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ï LA INESTABILIDAD DE LOS GÉNEROS EN EL CAMBIO DE SIGLO Y LA LECTURA. UNA POLÉMICA ENTRE EL NACIONAL Y EL MONITOR REPUBLICANO A PROPÓSITO DE LA RUMBA, DE ÁNGEL DE CAMPO Yliana Rodríguez-González El Colegio de México
Los géneros literarios son reveladores, en su presencia o su ausencia en un período específico de la historia, de “los rasgos constitutivos de la sociedad a la que pertenecen”1, pero también configuran la escritura y la lectura: cumplen con dos funciones compatibles entre sí –como explica Todorov–: “horizonte de expectativas” para los lectores y “modelo de escritura” para los autores. Su inestabilidad implicaría, entonces, el advenimiento de transformaciones fundamentales; esto es, alteración en algún aspecto del orden social y revolución en la idea de la literatura de una época. Los escritores del siglo XIX concebían la literatura de un modo ciertamente distinto al nuestro; en principio, se sentían, a un tiempo, hombres de letras y científicos –y en este momento no me refiero a su función política y de hombres de espada que desarrollaron ampliamente–; y, para ellos, la literatura era utilitaria, de modo que “toda elaboración articulada de un texto que [tendiera] a demostrar una o varias ideas” (Giron 236) era literatura. Esto no quiere decir que los géneros en este período estuvieran necesariamente desequilibrados o
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Todorov lo explica detalladamente: “…una sociedad elige y codifica los actos que corresponden más exactamente a su ideología” (38).
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indefinidos2, sino que algunos de ellos, como el ensayo político o el legal, por ejemplo –ahora no considerados textos propiamente literarios–, constituían ese repertorio en la época. ¿Se puede hablar, entonces, de inestabilidad genérica en el cambio de siglo o, se trata simplemente de una contaminación que no implica una crisis importante? Para ciertos críticos, el fenómeno de indefinición genérica era común en el siglo XIX. María del Carmen Millán dice, por ejemplo: El cuento no acaba de independizarse de la novela sino hasta los últimos años del siglo XIX, con los escritores llamados realistas… No existe un criterio para establecer los límites de este género narrativo. Se confunden el cuento largo y la novela corta; y lo mismo sucede con la técnica: un cuento amplifycado es una novela; una novela comprimida es un cuento; y cuento es también cualquier relato o las impresiones o reflexiones personales acerca de un hecho cualquiera. (ix)
Para ensayar una respuesta a mi primera pregunta aludiré a la única “novela” –y entrecomillo este mote–, publicada por Ángel de Campo, Micrós3: me refiero a La Rumba. En un trabajo anterior, discutía el hecho de que los lectores actuales de Ángel de Campo habíamos juzgado de manera injusta su única novela por considerarla, desde nuestros ojos, una obra imperfecta e inacabada. De Campo –decía yo entonces– parece estar muy consciente de lo efímero del texto literario en la prensa y de que no todo lo publicado en ella estaba destinado a la posteridad. Para empezar, calificó su texto de fragmentos, no de novela; todavía más, la primera vez que se pudo leer el capítulo inicial de La Rumba fue en 1890, el mismo año de su publicación en El Nacional, pero en su libro Ocios y Apuntes, en donde declaraba, en nota a pie, que con ese mismo
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Sigo a T. Todorov para la definición de género: “un género, literario o no, es otra cosa que [la] codificación e propiedades discursivas” (36). 3 Este seudónimo lo utilizó para publicar lo que escribió para El Nacional.
