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Madrid y 80 en esta dicha Ciudad de Seuilla y todos concuerdan en que habrá 36 años poco mas o menos que salió della para dicha Villa de Madrid donde ha viuido portándose con lustre y Porte de Hombre Principal y el testigo 29 que ba al folio 41 en su deposición dice que Diego Rodríguez de Silua abuelo paterno del pretendiente en dicha ciudad de oporto exercio el oficio de Beredor el qual solo le tienen los hombres nobles hixos dalgo y juntamente fue cofrade de la Cofradía de la Misericordia que ai en dicha ciudad de oporto donde no son admitidos sino los que son tales hixos dalgo. Bauptizose el Pretendiente en la Collación de San Pedro desta Ciudad el año de 1899 años como parece del auto del folio 10b Seuilla y Febrero 18 de 16S9 años. Fernando Antonio de Salcedo.
Diego Lozano Viliaseñor.
G. CRUZADA VILLAAMIL
LOS HABITANTES DE NUEVA ZELANDA. Descubierta por Tasman el 13 de Diciembre da 1642, olvidada y como perdida durante más de un siglo, encontrada de nuevo por Cook en 6 de Octubre de 1769, Nueva Zelanda fue durante largo tiempo desdeñada por los europeos. Algunos pocos navegantes siguieron el camino descubierto por los citados marinos, y los balleneros explotaron después aquellos parajes, siendo sus relaciones con los habitantes no interrumpida serie dp combates, luchas y recíprocas traiciones. En 1814 algunos misioneros pusieron la planta en aquellas lejanas tierras; pero en vez de llevar la paz, parece que su llegada fue señal para que redoblasen las violencias. Los indígenas asesinaron muchas tripulaciones, y las represalias fueron sangrientas. En 1824 se verificaron las primeras conversiones debidas á los esfuerzos de los misioneros wesleyenses; estableciéronse algunos centros de colonización, y la influencia europea empezó á extenderse. La introducción de la imprenta data de 1834, y hoy existen grandes ciudades que rivalizan con las nuestras, construidas en las playas y reemplazando á los pahs feudales de los arikis. El comercio es tan activo como en nuestros puertos. Abundan allí los periódicos. Todas las asociaciones que existen entre nosotros tienen allí representantes; y la ciencia, alma de la moderna civilización, cuenta muchas sociedades. Para activar y coordinar los esfuerzos de estas últimas, la legislatura local decretó en 1867 la fundación de un Instituto de Nueva Zelanda, en Wellington City. Veamos lo que las Transactions del nuevo Instituto nos dicen acerca de los habitantes del país, los Mao-
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ris. Dos artículos están dedicados á este asunto: uno debido á Mr. Shortland (1) es muy corto, y tiene por objeto reasumir las tradiciones más antiguas de los neo-zelandeses sobre sus orígenes, subdivisión en tribus y sus ideas cosmogónicas. El segundo, escrito por Mr. Colensó, es una extensa Memoria, ó mejor una historia sucinta, pero casi completa, de la raza humana local (2). En estilo habitualmente conciso, casi aforístico, el autor resume la mayor parte de los hechos esenciales publicados por sus antecesores, añadiendo gran número de observaciones personales. Este trabajo comprende seis capítulos, repartidos y divididos de un modo metódico. Mr. Colenso examina sucesivamente los caracteres que llama fisiológicos, individuales y sociales, las manifestaciones psicológicas y filosóficas; cuenta la historia antigua y moderna de los Maoris, y procura prever la suerte que les espera. No pueden aceptarse todas las opiniones de este escritor, y á veces se reconoce que descansan en errores há largo tiempo refutados; pero su Memoria será siempre uno de los mejores trabajos que pueda consultar quien quiera formar justa idea de la población neo-zelandesa indígena. Por lo dicho puede comprenderse que el articulo de Mr. Colenso es muy difícil de analizar, y me limitaré brevemente á extractar algunas páginas, á demostrar las consecuencias de varios hechos afirmados por el autor y á discutir a'.gunas de sus teorías. Confirmando en este punto lo dicho por antiguos viajeros, Mr. Colenso hace constar la variedad de facciones, de color y de cabello entre los Maoris de más pura sangre. Ya nos habían informado sobre este punto los retratos que poseemos, y hecho deducir que el conjunto de la población tenia diversos elementos antropológicos. El tipo blanco se presenta á veces de un modo neto, y la influencia de la sangre negra no es menos fácil de reconocer entre algunos de ellos. El estudio osteológico confirma alguna de estas apreciaciones, y los cráneos de la colección del Museo no dejan duda alguna sobre este punto. Estas mezclas explican el color, á veces tan blanco como el de los europeos, á veces casi negro, y sus cabellos, ordinariamente ondulados, en tanto lacios, en tanto muy rizados, que diversos viajeros describen (3). Los Maoris tenian una constitución robusta y muy (1) Short Sketch of the Uaori races, by Edward Shortland, Esq., Traiisaclions, tomo i, Eunys núm. 9. (2) On the Maori racen of New-Zealanú, by William Colenso, Esq. F. L. S., Transactions, tomo i, Essays núm. 10. (5) Sólo el grabado x x de la obra de Hamilton Stnith (Natural hislory of Man) presenta en este punto un contraste notable é instructivo. La figura 1.a es el retrato de Té-Kevíiti, gran jefe, evidentemente de la sangre mas pura polinésica. La figura 2. a es la de un Maori de rango inferior, venido á Europa expresamente con objeto de adquirir semillas propias para enriquecer su patria. Se ven en él claramente los signos del mestizo.
