17 de agosto Muerte del general don José de San Martín

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17 de agosto Muerte del general don José de San Martín

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INDICE OTRAS OBRAS RELATIVAS A SAN MART IN QUE SE ENCUENTRAN EN EL CEDOC

. EL PAPEL DE LOS PRÓCERES Gonzalo de Amézola. Esquizohistoria, La Historia que se enseña en la escuela, la que preocupa a los historiadores y una renovación posi ble de la historia escolar. EL FESTEJO DE LAS FECHAS PATRIAS Mario Carretero, Documentos de identi dad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global. PRESENTANDO A SAN MART ÍN Beatriz Goris, Hi storia y Actos Patrios. Propuestas para los más pequeños. LA PERSONALIDAD DEL JOVEN SOLDADO Laura Marcel a Méndez, Las efemérides en el aula. Aportes teóricos y propuestas didácticas innov adoras. SAN MARTIN EN BUENOS AIRES Carles de Gispert, director del equipo edi torial del Grupo Océano, Historia de l a Argentina, España, 2012, p. 522-524 EL CUENTO DE YATASTO Daniel Balmaceda, Hi storias de corceles y de acero de 1810 a 1824. LA CAMPAÑA EN CHILE DOCUMENTOS ► Orden general del 27 de julio de 1819 ► Proclama de San Martín a los habi tantes del Río de la Plata del 22 de julio de 1820 Teresa Eggers-Brass, Historia argentina. Una mi rada crítica 1806-2006. SAN MARTÍN RUMBO A PERÚ José Luis Romero, Breve historia de la Argentina. LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL Tomás Gui do, Epístolas y discursos, Buenos Ai res, Estrada, 1944, en Marcela Ternavasio, Historia de la Argentina 1806-1852.

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LA EMANCIPACION CONT INENTAL Javier Garín, Próceres argentinos por la patria grande. GRAND BOURG Ricardo Levene y Ricardo Lev ene (h.), Historia argentina y ameri cana.

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EL PAPEL DE LOS PRÓCERES “Todos nuestros pedagogos creen a pie juntillas que los hombres de otras épocas dejaron gloriosos ejemplos que emula, que la recordación de su buena conducta es el medio más poderoso para la reforma de las costumbres, que como ciudadanos debemos nutrirnos de la sangre más noble de todos los tiempos. (…) En nuestros días (a esta historia) la recomiendan con igual entusiasmo los profesionales del patriotismo y de las buenas costumbres en el primero, en el segundo y el en tercer mundo. Es la historia `preferida de los gobiernos.” Luis González y González “ (…) si se enseña una historia sólo de procesos, se corre el riesgo de que no se cumpla su función de formar ciudadanos. Los héroes sirven para entender la relación entre presente y pasado. Hay que sacarlos del bronce y restituirles su faceta humana, entender los problemas que enfrentaron y las respuestas que dieron.” Luis Alberto Romero “Si la escuela no ayuda a que los chicos construyan héroes positivos, figuras que les permitan identificarse con valores sociales, democráticos, colectivos, solidarios, otros medios van a hacerlo” Adriana Puiggrós

“El contexto cultural, así como las propias prácticas escolares dan cuenta del vacío de sentido de mitos y ritos de tradición secular. Sostener hoy la presencia de los héroes implicaría avalar esta situación. (…) Nos preguntamos por qué no buscar modelos entre los maestros, los profesores, los familiares, los políticos (…) Creemos, además, que la historia escolar reducida a modelos individuales corre el riesgo de caer en una enseñanza empobrecida, debido a que su propósito fundamental es contribuir a la comprensión y a la acción a través del análisis crítico de la realidad social así como a la

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construcción de nuevos consensos, especialmente en términos de fortalecimiento del espacio público.” Silvia Finocchio A pesar de los esfuerzos por desplazarla, la necesidad de una historia patriótica se mantiene por la inercia de las tradiciones escolares y por su vigencia en el sentido común de la sociedad. La prensa dio cuenta recientemente de una investigación dirigida por I. Dussel en la que se encuestó a profesores y alumnos de establecimientos secundarios de todo el país sobre una variedad de problemas. Cuando se preguntó a los estudiantes qué contenidos consideraban prioritarios y requerían un mayor espacio en la escuela, el porcentaje más alto (11.3%) pidió que les enseñara más historia nacional. Pero lo más llamativ o fue la coincidencia y el alto porcentaje de profesores (35.2%) y de alumnos (33.5%) que señalaron la necesidad de fortalecer el respeto por los símbolos patrios. La crítica a la “historia de bronce” fue una bandera de quienes buscaban “desmilitarizar” la educación y la cultura. Pero muchas veces este propósito sólo sirvió para desembocar en una lista de nuevos prohombres o en la ridiculización de los próceres tradicionales. En la actualidad, la vigencia de las explicaciones del pasado por las acciones individuales está garantizada por lo que se dio en llamar la “nuev a divulgación”, cuyo éxito en la lista de best sellers y en el rating de los programas de televisión muestra que la historia heroica goza de buena salud. Por otra parte, una nueva narración que la reemplace con parecida eficacia en la escuela es una deuda pendiente. Tal vez esta ausencia fue un elemento más en la configuración del cinismo y la apatía política que caracteriza a toda una generación y descorazona a la mayoría de los adultos dedicados a educarla.

No hay duda acerca de que hoy la historia es algo distinto a venerar a los próceres pero sería conveniente que tratáramos su presencia en las aulas con mayor moderación. Más que discutir si “héroes sí”, “héroes no” sería más operativa una redefinición del patriotismo que nos alejara de las connotaciones autoritarias y xenófobas. Un sentimiento que nos haga reflexionar y que no justifique el abuso

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sobre los más débiles. Hace unos años, G. Obiols resumía esta necesidad de la siguiente forma: “Seguramente, a fines del siglo pasado (se refiere al siglo XIX), la construcción de la nacionalidad y la oleada inmigratoria justificaban los actos patrióticos y el culto de los héroes. Hoy correspondería una formación que desarrolle un patriotismo de tipo reflexivo y crítico y no fanático o dogmático. Algo más parecido a comprender y apreciar una historia común, con sus más y sus menos, que alimentar un mito de guerreros invencibles. Deberíamos cultivar un patriotismo compatible con valores como “tolerancia”, “no violencia”, “libre determinación de los pueblos”. Gonzalo de Amézo la. Esquizohistoria. La Historia que se enseña en la escuela, la que preocupa a los historiadores y una renovación posible de la historia escolar, libros del Zorzal, Buenos Aires, p. 9699.

