencias.” Leningrado es sin duda la ciudad más bella de Rusia. La atraviesa el río Neva y por la presencia de sus afluentes, canales y puentes mereció el nombre de Venecia del norte. Es, además, un gran centro político.

CÓMO SE DERRUMBÓ EL COMUNISMO. Y SUS GRAVES CONSECUENCIAS Muchos creen que el comunismo se derrumbó por la acción de los sindicatos “Solidaridad” y por el Papa polaco, pero eso no es cierto porque el régimen se pudrió más que nada por dentro. Con toda seguridad había una convivencia entre algunos de los altos comisarios y jerarcas que Stalin tildaba de “ellos”, o “los extranjeros”, y los propios rusos con los grandes capitalistas y armamentistas para proseguir la Guerra Fría, ya que amasaban grandes ganancias, pero eso agotó al coloso soviético. En los años ’80, encerrada en su doctrina y la corrupción, la Unión Soviética estaba muy atrasada económica y tecnológicamente, con un pésimo nivel de vida, y sin embargo no cesaba en su competencia bélica con Occidente. Eso obligó al presidente de los EE.UU., Ronald Reagan, a emprender el costoso plan llamado “Guerra de las Galaxias”, que consistía en interceptar y destruir en la atmós- fera los cohetes intercontinentales atómicos soviéticos. Con eso el nuevo líder reformista, Mijail Sergeievich Gorbachov, llega a la conclusión de que no podía competir más con los EE.UU. En la cumbre de Reykjavik –Islandia– en 1986, Gorbachov propuso a Reagan una moratoria armamentista, la que puso rápido fin a una larga y tremendamente costosa Guerra Fría. Sin embargo los grandes armamentistas seguían produciendo

252 constantemente muchas armas, por lo que debían conseguir más guerras. Si toda esa masa de dinero, ciencia y tecnología se hubiera empleado en el bienestar de los pueblos, el mundo hoy hubiera tenido otra cara. Mientras tanto, Gorbachov ya había emprendido su famoso plan “ ” (Reconstrucción), que se extendió en todo el bloque soviético. Al leer su libro, me senté a pensar: “¿es posible que un cerrado y despótico régimen como el soviético, se preste a la reconstrucción?” ¡Decididamente no! Pero en vez de que las directivas para el cambio se impartieran desde arriba, como sucedió en China comunista, donde se permite la iniciativa privada, Gorbachov, quizás confiado en su gran poder político, resolvió otorgar la “Glasnost ”, que significa permitir al pueblo expresarse libremente. Con eso descomprimió en gran parte la caldera soviética, pero... el tiro le salió por la culata. En definitiva la Glasnost (la voz-la palabra) resultó ser más poderosa y destructora que todas las armas nucleares de EE.UU. Las noticias del derrumbe del coloso soviético trajeron un gran alivio en el mundo entero. Sin embargo, nadie advertía el peligro que eso significaba para la Unión Soviética. Un gran equilibrio interno e internacional se había quebrado. Se producía un gran vacío, un verdadero agujero negro. Las 21 repúblicas soviéticas querían su liberación, su independencia. De pronto unos 400.000.000 de almas, que no conocieron más que el socialismo estatal, fueron empujadas a los insensibles brazos del sistema capitalista. Algunos avivados se aprovecharon y enriquecieron rápidamente. El derrumbe fue desastroso para las grandes masas populares, generando un enorme desempleo. Ahora bien, ¿qué hicieron los gobernantes soviéticos mientras duraba la descomposición por la Perestroika y la Glasnost? Para salvarse de graves represalias posteriores, no se metían con las masas populares. Incluso les daban la razón por su descontento. La dejaron que critique, que hable y delibere hasta el cansancio. Con eso la tensión se relajó. Mientras tanto, ellos aprovecharon para llenarse aún más los bolsillos, por todos los medios posibles, pidiendo préstamos del exterior y dilapidando rápido esa masa de dólares. Hasta desaparecían muebles, arañas y equipos de oficinas que rodeaban a sus suntuosos escritorios. De eso nadie se hacía responsable. En ese impresionante desfalco la banca internacional no estaba ausente. Ella tenía ya mucha experiencia y sabía cómo ayudar a los gobernantes a enriquecerse, endeudando a sus países con grandes empréstitos. En una situación como ésa, cuando el barco estaba por hundirse la corrupción reinaba. En consecuencia, la llegada al poder del marxismo costó mucho derramamiento de sangre, muchos sufrimientos y decenas de millones de muertes y, sin embargo, para su disolución no era necesario ni un solo disparo, ni una sola víctima. ¡Qué colosal verdad! Para un “marciano” sería increíble, pero sobre esta tierra todo es posible. Lenin propalaba quemar y destruir todo, que después sería reconstruido para los obreros. Pero para eso haría falta muchísimo dinero; los capitalistas se lo prestaron,

253 pero con ciertas exigencias. No querían intereses, sino un buen porcentaje sobre la producción, sobre el valor total de la venta, sin importar si la empresa del Estado tenía ganancias o pérdidas. De eso, el porcentaje convenido para los “capos” soviéticos se le abría una cuenta secreta en los bancos suizos y ya estaba. Siempre me llamó la atención cómo podía ser que en una desastrosa economía estatal, un rublo ruso valiera 1,70 dólar, hasta la caída del régimen. Pero pensándolo bien, como los capitalistas y sus socios gobernantes podían sa- car en dólares sus ganancias, que eran en rublos, obtenían otra fabulosa utilidad con el cambio. Sin duda todo el sistema comunista era un fantástico negocio sobre el sudor de muchos millones de seres humanos que vivían en la miseria. Tanto era el saqueo que las grandes empresas del Estado se fundían. Para todas las actividades faltaba inversión, y lo más triste era que, por falta de repuestos, en los campos grandes cantidades de maquinarias quedaban paradas y la producción en el suelo. Todo escaseaba. Sólo se veían grandes colas en las ciudades. Estimado lector, ¿no cree que todo eso era demasiado perverso? Después de ver que eso no daba para más deciden, con los ex jerarcas, derrumbar el sistema comunista al convertirlo en partido socialista y preparar el camino para las futuras privatizaciones y la adquisición, a precios irrisorios, de las grandes empresas del Estado. No hace mucho escuché en televisión al presidente ruso Vladimir Putin culpando a los viejos jerarcas de un verdadero robo. Sin embargo, tan fácil era la explotación y la desmesurada concentración de riqueza que todavía hoy encumbrados capitalistas no dejan de contemplar la posibilidad de que semejante enriquecimiento pueda repetirse35.

35 Cfr. Harding, James. “Soros alimenta el renacer de la izquierda estadounidense”, en Financial Times, 13.01.2005 (George Soros es un magnate capitalista de origen judío-húngaro quien ha publicado varios libros y posee gran influencia en las finanzas internacionales). Confundidos, muchos creen que el capitalismo no permitirá el regreso del comunismo. Se equivocan inge-

254 Debo aclarar que la esperanza puesta en el capitalismo y libre comercio que los liberados de los soviéticos esperaban se derrumbó demasiado pronto. Pasó lo mismo que al pueblo alemán durante la guerra. Creían que al llegar los aliados los iban a liberar del régimen nazi, pero la nueva realidad fue de lo más humillante y denigrante. En conclusión: 1) Mientras el coloso soviético se mantenía en pie, era un importante importador de productos manufacturados de calidad, maquinaria, tecnología y equipos industriales. Desarticulado ese régimen, su sistema democrático posterior no tuvo ningún poder adquisitivo. Eso fue un duro golpe para la industria occi- dental que desencadenó un continuo desempleo en muchos países de Europa, y especialmente en Alemania, que fue su principal abastecedor de todo tipo de modernos productos industriales. 2) Además, la tan anhelada unión de las dos Alemanias le trajo sólo sinsabores a Alemania Occidental. Primero, debía abonar a Rusia 30 billones de dólares y rogarle de rodillas a Francia para obtener el “SI”. Segundo: debía recibir un país con todo obsoleto y socorrer a sus hermanos, que dejaron de ser “alemanes” y se habían acostumbrado a trabajar sólo para vivir. Según las estadísticas, antes de la unión Alemania Occidental, con mucha menos población que Japón, exportó 20 mil millones de dolares, más que ellos. Mucho más que EE.UU. y más que Francia e Inglaterra juntas. Después, esos guarismos cayeron a muy bajo nivel. 3) Al poco tiempo de caer las rígidas fronteras de los países soviéticos, Alemania se vio invadida, ilegalmente, por elementos indeseables llegados de todas partes, hasta vietnamitas, albaneses y gran cantidad de gitanos que antes, seguro, no había ninguno. Me interesaba la violencia desatada, tan comentada y repu- diada por el mundo entero, y el incendio de un edificio que habían invadido los vietnamitas en la ciudad de Rostock, sobre el Báltico. Por lo que, hablando con dos matrimonios de esa ciudad, de turismo en Tucumán, me explicaron: “Vivimos inseguros en nuestras ciudades, estamos temerosos en nuestras propias casas. Los alemanes estamos apretados en un país mutilado que nos dejaron los benditos aliados y encima de todo la gente que no les gusta a nuestros vecinos, nos la envían a nosotros. Por eso la juventud ve peligrar su futuro, sus fuentes de trabajo y su estilo de vida, lo cual despertó una violenta y descontrolada reacción. Pero eso no tenía nada que ver con ‘neonazismo’ ni nada por el estilo. Fueron inventos de la prensa internacional para hacernos quedar mal”. nuamente, porque los grandes capitalistas saben cómo manejar a sus jerarcas y sacar el máximo provecho sobre millones de seres humanos que trabajan para sobrevivir, dejando su sudor en la explotación conjunta de comunistas y capitalistas.

255 “Sin embargo, el gobierno –dicen ellos– notoma medidas, no cierra las fronteras, por temor a ser tildado de racista. No sabemos hasta cuándo vamos a ser las ovejas negras y ¿cómo vamos a vivir así?” 4) Mientras la U.R.S.S. estaba en pie, un millón de soldados rusos estaban en los países satélites, que los consideraban como su imperio, la pasaban bien y nadie podía quejarse. Ahora esas tropas, de regreso a Rusia, se convirtieron en una pesada carga en sueldos, alimentos y viviendas, además de ejercer una presión política y una agitación imperialista que fueron una verdadera amenaza para la débil democracia rusa y un peligro para las ex repúblicas soviéticas. 5) Frente al gigante soviético, la trilateral Europa Occidental, Japón y Estados Unidos formaban una sólida alianza económica, militar y espiritual. La Comunidad Europea estaba más unida y más de acuerdo. Hoy ese bloque se está ampliando, pero la unidad se está aflojando. Alemania, cansada de ser tratada injustamente de agresora, se empeñaba pacientemente para edificar la Unión Europea, mientras los franceses se hacían rogar y los ingleses jugaban en la cuerda floja. Por otro lado, desaparecido el coloso soviético, a los EE.UU. tampoco les interesa mucho una Europa unida y demasiado fuerte. A veces eso deja en una situación incómoda al pueblo alemán. Por lo que está obligado a aferrarse a la amistad de Francia y aceptar lo que le pide EE.UU. Los alemanes de hoy no conocieron ni a Hitler ni a sus malditos nazis y sin embargo deben soportar todavía una culpa por algo que no cometieron. Los nazis, como ya hice notar, no eran mas que 10%. 6) Mientras el comunismo estaba en el poder en los países soviéticos no había libertades pero había todavía orden, limpieza y trabajo para todos. Al caer ese no deseado régimen vinieron otros males mayores. Además de la carestía y la desocupación, los países “liberados” se llenaron de criminales por falta de seguridad. Me acuerdo el manifiesto del 2º presidente de la nueva Bulgaria, que decía: “La democracia no le sirvió al pueblo sino a los bandidos y a los criminales.” Lamentablemente cada vez que visité mi vieja patria en los últimos años me dolió mucho escuchar a la gente grande, en especial a los jubilados, decir que “con el comunismo estábamos mucho mejor”. Sin ninguna duda, una de las consecuencias más graves del derrumbe del coloso soviético es la irrupción en el nuevo escenario de la tan temida mafia rusa. que trafica no sólo con todo tipo de contrabando y de drogas, sino con todo tipo de armamentos, elementos de fusión nuclear y hasta con misiles con cabezas atómicas, ya que los militares están en la miseria. Y eso es ya demasiado grave. La mafia rusa, como se supone, está formada por los ex comisarios y altos funcionarios de la despiadada K.G.B. (la policía secreta soviética). La misma representa el crimen organizado más perfecto. Los rusos son asesinos por dinero, y ellos son los señores. Mucho se habla de que en la Rusia de hoy hay más millonarios con mayor posesión de riquezas que en cualquier parte del mundo, incluso los Estados Unidos. Pero teniendo en cuenta lo antes mencionado sobre la jerarquía soviética, de

256 intelectuales hábiles, es fácil deducir en qué manos está la riqueza. Hasta tal punto que el mismísimo presidente ruso Vladimir Putin acusó a varios multimillonarios que, habiendo explotado el régimen comunista llenándose de oro, luego compraron a previo vil los bienes del Estado que fueron privatizados e incluso, aprovechándose de su poder, robaron al Estado, e incluso no pagando los impuestos.