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mite que cierto número de especies, hoy extinguidas, han vivido al mismo tiempo que el hombre, siendo por éste exterminadas, y considera que la aparición y el desarrollo do la antropofagia nace de su exterminio (1). Mr. Mantell acepta que el hombre y ciertas que vivian no lejos de fuentes termales y sulfurosas, moas hayan sido contemporáneos; pero, apoyándose tan abundantes en Nueva Zelanda, habian sabido reco- en los resultados de las excavaciones hechas en antinocer la eficacia de estas aguas para combatir las quísimas tumbas, deduce que, al menos en la isla afecciones reumáticas y algunas enfermedades cu- del Norte, el canibalismo ha reinado en época en que dicha fuente de alimentación no ha sido agotada. Cree táneas. En Nueva Zelanda, como en otros muchos puntos, que el exterminio de estas preciosas aves ha debido el contacto de los indígenas con los europeos parece ser próximo á la llegada de los Maoris á Nueva Zeque ha desarrollado el germen de mortíferas epide- landa. Se ha hallado, sin embargo, en el Otago un mias. En los primeros años de este siglo una de estas esqueleto al que estaba aún adherido una parte de plagas mató las tres quintas partes de la población al los tegumentos y de las plumas. En fin, Mr. Mantel) Sud de la isla septentrional, y en muchas aldeas ó ha hecho constar que ha encontrado mezclados á osatribus secundarias sólo dejó uno ú dos supervivientes. mentas de moas, instrumentos y diferentes utensilios Esta es una de las causas de la disminución de la raza de los que emplean los Maoris actuales. Esta obserque, entregada á sí misma, se hubiera de seguro vación promueve una cuestión de que más tarde nos multiplicado con una rapidez que explican ciertas par- ocuparemos, la de la existencia de dos razas que suticularidades fisiológicas. Entre los Maoris la puber- cesivamente han ocupado á Nueva Zelanda, antes de tad se manifestaba de once á doce años; las mujeres la llegada de los europeos. Volvamos á los Maoris. Los diversos trabajos en eran muy fecundas, y podian ser madres hasta los que se osupaban, los tenian severamente reglamentacuarenta años. Al principio del capítulo consagrado al género de dos. Por lo común los hombres y las mujeres ejecuvida de los Maoris, M. Colenso escribe esta significa- taban separadamente sus respectivos trabajos, y los tiva frase. «En las costumbres de la vida diaria eran in- que reunían á toda la población tenian carácter sadustriosos, arreglados, limpios y morigerados.» Enu- grado; pero es digno de notarse que, entre los Maoris, mera en seguida los trabajos á que se dedicaban los no se permitía que hubiera desocupados ó vagos: tohombres y las mujeres; los diversos medios emplea- dos sin distinción trabajaban; los jefes más nobles al dos en la caza y pesca; los cuidados con que cultiva- lado de sus esclavos, sobre todo en la agricultura, ban algunos vegetales; el suplemento alimenticio que considerando que el nombre con que se enorgullesacaban de diversas especies de árboles y de plantas cían obligábales también á hacer en todo más y mejor que los demás. salvajes. Si nuestras aristocracias europeas hubieran pensado Es sensible que, á propósito de estos detalles sobre la alimentación, el autor no haya tratado la intere- y trabajado como esta nobleza, considerada salvaje, sante cuestión de si son contemporáneos el hombre y en todas partes hubiesen conservado su influencia y las grandes aves brevipenas, cuyos restos tanto han su rango. Mr. Colenso da sobre la arquitectura, ornamentaadmirado todos los paleontólogos europeos y que reemplazaban, por decirlo así, á los mamíferos en ción y mueblaje de las habitaciones, detalles que reNueva Zelanda. El autor parece indicar en una corta asumen y completan lo que ya se sabia, insistiendo frase que subsiste la duda. Un trabajo de Mr. Mantell con razón en ias particularidades más notables de la hubiera resuelto, pero desgraciadamente las Tran- su marina de guerra, de pesca y de trasporte, nomsactions dan de él un extracto muy pequeño (1). No bres que pueden emplearse bien al hablar de Nueva es menos interesante saber el estado de la cuestión Zelanda. Las descripciones hechas por Cook y sus sude los moas, según1 los sabios que están en mejores cesores lo habian demostrado de largo tiempo atrás. Referiré sólo un detalle de los de Mr. Colenso. Dice condiciones para examinarla. Estos moas eran aves semejantes al avestruz, bajo que las wakounua (canoas dobles) fuertes y sólidas de el punto de vista de que andaban y no volaban, pero los antiguos Maoris apenas las conoce de nombre la ciertas especies tenian un tamaño muy superior á la de los avestruces. El eminente geólogo de la expedi(1) New-Zealand (traducción inglesa), cap. ix. El autor reasume en ción de la Novara, Mr. Hochstetter, fundándose en este capitulo los trabajos de sus antecesores y los suyos propíos sobre sus investigaciones y observaciones personales, ad- ese notable grupo que sólo está representado en Nueva Zelanda por tres
pocas enfermedades, siendo éstas casi las mismas que los demás polinesios. Su terapéutica se reducía en general á las ceremonias con que los sacerdotes pretendían curar la dolencia. Medicinaban, sin embargo, los reumatismos con fuertes baños de vapor; y los
(1) Address ou the Moa, by the Hon. W. B. Mantell F. G. S. Transactions, tomo i, pág. 18.
