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LA FUNDACIÓN INGENIERO ALEJO PERALTA Y DÍAZ CEBALLOS AGRADECE A TODOS LOS COLECCIONISTAS Y A LAS SIGUIENTES INSTITUCIONES Y PERSONAS POR SU APOYO PARA LA LOCALIZACIÓN Y REPRODUCCIÓN DE LAS OBRAS QUE INTEGRAN ESTE LIBRO:

Fundación Cultural Rodolfo Morales, A.C.; Arte de Oaxaca: Nancy Mayagoitia y Dora Luz Martínez Vasconcelos; Gobierno del Estado de Oaxaca; Universidad Nacional Autónoma de México; Instituto Politécnico Nacional; Sistema de Transporte Colectivo Metro; Secretaría de Hacienda y Crédito Público; Hotel Royal Pedregal; Hotel Camino Real (D.F.); Galería Estela Shapiro; Galería Talento: Raúl Guijarro; Gerardo Maldonado y Edurne Ugartechea. También manifestamos especial agradecimiento a Yoloxóchitl Rodríguez Fernández, quien amablemente autorizó la reproducción del texto “La nostálgica compañía de la soledad” de su padre, Antonio Rodríguez, publicado en el catálogo de la exposición del maestro Rodolfo Morales realizada en el Instituto Politécnico Nacional, en 1981.

Textos Antonio Rodríguez † María Luisa Mendoza Fotog rafía Pedro Hiriart

COORDINACIÓN GENERAL: Carlos Peralta Quintero COORDINACIÓN: Fernando de Garay, Marta Cabrera

COORDINACIÓN EDITORIAL: Ana Laura Delgado CUIDADO DE LA EDICIÓN: Laura Borrás, Sonia Zenteno DISEÑO GRÁFICO: Ana Laura Delgado, Marcela Muñoz ASISTENCIA EDITORIAL: Olga Zamora CURRÍCULUM: Margarita González CORRECCIÓN DE ESTILO: Margarita González, Ana María Carbonell FORMACIÓN ELECTRÓNICA: Marco Antonio Ponce SERVICIOS EDITORIALES: Grupo Editorial Siquisirí FOTOGRAFÍAS DE LA OBRA: Pedro Hiriart. David Maawad en las páginas 39, 42, 58, 93, 100, 101, 163, 164, 192, 196, 219 y 229; Jesús Sánchez Uribe en la página 134, y Carlos Tardán en las páginas 84 y 181. FOTOGRAFÍAS DEL ARTISTA: Pedro Hiriart, y Ana Laura Delgado en las páginas 26, 239 Y 242. Viernes del mercado, 1982, CATÁLOGO 28, en las páginas 3 y 5; Orquesta de las tías, 1987, en el índice; El ángel de la mañana, 1999, CATÁLOGO 152, en la página 18, y Sin título, 2000, CATÁLOGO 181, en la página 19.

1a. edición impresa, 2000 1a. edición electrónica, 2013 Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio, sin el permiso escrito del titular de los derechos. D.R. © Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos ISBN edición impresa 968-5053-21-9 ISBN edición electrónica: 978-607-7992-03-5

Índice Presentación La nostálgica compañía de la soledad Rodolfo Morales: dádivas quebrantan penas Barrio de mujeres Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores Raíces Clarín de boda La música eres tú Rodolfo Morales: una obra que se vierte sobre la comunidad Currículum Catálogo de obra

El vuelo de las novias, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 63.

Presentación Continuador de una herencia que se gesta desde tiempos prehispánicos y avanza hasta nuestros días, Rodolfo Morales es, más que un representante cabal de la riqueza pictórica oaxaqueña, una figura que se yergue por encima de regiones para ocupar un sitio de privilegio en el ámbito internacional, de la mano de coterráneos que, como Tamayo y Toledo, se han nutrido por esa su tierra natal, por el quehacer abundante y paciente de sus artistas populares, por sus paisajes y sus fiestas, por el color y el ritmo de la vida. Si Tamayo, con sus lecciones cromáticas, nos abrió la visión a espacios donde el color sentó sus reales mediante todo un mosaico de posibilidades inimaginables hasta entonces, y Toledo nos introdujo en la gramática de su forma peculiar de recrear y acuñar una manera distinta de entender el cosmos, Morales nos conduce por las arterias de la memoria para reconstruir un pasado donde sus habitantes son personajes con voces y música propias. Ahí, donde la mirada común pasa a ciegas, Morales se detiene para apresar los espacios entre el recuerdo y el sueño, para darle otro valor a la belleza de lo cotidiano, para dotarla de atributos de un acto que todos celebramos. Generosidad y riqueza son dos palabras que se descubren en el momento de iniciar el tránsito por la obra prolífica de Rodolfo Morales. Con el espectador comparte su mundo donde los sueños se encarnan y la realidad adquiere tintes espirituales; donde los perros, lejos de aullar a la luna, le confían sus secretos; donde las novias huyen en bicicleta sin pensarlo dos veces, o bien, orgullosas, ondean su bandera; donde las mujeres del pueblo no acuden a la plaza a presenciar una representación porque se asumen como la propia puesta en escena. Quizá porque Morales le sigue los pasos a sus personajes, porque escucha lamentos y canciones, por eso mismo ha logrado liberar sus sueños de los límites de un papel, de una tela o un muro, para que ese su laborioso construir de universos se vierta también sobre las comunidades oaxaqueñas, a través de las obras de la Fundación que lleva su nombre. Ahora es la Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos la que rinde un homenaje al pintor que nos conduce por esos mundos donde una niña de mandil bordado pareciera guardar las llaves del misterio de la memoria, donde unas mujeres, que apenas pudieron escapar del fogón, templaron instrumentos para cantarle a un Ocotlán que es todos los pueblos y ninguno. Este libro, a través de sus páginas, acercará a quien lo tenga en sus manos, a un mundo mágico construido por el maestro Morales. Quienes por diversas razones no tienen la oportunidad de acceder a la obra de este singular artista encontrarán aquí una recopilación excelsa de ésta, que conjuga obras de particulares con las públicas y las del autor. Los lectores se deleitarán con las formas, el color, las texturas y la propuesta artística de un mexicano que ha trascendido fronteras y prevalecerá en el tiempo y en el espacio. Este ejemplar es también un tributo al hombre de mirada aguda y sonrisa siempre dispuesta que, en silencio y con sus actos, refrenda cada día la misión del artista: compartir su don con los demás. Carlos Peralta Quintero

Sin título, ca. 1968, óleo sobre tela, CATÁLAGO 11.

La nostálgica compañía de la soledad Antonio Rodríguez † Pocos artistas se muestran, a la primera mirada, tan sencillos y tan abiertos a la percepción como Rodolfo Morales. En él todo es claro y abierto, entra por los ojos sin esfuerzo: mujeres, plazas, caserío, trenes, fachadas de edificios públicos, iglesias, banderas, perros, instrumentos musicales...

A veces nos da la impresión de que Morales marca, con un signo contrario de lo que quiere expresar, lo que no muestra, lo que oculta, o lo que es tan sólo, un vano, frustrado deseo. Así como sus plazas se niegan, al estar vacías, sus grupos de figuras silenciosas sólo afirman la nostálgica compañía de la sole-

Por otro lado, se ve tan espontánea su pintura; de tal naturalidad son los colores de su paleta y tan ajena a la clásica perfección sus formas, que no resulta nada difícil (para algunos), considerarlo un pintor “inocente”... o populista que toma de su natal Oaxaca lo que en el pueblo es “alegría”, “jolgorio” y “color”, “mucho color”. Para nosotros, al contrario, cuanto más penetremos en la obra de Morales menos fácil nos parece su lectura, más compleja y llena de misterios se presenta ante nuestra razón y sentidos. Todo en él es “sencillo”, si no nos fijamos en las paradojas que esa sencillez conlleva. Las plazas, que son por naturaleza los lugares propicios al encuentro, se ven, en su pintura, casi siempre vacías, por lo menos de seres humanos. Con frecuencia vestidas de novias, sus mujeres esperan eternamente, y en balde, que el añora-

dad. Incluso en las pocas escenas en que sus mujeres hablan o procuran hablar, el coloquio es imposible porque todas están ausentes, en un lugar distante, inmersas en la soledad, aunque presentes, porque en la obra de Morales todo es espera vana, llegada que no se cumple, soledad que nunca se deshace: soledad, en suma, a la cual toda la gente acaba por habituarse. De poco nos serviría, para la comprensión de esta obra, llamar surrealismo a lo que en ella parece voluntaria o indeseada incongruencia: trenes que vuelan, aviones paralizados en el aire, sillas que se asientan, con sus ocupantes en la atmósfera. Más que incongruencia de sueño despierto habrá, con certeza, en los “absurdos” de la representación formal, tan frecuentes en su obra, un deseo de reconstruir todo, al influjo de la voluntad artística que sólo

do esposo aparezca. A veces en grupo, los personajes de Morales recuerdan, en su mutismo, aquellas conversaciones místicas del arte religioso, en las cuales nadie dirigía la palabra a nadie. Símbolo de lo que se mueve, para acortar distancias y llevar al

se halla libre en el ejercicio sin trabas de la creación. Únicamente así nos explicamos que él trastoque la realidad al situar dentro y fuera de cierta casa, en una ambigüedad que es polivalencia, un paisaje que entra y sale de la habitación, convirtien-

hombre de un mundo a otro mundo, los trenes de Morales, aun cuando sus locomotoras echen humo, están siempre parados; la música, que sus reiterados instrumentos sugieren, nunca se oye y lo que en la pintura de Morales exteriormente parece júbilo nos

do el campo en pared pintada; y ésta en pantalla de ilusiones, los muros en montañas; los techos de cimientos de una urbe imaginaria, despoblada. Vista con cierta despreocupación, la obra de Morales se identi-

llena de melancolía. El propio color, tan aparentemente “festivo”, tan epidérmicamente “mexicano”, lleva en sus entrañas, que es donde el color auténtico nace, una grave y austera armonía, como si fuera un color

fica por su aparente torpeza, con pintura naif. En efecto, Morales altera las proporciones, crea en el mismo cuadro tres o cuatro perspectivas con distintas líneas de fuga, distorsiona la arquitectura. Pero en eso no hay ingenuidad de ningún

nocturno que se engaña a sí mismo con promesas de sol.

orden, sino el desdén que los imaginativos artistas del pueblo consagran a la “perfección” (casi siempre fría, casi siempre inerte) en

aras del temblor emocional. Tal vez por eso el artista, que tanto contacto tuvo, en su niñez, con el arte popular, con las cúpulas chuecas, con altares torcidos (ver la entrevista a Morales por Estela Shapiro, en el número 8 de la Revista IPN. Ciencia, Arte, Cultura), no se arredre en violar, por su propia conformación estética, las reglas de armonía, con notas disonantes que, al causar sorpresa y desconcierto, provocan arrebato y emoción. En ello procede como los pintores indígenas del tiempo de la Conquista que, adiestrados por los misioneros, pintaban temas cristianos a la manera de los códices y de la pintura mural de los viejos tiempos. Por supuesto, no se propone Morales ser refinado cuando pinta entre dos mujeres, que se inscriben en el vacío de dos arcos, una columna que no está ahí para sostenerse, sino para evocar la agresión y, en cierto modo, agredir. Nunca el “buen gusto”, que a este pintor jamás inquieta, fue la preocupación de artistas como Orozco o José Guadalupe Posada. En cambio, por mayor paradoja que en ello se advierta, alcanza Morales la más extrema delicadeza cuando dibuja o pinta a la mujer (su obsesiva temática) en la angustia de la soledad o en la dudosa esperanza de alcanzar en la muerte, una vida más plena. Por otro lado, ¿no será también por la muerte (presente en las plazas vacías, en las ventanas cerradas y en las puertas abiertas de

A veces Morales despierta el humor cuando se burla de los héroes forjados con la imaginación (en lo que fue precedido por Antonio Ruiz) o cuando juega sin malicia, con las figuras legendarias, a quienes desacraliza, pero es la suya, casi siempre, una ironía atemperada que nunca llega al sarcasmo hiriente, ni a carcajada. Se ríe, también, para sí mismo, cuando al pintar alegorías de México -águilas, cuentas de vidrio, banderas, “vivas”, muchos vivas”- penetra, voluntaria o subconscientemente, en el área, que no le importa invadir, de lo cursi. Convirtiendo el cuadro en plano de códice, en el cual las figuras toman cualquiera de los lados como base de su estabilidad o movimiento, Morales obliga al espectador a invertir su punto de mira para dar “lectura” a todos los signos, si no quiere que su visión quede incompleta. Esto alcanza su mejor expresión en las escenas que pintó a la manera de carrousel en unas columnas móviles de asbesto. Obligado a dar la vuelta a la columna para seguir la secuencia pintada, el espectador tiene súbitamente que volver atrás, por una travesura del artista, pues todo lo trastoca, invierte, complica. Volvamos a sus medios expresivos: el dibujo a lápiz es finísimo, muchas veces sin claroscuro, de pura línea. Se advierte que es, en este campo, donde el artista se entrena, con el máximo rigor,

los panteones) que Morales se identifica, a más de otros elementos, con cierta manera de ser del mexicano? Curioso, pero no extraño, al buscar en el arte de México lo que más espontáneamente se identificara por la expresión de angus-

para los vuelos irrestrictos de su imaginación.Ya en el cuadro, deja que el dibujo tome el curso que la fantasía requiere; pero lo somete, sin torturarlo, a los requerimientos de necesidad expresiva. El color, en sus armonías tonales, recuerda la pintura de María

tia, soledad , abandono, temor, espanto y muerte con Pedro Páramo y El llano en llamas, me permití incluir, entre obras de Orozco, Posada,Tamayo, Rodríguez Lozano, Castañeda y Orozco Romero, un cuadro patético de Morales que representa, en su compartimentada composición, lo que es típico en él: una aldea perdida en

Izquierdo, por quien profesa declarada devoción: pero su paleta está más cargada de misterio y es más densa: es nocturnal cuando pinta el día, fantasmagórica cuando evoca las noches iluminadas por el sueño. Aun sin figuras, el color, en Morales, seguiría atrayendo la ima-

la noche; mujeres desgarradas por la ausencia; la novia eternamente dormida que no alcanzó a escuchar sus estériles nupcias. Nubes como velos, velos como nubes, y todo en el pasado de un presente que no llegó a cumplirse.

ginación y la vista, como una llamarada de estrellas en la oscuridad... podría vivir, por sí mismo, ajeno a las montañas y a los valles, a las plazas y a los trenes; pero el color de Morales, capaz de sostenerse solo, en una gran abstracción, se une bien a lo que él

Liberación femenina, 1981, técnica mixta, CATÁLOGO 25.

diseña y pinta, es un elemento vital de su organicidad. Es difícil encontrar, en cualquier pintura de otra parte del mundo, un color de igual resonancia; pero es seguro que no lo tomó del folclor mexicano ni del aspecto exterior de las cosas. Sus fachadas barrocas –que aparecen, como constante en una parte de su obra (él es pintor eminentemente barroco)- parten a no dudarlo, y él lo confiesa, del entorno donde transcurrió su infancia: el color, ¡no! el color nace, para él, en la cuna de las alucinaciones.

En cuanto a la composición, ésta es, para el pintor, un juego de Azar en el cual solo intervienen las reglas que él siente placer, por su propia formación, en no respetar. Por eso Morales, que en apariencia brota con toda sencillez del subsuelo, de su pueblo, lanza un reto a quien quiera escudriñar los misterios de su complejidad.

Cena de los ángeles, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 88.

