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26 LECCIÓN 2 El libro que Dios nos ha dado ¿Alguna vez se ha preguntado cómo Dios nos dio la Biblia? ¿Acaso algunos ángeles la compilaron y la deja

Story Transcript

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XHI

PRÓLOGO

Y dirás tú, querido Vital, que cómo se me ha ocurrido tau ridiculo "prólogo. Lo primero, porque titulándose el libro T O D O F.N B R O M A no debía escribir el prólogo en serio, y además, para que, como sucede con todos los de su casta, no haya quien tenga paciencia de concluirlo, y el lector pase en seguida á divertirse con tus versos tanto como se ha reído con tus comedias; porque más no puede ser. Tuyo siempre buen amigo Es propiedad de su autor. Queda hecho el depósito quemares la ley.

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BIBLIOTECA

"MFONSO F t í t - b fONDO WCAROO « O V ^ K M

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K. Velasco, impresor, Rubio, zo.—Teléfono mirn. 551

JACINTO.

«¡Ay! El mundo en su falsía »aumentará mi delito, »vertiendo en el alma mía »la duda de lo infinito. »Triste, errante y moribundo »sigo el ignoto sendero, »sin encontrar en el mundo »un amigo verdadero. »¡Todo es falsedad, mentira! »¡En vano busco la calma! »¡Son las cuerdas de mi lira »sensibles fibras del alma! »El mundo, en su loco anhelo, »me empuja hacia el hondo abismo. »¡Dudo de Dios y del cielo, »y hasta dudo de mí mismo! »¡Esta existencia me hastía! »¡Nada en el mundo es verdad!.., ¡Y todo esto lo decía . á los quince años de edad! Francamente, yo no sé cómo algún lector sensato no me pegó un puntapié por necio y por mentecato.

4

Por fortuna, ya no siento aquellas melancolías, ni doy á nadie tormento con vanas filosofías. Ya no me meto en honduras, ni hablo de llantos y penas, ni canto mis amarguras, ni las desdichas ajenas. He cambiado de tal modo, que soy otro diferente; pues hoy me río de todo, ¡y me va perfectamente!

T A L PARA CUAL

—¡Estoy muy mal, Nicanor! —¡Pues yo no estoy bien, Severo! —¡A mí me embarga el dolor! —¡Y á mí me embarga^el casero, que es muchísimo peor!

¡PROSA! ¡PROSA!

Es costumbre muy usada por algunos escritores, al dirigirse á su amada, hablar de los ruiseñores, de los ríos, de las flores... y por fin no decir nada. ¡Qué bobada! ¿Para qué esa tontería? ¡No, señor! ¡Menos, ménos poesía, y más, mucho más amor!

Hay poeta sin fortuna que al describir su pasión, habla del fiero aquilón, de los rayos de la luna, de la pálida laguna —espejo donde se mira

la hermosa entre las hermosas— y en fin, de otras muchas cosas... y casi todas mentira. ¡Y así escriben á su amada! ¡Qué bobada! ¡Más que pasión es manía! ¡Sí, señor! ;Ménos, ménos poesía, y más, mucho más amor!

Si tú, querida lectora, que oyes estas reflexiones, te encuentras sin relaciones... por ahora. Si con verdad como un templo no te he parecido adusto, y, por ejemplo, te gusto, ó te gusto sin ejemplo. No habrá néctar, ni ambrosía en nuestro amor, no, señor;, pero tendrás, vida mía, un amor al por mayor, por la noche y por el día. ¡Que es mejor poca, poca poesía, pero mucho, mucho amor!

Yo te querré porque sí; mas tén presente que no te llamaré nunca hurí, ni ángel, ni cosas que yo oigo llamar por ahí. Si eres mujer al querer, y yo tengo estas ideas, y te quiero por mujer, ¿á qué compararte á un sér que yo no quiero que seas? Si eres, por mi suerte, hermosa, te llamaré hermosa en prosa, que la prosa es mi manía. ¡Sí, señor! ¡Poca, poca poesía; pero mucho, mucho amor!

¡Vamos á ver! ¿Para qué decir en tono sensible que es una almendra tu pié, cuando eso es un imposible? ¿A qué decir que tus ojos tienen tan vivos destellos que al mismo sol dan enojos, si el sol no se ocupa de ellos?

¿A qué. ser un zascandil siguiendo de otros el rastro, diciendo en tono febril que es tu cuello de alabastro y tus manos de marfil? ¿A qué engañar á las gentes, si no hay persona formal que crea en seres vivientes que tengan perlas por dientes y los labios de coral? ¡Nada de eso! Pues fuera una tontería, siendo tú de carne y hueso, por fortuna tuya y mía. ¡Sí, señor! ¡No me pidas poesía, pero, en cambio, pide amor!

MISTERIOS DEL CORAZÓN

HISTORIETA

En Madrid Clara vivía, (chica muy guapa por cierto); un muchacho la quería, pero el pobre no tenía sobre qué caerse muerto. Unos dos años y pico fueron amantes felices; mas ¡ay! como no. era rico, Clara le dió al pobre chico con la puerta en las narices. Tal resolución tomó, porque el amor es muy vario, y como sólo aspiró cá ser rica, se casó con un viejo millonario. Ansiando gloria y honores, despreció bienes mejores.

sin ver que, para su mal, era el tálamo nupcial la cuna de sus dolores. Mucho la amaba el esposo; pero viejo y achacoso de su casa no salía, y de su esposa celoso, encerrada la tenía. Dueña de joyas y encajes y de lujosos carruajes, no pudo salir jamás á provocar con sus trajes la envidia de las demás. Con vida tan aburrida, la puso enferma el hastío; y temiendo por su vida, mandó llamar en seguida á un médico amigo mío. Fué el doctor, y no acertaba á darse una explicación de los síntomas que hallaba; más la enferma se llevaba las manos al corazón. —«¡Aquí, dijo, está mi mal!» Aplicó el doctor su oído y exclamó al fin:—«¡Voto á tal! No se escucha ni un latido en la región precordial!»

En situación tan cruel, dándose él hombre á Luzbel y porque el mal fuera á menos, citó á junta, y tres galenos lo mismo opinaron que él. Después de mucho observar, dijeron:—« ¡Podrá curar si logramos que se duerma! » ¡Y tanto durmió la enferma, que no ha vuelto á despertar! Los médicos se asustaron; del vulgo el fallo temieron; de su proceder dudaron; la autopsia, al fin, practicaron y de sus dudas salieron. Que al hacer la operación con la angustia que me explico, en lugar de corazón hallaron ¡oh, admiración! ¡¡dos onzas y un perro chico!! Monedas que guarda ahora mi amigo, cual relicario, con esta inscripción traidora: « Corazón de una señora, esposa de un millonario.»

VITAL AZA

VISITAS

I VISITA DE CUMPLIDO

—¿La Marquesa del Tomillo? —Sí, señoras. —¿Está en casa? —Sí, señoras. —Sentiremos muchísimo molestarla... —Pasen ustedes... —¿Por dónde? —Por esta puerta. A la sala. jA quién anuncio? —A su amigala señora de Tinajas, con las niñas. —Está bien. Siéntense ustedes.—Mil gracias.

—¡Oh, señoras! — ¡Oh, Marquesa! — ¡Tanto gusto en saludarlas! ¿Qué tal? —Bien, ¿y usted? —Muy bien. ¿Y las niñas? —Muy bien, gracias. —¡Qué monas están! ¡Qué monas! —Marquesa... — Pero ¡qué guapas! —Es favor que usted les hace. —(¡Qué espantajo de muchachas!) ¡Cuánto agradezco que ustedes vengan á honrar esta casa! -—¡Oh, no! Marquesa. Nosotras somos aquí las honradas. —¡Eso no! ¡De ningún modo! —Muchas gracias. — Muchas gracias. (Un momento de silencio.) —¿Qué tal el señor Tinajas? —Gracias. Muy bueno. En la Bolsa. —¡Ah, vamos! —Ese se pasa la vida allí. — Se comprende. (Otro momento de pausa.)

—¿Han visto ustedes qué tiempo? —¡Qué calor! —¡Sí no se aguanta! —¡Es una cosa terrible! —¡Es una cosa que aplana! (Otra pausa. La Marquesa se impacienta en la butaca.) —Señora, con su permiso... —¡Como! ¿Tan pronto se marchan? —Tenemos otras visitas... —Les agradezco en el alma... Tantas cosas al esposo. — Gracias. —Niñas... ¡Abre, Juana! —¡Oh, no se moleste usted! —No es molestia. —Adiós, muchacha. —Que no me olviden ustedes. Ya pasaré á visitarlas. —Cuando usted guste, Marquesa. ¡Retírese usted! ¡No salga! —¡Adiós! —¡Adiós! —¡Adiós, niñas! —Muchas gracias. —Muchas gracias. —(¡Esta familia me aburre!) —(¡Esta Marquesa me carga!)

II VISITA DE CONFIANZA

—Buenos días. ¿Está Paco? —Sí, señor; está en la cama. —¿En la cama todavía á las diez de la mañana? Voy á despertarle. —Es que... —¡Quita! Soy de confianza. ¡Hola, chico! ¡Buenos días! —¿Quién es? —¡Arriba! —-¿Qué pasa? —Hombre, ¿no te da vergüenza dormir á estas horas? ¡Anda! —Pero, ¿qué quieres? ¿Qué es ello? —¡Toma! ¿Pues qué ha de ser? Nada. Que vengo sólo á pedirte tres duros que me hacen falta. —¿Tres duros? —¡Sesenta reales! —¿Sí? ¡Pues lo siento! —¡Qué guasa!

. —¡No es guasa! ¡Si es que yo estoy más tronado que las ratas! —¿De veras? —¡Y tan de veras! —¿No tienes algo que valga la pena de ir á empeñarlo? —¿Qué he de tener? —¿Y la capa? —La empeñé hace cuatro meses. —¿Y el reló? —Hace una semana. —¿Y el gabán de invierno? —¡Anoche! —¿Y el dinero? — ¡Santas pascuas! —¿Qué libro es este? —Un tratado de Filosofía. —Basta. Teniendo filosofía se tiene dinero. —¡Aguarda! —Lo venderé en seis pesetas. —Pero, hombre... —¡Si me hacen falta! Tengo un compromiso. —Escucha.... —Entre amigos todo pasa.

—¿Sí? Pues pásame por buenas estas tres pesetas falsas. —¿A ver?... ¡Si están amarillas! —De tristeza. —Si son malas. —¡Claro está! Si fueran buenas no estarían retiradas. —Vaya. Tengo prisa. ¡Abur! —¡Pero, hombre, por Dios! ¿Te marchas con el libro? —Sí, señor. Partiremos las ganancias. —Siendo así... —Que duermas bien. —Adiós, chico; muchas gracias.

III VISITA D E MÉDICO

—Muy buenos días, doctor. —¿Qué tal la noche? — ¡Muy mala! —¿A ver el pulso?... ¡Corriente! ¿A ver la hinchazón?... ¡Más franca!

¿A ver el vientre?... ¡Durito! ¿A ver la lengua?... ¡Cargada! ¡Bueno! Siga usted lo mismo. —Pero, doctor... —¡Nada, nada! Las pildoras de hora en hora, la untura y las cataplasmas. —Si es que... -—Tengo mucha prisa. —Pero... —Adiós, hasta mañana.

IV

VISITA DE PÉSAME

—¡Señora! Créame usted, que he sentido su desgracia como usted misma. —¡Lo creo! —¡Ay, señora! ¡Es una lástima! ¡Tan bueno! ¡Tan cariñoso! ¡Tan... en fin, tan...! —¡Muchas gracias! —¿Quién había de decirnos,

hace diez años, en Játiva, que él había de morirse así, tan pronto? ¡Caramba! Le digo á usted que esta vida no es más que una pura farsa. Hoy se encuentra uno tan bueno, y... ¡zás!... difunto mañana. —¡Sí, señor! ¡Dice usted bien! —Pues, señora, nada, nada: tenga usted fe, fortaleza y resignación cristiana. ¡Es preciso consolarse! Enjugue usted esas lágrimas. —Si no lloro; si es que tengo una blefaritis. —[Cascaras! jBlefaritis? ¿Y eso, qué es? —Así creo que lo llama un joven que es casi médico, y que es el que me acompaña desde que el pobre Tiburcio descansa en paz. —¡Vaya, vaya! —¡Ay, si viera usted qué chico tan guapo! ¡Y tiene una labia! —¿Sí, eh? —¡Me distrae tanto! —¡Lo creo!

—¡Ahí está! ¡Ya llama! —Vaya, pues, me voy, señora. Divertirse. —Muchas gracias. Vuelva usted á consolarme. —Ya volveré... (las espaldas.)

TIO Y SOBRINO

I

EPIGRAMA

Juan á Domingo reñía, porque nunca trabajaba; y mientras Juan se enfadaba, el buen Domingo decía. —Yo no debo trabajar, Estoy, Juan, en mi derecho; pues los Domingos se han hecho sólo para descansar.

«Mi querido sobrino: Acabo de saber, con gran sorpresa, que estás para casarte con Teresa, la sobrina del juez de Pumarino. Tú sabes demasiado que el Otoño pasado, ese juez, que es un tío muy grosero, rae condenó á pagar aquel dinero que yo desde el ochenta le debía á don José María, el dueño del molino del Otero. Sabes perfectamente lo que entonces de mí dijo la gente, hasta el punto, sobrino, de obligarme á marchar de Pumarino por no sufrir las muchas cuchufletas del dueño del molino, que me sacó las cuatro mil pesetas.

¡Todo eso me ha pasado! Ya comprendes que el jaez me ha reventado,. y debes comprender de igual manera que tu boda me altera; pues no es justo, hijo mío, que vayas á elegir por compañera á la fea sobrina de ese tío. ¡Desiste de esa boda! Yo lo quiero, ¡pues tú me has de heredar al fin y al cabol Mas si no me obedeces, como espero, no pienses en llamarte mi heredero, ¡porque yo no te dejo ni un ochavo! Sabes que en tus apuros de estudiante yo te tendí la mano generoso. Conque lo dicho, dicho, ¡y es bastante! Tu tío Sinforoso.»