ó acaso cuatro especies de Apteryx (Kiwi). Las especies extinguidas contaban seis especies de Dinornis y dos especies de Palapterix. El Dinorni» giganteut era cerca de un metro más alto que los mayores avestruces.
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generación presente. En algunas frases combate y explica Mr. Colenso un error frecuentemente repetido. Se ha dicho que no se habían usado en Nueva Zelanda estas canoas dobles, olvidando los testimonios de Tasman y de Cook; pero el hecho se explica por el abandono en que parece ha caido progresivamente esta forma de construcción. Tasman habla sólo de canoas reunidas de dos en dos; Cook, por el contrario, dice que esta reunión s verificaba raramente, y sin duda los Maoris renunciaron á ella por completo poco tiempo después del viaje del ilustre navegante; y á falta Je buenos informes,creyóse que los Maoris no habian conocido nunca esta forma de construcción naval. La moda y la fantasía reinaban en Nueva Zelanda como en todas partes. Alli, como entre todos los pueblos salvajes, los adornos preocupaban á los hombres tanto ó más que á las mujeres. Este instinto tan profundamente humano ha entrado por mucho, de seguro, en el desarrollo que habia tomado el tatuage en Nueva Zelanda, y en el papel que esta operación representaba en la vida de los Maoris, hombres y mujeres. Entre ellos, las líneas elegantes y raras que llegaban á cubrir en los jefes todo el cuerpo, tenian una significación más elevada. Es sensible que Mr. Colenso no haya dado algunos detalles circunstanciados sobre este blasón, cuya importancia real parece haber desconocido. Limítase á decir en otra página que únicamente los jefes tenian derecho á usar ciertos signos. Los cuatro grandes sucesos en la existencia de los Maoris eran el nacimiento, el matrimonio, la muerte y la exhumación de los huesos. El nacimiento de un niño se acogia con una fiesta. Sin embargo, el niño, la madre y cuantos habian intervenido en el alumbramiento estaban tabuados y reputados impuros hasta el momento en que el tabú era solemnemente levantado por un sacerdote: en aquel momento el recien nacido recibia el nombre. Por motivos de conveniencia ó de política, verificábanse á veces matrimonios entre niños de corta edad, y entonces las ceremonias del casamiento se celebraban tranquilamente y la fiesta se terminaba de un modo pacífico. En el caso contrario, el campo de la lid quedaba abierto á los pretendientes hasta el último momento, A veces, hechos todos los convenios, y cuando los futuros iban á unirse, un recien llegado intentaba apoderarse de la novia, emprendiendo con tal objeto una lucha apasionada y violenta en la cual quedaba la joven medio muerta á fuerza de empujarla y atraerla en todos sentidos. Una vez encasa del marido, debia procurar contentarle en todo, porque el divorcio estaba autorizado. Además, casi nunca se encontraba sola, pues se permitía, y aun se alentaba la poligamia. Temiendo la muerte, los Maoris sabían, sin embargo, desafiarla ó verla venir con serenidad, lo mismo en las enfermedades que en los campos de batalla. Cuando morían en sus casas, en los últimos momen-
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tos de la vida se hacían sacar al aire libre para que no recayese el tabú sobre sus domicilios. Los asistentes atestiguaban su dolor con lamentos, lágrimas y sangre que se causaban en los brazos, en el pecho y en la cara. Al muerto se le exponía durante algún tiempo, ó en una estancia construida expresamente, ó en su propia casa; de ordinario era en el fondo de un bosque reservado á este uso. Cuando las carnes habian desaparecido, se procedía ala limpieza de los huesos (hahunga); cada uno de ellos era cuidadosamente limpiado, se los reunia en seguida y eran trasportados á un lugar secreto, conocido solamente de corto número de personas. Esta precaución se habia tomado para evitar que ninguno cayese en manos de enemigos que no hubieran dejado de profanarlos. La sociedad neo-zelnndesa era esencialmente feudal, aristocrática y dividida en clases rigurosamente limitadas. Este es un hecho indudable, sabido por documentos que han recogido diferentes viajeros, y principalmente Thomson, á quien Mr. Colenso ha hecho mal en olvidar. Existían en Nueva Zelanda, según este autor, seis clases distintas, á saber: 1." los arikis ó sacerdotes jefes, que se consideraban á sí mismos y los aceptaban los demás como encarnaciones de dioses; á estos se les ha llamado con frecuencia reyes; 2." los tunas, título que correspondía á todos los miembros de la familia real; 3." los rangatiras, jefes ó caballeros; 4.