Rodolfo Morales: dádivas quebrantan penas María Luisa Mendoza ¿Quién se lo iba a decir? El niño Rodolfo Morales sólo esperaba las fiestas de su pueblo, Ocotlán, no para andar de maldoso sino de observador por vocación, nada más mire y mire, oye y oye la algarabía de las costumbres provincianas, las que nos van haciendo a los de tierra adentro, los payos que nos acordamos de ellas, luego ya de grandes, con nomás el tronido del cohete o la luz de los fo-

y lúcido en la conversa, culto y peregrino andarín por aire, mar y tierra; humilde nada más consigo mismo y renuente a ambicionar algo para sí, dadivoso quizá en exceso con los demás, listo si le dicen huarache, palabra vuelta de inmediato viaje; transeúnte de cualquier aeropuerto internacional del lirondo mundo donde pasa de largo sin comprar nada en las tiendecitas aéreas con tal de lle-

cos encendidos de un de repente, andar en el pasado, almas en pena los de ayer apegados a la solera del patio, a los suavísimos lomos de los perros, al gorjear de pajaritos enjaulados los pobres, dándoles diario la cazuelita de alpiste y cambiándoles el agua y el periódico para las patas varas de escoba. Pues sí, el triquitraca incesante de la máquina de coser y los retacitos de tela que los niños guardábamos junto a los carretes sin hilo, la tapadera de una caja de jabones de olor, las plumillas de las alas palomeras... En fin, el tesoro niño insignificante y mágico salido de madre universal a las calles locales, cuando llega el circo en convite, se inventan novísimas paletas heladas con carita de hielo, o si matan a machetazos a un vecino bajado del cerro a tamborazos, o si flota en el agua de la presa el cadáver del médico local en su final cama,

gar corriendo a los museos en los que se ha nutrido desde joven. Luego ya respira calmado los aires de las grandes urbes donde se exhibe su obra prodigiosa y pródiga, su pintura asediada por los conocedores, la muy colgada en los muros de los museos por antonomasia, la intentada adquirir baratera por malosos de toda laya creyendo a Morales presa fácil en su apariencia de pueblerino desaprensivo. No se le puede engatusar gracias a su inteligencia y porque, además, Rodolfo nunca está solo, primero existe la corte de las mujeres salidas como quien dice de sus mismos óleos, dibujos, collages, tapices y murales para defenderlo como un ejército disciplinado y leal que encabezara la escultora Geles Cabrera desde el día en que ella y el ángel de la guarda del pintor decidieron mandarlo a la fama. Todo empezó en la galería Casa de las Campa-

sudario húmedo. Si hasta eso, Rodolfo Morales nunca esperó nada, aunque si lo conoces parece el hombre aguardando desde el alba un tren en la estación de ferrocarril, sea la canícula del mediodía, o magullada

nas de Cuernavaca, en esa ciudad entonces olorosa a poma y plagada de mariposas, colibríes y caballitos del diablo. Allí se comprobó que Morales es una pieza sólida y sabia en su carácter y en su pintura.

oriflama crepuscular, pero renovar la esperanza de irse a conocer la Ciudad de México viajando en tren. Da la impresión de siempre acechar el advenimiento, y un día entra por todos los portones abiertos de la tierra para ser recibido por una legión de mujeres

¿Quién lo iba a decir? Pienso yo que pensó al ver entrar a la galería a Rufino Tamayo, su ilustrísimo coterráneo, hamacando la parsimonia tan parecida a la de Rodolfo, la certeza firme de sus personas y sus actos que por lo visto abrigan los oaxaqueños en

que lo adoramos. Su persona es toda en sí contraste desmentidor porque cualquiera lo juzgaría tímido, modesto y silencioso, sin haber salido nunca de su tierra Oaxaca, más bien recortado de caudales, sin acomedirse a ir a lugar alguno, meditabundo y alejado

cualquier circunstancia. Rufino fue para los pintores coterráneos suyos un apoyo definitivo, así con Rodolfo, hubo una especie de conjunción de estrellas, no sólo en el origen compartido, en el aire tantas veces respirado, en la resurrección de la comba del cielo

de cualquier interés variopinto... Sorpresas que da la vida al tratarlo: es seguro de sí mismo, hablantín como pocos, interesantísimo

transparente y tocable bajo el cual nacieron ambos creadores, de la comida imponderable, banquete cada vez que se sienta uno

ante el alimento acabadito de salir de las cocinas ardientes, a la orden encendidas, inspiración de cualquier ser humano a expensas del hambre y de la calma del espíritu que Dios concede a los invulnerables trashumantes por Oaxaca. Hombre reflexivo, medido, desmadejado en su cuerpo, de esqueleto restringido y que nunca se peina, ama intensamente a los perros y con ternura a nosotros sus amigos; vive en dos casas al mismo tiempo, una en la ciudad de Oaxaca y la otra en el pueblo de Ocotlán. Trabaja en Ocotlán y duerme en Oaxaca, y es, que en la calle de Morelos 108 de Ocotlán, su labor da más de sí que en Murguía 105 de Oaxaca. Como se levanta a las cinco de la mañana, en Murguía lo despiertan las campanas, mientras en Morelos 108 los pájaros le cantan Las mañanitas. Cuando Rodolfo llegó a la Ciudad de México en 1947, más destanteado que de costumbre, tal vez lo que más extrañaba eran esos dos jalones iniciales del día que en la capital se trocaron en bocinazos, humo, pelotera de gente apurada con prisa, pero en el joven artista prevaleció su mesurado temperamento, el suave carácter, la disciplina para vivir la nueva aventura con la voluntad de investigador biológico. Descubrió la escuela de pintura de la Academia de San Carlos, donde entró a sembrar el desconcierto en alumnos y maestros que en cierto modo se burlaban de su obsesión por el

pintaba y dormía en una casita pequeñísima que yo conocí, algo así como un retrato tamaño mignon de sus alcobas futuras. Asimismo, Rodolfo Morales dio con la cultura oral y asegura que, de casualidad, caminando por la calle de González Obregón, en el primer cuadro de la Ciudad de México, leyó un anuncio de la conferencia que esa tarde sustentaría Manuel Toussaint, quien proustianamente habló de las catedrales mexicanas en su caso. De allí en adelante, Morales no faltó a ningún acto del Colegio Nacional donde escuchó a Alfonso Reyes, a José Vasconcelos, a Salvador Novo, a Carlos Chávez (“que era muy teatral”), a Mariano Azuela (“que era muy tartamudo”) y, por supuesto, a Toussaint, significante en su evolución intelectual. En el fondo y en la superficie Rodolfo Morales sigue siendo un niño ansioso de ver y saber, escapado de su casa a presenciar la vida de allá afuera y la muerte, si le tocaba en el paseo por su destino, de pura casualidad, la pelona gris y azul eléctrico que un día iba a pintar en sus piedades multiplicadas e inconsútiles. Morales es tan buen conversador como oidor, las conferencias lo conquistaron más que ir al cine o al teatro; él lo que anhelaba era saber más, y si lo hacía de la viva voz, mejor. Toda su vida niña transcurrió en el silencio de las voces y el tenue sonido de la “Patria suave”, por eso la quietud de su cuerpo acostumbrado a pintar conju-

color verde y el estilo para dibujar, que ya se encaminaba a la incomparable manera suya de expresarse como él sólo. De esa estancia se desprenden 32 años de impartir clases diarias a 300 alum-

gáronse para ser escucha carcamonero. “Soy silencioso”, dice, toda su alma está en la pasividad del cuerpo entero atento a los aconteceres, controla los músculos, no parpadea, está de cuerpo presente en la formidable erupción de la vida, la gran vida. Tal vez por eso

nos en la Preparatoria número 5, donde jura que el que aprendió fue él más que sus alumnos. Diciendo cómo, le decían cómo, y por eso no tuvo

sus mujeres pintadas expresan la congelación sin menearse tampoco, testigos que son, que somos, sin pegar un grito más que el 15 de septiembre o al dar a luz... al quedarnos solas en el andén de la estación del tren pueblerino con un pañuelo apretado en la mano en el acto desgarrante de la separación. Así ha de ser morirse.

fatiga o hastío ni prisa por la fiesta de la fama que, ¿quién se lo iba a decir?, encontró sin buscarla. Frugal en su vida de

Rodolfo Morales anda vestido informalmente sin escarmenarse el cabello. Se coloca la ropa como Dios le da a entender y descuacharrangado de camisa, los botones en desconcierto, no obstante ofrece la indeleble impresión de pulcritud. En las sienes se

todos los días impartía clases,

le erizan mechones que recuerdan los cuernos diabólicos de los

que él carece en su bondad infinita, sus serenidades. Se ve tan deshecho que provoca un abrazo, la protección (“me han acostumbrado a hacerme todo”). Por eso en sus viajedurías va acompañado irrebatible por alguien, si va a Medio Oriente, si viene de Rusia, va a la Patagonia, al Polo Norte, para saber cómo es la luz sin colores de las sabanas ilimitadas, las auroras boreales contrastantes, entregadoras de arco iris amontonados. Le encantarán los osos de pasos acolchados, los cuales lo saludarán como a su igual, con la negrura tinta de sus pelos, único tono fuerte, animalones consoladores de no estar el semejante pintando un cuadro en Ocotlán. Allí también el silencio hermano compensará el obsecuente alejamiento de su casa del siglo XVII, los jauleros pájaros cantores, los loros velardianos, los mugrosos loros bromistas con ojos pelones de lado y el pico filoso para morderle a uno el dedo por andar de ecólogos pidiéndoles la pata lorito... Tiene Rodolfo una característica seductora para mí que vengo del “Qué dirán...”. Al hablar él lo hace a trancos y con repentinas aspiraciones que dan la idea de ser anunciantes de un secreto por compartir, el cual nunca llega. Su timidez sin tacha es bien a bien dócil orgullo. Se le adivina su infancia difícil, sumisa a la pobreza, con la madre dando clases invariable y risueña, de allí su alegría

con el relente en épocas almibaradas, como le dicen al verano los españoles aldeanos, dan ganas de rezar dando las gracias de estar allí en el paraíso de las calles rectas afaroladas, las casas con respectivos arbolones en los patios y dos millones cincuenta y cinco balcones en las fachadas tan fachadas de la Colonia, los caminos carreteros bordeados de jacarandas que el mismo Rodolfo Morales sembró para solaz de sus ojos que van diario a Ocotlán de Oaxaca y al revés volteado los 32 kilómetros. De ahí, de Oaxaca, salen las puntas de la estrella, como si al fundar la antigua Antequera en 1536 se rehiciera un mítico paraíso terrenal perdido para nosotros por culpa de la manzana de la Conquista. Oaxaca la divina garza, con lujos opulentos de palabras apenas alcanzadoras para calificarla. Aquí sí va bien eso de Oaxaca es inefable, ya que su belleza significa precisamente la inexistencia de palabras para describirla. Sus hombres y mujeres son hermosos como ellos solos en

de la buena, no obstante se le ve en el fondo, allá adentro, una como incredulidad de ser ahora un hombre caudaloso, acaudalado, dueño de fortuna considerable ganada con sus cuadros arrebatados materialmente por compradores presurosos que saben no

cuerpos y almas, niños y perros, aves cantoras y peces del agua sublimados a la sartén o en el infierno de las ollas hirvientes. Oaxaca y su riqueza natural retoman la dimensión humana a la escala de la soberbia arquitectónica situando al hombre y a la mujer en

van a defraudar su inversión. Él, muy quitado de la pena dice: “Tengo tres placeres en la vida: pintar, vender y repartir de inmediato con los demás lo que me pagan...”. Eso es la limpidez, me digo, y a las pruebas nos remitiremos. Ir a Oaxaca es entrar sin permiso al reino incandescente de la

la luz, esa luz primigenia, bautismal y epifánica que se mete rauda e impecable en la obra pictórica de Rodolfo Morales. En estado de gracia, como la conserva él, crece el milagro del árbol de tule, resplandor pastoral depositado en el tronco más ancho del mundo, el emperador de la edad, vivo, respirando en el meneo como si habla-

luz, al sol solar de la no soledad. Van cantando los verdes en el paisaje de la historia de la cantera patria y el muestrario de árboles esmeralda subiendo, bajando, de ramas suspendidas en guarniciones, trepadoras, provocantes de dichas sensuales, aromas absolu-

ra en maya, susurrante y majestuoso. Es un ahuehuete el rey que gobierna en la Mesa Central de la nación, como la ceiba en tierra caliente descansando cubierta de orquídeas en la fantasmal ciudad Antigua, en Veracruz... y si medito llego a la conclusión de que

tos compilados en la calor, florestas sin mengua en la helada o

el autor de ambas es Rodolfo Morales en el cumplimiento del

deseo de la belleza que se le ocurre por el camino. Quien esto escribe se abochorna de hacerlo tanto alrededor del pintor, lo que es su universo, pero no hay más remedio porque la pintura suya, los murales, las obras de caballete, los tapices y los collages en papel con recortitos de telas pegosteados, de listones, cartoncitos de colores, encajes, cuánto hay de guardable en un cajón “para lo que se pueda ofrecer”, es imposible separarlos de un primer día de la creación de Morales y su hábitat. Por ello comparo al creador y sus cuadros con el ahuehuete de tule, sabino, junípero, padre de agua, anciano, abuelo, señor de agua, viejo del agua... El que no envejece... El que dura mucho. Tambor de agua, vejezuelo porque el heno que le sale en las ramas lo hace verse ancianito, haz de cuenta las canas de nosotros, que no senectos, más bien “talluditos” como dicen los rancheros de mi tierra. Volviendo a las sempiternas mujeres de Rodolfo Morales, poseen la pesadez airosa del árbol de tule, sentadas, de pie o volando. Hay practicantes del silencio con sus copas de tancuarnís en una mano y en la otra el cigarrito, el ángel de la guarda llora y se lamenta por ellas, al

perdón, hasta bailar, dormir, caminar tales pajes junto a señoras ¿adónde?, eso sí quién sabe, nadie ha sabido en la obra de Rodolfo Morales el final en esos viajes. Por ejemplo, el óleo que a mí más me gusta es un desfile atestiguado por la multitud en fila, silenciosa como deben ser los Morales, contemplando el paso garboso de un jinete desnudo, ángel moreno, montado en su burro Platero cuyas alas lucen plumarios adornos de plumas con los verde, blanco y colorado de la bandera nacional; sus compañeros de cortejo son cinco perros, huacales de hambre y huesos, más flacos que la fortuna, muy serios trotando quedito al lado del seráfico quien lleva ondeando una bandera negra ¿de luto? Ese cuadro pertenece a un coleccionista de Norteamérica y ha de ser inmensamente dichoso contemplando a diario el secreto pintado por el ocotlense. Los perros-Morales aúllan desde el despuntar de la aurora hasta la negra noche en la Plaza Lucía, donde yacen cadáveres entregadores de sus alas por doquier después de un accidente aéreo; son enormes los muertos y junto a la larga fila de peregrinos, tal vez dadores del pésame, está un avioncito pequeño como lagartija o ciempiés con alas, caído del cielo y quedando allí

fin y al cabo pecadoras de la ociosidad, madre de todos los vicios. Otra pareja de señoritas aparenta jugar cartas sobre una mesa misteriosa que Rodolfo nos asesta para las interrogaciones. Por supuesto en las incógnitas, yo diría góticas, atrevida

como fallecimiento ínfimo... No hay por ningún lado “caja negra”, posible reveladora del accidente, impedidora de que nos devanemos los sesos preguntándonos la historia de lo sucedido... Si Morales no deja en sus cuadros perros consabi-

y sin que venga a cuento tamaña comparación, el omnipresente perro no falta en consciente inmovilidad. El perro lo sabe todo, dicen que los perros en su perfección de alma tienen el don de ver atrás de uno y descifrar cualquier embrujo que nos aceche... Los perros de Morales, no nada más los consentidazos que viven con

dos se tiene la idea de traición, pero no hay cuidado, nunca faltan. Nos reímos con audaz sentido del humor al encontrarnos con el ángel vengador, la Ángela, una mujer vestida de carmesí, alas de rebozo, amenazándonos con pistola empuñada, pero eso sí, en el antebrazo le cuelga su bolsa de mano elegante de carquís.