ARMAMENTISTAS Y TRAFICANTES DE LA MUERTE El gran negocio de la venta de armas es muy viejo. Sin embargo, se ha ido expandiendo en el siglo XX. Ellos tienen el poder económico, las vinculaciones, los agentes especializados, la propaganda y los resortes para promover y armar nuevas guerras. Las más fabulosas ganancias, sin duda, provinieron de la Primera y la Segunda Guerra Mundial. En los cinco años de guerra mundial, cuando todo el mundo trabajó para la misma, las ganancias fueron astronómicas. Pero el fabuloso negocio no debía parar. Por eso, al callar los cañones y los bombardeos sobre Alemania, de inmediato se fomentó la impresionante y costosa Guerra Fría, armando unos fabulosos arsenales atómicos para la destrucción masiva y aniquilación humana en ambos lados del Atlántico. Mientras los gobernantes del mundo entero hablan de paz, los armamentistas piensan en los conflictos que se pueden provocar en todas partes del globo. Con la sutil propaganda alertan a los bandos que se encuentran en disputa, para asegurarse cada uno un buen arsenal bélico. De ese modo se organizaron las guerras de Corea del Sur y del Norte, que fueron apoyadas por EE.UU. por un lado y Rusia y China por el otro. Después, la larga y costosa guerra de Vietnam; posteriormente la guerra de 8 años entre Irak e Irán, aprovecharon en conflicto entre Rusia y Afganistán, como así el de India y Paquistán. En el año 1991 se inició una formidable guerra en el Golfo Pérsico, con un impresionante despliegue de armas supermodernas y nada menos que 525.000 soldados americanos (según la prensa), además de un sinnúmero de tropas aliadas, cuyos gobernantes sobornados debían comprarles armas, de una desproporcionada envergadura, teniendo en cuenta la reducida dimensión del enemigo, el mas tarde depuesto dictador Saddam Hussein y su insignificante capacidad bélica. La verdad es que no tenía con qué defenderse. Siempre tuve la sensación de que derrocar o eliminar al dictador iraquí Saddam Hussein en 1991 no debía ser cosa imposible, pero seguro que no era conveniente. Por un lado Irak se desintegraría, y no tendrían a quién cobrar indemnización de guerra, y por el otro no tendrían pretexto ni lugar adecuado para probar sus nuevos armamentos ni armar una nueva y costosa guerra que hoy se está librando y nadie sabe hasta dónde puede llegar. Pero lo que me causa gracia es que a los múltiples y pobres países del ex bloque soviético que quieren entrar en la unión europea, les

257 exigen que primero se integren a la OTAN. Para ello deben deshacerse de los viejos armamentos que tienen y adquirir nuevos, más modernos. Claro está, a costa de los grandes sacrificios y préstamos que hipotecan su futuro y aumentan su pobreza. No podemos olvidarnos de la ridícula guerra por la pequeña provincia de Kosovo. Éste era otro escenario propicio para embolsar mucho dinero con las armas más nuevas, sofisticadas y costosas, destruyendo todo un país. Como era evidente que los rusos estaban dispuestos a defender a Serbia, algunos seguramente esperaban una tercera y devastadora guerra mundial. Lo que el lector seguro no sabe es cómo se manejan esos enormes y turbios negocios.

LOS NEGOCIADOS ARMAMENTISTAS Como ya mencioné, soy un golfista internacional. Jugué y conocí a muchas personalidades, no solo al ex presidente Carlos Menem, el brigadier general Agosti, ex integrante de la junta militar como jefe de la Fuerza Aérea. Pero lo que nunca me olvido es de un ocasional competidor de golf en Brasil. Como siempre, después de jugar cuatro horas nos sentamos en el bar para charlar y conocernos mejor. Fue in industrial de armamentos quien me contó que perdió una licitación para venta de armas por u$s. 600.000.000. Estaba amargado, por- que después de haber ofrecido 30% de comisión al gobierno que las compraba, perdió la oferta porque otros habían ofrecido el 40%. Yo no podía creerlo. “Es que la venta de armas pasa por mas de una mano, para no dejar rastros”. “Una bomba, dijo él, que cuesta fabricarla unos mil dólares, se vende por tres mil. Como el armamento no se vende todos los días, se calcula 1/3 parte es el costo real, 1/3 la ganancia que debe quedar, y 1/3 parte es para la comisión de venta que a veces es mucho dinero, hasta miles de millones que se reparten entre los revendedores, los gobernantes, los jefes militares, hasta a políticos opositores de alto nivel”. Quizás por eso el ex presidente de España al perder la elección y el nuevo gobierno de Rodríguez Zapatero retiró las tropas de Irak, salió en los diarios con amargos lamentos. “Es que hay compromisos contraídos”, dijo él. Pero qué compromi- so, no lo mencionó Seguramente el “amigo Bush” le pasó unos mil millones de dólares y ya no puede devolverlos ni cumplir con la promesa. España, después de EE.UU. y Gran Bretaña, era el tercero que votó para la guerra contra Irak, adonde se gastan cientos de miles de millones en armamentos. Y también el tercero en cantidad de envío de tropas.

LIMPIEZA ÉTNICA

258 La limpieza étnica no es sólo una frase, sino una trágica realidad desde tiempos inmemoriales. Muchos pueblos bárbaros han practicado esa crueldad. Sin embargo, en el siglo XX, en la cumbre de la civilización occidental, después de la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la limpieza étnica tomó de nuevo una horrorosa realidad. Cómo no me voy a acordar, cuando de chico escuchaba a la gente grande llorando a nuestros hermanos desterrados, “desnudos y descalzos”, como se decía, de los territorios búlgaros que los aliados entregaron a nuestros vecinos, pero eso no interesaba a nadie. Eran sufrimientos ajenos... Nadie se interesó cuando en la década del ’90 los turcos masacraron al pueblo kurdo y no sólo en su país, sino también en territorio iraquí, donde arrasaron y quemaron 135 poblaciones, como informaron los medios de difusión de entonces. Nadie ni siquiera levantó la voz en defensa de cientos de miles de asesinados, indefensos seres humanos. Pero a Turquía nadie le objeta nada, porque es aliada de los aliados. Medio siglo atrás los turcos habían asesinado más de un millón de armenios sin que el mundo levantara un dedo. Tampoco nadie se interesó por la atroz y cruel limpieza étnica cometida contra el indefenso pueblo alemán, a raíz de la desgraciada guerra emprendida por los altaneros nazis para recuperar lo saqueado por sus vecinos después de la Iº Guerra Mundial por Francia, Polonia y Chequia. En su reciente libro Berlín, Antony Beevor, escritor y ex militar británico, relata: “Los ejércitos soviéticos que avanzaron sobre Prusia oriental en enero de 1945, en enormes y largas columnas, eran una mezcla extraordinaria de lo moderno y lo medieval: tanques conducidos por hombres con cascos armados, seguidos por caballería cosaca montada en caballitos sucios con el botín del saqueo atado a la montura. Había saqueadores que bebían y violaban sin límites. Todas las mujeres que quedaron al replegarse los alemanes fueron violadas, cada una varias veces, por soldados del ejército rojo. Muchas, varias veces, niñas y ancianas... Y bebían mucho, alcohol y sustancias químicas peligrosas robadas de laboratorios....” Hay que ver el corto metraje de televisión. que refleja la tragedia de las 10.000 desesperadas personas hacinadas en el lujoso transatlántico “Gustloff ” para 1.800 pasajeros, convertido en hospital para heridos frente a la costa de Prusia Oriental, que al zarpar para Alemania fue torpedeado en el mas Báltico, sucumbiendo la inmensa mayoría en las heladas aguas. Hay que escuchar los trágicos relatos de un señor alemán, que me compró un departamento en Tucumán. Había nacido en la región alemana de los Sudetes, hoy bajo los checos. Al terminar la segunda gran guerra quedó huérfano de padre a los 8 años, con su madre y dos hermanitos. Un día llegan unos paramilitares armados checos y les ordenan que de inmediato se vayan a Alemania. Su madre, llorando, les suplica que los deje hasta la tarde, para poder llevar algo de ropa y comida, ya que no sabían adónde ir. “Antes del anochecer volveremos” –le dijeron–, “y si todavía los encontramos aquí, los fusilaremos a todos”. Lo que han sufrido después de perder su casa, su tierra y todos sus bienes, es largo de contar. Y eso sucedió con todos los alemanes que vivían en sus propias regiones. Pero pregunto ¿Alguien alguna vez escribió dos líneas sobre estas aberrantes historias?

259 En el año 1996 hice un tour por la República Checa. En el viaje de Praga a la ciudad alemana Carlsbad que los chexos bautizaron como Karlovi Vary pasamos por una extensa zona con casas diferentes al resto del país. Un hombre preguntó a qué se debía eso. “Es que aquí vivían alemanes”, dijo la guía, “pero se fueron después de la última guerra”. Como yo conocía bien lo que sucedió le pregunté a la guía: “Sra., ¿los alemanes se fueron así no más, abandonando todo, o los checos hicieron una implacable limpieza étnica?” La mujer se quedó muda, aturdida al no esperar esa pregunta, de repente cambió de tema. No quiero entrar en detalles sobre la limpieza étnica que hicieron los fanáticos polacos. El mundo no sabe que una tercera parte de su territorio hoy está asentado sobre tierras alemanas, de las cuales echaron o mataron a sus habitantes. Entre muchas otras, la vieja ciudad alemana de Breslau se encuentra lejos, dentro de Polonia, y está rebautizada como Wroclaw. Su frontera Oeste se ha trasladado cerca de los suburbios de Berlín. El mundo no sabe de la desgarradora suerte y limpieza étnica que se ha co- metido en la historia de la humanidad en la mitad del siglo XX. La provincia alemana de Prusia Oriental, que se encontraba sobre el Mar Báltico, al norte de Polonia, lindando también con Lituania, con unos 4 ó 5 millones de habitantes, al invadirla los rusos acribillaron a todo alemán que encontraban y violaban a todas las mujeres que encontraban. Los barcos alborotados de gente que trataba de salvar su vida fueron torpedeados al alejarse de las costas y hundidos sin misericordia. La restante población fue llevada en trenes de carga a la helada Siberia para trabajos forzados. El territorio de Prusia Oriental fue dividido entre Polonia y Rusia que queda hoy con una franja. La vieja capital Königsberg se llama ahora Kaliningrad y los habitantes de esa provincia alemana están en las tumbas, en el fondo del mar, o dejaron sus huesos en la helada Siberia.

LOS BALCANES: LA MACEDONIA Y KOSOVO Macedonia fue la patria natal del genial conquistador Alejandro Magno. Hombre multifacético, con puño de hierro, mente genial y sobrehumana energía. Conquistó Grecia antigua, Persia y Egipto y llegó hasta la India. Murió joven, a los treinta y tres años de altas fiebres, en 323 a.C. Macedonia quedó como una provincia inundada por los pueblos eslavos y fue más tarde incorporada al nuevo Estado búlgaro. En el siglo VIII llegó a ser la cuna de la cultura y literatura búlgaras. Hasta el día de hoy los ancianos hablan bien el búlgaro. En la Primera Guerra Mundial fue ocupada y repartida por Grecia y Serbia. Al desmembrarse el imperio serbio ( Yugoslavia), al derrumbarse el comunismo, la parte serbia se declaró como la República de Macedonia. Tiene 25.000 km2 y dos millones y medio de habitantes con su capital, Scopie. Su religión es cristiana ortodoxa y un 25% de su población son albaneses musulmanes. Los griegos no la reconocen como República de Macedonia para no pretender la parte que

260 está bajo su dominio, sino sólo como República de Scopie, su capital. Quizá por eso, el año pasado 2002, en una colina cerca de esa ciudad, los macedonios construyeron una gigantesca cruz de 67 metros de altura iluminada por 650 con el objetivo de alumbrar más allá de sus reducidas fronteras. En mi viaje a Bulgaria en 1998 visité ese diminuto país, con sus treinta y cuatro montañas. El país más montañoso que yo vi en mi vida. Entre otros, me gustó mucho el cristalino lago Ojrid, sobre la frontera con Albania, y la ciudad del mismo nombre, que fue justamente en la antigüedad la ciudad universitaria búlgara. Al viajar a lo largo de la frontera albanesa pasamos por muchos pueblos de esa etnia. En la ruta, el ómnibus paró frente a un negocio en donde se vendían todo tipo de baratijas, bebidas, café, chorizos, etcétera. Al ver la poca limpieza me olvidé de mi sed y pregunté por el toilette. “A los dos costados”, me dijeron. “Puede ser también al otro lado de la ruta”, me dijo otro. Al salir, vi un sendero al costado en el bosque de unos 30 m de largo. A los dos costados se veía gente –hombres, niños y mujeres– haciendo sus necesidades. Miré desorientado un rato y por el apuro que tuve no me quedaba otra que buscar un lugar, evitando pisar los excrementos recientes. Como si el pudor allí no existiera, en especial para las mujeres musulmanas, con sus anchas y largas faldas. Con las guerras de Bosnia y de Kosovo y la limpieza étnica hecha por los serbios, muchos mahometanos emprendieron la emigración hacia el oeste. El primer país occidental en su ruta era Austria, lugar por donde pasé decenas de veces, donde inclusive residí por más de seis meses. Los austriacos, como bue- nos alemanes, son un excelente pueblo, con una cultura envidiable. Al que no conoce la Viena Imperial le recomiendo hacerlo. Allí se respira un aire de los viejos tiempos. En el famoso Ring (a lo largo de la vieja muralla defensiva), en los restoranes y choperías, las orquestas tocan los conocidos valses vieneses, donde se baila con elegancia frente a los jardines con flores. Pero no puedo dejar de pensar que allí, en la sombra nocturna, los albaneses, bosnios, etc. hacen sus necesidades en un excelente lugar al aire libre como en su casa. ¿Quién se los impide? Y si no es allí, ¿dónde van? Los inodoros para ellos son algo incómodo, desconocido y que no inducen a la evacuación. Ahora bien, quiero hacer una pregunta: los austriacos, ¿no son dueños de su país y de su exquisita cultura? ¿No pueden oponerse a la inmigración de tan bajo nivel? ¿Es eso reprochable? ¿Se los debe tratar como xenófobos racistas, de nazis y no sé qué más? Sin embargo así lo calificó la poderosa prensa internacional. La llamada guerra de Kosovo costó mucho dinero en armamentos que causaron grandes destrozos de costosa reconstrucción. Se mantienen allí muchas tropas llamadas K-FOR que cuesta mucho mantener y nadie sabe hasta cuando. Si se hubieran utilizado esos fondos para el crecimiento de Albania, ese pueblo se podría haber reubicado en su vieja patria, abandonando el suelo serbio. Hoy Kosovo está en

