Story Transcript
XII PREGÓN JÓVEN DE LA HERMANDAD SACRAMENTAL DE GINES 6 DE MARZO DE 2015 PILAR LANCHARRO MONTIEL
La noche cae sobre mí. Voy caminando lento, despacio, absorta en mis pensamientos, en un único pensamiento… ¿cómo hablarle de Gines al mismo Gines? De repente, me invade un primaveral olor…levanto la cabeza y observo con sorpresa cómo, sin apenas darme cuenta, ya han florecido los naranjos de azahar de mi barrio. La luna de Parasceve también ya ha hecho su aparición en medio de un cielo lleno de estrellas… sigo caminando y en silencio me digo a mi misma…todo ello tan solo puede significar una cosa…esto ya está aquí. Hermano Mayor y Junta de Gobierno de la Antigua e Ilustre Hermandad Sacramental y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Santísimo Cristo de la Vera Cruz y de Nuestra Señora de los Dolores Coronada de la Villa de Gines. Hermanos todos. En primer lugar, gracias Antonio por dedicarme tan hermosas palabras en una noche tan mágica como esta. Cuando desde pequeña, tu madre para dormir te mece al ritmo del “tachín-tachín” de la marcha “Campanilleros”, cuando desde tus orígenes aprendes que los viernes de Cuaresma se almuerza en casa espinacas con garbanzos o bacalao, cuando te haces mayor alrededor de una mesa de camilla donde tu abuela cose los más novedosos trajes de terciopelo para cada una de tus primas en casa de Rosario la del Moreno, cuando vas cumpliendo años cada primavera sin conocer al Cachorro o La O en la calle,
porque sabes que los Viernes Santos sale tu Hermandad de Gines o cuando de pequeña has jugado con el albero de aquel chiringuito de verano que sería el origen de la actual Casa Hermandad … Es entonces inevitable no crecer con eseveneno en el cuerpo. Mi infancia, también son recuerdos de un patio donde madura un limonero. No fui consciente de que todos esos pequeños detalles terminarían por conducirme esta noche aquí. He aprendido a ver el mundo a través de la fe, ese micromundo de la fe de Gines, que gracias a mi madre y a mis abuelos conocí. Ese mismo mundo y esa misma fe, tenían como epicentro la Semana Santa. Decía Luis Cernuda que la nostalgia es poderosa. Remueve la tierra elemental y anida en la entraña dejándonos indefensos y vulnerables antes el pasado. Cuando echo la vista atrás y ahondo en mi pasado, el alma aún me tiembla cuando encuentro aquel primer recuerdo de ti, aquel principio de mi historia, aquel vínculo irrompible, que comenzaría a unirme a ellos para el resto de mi vida. Aquella mañana del 8 de abril de 1990, en aquella cocina del número 10 de la antigua calle Calvo Sotelo, dos mujeres lloraban desconsoladas; eran mi madre y mi abuela. Con apenas tres años yo no podía comprender nada, tan sólo me quedó aquella imagen que hoy rescato de mi memoria y que a modo de flash-back intento recomponer. Muchos años más tarde, alguien me contó
la historia. Me contaron que en la mañana del Domingo de Ramos todo el pueblo como era costumbre acudió a misa. La mañana era soleada, con un hermoso y claro cielo azul. Nadie vaticinó en aquel momento, que ese mismo cielo se volvería gris ceniza un rato más tarde. Tras la misa todos los asistentes se dispusieron a realizar la procesión de Ramos. Todo ello discurría en una mañana alegre, propia de la festividad que se celebraba. Y entonces sucedió, alguien bajó corriendo la antigua calle Real y avisó a los asistentes del cortejo de que de la Iglesia salía bocanadas de humo. Y todo se derrumbó. Me contaron que empezaron las carreras calle arriba, y llantos y lamentos, y gritos… era demasiado tarde. Cuando los hombres llegaron a la Iglesia apenas pudieron abrir las puertas y sacar al Cristo de la Vera Cruz con sus mismas manos envueltas en llamas, esas manos de los hombres de Gines que no les importóel fuego, ni las llamas, ni el calor infernal que desprendía la madera de tu cruz. Me dijeron también que de aquella Dolorosa que tallara Juan de Astorga tan solo quedaron sus lágrimas y que la Virgen de Belén también sufrió daños considerados. Aquel 8 de abril quedará marcado en Gines como el viernes más negro de su historia, un pueblo sumido en el luto que lloraba al unísono al saber que habían quedado huérfanos de padre y madre. Y me contaron más cosas. Me narraron como mi pueblo depositó toda su esperanza en un joven imaginero que