él, limpios como los uniformes de los ángeles de los ejércitos celestiales, hacen cualquier cosa que saben hacer ellos, desde estar acurrucados bajo la mesa por horas, como el propio Rodolfo lo hizo entre las cuatro patas de todas las mesas de su primera edad

Los sabios que han estudiado la obra pictórica de Rodolfo Morales no dejan en saco roto la esencialidad de la repetición, de la paráfrasis constante prendida en la solitud lo mismo una y otra vez, en la altivez para pintar lo que quiere y se le da la gana, como

para ver mejor lo que está ocurriendo en ese instante, jueces del

quiere y desea, y alcanzando sin deserción la divinidad de ser per-

sonal y cabal en la crepusculosidad radiante de sus tonos que retumban tamizados en la tarde con el florerío en carretadas. Humorismo culto y primitivo a la vez, drama oscuro en el relampagueo de sus colores que producen algo de temor, como si estuviéramos levantando la punta del sudario donde se encuentra la verdad de nuestra existencia. Al contar las cosas “del pueblo” no se entretiene Morales en la sutileza de la anécdota real, digamos, sino que nos entrega lo vivido tierra adentro en el terreno onírico, irreal, los sueños de las sirvientas de la casa de Bernarda Alba escapando como libélulas por las azoteas; toparnos con enormes manos desproporcionadas y misericordiosas llevando a la patria misma, manos de madre, de abuela, de hermana, manos tocadoras del corazón para calmarlo, manos que cierran los párpados de los ojos del muerto íngrimo, porque no hay nada más patético y doloroso que un hombre muriendo sin nadie junto que le borre la mirada de piedra insepulta, ojos sin la bendición del amor, ni un perro que le ladre, le clausure el penar con sus patas santas. La Piedad. La ciudad de Oaxaca es un invernadero ardiente aurífero solar y de estrellas, al otro día la

do por la hoy galería de Murguía 105, pintada de azul San Petersburgués, con puertas de encaje de madera de la costa, bien dura, patio cubierto y con los cuadros de Morales, los hechos y los que van saliendo, colgados de los muros claros, los collages subyugantes que elabora “pian pianito” uno diario, y con lo que gana en la venta invita a cenar a los cuates que lo acompañamos, y así ni un solo día sin chamba y convite. Es el lugar de dormir de Rodolfo hasta el amanecer cuando toma ruta a Ocotlán en autobús solazándose con las jacarandas. Desayuno. Su casa del virreinato donde pinta en su taller aluzado de la azotea adornada con ángeles de piedra encalada diseminados, para cuidarlos mejor, en los óptimos ángulos de aquel deslumbradero. Sus perros gordos que los idolatran ladran en ópera surrealista con los pericos gritones. Allí en esa casa antiquísima, donde se adivinan aún los pasos de los hombres de antes, de los monjes del claustro o las hermanas juradoras de intocadas castidades y sus millones de rezos y jaculatorias rumbo a la muerte en olor de santidad, en esa casa señorial mansión, de a deveras, yace construido un teatro en lo que sería antes la huerta de legumbres y árboles de sarmien-

resolana de nuevo, los tizones colorados, o las doce lunas del año ninguna como allí, la verdura enmarañada calmante de ese fogón encendido en la deleitosa, contundente hermosura de las calles, todas formadas con casas idénticas en la luz,

to, un teatro al cual la pintora Carmen Parra denomina “al revés”, y algo hay de eso, pues en la butaquería, bajo el sol descarado, los espectadores se sientan frente al foro que alberga una buena cantidad de bugambilias y azaleas sobre las que,

luz teatral cenital, que hasta en la noche es aluzadora, rutilante, de plata; ha de ser por el cáustico aire y la humedad que olvidan como velos, guantes o paraguas las tormentas. Rodolfo Morales encabeza la Fundación que lleva su nombre, la cual comprende, por lo pronto, cinco casas adquiridas por él con un esfuerzo sin

si hay respetable función, se colocan tablones para los actores a mitad del foro, bailarines, músicos o conferenciantes. Las sorpresas se acumulan, así en su cuarto con cama latonada y colcha de crochet tejida a mano, hay una fabulosa colección de porcelanas antiguas, estatuillas, cristales, figuritas de muchachas con pelo na-

igual, iba a decir sin sueño pero no es cierto, al fin alma justa la suya, la que pasea por el redondo mundo, duerme Rodolfo como un justo de antes, idéntico a los ángeles guardianes si éstos duermen, si les está permitido por sus leyes del ejército y órdenes.

tural, zapatos de cristal de vaselina, copas de cristal azules, chucherías como del zoológico de cristal... confiesa:

Contaba de las casas para heredarlas al pueblo Oaxaca, empezan-

pesotes mensuales como maestro de dibujo en el Distrito Fede-

Nunca pensé en ser rico, mas cuando llegóme la ganancia de 70

ral, me dije: ya la hice ... Fui a Europa en 1968 por primera vez, y

retratado mil veces Picasso en calzones, para mí eso es inimagi-

no salí del sueño, era tan increíble que preferí verla en película,

nable... Y a Borges lo fotografió Cuéllar enfrente de un urinario,

la realidad me agobió. Me gustó más Sudamérica, su pobreza es

yo creo que tampoco él lo permitiría si cuenta hubiérase dado o

la mía, es mi infancia, esa miseria antes de Lázaro Cárdenas. En

siquiera gozara del privilegio de la vista que a nosotros nos sobra

cambio en Canadá me enfermé de los nervios: vi reservas de in-

¿No?...

dios que no existen, carreteras como de plata, abundancia de casas de plástico; el futuro alcanzado. Nos llevaron a un simulacro de caza... Ya te imaginarás mi sufrimiento... Era un oso y un osezno, luego tuvieron el mal gusto, la crueldad de servirnos a la hora de la comida un platillo precisamente de oso y osezno, me rendí, no pude con tamaña farsa asquerosa... Yo vivía en aquel entonces en la capital, como ya dije, en una casa en Balbuena sobre la que volaban a toda hora aviones rampantes... Fue cuando di clases y gracias a eso, también ya le conté, me hice pintor. Fíjate, en México conocí el jamón, la mantequilla, el tocino... Esos son mis recuerdos primeros de la salida de Ocotlán... y quizá constantes... Los aviones como de guerra, el rugido al que, aunque no lo creas, uno se acostumbra. Nunca le tuve miedo al muro blanco ni a la tela, ni al papel, lo único temible para mí es la naturaleza, el idioma de la tormenta, el tifón, el temblor de tierra, las erupciones de los volcanes, las inundaciones, el desgajamiento de las montañas, los relámpagos que incineran árboles y personas. ¿Qué haces ...? Así me educó mi tía, entre terrores, conversaciones únicas, inacabables, y la prohibición de salirme a la calle para nada... Lo único que yo ansiaba era que se me apareciera un fantasma para decirme cosas, enseñarme, claro nunca vi a ninguno, por más que lo busqué, los muertos no vuelven. Sólo me quedaba la prohibición de mi tía que rápidamente olvidaba rumbo al mundo de allá afuera... ¿Sabes? .. A mí lo que me encanta es expresarme pintando y la sorpresa al hacerlo ... Y mi soledad, mi lealtad a la educación recibida... Rogelio Cuéllar, el fotógrafo, quiere retratarme desnudo, eso sería imposible, fui educado en la inhibición como tú; podrá haberse

Rodolfo desayuna atole ardiendo en tazón y fruta fresca. Luego empieza el recorrido con él, en visita que le hice cierta ocasión donde tuve el honor de seguirlo en su estar en la tierra un día común y corriente y siempre igual, construyendo, sembrando, pintando, dando y dando la conjugación del verbo amar, amor con amor se paga. Él se repite, yo me remito: vamos a su segunda casa en la calle de Independencia, todavía en aquel entonces en reconstrucción: hay un patio íntimo, como clausurado, con un granado bíblico en medio, y se siente que está sembrado desde el siglo XVI, lo cual en la inverosimilitud lo dota de mayor aire poético infaltable en Oaxaca, la de Morales, la que él logra y consigue, lo rodea un muro del ex convento de San José. Me cuenta Morales era la casa de una señora que murió abrazada, muy viejecita, de sus gatos los que se murieron sin más al quedarse solos sin su ama. Allí será casa de visitas para amigos o pintores trashumantes que deseen quedarse un tiempo en la ciudad. Y la tercera casa la delicuescente, otra casa, esquinada, está a un costado del emperador de todas las Oaxacas catequizadas: el convento de Santo Domingo. Entrando a ella me espera el abierto patio de mi niñez celayense, fuente, corredor, tejabán de cristales, con las puertas de los cuartos dando al dicho corredor en fila de toda la L que lo conforma, con las puertas habaneras de arcos enlujados de cristales de colores y las habitaciones aluzadas, pintados sus muros con frisos distintos cada uno. Es su taller, en un segundo piso construido ex profeso, con una terraza enorme abstraída tal niña en el templo de Santo Domingo. Como la Fundación necesita dinero se abrirá en la maravilla del primer piso un restaurante argentino, el mejor de la ciudad. Los cuartos dichosos de la residencia que describo son mexicanísimos, muy íntimos y extrañamente umbrosos a pesar de la luz que entra por los balcones asomados a Santo Domingo, y no

falta en ninguno el friso a medio muro, como en el pasado de palacetes, casas grandes de hacienda o residencias de pobres y ricos. La luz lleva al ser parado en mitad de las recámaras a su niñez mexicana; voy de la mano de mis tías señoronas con enaguas negras hasta el tobillo yendo a misa, viniendo del rosario... Es el escenario donde pinta Rodolfo, telas en proceso y otras sólo nonatas en sus marcos de madera, como el magistral y primigenio visto por detrás pues, en la pintura cumbre de Velázquez: Las meninas. Ni pestañeo, me enamoro de un óleo con la reproducción de un friso en blanco y rosa-Morales, el rosa hijo legítimo del bugambilia... (“Mi papá era carpintero y hacía cajitas para niños muertos y las pintaba y yo las repito en la evocación...”) Vuelto a Ocotlán cargando mi alma exhausta de emociones de aguacero septembrino, me lleva Rodolfo Morales. Ocotlán “Lugar de ocotes” con una iglesia principal arrebatadora del aliento ¡No puede ser!, pego un grito y subo al cielo como Tito Tito Capotito, el niño al que le cantábamos chiquillos nosotros: en primer lugar salta a la vista la fachada restaurada en azul y amarillo, airosa levanta el rostro indígena, conversa orgullosa, pequeña y alta. Hay que atravesar el atrio, y de la puerta principal al portón de la calle lucen cintilantes como procesión de velas encendidas, bancas encaladas tal las pinta Morales en sus óleos, que tienen anexas jardi-

sado al origen, a convento para recorrerlo y boquiabrirse. Par de albedrío y merced de artista y arquitecto, convergentes en el empeño de arrancar a la inopia de la destrucción las edificaciones religiosas y conventuales, hacer de ellas campos deleitosos de investigación y paseo, emulando en la perseverancia defendiendo también la cárcel, todavía llena de ayes y lágrimas untadas indelebles en los muros gordos, pesados, y en las rejas definitivas hechas a mazo y fuego, las cuales continúan íntegras allí, abiertas, desplegadas estéticas y libertarias. De cárcel en la vuelta a la semilla a convento laico atesorado de murales brutalmente encalados con el refectorio donde también se escuchan aún el choque de cubiertos con la loza y las oraciones y lecturas en el nombre de Dios, arcos innúmeros, y las celdas monjiles en las que culpables cumplieron condenas y entregas, en la metamorfosis de lo que hoy se llama uso del suelo. Penitencias. En el camino a Ocotlán los kilómetros de jacarandas, hijas también de Morales, su sembrador bajo la supervisión del ingeniero Félix Piñeyro: ruta lila y dice Carlos Fuentes que aromática, olor de las alas de los ángeles, añado yo. Por la poética senda lle-

neras donde en diciembre crecen flores de Navidad, en noviembre cempasúchiles, y en los meses respectivos se desgranan las flores de temporada. Entre cada banca hay cipreses erguidos y marciales, también dan ganas de hincarse y así acercarnos al altar cum-

gué a la iglesia, a la ex cárcel-convento, y a la tantas veces citada casa de Rodolfo, comprada con un préstamo del ISSSTE y donde su gente nos habría de dar pantagruélico banquete oaxaqueño. Allí se introduce el tiempo al revés, llega en oleadas de flores y

pliendo manda, o mejor en levitación, del impacto del sortilegio. Desde las hornacinas, los padres dominicos, esculpidos con imperfección encantadora en piedra, regalan bendiciones parsimoniosas. El arquitecto Esteban Sanjuan ha realizado minucioso la reconstrucción mágica apoyado por la fortuna del pintor dedicada

uno como aliento de recuerdo. El sol es de antes de que nosotros y nuestros abuelos nacieran, es del siglo XVII, ha ido calentándose de oros tal si fueran hojas volátiles del áureo metal con el que se cubren altares y pinturas; el aire casi no corre sino que va dándole vuelta a los cuerpos con elegancia, viene de no sé donde, trae olo-

pasmosamente a volver viables edificios que estaban a punto de venirse abajo, dados a la trampa, sobre todo ese templo descarapelado y pobre en el cual ambos rezaron desde chilpayates. Igual faena de voluntades y estupores, de agradecimiento y respeto cívico

res de campo y juegos de muchachos, todo eso del pasado nos hace temer la vejez, de meternos en carcachas lentas, tornados en cachivaches inservibles; la aflicción se alivia y borra con la irrupción al fin, agradable y amorosa. Es el hogar mexicano de antiguos

ocurrió con un convento habilitado en cárcel y por Morales regre-

mandatarios religiosos o virreyes civiles. Las recámaras barrocas

de objetos escondidos a pulso y gusto remiten a la atmósfera de las pinturas de Rodolfo Morales, todo allí es higueras, limones, naranjas, granados, árboles de mansa copa y los floripondios increíbles del escenario del teatro que ya expliqué, de cánticos de amor y bailes briosos resbalando por los maderos. Ese espíritu nos acompaña a Teotitlán del Valle, que es con merecimientos, instinto, las pinturas de los óleos de Rodolfo (nombre que rueda y se aparece a Rufino) Morales (apellido máquina del ferrocarrilito y cercano por los tres tonos a Tamayo). En Teotitlán del Valle oímos a la Orquesta Sinfónica de Oaxaca entonces dirigida por un joven egresado de la École Normale de Musique de París, nacido por cierto en Salvatierra, Guanajuato, Javier García Vigil. Nos ofrece la música exaltante, y coincidimos con tal regalo celestial porque, claro, los instrumentos de percusión acababan de ser donados por Rodolfo Morales. En estos papelitos contadores es una banderita mexicana más de la generosidad del pintor cuyas alas propias han de ser del tricolor de la casa,

como aparecen sin pedir permiso y sin más y cuanto hay. Es su tricolor trigarante. Pero allí cerquita está el árbol del tule al que, por supuesto vamos a visitar, muy orondo con sus hijos tulitos trabajando de ahuehuetes en Chapultepec. Gracias árbol de Oaxaca...En el trayecto le pregunto a Morales por sus influencias y me relata la de María Izquierdo, evidente, de Amalia Peláez, pues claro que sí con sus vitrales habaneros, y los dos uruguayos Torre García, el constructivista y Figori... Los sabios, insisto, meditadores de saber de dónde y cómo, se paran dando sombra en Giorgio de Chirico. Sabemos ya de las sombras del oaxaqueño, saliendo de puertas distintas al arroyo y encontrándose en medio de la brujería blanca, la de la negra muerte. Aunque el reino de Morales es compartido con la cotidianidad de la vida oaxaqueña y el animalerío del arca de Noé de las pinturas ocres (siempre las sitúo así perpleja y vacilante) de Francisco Toledo, personaje nato y par de Rodolfo, mi personaje neto y coterráneo del otro muchacho oaxaqueño sempiterno. Y los señores de la lupa dan sin falta con Chagall, el ruso antecesor de Morales ya que los dos echan a volar sus pintados con la mano en la cintura, van sobre casas, tejados, plazas, iglesias con torres y campanarios. Ni dejar fuera los exvotos de los agradecidos católicos a la tantísima dadivosidad del Señor... Hace muchos años conocí a Rodolfo Morales. Era una tarde melancólica de octubre, Geles Cabrera me llevó al departamento del D.F. donde vivía, en realidad nada más una alcoba y la enorme cama de latón cubierta con la clásica colcha tejida a gancho, y un perrito. Me arrobó desde el principio el hombre poseedor del silencio, de la solidez delicada de un arco arquitectónico, y la umbría suya, fresca, de zaguán o portal, la sensación que me dio de ser él y yo misma un sueño sin comienzo ni fin. Luego dejé de verlo mientras

