1998 LOS MILLONES DEL NAZISMO EN LA ARGENTINA La conexión Zurich A través de tres sociedades anónimas argentinas, un tradicional

Clarín Zona 10 22/11/1998 LOS MILLONES DEL NAZISMO EN LA ARGENTINA La conexión Zurich A través de tres sociedades anónimas argentinas, un tradicional

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Clarín Zona 10 22/11/1998 LOS MILLONES DEL NAZISMO EN LA ARGENTINA

La conexión Zurich A través de tres sociedades anónimas argentinas, un tradicional banco suizo, que en 1947 recibió a Eva Perón durante el viaje a Europa de la entonces primera dama, controlaba las inversiones nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Un marino alemán puso a su nombre los fondos de la contrainteligencia nazi en la Argentina. -------------------------------------------------------------------------------ROGELIO GARCIA LUPO En los días previos al estallido en 1939 de la guerra en Europa llegaron al puerto de Buenos Aires hombres de negocios alemanes que estaban interesados en efectuar inversiones en nuestro país. Sobre la actividad de estos capitalistas de última hora se detuvo el ojo vigilante del espionaje británico y estadounidense que, si bien con el correr de la guerra llegaría a considerar como “enemigos” a todos los negocios alemanes de cualquier época, siempre estableció una diferencia entre las antiguas empresas alemanas establecidas a principios de siglo y los recién venidos. Los movimientos de estos arribistas alemanes quedaron registrados en cientos de informes comerciales archivados por la Administración de Economías Extranjeras del gobierno de Estados Unidos, desclasificados el año pasado en Washington. El interés por conocerlos a fondo se justificaba porque las grandes empresas alemanas de la Argentina tendrían una conducta previsible durante la guerra, acorde con su arraigo en el país, mientras los nuevos gerentes y agentes comerciales resultaban una incógnita. Unos eran, ante todo, empresarios; los otros se comportaron en todo momento como nazis. Uno de los documentos norteamericanos sobre la trama de los negocios nazis en la Argentina menciona a la banca suiza Johann Wehrli & Co., de Zurich, como la matriz de varias sociedades anónimas argentinas instaladas de apuro y sin fines claros cuando la guerra se avecinaba. El documento menciona a “Las 3 S”, sociedades de control para canalizar el dinero nazi, y las identifica por sus nombres: Stella S.A., Securitas S.A.y San Juan S.A. Una investigación privada sobre estas sociedades comerciales es la materia de esta nota en la que se revelan por primera vez sorprendentes conexiones de negocios que, en muchos casos, sólo eran pantallas de transferencias de fondos entre Alemania y la Argentina, en unos casos para ponerlos a salvo y en otros para pagar gastos de espionaje. Los papeles de inteligencia de Estados Unidos llaman a “Las 3 S” sociedades de control, o sea destinadas a conservar las riendas de otras que no están identificadas en la documentación disponible. El rastreo de los antecedentes permite afirmar que Stella S.A. fue autorizada por el Gobierno argentino el 12 de diciembre de 1938 y quedó oficialmente inscripta el 10 de febrero de 1939. La sociedad anónima San Juan fue autorizada el 10 de junio de 1939 y su inscripción oficial es del 31 de agosto del mismo año. Pero una búsqueda realizada por una compañía de informes comerciales en la Inspección General de Justicia en mayo de este año arrojó un resultado decepcionante: los antecedentes de Securitas S.A., la tercera sociedad de control de los nazis, habían desaparecido del legajo 3673 y los empleados consultados dudaron en el momento de justificar su ausencia entre atribuirla a su antigüedad -medio siglo-, que pudo explicar la decisión de darla de baja, o bien a un robo. Es al menos curioso que tratándose de tres sociedades anónimas registradas con diferencia de semanas, sólo una carpeta fuera considerada demasiado antigua como