comenzaba a despuntar por aquellos tiempos, un tal Miñarro. Meses después, yo misma recuerdo como una buena tarde presentí que algo importante iba a suceder. Me vistió mi madre con mi chaquetón largo de domingo y mi sombrero a juego, negro también con una cinta roja alrededor a modo de adorno, mis zapatos de charolcombinando a la perfección con aquel modelo propio de grandes acontecimientos. Miré a mi alrededor y todos estaban con sus mejores galas. Tomé la mano de mis padres y nos dirigimos a la Iglesia. Allí, no se cabía. Mujeres peinadas para la ocasión y hombres con trajes de chaqueta planchados a la perfección. Todos ellos miraban visiblemente emocionados al altar. Me escabullí de la mano de mi padre y asomé mi cabeza por un hueco. Apenas sin levantar dos palmos del suelo, pude entonces comprender todo lo que allí sucedía… simplemente habíais vuelto.
Tu rostro se convirtió en ceniza Y tu pueblo lloró en silencio. Doblaron las campanas de la Iglesia de dolor y desconsuelo. Su madre se había ido y Los había dejado huérfanos. Pero poco tardamos en volver a tenerte eras la misma madre que habíamos tenido siempre. Aunque la tarde fue lluviosa todoGines acudió a verte y empezó ahí la historia de la fe de tu gente que más tarde te coronarían y te harían un himno para rezarte ycantando siempre te recordarían, para que siempre lo tengas presente que de las llamas que un día prendieron hoy se eleva la fe de tu pueblo.
Cada Viernes Santo se repetía la misma historia. En aquel salón de la casa número 10 de la antigua calle Calvo Sotelo, cada año desde que nació mi hermano Ignacio, se producía la misma escena. Mi madre le colocaba su túnica, su cinturón de esparto, sus alpargatas, capirote… mientras yo, me situaba junto a ellos con mirada curiosa e intentaba ayudar a ultimar cada detalle del ya tradicional protocolo. Siempre me había preguntado por qué yo nunca podía vestirme de nazarena al igual que él y ya era algo rutinario que año tras año acosara a mis padres con dicha pregunta. Ellos sin saber ya qué decirme me respondían: “Pilar, las niñas de flamencas y los niños de nazareno”. Pero esas palabras que ellos creían que solucionarían mi inquietud existencial solo hacía que yo continuara con la retahíla. Afortunadamente esto ha cambiado. Ya las mujeres no han de preguntarse por qué los hombres sí y ellas no, por qué la fe tiene una vara
distinta de medir para cada uno… ya no. Ahora nosotras tenemos la oportunidad de vivir nuestra fe como cualquierhombre, tenemos la oportunidad de sentir tantos sentimientos, tantas veces negados para nosotras. Ahora, lo que tanto tiempo y esfuerzo nos ha costado, lo hemos terminado logrando: una iglesia igualitaria, que deja atrás anticuados y rancios principios medievales que tan solo la estaban llevando a un irrevocable abismo. Nunca debieron olvidarse de nosotras, porque nunca nadie debe olvidar que ella precisamente fue quien dio a luz al hijo de Dios, a nuestro Señor Jesucristo y cuidó de él y de todos nosotros desde que el Arcángel San Gabriel le anunció que llevaba dicho fruto en sus entrañas, limitándose solo a decir: “He aquí la esclava del Señor, hágase en mi según su voluntad”. Con el paso del tiempo, también todas nosotras, hemos contribuido a demostrar la importancia de la mujer en la Iglesia. Una Iglesia que ha tardado demasiado, que quizá está tardando demasiado en adaptarse a los nuevos tiempos que corren. Es por ello que me siento orgullosa, de haber tenido el honor de ser la primera pregonera joven de nuestra Hermandad Sacramental, y no podía ser en otra ocasión que en la primavera del 2015 cuando se cumple el 400 aniversario de la talla del Cristo de Pasión por aquel entonces casi desconocido muchacho Martínez Montañés. Gracias a todas, a todas las que nos precedierony lucharon por ello, hoy sabemos el valor de
un suspiro debajo de un antifaz o la responsabilidad de ocupar importantes cargos en Juntas de Gobierno, capitaneando incluso muchas de ellas ese barco, como es el caso de nuestra querida Maruja Vilches, quién luchó durante muchos años contra los sectores más conservadores de la Sevilla profunda para que a la mujer se le otorgara la igualdad que se merece. Por ella y por muchas otras que quedaron bajo el anonimato, quiero pedir un aplauso, ya que sin todas ellas, esta noche sería tan solo un sueño que yo pudiera estaraquí arriba pronunciando estas palabras. Gracias de corazón.
