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Consecuencias médico-legales de la Fibromialgia y síndromes relacionados Author(s: Hernández-Cueto, Claudio Published by: Imprensa da Universidade

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EL

H U M A N I S M O C ATA L Á N E N E L C O N T E X T O H I S PÁ N I C O Julia Butiñá Jiménez U n i v e r s i d a d N a c i o n a l d e E d u c a c i ó n a D i s ta n c i a

Goza de merecido reconocimiento la cultura catalana de la Edad Media; baste remitirse a Ramón Llull, que ha sido un puntal firme en Europa, aunque haya brillado más por su pensamiento que por sus valores literarios, los cuales en gran parte son de bastante reciente valoración y más aún en referencia a las secuelas que tuvo para con el Humanismo. La producción medieval de estas letras, por otro lado, suele concebirse de modo monolítico, mientras que hay que verla compuesta por dos facetas, valiosas ambas pero muy diferenciadas a pesar de los entrecruzamientos, afinidades y antagonismos: la que corresponde a la imagen más puramente tradicional –como las crónicas reales o la oratoria de san Vicente Ferrer– y la que ya desde el siglo XIV cavila, entre grandes dificultades, cómo romperla para dar un paso adelante. Me refiero a la humanista, en la que vamos a fijarnos y que, a causa de la etapa que cubre –siglos XIV y XV– algunos denominarían primer Humanismo.1 1  Dada la disparidad en expandirse el movimiento, cuando la onda llega a otras literaturas en

esta península se está ya en pleno Renacimiento, el cual también suele llamarse Humanismo renacentista; el desfase cronológico hace muy necesaria la tarea de definición, que evitaría faltas de entendimiento. Si se considera en rigor como humanista a lo transitorio, lo que marca la andadura entre las dos grandes edades, puede que hubiera que restringir el uso del vocablo en las distintas literaturas para este primer Humanismo, el que empieza a reavivar

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Los textos literarios que se dan bajo el signo humanista o bien en el período ​ en el que ya se ha introducido esta corriente en la literatura catalana, junto con el conjunto luliano, constituyen –principal pero no exclusivamente– el bagaje de los denominados clásicos de estas letras. Aquí daremos unas notas muy generales sobre ellos, sin entrar en el detalle ni de un modo sistematizado, pero procurando destacarlos y situarlos en su contexto inmediato, lo que lleva irremisiblemente a relacionarlos con los orígenes humanistas en la península itálica, por aparecer en momentos cercanos a aquellos inicios.2 Asimismo, sin dejar excluidas las alusiones puntuales que se consideren pertinentes hacia otras literaturas, se tenderán puentes hacia la producción en la Corona de Castilla, como referente de interés para un estudio coordinado del movimiento, especialmente en sus epígonos catalanes. Debido a su grado de pureza y también de adversidad, amén de situarse en otro siglo, es más autónomo y queda más desvinculado de ésta el primer momento catalán, el de la Cancillería barcelonesa, el cual se abre especialmente al exterior (Aviñón, Bolonia), es datable desde finales del Trescientos y cuenta con hechos como las primeras alabanzas a Petrarca.3 Estos pocos apuntes pretenden mostrar que nuestra península ofrece un panorama muy completo, así como se da un mismo clímax, real y literario, como bien atestiguan en el siglo XV las cortes de Juan II o la napolitana de Alfonso el Magnánimo, en las que coinciden si no las mismas figuras, personalidades de parecida sensibilidad que escriben en las tres lenguas: castellano, catalán el clasicismo, dejando los calificativos para las correspondientes épocas; sin perder de vista que el Humanismo clásico es el primer y fundamental punto de referencia de todos los humanismos. En cualquier caso, a pesar de la carencia de una terminología general y sus inconvenientes, sin duda tiene utilidad el ir reuniendo los estudios particulares en conjuntos coherentes, por razones histórico-geográficas u otras, como ocurre insertando el Humanismo catalán en el hispánico. 2  Preferentemente con este enfoque y por lo que respecta a Petrarca lo he tratado sobre todo en “Petrarca en las letras catalanas del siglo XIV”, que, junto con “El Humanismo catalán”, ofrecen tres caras complementarias sobre la corriente humanista en estas letras. 3  La loa que manifiesta una epístola latina del escribano real Pere Pont, en 1386, ha sido

considerada por Giuseppe Tavani la partida de nacimiento del Humanismo catalán (133). Acerca de la recepción del movimiento puede verse también el capítulo El decenio de 1380 en mi “La recepción del Humanismo (del siglo XIV al XV)”.

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y latín.4 Ello no obsta a que haya unos rasgos estilísticos que son comunes y otros en los que se oponen los caudales literarios de ambas Coronas; pero sea a través de su conjunción o su disyunción la península ofrece una aportación que en su conjunto puede ser pieza que contribuya al engranaje del Humanismo en general, no sólo por el hecho de ampliar la gama de respuestas literarias y de modelos humanos sino también por sus peculiaridades, que aquí destacaremos en cuanto al catalán, y muy especialmente debido a su proximidad al momento florentino. Así pues, desde el convencimiento del interés del estudio del movimiento en su contexto peninsular, nos vamos a centrar en la literatura catalana de acuerdo con los criterios indicados. Y aunque no podamos apoyarnos apenas en bibliografía específica por parte de la crítica en los últimos decenios,5 puesto que ha predominado la negación del Humanismo, hay que recordar que el estudio del movimiento en las letras catalanas había empezado con fuerza a principios del siglo XX, sobre todo por parte de Jordi Rubió i Balaguer y también Martín de Riquer.6 Por otro lado, la situación de desconocimiento ya se había manifestado anteriormente desde perspectivas más generales, advirtiéndose que esta parcela estaba pendiente de estudio: Ne ci farebbe alcuna maraviglia se in Ispagna si trovassero uomini, che avessero espresso la loro ammirazione per l’antichità o pel Petrarca. Soltanto questa parte della letteratura non è conosciuta, o forse noi non ne abbiano saputo scoprire le tracce. (Voigt 346)

4  Entre los motivos que da el lingüista Antoni M. Badia i Margarit para considerar bajo el concepto humanístico la producción en lengua vernácula de este tiempo se halla que hubo autores de espíritu universal que “sin dejar de ser también buenos conocedores del latín, eran al mismo tiempo buenos escritores en romance” y perseguían su dignificación (171). 5  Casi excepcionalmente hay que citar a Miquel Batllori, quien ofrece un enfoque con alcance realmente peninsular, pues incluye la corona portuguesa; resumo sus teorías en “El Humanismo catalán”. Tengo que remitir también a mi “Sobre el Humanismo catalán y las periodizaciones”, que se centra principalmente en la discusión científica. 6  La situación actual la ha resumido Albert Hauf con ocasión de adscribir al profesor Batllori en la tradición de estos estudios, la cual pasa por el estudio del Humanismo: “Tradició representada pels Rubió pare i fill ... i també per Martí de Riquer; tradició ara en bona part recuperada en els nombrosos treballs de Júlia Butinyà i d’altres, després d’una etapa d’aparent ruptura dialèctica ... d’una més limitada opció filològica” (52).

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Nuestro objeto de observación van a ser las obras de creación en lengua ​ catalana,7 por lo que quedan al margen los géneros no estrictamente literarios (biografías, epístolas, historia, oratoria,8 tratados doctrinales, traducciones, etc.) y la producción latina.9 Ello nos ofrece ya una nota a contrastar por parte del ámbito hispánico –no sólo del catalán– en comparación con el conjunto occidental, pues estos géneros que estamos excluyendo constituyen precisamente la casi totalidad o al menos la gran parte de lo que en otras literaturas se muestra con orientación humanista en ese mismo período. Asimismo procuraré resaltar un aspecto que parece propio del contexto peninsular: pues aunque lo humanístico persigue la tradición clásica –y viceversa, se suele reconocer como humanista lo que acusa la recepción de ese signo– observamos que el cambio experimentado en este ámbito y en esta época no se manifiesta sólo a través del rescate o relectura de los clásicos puesto que también se da un vuelco profundo y de fina perspicacia respecto a la misma tradición; es decir, el cambio redunda con fuerza en ambas vertientes.10 Ello explicaría algo que puede parecer paradójico: que aun siendo el Humanismo peninsular menos rupturista ofrece a la vez menor superficialidad. Desde los textos catalanes daremos en primer lugar una vista de conjunto, recurriendo a grandes rasgos a la división ya clásica en situaciones comparatistas que atiende a los géneros, temas y formas (Guillén). Después 7  Nos atenemos al concepto filológico-literario, defendido por Poggio Bracciolini y propio

de las dos primeras generaciones humanistas, sin reducirlo al estricto filológico-lingüístico que inició Valla; aquel Humanismo concebido en sentido amplio, que incluye el recurso de la imitación y absorción de los modelos culturales clásicos, se constata tempranamente en estas dos Coronas, como fundamentan Tomás González Rolán, Pilar Saquero Suárez-Somonte y Antonio López Fonseca (61-63).

8  A “La Cancillería y la oratoria parlamentaria” se le dedica un capítulo en Butiñá y Josep

Ysern, donde también pueden consultarse los tratados religiosos y morales.

9  Hay que destacar su importancia, como muestra el repertorio bio-bibliográfico de Mariàngela

Vilallonga, que reúne a 64 autores del siglo XV catalán.

10  Ésta es una de las principales conclusiones de la trilogía que he elaborado sobre este

movimiento en las letras catalanas partiendo de mediados del siglo XV y remontando hacia los orígenes, la cual se compone de los siguientes libros: Tras los orígenes del Humanismo: El “Curial e Güelfa”, En los orígenes del Humanismo: Bernat Metge y Detrás de los orígenes del Humanismo: Ramón Llull.

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nos referiremos de un modo bastante global a los autores, a efectos de un intento de aclaración en cuanto a los que cabe denominar humanistas en estas letras, y también respecto a su audiencia. Por último, tras una mirada muy general a la península, haremos alguna reflexión sobre el itinerario que estas obras humanistas en catalán efectúan en el curso del tiempo. Tres grandes géneros se van a renovar a través de los textos en lengua catalana con muy distinta fortuna literaria: el diálogo, la narrativa y la poesía. El primero genera una obra humanista por excelencia, Lo somni del barcelonés Bernat Metge, la cual se data todavía en el último año del siglo XIV; en ella se emula el pasado clásico por medio de contenidos nobles a tono con la expresión. Este gran diálogo filosófico-moral se sitúa en el entorno de la Cancillería de Barcelona, en la que se acusan rasgos humanistas incipientes en la actitud lingüística y en algunas traducciones desde el reinado de Pedro el Ceremonioso, pero donde, tras la muerte súbita de Juan I el Humanista (1396), al que sucede su hermano, Martín I el Eclesiástico, se sufre una situación muy contraria a la renovación, yendo sus defensores a parar a la cárcel. Su autor había empleado en 1381 el debate tradicional en el burlesco Llibre de Fortuna e Prudència con intencionalidad demoledora del viejo género, mientras que en Lo somni construye ya una obra dialogada al estilo clasicizante;11 esta obra versa sobre la inmortalidad y la virtud, armonizando las distintas tradiciones en una muy respetuosa e inteligente hibridación, de una riqueza culturalista, racionalista y estética sorprendentes. La obra se compone de cuatro libros y en cada uno de ellos el autor muestra distintas facetas de su personalidad; éstas asimismo presentan diversas interpretaciones según las audiencias, de modo que las que ofrecen peligrosidad –dada la situación de represión política–12 están ocultas gracias a un juego de fuentes clandestinas, que ya empezó a descubrir un humanista en el siglo XV, Ferran Valentí (Riquer, 11  Los rasgos están aún más depurados en otro diálogo suyo sin datar y que se conserva muy

fragmentado, Apologia, pues en el prólogo alega seguir el estilo de los antiguos y de Petrarca a causa del hecho de prescindir del dixit (Obras de Bernat Metge 160). También hace de interlocutor Bernat, que conversa aquí con un tal Ramón, para quien he sugerido la identidad de Llull.

12  Para una ambientación puede verse la edición de las Obras de Bernat Metge realizada por

Martín de Riquer (87-149).