El maestro Rodolfo Morales.

su celebridad se cocinaba con la calma chicha de

Templo de Santo Domingo de Guzmán, en Ocotlán, restaurada por la Fundación Cultural Rodolfo Morales.

un mole negro. Al reencontrarlo casi no lo reconocí, porque el prestigio da otra cara aunque en él no haga mella su opulento crédito en el mundo entero. Para mí, y perdóneseme la insistencia anecdótica (después de todo soy la mujer que tengo más a la mano) de la obra encantadora, que me vuelve sin más emperifollada y atalayadora, es el color del rebumbio y la feria que borda el pintor en los delantales de las mujeres o cuando convierte el cielo en pura crepuscular paleta, o la nebulosa de las tardes municipales con fiestas bienhechoras y nubes de yeso colgadas inmóviles para que entre ellas se deslicen mujeres dormidas y soñando sin lastimarse. El designio del perrerío se hermana con Canaletto y los chuchos echados en las losas de la plaza de San Marcos en Venecia. Me encanta su concepción memorista de la arquitectura, las columnas, las vigas presas en el techo, lo literario del quehacer de los ingenieros, los maestros de obras pero también los fuegos de artificio de los coheteros, de los adornadores de carros alegóricos, el santo patrón en andas (y sin cara de Cristo pueblerino), y donde va también a su vera conducido, inevitable perrito muy serio. O los listones que sirven para subrayar el silencio envolvente envolviéndolo, muchos verdes: su color de aprendiz. Es bonito saber de los listones serpenteando, lo primero que supimos dibujar los legos... Y el acaracolamiento de las

Nada más que Rodolfo les añade a los cuadros su vocación de paseador, de hombre errabundo: aviones apabullados de parálisis, trenecitos que no dejan ver si van por la vía “como aguinaldo de juguetería”... Hay un óleo inmunizador del dolor que me jarabea, se llama El perro, y nos narra a una niña pedaleando su bicicleta y el perrito va en la parrilla posterior de la bici con las patitas delanteras en los hombros de la callejera abstraída. No sale Morales de las doñas con muñecas a las que arrastran, pero sin advertirnos damos de pronto con señores en los puros cueros. No abandona sus universos de mamás, hermanas, madrinas, tías. Un día me regaló una canasta dibujada a lápiz llena de piernitas calzadas, y mi retrato abrazando a un perrote besucón. Por cierto soy cariátide con mi cabeza deteniendo la trabe de un edificio. Así tiene cajitas rellenas de caras en vez de sardinas, niñas oficiantes del ofrecimiento de flores a la Virgen en mayo. Llega a tanto la bendita locura que vuelve bandera a sus modelos en el cacumen, las que ondean sus respectivas astas. Y si Goya pintó a las manolas en el balcón, Morales deja a tres nudistas sin consternarse... Nadie va a creerlo al dar inicio por primera vez en sus telas ¿cómo?, ¿palomas coloradas?, ¡ventanas inverosímiles!, puertas a la ciudad, al campo y al palacio a lo teatro griego... Marcel Proust consagró las sombras chines-

banderas mexicanas en armonía, adornantes de la guitarra y la huerta; de las damas calzadas con zapatos de tacón alto, enguantadas sus manos y generalmente la célebre característica bolsa donde han de guardar el colorete, las monedas, un pañuelo y el espejito. En Rodolfo la presencia de la muerte es simbólica, del infierno

cas en Illiers-Combray, en Francia, Morales las dota de vida propia, es decir, sin gente atrás o adelante que las proyecte. Morales abraza a Rufino Tamayo en el color, a Toledo en el erotismo presente derrumbador de reaccionarios, en sus cielos morados... Tres tristes tigres. Posee la energía poderosa, en otro

también, sí, el de abajo, el Mictlán, y arriba el escenario de los hechos donde ordenan ángeles de cacles o aladas hembras de pistola en mano que ni se acomiden a ver los ramos de florones azules que jalan a la memoria a Olga Costa, la gran mirona de los rojos

tono, con Rivera, con Siqueiros, con Orozco en la vocación indomable con los pintores del rompimiento: Alberto Gironella y José Luis Cuevas. Su contacto con ellos radica en la tenacidad fiel a su propio estilo.

árboles, los nenúfares opacos y las dalias abigarradas y humildes.

Amo a Rodolfo Morales, que si bien no recibió la proveeduría

de la belleza criolla e indígena del seductor Francisco Toledo, ni el continente alto y fuerte de Rufino Tamayo, sí tiene algo de pasividad inteligente y tersa, conversadora y dadora de Pedro Coronel. Como Pedro regala Rodolfo, como Pedro eso sí no bebe, como Pedro viaja, mas como Pedro no quita lo que da... Pero veamos los collages que yacen en los caxoncitos (como escribiera don Joaquín Fernández de Lizardi) de Morales: son torrecitas de marfil o de azúcar, puertecitas al cielo, pegotes adorables caminando desde atrás del tiempo: el taller dirigido por su mamá para enseñar a los niños oaxaqueños a ser felices... son también las compotas de las alacenas provincianas (puesto que de los collages sale el dinero para pagar la comida y la cena de los cuates de Rodolfo...). Y son también diseños para vestuario y escenografía de un ballet de la coreógrafa Gladiola Orozco, Antonieta Rivas Mercado, que se llevó al cabo en el Palacio de Bellas Artes. Morales realizó su trabajo teatral con la preciosa modalidad de los recortes de papel, hilos, retazos, etcétera. Me entero de la quinta casa propiedad de Rodolfo y la cual estará en su testamento a su pueblo: se levanta —es un decir— de sus ruinas más definitivas que la casa de la higuera —casa de visitas ya terminada—, en un terreno atrás del Hotel Camino Real (otro tesoro de la ciudad de Oaxaca). Es también del siglo XVII, llena de posibilidades, muy grande, sita en la esquina de las

quedaron sin respiración de la preciosidad del lugar intocado y puro. Morales llevó de paso, como si tal cosa, a la orquesta sinfónica oaxaqueña para que les diera un concierto a los de Taviche, quienes jamás habían visto los instrumentos musicales y menos oído lo que se les ofreció: Poeta y campesino de Franz van Suppé. Resumiendo, en tanto me he referido a los templos que ya son tantos, empezando con Santo Domingo Ocotlán, siguiendo con Santa Ana Zegache (tan destruido por el temblor, alguno de ellos), San Pedro Taviche (donde los alebrijes y las restauradoras), San Baltazar Chichicapan y San Jacinto Ocotlán (con un techo mudéjar de ¡aúpa!), debo prevenir y anunciar (agorera de buenas noticias) que en el momento en que usted lea estos papelitos, el número de restauraciones de iglesias habrá crecido para bien de Oaxaca, hacedora maestra de tantos artistas y algunos con la categoría de mecenas como Rodolfo Morales. Del templo último hay que decir que está en una zona intocada y la riqueza que hay en sus naves es de primera: murales, nueve retablos barrocos, dos pilas de agua bendita de estilo renacentista, etcétera. Las jóvenes que habitan la pequeña ciudad ya son, con la venia de la experiencia, restauradoras impecables y han rehecho, por decirlo así, cuanta fábula encontraron. La generosidad dadivosa de Morales vuelve a centrarse en los jóvenes a los cuales ha favorecido abriendo su casa

calles de Abasolo y Reforma. Por ende llamarase en el futuro “Hotel Abasolo”, porque planea su dueño que sea otra fuente de dinero para su celebérrima Fundación, en la reconstrucción esta. Y si sus tres o cuatro iglesias ya lucen terminadas y todo, Rodolfo Morales no tiene desperdicio pues llegaron a visitarlo unos hacedores

para que los de Ocotlán estudien computación, y en el cuento de nunca acabar igualmente los egresados poseen ya armas para ganarse la vida con dignidad. Ofrece funciones de cine, y lo dije ya, espectáculos variados en el teatro de atrás, el “al revés” de Carmen Parra.

mágicos de alebrijes -esos animales fantasiosos inexistentes como las quimeras- para pedirle que reparara su iglesia del siglo XVI en el pueblo montañés de San Pedro Taviche. Allá va Rodolfo, el arquitecto Sanjuan y el cineasta Boris Penth, casualmente en Oaxa-

En ese paréntesis múltiple está el obsequio de un gran óleo al Fideicomiso pro Bosque de Chapultepec, se llama Señoritas en Chapultepec, y son dos muchachas rígidas, que recuerdan los judas de Cuaresma, recargadas en las rejas del bosque. Ese cuadro

ca para hacer un documental del mundo, o la nube de Rodolfo. Se

me acompañó un año de mi vida en mi cuarto de trabajo de la

Rodolfo con su perrita consentida Píldora.

ra. Es como estar en el teatro en medio de una escenografía, sin-

Coordinación General y, al terminar mi estancia de funcionaria me despedí de las damitas con lágrimas en los ojos. Ojalá se haya vendido muy bien para favorecer las obras que exige dominante ese pedazo de la patria. Entro sin más a los murales, asimismo al final de este darle vueltas al canasto de ropa limpia que es la vida, la obra, el reino asoleado de Rodolfo Morales. Es muy difícil desmembrar cada mural (cuatro murales distintos en uno solo verdadero). El inicial está en el Palacio Municipal de Ocotlán, su pueblo (1954), lo amplía en 1982. Cuando da clases en la Escuela Preparatoria número 5, en la capital de la república, y pinta su mural, igualmente es un mar de pasos. Es decir que, la atención de la gente que camina y se detiene a mirar uno de los frescos es quizá la misma muchedumbre de turistas y visitantes repitiéndose el que deja allí, para ver quién lo mejora en el Hotel Royal del Distrito Federal, en el sur de Televisión Azteca y el Colegio de México, y en el Metro de la misma metrópoli, en la estación Bellas Artes. Están hechos todos para gente que va, que viene, para transeúntes usuarios del tren subterráneo. Muchos individuos constitucionales no ven nada claro, porque no están acostumbrados, su misión es con orejeras junto a los ojos para la no distracción. Por ello, lo que esta escribana ha experimentado con los fres-

Para mí la visita al Hotel Royal fue entusiasmante, pero debo dejar dicho aquí el amor surgido en mi interior en el Metro: la gentedad yendo y regresando, mi gentedad segura, contemporánea, toda muy girita caminando con sus zapatos de Rodolfo Morales, de tacones ellas, bajos ellos, no paran, saben su procedencia, su destino. He visto los metreros de París, de Londres, de Moscú, etcétera. Todos ellos y los nuestros dan la misma impresión de certeza, sin dudas, temores. Y por eso cuando vi el mural rodolfiano con el Metro de París llevado en vilo por gentedad que nada más deja ver sus piernas de zapatos mexicas, y por eso el tren que atraviesa la ciudad Lux es conducido por los parisinos en acierto moralense con el cual cuenta el muralla visión de un mexicano en París. Es concebido en el movimiento contrastante con la impavidez de los protagonistas. Allí el pensante es Rodin, el que exalta patrióticamente es Eugéne Delacroix y la gran mujer con los pechos al aire y la bandera atrayendo la batalla. La ciudad está en calma

cos de Morales se parece tanto a la primera versión ante los de Perisur y Ocotlán. Las banderas reciben al romero, no me acuerdo si ondeando o pasivas, resignadas viendo a la gente... Hay guitarras y se antoja el Himno Nacional tocado en sus cuerdas por un joven

bajo la luz de capelo, acristalada, senital, inédita, la del único París al que siempre se quiere volver. Vuelan chagallianas las mujeres moralianas y hojas de papel volando, con los nombres de los escritores, pintores, científicos, reyes, que hicieron a París la capital del

estudiante que lo ensayara una tarde de verano. A continuación viene el imprescindible desfile de puras mujeres con cabezas de Benito Juárez en las manos. Los colores son fulgurantes, cosa que en el Metro no ocurre, como si Morales se hubiera apagado con el smog que mata y ahoga.

planeta. Van en papelitos cayendo al Sena y a sus barcazas, listones con Verlaine, Bretón, Mallarmé, Flaubert, Balzac, etcétera. El pintor hizo una investigación a fondo de lo que honra a Francia. La arquitectura: el Arco del Triunfo, Notre Dame, el Museo del

tiendo en las espaldas a ejecutantes de coreografía perfecta. En la noche salía a la plaza de Bellas Artes y te juro que pensaba que lo había soñado. Así fue, una de las experiencias más trascendentales de mi vida.

de la multitud que transcurre por los pasillos, alguno de ellos de-

Louvre, la pirámide novísima, la Cámara de Diputados, el Sacre Coeur, un salón del Louvre, o de Versalles... Sus héroes como Dantón, Carla Magno, Bonaparte..., etcétera. Rodolfo es afable y nació viejo. Es culto por él mismo, sensible y disciplinado, tristea solo y su alma aparentemente, con su ropa

tenido detrás de mí que sigo pintando; miles sin mirarme siquie-

humilde, y así se planta frente a las catedrales de Francia y piensa.