Solo entonces, entendí aquellas palabras, solo entonces comprendí que la vida se acaba… porque debe volver a empezar. Anunció su “Tiempo de la Luz” y me estremeció cuando escuché cómo narrabas aquello de que un sayón de guardia con bata blanca y fonendo te leyó la sentencia. Nadie me dijo entonces que meses más tarde también alguien vendría a mí a leerme la misma sentencia y que aquel pregón tuyo de la Semana Santa de Sevilla en 2010 iba a ser para mí la Crónica de una Muerte Anunciada.
Y como siempre he pensado que las casualidades no existen, ese “Tiempo de la Luz” llegó a mí, como no podía ser de otra forma de las manos de mi abuelo Ignacio, con una cariñosa dedicatoria de quién había compartido con él, posiblemente los años más felices de su vida. Un vínculo que se forjó a base de aceite del Molino y al ritmo pausado de la poda de hermosos jardines de los señores de la Hacienda “El Santo Ángel”, porque como un artesano que elabora su obra más preciada con la única ayuda de sus manos, cuidaba mi abuelo aquel jardín de sueños de noches de verano y de fríos inviernos de copa de cisco. Aquella calurosa, muy calurosa tarde del 27 de Julio de 2010, recibí una llamada, que como ya he dicho anteriormente no iba a hacer otra cosa sino que leerme la temida sentencia. Al entrar en aquella casa nº10 de la antigua calle Calvo Sotelo, pude comprender, solo entonces pude entender, lo que sintió dicho Antonio aquel día que se le adelantó Viernes Santo. A la mañana siguiente, su pregón se hizo presente de nuevo en forma de artículo en ABC para aquel jardinero del Molino que se nos fue sumido en el sueño de la Resurrección y la vida eterna. Sus jardines, sus flores, su Molino… su vida, y egoístamente pienso que 87 años aún era demasiado pronto para dejarnos.
El día amaneció mientras Gines lloraba en forma de gotas de lluvia que caían como afilados puñales en mi querido Barrio. Apresuradas carreras y miradas furtivas al cielo, que presagiaban el peor de los desenlaces. En aquella cocina de la casa número 10 de la antigua calle Calvo Sotelo, mis abuelos, mi hermano Ignacio, mi prima Leticia y yo desojábamos pétalos para ella al ritmo del viejo caño del patio que no daba lugar a tragar tanta agua como estaba cayendo al filo del mediodía. Gines en ese momento… era todo sombra bajo el Ciprés de Silos. Regresé a casa como pude, con los pies encharcados, con más pena que gloria y habiendo dejado listos aquellas flores para ti, única lluvia con la que tu pueblo deseaba empaparte ese 6 de septiembre. Y entonces… el milagro sucedió. Cohete tras cohete profetizaban el cese de la lluvia, anunciaban que extraña y misteriosamente, la tarde había abierto y que esto ya no había quién lo parara. Aún a veces, cuando vengo de la plaza y bajo por la Calle Real…cierro los ojos. Por un segundo, intento recordar aquel momento en el que una vez finalizada la misa, tú bajaste. Un río de gente inundaba la calle, no cabía un
alfiler. Nunca antes en mis 21 años, que por aquel entonces tenía, había visto a Gines como aquel día…nunca. Aquella marea humana nos invadió por ti y para ti Madre… y es que nadie quería perderse la cara de una Virgen ya coronada de fe por su pueblo. Y es en ese momento, cuando abro los ojos y el recuerdo es tan real… que solo ahora, con el paso del tiempo me doy cuenta de que no fue tan solo un sueño de una noche de verano. No sé por qué… pero desde aquel 6 de septiembre son muchas veces, las que al pasar por ese lugar intento cerrar los ojos una y otra vez y retroceder en el tiempo… solo ahora, con el paso de los años, he llegado a comprender, he llegado a darme cuenta… de que aquella noche, por muchos motivos, fue una de las más felices de mi vida. El pasado nos hace valorar lo que un día fue presente. Yo te esperé allí, donde tú sabías que te esperaría, con quién tú sabías que te esperaría…con los míos… que por aquel entonces no faltaba ninguno. Giraste la esquina de la calle Virgen de Belén y enfilaste al ritmo de aquella marcha que por mucho que he intentado recomponer en mi memoria no logro recordarla… será debido a qué estaba más pendiente de ver tu cara y de rezarte, de oler tus nardos y mirarte, de contemplar la noche que caía sobre ti de forma delicada mientras tú, madre, te paseabas como Reina por su casa.