para destruirla. La hipótesis del robo cobra cierta verosimilitud. Y también la sospecha de que había entre sus fundadores nombres clave de la trama nazi en el país. La banca suiza que controlaba las tres sociedades argentinas utilizadas por los nazis era, según el historiador británico Adam Lebor, “uno de los pilares centenarios de la clase dirigente de Zurich”. En su investigación sobre Los banqueros secretos de Hitler, Lebor cita otros documentos confidenciales de Estados Unidos donde figura Johann Wehrli & Co. como “involucrada en la canalización de los pagos de una fábrica de armas ubicada en Austria a un fondo en el que se habían depositado bienes robados por los nazis”. Los banqueros Wehrli tenían un gran prestigio en Europa y eran intocables en Zurich, su ciudad. Cuando el Kaiser visitó Suiza, poco antes de la Primera Guerra Mundial, los Wehrli fueron sus anfitriones. Y también los Wehrli encabezaron el pelotón de banqueros suizos que en 1947 recibió a Eva Perón. Al comenzar la Segunda Guerra Mundial, el heredero de la banca Wehrli era íntimo amigo del ministro de Asuntos Exteriores suizo, a quien su contemporáneo Sir David Kelly, diplomático británico en Berna y más tarde embajador en la Argentina, calificó sin vacilar como “suizo colaboracionista”. Y un documento de 1938 confirma que Wehrli hizo de intermediario para que los nazis compraran una gran fábrica de municiones en Austria. En resumen, las constancias contables investigadas al finalizar la guerra por los auditores de Price & Waterhouse concluyeron que la casa Wehrli era un canal perfectamente aceitado para garantizar la circulación de dinero nazi en todo el mundo. El caso mejor estudiado fue el de la fábrica de municiones de Fritz Mandl en Austria, ya que en su cuenta de la banca Wehrli se depositaron millones de libras esterlinas antes del estallido de la guerra. Algunos de esos millones llegaron a Buenos Aires, cuando Mandl terminó radicándose en nuestro país con un proyecto para producir materiales bélicos. Las compañías controladas aquí por la banca Wehrli estaban en plena organización cuando los alemanes invadieron Polonia y comenzó la guerra que se prolongaría durante seis años. Es una curiosidad financiera que aún veinte años después de su fundación, tanto Stella S.A. como San Juan S.A. continuaran funcionando aunque los rastros de los administradores nazis sólo eran historia. A fines de la década de los 50 las dos sociedades de control habían pasado a manos de directores profesionales, contadores públicos argentinos bien conocidos en el mundo de los negocios, que cobraban sus honorarios en docenas de sociedades anónimas de todos los ramos. El pasado nazi había quedado atrás pero, sin embargo, algunos directores no habían cortado del todo sus raíces. Por lo menos en dos casos, además de dirigir San Juan S. A. y Stella S.A., compartían también la dirección de otras sociedades anónimas, tres de las cuales con sede en el mismo lugar, el edificio Martens, en la avenida Corrientes 311 de Buenos Aires. El caso Thilo Martens, cuyo nombre ostenta la sede de docenas de compañías alemanas en nuestro país, es una auténtica historia cinematográfica. Martens vivió sesenta años en la Argentina, donde llegó a acumular una fortuna considerable a pesar de haber comenzado como inmigrante económico inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial. Había servido a la marina de guerra alemana y pertenecía a una familia de marinos del puerto de Bremen. El historiador canadiense Ronald C. Newton considera a Martens uno de los protagonistas de la guerra secreta de los espías aliados y nazis en nuestro país. Newton señala a Martens como uno de los más eficaces agentes de la contrainteligencia militar conjunta alemana, que participó varios años antes de la guerra en la organización de depósitos clandestinos de alimentos en América del Sur bajo la dirección del más tarde famoso almirante Wilhelm Canaris. Thilo Martens representaba al Lloyd marítimo del mar del Norte en Buenos Aires, una

