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VISITA AL MUSEO DEL SIGLO XIX !
Justo al lado del Palacio de Nariño, en una hermosa casa de estilo republicano de color amarillo crema, una entrada discreta a la mitad de la cuadra y un par de placas en piedra anuncian: Museo del Siglo XIX.
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La entrada es un pasillo angosto de unos cinco o seis metros de largo, con puertas de vidrio y madera en los costados. El aroma a café llamó de inmediato la atención. Un compañero y yo percibimos el olor que se colaba por el resquicio de una de las Originalmente esta casa pertenecía a José María Valenzuela, un importante ventanas del costado izquierdo del comerciante de la época. pasillo, haciéndonos caer en cuenta del lugar: La Giralda Café y Libros, la librería del museo. A mano derecha, a través de otra la puerta de vidrio enmarcada, vimos un elegante restaurante. Al fondo, una fuente con una enorme garza en hierro empotrada, adornan un pequeño y pintoresco jardín.
La amable sonrisa del enorme guardia de seguridad nos dio la bienvenida. Cuando entramos, vimos unas acogedoras mesas en el antejardín. En ese instante, prometimos tomarnos el ‘tintico’ cuando acabara el recorrido. De la fuente que estaba prendida, brotaba un chorrito de agua que producía un eco tranquilizador, el ambiente era muy relajado.
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Antes de iniciar el recorrido, conocimos a Olga Ferrero, nuestra guía. Una mujer graciosa y agradable que lleva cuatro Aunque este piano ha sido examinado por diversos expertos, no se ha años trabajando en el museo. Nos podido establecer ni su origen ni la fecha de su fabricación. comentó que la casa perteneció a un comerciante santandereano de una importante familia de Bucaramanga llamado José María Valenzuela. Nos dijo también, que el
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primer piso de la casa era originario de 1850 y que la segunda planta se construyó después, en 1880.
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“En ese entonces, en el primer piso de la casa habían las bodegas, algunos locales comerciales que daban a la calle y las pesebreras. En el segundo piso quedaban las habitaciones de la familia.”, explicó muy tranquila.
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Mientras subíamos por las anchas y elegantes escaleras al segundo piso, Olga nos dijo que el museo había sido fundado el 14 de agosto de 1980 por el Fondo de Cultura Cafetero con la ayuda de Bancafé. “Surgió básicamente por dos razones: por un lado el gobierno de la época estaba haciendo una campaña para recuperar el centro de la ciudad, de manera que fue comprada por el Fondo de Cultura Cafetero que al restauró y la adoptó para hacer el Museo del Siglo XIX. La otra razón fue que esta entidad consideró que era importante rescatar y conservar este legado histórico y cultural” comentó un tanto entusiasmada.
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Con un tono más vehemente, nuestra guía nos advirtió que este era un museo muy particular, no sólo por sus diversos objetos y sus poco comunes colecciones, sino porque es un museo que refleja el estilo de vida de la clase más privilegiada de los bogotanos de la época. “Ver el estilo de la gente y cómo utilizaban estos objetos nos dice mucho sobre sus costumbres y hábitos…de alguna manera, es un legado de nuestros antepasados, es decir, de nuestra cultura,” añadió Olga con orgullo.
! SALAS Y SALONES !
El recorrido comenzó en el segundo piso en la Sala de los Abanicos, lo que antes debió ser un estudio o una sala de estar. La habitación tiene un par de vitrinas en los costados de la entrada que están llenas de suntuosos abanicos de distintos tamaños, la gran mayoría fueron traídos del exterior por sus dueños. Hay abanicos de plumas, con joyas y bordados.
Encontramos algunos accesorios para el pelo que usaban las mujeres distinguidas de la época. Vimos algunas pinzas y ganchos adornados que se utilizaban para sujetar el pelo de los elaborados peinados. Así como una plancha para el pelo, que consistía en una especie de tijeras planas de hierro que se calentaban para lograrlo alisar. Un artefacto que aunque rústico, evidencia los vestigios remanentes en las planchas contemporáneas para el pelo.