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EL FESTEJO DE LAS FECHAS PATRIAS En la Argentina, el festejo de las fechas patrias fue originalmente militar: se trataba de desfiles que culminaban en un Te Deum en la catedral de la ciudad de Buenos Aires. Más tarde se v incularon con la infancia y la escuela, en donde se quedaron –mucho más de lo que dura un día, a pesar de lo que indica su etimología- empapando de historia la experiencia de los niños en la escuela y dándole un color definitivamente escolar e infantil a la historia, matizada de celeste y blanco. Bertoni (2001) señala que los festejos patrios en formato escolar surgieron, al parecer, de una “feliz inspiración” del joven director de escuela Pablo Pizzurno en el año 1887, en ocasión de celebrarse un aniversario de la Revolución de Mayo. Según aclaró el diario La Prensa en la época, Pizzurno: (…) cumplió el día 24 con ese deber cívico de patriotismo. Reunió a los niños de la escuela y les explicó el acontecimiento glorioso que la patria celebraba (…). Enseguida los condujo al patio, en donde había enarbolado una bandera nacional, ante la cual los niños declamaron versos patrióticos (…) luego todos cantaron el himno nacional (…).La fiesta fue verdaderamente hermosa (…). El señor Pizzurno es digno de un elogio especial por la feliz inspiración que tuvo (La Prensa, 25 de mayo de 1887, cit. en Bertoni, 2001, p. 79).

Hasta ese momento, las celebraciones no habían sido una actividad regular del periodo lectivo, como tampo co el izamiento de la bandera, que luego se transformaría –hasta la actualidad- en un ritual cotidiano. El trabajo de Bertoni da cuenta del desplazamiento de los escenarios y del tono de estos festejos, que, tradicionalmente de carácter popular, pasaron a formar parte de una nueva tradición patria en el seno de un proyecto pedagógico que replicaba el modelo europeo y revelaba una clara intervención de lo estatal en la invención histórica y monu mental de la nación. En ese proceso de apropiación oficial de las celebraciones de cariz aldeano y popular que cambió el foco de la plaza pública al Estado, hubo dos instituciones mediadoras centrales: el ejército y, como

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vimos, la escuela. El primero, en correspondencia con la imagen lograda tras “conquistar el desierto” –esto es, exterminar a los habitantes originarios de las tierras ubicadas en el sur de Buenos Aires y en la Patagonia- y afirmar el Estado nacional en torno de la ciudad de Buenos Aires (Bertoni, 2001), fue primordial, y los grandes desfiles y las marchas centralizaron la atención.

La escuela se sumó a la gesta dos meses después de la iniciativa de Pizzurno. La alianza entre ella, el Estado y el ejército se consolidó entonces al cristalizarse el sentimiento nacional en la imagen militarizada de la infancia, donde los alumnos –uniformados y armados como soldados junto a los cuerpos del ejército- estaban organizados en los elogiados “batallones escolares”, que tenían la virtud de generar entusiasmo popular y adhesión patriótica en la sociedad, a la v ez que posibilitaban la formación patriótica de los niños” (Ibíd., p. 86). Mario Carretero, Documentos de identidad. La construcción de la memoria histórica en un mundo global, Paidós, Buenos Aires, 2007, p. 215-217

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PRESENTANDO A SAN MARTIN “Esa noche fui presentado al general San Martín por míster Ricardo Price y me impresionó mucho el aspecto de este Aníbal de los Andes. Es de elevada estatura y bien formado: su semblante es mu y expresivo, color aceitunado oscuro, cabellos negro y grandes patillas sin bigote, sus ojos grandes y negros tienen un fuego y animación que harían notable en cualesquiera circunstancia. Es muy caballeresco en su porte, y cuando le ví conversaba con la mayor soltura y afabilidad con los que le rodeaban, me recibió con mucha cordialidad” (Haigh en Busaniche, 1971, 263-264). “…tuve la ocasión de ver a San Martín conversar largamente con él, una vez casi todo el día. San Martín es hombre de estatura mediana, no muy fuerte, especialmente la parte inferior del cuerpo, que es más bien débil que robusta. El color del cutis algo moreno con facciones acentuadas y bien formadas. El óvalo de la cara alargado, los ojos grandes, de color castaño, fuertes y penetrantes como nunca he visto. Su peinado, como su manera de ser en general, se caracterizan por la sencillez, y es de apariencia muy militar. Habla mucho y muy ligero sin dificultad o aspereza, pero se nota cierta falta de cultura y de conocimiento de fondo. Tiene el don innato para realizar planes y combinaciones complicados. Es bastante circunspecto, tal vez desconfiado, prueba de que no conoce bien a sus compatriotas. Con los soldados sabe observar una conducta franca, sencilla y de camaradería. Con personas de educación superior a la que él posee observa una actitud reservada y evita comprometerse. Es impaciente y rápido en sus resoluciones. Algo difícil de fiarse en sus promesas, las que muchas veces hace sin intención de cumplir. No aprecia las delicias de una buena mesa y otras comodidades de la vida, pero, por otro lado, le gusta una copa de buen vino” (Graaner en Busaniche, 1971, 265). Beatriz Goris, Historia y Actos Patrios. Propuestas para los más pequeños, Trayectos, 2008, Buenos Aires, p. 43-44