Tu calle de siempre, tu antiguacalle Calvo Sotelo, ahora Blas Infante. En esta ocasión no era primavera, tampoco era Viernes Santo… ahora, venías a pasear por ella como Reina de Gines Coronada. Yo, mientras admiraba cómo te acercabas, echaba la vista atrás y pensaba en cómo tú, solo tú, eras el medidor de faltas cada primavera. Cada falta se contabilizaba con el número de puertas cerradas cada año entre los vecinos e incluso casas que se iban quedando vacías con el paso del destructivo tiempo. Has cerrado muchas puertas de la calle de mi infancia a tu paso, quizás, algunas…demasiado pronto… pues quisiste tenerlos a todos a tu lado en el cielo. Yo esa noche, tuve la suerte de que la puerta de la casa número 10 estuviera abierta de par en par, y que en ese poyete no faltase nadie y estuviese como siempre, repleto de todos nosotros, incluso dos embarazos inminentes, informaban de que la familia crecería pronto. Dos rubicanos más. Los pétalos, que habían sido deshojados ese mismo mediodía al ritmo incesante del agua de lluvia cayendo en el caño del patio, caían ahora desde el más alto balcón a tu palio como manto de seda en una noche estrellada. Entre tanto, la noche se iba haciendo madrugada y tú, terminaste por quedarte dormida.
Sabes que tú eres mi debilidad, de hecho siempre lo has sido. Tú eres el motivo de que mi lugar en la iglesia sea el lateral derecho, y no el izquierdo o cualquier otro, allí junto a la puerta donde siempre me apoyo… Solo tú, me has mantenido en pie en aquellos mejores años de mi vida, que pasaron sin pena ni gloria, y que como nos pasa a muchos… no fui consciente de que aquellos momentos eran los más felices hasta mucho tiempo después de que todo terminase. Tan solo tú, guardas mis sueños custodiando mis secretos más profundos, porque cuando me observas desde el cabecero de mi cama, siempre solo tú has sido quien me puso la mano en el hombro y me impulsó hacia arriba. Mi fe, por ti y para ti, vienede antes, de mucho antes… Antes, mucho antes siempre que te miraba a ti, habitante más pretérito de nuestro pueblo, imaginaba cuántos ojos antes de los míos, cuántos ojos de los innumerables hombres de Gines se posaron en ti antes a lo largo de una historia que se cuenta por siglos, pero que al igual que yo, que al igual que todos… solo buscaban ayuda y consuelo. Lleva siglos viviendo entre nosotros, desde final del siglo XVI para ser más exactos. Has visto a un pueblo cansado venir del campo al atardecer, has conocido una peste
desoladora que casi termina con la población, has contemplado a un pueblo que llora por guerras y otras calamidades… y también has tenido la suerte de presenciar a un pueblo que manifiesta su fe en forma defiesta, alegría y felicidad, y solo de imaginar que has escuchado, que has ayudado durante siglos a mi pueblo, a ese otro Gines que yo no conocí pero que existió antes que yo, a ese Gines que existió antes que todos nosotros… solo de pensarlo, se me llena el corazón de fe. Tú sabes todo de nosotros, pero nosotros bien poco sabemos de ti. Te miro y por mucho que lo intente no alcanzo a imaginar cómo fueron aquellas manos que te trajeron hastaaquí, de qué forma llegaste hasta nosotros, cómo, por qué… y ese misterio hace a la vez que te vea más majestuoso si cabe. Entonces suspiro… no puede ser otro, tú eres el Dios que yo siempre he imaginado. Un dios que se ha hecho hombre en Gines, para habitar desde siempre y por siempre entre nosotros, como decía antes, en ese altar colateral de nuestra iglesia. Un buen día llego a mis manos un documento que me serviría para conocer una valiosa información hasta entonces ignorada por mí. “Cristo de la Salud” y “Cristo de la Vera-Cruz”, una misma imagen con dos advocaciones distintas. Fuera quizás debido a mi juventud el motivo por el cual desconozco yo este nuevo nombre. Aprendí que así te llamaron mis antepasados, mi pueblo,