actividad que conocía a la perfección y que le permitía supervisar los movimientos de los mercantes aliados en tiempos de guerra. Era un veterano de la Kriegsmarine y en 1939 se presentó a sus superiores en Berlín reclamando su reincorporación al servicio activo. No lo logró y Canaris lo convenció de que regresara a Buenos Aires para continuar con su labor de contrainteligencia. En su viaje de vuelta atravesó sin dificultades Suecia y los Estados Unidos, ya que portaba un pasaporte argentino y había adoptado la nacionalidad de nuestro país en los años 30. Su superior en Berlín, el jefe de la inteligencia naval nazi Werner Dietel, reveló en los interrogatorios de la posguerra que Thilo Martens había sido el cerebro de la venta de barcos mercantes alemanes atrapados en puertos nacionales al gobierno argentino, en la fuga de los tripulantes del acorazado alemán Graff Spee -hundido en Punta del Este por la flota inglesa-, en el tráfico marítimo de los países aliados y en los embarques de contrabando a puertos europeos controlados por los nazis en plena guerra. Sin embargo, los investigadores no lograron saber si además había aprovisionado a submarinos germanos o a naves corsarias en el Atlántico Sur. “Por medios desconocidos se había convertido en uno de los hombres más ricos de la comunidad germanoargentina”, sostiene Newton. El nombre de Martens se cruza en docenas de sociedades anónimas con personajes de las finanzas argentinas y alemanes que sobrevivieron a la derrota de Hitler; algunos, eran los mismos jóvenes nazis que al borde de la guerra se lanzaron a fundar compañías de negocios en nuestro país. Una prueba de la capacidad de este hombre reclutado por Canaris para cubrir la base argentina de su organización mundial de contrainteligencia es que llegó a contar con la colaboración de personalidades que estaban más allá de toda sospecha. Este fue el caso del vicealmirante Francisco Lajous, quien había sido jefe de escuadra de mar, comandante de la fragata Sarmiento y del crucero Almirante Brown, que al pasar a retiro en 1943 fue contratado por Martens y desarrolló una activa gestión como presidente de Martens S.A., Lloyd Argentino S.A., la compañía de seguros Patria y Nueva Lubecka S.A., entre otras empresas. Los capitales de la inteligencia nazi en la Argentina lograron reciclarse gracias al talento de este marino singularmente dotado para los negocios que en tiempos de guerra fue el centro de los fugitivos de Europa. En el bar de Reconquista y Corrientes, a pasos de las oficinas de Thilo Martens, podían encontrarse en los años de posguerra a las grandes figuras de la aviación de Hitler, en la mesa del general Galland y del coronel Werner Baumbach, o en la del as nazi del aire, Hans Rudel, a la que concurría a veces Adolf Eichmann. Baumbach murió en un vuelo sobre el Río de la Plata y Rudel y Galland esperaron la muerte en la República Federal Alemana. Todos ellos alguna vez golpearon la puerta del antiguo corresponsal del almirante Canaris para recibir una transferencia desde países remotos, investigar la suerte corrida por depósitos en bancos que ya no existían o conocer la cotización de monedas que también pertenecían al pasado. El fabricante de municiones Fritz Mandl, cliente privilegiado de la banca Wehrli de Zurich, también fue uno de los que cruzaban Corrientes para consultar a Martens, cuya extraordinaria capacidad para sobrevivir al derrumbe del nazismo y transformarse en un millonario argentino no lo protegió, sin embargo, de nuestra última dictadura militar. En febrero de 1978, la financiera Martens y la sociedad anónima Sajonia, históricas herederas de “Las 3 S” fundadas cuarenta años antes para canalizar los fondos nazis en la Argentina, cayeron bajo la investigación de la junta encabezada por el general Videla. Los fondos cambiaron de manos, pero su origen ni siquiera fue mencionado. Poco

después Martens murió y un nuevo directorio se hizo cargo de su compañía; un cuñado de Videla estaba entre sus miembros. LOS MILLONES DEL NAZISMO EN LA ARGENTINA

Suiza tras los secretos de Eva Perón La televisión suiza analiza la visita de Eva Perón a ese país en 1947. Allí fue recibida por el hombre que, en Buenos Aires, había administrado los bienes que la Alemania nazi, Austria y Japón tenían en la Argentina durante la Segunda Guerra. -------------------------------------------------------------------------------JUAN GASPARINI. Especial desde Ginebra