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LA PERSONALIDAD DEL JOVEN SOLDADO Su formación militar, alejada de la vida familiar, tornó a los cuarteles y la v ida castrense en su ámb ito natural. Casado y padre de una niña, casi no convivió con la familia; aunque la iconografía tradicional lo presenta como amante esposo de Remedios de Escalada y padre afectuoso, que se desvive por el cuidado de su hija, en realidad, apenas si convivió con su cónyuge poco tiempo en Mendoza y – prácticamente- conoció a su hija a los seis años (cuando ya v iudo, se fue con ella a Europa). La niña vivió pupila en escuelas de señoritas casi hasta su casamiento con Balcarce. El hecho de que su familia no tuviera títulos de nobleza ni bienes obligó al joven oficial a buscar otros ca minos para ascender en su carrera militar. Éstos los llevaron a su vinculación con la masonería, organización que lo introdujo en las ideas del pensamiento liberal. Su educación, bajo las rígidas reglas castrenses, lo habituó al respeto de las normas y del orden jerárquico. Por eso siempre bregó por un régimen monárquico para nuestra tierra, aunque –imbuido del ideario liberal que adquirió en los contactos con el pensamiento de la Revolución Francesa- concebía una monarquía limitada sin poder absoluto. Poseía una aversión al desorden, por sobre todas las cosas, reforzada por los desgraciados acontecimientos que vivió en Cádiz, en la insurrección que le costó la vida al general Solano. Así lo expresa una biógrafa actual: “el traumático episodio gaditano lo marcaría indeleblemente, provocándole un visceral rechazo a los acontecimientos tumultuarios” (Pasquali, 1999). También a esa época se remontan sus dolencias gastrointestinales y reumáticas que –sobre la base de su fuerza de voluntad y los remedios que debió tomar toda la vida- toleraba estoicamente, pero que también lo obligaban a permanecer postrado durante largos períodos. Las personas que lo trataron describen al general San Martín como una persona suma mente instruida, amena y de trato muy llano. Pero, simultáneamente, mu y estricta en su relación con tropa y oficiales. Prácticamente todas las acciones militares que planeo durante las Guerras de la Independencia fueron la aplicación de experiencias vividas durante el período de su formación como oficial. Así, la formación del Ejército de los Andes fue la puesta en práctica de su etapa como instructor militar; el cruce de los Andes una réplica de su experiencia en los Pirineos; la campaña naval a Perú, la aplicación de sus experiencias a bordo de la flota en el Mediterráneo; la organización de las guerrillas para la defensa de la frontera del norte (junto a Güemes), la puesta en ejecución de sus vivencias de la resistencia española contra las tropas napoleónicas. Analistas en

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estrategia militar aseguran que la batalla de Maipú fue una réplica exacta de la táctica aplicada en Bailén. Laura Marcela Méndez, Las efemérides en el aula. Aportes teóricos y propuestas didácticas innovadoras, Novedades Educativas, Buenos Aires, 2011, p. 163-164

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SAN MARTÍN EN BUENOS AIRES La noticia del triunfo de Chacabuco fue recibida en Buenos Aires con muchos festejos: el 6 de marzo de 1817 hubo comedia en el teatro, con entrada libre, y el 11 de marzo una corrida de toros gratuita reunió seis mil espectadores. El cuerpo de cívicos, con su banda, hizo evoluciones con música durante media hora y se bailaron danzas populares. El general San Martín, que había decidido pasar a Buenos Aires acompañado de su ayudante O’Brien y del baqueano Estay, llegó de incógnito el 30 de marzo de 1817. Juan Manuel Beruti en sus Memorias Curiosas dice que “en la calle principal, por donde debía pasar, se colocó un magnífico arco triunfal de cuatro frentes, bajo el cual cuatro señoritas v estidas ricamente le colocaron en la cabeza una corona de flores en señal de triunfo. El general se la quitó y siguió andando”. El 9 de abril el Cabildo obsequió a San Martín con un banquete en el salón del Consulado. Después, al cabo de extensas conversaciones con Pueyrredón y los miembros de la Logia, con el fin de obtener más recursos para sus campañas, regresó a Chile el 19 de abril. San Martín visitó nuevamente Buenos Aires, después de Maipú, y residió en la ciudad entre el 12 de mayo y el 4 de julio de 1818. El Congreso lo recibió en sesión especial el 17 de mayo de ese año, un día de domingo. Desde la Fortaleza hasta el Congreso (que funcionaba en el Consulado, en la actual calle San Martín), había tropas formadas y gran cantidad de público que lo aclamaba desde las aceras.

El 13 de junio se realizó una importante reunión de la Logia Lautaro; asistieron, además de Pueyrredón y San Martín, Vicente López y Planes, Tagle, Azcuénaga, Saav edra, Balcarce, Viamonte, José Valentín Gómez y otros personajes. Se discutió si el Ejército de los Andes debía pasar a Perú o regresar a Buenos Aires y sofocar la anarquía del Litoral. También se citó la famosa expedición que se preparaba en Cádiz para atacar Buenos Aires. La reunión fue muy agitada y San Martín llegó a decir que renunciaría al mando del ejército. Posteriormente, se realizó otra reunión en la chacra de Pueyrredón en San Isidro, a la sombra del famoso algarrobo, aún

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existente, con vista al Río de la Plata. Por fin, San Martín obtuvo la suma de medio millón de pesos para auxiliar a su ejército y a la escuadra. Finalmente, el 16 de junio regresó a Mendoza y Chile acompañado de su esposa y de su hija. En agosto de 1818, Pueyrredón le escribió a Mendoza haciéndole saber que no le era posible enviarle el medio millón prometido en Buenos Aires por falta de capitales que cubrieran el empréstito, “aunque se llenen las cárceles de capitalistas”. San Martín e nvió su renuncia, que le fue rechazada; poco después, en diversas remesas, le fueron enviados casi doscientos mil pesos. San Martín dejó entonces a su familia en Mendoza y regresó a Chile donde prosiguió sus actividades destinadas a la campaña de Perú. Carles de Gispert, director del equipo editorial del Grupo Océano, Historia de la Argentina, España, 2012, p. 522-524

