A veces las fronteras entre arte y artesanía son tan frágiles que pocos se atreven a señalar donde acaba el artesano y comienza el artista

A veces las fronteras entre arte y artesanía son tan frágiles que pocos se atreven a señalar donde acaba el artesano y comienza el artista. Algo simil

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A veces las fronteras entre arte y artesanía son tan frágiles que pocos se atreven a señalar donde acaba el artesano y comienza el artista. Algo similar ocurre en la comarca de Fuentes del Narcea, donde unos pocos han conseguido mantener el encanto y el buen hacer de los oficios tradicionales. 6

Por Paula Fernández. Fotografías de Estefanía González / Elena Lobo. l torno no ha cesado de girar en Llamas de Mouro. Gracias al tesón de la familia de Jesús Rodríguez, fallecido en 1992, la tradición sigue viva en este pequeño pueblo del municipio de Cangas del Narcea. De los 16 alfareros que había hace apenas cuatro décadas, sólo los hermanos Manuel y Marcelino continúan con una labor, cuyo fruto son verdaderas joyas de cerámica negra. “Lo más difícil es sacar el barro hacia arriba. Hay que tener buen pulso”, dice Esteban, uno de los hijos de Manuel, mientras sus dedos dan forma a un trozo de barro que lentamente, vuelta a vuelta, se va convirtiendo en una esbelta xarra. Este joven de 27 años trabaja como electromecánico en un parque eólico, pero no oculta su habilidad con el barro, que lleva en la sangre. Es un oficio que ha ido pasando de generación en generación y que Manuel Rodríguez aprendió siendo niño. “Al principio ni yo ni mi hermano queríamos dedicarnos a esto. El torno puede parecer una labor más guapa; sin embargo, el resto es un trabajo muy pesado: hay que buscar la leña, hacer la cocción... Mi padre prácticamente nos obligó a continuar con esta actividad para que no desapareciera”, confiesa el veterano alfarero. Los orígenes de esta tradición en Llamas de Mouro son algo confusos, pero Manuel da fe de su antigüedad y asegura que su bisabuelo ya era alfarero. Poco ha cambiado desde entonces. Antes el torno era de madera y las piezas, cuando no existían ni el plástico ni la nevera, no tenían más valor que su utilidad en las actividades cotidianas del hogar. Ahora el valor de la cerámica negra se mide por la admiración que despierta entre los amantes de la artesanía. Lo que no ha cambiado es el proceso de elaboración. Esta familia de alfareros utiliza dos tipos de barro que recogen en una finca próxima, uno más claro y otro colorao. Los mezclan y los amasan para luego hacer la pieza en el torno; la dejan secar durante uno o dos días; y, si la lleva, se le coloca el asa. El siguiente paso es hacer el bruñido con un canto rodado; antes se hacía para tapar los poros del barro, ahora estas líneas brillantes imprimen parte del carácter de la cerámica de Llamas de Mouro.

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Pero, sin duda, la esencia de esta cerámica es su color negro. Manuel nos desvela el secreto: se cuece en un horno de leña durante todo un día. “A primera hora del día –a eso de las seis de la mañana– se enciende un fuego muy pequeño y se va subiendo poco a poco hasta alcanzar una temperatura adecuada. Entonces se apilan cuidadosamente las piezas en la chimenea y, cuando se ve a ojo que más o menos están cocidas, se tapa el horno con unas chapas y con tierra para que no respire. El humo que desprende la leña es lo que le da el color negro”, explica Manuel. Un color que ya jamás perderá. Influye mucho también

el tipo de maderas que se queman: raíces de uces, troncos de roble y cepas de toxu. Tampoco han cambiado las formas de las piezas que siguen repitiendo los mismos patrones de antaño. La más exclusiva y laboriosa es la penada o cántaro, pero también elaboran fedideras, escudiel.las, queseras, xarras para el vino… Pero el taller ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos y a los nuevos usos y por ello se han creando formas más modernas: ceniceros o piezas tradicionales en miniatura que se venden como regalo, como recuerdo y también como detalle para una boda.

Las manos de Esteban se ufanan por transformar un trozo de barro en una xarra. Una vez que las piezas han secado, Manuel les hace el característico bruñido mediante una “piedra de mar”. Es el momento de llevar las piezas al horno; después de avivar el fuego durante horas, el veterano alfarero las coloca con mucho mimo en la chimenea.