II «Mi respetable tío: Hace un momento que recibí su carta, con sorpresa, y le aseguro que en el alma siento que se oponga á mi boda con Teresa. Me dice usted, airado, que es sobrina del juez que le ha encausado-

¿Tiene ella alguna culpa? ¡Quiá! ¡Maldita! ¿Qué culpa ha de tener la pobrecita, si no se mete en cosas del Juzgado? ¿Seré yo, por ventura, culpable de esa falta? ¡Qué locura! Si usted, como debía, hubiera antes pagado ese dinero á don José María, el dueño del molino del Otero, ni el señor juez le hubiera condenado, ni nada hubiera dicho el del molino, ni usted se hubiera visto precisado á tener que salir de Pumarino... ¡Esta es la verdad pura! ¿Le parece usted feo—¡ya lo creo!— que emplee con mi tío esta frescura? También á mí me ha parecido feo el que llame usted fea á mi futura. ¡Llamar fea—¡gran Dios!—á la sobrina del juez de Pumarino! ¡Quién creyera!... El juez será lo feo que usted quiera... ¿pero lo que es Teresa?... ¡Si es divina! Y, aunque no sea hermosa, á mí me lo parece, y eso basta, y he de hacerla mi esposa, por más que usted reniegue de mi casta. ¿Que usted me ha socorrido en mis apuros? ¡No me venga, por Dios, con chanzonetas!

Sólo una vez necesité cien duros, y usted sólo me dió... ¡cuatro pesetas! ¡El único favor que me ha otorgado! Favor al que deseo corresponder como sobrino honrado. Aprovecho gustoso este correo, y adjuntas van en sellos de franqueo esas cuatro pesetas que me ha dado. ¿Que usted me deshereda? ¡Pues, corriente! En cambio, heredo al juez, y no me pesa; porque, tío por tío, francamente, me quedo con el tío de Teresa. Si juzga usted mi epístola insultante, usted la culpa se la tiene solo... Conque lo dicho, dicho, ¡y es bastantel Su sobrino Manolo. »

LA CARTERA DEL SIMÓN

En el Rastrojen un rincón, y entre varias chucherías, encontré hace pocos días la cartera de un simón; donde en torcidos renglones y robando horas al sueño, iba apuntando su dueño sus múltiples impresiones. Algunas, por lo curiosas, saltan á primera vista. Voy á copiar de la lista las que están menos borrosas.

«Entierru de un señurón. Tómanme dos caballerus, que deben ser herederus del que ha dadu el estirón.

Sólo una vez necesité cien duros, y usted sólo me dió... ¡cuatro pesetas! ¡El único favor que me ha otorgado! Favor al que deseo corresponder como sobrino honrado. Aprovecho gustoso este correo, y adjuntas van en sellos de franqueo esas cuatro pesetas que me ha dado. ¿Que usted me deshereda? ¡Pues, corriente! En cambio, heredo al juez, y no me pesa; porque, tío por tío, francamente, me quedo con el tío de Teresa. Si juzga usted mi epístola insultante, usted la culpa se la tiene solo... Conque lo dicho, dicho, ¡y es bastantel Su sobrino Manolo. »

LA CARTERA DEL SIMÓN

En el Rastrojen un rincón, y entre varias chucherías, encontré hace pocos días la cartera de un simón; donde en torcidos renglones y robando horas al sueño, iba apuntando su dueño sus múltiples impresiones. Algunas, por lo curiosas, saltan á primera vista. Voy á copiar de la lista las que están menos borrosas.

«Entierru de un señurón. Tómanme dos caballerus, que deben ser herederus del que ha dadu el estirón.

Fueran sin pena maldita, charlandu comu dos loras de treatus y de torus, de la Guerra y del Guerrita.»

Desde entonces, y hace un mes, aunque esté desalquiladu, en cuanto veu á un inglés bajo el alquila, escamadu.»

«Hoy el negocia es segura. He comidu unas chuletas y he bebidu vinu puru... ¡y he pasadu tres pesetas al dar el cambiu de un dura!»

«¡Madre de Dios! ¡Qué aguaceru! Y en tantu ése matrimoniu sin bajar de ese tercera... ¡Malditu sea el demoniu y el oficiu de cucheru!»

«El día veinte de Eneru hice un viaje á la estación con un inglés extranjeru que se marchaba á Aragón. Parecióme regular, y lu llevaba con gustu; pero al quererle cobrar diez riales más de lo justu, tal bastonazu me dió, que caíme del pescante, y me divide si no me lu quitan de delante.

«Tomóme á las tres en puntu un señoritu elegante que ventilaba un asuntu, de fiju muy importante. De la calle de Zurbanu á la calle de la Paz, y luegu á la de Serranu, y luegu á la de Ferráz. Después al café Francés, luegu al Hotel de París, y en seguida á San Ginés y á pocu ratu á San Luis.

Fuímonos, por fin, á Lara á buscar á un diputadu. Díjome que lu esperara, ¡y no ha vueltu el cundenadu!»

¡VAMOS A CUENTAS!

(MONÓLOGO)

«Un caballera de veras y una señora muy fina... Paséu por las afueras... ¡Seis pesetas de prupina!»

EPIGRAMA

Tal garrotazo dió Antón al pobre vago Juan Lago, que le rompió el esternón; ¡y aún decía el muy bribón que aquel era un golpe en vago!

Ya que con calma te sientas y estás en tu cuarto solo, ¡vamos á cuentas, Manolo! ¡Manolo, vamos á cuentas! A mí el deber me asesina, y hoy podré salir de apuros. Aquí están los veinte duros que me han dado en la oficina. - ¡Y qué hermosos! No me atrevo á deshacer el montón; mas ¡qué diantre! es la ocasión de que pague lo que debo. Pupilaje, esta es la cuenta, cuarenta duros cabales. Al sastre, doscientos reales; al sombrerero, sesenta; á mi primo Federico, tres duros. A su señora,

catorce. A la planchadora, dos duros y un perro chico. Seis reales i don Andrés; cinco reales al portero; á Felipe el camarero del Suizo, setenta y tres. Cuatro duros á Astudillo; á Coipel unas recetas; al sereno dos pesetas, y un duro en el estanquillo. Pues, señor, no hay más asientos. ¡Ajajá! Venga la pluma. Vamos á ver lo que suma... ¡Qué atrocidad! ¡Mil seiscientos!... ¿Es posible? ¡Santo Dios! ¿Habrá error? ¡Esto me asusta! ¡Nada! La cuenta está justa. ¡¡Mil seiscientos treinta y dos!! Siento que me llamen tuno, pero, hay veinte y debo ochenta... ¿Cómo se arregla la cuenta? ¡Quedando á deber á alguno! ¡A la patronal Esta es. la mejor de mis ingleses... No pago hace cuatro meses... ¡Puede esperar otro mes! Y que espere el sastre, ¡claro! y lo mismo el sombrerero.

Después de todo, el sombrero en tres duros es muy caro. ¿Pagaré á mi primo?... ¡No! ¿Y á su señora?... ¡Tampoco! ¡Pues, señor, me vuelvo loco! Pero, ¿á quién le pago yo? Coipel... Felipe... Astudillo... Estos pueden esperar. ¡Ya sé! Le voy á pagar al sereno, ¡pobrecillo! Mas no, ¡tampoco le pago! La distinción no es prudente... Yo soy un hombre decente y sé bien lo que me hago. ¿Faltar yo á nadie? ¡Jamás! ¡Si hallara un medio oportuno!... ¿Y qué hacer? Si pago á alguno se ofenderán los demás. ¡Está visto! ¡ Esto no tiene arreglo! De todos modos, es mejor que esperen todos. ¡Les pagaré el mes que viene! A fe de formal y honrado, el mes que viene ¡lo juro! pagaré el último duro aunque me quede tronado. Voy á Fornos á comer. Esto es lo que debo hacer.

VITAL AZA

¡Ya me duele la cabeza! ¡Nada! ¡No puede uno ser hombre de delicadeza!... PARA

MI

ALBUM...

(CUANDO LO TENGA)

¡MISTERIO!

La noche está obscura, obscura; sobre fogoso alazán, atraviesa la espesura del bosque, el Conde don Juan, sumido en honda amargura. Llega al borde de un torrente... piensa en su amor y en su glorialimpia el sudor de su frente... lanza un grito... acude gente... i Y aquí se acaba la historia!

Ya que á gentes extrañas todos los días les dedico canciones y poesías, me parece muy justo, por mil razones, dedicarme á mí mismo cuatro renglones. He dicho cuatro y pude decir cuarenta, porque hasta el fin no es fácil sacar la cuenta; y aunque al ver que son malos muchos se enojen,' yo quiero hacer los versos que se me antojen, pues siendo para un álbum propiedad mía, nadie quitarme puede mi autonomía. Salga lo que saliere, yo no me asusto, y ¡andando! que lo dicho sale á mi gusto.

Eres, Vital, un chico desarrollado, de aquellos que te aprecian muy apreciado. Si tienes enemigos yo los detesto. Tú eres bueno, eres listo, y eres... modesto. 4

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Y ya que por modestia ca'ilas á veces, déjame á mí decirte lo que mereces. Déjame que te elogie, ¡siempre consuela hacer con los amigos papel de abuela! Son tus ojos dos ojos con entrecejo, y yo en ellos me miro... frente al espejo. Y al mirarme, me veo de tal manera, que más de cuatro veces cegar quisiera. Si gastas, sólo gastas de tu dinero, y vives al corriente con tu casero. Y aunque no estés con todos tan al comente, el tener ciertas deudas es conveniente. No te importe el asunto tres caracoles, que aquí debemos todos los españoles. T e llaman los amigos el larguirucho, pero á mí largo y todo me gustas mucho. Estírate si puedes, yo te lo encargo, que en el mundo, ya sabes, que hay que ser largo. Como dudar no puedes de mi cariño, sigue fiel mis consejos, no seas niño. Trabaja, y no te apures si no se cobra, que hay ricos que no tienen lo que te sobra. La alegría es dinero, por más que hoy día no se compren las cosas con alegría. Sigue por tu camino siempre animoso, y, por Dios te lo ruego, no hagas el oso. Déjate de cuestiones y de belenes, que ya tienes bastante con lo que tienes.

Haz el amor si sientes algo en el pecho, ó, como dice Blasco, cómpralo hecho. No te las eches nunca de hombre profundoprocura ser amable con todo el mundo; no hables á los señores de lo que ignoras, y pásate de fino con las señoras. Si te ofrecen dinero tómalo al punto, pero si te lo piden, cambia de asunto. Sigue, en fin, mis consejos, no hagas el primo, pues ya sabes lo mucho que yo te estimo. Y si algo necesitas aquí te espero. Pídeme lo que quieras... ménos dinero.

MEDITACIÓN

¡Cuántas gentes en el mundo llevan desnudas las piernas! ¡Unos por falta de medios, y otros por falta de medias!

—Pues siento un frío en los piés y en la cabeza un mareo... —Anda, y damos un paseo antes de ir á San Ginés. — ¡Me canso! PLAN CURATIVO

—¡Niña! —¡Mamá! —¿Qué te pasar ¿No vienes á la novena? —¡Ay, mamá! ¡Si no estoy buena! —¿Que no? Pues quédate en casa. —¿Y vás sola? —Claro está. —¡Yo lo siento! —No te apures. Es preciso que te cures. Acuéstate. —¡No, mamá!... —¿A ver? ¿Qué sientes? —¡Calor! —¡Es aprensión, criatura! ¡Si no tienes calentura! —¿Que no tengo? —No, señor.

—Iremos en coche. Lo tomaremos por horas. ¡Verás cómo te mejoras con el fresco de la noche! —¡Tengo tos! —¡Quita, por Dios! —¡Me duele aquí cuando toso! —¡Bobadas! ¡Eso es nervioso! ¡No vale nada esa tos! —Pues no te canses, mamá: hoy no salgo, lo repito. Voy á acostarme un poquito encima de este sofá. —¡Jesús! ¡Eres más cobarde!... —Quizá me alivie con eso. —¡Aprensión! Pues dame un beso. ¡Las ocho y media! ¡Qué tarde! Y hoy es el último día... Así... Abrígate los piés. ¡Otro beso! Hasta después. Que te alivies, hija mía. (Sale la mamá de casa,

queda la criada alerta, se oye rechinar la puerta y una voz que.dice: ¡Pasa!)

—¿A ver? ¡Dios mío! ¿Qué tienes? ¡Si están ardiendo tus sienes! Voy á llamar al doctor. —No, mamá.

—¡Alfredo! —¡Amalia querida! —¿Te habrán visto? —No. Tén calma.. ¿Me quieres? —¡Con vida y alma! ¿Y tú á mí? —¡Con alma y vida!

—Sí, vida mía. —Ya estoy bien; no es de cuidado. —Tienes el pulso agitado. —Los nervios... —¡Qué tontería! Corro al punto. Tú estás mala. ¿Que te receten cuanto antes!

(Es muy corta la novena; corren breves los instantes, y en gracia á los dos amantes, paso por alto la escena. Se oyen pasos... ¡La mamá! Huye el joven con premura, y la niña se apresura á acostarse en el sofá.) —Hija mía, ¿estás durmiendo? ¡Temí haberte despertado! Por volver pronto á tu lado, recé de prisa y corriendo. ¿Cómo te encuentras? —¡Mejor'.

(Y al cabo de unos instantes entra el médico en la sala. Pulsa á la niña intranquila; la encuentra un poco nerviosa, y por mandar cualquier cosa, le manda que tome tila.) —Hoy por hoy no es de cuidado. Conozco bien su dolor. (Hay que advertir que el doctor vive en el cuarto de al lado.) —¿Conque no es grave, verdad? (Dice la madre.) —Señora... Aquí, entre los dos, ahora, el mal es de gravedad. —¡Dios mío!

—¡Yo soy muy viejo y práctico! —¡Ya lo sé! —Y como la aprecio á usté, me permito este consejo: ¡Abra usted mucho los ojos! La niña—á mi plan me aferró— necesita mucho hierro. —¿En pildoras? —No. ¡¡En cerrojos!!

Paco Peco, chico rico, insultaba como un loco á su tío Federico, y éste dijo:—Poco á poco, Paco Peco, poco pico.