No te imaginas la sensación que es estar encerrado pintando en un andamio, sin contacto con la luz y el sol, con el calor humano

Lo intuyo provinciano sentado en un café de París sorbiendo la copa obligada de pernaud que dicen desciende del avsynth o ajenjo, aquel licor enloquecedor de los artistas baudelerianos si no le entran al opio de sus recipientes de plata a fuer de olvidarse que se podían oler los gases de mostaza en la gran guerra de nunca acabar, repetitiva y empecinada. Aquí una nota adjunta para el mural que enfrente del de Morales en el Metro de la parada Palacio de Bellas Artes realizó el pintor galo Chambas, compendio inadmisible de impresiones francamente turísticas y despreciativas, con el borracho ineludible, la prostituta suicida, las etiquetas de mezcales y tequilas en un sombrero de mariachi, una esquina de cuartucho con foco pelón patético, guitarras y perro flaco. Es el trabajo antagónico e ineficaz de un extranjero con tufos superiores. No hacía falta la cantina El Farolito de Malcoln Lowry, quizá ni siquiera Chabela Vargas. Pedro Vargas, Pedro Infante y María Félix no son lo más alto de nuestro arte, aunque Infante sea el ídolo que es, María la más bonita y Pedro Vargas el rey de la voz. En fin, no sé qué habrá pensado su presidente Jacques Chirac inaugurador el 14 de noviembre de 1998, pero a mí, como mexicana y pasajera del Metro me abochornó un tanto. En sus murales Morales vuelve a las andadas de las mujeres

por ejemplo es dejar el alma aterrada en el aeropuerto de México y arribar a París “en cuerpo” nada más y tener que mandar volando al ángel de la guarda por el almita que va hecha la mocha aleteando rumbo al destino final, el alma temblando de frío sobre el Atlántico... ¿Dónde aprendió Rodolfo Morales (Murales) a pintar murales? Él me contestó lleno de sinuosidades en la voz como si se confesara:

muy cucas, los patios floridos, el quiero y no puedo elegante y señorial, las viejecitas madrugadoras yendo a misa con sus bastones y sus perros. Las que ya se van a morir. A los velos de novia flotadores introduciéndose a la capilla de bodas. A las haciendas

del Vaticano me di cuenta lo que es un mural. El mural debe ser

desiertas con grandilocuentes patios amarillos, anaranjados, con la cocinera Cayetana, el hijo Eleuterio, la nana Enedina, personajes de nuestra vida provinciana. Le placen, eso sí, a Van Gogh el girasolero. Y las mujeres suelen traer el Arco del Triunfo entre las

caxtla, para no ir más lejos, en Tlaxcala... Es que los muralistas

piernas... ¿Por dónde el sol?..., y baberos-delantales-ventanas al paisaje. En el mural del Metro vuela el Concord, en los demás, desvencijados avioncitos de hélices. De cualquier modo surge la idea de la grima por la velocidad del autor para quien viajar en el Concord

Cuando hice un mural que ni me pagaron, ni las gracias me dieron, en la Preparatoria 5 de Coapa, después de tratarme atrozmente, sobre todo los maestros rientes de mi trabajo, de un hombre verde que pinté, me acuerdo que decían a voz en cuello “El verde es el pintor” ... Quién me lo iba a decir... nunca he vuelto a trabajar en medio de tantas agresiones, pero claro, allí, con los intentos de bocabajearme, aprendí deveras a sobreponerme y, lo más importante, a pintar... Ahora bien, el mural que pinté en Ocotlán, en el Palacio Municipal, en realidad no sabía enteramente lo que era un mural mío. No entendía cómo se hicieron los murales que había contemplado en la Ciudad de México, de Orozco, Rivera, la esencialidad de la unión entre la arquitectura y pintura, hasta que fui a Europa... el día que entré a la biblioteca una solución decorativa, tiene que integrarse al espacio, respetar a una puerta, digamos, porque es una puerta que está allí. Lo mismo sentí en la casa de los Misterios en Pompeya, o en Cano entienden que no son Dios, que hay que pintar sobre lo ya creado...Vaya empezar un nuevo cuadro en Puebla que se llamará El banquete de los ángeles, con toda la comida poblana que es un mundo total...

Ya nos empezamos a despedir de lo verde del camino, todo llega al final, que ni duda cabe. Inagotable es Rodolfo Morales y fértil su labor de campesino que siembra y cosecha. Con los papalotes de su infancia, de papel de china y varitas, dejamos que vuelen en

el cielo oaxaqueño su y mi imaginación, respiraciones de ángeles de colores surcando el cielo, el niño los hacía con engrudo y paciencia y comprados por la chiquillería, la cual era la llenadora de grititos y carreras en las llanuras de su tierra. De allí a los collages un solo paso y luego, claro está, a los gobelinos... Los gobelinos fueron inventados en París en el reinado de Luis XIV. Los hemos visto en los palacios lucir con sus colores apagados. En mi niñez, en la casa de mis primas había en la sala dos gobelinos con asuntos campiranos provocadores de la serenidad necesaria con las visitas. Fue mi primer encuentro con los tapices franceses, de moda sobre todo en la época porfiriana de México, hoy valen una millonada. Rodolfo anduvo por Guadalajara en cierta ocasión y dio de buenas con el taller mexicano de gobelinos que fundaron unos especialistas de origen italiano. Como todo lo plástico movió adentro de Morales el recuerdo vivo de su visita a los cloisters de la ciudad de Nueva York, donde miró inolvidable gobelino llamado Tapiz del unicornio. Su respiración de por sí exaltada, casi interrumpiéndose ante la belleza suave del tapiz, él, que viene de las alboradas oaxaqueñas. Fue entonces cuando, en Guadalajara, y ante la memoria, se le antojó tejer, si pudiera él mismo, unos gobelinos propios. Tradujo sus dibujos al “cálido idioma de las tramas y urdimbres”. Y sin más se lanzó a pintar en óleo lo dedicado al hilo, usando tres colores:

Cuando llueve me acuerdo de Rodolfo Morales, de la dicha que me ha proporcionado como si me ofreciera un cucurucho de cacahuates, de chapulines, de papas fritas, de pepitas o garambullos. Lo he saboreado lentamente llenándome la boca de sal y dulce, es él un dador de frutitas, al mismo tiempo que de revelaciones trascendentes en óleos y murales. Es acallador de pasos si cometiésese la locura de un gobelino ponerlo de tapete. Es inspirador de historias pintadas o flotando en los patios y alcobas de sus casas. Me gusta su risa, su ternura, su comida y sus perros. Me gusta un tequila con chiquitos grillos tronadores entre los dientes propios o falsos de dentista. Me gusta la música escogida por él para que lo oigan sus coterráneos. Me gusta la fachada de cada templo restaurado y cómo suenan los tambores, los vientos de los instrumentos obsequiados por su buen corazón, o las palabras pellicerianas, de Gorostiza, de García Lorca, de Paz o de Becerra que dicen los actores en su teatro. Me gusta que venda caro para saber la imposibilidad de poseerlo. Me gusta su gente, su hermano muerto, su cuñada hacedora de cielos en la cocina, sus sobrinos y sus pericos. Sus alumnos y sus maestros, sus arquitectos y artesanos, sus amigas de toda la vida vestidas de tehuanas, y sus boletos de avión que pierde en un hotel entre la ropa o dentro del cajón

azul, amarillo y rojo, y por supuesto ¿cómo no? el verde, blanco y colorado. Así aparecen tejidas las mujeres de blanco esperando el baile, la boda o lo que fuere, mientras un perraco se rasca la oreja; muchos ángeles dulces compañías –ángelas-divirtiéndose en tonos apa-

del buró. Me gusta que me quiera y yo lo quiera y nos queramos los montones de gentedad a su lado. Me gusta su ángel de la guarda con cara de perro, y los otros ángeles de los demás que se asoman por los balcones de dentro para afuera, y los que van pasando desbala-

gados pero eso sí, sobrevolando una terraza azul cobalto. El infierno por todos tan temido deberíase llamar el tapiz rojísimo de llamas espeluznantes que no son otra cosa más allá del suelo hirviendo en una fiesta de señoras emparejadas bailando danzón. La hora de re-

gados. Me gustan sus exposiciones tan alegres y la magna con su obra entera que celebrárase en el año 2000, ¿quién se lo iba a decir? La vida por delante. Los retratos de su familia, la risa de los que reciben, de los aceptantes de virtud y poder de su corazón sangran-

partir melones a visitantes aéreas, etcétera. ¿Cuánto estaría uno dispuesto a dar de sí por un gobelino de tal envergadura?, no lo sé, pero esa obra de arte sobre un muro da al que mira una pequeña fiesta de paz, un orden recobrado. ¿La paz

te entre sus manos. El año 2000 lo va a abrazar entre coheterío, sonidos de las trompetas, rezos y comelitona. Las piñatas se romperán, sus animales han de comportarse igual, escandalosos como si nada, y el pintor de Oaxaca urdirá ya, en el principio del nuevo siglo, qué

tiene precio?, sí, desde luego... pero no se vende. Es como el amor de los perros, no se puede comprar.

ángeles (ni modo “que diablos”) va a dar más para estar contento, dando y dando. Y yo le pregunto: Rodolfo, ¿quién te lo iba a decir?...

Sin título, 1959, óleo sobre papel, CATÁLOGO 1.

Sin título, 1961, óleo sobre papel, CATÁLOGO 4.

Sin título, 1966, óleo sobre tela, CATÁLOGO 6.

Sin título, 1962, fragmento, pintura al fresco, CATÁLOGO 5.

Sin título, 1962, fragmento, pintura al fresco, CATÁLOGO 5.

Recuerdos de infancia, 1961, óleo sobre cartón, CATÁLOGO 3.

Sin título, ca. 1968, óleo sobre tela, CATÁLOGO 12.

Sin título, 1974, óleo sobre tela, CATÁLOGO 14.

Sin título, ca. 1980, óleo sobre tela, CATÁLOGO 24.

Sin título, 1967, óleo sobre tela, CATÁLOGO 8.

Sin título, ca. 1975, óleo sobre tela, CATÁLOGO 16.

Sin título, 1960, óleo sobre cartón, CATÁLOGO 2.

Avión, ca. 1968, óleo sobre tela, CATÁLOGO 10.

BARRIO DE MUJERES

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 133.

Los ancestros, ca. 1982, óleo sobre tela, CATÁLOGO 26.

Sin título, ca. 1982, óleo sobre lino, CATÁLOGO 27.

Caras con velo, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 87.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 100.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 101.

Sin título, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 120.

Secreto a voces, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 119.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 102.

Cruces y resurrecciones, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 89.

Los espíritus, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 97.

Encuentro en primavera, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 127.

Flores, rostros y personas, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 128.

Sin título, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 121.

Sin título, ca. 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 79.

Sin título, 2000, óleo sobre pergamino, CATÁLOGO 182.

Sin título, 2000, óleo sobre pergamino, CATÁLOGO 183.

Guardianas de Ocotlán, 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 55.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 103.

Barrio de mujeres, 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 43.

Recuerdo de Ocotlán, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 118.

Sin título, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 80.

Sin título, 1994, óleo sobre lino CATÁLOGO 70.

Sin título, 1996, óleo sobre lino CATÁLOGO 104.

Mujer con globos y Filiberto y Camila, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 157.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 105.

Sin título, 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 48.

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 184.

Sin título, ca. 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 134.

Festín de danza, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 63.

Sin título, ca. 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 106.

Vendedora de perros, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 85.

Sin título, 1994, óleo sobre tela, CATÁLOGO 71.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 135.

La escuelita, ca. 1985, óleo sobre lino, CATÁLOGO 30.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 107.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 136.

Bertolda y Sofonisba, 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 53.

Adolescentes en colegio, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 151.

Mujeres en ventanas, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 158.

Sin título, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 122.

Niña paseando en bicicleta, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 116.

Barco, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 125.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 108.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 109.

La fotógrafa, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 92.

LOS QUE LLEGAN CON SUS RECUERDOS Y SE VAN CON SUS FLORES

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 110.

Sin título, ca. 1979, óleo sobre lino, CATÁLOGO 23.

Cúpula de iglesia, 1987, óleo sobre tela, CATÁLOGO 31.

La arcada, 1984, óleo sobre lino, CATÁLOGO 29.

Sin título, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 72.

Reflejos de ayer, 1991, óleo sobre tela, CATÁLOGO 37.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 165.

Niña con catedral, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 159.

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 185.

Puertas a la felicidad, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 99.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 137.

Las plazas, 1995, óleo sobre lino, CATÁLOGO 78.

Arquitectura III, 1995, óleo sobre lino, CATÁLOGO 76.

Columnas del mercado I-IV frente, 2000, óleo sobre tela, CATÁLOGO 175.

Columnas del mercado V-VIII frente, 2000, óleo sobre tela, CATÁLOGO 177.

Columnas del mercado V-VIII vuelta, 2000, óleo sobre tela, CATÁLOGO 178.

Columnas del mercado I-IV vuelta, 2000, óleo sobre tela, CATÁLOGO 176.

Visión de un mexicano sobre Francia, 1998, fragmento del mural del Metro Bellas Artes, acrílico sobre lino, CATÁLOGO 150.

Visión de un mexicano sobre Francia, 1998, fragmento del mural del Metro Bellas Artes, acrílico sobre lino, CATÁLOGO 150.

Sin título, ca. 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 138.

Rostros, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 164.

Sin título, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 73.

Virtud inédita, 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 60.

Sin título, ca. 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 139.

Levantando al mundo, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 94.

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 186.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 140.

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 187.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 166.

Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores, 1994, fragmento del mural Hotel Royal Pedregal óleo sobre lino, CATÁLOGO 67.

Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores, 1994, fragmento del mural Hotel Royal Pedregal óleo sobre lino, CATÁLOGO 67.

Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores, 1994, fragmento del mural Hotel Royal Pedregal óleo sobre lino, CATÁLOGO 67.

Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores, 1994, fragmento del mural Hotel Royal Pedregal óleo sobre lino, CATÁLOGO 67.

RAÍCES

Mujer con bandera, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 180.

Sin título, ca. 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 49.

Reunión en la plaza, 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 47.

Fruto de nopal, 1994, óleo sobre tela, CATÁLOGO 64.

Tricolor, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 173.

Sin título, ca. 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 57.

Yo, la que te quiere, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 174.

Hilando, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 91.

Sin título, 1994, óleo sobre tela, CATÁLOGO 74.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 141.

Raíces 1993, óleo sobre lino, CATÁLOGO 56.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 142.

Los rincones, 1979, óleo sobre tela, CATÁLOGO 22.

Sin título, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 123.

Zócalo de Oaxaca, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 115.

La fiesta, 1979, óleo sobre tela, CATÁLOGO 21.

Todo el día, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 75.

Paisajes y frutas, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 162.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 111.

Sin título, 1991, óleo sobre tela, CATÁLOGO 39.

Orquesta de flautas, 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 117.

Los colores de Oaxaca, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 96.

Los colores de Oaxaca, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 96.

Sin título, ca. 1975, óleo sobre tela, CATÁLOGO 15.

Sin título, ca. 1967, óleo sobre tela, CATÁLOGO 9.

Esperando a la luna, 1978, óleo sobre tela, CATÁLOGO 18.

Sin título, ca. 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 112.

Tutela nupcial, 1988, óleo sobre tela, CATÁLOGO 32.

Dentro de mí, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 90.

Viajeras, 1990, óleo sobre lino, CATÁLOGO 34.

Sin título, 1991, óleo sobre lino, CATÁLOGO 40.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 169.

La plaza de las novias, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 154.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 143.

Atrapando al novio, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 86.

Música para la novia, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 132.

Las novias, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 156.

Novias, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 98.

Por fin los novios, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 163.

Sin título, ca. 1997, óleo sobre lino, CATÁLOGO 124.

Clarín de boda, 1995, óleo sobre lino, CATÁLOGO 77.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 144.

Gracias a la vida, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 153.

Sin título, 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 58.

Tres musas, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 149.

Sin título, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 81.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 145.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 113.

El mensaje, 1994, óleo sobre tela, CATÁLOGO 61.

Presencia del pasado, 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 46.

Más allá del silencio, 1992, óleo sobre tela, CATÁLOGO 45.

El vuelo de las almas, 1990, óleo sobre tela, CATÁLOGO 33.

Cementerio, 1993. Óleo sobre lino, CATÁLOGO 54.

LA MÚSICA ERES TÚ

Lupe Vélez, 1991, óleo sobre tela, CATÁLOGO 36.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 170.

Sin título, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 82.

Sin título, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 83.

Las comadres, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 155.

Ángeles para Jimena I, 1993, óleo sobre lino, CATÁLOGO 51.

Ángeles para Jimena II, 1993, óleo sobre lino, CATÁLOGO 52.

Sin título, 1992, óleo sobre cartón, CATÁLOGO 50.

Ángeles al viento, 1992, óleo sobre cartón, CATÁLOGO 42.

Lo cotidiano es real, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 95.

Sin título, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 114.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 146.

Mi familia, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 131.

Sin título, 2000, óleo sobre pergamino, CATÁLOGO 188. Arriba Sin título, 2000, óleo sobre pergamino, CATÁLOGO 189. Abajo

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 190.