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Uno de los objetos de estas vitrinas me llamó especialmente la atención, fue una aguja de unos treinta o cuarenta centímetros de largo, con la cabeza grande y adornada con joyas. Olga nos explicó que como en esa época la gente no se bañaba con frecuencia, tenía piojos. De manera que la enorme aguja cumplía una doble función, servía para que las mujeres se sujetaran el pelo y para que pudieran rascarse la comezón que le producían los piojos.
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Algunos accesorios de la época. A mano izquierda la plancha para el pelo y a mano derecha una curiosa aguja para rascar la comezón producida por los piojos.
Hacia la mitad del cuarto y contra l a s p a re d e s , h a y u n p a r d e anaqueles enfrentados. En uno hay distintos objetos que utilizaban las personas de la época, un neceser, corbatas, un costurero y otros objetos. En el otro anaquel, hay pañuelos, borlas, guantes y unas telas con arreglos en crochet que utilizaban las señoras en la cabeza para no despeinarse cuando iban a dormir. Al fondo de la sala, hay un piano y dos sillas. Lo curioso de este piano, es que nadie, ni siquiera los expertos que lo han examinado y en algunos casos desarmado, han podido determinar de dónde y en qué año fue fabricado.
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Con un gesto tímido pero amable, Olga nos insinuó que continuáramos con el recorrido. Llegamos al Salón Verde y Rojo, lo que era y aún es sala de la casa. Tiene este nombre porque precisamente cuenta con dos ambientes que se pueden dividir con una gigantesca puerta de madera tallada a mano, que funciona como biombo y porqueel decorado de cada uno de estos ambientes corresponde a uno de estos colores.
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El ambiente Verde es una sala que se utilizaba para recibir visitas pequeñas, por lo general de los familiares y amigos. Tiene una chimenea grande con acabados en piedra lisa, un par de sillas talladas y tapizadas en lino, un sofá de terciopelo y una coqueta mesita de centro. En la pared de enfrente hay una mesa auxiliar con un florero, sobre el cual, cuelga un espejo adornado con un grueso marco dorado. Hay tapetes tejidos a mano, elaboradas cortinas con gruesas y vistosas galerías y otro piano, aunque de éste, sí se sabe que fue hecho en Bogotá. Nuestra guía nos explicó que la gran mayoría de las telas de los muebles, los tapetes y las cortinas, fueron importadas de Francia por sus dueños.
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El ambiente Rojo parecía mucho más grande. La sala se utilizaba para dar banquetes y recibir a los invitados de las multitudinarias fiestas. En el centro hay cuatro grupos de sillas dispuestas en forma de trébol, es decir, formando un triángulo con los espaldares. Estos asientos no tienen brazos, nos explicaron que era para que las mujeres estuvieran cómodas, pues sus vestidos de
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gala, esas faldas grandes, pomposas y pesadas, ocupaban demasiado espacio. En el piso frente a cada grupo de sillas están las escupideras. Una especie de vacililla en las que los hombres escupían el tabaco que masticaban. En la puerta hay un retrato de la sala original, que ahora está incompleta.
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Olga nos mostró una de las curiosidades más interesantes de esta sala. Una guaca que se encuentra del lado izquierdo tras El ambiente verde de la sala de la casa se utilizada para recibir visitas la puerta, en una resultante de íntimas de familiares y amigos. unos ochenta centímetros de la pared que naturalmente es hueca. En este espacio lo habitantes de la casa, guardaban sus objetos de valor, era una rústica e improvisada caja fuerte.
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Con una idea bastante más clara de cómo eran los personajes de esta época, seguimos el recorrido. Antes de entrar a la siguiente sala, nos detuvimos en el hall del segundo piso. Allí, nuestra guía nos mostró la Vidriera Francés. Una colección de jarrones, adornos y esculturas hechas en vidrio de distintos colores. Algunos de estos objetos están decorados con atractivos motivos. Todos, al igual que las cortinas y los tapetes, son importados de Francia.