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Història de la Literatura Catalana 466), y que componen un complejo pero ​ ordenado entramado.13 Metge charla con su amigo –el monarca recientemente fallecido– en los dos primeros libros y después con los personajes mitológicos de Orfeo y Tiresias. Se parte de una apertura dialogante hacia las tradiciones en busca de la objetividad, con manifiesta tendencia al sincretismo, de acuerdo con frases, talante y en el mismo orden que el Llibre del gentil e los tres savis, donde Llull hablaba con judíos, cristianos y mahometanos; si bien el humanista añade y prioriza el caudal de la gentilidad, avalado por una cita del agustiniano De Civitate Dei. Por otro lado, según argumento en “El diálogo en Llull y en Metge”, desde el arranque de la conversación se aprecia un desdoblamiento íntimo entre el personaje de Bernat –nombre del autor– y la figura del aparecido, desdoblamiento que podría tener también ascendencia luliana; a ello se suma un ejercicio de introspección, que acusa clara influencia de san Agustín, pero que bajo este aspecto procede de las Confesiones. Metge, a lo largo de toda la obra se mantiene alejado del más leve rastro de una mentalidad vieja, pues cuando refleja hechos como el materialismo de la vida de ultratumba, lecturas socarronas o irónicas se delatan a través de las fuentes que remeda o utiliza; su guía fiel y familiar son los clásicos,14 a los que hace conjugar con lo más válido de la tradición (además de las Escrituras, san Agustín, Llull o Casiodoro). Es más, la metódica filtración que realiza, de acuerdo con la vigencia de la racionalidad y la burla de los moldes caducos, le lleva a un rechazo del misoginismo del Corbaccio, responsabilizando a la doctrina petrarquesca del giro retrógrado de Boccaccio, el cantor del amor.15 13  Puede consultarse el hipotexto de las fuentes en Butiñá, En los orígenes del Humanismo:

Bernat Metge 500-503.

14  “De Virgili, Sèneca, Ovidi, Oraci, Lucà, Staci, Juvenal, e molts altres poetes te diria ço que

n'han scrit, mas tu has aquells tant familiars, que no seria àls sinó empènyer ab la mà la nau quan ha bon vent” (Lo somni. El sueño 98). Estas palabras del rey Juan parecen un recuerdo de la “sesta compagnia”, o los poetas que Virgilio mostró a Dante (Butiñá, En los orígenes del Humanismo: Bernat Metge 151). 15  A esta visión de la obra, que se asegura desde una lectura homogénea del texto, se accede a través del recorrido por claves progresivas, que desembocan en una sátira de Horacio (Sermonum II, 5) y en la introducción al VIII del De casibus boccacciano (Butiñá, “Una nova font de Lo somni de Bernat Metge: Horaci” y “La font més amagada i més externa de Lo Somni: Un altre

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Sea por su tratamiento, sea por la temática –la muerte y la filosofía moral–, Metge rehabilita el diálogo no sólo a causa del lenguaje y estilo sino además por su aire de modernidad, pues es una obra que, gracias a sus planteamientos de hedonismo y por explotar las diversas vías humorísticas –de la sátira a la chanza, etc.–, permite ser leída hoy con el mayor agrado.16 Hasta el punto que, aun habiendo alcanzado los diálogos gran desarrollo en los siglos inmediatos, ni en las letras catalanas ni en las castellanas se llegó a los logros de este primero, en el que se emplea la dialéctica a la búsqueda de la verdad; los siguientes suelen tener una orientación didáctica o bien asumen posturas partidistas de superioridad o desde el dogmatismo (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 407-15). Por todo ello, aunque es sabido que el diálogo como género no ha prosperado hacia la actualidad, en el atractivo y elegancia de la prosa de Lo somni, por un lado, y por otro, en su rigor y profundidad, podría verse un avance de lo que iba a ser el género del ensayo, género que casi dos siglos después Montaigne cultivaría con esplendor y vive aún con robustez en nuestros días. La narrativa en prosa va a dar el gran salto también como respuesta a una exigencia de realismo, pero sus consecuencias literarias van a ser no sólo más directas y efectivas sino de gran envergadura. Me refiero a la configuración de la novela, como narrativa larga y en prosa;17 la preceden la narrativa breve dentro del engarce del Decamerón y la modalidad exclusivamente sentimental de la Fiammetta, por lo que la deuda hacia Boccaccio es definitiva. La primera somni”, respectivamente). Sin embargo, a Lo somni no correspondería considerarla de un modo categórico como una obra críptica, puesto que aun sin conocerse sus significados posiblemente ha sido siempre la obra literaria de mayor prestigio en estas letras; ha sido así, sin reservas, a pesar de sus misterios escondidos y de que éstos eran algo conocido, pues se refiere a ellos el mismo autor a finales del libro II (Lo somni. El sueño 152, 156). Cabe tener en cuenta que a esta utilidad del texto por medio de la belleza, más allá de los mismos conceptos, se refiere el Convivio en pasajes que Metge ha utilizado en ese mismo libro II (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 299-302). 16  Se recomienda la edición bilingüe Lo somni: El sueño que seguimos, si bien se puede consultar mi traducción anterior (2004), así como la del Curial e Güelfa, en (página actualmente en reestructuración). 17  El ensamblaje de argumento y sentido lo efectúa Chrétien de Troyes anteriormente, si bien utiliza el verso; hay que anotar de todos modos que su obra no influye en estas muestras catalanas, cuyos autores sin embargo conocían bien la narrativa artúrica, la cual informaba a su vez los relatos del autor francés.

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obra que responde ya al gran género moderno lo hace desde la modalidad ​ caballeresca, pues todavía era ésta una institución vigente; en primer lugar, se hallan los tres libros del anónimo Curial e Güelfa,18 seguido de cerca por el valenciano Tirant lo Blanch. Por lo tanto, es dentro del subgénero de la caballeresca donde la novela tiene su génesis.19 La explicación de su formación hay que buscarla en relación con la evolución de la historia, pues junto con notas literarias novedosas como el humor culto, el erotismo o el alto sentido artístico, hay que apreciar un dato relevante: la proximidad a los cronistas. Es decir, estas dos primeras muestras están tocadas por la presencia de figuras20 y hechos históricos, antiguos y contemporáneos, que aparecen desfigurados literaria e intencionadamente en sus relatos.21 No en vano se ha comparado estrechamente el Curial e Güelfa al Victorial de Pero Niño por sus caracteres cercanos a lo biográfico; o bien en las dos novelas se han visto superpuestas aventuras y vivencias caballerescas entre la realidad y la ficción.22 18  Esta novela, quizás de mayor valor literario que el Tirant, es bastante desconocida, posiblemente por no haberse descubierto el manuscrito hasta el umbral del siglo XX. Hay una edición inminente en la editorial Anacharsis (Toulouse), a cargo de Antoni Ferrando. 19  Para la distinción de la novela caballeresca frente a los idealistas libros de caballerías, a los que

corresponde un mundo de ficción inverosímil, así como para la cercanía de caballeros históricos y literarios que caracteriza a la primera frente a los segundos, hay que acudir a Riquer, Història de la Literatura Catalana 575-602.

20  Se impone el recuerdo del gusto del retrato propio de esta época y que tanto se cultiva en la pintura; si bien en este arte literario prevalece la obra de Metge, en cuyo diálogo, no sólo se exponen esplendentes retratos de la galería de Valerio Máximo y de reinas contemporáneas, sino que el mismo autor deja su autorretrato en cuatro expresiones y poses muy diferenciadas en cada uno de los cuatro libros (Butiñá, “Técnica del arte del retrato y del autorretrato en Bernat Metge”). 21  A Curial se le ha adjudicado a menudo la figura del Magnánimo; pero a esta identificación –al

igual que a la de personajes de la novela con otros históricos o de su tiempo– se accede gracias a un conjunto de pistas o bien de situaciones paralelas o invertidas, en las que suelen intervenir el juego onomástico y las fuentes literarias. El autor, en su afán por demostrar que responde a una realidad, recurre más al juego culturalista que al culto del retrato, puesto que no son prioritarios los rasgos psicológicos; aunque se han considerado en varias ocasiones, como por ejemplo en el reconocimiento del paralelo entre la reina María de Castilla, la mujer del rey Alfonso, y la protagonista femenina, Güelfa, por su beatería o por la tendencia a las depresiones anímicas.

22  Para estos aspectos en el Curial puede seguirse la adecuación al caso amoroso del Magnánimo

estudiada por Anton Espadaler, o bien contrastarse la réplica del plano literario respecto al real e histórico en un cuadro sinóptico (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 270-271). En cuanto

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Además, hay que recordar las discusiones de los humanistas sobre la metodología histórica (Garin 40) o alrededor de la licitud de los elementos aptos para un uso literario, lo cual se extiende a las leyendas o a los discursos en boca de personajes; en lo tocante a las conflictivas poéticas ficciones se adivina su eco con gracejo a inicios del III del Curial,23 puesto que en este libro el autor se ve obligado a recurrir a un estilo elevado, pero no abandona la escritura realista –cosa que logra, por ejemplo, escribiendo en clave de ironía– dado que él se opone con todo convencimiento a la retórica de loa. Todo ello permite entrever alrededor de aquellas disputas teóricas un no man’s land entre el cronista, el dietarista, el notario y el historiador, quienes relatan batallas por encargo o cantan los Triunfos reales.24 Es en este recodo cortesano en el que un autor muy sensible a estas preocupaciones de teoría literaria y que menosprecia la escritura panegírica parece que ha alentado un nuevo género, muy flexible por añadidura, pues presenta una característica que es connatural al ámbito literario tan disperso que estamos señalando: la de ser un género aglutinador de muchos otros, a los que incluye cómodamente en su seno. Esta novedad literaria quizás sea la de más alcance del período si consideramos que la literatura ha seguido por esta vía hasta la actualidad, postergando la al Tirant, se recomiendan especialmente las dos monografías de Riquer (Aproximació al Tirant lo Blanc y Tirant lo Blanch, novela de historia y de ficción), donde se detalla cómo algunos pasajes presentan una lectura divertida o crítica a la luz de hechos coetáneos (especialmente en la última, 11-15). 23  El autor advierte en este prólogo que las Musas no van a ayudarle por no haberlas cultivado,

pero que a pesar de ello usará del estilo de las poéticas ficciones “scrites no en la manera que a la matèria se pertany, mas axí rudament e grossera com yo hauré sabut fer” (Aramon i Serra 3: 13); la actitud a favor del realismo a ultranza la reafirma después, en un momento cumbre, un sueño de tema mitológico en que rubrica su teoría literaria. Pues aquí nada menos que se reprende a Homero y Virgilio por haber deformado la realidad, aquél siendo favorable a Aquiles y el segundo por la alteración del famoso caso de Dido. Aunque hay que tener en cuenta que Curial justifica su atrevimiento por actuar respaldado por Apolo, la altura de criterio del autor, despreciando cualquier servilismo, queda clara en la sentencia –pues se está representando un juicio– con la que ensalza la objetividad frente a las deformaciones interesadas o subjetivas en nombre del Arte: “contra veritat escriure, no·m par sie loor” (Aramon i Serra 3: 89). 24  Para seguir cómo alrededor del rey Alfonso se discute acerca de los elementos empleados en los relatos de ficción y los reales, hecho anejo a las discusiones acerca de la historia, véase Eulàlia Duran (388). Sobre este enclave y la gestación de este género, así como la relación con el Curial, puede verse Butiñá, “Sobre els orígens de la novel.la”.

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escritura irreal por muy preciosista, culta y elaborada que fuera.25 O sea que el ​ estilo realista es un fruto –y un acierto– propio de aquellos momentos y que llega hasta hoy. Ni que decir tiene que es el estilo que, a través del Tirant, se valora en el Quijote; si bien hay que entenderlo en amplitud, pues este realismo va más allá de los modos estilísticos, como avala la obra de Martorell, que encierra toda una filosofía de vida.26 Mientras que el estilo de pompa, que lucía las vestiduras más típicamente humanísticas, por lo general de raigambre mitológica, ha quedado totalmente desfasado; las obras que visten así, por muy valoradas que fueran en su día, hoy son obras de época. Este género funde muchos otros en una nueva unidad: cuentos, epístolas, crónicas, sermones, etc. Pero ello no ocurre quizás tanto en aras de un aprovechamiento como con conciencia de artística amalgama, como puede confirmar el hecho de que aparezcan usados de modo innovador y muy variado –con enfoque burlesco o solemne, con técnicas de recorte y collage, en proyecciones salpicadas o prolongadas, conteniendo unas fuentes a otras,27 etc.–, arrogándose el autor una total libertad en su aplicación, con 25  Hay que recordar que todavía se escribía así y ese estilo alegórico era muy aplaudido, como

atestiguan obras de Santillana, de Boccaccio y de Petrarca. La percepción de otra literatura, que consagra una nueva manera de escribir, cercana a lo veraz, se expone espléndidamente en el pasaje de Curial en el Parnaso (Aramon i Serra 3: 76-88), en el que se incluye el sueño recién aludido. Varios signos literarios hacen patente la nobleza de este acontecimiento: el que tenga lugar cuando Curial se halla en la Acrópolis –donde él y su séquito no pueden soportar la emoción y se desmayan–, que la visión onírica vaya enmarcada por el noble género del apóstrofe –en el cual el autor tutea al libro, dirigiéndose a él como los clásicos– y que preceda a la imitatio de la Eneida, a la que seguidamente se amoldarán las aventuras del héroe. Para seguir la construcción arquitectónica de las fuentes a través del hipotexto de la obra, véase Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 451. (Cabe anticiparse a distinguir que el estilo propio de la literatura alegórica destinado a desaparecer no equivale al uso del lenguaje alegórico que veremos más adelante al tratar de las formas).

