Acte acadèmic de graduació de màsters i doctorats. 4 de juliol del Lliçó de graduació del professor Juan Villoro

Acte acadèmic de graduació de màsters i doctorats 4 de juliol del 2012 Lliçó de graduació del professor Juan Villoro Una meditación sobre la lectura

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Acte acadèmic de graduació de màsters i doctorats 4 de juliol del 2012 Lliçó de graduació del professor Juan Villoro

Una meditación sobre la lectura

Bona tarda a tothom, felicidades a todos los graduados. El tema que he escogido para esta charla es el de la creación literaria en la universidad, porque es a lo que me dedico aquí en la Pompeu Fabra. Sin embargo, quisiera centrar esta reflexión en un asunto que nos interesa a todos, que es la lectura, forma esencial del conocimiento. El poeta español Gerardo Diego plasmó en dos versos el misterio de la escritura creativa. Cito sus palabras: “Son sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas”. De este modo aludía a la inspiración remota que puede tener un artista, tan lejana e inabarcable el cosmos mismo, y al oficio tangible que la hace posible, que son las manos sobre el teclado. Quien escribe depende de estímulos distantes y ajenos, pero también de la destreza artesanal para ejecutarlos. Esto sería imposible si no fuera además un lector, y no me refiero específicamente al lector literario que desea leer a los otros para transformarlos en materia de su propia obra, sino al acto mismo y esencial de la lectura. Actualmente nos encontramos en un horizonte novedoso, desafiante y fascinante, una revolución que modifica la noción que tenemos de la lectura, con una radicalidad no se había vivido en mucho tiempo. Desde el invento de la imprenta con tipos móviles por parte de Gutenberg no pasábamos por una transformación tan rica y tan fuerte del acto de leer. Para recuperar esta situación sorprendente debemos remitirnos a circunstancias perdidas en el tiempo; por ejemplo al siglo IV, cuando san Agustín vio con asombro que el erudito san Ambrosio leía sin hablar ni mover los labios. El episodio lo cautivó con suficiente fuerza 1   

para incluirlo en sus Confesiones. Hasta entonces, la lectura era algo que se ejercía en voz alta. La lectura como acto privado, el hecho de tener un libro con el que podemos dialogar en silencio, era algo completamente desconocido. Este viraje cultural se pudo generalizar gracias a la inversión de la imprenta y a la aparición de volúmenes capaces de acompañar al lector e incluso de albergarse en su bolsillo. Hoy en día estamos ante una renovación semejante. Disponemos de plataformas que nos ponen en contacto con múltiples formas de la letra: mensajes de texto, redes, Facebook, la Wikipedia, Internet, el libro electrónico, Kindle, etc. ¿Cómo va a cambiar el conocimiento?, ¿cómo cambiarán las formas de escritura con estos nuevos recursos y con los desafíos que comportan? Sólo podemos arrojar conjeturas al respecto. Borges comentó que lo único que sabemos del futuro es que difiere del presente. El ignorado porvenir nos va a traer sorpresas. Nos encontramos en un umbral, anticipando los desconciertos y los estímulos de las cosas que vendrán. Hacer universidad, investigar, discutir en la Pompeu Fabra, tiene que ver con una reflexión ineludible: cómo leemos. Investigadores de la Universidad de Harvard en estudios prospectivos piensan que una vez que se establezca y se generalice el uso de las descargas electrónicas muy posiblemente el porcentaje de lo que leeremos en pantalla será del 80% contra el 20% del formato papel, y sin embargo el libro, en mi opinión, el libro tendrá el lugar asegurado. Haciendo un juego de palabras, podemos decir que tiene un papel asegurado. Hay varias razones para ello. Si imagináramos que el libro fuera un invento posterior a los ordenadores, seguramente representaría una superación tecnológica. De pronto aparecería un aparato que no tiene obsolescencia programada; que no necesita ser conectado; que no tiene caducidad ni requiere de ningún tipo de soporte; que, en un acto de rabia, irritación o descuido, podemos dejar caer al suelo sin peligro alguno; que es ligero y transportable; que se puede individualizar y dedicar; que estimula los cinco sentidos, incluyendo el tacto y el olfato; que se abre al modo de una ventana o una puerta y así estimula el ingreso a un mundo imaginario; que es leve y económico… Si el libro se inventara de golpe en una sociedad donde ya existen los ordenadores, parecería un progresión útil. Este ejercicio es meramente especulativo porque contamos desde hace siglos con ese objeto resistente. Sin embargo, permite realzar 2   