El documental, especialmente producido para la televisión y titulado Secretos de Evita: el viaje a Suiza, tiene una hora de duración comercial (exactamente 53 minutos) y fue realizado por un equipo que viajó a Alemania y a la Argentina para entrevistar a contemporáneos de aquel viaje y a historiadores del peronismo. También la televisión suiza pudo localizar al hombre que hace más de cincuenta años arrojó tomates contra el automóvil descubierto de Eva Perón y ahora recuerda que la primera dama argentina “estaba muerta de risa, tal vez por los nervios” mientras que el embajador Llambí “estaba, el pobre, lleno de tomates”. Llambí, autor de un interesante libro de memorias editado poco antes de su reciente muerte, aparece en el filme comentando el episodio como “un pequeño disturbio” y recuerda los tomates que llovieron sobre el auto de Evita y al autor de la agresión del que dice: “Fue un señor... Bueno, un hombre porque ese no era un señor”. El filme contiene una entrevista a Lilian Lagomarsino de Guardo, que acompañó a Eva Perón en la gira europea y autora de un libro sobre aquella visita histórica. Allí menciona los temores de Eva Perón, casi siempre nocturnos, y sus esfuerzos por tranquilizarla, aunque no podía encontrar una explicación a ese temor. Un capítulo desconocido de la visita a Suiza revelado ahora es el papel que cumplió el jefe de protocolo del Ministerio de Relaciones Exteriores suizo, Jacques Albert Cuttat, quien había conocido a Evita en Buenos Aires. En esa época, poco antes del viaje, Cuttat había estado a cargo de la administración de los bienes que la Alemania nazi, Austria, Japón y la Francia colaboracionista poseían en la Argentina. Cuttat había comprado y vendido oro en operaciones entre el Banco Central Argentino y los bancos suizos, según la documentación que muestra el filme. Sus gestiones financieras habían dado lugar a quejas del embajador suizo en Buenos Aires ante sus propias autoridades, a pesar de lo cual Cuttat fue ascendido a jefe de protocolo, cargo con el que recibió la visita de Evita y algún tiempo después con un ascenso y el traslado a Washington. La investigación suiza se detiene luego en la actividad del Instituto Suizo Argentino creado por el embajador Llambí con el auspicio de personalidades locales, cuya acción más notable fue el banquete ofrecido a Evita y, posteriormente, la apertura de una sede en Berna. Documentos consultados por la televisión suiza apuntan a esa entidad de vida breve como el lugar donde, al finalizar la guerra, nazis alemanes que escapaban de

Europa obtenían pasaportes suizos y boletos de tren a Italia, desde donde embarcaban a la Argentina. En papeles oficiales suizos que fueron desclasificados exclusivamente para el filme, se identifica al jefe de la policía federal suiza Heinrich Rothmund como el funcionario que autorizó esa oficina con perfecto conocimiento de que se trataba de una vía de escape de los nazis alemanes. El mismo Rothmund tomó la determinación de expulsar de Suiza a 30.000 judíos alemanes que fueron devueltos a Alemania y terminaron en los campos de concentración nazis. En esa oficina de la rue Marktgasse 49 trabajaron ciudadanos argentinos de origen alemán, como Carlos Fuldner, Herbert George Adolf Helfrich y Georg Weiss, a quienes documentos de entonces señalan como “nazis al 110 por ciento”. La oficina tuvo su corresponsal dentro de la Casa Rosada. Se llamaba Rudolf Freude, cuyo padre, el magnate de la industria argentina de la construcción Ludwig Freude, había sido considerado testaferro del ministro de Relaciones Exteriores de Hitler, Barón von Ribbentrop. En base a las memorias del embajador peronista Llambí, quien menciona entre sus principales contactos suizos al coronel del ejército helvético Henri Guisan, se recuerda que este militar fue descubierto en plena guerra haciendo negocios con los nazis. Respaldado por el nombre de su padre, general y jefe del estado mayor suizo durante la Guerra Mundial, el coronel Guisan vendía madera a las SS para construir las barracas de los campos de concentración de Dachau y Oraniemburg, un tráfico macabro que le hizo ganar dinero. Uno de los tramos más impresionantes de la historia rescatada por la televisión suiza está centrado en Henri Guisan, quien después de la guerra y de los negocios con los nazis emigró a la Argentina. Guisan había estado casado con Annemarie Wehrli y su matrimonio dio lugar a una gran fiesta en el hotel Dolder de Zurich, el mismo en el que estuvo Evita al pasar por esta ciudad y donde también se reunió con los banqueros. Annemarie Wehrli era hija del poderoso banquero Johann Carl Wehrli, propietario del banco con su nombre que realizó transferencias para líderes nazis como Ribbentrop y Herman Goering y fue absorbido por la Unión de Bancos Suizos (UBS) en la posguerra. Pero mientras existió como tal, el Wehrli hizo negocios con América latina y con España. Aunque el filme no lo muestra, es oportuno agregar que uno de los banqueros Wehrli fundó un Banco Hipotecario Suizo Argentino que organizó una madeja de sociedades que recibían fondos nazis. En ese momento del filme, el periodista Rogelio García Lupo explica detalladamente la compleja trama de sociedades anónimas argentinas que fueron pantallas del Banco Wehrli y su evolución en los años de postguerra. El broche final del programa Secretos de Evita: el viaje a Suiza, está a cargo de una mujer entrada en años que fue la esposa de Guisan en la Argentina, después que éste se divorció de la hija del banquero Wehrli. Esta mujer, María Teresa Adela Julieta Mercedes Proskowetz, era hija de un diplomático de Checoslovaquia en Buenos Aires, donde conoció a Guisan. En la pantalla recuerda aquellos años y, después de mostrar el pasaporte de Guisan a las cámaras, evoca los tiempos difíciles de hace medio siglo: “Henri hacía negocios en Buenos Aires, él se encargaba de que pudiera entrar en la Argentina gente que había tenido problemas durante la guerra y finalmente volvió a Suiza, donde murió hace muchos años”.