26  Ésta podría verse apoyada por las intertextualidades de Lo somni que figuran en la novela

(Butiñá, En los orígenes del Humanismo 425-29), ya que Metge además de buen escritor es el primer pensador laico de la Península (Batllori 46-48).

27  Un caso claro de cómo la inclusión o superposición sirve para precisar la expresividad puede

verse en un pasaje famoso del II del Curial, en la visita del caballero a un monasterio de monjas en el que todas se lo rifan, capítulos que dejan transparentar que son un remedo decameroniano; ahora bien, esto tiene lugar en tierras de Provenza y se inserta en un contexto en el que se está recordando la novela provenzal del Jaufré, en concreto recuerda el conocido como el pasaje de los leprosos, que es un alegato contra el amor lujurioso. El juego de las fuentes, pues, da el tono exacto en cuanto a la virtud amorosa que está acuñando el autor: liberada pero de una rectitud estricta,

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clarividencia de sus posibilidades formales y de sus funciones. Así pues, vemos el diálogo puro en el Curial e Güelfa –como en Metge, sin el dixit–, empleado a efectos de relevar unos pasajes que con toques de humor pero cargados de reprensión rememoran la Divina Comedia; el autor lo hace, pues, en son de garantía de su aristocracia literaria y como buen conocedor de la obra dantesca, a fin de dar autoridad a su riña. Aunque bien se cuida de contraponerse a la solemnidad que otorgaba Dante a su texto por situarse en el ultramundo, pues él aclara –por medio de Melchior de Pandó– que su mundo es éste, el terrenal (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 66-81, especialmente 70). Así, su actitud respecto a las fuentes puede responder a la identificación o al rechazo, o bien a ambas cosas, como sucede a menudo con la obra petrarquesca por parte de estos autores catalanes, que lo admiran pero no lo aceptan en toda su dimensión. Ello supone también una nueva manera de relacionarse con la audiencia, selectivamente, como vimos con Metge; pues en el caso del Curial el lector afín –minoritario sin duda– hace una lectura reflexiva sobre un viaje vital, mientras que a una mayoría le llega sólo la lectura superficial, que ofrece una bella historia de amor entreverada de episodios entretenidos. Sin embargo, el sello humanístico respira por dondequiera que se analice su texto: la obra arranca bajo los auspicios de Petrarca28 y, tras dar nueva vida a varios pasajes decameronianos –relatos que se integran en la obra progresivamente–, cierra con un paralelo del Somnium Scipionis (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 120-27). La función didáctica que desempeñan los héroes, vencedores en la virtud amorosa, se orienta por tanto a este modelo clasicista y no a un paraíso dantesco, como se podía prever que ocurriera al haberse apoyado los tres diálogos puros sucesivamente en el Infierno, Paraíso terrenal y Purgatorio de la Comedia. Si bien lo hace –nota a tener en cuenta lo cual le permite eliminar prejuicios pero defender la honestidad (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 37-43, 91-96). 28  En concreto por medio de una frase del prólogo que Francisco Rico reconoció en las Familiares

(Rico, Primera cuarentena 89-90), y que completé con el De remediis (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 31-37). Sin embargo, frente a Petrarca, el novelista defiende la tesis del matrimonio, según sellan las bodas de los ejemplares protagonistas al final de la obra.

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y que destacamos– desde una íntima armonía con el caudal cristiano, como ​ certifica el que aquel pasaje final ciceroniano esté construido sobre una frase evangélica. Por otro lado, el nivel de pureza humanística del Curial es especialmente llamativo en cuanto a la aspiración al equilibrio humano, nota que descuella sobre todo gracias al personaje de Melchior de Pandó, el sabio mentor tras el cual se ha visto al mismo autor. La sociedad sin duda era aún muy medieval, pero por lo visto tuvo la suficiente sintonía con estos primeros humanistas como para entender –o incluso contribuir a provocar– una producción literaria fresca y nueva que, aun bajo formas como la caballería, estaba henchida de renovación; pues, llámense Curial o Santillana o el Magnánimo, son figuras que se encuadran ya en un nuevo tipo humano. De hecho, la caballería humanista. En rigor no se pueden homologar a los hombres del medioevo puesto que son los que van a dar el testigo a los hombres del XVI; la evolución de aquella institución deja marcados claramente los peldaños en la literatura y a la inversa: del suave pero trascendente cambio en la concepción de la virtud por parte de Curial, que afirma desde las primeras líneas que es el hombre quien domina a la Fortuna y por tanto su propio destino, va a suceder el progresivo desengaño y burla de Martorell para llegar, finalmente, a la sabiduría de Cervantes, cuando la caballería ya ha sucumbido. Situamos el segundo momento del Humanismo catalán alrededor de la corte del Magnánimo, en Nápoles (Miguel), en cuyo entorno no dudamos en ubicar –si bien hipotéticamente, a pesar de la inclinación de parte de la crítica desde el descubrimiento del manuscrito hasta la época reciente– la novela del Curial. Pues esta primera obra literaria de ficción histórica, una novella larga pero al estilo boccacciano, además de los hechos históricos, lingüísticos y literarios que inclinan a encuadrarla en los círculos italianos, está impregnada del sentido humanístico que preponderaba en aquel enclave cortesano. Por último, el momento valenciano, que agrupa importantes obras de distintos géneros, entre ellas la denominada novela total, el Tirant lo Blanch,29 amén de 29  Desde un enfoque humanístico no nos extendemos más en la obra de Martorell, pues su mayor o menor adscripción es algo todavía muy pendiente de estudio: por un lado, su obra no presenta

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una copiosa producción de poesía, así como de prosa teológica y de orientación didáctica, en torno a los cenáculos y certámenes literarios que germinaban en la bulliciosa Valencia, ciudad que triplica su población a lo largo del siglo XV. Ahora bien, a pesar de su vitalidad, de la moda clasicizante y de darse un lenguaje sofisticado eminentemente artístico –conocido como valenciana prosa–, en cuanto a sensibilidad e ideología humanista se está muy lejos de las consecuciones literarias mencionadas hasta aquí. Uno de los autores de apariencia más clasicista y representativo de este nuevo lenguaje que alcanza cotas de alta moda, Joan Roís de Corella, dejará elaboradas obras en prosa y poesía pero carentes de inspiración de prístina carga humanística;30 a pesar de la diferencia ambiental, quizás pudieran ponerse del lado de las que describe Johan Huizinga en las cortes de Borgoña, que responden a una renovación muy formal o superficial y que contrastan fuertemente con las que hasta ahora hemos visto en diálogo y en narrativa. El género poético ofrece un caso muy peculiar, pues la figura que rompe definitivamente con la repetitividad y con la deuda trovadoresca por manifestar una autenticidad y una actitud personal que pueden considerarse notas características de los nuevos tiempos, el gran poeta valenciano Ausias March, no logra liberar al verso, como ya en el siglo XVI hará un Pere Serafí bajo una clara influencia petrarquesca; por un igual, tampoco su ideología expresa una adscripción a los planteamientos propios de una sensibilidad removida en sus cimientos. En sus poemas se observan rasgos ambivalentes: la manera de dirigirse a la divinidad o su expresión del miedo a la muerte una confección coherente como las que hemos señalado en Lo somni o el Curial e Güelfa; pero, por otro, su fuerte hedonismo, su visión desengañada de la vida y su alta voluntad estética, impiden alinearla con las típicas obras del medioevo. Y a pesar del tradicional amor-aventuras argumental, hay que considerarla bajo la ascensión de la moda de los temas mitológicos, ya que está cuajada de leyendas clásicas incrustadas según las nuevas técnicas, tal como es propio de esta corriente, así como frecuenta la hibridación de tradiciones, rasgo característico de estas letras en esta etapa, amén de practicar la aglomeración compositiva de géneros (epístolas amatorias, cartas de batalla, discursos, parlamentos...) que hemos visto en el Curial. Es más, suele recoger los testimonios de otras literaturas a través de su versión reciente en catalán, lo que incluso podría indicar un reconocimiento de la dignidad literaria de su momento. 30  Su producción incluso ofrece un contrapunto respecto al Tirant lo Blanch, cuyo culto a la humanitas no se somete a la idea de provecho moral como ocurre en la obra de Corella.

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en su famoso Cant espiritual son signos ya de nuevo cuño, pero no lo es su ​ concepción del pecado, que exhibe el influjo escolástico. Sin embargo, su obra influye frecuentemente en los poetas del siglo XVI castellano.31 La expresión dramática que, sin embargo, ya comenzaba en el siglo XV en Castilla la andadura de su renovación con Juan del Encina, autor consciente del bien hacer de las nuevas generaciones (González Rolán, Saquero SuárezSomonte y López Fonseca 64), no da en el dominio catalanoaragonés el paso a los nuevos tiempos, a pesar del mantenimiento de una intensa actividad tradicional (Romeu i Figueras). Y si se cultiva especialmente en los círculos de Valencia, incluso con curiosas muestras bilingües, no da lugar a una producción de relieve o al menos de aliento renovador para esta literatura. Vamos a dar también una vista de conjunto sobre las temáticas, si bien forzosamente será ésta una mirada no sólo resumida sino muy selectiva. Hay que tener en cuenta que algunos temas son muy sensibles a un nuevo enjuiciamiento o al menos son muy temidos por los representantes de las viejas guardias; entre ellos el del suicidio, tema que los clásicos en determinados casos consideraban virtud. Hasta tal punto es así que en el Scipió e Anibal, la traducción de fray Antoni Canals de parte del Africa de Petrarca, en la que el dominico emplea una lengua ya dignificada, su finalidad no es otra a la luz del prólogo y epílogo que la de mostrar la aberración de los suicidas, para lo cual el caso de Aníbal y el famoso poema italiano le eran propicios,32 pues el brillo ejemplar de los antiguos tenía en jaque al estamento más tradicional. Coherentemente, podemos oponerle respecto al mismo tema a los dos autores que hemos considerado como humanistas, el del Curial y Bernat Metge. A lo largo del IV libro de Lo somni flota un reproche a Petrarca por no ser más decidido en su reconocimiento de las virtudes de acuerdo con el concepto de la uirtus romana que el italiano mismo defendía; ello se desprende fácilmente del cotejo de los pasajes que rescata del original de Valerio Máximo y que Petrarca había variado o retocado en la epístola XXI, 8 de las Familiares disminuyendo su naturalismo (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 371-74). 31  Para los distintos aspectos apuntados, véanse los estudios de Robert Archer y M. Teresa Gironés. 32  Este punto se desarrolla en Butiñá, “Sobre la traducción de una traducción”.