LECTURA DE UN DRAMA

Queriendo ser un autor de los de renombre y fama, escribí hace poco un drama terrible, conmovedor. Drama de lúgubre asunto; de luchas fieras, tenaces; con situaciones capaces de conmover á un difunto. Siete robos, un suicidio, mucho amor, mucho interés, dos adulterios y tres conatos de infanticidio. —¡Qué drama! dije. ¡Esto tiene que ser desconsolador! ¡Hasta el mismo apuntador llorará cuando se estrene! Ansiando oir el sincero parecer de los demás, fui en seguida á ver á Blas,

que es mi amigo y consejero. —Chico, te vengo á leer una producción. —Ya escucho. —Yo celebraría mucho que la oyera tu mujer. —Bueno; llamaré á mi esposa. —Venga, si no está ocupada, Rita también. (La criada, una alcarreña preciosa.) —¿La criada? ¡Qué ocurrencia! —¡Que vengal ¡Vaya un repulgo! Rita es el vulgo, y el vulgo tiene mucha inteligencia. —Bueno. ¡Respeto al autor! Pasemos al gabinete. ¿Y qué es ello? ¿Algún juguete? —¿Juguete? ¡Quiá! ¡No, señor! ¡Es un drama! (Blas dió un salto.) —¿Un drama? ¡Chico! ¡Me escama! —Pues, sí, señor. Es un drama, ¡pero por todo lo alto! —¿Dónde están esas mujeres? ¡Paz! ¡Rita! ¡Podéis venir! Sentaos. Vamos á oir un drama. Empieza si quieres. Di principio á la lectura con voz campanuda y grave;

como todo autor que sabe que su triunfo se asegura. Impaciente me escuchaban; y yo leía, aunque mal, seguro de que al final del primer acto lloraban. Mas, dió fin. Blas y su esposa no se habían conmovido. Todo lo habían oído, así, como si tal cosa. —¿Nada sentís? ¡Es chocante! les dije algo amostazado. —¡Aun no nos ha impresionado! ¡Veremos más adelante! Mas vi para mi consuelo, que Rita, que me escuchaba , ruborosa se limpiaba los ojos con el pañuelo. Seguí leyendo, animoso. Crece el interés del drama. Huye la primera dama, y el galán que es muy celoso, temiendo un nuevo desmán, mata á su hermano, iracundo, ¡y acaba el acto segundo suicidándose el galán! Pero aunque el acto acababa, para desventura mía,

VITAL AZA

vi que Blas se sonreía y su esposa bostezaba. Con horrible desencanto iba á marcharme de allí, cuando á la alcarreña vi sumida en copioso llanto. —¡Esa sensible alcarreña tiene corazón! ¡Ya véis! Vosotros no lo tenéis, ¡ó será de bronce ó peña! ¡Esa pobre criatura no me ha oído indiferente! ¡A tí, muchacha inocente, te conmueve mi lectura! ¡Así el público ha de ser! ¡Sano! ¡Sin hipocresía!.:. Y la muchacha me oía llorando á más no poder. Tanto aumentó su aflicción del drama al funesto giro, que dió la pobre un suspiro que me partió el corazón. De mi orgullo en el exceso: —¡Calma, dije, tu dolor! ¡No llores más! —¡No, señor! ¡Si yo no lloro por eso! —¡¡Ehü ¿Que no?

—¡Qué he de llorar! —¿Pues por qué te desconsuelas? —¡Porque me duelen las muelas que no las puedo aguantar!...

LA CONFESIÓN

—¡Señor cura! ¡Señor cura! ¿Qué tendré en mi corazón, que á veces siento dulzura y otras tanta agitación? ¿Qué. tendré, que el alma mía ríe y llora sin cesar, y á veces siento alegría y otras me mata el pesar? ¿Qué tendré, que aquí en las sienes llega el calor á abrasarme?... —¡Hija mía, lo que tienes es gana de fastidiarme!

*

¿Qué te dijo aquel teniente de lanceros?

DESPUES D E L A VERBENA

Niña, la de tez morena y ojos de atractivo imán, ¿qué causa tiene tu pena? ¿Qué te pasó en la verbena de San Juan?

¿Por qué si siempre has estado tan alegre y bulliciosa, desde esa noche has cambiado, y al verme te has ocultado ruborosa?

¡Mírame así frente á frente! Somos amigos sinceros, y has de hablarme francamente.

Tu tía te acompañaba: él de lejos te seguía: luego vi que se acercaba mientras que yo saludaba á tu tía.

Vi que al oído te habló, que tu exclamaste: ¡Jamás! Que él furioso se marchó, y luego no he visto yo nada más.

Es decir, vi, que aunque estabas queriendo ocultar tu duelo, á tu pesar suspirabas y á los ojos te llevabas el pañuelo.

Esto sólo pude ver. Tú lo demás me dirás, y aquí, ínter nos, ha de ser; dímelo, quiero saber lo demás.

¡Vamos, habla, vida mía! ¿Que el infame te ha engañado? ¡Sí! ¡Ya sé lo que quería! Eso ya yo me lo había figurado.

Calla y no te pongas triste. Su perfidia olvidarás, que á tiempo le conociste; , y has hecho bien si digiste que ¡jamás!

¡Hay hombres muy imprudentes!. Calma ese dolor profundo que por un teniente sientes. ¡Lo que sobran son tenientes en el mundo!

Aquí se trúve ojurduí tut le mond plus elegant Es una chosse charmant paser le verano isí. Je me hospéde en un hotél donde hay bocú de confort. ¡Qué bien mueblé! ¡Qué primor! ¡Jamé le he visto como él! ¡Oh, mon amí! ¡Qué servise! ¡Truá garsons tengo pur muá, y parlen fransé les truá! ¡En fin, set una delise! Rien hay que á manger me baste. (¡Oh, mon Dié, que sa me dure!) Voy á paseo en voiture y bebo, champan á paste. ¿Será trop caro, dirás? ¡Ouí! ¡Trop caro! ¡Lo sé bien! Me como no tengo rién, me pienso pagarlo pas. No duda de mi personn,e; tut le mond me considera, y es de un efet de primera le pisto que je me donne. Hier suar dans le Casino di un cup de sable á un monsié, le disant que era nevé de Cánovas del Chato.

Y un español que es cesant, —constitussional, pe tétre— me pidió al punto una letre pur mon oncle el Présidant. Par muá se pirren les belles;, hago isí le gran papié, y soy el anfant mimé de tutes les demoiselles. Desde isí, je he confianse de arriver jusque á París. ¡Oh, la Franse! ¡Gran país! ¡Qué gran país set la Franse! De dinero je he besuán, pues no tengo ni un sen ti me... Veré de donner le time. ...¿Quién dijo miedo? ¡An avan!. Je truveré qui nie pague. ¡Puatrine al ló!... y viajaré. O revuar y sans adié, tujur ton amí, SANTIAGUE. »

ENCARGUITOS

¡En mal hora me ocurrió anunciar que me ausentaba; pues no parece sino que todo el mundo aguardaba á que me marchase yo! ¡Cuánto encargo! ¡Dios clemente! Más de ochenta tengo aquí y son á cual más urgente. Pero, señor, esta gente, ¿por quién me ha tomado á mí? Yo hago cualquier sacrificio por las personas queridas; pero me saca de quicio que gentes desconocidas me pongan á su servicio. Me mandan como á un criado, y un señor me dijo ayer: —« ¡Mucho ojo con lo encargado! jLlévelo usted con cuidado, que no se vaya á romper!»

Otro me dijo:—«Vital, ¡es un favor especial! un encarguito... no abulta...» ¡Y el encarguito resulta que pesa medio quintal! Como han tocado el resorte de no dar ni una peseta por la comisión, ni el porte,, tengo la casa repleta de encargos para la corte. Y para probarlo, basta con la lista: dos jarrones de vidrio ó no sé qué pasta; un sombrero; una canasta llena de melocotones; Cuatro mantas de felpilla; un cajón con minerales; un barril; una vajilla; seis latas de mantequilla; doce quesos de Cabrales; Una pieza de percal; la llave de un inodoro; dos lámparas de cristal; una jaula con un loro y un tiesto con un rosal. ¡Y sigue la colección!... Pero de encargos me quito„ y los dejo en la estación;

de llevarlos, necesito para mí solo un furgón. Lo dicho... ¡aquí queda eso! Tanto encargo es un exceso, y aunque en el alma me pesa, no pago exceso de peso por lo que no me interesa, Cargue otro con la factura. ¿Encarguitos, eh? ¡Canario! ¡No fuera mala locura! ¿A ustedes se les figura que yo soy un ordinarior ¡Basta de amabilidad! Es una cosa resuelta, y aquí llegó mi amistad. Conque, abur, y hasta la vuelta, y que no haya novedad.

EL TRESILLO

Os confieso ingenuamente que á mí los juegos me cargan; pero lo que es el tresillo, francamente, me entusiasma. Siento por tan noble juego una enfermedad vesánica; una tresillo-manía atroz, incurable, extraña... Al monte le tengo miedo y la ruleta me espanta; las siete y media me aburren, el burro no me hace gracia, el beczigne no lo entiendo, las carambolas me cansan, el golfo no me divierte, el tute es de gente baja, el ajedrez me fastidia y me revientan las damas... Pero el tresillo... ¡Ah!... ¡El tresillo! ¡Como el tresillo no hay nada!

Cuidado que yo lo juego bastante mal, á Dios gracias, y hago algunas alegrías dignas del doctor Ferradas. (A este doctor, que es mi amigo, y oculista de gran fama, le he visto entrar con dos sotas ¡y llevarse la jugada!) A mí, la verdad, el juego me gusta, pero es con guasas, y discusiones en broma, y alegrías y jaranas. Transijo con los mirones, si son personas simpáticas, y hasta dejo que me riñan siempre que meto la pata. Pero esos tresillos graves y mudos, con esas pausas; y esos cálculos in mente y ese recontar las cartas, y esos mirones de estuco que no dicen ni palabra, me aburren de una manera espantosa... ¡qué caramba! Yo juego por divertirme con hombres, no con estatuas; y si gano lo celebro, y si pierdo... ¡santas pascuas!

Quiero el tresillo entre amigos, y amigos de confianza. Una habitación alegre, una mesa, dos barajas, diez duros en el bolsillo, diez más de repuesto en casa, y á pasar tres ó cuatro horas, ó cinco ó seis si se alarga, ó siete ú ocho si es caso, ó nueve ó diez si hace falta; pues el tresillo es un juego que á mí, al menos, me emborracha, y cuatro ó cinco ó seis horas en un instante se pasan.

—¡Juego! —¡Más! —/ Vuelta! —/ Yo, sólo! —¿Qué vá á ser? — ¡Roben espadas! Son cinco triunfos de estuche, y cuatro carlitas falsas. Ahí vá un Monarca. —¡Lo fallo! ¡No respeto ni al Monarca!

—/Arrastro! —¡Tengo! —¡Ahí vá eso! —¡Arrastro! —¡No tengo! —¡Cáscaras! ¡Me lo han puesto! ¡Pago á quince! ¡Ahí va la puesta encimada! —¡Vamos por ella! —En seguida. ¡Buen naipe! ¡Ya estoy en danza! ¡Y que vá á ser á favor! ¡Voy por seis! ¡No vá sacada! ¡Vaya unas uñas! ¡Qué modo de robar! ¡La tengo en casa! ¡Arrastro... arrastro... y arrastro! ¡Y otro arrastrito, á que caiga! /Agarrarse, caballeros, que allá va la sexta bazal ¡Voy á bola y no la pruebo, porque no puedo probarla! ¡Un rey! —¡Vaya usted con Dios! —¡El de copas! —¡Tengo! —Gracias. ¡El caballito! --¡Adelante!

—¡El punto! —¡Ya está cortada! —¡Vive la sota! —¡Demonio! ¡Que sota más antipática! ¡Me la han cortado! ¡Paciencia! —¡Ya cayó un rico! ¡A pagarla!

¡VUELVO!

I

Todo esto, lectores míos, tiene un encanto que encanta, y me gusta, aunque me dejen más tronado que las ratas. ¿Mas qué hora es ya? ¡Caracoles! De seguro que me aguardan. Ayer quedaron seis puestas y es necesario sacarlas. Con el permiso de ustedes... ¡Ay, tresillo de mi alma! ¡Dios ponga tiento en mis manos y me dé siempre la espada!

«Rafael de mi vida: ¡Te lo suplico! ¡Déjate ver! Estoy muy ofendida, pues no me explico tu proceder.

Hace ya una semana que muy resuelto fuiste al café; dijiste: «¡Hasta mañana!» Pero no has vuelto no sé por qué.

Mi tía y yo seguimos yendo á la acera del Oriental, y allí nos aburrimos de una manera fenomenal.

Está mi pobre tía tan disgustada, —pues no te vé,— que ya ni un solo día toma tostada con el café.

¡Basta ya de desdenes y de despego! ¡Basta, por Dios! ¡Mira que si no vienes voy y me pego un tiro... ó dos!

¡Ay! Que no me maltrates con tu desvío, ¡sér de mi sér! No es por los chocolates por lo que ansio volverte á ver.

¡Tu cariño es mi vida! ¡Solo deseo tener tu amor! Contéstame en seguida por el correo del interior.

Mándame que te espere y, aunque sin calma, te esperaré. No olvides que te quiere con toda el alma tú—Salomé.»

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n «Salomé de mi vida: ¡prenda más alta del amor fiel! ¿Conque estas aburrida porque te falta tu Rafael?

Si llegan á ofenderte mis reflexiones lo sentiré. Pero no voy á verte por las razones que yo me sé.

No es que tú me ofendieses; pero ¡ay! ¡el timo probado está! ¡Estuve cuatro meses haciendo el primo, y basta ya!

No haré más disparates ni más bobadas, hoy ni después. Basta de chocolates y de tostadas y de cafés.

¿Dices que tu alma ansia en su zozobra ser para mí? Cuéntaselo á tu tía, que yo de sobra te conocí.

¿Que al suicidio te entregas? ¡Ese es un lazo! ¡Lo sabré yo! ¡Vaya! ¿á qué no te pegas por mí un balazo? ¿Vaya, á qué no?

¡Ya tu cólera afronto! ¡Que ella me azote dura y cruel! Pero no llames tonto de capirote á—Rafael.»

¡A LA LUNA!

(LAMENTACIÓN DE UN CESANTE)

F É É U L A TRANSCENDENTAL

Mi amigo Blas Cereza se comió treinta panes sin corteza... ¿Hay alguno que diga que esta fábula tiene poca miga?

¡Oh, tú, luna encantadora, que lumbre gratis nos das! ¡Oh, tú, de Febo señora, ilustre competidora de las fábricas de gas! ¡Tú que nunca sientes penas en el trono en que reposas! ¡Tú que en las noches serenas habrás visto tantas cosas, unas malas y otras buenas! ¡Tú que en más de una ocasión sufres con resignación que un mal poeta te cante, oye la lamentación de este mísero cesante! ¡Oyeme sólo un momento! Que en este mundo ay, de mí!