LOS MILLONES DEL NAZISMO EN LA ARGENTINA 110 por ciento nazis Un capitán de las SS fue agente de la Casa Rosada durante el primer gobierno de Perón. Era argentino. Pero viajó a Alemania en 1922 y se enroló en el cuerpo de elite de Adolf Hitler. -------------------------------------------------------------------------------UKI GOÑI Que un capitán de las SS y espía de Heinrich Himmler tras la guerra se convirtiera en el agente principal de la División Informaciones de la Casa Rosada durante la primera presidencia del general Juan Perón parece extraído de una novela sobre ODESSA. Sin embargo así ocurrió. Horst Alberto Carlos Fuldner era consciente que rescatar de los tribunales de Europa a sus ex camaradas nazis podía “crear dificultades de conciencia” a algunos. Sin embargo, actuaba siguiendo “instrucciones del propio presidente de la Nación”, como declaró en 1949 en un sumario secreto de la Dirección de Migraciones que ha sobrevivido en el Archivo General de la Nación. Nacido en el barrio de Belgrano en 1910, de padres germanos, Fuldner viajó a Alemania en 1922. Ingresó a las SS a los 21 años. Al recibir el llamado para cumplir el servicio militar en Buenos Aires, en 1931, presentó una carta ante la Embajada argentina en Berlín. Decía que a pesar de seguir siendo “argentino en el corazón” ahora era ciudadano alemán y “los deberes y derechos como argentino no son más los míos”. La Embajada le contestó fríamente que la patria era irrenunciable. Cuando intentaba fugarse de Europa en 1935, tras protagonizar defraudaciones y estafas en Hamburgo, Fuldner fue recapturado en alta mar frente a la costa de Brasil, llevado a Alemania y su anillo con la calavera de las SS ritualmente fundido. Pero para marzo de 1945, Fuldner revistaba como agente secreto del servicio secreto de Himmler, el temible SD, partiendo de Berlín a Madrid en una misión programada para “después de la guerra”, como pudo constatar el espionaje estadounidense en España. Traía abundante dinero, un avión cargado de objetos de arte, su pasaporte alemán y el argentino. En Madrid se reunió con otros fugitivos que pronto se trasladaron por avión y barco a la Argentina. Así fue como el croata de la Luftwaffe Gino Monti de Valsassina; el ex embajador croata ante Hitler, Branco Benzon; el criminal de guerra belga Pierre Daye; el colaboracionista francés Georges Guilgaud Degay; el criminal francoargentino Charles Lescat y el polaco Czeslaw Smolinski sesionaron durante 1947 con Perón en la Casa Rosada, planeando bajo el paraguas de la División Informaciones el rescate de sus compañeros que permanecían en Europa. Algunos de ellos estaban relacionados con nacionalistas argentinos. Lescat en particular con Cosme Beccar Varela y Juan Carlos Goyeneche, habiendo el último sido colaborador del SD en Europa durante la guerra, cuando se reunió con el mismo Himmler y donde habría conocido a Fuldner. Para cumplir su misión a favor de los nazis, Fuldner retornó a Europa desde el 16 de diciembre de 1947 hasta el 16 de octubre de 1948, operando desde una oficina abierta secretamente por el ex coronel del GOU Benito Llambí, ahora convertido en embajador argentino en Suiza, en la calle Merktgasse 49 de Berna. Fuldner -con el apoyo desde Buenos Aires del jefe de la División Informaciones Rodolfo Freude- cruzaba a sus clientes clandestinamente de Suiza a Alemania, transportándolos a Génova y de allí por barcos de la línea Dodero a Buenos Aires. Durante 1947 y 1948 partieron hacia la Argentina un gran número de criminales de guerra, colaboradores del nazismo y ex agentes del SD, entre ellos Dinko Sakic, Erich