Sin título, 1999, óleo sobre tela, CATÁLOGO 167.

Novia paseando en bicicleta, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 160.

La tejedora de sueños, Rosa María, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 179.

El bordado interminable, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 172.

Sin título, 1975, óleo sobre tela, CATÁLOGO 17.

Sin título, ca. 1978, óleo sobre tela, CATÁLOGO 20.

Sin título, 1978, óleo sobre tela, CATÁLOGO 19.

Serenata, 1991, óleo sobre tela, CATÁLOGO 38.

Concierto, 1991, óleo sobre tela, CATÁLOGO 35.

Mamá Yaya, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 68. Izquierda. La tía Chanín, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 65. Derecha.

Mamá Yaya, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 68. Izquierda. La tía Chanín, 1994, óleo sobre lino, CATÁLOGO 65. Derecha.

El pueblo en el regazo, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 126.

Sin título, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 147.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 171.

Sin título, 1993, óleo sobre tela, CATÁLOGO 59.

Orquesta femenina, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 161.

La música eres tú, 1996, óleo sobre lino, CATÁLOGO 93.

Sin título, 1995, óleo sobre tela, CATÁLOGO 84.

La despedida, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 130.

Sin título, 1999, óleo sobre lino, CATÁLOGO 168.

Guadalupana, 1998, óleo sobre lino, CATÁLOGO 129.

Rodolfo Morales en su estudio de Ocotlán

Rodolfo Morales: una obra que se vierte sobre la comunidad Margarita González A poca distancia de la ciudad de Oaxaca, en Ocotlán —pueblecito cuya vida gira alrededor de la plaza, la iglesia y las fiestas—, nació Rodolfo Morales, el 8 de mayo de 1925. Desde muy niño aprendió a crear mundos propios poblados por personajes de mejillas sonrosadas a la manera de muñecas de cartonería. A esos mundos acudieron novias flotando entre nubes, con largos velos haciendo

de Morales ha sido reclamada aquí y en la conchinchina. Pero un buen día decidió regresar a su Ocotlán; en parte desterrado por el terremoto del 85 que descubrió a una ciudad con rostro de quimera; en parte atraído por la añoranza de unas campanas que lo despertaran en esos amaneceres de tlayudas y molinillos que alborotan la espuma del chocolate. Aunque tal vez saldar

la función de alas, y fueron espiadas por ángeles mofletudos dispuestos a posar sólo por unos instantes antes de continuar su carrera hacia el parque, donde a veces se reunían con claveras en faldas de tul y tacones altos. Con ese universo en las venas, con los ojos teñidos por el color del día de plaza, cubierta la piel de la fragancia de jazmines nocturnos y de las formas sensuales del barroco, llegó Rodolfo Morales a la Ciudad de México: venía del brazo de sus personajes que ahora ya son nuestros. Tenía apenas 23 años. En esa ciudad que todavía tenía rasgos humanos, ingresó Rodolfo a la Escuela Nacional de Artes Plásticas de San Carlos; en esa ciudad se alimentó de la pa-labra de muchos y expandió su universo de formas. En esa ciudad, unos cuantos años después ya estaría revelando secretos a sus

una deuda con su pueblo también trazó el camino de regreso. Y de nuevo un trueque: a cambio del sentir de sus domingos en la plaza polvorienta, del color de sus rituales, de sus duelos y sus fiestas, Morales ha dado todo a su pueblo: sabiduría, carcajadas, oído atento a los problemas y todos los medios a su alcance para hacer de Ocotlán y de Oaxaca entera un espacio donde se depure el talento, la capacidad, donde los lazos fraternales se reflejen en la comunidad. Por eso, en 1992, creó la Fundación Cultural Rodolfo Morales, A.C., para proteger la riqueza oaxaqueña: su arte y su cultura, para aumentar las arcas. Y con un centro cultural como eje de irradiación, comenzaron las primeras actividades: conciertos, escenificaciones, muestras con lo mejor de la plástica y el arte popular.

alumnos de dibujo en la Preparatoria 5, donde dejó la impronta de un mural (1962), donde marcó a muchas generaciones (de 1953 a 1985). De ahí partió varias veces para conocer el mundo: Europa, América Latina, Estados Unidos.

Como también había que rastrear estas manifestaciones, pues Rodolfo creó una biblioteca y, en respuesta a sus tiempos, no faltaba más, un centro de cómputo para todos los estudiantes de la región. Y como en el tímpano oaxaqueño está la música, Rodolfo formó

Una noche de 1965, al organizar una posada en la casa de la escultora Geles Cabrera, Morales recurrió a sus collages a manera de decoración. Entusiasmada por estas figuras hechas de encajes, lentejuelas y papeles caprichosos, Geles propuso un trueque: una

una banda de niños, para mantener vivos sus cantares, para que nadie olvidara sus historias. De memoria sabe Rodolfo dónde están las fachadas, los retablos cubiertos de oro, los edificios que el tiempo amenaza. El pri-

escultura a cambio de un collage. Esta suerte de reconocimiento fue acicate suficiente para que Morales decidiera dedicar todos sus esfuerzos a la pintura. De Rufino Tamayo recibió renovados estímulos para conti-

mero, el ex convento de Santo Domingo de Guzmán en Ocotlán, pronto recuperó su antigua dignidad; el silencio de su claustro cedió ante susurros y exclamaciones gozosas de visitantes que, desde hace algunos meses, visitan a los nuevos habitantes de estas sa-

nuar reinventando su Ocotlán natal, para descubrir que sí hay profetas en tierra propia... y ajena, pues, a partir de entonces, la obra

las y corredores: pinturas, fotografías contemporáneas que se renuevan de cuando en cuando, y que conviven con sus pobladores

permanentes, las pinceladas coloniales de pasajes religiosos. Arte popular y actividades paralelas también son acogidos por los muros de este añoso convento. Otros templos y centros históricos de poblaciones vecinas del distrito de Ocotlán están en proceso de restauración: Santa Ana Zegache, San Baltazar Chichicapan, San Pedro Taviche, San José Progreso, San Jacinto Ocotlán, Magdalena Ocotlán, San Felipe Apóstol, San Martín Tilcajete. Y para que conserven sus bellos rostros, en el taller de Santa Ana Zegache se formarán arquitectos, yeseros, canteros, carpinteros, herreros, doradores, ebanistas y demás. Pero Rodolfo no permaneció con la mirada fija en esta su obra de rescate: anduvo buscando qué otras cosas faltaban por ahí y, para que árboles, flores y plantas también participaran en la fiesta, ya se reforestaron 18 hectáreas de copal en San Martín Tilcajete y la sombra morada de 6 000 jacarandas bordea la carretera que conduce de Oaxaca a Ocotlán. Además, Rodolfo creó viveros comunitarios en Santa María Tocuela y en Santa Ana Zegache. Copal, zompagel, huamúchil y jarilla saldrán de ahí para convertirse en objetos de arte popular, ese que se les da a cada instante a los oaxaqueños, ese que los lleva a convertir cualquier objeto utilitario en una pieza memorable. Y como para vivir hay que comer, la Fundación Cultural Rodolfo Morales da asesorías técnicas a las comunidades para que le expriman el jugo a sus recursos económicos. Además, pronto habrá rutas turísticas para que estos pueblos muestren su rico legado al visitante. Animados con este espíritu, ya muchos acordaron conservar sus construcciones de adobe, carrizo, teja y tabique; sus bardas de cactus y piedra, elementos todos que han sido sello distintivo de la arquitectura popular de esta región.

Dicen que a Rodolfo en ingenio nadie le gana. Quizá por eso compró cinco casas en el Centro Histórico de la ciudad de Oaxaca, que ahora se encuentran en restauración para albergar galerías, hostales, oficinas o restaurantes. El alquiler servirá para continuar apoyando los proyectos de la Fundación. Por eso no sorprende que estos resultados hayan atraído a universidades y facultades de arquitectura y pronto los estudiantes se integrarán al proyecto, cada quien con sus conocimientos, cada uno con su ingenio. Y un día Rodolfo recordó la vieja estación de ferrocarril que se encuentra entre San Jacinto y Ocotlán. Rescatada del abandono, ahora servirá como puesto de socorro y Centro de Capacitación dirigido por la Cruz Roja Mexicana. La Fundación Cultural Rodolfo Morales ha servido de ejemplo para muchos organismos en América Latina y participa en una red internacional de 22 ciudades patrimoniales. De los bolsillos de Rodolfo han salido más de dos millones de dólares para todas estas obras. De su lealtad, de su ser generoso ha salido el impulso para animar a todos a treparse en la misma nave, la de las utopías que se cristalizan. Ay, Rodolfo Morales, tan calladito, tan sonriente, ¿habrá forma de frenarte?

Currículum Nace en el año de 1925 en Ocotlán de Morelos, Oaxaca. 1948 Se traslada a la Ciudad de México para ingresar, al año siguiente, a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (San Carlos), donde estudia la carrera de maestro en artes plásticas. 1953 Ocupa la plaza de maestro de dibujo en la Escuela Nacional Preparatoria.

Rodolfo Morales. juegos y evocaciones. Exhibición retrospectiva, Stewart Hall Art Gallery, Ponte-Claire, Quebec, Canadá; en el Centre Culturel de Drummonville, Quebec, Canadá; en el Moose Jaw Art Museum in Saskatchewan, Canadá; en la Vernon Art Gallery, Columbia Británica, Canadá. 1998 Rodolfo Morales. juegos y evocaciones. Exhibición retrospec-

1969 Viaja por España, Francia, Bélgica, Portugal, Inglaterra, Holanda y los Estados Unidos. 1974 Viaja por diversos países de América Latina. 1975 El maestro Rufino Tamayo acoge calurosamente su obra y estimula su creación artística. 1985 Vuelve a su tierra natal para trabajar incesantemente en la creación de su obra. 1992 Se establece formalmente la Fundación Cultural Rodolfo Morales, A.C., institución dedicada al rescate del patrimonio arquitectónico y cultural de los valles centrales de Oaxaca; a la restauración de monumentos históricos, la promoción del arte popular, la música y las artes escénicas, así como al fomento de la educación de la niñez y juventud del

tiva, MEXIC-Arte Museum, Austin, Tex., E.U.A.; en el Instituto Cultural Paso del Norte, El Paso, Tex., E.U.A.; en el South Texas Institute for the Arts, Corpus Christi, Tex., E.U.A. Develación del proyecto Dos murales, dos pinceles, México y Francia en el Metro, Ciudad de México. 1997 Rodolfo Morales. Un tema que se repite. Obra gráfica 1994 a 1997, Arte de Oaxaca, Oaxaca, México. Cuatro temas: novias, ángeles, diablos y animales, Casa Lamm, Ciudad de México. Rodolfo Morales. Juegos y evocaciones. Exhibición retrospectiva, Instituto Cultural Mexicano, San Antonio, Texas, E.U.A.; en el Museum of Latin American Art, Long Beach,

distrito de Ocotlán, la preservación de las tradiciones y el apoyo a obras sociales.

Cal., E.U.A.; en la Indigo Arts Gallery, Filadelfia, Pen., E.U.A.; en The Phoenix, E.U.A.; Instituto Cultural Mexicano, Washington, D.C., E.U.A. 1996 Rodolfo Morales. Juegos y evocaciones. Exhibición retrospec-

EXPOSICIONES INDIVIDUALES 2000 Rodolfo Morales, Monterrey, N.L., México. 1999 Rodolfo Morales. juegos y evocaciones. Exhibición retrospectiva, Instituto Mexicano de Cultura y Educación en Chicago, III., E.U.A.

tiva, The Mexican Museum, San Francisco, Cal., E.U.A. Galería Coquí, Seattle, WA, E.U.A.; en la Palanca Gallery, San Francisco, Cal., E.U.A. Sueños de un pueblo, Riva Yares Gallery, Scottdale, Arizona, E.U.A. 1995 Sueños de un pueblo, Riva Yares Gallery, Santa Fe, N.M., E.U.A.

1994 Rodolfo Morales. Juegos y evocaciones. Exhibición retrospectiva, Arte de Oaxaca, Oaxaca, México. 1993 New Work by Rodolfo Morales, Milagros Contemporary Art, San Antonio, Texas, E.U.A. 1989 Vorpal Gallery, Nueva York, N.Y., E.U.A. 1988 Vorpal Gallery, Nueva York, N.Y., E.U.A. 1987 Hotel Hyatt Continental, Acapulco, Gro., México. 1986 Galería de los Príncipes, Oaxaca, México. Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo, Oaxaca, México. Exposición de homenaje Magia y misterio, Galería Centro Cultural de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Ciudad de México. 1985 Arte Actual Mexicano, Monterrey, N.L., México. 1984 Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. 1983 Arte Actual Mexicano, Monterrey, N.L., México. 1982 Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. 1981 Downtown Gallery, Fortworth, Texas, E.U.A. Dirección de Difusión Cultural, Instituto Politécnico Nacional, Ciudad de México. 1980 Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Galería y Librería La Puerta, Ciudad de México. Art Imports Gallery, Nueva Orleans, Luisiana, E.U.A. 1979 Club de Industriales, A.C. Monterrey, N.L., México. 1978 Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Miró Galería de Arte, Monterrey, N.L., México. Museo de Arte Mexicano, San Francisco, Cal., E.U.A. 1977 1976 1975 1973

Casa de las Campanas, Cuernavaca, Mor., México. Galería del Círculo, Ciudad de México. Casa de las Campanas, Cuernavaca, Mor., México. Palacio Provincial de Málaga, Málaga, España.

EXPOSICIONES COLECTIVAS 2000 Exposición para el archivo estatal, Instituto de Artes Gráficas de Oaxaca, San Agustín Etla, Oax., México.

1999 Talavera contemporánea, Centro Cultural San Francisco, Galería de Arte Contemporáneo y Diseño de Puebla, Puebla, México. La tierra mágica. Contemporary painters of Oaxaca, Kennesaw State University, Kennesaw, Georgia, E.U.A. Subasta pro Hospital del Niño Oaxaqueño, Monterrey, N.L., México. Subasta Cruz Roja Delegación Oaxaca, Camino Real, Oaxaca, México. 1998 Imágenes y colores de Oaxaca, Centro Cultural Jaime Torres Bodet, de la Unidad Profesional Adolfo López Mateos del Instituto Politécnico Nacional, Ciudad de México. Oaxaca, Patronato Pro Hospital del Niño Oaxaqueño, A.C., en la Capilla del Hotel Camino Real, Oaxaca, México. De la figura a la imagen, Museo de Aguascalientes, Aguascalientes, México. Arte contemporáneo de Oaxaca-México, Museo de Arte Metropolitano de Tokio, Japón; en el Museo Prefectura de Aichi, Nagoya, Japón; en el Museo de la Ciudad de Osaka, Japón, y en el Museo de la Ciudad de Kioto, Japón. 1997 Arte contemporáneo de Oaxaca-México, 82a. Exposición Anual del Salón NIKA, Japón. Fauna, preparativos para el diluvio, Museo de Arte Contemporáneo de Oaxaca, Oaxaca, México. De la figura a la imagen, Pinacoteca de Nuevo León, Monterrey, N.L., México; Museo Biblioteca Pape, Monclova, Coah., México; Instituto Coahuilense de Cultura, Saltillo, Coah., México; Museo del Pueblo de Guanajuato, Guanajuato, México; Museo de Aguascalientes, Aguascalientes, México. 1996 Premio MARCO 1996, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Mito y magia. Pasado y presente, The Mexican Fine Arts Center Museum, Chicago, III., E.U.A. Desnudo, Festival del Centro Histórico, Museo José Luis Cuevas, Ciudad de México. Espíritu, California Center of the Art Museum, Cal., E.U.A.