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título publicaría “próximamente un Ensayo de Novela” (Campo 211), y encabezaba su texto con una dedicatoria significativa para cualquier lector de la época (dedicatoria que, por cierto, desapareció en su paso al periódico y, desde luego, al libro): “A mi querido maestro el Sr. licenciado Ignacio M. Altamirano” (Campo, Ocios y Apuntes, 211). Si la intención de Micrós estaba relacionada con el medio en el que sus textos aparecieron, entonces el objetivo se pierde cuando el medio desaparece. De acuerdo con Federico Gamboa, y esto se ha citado repetidas veces, La Rumba “alcanzó a dar tales toques de verismo que (…) miles de lectores creyeron que el ‘jurado’ que en ella descríbese (…) había sido real y no imaginado” (25). Este fenómeno, fundamental en la recepción del texto microsiano, se conecta con el hecho de que la novela fue leída en una publicación periódica donde convivía con la “Gacetilla”, y esto implica una vinculación con la naturaleza del medio, con las características específicas de sus discursos y con el tipo de lectores que reclamaba (es decir, el “horizonte de expectativas” y el “modelo de escritura” de que hablaba al principio). Hay que anotar que en el relato, en algún momento, se reproducen los recursos gráficos y tipográficos de la nota roja: se ofrece un croquis del lugar del crimen, se copia la nota completa del reporter, en la que viene inserto, y este recurso se repite durante el juicio (Campo, Ocios y apuntes y La Rumba, 275-278); lo cual sólo se hace evidente si uno acude al periódico para leer el texto. Hasta aquí, palabras más o menos, lo que apunté en aquel trabajo (cf. Rodríguez González, “Ángel de Campo”). Pues bien, a partir de esta idea, decidí ir al periódico, en principio, a documentar lo escrito por Gamboa, pero, sobre todo, a experimentar la lectura desde la fuente original. Lo que descubrí fue fascinante. El domingo 30 de noviembre de 1890, Ángel de Campo publicó las entregas números diez y once de su relato La Rumba, y acompañó el texto, como he dicho ya, de una “Gacetilla” similar a las aparecidas con regularidad en El Nacional. Vale la pena explicar de qué estoy hablando. Los periódicos de la época usualmente ofrecían, en la tercera plana, un apartado llamado “Gacetilla”, en que se inventariaban los
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sucesos de nota roja en forma de pequeños textos encabezados por un título llamativo, generalmente en negritas. Cuando el caso lo ameritaba, la “Gacetilla” adoptaba un aspecto peculiar: se insertaba en una de las cuatro columnas de la primera o la segunda planas; sus encabezados y subtítulos gozaban de una variedad tipográfica atractiva –a los que seguían textos breves que desarrollaban la idea anunciada–, y contaba, además, con ilustraciones, que generalmente consistían en retratos del criminal o de la víctima; o bien planos del sitio del crimen o del lugar de la desgracia. Este modelo de “Gacetilla” fue el que Ángel de Campo incluyó en el capítulo once de su texto para narrar el crimen del Callejón de las Mariposas. El hecho podría pasar como una simple anécdota, probablemente ni siquiera divertida, si no fuera porque el martes 2 de diciembre de 1890, El Nacional publicó una nota titulada “Un crimen misterioso. El Monitor Republicano”. Aquí, el autor de la nota relata que en el último número del domingo del Monitor Republicano –uno de los periódicos de mayor circulación en ese momento y gran competidor de El Nacional–, un colega reprodujo en un suelto, como nota de “Gacetilla”, es decir como hecho cierto, la historia del asesinato ficticio relatado por Ángel de Campo en La Rumba. Pero eso no es todo. Después de ofrecer íntegro el párrafo del reporter4, el autor de la nota en El Nacional nos cuenta que el equívoco alcanzó a los reporters de su propio periódico, quienes se afanaron por documentar el hecho en inspecciones de policía, hospitales, cárceles y que incluso llegaron a tomar “un plano de la ciudad de México para buscar la calle de ‘Las Mariposas’, pero por más que leían y releían los nombres, no pudieron encontrar calle alguna que tuviera nombre de insecto alado más que ‘Las Moscas’” (“Un crimen misterioso” 2). Llegó a tal punto su 4
Me parece pertinente aclarar la importancia del uso del término reporter en este trabajo. Esta figura, que aparece de la mano del nuevo periodismo en México, y, por tanto, de la aparición de El Imparcial, era, a decir de su dueño, Rafael Reyes-Spíndola: “el cazador que recoge y lanza la noticia aún fresca, cuando todavía el suceso es palpitante. Ya no se le pide un estilo de maestro, sino buenos pies, un ojo avisado e investigador” (El Imparcial, 6 de marzo de 1896, apud. Castillo 33). Para la figura del reporter en la prensa del siglo XIX, puede consultarse mi trabajo: “Los reporters: una plaga”.