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Los balcones internos de la casa ofrecen una agradable vista del patio central.
Lo que más me llamó la tensión de ese espacio, fue una Vitrola. Una especie de caja de música, que funciona con unos discos parecidos a los acetatos pero de metal y con perforaciones. Aunque la música de la caja no es nítida y es únicamente instrumental, el complejo mecanismo con tuercas y piñones y el mueble en sí me parecieron atractivos. Olga nos explicó que como en esta época la radio había sido recientemente inventada y aún no era popular, esta era la manera de tener música en la casa; la alternativa, era tener a los músicos en vivo.
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Luego de admirar un rato los jarrones franceses y algunas pequeñas esculturas que están ubicadas por toda la casa, nuestra amable guía nos condujo por uno de los estrechos corredores del balcón interno de la casa con vista al jardín, hacia la siguiente habitación: la Sala
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de los Retratos. Esta es una de las habitaciones más grandes de la casa, debió ser la alcoba donde dormían los hijos de la familia Valenzuela.
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La sala está llena de cuadros de algunos distinguidos personajes de la época, como por ejemplo el artista Dionisio Cortés y el padre Santiago Pardo, así como de algunos otros cuadros de personas que aunque distinguidas, totalmente anónimas en la actualidad. Adicionalmente, hay un par de cuadros de Simón Bolívar. En uno de estos cuadros, el libertador está plasmado de manera muy elegante, viril, joven y saludable; mientras que en el otro, sale chiquito, feo y aparentemente cubierto de hollín.
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Bajo los retratos en dos de las paredes más largas de la habitación, hay unos hermosos divanes tapizados en terciopelo de color azul Los discos perforados contienen las dulces melodías que medianoche, con acabados de madera reproduce la Vitrola. tallada a mano. En las esquinas de la sala, hay algunas elegantes poltronas. Sin embargo, el mueble que más me atrajo fue el de las sillas confidentes, ubicadas en un pequeño zaguán con vista a la calle. Son un par de asientos contiguos unidos por uno de sus brazos pero que apuntan en direcciones opuestas. Olga nos contó que antes, los novios utilizaban estas sillas para hacer visita, secretearse y darse besos. “Las sillas siempre se ponía en un sitio visible para que la familia pudiera vigilar lo que los jóvenes novios hacían.”, añadió nuestra guía en tono burlón.
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Luego de las risas picaronas, nos dirigimos a la siguiente habitación. Salimos de nuevo por el estrecho pasillo hacia lo que fue la alcoba principal de la casa. Por supuesto, es el cuarto más grande, ahora tiene dos ambientes.
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Este es el pequeño comedor del muñequero creado por Rosa María Portón y su hija Catalina Samper.
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El primer ambiente es la Sala de Paisaje. Tiene una gran mesa de centro con un enorme florero sobre el cual cuelga una vistosa araña de cristal. El espacio está decorado por diversos cuadros de paisajes, elaborados por artistas colombianos, a excepción de
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uno, que fue pintado por un artista alemán, que vino a Colombia y pintó un paisaje del río magdalena con un gigantesco barco de vapor.
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La Sala de las Miniaturas, es el segundo ambiente. Está decorada con mosaicos de retratos de personas de la época, algunos libros antiguos y dos impresionantes colecciones de miniaturas. Olga, que con orgullo nos mostraba estas colecciones, explicó que las miniaturas eran una de las formas de expresión artísticas más características del siglo XIX en lo que se refiere a las artes plásticas, “fue un género practicado por todos los artistas de la época”, añadió.