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También se aprecia en la lletra d’endreça con que Metge cierra su Griselda, la cual es traducción del Griseldis petrarquesco. Las cartas envoltorias con que remeda la función de marco de las Seniles XVII no sólo le hacen de espejo sino que le sirven para arremeter en cuestiones ideológicas; así, en cuanto a este punto concreto, pormenoriza la ejemplaridad de Porcia frente a la Senil petrarquesca, que la citaba sin aclaraciones (Butiñá, Del Griselda català al castellà 28), pues el secretario real especifica, bajo un halo virtuoso, que se mató “com sabé que Varró, marit seu, era mort” (Obras 154). Ello es acorde también con el tratamiento de la epístola de las Familiares citada, donde aparecen como suicidas Porcia y Lucrecia, pero en los pasajes correspondientes de Lo somni se han añadido algunas más, como Julia y la griega Hipo; amén de aumentar otros casos de virtud firme, más allá de las estrictamente suicidas, como el de Artemisia, que bebió pulverizados los restos de su marido a efectos de ser su sepulcro. Pero recordemos que no rompen nuestros autores con un hondo cristianismo, al que en realidad estaban remozando gracias a la pureza de los clásicos; y esto afectaba también a la moral, la cual se desprendía o alejaba del carácter normativo para pasar a entenderse como una potencia o disposición interior, dignas de admiración en situaciones heroicas. En congruencia, el notario catalán, que ensalza a mujeres de la realeza de su tiempo con curricula dudosos desde un punto de vista tradicional –una de ellas tenida por asesina–, pone a su vez los puntos sobre las íes acerca del suicidio, al dirigirse al adivino Tiresias, tras mentar el caso de Lucrecia, a fin de distinguir bien el comportamiento de los cristianos, más racional al respecto que el de los gentiles. Y realza su puntualización con un significativo vocativo: Pus meravellador és que loador, però (e esquivador és en nosaltres christians, ço que féu); car, punint lo peccat estrany en lo seu cors, matà aquell. Vosaltres, gentils, ho havets loat, car acustumat ho havíets, quant vos plahia. (Lo somni. El sueño 242)

No le va a la zaga en osadía –sin merma tampoco de respeto– el autor del Curial, donde no sólo la protagonista mora, Cámar, que es el personaje verdaderamente ejemplar en amor, es una suicida, sino que alaba el suicidio de Catón en un diálogo puro –el más noble de las tres ocasiones en que aparece el género antiguo destacado–, el que mantiene esta joven poco antes de morir

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con su madre, Fátima.33 Además, el autor subraya su actitud por medio de la ​ contradicción o desafío que hace de la costumbre en cuanto al tratamiento de los restos de los suicidas, pues insiste en los honores que recibieron sus huesos; así, consta que se sepultaron en tierras cristianas,34 cosa vetada en una sociedad para la que suicidarse no se veía como un asunto psicológico de desesperación sino como un vicio (Schmitt 4). Si contrastamos con las letras castellanas vemos también que se ha considerado rasgo de novedad el suicidio de Melibea en La Celestina, a pesar de utilizarse como elemento didáctico. Interesan asimismo otros aspectos relativos a la muerte de esta joven mora en referencia a su contraposición con el precedente virgiliano de Dido, por corregir aspectos con que los glosadores y traductores medievales habían empañado su fama, a causa de la pretendida infidelidad a su marido o colgándole el haber actuado cegada por la pasión (Butiñá, “Algunas consideraciones” 39-41). Según bien atestigua este texto, la voluntad de revocar la transmisión de los hechos no se reducía a un mero afán filológico; y ello permite considerar a estos autores verdaderos hombres de letras o litterati.35 Otra temática podemos derivar también de la confrontación con Canals, pues –así como con el suicidio– en De arra de ànima el dominico ataca la lujuria, dedicando una extensión pareja a condenar a los lascivos, cosa que puede oponerse al alto grado de erotismo de un Tirant lo Blanch; si bien tampoco está exento de esta nota el Curial, obra llena de sensualismo en la que se describe por ejemplo con detalle el edulcorado sabor que deja un largo beso en la boca.36 33  “Virtut és fortalesa del meu cor, e Cató, honor de tots los romans, me mostrà en Útica lo

camí de la libertat; e per aquell caminaré, e a tal maestre tal dexebla” (Aramon i Serra 3: 131). La respuesta egoísta de su madre es adecuada a la concepción muy baja en valores morales que encarna este personaje en la obra.

34  Este deseo no sólo constituye las últimas palabras de la joven antes de tirarse por la ventana sino que se especifica después que su cuerpo fue tratado con veneración por Curial (Aramon i Serra 3: 151) y enterrado con toda dignidad: “Bé embalsamat e mirrat ab totes les circumstàncies pertinents, en una molt rica caxa fonch mès, e despuys, en terra de christians aportat e ab honor sepultat” (3: 158); mientras que la Iglesia, al privar de sepultura cristiana a los suicidas, consumaba su expulsión de la sociedad de vivos y de muertos (Schmitt 12). 35  La rectificación del mal uso de pasajes de la Antigüedad también la practicó Metge (en

cuanto a Lucano y el marco del Llibre de Fortuna e Prudència, véase Butiñá, “En los orígenes del Humanismo” 105-115).

36  El gesto de inclinarse el caballero hacia Cámar, que está enferma y postrada, es aprovechado

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Hay un tema también que he rastreado desde los primeros momentos de la introducción de este movimiento y que vemos aparecer posteriormente: la dependencia de la fama respecto al bien hacer de los escritores (Butiñá,“Un par de notas sobre el humanismo catalán”), lo que en cierto modo se relaciona con aspectos ya mencionados, por ejemplo al referirnos a lo histórico y lo literario tratando de los orígenes de la novela. En primer lugar aparece aquella idea en el documento de cesión de la biblioteca del Ceremonioso, el 11 de septiembre de 1380, en el que se han reconocido rasgos de Salustio.37 De nuevo parece reflejarse del prólogo de Bellum Iugurthinum, en boca de su hijo, Martín I, quien, el 26 de enero de 1406, en Perpiñán, pronuncia una pieza parlamentaria –en la que ya se fijó un humanista, Pere Miquel Carbonell–, que a pesar de las formas medievalizantes incluye ya un nuevo espíritu de emulación frente a los clásicos. Por último, en el famoso y ya citado prólogo al III del Curial observamos que, tras comparar los hechos del protagonista con los de Hércules y Héctor y de afirmar que sus actos son dignos de recuerdo, dice el autor con humor que si fueran escritos por “Tito Lívio, per Virgili, Staci o algun altre gran poeta o orador” (Aramon i Serra 3: 16) serían muy estimados. Sobre la fama este autor destaca además una escena, entre las varias ocasiones en que deja traslucir polémicas de la época, pues deja dicho, tras un torneo en que ha habido conductas y resultados conflictivos, que hay que discernir el mérito y el valor frente a su misma resonancia; y a la vez, como veremos seguidamente, parece indicar que en los círculos cortesanos se disputaba en torno a esta cuestión alcanzando a los personajes del acervo clasicista. Prácticamente el libro II gira alrededor de ese torneo en Melun y es ahí donde recogemos dato de tan rico valor sociológico, pues nos permite acceder a algo muy propio de la vida caballeresca: las discusiones sobre los hechos de caballería y la trascendencia por la heroína mora que “s’abraçà ab ell, e ab aquells envessos dels labis lo besà tan stretament, que ne lo un ne lo altre no podían espirar ne tornar alè, contrastant aquell lonch e molt cobejat besar. E com axí per un gran spay estats fossen, apartaren-se lo un del altre. ... E Càmar romàs en lo lit, lavant ab la lengua los seus labis per pendre lo çucre d’aquella poca de saliva que dels labis de Johan en los seus era romasa” (Aramon i Serra 3: 141). Sobre este pasaje traté en un congreso de la Universidad Complutense sobre los sentidos de la literatura (“Lo çucre de la saliva que dels labis de Johan en los seus era romasa”). 37  Se ha reconocido la sombra del capítulo 8 del De coniuratione Catilinae (Riquer, Història de la

Literatura Catalana 354).

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que tiene la fama de los mismos. La gente discute ahí sobre la actuación de ​ Salisberi al congregar a todos los caballeros en contra de Curial38 y se recuerda al propósito que Aquiles pudo matar a Héctor contra la caballería, lo cual es algo discutible, pero que efectivamente mató de modo cobarde a Troilo al conjuntar a todos contra él. La viveza de las disensiones hace que la conversación adquiera tonos y virulencia desmesuradas, por lo que el rey tiene que intervenir zanjando la discusión: E com sobre aquest debat se escampassen moltes paraules, e ja quasi descompostes, lo rey, qui era molt savi senyor, manant-los callar, tolgué la qüestió. (Aramon i Serra 2: 167)

Podríamos seguir con un tema muy importante, el amoroso, no concebido en sí mismo, pues no ha dejado de estar siempre en lugar preeminente en cualquier literatura, sino desde la contemplación de la filosofía amorosa como exigencia derivada de una determinada filosofía, cosa que ocurre de modo acusado entre las partes filosófica y moral de Lo somni; o bien considerado como virtud, a la luz de nuevos baremos, como hemos apuntado ya en el Curial. No es ángulo de observación desdeñable cuando el Humanismo más avanzado en el tiempo se inclinará por el platonismo en cuanto a esta temática; pero no vamos a avanzar por esta línea, resbaladiza y abstracta aunque muy trascendente, si bien el simple hecho de anotarla puede haber bastado para resaltar que, a efectos de discernir rasgos humanistas, no habría que pretender hallar nuevos temas ni tampoco localizarlos con puridad en el clasicismo. Es decir, con los temas no sucede como con los géneros, que se generan, renuevan o recrean; sencillamente porque son los mismos de toda la Edad Media. Pero ahora, bajo una nueva sensibilidad, se enfocan bajo otros índices de valoración, sea como réplica o como matiz, en una revisión de los códigos morales que se desprende de una ideología que avanzaba de modo imparable de la mano del racionalismo. Aún dentro de los temas podríamos hacer una cala en las figuras mitológicas. He seguido en parte la de Fortuna, tan de moda en el Humanismo, a 38  Estos comentarios interesan asimismo en cuanto al reflejo con la realidad por el paralelismo

del protagonista con Héctor, con quien cabe recordar que se aludía a menudo al Magnánimo, pues aparece frecuentemente como el nuevo y animoso troyano (así en la Tragèdia de Caldesa de JOan Rois de Corella).

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consecuencia del fuerte contraste que ofrecen las grotescas del Curial y de Metge (ésta en el Llibre de Fortuna e Prudència) frente a las muy bellas de Mena o Santillana (en el Laberinto de Fortuna y la Comedieta, respectivamente);39 majestuosas y hieráticas las de los últimos frente a las revolucionarias y divertidas de aquéllos.40 Asimismo podríamos añadir dos casos de las mismas literaturas atribuidos a la Fortuna, semejantes por el fin trágico y caótico o sin sentido, los de La Celestina y el Tirant lo Blanch, pues ambos se oponen por el uso de la figura y su efecto, en la primera didáctico, y en la segunda, con humor manifiesto y sobre todo con relatividad o cierto distanciamiento. Cabría contrastar una vez más este ámbito con el que estudiaba Huizinga, en el que no veía realmente “una diferencia esencial entre la alegoría de la Edad Media y la mitología del Renacimiento” (291), pues en estas obras catalanas la diferencia es contundente. También podría analizarse el papel de Venus, diosa tan vituperada a lo largo del medioevo, en que era tildada de lujuriosa; en la recién citada introducción mitológica al III libro del Curial se la reivindica –gracias al trasfondo y con citas de la Divina Comedia– hasta el punto que los insultos que se le hacen de puerca sucia y maloliente (“truja sutza, vil e pudent”) o bien como diosa “de luxúria e de puteria” (Aramon i Serra 3: 71) no sólo se leen como cómicos sino como injustos. La divinidad clásica, a la luz del cristianismo, es por tanto rehabilitada en profundidad (Butiñá, “Algunas consideraciones sobre poética medieval en el Humanismo catalán” 41). En cuanto a las formas, que por su amplitud obligan aún más a resumir, hay 39  Mis primeros trabajos en el campo hispanista contrastaron el Curial e Güelfa con autores de

los mismos años de la literatura castellana, en concreto con los dos citados en “Juan de Mena y el Curial” y “La Comedieta de Ponça y el Curial e Güelfa frente a frente”; sobre el rastro de Fortuna traté en “El paso de Fortuna por la Península durante la Baja Edad Media”.

40  En el Curial se aprecia sobre todo a comienzos del III libro, donde usa de las poéticas ficciones con franca burla del Genealogiae deorum de Boccaccio, obra con carga muy medieval (García Gual 194). Metge, aunque trata el tema de la Fortuna en Lo somni, es en el Llibre de Fortuna e Prudència donde muestra a la diosa según una visión aparentemente escolástica, pero bajo la cual se adivina otra revolucionaria y divertida que responde a los nuevos parámetros (la tesis doctoral de Miguel Marco, “Libre de Fortuna e Prudència: Estudio de las fuentes literarias y edición crítica”, que, bajo esta lectura, fue presentada en la UNED en 2004, está en curso de publicación en la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona).

