1.3.4 Qué es leer? Origen y etimología. ...construir el ser mediante la palabra" Martín Heidegger

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1.3.4 ¿Qué es leer? “...construir el ser mediante la palabra" Martín Heidegger

Origen y etimología El sentido etimológico de leer tiene su origen en el verbo latino legere, y alcanza a ser muy revelador, pues connota las ideas de recoger, cosechar, adquirir un fruto. Leer es un acto por el cual se otorga significado a hechos, cosas y fenómenos y mediante el cual también se devela un mensaje cifrado, sea éste un mapa, un gráfico, un texto. De este modo viene a ser una respuesta a la inquietud por conocer la realidad, pero también al interés de conocernos a nosotros mismos, todo ello a propósito de enfrentarnos con los mensajes contenidos, en todo tipo de materiales. En el ámbito de la comunicación, la lectura viene a ser un acto de sintonía . entre un mensaje cifrado de signos y el mundo interior del hombre, es hacerse receptor de una emisión de símbolos que se hizo en tiempos y lugares casi imprevisibles, remotos o cercanos; pero a la vez es hacer que aflore algo muy personal, posibilitando que surja desde el fondo de nuestro ser la identidad que nos es congénita. En esta ocasión nos interesa estudiar la lectura como fenómeno del lenguaje, o sea el sentido que se alcanza en el desciframiento de los signos alfabéticos constitutivos de una lengua en un mensaje escrito, aspecto en el cual lo primero que advertimos es que ella es un proceso en donde se distinguen distintos niveles, los mismos que aparecen claramente definidos, por ejemplo, en la acción de enseñanza-aprendizaje. Así, en un primer nivel, caracterizado eminentemente por lo perceptivo, fisiológico y sensorial, la lectura de la palabra escrita no implica sino la correlación de una imagen sonora con su correspondiente imagen visual en la mente humana.

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En un segundo nivel, la lectura es el dominio en la decodificación de un mensaje depositado en un sistema de signos; consideración aún esquemática en la cual faltan elementos esenciales. En un tercer nivel, que constituye una aproximación bastante más cabal y que nos acerca a la esencia del problema, la lectura es un proceso por el cual tenemos acceso al conocimiento y la experiencia humana que nos es propia, porque surge del fondo de nosotros mismos, motivada por un conjunto de contenidos que se dan en todo tipo de lenguajes; particularmente, en el lenguaje escrito que se presenta en cualquier soporte, sea hojas sueltas, libros o cualquier otro medio impreso.

El proceso de decodificación Como acabamos de exponer, en un primer momento la lectura es un proceso de decodificación de un mensaje para los efectos de comunicación, conocimiento o goce estético, proceso que desentraña lo contenido en la escritura, trabado como un sistema de signos, que hace posible vencer muchas limitaciones, principalmente aquellas que establecen el tiempo y el espacio. Un analfabeto frente a un libro cualquiera, sin duda no comprenderá casi nada; pero una persona que sabe leer empezará a decodificar una serie de signos que enuncian contenidos, consistiendo entonces esta aptitud en desmontar e interpretar un mensaje contenido en un código de signos, el mismo que es percibido en función de las experiencias, intereses y expectativas de la persona que lee. Esta acción exige que haya una correspondencia entre el código de la escritura y el código que domina el lector, pues es fácil comprender que un texto en árabe normalmente será ininteligible para un estudiante peruano y lo mismo será un libro de geometría analítica para un recién alfabetizado que no conoce esa materia. Estos son ejemplos extremos, pero existen también diferencias en la captación de los niveles semánticos de las palabras y oraciones entre los mismos miembros de una comunidad, como, por ejemplo, entre los integrantes de un aula de clases en un centro educativo; hecho que reviste fundamental importancia en la enseñanza, cuando los textos e instrucciones escritas no se acomodan a los códigos lingüísticos o de inteligencia de los educandos.

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Los signos alfabéticos son soportes de la escritura que en realidad simbolizan el encuentro de los lenguajes, uno fónico y otro de trazos, razón por la cual la escritura, y, por lo tanto, su decodificación, o sea la lectura, dice Robert Escarpit, es la simbiosis de un lenguaje de trazos (piénsese que la escritura nació dibujando un halcón, una pantera o una figura geométrica) y de un lenguaje oral (se escribe lo que se habla y se lee como quien escucha) (1). El trazo que hace en el suelo un ave con el ala es un lenguaje si es que significa, por ejemplo, demarcación de territorio, y esto pudo ser el inicio de la escritura en cuanto lenguaje de trazos, siendo a la vez la plasmaclón del lenguaje fónico. Concluimos así, que la escritura en el idioma castellano es un sistema de trazos representativos de los elementos constitutivos de los fonemas propios de esta lengua.