261 peores condiciones que antes del conflicto. Las tropas extranjeras no pueden solucionar nada. El día que se retiren, los serbios atacarán de nuevo porque Kosovo es un sagrado suelo serbio debido a que allí su héroe Marcos sucumbió con todos sus soldados bajo la encarnizada embestida otomana. Por eso se ha creado un desastre: ¿quién se beneficia de nuevo?, los armamentistas. Como será que de tanto complicar esta situación, el ex presidente de Serbia, Solbodan Milosevic, apresado por el Tribunal Penal Internacional, no pudo ser condenado y se murió en la cárcel, al parecer envenenado. Porque Milosevic se defendía personalmente diciendo que: combatió la guerrilla terrorista albanesa que pretendía anexar a Albania la provincia de Kosovo, o sea combatir el terrorismo de su propia casa. Mientras que el imperio americano va a buscar a los su- puestos terroristas a miles de kilómetros, por lo que consideran al mundo entero su propia casa. Años atrás, la palabra terrorismo se escuchaba muy rara vez. Sin embargo, los trágicos sucesos en la tierra de los palestinos más las injustificadas intervenciones bélicas del imperio americano, multiplicaron a los terroristas. “La sabiduría universal no perdona, el que siembra vientos cosechará tormentas”, eso es lo que está haciendo Bush. Todo esto ha hecho que hoy no haya seguridad en el mundo entero dondequiera que haya intereses norteamericanos y de sus aliados. Me resulta vergonzoso que el presidente de los EE.UU. haya tenido que blindar su propio territorio para poder asumir su segundo mandato. Aún peor, que obligue a los países que lo hospedan blindar las ciudades que visitará. Semjantes medidas significan mucho dinero gastado inútilmente y un gran trastorno. Sin ir mas lejos, el diario chileno El Mercurio publicó el detalle de los gastos de la visita de Bush en el Foro de Cooperación Asia Pacífico (APEC). Tres meses antes del inicio de la conferencia, 200 agentes del servicio secreto ya estaban en Chile. Tres aviones radar Awacs sobrevolaban Santiago de Chile las 24 horas, a un costo de 10.000 dólares la hora. La delegación de Bush ocupó todo el complejo hotelero Hyatt, con un valor aproximado de 50.000 dólares por día. La seguridad se completó con una enorme cantidad de vehículos blindados de todo tipo, desde limusinas hasta camionetas. Lo más curioso fue que se utilizaron dos aviones presidenciales para que no se supiera en cual de ellos viajaba Bush. Además, no hay que olvidarse de los gastos de todas las fuerzas chilenas de seguridad desplegadas. Tamaño despilfarro de dinero, ¿no podía haber sido destinado a los pobres e indigentes? No, porque a Bush hay que cuidarlo para que invada, destruya y mate a millones de personas inocentes. ***

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CAPÍTULO XIII EL CULTO A LA POBREZA En los años ochenta, la televisión local tucumana exhibía un cortometraje. Aparecía un hombre que lentamente conducía un asno para atarlo a un carro cargado con las pertenencias de la familia. Alrededor del rancho sólo había tierra pisoteada y muchos hijos desahuciados, desnutridos y semidesnudos. El hombre se movía con lentitud y pereza. Daba la impresión de que jamás se hubiera aga- chado para sembrar una semilla y menos, haber producido siquiera algo de lo que consumía. Ese ciudadano, ese argentino, produjo al parecer sólo tantas criaturas como su mujer pudo traer al mundo. ¿Consideraba acaso que era así como se retribuía a la patria? ¿O quizás, que esa condición de pobreza vergonzante debía resaltarse como una virtud? El documental era producido nada menos que por la Universidad Nacional de Tucumán en los años de la subversión. Se hacía un culto a la pobreza, a la pereza y al abandono. Faltaba solamente que los productores hicieran un canto a la vagancia y proliferación de niños sin futuro. Sin duda, quienes idearon esa serie serían intelectuales que se consideraban sobresalientes, pero no entendidos ni reconocidos por su “genialidad”.

LA FAMILIA AMENAZADA Desde siempre existe el dicho: “Para ser feliz son necesarias tres cosas: salud, dinero y amor”, apuntando sin duda al sexo. Profundizamos tanto en la ciencia y la tecnología, queremos proyectarnos en el espacio y, sin embargo, poco nos miramos a nosotros mismos. Nada se avanza hacia la verdadera y duradera felicidad del hombre. Pareciera que el mundo exterior interesa más que la familia. La TV color nos pasó por encima. Por lo que vemos a diario, la moda, los cantos, bailes y la excitación llevan a la destrucción de la moral, las buenas costumbres y la base del hombre: su familia e hijos. Como siempre sucede, quienes llevan la delantera son los más activos. Y como están las cosas, los homosexuales y la prostitución sirven de modelos, arrastrando a la juventud hacia las morbosas diversiones y la drogadicción. Considero que uno de los flagelos mas grandes de la Humanidad es proliferar muchos hijos sin hogar, sin alimentación adecuada, sin educación y, por lo tanto, sin futuro. Muchos de estos jóvenes se convierten en un serio peligro para la seguridad de la comunidad. Cuando son apresados en las cárceles, no solo cuesta mucho mantenerlos sino que, además, los penales son escuelas de delincuencia. Como se comprueba a diario, al salir de allí son mas peligrosos que antes.

263 Mientras, la sociedad festeja sus hazañas. Es notable ver que al bailar las chicas no muestran sólo la cara, las piernas y los pechos sino en especial las colas. “Te la meten en la nariz.” ¿No será que algunas tienen mucho interés en promover la cola porque es lo único que tienen para ofrecer? ¿Hasta dónde se pretende llegar?. En los tiempos en que vivimos, los ricos se preocupan por salvar lo que tienen, los pobres por sobrevivir, los gobernantes por mantenerse en el poder, mientras que los políticos se desvelan pensando cómo llegar más arriba, cómo escalar posiciones y llenarse los bolsillos, y no se preocupan por la moral mientras tengan más votantes. La libertad se ha convertido en un escudo para cualquier acto y propósito inconfesable. ¿Acaso esta “civilización occidental” marcha hacia su propia destrucción? Quizás debemos volver la mirada hacia los antiguos filósofos como Confucio, que decía “el que no vive para servir, no sirve para vivir”. Por mi larga experiencia puedo asegurar que el hombre, fuera de su lucha por la subsistencia, está siempre acompañado por el amor y el dolor. Para disminuir el dolor es indispensable estimular el amor, principalmente hacia la familia, los hijos, sus semejantes y a Dios. No hay causa más sagrada que el hogar, por tanto hay que luchar para conservarlo como fuente de vida y felicidad.

¿NORTEAMERICANOS Y YANQUIS O BANQUEROS? Cuando era joven escuchaba esos dos términos y los confundía. No podía hacer diferencia entre el pueblo norteamericano y el término “los yanquis”. Algo parecido me sucedía entre el pueblo alemán y los nazis. Pero después entendí que no era así, que no tenía nada que ver una cosa con la otra. Sin embargo, como primera reflexión se me ocurre que si los nuevos yanquis fueran tan humanos como pretenden demostrar y tan equitativos en los negocios, el mundo de hoy tendría otra cara. Pero para eso hay que hacer una clara diferencia entre un gran pueblo norteamericano, compuesto de muchas nacionalidades, y el tipo yanqui a quien ya como joven veía, en los diarios y los cines, bien alimentado, gordo, con una gran panza y una gruesa cadena de oro que le cruzaba, para enganchar el reloj, de un bolsillo al otro del chaleco. Por eso al leer toda una página del diario “Ámbito Financiero” del 6 de octubre de 1998, encabezada con la imagen del famoso banquero Nathan Mayer Rothschild, pintada en 1824, reavivó mi interés. Su nombre, Rothschild, proviene del escudo de color rojo que su familia tenía en la puerta de su casa en el gueto de Frankfurt. En alemán rot es rojo y schild es escudo, o sea Rothschild es escudo rojo. Aunque ya conocía la historia de ese banquero, la publicación mencionada en ese prestigioso diario me resultó muy interesante: “Alto, de barba negra, con una extraña sonrisa burlona y un dialecto de gheto Idisch, Mayer tuvo 20 hijos entre 1770 y 1790 (o sea uno por año). De ellos sobreviven 5 mujeres y 5 varones. Viendo el futuro con sus hijos varones Mayer

264 enseñó a los mismos a comprar barato y vender caro, antes que ellos pudieran caminar y luego, cuando ellos alcanzaron los 12 años, los puso a trabajar en el negocio familiar”. Además el hábil señor Rothschild aprovechó la siguiente situación, según escribe el diario: “Gracias a un decreto papal de los primeros siglos, la usura era prohibida para los cristianos, “prestar para provecho”; entonces los judíos tomaron el comercio del préstamo de dinero convirtiéndose en prestamistas, pequeños comerciantes y expertos en finanzas”. Rothschild hizo fluir su dinero por toda Europa prestando incluso a los príncipes y reyes. Cada uno de sus cinco hijos estaba moviendo las finanzas de Europa diciendo: “Nosotros somos como los mecanismos de un reloj, cada parte es esencial”. Por lo que su hijo Amschel quedó en Frankfurt, Salomón en Viena, Nathan en Londres, Karl en Nápoles y James en París. Desde Londres se manejaban las materias primas que llegaban de las colonias y los productos de su industrialización. De tanto dinero disponía la dinastía Rotschild que rebalsó a Norteamérica y gracias a ellos se convirtió en un motor de industrialización”. Pero no solo los Rothschild amasaron grandes capitales, sino muchos otros banqueros. Es cierto que los grandes capitales promueven el progreso y la tecnología. Con toda seguridad que sin ellos la humanidad no hubiera progresado tanto. Si se pudiera encontrar un modo de evitar la gran avidez del hombre de acumular más y más riquezas en pocas manos, sería una bendición. El tipo yanqui que yo imaginaba, hoy en día desapareció. Los yanquis de hoy tienen un gran poder económico, político, armamentista, viven en opulentas residencias rodeados de sirvientes de guantes blancos, manejando a su antojo sus enormes intereses en las bolsas y en las economías mundiales. Tienen como base a disposición un país que en realidad es prácticamente medio continente, lejos de ataques enemigos, con un pueblo trabajador y con un gran respeto a Dios, a las leyes y a las normas terrenales. Los yanquis disponen del signo monetario del mundo, que les cuesta sólo el papel y la tinta. Y desde que el ex presidente francés Charles De Gaulle llevó los billetes verdes, y pidió de vuelta el respaldo en oro que correspondía, ellos anularon todo el respaldo. Pero eso vale sólo para su moneda. Mientras, los demás países deben tener respaldo en oro, en dólares, o en otras monedas fuertes. Para lograrlo, la gran mayoría de los países deben pedirle dinero prestado, pagarles altos intereses y endeudarse hasta el cuello. Y no vaya Ud. a pensar que al concederle un gran préstamo, le envían las toneladas de billetes. No, los billetes, por lo general, quedan allí guardados en respaldo de lo que Ud. debe. Pero EE.UU. es no sólo la superpotencia económica, sino también militar y política. Allí, en Washington y en especial en Nueva York, tanto en la ONU como en Wall Street se cocina el destino del mundo. Después de la Segunda Guerra Mundial, los yanquis no sólo representaban un país vencedor, sino el único país que estaba en guerra pero que no sufrió ni un solo ataque aéreo, ni un solo soldado enemigo pisó su suelo. Por eso toda su población pudo trabajar tranquilamente produciendo en gran escala. Al terminar esa gran guerra, el único país intacto que quedó fueron los Estados Unidos. Mientras, las otrora potencias coloniales sufrieron grandes pérdidas navales y no podían sostener el dominio y la explotación de sus colonias, que

265 quedaron semi abandonadas, un fabuloso regalo del desgraciado Hitler. Eso cambió la cara del mundo. Los yanquis aprovecharon esa oportunidad, por lo que el comercio internacional quedó en sus manos; con los barcos mercantes de su impresionante flota de mar cruzaban los océanos y llevaban las mercaderías que vendían y compraban a precios que ellos querían. Ganaban tanto dinero que nadaban en la riqueza. Construían rascacielos, residencias más fastuosas que cualquier palacio real, grandes barcos petroleros y un desarrollo tecnológico y militar jamás imaginado. Los hilos de la política internacional estuvieron y aún están en su poder. Pero los resultados han sido mediocres por su gran avidez de riqueza. En donde se metieron de gendarmes han sido un real fracaso. Esto es, con toda seguridad, porque tienen dobles intereses. No hay ninguna duda de que el mundo de hoy depende de ellos. Lamentablemente su riqueza y avaricia les atraerá la envidia y el odio, por la pobreza y la frustración causada a tantos pueblos en el mundo entero.

CARTAS AL DIRECTOR Mi interés por la justicia, la paz, la política y economía del país ha sido permanente; he tratado pues de expresar estas inquietudes mediante innumerables “Cartas al Director” publicadas la gran mayoría en el importante diario “La Gaceta” de Tucumán. (Escribí también varios artículos en Buenos Aires y Mar del Plata, y en especial en los diarios de mi vieja patria). Como así reportajes de páginas enteras en prensa de Tucumán, Mar del Plata y Bulgaria. Como muestra de mi estilo, citaré tan solo algunos de ellos.