. nadie escucha mi lamento. Y si á tí no te lo cuento, ¿a quién se lo cuento, di? Indícame ¡oh, luna clara! de algún destino el camino, que aquí son ya cosa rara, y no se encuentra un destino por un ojo de la cara. Búscame una posición en tu elevada región, y me lanzaré al suicidio. ¡Créeme, oh, luna! ¡Te envidio con todo mi corazón! Tú, aunque siempre omnipotente, creces y menguas constante; pero aquí, con esta gente, yo nunca llego al creciente... ¡siempre estoy en el menguanteí Como un destino me dés, dejo á estos hombres ingartos; —(he puesto la erre después)— que ¡ay! tú tienes cuatro cuartos, ¡y en España sólo hay tres! ¡Tres! Lo digo muy sincero, aunque el pesar me taladre: (i) el cuarto... para el cartero; (J)

L o de taladre, lector,—es el ripio de rigor.

69 el cuarto... que es el del casero, y el cuarto... honrar padre y madre. Te creo, ¡oh, luna! mi amiga, y hasta que mi bien consiga cifraré en tí mi fortuna. No me importa que se diga que estoy ladrando á la luna. ¿A quién le puede chocar que yo ladre sin cesar, siendo un mártir en la tierra? ¡Llevando vida tan perra, qué he de hacer sino ladrarl Dame sin tardanza alguna, ¡oh, luna! con tu fortuna, un consuelo en mi indigencia. j Y no me dejes ¡oh, luna! á la luna de Valencia!

CARTITAS «La mitad d e las cartas q u e s e pierdeií se deben d e perder.» E . BLASCO

I «Mi querido Manuel: Sabrás que he estado á punto de caer en las redes que, astuta, me tendía tu amiguita Isabel. Tres meses han durado mis amores, ¡no han sido más que tres! pero lo que he gastado en este tiempo tan sólo yo lo sé. Mas, al fin, el dinero no me importa; lo que me importa es haber sido la burla y el juguete de esa infame mujer. Yo la quería, sí, no he de negarlo; ¡con delirio la amé!

Pero he sabido de ella tantas cosas... ¡ay, qué cosas, Manuel! Tanta es la infamia que en su pecho esconde, es tanta su doblez, que hoy—¡te lo juro!—la desprecio tanto, como la quise ayer. Yo, inocente, mi boda preparaba para fines de mes! ¡Pero ya no me caso! ¡El compromiso lo acabo de romper! Quiero, Manuel, que tú, que la conoces, me digas si hice bien. Contéstame, y recibe un fuerte abrazo de tu amigo José.»

II «Querido Pepe: Al recibir tu carta tranquilo respiré; me habían anunciado ya tu boda con mi amiga Isabel; y yo, por discreción ó por prudencia, ó por estupidez, no me atrevía á hablarte del peligro en que ibas á caer.

Pues sabes algo ya, puedo decirte lo mucho que yo sé. Desde luego, de un hombre tan honrado no es digna esa mujer. La tal Isabelita es una alhaja. ¡La conozco muy bien! Al desdichado que con ella cargue le ha caído que hacer. Su padre un pillo, su mamá una arpía, y la niña Isabel, aun siendo así sus padres, es, sin duda, la peor de los tres. Se fugó, siendo niña, de un colegio, no recuerdo con quién, y luego tuvo yo no sé qué líos con uno de Jeréz. ¡De buena te has salvado, amigo Pepe! Recibe el parabién, y con él un abrazo cariñoso de tu amigo Manuel.»

III «Mi querido Manolo: Te suplico que á mi carta de ayer

no le dés importancia. ¡Estaba loco! Juzgué mal á Isabel. Su madre, acongojada, vino á verme y con ella lloré, pues la infame calumnia me robaba todo mi amor, mi bien. Isabel es un ángel. ¡Te lo juro! , Y en prueba de honradez, esta misma mañana, me he casado con la que tanto amé. ¡Soy feliz, muy feliz! Por Dios, perdona mi locura de ayer. Recibe en estas líneas un abrazo de tu amigo José.»

IV En su santa ignorancia, el pobre Pepe dichoso puede ser: que, por fortuna, no llegó á sus manos la carta de Manuel. Se extravió en el correo. ¡Dios lo quiso! Blasco dice muy bien: las cartas que se pierden, es, sin duda, que se deben perder.

BAÑOS DE PLACER

Me manda el doctor tomar baños de mar sin cesar; pero me falta el valor. ¿Yo zambullirme en el mar? ¡Que se zambulla el doctor! ¿Que pide mi economía agua fría? ¡Tontería! ¡Si no puede ser verdad! ¡Si para mí el agua fría es una barbaridad! ¿Bañarme así? ¡Cruz y raya! A la playa, que se vaya el que esté loco ó* borracho... Yo no me exhibo en la playa vestido de mamarracho. No puede ser sano estar casi desnudo, y sufrir los lampreazos del mar estornudando al entrar y tiritando al salir.

¡Nada! ¡Que no puede ser! Tengo ya bastantes años y sé lo que debo hacer; yo no comprendo más baños que los baños de placer. Una sábana, un cuartito y una pila de granito ó de mármol, me es igual. Eso sí, la necesito de un tamaño colosal. Yo solo, tranquilamente, y sin sufrir el sonrojo de que me mire la gente, con agua fría y caliente lleno la pila á mi antojo. Meto el termómetro y veo lo que marca. ¿Que esta fría? ¡Pues paciencia! ¡Otro meneo! ¡Treinta grados! Todavía no está como la deseo. ¡Treinta y dos! ¡Perfectamente! ¡Andando, al agua, valiente, que ya está la pila llena! ¡Este es un baño decente, y no ese baño entre arena! ¡Ajajá! ¡Qué calentita! ¡Está del temple agradable que mi cuerpo necesita!...

El baño en que se tirita no puede ser saludable. ¡Que ha de serlo! ¡No, señor! Y luego aquí no hay temor de que me muerda algún bicho. Pero en el mar... ¡Quiá! ¡Lo dicho! ¡Que se zambulla el doctor! No hay nada como meterse en una pila, sin traje; y allí casi adormecerse, y con las manos hacerse á su gusto el oleaje. Que se den un chapuzón en los baños de impresión y tomen chorros y duchas, esos que en el mundo son medio hombres y medio truchas. Yo no soy ningún anfibio y si he de encontrar alivio á mi dolencia presente, ha de ser en baño tibio, ¡muy tibio!... ¡casi caliente! ¡Este es mi modo de ver! Sufriré en calma los daños de estos baños. ¡Qué he de hacer! Pero no quiero más baños que los baños de placer.

D E S D E EL

CAMPO

(CARTA Á UN AMIGO)

—¡Oh, vida de la aldea! ¡Dulce tranquilidad apetecida! ¡Oh, deliciosa vida para el que solo á solas se recrea, y para mí tan triste y aburrida! Tú lo dudas, ¿verdad? Pues te lo juro. Yo deseo vivir entre la gente y no metido en un rincón obscuro; ¡pues aquí, amigo mío, te aseguro que me fastidio soberanamente!...

¡Qué dulce goce, al despuntar el día, cuando la bella y sonrosada aurora los verdes prados con su luz colora inundando la tierra de alegría, ascender, contemplando el horizonte,

al encrespado monte, y mirar á lo lejos del astro rey los pálidos reflejos!... Y subiendo entre angustias y sudores, ver que el sol también sube, sin que empañe una nube sus potentes y vivos resplandores... Y subir... y subir... y ya cansado, . rendido y extenuado, tumbarse al sol en lecho de tomillo, pillando, sin remedio, ¡un tabardillo!

¡Qué grato es aspirar el aura leda que gime en la arboleda, y escuchar á los dulces ruiseñores, que ocultos en su nido, entonan tiernos cánticos de amores llorando el bien perdido!... ¡Qué vida tan dichosa, persiguiendo a la linda mariposa que alegre vuela entre pintadas flores, y oyendo allá, sobre elevado pico, el triste lamentar de los pastores... y el grato rebuznar de algún borrico!

¡Qué vida tan alegre y placentera! ¡Hacer lo que se quiera! ¡Ya contemplar del río la corriente que se desliza blanda en la pradera; ya sentarse después junto á la fuente que brota fresca en gruta caprichosa, y allí, ante el agua cristalina y clara, hablar de amores á zagala hermosa, de sucias piernas y mocosa cara!...

¡Qué gusto, amigo mío, al pálido fulgor de blanca luna, oculto en bosque umbrío y estático mirando una laguna, —do la hermana del sol fiel se retrata cual si fuera en cristal de limpia plata,— pasar dos ó tres horas pulsando en nuestras liras los pesares que causan ¡ay! las ninfas seductoras que no quieren oir nuestros cantares, mientras que un perro que nos oye, arisco, nos lleva... cualquier cosa de un mordisco!

¡Oh, sí! ¡Qué hermosa vida la vida de la aldea! Y sobre todo, cuando abundante lluvia, aquí frecuente, cambia la limpia arena en sucio lodo, al arroyuelo manso en un torrente, y formando cascada entre las peñas, y lloviendo... y lloviendo entre el follaje, contemplar, en bucólicos excesos, toda la majestad de aquel paisaje con una mojadura hasta los huesos!...

¡Esta es la vida de placeres llena! ¡Vida que, francamente, será buena, muy buena, superior, excelente! Todo lo que tú quieras. No lo niego. ¡El aire sano, oxigenado, puro... calma apacible... soledad... sosiego... salud eterna... bienestar seguro!... Mas si se ha decir lo que se. siente, yo aquí, amigo, ¡te juro que me fastidio soberanamente!

CARTA DE RECOMENDACIÓN

Madrid, cinco del corriente: Mi estimada amiga Emilia: El dador de la presente es un muchacho decente y de muy buena familia. Por tu mamá sé que ya has tronado con aquél comandante de Alcalá, porque no pudo con él en dos años tu mamá. La razón era muy clara; tu madre sólo exigía que contigo se casara, y al comandante no había ni Cristo que lo pillara. Obró, pues, muy cuerdamente cuando le llamó insolente y grandísimo tunante... pues á tu madre á valiente no le gana un comandante.

Ya sé que tú no has sentido ni pizca este rompimiento; pues ya habías comprendido que no es en un regimiento donde has de encontrar marido. Comprendo tu decisión, y puesto que necesitas un novio de otra intención, espero que me permitas esta recomendación. El portador es un chico de unos veinte años y pico; guapo, fino, con carrera, y por contera muy rico. ¡Ya ves que es buena contera! Dice que tú eres su anhelo, su amor, su dicha, su cielo... Me parece que esto basta. ¡Qué chico! ¡Tiene una pasta!... Será un marido modelo. Es una gran proporción. Tú, quizá por distracción, no has notado todavía que el pobre se pasa el día debajo de tu balcón. Nunca se te ha declarado, porque es un chico apocado; pero conozco lo mucho

que te ama en que se ha quedado en dos meses muy flacucho. Y como él sabe que yo siempre vuestro amigo fui, anoche me visitó, y el infeliz me pidió esta carta para tí. Dice que está decidido á ser pronto tu marido, ¡y á vivir con tu mamá! Esto te demostrará que el muchacho es decidido. En cuanto le hayas tratado verás que es un hombre honrado y de talento mi amigo. (Lo del talento lo digo en sentido figurado.) Mas no por eso te rías. Dile al momento que sí, y no andes con tonterías; que una proporción así no se halla todos los días. Tu mamá no se opondrá (que es muy buena tu mamá);, mas si acaso se opusiera, dile lo de la contera y al punto lo aprobará. ¡Animo, pues, y adelante!

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TE

VITAL AZA

T O D O E N BROMA

¡Pase mi recomendado á ocupar esa vacante que en tu cariño ha dejado el tuno del comandante! CANTARES FILOSOFICOS

I Miguel Mela, con cautela, su mala muía inmoló, y dijo Juan, que esto vió: —¡Mala muía inmola Mela!

Caminito de la fuente te vi cogiendo una rosa, y te dije: «Buenos días», por no decirte otra cosa. II Enfrente de tu ventana he de plantar un naranjo; por el amor que te tengo me parece demasiado.

ni Después de mucho pensar he llegado á comprender que una cosa es el querer y otra cosa el olvidar.

IV Por el río abajito marchan mis penas; por Dios, niña del alma, no las detengas; que las penas del hombre, bien de mi vida, van mejor río abajo, que río arriba.

V Lo que me pasa contigo no lo puedo comprender; pues yo me veo en tus ojos, jy tú no me puedes ver!

VI Bien te lo puedo decir. ]E1 hombre es muy desgraciado! Pues nace para vivir, y vive para morir el día ménos pensado.

VII Cuenta las gotas de un río; cuenta las piedras del suelo; cuenta las yerbas del campo, y cuenta... conque te quiero. VIII Por San Juan hará un año que te quería, y si ya no te quiero no es culpa mía; pues por San Pedro hará también un año que supe aquello. IX Ayer pasé por tu calle y vi una flor en el suelo, fui á cogerla y me detuvo la escoba del barrendero. ¡La escoba del barrendero me detuvo en mi pasión!... ¡Ya ves si soy desgraciado, niña de mi corazón!

X Dos cosas he recibido que recuerdo á cada instante: el beso que tú me diste y el puntapié de tu padre. XI En la feria de la vida se vendían tus recuerdos; no pude comprar ninguno porque no llevaba suelto. XII Tu dentadura es de perlas; tus palabras son de miel; tus mejillas son de rosa, y tú de Carabanchel. XIII Los ríos van á los mares, los perfumes van al cielo, y yo me voy á la cama porque me caigo de sueño.

REVELACIONES

(DESPUÉS DEL

BAILE)

—Muy buenas noches, mamá. —Buenas noches, hija mía. Con cuidado estaba ya. ¿Qué tal se portó la tía? ¿Hubo buffet? —Claro está. ¡Si estuvo más animada la tertulia!... —Eso me agrada. —Y yo he bailado hasta ahora. —¿Que has bailado? —Sí, señora. —Eso no me gusta nada.

—¿Hice mal? —Cierto que sí. —Si es que un joven me invitó

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T O D O E N BROMA

con mucha finura, y yo... es claro... no me atreví á contestarle que no. Lo encontré muy natural... No me esperaba esta riña... Es un joven muy formal y muy guapo... —¡Niña! ¡Niña! ¡Me parece mal! ¡Muy mal!