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EL CUENTO DE YATASTO Ayohuma cayó como un balde de agua helada en el ánimo de los patricios. La retirada de los hombres que comandaba Belgrano se hizo con bastante orden y celeridad, aun en medio de un enfrentamiento interno entre los superiores del cuerpo. Esto permitió que la enorme adversidad en el campo de batalla no tuviera consecuencias irreversibles. De todas maneras, las derrotas se pagan y Belgrano debía entregar el mando del Ejército del Norte. ¿Quién debía reemplazarlo? A la Patria le sobraban intenciones pero le faltaban generales. Los candidatos naturales eran el general Antonio González Balcarce (descartado por la responsabilidad militar en el Desastre de Huaqui), su hermano Marcos Balcarce (peleaba en el frente chileno), el general José “el Sordo” Rondeau (actuaba en la banda Oriental y además no inspiraba confianza). Como explica Mitre, fue necesario echar a la segunda línea militar. Allí surgió el hombre en quien se depositaron todas las esperanzas: el coronel José de San Martín Se le dio libertad para asumir el mando o subordinarse en un principio a Belgrano. Mientras que el derrotado jefe retrocedía desde la actual Bolivia, el 18 de diciembre de 1813 partía San Martín desde Buenos Aires. Ambos se abrazarían en la posta de Yatasto (provincia de Salta) el 30 de enero de 1814. Al menos eso es lo que se ha enseñado durante décadas, Sin embargo, no fue así. Los grandes próceres de la historia argentina ni se encontraron el 30 de enero, ni lo hicieron en la posta de Yatasto. (…)

Tenencia demostró que San Martín descansó en Yatasto –la posta número 69 que uno cruzaba al partir de Buenos Aires- en la noche del 15 de enero. ¿Dónde estaba Belgrano cuando san martín partió de Yatasto? En Cobos, a más de cien kilómetros de distancia. Gracias al paciente trabajo de Julio Arturo Tenencia, es posible determinar que

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Belgrano y San Martín se abrazaron unos setenta kiló metros más al norte de Yatasto. Fue el 17 de enero de 1814, a la salida de la posta de Algarrobos, en la estancia de Las Juntas perteneciente a José Manuel Torrens, que la había recibido en dote cuando se casó con Isabel Gorriti. San Martín y Belgrano nunca antes se habían visto: se conocían por carta. (…) Después de aquella jornada, bajaron –separados- a Tucumán. Durante dos meses, los próceres coincidieron en esa ciudad (fue la única vez que se vieron en su vida), situada al sur de la posta de Algarrobo y también de la posta de Yatasto, donde ahora se sabe que no se encontraron jamás, a pesar de un cuadro que evoca ese momento. Daniel Balmaceda, Historias de corceles y de acero de 1810 a 1824, Sudamericana, Buenos Aires, p.170-172

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LA CAMPAÑA EN CHILE Recién los `primeros días de enero San Martín explicó a sus oficiales cómo se haría el cruce de los Andes, dividiéndose el ejército entre seis pasos diferentes, desde La Rioja hasta el sur de Mendoza. Las Heras cruzó `por Uspallata, saliendo el 18 de enero de 1817. San Martín lo hizo después, con el grueso del ejército, atravesando la cordillera por Los Patos (sur de San Juan), paso muy difícl, que San Martín describió del siguiente modo: “Camino de cien leguas, cruzado de eminencias escarpadas, desfiladeros, profundas angosturas, cortado por cuatro cordilleras. Tal es el camino de Los Patos. Vencerlo ha sido un triunfo”. Con tales características, los españoles no los esperaban por allí. El 4 de febrero habían terminado de cruzar y se enfrentaron – después de algunas escaramuzas- en la cuesta de Chacabuco, el 12 de febrero, venciendo a los realistas con pocas bajas criollas y obteniendo, gracias a la victoria, la artillería, el parque, el armamento, además de 600 prisioneros y los estandartes. Significó el comienzo de la liberación de América. La batalla más difícil había sido librada contra la cordillera de los Andes, que se llevó vidas por apunamiento, desbarrancamiento y diezmó las mulas y los caballos. San Martín resumió de este modo la actuación de los patriotas: “En veinticuatro días hemos hecho la campaña; pasamos las cordilleras más elev adas del globo, concluimos con los tiranos y dimos la libertad a Chile”. Recordemos que los patriotas en Chile estaban divididos entre partidarios de José Miguel Carrera (caudillo popular) y Bernardo O’Higgins (de los sectores aristocráticos). San Martín y Pueyrredón optaron ñpor apoyar a este último, que garantizaba orden y recursos para asegurar la independencia chilena y hacer factible la campaña al Perú. En Santiago de Chile le ofrecieron a San Martín el Poder Ejecutivo Nacional, pero él lo declinó a favor de su compañero de armas chileno, Bernardo O’Higgins. El 12 de febrero de 1818, para dar mayor aliento a los pobladores en la lucha contra los realistas, proclamaron juntos la independencia de Chile.

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Los españoles no estaban totalmente derrotados, sino que se habían refugiado en el sur –contando con la colaboración de los araucanos-, y fueron ayudados por refuerzos del Perú. La derrota sorpresiva de los patriotas en Cancha Rayada hizo pensar que la causa criolla estaba perdida, pero rápidamente el ejército argentino-chileno se reacomodó y venció cerca de Santiago de Chile, en Maipo o Maipú, en abril de 1818. Sin e mbargo, Chile no tuv o garantizada su libertad, hasta que en 1820 un marino inglés al servicio de las fuerzas criollas, lord Cochrane, doblegó a los españoles en valdivia. El último reducto realista en Chile (Chiloé) recién fue vencido en 1826, pero la toma de Valdivia permitió a los patriotas emprender el 20 de agosto de 1820 la expedición al Perú. Orden general del 27 de julio de 1819 “Compañeros del Ejército de los Andes (…) La guerra se la tenemos que hacer del modo que podamos: si no tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene que faltar; cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mujeres, y si no andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios; seamos libres, y lo demás no importa nada. Yo y v uestros oficiales daremos el ejemplo en las privaciones y trabajo. La muerte es mejor que ser esclavos de los maturrangos. Co mpañeros, juremos no dejar las armas de la mano hasta v er el país enteramente libre, o morir con ellas como hombres de coraje.” José de San Martín Proclama de San Martín a los habitantes del Río de la Plata Se acerca el momento en que yo debo seguir el destino que me llama. Voy a emprender la grande obra de la libertad al Perú (…) Co mpatriotas: Yo os dejo con el profundos sentimiento que causa la perspectiva de nuestras desgracias: vosotros me habéis acriminado, aun de no haber contribuido a aumentarlas, porque éste habría sido el resultado si yo hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalistas; mi ejército era el único que conservaba su moral y lo exponía a perderla…Suponiendo que la suerte de las armas me hubiese sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos, No, el general San Martín jamás