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Una de las colecciones, es una serie de soldados hechos en papel, hay todo un batallón. La otra colección, que a mi parecer es lo más atractivo del museo, es un muñequero que contiene más de 4000 piezas. Dicho muñequero es obra de las señoras Rosa María Pontón, que lo inició en 1926, y de su hija Catalina Samper, que lo continuó hasta1989 cuando lo adquirió el museo. Está dividido en pequeños espacios que representan a la perfección las distintas habitaciones que se encontraban en una casa típica del siglo XIX. En esta colección se puede apreciar que hasta el más minúsculo detalle, fue calculado a la perfección.
Esta Botica, adaptada en su totalidad a la casa del museo, fue fundada por Alejandro Prince Navarro en 1896 en Ocaña.
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Anonadado, y luego de haber examinado con minuciosidad la colección del muñequero, salimos hacia la última habitación del segundo piso: el Salón de Dibujantes. Frente a la entrada, hay algunas esculturas en yeso de Dionisio Cortés Mesa. En la habitación hay muchísimas caricaturas y dibujos de los reconocidos caricaturistas colombianos Ricardo Rendón y de Alberto Urdaneta.
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Ya satisfechos con la visita, bajamos al primer piso para ver las tres salas restantes. En el camino, Olga nos explicó que algunas de las colecciones y los objetos del museo son donaciones, mientras que otras han sido adquiridas por el Fondo de Cultura Cafetero o están en comodato.
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La primera sala al bajar las escaleras, es el Salón de Moda, uno de los espacios más queridos y admirados del museo. Está conformada por una valiosa colección de vestidos típicos de la época. Hay vestidos de gala, para ceremonias, ropa de luto, trajes de jóvenes, de uso diario y hasta ropa de corte infantil.
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Tienen una serie de maniquíes con la ropa interior de las mujeres, donde se puede ver el complejo proceso por medio del cual conformaban su atuendo. Por ejemplo, en esa época, nos comentaba nuestra guía, las enaguas tenían unos agujeros grandes para que las mujeres pudieran ir al baño sin tener que quitarse el complejo y aparatoso vestuario. Adicionalmente cuentan con una pequeña colección de vestidos elegantes de mediados del siglo XX.
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Los objetos de las 11 salas del museo, conforman una de las colecciones más valiosas y completas del siglo XIX en Bogotá.
Cuando llegamos a la segunda sala, una de mis favoritas, vimos un letrero que decía: Botica de los pobres. La habitación es una Botica fundada en 1896 por Alejandro Prince Navarro en Ocaña. En 1991 fue adquirida por el museo, que la trasladó con todos sus contenidos la adaptó al museo. Aún conserva los muebles, el vademécum con las fórmulas escritas a mano, los frascos donde hacían las combinaciones químicas para obtener los remedios y hasta la publicidad de los analgésicos y otros remedios de la época. Sin duda alguna, una colección formidable.
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Por último llegamos a la Sala de la Tarjeta Postal. Esta pequeña habitación, ofrece una envidiable colección de fotografías y tarjeras portales. Uno podría pensar que los retratos y las tarjetas de la colección son todas imágenes en blanco y negro, por supuesto que muchas lo son, pero hay algunas fotografías que están decoradas con precisos y elaborados bordados hechos con hilos de colores. Una impresionante técnica que, por lo menos, yo no conocía. También hay fotografías y en especial postales que están pintadas a mano. Nuestra guía nos señaló que esta fue una técnica muy utilizada por los primeros publicistas.
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Salimos de esta sala y el recorrido concluyó. Sin embargo, como lo prometido es deuda, nos dirigimos a las mesitas del antejardín, donde nos sentamos a tomar café. Fumamos un par de cigarrillos amenizados con el eco del pequeño chorro del a fuente y hablamos sobre el recorrido. Finalmente concluimos que Olga tenía razón. Vale la pena visitar este museo, pues no sólo se tiene la oportunidad de ver valiosas colecciones y objetos poco comunes, sino que es una experiencia educativa y enriquecedora. Una manera didáctica, agradable y práctica de conocer nuestro legado cultural, sin mencionar que simplemente es un plan delicioso.
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