mi Gines… desde principios del siglo XVIII, época que según contaban fue la de mayor esplendor de la Hermandad. Por aquel entonces, un terrible brote epidémico asoló nuestra localidad entre los años 1708 y 1710. Llegaron a contabilizarse más de 70 muertos en un año, cifra considerablemente elevadasi tenemos en cuenta que en aquel tiempo la población ginense no superaba los 500 habitantes. Mientras mayor era el miedo de tu pueblo, y más grande su desolación… mayor era también la fe que depositaban en ti, Cristo de la Salud. Afortunadamente, aquella terrible enfermedad de peste pasó, no sin dejar grandes secuelas entre nuestros habitantes y habiendo elevado la tasa de mortalidad a cifras inimaginables. Desde ese momento, la advocación de Salud, se hizo inherente en ti. Daría todo lo que no tengo por poder cerrar mis ojos y verte… ver cómo era Gines cuando tú llegaste, sin nadie saber cómo, cuando tú lo conociste en ese último tercio del siglo XVI. Te envidio, tus ojos han contemplado tantos y tantos años de historia, que para mi ese es el tesoro de más incalculable valor. Me pregunto, si te gustaría más el Gines de entonces que el de ahora y desgraciadamente creo adivinar tu respuesta… el de entonces. Conociste un pueblo unido,
sin estar corrompido socialmente. Un pueblo que apenas sabía ni hablar ni escribir, pero que seguro guardaba en su corazón el más puro de todos los valores: la humildad. Me pregunto si te gustaría más elGines de entonces que el de ahora, cuando apenas dos calles formaban nuestro pueblo y todos eran una gran familia. Me pregunto si te gustaría más el Gines de antes que el de ahora, de vida sencilla de verde campo y gente sencilla… Tal vez… a mí también me guste más el Gines de antes que el de ahora… no sé qué pensareis vosotros.
Mientras tu soneto voy escribiendo Fluyen recuerdos, brota amor Poesía y letras y sentimiento Están naciendo a ritmo de temblor
Mientras un Dios por nosotros muriendo Fuera en su cruz nuestro Salvador
Tu pueblo ahora llora con sentimiento Aquel crudo, desgarrador dolor.
Rezad al Padre, rogadle perdón Que desde su cruz inmortal, eterna En Gines vera-cruz advocación
Consuelo por siglos nos concierna Paz, amparo, luz, consejo y razón El Dios que a todos Gobierna
Puedo escribir los versos más tristes esta noche, escribir por ejemplo, la noche está estrellada y tiritan azules los astros a lo lejos. ¿Quién no ha sentido alguna vez al igual que Neruda la misma desesperación que transmiten estos versos? ¿Quién alguna vez no ha perdido la esperanza? No siempre ha sido fácil, no siempre es fácil. A veces has buscado respuestas en un Dios que tan sólo te ha otorgado silencio, un Dios inmóvil que te da por contestación…nada. ¡Cuánto tiempo me llevó a mi aprender que ese silencioera la más sabia contestación que mi Dios me podía dar! Pero… cuánto tiempo necesité para saberlo. Apostaría, que de todos los que nos encontramos aquí esta noche reunidos, no he sido la única que se ha sentido así en algún momento a lo largo de su vida. La fe es difícil, dudosa e incluso imprecisa en muchas ocasiones.