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desesperación por no obtener mayores datos del crimen, que se animaron a preguntar casa por casa para encontrar a alguien que les diera algún dato del asunto. Su estado de abatimiento era tan evidente, que llamó la atención de Ángel de Campo a su llegada a las oficinas de El Nacional. Curioso, preguntó por la razón que los tenía en ese estado de ánimo y, luego que le contaron el hecho y le hicieron leer el suelto del Monitor, “su rostro reveló una hilaridad inusitada y se puso a reír y más reír estrepitosamente” (“Un crimen misterioso” 2). Ante la sorpresa que su reacción causó en los reporters, Micrós prefirió ofrecer la posibilidad de conseguir datos exactísimos del caso “y aun el plano del lugar donde se verificó el accidente” (“Un crimen misterioso” 2). Al día siguiente, llegó con un ejemplar de El Nacional del domingo último –que, dice nuestro editorialista, “con el desdén acostumbrado entre periodistas no habían leído” (“Un crimen misterioso” 2)– donde los reporters encontraron publicado el caso y el misterio se aclaró. La nota concluye: …pero tanto este reporter como el crimen referido por El Monitor extractándolo de ese nuestro reportazgo, sólo había existido en la poderosa imaginación de Micrós, pues estaba incrustado formando parte de la novela de costumbres que nuestro compañero ha estado publicando con el título de La Rumba… Nuestro distinguido colega El Monitor Republicano había dado como suya y como cierta la noticia contenida en un reportazgo de novela publicado en El Nacional. (“Un crimen misterioso” 2)5
El dato que entrega la redacción de El Nacional con respecto al texto de Micrós no es para ignorar: lo define primero como “novela de costumbres”, 5
Antes señala: “(…) pero tanto este reporter como el crimen referido por El Monitor extractándolo de ese nuestro reportazgo, sólo había existido en la poderosa imaginación de Micrós, pues estaba incrustado formando parte de la novela de costumbres que nuestro compañero ha estado publicando con el título de La Rumba” (“Un crimen misterioso” 2). No es para ignorar el dato que entrega la redacción del Nacional con respecto al texto de Micrós: lo define como “novela de costumbres”, que, para los repertorios historiográfícos del siglo XX, había dejado de producirse por lo menos desde hacía diez años.
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género que, para los repertorios historiográfícos, representa la quintaesencia de la novela nacional. Si bien la novela de costumbres ya tenía un pasado signifycativo6, con Altamirano encontró sistematización y reflexión teórica. Ángel de Campo representa, en este horizonte, a uno de los últimos escritores decimonónicos en ponerla en práctica; y la confusión creada por su texto, la prueba de la caducidad del género en un medio que saludaba a la modernidad. El asunto entre El Nacional y El Monitor se convirtió, desde luego, en una breve polémica entre ambos diarios, donde el primero acusaba al segundo de aprovecharse de las noticias que a fuerza de afanes conseguían los reporters de El Nacional7, y el segundo aducía un error del cajista que tomó por concluido un extracto que pretendía darle amenidad a la “Gacetilla” del día, “siendo que le faltaba la conclusión final que decía: ‘Este es el extracto de un reportazgo imaginario que intercala Micrós en una novela que publica en El Nacional para edificación de los reporters’” (“Quid pro quo” 2). La polémica se alargó una entrega más, y se centró, como se ve, fundamentalmente en un asunto de ética periodística, pero lo que nos interesa sobremanera es el dato interpretativo que ahora ofrece El Monitor: “para edificación de los reporters”, afirma, y es que las entregas, a partir de este punto, abordarán sobre el asunto del nuevo periodismo, de la figura de los reporters y de la apabullante presencia de éstos y de la nota roja en los periódicos, en demérito de la literatura, antigua asidua a estos medios. Ahora bien, el capítulo 12 de La Rumba se inicia con la reproducción de una nota de “Gacetilla”: “Un joven herido por una mujer” es el encabezado. A esta nota le sigue un texto donde el narrador explica: “Tal párrafo fue el grito de alarma, no sólo para los vecinos de La Rumba y el callejón de Las Mariposas, sino para la sociedad entera. El periódico más leído de la capital levantó ese inmenso murmullo que acompaña a los escándalos, cuyo punto inicial es el 6
Esta frase resume la idea: “podría afirmarse que la narrativa en México nació costumbrista” (Calderón 317). 7 La polémica se alarga una entrega más: el jueves 4 de diciembre de 1890, inmediatamente después de la entrega número doce de La Rumba, aparece una nota titulada “El Monitor Republicano”. Ofrezco, en el Apéndice, al final de este trabajo, la transcripción completa de los textos de la polémica.