° los tutuas, que hacían el papel de nuestra clase media; 5." los wares, correspondientes á nuestras clases inferiores, y 6." los tuarakarekas ó esclavos. Se ve, pues, que en este pueblo, considerado como salvaje, habia distinciones sociales y una gerarjjuía tan completa como en cualquiera de nuestras viejas sociedades europeas. Mr. Colenso no insiste lo bastante en estos hechos esenciales, y parece que no ha comprendido-su importancia, pues sólo habla de señores y de esclavos. En cambio dice el por qué de una anomalía social indicada, pero no aplicada por los escritores que le han precedido, y que introduce tristes elementos en las familias polinésicas. El hijo mayor de un jefe era casi siempre considerado como superior á su padre y á su madre, siendo más noble que ellos. En concepto de estos pueblos, la nobleza dependía á la vez del grado de parentesco con el entecesor común de la tribu y del rango de los padres. Estos dos elementos de superioridad reunidos en el hijo le colocaban en más elevado lugar que los que le habian dado la vida. Las mujeres compartían este privilegio con los hombres, y las tradiciones maoris han conservado el recuerdo de algunas de esas mujeres arikis, de esas reinas, como las llaman los viajeros europeos (1). (1) Véase, entre otras, la curiosa Historia dePaoa, antecesor de la tribu de los Ngalipaoas* traducida al inglés por sir Jorge Grey K. C- B.
(The Journal ofthe Ethnological Society of London, tomo i, pág. 355.)
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Las distinciones sociales que he indicado existían en toda Nueva Zelanda. La población estaba además dividida y subdividida en tribus, correspondiendo exactamente á los clans escoceses. Thomson ha hecho esta comparación, que ni siquiera indica Colenso. Resulta también de los detalles dados por Mr. Edward Shortland en la Memoria de que antes he hablado, Memoria que llena algunas de las lagunas dejadas por nuestro autor. El número de tribus primordiales, de naciones, corno" se hubiera dicho hablando de los Pieles-rojas, era de seis. Cada una de ellas remontaba á los primeros tiempos de las inmigraciones, de que después hablaremos, y procedía de una tripulación de las canoas que realizaron aquellas. La historia de algunos de estos grupos ha sido detalladamente conservada. Conocíanse los puntos por donde el Taínui fia Marea Alia) y el krawa (el Tiburón) llegaron á tierra, donde sucesivamente tocaron y donde establecieron sus centros de colonización. Se sabe que los jefes tomaban posesión del suelo, como lo hacen los marinos modernos, si bien la fórmula era distinta. «Este es el lecho de mis hijos,» exclamaban, y tan sencilla afirmación constituia un título sagrado, que nadie pensaba disputar. Los dominios así adquiridos eran á veces de considerable extensión, y de ello resultó desde un principio la dispersión de las tripulaciones, y por tanto la división y aislamiento de las tribus. Compréndese que estos pequeños grupos, constituyéndose aparte en un país donde las comunicaciones no eran fáciles, hayan concluido por presentar, al cabo de algunas generaciones, ligeras diferencias de costumbres y de lenguaje... Pero los recuerdos de origen común no se borran por ello. En cada familia se trasmitían con todos sus detalles la historia de sus antecesores; las genealogías se conservaban con un cuidado escrupuloso. La exactitud de estos documentos, á los cuales me referiré después, ha sido formalmente reconocida á consecuencia de una verdadera información, por medio de la cual las autoridades inglesas han reunido y comparado las genealogías de muchos jefes pertenecientes á distintas tribus, alejadas unas de otras. El notable acuerdo que existe entre todas ellas es la mejor prueba de su autenticidad. Añadamos que el nombre del fundador de la tribu llegaba á ser habitualmente el de la tribu. El gnati neo-zelandés significa lo mismo que el mac escocés y la O' irlandesa. De diez y ocho naciones históricas admitidas por Thomson, diez y seis tienen nombres que empiezan por esta apelación. Lo mismo sucede con treinta y nueve subdivisiones de los Gnatikahungunu, de un total de cuarenta y cinco. Los Maoris conocían la propiedad, y Mr. Colenso da sobre este punto interesantes detalles más completos que los conocidos hasta ahora. Por poco familiares que me sean las cuestiones de derecho, creo que las TOMO II.