sus virtudes y su capacidad de compitir en tiempos en que la cultura de la letra se desplaza a otros soportes. Tengo la certeza de que el libro perdurará en la mente de los hombres y que no lo dejaremos morir. Estará en las bibliotecas, pero seguramente la lectura, el conocimiento y la escritura pasarán por otras formas de comunicación. Es justamente el umbral en el que nos encontramos, un momento que despierta tantas esperanzas como desafíos. Toda tecnología es capaz de reactivar atavismos, es decir, de recuperar de manera creativa formas que se consideran superadas. A través de Twitter y sus 140 caracteres se ha revitalizado como nunca el arte del pentámetro –muchas veces involuntario, por supuesto–, así como las máximas –que no se cultivaban mucho desde tiempos latinos-, los aforismos y las greguerías. También disponemos de comunicados que no se distinguen gran cosa de los que encontramos en los urinarios de cualquier baño público. Lo singular es que en la enorme galaxia de la red encontramos joyas que nos remiten a circunstancias anteriores en el tiempo; estamos ante una reactivación de recursos literarios con nuevos soportes y nuevos formatos. En medio de esta renovación me parece esencial recordar algo que está en el origen de toda forma de lectura y escritura, algo en lo que ponemos mucho énfasis en los cursos de literatura creativa. Me refiero a la noción de manuscrito. Se diría que hoy en día todo puede ser publicado de manera inmediata. La velocidad de comunicación de la que disponemos en las redes sociales hace que en ocasiones lo que mandamos pertenezca más a la neurología que a la comunicación. A veces reparamos en nuestros mensajes cuando ya los hemos hecho. Contamos con medios extraordinariamente rápidos, que casi transforman nuestro inconsciente en una forma de comunicación. En este contexto, conviene reflexionar acerca de las virtudes y los riesgos de la celeridad. Desde el punto de vista de la cultura de la letra y del ámbito de lo escrito, la puesta a prueba de una escritura pasa por la idea del manuscrito. Hubo un tiempo en que los libros no se imprimían y en que eran leídos en forma colectiva. Aunque los usos de la letra hayan cambiado, ciertos patrones definen lo leído. Ya sea que vaya a dar a la imprenta o a una descarga electrónica, en su origen, todo libro es un manuscrito. El manuscrito es la forma inconclusa, modificable, corregible de la cultura. De manera 3   

reveladora, aprender a escribir manuscritos significa también leer los libros como si aún tuvieran esa condición esencial. En los cursos de literatura creativa ponemos énfasis no solamente en la discusión de los borradores que nosotros producimos, sino que procuramos entender el canon del conocimiento como un conjunto de manuscritos –es decir, de libros tentativos, aún modificables–; buscamos ponerlos a prueba como si pudieran ser corregidos. Este análisis es esencial no sólo para analizar un manuscrito o un libro específico, sino para mantener viva la reserva cultural del análisis de textos. Dicho análisis pertenece al ADN de nuestra cultura; es un magma esencial del que procede el conocimiento. Discutir acerca de la puntuación o de prosodia, encontrar las alternativas posibles para un discurso, conjeturar acerca de las opciones canceladas por otro autor, significa mantener viva la morfología de la especie, el conocimiento y comunicación a los que nos debemos. Un libro esencial de nuestra cultura, el Quijote, puede ser visto como la clausura de una tradición. El protagonista aparece como el último lector de un género literario. Alonso Quijano es un hombre que se enferma de literatura, especialmente de novelas de caballería. Inmerso en ese mundo imaginario, sale a la realidad y trata de leerla como si fuera la consecución de la novela. Prosigue su errancia por el mundo, confundiéndolo con las páginas de un libro; así se convierte en el personaje que remata una tendencia ya caduca, la de la novela de caballería. Los libros destinados a ser clásicos muchas veces reviven de manera crítica una tradición. Después de Cervantes es absurdo escribir novelas de caballería convencionales, pero gracias a que él remata esa tradición, novelas previas, como el Amadís de Gaula, se convierten en antecedentes de la modernidad. Al hablar de la noción de manuscrito proponemos el camino inverso: entender la cultura como como discurso abierto, inconcluso, cuestionarla en busca de posibilidades que aún no se le han descubierto. El caso del Quijote es particularmente propicio para esto, porque lo que nosotros conocemos como legado de Miguel de Cervantes Saavedra es precisamente un manuscrito, la primera intención de un libro. No hubo segundas versiones y la puntuación fue hecha por los editores. La novela podría haber sido distinta; la leemos como una obra asentada y prestigiada por los años, pero en algún momento fue novedosa y pudo no ocurrir o no haber ocurrido de ese modo. 4   