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derramará la sangre de sus compatriotas(…) ¡Provincias del Río de la Plata! El día más célebre de nuestra revolución está próximo a amanecer (…) Yo no puedo hacer más que comprometer mi existencia y mi honor por la causa de mi país. (1) Teresa Eggers-Brass, Historia argentina. Una mirada crítica 18062006, Mapipue, provincia de Buenos Aires, 2009, p.152-153/165/166

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SAN MARTÍN RUMBO A PERÚ …la Asamblea resolvió a fines de enero de 1814 crear un poder ejecutivo unipersonal con el título de Director Supremo de las Provincias Unidas. Ocupó el cargo por primera v ez Gervasio Antonio Posadas. La situación exterior empeoraba. Mientras trabajaba para constituir una flote de guerra, Posadas apuró las operaciones frente a Montevideo, que se habían complicado por las disidencias entre los porteños y los orientales. El Directorio declaró a Artigas fuera de la ley, agravándose la situación cuando designó jefe del ejército sitiador a Alvear, el más intransigente de los porteños. Fue él quien recogió los frutos del largo asedio y logró entrar en Montevideo en junio de 1814. La ciudad, jaqueada por la flota que se había logrado armar al mando del almirante Guillermo Brown, dejó de ser un baluarte español, pero la resistencia de los orientales comenzó a ser cada vez más enconada, hasta convertirse enm ruptura a partir del mo mento en que Alv ear alcanzó la dignidad de Director Supremo en enero de 1815. Los contrastes militares dividieron las opiniones. Para unos era necesario resistir como hasta entonces; para otros era inevitable acudir al auxilio de alguna potencia extranjera, y el director Alvear creyó que sólo podía pensarse en Gran Bretaña, para San Martín, en cambio, la solución residía en una audaz operación env olvente que permitiera aniquilar el baluarte peruano de los españoles. Eran distintas concepciones del destino de la nueva nación, y cada una movilizó tras ella a fuertes sectores e la opinión. Mientras San Martín logró cierta autonomía para preparar en Cuyo su problemática expedición a Chile y al Perú, Alvear comenzó unas sutiles escaramuzas diplomáticas destinadas a obtener la ayuda inglesa sin reparar en el precio. (…)

Entre tanto, San Martín había completado su obra. Asegurada la independencia de Chile, había dedicado sus esfuerzos a la preparación de una fuerza expedicionaria argentino-chilena destinada a aniquilar a los realistas en su baluarte peruano. En 1820 embarcó un ejército disciplinado y eficaz a bordo de una flota cuyo mando había asumido el almirante Cochrane, dirigiéndose hacia las costas

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del Perú. Mientras Arenales ocupaba las regiones montañosas, San Martín se dirigió hacia Lima, donde e ntró en julio de 1821. Poco después proclamó allí la independencia del Perú y San Martín fue declarado su Protector. Quedaban toavía algunos focos realistas en el continente y los dos grandes jefes americanos, Bolívar y San Martín, se reunieron en Guayaquil, en julio de 1822, para acordar un plan de acción que acabara con la dominación española en América. José Luis Romero, Brev e historia de la Argentina, Fondote Cultura Económica, Colección Tierra Firme, Buenos Aires, 1996, p.55-70 LA ENTREVISTA DE GUAYAQUIL Las controversias historiográficas sobre lo que ocurrió en ese encuentro fueron producto, por un lado, de la ausencia de una documentación confiable y, en segundo lugar, de las características que fueron asumiendo las “historias nacionales” desde fines del siglo XIX y comienzos del siglo XX, empeñadas en cada caso en elevar a sus respectivos libertadores en actores principales de la emancipación. Se trató de una operación ideológica que no contemplaba ni el espíritu americanista que impregnó dicha gesta ni las correlaciones de fuerzas existentes en la coyuntura. Lo cierto es que ese encuentro, en el que se dictó el retiro de San Martín de Perú y la continuación de la campaña libertadora a cargo de Bolívar (quien, de hecho, junto con Antonio José de Sucre, terminó de vencer el último baluarte de los ejércitos realistas a fines de 1824), se rodeó de un halo de misterio que dio lugar a las más enconadas discusiones. De la entrevista sólo quedan testimonios indirectos, como el de Tomás Guido, militar y amigo personal de San Martín, que se reunió con él luego de terminada la entrevista de 1822. Sobre ella, dice lo siguiente:

“De regreso de su célebre entrevista con el general Bolívar, en la ciudad de Guayaquil, el general San Martín me comunicó confidencialmente su intención de retirarse del Perú, considerando asegurada su independencia por los triunfos del ejército unido y por la entusiasta decisión de los peruanos; pero me reservó la época de su partida, que yo creía todavía lejana. (…)

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De repente, dando a su conversación un giro inesperado, exclamó con acento festivo: “Hoy es, mi amigo, un día de verdadera felicidad para mí; me tengo por un moral dichoso; está colmado todo mi anhelo; me he desembarazado de una carga que ya no podía sobrellevar, y dejo instalada la representación de los pueblos que hemos libertado. Ellos se encargarán de su propio destino, exonerándome de una responsabilidad que me consume”. (…) Nos hallábamos solos. Se esmeraba el general en probarme con sus agudas ocurrencias el íntimo contento de que estaba poseído, cuando de improviso preguntome: “¿Qué manda usted para su señora en Chile?” y añadió: “El pasajero que conducirá encomiendas o cartas las cuidará y entregará personalmente”. “¿Qué pasajero es ése –le dije- y cuándo parte?”. “El conductor soy yo –me contestó-. Ya están listos mis caballos para pasar a Ancón y esta misma noche zarparé del puerto”. El estallido repentino de un trueno no me hubiera causado tanto efecto como ese súbito anuncio. (…) Conforme se acercaba la hora de la partida, el general sereno al principio de nuestra conversación, parecía ahora afectado de tristes emociones, hasta que avisado por su asistente de estar prontos a la puerta su caballo ensillado y su pequeña escolta, me abrazó estrechamente impidiéndome le acompañase, y partió al trote al puerto de Ancón”. Tomás Guido, Epístolas y discursos, Buenos Aires, Estrada, 1944, en Marcela Ternav asio, Historia de la Argentina 1806-1852, Siglo veintiuno-Fundación OSDE, Buenos Aires, 2009, p. 102-103