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que recordar en primer lugar dada su cercanía temporal la influencia de los ​ trecentistas y sus procedimientos; muy en especial a Boccaccio y, afinando aún más, el Decamerón,41 tanto por sus técnicas literarias y motivos como por el estilo y lenguaje. En una palabra, sin el Boccaccio en vulgar las obras que hemos considerado principales en lengua catalana no existirían o desde luego serían muy distintas. Probablemente son deuda suya asimismo el elemento humorístico, que se observa con firmeza en las distintas etapas del movimiento, así como también el sensualismo, acompañado de una firme orientación moral. Y estas tres notas son fuertes detonantes de las tres obras principales de creación –el diálogo y las dos novelas caballerescas–; si bien no son sólo exclusivos de ellas, como evidencia la crítica sarcástica del Spill (1460) de Jaume Roig, compuesto por 16.246 tetrasílabos. Cabe comentar que esta obra narrativa comparte dos notas con el Tirant: el carácter enciclopédico y la interpretación abierta de la obra. Además, en un contexto comparatista hay que ponerla de lado a la próxima novela picaresca, no por sospechar evidentemente ningún tipo de influencia pero sí por la precedencia en cuanto a ser ambas relatos negros de crítica social y autobiográficos. Si hemos excluido el precisar por dónde pasa la línea de lo que podemos denominar humanístico en cuanto a los temas, más aún también respecto a las formas, pero sin duda en el momento valenciano obras de contenido plenamente tradicional muestran nuevos aditamentos. Es un hecho en la Vita Christi (edición póstuma de 1497) de Isabel de Villena, que aun impregnada de teología de autores como Francesc Eiximenis y de obras como las Meditationae Vitae Christi –falsamente atribuida a san Buenaventura–, emplea un catalán muy estilizado así como un estilo alejado del habitual, según el cual encumbra de un modo decidido e insólito a la mujer y utiliza una expresión característicamente femenina (por ejemplo, con abundancia de diminutivos). Al fin y al cabo –como quizás también la Vida de Santa Catherina de Sena (1499) de Miquel Peres– revela una nueva manera de sentir la vivencia religiosa. 41  Cabe recordar la valiosa traducción al catalán (Riquer, Història de la Literatura Catalana 46870), del mismo año (1429) que la de la Divina Comèdia, ésta a cargo de Andreu Febrer y en espléndidos tercetos.

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Pero aunque el capítulo de la delimitación de rasgos formales y su entrecruzamiento esté quizás falto de profundización, se distingue de modo innegable la novedad en algunas parcelas. Así, en cuanto a la teología poética enarbolada por Boccaccio, ideología que tiene su correspondiente en otras artes –como puede verse a través de la paulatina introducción de gentiles como modélicos; en escultura, concretamente en iglesias de Pisa–,42 y que alcanza en lo literario extremos como el uso del lenguaje alegórico con apropiación del sentido sagrado, cosa que estaba reservada a la ciencia teológica. Este recurso, aunque solemne, no se emplea con gesto servil sino precisamente usurpador, aplicando al campo profano un elemento que correspondía al teológico. Por ello he llegado a calificar las obras en que triunfa el nuevo espíritu, debido a este afán de expansión de lo humano y su triunfo, de “Profanas Escrituras”; no me refiero tanto a hechos como que los dioses mitológicos vehiculen mensajes cristianos43 o cosas por el estilo, a algunas de las cuales nos hemos referido tratando del alegorismo, sino al empleo en obras profanas de los recursos antes propios de la teología, como por ejemplo ocurre con el encubrir sentidos ocultos o proféticos, tal como vemos en Lo somni (Butiñá, “Algunas consideraciones” 20-22, 31-33). Esta multiforme elevación de los diversos campos no tuvo tampoco una manifestación explosiva, con drásticas adhesiones o rechazos, sino que fue una inundación lenta de ascensiones pero con profundo calado. El proceso de dignificación era muy propio de los textos petrarquescos y no hay que olvidar el sentido ascendente del último y popular cuento del Decamerón, al que se suma Metge y un buen número de traducciones europeas –al margen de que cada autor entendiera de modo distinto el modo de ennoblecer un texto, como veremos a continuación al referirnos a los Griseldas catalán y latino. En consonancia con todo ello se halla la nueva y delicada atención a expresiones o entornos considerados anteriormente menos elitistas desde la 42  Me referí a ello, en relación con la relevancia de la figura del gentil en “Un llibre català, un

gentil italià i la cultura europea”.

43  En el Curial el héroe, caído en el vicio, es conminado por Baco a una vida de estudio en el

escenario de otro sueño mitológico (“tantost lo jorn següent féu cercar libres en totes les facultats, e tornà al studi, segons havia acostumat”, Aramon i Serra 3: 179) y se convierte gracias a las palabras de san Gregorio que pronuncia aquel dios.

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alta literatura,44 como sucede con el ámbito popular, al que será tan sensible ​ Santillana, autor de serranillas y recolector de Refranes que dizen las viejas tras el fuego.45 La precisión en las delimitaciones se hace muy difícil –y no sólo en relación con temas y formas– cuando el mismo mentor del movimiento, Petrarca, presenta una oscilación tal que es contradicho o corregido en profundidad por un admirador suyo como Bernat Metge. Según hemos dicho, éste, que puede situarse en un extremo de rupturismo o de radicalismo humanista –si es lícito aplicar este vocablo a los miembros del movimiento que ensalza el equilibrio– denuncia como medievalizante en el terreno moral a Petrarca, al que los humanistas daban la primacía (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 343-55). Ahora bien, el mismo Metge puede aparentar un carácter no clasicista desde una lectura superficial, sea por la capa de disimulo que le lleva a escribir en clave, sea porque explota posturas de conversión espiritual que le convienen para salvaguardar su obra; puesto que en primerísimo lugar tenía que obtener credibilidad. Esta explicación sirve de avance para las actuales posiciones 44  Podríamos ver una reivindicación en el prólogo del II del Curial, donde al mostrarse una vez

más admirador de los traductores de los relatos de Tristán y Lancelot, alega que, por seguir el uso antiguo o el modo de escribir tradicional, condesciende en aceptar el galicismo “cavallers errants” (Aramon i Serra 2: 7). Asimismo, los dos novelistas citados equiparan la grandeza de la caballería tradicional y la antigua; se puede observar en el Tirant en la intersección del Guillem de Vároic y el resto de la novela, cuando aparece por primera vez el protagonista, en que Martorell recurre a un fragmento del cierre del ciclo de la materia de Bretaña, la Mort Artu (Butiñá, “Una nova font del Tirant lo Blanc” ), que le sirve de engranaje de modo parejo –tanto monta– a como en otros pasajes menos lucidos se rememoran encuadres de grandeza clasicista.

45  La conexión mental que podemos establecer con la referencia inmediata al caso Griselda

no es casual, como testimonia la imagen con que Metge alude a su traducción de este relato: “La istòria de la qual fou per mi de latí en nostre vulgar transportada ... tant és notòria que ja la reciten per enganar les nits en les velles, com filen en ivern entorn del foch” (Lo somni. El sueño 244). Imagen que procedería del Genealogiae deorum, precisamente de un libro, el XIV, que versa sobre teoría literaria y en el que Boccaccio insistía en la nobleza de su prosa; concretando más, el capítulo se titula Stultum credere poetas nil sensisse sub cortice fabularum, donde defiende que la altura poética –e incluso sagrada– se halla hasta en la más vulgar manera de narrar, esto es en los cuentos de las viejas. Cabe añadir que la intertextualidad señalada parece verse avalada por un error de los manuscritos (Butiñá, Del Griselda català al castellà 46-47).

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antagónicas en la interpretación de sus obras, pues tanto hoy como en su tiempo responden a lo que captan las distintas audiencias.46 Y esta multiplicidad por cierto es lo que ha propiciado la conservación de Lo somni, incluso a manos del monarca adverso a su ideología, pues la brusquedad del cambio político obligaría a Metge a agudizar el carácter polisemántico propio del signo literario. Pero su magistral adecuación no sólo fue garantía de pervivencia, sino también muestra de un gran pragmatismo (Hankins), al conseguir combinar autenticidad y honestidad gracias a una exquisita dosis de culturalismo. Estos hechos, junto con el carácter de transición que define a este movimiento, especialmente en sus orígenes, acentúan el interés hacia las figuras que acusan rasgos mixtos, o sea que muestran conjunta o alternadamente los signos de una y otra época. Si no hay duda del carácter contrario a lo humanista en un predicador como san Vicente Ferrer, hasta el punto de que la misma lengua y estilo se suelen oponer abiertamente a los de Metge (Riquer, Història de la Literatura Catalana 249), pocas veces resultan las adscripciones tan claras. En el ámbito catalán la ruptura con el medievalismo es rotunda en mentalidad en algunos autores –de un modo que quizás no se dé en otras literaturas–, pero no lo es en otros (Antoni Canals, Ausias March), por lo que se da una interesante gradación en lo ideológico; en el plano literario, sin embargo, en el que suelen concordar todos los tocados de algún modo por esta tendencia en la absorción de los clásicos, se ofrece asimismo un rico abanico por la distinta asimilación, pues no todos los leen con los mismos ojos de aceptación y sobre todo les atribuyen muy diferente prioridad en lo filosófico y moral. Así pues, y al margen de los matices que aparenten las personalidades de filiación más clara, hay que valorar en mucho aquel buen número de figuras mixtas que a lo largo de todo el período, especialmente el valenciano, dejan obras de creación de relieve. Un ejemplo claro lo tenemos en la Tragèdia de Caldesa, la preciosa obrita de Roís de Corella, en que una bella escena de voyeurismo, de lo más atrevido en contenidos y con el lenguaje más recargado, atiborrado de resonancias 46  Las audiencias –entre las que se cuenta la del futuro– se hacen explícitas en el encargo de escribir la obra, en el libro II de Lo somni, como explico en En los orígenes del Humanismo 281-87, en especial n310.

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clasicistas, sirve de terapéutica moral al más viejo estilo, a modo de remedio; ​ o bien el mismo Tirant lo Blanch, que luce pasajes rayanos en el ménage à trois y de brillante afección al desnudo y al cuerpo, tiene en muy alta consideración todavía viejos códigos caballerescos. Todo ello abre la puerta más aún que en otros movimientos para considerar el capítulo de las figuras mixtas, sin ánimo de alinearlas en donde no les corresponda, pero sí atentos al impacto que reciben de la nueva corriente aunque no pudieran o supieran seguirla en hondura.47 Hay que considerar mucho, pues, en relación con este Humanismo, los perfiles ambivalentes de las figuras mixtas, que titubean entre las innovaciones formales y una ideología anticuada; sin que ello quiera decir que todos sean humanistas, pero tampoco excluyéndolos de toda mención, como suele ocurrir. En puridad en las letras catalanas habría que reconocer como humanistas en su plenitud a Bernat Metge y al autor del Curial. Esta sintomática difusa en temas y formas, pero coincidente en ambas Coronas, se asegura sin embargo por efectos de peso, como hemos visto en la renovación que experimentan los géneros literarios. Y si en las cortes de Borgoña se daba el cambio de modo muy formal, en nuestras latitudes, en que no se rompió nunca con la tradición,48 la suavidad del giro mental se muestra quizás incluso más pronunciada. Pero ya hemos ido viendo que el cambio fue una realidad; ahora bien, afectó de pleno a los dos caudales, al clasicista y al tradicional.49 No en vano la necesidad de un reformismo se había 47  Una de las vías hábiles para discernir conceptos es el análisis desde aspectos puntuales; así, en

“La conciencia lingüística de las letras catalanas de la Edad Media” lo observé desde la conciencia lingüística dentro del Proyecto de Investigación dirigido por Emma Martinell, que tenía como objetivo analizar esta conciencia en los textos de distintas literaturas.

48  No digamos ya en lo que Batllori llamaba la “púdica” Contrarreforma (192). 49  Si hemos aludido a la distinta manera de verse las mismas figuras mitológicas, también puede

apreciarse la diferente valoración de las bíblicas; he reseguido especialmente la de Job en la obra de Metge (En los orígenes del Humanismo 246-52). Pero es curioso observar que también en Llull la influencia de este libro veterotestamentario se proyecta de modo distinto al tradicional –es decir, no como adalid de la paciencia sino como figura inquietante y rebelde–, precisamente como sucede en Lo somni y a través del Libre del gentil e los tres savis; es decir, esta figura encierra uno de los aspectos en que detrás del Humanismo aparece el lulismo (Detrás de los orígenes del Humanismo: Ramón Llull).