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bases de la propiedad entre los Maoris eran semejantes á las que rigen en Europa. Encontrábase en Nueva Zelanda la propiedad personal aplicada á los bienes muebles é inmuebles, la trasmisión y la herencia eran conocidas y estaban admitidos el usufructo permanente y temporal. Los jefes gozaban de ciertos privilegios que recuerdan los derechos de nuestros señores feudales: por ejemplo, todo pez real, como la ballena, el marsuino ó el delfín, arrojado á la costa, pertenecía alariki, jefe del territorio (1). El derecho de adquirir lo que el mar arrojaba á la costa era notablemente riguroso, porque las canoas que naufragaban, aunque fueran de amigos, eran confiscadas con cuanto contenían en provecho de los ribereños. Al lado de la propiedad privada existia la propiedad comunal, y no hay para qué decir que la tierra no cultivada y sus productos correspondían á todo el mundo; paro el campo roturado en los terrenos comunales, el árbol que un particular señalaba para cortarle, convertíase en propiedad personal. Los neo-zelandeses criaban en cautiverio algunas aves, como los loros, y una especie de grulla (Árdea flavirostris), cuyas plumas se buscaban como objetos de adorno. También parece que criaban dos especies de gaviotas, pero su único animal verdaderamente doméstico era el perro, cuya lana, piel y carne utilizaban. El perro habia sido importado en la época de las inmigraciones, de que después hablaremos, como la rata y el loro gris. Las gaviotas mismas, que tenían costumbres parecidas á nuestros patos, iban á pasar eldia en el mar y entraban por la noche en la aldea: probablemente eran descendientes de las pollas de agua, llevadas por Turi y sus amigos, cuando este jefe fue de Havaiki á Nueva Zelanda. Mr. Colenso no opina así, y, al parecer, no cree en los viajes que nos ha dado ir conocer sir Jorge Grey. Más adelante discutiré esta opinión. ' Empieza Mr. Colenso su capítulo consagrado á los caracteres psicológicos de los neo-zelandeses, declarando que sus facultades intelectuales y morales eran de un orden elevado, aunque las bastardeasen y rebajasen las costumbres, hábitos é instintos brutales á que se abandonaban sin freno. Traza en seguida un cuadro detallado, insistiendo priniero en las buenas cualidades y después en las malas. Esta parte de la Memoria no contiene nada todavía bien caracterizado. Por ejemplo, hablando mucho del canibalismo, Mr. Colenso no da sobre este punto ningún informe especial, como los que á Thomson debemos; hablando de los implacables odios de los Maoris, nada dice de la manera cómo entendían el derecho y el deber de la venganza, si es posible expresarse así, y en este (1) Adviértase que todos estos pretendidos peces son cetáceos; es decir, mamíferos. En este concepto respiran aire por los pulmones y tienen sangre caliente. Estas cualidades habían, sin duda, llamado la atención de los Maoris, observadores como todos los salvajes.
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punto podían hacerse interesantes comparaciones por un autor que, como Mr. Colenso, conoce la localidad, y á quien hubiera sido fácil demostrar la semejanza en estos sentimientos entre los neo-zelandeses y los corsos de este siglo, ó los escoceses del pasado. Yo he hecho ya una comparación de esta naturaleza, y hubiera podido multiplicar observaciones análogas. Mr. Colenso tiene el defecto de aislar demasiado su asunto y no apreciar los datos comparativos que puede encontrar en otras partes. Acaso conteste á esta crítica diciendo, que sólo ha querido dar á conocer á los Maoris, dejando á los demás el cuidado de señalar los puntos de semejanza que tengan con pueblos más ó menos apartados; pero esta contestación, aceptable cuando se trata de pueblos europeos, no lo es al referirse á las ramas de la raza polinésica, de quienes Mr. Colenso se cuida tanto como de los escoceses, privándose de importantes puntos de comparación y no dándose cuenta de ciertos hechos generales que, no teniendo fácil aplicación concretados á Nueva Zelanda, se esclarecen completamente en otras partes, como, por ejemplo, en Taiti. Mr. Colenso ha comprendido perfectamente la importancia del papel que desempeña entre los Maoris el tabú y aprecia con exactitud su influencia, muchas veces excelente y algunas mala; pero sobre este punto tan interesante, nada de nuevo nos dice. No distingue al parecer el tabú civil, del religioso, y creo que se ha equivocado acerca de la verdadera naturaleza de este último. «La observación del tabú, dice, ocupaba el lugar de la religión entre los neo-zelandeses.» El autor toma íiquí el efecto por la causa. Si las prescripciones del código tabuano eran tan estrictamente observadas, es porque descansan en la idea religiosa, y si ésta se encuentra oscurecida por un formalismo excesivo, no tenemos el derecho de admirarnos, porque no es sólo en Nueva Zelanda donde, en punto á religión, la forma predomina sobre el fondo. \\))) Mr. Colenso sólo encuentiTji/supersticiones entre los Maoris, y no les reconoce ninguna religión en el sentido verdadero y popular de esta palabra. «No tienen, dice, ni doctrina, ni dogma, ni culto, ni forma alguna de adoración: no conocen ningún ser que, propiamente hablando, pueda ser llamado Dios: no tienen ídolos; no veneran ni al sol, ni á la luna, ni á las brillantes estrellas, ni á ningún fenómeno de la naturaleza.» Si sucede así en nuestros dias, los Maoris modernos se parecen muy poco á sus antepasados. Los cantos históricos recogidos por sir Jorge Grey, nos muestran, por el contrario, que los primeros colonos llevaron consigo una parte de sus dioses y acogieron con veneración á la joven que les devolvió lo que habian dejado en la madre patria. Estos dioses, así