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LA EMANCIPACION CONTINENTAL Confrontando la mitología nacional en sus versiones liberal y federal, afirmo que San Martín no fue, como alguna vez sostuvo Ricardo Rojas, un abanderado de la “argentinidad” sino uno de los más ilustres defensores y ejecutores de la concepción continentalista. Su interés central no era la constitución de una nueva nacionalidad argentina, y mucho menos mezclarse con las facciones locales, no permaneciendo en el Río de la Plata sino escasos cinco años entre su arribo y el cruce de Los Andes. Su actuación más relevante se desarrolló fuera del territorio luego llamado “argentino”. Su idea era la emancipación de las colonias hispanoamericanas dentro de un proyecto político de dimensión continental. Esta idea no la inventó él, pues era parte de la tradición revolucionaria, pero fue uno de los que mejor la representaron. La conformación de repúblicas fragmentarias no es, como se sostiene habitualmente, el triunfo de la Revolución, sino su fracaso. Hubo muchas repúblicas porque los hombres que encabezaban la revolución continental triunfaron en su lucha contra la dominación colonial española, pero fueron derrotados en el proyecto de una gran Patria hispanoamericana. Y quienes los derrotaron fueron las oligarquías –nacionales o provinciales., que no querían la conformación de un Estado continental, en cuyo seno su poder se diluía, sino que aspiraban a mandar en sus terruños como en “dominios privados”, para utilizar una expresión del propio San Martín contra el caudillo chileno José Miguel Carrera. Estas oligarquías no tardaron en recibir el apoyo entusiasta de Inglaterra, que luego de fogonear la insurrección contra España se empeñó en tupacamarizar América del Sur en estados fragmentarios para dominarla mejor. En el siglo XX fue Estados Unidos el heredero del “divide y reinarás” imperial. La historia oficial, escrita por esas mismas oligarquías, hizo hincapié en los localismos para el armado de “grandes mitos fundacionales”, dejando en un segundo plano el carácter continental del proceso revolucionario. Así es cómo se formó una historia argentina, chilena, uruguaya, peruana, boliviana, ecuatoriana, colombiana, venezolana, minimizando –ya que no se podía negar –la interdependencia mutua de los procesos locales de emancipación. Javier Garín, Próceres argentinos por la patria grande, CICCUS, Buenos Aires, 2013, p. 29-30

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GRAND BOURG Al abandonar el mando y retirarse del escenario político de América, dirigió a los peruanos su famosa despedida, con mucha razón comparada con la despedida al pueblo norteamericano que escribiera Washington. La proclama de San Martín decía: “Presencié la declaración de los Estados de Chile y del Perú; existe en mi poder el estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el imperio de los Incas y he dejado de ser hombre público: he aquí recompensados con usura diez años de revolución y de guerra. Mi promesa para con los pueblos en que he hecho la guerra está cumplida: hacer la Independencia y dejar a sus voluntades la elección de sus gobiernos. La presencia de un militar afortunado es temible a los Estados que de nuevo se constituyen.” (…) Su retiro voluntario de América. El oscuro asilo para sepultar su gloria

Esta idea le preocupa gravemente. Después de haber abdicado se refugia en su chacra de Mendoza, aislándose de todo contacto o relación política. Las pasiones e intereses banderizos no respetaron su tranquilidad. Los amigos del Perú le pedían que volviera a Lima a hacerse cargo nuevamente del ejército y los de Buenos Aires pretendieron que hiciera la oposición para derribar el gobierno de Martín Rodríguez. Había pensado antes de su retiro de Mendoza en la paz de una v ida de humilde chacarero: ahora comprende que no hay un oculto rincón para él en el vasto escenario de sus hazañas. Entonces decide salir del país y le dice a un amigo en carta privada: “Yo no he encontrado otro arbitrio que el de mi separación de América por un par de años hasta que gobiernos sólidos y estables me la hagan habitable.” Sus enemigos difundían la versión “que un soldado afortunado se proponía someter la República al régimen militar y sustituir este sistema al orden legal y libre…” “Y diciendo adiós a las playas americanas, después de haber vagado algún tiempo en Europa, encontró en Gran Bourg el asilo oscuro en que quería sepultar su gloria, no conservando de ella otro testimonio que el estandarte de Pizarro. Este Santa Elena voluntario da a la despedida del Perú todo su valor histórico…”

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San Martín, que no oía sino la voz de su conciencia, se impuso pues voluntariamente el propio destierro. Esta fue también su actitud en 1829, cuando volvía al país, encontrándolo ensangrentado en la guerra civil que encabezó Lavalle. San Martín desembarcó en Montevideo. Lavalle le mandó una delegación para ofrecerle el gobierno. San Martín, que nunca había ejercido cargo político en su patria, no aceptó el ofrecimiento y volvió entristecido a su retiro voluntario en Europa. Muerte de San Martín. Su testamento Una v aliosa documentación ha hecho conocer las profundas virtudes de San Martín en el ostracismo, hasta su muerte acaecida en Boulogne-sur-Mer, el 17 de agosto de 1850, a la edad de 72 años. Entre aquellos documentos de v alor moral, debe citarse su testamento, que es de enero de 1844, otorgado en París. En él recuerda a su hija que ha hecho “mi vejez feliz”, d ice. Dispone sea entregado el sable que le acompañó en toda la guerra de la Independencia al general Juan Manuel de Rosas, como prueba de la satisfacción producida al sostener “el honor de la República contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”. Dice asimismo lo siguiente, que revela su gran amor a la patria, no obstante el olvido e ingratitud de los contemporáneos: “Prohíbo que se me haga ningún género de funeral y desde el lugar en que falleciere se me conducirá directamente al Cementerio sin ningún acompañamiento, pero sí desearía el que mi corazón fuese depositado en el de Buenos Aires.” Ricardo Levene y Ricardo Lev ene (h.), Historia argentina americana, tomo III, Omeba, Buenos Aires, 1978, p. 79-82