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dado ya de modo pronunciado en un autor muy principal: en el precisamente cristianísimo Ramón Llull. En quien no extraña que clave sus raíces un autor como Metge, renovador en exigencias como la coherencia moral y el talante dialogador (Butiñá, “El diálogo en Llull y en Metge”). Es cosa sabida, pues, que la corriente que distingue lo medievalizante de lo humanístico se presenta de un modo dulce además de lento y salpicado; pero si fue preciso por motivos de ocultación, ante una sociedad muy cerrada, y lo facilitó el componente culturalista a causa del nuevo elitismo, su suavidad sobre todo se debió a que ambas épocas, vieja y nueva, se fundaban al fin y al cabo en los mismos caudales. Es decir, si Ernst Robert Curtius mostró –de manera irreversible al parecer– que a lo largo de toda la Edad Media se mantuvo el clasicismo, cualquier obra humanista en nuestro territorio, por atrevida que se muestre, evidencia lazos fuertes con la tradición, a la que de hecho está renovando, impulsando o dando nueva vida. Por ello, el autor de mayor purismo clasicista, Bernat Metge, en realidad es un precedente del humanismo cristiano (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 404). O sea que no se da el rupturismo en ningún caso en la península. Ahora bien, dado que tampoco es factible hacer distinciones claras de acuerdo con tales caudales puesto que se entrelazan, si no se emplean ambos indistintamente,50 habría que atender sobre todo a los modos de hibridación de los mismos, a la manera de tratarlos, pues esto sí que difiere en profundidad; ello no supone sólo perseguir la actitud o talante, aunque como predeterminación es importante, sino también pulsar el ambiente y los resultados: por darse con mayor o menor adversidad o naturalidad por parte del entorno, así como con más o menos superficialidad o intensidad por parte de los autores, e incluso con distinto entusiasmo; puesto que los rasgos significativos, como el hedonismo o el laicismo, aparecen en el texto en dependencia del contexto, bien mediatizados por él o bien como reacción. En Castilla, donde la irrupción fue menos virulenta, no hubo reacciones como el calificado por algunos historiadores como golpe de estado y que 50  O sea que una traducción clásica puede proceder de una mentalidad muy medievalizante a la vez que una obra bíblica –como la recién citada de Job– es capaz de incentivar un libro revolucionario.

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siguió al fallecimiento inesperado de Juan I, en Aragón, a raíz del cual tanto ​ trabajo dio demostrar a sus partidarios que el rey no se había condenado pese a la muerte súbita.51 Ello es un claro exponente de cómo se ve condicionada la aparición de elementos de idénticos caudales que ahora conjugan tan peculiarmente; incluso, como hemos apuntado, con intromisión del uno en parcelas propias del otro. En ambas Coronas descuellan individualidades introductoras de la nueva sensibilidad, como Metge y Santillana; el notario, más decantado hacia el modelo florentino inicial, y el marqués, hacia la figura del literato humanista como podían serlo los que en Nápoles rodeaban al Magnánimo. Pero los dos han asimilado a los clásicos y a través de los trecentistas italianos, como muestran sus respectivas imitationes. Si bien, en cuanto a praxis de la absorción, hay que destacar la figura del barcelonés, en quien raya en arte extraordinario con autores como Ovidio, Horacio o Cicerón, así como choca su comprensión y grado de franqueza para con los florentinos. Sin embargo, en el conjunto peninsular no se da ese entendimiento y discusión que de modo generalizado se dio en Italia –buena prueba de la diferencia ambiental nos la brinda el que una figura como el Magnánimo no quisiera regresar a la Península–, sino que prepondera ese conglomerado de figuras mixtas, con rasgos confusos o mezclados; en más o menos afortunado equilibrio al tener un pie en cada etapa, pero siempre frenados, a saber en qué medida por el ambiente contrario o por los esquemas mentales heredados. La transición se aprecia tanto en la teología como en la poesía, pero no sólo porque se marquen escalones –bastante claros en la corona catalanoaragonesa en la primera, desde san Vicente Ferrer a Eiximenis y Felip de Malla–, sino porque la mayoría de los mismos autores son ambiguos: se discuten todavía hoy los rasgos nuevos y viejos de Ausias March, cuyos poemas inspeccionan su intimidad con toda sinceridad pero teme tanto al infierno. 51  Y la salvación de su alma no sólo se consigna en textos del tenor de una literatura menor, como los libros de viajes –así, en el Viatge al Purgatori de Sant Patrici (1397) de Ramon de Perellós–, sino que también se argumenta en el diálogo de Lo somni, donde figura bajo el aval de Petrarca en calidad de defensor de aquel tipo de muerte, hecho que, a mi entender, se recoge de un modo crítico (Butiñá, En los orígenes del Humanismo 282-83).

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La traducción es también un espléndido campo de observación debido a las técnicas y planteamientos que se van diferenciando de la época anterior,52 pero incluso los traductores de obras como la Eneida –pensemos en Enrique de Villena– están muy anclados en lo viejo; resulta más novedoso Ferrer Sayol, padrastro de Metge y traductor del De rustica de Paladio, pues aunque contemos con un texto ya muy deturpado, en su prólogo acusa rasgos renovadores –aún tímidos o desdibujados, quizás a causa de la fecha, puesto que la inicia en 1380 y la concluye en 1385– pero vividos y expresados con decisión y claridad (Butiñá, “Sobre el prólogo de Ferrer Sayol”). Pues bien, en todas las situaciones apuntadas, lo que denominamos o reconocemos como humanista depende del tratamiento53 más que de la misma temática, figura o método en sí mismos. Se pueden graduar obras y autores, según semejanzas y contrastes, pero en ambas Coronas, aun cuando la novedad aflora de modo epidérmico, los autores ya no son medievales. He ahí a un Juan de Mena, que, pese a su defensa encendida de la reina María, esposa del Magnánimo, al vibrar indignado ante los amores napolitanos del marido,54 es ya un seglar dedicado al estudio, preocupado por temas de lengua y autor del principal poema épico culto medieval de las letras castellanas: el Laberinto de Fortuna (1444). Así también, en el afán de concentrarnos en un factor de oposición acerca de la irrupción de la novedad, podemos acudir a lo epicúreo-ascético, que a menudo se ha señalado como distintivo; pero quizás resulta más rentable limar 52  Puede verse una visión del panorama hispánico en Roxana Recio, cuyas coordenadas me han servido para extender la aplicación a más textos (Butiñá, “Sobre la traducción de una traducción”; “Los pasos hacia la modernidad desde la traducción a partir de la Edad Media”; “Metge, buen traductor de Séneca”). 53  Según García Gual, “el énfasis con el que se recobra en el Renacimiento la mitología tiene

mucho de singular. No sólo porque aquí los antiguos dioses recobran sus figuras, que en la Edad Media habían ocultado bajo disfraces diversos y estrambóticos, sino por la intensidad vital con la que ahora se les invoca, con un sentimiento que es muy distinto a lo medieval” (184). 54  Es revelador de las distintas tendencias en una misma época que algunos poetas del

Cancionero de Estúñiga –recogido en Nápoles, entre 1460 y 1463– muestran contrariamente benevolencia, cantando a su esposa y a su amante. Este cancionero reúne dos poemas seguidos de Iohan de Tapia, LVI y LVII, dedicados respectivamente “A la muy excellente reyna de Aragón et de Seçilia” y “A madama Lucrecia”, o bien otro poeta, Carvajal, canta la belleza de Lucrecia y las virtudes de la reina.

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los extremos y atender al signo vital:55 hacia la inclinación negativa-positiva ​ en cuanto a lo humano, pues hacia lo último suele ser la nueva disposición claramente favorable. Por ejemplo, si para un medievalizante la vida es una prueba, pues es como la concibe irremisiblemente, para un humanista –una muestra muy clara la tenemos en el Curial– se convierte en una oportunidad.56 No puede extrañar, pues, que la derrota histórica de Ponza, Santillana la torne en victoria, pero no sólo se debe a la vestidura alegórico-mitológica de nuevo cuño que engrandece al Magnánimo sino también a su interpretar las circunstancias políticas, acorde con la evolución de la misma Historia, que también iba a dar el vuelco en esta coyuntura. Al igual que en los orígenes humanistas de otros países no ejercieron un papel a considerar las Universidades y, en la Corona catalanoaragonesa, aparte de estos tres focos urbanos, parece no poder señalarse otro con entidad; ocurre así con el entorno mallorquín,57 donde no quedó una producción de relieve, a pesar de contar con importantes familias de humanistas, como los Valentí, entre los que hemos citado a una figura de particular interés, traductor de las Paradoxa ciceronianas, Ferran Valentí. Este humanismo catalán podríamos caracterizarlo a grandes rasgos con las notas siguientes: uso y ennoblecimiento temprano de la lengua vulgar; asimilación intensa de los tres grandes trecentistas italianos; raíces firmes en Llull; concepción de una literatura digna, seria, nueva y gratificante, pero exultante, vivida y reflejo muy próximo al mundo real. Todo ello afluirá, a marcha pausada también, a una actitud renacentista –de más brillo, pero más 55  Hay que tener en cuenta que en aquella oposición entran implicaciones religiosas junto a las morales; pero dado que lo pagano no sustituyó a lo divino, pues no se perdió lo religioso, es preferible atender a connotaciones de corte preferentemente laico o ambiguo, como la apuntada. Esto es acorde con la cita de García Gual y el planteamiento del párrafo anterior, que implica una moral menos normativa y más tolerante. 56  Aquí tendríamos una explicación profunda de la afinidad que se advierte entre esta novela y el

Griselda de Metge, que concibe también así la vida (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 107). Ello es opuesto a la visión que daba el Griseldis de Petrarca, puesto que, según Rossella Bessi, esta versión consiste en una reescritura religiosa de la boccacciana, a fin de –con apoyo escriturísticio y patrístico– asentar la vida como una probatio fidei (713).

57  Baste solamente la mención cuando no le han reconocido entidad los expertos, como Gabriel Ensenyat, y dado que además no afloran obras literarias destacadas de creación.

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vacía–, que manifiesta ya con claridad la obra de un Joan Roís de Corella.58 En una palabra, del rechazo del medievalismo compacto se abocará al carpe diem del Renacimiento, el cual sin embargo habrá perdido la intensidad e inquietud características del Humanismo así como el clímax de inestable transición que lo define. En el reinado de los Reyes Católicos la sensibilidad humanista será ya acogida desde la corte, por lo que empezará a calar socialmente e incluso se practicará el buen latín; a partir de este punto, en que se afluye al Humanismo renacentista, pasa a descollar la producción en lengua castellana incluso dentro de la Corona catalanoaragonesa. Ello robustece el Humanismo hispánico que en su conjunto abarca un recorrido extenso y de amplio espectro, con un campo literario de gran riqueza.59 Los ambientes, por otro lado, muestran puntos similares en ambas Coronas, posiblemente –hemos apuntado ya– al ritmo de la evolución de la misma caballería. Veamos un caso muy concreto: estudiando el Curial e Güelfa advertí concomitancias con la Comedieta de Ponça del Marqués de Santillana,60 las cuales se suman a las similitudes vistas entre el protagonista –caballero marcado por su amor al estudio y los libros, que apresa una galera de corsarios cerca de la isla de Ponza– y el Magnánimo, protagonista de batalla y Comedieta.61 Entre otras cosas, los nombres de aquellos caballeros de ficción coinciden con los de la obra del Marqués: vemos también a Pero Maça (Curial II, 101), Pere de Muncada (ib., 143; 144) y Pinós (ib., 101). Ramon Folch de Cardona es el nombre del embajador del rey de Aragón (III, 154-62) que interviene a favor 58  Puede verse en parte traducida al español en la edición de Vicent Martines Peres. 59  Sin reducirse a la literatura, sino desde la historia de la cultura, se estudia en Batllori 27-109. 60  Con pocas variaciones el Curial se sitúa hacia mediados del siglo XV; los defensores de su

vinculación al Magnánimo tenemos una fecha de referencia clara con la muerte de éste, en 1458, la cual pudo determinar la interrupción de la obra, cuyo único manuscrito (en la Biblioteca Nacional de Madrid; puede verse digitalizado) quedó si no inacabado, sí no redondeado o ultimado. Es por tanto poco anterior al Tirant lo Blanch, que se data entre 1460, fecha del comienzo, y 1490, en que ve la luz la edición; si bien en 1464 se declara acabada.

61  Alfonso V el Magnánimo, que reúne una corte privilegiada de humanistas en Nápoles y una

destacadísima biblioteca (Marinis), fue derrotado en 1435 junto a Ponza, hecho que canta don Íñigo López de Mendoza en su poema alegórico, el cual envía dedicado en 1443 a doña Violante de Prades, cuyo esposo fue un capitán de la famosa batalla naval.