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trasportados, tenían que ser evidentemente ídolos. Siu embargo, el cielo y la tierra, Rangi y Papa, eran los primeros padres de todos los sores que existen y se les dirigían preces para que fuesen favorables (1). Sir Jorge Grey, nos ha conservado algunos versos de un himno dirigido á la anciana diosa la Tierra para que no perturbe las semillas que se le conflan, y podría citar otros ejemplos que prueban fácilmente que los neo-zelandeses veian en sus atuas los malos genios (2) (malignant demons). Los antiguos Maoris tenían también lugares consagrados al culto, y el primer cuidado de los colonos inmigrantes era establecerlos. Disputas que muchas veces iban á degenerar en batallas, fueron sometidas al juicio comparativo de estos santuarios. El partido que tenia superioridad en este punto, ganaba la causa en el concepto de sus mismos competidores. Añadiremos que, á juzgar por el testimonio del arzobispo de Wellington, existen aún estos templos. Sin duda alguna los dogmas no estaban formulados en Nueva Zelanda con la claridad que habian adquirido en Taiti. Los Maoris, salidos de una mezcla de los Samoanes y de los Ta'itianos, so acercaban más á las tradiciones primitivas de la raza, como lo atestigua la precisión de sus cantos históricos. La naturaleza semi-divina y semi-humana de los hijos de Rangi y de Papa se explica as! (3). Encontrábanse casi en el mismo punto que los naturales de Tonga, cuyas tradiciones nos ha conservado Mariner (4). Pero por todas partes se encuentra el mismo fondo de creencias. Tal es, entre otras, la que atribuye á los jefes una naturaleza sobrehumana que acaso se acentuó más en Nueva Zelanda que en los demás países. Los arikís no sólo pretendían descender en línea recta de los dioses, sino ser dioses ellos mismos, ,y esta pretensión la acataban sus subordinados. «No creas, decía Té-Héon-Hóon á un misionero, que soy hombre y que mi origen sea la tierra. Vengo del cielo, donde están todos mis antepasados. Son dioses y volveré junto á ellos (b).» Al leer estas frases tan extrañas, es difícil no acordarse de los (1) Potynetian Mythology, The Curse of Manaia. En la página 179, Sir Jorge Grey da el dibujo de una estatua grotesca y monstruosa que evidentemente es una de las imágenes veneradas por los Maoris. (2) Polynesian Mythology (pág. 15), Shortland da por madre íi Rangi, Ao, la luz, que ha tenido por antepasados á Kore, ta nada, y fi Po, la oscuridad. (3) Las consideraciones de esta clase, relativamente al conjunto de la Polinesia, las he desarrollado más en la obra Les Polynesiens el leurs migrations. Apéndice: Genealogie et origine des dieux polynesiens. (4) An account ofthenatives of tile Tonga Island*. ^5) Tbomson The story nf New-Zealand. Parece que Té-Héon-Béon vive todavía. Durante su permanencia en Nueva Zelanda (1869^, Hochstetter ha visitado á este representante de los antiguos arikís. Té-HéonHéon habita un pintoresco pin, construido en una península del lago Taupo, cerca del volcan sagrado de Tongariro. Vive como los antiguos jejfes, y sus compatriotas te tribut&a la veneración debida a un semi-djqa,
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mikados del Japón y de los reyes dioses de Egipto. Acabo de invocar repetidas veces en apoyo de mi opinión las tradiciones recogidas por diversos autores, como Sir Jorge Grey, Shorllancl y el doctor Thomson. Mr. Colenso, á quien siento combatir, rehusará las pruebas de esta naturaleza, considerándolas poco dignas de fe. Estas tradiciones no son para ól otra cosa que mitos ó fábulas, esencialmente alegóricas y sin carácter alguno histórico ó real, que nada enseñan, ni acerca de los lugares, ni de los tiempos. Los detalles que dan sobre el nombre de las canoas, la composición de las tripulaciones, los accidentes de las travesías, los viajes y descubrimientos emprendidos, inmediatamente después de la llegada á Nueva Zelanda, no son, á los ojos de Mr. Colenso sino una rapsodia mística. Todas esas aventuras mezcladas de encantamientos y de prodigios, son más fantásticas que los viajes de Munchausen y de Gulliver, y no merecen que se haga caso de ellas. En particular, cuanto se refiere del punto de partida de estas inmigraciones, sólo es resto de algún mito más antiguo que el qne hace pescar la isla Norte de Nueva Zelanda por Maoni. El nombre de Hawalki, dado á esa isla misteriosa, no designa un punto