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17 DE AGOSTO. ANIVERSARIO DE LA MUERTE DEL GENERAL SAN MARTÍN PARA INTRODUCIR EL TEMA San Martín no es un prócer cualquiera para los argentinos. En nuestra cultura, suele ser reconocido como el “padre de la patria”, lo cual contribuye a situarlo en un lugar especial en el panteón nacional. Proponemos organizar45 un debate en tormo a los siguientes interrogantes: ¿Qué significa que San Martín es el “Padre de la patria”: qué es el fundador de la Argentina, qué tiene un estatuto sagrado, qué es el protector de la nación, qué otra cosa? ¡Qué otras ideas asociaría con la de “Padre de la patria”? ¿Por qué San Martín y no otro prócer está asociado con esta figura, la del Padre? ¿Cree que esta figura que remite al ámbito familiar es pertinente para pensar la historia de la nación? ¿Por qué? ¿Qué sentido tiene la frase que dijo y que ilustra este afiche: “Seamos libres, lo demás no importa nada”? Junto con Bolívar, O’Higgins, Artigas y Sucre, San Martín es reconocido como uno de los “Libertadores de América” en todo nuestro continente. Proponemos que los estudiantes reconstruyan las expediciones militares que le valieron este reconocimiento y que propongan ejemplos, durante el siglo XX, que puedan ser comparados con la figura de San Martín. PARA REFLEXIONAR

Proponemos la lectura del poema del escritor argentino Fabián Casas, titulado “Cancha Rayada”, en el que se evoca la batalla que arrojó como resultado la única derrota militar de un Ejército comandado por San Martín. Casas compara ese fracaso con el de un equipo de fútbol.

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Sugerimos trabajar en base a las siguientes preguntas: ¿Qué opina de la analogía? ¿Por qué el autor eligió evocar el episodio de “Cancha Rayada” para explicar una derrota deportiva? ¿Eso realza la figura de San Martín, o más bien lo contrario? ¿Por qué en los dos últimos v ersos se evoca un conocido poema de Jorge Luis Borges que habla sobre Facundo Quiroga? ¿Cómo el poema nos permite pensar hoy la idea del “héroe”? (2) Cancha Rayada Ca minamos, con mi viejo, por la playa de estacionamiento. Es un día de calor sofocante y en el asfalto recalentado vemos la sombra de un pájaro negro que vuela en círculos, como satélite de nuestra desgracia. Una multitud victoriosa, a nuestras espaldas, ruge todav ía en la cancha. Acabamos de perder el campeonato. La cabina del auto es un horno a leña; los asientos queman y el sol que pega en el v idrio, enceguece. Pero no importa, como dos bonzos dispuestos a inmolarse, nos sentamos y enciendo el motor: Fabián Casas y su padre van en coche al muere.

Efemérides 2010: Los derechos humanos en el Bicentenario. Cuadernillo de actividades para el nivel de educación secundaria. Ministerio de Educación. Presidencia de la Nación. 200 años Bicentenario Argentino.

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Notas: (1) A continuación, la proclama entera del 22 de julio de 1820: Compatriotas: Vaya emprender la grande obra de dar la libertad al Perú. Mas antes de mi partida quiero deciros algunas verdades, que sentida la acabáseis de conocer por experiencia. También os manifestaré las quejas que tengo, no de los hombres imparciales y bien intencionados, cuya opinión me ha consolado siempre, sino de algunos que conocen poco sus propios intereses y los de su país, porque al fin la calumnia, como todos los crímenes, no es sino obra de la ignorancia y del discernimiento pervertido. Vuestra situación no admite disimulo, diez años de constantes sacrificios, sirven hoy de trofeo a la anarquía; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual, cuando se considera su poco fruto. Habéis trabajado un precipicio con vuestras propias manos, y acostumbrados a su vista, ninguna sensación de horror es capaz de deteneros. El genio del mal os ha inspirado el delirio de la federación. Esta palabra está llena de muertes y no significa sino ruina y devastación. Yo apelo sobre esto a vuestra propia experiencia y os ruego que escuchéis con franqueza de ánimo la opinión de un General que os ama y que nada espera de vosotros. Yo tengo motivos para conocer vuestra situación, porque en los dos ejércitos que he mandado, me ha sido preciso averiguar el estado político de las provincias que dependían de mí. Pensar en establecer el gobierno federativo en un país casi desierto, lleno de celos y de antipatías locales, escaso de saber y de experiencia en los negocios públicos, desprovisto de rentas para hacer frente a los gastos del Gobierno general, fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no permiten infatuarse, ni aun con el placer efímero que causan siempre las ilusiones de la novedad. Compatriotas: Yo os hablo con la franqueza de un soldado. Si dóciles a la experiencia de diez años de conflictos, no dais a vuestros deseos una dirección más prudente, temo que cansados de la anarquía suspiréis al fin por la opresión, y recibáis el yugo del primer aventurero feliz que se presente, quien lejos de fijar vuestros destinos no hará más que prolongar vuestra incertidumbre. Voy ahora a manifestaros las quejas que tengo, no porque el silencio sea una prueba difícil para mis sentimientos, sino porque yo no debo dejar en perplejidad a los hombres de bien, ni puedo abandonar enteramente a la posteridad el juicio de mi conducta, calumniada por hombres en que la gratitud algún día recobrará sus derechos. Yo servía en el ejército español en 1811; veinte años de honrados servicios me habían traído alguna consideración, sin embargo de ser americano; supe la revolución de mi país, y al abandonar mi fortuna y mis esperanzas, sólo sentía no tener más que sacrificar el deseo de contribuir a la libertad de mi patria; llegué a Buenos Aires a principios de 1812 y desde entonces me consagré a la causa de América sus enemigos po¬drán decir si mis servicios han sido útiles. En 1814 me hallaba de gobernador en Mendoza; la pérdida de este país dejaba en peligro la provincia de mi mando, yo la puse luego en estado de defensa, hasta que llegase el tiempo de tomar la ofensiva.