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A escasos kilómetros de Llamas de Mouro, en Pambley, encontramos el taller de otro oficio que hunde sus raíces en la tradición asturiana, el del madreñero. Raúl Martínez está a punto de cumplir los 30 años y lleva ya quince dedicándose a esto. Trabaja codo con codo con su padre José Raúl en una empresa familiar, la Fábrica Virgen de los Remedios. Durante siglos las madreñas han sido el calzado más apropiado para las faenas del campo y para recorrer las embarradas caleyas de los pueblos de toda la región. Aún hoy es posible ver, en las zonas rurales, un par de madreñas a la puerta de muchas casas. De hecho, la mayor parte de la producción de Pambley se distribuye a través de los pintorescos bares-tienda a vecinos que siguen usando este tosco calzado como hacían sus antepasados. Raúl ha convivido con el oficio desde que nació, por eso nunca le vio dificultad. “Lleva varios procesos. Nosotros empleamos sobre todo madera de abedul. Primero hay que fender los troncos; luego se tazan, es decir,

se hace un primer esbozo con una sierra especial. Con unos moldes se le da forma por afuera, y con unas plantillas de distintos números se hace el vaciado”, relata el joven artesano. Después de dejar secar la madera durante dos o tres meses, las madreñas se rematan mediante el tallado y la pintura, y por último se le coloca unas gomas en los tacones. La Fábrica Virgen de los Remedios ha diversificado su producción. En las estanterías de la pequeña tienda situada al lado del taller hallamos jarras, cachos para el vino, arcones, utensilios de cocina, bastones… incluso unas coloridas madreñas de lunares. “Éstas tienen mucho éxito sobre todo entre los andaluces porque les recuerdan a los vestidos de flamenco”, apunta Raúl. También se hacen encargos especiales, como unas madreñas de escarpín, mucho más cerradas y con formas diferenciadas para mujer (con puntera en pico) y para hombre (con un pico horizontal truncado). Incluso hay quien se lleva las madreñas sin terminar porque tienen un aspecto más rústico.

En las estanterías de la tienda de Pambley encontramos unas coloridas madreñas.

Golpe a golpe, Raúl va dando forma a la madreña; luego toca hacer el vaciado por dentro.

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La madera es también protagonista y materia prima en el taller que Victorino García tiene en su pueblo de Tablado (Degaña). Él es desde hace años el encargado de mantener viva la tradición y la memoria de los cunqueiros o tixileiros, como ellos mismos preferían llamarse. Estos maestros del torno son los que elaboraban la tixiela, el con-

se entre ellos, sin ser entendidos por compradores ni autoridades. Pero con los años este oficio ha ido desapareciendo hasta prácticamente extinguirse en la década de los ochenta. Por un lado, la madera quedó prácticamente desterrada de las cocinas; por otro, “con la llegada de las minas, la gente dejó el

Las herramientas y el torno del taller del Rincón Cunqueiro le dan un aspecto muy pintoresco.

Las cimbreiras son algunas de las piezas tixileiras que elabora Victorino.

junto de útiles de madera que en otro tiempo era imprescindible en cualquier cocina. Los cunqueiros viajaban durante gran parte del año en cuadrillas por toda la península para vender sus productos en ferias y mercados. Incluso llevaban consigo el torno y las herramientas por si tenían que atender a nuevas demandas. Mientras tanto, el resto de la familia se quedaba en los pueblos, ocupándose del ganado y de las labores de la tierra. Una de las curiosidades de la cultura tixileira es la jerga que empleaban estos artesanos para entender-

Victorino explica el laborioso proceso para conseguir una pieza. Primero hay que preparar la madera tronzada, en función de la pieza que se quiera elaborar. Se traza un círculo con el compás para marcar el centro. Con el hacha se perfila. Se clava en la pieza la rebola –parte del torno que va girando– y se instalan en el torno. Se comienza el torneado de la parte

oficio por un empleo que le proporcionaba un sueldo fijo”, explica Victorino. Este minero prejubilado de 44 años aprendió “desde neno” de su padre que torneaba a mano, y también tuvo la suerte de conocer en vida el trabajo de dos de los últimos tixileiros: Valdovinos del Bao y Domingo “el manquín”. Su afición le llevó a construir su propio torno con el que elabora las piezas siguiendo los modelos tradicionales: morteros, artesas o fuentes, iscudiel.las, volvedeiros o cimbreiras que usaban los pastores para llevar su comida.

exterior y luego se vacía el interior. Por último queda rematar la pieza, que antiguamente no se lijaba. Algunas de las creaciones de Victorino se venden en El Rincón Cunqueiro, la pequeña tienda de artesanía que su hermana tiene justo al lado del taller. Desde aquí, Victorino reivindica el valor de los oficios artesanales “como parte del patrimonio cultural de un lugar, igual que lo son una catedral o unos restos romanos”. Por eso reclama mayor atención y una acción urgente para evitar que esta riqueza acabe perdiéndose.

Bacita: artesa grande que se usa en la matanza. Caleya: calleja. Cimbreira: fiambrera. Escudiel.la o iscudiel.la: escudilla o plato o plato hondo. Fedidera: recipiente para hacer mantequilla. Fender: partir la leña con un hacha. Ferreiro: herrero. Fornu: horno. L.lariega: sala de la casa destinada a cocina. Volvedeiro: plato para la tortilla. Toxu: tojo. Uz: brezo. Xarra: jarra. * La grafía l.l representa un sonido similar al de la ch. También pude aparecer representado con la grafía ts.