1995 Los artistas de Oaxaca. Selection from the Robert Gumbiner Collection, Hippodrome Galleries of FHP Healthcare, Cal., E.U.A. Cinco figuraciones X cinco, Le Centre Culturel du Mexique, París, Francia. Cuatro pintores oaxaqueños 4, Centro Cultural Flores Magón, Oaxaca, Oax., México. Premio MARCO 1995, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Bancomext, Nueva York, N.Y., E.U.A. Rutgers University New Branswick, Nueva York, N.Y., E.U.A. Espectros del romanticismo, Festival del Centro Histórico, Museo José Luis Cuevas, Ciudad de México. Seis pintores oaxaqueños, Galería Casa del Diezmo, Nueva York, N.Y., E.U.A. 1994 Presentación del libro: La estrella de ángel, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Oaxaca: La poesía del color, Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Artista y galerías, Representación del Gobierno del Estado de Oaxaca en el Distrito Federal, Ciudad de México. El sol y la luna. Festival de la Ciudad de México, Museo José

Al fondo, la cúpula del templo de Santo Domingo de Ocotlán.

Compulsivamente yo, autorretrato, Universidad de Monterrey, Monterrey, N.L., México.

Luis Cuevas, Ciudad de México. Casona 2 de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, Ciudad de México. Calaveras pa’ todos. Day of the Death, The Mexican Fine

Premio MARCO, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. 1993 Der tod in der Mexikanischen kultor, Stuttgart, Alemania. Cien años de pintura mexicana, Museo de Arte Contemporá-

Arts Center Museum, Chicago, III., E.U.A. Day of the Death, Grand Central Terminal, Nueva York, N.Y., E.U.A. Nafinsa Securities, Nueva York, N.Y., E.U.A. Bancomext, Nueva York, N.Y., E.U.A.

neo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Vístela de colores. La muerte, visión artística oaxaqueña, Museo Estudio Diego Rivera, Ciudad de México. 1992 Nouveaux territoires: 350/500 annés aprés. Centre Intercul-

Mito y magia, Centro Cultural de Palo, Palo Alto, Cal., E.U.A. Arte y alma de Oaxaca, Instituto Cultural Mexicano en Washington, Washington, D.C., E.U.A. Mexican Printmakers, Gallery Indigo Arts, Filadelfia, E.U.A. Arte mexicano, imágenes en el siglo del SIDA, Universidad de Colorado, E.U.A.

turel Strathearn y Galería Lotto-Quebec, Montreal, Canadá. Nuevos territorios: 350/500 años después. Exposición de arte indígena contemporáneo de Quebec y Oaxaca, Museo Regional de Oaxaca, Oaxaca, México. Exposición homenaje al maestro Rufino Tamayo en su primer aniversario luctuoso, Galería de Arte Mexicano, Ciudad de México.

Mito y magia en América: Los ochenta, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Palacio Nacional de Bellas Artes, Ciudad de México. 1991 Homenaje a Rufino Tamayo, 14 artistas de Oaxaca, Galería Best Maugard, Centro de Enseñanza para Extranjeros de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), Ciudad de México. Oaxaca: Virtudes y voluntades hacia el XXI, homenaje al maestro Andrés Henestrosa, Unidad de Promoción Cultural y Acervo Patrimonial de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público (SHCP), Ciudad de México. The Charm of Oaxaca, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. Mito y magia en América: Los ochenta, Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey, Monterrey, N.L., México. El eclipse de las artes plásticas, Centro Cultural Santa Teresa, Ciudad de México. Cuatro décadas después del muralismo, Kimberley Gallery, Los Ángeles, Cal., E.U.A. 1990 Pintores de Oaxaca, Instituto Francés de América Latina, Ciudad de México.

El corazón de México, Riva Yares Gallery, Scottsdale, Arizona, E.U.A. Aspects of Contemporary Mexican Art, Americas Society, N.Y., E.U.A.; Blue Star Space, San Antonio, Tex.; Meadows Museum, Dallas, Texas; Santa Mónica Museum of Art California; The Mexican Museum, San Francisco, California. Life, Legends and Dreams. Six Painters from Oaxaca, Arizona State University Museum, Arizona, E.U.A.; Museo de Arte, Universidad de Arizona, E.U.A. Alicas y cachos, Galería La Mano Mágica, Oaxaca, México. Solidaridad de los pintores oaxaqueños, Galería Rufino Tamayo, Oaxaca, México. Las artes plásticas oaxaqueñas, Centro Cultural José Guadalupe Posada, Ciudad de México. 1989 Subasta y venta de obras de arte, Museo de Antropología e Historia, Ciudad de México. II Muestra de Artes Plásticas Oaxaqueñas, Palacio de Gobierno, Oaxaca, México. Dante y la Divina comedia, Sociedad Dante Alighieri, Auditorio Nacional, Ciudad de México. 1988 Las artes plásticas oaxaqueñas, Centro Cultural José Guadalupe Posada, Ciudad de México. Primera Bienal Internacional de Arte Asiático-Europeo, Ankara, Turquía. Imágenes de salutación, Centro de Enseñanza para Extranjeros, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), San Antonio, Tex., E.U.A. 1987 La plástica oaxaqueña, Galería del Auditorio Nacional, Ciudad de México. Oaxaca en Oaxaca, Galería Arte de Oaxaca, Oaxaca, México. 1986 Venta Anual, Museo de Arte Moderno, Ciudad de México. Variaciones sobre el mundial, Palacio de Minería, Ciudad de México. Oaxaca en cuadro, Grupo Cuadro, Ciudad de México. 1985 Galería Metropolitana, Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México.

Claustro del convento de Santo Domingo de Guzmán en Ocotlán.

Imagen y presencia, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Vorpal Galleries, N.Y., E.U.A. Galería Uno, Puerto Vallarta, Jal., México. Motivaciones, elementos y obras, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Galería Metropolitana, Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México. El hombre, el artista y su obra, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Casa de la Cultura Jalisciense, Guadalajara, Jal., México. Artistas oaxaqueños, Galería Metropolitana, Universidad Autónoma Metropolitana, Ciudad de México. Museo de Arte Mexicano, San Francisco, Cal., E.U.A. Dibujo blanco y negro, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Museum of Mexican Art, San Francisco, Cal., E.U.A. Phillis Needlman Gallery, Chicago, III., E.U.A. Cinco pintores mexicanos, Museo de Tampa, Tampa, Fl., E.U.A. Homenaje a un poema, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. Salón de la Plástica Mexicana, Banamex, Ciudad de México.

1994 Los que llegan con sus recuerdos y los que se van con sus flores, 114 m2, en el Hotel Royal Pedregal, Ciudad de México. 1982 Viernes del mercado, 129 m2, mural del Palacio Municipal de Ocotlán, Ocotlán de Morelos, Oaxaca, México. 1962 Mural al fresco, 68 m2, en la Escuela Preparatoria número 5, de la Universidad Nacional Autónoma de México, Ciudad de México. 1954 Mural al fresco, Palacio Municipal de Ocotlán, Ocotlán de Morelos, Oaxaca, México.

1980 Arte-objeto, objeto-arte, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México. 1979 La vida, en la magia de la forma y del color, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México.

Santiago. Director: Boris Penth. Disponible en videocaset VHS en español y alemán; duración 87 min. (aproximadamente).

1984

1983

1982

1981

1978 La muerte más allá de la forma y del color, Galería Estela Shapiro, Ciudad de México.

VIDEOS 2000 Un camino al cielo, documental acerca de la labor del pintor Rodolfo Morales y la Fundación Cultural Rodolfo Morales, A.C. en la restauración de los templos del siglo XVI. Director: Boris Penth. Disponible en videocaset VHS en español y alemán; Duración; 57 min. (aproximadamente). 1998 Pisando en el cielo. Pintores de Oaxaca, documental acerca del arte oaxaqueño a través de la obra y las palabras de Rodolfo Morales, Francisco Toledo, Rufino Tamayo, Filemón Santiago, Cecilio Sánchez, Laura Hernández y Alejandro

BIBLIOGRAFÍA

OBRA MURAL

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1998 Visión de un mexicano sobre Francia, 140 m2. Dos espacios en la estación Bellas Artes del Metro, Ciudad de México. 1996 Los colores de Oaxaca, Oaxaca contra los invasores y Zócalo

1994. Arte de Oaxaca/The Mexican Museum, San Francisco/Instituto Cultural Mexicano, Rodolfo Morales. Juegos y evocaciones, México, 1996.

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Blanco, Alberto, Angel’s Kite/La estrella de ángel, E.U.A., 1994. Ilustrado por Rodolfo Morales.

Blanco, Alberto, Cuentos de Ocotlán, México, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, 2000. Casa Lamm/Arte de Oaxaca, Rodolfo Morales. Cuatro temas: novias, ángeles, diablos, animales, México, 1997. Confederación de Educadores Americanos, Tres generaciones. Rodolfo Morales, Francisco Toledo, Julio Gálan, México, 1997. Fundación cultural Rodolfo Morales/Arte de Oaxaca, Rodolfo Morales. Un tema que se repite, México, 1997. Kartofel, Graciela, Guía de la exposición retrospectiva Rodolfo Morales. Juegos y evocaciones, México, Arte de Oaxaca. Mabey, Martha, Rodolfo Morales: El señor de los sueños y los colores, México, Hoja Casa Editorial, 2000 (Raya en el Agua, 2000). Mexican Cultural Institute, Oaxaca cuna del arte, México, 2000. Monsiváis, Carlos et al., Rodolfo Morales (versión bilingüe), fotografía David Maawad, México, Gobierno del Estado de Veracruz, 1992 (Veracruz en la cultura Encuentros y Ritos). Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey/Cemex, Mito y magia en América: Los ochenta, México, 1991 (catálogo de la exposición colectiva). Riva Yares Gallery, Rodolfo Morales. Sueños de un pueblo, Santa Fe, Cal., 1995. Rodríguez, Antonio, La nostálgica compañía de la soledad, México, Instituto Politécnico Nacional, 1981. Shapiro, Estela, Imagen y presencia, fotografía de Juan Carlos Ríos, México, Galería Estela Shapiro, 1985.

Rodolfo Morales caminando en el zócalo de Ocotlán.

Catálogo de obra CAT. 1. Sin título, 1959 Óleo sobre papel 42 x 41 cm Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 31

CAT. 9. Sin título, ca. 1967 Óleo sobre tela 81 x 135 cm Colección particular Página 164

CAT. 17. Sin título, 1975 Óleo sobre tela 100 x 130 cm Colección Ernesto Canales Santos Página 217

CAT. 25. Liberación femenina, 1981 Técnica mixta 200 x 240 cm Colección Instituto Politécnico Nacional Página 13

CAT. 2. Sin título, 1960 Óleo sobre cartón 54 x 36 cm Colección Gilberto Trujillo Página 44

CAT. 10. Avión, ca. 1968 Óleo sobre tela 50 x 60 cm Colección particular Página 45

CAT. 18. Esperando a la luna, 1978 Óleo sobre tela 100 x 130 cm Colección Humberto Urbán Página 165

CAT. 26. Los ancestros, ca. 1982 Óleo sobre tela 79 x 99 cm Colección Julio César Schara Página 50

CAT. 3. Recuerdos de infancia, 1961 Óleo sobre cartón 40 x 52 cm Colección Julio César Schara Página 36

CAT. 11. Sin título, ca. 1968 Óleo sobre tela 54 x 48 cm Colección particular Página 10

CAT. 19. Sin título, 1978 Óleo sobre tela 79 x 100 cm Colección particular Página 219

CAT. 27. Sin título, ca. 1982 Óleo sobre lino 95 x 75 cm Colección particular Página 51

CAT. 4. Sin título, 1961 Óleo sobre papel 79 x 39 cm Colección Gilberto Trujillo Página 32

CAT. 12. Sin título, ca. 1968 Óleo sobre tela 77 x 57 cm Colección particular Página 37

CAT. 20. Sin título, ca. 1978 Óleo sobre tela 99 x 94 cm Colección particular Página 218

CAT. 5. Sin título, 1962 Fragmento del mural de la Preparatoria 5 Pintura al fresco 68 m2 Patrimonio de la UNAM Páginas 34 y 35

CAT. 13. Una bicicleta y dos gatos, 1968 Óleo sobre masonite 75 x 61 cm Colección particular Página 39

CAT. 21. La fiesta, 1979 Óleo sobre tela 194 x 390 cm Colección particular Páginas 151 y 152

CAT. 28. Viernes del mercado, 1982 Fragmento del mural del Palacio Municipal de Ocotlán Temple sobre yeso 129 m2 Páginas 3 y 5

CAT. 14. Sin título, 1974 Óleo sobre tela 90 x 150 cm Colección Ernesto Canales Santos Página 40

CAT. 22. Los rincones, 1979 Óleo sobre tela 194 x 390 cm Colección particular Páginas 147 y 148

CAT. 15. Sin título, ca. 1975 Óleo sobre tela 95 x 155 cm Colección particular Páginas 162 y 163

CAT. 23. Sin título, ca. 1979 Óleo sobre lino 54 x 36 cm Colección particular Página 100

CAT. 16. Sin título, ca. 1975 Óleo sobre tela 65 x 80 cm Colección particular Página 43

CAT. 24. Sin título, ca. 1980 Óleo sobre tela 89 x 59 cm Colección particular Página 41

CAT. 6. Sin título, 1966 Óleo sobre tela 77 x 50 cm Colección Gilberto Trujillo Página 33 CAT. 7. Sin título, ca. 1967 Óleo sobre masonite 66 x 52 cm Colección particular Página 38 CAT. 8. Sin título, 1967 Óleo sobre tela 135 x 81 cm Colección particular Página 42

CAT. 29. La arcada, 1984 Óleo sobre lino 100 x 130 cm Colección Laura Garza Aguilar Página 102 CAT. 30. La escuelita, ca. 1985 Óleo sobre lino 130 x 100 cm Colección particular Página 84 CAT. 31. Cúpula de iglesia, 1987 Óleo sobre tela 150 x 120 cm Colección particular Página 101 CAT. 32. Tutela nupcial, 1988 Óleo sobre tela 102 x 83 cm Colección particular Página 167

CAT. 33. El vuelo de las almas, 1990 Óleo sobre tela 100 x 80 cm Colección particular Página 192

CAT. 42. Ángeles al viento, 1992 Óleo sobre cartón 21 x 43 cm Colección particular Página 205

CAT. 51. Ángeles para Jimena I, 1993 Óleo sobre tela 39 x 59 cm Colección particular Página 202

CAT. 58. Sin título, 1993 Óleo sobre tela 120 x 100 cm Colección particular Página 184

CAT. 34. Viajeras, 1990 Óleo sobre lino 73 x 133 cm Colección Justina Fuentes Página 169

CAT. 43. Barrio de mujeres, 1992 Óleo sobre tela 100 x 80 cm Colección particular Página 68

CAT. 52. Ángeles para Jimena II, 1993 Óleo sobre tela 39 x 59 cm Colección particular Página 203

CAT. 59. Sin título, 1993 Óleo sobre tela 118 x 148 cm Colección particular Página 227

CAT. 35. Concierto, 1991 Óleo sobre tela 80 x 100 cm Colección particular Página 221

CAT. 44. Esperando la visita, 1992 Óleo sobre cartón 21 x 43 cm Colección particular Página 245

CAT. 53. Bertolda y Sofonisba, 1993 Óleo sobre tela 100 x 80 cm Colección particular Página 87

CAT. 60. Virtud inédita, 1993 Óleo sobre tela 95 x 75 cm Colección particular Página 121

CAT. 36. Lupe Vélez, 1991 Óleo sobre tela 102 x 148 cm Colección particular Páginas 196 y 197

CAT. 45. Más allá del silencio, 1992 Óleo sobre tela 175 x 140 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 191

CAT. 54. Cementerio, 1993 Óleo sobre lino 120 x 150 cm Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 193

CAT. 61. El mensaje, 1994 Óleo sobre tela 201 x 222 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 189

CAT. 37. Reflejos de ayer, 1991 Óleo sobre tela 104 x 50 cm Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 104 CAT. 38. Serenata, 1991 Óleo sobre tela 100 x 80 cm Colección particular Página 220 CAT. 39. Sin título, 1991 Óleo sobre tela 120 x 150 cm Colección particular Página 156 CAT. 40. Sin título, 1991 Óleo sobre lino 210 x 175 cm Colección particular Página 170 CAT. 41. Sin título, 1991 Óleo sobre lino 78 x 33 cm Colección particular Página 246

CAT. 46. Presencia del pasado, 1992 Óleo sobre tela 97 x 205 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 190 CAT. 47. Reunión en la plaza, 1992 Óleo sobre tela 120 x 100 cm Colección particular Página 137 CAT. 48. Sin título, 1992 Óleo sobre tela 148 x 119 cm Colección Alfredo Arévalo Página 76

CAT. 55. Guardianas de Ocotlán, 1993 Óleo sobre tela 70 x 140 cm Colección particular Página 66 CAT. 56. Raíces, 1993 Óleo sobre lino 219 x 219 cm Colección Pictórica de la Residencia Oficial de Los Pinos Página 145 CAT. 57. Sin título, ca. 1993 Óleo sobre tela 78 x 98 cm Colección particular Página 140

CAT. 49. Sin título, ca. 1992 Óleo sobre tela 92 x 71 cm Colección particular Página 136 CAT. 50. Sin título, 1992 Óleo sobre cartón 21 x 42.6 cm Colección particular Página 204 Primera fila, 1994, óleo sobre tela, CATÁLOGO 69.