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APOCALIPSIS – 8 DE MAYO DE 1998 Durante milenios, los pueblos han derramado mucha sangre para defender- se, víctimas de invasiones, saqueos, dominaciones y explotación, hasta llegar a nuestros días. Hoy, para la penetración y la explotación no son necesarios ni la dominación física, ni la colonización, ni un solo soldado. Son totalmente incruentas. En todo este siglo, con la manipulación de sangrientas ideologías y dos macroguerras, se creó una nueva, sencilla, pero devastadora arma: el capitalismo en todas sus formas, invisible e invencible. Su sórdida hegemonía borró las fronteras y se esconde detrás del mito de la globalización, tan bien planificado. Todo se perfeccionó. Grandes masas de capitales con la meta fija de dominar al mundo pueden con facilidad endeudar, empobrecer y arruinar no sólo a un país o a una región, sino hacer temblar al mundo entero aprovechándose del caos que engendra. Todos miramos cómo la oscura nube de la globalización cubre la Tierra; las grandes corporaciones financieras imponen sus políticas y con la cabeza gacha hay que rendirles cuenta. Mientras la técnica deshumanizada avanza, el individuo desaparece, hay ricos más hiperricos y pobres más desesperados. El primer acto de la comedia trágica, son las quiebras y fusiones de grandes empresas y bancos. Más adelante vendrán bancos, monedas y gobiernos regio- nales y continentales y al final, tarde o temprano, habrá un megabanco, moneda unificada mundial –el dólar– y un gobierno mundial en Washington, bajo el con- trol de los hipercapitalistas-financistas. Con eso se cumplirá el sabio proverbio babilónico: “El peor mal del mundo es el ojo voraz del hombre, que no se sacia ni con todo el oro del mundo”. Pero no se aflijan. El hombre aguanta todo. El Apocalipsis anunciado por los libros sagrados ya se hace realidad: se llama globalización.

¿LA PAZ MUNDIAL? – YA NO EXISTE MÁS El siglo XX fue feroz, con las dos Guerras Mundiales, la guerra en Corea, la infernal guerra en Vietnam y la costosa Guerra Fría y un sinnúmero de conflictos agitados en su mayoría por los yanquis norteamericanos. Al concluir la famosa Guerra Fría se creía la llegada de una paz mundial eterna. Sin embargo, tan pronto empezamos a caminar el siglo XXI, y con el pretexto de los ataques del terrorismo, se creó una nueva forma de guerra sin fronteras y sin fin. Con las guerras preventivas, unilaterales del “imperio americano”, se pone en riesgo el orden mundial. Mientras existía la Guerra Fría, cada bloque se preparaba para “en caso de guerra”, como acostumbraban decir mis amigos comunistas en Europa. Ninguno de los dos bloques, los norteamericanos ni los soviéticos estaban dispuestos a iniciar

267 una guerra total, temiendo su propia destrucción. Es decir, nadie pensaba ser el primero que “apriete el botón”, como se decía. Hoy, la Guerra Fría ya desapareció. Sin embargo, ¿está en marcha una “guerra caliente”? Los grandes magnates armamentistas no pueden pensar en un mundo en paz. Un mundo sin guerras, en el cual su espléndido negocio termine. Por eso no habrá paz en la tierra mientras exista la voracidad de los armamentistas, lo que obligará al mundo a sobrevivir sufriendo bajo el reino del poderoso imperio del Norte. Sin darnos cuenta, las diferencias religiosas y étnicas están creando chauvinismos y fundamentalismos, que ya están explotando. Pensando concretamente en el problema entre Israel y sus vapuleados vecinos palestinos, con seguridad en los dos bandos habrá más gente por un arreglo pacífico, pero los belicistas son más fuertes y se imponen. Los palestinos están enardecidos por recuperar los territorios injustamente ocupados por Israel, y por la vuelta “a casa” de millones de palestinos expulsa- dos, perdiendo todo. Los Hezbollah que luchan en El Líbano son descendientes de ellos, y su lucha contra Israel al parecer no terminará jamás. Por los dos soldados israelíes que ellos secuestraron, Israel le declaró la guerra y destruyó medio Líbano, y al final bajo la presión internacional debió retirarse, con lo cual Hezbollah se declaró victorioso y los dos soldados secuestrados no fueron rescatados. Siempre me da ganas de reírme cuando escucho que Hezbollah “bombardea- ba” Israel con los “Katiuscha”, arma ya vieja y oxidada que los rusos inventaron antes de la IIª Guerra y seguro que la vendieron por poca plata para sacársela de encima. La “Katiuscha” dispara a poca distancia sus proyectiles que explotan en el aire, y eran muy eficaces en la defensa. Porque al herir muchos soldados, esos debían ser retirados por sus compañeros y con eso la presión alemana se demo- raba y con eso tuvieron muchas bajas. Pero no es un arma de ataque. Además, los “Katiuscha” no son para disparar a la distancia; además sus proyectiles caen en cualquier parte, sin presición y sin ocasionar grandes daños. Lo más curioso es que para evitare que Hezbollah recibiera armas por el mar, no se de quien, nada menos que Alemania fue obligada a enviar al Mediterráneo, frente a las costas del Líbano, varios cruceros de su marina de guerra que también tenían la obligación de tener para formar parte de la NATO, con mucho personal y por tiempo indeterminado. Pero como siempre, se impone la razón del más poderoso. Además, su fiel aliado, los E.E.U.U., emprendió una guerra atroz para eliminar uno por uno a los Estados que considere posibles enemigos cercanos o lejanos a Israel. Asimismo, esto le ayudará a tomar por asalto las inmensas riquezas petroleras que posean los países islámicos. Sin embargo su enorme poder está causando una gran cantidad de muertos y

268 destrucción, que a su vez provocará un gran odio y un terrorismo suicida sin precedentes que nadie podrá negar ni parar. Es fácil acusar de terroristas a gente que lo ha perdido todo. Pero el que es más terrorista y asesino es el que fue a destruir su país, su futuro, sus bienes, y mató a gentes queridas. Eso sí que no tiene perdón. Son los que provocaron y multiplicaron el terrorismo. Todo empezó en Palestina y debe solucionarse allí. Está bien que Jerusalem es la ciudad sagrada para los musulmanes, judíos y cristianos, pero no por eso el mundo debe ensangrentarse porque los judíos (que la tienen ocupada) y los palestinos la quieren de capital. ¿Acaso no puede ser una ciudad universal y abierta? ¿O el fanatismo de unos y otros imposibilita esa ecuménica y humana solución? Todo parece indicar que no es posible la paz entre el superpoderoso Esta- do israelí que según sus propios científicos tiene arsenal atómico, y los pobres palestinos, con sus mutilados territorios, con asentamientos judíos, con varios millones de exiliados, con sus bienes destruidos. Israel culpaba al fallecido Yasser Arafat de intransigente porque pedía lo que es palestino. Si el nuevo presidente de Palestina, Abu Mazen, cede a las presiones israelíes, será bien mirado por el mundo. Pero para los damnificados será sin duda considerado un traidor. Por eso si Israel se sigue negando y no cumple con la resolución de las Naciones Unidas, no será posible una paz duradera en la Tierra Santa de las tres religiones monoteístas.

EL NUEVO ORDEN: LA GLOBALIZACIÓN ES EL COMUNISMO AL REVÉS. RICOS MÁS RICOS Y POBRES MÁS POBRES Desde los tiempos del gran conquistador macedonio Alejandro Magno, o del conquistador romano Julio César, los que se consideraban fuertes, poderosos e invencibles, querían construir un nuevo orden en el mundo. Tiempos más tarde, empezaron las colonizaciones encabezadas por Inglaterra. Mientras, los cañones de los cruceros tronaban, los soldados conquistaban y ocupaban vastas zonas del planeta sometiendo a sus milenarios pueblos. Mientras, los barcos carguero exportaban baratas materias primas y el sudor de estos pueblos por muchos si- glos. Toda esta explotación acumuló enormes riquezas en los países coloniales. Eso duró hasta llegar a nuestros tiempos con Stalin y Hitler, que también con la fuerza querían hacer un nuevo orden mundial. Con la Segunda Guerra Mundial y la destrucción por parte del nazismo del poder militar marítimo de las potencias occidentales, las colonias pudieron independizarse sin recurrir a la violencia o a las guerras. Entonces empezó una nueva explotación a mano de los grandes capitalistas, que aprovecharon las riquezas que acumularon durante las dos guerras mundiales y el vacío de poder producido. Hoy, el nuevo orden mundial se está imponiendo con el soborno, con los billetes

269 verdes, con las guerras, las amenazas o directamente con las masacres. El arma invisible es el capital, la seducción con la corrupción y el endeudamiento. Su arma más poderosa es el sometimiento de los pueblos por el hambre. El que no lo ha sufrido, como el que escribe estas páginas, no lo conoce, no tiene idea de lo que significa sufrir el hambre, sin esperanza. Eso pasa hoy con muchos pueblos, en especial los de Afganistán e Irak, invadidos y destruidos por Estados Unidos. Como es sabido en el sistema comunista todo estaba en manos de Estado. Las grandes masas de los pueblos trabajaban día y noche mientras los jerarcas gozaban viviendo en la opulencia y llenándose los bolsillos con los negociados junto a los capitalistas que eran, ni más ni menos, sus naturales socios en todo lo que emprendían. En la globalización, todos los bienes estarán en manos de los grandes capitalistas, que vivirán como príncipes, mientras las grandes masas populares seguirán trabajando día y noche para pagar los servicios, los impuestos y las deudas por todo lo que poseen. Todos esperábamos que, gracias a estos grandes capitales y empresas multinacionales, fuera posible entrar en el umbral del siglo XXI en paz y abundancia para todos. Sin embargo, nos olvidamos de una cosa: la insaciable y voraz avidez de más riquezas y más poder que el dinero trae desde hace milenios no tiene límites. Los ricos quieren ser más ricos y poderosos. Se equivocan los que creen que se le puede pedir un favor al capitalista. El gran banquero conoce sólo sus intereses y no le importan las necesidades ajenas. Me resultó gracioso que nuestro ex-presidente, el Dr. Fernando de la Rúa, a los dos meses de haber tomado el poder, en enero de 2000, abandonó los múltiples problemas que tenía encima y voló a la lejana Escandinavia. No quería estar ausente en el encuentro de varios jefes de Estado en Estocolmo, para “concientizar” la lucha contra el racismo y el antisemitismo que sufrieron los judíos bajo el nazismo. Sin duda quería “codearse” con los grandes banqueros (que esperaba encontrar allí) como los Rothschild, Rockefeller, Morgan, Lehman Brothers y muchos otros, como asimismo, con los nuevos multibillonarios George Soros, Bill Gates, etc., incluyendo al poderoso Alan Greenspan, presidente de la “Reserva Federal Americana”. El ex presidente suponía que siendo este evento de esa colectividad, la gran mayoría de ellos estarían presentes. Por lo tanto sería una buena oportunidad, pensó nuestro bueno, pero ingenuo presidente, para pedir urgente un préstamo para su déficit fiscal de entonces, de 7.400 millones de dólares. Antes de volver, se anunció la gran posibilidad de obtener pronto ese tan necesario préstamo. Como es de suponer, el capitalista, sea quien fuere y aún se trate de su propio hermano, no larga así nomás la plata. Los banqueros, al enterarse de la desesperante situación argentina antes del mes, en vez de enviar el préstamo, enviaron a los inspectores del FMI que llegaron a la Argentina tantas veces para controlarnos –con todos los gastos por nuestra cuenta–, pero el dinero nunca llegó.

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LA RESERVA FEDERAL ¿ES DEL GOBIERNO DE EE.UU.? Hay un gran desconocimiento acerca de lo que es la famosa Reserva Federal y el inmenso poder que pose para manejar la economía mundial. Quisiera citar el libro “rumbo a la ocupación mundial”, de Gary H. Kah, quien dice: “Contrario a la opinión popular, la Reserva Federal no es una institución gubernamental. Es una sociedad privada que imprime los dólares, cuyos dueños son los accionistas. Hasta hace pocos años los nombres de los dueños de la Reserva Federal estaban bien guardados debido a la aprobación del Acta de la Reserva Federal que establecía que la identidad de los accionistas clase “A”, de la Reserva, no fuesen reveladas. El Señor R.E. McMaster, editor de un boletín financiero titulado “The Reaper” (el Cosechador), pudo determinar quiénes eran los dueños principales a través de sus contactos en Suiza y Arabia Saudita. Según McMaster, los ocho accionistas mayores son: el Banco Rothschild de Londres y Berlín; el Banco Lazard Brothers de París; el Banco Israel Moses Seif de Italia; el Banco Warburg de Hamburgo y Amsterdam; el Banco Lehman Brothers de Nueva York; el Banco Kuhn Loen de Nueva York; el Banco Chase Manhattan de Nueva York y el Banco Goldman Sachs de Nueva York”. Todo indica que son de la misma colectividad, y de allí proviene su inmenso poder. “Estos intereses son los dueños del Sistema de la Reserva a través de aproximadamente trescientos accionistas, todos los cuales se conocen unos a otros y en algunos casos, están emparentados unos con otros. La aprobación del Acta de la Reserva Federal vino rodeada de muchos engaños y maniobras. Sin embargo, el Congreso, viendo que tal sistema no estaba de acuerdo con la Constitución, derrotó el acta con la fuerte ayuda de los cabilderos de los pequeños bancos* (*El Art. 1, Sección 8, de la Constitución de EE.UU., prohíbe que los intereses privados impriman dinero o regulen el valor del mismo.) Poco tiempo después, sin embargo, la misma propuesta, con solamente unas modificaciones menores fue presentada otra vez con un nombre diferente y aprobada como el Acta de la Reserva Federal (oficialmente, el Acta Owens Glass). Los que habían dirigido la oposición al Acta Aldrich, pensaron que la batalla había sido ganada y bajaron la guardia. Muchos de estos individuos, ya se habían marchado a las vacacio- nes de Navidad, cuando el acta fue presentada otra vez y pasada por la fuerza en el Congreso el 23 de diciembre de 1913” 36. Se me ocurre hacerle una pregunta al lector: ¿quién es el hombre más pode- roso del planeta? Muchos dirán que el Papa, pero el Santo Padre tiene, supues- tamente, unos mil millones de feligreses; otros dirán que es el presidente de EE.UU., pero tampoco lo es. Hoy, el hombre más fuerte de la tierra, el que hace temblar los mercados y las bolsas del mundo con sólo estornudar, es el presidente de la Reserva Federal de los Estados Unidos; que es elegido por los principales accionistas, pero que por costumbre formal, es nombrado por el presidente de los EE.UU. Él decide bajar o subir los intereses en EE.UU. y eso produce subas o bajas de las acciones, bonos y demás valores. Una opinión de su presidente puede repercutir muy seriamente en los mercados mundiales. Hasta el Congreso de EE.UU. lo invita para escuchar su opinión.