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Mis recursos eran escasos y apenas tenía un embrión de ejército, pero conocía la buena voluntad de los cuyanos y emprendí formarlo bajo un plan que hiciese ver hasta que grado puede apurarse la economía para llevar a cabo las grandes empresas. En 1817 el ejército de los Andes, estaba ya organizado. Abrí la campaña de Chile y el 12 de febrero mis soldados recibieron el premio de su constancia. Yo conocí que desde este momento excitaría celos mi fortuna, y me esforcé aunque sin fruto a colmarlos con la moderación y el desinterés. Todos saben que después de la batalla de Chacabuco, me hice dueño de cuanto puede dar el entusiasmo a un vencedor; el pueblo chileno quiso acreditarme su generosidad ofreciéndome todo lo que es capaz de lisonjear al hombre, él mismo es testigo del aprecio con que recibí sus ofertas y de la firmeza con que rehusé admitirlas. Sin embargo de todo esto la calumnia trabajaba contra mí, con una perfecta actividad, pero buscaba las tinieblas, porque no podía existir delante de la luz. Hasta el mes de enero próximo pasado, el general San Martín merecía el concepto público en las provincias que formaban la unión, y sólo después de haber formado la anarquía, ha entrado en el cálculo de mis enemigos el calumniarme sin disfraz y recurrir sobre mi nombre los improperios más exagerados. Pero yo tengo derecho a preguntarles: ¿Qué misterio de iniquidad ha habido en esperar la época del desorden para denigrar mi opinión? ¿Cómo son conciliables las suposiciones de aquéllos, con la conducta del Gobierno de Chile y la del ejército de los Andes? El primero, de acuerdo con el Senado y voto del pueblo, me ha nombrado Jefe de las fuerzas expedicionarias; y el segundo me eligió por su general en el mes de marzo, cuando trastornada en las Provincias Unidas la autoridad central renuncié al man¬do que había recibido de ellas, para que el ejército acantonado entonces en Rancagua nombrase el Jefe a quien quisiese voluntariamente obedecer. Si tal ha sido la conducta de los que han observado muy de cerca mis acciones, no es posible explicar la de aquellos que me calumnian de lejos, si no corriendo el velo que oculta sus sentimientos y sus miras. Protesto que me aflige el pensar en ellos, no por lo que toca a mi persona, sino por los males que amenazan a los pueblos que se hallan bajo su influencia. Compatriotas: Yo os digo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestras desgracias; vosotros me habéis acriminado aun de no haber contribuido a aumentarlas, porque éste habría sido el resultado, si yo hubiese tomado una parte activa en la guerra contra los federalistas; mi ejército era el único que conservaba su moral y me exponía a perderla abriendo una campaña en que el ejemplo de la licencia ahumase mis tropas contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Perú y suponiendo que la de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habría tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Martín jamás derramará la sangre de sus compatriotas y sólo desenvainará la espada contra los enemigos de la independencia de Sur América. En fin, a nombre de vuestros propios intereses, os ruego que aprendáis a distinguir, los que trabajan por vuestra salud, de los que meditan vuestra ruina; no os expongáis a que los hombres de bien os abandonen al consejo de los ambiciosos; la primera de las almas virtuosas no llega hasta el extremo de sufrir que los malvados sean puestos al nivel con ellas; y desgraciado del pueblo donde se forma impunemente tan escandaloso paralelo. Provincias del Río de la Plata: el día más célebre de vuestra revolución está próximo a amanecer, vaya dar la última respuesta a mis calumniadores; yo no puedo menos que

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comprometer mi existencia y mi honor por la causa de mi país; y sea cual fuere mi suerte en la campaña del Perú, probaré que desde que volví a mi patria, su independencia ha sido el único pensamiento que me ha ocupado, y que no he tenido más ambición que la de merecer el odio de los ingratos y el aprecio de los hombres virtuosos. JOSE DE SAN MARTIN Esta proclama fue redactada por San Martín en Chile, poco antes de iniciar la expedición al Perú. Meses antes se había negado a concurrir a Buenos Aires con su ejército para sostener al Directorio en su lucha contra los caudillos federales del Litoral. A raíz de ese episodio, renunció a la jefatura del Ejército de los Andes y sus oficiales le volvieron a otorgar el mando. Publicado por Dres. Juan O. Pons y N. Florencia Pons Belmonte Etiquetas: San Martin Jose de - Documentos (2) Fabián Casas alude a este poema que Jorge Luis Borges escribi ó en 1925 que titul ó: “El general Quiroga va en coche al muere”, quien había muerto en una emboscada el 16 de febrero de 1835.

El madrejón desnudo ya sin una sed de agua y la luna perdida en el frío del alba y el campo muerto de hambre, pobre como una araña. El coche se hamacaba rezongando la altura; un galerón enfático, enorme, funerario. Cuatro tapaos con pinta de muerte en la negrura arrastraban seis miedos y un valor desvelado. Junto a los postillones jineteaba un moreno. Ir en coche a la muerte ¡qué cosa más oronda! El general Quiroga quiso entrar en la sombra llevando seis o siete degollados de escolta. Esa cordobesada bochinchera y ladina (meditaba Quiroga) ¿qué ha de poder con mi alma? Aquí estoy afianzado y metido en la vida como la estaca pampa bien metida en la pampa. Yo, que he sobrevivido a millares de tardes y cuyo nombre pone retemblor en las lanzas,

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no he de soltar la vida por estos pedregales. ¿Muere acaso el pampero, se mueren las espadas? Pero al brillar el día sobre Barranca Yaco sables a filo y punta merodearon sobre él; muerte de mala muerte se lo llevó al riojano y una de puñaladas lo mentó a Juan Manuel. Ya muerto, ya de pie, ya inmortal, ya fantasma, se presentó al infierno que Dios le había marcado, y a sus órdenos iban, rotas y desangradas, las ánimas en pena de hombres y de caballos.

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A

SAN

MARTIN

QUE

SE

Mirta Zaida Lobato y Juan Suriano, Nueva historia argentina. Atlas histórico, Sudamericana, Buenos Aires, 2006, 587 pgs. Norberto Galasso, Historia de la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner, tomo I, Colihue, Buenos Aires, 2012, 625 pgs. Daniel Balmaceda, Historias inesperadas de la historia argentina. Tragedias, misterios y delirios de nuestro pasado, Sudamericana, Buenos Aires, 2012, 283 pgs.

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