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de Curial en su lucha con los leones.62 Los cuatro nombres, Maça, Muncada, Pinós y Cardona corresponden a personajes reales que intervinieron en la batalla de Ponça, según recoge la Comedieta de Santillana:



Allí se nonbravan Maças e Boyles, Pinoses ... Muncadas, Allí los de Prades e los de Cardona. (vv. 569-570; 579)

Así como encontramos en otra estrofa de la misma Comedieta de Ponça nombres de otros tres caballeros (Joan Ximenes de Urrea, Blasco d’Alagó y Joan Martines de Luna), que lucharon también con Curial y el rey Pedro en Melun: Don Johan Martines de Luna, l’altre ha nom don Pero Cornell, l’altre ha nom don Blasco d’Alagó, l’altre ha nom don Johan Ximenes de Urrea. (Aramon i Serra 2: 82) Allí se nonbravan los Lunas e Urrea, Yxar e Castro, Heredia, Alagón. (Comedieta, vv. 561-562)63

Sin pretender demostrar contactos ni intencionalidades, pues la onomástica podría ser quizás una pista falsa, el hecho es que se designa un nuevo tipo de caballero, ya aludido como caballero humanista, denominación que aunque suele aplicarse al modelo literario procede de una realidad que diferencia esta caballería de la de épocas anteriores. Esto es, el mundo que surgía demandaba a los autores un nuevo tipo de obras, el cual –según una ósmosis ya conocida– respondía al mundo que reflejaban. Pasamos a continuación a fijarnos en los tiempos, ya que, a pesar de tratarse de la misma dinastía Trastámara –desde 1413 también en Aragón–, el movimiento humanista marca periodizaciones con confluencias y disparidades. En Castilla, hay que partir de la producción literaria del reinado de Juan II (1406-1454), de signo cortesano y que ha sido atendida desde el clasicismo recientemente (González Rolán, Saquero Suárez-Somonte y López Fonseca 63 et passim), hasta llegar a la de los Reyes Católicos, etapa abierta ya al Humanismo 62  Ya hemos comentado que el combinar historia y ficción, así como el cuestionarse sus valores,

era algo propio de los círculos humanistas italianos que pudo tener consecuencias en el nacimiento de la novela. 63  Párrafos tomados de Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 239-40.

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renacentista del Quinientos. En Aragón, hasta esta última etapa –en que se experimentará un desnivel o parón del empuje humanístico anterior–, sobresalen tres momentos diferenciados (Butiñá, “Barcelona, Nápoles y Valencia”) de acuerdo con los núcleos de la Cancillería, en Barcelona, la corte napolitana y Valencia, estos dos últimos coetáneos y por tanto a menudo en relación, si bien de distinto entorno social y realizaciones. En ambos reinos cabe señalar que se da una introducción temprana, extremadamente en el caso de la corona catalanoaragonesa, donde se exalta a Petrarca a poco de su muerte. Asimismo, en los dos ámbitos se manifiesta de una manera intermitente e irregular, no uniforme. El momento de Metge es tan próximo al origen boccacciano-petrarquesco que se entiende bien que incluso el diálogo, clasicista por antonomasia, esté completamente determinado por las figuras de los grandes mentores, Boccaccio –que transparenta a menudo el influjo de Dante a través del Trattatello in laude di Dante y el Commento alla Divina Commedia– y Petrarca, así como que nos transmita sus mismas o parecidas preocupaciones. Más inclinado hacia las consignas esteticistas aparece el Cuatrocientos en las dos Coronas comparativamente con la rotundidad de aquella primera percepción de síntomas de cambio. De hecho en Aragón se irá pasando de la actitud de portavoz de una nueva sensibilidad a las actitudes de pose, que abundan en el último momento, el valenciano; en Castilla, los portavoces fueron menos extremistas –en lo que a pureza humanística se refiere (Pérez Priego, “Boccaccio en la obra literaria de Santillana” 494)– y sus actitudes pueden confundirse más fácilmente con las de moda o de apariencia más superficial. Ahora bien, también aquí se reconocen polémicas al estilo italiano y se percibe la deuda para con los grandes trecentistas, patente incluso en Juan del Encina (Piera 86). Por otro lado, hay que hacer constar que en el círculo humanista de Aragón situado en Italia (desde la conquista de Nápoles por el Magnánimo en 1443) confluyen los principales humanistas no sólo italianos sino también peninsulares.64 Entre las figuras que son valoradas en todo el ámbito hispánico 64  Cabe destacar a Lorenzo Valla, Bartolomeo Facio, Giovanni Pontano o el Panormita, autor

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se halla la del poeta Jordi de Sant Jordi, que acusa ya la huella petrarquesca; ​ coronado de laurel por Santillana en el poema titulado Coronaçión de Mossén Jorde, responde al perfil de poeta cortesano y de caballero, pues sirvió a su soberano en campañas militares, cayendo preso en 1423 como recuerda su emotivo poema Presoner (Jordi de Sant Jordi). Éste sería pues el punto de encuentro más efectivo, ya que en el territorio catalanoaragonés el primer momento fue interrumpido bruscamente por la muerte accidentada del monarca y en el último, a pesar de los brillantes cenáculos literarios valencianos,65 no pulula un ámbito cultural del calibre del que generan la corte de Juan II ni, sobre todo, a finales de siglo, la de los Reyes Católicos (Valdeón Baruque). Sin embargo, y aun respondiendo a la misma corriente, los círculos eruditos peninsulares se caracterizan frente a los europeos, lo cual nos lleva a dar unas últimas notas que enfrenten las producciones.66 En primer lugar, para observar una marcha al unísono, basta advertir que –al margen de divergencias o calidades– en menos de cuatro decenios se escriben las principales defensas de cinco lenguas vulgares: Prose della volgar lingua de 1525 de Pietro Bembo; Diálogo de la lengua de ca. 1535 de Juan de Valdés; el Diálogo em louvor da nossa linguagem de 1540 de João de Barros; Deffence et illustration de la langue françoyse de 1549 de Joachim du Bellay; y Los col·loquis de la insigne ciutat de Tortosa de 1557 de Cristòfor Despuig (Badia i Margarit 449).

de la biografía del soberano, De dictis et factis Alphonsi regis Aragonum et Neapolis, traducida al catalán hacia 1481-1485 por Jordi de Centelles, jurista y poeta perteneciente al mismo círculo. 65  La corte virreinal de la viuda del rey Católico, Germana de Foix, generará poco después (1523-1537) círculos ricos en producción dramática, pero se darán ya prioritariamente en lengua castellana. 66  Según Batllori, tanto en el medioevo como en la Edad Moderna, en la Península se constatan

rasgos comunes con los europeos, si bien con matices según las distintas áreas (34). Es sugestivo el dibujo que da para caracterizar el pensamiento renacentista en la península Ibérica (27-86) desde la expansión del movimiento originado en Italia, que, según las leyes de la geografía y la historia, de la corona de Aragón pasa a la de Castilla y, de aquí, a la de Portugal; como focos principales enumera Sicilia, Aviñón y Nápoles. La aportación portuguesa la centra en la primera mitad del siglo XV, en la prosa didáctica de Eduardo I, Dom Duarte, y su hermano, Dom Pedro (79-80); destaca en Portugal el desarrollo de las ciencias positivas, que estimularon los descubrimientos (32).

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Ahora bien, reparemos que antes de la exultación de las lenguas, éstas habían dado ya monumentos literarios; baste citar el Decamerón (1370) o Lo somni de Bernat Metge (1399). Ha precedido –o al menos acompañado– a la conciencia lingüística o sensibilidad ennoblecedora de la lengua, la conciencia literaria acerca de la necesidad de dignificar los textos; es decir, éstos han alcanzado, sencilla y directamente, unos logros altos de realización antes de que se hubieran pronunciado aquellas defensas. Huizinga, en cuanto al cambio que observamos, sitúa a Francia entre Italia y los Países Bajos (444); por un igual, podríamos poner a las letras castellanas entre las europeas y las catalanas, puente éstas hacia los orígenes italianos situándonos sobre todo en el diálogo y la primera novela caballeresca (Butiñá, “Sobre el Humanismo catalán”). Pues si se ha mantenido que en este movimiento “el nuevo espíritu aparece como forma antes de llegar a ser realmente nuevo espíritu” (Huizinga 438), en estas obras escritas en catalán las formas no predominan sobre las ideas sino que están a su altura, es decir, ostentan ya un nuevo espíritu. Baste alguna referencia más para confirmar la innovación de contenidos en estas letras comparando el Griselda de Mézières con el de Metge67 o bien la producción de Sir Thomas Malory y la de Joanot Martorell,68 aun sin darle a este último una ideología determinada, sino sólo por el modo de retratar la caballería el catalán, más atrevido, real e innovador que el inglés. Asimismo cabe oponer el estilo e ideología de un autor de moda como Alain Chartier al Curial, si bien hay que tener en cuenta que la obra en la que se inspira esta novela no es precisamente el Tractatus de vita curiali (1427), conocido como el Curial, sino La belle dame sans merci (1424), a cuyo hieratismo se opone el vitalismo de los protagonistas catalanes, no sólo por la flexibilidad final de 67  Hay que hacer constar que, a pesar de la alta difusión de la versión petrarquesca (en más de veinte lenguas y un total de 250 manuscritos inventariados), interviniendo en la disensión de Boccaccio y Petrarca, y a su altura, sólo se ha propuesto a Metge (Butiñá, Del Griselda català al castellà). 68  De modo marginal anotamos la posibilidad de un contacto entre ambos; baste recordar el relato

de Guillem de Vároic (Warwick) que incluye la novela y relacionarlo con la estancia temporal y geográfica del novelista valenciano en ese condado, en el que vivía el autor inglés (Butiñá, “Una nova font del Tirant lo Blanc” 196).

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la figura femenina, Güelfa, sino ya desde el comienzo a causa del realismo y ​ desenfado de las escenas amorosas, que parecen enfrentadas (Butiñá, Tras los orígenes del Humanismo 86-90). Y si hemos sintetizado el tono positivo vital como fenómeno caracterizador –a modo de anticipo o tendencia, como lo es el Humanismo respecto al Renacimiento–,69 como elemento diferenciador me atrevería a apuntar la diferente influencia agustiniana–70 indeleble en profundidad en todo el movimiento– y preferentemente decantada en estas tierras hacia el De Ciuitate Dei, que funda su optimismo en la visión armónica de las tradiciones, por encima del pesimismo exclusivamente racionalista de las Confesiones.71 Por otro lado, lo artificioso y suntuoso, que aparece frecuentemente como sello o con exclusividad en latitudes más septentrionales, parece que no sirve para englobar a los humanistas y autores de esta época en la Corona de Castilla72 y mucho menos para los de Aragón. Cabe recordar, a modo de resumen, que en Europa la incorporación se dio más tarde (González Rolán, Saquero Suárez-Somonte y López Fonseca 59), 69  “Los pocos espíritus que en la Francia del siglo XV asumen formas humanísticas no dan aún el

toque de alba del Renacimiento. Su espíritu, su orientación es todavía completamente medieval. El Renacimiento llega cuando cambia el tono de la vida” (Huizinga 452).

70  Pese a lo arriesgado de la propuesta creo que puede presentar utilidad por su concreción,

dado que por lo general se emplean explicaciones poco concretas, como es inconcreto el tomar como punto de mira las actitudes, hacia donde parece inclinarse en la actualidad la crítica. Batllori incluso recurrió a la luz mediterránea, en una muy exacta aclaración, para distinguir las personalidades de Vives y Erasmo (203).

71  Esta apreciación no abre un cauce nuevo de discusión pues el intento de delimitar el peso

de su respectiva influencia y su pertinencia a una u otra época era un punto en el que insistía Batllori repetidamente; así pues, formó parte de la última conversación que tuve con el sabio profesor a comienzos de 2003. Con posterioridad me he fijado principalmente en la preferente opción por una u otra obra según las zonas, lo que podría ser un motivo que explicara los estados de ánimo y los resultados tan distintos. Y esto, a pesar de que Vives insistiera mucho en la primera y de que Metge –escéptico ante todo– antepusiera en su obra el recuerdo de la segunda con prioridad; pero éste es un punto que soslayo ya que, además del comparatismo literario, requiere conocimientos teológicos.

72  He aquí un autor, Jorge Manrique, que no es prototipo del movimiento ni trasvasa el goce ante la vida, pero cuyas Coplas a la muerte de su padre a menudo se ilustran con la estatua yacente del Doncel, obra de Martín Vázquez de Arce en la catedral de Sigüenza, expresiva de la naturalidad ante la muerte tan propia del clasicismo. En ellas, una vez más, en esta época, observamos la serena gravedad, en oposición a lo frívolo o aparente.