271 El día 8 de enero de 2001, el diario Ámbito Financiero sacó una página entera referente al famoso Sr. Greenspan, presidente por muchos años de la Reserva Federal. Pero aún más impactante fue lo recuadrado al pie de la página, con el título “El superpoder”, que dice: “El poder de la Reserva Federal es tan grande, que nunca ha sido auditada ni inspeccionada por el Congreso o la Justicia. Si bien la “Fed” está sujeta a cierto nivel de controles, es ella la que designa y contrata a sus propios auditores, aunque el trabajo que pueden realizar es sólo nominal. Ni siquiera el gobierno a través de la General Accounting Office (contaduría general) tiene acceso a la información más importante... Las discusiones entre los miembros de la Fed y sus empleados, se guardan bajo el más estricto de los secretos”. Permítanme mostrar un dólar e ilustrar mi visión del futuro Otra concepción de la magnitud del poder financiero de la banca internacional es la que expresa el ya citado investigador Nicola M. Nicolov, justamente en su libro, “ ”, donde comenta que “los países subdesarrollados adeudan a los bancos más de un trillón de dolares, que nunca podrán abonar. Impagables son también las deudas federales norteamericanas, que ascienden a U$S 5.000.000.000.000 (Cinco mil billones de dólares), mientras las deudas privadas son de unos 20.000.000.000.000” –sólo estos escalofriantes datos dan una real visión del poder de los financistas, como si todo se adeudara, todo está en sus manos–. Teniendo en cuenta que estos datos son de muchísimos años atrás, nos podemos imaginar las cifras actuales, que aumentan cada día más.

Figura 1: La base de la pirámide significa la “masa gris” universal, o sea las clases unificadas para abajo al estilo comunista, pero en vez de que todo esté en manos del Estado, estará en manos de los grandes capitalistas, mientras la población tendrá todo endeudado. Deberá trabajar obligadamente para pagar los préstamos y sus intereses, los impuestos y los servicios que les brindan las grandes corporaciones. Figura 2: Mientras tanto, todo será ordenado y gobernado por la pirámide. Empezando desde lo estamentos más bajos, hasta llegar a la cumbre. Figura 3: La cúspide representa el poder central de los grandes capitalistas que dominan el mundo entero. El círculo representa el universo.

272 Gary. H. Kah. -“Rumbo a la ocupación mundial”- Editorial Unilit. Miami Fl. 33172. Traducidomal español por Oscar Cortéz. 1997 págs. 19-20. 36

Es muy interesante también el relato del Sr. Nicolov en su libro “ ”, que dice: “El Comité de los 300 o la nombrada “mano invisible” está guardado en secreto. De acuerdo a los relatos del Dr. George Colman, ex miembro de la ultra secreta agencia de investigaciones británicas M.16, este reducido comité no reconoce fronteras nacionales, está sobre las leyes de cualquier país y controla cualquier situación política, religiosa, comercial e industrial. Sus miembros se consideran con derecho divino para lo siguiente: • Crear un gobierno mundial y un nuevo orden bajo sus directivas • La liquidación de toda identidad nacional • La liquidación de las grandes religiones, en especial la cristiana. • Controlar a cada persona con métodos para orientar sus pensamientos, • para crear y formar un ser humano robot (¿será algo como lo que quería Stalin, trabajar, callarse y no reflexionar? • Crear muchos nuevos cultos religiosos, para poder “dividir y gobernar”. • Apoyar el poder de sus instituciones como el FMI ( Fondo Monetario Internacional), • el BM ( Banco Mundial), el Tribunal de Justicia Internacional y la ONU, entre otros, con la meta final, un gobierno mundial.” 37 Eso explica las desenfrenadas fusiones que vemos en las grandes empresas multinacionales. Sin duda los hipermagnates pujan, cada vez más, para escalar más alto al máximo poder. Nadie quiere ver otros por encima de sí. ¿Es difícil imaginar lo que nos espera? Mientras nosotros, “los mortales”, nos desvelamos para ver cómo sobrevivir y no perder lo que tenemos, los grandes, los reyes del poder e hipermagnates capitalistas también se desvelan por ser más poderosos. Que la globalización ya está encima está claro al ver la foto en este libro de los 30 ministros de Economía de toda América uniformados con chaquetas de color beige, después de una reunión en Toronto, Canadá. Cavallo, entonces Ministro de Economía argentina, sonríe en la primera fila”. Al parecer eso responde al “beige book” del informe que hace el poderoso presidente de la Reserva Federal al Congreso de EE.UU..

EL TERRORISMO – ¿DE DÓNDE VINO? Como joven antes de la IIª Guerra Mundial, rara vez escuché hablar del terrorismo; según mis inquisidores que me conocen afirman que el terrorismo se expandió con la creación del Estado israelí en 1948 por haber desplazado a los

273 palestinos de sus casas y de sus tierras, y la siguiente guerra con los países vecinos musulmanes. El poderoso Estado de Israel, ayudado por sus compatriotas de EE.UU.. al ganar todas las guerras como se sabe, provocó el odio contra sí mismo con lo cual el terrorismo se multiplicó, sumando a eso las guerras, destrucciones y muertes ocasionadas por el poder americano. Y yo no me canso en repetirlo que con mi apellido, sin merecerlo, sólo debo aguantar las distintas formas de antisemitismo. El trágico y fatal 11 de septiembre de 2001 estuve en París. Me enteré en la calle de que las torres gemelas de Nueva York habían sido destruidas. Me dirigí rápidamente al hotel y escuché por el televisor una potente voz que decía: “Dos aviones de pasajeros en forma de cohetes convirtieron en llamas a las torres gemelas del poder financiero mundial judío”. Incrédulo observaba que una de las torres estaba envuelta en llamas, mientras otro avión asesino se estrellaba contra la segunda.

37 Nicolov, Nicola M., “Las máscaras de las celebridades”, primera edición, Sofía, 1994, págs. 28 y 29, traducido por el autor

Ese tremendo espectáculo estremeció mi mente, sensibilizada, por la IIª Guerra Mundial. Mi visión rápidamente se trasladó atrás en el tiempo, y fue como si volviera a observar toda la ciudad de Munich convertida en llamas. Como si las dos imágenes se pusieran una al lado de la otra. Una en la estresante dimensión vertical y la otra en horizontal. Como si yo podía escuchar en una las desesperantes súplicas de socorro que no llegaba a tiempo, y en la otra ochocientas mil personas sumergidas en un mar de fuego cuyos desesperados y trágicos gritos nadie escuchaba, se perdían en la inmensidad. En Munich murieron calcinadas, despedazadas o sepultadas vivas en los escombros de los edificios destruidos, al menos el 15-20% de la población, o sea unos 120-160 mil inocentes solo esa noche, mas que nada mujeres y niños. Mientras en las dos torres primero se propalaron unas 6.000 víctimas, pero al final se publicó 2.800, incluyendo los socorristas, los policías y las supuestas víctimas en el Pentágono. Muchas consideran, como unos inexpertos aviadores pueden estrecharse con gran exactitud contra las dos torres gemelas en una ciudad llena de tantos altos edificios. O sea, los que deseaban ese ataque emitieron señales desde las torres que fueron captados por los terroristas y dirigirse justo allí y facilitar de esta manera un impacto perfecto, como se pudo ver por la T.V. o sea todo hace suponer, que hubo un contraespionaje perfectamente planificado. Del ataque sobre el Pentágono, bastión logístico más sofisticado del mundo, no se dieron mayores detalles, por lo que cunde la sospecha. Además de las presentaciones en la prensa sería interesante reunir a autores como Thierry Meyssan

274 quien con su libro “La terrible impostura” afirma que ningún avión se estrelló en el Pentágono, que la versión oficial no sostiene un análisis crítico, que se trató de un montaje (acompaña con importante cantidad de fotografías), y sostiene que “no hay razón para seguir creyendo las mentiras de las autoridades. En cualquier caso, el material que hemos elaborado permite poner en duda la legitimidad de la respuesta norteamericana en Afganistán, y de la guerra contra el Eje del Mal” 38. Teniendo en cuenta los numerosos ataques realizados en EE.UU. y contra sus intereses en ultramar, incluso, contra esas dos torres, para muchos quedará una duda siempre. Sin embargo, no faltan los que piensan que todo se sabía y esperaba para que E.UU. se declarara víctima de ataques enemigos y le sirviera de pretexto para atacar cualquier país en cualquier parte del mundo. Especialmente los países estratégicos, fundamentalmente los musulmanes y los que poseen petróleo. 38



Thierry Meyssan, “La terrible impostura”, Ed. El Ateneo, Bs.As. 2002, págs. 12 y ss.

Contra la mirada impasible del mundo por estar lleno de problemas, EE.UU. ya tiene presencia militar prácticamente en todo el planeta, salvo en unos pocos países como China, Rusia, Corea del Norte, Libia, Irán y Siria. Estos dos ya están esperando su pronta destrucción y ocupación, pero no serán los últimos. Cuando escuchamos al presidente de EE.UU. hablar de instaurar e incluso imponer la democracia, por las buenas o por las malas, el desprevenido oyente pensará qué bueno, qué humano que es. Sin embargo, los que ven más allá se darán cuenta que bajo este aparente altruismo se esconden grandes intereses económicos y estratégicos. La democracia allana el camino para la apertura del mercado, con lo cual los capitalistas pueden adquirir todas las propiedades del mundo entero a los precios que les convenga, y después destruir un país y sumergirlo en la pobreza. Sin duda, esto sería la total realización de la tan promocionada globalización… o sea, todo en manos de los capitalistas y banqueros. El esperado ataque de a Pearl Harbor por los japoneses sirvió para desatar la indignación popular y en consecuencia declarar la deseada guerra a Japón, derrotarlo, ocuparlo e imponer sus dominios en las costas pacíficas del continente asiático e innumerables Estados oceánicos. La IIª Guerra Mundial podría haber durado 10 años, sabiendo que las guerras lejos de su territorio les ayudaban a desarrollar su industria, especialmente la bélica, lástima que Alemania no aguantó. Los dos enormes rascacielos eran un imponente símbolo del poder financiero mundial, llamados World Trade Center. Hace unos años, estando en Nueva York, un amigo, alto funcionario de la entonces Shearson- Lehman Brothers, me invitó a recorrer una de las torres y obtener una espléndida visión sobre la ciudad desde el piso 100, así como también almorzar en uno de los lujosos restaurantes en el subsuelo. Lamentablemebte las cientos de espléndidas oficinas adonde trabajaban

275 unas 20.000 personas hoy ya no existen. En cuanto a los insistentes rumores de que el ataque se conocía con anticipación y que a unos cuatro mil empleados y funcionarios de origen judío se les había prevenido que esa mañana no asistieran al trabajo, si hay que creerlos o no, depende de cada lector. Uno se pregunta: esos fanáticos terroristas que sacrificaron sus propias vidas, ¿eran sólo una exhibición macabra de valentones o había, detrás de todo eso, algo mucho más serio y latente? ¿Una desesperada venganza estimulada por el contraespionaje? ¿Qué pueden pensar los chicos y los jóvenes, y también los grandes del hecho de que en Palestina el terror y la destrucción no terminan, cuando la gente ve en televisión que un pobre y desesperado pueblo palestino lucha con piedras y viejos fusiles contra un formidable poder militar con tanques, helicópteros y modernos aviones con misiles teleguiados, etc. Con estas belicosas actitudes, en vez de pacificar a los pobres palestinos los empujan a la miseria y desesperación, y en vez de serenar los ánimos multiplican los futuros terroristas. Porque de gente que ha perdido absolutamente todo, incluso a sus seres más queridos, ¿qué se puede esperar? Quisiera preguntar al amable lector: Si hablamos tanto de los derechos humanos, ¿para quiénes son? ¿O los pueblos ocupados y subyugados deben ponerse de rodillas y esperar y aguantar? Lamentablemente hay indignación en muchas partes, y en especial en los musulmanes que quieren vengarse contra los judíos, los norteamericanos y sus aliados. Después del ataque del 11 de septiembre, el presidente de EE.UU., G. W. Bush se declaró víctima del enemigo externo y gritó: “Les declaramos la guerra, que puede ser de un año o llegar a diez años” a todos los países que ocultan a terroristas. Denunció como artífice de los ataques al saudita Osama Bin Laden, que estaba en Afganistán gobernado por los fundamentalistas talibanes, cuyo armamento ha sido financiado por los EE.UU., que luego precipitó sin misericordia su enorme poder militar contra ese devastado pueblo por la invasión rusa y las guerras internas. Todo indica que el plan es no matar ni apresar a Bin Laden porque así pueden culpar e invadir cualquier Estado que les plazca, con el pretexto de buscar a quien antes fuera socio de la dinastía Bush. Los EE.UU. buscan aliados, especialmente en los que sufren subversiones y atentados en sus territorios, debido a los pueblos subyugados, y a los países que no tienen esos problemas los obligan a tomar parte del atropello yanqui (como por ejemplo a Alemania, que debe ahora soportar terrorismo en su territorio), porque fue obligada a enviar sus modernos aviones Tornado, que desde grandes alturas pueden fotografiar incluso con nubes los más mínimos movimientos de los guerrilleros talibanes en las montañas de Afganistan. Con eso los alemanes se convierten en los traicioneros enemigos a los que deben vengarse.