particular. Mr. Colenso motiva su opinión en las fábulas mezcladas á estas tradiciones, en las variantes que han sido recoaocidas y en algunos hechos que se limitan á indicar, calificándolos de imposibles. Se trata, pues, aquí de una teoría completa. Sin sospecharlo acaso, Mr. Colenso razona como un discípulo de esa escuela que ha defendido la no existencia de Napoleón. No entraré en la discusión en lo que de general tiene, concretándome á algunas observaciones. Las leyendas históricas de los Maoris contienen relaciones de acontecimientos manifiestamente fabulosos; pero no hay motivo para extrañarlo, porque lo mismo sucede con nuestras crónicas de la Edad Media. ¿Qué hace el historiador cuando el cronista le cuenta que Santiago, montado en un caballo blanco, ha combatido al frente de un ejército cristiano contra los moros en España? Prescinde de este detalle, pero no niega la batalla ni la victoria de los españoles. Aplicando el mismo espíritu de atinada crítica á las tradiciones recogidas por Sir Jorje Grey, se sacará una historia sencilla de acontecimientos que han debido casi necesariamente ocurrir, si se admite el carácter de los neo-zelandeses actuales, como le ha pintado Mr. Colenso, y su inmigración, que acepta como demostrada. Además, considerable número de estos pretendidos prodigios son fenómenos muy naturales, desfigurados por la superstición. Si la Arawa, una de las canoas salidas de Hawaiki, se extravía de su ruta y está á punto de naufragar por una tempestad, es porque el sabio mágico Ruaeo, deseando vengarse del comandante que le habia robado su mujer, ha
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cambiado las estrellas de la noche en estrellas de la mañana. Si el Tongariro, uno de los volcanes de Nueva Zelanda, lanza sus llamas en el momento en que Ngatoro-i-Rangi subia por los flancos de la montaña, es porque el sacerdote jefe estaba á punto de morir de frió, y para calentarse, llamó á si el fuego de la madre patria. ¿Es difícil distinguir en estos casos la verdad, de la fábula y el fenómeno real, de la interpretación supersticiosa? Las tradiciones de Nueva Zelanda, conformes en conjunto, presentan á veces, al decir de Mr. Colenso, diferencias bastante grandes. ¿Deben por ello rechazarse todas? También podría invocar en este punto nuestras propias historias y nuestros poemas de la Edad Media; pero citaré un hecho que demuestra que el desacuerdo no es considerable ni frecuente. Los abogados ingleses han admitido como títulos que tienen valor enjuicio, en los pleitos relativos á la posesión del suelo, las genealogías y los testimonios contenidos en los cantos tradicionales de los Maoris. Entre los hechos que Mr. Colenso considera imposibles, los hay que, al contrario, son muy sencillos y repetidos. Las tradiciones refieren como al ir de Hawaiki á Nueva Zelanda, los colonos llevaban consigo los vegetales y los animales que juzgaban deber serles útiles. Estas plantas y estas aves se encuentran hoy en aquellas islas; algunas se han aclimatado por completo, y viven en estado salvaje. Mr. Colenso no quiere creer estos resultados; pero lo mismo ha sucedido en América á consecuencia de las inmigraciones europeas, y así acontece en Australia hoy dia. Al emplear argumentos de tal clase, Mr. Colenso olvida los toros salvajes de Santo Domingo, produciendo la industria de la cecina; olvida que fue preciso declarar guerra de exterminio á los cerdos, que, en estado de liberad, destrozaban los plantíos; olvida que, en la actualidad, el conejo llevado á Australia se ha convertido en un animal destructor, del que apenas pueden defenderse los colonos, á costa de inmensos trabajos. Notemos, por fin, que estas relaciones tradicionales han dado cuenta de un hecho que ha llamado vivamente la atención de los zoólogos. En todo el grupo insular neo-zelandós sólo se han encontrado dos mamíferos terrestres, el perro y la rata. El primero es incontestablemente exótico, y el mismo Mr. Colenso admite su origen extraño. La rala es el único animal que forma excepción en el carácter general de la fauna; pero la historia de las inmigraciones de Turi y de sus compañeros nos enseña que también ha sido importada, como propia para servir de alimento (1). (1) Polynésian Mythology (pag. 212). La canoa que llevaba estaa ratas Mamábase Aotáu, y contenía también el loro gris que habita aún en Nueva Zelanda, las grandes pollas de agua, probablemente las gaviota», multitud de plantas gramíneas, etc., destinadas á la aclimatación. El precio que se daba á estas riquezas de un colono, lo consigne aún e! siguiente proverbio: ((Vale tanto como el cargamento de la Atilétt• >?
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REVISTA EUROPEA.
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¿Admirará á nadie que este roedor se haya aclimatado? La historia de nuestras ratas europeas responde á la objeción. Pero, añade Mr. Colenso, estos buques, cuyos nombres se nos refieren y que conducen tantas cosas, son sencillas canoas, y se supone que llevan ciento cuarenta hombres de tripulación. Esto es imposible.