La lectura a través del tiempo Hay distintas etapas en la conceptualización de lo que es la lectura, que van desde un nivel simple, mecánico y literal, hasta un nivel complejo, avanzado y creativo, proceso que es histórico y responde también a una secuencia en la evolución de un dominio o graduación, que se nota claramente en el proceso de enseñanzaaprendizaje. En una primera instancia, se concibe la lectura como un acto de percepción: ver, oír, al pronunciar, los símbolos escritos; manera de comprender el fenómeno que estuvo vigente hasta el siglo XVII; aunque ella no se descarta totalmente, desde que corresponde a los primeros actos de lectura que realiza el niño o adulto en proceso de alfabetización. Tal vez es difícil imaginar ahora cómo la lectura silenciosa haya requerido muchos siglos para concretarse, pues sonreímos cuando el biógrafo de San Ambrosio refiere que éste a su vejez se vio obligado a renunciar a la lectura por su enfermedad de la garganta, no pudiendo disociarse al acto de percepción y ejecución de la imagen visual y sonora, motivo por el cual la lectura era realizada fundamentalmente como un acto sonoro y, probablemente, colectivo. Jorge Luis Borges señala que la afonía ambrosiana, o el singular espectáculo de un hombre en una habitación leyendo un libro, sin pronunciar verbalmente la palabra,

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iniciaba el extraño arte de leer silenciosamente, que pasaba directamente del signo de la escritura a la intuición, omitiendo el signo sonoro. “Ese arte conduciría a consecuencias maravillosas: conduciría, cumplidos muchos años, al concepto del libro como fin, no como instrumento de un fin” (2). Leer, con el tiempo, deviene en un ejercicio solitario y silencioso, en tanto que el manuscrito medieval era una partitura musical destinada a ser “ejecutada”, esto es, leída en alta voz. Este hecho aparentemente mecánico revolucionó una visión del mundo y hasta una posición del hombre frente a la realidad, acontecimiento que Marshall Me Luhan definió con una frase lapidaria al decir que con la imprenta el hombre se enclaustró en sus ojos (3). Posteriormente, leer era interpretar el pensamiento contenido en un texto escrito; era traducir con exactitud y precisión el pensamiento del autor, en donde el lector era una especie de caja de resonancia, sujeto sensible a una actitud sinfónica, en la expresión de Ortega y Gasset (4), por lo cual leer era dar con el sentido de lo escrito. En este nivel es que debe considerarse el tipo de lectura ahora más generalizado: diarios, revistas y folletines en serie, que tienen un consumo muy amplio y que son leídos casi literalmente, sin un mayor aparato crítico. El acto de agrupar los signos escritos y decodificarlos no es un acto mecánico, como si apretáramos botones, apareciesen las palabras y obtuviéramos los registros, es decir, reconociéramos los significados. El camino que va desde el ojo hasta el cerebro es mucho más complejo, pues, implica una elaboración, dado que el cerebro no sólo registra sino que interpreta el sentido de las impresiones o imágenes captadas, de acuerdo a lo que cada persona es en particular. Consecuencia de lo anterior fueron ciertas ¡deas apriorísticas y absolutas en cuanto al método de enseñanza de la lectura y escritura, ahora felizmente superadas, que entendían como si fuera noción única partir, en la enseñanza, desde las letras, pasando por las sílabas y luego llegando a las palabras: visión que se complementa ahora con la concepción opuesta que reconoce que también es importante el proceso sintético que comienza en la oración o la frase, para luego descubrir la palabra, la

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sílaba y finalmente la letra. En otro nivel, se entiende la lectura ya no únicamente como decodificación de un mensaje y sentido implícitos en los libros, sino como asimilación, aplicación y diálogo con el autor, hablándose incluso de utilización personal de los contenidos de la lectura y, en literatura, hasta de un lector-creador. Esta conceptualización se ve reflejada, por ejemplo, en la forma cómo se escriben las novelas contemporáneas, que dan al lector una participación activa en la creación de la obra, por lo que ya no existen explicaciones que lleven de la mano al lector de un lugar a otro, como acontecía por ejemplo en las novelas del siglo XIX; ya no hay acotaciones del cambio de interlocutor, presentándose unidas ideas y situaciones en una especie de maraña o penumbra, con lo cual el lector contemporáneo asume una función de cocreador. Al respecto, Jean Paul Sartre sostiene que la obra artística en literatura existe tanto por el autor como por el lector y que sólo cobra existencia cuando este último la recrea (5). De allí que no sea posible entre uno y otro lector un mismo tipo de lectura. La lectura es una forma de comunicación, distinta y compleja; muy diversa en las actitudes de su uso, en la interpretación de sus contenidos o en los propósitos de su gestación. Con respecto al libro, ésta es una interrogación al texto y una manipulación del mismo, de acuerdo a lo que nosotros queremos descubrir. Ella es, en el fondo, un pretexto para reconciliarnos con nosotros mismos. De otro lado, y a decir de Paul Valery, el libro es tal vez la más perfecta máquina de comunicación que se ha inventado jamás en el correr de la historia humana (6), porque nos comunica con lo lejano y distante pero también con lo íntimo y profundo. Además con él, y con un mínimo de habilidad, podemos descorrer el velo de cualquier asunto sobre el que nos interese tomar conocimiento y, a la vez, tener una experiencia que no por darse en el sosiego de una sala, o en el banco de un parque deja de ser una admirable, fascinante y, con frecuencia, riesgosa aventura.

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