276 Hasta las tropas alemanas en el norte de Afganistán que se dedican de reconstruir esa región con escuelas caminos acueductos, etc. Son blanco de ataques, y de esa manera los terroristas en ves de buscar la lejana yankilandia es más fácil atacar la más cercana Alemania. El 11 de septiembre de 2001 tendrá un gran significado en la posterioridad. Marcará no sólo un nuevo siglo, un nuevo milenio, sino que será una fecha clave, que signará dos épocas, antes y después. Definirá el inicio real y concreto de la globalización que los hiperbanqueros esperaban para el dominio de las riquezas energéticas del mundo39, como en especial los países petroleros, a los que con tan sólo culparlos de que albergan terroristas o los que pudieran amenazar al protegido por ellos Estado de Israel, se los arrasa desde el aire hasta su aniquilación. Los que creíamos en la “paz duradera” después de la terminación de la costosa “guerra fría”, miramos atónitos cómo armas nuevas de exterminio masivo se fabrican sin cesar en el imperio americano, por lo que hay que emplearlas y engordar los bolsillos, y mientras tanto culpar a los países musulmanes de fabricar armas de destrucción masiva. Por los insistentes discursos de los gobernantes estadounidenses y sus falderos ingleses y otros, se percibe que están tan envenenados contra el terrorismo o tan entusiasmados con hacerse de la inagotable riqueza petrolera del golfo pérsico que culparon a Irak de fabricar armas de destrucción masiva, lo que les sirvió de pretexto para descargar su enorme poderío militar sobre un país que ya había sido destruido en 1991 y que no contaba ni siquiera con armamento para defenderse como lo haría cualquier otro país. Ni Irak ni Saddam Hussein eran amenaza para nadie, lo que se ha comprobado. Pero lo que consiguieron es tener en sus manos a la segunda riqueza petrolera del mundo. Además destruyeron y saquearon sus milenario acervo cultural. Es vergonzoso que el mundo mirara insensible que se destruyeran ciudades enteras con el pretexto de combatir la resistencia irakí que lucha por su libertad contra la ocupación. Con las guerras que emprenden los americanos y la destrucción y muertes que ocasionan, han multiplicado el terrorismo de gente que no le queda nada más que la venganza, sea contra quien fuera. Como bien lo señala Juan Tokatlián (en el diario “La Nación” del 15/06/03), “el establecimiento de neoprotectorados en Kabul y en Bagdad; la consolidación de bases militares en Uzbekistán, Turkmenistán, Kirguistán, Tajikistán, Omán, Bahrein, Qatar (y otros), el control de las fuentes energéticas en la zona pueden transformar a los EEUU en el primer poder política y geográficamente integral”. Una vez dominado Irak le llegará el turno al vecino Irán, que también es un gran productor petrolero y que ya ha sido declarado que forma parte del “eje del mal”. Quién sabe también qué pasará con Siria, que limita con Israel y tiene disputa por las alturas del Golán, que le fueran arrebatadas en la “Guerra de los Seis Días”. Al leer en los diarios sobre la conferencia de Münich, Alemania, del 08/ 02/2003, me conmovió la manifestación del belicoso secretario de EE.UU. Do-

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39 Estados Unidos, el principal contaminante del planeta, valiéndose de su poder y soberbia, no suscribió el imperioso e impostergable Protocolo de Kyoto, argumentando que reduciría su crecimiento industrial. Según la opinión de los especialistas, eso perjudicará al resto del mundo, sin que a los Estados Unidos le importe

278 nald Rumsfeld, quien al enterarse del plan franco-alemán de buscar una solución pacífica a la crisis con Irak vía la ONU (como también sugiere el Santo Padre), advierte: “Le decimos a cada francés y a cada alemán que creemos que esa no es la manera de ganar el favor de Estados Unidos”. Eso ya es el colmo, “Paz no, guerra sí”. Es decir que con el poder político, económico y militar del que dispone el coloso del norte ya liberado de la sombra del “coloso soviético” que lo frenaba, sus gobernantes se sienten dueños del mundo y de sus riquezas y que sin duda las usufructuarán a su gusto. Al asumir su segunda presidencia, en la primer reunión de prensa, George W. Bush pidió a los irakíes una masiva concurrencia a las urnas porque sería “determinante para el futuro de su país” y, claro, para los planes de Washington –cuales son los planes, sólo ellos lo sabrán–. Es lamentable que el imperialismo americano obligue, por las buenas o por las malas, a muchos países para que vayan a luchar en Irak o Afganistán, como es el caso de Alemania que no tiene nada que ver con la guerra que ellos fabricaron y que hoy es amenazada por los terroristas. La cruzada contra el Islam, culpándolo de retrógrado, dogmas absurdos y fanatismo, olvida que con sus 1.300 años de existencia el Islam no es peor que el cristianismo en la Edad Media, con sus dogmas y crueldades religiosas. En su segunda reunión de prensa después de empezar su segunda presidencia Bush prometió llevar la democracia a todo el mundo… Con esa determinación, queda claro que lo hará por las buenas o, más seguro, por las malas, a “punta de pistola” destruyendo Estados uno tras otro. Tampoco el presidente norte- americano se olvidó de acusar a Irán y Siria de “exportar terrorismo”, por lo que se supone está preparado para emprender una invasión con todo su tremendo poder bélico, del que dispone. Pero a no olvidarse que Irán posee mucho petróleo, así que vamos de una guerra a otra. Al leer en la prensa que el nuevo presidente de Francia, Nicolás Sarkozy, es de origen judío, lo primero que se me ocurrió fue que estrecharía las relaciones con el presidente Bush y no me equivoqué. En uno de sus primeros viajes al exterior fue al imperio americano y se ofreció a participar en un posible ataque a Irán. Debido a que el excéntrico presidente de aquél país había amenazado con borrar a Israel del mapa, pura fanfarronería que nunca podría ejecutar, por la habilidad de información y por su sofisticado poder militar. Y mientras su predecesor, el ex presidente francés Jacques Chirac, dejó entrever que Irán podía tener una bomba atómica, ya que Israel tiene muchas. Además, Rusia y China estaban en guerra hasta que las dos tuvieron bombas atómicas. India y Pakistán también tuvieron muchas guerras, hasta tener los dos bombas atómicas. Así que aquí no pasará más que por las amenazas, como pasó

279 entre EE.UU. y la Unión Soviética en la Guerra Fría, amenazas pero nunca apretaron “el botón”. En definitiva: Para los gobernantes y los que manejan los destinos del imperio americanos todos los luchadores por la liberación de sus tierras, por la liberación de su patria por los invasores, los ocupantes son declarados terroristas por lo que deben ser aniquilados incluso destruyendo las poblaciones, las ciudades adonde hay valientes patriotas. O sea destruir, matar y dominar. ***

Mi madre, Vala Nedeva.

Mi padre, Kalcho Koralsky, de quien no me acuerdo

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Mi esposa Lidia, cuando la conocí

Vatiu Koralsky, en mi niñez.Se puede percibir la timidez.

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Mi hijo Dante, mi esposa Lidia, mi nuera Silvia y mi hija Victoria con mis queridos seis nietos.

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Así son las casas de mi pueblo natal, Cherkovo. Las construían los campesinos, ayudándose mutuamente. Hoy, la mayoría de ellas están vacías, como en miles de pueblos.

283

Acto de la conmemoración del 52 Aniversario del Holocausto, el 16 de abril de 1996, en el que fui invitado a encender una vela.

284

Emigrantes búlgaros destacados en el extranjero especialmente invitados por el regimen soviético de Bulgaria, frente a la iglesia monumento de la liberación de los turcos. Año 1983. Yo soy el primero de la izquierda.

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Foto histórica de una revista alemana de agosto de 1943. El rey Boris III de Bulgaria revisa las tropas a su llegada al cuartel nazi, convocado por Hitler. En la página siguiente, que guardo, se observa al rey antes de subir al supuesto “avión asesino” quelo llevaría a Sofía, adonde, luego de tres días, muere por una afección cardíaca.

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En la inauguración de la escuela de monseñor Díaz, donada por mí, en La Banda del río Salí, Tucumán, 1970.

287

Con mi hija Victoria, el rey de Bulgaria Simeón II y su esposa, la reina Margarita, en su primera visita a la tierra natal en 1996, con quien tenemos un gran aprecio mutuo. Hoy él es el premier de Bulgaria.

Figur 12

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El ojo de arriba representa el poder global.

Esta figura representa la estrella de David.

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Uniformados con chaquetas beige, los ministros de Economía de toda América posan al término de la reunión cumbre, efectuada en Toronto, Canadá, en el año 2001. Cavallo sonríe en la primera fila (cuarto de la derecha). En el texto del libro verán el gran significado de este color para los hiper-banqueros.

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El plenario del encuentro en Bulgaria del 9 al 15 de mayo de 1983, donde pronuncié el discurso de clausura, recibiendo una gran ovación.

291

Facsímil de mi carnet de estudiante en la Politécnica de München (Münich), en plena 2da guerra mundial. Mi nombre está escrito según la pronunciación alemana.

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El monumento del Soldado Ruso en Sofía, como en varias otras ciudades, en expresión de su poderío al ocupar Bulgaria, aunque estaba neutral –la liberaron de la libertad y la abundancia en la que se vivía–.

293

Esta foto, publicada por el diario Ámbito Financiero del 06/03/03 (sacada de la película )

En una animada discusión con el premio Nobel de la Paz, Arq. Pérez Ezquivel, en el año 1986.

294

Este edificio que construí en el centro de la San Miguel de Tucumán en 1965 era el 2º en el país con portero-visor, con un monitor en cada departamento para ver quién llama. Tenía antena colectiva y además fue el único edificio con todo su exterior revestido con cerámica Tsuji, incluso la piscina sobre la terraza, que fue obsequiada por el Ing. Alberto Tsuji.

295

Acto conmemorativo de los graduados desde antes de 25 años en TUM (Universidad Ténica de Munich) Alemania. El día 28 de Noviembre 2010. Estoy ubicado en la 1ra fila frente al presidente y el vice, por ser 1er egresado.( recibido en 1947)

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Karl Marx

León Trotzky.

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Lenin y sus fanáticos seguidores.

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Stalin en su apogeo.

Hitler y Mussolini en su mejor momento,observando un desfile.

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Hitler y su oratoria teatral

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Hitler saluda amistosamente al mariscal Pétain.

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Fila de prisioneros hacia un destino incierto.

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La frustrada marcha sobre Rusia y el gran sufrimiento de las tropas alemanas

SynagogAS de las hordas nazis quemadas en la "Noche de los cristales rotos"

304

Bombardeo de los aliados. Ciudad de Hamburgo totalmente destruida El hambre en Alemania después de la derrota

305

El hambre en Alemania después de la derrota

Las mujeres y los niños hurgan en la basura que tiran las fuerzas de ocupación aliadas

306

Golf Tournament - XXXIX Konferenz des Distrikts 4920 von Rotary International. 4. April 2009 - Mar del Plata - 1. Platz

El legislador Ramón Graneros entrega el diploma de MAYOR NOTABLE de TUCUMAN aal Ing. Vatiu Koralsy

307

PENSANDO EN NUESTRA PATRIA Antes de terminar este libro, por la edad a la que llegué y la experiencia que adquirí, resolví brindarle al estimado lector argentino los siguientes consejos: 1°) Ya perdimos nuestras entrañables islas Malvinas, pero no permitamos que por mal manejo político y económico sigamos perdiendo nuestra soberanía bajo el poder de los banqueros internacionales y F.M.I. y el Banco Mundial, como es público y notorio. Por decenios me cansé de escuchar los discursos de los políticos que indefectiblemente terminaban: “Nosotros luchamos por el bienestar que el pueblo argentino SE MERECE”, y con eso arrancaban muchos y sonoros aplausos. Eso era como una norma tal, que cuando yo mismo hablaba en público, muchas veces me veía obligado a expresarme de forma parecida, para no quedar mal. Porque sabía que a la gran mayoría de la gente le gustaba escuchar eso, que no era más que un perjudicial populismo. Cuando en realidad los políticos deben insistir pidiendo al pueblo trabajar con ahínco para elevar su propio nivel de vida, que cada uno produzca al menos lo que consume, tampoco gastar más de lo que gana y no llegar a convertirse en mendigos de un Estado que cada tanto llega al borde de la quiebra.2°)Por años he escuchado a los “patriotas” que la Argentina es el país más rico del mundo por la gran pampa húmeda que tenemos, y que era “el granero del mundo”, por el hambre que sufren muchos pueblos que necesitan alimentos. Sin pensar que esos pueblos que tienen hambre, no tienen dinero para comprar nuestro trigo. Mientras que los países con poder adquisitivo defienden por todos los medios a su agricultura a través de los subsidios, por lo que hay que producir mas, de buena calidad y buen precio, para poder competir y exportar más. 3°) Para muchos la parte sur del país no sirve porque tiene suelo árido. Sin embargo, no saben que la PATAGONIA es la parte más rica del país. Tiene lo que hoy mueve al mundo, la energía. Sin la energía hidroeléctrica que esa región produce, el enorme conglomerado de Buenos Aires y su gran industria se paralizarán. La Patagonia además tiene muchas riquezas en petróleo, gas, carbón, energía eólica, sin hablar de su tan apreciada, por los extranjeros, riqueza de turismo. Tiene el “famoso” Valle del Río Negro con su gran producción de frutas de excelente calidad, sus inagotables recursos del mar, muchos millones de ovejas, bosques vírgenes y posibilidad de puertos de gran calado para la exportación y algo fabuloso e insospechado hasta ahora: la gran reserva y fuente de agua dulce que el mundo necesitará. En una palabra, nuestra Patagonia es sin lugar a dudas la región más rica sobre la tierra. Por eso hay que cuidarla y no cederla. Hay que ser consciente de que el país está lleno y saturado de empleados públicos,