Pues bien, Sir Jorge Grey había ya contestado. Estas canoas, cuyos nombres conserva la tradición maor¡, como la historia ha conservado el de Endeavour (viajes de Cook) ó el de la Boudeme (viajes de Bougainville), eran canoas dobles, que Tasman encontró todavía generalmente empleadas, pero que ya entonces empezaban á ser reemplazadas por las grandes piraguas sencillas de los tiempos de Cook. La historia de las principales inmigraciones así lo atestigua. Cuando Ngatoro-i-Rangi, admirado por la ruta que seguía la Arama, extraviada por los encantamientos de Ruaéo, quiso darse cuenta de la situación, subió á lo alto de la casa construida sobre el emplazamiento que wnia ambas canoas. Fácil es apreciar la importancia de esta frase escapada á Mr. Colenso. Por ella sabemos que la Arawa, el Ta'inui, la Aotéa... eran do esos buques admirados por cuantos los han visto, y que nuestros marinos más hábiles han considerado apropiados para largos viajes, habiendo podido con ellos los taitianos explorar los mares circunvecinos en un radio de más de cuatrocientas leguas. Estas palabras de Forster refutan por sí cuanto Mr. Colenso repite, sobre la imposibilidad para los Maoris primitivos de atravesar las distancias que separan á Nueva Zelanda de las islas menos alejadas. Por lo demás, Mr. Colenso reconoce que los neozelandeses actuales no son hijos de la tierra en que han sido encontrados, y acepta el hecho general de las inmigraciones, como demostrado por la naturaleza exótica de las plantas cultivadas y por la presencia del perro. También hace constar el radical parecido que existe en el lenguaje de uno á otro extremó de la Polinesia, y entra en este punto en detalles que concuerdan generalmente con las conclusiones del libro quo ha valido el precio Volney al sabio ingeniero hidrógrafo Mr. Gaussin (l). Señala como notabilísimo el hecho de que los puntos extremos de la Polinesia, las islas Sandwich, la isla de la Pascua, Taiti y las islas Harvey ó Manaia, son donde se encuentran dialectos más semejantes. Atribuye por tanto á los polinesios un origen común, y pregunta de dónde procede esta raza. En su concepto el problema está aún por resolver; declara que se resolverá pronto, y formula veintisiete proposiciones, demostrando las conjeturas que han formado sobre este punto. La opinión de Mr. Colenso se acerca mucho á la [\\ Au Maléete de Taiti, de celui des ules Marqnises, et en general de la langue polyneñenne; obra premiada en 1861.
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hipótesis presentada por Mr. Ellis (1). Quiere hacer venir los polinesios de América, y parece relacionar sus inmigraciones con la destrucción del imperio tolteca. El origen malayo lo declara imposible por la debilidad de las embarcaciones y la dirección de los vientos y de las corrientes. A . » E QlJATREFAGES. De la Academia de Ciencias, Profesor del Museo de Historia Natural de París.
(Journal des Savants). (Se concluirá.)
LA ISIA FORMOSA. Algunos japoneses, que arrojó un naufragio á las costas de Formosa, fueron implacablemente asesinados por los indígenas. El mikado exigió repetidas veces al emperador de la China, sin poderlo conseguir, reparación de este ultraje, y, decidido á hacerse justicia por sí mismo, preparaba hace poco una expedición contra Formosa, al mando del general americano Legendre. Las circunstancias hacen que se fije hoy la atención sobre esta isla que pertenece á la China, más bien nominal que realmente. Formosa (ó Hermosa) está separada de la provincia de Fo-Rien, en la China meridional, por un canal cuyo ancho no pasa de cincuenta kilómetros. En la costa de China, frente á la isla Formosa, están la isla y el puerto de Amoy, á cuya entrada se ven enormes rocas en las que hay grabadas extensas inscripciones relatando algunos incidentes de la historia local ó de la tradición. De forma ovalada, la isla Formosa se extiende S-S-0 áN-N-E, entre el 25°, 19' y 21°, 84' de latitud, y 117°, 47' y 119° 42' de longitud Este del meridiano de Paris. Figúrese el lector á Córcega y Cerdefia reunidas, y tiene aproximadamente la extensión de e3ta isla, de 400 kilómetros de larga por 100 de ancha. Es probable que, gracias á su proximidad á la costa, la hayan conocido en todas las épocas los chinos, aunque no se la encuentra mencionada en los anales de este imperio hasta principios del siglo xiv. Visitada en el xvi de un modo superficial por viajeros portugueses y españoles, estos últimos intentaron sin éxito establecer misiones como las que con tan buen resultado habían establecido en Filipinas. Poco más tarde, en 1724, se establecieron en Formosa los holandeses, constrayendo un fuerte frente al grupo de las islas pescadoras: después de estar allí 37 años, fueron arrojados por los chinos. Ocuparon éstos la (1) Polynenian Researches during á residente of ntarly in tl¡e Sotilh-Sea ¡llanas 1829.
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