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Sin salir de Degaña, el pueblo de El Rebollar fue famoso, en su momento, por la labor que realizaban los cesteiros. Aunque cada vez menos, actualmente todavía quedan algunos de estos artesanos en éste y otros puntos de la comarca. Un ejemplo es Folgueiras de Boiro, ya en el concejo de Ibias, donde vive José María Álvarez, un minero de 45 años que conoce este oficio tradicional desde siempre. “Antes no había videoconsolas para jugar, así que esto era con lo que nos entreteníamos”, afirma. Es un trabajo muy laborioso. “Del avellano hay que extraer las bringas, láminas muy finas de madera, y para ello no se pue-

José María muestra como se carga una pesela al hombro

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Los cestos se utilizan habitualmente en los quehaceres cotidianos del campo y de la casa.

nrique González lleva más de dos décadas reuniendo objetos que reflejan a la perfección la vida y los oficios tradicionales. Este hostelero de Sisterna (Ibias) empezó con piezas fabricadas por los tixileiros: escudiel.las, bacitas, artesas, morteros… incluso un antiguo torno montado con elementos que pertenecieron al último tixileiro del pueblo, Domingo Rodríguez.

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de emplear ninguna herramienta porque se romperían”, argumenta José María. Estas bringas son las que luego se trenzan para dar lugar a todo tipo de cestos: la pesela, con una forma muy apropiada para cargar al hombro patatas, manzanas, uvas…; el peso, que es similar al anterior, pero que está tejido mucho más junto porque se emplea para transportar grano; y otras para llevar la comida al campo o en las que antiguamente se guardaban las truchas después de una tarde de pesca. Los padres de José María, Alfredo y Clorinde, muestran otros cestos que siguen empleando en las faenas del hogar. “La mayoría

Una a una, se fue haciendo con una colección que actualmente es una de las más completas, según le comentó en una ocasión el director del Museo del Pueblo de Gijón, Xuaco López. Durante todos estos años fue recopilando también objetos y utensilios de la vida cotidiana, casi todos procedentes de la zona, del valle de Ibias. Además de la labor del tixileiro, también se

de la gente del pueblo sabe hacerlos, aunque se hacen para uso propio, no para vender”, aseguran y enseñan orgullosos una casa que respira tradición por las cuatro paredes: la vetusta l.lariega con su fornu, en el que siguen cociendo pan o una pequeña bodega donde almacenan el vino que ellos mismos elaboran. También hacen su propia sidra y muelen grano… todo queda en casa.

Clorinda enseña una pequeña cesta que utilizan para el pan.

La madera y la cerámica no son las únicas materias primas que utilizan los artesanos de Fuentes del Narcea. La tierra proporciona otro valioso elemento para la vida tradicional: el hierro. En Torga (Ibias), José Luis Castaño sabe muy bien como es el trabajo de la forja. Aunque es electromecánico en las cercanas minas de Tormaleo y el hierro era una actividad secundaria, perteneció durante años a la Asociación de Artesanos de Miravalles, y recorrió ferias y mercados exhibiendo y vendiendo sus creaciones. Objetos de decoración, lámparas, relojes, mesas e incluso algunas herramientas como hachas… Motivos nuevos y originales a los

que José Luis da forma en una fragua que él mismo fabricó, siguiendo los pasos de los antiguos herreros; no en vano, él aprendió de uno de los últimos que quedaba en la zona, Ovidio. Pero si hay un lugar de Fuentes del Narcea popular por el trabajo del hierro, ése es el pueblo cangués de Besullo. Aquí aún quedan algunos ferreiros que fabrican, siguiendo el método artesanal, todo tipo de herramientas y utensilios como navajas y cuchillos. Este núcleo cuenta con una larga tradición que algunos estudiosos datan de la época romana. De los numerosos mazos que había en la zona sólo queda en pie el

llamado Mazo d´Abaxu. Recientemente restaurado, muestra todo el proceso de la antigua metalurgia que aprovechaba la fuerza del agua para modelar el hierro. Manuel, Esteban, Raúl, Victorino, José María y José Luis son algunos de los que, hoy por hoy, mantienen viva la sabiduría de sus antepasados. Todos ellos hacen posible que la comarca de Fuentes del Narcea siga presumiendo de una cultura y unas tradiciones únicas y genuinas

Con unas vistas espectaculares al valle de Ibias al fondo, José Luis enseña algunas de sus creaciones en su casa de Torga.

El Museo Etnográfico Tixileiro de Sisterna acoge la excepcional colección que Enrique González ha reunido durante años.

reconstruyen otros oficios antiguos: el del zapatero, el del madreñero, el del herrero... El siguiente paso fue adquirir la antigua casa del herrero del pueblo, un lugar ideal para albergar este tesoro. “Una de las piezas más peculiares es un yugo para un burro y una vaca; define muy bien cómo era este territorio, porque la agricultura era tan mísera aquí que éstos eran los únicos animales con

los que podía contar una familia”, destaca Enrique. Propietario de un restaurante y un hotel rural que ha llamado El Tixileiro, Enrique González acoge y recibe a todo el que quiera visitar este pequeño museo etnográfico. A la gente le llama la atención todo el contenido y, en concreto, la cultura tixileira “de andar buscándose la vida”.

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