308 varias veces más de los que necesita, y que el Estado no puede mantenerlos. Sin hablar de los jubilados. Todo el mundo tiene una meta: jubilarse cuanto antes y “vivir tranquilo”. Y el dinero para eso, ¿quién lo pone? Con el desarrollo de la medicina y la expectativa de vida hasta 90 años, nadie sano debe convertirse en un pasivo, en una carga para la población que trabaja, antes de cumplir al menos 75 años. A los que todavía quieren esta tierra, que no se sorprendan cuando en un tiempo no muy lejano perdamos la región cuya riqueza es tan indispensable para nuestra vida: la Patagonia. Muchos nos alarmamos al escuchar tal o cual magnate norteamericano, sea George Soros o cualquier otro compran millones de hectáreas, equivalentes a todo un país europeo. Sin darnos cuenta que otros son dueños de esa fabulosa región, y el pueblo no puede hacer nada porque las leyes lo permiten. Vivimos en democracia, se dice. Quizás por eso el imperio norteamericano quiere implantarla aunque sea por la fuerza, dominando los países atrasados, y poder adquirir cuando quieren todo lo que se les antoje, por el precio que ellos quieren. Hace varios años leí con sumo interés una página entera en el diario “Río Negro”, un artículo sobre una predicción (escrita también por un ingeniero y no por un político, sindicalista ni un escritor) que preveía con el llamativo título: “Cuando la Argentina perdió la Patagonia”. Los criteriosos se habían dado cuenta de que como va el país, esa visión, tarde o temprano, lamentablemente y con toda tristeza sucederá. Las provincias que la componen van a fusionarse hasta formar una unidad regional y al final, conscientes de su riqueza, conformarán un nuevo país, Patagonia o Andinia, como hace siglos está previsto40.

309

UNA REFLEXION HISTÓRICA “La Historia la escriben los vencedores… ¿y la verdadera?” Con este interrogante empecé el libro que el lector tiene entre sus manos. A través de mis relatos, creo haber contribuido a corroer y cuestionar la versión de los hechos tomada como oficial, la misma que enaltece las atrocidades cometidas por los aliados durante las guerras. Una visión parcial, interesada y distorsionada de la historia según la cual algunos muertos deben esconderse bajo la alfombra de la ignominia. Tal es el caso de los miles de alemanes aniquilados la noche del 13 de febrero de 1945 en la ciudad de Dresden, luego del sanguinario bombardeo de los aliados al final de la IIª Guerra Mundial, sin ningún rédito militar, ya que la destrucción de Alemania era tal que el desenlace de la guerra estaba decidido. Dresden era una de las ciudades más bellas de Europa por lo que el régimen nazi la declaró “ciudad abierta”. Allí no había militares, defensa antiaérea, ni la más mínima prevención por un ataque aéreo; toda una increíble atrocidad cometida por los aliados. La tercera edición de la presente obra coincidió con los sesenta años de la liberación de los campos de concentración establecidos por los nazis en AuschwitzBirkenau y posteriormente abandonados a su suerte frente al arrollador avance de los soviéticos. Aquel trágico acontecimiento fue conmemorado en Enero de 2005, cuando se dieron cita las principales autoridades e instituciones mundiales, incluyendo al canciller alemán Schröder y el presidente ruso Vladimir Putin. Pero esa edición coincide también con las seis décadas del cruel y despiadado bombardeo sobre Dresden. En una actitud análoga, los alemanes que también conmemoraron aquella barbarie aliada, fueron injustamente tildados de neonazis por el mismísimo canciller alemán Gerhardt Schröder, en un intento por congraciarse con los EE.UU., en momentos de la inminente visita a Alemania de su presidente, George W. Bush. Con esto, el canciller pudo haber sacado réditos políticos para su gobierno e intentar así mostrar una Alemania sometida y sin rencores. Pero esto no debería justificar el pisoteo de cientos de miles de muertos, de la verdad histórica y del dolor de los vivientes. A su vez, la prensa occidental minimizó groseramente esa atrocidad y el número de muertos por los asesinos ataques41, publicando que el total alcanzó a unos 35 mil fallecidos, cuando en realidad los 1.200 enormes bombarderos superfortalezas aliados descargaron una lluvia de bombas tal que no sólo arrasó el 41 Mencionados en las siguientes publicaciones: “Miles de neonazis marcharon en Alemania para recordar el bombardeo de 1945”, en La Nación, pág. 3 del 14 de febrero de 2005, y Bernstein, Richard, “Germany seeks tighter curbs on protests by neo-nazis party”, en The New York Times, 12 de febrero de 2005

Como vemos hoy en el vecino país de Bolivia, cuyas ricas regiones reclaman su indepen- dencia del poder central 40

80% de la hermosa ciudad, sino que segó la vida de más de 300 mil víctimas

310 inocentes. No debe olvidarse que los alemanes que vivían en Rusia y en los demás países debieron correr ante la retirada de los ejércitos alemanes y la desastrosa situación en los frentes rusos, buscando refugio en Dresden por ser una ciudad abierta. Allí fueron instalados en barracas provisorias y denigrantes que, más tarde, fueron quemadas y borradas de la faz de la tierra. Una vez más pareciera que los muertos causados con crueldad por los aliados, no cuentan al momento de conmemorar la historia.

EUROPA Y EL MUNDO, SI HITLER NO HUBIERA EXISTIDO En la primera guerra mundial 1914-18, los dos prósperos y distinguidos imperios de Alemania y Austro Hungría fueron derrotados por los eternos aliados Francia e Inglaterra, ayudados por EEUU. Los aliados se conformaron con que Austria (el antiguo prospero reino Alemán) se quede sola, pero a Alemania la consideraban peligrosa por su prospera industria, su exitoso comercio y que imprimía el desarrollo de su colonia en la parte este de África. Porque las potencias occidentales estaban acostumbradas a explotar a sus colonias y no desarrollarlas- con más atraso mejor. Por todas estas razones, Alemania fue duramente vaciada, castigada y con pesadas contribuciones de guerra, por lo que quedo un mísero estado sin colonias, sin ejércitos, sin su prospero comercio, sin la flota y un gran desempleo, hambre y gran inflación. Hasta que Hitler tomo el poder en 1933, y prohibió las huelgas y el partido comunista. Mientras Stalin estaba en toda Europa conquistando a su juventud. Las fronteras del coloso soviético estaban rígidamente cerradas. Nadie sabía que pasaba allí, más que la atractiva propaganda de grandes éxitos de la poderosa radio Moscú. Cuando Hitler toma el poder, yo tenia ya 15 años, y fui atrapado como un fanático comunista, Stalinista y antinazis. Después de varios años, el destino me obligo que debiera proseguir mis estudios de Ingeniero en Múnich, Alemania, en plena Segunda Guerra Mundial, y bajo el odiado nazismo. Pero para decir la verdad, nazis vi muy pocos. Porque el pueblo alemán, no era nazi, y menos antijudío, como todavía se propaga. Las universidades eran gratuitas. La vida de los estudiantes extranjeros costaba poco. Por la pequeña, pero muy beneficiosa bolsa negra. Porque los viejos alemanes no conseguían nada que le diera placer. Los búlgaros llevaban cigarrillos, los italianos café, y los yugoslavos chocolates. Por un paquete de cigarrillos se conseguía un mes de habitación – hasta los bombardeos-. Lo que me sorprendió al llegar a Alemania, era que el maldito destapo no se veía en la calles. Nunca se me pidió documento de identidad. Lo que se veían muchos carteles de distintas y severas prohibiciones. Los más destacadas rezaban: “el que roba será fusilado” pero nunca nadie robaba. Con eso aprendí para toda mi vida que lo ajeno no se toca. Por eso al llegar a Paris ya con mis títulos encontré un desorden

311 increíble al haberse ido los alemanes, porque la resistencia francesa (la guerrilla antinazis) tomo el poder y todo se fue al suelo. Dos años de terminada la guerra casi me muero de hambre en Paris. Poco se sabe, que el partido de Hitler, era socialismo-nacional de los obreros y los mas fieles eran los altos, rubios, robustos y con ojos celestes, o sea la expresión de la raza aria. Llevaban uniformes militares pero distintos colores que los del ejército; y su número no creo que pasaba de 5- 6% de la población. Porque Hitler copio de Stalin, pocos son necesarios para mandar mientras el pueblo debe trabajar y producir, callándose Los comunistas hacían huelga en todos los países. Con la gran pobreza y miseria en Alemania, todo el mundo en Europa consideraba que el poder comunista era inevitable. Sin embargo Hitler llegado al poder, prohibió las huelgas, y la ideología comunista, hizo un orden y seguridad lo que imprimió a Alemania, un desarrollo basado en la actividad privada lo que trajo inversiones extranjeras y un adelanto que la convirtió en un estado fuerte, política, económica y militarmente. Sin duda sin Hitler el primer estado occidental caído bajo el comunismo, hubiera sido Alemania. Mientras tanto, Stalin se concentro en el ángulo sudoeste de Europa- en España, donde en 1936 empezó allí la tremenda guerra civil española. Era seguro que el Gral. F. Franco, jamás hubiera ganado la guerra y salvado a España del comunismo, sin la ayuda del armamento suministrado por Hitler. Con el poder de Hitler, Mussolini y Franco, Europa se salvo del comunismo. “Pero no del todo antes del final de la segunda guerra mundial los aliados contentos del poder de Stalin, le regalaron todos los países del este europeo: Bulgaria, Rumania, Hungría, Checoslovaquia, Polonia y el este de Alemania, con la mitad de Berlín. Yugoslavia quedo bajo el dominio del mariscal Tito (un croata), instalado en Belgrado, Serbia: que pudo mantenerse lejos de Stalin Lo que me da seguridad de pensar que sin la existencia de Hitler, se habría evitado la tremenda guerra mundial, los millones de muertos en los combates, en los campos de concentración y la destrucción y envuelta en llamas, todo un prospero país Alemania. Donde millones de inocentes mujeres, niños y ancianos, murieron envueltos en llamas, que yo tuve el horror de observar y considerarme un “sobreviviente de Alemania en Llamas” y del terror Soviético que viví en mi patria: Bulgaria. Pero sin Hitler lamentablemente toda Europa, hubiera caído bajo el comunismo. El llamado termino “Holocausto”, (refiriéndose a los judíos) se compone por las dos palabras griegas “Holos: todo y cautos: quemado “. Sin embargo, los judíos no fueron quemados vivos, como expresa el término, me parece que esa palabra: holocausto corresponde a toda Alemania, que yo mismo vi en llamas. A donde los “benditos” aliados bombardearon día y noche con los enormes aviones llamados “súper fortalezas” de cuatro enormes motores,(de EEUU) que tiraban bombas de destrucción incendiarias de fosforo con lo que convertían los edificios derrumbados y

312 en llamas, en cuyos sótanos por lo general estaban resguardándose sus habitantes, que no tenían salvación. Morían envueltos en llamas. Un terror que la humanidad nunca tuvo en cuenta, porque claro esta los que tiene poder de propaganda son los vencedores. En realidad, como ya aclare que los horrorosos muertos en los campos de concentración, se debían principalmente al hambre, a los fríos inviernos, sin ropa adecuada, y las pestes (por falta de higiene medicamentos), ya que los piojos se multiplicaban y contaminaban hasta la muerte. Lo mismo sucedía también con los soldados alemanes que el enloquecido Hitler obligaba a ir a luchar y morir en los lejanos frentes de batallas de Rusia. Escuche decir que los soldados tenían también la misma suerte, además incluidas las balas enemigas. Porque muchas veces no recibían armamento a tiempo. Me acuerdo que la invasión alemana en Rusia, empezó el 21 de julio de 1941, en pleno verano caliente y los soldados estaban vestidos con camisas mangas cortas. Ya que Hitler consideraba que si en 45 días derroto la bien armada Francia, en un poco mas de tiempo derrotaría a Stalin. Pero al final, todo le salió mal, por lo que debía pegarse un tiro. En caso de que el comunismo se había instalado en toda Europa occidental, con su cultura avanzada, podría haber convertido el comunismo ruso (soviético) en mucho mas avanzado y humanizado y sin duda habría invadido todos los continentes. Yo tuve la experiencia de ver el desarrollo increíble, que el régimen comunista consiguió en algunos países de Europa Oriental, en especial mi vieja patria Bulgaria, que no entro en la guerra. Lastima que el capitalismo consiguió sobornar y corromper a los jerarcas soviéticos, de tal manera que se convirtió en una explotación de las masas trabajadoras, bajo la feroz dictadura. De tal manera que el comunismo se derrumbo sin un solo tiro en todo el bloque soviético, y al mismo tiempo, porque sus jerarcas llenos de millones en el extranjero, se pusieron de acuerdo. O sea el comunismo podía y podrá traer un bienestar a los pueblos, pero sin la existencia del capitalismo que tiene como principio: “el que más tiene, mas quiere”. Y eso no me lo contaron, sino que yo mismo lo viví. Saliendo de la extrema pobreza y con mucho sacrificio, y con honestidad y cumplimiento llegue a poseer millones y no me conformaba, quería conseguir ganar mas y mas dinero. Lastima que la mala suerte en mi familia, me hizo sufrir tanto que abandone todo. Mi temor es que: con la crisis mundial que tenemos actualmente, muchos países pueden convertirse en grandes disturbios, desempleo, hambre y miseria, y hasta una guerra civil. Terminando en que la masa proletaria tome el poder, para repartir la riqueza todavía existente. Lo que a su vez traerá mas desempleo, hambre y miseria, y que solo seria superado por la dictadura total, como fue el comunismo pasado en su comienzo. O sea, considero que si Hitler no hubiera existido, Alemania abría caído bajo el comunismo antes que España. Con todo eso Europa y el mundo hoy tendrían otra cara.