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crimen y, cómplice activa, la prensa” (Campo, Ocios y apuntes y La Rumba 280). Pues bien, ese extracto de “Gacetilla” fue tomado, esta vez, por Micrós, de El Monitor Republicano. El fenómeno de contaminación entre géneros al que asistimos en este caso se complica y es ilustrativo del anuncio de una crisis ineludible. Para este momento es evidente que la prensa amarilla ha derrotado a la literatura, por lo menos como la concebía Ángel de Campo. El movimiento complejo de idas y vueltas entre ficción y realidad, suscitado por la nota roja incluida en la novela, lo ilustra: de texto de ficción pasa a nota de “Gacetilla”, es decir, a crónica policíaca; y de nota de “Gacetilla” vuelve al texto de ficción, lo que implica que Micrós aprovecha la confusión para fundamentar su tesis. Si es verdad, como afirma el Monitor, que la novela se proponía dar una lección a los reporters, entonces lo sucedido le otorga la razón a De Campo: el caso prueba que 1) los reporters no lo leían más (es decir, los colegas con los que ahora compartía el oficio lo ignoraban), y 2) si lo hacían, su ineptitud como lectores les impedía distinguir entre un hecho real y otro ficticio; y este fenómeno era fácilmente trasladable a la figura de los lectores de la nueva prensa. Los reporters habían prostituido la literatura al tomar de ella los recursos que les eran útiles y efectistas para vender sus historias, y, en consecuencia, los habían vaciado de sentido. Los lectores de este joven diarismo, por lo tanto, dejaron de distinguir entre realidad y ficción en la prensa (además de que la realidad había adquirido un peso insospechado); pero, lo más importante, no distinguían entre literatura y reportaje: su “horizonte de expectativas” varió radicalmente debido a la inestabilidad de los géneros literarios en ese período. El verismo, que subraya Gamboa como cualidad en la obra de Micrós, es, para los nuevos literatos, los modernistas −a los que también se enfrenta De Campo y que lo llevan al mutismo−, una falla imperdonable. Basta leer lo que Ciro B. Ceballos apunta con respecto a la obra toda de Micrós: “Creyérase que los diálogos fueron desglosados del expediente de un proceso policiaco”, además de aconsejarle de manera ferviente que se emancipe de la dictadura de Altamirano (169). Los géneros periodísticos, por su naturaleza de inmediatez, tienden a ser efímeros. Podemos encontrar, todavía hoy, en las páginas de estos diarios, una
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buena cantidad de crónicas y folletines abandonados, por no hablar de los géneros que todavía no han merecido rescate. Ángel de Campo era consciente de esta peculiar forma de lectura: inmediata y accesible, pero también desechable y trunca. Trata el fenómeno en un artículo publicado en El Nacional, en 1891, que dedica a la obra de Facundo, y en él dice: “ya se sabe cuál es el destino de lo que se inserta en un diario. Entra, es verdad, a todas partes (…) y termina su existencia ya bajo una capa de polvo en lo alto del librero, ya desgarrado en el cajón de la basura, forrando libros o sirviendo de moldes” (Campo, “Los últimos libros de Facundo” 2). Estos géneros nuevos, o renovados en muchos casos, sufrían, además, de indefiniciones que no sólo les venían del propio medio, sino de la ideología que los animaba. Así, la inasibilidad de la crónica literaria sigue siendo, todavía hoy, asunto de discusión. Si estamos de acuerdo en que la crónica es “el arte de recrear literariamente la actualidad” (Monsiváis 39), como dicen algunos críticos, no nos será complicado entender dónde radicaba la confusión de los lectores, entre crónica y reportaje, por ejemplo, y, más tarde, su preferencia por este último, dado que los reporters eran, como explica Monsiváis, “más amigos del sensacionalismo que de la sintaxis” (39), esto es, facilismo literario. Algo similar sucedió, en el caso que tratamos, entre las novelas por entregas o folletines, las crónicas, los relatos, los ensayos y los reportajes. Sabemos que la denominación de novelas por entregas se relaciona con el modo de publicación (es decir, una novela que se ofrecía por capítulos a los suscriptores de un diario), pero también con un tema y una técnica narrativos que los lectores debieron reconocer en la época. Sutiles diferencias hay entre ambos conceptos, por lo que esto último tuvo que ser suficiente para su identificación, pues, en nuestro caso, carecemos de la posibilidad de leerlas en su contexto: estos relatos llegaron a nosotros “en forma de volumen, con lo cual podemos distinguir claramente un contenido pero no una forma de publicar” (Aparici y Gimeno xi). A esto me refería cuando aludía a la injusticia crítica que hemos cometido con Micrós. No pretendo llegar a ubicar a La Rumba en un género –es decir, fragmentos, ensayo de novela, novela de costumbres, relato, nota roja, etc.–, si-