—Todas como yo han bailado; por eso me he decidido. Y mi tía me ha contado que muchas han envidiado la suerte que yo he tenido. Dicen que es un militar que en yo no sé qué batalla, con un valor ejemplar, ganó una cruz... —¡Calla! ¡Calla! ¡Que me voy á incomodar!

—¡Es tan fino y tan galante! —¿Será algún pollo pedante? ¿Algún alferez? —¿Quién? ¿El?

¡¡Alférez!!... ¡Si es comandante con grado de coronel! Y además de su carrera, según me ha contado Lola, es propietario en Utrera... ¡Tiene fincas! —¡Hola, hola! Entonces no es un cualquiera.

—¿Qué ha de ser? Claro que no. —Y qué ¿se te declaró? —En seguida, sí, señora. —¿Y tú, qué le has dicho? —Yole dije que por ahora... sin contar con mi mamá... —¡Jesús! ¡Mereces un palo! —No me atreví... —¡Quita allá! —No estabas tú... —¡Malo! ¡Malo! ¡Siempre se te escapará!

—¿Luego opinas que he debido?... —¡Naturalmente, que sí!

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—¡Pero si no me he atrevido!... —Sólo se te ocurre á tí despreciar tan buen partido. —«Concédame usté una cita,» (me dijo), y yo, muy turbada, como temí que mamita me riñera... —¡Quita, quita! ]Si no servís para nada!

—Pues bien, mamá; ya que veo que es el tuyo mi deseo, no me tildes de cobarde. Le cité para el paseo de mañana por la tarde. Espero que me perdones... —¡Bah! No temas mis sermones. Comprendes tus intereses... —¡Como que hace ya tres meses que estamos en relaciones! —¿Es de veras? —Claro está. —Dame un beso... ¡Qué alegría! Otro beso... Las.tres ya... Hasta mañana, hija mía. —Muy buenas noches, mamá.

A UN MAL ACTOR

Te lamentas, sin razón, de que está perdido el arte y de que en ninguna parte encuentras colocación. ¿Cómo quieres, desdichado, encontrar ningún partido, si á donde quiera que has ido el público te ha silbado? Es en vano que me digas que las intrigas te matan, y que si no te contratan es sólo por las intrigas... ¡No es por eso, no, señor! Como lo siento lo digo. Hoy nadie cuenta contigo porque eres muy mal actor. ¡Y si al ménos con franqueza fueras modesto, quién sabe!... ¡Pero si ya no te cabe el orgullo en la cabeza!

Para tí en España no hay actor que tus triunfos cuente; ni quien, cual tú., represente, las obras de Echegaray. En los más árcluos papeles pones el éxito á salvo, pues, junto á tí, Vico y Calvo son tan sólo dos peleles. Y aunque creerlo no quiero, sé que has dicho á voz en grito jque hasta dejas tamañito al mismísimo Valero! Aseguras que en La Muerte de César hiciste un día un Bruto, que ya querría tener Valero igual suerte. Sé lo que Valero vale, y, por tanto, no discuto. En los papeles de Bruto no hay de fijo quien te iguale.

En vano al diablo te das y en vano te desesperas. Tú podrás ser lo que quieras, pero buen actor, ¡jamás! Siento mucho disgustarte; mas pues el hambre te acosa,

dedícate á cualquier cosa y despídete del arte. ¡Cesa en tu llorar eterno! ¡No de tu suerte maldigas! ¿No es más fácil que consigas un destino del Gobierno? Yo te ruego por favor que si te lo pueden dar, lo pidas para Ultramar. ¡Cuanto más lejos, mejor! ¿Que en vano te lo suplico, pues tú quieres solamente encontrarte trente á frente de Valero, Calvo y Vico? ¡Bueno, pues tu llanto seca! Ya le diré á Ducazcal que te meta en el corral... el corral de la Pacheca.

¡Le aborrezco á usté en el alma sólo por ese instrumento!

A UN VECINO

¡Vecino, por compasión, mi paciencia tuvo fin! Tire usted por el balcón su maldito cornetín, el cornetín de pistón!

Si sólo un instante fuera, me callara, ¡vive Cristo! ¡Pero una semana entera! Que lo resista quien quiera. ¡Lo que es yo no lo resisto!

Vecino, mucho lo siento, pero he perdido la calma. ¡Cállese por un momento!

¡Deje usted, pues, de soplar, que no le puedo sufrir! ¡Con tanto trompetear, ni me deja usted dormir ni me deja trabajar!

¡No sea usted egoísta! ¡Márchese usted de paseo! ¿Vuelta otra vez? ¡Qué mareo! No hay tímpano que resista tan continuo trompeteo.

¡Ya mi cabeza se abrasa! ¡Canastos con la manía! ¡Esto de la raya pasa! ¡O se va usted de su casa ó me voy yo de la mía!

Tocando sin compasión el cornetín de pistón, ¿cree usté hacernos felices? Si el tocar es su afición, toqúese usted las narices.

Será usted un buen sujeto, pero en música denota ser un adoquín completo. ]Diez días la misma jota! ¡Es ya casi un alfabeto!

Y yo su afición fatal la soportara con fe si tocase usted tal cual; ¡pero, hombre, si toca usté rematadamente mal!

Pídame usted lo que quiera y déjese de bemoles. Soplando de esa manera

no hará usted nunca carrera... ¿Vuelta otra vez? ¡Caracolesl

¡Vecino, por compasión! ¡No sea usted tan cruel! ¡Tire usted por el balcón el cornetín de pistón... ó tírese usted sin él!

Manuel Micho, por capricho, mecha la carne de macho, y ayer decía un borracho: —¡Mucho macho mecha Micho!

¡AL AGUA, PATOS!

Unas con pantalones muy ajustados; otras con toneletes desarrollados.

PLAYERA

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El cielo despejado, la mar tranquila; el calor sofocante nos aniquila...

Los baños nos convienen y son baratos. ¡Animarse, señores! ¡Al agua, patos! ¡Cuánta gente en la playa! ¡Qué gran marea! ¡Cuánta mujer hermosa! ¡Y cuánta fea!

Estas van muy tapadas las pobrecillas, y aquéllas enseñando las pantorrillas.

(Intencionadamente pongo esos puntos.) Los hombres y mujeres se bañan juntos.

Algunos calaveras nadan con arte, y suele haber pellizcos en mala parte.

¡Qué algazara! ¡Qué gritos tan horrorosos! Y algunos caballeros ¡qué escandalosos!

Carcaj adas... insultos... ¡vaya una pita! La niña se desmaya; la madre grita.

—¡Niña, sal en seguida! ¡Vamos, prontito! ¡No quiero que te bañes junto á Pepito!

Y al mirar á su suegra tan irritada, el señor don Pepito ¿qué ha de hacer? ¡Nadal

—¡Mamá, por Dios!... —¡Afueras: ¡Que me incomodo! ¡O me meto á buscarte vestida y todo!

Se llevan á la niña; da fin la escena, y yo sigo acostado sobre la arena.

—¡Que se calle esa vieja! —¡No haya cuestiones! —¡Venga usted y le damos tres chapuzones!

Yo en el mar no me meto por calor que haya. Voy sólo á ver los tipos que hay en la playa.

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¡Y que los hay, señores, de todos gustos! Ya porque son muy flacos ó muy robustos.

Los pobres chiquitines que van en cueros, queriendo desasirse de los bañeros.

La mujer que se baña con su marido; el que sale del baño muy afligido.

Los curas que se visten como unos fachas y se bañan cerquita de las muchachas-

La cursi que se baña con tres pulseras; la madre con seis chicos y tres niñeras.

Todos estos son tipos que risa ó pena le dan al que los mira desde la arena.

El nadar petulante de los pollitos; el señor barrigudo que da saltitos.

Yo paso, francamente, muy buenos ratos. ¡A bañarse, señores! ¡Al agua, patos!

que en los huesos me he quedado.» (¡Qué cinismo! ¡Y ha engordado lo menos arroba y media!) ¡INGRATITUDES!

(CARTA

CON

NOTAS)

«María del alma mía: Desde que á Madrid llegué en tí pienso noche y día.» (¡No le crea usted, María! ¡Nada! ¡No le crea usté!)

«No sosiego ni un instante, pues mi corazón amante por tí sufre horriblemente,» (¡Qué grandísimo tunante! ¡Y con qué descaro miente!)

«Al no mirarte á mi lado tan rudo pesar me asedia,

«¡Nunca olvidarte podría! ¡Para mí no hay en el mundo otra como mi María!» (¡Y está casi todo el día con la chica del segundo!)

«¡Mi pecho angustiado está! ¡Por tí no descanso ya! ¡Paso las noches en vela!» (¡Las pasa así, cuando vá al baile de la Zarzuela!)

«¡Por Dios, no seas ingrata! Mira que es mi amor ardiente y que la ausencia me mata.» (¿Que le mata? ¡Patarata! ¡Le gusta admirablemente!)

VITAL AZA

«Sin ver tus ojos amantes no encuentro placer alguno. ¡Sigo tan firme como antes!» (He conocido farsantes, pero como éste ninguno!)

que yo tanto necesito. T e adora con vida y alma, Angel.» (¡No es mal angelito!) » H i J N > i t e Si,I:; : í

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«Desde que partir me viste, tan sólo feliz me encuentro viendo, en mi amargura triste, el medallón que me diste con un brillante en el centro.»

«En él, con dulce efusión, fijo mi mirada inquieta, y lo beso con pasión.» (¡Besará la papeleta, que lo que es el medallón...!)

«¡Adiós, pues, cielo bendito! Dame con tu amor la calma

Nota final: ¡ Quién diría que mientras Angel reniega del amor de su María, ella... también se la pega con uno de Infantería!

EL TESTAMENTO DE ANTÓN

(HISTÓRICO)

Cerca de Lugo vivía en su casa solariega, el ricacho Antón Noriega, modelo de tontería. Necio desde la niñez é ignorante por demás, no abrió la boca jamás sin decir una sandez. Solterón, de alcurnia noble, y sin ocuparse en nada, llegó á edad muy avanzada sano y fuerte como un roble. Mas la salud se acabó y un día... jdía fatal!... se sintió el pobre muy mal y en la cama se quedó. Fué el médico á visitarle, y era tal la calentura,

que dijo:—¡Que venga el cura! ¡Es preciso confesarle! —¿Pero es posible, doctor, que se muera?—preguntaban los dos criados que estaban al cuidado del señor. —¡Corre gran riesgo su vida! Andad sin perder momento, y si no hizo testamento, ya puede hacerlo en seguida. Llegó el señor cura; al punto confesó al pobre paciente, y después juzgó prudente hablarle del otro asunto. —Hijo mío, aquí inter nos, teniendo en cuenta su estado, ya que usted se ha confesado y se ha puesto bien con Dios, le haré algunas reflexiones. Usted es rico y no tiene herederos, y conviene tomar sus disposiciones... No es esto decir que usté vaya á morirse... eso no... —jAy, señor cura, que yo estoy grave, bien lo sé! ¡De esta enfermedad no salgo

¡Yo me muero, sí, señor! —¡Vamos, hombre, más valor! Calma y disponga usted algo. ¿No tiene usted ya pensada...? -¿Qué? —¡Su voluntad postrera! —¿Yo pensar? ¡Qué más quisiera! ¡Si nunca he pensado en nada! —Bueno; pero, usted querrá disponer, sin duda alguna, de su cuantiosa fortuna á su antojo? —Claro está. —Pues piénselo usted, y así su satisfacción procura. — Mejor será, señor cura, que lo piense usted por mí. —Hijo mío, lo lamento; mas ya que usted lo desea, voy á indicarle una idea para que haga testamento. Será usted un hombre honrado si á mi indicación se atiene. Divida usted lo que tiene en tres lotes. —¡Aprobado! —El primer lote será para los pobres.

—¡Corriente! ¡Piensa usted perfectamente! ¡A los pobres se dará! —El segundo lote, es justo que, por lo humildes y honrados, lo disfruten * sus criados. —Sí, señor. ¡Con mucho gusto! — Y el otro, sin vacilar, es lógico que lo dé... —¡Pero, señor cura!... -¿Qué? —¿También ese lo he de dar? —¡Naturalmente que sí! —Pues yo á tanto no me avengo. Si doy todo lo que tengo, ¿qué me queda para mí?

¿CERVEZA?... ¡QUE APROVECHE!

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Podrá ser una simpleza ó una preocupación; pero juro con franqueza que aborrezco la cerveza con todo mi corazón. La verdad, me desagrada esa infusión indecente de cebada fermentada... No me explico que haya gente que se entregue á la cebada, Cierto que por su color y por su espuma brillante es hermosa, sí señor; pero lo que es el sabor, ¡el demonio que lo aguante! Dénme marrasquino, ron, cognac, vino peleón... ¿pero cerveza? ¡Jamás! Primero bebo aguarrás que esa maldita infusión.

Ha dado en decir la gente que és un tónico excelente, y yo respeto esa idea. ¿Que es buen tónico? ¡Corriente! ¡No digo que no lo sea! Yo, en verdad, no necesito hoy por hoy tonificarme... Y además, lo que no admito es que quieran engañarme con que eso abre el apetito. ¡Qué hade abrirlo! ¡Si es bobada! Sólo una vez he bebido esa cerveza endiablada, y en tres días no he podido comer, ni beber, ¡ni nada! Si acaso llego á enfermar, dénmela, si es medicina: la tomaré sin chistar, como se toma la quina y hasta el mismo rejalgar. ¿Pero beber por placer una cosa tan amarga? ¡Eso, quiá, nó puede ser! A mí lo amargo me. carga y no lo quiero beber. Comprendo que uno cualquiera , de buena ó mala manera, al ron ó al vino se entregue,

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VITAL AZA

y que cuando el caso llegue, hasta pille una jumera. Pero que vaso tras vaso de cerveza, haya personas que se beban ciento acaso... ¡y que cojan esas monas! ¡Eso sí que no lo paso! ¿Dónde tendrá el paladar esa gente singular que comete tal locura? ¡Eso se llama apurar el cáliz de la amargura! Lo digo como lo siento: en punto á cerveza estoy con el andaluz del cuento. ¿Sabéis lo que dijo? Voy á contarlo en un momento: Era un hombre muy guasón que iba al café de Colón. Ya el mozo le conocía, y al verle entrar le servía siempre cerveza y limón. El andaluz descorchaba con mucho afán la botella... la hirviente espuma saltaba; en la ponchera la echaba y se recreaba en ella. Vertía luego el limón,

empuñaba el cucharón, revolvía la ponchera, y pasaba una hora entera en tan grata ocupación. Luego en un vaso vertía un poquito; lo gustaba, y, haciendo ascos, lo escupía; llamaba al mozo, pagaba... y hasta otra vez que volvía. Un mes y otro mes pasó revolviendo y revolviendo... •Jamás un vaso bebió 1 Su manía me chocó y á él me acerqué sonriendo. —Perdone usted la franqueza que me tomo. —No hay de qué. — Píe visto, con extrañeza, que siempre pide cerveza y nunca la bebe usté. —¡Ni la beberé! ¡Antes muera! Pero encuentro diversión con la botella, el limón, las bandejas, la ponchera, los vasos y el cucharón. ¡Me sale el placer barato! ¿Bebería? ¡Ni por asomo! ¿Tiene un sabor tan ingrato!...