Priebke, Ante Pavelic, Walter Kutschmann, Friedrich Rauch, Milan Stojadinovich, Erich Schroeder, Eduard Roschmann y Fridolin Guth. Gerhard Bohne, a cargo del programa de eutanasia de Hitler, nombró como referencia en el Consulado argentino en Génova al “secretario de Aeronáutica”. Fuldner por aquella época era agente de la Aeronáutica argentina en Europa. Otros como Josef Schwamberger, Adolf Eichmann y Josef Mengele embarcaron entre 1949 y 1950, tras haber iniciado sus gestiones de ingreso ante las autoridades argentinas en Europa durante 1948. El “soberbio e intrigante” Fuldner y sus socios Georg Weiss y Herbert Helferich eran considerados “110 por ciento nazis” por los diplomáticos suizos en Buenos Aires, quienes el 15 de noviembre de 1948 informaron a Berna que el “patrocinador” de Fuldner era Freude, “secretario privado del presidente Perón”. La legación suiza en Buenos Aires consideraba “extraordinariamente delicado actuar contra Carlos Fuldner sin arriesgar lastimar los sentimientos del muy influyente Dr. Fraude”. En Berna, Fuldner era también asistido por el diplomático argentino Enrique Moss, cónsul en Berlín durante la guerra, y por el polaco Smolinski. Quizás por la presión suiza o porque había caído en desgracia con Eva Duarte, a mediados de 1948 Freude comunicó por carta secreta a Llambí que Fuldner cesaba su misión en Europa, agradeciendo al coronel “su amplia y generosa colaboración” en el “plan de búsqueda y traslado de técnicos especializados”. Justamente Eichmann y Guth entraron a la Argentina como “técnicos”, Pavelic y Schroeder como “ingenieros”, Sakic, Roschmann, Schwamberger y Mengele como “mecánicos”, así consta en los registros de su entrada al país. Ante la dificultad de obtener empleos dignos para estos “especializados”, Fuldner en 1950 creó CAPRI, una empresa ligada a la estatal Agua y Energía que ganó una licitación dentro del plan quinquenal peronista para medir ríos en Tucumán. Hasta allí se dirigió Eichmann con otros ex camaradas de las SS ahora devenidos en “técnicos” de CAPRI. En mayo de 1960, cuando Eichmann fue capturado en Buenos Aires por un comando secreto israelí, Coordinación Federal se acercó a la casa de Fuldner en el coqueto barrio de Palermo Chico intentando rastrear el paradero del jerarca nazi. Fuldner se acordaba perfectamente de la fecha de ingreso al país de Eichmann, el 14 de julio de 1950 a bordo del “Giovanna C”, como consta en su declaración ante Coordinación Federal aquel día. Fuldner murió en 1992 en Madrid. Allí su hija negó recientemente ante un periodista español las actividades a favor de los nazis de su padre. Hoy el único sobreviviente de aquellas reuniones con Perón en la Casa Rosada es Rodolfo Freude, quien a los 76 años administra un importante imperio económico. Apodado cariñosamente “Rudi” por Perón en aquella época, Freude guarda hoy un hermético silencio desde sus oficinas del piso 19 de Corrientes 327. Una empleada judía que comparte la cochera del edificio y que prefiere no ser identificada admite que “tiembla” cuando se cruza con el recio ex jefe de la División Informaciones enfilando hacia su automóvil al final de cada día. Uki Goñi es autor del libro Perón y los alemanes.

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