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no testimoniar una contaminación textual que hasta ahora nadie había señalado y que me parece es útil para documentar la inestabilidad de los géneros literarios en el período y su transformación, así como la concepción de literatura que De Campo profesaba; pero también para explorar, desde la documentación de un caso, la lectura de estos textos en el momento de su publicación. El traje, es decir, el periódico o el libro, puede cambiar nuestra percepción del objeto literario. De Campo era consciente de este hecho y lo explica en este artículo dedicado a Facundo que he citado antes. A propósito del tema, opina: “Si lo publicado es una novela, el desenlace es más triste. Se conocerá un capítulo, pero la novela no, lo cual equivale a calificar a un sujeto por la forma de sus narices únicamente”, y remata: todo nuevo volumen es “un amigo querido al que vemos casi todos los días, pero se nos presenta con otro traje, notamos en su fisonomía rasgos que se nos habían escapado y lo tratamos como a otra persona. ¡Así influye el aspecto!” (Campo, “Los últimos libros de Facundo” 2). Lo mismo, me parece, se puede aplicar sin dificultad a su relato: en el periódico, con aspecto de nota roja, se tomó por “Gacetilla”; en el libro, por novela incompleta e imperfecta; se editó como fragmento en Ocios y Apuntes, donde se anunció como ensayo de novela y se codificó como nacionalista y costumbrista. Micrós, al insertar en a su texto la “Gacetilla” tomada del Monitor, nos confirmó lo que adivinábamos: que el verismo en ese momento, por fin conseguido en su obra tras tantos ensayos, paradójicamente había devorado a la literatura que él reconocía como tal. La serpiente se mordía la cola, y la imagen no puede ser mejor: el arquetipo del conocimiento, del círculo de la vida y del renacimiento, está devorándose y creándose a sí mismo, de modo constante, en un círculo que no tiene fin.
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Apéndice “Un crimen misterioso. El Monitor Republicano” Este nuestro apreciable colega perdió su habitual seriedad en el número del domingo último y quiso estar de guasa, pero a la verdad con bastante chispa, porque la ocurrencia nos ha hecho reír a mandíbula batiente. Antes de hacer aclaraciones, vamos a reproducir íntegro el párrafo guasón del colega, que tanta hilaridad nos ha causado, para solaz de nuestros lectores: “Un joven herido por una mujer: –En el callejón de las Mariposas acaba de cometerse recientemente un crimen, o de suceder una desgracia. Una hermosa chica que según se dice, responde al nombre de Remedios, tenía relaciones con un joven, que se había enamorado perdidamente de ella. Parece que dicho joven llegó a saber o a sospechar que Remedios le era infiel, y le pidió cuenta de su conducta. Las palabras entre los amantes comenzaron a subir de tono, y llegó un momento en que el joven, más que como verdadera amenaza, a titulo de broma, según una de las declaraciones que hasta ahora ha recogido la autoridad, sacó un revólver y le dijo a Remedios que iba a matarla. Esta se lanzó sobre su adversario para arrebatarle el arma, y en medio de la lucha que se entabló, se disparó la pistola, cuyo proyectil hirió al mancebo. Cuando la policía llegó al lugar del suceso, el herido no podía articular palabra, y fue trasladado a la Inspección de Policía correspondiente, lo mismo que Remedios. Se ha practicado la aprehensión de un individuo por sospechas de complicidad en el hecho que acabamos de narrar”. El anterior suelto causó gran sensación, y cuando los reporters, no sólo de El Nacional sino de otros periódicos, leyeron el párrafo del domingo a primera hora, trajeron sus lápices y con carnet en mano, iban y venían de una a otra Inspección, a los hospitales, a las cárceles, en pos de detalles del misterioso crimen que refería uno de los periódicos más verídicos del país; iban y venían hablando con los jefes de policía, con el señor Inspector General, con el señor