VITAL AZA

¿Sabe usted por qué la tomo? —¿Por qué? —¡Por el aparatol

TIMOS, TIMADOS Y TIMADORES ¡Le sobraba la razón! Mas no doy á su opinión la importancia que merece, sólo porque me parece carita la diversión.

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Cuando lamenta la gente que uno haya sido timado, yo digo: ¡Perfectamente! ¡Le está muy bien empleado! Habrá honradez en alguno; pero, salvo esa excepción, si el timador es un tuno, el timado es un bribón. Esta es, si bien se repara, una verdad como un templo; y si alguno lo dudara, que lea el siguiente ejemplo.

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Va por el Prado un paleto con dinero en el bolsillo, y se le acerca un sujeto (que es un timador muy pillo).

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Con acento algo francés, le pregunta... cualquier cosa, y entablan, poco después, conversación amistosa. El francés, acongojado, dice al paleto:—Señor, usté ser un hombre honrado y yo pedirle un favor. Monsieur Peres, el banquero, de cuya casa he sortido, me ha donado este dinero que yo no he reconosido. De París es mi llegada hase una semana sola, y yo no conoser nada esta moneda española. Yo, señor, sintiera mucho un engaño..'. Mire usté ce cartouche... este cartucho de monedas. Yo no sé si son buenas. —¡De pistón! ¡Muy buenas y muy cabales! —¡Oh, mil grasias! ¿Y estos son seis mil cuatrosientos reales, no es verdad? —¡Mucho que sí! Yo sé muy bien lo que cuento.

—¿Y cómo llamarse aquí estas monedas? —¡De á ciento! —¡Oh, mil grasias, le repito! —Mándeme usté en lo que pueda. —Hoy me marcho y nesesito cambiarlo en otra moneda. Porque en Francia, mi país, esto nunca lo pasamos. Lo que quieren en París son esas monedas... vamos... esas grandes... —Sí; ya estoy. ¡Onzas de oro! ¡Peluconas! —Eso es. Y á cambiarlas voy. Me disen que aquí hay personas que por cuatro de estas... —¿Qué? —Me darán una onsa. —¡Claro! —Yo creo que gañaré, pues no pareserme caro. Si usté quisiera, señor, desirme dónde podría cambiar esto, es un favor que siempre le estimaría. —¿Han de ser onzas, verdá? — ¡Oh, sí! ¡Las apresio mucho!

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—;Y usté, por cada onza, dá cuatro de esas del cartucho? —¡Naturalmente que sí! Eso valen, según creo. —Pues ya que le conocí, y yo servirle deseo, aquí debo de tener algunas onzas y voy á cambiárselo. —¡Oh, plaser! ¡Reconosido le estoy! —Sesenta y cuatro hay ahí; entre cuatro... ¡cuenta justa! Diez y seis onzas. —Mersí. —¡Toma y daca! ¡Así me gusta! —Ahí vá el cartucho. —Está bien. —¡Oh, grasias, grasias! ¡Abur! Me voy á tomar el tren. —¡Vaya usté con Dios, monsiurl Marcha á escape el extranjero, y el paleto, entusiasmado, vá á recontar el dinero que el franchute le ha. entregado; y el muy pedazo de atún, víctima de sus acciones,

se encuentra sólo con un cartucho... ¡de perdigones! Y entonces es el gritar: —¡Me han robado, me han perdido! Y entonces es el contar á un guardia lo sucedido. Oye el agente, prudente, la relación detallada; pero, es claro, que el agente, como siempre, no hace nada. Y este es el mal; pues debiera, cuando un caso así ha escuchado, castigar de igual manera que al timador, al timado. Pues si este paleto había perdido tanto dinero, fué sólo porque él creía estafar á un extranjero. ¡Nada! Insisto en mi opinión. Habrá honradez en alguno; pero, salvo esa excepción, si el timador es un tuno, el timado es un bribón.

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VITAL AZA

SANTIFICAR L A S FIESTAS

(Carta de trueno, que puede servir á ustedes de ejemplo

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de cómo oyen misa algunas señoritas de mi pueblo.) «¡Adiós, por siempre, traidor! Decírtelo no debiera, pero me vence el amor. Ayer en misa mayor ni me miraste siquiera. Si yo no te amara tanto, no vertería este llanto, al ver que ni una sonrisa me has dirigido en el santo sacrificio de la misa. ¿Por qué esa falta? ¿Por qué? ¿Que tu vista me buscaba? Eso es falso, ya lo sé; pues yo, como siempre, estaba debajo de San José.

Tú llegaste hasta el altar de la Virgen del Rosario; y lo que me hace tronar es que te he visto mirar á Inés la del boticario. Llegó el Credo, y con dolor, al mirarte de ese modo, recé con mucho fervor: Creo en Dios Padre y en todo, menos en tí y en tu a mor. Al comprender tu falsía, ¡Dios sabe lo que sufrí 1... Cuando el Santos, parecía como que Inés te decía: ¡A mí me quieres! ¡A mí! Al alzar te arrodillaste; de mi vista te ocultaste y no te pude observar; pero luego te sentaste y. la volviste á mirar. Ella, infame, sonreía... La misa, en tanto, seguía, y ¡ay! notando tu desdén, al consumir, yo también de celos me consumía. ¡Qué rato el que yo he pasado con esa Inés del demonio! Puedes comprender mi estado

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Busca el fresco apetecido, cuando aprieten los calores; mas no salgas, atrevido, de casa en paños menores, porque eso lo han prohibido todos los gobernadores.

Haz gimnasia, que es probado que sus pulmones ensancha todo el que la ha practicado. Tén sólo mucho cuidado de no hacer ninguna plancha.

VII

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Sé vago de profesión y vive siempre á tu modo, sin ninguna ocupación... (¡de estómago sobre todo!)

Busca salud y pesetas; procúrate en tu comida buen vino y buenas chuletas, y déjate, por tu vida, de menjurges y recetas. Pues, á mi modo de ver, las recetas más famosas son hoy, lo mismo que ayer, ilusiones engañosas, livianas como el placer (i).

VIII No te bañes en el mar... si no te quieres mojar. IX Si, por tu dicha, rebosas salud, y sientes calor, báñate en agua de rosas, •que ese es el baño mejor.

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Conste que digo estas cosas—sin intención de ofender.

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que, en justa compensación, tiene usted una intención de un toro de Colmenar. PUNTUACIÓN

CONTESTACIÓN A UNA CARTA

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Señora: perdone usté mi ruda descortesía, como yo le perdoné las faltas de ortografía que en su epístola encontré.

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¡Señora, usted me ha ofendido! ,, qué, conmigo - se enfada r , ¿Por y me insulta de corrido, todo seguido, seguido, sin punto, coma, ni nadar

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Su falta de puntuación yo no me atrevo á tachar;

Dice usté que yo pequé de atrebido, y me encocora tamaño insulto, ¿está usté? ¡Soy atrebido con bl ¡Eso es muy grabe, señora!

¿Cuál ha sido mi pecado? ¡No turbe usted mi reposo! ¿Es quizás que he asegurado que su marido es dichoso desde que se ha divorciado?

Pues si esa la causa fué, y eso, señora, es lo grave, debo asegurar á usté que todo el mundo lo sabe lo mismo que yo lo sé.

¡Sólo un mes vivieron juntos! Y ya que con malas artes me habla usted de otros asuntos, señora, vamos por partes. Primeramente: (Dos puniosj.

Digo que, primeramente, no me ando con paliativos,— su marido es muy decente, y, en cambio, dice la gente que usted... (Punios suspensivosj.

No dudo de que se encuentre sin su esposo en un edén. ¿Quién ha de dudarlo? ¿Quién? Pero él, al dejarla (entre paréntesis), ¡hizo bien!

Dicen que es rico, y no quiero pensar en que por dinero se casó usted. ¡Quiál ¡Ni en broma!

Fué el amor; pero... (este pero debe llevar punto y coma).

Mas, ya que atrevido he sido, contésteme usté al instante. Sólo franqueza lé pido. Usted nunca le ha querido, ¿no es verdad? (Interrogante).

¿Que es infame mi opinión? ¿Que usté ha querido á ese hombre con todo su corazón? Permita usted que me asombre, ¡oh. señora! (Admiración).

Tráteme usted bien ó mal, me consta que en este asunto es usted la criminal... Pero, en fin, hagamos punto, es decir, (punto final).

(Lo de madre no lo dudes; lo de fiel... es otra cosa.)

IV EPITAFIOS «El político Blas Pinos duerme el sueño de la muerte.» (No habléis aquí de destinos, que es fácil que se despierte.)

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«El pobre cesante Juan descansa en este rincón; el mundo, con necio afán, por negarle siempre el pan, no le ha dado pan-teón.» II «Aquí yace Luis Torrente,, hombre activo, de tal modo, que por ser activo en todo ¡hasta murió de repente!»

in «Descansa bajo esta losa la que fué con sus virtudes buena madre y fiel esposa.»

V «Aquí yace un diputado que de emoción se murió, porque al ser interpelado se vió el pobre precisado á contestar si ó -no.»

VI «Al morir de fiebre aguda halló el banquero Cernuda descanso á sus agonías.» (Su desconsolada viuda... .se casó á los pocos días.)

VII «Descansa aquí después de mil cogidas, y casi todas ellas con fortuna, el torero Pascual (alias) Gemidas. ¡Siempre le acompañó la media luna! ¡Jamás la gloría le importó un ardite! ¡Era muy viejo y se murió en la cuna... de un toro de Laffite!»

VIII «¡Adiós, único bien que el alma adora!. ¡Adiós, mi dulce amor! ¡Esposa mía! ¡Ay! ¡La parca traidora me roba para siempre la alegría!...» (Nota: El esposo, autor de esta elegía, mató de una paliza á su señora. ¡Fíese usted ahora!...)

LA TERTULIA CURSI

En la coronada villa, calle del Humilladero, número ochenta, tercero, con honores de guardilla, vive doña Blasa Ortiz, señora muy campechana, muy gorda, muy charlatana, muy pobre y muy infeliz; viuda de un tal don Silverio Trigueras, que fué empleado en no sé qué negociado de no sé qué Ministerio. Lo cierto y seguro es que, por ir sin capa un día, se murió de pulmonía el año sesenta y tres, dejando el pobre Trigueras, —como recuerdo sin duda,— varias deudas, una viuda y tres niñas casaderas.

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Tres que, si fueran bonitas, hallaran colocación; pero, por desgracia, son muy feas las pobrecitas. Y en vano para casarlas doña Blasa corre y suda; no encuentra la pobre viuda el modo de colocarlas. —¡Esto no ha de ser eterno! (dijo la madre hace días); - es necesario, hijas mías, pensar en que entra el invierno; que si aquí solas estamos cosiendo á todo coser, ninguno puede saber lo que todas deseamos. Por consiguiente, decido hacer lo que Cachupín, á ver si al cabo y al fin se presenta algún partido. Y aunque nos cueste un derroche de este invierno ya no pasa: nos quedaremos en casa los domingos por la noche.

Hicieron la invitación, llegó el día señalado, y ni uno solo ha faltado á tan grata reunión. Nadie, por lo atenta, vale lo que esta pobre mamá, que anda de acá para allá, y habla, y corre, y entra, y sale. fm'M ¡5 iillS

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Componen el mobiliario de la diminuta sala: un reloj que no señala, una cómoda, un armario, dos marquesitas tronadas (que así las puso el abuso); cuatro sillas en buen uso y siete perniquebradas; un sofá (¡que Dios sabrá los muelles que tiene dentro!) y un velador en el centro (del salón, no del sofá.) Hay en una rinconera un acerico muy mono, un busto de Pío nono y varias frutas' de cera.

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La cuestión del alumbrado está á cargo de un quinqué, con un tubo que no sé si es que está roto ó manchado. Y tiene, en fin, doña Blasa en la sala en que se engríe, una estera que se ríe de la dueña de la casa.

La gente, á decir verdad, por lo que yo he conocido, es de lo más distinguido de toda la vecindad. Una señora muy flaca con una niña muy seca, y otra como una manteca, que va en busca de casaca. Dos jóvenes delineantes que buscan colocación; un músico de afición y cinco ó seis estudiantes. Una señora muy fina que dicen que tiene estanco; un sastre del sotabanco; dos horteras de la esquina;

un señor que es oficial cuarto ó quinto de Fomento, y un cura de regimiento que vive en el principal. Nada olvidó doña Blasa, —que ella no falta á la moda,— y para obsequiar á toda la gente que honra su casa, ha dispuesto con primor, —dándose á sí propia brillo,— en el obscuro pasillo el buffet que es de rigor. Buffet del que dan señales una bandeja muy vieja, y encima de la bandeja cuatro copas desiguales. Y á falta de buen Champaña encuentra la reunión agua pura á discreción en un botijo de Peaña. —Pero, señores, ¿qué'es esto? (dice doña Blasa) ¿estamos en misa? ¡Qué! ¿no bailamos? —¿Usted también? —¡Por supuesto!

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Vamos, pollos, ¿qué les pasa? Niñas, quitad esa mesa. ¡Jesús, y cuánto me pesa no tener piano en casa! Pero, no importa, ¡qué diablo! jse tararea, y en paz! ]Vamos! ¡si yo soy capaz!... ¡Sepárese usted, don Pablo! —¡Señora! —¡No quiero riñas! ¿Sabe usted lo que le digo? —¿Qué? —Que cante usted conmigo, para que bailen las niñas. —¡Si no se puede, mamá! —¿Que no se puede? ¿Por qué? —¡Pues no lo está viendo usté! Esto es muy pequeño.—¡Ya! Pues entonces jugaremos á juegos de prendas. ¡Sí! ¡Déjenme ustedes á mí que proponga! A ver... ¡Pensemos! ¡Mi memoria es tan infiel! ¡Por Dios! no arrimen ustedes las sillas á las paredes, que se estropea el papel. Conque, ¿qué hacemos al fin?