Si un clásico remata una tradición, un manuscrito la postula como posibilidad. El conocimiento depende de hacer una revisión crítica del acervo de que disponemos. Entender que una obra clásica tiene dentro de sí un manuscrito significa interrogarla, ponerla a prueba. De acuerdo con el escritor italiano Italo Calvino, un libro clásico es aquel que no deja de decir lo que tiene que decir; en otras palabras, el que comunica una novedad permanente. Para conocer la vitalidad de la cultura conviene entender nuestros libros como si aún pudieran ser modificados por nosotros, leerlos en forma creativa. Por eso Jorge Luis Borges se atrevió a referirse a la influencia de Kafka en Cervantes. Podemos encontrar en una obra de un tiempo remoto efectos de obras que van a ocurrir mucho tiempo después. Lo que aún no concluye ocurre en tiempo presente. El manuscrito vive en su propio instante y descomoce el acabamiento. E. M. Foerster consideraba que el lector ideal debía ser capaz de imaginar a los escritores de todas las épocas reunidos alrededor de una misma mesa. Eso permite que textos de muy distintas épocas discutan entre sí un espacio que los vuelve contemporáneos. Es lo que hizo Borges al advertir rasgos kafkianos en el Quijote. Entendida como una colección de manuscritos, una biblioteca es una reserva de conocimiento aún modificable donde podemos entrar en contacto con libros de distintas temporalidades. El tema de la temporalidad resulta esencial en el momento de transformación que atravesamos. Me atrevo a suponer que estamos ante un cambio de paradigma. Durante siglos, leer fue algo que ocurrió básicamente como un decurso en el tiempo. La lectura surgió como un ejercicio que requería de sucesión, una secuencia de conocimiento: un transcurso. Además, hacía falta tiempo para acceder a la lectura, desde la investigación necesaria para conocer un título hasta los esfuerzos, muchas veces aventureros, para conseguirlo. Hoy en día, gracias a Campus Global y a las navegaciones en la red, más que guiarnos por una noción del tiempo nos guiamos por una noción del espacio. La red es para nosotros el patio del mundo, un sitio metafóricamente parecido a éste que nos congrega, un lugar donde podemos encontrar simultáneamente estímulos muy diversos, 5   

procedentes de épocas muy remotas o del día de ayer, y donde podemos establecer vínculos instantáneos con ellos y arrojar respuestas de manera expedita. Esta nueva manera de relacionarnos con la cultura tiene que ver con la noción de un sitio deslocalizado en el espacio físico pero muy concreto en la comunidad virtual. El texto ha dejado de ser algo que transcurre con una temporalidad definida en un sitio físico –el libro- para convertirse en algo que está de manera permanente en un sitio conjetural –la red. Estamos ante un viraje cultural cuyas consecuencias apenas podemos intuir. Mientras encontramos nuevos estilos y recursos de expresión – soportes que aún están en su fase de nacimiento-, modificamos de manera sustancial el acceso a la lectura. En cualquier momento de distracción alguien baja la vista –y puede ser que ocurra en este momento– hacia su teléfono móvil y envía un mensaje de texto o lo consulta. Estamos rodeados de palabras. ¿Nuestros cambios de conducta son un mero automatismo, provocados por las posibilidades de la máquina o representan una nueva destreza cuyo horizonte no alcanzamos a vislumbrar? Lo cierto es que no podemos ser indiferentes al nuevo trato con las palabras. Mantener la vitalidad y la dimensión crítica del lenguaje es una tarea esencial en todos los campos del conocimiento universitario. ¿Cómo cumplir con estas metas? La enseñanza de literatura creativa puede ser vista como algo que atañe exclusivamente a quienes desean expresarse en clave narrativa o poética. Sin embargo, la forma de leer esos trabajos atañe a todos los campos del saber. Si entendemos que toda forma de escritura –desde un texto cuneiforme tallado en piedra hasta las vibrantes grafías de luz en la pantalla de un ordenador- es un manuscrito, es decir, un texto cuya interpretación no conoce límite porque –al menos teóricamente- podríamos modificarlo, es fácil valorar la necesidad -o más aún: la urgencia- de discutir textos. Resulta decisivo atrevernos a considerar que todo libro fue en su origen un manuscrito, y que leído de manera crítica puede volver a serlo. El conocimiento es siempre corregible. “Son sensibles al tacto las estrellas/ No sé escribir a máquina sin ellas”, escribió Gerardo Diego. El estímulo distante que nos da la cultura, ese cosmos de lo virtual, tiene que ver también con el trabajo tangible del oficio. 6   

Leer, interpretar y escribir creativamente significa deletrear el mundo. Nosotros hemos sido anticipados por otros autores. Las ficciones tratan de esto, de conjeturar una realidad posible. En algún porvenir inventado por un autor de ficción, un escritor mexicano pronuncia ante ustedes estas palabras y recuerda un aforimso de Lichtenberg: “Un libro es como un espejo: si un mono se asoma a él, no puede ver reflejado a un apóstol”. La lectura siempre es participativa. El sentido de un texto depende de la forma en que es leído. En efecto, un libro como un espejo, la arriesgada manera de saber lo que llevamos por dentro. Muchas gracias

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