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Secretario de Gobierno, pero… nada; oficialmente no se sabía una palabra de la muerte del mancebo, llevada a cabo por una joven tan hermosa, como la pintaba El Monitor y que respondía al nombre de Remedios. Nuestros reporters no descansaban, viendo que oficialmente nada podían conseguir, pusieron en juego otros medios que nunca faltan a su reporteril imaginación, tomaron un plano de la ciudad de México para buscar la calle de “Las Mariposas”, pero por más que leían y releían los nombres, no pudieron encontrar calle alguna que tuviera nombre de insecto alado más que “Las Moscas”, a cuya calle se fueron preguntando casa por casa; pero… ¡nada!... ¡misterio!... como diría Manuelito Caballero. Reuniéronse nuestros reporters en junta extraordinaria para deliberar, y hubo varias posiciones: –No –decía uno– lo dice El Monitor, tiene que ser cierto. –Iremos a los sitios de coches –decía otro– para ver si los cocheros conocen la calle de “Las Mariposas”. –Puede ser –agregaba aquél– que El Monitor haya querido hacer el asunto más misterioso y le llame callejón de “Las Mariposas” al de López. En fin, se practicó cuanto en idea reporteril fue indicado por nuestros reporters, sin resultado alguno. No quedaba más remedio que declararse vencido e ir a suplicar al gacetillero de El Monitor tuviese a bien proporcionar detalles de tan misterioso suceso. Eran las seis de la tarde, nuestros reporters no habían tomado bocado y entraron a llenar las necesidades del aparato digestivo. Estaban tristes, meditabundos y silenciosos, cuando se presenta nuestro compañero Micrós y exclama: –Hola, señores reporters, ¿qué les pasa a ustedes que los veo cariacontecidos? –Friolera –exclama nuestro primer reporter– que se ha cometido un crimen trágico y no hemos podido conseguir noticia ni pormenores de él, más que los que nos suministra El Monitor Republicano en el siguiente suelto. Micrós tomó el periódico y comenzó a leer con seriedad; pero repentinamente su rostro reveló una hilaridad inusitada y se puso a reír y más reír estrepitosamente.
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–Señor Micrós –dice el primer reporter– no creo que el caso sea motivo de risa. –Mis queridos amigos –replicó Micrós sin dejar de reír– voy a tomar una copa con ustedes, ofreciéndoles que mañana cuando lleguen a la redacción de El Nacional tendrán datos exactísimos y aun el plano del lugar donde se verificó el accidente. Las caras tristes se pusieron alegres, chocáronse las copas y la gente de pluma apuró el contenido. Ayer por la mañana, al llegar nuestros reporters a la Redacción, Micrós les mostró un número de El Nacional de domingo último, que con el desdén acostumbrado entre periodistas no habían leído, donde encontraron ya publicado el reportazgo; con títulos negros, toda clase de detalles, el plano del lugar donde se cometió el crimen y firmado por un señor Lucas G. Rebolledo, Reporter de crímenes; pero tanto este reporter como el crimen referido por El Monitor extractándolo de ese nuestro reportazgo, sólo había existido en la poderosa imaginación de Micrós, pues estaba incrustado formando parte de la novela de costumbres que nuestro compañero ha estado publicando con el título de La Rumba. El misterio se aclaró. Nuestro distinguido colega El Monitor Republicano había dado como suya y como cierta la noticia contenida en un reportazgo de novela, publicado en El Nacional. Nuestros reporters abandonaron la lectura de nuestro periódico, que los había sacado de dudas, trinando contra el gacetillero del diario de Letrán por el gregorito que les dio; si bien visto el chasqueado ha sido El Monitor, que siguiendo una táctica últimamente adoptada por él, la de comprar uno de los primeros números puestos en venta de El Nacional y aprovecharse de las noticias que a fuerza de los afanes y trabajos de sus reporters contienen sus columnas diariamente, tomó gato por liebre, lo guisó a su manera y lo dio tranquilamente a sus lectores, como diciendo: ¿Eh? ¡Miren si estoy bien informado! Moraleja: Con las plumas de un pavo Un grafo se vistió pomposo y bravo (El Nacional martes 2 de diciembre de 1890: 2).