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mientras que aquí apunta ya en el primer siglo del Humanismo y alcanza desarrollo en el siglo XV. Y si llegaron a crearse estas obras fue gracias a que hubo una audiencia que las entendía, aun en situaciones de peligrosidad, de minoría o incluso de excepcionalidad. Estos textos son resultado de una nueva mirada sobre los clásicos, entre la emulación y la familiaridad; su retorno o revival no se puede reducir a una mera recuperación, ya que no se habían perdido nunca, sino que evidencia una nueva manera de tratarlos. Implica además una revalorización de lo humano; si bien matizamos que es preferible hablar del auge de lo laico que de lo pagano, pues ambos conceptos no son correlativos, al menos en el Humanismo hispánico.73 Insistimos finalmente en una consideración acerca del movimiento en estas letras, puesto que a pesar de la seguridad con que se inicia en el territorio de lengua catalana, las derivaciones del mismo no siguen el curso normal de otras literaturas, que suelen desembocar en un Renacimiento que supera lo anterior en creatividad y que más o menos se desprende de aquellos nuevos planteamientos, los cuales actuaron pues a modo de anuncio aunque se tergiversaran y no prosiguieran su tónica. Los frutos principales aquí, por el contrario, fueron esencialmente humanistas y no renacentistas; incluso puede precisarse, de la época humanista –considerando ésta en el marco que acusa mejor el cambio, el medieval–, teniendo en cuenta la abundante producción que ofrece ese carácter prototípico de tránsito efímero; hemos destacado Lo somni por presentar una contundencia y pureza que precisamente no es habitual encontrar en otras literaturas. Esta desproporción se hace patente en cuanto a la filosofía moral, que es la gran preocupación del humanista barcelonés como lo era de los círculos iniciales italianos; él abre una reflexión acerca del amor humano que cuestiona la trayectoria tradicional. Esta vía en el siglo XV catalán llegará a ser obsesiva –de Ausias March a Joanot Martorell pasando por el Curial; pero, a pesar de la intensidad de tratamiento, estos otros autores no alcanzan su altura de miras. No digamos ya que no consiguen su cota los restantes, como Roís de Corella, 73  Desarrollo estos aspectos, reflexionando sobre la modernidad, en las conclusiones de Detrás de los orígenes del Humanismo, a modo de cierre de mis estudios sobre el Humanismo en las letras catalanas.

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por mucho que su obra rebose de mitología clásica y él mismo, de titulaciones ​ en teología; en consecuencia, deja piezas exquisitas, como la mencionada Tragèdia de Caldesa, nuevas por fuera pero viejas por dentro. Y hemos destacado también el Curial como una obra señera en equilibrio, ya que es éste uno de los puntos en que se coincide en cuanto a lo que solemos entender todos por humanismo; por lo que junto a la claridad impactante de Lo somni situamos la visión reposada del autor de esta novela, atento a perfilar las nuevas virtudes y a trasvasar su mundo lleno de goce y a través de los sentidos. Mundo que parece descrito desde la convicción de su altura, con ansia por asirlo y retratarlo, y obra para la que –dado su anonimato y la inconcreción de una modalidad lingüística determinada– abogamos por ese momento próximo al castellano, el del entorno napolitano, y a manos de un autor catalán;74 quien se retrata en el ponderado mentor que va recomendando al protagonista mensajes como el délfico del autorreconocimiento o el agradecimiento a los beneficios recibidos, con ecos de origen griego y senequiano.75 Podemos concluir, pues, que en el ámbito hispánico no sólo hallamos la admiración consabida hacia Petrarca, sino que incluso se atreven a enmendarlo en un primer momento en Aragón, en aras de un Humanismo más coherente y esperanzador,76 además de contar con un gran conjunto variopinto. Pues si excluimos de lo humanista la ideología anticuada tendríamos que dejar de lado al mismo mentor del movimiento, quien posiblemente sea en efecto el más responsable de su superficialidad al no comportar una respuesta moral adecuada –como acusa Lo somni–, sea en naturalismo o en temas concretos –así el matrimonial, como delata el Curial–. Del mismo modo se hace difícil expurgar lo que tengan sus manifestaciones de apariencia más formal, pues 74  He defendido desde 1988 una hipótesis de autoría a favor del jurista y embajador del Magnánimo, servidor del conde de Ischia y autor de la Tragèdia de Lançalot: mosén Gras (Tras los orígenes del Humanismo 297-334). 75  Es curioso que –a pesar de haber sido impugnada su condición humanística– incluso reconozcan rasgos humanistas en ella estudiosos que se la niegan, como se observa acerca del concepto del de vera nobilitate (Piera 89). 76  La acusación moral de los libros III y IV de Lo somni no sólo es por el misoginismo sino por la concepción vital e intelectual; en el cierre de la obra deja claro que lo que rechaza es cómo se encamina el curso de la corriente marcado por el Secretum, como doctrina castradora de una renovación profunda (Butiñá, “Petrarca en las letras catalanas del siglo XIV”).

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es muy complejo distinguir los grados y matices con que se fue dando la transición. De ahí que devenga un sello inconfundible la misma indefinición que se reconoce en ese conjunto abigarrado de figuras mixtas que en esta época, medieval aún, presenta en la Península formas muy variadas de asimilar la tradición clásica, según avala con un serio fondo bibliográfico el estudio de González Rolán, Saquero Suárez-Somonte y López Fonseca.77 Y sus obras, en la medida en que no caen –como ocurre muy especialmente con las catalanas más destacadas– en el foso más común de estar sólo atentas a sus valores formales sino que se significan por derrumbar lo inservible y construir sobre ello algo nuevo, valioso, escandaloso, sorprendente o divertido, devienen clásicos además de clasicistas; de modo que hoy son útiles y resultan de agradabilísima lectura. Pero la comprensión posterior no puede alterar sus valores, pues aquélla sólo afecta a su vida literaria; al igual que la nota de no-continuidad, al no florecer a continuación en un Renacimiento esplendente, no implica merma alguna en los textos catalanes, sino que tan sólo indica que se trata de una literatura más fecunda en el Humanismo prerrenacentista que en el renacentista. Se ha discutido mucho alrededor del desnivel creativo que se da en las letras catalanas tras la etapa del apogeo valenciano y también alrededor de sus causas, llegándose incluso a la negación del mismo movimiento. He propuesto recientemente que podría ser más positivo reparar en las consecuencias de la incomprensión del mismo fenómeno humanista, que hasta entonces había propiciado frutos literarios tan notables: se había rehabilitado un género clasicista como el diálogo y se había renovado la poesía, así como había tenido 77  La larga reseña que hice para tan sólido libro termina con una idea que interesa recordar aquí,

pues ha flotado por encima de muchos puntos, y es que todavía estamos lejos de poder configurar el panorama de este momento introductor del humanismo (Rico, El sueño del humanismo 194). Cabe añadir que en el afán por avanzar en estas investigaciones se organizaron las “Primeres Converses Filològiques” sobre el Humanismo en el Centro Cultural de Blanquerna, en Madrid, el 9 de abril de 2003; fueron coordinadas por Julia Butiñá y Joan Ribera, aportando su contribución dos grandes especialistas (véanse los trabajos de González Rolán “Los comienzos del Humanismo renacentista en España” y Pérez Priego, “El Marqués de Santillana en la Corona de Aragón” así como el número especial de la Revista de Lenguas y Literaturas Catalana, Gallega y Vasca coordinado por Butiñá).

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lugar el nacimiento del género de la novela, que nada menos que absorbe el ​ bagaje narrativo románico en una unidad superior.78 Se había llegado a cimas de realización, pero las mismas obras de primera magnitud quedaron en el olvido: Lo somni se reverenció siempre, pero hasta las valoraciones de los críticos de nuestro tiempo la única lectura enriquecedora o de nivel prácticamente fue la ya citada de Ferran Valentí; el Curial permaneció oculto hasta casi el siglo XX y la recepción quizás principal de Ausias March y del Tirant tuvo lugar en el seno de las letras castellanas. Un autor con una obra de interés, como la del dramaturgo Josep Romaguera –ya en el XVII–, bebe de Gracián, y la producción hagiográfica, incluso la popular, es eco de Calderón; ni que decir tiene que ocurre lo mismo con quienes serán sólo un remedo del Barroco castellano, como el Rector de Vallfogona. Ahora bien, no todo se reduce a mímesis, ni tampoco por el hecho de que lo fuera tendría forzosamente que ser de poco valor; tampoco dejan de seguirse todos los movimientos (Bover) ni de darse algunas obras de un interés muy considerable –así el diálogo Los Col·loquis de la insigne ciutat de Tortosa (ca. 1557) de Cristòfor Despuig y el tratado místico conocido como el Desijós.79 Pero no se alcanzaron las cumbres de la época medieval; es más, aquéllas mismas se dejaron de entender y, en consecuencia, se dejó de asimilar la producción propia. Así pues, cuando el interés por Llull reaparece en el Renacimiento –al igual que se retoma en Castilla, donde había sido desarraigado por la Inquisición,80 78  En “Sobre el Humanismo catalán” comento que, aunque se discuten los matices no debe negarse

su entidad a causa de no tener continuidad en el siglo XVI, pues ello no elimina la personalidad de las obras que lucen aquel sello característico; así como tampoco se puede partir para su arranque de condicionantes temporales predeterminados, pues los movimientos no obedecen a un disparo de salida y una meta de llegada.

79  El Deseoso (según el título de la edición sevillana de 1533 que le dio fuerte difusión, pues

siguen doce más en castellano y en otras lenguas) es el –al parecer anónimo– Spill de la vida religiosa (Barcelona, 1515), que fue lectura favorita de los jesuitas y podría recibir influencia del Blanquerna luliano.

80  Es un dato significativo el que en una sola biblioteca, la del castillo de Benavente, en 1440 se

registraban doce códices de obras lulianas.

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puesto que el lulismo es un ingrediente de las corrientes renacentistas–, se pone de relieve el proceso experimentado por esta literatura, ya que por ejemplo su presencia en la Barcelona del Quinientos no procede a través del humanista barcelonés, que había bebido en hondura en el filósofo mallorquín, del mismo modo que ese Humanismo no conecta ya con Metge. Quizás sea uno de los grandes puntos de investigación abiertos en estas letras la continuidad de Llull,81 puesto que es alrededor de quien se articula esta literatura; es decir, su repercusión no se restringe a conformar su lengua, aspecto sin embargo que ha sido bien estudiado. Observemos que además de la anticipación mencionada en dialogística y ética, están presentes a lo largo de la Edad Media ideas fundamentales suyas, como la de la justicia, que es una constante desde la Faula de Torroella (anterior a 1375) al Tirant lo Blanch. Marca un hito al respecto de todos modos también Metge, no sólo en el tan serio y tan burlón Llibre de Fortuna e Prudència, en que la idea de la Fortuna y la justicia por consiguiente es capital, sino también en Lo somni, dado que en el libro I de este diálogo el argumento que más convence a su autor frente a la inmortalidad se funda en la necesaria justicia divina y es precisamente luliano. Por otro lado, el Humanismo que se recepciona en Cataluña, como el erasmista –vivo en la Barcelona del XVI (Batllori 145-90)– o bien la feliz aportación de Nebrija, no es de procedencia interna; pero es que tampoco lo fue la de los humanistas propios, como el valenciano Luis Vives – propiamente un humanista europeo. Las consecuencias, pues, de la falta de asunción del propio pasado e identidad muestran que su impulso renacentista no se efectúa al calor de los grandes momentos anteriores de su literatura, lo cual incide en que este último Humanismo sea considerado en fase provinciana (Batllori 149-50); asimismo, 81  Hay que tener en cuenta que es autor de una obra inmensa, en catalán y sobre todo en

latín; sus dimensiones van de lo de filósofico y científico al campo de la mística y la poesía; su nota primordial podría fijarse en el acendrado cristianismo (Butiñá, Detrás de los orígenes del Humanismo. En la actualidad, la línea ascendente del Humanismo hacia Llull constituye la orientación principal de mis investigaciones. Entre ellas: “¿Una muestra de la unidad de pensamiento en un humanista del siglo XIV?”).

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los movimientos subsiguientes –derivados del humanista al fin y al cabo– ​ no tienen que ver ni muestran apenas contactos con los introductores del movimiento ni con sus raíces. Mientras que el conocimiento de la tradición o el reconocimiento del propio bagaje cultural es preciso no ya para una marcha natural sino para poder actuar como motor de recuperación.82 Valga como cierre concluir que si la fugacidad del Humanismo no resta su entidad sino que incluso la afirma frente a otros movimientos más estables, también procede revitalizar la personalidad y el estudio del Humanismo catalán junto a los de otras literaturas, sobre todo las hispánicas.

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82  La Renaixença emplazó su renacer –erróneamente según se advirtió después– en los trovadores; los movimientos posteriores, como el modernismo, lo superaron enlazando con la tradición moderna europea.

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