313 Claro esta, que los aliados quisieron y consiguieron la primera gran guerra con el asesinato del heredero del trono del Imperio Austro-Húngaro, en Saraevo en 1914, en Serbia; con lo que estallo la primera guerra mundial, y a consecuencia de ella, luego la segunda gran guerra, para la cual culpan a los alemanes , incluso tildándolos a todos de nazis. Quisiera suponer que, si hay otras civilizaciones extraterrestres, tendrán seguro un desarrollo comunitario que nosotros no podemos ni imaginar, adonde seguro no existen pobres más pobres, ni ricos más ricos, ni tampoco las grandes injusticias que soportamos.

PALABRAS FINALES Antes de concluir, debo confesar un secreto. Me costó encontrar las palabras últimas, finales, sin advertir que las tenía en mi mente: Desdichado aquel que no crea en Dios. Desgraciado quien no lo encuentre. Pobre del que en los templos suplica el perdón, sólo para volver a pecar. Habiendo sido un ferviente cristiano y luego un ateo absoluto he llegado a una clara conclusión: si hoy sabemos con certeza que un átomo increíblemente pequeño encierra energía incalculable, por qué no suponer que la infinita chispa que poseemos de Dios, o de la Sabiduría Universal, contiene una fuerza de tal magnitud que resultaría imposible mensurar. Por qué, en lugar de escudriñar los cielos buscando a Dios, no miramos dentro de nosotros. Con seguridad que lo habremos de encontrar. Qué lástima no haberlo descubierto antes.

Desde estas modestas páginas, he querido ser equitativo e imparcial. El lector será quien juzgue si he logrado mi cometido.

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ÍNDICE

Dedicatoria ..................................................................................................................4 CITAS ...................................................................................................................9 Prólogo. Un testimonio, una conciencia un narrador ........................................... 11 Palabras del autor .........................................................................................................13 El Sobreviviente...........................................................................................................15 Estimados Lectores ..................................................................................................... 19

CAPÍTULO I Mi turbulenta infancia ................................................................................................21 La vieja patria ...............................................................................................................22 Inédita historia del pueblo búlgaro...........................................................................23 Brujerías y curanderismo ............................................................................................27 De ferviente cristiano, a fanático marxista y ateo..................................................28 Perdido en el viento blanco – Los lobos..................................................................29

CAPÍTULO II La historia de Europa en los dos últimos siglos.....................................................31 Los aberrantes Tratados de Paz de Versailles .........................................................34 Hitler y su Movimiento Obrero Nacional Socialista (De “Nazional” proviene el término NAZI) ........................................................................................................35 La llegada de Hitler al poder......................................................................................42 Contacto con los nazis ................................................................................................46 El comienzo de la persecución judía La noche de los cristales rotos .................47 La trágica Segunda Guerra Mundial La invasión a Polonia .................................48 La increible derrota de Francia ..................................................................................50 Inglaterra, en jaque ......................................................................................................52 El enigma de Rudolf Hess..........................................................................................54 La Operación Félix y el astuto General Franco .....................................................55 Mis estudios universitarios en Belgrado..................................................................56 La necesaria invasión a Yugoslavia ...........................................................................58 Mis estudios en Bratislava - Slovaquia .....................................................................59 El extraño examen de Geología, y la hora 10 .........................................................60

CAPÍTULO III

315 La catastrófica invasión a Rusia.................................................................................63 El comienzo del desastre ............................................................................................64 Mis estudios en Alemania en guerra. Una sorpresa...............................................67 Margot – Una niña bonita..........................................................................................68 Perdido en la Noche Rogue por encontrar la Gestapo .........................................69 Solo en clase - Un bochorno......................................................................................71 Los primeros bombardeos .........................................................................................72 Mis estudios en Munich: La cuna del nazismo.......................................................73 El primer y despiadado bombardeo sobre Munich ............................................... 74 La vida en Alemania durante la guerra ....................................................................76 Los estudiantes extranjeros en la guerra..................................................................78 La vida en la Politécnica .............................................................................................79 ¿Cómo se mantenía el orden? ....................................................................................80 Los nazis “SS” Un regimen autodestructivo ..........................................................81 Los alemanes, un pueblo con desgracias .................................................................83 Las crueles tácticas de los bombardeos....................................................................84 Un amor a primera vista: Mi bella Ursula ...............................................................86 La escandalosa Fiesta Patria en Munich ..................................................................88 La carta de Doña Sara.................................................................................................90 Mi papelón con un capitán nazi ................................................................................91 El pobre soldadito alemán .........................................................................................94 La terrorífica fuga al refugio......................................................................................95 El búnker nazi ..............................................................................................................97

CAPÍTULO IV Boris III, Rey de Bulgaria y el alma humana de los alemanes .............................99 La protección de los judíos búlgaros y la muerte del rey ....................................101 La voladura de la Pensión Central y el pintoresco Gräfelfing............................102 El distinguido Dr. Färber.........................................................................................105 Hitler pasó despacio al alcance de mi mano .........................................................106 El famoso día “D”.....................................................................................................108 Mi admiración por los judíos y los alemanes ........................................................ 110 Campos de Concentración ....................................................................................... 114 De Auschwitz a la liberación ................................................................................... 118 Recuperando la vida .................................................................................................. 119 Un asesino acto de los aliados El bombardeo: más que una bomba atómica .... 12

316

CAPÍTULO V La peligrosa gran odisea ...........................................................................................125 La llegada de los tanques soviéticos .......................................................................130 Fui elegido para el Colegio de Oficiales Rojos .....................................................133 Los juicios populares - Un teatro siniestro ...........................................................134 Jorge Dimitrov y su sobretodo de madera.............................................................135 Karl Marx – Creador del Comunismo ...................................................................136 Stalin, el astuto y despiadado dictador nunca decía “los judíos”, sino “ellos” o “los extranjeros” ...............................................................................138 Alemania y su cruel destino .....................................................................................142 Desesperado, quise abandonar Bulgaria ................................................................144 Teodoro, mi inolvidable primo................................................................................ 145 El repulsivo “Niet” ruso .......................................................................................... 147

CAPÍTULO VI 1946: La Capitana Política Stefanka, mi enamorada protectora ........................149 En Budapest, destruida y ocupada por los rusos ................................................. 151 En la Viena imperial..................................................................................................154 Otro repudiable proceder del poder americano ...................................................156 El trágico relato de agop del salvajismo soviético................................................158 La inolvidable Josefine, una delicada belleza ........................................................160 La picaresca salida de Viena..................................................................................... 161

CAPÍTULO VII La vuelta a Munich en alemania ya esclavizada ...................................................165 Extrema hambre en la Alemania ya derrotada .....................................................167 Holocausto – Significa “todo quemado” ...............................................................168 La película: La Lista de Schindler........................................................................... 175 La triste historia y la gran injusticia ........................................................................ 176 El inhumano humanismo de los aliados ............................................................... 176 Iakob, uno de los sobrevivientes llenos de oro..................................................... 178 La entrega de títulos en deplorables condiciones.................................................180 Else, mi inesperada salvadora ..................................................................................181 Una tragica experiencia con soldados de color .....................................................183 El viaje ilegal a Francia .............................................................................................183 ¡La increíble discriminación francesa!....................................................................185 La espantosa hambre en París. (La contraproducente liberación).....................187 Fui un “grasiento” obrero en la fábrica Citroën...................................................190 Las tan añoradas visas...............................................................................................191 Buena comida, pero... amenazado de muerte .......................................................192

317 La Revolución Bolchevique. El poder genera dinero y riqueza.........................193 Paralelo entre el Comunismo y el Nazismo Hitler y Stalin: similitud y diferencia ............................................................................................................195 Dentro de lo negativo, algo positivo (Una ficción para pensar)....................... 200 Lavado de cerebros con crueles mentiras y lo que el pueblo alemán se tragó .............................................................................................................. 202

CAPÍTULO VIII Arribando al Nuevo Mundo ................................................................................... 205 La Llegada a la Nueva Patria .................................................................................. 206 “Ya son nuestros” ..................................................................................................... 207 Hacia el jardín de la República ............................................................................... 209 Mi apellido y la fastidiosa pregunta: ¿Es usted judío o polaco? ........................210 Con la distinguida señora Eva Perón .....................................................................212 La suerte me sonrió de nuevo un viejo judío me salvó .......................................214 Inicio de la carrera empresarial –de interés para técnicos– ...............................215 Una ambición: Edificio “Victoria”. ........................................................................218 Edificio “Libertad”, doblemente defraudado .......................................................219 Cuidado con los juicios ............................................................................................ 220 La reválida de mi título............................................................................................ 220 El viaje a Estados Unidos........................................................................................ 222 De mis amigos judíos............................................................................................... 222 Mis hijos, Dante y Victoria (Consejo para padres) ............................................. 224

CAPÍTULO IX La angustiosa visita a Bulgaria ............................................................................... 229 Una sorpresa: No reconocía mi pueblo natal....................................................... 233 La desgraciada vida de mi amigo Dimiter Valev..................................................235 Bulgaria, un bello país que vale la pena conocer ................................................ 236 La temible frontera entre el yugo y la libertad......................................................237 De nuevo con el Dr. Färber .................................................................................... 239 El golf, una salvación. (Consejos para aficionados) ............................................ 240 Edificio “24 de Setiembre” ......................................................................................241 La temible subversión en Tucumán ....................................................................... 242 Escuela de Monseñor Díaz ......................................................................................243 Colegio del Huerto cuidado con los grandes oradores........................................245 Directivo en el Banco Empresario .........................................................................247 El Edificio “Bulgaria” ............................................................................................. 248

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CAPÍTULO X El primer campo que compré (Un gran dolor de cabeza) ..................................251 Pésima experiencia societaria ..................................................................................252 El poder de la mente ................................................................................................ 254 Con mi mente curé mis malditos granos ...............................................................255 La hora diez y los sueños premonitorios .............................................................. 256 Rompí una jarra con la mente..................................................................................257 Los números, base del universo ..............................................................................257

CAPÍTULO XI La peligrosa insolencia sindical ...............................................................................259 El desastroso gobierno de Isabelita ........................................................................259 La providencia se burló de mí ................................................................................ 260 Cuento para no creer. El fabuloso préstamo en dólares .................................... 263 Me distingue el gobierno comunista de Bulgaria................................................ 264 Discurso y ovación - Un gran éxito ....................................................................... 266 La opulenta fiesta de despedida.............................................................................. 268 Con mi hijo y su esposa Silvia .................................................................................269

CAPÍTULO XII La Perestroika y la Glasnost. El tour a la U.R.S.S. ..............................................271 Cómo se derrumbó el comunismo. Y sus graves consecuencias.......................272 Armamentistas y traficantes de la muerte ............................................................ 277 Los Negociados armamentistas ..............................................................................278 Limpieza étnica ..........................................................................................................279 Los Balcanes: La Macedonia y Kosovo ................................................................ 281

CAPÍTULO XIII El culto a la pobreza................................................................................................. 285 La familia amenazada .............................................................................................. 285 ¿Norteamericanos y yanquis o banqueros? .......................................................... 286 Cartas al Director ..................................................................................................... 288 Apocalipsis – 8 de mayo de 1998 ........................................................................... 289 ¿La Paz Mundial? – Ya no existe más.................................................................... 289 El nuevo orden: La globalización es el comunismo al revés. ricos más ricos y pobres más pobres .....................................................................................................291 La Reserva Federal ¿Es del gobierno de EE.UU.?...............................................293 El Terrorismo – ¿De dónde vino? ......................................................................... 296 Pensando en nuestra patria ..................................................................................... 302

319 Una reflexion histórica ............................................................................................. 304 Palabras finales .......................................................................................................... 305

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321 Este singular libro, escrito con el corazón, basado en testimonios presenciales históricos y actuales. Relata las experiencias de su autor, un ingeniero búlgaro, empresario y destacado golfista, y distinguido como “Mayor notable de Tucumán”. Los siguientes sólo fueron algunas de las múltiples felicitaciones recibidas por esta obra tan peculiar: «... notable experiencia de vida transcripta con sensibilidad». Simeón II, ex Rey de Bulgaria (fue su Premier) «...verdadero testimonio de sucesos trascendentes de la Humanidad». Risto Vertheim (Embajador de Finlandia) «...su libro forma parte de la bibliografía de consulta de esta Embajada». Mercedes Alfaro de López (Embajadora de Panamá) «...valioso testimonio de un testigo directo de un período de particular interés». Thomas Mc.Donald (Embajador de Canadá) «...Mi agradecimiento por el libro “El sobreviviente” de su autoría...» Lino Gutierrez (Embajador de Estados Unidos) «...admiro su entereza al afirmar que “fui protagonista de mis propios éxitos y fracasos”. Ramón Graneros (Legislador por Tucumán) «...libro que considero histórico y de gran valor». Margarita Stolbitzer (Diputada Nacional)

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