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“Quid pro quo” Llamónos la atención en El Nacional de antier que circuló el sábado en la tarde, un curioso reportazgo que apareció intercalado una novelita, que publica el colega, titulada “La Rumba” y debida a la pluma del joven Micrós. Para darle amenidad a nuestra gacetilla de antier, por tratarse de un número del domingo, extractamos dicho reportazgo poniéndole por título “Un joven herido por una mujer”. El extracto aún sin concluir, fue tomado por el cajista, pero dejando una de las cuartillas sobre la mesa, y así apareció como una noticia auténtica, siendo que le faltaba la conclusión final que decía: “Este es el extracto de un reportazgo imaginario que intercala Micrós en una novela que publica en El Nacional para edificación de los reporters” (El Monitor Republicano martes 2 de diciembre de 1890: 2). “El Nacional” En asunto de Estado convierte ese colega la omisión cometida en un párrafo de gacetilla que publicamos el domingo de la cual omisión explicamos la causa en nuestro número de ayer. Un largo artículo de tres cuartos de columna ocupa con ese motivo el referido cofrade, y dice sustancialmente lo que sigue: 1o Que dimos como nuestra y como cierta la noticia contenida en un reportazgo de novela, publicado en El Nacional. 2o Que compramos uno de los primeros números puestos en venta, del Nacional, y nos aprovechamos de las noticias que a fuerza de los trabajos y afanes de sus reporters, contienen sus columnas diariamente. Respecto del primer punto, ya queda contestado en nuestro número de ayer. En cuanto al segundo, El Nacional siempre ha copiado nuestra gacetilla… Y ponemos punto final a este asunto al que le hemos consagrado más líneas de las que realmente merecía (El Monitor Republicano, miércoles 3 de siembre de 1890: 2).
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“El Monitor Republicano” El colega de Letrán busca la manera de salir lo más airosamente posible de la difícil posición en que lo ha colocado el chasco que se llevó el domingo. Para ello, trata, en primer lugar, de disculparse como puede de haber dado como hecho cierto, el crimen imaginario de “La Rumba”; y en segundo, de devolvernos el cargo que le hicimos de aprovecharse de nuestras noticias sin mencionarnos al hacerlo. ¿Habrá logrado su objeto? Dice, respecto al primer punto, que se quedó sobre la mesa de su redacción el comentario explicatorio de su párrafo “Un crimen misterioso”. Muy posible es tal cosa. Preparaba un camelo a sus lectores, él, el formalote Monitor, escribiendo un párrafo tan serio como el aludido, para acabarlo, como un soneto de Manuel del Palacio, con una salida; se quedó ésta en la redacción y él fue el camelado. De estos descuidos se ven todos los días en el periodismo. ¡Qué vamos a hacer! Sobre el segundo punto añade que El Nacional le copia su gacetilla. Entendámonos, querido colega. Que El Nacional tome de cualquier periódico esas noticias que son patrimonio universal del periodismo, y que dan vuelta al mundo –y esto sierre dándoles forma nueva, con excepción de aquellas que pueden encerrar responsabilidad– está en lo cierto; ahora, si afirma que nuestras noticias del día sean copiadas, permítanos que le digamos que está sufriendo un error. Si no fuera así, que demuestre con pruebas su afirmación el colega. De todos modos, conste que se quedó en la mesa de redacción el comentario al párrafo Un crimen misterioso, y que por este lamentable descuido El Monitor del domingo dio como cierto un hecho imaginario, y esto en tales términos, que si el colega no lo dice nadie hubiera podido ni maliciar que era un párrafo incompleto el suyo al que aludimos. ¡Suceden a veces cosas, que ya…! (El Nacional jueves 4 de diciembre de 1890: 2).
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