La fe es miedo, confianza a ciegas y también conformidad. Aunque claro, la fe es tan inmensa que seguro si os preguntara a alguno de vosotros ¿qué es la fe? Obtendría numerosas, diversas y por supuesto distintas definiciones a la mía. Para mí la fe es aquella última esperanza que siempre queda en el corazón cuando ya no nos queda nada. Aquel último suspiro. Para mi fe, es confiar en ver una vez más la cara de aquellas personas que ya se marcharon y te esperan en el cielo. Para mí, fe es conformarse con lo que Dios da y no con lo que ansías. Para mi fe es esperanza. Para mi fe…es estar esta noche aquí. Pero, claro la fe es tan abstracta que seguro que muchos no estaréis de acuerdo conmigo.
La vida cambia, el tiempo nos cambia, el paso del tiempo nos cambia. Cada mes de marzo o abril, según disponga el cielo, se repite lo mismo. Capirotes a lo lejos, mezcla en el ambiente de incienso y perfume de rosas, la tarde, el
cielo azul, el gentío, la bulla, el bochorno, el dolor de pies, las interminables esperas, los ciriales a lo lejos, las marchas a ritmo de ensueño, tu cara morena a base del ardor de la candelería, tu sonrisa de niña, su cruz de madera, su monte de lirios o claveles, tú, tus rezos, tus ganas, tu ilusión… año tras año las mismas emociones, los mismos lugares, los mismos encuentros… parece que nada ha cambiado, pero claro que ha cambiado. Creemos que cada primavera se para el tiempo, soñamos que el reloj se detiene y por un instante, el tiempo se hace eterno. Por un momento ignoramos el transcurrir de la vida, de nuestra vida. Nos invade la sensación de estar inmersos en un Viernes Santo que dura para siempre. Cuando despertamos del sueño, cuando dejamos atrás todo ello, solo entonces somos conscientes de que el tiempo no se ha detenido y a base de contar Viernes Santos nos hemos ido haciendo mayores y nuestra vida ha cambiado. Ya no vas a la Plaza de manos de tus padres, ya nadie te remanga el antifaz, ni siquiera llevas aquella bola de cera que con tanto cariño engordaste a base de Semanas Santas. Ya no, puede que ahora dieras lo que fuera porque todo volviese a ser como entonces, y puede que también por eso, te sumerjas y te dejes llevar por esa sensación cíclica y atemporal, esa magia de regresar donde siempre y ese privilegio que te permite por unos instantes… creer que aún sigues allí y que cuando el palio de Ella entre y las puertas se cierren un año más nada
habrá cambiado. Dichoso el momento y dichosa la espera, porque cada primavera, haces que se pare el tiempo.
Ya casi son las 12 y la cruz de guía va llegando a la parroquia. Ha sido una estación de penitencia especial e inolvidable, única. La noche templada, la luna llena y la luz de los cirios como destello solitario que alumbra el camino de regreso. La plaza está abarrotada, nadie quiere perderse tu cara a la luz de la luna ni los últimos reflejos de la sombra de tu cruz de madera en la fachada del templo. Qué bonito ha sido hablarle a Gines del propio Gines. Qué difícil encontrar las palabras exactas y el tono adecuado. Cuán imposible no emocionarme al recordar tan inolvidables momentos. Hay que llevarte en el corazón para entenderlo. Hay que tenerte dentro para sentirlo. Ahora solo quedará el recuerdo de una joven que en 2015 pronunció el primero de los pregones de los muchos que seguro que vendrán, de las muchas que seguro me seguirán… y que para mí ha sido todoun honor abrirles paso. El reloj anuncia la hora, la plaza espera callada, los rezos se van en un suspiro, los cirios se consumen lentamente,
los ojos se fijan en tu cara, la fe se hace presente, tu cruz entra en silencio y tu palio a ritmo de marcha…yo cansada con mi capirote en la mano te espero sentada en un rincón de la Iglesia. Qué hermoso ha sido todo. Ahora más que nunca puedo decir que, como decía mi querido García Márquez… la vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla.
He dicho.