CAT. 62. El vuelo de las novias, 1994 Óleo sobre lino 149 x 201 cm Colección Museo de Arte Contemporáneo de Monterrey Página 8 CAT. 63. Festín de danza, 1994 Óleo sobre lino 120 x 100 cm Colección particular Página 79 CAT. 64. Fruto de nopal, 1994 Óleo sobre tela 120 x 100 cm Colección particular Página 138

CAT. 65. La tía Chanín, 1994 Óleo sobre lino 82 x 46 cm Colección particular Página 222, derecha

CAT. 74. Sin título, 1994 Óleo sobre tela 99 x 76 cm Colección particular Página 143

CAT. 66. La tía Gabriela, 1994 Óleo sobre lino 80 x 48 cm Colección particular Página 223

CAT. 75. Todo el día, 1994 Óleo sobre lino 120 x 150 cm Colección particular Página 153

CAT. 67. Los que llegan con sus recuerdos y se van con sus flores, 1994 Fragmento del mural del Hotel Royal Pedregal Óleo sobre lino 114 m2 Páginas 128 a 131

CAT. 76. Arquitectura III, 1995 Óleo sobre lino 100 x 100 cm Colección particular Página 111

CAT. 68. Mamá Yaya, 1994 Óleo sobre lino 78 x 49 cm Colección particular Página 222, izquierda CAT. 69. Primera fila, 1994 Óleo sobre tela 97 x 200 cm Colección particular Página 244 CAT. 70. Sin título, ca. 1994 Óleo sobre lino 88 x 69 cm Colección Miguel González y Patricia de Haro Página 72 CAT. 71. Sin título, 1994 Óleo sobre tela 99 x 119 cm Colección particular Página 82 CAT. 72. Sin título, 1994 Óleo sobre lino 180 x 95 cm Colección particular Página 103 CAT. 73. Sin título, 1994 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Musseum of Latin American Art, California, E.U.A. Página 120

CAT. 77. Clarín de boda, 1995 Óleo sobre lino 135 x 200 cm Colección Familia Borrás Delgado Página 181 CAT. 78. Las plazas, 1995 Óleo sobre lino 130 x 120 cm Colección particular Página 110 CAT. 79. Sin título, ca. 1995 Óleo sobre tela 98 x 78 cm Colección particular Página 63 CAT. 80. Sin título, 1995 Óleo sobre tela 80 x 100 cm Colección particular Página 71 CAT. 81. Sin título, 1995 Óleo sobre tela 99 x 99 cm Colección particular Página 186 CAT. 82. Sin título, 1995 Óleo sobre tela 79 x 100 cm Colección particular Página 199

Esperando la visita, 1992, óleo sobre cartón, CATÁLOGO 44. CAT. 83. Sin título, 1995 Óleo sobre tela 149 x 119 cm Colección particular Página 200

CAT. 90. Dentro de mí, 1996 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 168

CAT. 84. Sin título, 1995 Óleo sobre tela 135 x 141 cm Colección particular Página 230

CAT. 91. Hilando, 1996 Óleo sobre lino 150 x 120 cm Colección particular Página 142

CAT. 85. Vendedora de perros, 1995 Óleo sobre tela 99 x 74 cm Colección particular Página 81

CAT. 92. La fotógrafa, 1996 Óleo sobre lino 150 x 120 cm Colección Adolfo y Claudia González Página 95

CAT. 86. Atrapando al novio, 1996 Óleo sobre lino 119 x 147 cm Colección particular Página 175

CAT. 93. La música eres tú, 1996 Óleo sobre lino 77 x 100 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 229

CAT. 87. Caras con velo, 1996 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Joaquina Saldívar Página 52 CAT. 88. Cena de los ángeles, 1996 Óleo sobre lino 184 x 213 cm Colección Enrique Villar T. Página 14 CAT. 89. Cruces y resurrecciones, 1996 Óleo sobre lino 100 x 120 cm Colección particular Página 58

CAT. 94. Levantando al mundo, 1996 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Nancy Mayagoitia Página 123 CAT. 95. Lo cotidiano es real, 1996 Óleo sobre lino 154 x 156 cm (díptico) Colección particular Página 206 CAT. 96. Los colores de Oaxaca, 1996 Óleo sobre lino 206 x 446 cm Colección Gobierno del Estado de Oaxaca Páginas 158 y 159

CAT. 97. Los espíritus, 1996 Óleo sobre lino 150 x 120 cm Colección particular Página 59 CAT. 98. Novias, 1996 Óleo sobre lino 97 x 74 cm Colección Sergio y Susy Haua Página 178 CAT. 99. Puertas a la felicidad, 1996 Óleo sobre lino 98 x 96 cm Colección particular Página 108 CAT. 100. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 51 x 53 cm Colección particular Página 53

CAT. 101. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 107 x 85 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 54

CAT. 110. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 78 x 100 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 99

CAT. 102. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 99 x 78 cm Colección particular Página 57

CAT. 111. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 154 x 210 cm Colección Xavier von Bertrab Página 155

CAT. 103. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 77 x 54 cm Colección particular Página 67

CAT. 112. Sin título, ca. 1996 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 166

CAT. 104. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 90 x 70 cm Colección particular Página 73

CAT. 113. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 79 x 98 cm Colección Secretaría de Hacienda y Crédito Público Página 188

CAT. 105. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 54 x 72 cm Colección particular Página 75 CAT. 106. Sin título, ca. 1996 Óleo sobre lino 138 x 138 cm Colección Xavier von Bertrab Página 80 CAT. 107. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 95 x 53 cm Colección particular Página 85 CAT. 108. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 93 CAT. 109. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 95 x 100 cm Colección particular Página 94 Sin título, 1991, óleo sobre lino, CATÁLOGO 41.

CAT. 114. Sin título, 1996 Óleo sobre lino 100 x 120 cm Colección particular Página 207 CAT. 115. Zócalo de Oaxaca, 1996 Óleo sobre lino 152 x 210 cm Colección Gobierno del Estado de Oaxaca Página 150 CAT. 116. Niña paseando en bicicleta, 1997 Óleo sobre lino 80 x 97 cm Colección particular Página 91 CAT. 117. Orquesta de flautas, 1997 Óleo sobre lino 120 x 152 cm Colección particular Página 157

CAT. 118. Recuerdo de Ocot1án, 1997 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 69 CAT. 119. Secreto a voces, 1997 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección Adolfo y Claudia González Página 56 CAT. 120. Sin título, 1997 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Adolfo y Claudia González Página 55 CAT. 121. Sin título, 1997 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Julia Neumann Página 62 CAT. 122. Sin título, 1997 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 90 CAT. 123. Sin título, 1997 Óleo sobre tela 120 x 150 cm Colección particular Página 149 CAT. 124. Sin título, ca. 1997 Óleo sobre tela 151 x 212 cm Colección particular Página 180 CAT. 125. Barco, 1998 Óleo sobre lino 100 x 120 cm Colección particular Página 92 CAT. 126. El pueblo en el regazo, 1998 Óleo sobre lino 108 x 67 cm Colección particular Página 224

CAT. 127. Encuentro en primavera, 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 60

CAT. 136. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Xavier von Bertrab Página 86

CAT. 145. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 75 x 100 cm Colección particular Página 187

CAT. 154. La plaza de las novias, 1999 Óleo sobre lino 84 x 205 cm Colección particular Páginas 172 y 173

CAT. 128. Flores, rostros y personas, 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 61

CAT. 137. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 99 x 79 cm Colección particular Página 109

CAT. 146. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 76 x 116 cm Colección particular Página 208

CAT. 155. Las comadres, 1999 Óleo sobre lino 78 x 98 cm Colección particular Página 201

CAT. 129. Guadalupana, 1998 Óleo sobre lino 100 x 100 cm Colección particular Página 233

CAT. 138. Sin título, ca. 1998 Óleo sobre lino 200 x 260 cm Colección particular Página 118

CAT. 147. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Miguel González y Patricia de Raro Página 225

CAT. 156. Las novias, 1999 Óleo sobre lino 142 x 82 cm Colección particular Página 177

CAT. 130. La despedida, 1998 Óleo sobre lino 115 x 145 cm Colección particular Página 231

CAT. 139. Sin título, ca. 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 122

CAT. 131. Mi familia, 1998 Óleo sobre lino 100 x 74 cm Colección Adolfo y Claudia González Página 209

CAT. 140. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 125

CAT. 132. Música para la novia, 1998 Óleo sobre lino 120 x 150 cm Colección Enrique Villar T. Página 176

CAT. 141. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 120 x 145 cm Colección particular Página 144

CAT. 133. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 54 x 89 cm Colección Galería Arte de Oaxaca Páginas 48 y 49

CAT. 142. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 146

CAT. 134. Sin título, ca. 1998 Óleo sobre lino 73 x 73 cm Colección particular Página 78

CAT. 143. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Familia Salazar Cervantes Página 174

CAT. 135. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección Familia Marcos Villarreal Página 83

CAT. 144. Sin título, 1998 Óleo sobre lino 76 x 116 cm Colección particular Página 182

CAT. 148. Sin título, ca. 1998 Óleo sobre tela 101 x 122 cm Colección particular Página 249

CAT. 157. Mujer con globos y Filiberto y Camila, 1999 Óleo sobre lino 120 x 90 cm Colección Gerardo Maldonado Página 74

CAT. 149. Tres musas, 1998 Óleo sobre lino 160 x 212 cm Colección particular Página 185 CAT. 150. Visión de un mexicano sobre Francia, 1998 Fragmento del mural del Metro Bellas Artes Acrílico sobre lino 140 m2 Patrimonio Cultural del STC-Metro Páginas 116 y 117 CAT. 151. Adolescentes en colegio, 1999 Óleo sobre lino 127 x 77 cm Colección Galería Lourdes Sosa Página 88 CAT. 152. El ángel de la mañana, 1999 Óleo sobre lino 50 cm de diámetro Colección Hugo Garza Leal Página 18 CAT. 153. Gracias a la vida, 1999 Óleo sobre lino 300 x 200 cm Colección Familia García Madrazo Página 183

Sin título, 2000, óleo sobre lino, CATÁLOGO 191.

CAT. 158. Mujeres en ventanas, 1999 Óleo sobre lino 105 x 120 cm Colección particular Página 89

CAT. 167. Sin título, 1999 Óleo sobre tela 80 x 100 cm Colección particular Página 212

CAT. 159. Niña con catedral, 1999 Óleo sobre lino 146 x 76 cm Colección Galería Lourdes Sosa Página 106

CAT. 168. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 97 x 78 cm Colección particular Página 232

CAT. 160. Novia paseando en bicicleta, 1999 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 213

CAT. 169. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 120 x 150 cm Colección Enrique Villar T. Página 171

CAT. 161. Orquesta femenina, 1999 Óleo sobre lino 75 x 100 cm Colección particular Página 228 CAT. 162. Paisajes y frutas, 1999 Óleo sobre lino 100 x 120 cm Colección particular Página 154

CAT. 170. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 198 CAT. 171. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección Sergio y Susy Haua Página 226

CAT. 163. Por fin los novios, 1999 Óleo sobre lino 75 x 60 cm Colección particular Página 179

CAT. 172. El bordado interminable, 1999 Óleo sobre lino 104 x 120 cm Colección particular, San Francisco California, E.U.A. Página 215

CAT. 164. Rostros, 1999 Óleo sobre lino 90 x 105 cm Colección particular Página 119

CAT. 173. Tricolor, 1999 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 139

CAT. 165. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 90 x 120 cm Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 105

CAT. 174. Yo, la que te quiere, 1999 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección Familia García Madrazo Página 141

CAT. 166. Sin título, 1999 Óleo sobre lino 118 x 153 cm Colección particular Página 127

CAT. 175. Columnas del mercado I-IV, frente, 2000 Óleo sobre tela 200 x 36 cm de diámetro Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 112

CAT. 176. Columnas del mercado I-IV, vuelta, 2000 Óleo sobre tela 200 x 36 cm de diámetro Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 115 CAT. 177. Columnas del mercado V-VIII, frente, 2000 Óleo sobre tela 200 x 36 cm de diámetro Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 113 CAT. 178. Columnas del mercado V-VIII, vuelta, 2000 Óleo sobre tela 200 x 36 cm de diámetro Colección F. C. Rodolfo Morales, A.C. Página 114 CAT. 179. La tejedora de sueños, Rosa María, 2000 Óleo sobre lino 100 x 75 cm Colección Rubén Drijanski Página 214 CAT. 180. Mujer con bandera, 2000 Óleo sobre lino 62 x 129 cm Colección particular Páginas 134 y 135 CAT. 181. Sin título, 2000 Óleo sobre pergamino 50 cm de diámetro Colección particular Página 19 CAT. 182. Sin título, 2000 Óleo sobre pergamino 50 cm de diámetro Colección particular Página 64 CAT. 183. Sin título, 2000 Óleo sobre pergamino 50 cm de diámetro Colección particular Página 65

CAT. 184. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 77 CAT. 185. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 100 x 80 cm Colección particular Página 107 CAT. 186. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 90 x 45 cm Colección particular Página 124 CAT. 187. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular, San Francisco California, E.U.A. Página 126 CAT. 188. Sin título, 2000 Óleo sobre pergamino 50 cm de diámetro Colección particular Página 210, arriba CAT. 189. Sin título, 2000 Óleo sobre pergamino 50 cm de diámetro Colección particular Página 210, abajo CAT. 190. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 80 x 100 cm Colección particular Página 211 CAT. 191. Sin título, 2000 Óleo sobre lino 80 x 35 cm Colección particular Página 247

Sin título, ca. 1998, óleo sobre lino, 101 x 122 cm, CATÁLOGO 148.

Libros de la Fundación Ingeniero Alejo Peralta y Díaz Ceballos, IBP www.fundacionalejoperalta.com e-mail:[email protected]

Elaboración de libros electrónicos www.letradenube.com e-mail: [email protected]

Octubre, 2013 México

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