¡Jesús! ¡Ahora que reparo! ¡pues si está aquí don Genaro! ¡Toque usted el violín! —No lo he traído. —¿Qué escucho? ¡Vaya usted por él ahora! —¡Vivo muy lejos, señora! —¡Caramba! ¡lo siento mucho! ¡De veras que lo lamento! ¿Quién con música se aburre? Pero, hombre, ¿á quién se le Ocurre venir sin el instrumento? ¡Pensemos en otra cosal ¡no hemos de estarnos así! ¡Pues si no fuera por mí! ¡Ay! ¡qué juventud tan sosa! ¡No inventan nada! ¡Es chocante! ¿Qué es eso? ¿Han llamado? ¡Voy!... Al punto de vuelta estoy. ¡Si es don Frasquito! ¡Adelante!

(El don Frasquito presente es un señor malagueño, muy rechoncho, muy pequeño, muy feo y muy ocurrente.)

—¡Pase usté aquí! ¡En qué ocasión tan oportuna ha llegado! ¡Es el hombre más salado! ¡Ya tenemos diversión! ¡Aquí! tome usted asiento. •Niñas, señores, ¡chitito! ¡Vamos, señor don Frasquito! cuéntenos usted un cuento. —Señora, ¡si yo no sé!... —¡El que usted quiera! —¡Si yo!,.. —No me diga usted que no, porque me incomodaré; ocupe usted esa silla. ¡Mucho silencio un momento! —Pué señó, contaré er cuento de un sordao de Sevilla. —¡Ese mismo, sí, señor! ¡Venga el cuento del soldado! Estando este hombre á mi lado no comprendo el mal humor. —Pué señó, ¡vamos allá! , Er sordao de mi cuento... —¡Aguarde usted un momento! usted me dispensará. Luego seguirá contando. Niña. —Mamá, mande usté.

— Quítale luz al quinqué, que ese tubo se está ahumando. Prosiga usted, don Frasquito. —Pué señó, que ocurrió un día que mi sordao tenía... —¡Espere usted un poquito! Se me ha figurado oler que se quema el estofado. ¡La chica se habrá olvidado!... Con permiso, voy á ver... ¡Estoy de vuelta al momento! ¡Aguarde usted, don Frasquito! ¡Lo que me olía era el frito! ¡Vamos! siga usted el cuento. —Pué señó, que er caso fué que mi sordao... —¿Han llamado? ¡Sí, sí, no me he equivocado! ¿Quién será? ¡perdone usté! ¡Si son las de Zaragata! ¡Vengan ustedes acá! ¿Cómo-queda la mamá? ¿Por qué no viene la ingrata? ¿Sigue peor del flemón? ¿Se ha quedado en casa sola? ¿Qué tal, Rita? ¿Qué tal, Lola? ¿Qué tal, Luis? ¿Qué tal, Ramón?

¿En dónde está el otro hermano? ¿Se ha sabido de Mercedes? ¿Por qué no han venido ustedes un poquito más temprano? (Sigue la buena señora con mil preguntas como estas, y en preguntas y respuestas se pasa más de una hora.) —¡Oigamos con interés al andaluz más salado! ¡Siga el cuento del soldado! —¡Pué, señó, que er caso es que mi general... —¡Frasquito! ¡O ese es otro, ó no lo entiendo! ¿No ha empezado usted diciendo que era un soldado? —¡Er mesmito! ¡Era un sordao, si tal! pero dende que he empesao este cuento, ¡mi sordao ha ascendió á general!

LO DE SIEMPRE

Un padre de familia, pobre empleado, en no recuerdo ahora qué negociado, cuando ocurrió la crisis hace unos días y todo el mundo hablaba de cesantías, temiendo el pobrecito quedar cesante esta carta al Ministro mandó al instante.

«Señor: Yo soy un hombre que no se mete á discutir los cambios de Gabinete. ¡Nunca he tenido ideas, ni mucho menos! para mí los Ministros todos son buenos. ¿Yo hablar de ciertas cosas? ¡Qué desatino! Me ocupo solamente de mi destino. Encuentro en el trabajo dicha completa, y no leo más diarios que la Gaceta. Para ir á la oficina soy el primero y no salgo temprano porque no quiero.

¿En dónde está el otro hermano? ¿Se ha sabido de Mercedes? ¿Por qué no han venido ustedes un poquito más temprano? (Sigue la buena señora con mil preguntas como estas, y en preguntas y respuestas se pasa más de una hora.) —¡Oigamos con interés al andaluz más salado! ¡Siga el cuento del soldado! —¡Pué, señó, que er caso es que mi general... —¡Frasquito! jO ese es otro, ó no lo entiendo! ¿No ha empezado usted diciendo que era un soldado? —¡Er mesmito! ¡Era un sordao, si tal! pero dende que he empesao este cuento, ¡mi sordao ha ascendió á general!

LO DE SIEMPRE

Un padre de familia, pobre empleado, en no recuerdo ahora qué negociado, cuando ocurrió la crisis hace unos días y todo el mundo hablaba de cesantías, temiendo el pobrecito quedar cesante esta carta al Ministro mandó al instante.

«Señor: Yo soy un hombre que no se mete á discutir los cambios de Gabinete. ¡Nunca he tenido ideas, ni mucho menos! para mí los Ministros todos son buenos. ¿Yo hablar de ciertas cosas? ¡Qué desatino! Me ocupo solamente de mi destino. Encuentro en el trabajo dicha completa, y no leo más diarios que la Gaceta. Para ir á la oficina soy el primero y no salgo temprano porque no quiero.

Y advierto á Su Excelencia que en ocasiones tuve con los porteros varias cuestiones, pues dicen que me paso las horas muertas trabajando, y no pueden cerrar las puertas. Yo no soy como algunos empleadillos, que fuman en dos horas treinta pitillos; toman café, se asoman á la ventana; cogen después la pluma, si tienen gana, escriben dos renglones en todo el día con veinticinco faltas de ortografía; murmuran de los jefes y del Gobierno; arman unas cuestiones que es un infierno; manchan los expedientes de nicotina; salen antes de tiempo de la oficina, y siempre al retirarse los señoritos, bajan por la escalera, diciendo á gritos: «¡Dos horas de oficina! ¡Es demasiado! ¡En España se abusa del empleadol»-

»Yo, señor, no me quejo; sólo le pido que al hacer el arreglo no eche en olvido que trabajo las horas de reglamento; que cobro seis mil reales con el descuento; que tengo una familia muy numerosa: cuatro chicos, dos chicas, suegra y esposa; que todos, por desgracia, tienen buen diente, que los chiquillos comen bárbaramente;

que aunque riña mi suegra nunca me irrito, y eso que la señora me tiene frito; que las chicas no encuentran novio, ni nada, y pasan una vida desesperada; y, en fin, y esto es lo grave, que á mi parienta la tengo de ocho meses, según mi cuenta. Comprenda Usía ahora lo que sería de mí sin el destino... ¡Virgen María! Las mujeres, de fijo, se vuelven locas... ¿Qué voy á hacer, Dios mío, de tantas bocas? ¿Qué les doy á los nenes, los pobrecillos, que se comen al día diez panecillos? ¡Si Usía no me ampara, si no me auxilia, tendré al fin que ser pasto de la familia! Para endulzar lo triste de mi existencia, confío en las bondades de Su Excelencia. Adiós, señor Ministro, viva mil años para envidia de todos, propios y extraños. Su siervo que le besa, donde le mande, humildísimo siempre Tiburcio Bande.»

Vió el Ministro la carta, y al otro día recibió don Tiburcio la cesantía. ¡Y la plaza de este hombre bueno y honrado, se la dieron al niño" de un diputado!

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VITAL

AZA

La chica tiene talento y canta divinamente.

A LA TÍA DE UNA TIPLE

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Señora mía, no sé por qué se exalta y por qué se irrita y patea y llora... ¡Calma, más calma, señora! ¡No se desespere usté!

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El éxito ha sancionado el premio que ha merecido del competente jurado; que el público la ha aplaudido donde quiera que ha cantado.

¡Tiene una voz envidiable! Su genio es dulce y afable, no dá un disgusto jamás; es, como artista, incansable, y muy bonita además.

Si así su lengua desata, me marcho, conque ¡chitónl La estáhablando sin contrata queniña le diré, en plata. por la sencilla razón

Por todas esas razones (y ya son bastantes esas), con fundadas ilusiones, le hicieron proposiciones un sinnúmero de empresas.

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Su situación del momento se explica perfectamente, y en verdad, que lo lamento.

Su mérito conocían, y hasta un negocio veían con tiple tan afamada;

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pero al mes de temporada las empresas se aburrían.

¿Quiére usté saber por qué? Pues, bien; yo se lo diré... No es que la chica no cante, es que no hay nadie que aguante á una tía como usté.

En vano se irrita y llora; esta es la pura verdad, y así se lo digo ahora. ¡Tiene usté un genio, señora,, que es una calamidad!

Siempre con impertinencias y siempre armando cuestiones, y camorras y pendencias, y siempre con exigencias, y siempre con discusiones.

De este modo no es posible que halle una empresa aceptable contrata que es tan temible... La chica es muy apreciable, pero usted es insufrible.

Y como ella, ya se vé, no se puede contratar sin que la acompañe usté, y á usté, por lo que expliqué, no se la puede aguantar,

i S|lf IiSfal No es extraño que en el día se encuentre sin acomodo cantante de tal valía; pero, usted, señora mía, tiene la culpa de todo.

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Le hablo así, de esta manera, y diga usted lo que quiera y ríñame ó no me riña, ¡hasta que usted no se muera, no hay quien contrate á la niña!

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CUENTO

Queriendo trabajar y hacer dinero, salió de Pravia Antón, el del Gaitero; llegó un día á la corte, y al instante, al ver que era un buen chico, le tomó á su servicio un comerciante natural del Ferrol, hombre muy rico. Modelo de honradez y economía, diez años á sus órdenes estuvo soñando un porvenir... que no venía. ¡Ni un sólo día de descanso tuvo! Y ¡oh, dolor! una noche al comerciante se lo llevó Pateta, sin dejar para Antón ni una peseta. Al verse abandonado, el pobrecillo tornó á su pueblo á mitigar sus penas, cansado de rudísimas faenas y sin llevar un cuarto en el bolsillo. En vano allí cual pobre se portaba, pues todos por muy rico le tenían, y sólo á mezquindad atribuían

la pobreza que Antón aparentaba. Por fin, una mañana, el señor cura le dijo con dulzura: —Vamos, hijo, no ocultes tu dinero, que es la avaricia un crimen verdadero. Cuéntame la verdad de lo que pasa, pues ya sabes que siempre te he querido. ¡Diez años en Madrid y en buena casa, de fijo, un capital te han producido! Pues tú, á fuer de asturiano, vivirías con muchas privaciones, pero ahorrados tendrás muchos doblones. ¿No es verdad, hijo mío? —¡Ay, señor cura! (dijo Antón con acento de amargura). Como buen asturiano, lealmente á mi dueño serví. Días y días trabajé sin descanso ni sosiego, pero no pude hacer economías porque el amo que tuve ¡era gallego!

1 A N T E S D E M A T A R , MORIR! ó EL CASTIGO DE UNA DAMA

(Escena final de un d r a m a que me propongo escribir.)

(con pasión á Julio, que está á su lado.) —¡Yo siempre, Julio, te he amado con todo mi corazón! ¡Sólo tu amor es mi vida! ¡Sin él soy muy desgraciada! ¿Qué me importa el mundo? ¡Nada! ¡Róbame! ¡Soy tu querida! JULIO (vacilando.)—Yo... L a verdad... te quiero... pero... ¿Yo robarte?... ¡No!... ¡No, quiero! LA MARQUESA.—¿Conque no? ¡Y dices que me amas! ¡Ah! (Llorando.) ¡Triste de mí!

L A MARQUESA

JULIO.—¡No llores así! LA MARQUESA.—¡Quita allá! ¡Con tus palabras de hielo aumentas ¡ay! mis enojos! (Enjugándose los ojos con la punta del pañuelo.) ¡Ingrato! (Con altivez.) ¡Ingrato! (Fuera de sí.) ¡Ingrato! ¡Y yo te creí! ¡Ingrato! JULIO.—¿Otra vez? (Va á abrazarla.) ¡Por piedad! (La Marquesa le rechaza, pero al Jin Julio la abraza con toda tranquilidad.) ¡Oye mi acento amoroso! Dispuesto á servirte estoy; pero no olvides que soy muy amigo de tu esposo. ¡Si huimos nos delatamos! ¡Es peligrosa tu idea! Mas ya que lo quieres, ¡sea! ¡Vamos! LA MARQUESA.—¡Vamos! JULIO.—¡Pero, no! ¡Detente! (Atrayéndola hacia sí.) ¿Para qué marchar, si aquí estamos perfectamente?

'i;'.!;; ' ', '.jl •' ¿A qué esa fuga, alma mía, ni á qué esos vanos extremos, si aquí, en tu casa, nos vemos á todas horas del día? LA MARQUESA.—¡Yo te adoro y haré lo que te conviene! E L MARQUÉS (que se detiene junto á la puerta del foro.) —(¿De qué hablarán esos dos que tan juntitos están?) JULIO.—¡Mi vida! ¡Mi afán! LA MARQUESA.—¡Sabe Dios, Julio mío, que es eterno este amor que siento aquí! ¿Tú me quiéres? JULIO. - ¡ O h ! ¡Sí! E L MARQUÉS (aparte.)—¡Cuerno! LA MARQUESA.—¡Te amo tanto que sin tí me moriría! JULIO.—¡Mi amor! ¡Mi alegría! ¡Mi luz! ¡Mi dicha! ¡Mi encanto! E L MARQUÉS (que entra furioso.) —¡Mal amigo! ¡Esposa infiel! LA MARQUESA.—¡Cielos! ¡EU JULIO.—¡Gran Dios! ¡El esposol (Pausa.) EL MARQUÉS (con desvío.) —¡Debo matarte y no puedo! LA MARQUESA (con un miedo

de padre y muy señor mío.) —¡Perdón! ¡Yo soy incapaz!... ¡No en mí tu furia desates! ¡No me mates, no me mates! ¡Déjame vivir en paz! EL MARQUÉS.—En compasión se trueca mi justo encono. Levántate, te perdono con todo mi corazón. JULIO (aparte.)—¿El Marqués es un pillo, ó tonto quizá? (Este aparte lo dirá sin que lo escuche el Marqués.) LA MARQUESA.—¡Te he faltado! EL MARQUÉS.—¡Me lo figuro! ¡Mira lo que en este apuro hace un marido ultrajado! (Saca un puñal y se hiere) LA MARQUESA.—¡Santo cielo! JULIO.—¡Un marido modelo! EL MARQUÉS.—¡Ingrata! (Muere.) LA MARQUESA.—¡Oh, no, Dios santol ¡Escucha!... ¡No lo permito!... ¡Muerto!... ¡Muerto!... ¡Pobrecito! ¡Y yo que le amaba tanto! (Cae al suelo de repente.) ¡Jesús! ¡Mi infamia me abisma! (Se muere de un aneurisma

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de la aorta descendente.) JULIO (aterrado.)- ¡Ella! ¡Oh! ¡Muerta! ¡Mi amor! ¡Mi delicia! ¿Llaman? ¡Será la justicia! ¿Debo suicidarme? ¡No! ¡Pero, sí! ¡Yo me suicido! ¡Así se portan los buenos! ¡Yo no debo de ser menos que la esposa y el marido! (Se dispara un tiro y muere.)

(¡Y después de tanto horror, si no matan al autor será porque Dios no quiere!)

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A UN TIRADOR DE SABLE

Me duelen todos los huesos, pues tú, amigo, sin cesar, me has dado sablazos de esos que no se pueden parar. Unas veces porque estabas decidido á suicidarte; otras porque no encontrabas apoyo en ninguna parte. Ya porque andabas seis días sin hallar colocación, ó ya, en fin, porque tenías al chico con sarampión; es lo cierto que te di en veces muchas pesetas, aunque ya sabes que á mí no me engañas con tus tretas. Con el pretexto del pan, me consta perfectamente que todo lo que te dan lo gastas en aguardiente.

Sé que tienes ese vicio, y sin que nadie te venza, eres un vago de oficio sin migaja de vergüenza. Tú no haces más que pedir y sólo disgustos das, y piensas sólo en vivir á expensas de los demás. Por las calles, y ojo alerta, andas con el arma al brazo, sin saber á ciencia cierta á quien pegar el sablazo. ¿Pasa un amigo? ¡Allá vas! ¡No hay temor de que se aleje! Le llamas, te escucha, y ¡zás! lo divides por el eje. ¡En vano te he aconsejado! No te han servido mis riñas; hasta que un día, cansado de aguantar tus socaliñas, te dije en tono severo: —«Chico, ya me tienes harto. »No me pidas más dinero, »porque no te doy un cuarto.»

—«Aquí vengo á molestarte; »pero perdona mi asedio. »No encuentro en ninguna parte »un duro para un remedio. »Estoy muy desesperado; »esto á las claras se vé; »y si no me he suicidado »ha sido... no sé por qué. »Dispénsame si me atrevo... »Pero en mi estado aflictivo »no comprendo cómo bebo, »quiero decir, cómo vivo. »¡Endulza mi padecer! »¡Escucha mis agonías! »¡Tengo á mi pobre mujer »de parto hace cuatro días!...» Vo escuchaba como un muerto relación tan lastimosa, y por si acaso era cierto lo del parto de tu esposa, para calmar tus apuros del modo que yo podía, te regalé cuatro duros, los únicos que tenía.

Callaste, por no ofenderme; pero hace un mes, decidido, viniste á mi casa á verme con aire muy compungido:

A corregirte resuelto te despediste de mí. De esto hace un mes, y no he vuelto á encontrarte por ahí.

Pero anoche me ha contado mi amigo Ramos Carrión, que el lunes le has visitado con idéntica canción. Y á Estremerà hace unos días que has ido á verle á su casa diciéndole que tenías de parto á tu pobre Blasa. Tu cinismo, como ves, merece cualquiera cosa... Según mi cuenta, hace un mes que está pariendo tu esposa. Y no encuentro regular que tú, con torpe malicia, pretendas así explotar ese caso de obstetricia. Ya que pides y no pagas pídelo para beber; pero, hombre, por Dios, ]no hagas parir tanto á tu mujer!

INTERMEDIO

DISPENSA, apreciabilísimo lector, que interrumpa por un momento el regocijo y solaz que seguramente está proporcionándote este libro, y permíteme cumplir el deseo de su autor entrometiéndome en estas amenas páginas, donde dirás con razón que maldita la falta que hago; pero dijo Cervantes que no hay libro, por bueno que sea, que no tenga algo malo; y para que esto se cumpla escribo yo en el dé Vital, tranquilo y despreocupado además, porque sé que aquel á quien moleste pasará por alto estas hojas, quedando contentos, él por no haber escuchado á un importuno y yo por verme libre de su censura. Gozosísimo estoy de que Vital me proporcione, siquiera por una vez, ocasión de meterme á critico' porque, aunque es cosa tan fuera de mi condición! no hay párvulo á quien no sirva de singular gusto y contento apoderarse de la férula aprovechando axisencias ó descuidos del preceptor. Yo tengo, pues, empuñada la palmeta de la crítica y comienzo.

Sensible por más de un concepto nos es vernos en la. triste precisión de hacer observar que un ingenio tan donoso, agudo y grácil como el del Sr. Aza, se emplee en cosas tan fútiles .y de poco momento

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INTERMEDIO

como las que el lector habrá visto ya y seguirá viendo en las páginas de este nuevo librito. En él hay donosura, gracia, intención, amenidad, facilidad en la versificación, riqueza en la rima, novedad en los pensamientos... ¿Y qué, si en ninguna de estas composiciones encontramos las condiciones únicas é indispensables que ha de reunir cualquier obra de arte? Estas dos condiciones (digámoslo de una vez para siempre), estas dos condiciones son instmcción y moralidad. El arte que no instruye, el arte que nomoraliza, es un arte baldío, erial, huero y hebén, que no ayudará nunca al cumplimiento de los altos fines de la civilización y del progreso. Vivimos hoy demasiado deprisa para entretenernos en leer y en admirar algo que no nos sea útil y substancioso. Y para llegar al fin apetecido, el escritor debe demostrarnos algo. Una composición poética, aunque se ajuste puntualmente á las reglas de la retórica y de la estética, de nada servirá como no nos dé resuelta una ecuación de cualquier grado, ó como, al menos, no nos demuestre lo salutífero que es para el alma comer bacalao y espinacas en los días de vigilia. El arte ha de ser, pues, moral ó docente. Y hé aquí por qué merecen severa censura los versos del Sr. Aza, aqui presentes. Estas composiciones no dejarían nada que desear si nos atuviéramos á la frase de Diderot que clice: T o u t ee q u i amuse et f a i t r i i e est f o r t bon.

INTERMEDIO

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Pero, ¿quién era Diderot para echar su cuarto á espadas en esta materia? Y... basta de crítica. Yo no creo que el estilo sea el hombre, aunque lo afirmen refranes; Vital es, sin embargo, de los pocos escritores que acreditan el aforismo vulgar. Quien conoce afondo sus obras, puede asegurar que conoce al autor personalmente Gomo sus versos, es, ya socarrón, ya epigramático; ingenioso y no agresivo en la sátira; oportuno y no molesto en las burlas; irónico unas veces, intencionado otras y jovial y ameno siempre, siendo alegría y regocijo de cuantos tienen la fortuna de. tratarle. El que crea, como aquel poeta plañidero, que La musa es el dolor, vate el que llora,

no lea este libro, porque en él no ha de encontrar lástimas y tristezas que llorar, ni problemas y enigmas que resolver; el que tenga el buen gusto de preferir el ingenio gracioso y ático, sé yo que ha de saborearlo con deleite y aun aprendérselo de coro, sintiendo sólo que en él haya puesto su pluma su. afectísimo seguro servidor q. b. s. ra., J O S É ESTREMERA.

¡SOLEDAD Y MISTERIO 1

(¡MUCHO OJO, QUE VÁ EN SERIO!)

Lejos del mundo, en la región sombría, sumido en el letargo de la muerte, donde se oye el rumor de la agonía y el alma se extasía y triste late el corazón inerte, ¡allí me encontraréis!... mi vida austera es la nave ligera

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que surca el mar en la extensión callada sin remo, sin timón, sin luz, ¡sin nada!... Es tronco carcomido que el aquilón azota contra el duro peñasco del olvido, que entre las aguas aparece y flota, cual tímida gaviota, que amante vuela alrededor del nido. ¡Oh, sí! Mi corazón triste y deshecho busca la dulce soledad, la calma,

que presta alivio al angustiado pecho y en goces trueca la ansiedad del alma. Huyendo los pesares de este mundo, mi pensamiento elévase profundo del claro cielo á la región serena; y al sentir el dolor que me envenena y este llanto fecundo, que envuelve en cada gota alguna pena, quiero aspirar el aire embalsamado de este grato misterio apetecido, lejos, muy lejos del amor ansiado, cerca, muy cerca del amor perdido. ¡Oh, sí! Quiero agotar de la inclemencia la cruda saña, impía, sumidas mi razón y mi existencia en el dulce amargor de mi agonía. ¡Nada hay ya para mí! Ni el ronco acento del mar lejano en la temida noche; ni el zumbido del viento; ni de la luna el argentado broche, símbolo cierto de cercano día; ni la tórtola amante, que alegre gime en la arboleda umbría; ni el bullidor torrente, que incesante, en la verde pradera se desata en mil serpientes de bruñida plata, que juntas forman caudaloso río; ni la alegre y pintada mariposa,

que liba en el capullo de la rosa las perfumadas gotas de rocío; ni el triste lamentar de los pastores; ni el duro roble; ni la añosa encina; ni el ruiseñor, que canta sus amores en la selva vecina; ni el claro sol; ni el cefirillo leve; ni el puro copo de nevada nieve... ¡Nada hay ya para mí! Que en mi tormento veo surgir del fondo de mí mismo la idea ignota de cercano abismo, y se hunde mi abatido pensamiento en la dicha anhelada, como se hunde la piedra abandonada en el limo fangoso de corrompido estanque cenagoso... ¡Oh, sí! ¡No más vivir! ¡Que de esta suerte es la vida el principio de la muerte! ¡Dulce misterio! ¡Soledad augusta! ¡Cese el dolor que en mi pasión anida! ¡Venid á mí! ¡La sombra no me asusta! ¡Que en mi amarga existencia dolorida, quiero vivir muriendo en esta vida!...

A UNA COQUETA CONSEJOS DESINTERESADOS

Dice la gente, Enriqueta, que eres por lo pizpireta, y veleidosa é informal, la muchacha más coqueta de toda la capital. Te conozco demasiado; tú dirás seguramente que te tiene sin cuidado lo que murmure la gente. Francamente, no has comprendido, hija mía, todavía tu difícil situación, ni conoces, inocente, lo que se aprecia en el día á una muchacha decente y de buena educación. ¿Te disgusta mi franqueza? Pues empieza por corregir en seguida

tu punible ligereza; y reflexiona, querida, lo que será de tu vida si no sientas la cabeza. ¿Piensas, quizás, que el amor es el cínico descaro? Pues te engañas, sí, señor. Debo decírtelo claro, ¡cuanto más claro, mejor! ¡Tu audacia me maravilla! ¡Pobrecilla! Ten, por Dios, formalidad, pues ni eres una chiquilla ni te disculpa la edad. Tú sabes que yo lo sé; —y que, acá para ínter nos, y á nadie se lo diré, — has cumplido treinta y dos el día de San José. Hoy es tiempo todavía; mañana acaso sería ya muy tardeDéjate, pues, hija mía, de hacer ostentoso alarde de necia coquetería. ¿A qué pasar por liviana la que cual tú no lo es? ¿Ni á qué tener, casquivana,

hoy un novio, otro mañana y pasado... dos ó tres? ¿A qué estar en el balcón asomada eternamente y llamando la atención de todo bicho viviente? Ten presente que el mundo te ha conocido, y que si tú has pretendido con tu conducta alocada encontrar un buen marido, estás muy equivocada. ¡Nada! ¡Nada! Aunque te ofenda quizás este lenguaje tan rudo, por el camino que vas amantes los hallarás, pero maridos, lo dudo. Tú dirás que más coqueta es la chica del tercero y se ha casado con un teniente graduado... ¡Ciertamente! pero esa boda se explica, porque la chica es muy rica; y el teniente, que, por lo visto, no es muy decente,

se casó por interés, por interés solamente. Y no creas que viven con sus millones tranquilos, sin disgustarse... ¡Desecha tales ideas! Pues, según murmuraciones, están para divorciarse por yo no sé qué cuestiones algo feas... Juzga lo que perjudica ser coqueta sin dinero, y mi amistad te suplica que no pienses en la chica del tercero. No olvides que tú, Enriqueta, .eres sólo una coqueta nada más, y que tus pobres papás no tienen una peseta ni la han tenido jamás. ¡Más juicio y ménos bobadas! Y ya que casarte quieres, deja locuras pasadas, y cumple con tus deberes imitando á las mujeres recatadas.

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EL CASTILLO DEL BATAN

LEYENDA

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Según se sube á la ermita de la Virgen del Pinar, un poquito á la derecha y otro poco más allá, sobre caudaloso río y en espeso castañar, se alzan los yedrosos muros del Castillo del Batán.

y en las noches tempestuosas, cuando muje el huracán, se oyen—según las consejas de la gentes del lugar— lamentos en la mazmorra del Castillo del Batán.

III ¿Qué misterio será ese? ¿Y quién se lamentará? Esto es, querido lector, lo que te voy á contar, y no por contarlo es cuento, que es historia muy veraz la historia lúgubre y triste del Castillo del Batán.

IV II Su misterioso recinto tan sólo turbado está por el constante aleteo de la paloma torcaz;

A fines del siglo trece, ó del catorce... ó quizás del quince (la época exacta no se ha podido fijar), habitaba este castillo, que era un castillo feudal,

el temido y respetado y sabio conde don Juan. Vivía con él su hija Jimena, que era, en verdad, un modelo de virtudes, una niña angelical. El Conde cifraba en ella toda su dicha y su afán, y ella, con los atractivos de su hermosura sin par, era orgullo, encanto y gloria del Castillo del Batán.

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