Africa, jtransición a la democracia?

Africa, jtransición a la democracia? Ferran INIESTA Profisor Titular de Antropologfa, Universitat & Barcelona. Cent= &Estudis Afrrcans (CEA). Profi~o
Author:  Clara Lagos Gil

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Africa, jtransición a la democracia?

Ferran INIESTA Profisor Titular de Antropologfa, Universitat & Barcelona. Cent= &Estudis Afrrcans (CEA). Profi~or& la Fundacid ClDOB

Siempre se agradece, al intentar un anáiisis del presente, disponer de cierta perspectiva y profundidad de pasado para evitar pronunciamientos impresionistas y por 10 general catastrofstas, que aformnadamente no suelen cumplirse. Y es que la mayoria de países subsaharianos llevan tres décadas regidos por Estados jurídicamente soberanos, hecho que permite ver el año 199 1 desde una densa carga de acontecimientos y tendencias que, en su mayoria, tienen ya hondas raíces. El públic0 occidental tiene una idea clara y parca de 10 que ocurre en el kea negro-africana, una idea que puede tesumirse en catslstrofe econ6mica y guerra generalizada, latente o al descubierto: por ell0 se calcula un mítico año 2000 prefiado de miseria y horror. iC6mo es posible vivir en Africa sin tratar de huir? Aquí es donde la historia, el conocimiento directo y la reflexi6n ponderada puden entrever carninos menos dantescos que la prensa fragmentaria y sensacionalista. Motivos de inquietud 10s hay, pero seria sorprendente que 10s pueblos de Africa, que sobrevivieron a siglos de trata negrera y a una dura explotaci6n colonial, estuviesen hoy liegando a su final. Haremos un estudio riguroso, duro, pero sin menospreciar toda la vitalidad de los nuevos comportamientos que atraviesan los mundos africana. A iniaos de los años sesenta, en pleno auge del movimiento tercermundista simbolizado en la Conferencia de Bandung, la mayoría de colonias africana alcanzaron la independenaa. Algunas despuds de duros enfrentarnientos, como el Mau Mau en Kenya o el Vy-Vato-Sakelika en Madagascar. Otras con acuerdos c6modos con las anaguas metr6polis, tal como sucedi6 en C6re d'Ivoire o en Zarnbia. La mayoría con tensiones que se suavizaron al acercarse la fecha del traspaso de poderes. Con saivedades, bum número de dirigentes de los nuevos Estados gozaban de considerable prestigio por su tenaz oposia6n al r6gimen colonial, fuese su ideari0 liberal o socialista. Senghor, Kenyatta o Houphouet-Boigny, del sector llamado moderado, poseían autentico carisma popular, al igual que N'Krumah, Lumumba o Sékou Touré, del g r u p de los denominados progresistas. Mientras la mayoría de los d t a s de la época se dejaron fascinar por la explosi6n de entusiasmo de las poblaaones, se levantaron ya en aquel entonces voces discordantes que, cual nuevas Casandras a quienes no se quiere oir, anunaaron un fumro amargo para los j6venes Estados. DescoIlando entre los restantes autores aiticos, tanro por su rigor como por su honestidad intelectual, René Durnont (1962) emida su dmgn6stico econ6mico precoz: el Africa negra habia empezado mal; discursos que atribuian todos los disfunaonamientos a la coloniza-

LA HORA DE AFRICA ci6n o al imperialisme, estatizaci6n irracional de 10s recursos, hipemofia de la ya pesada buroaacia dejada por 10s europees, ausencia de reforma agraria, fascinaci6n excesiva por la industrializacidn a ultranza. El cuadro recordaba bastante al que Gurinar Myrdal habia plasmado, en 1966, en sus volúmenes sobre El drama a~iático.Se pend entonces, en circulos especializados, que la similitud procedia directamente del sistema colonial. Pero el texto del francés fue sometido al ostracismo por 10s gobiernos africanos, con la loable excepci6n de Tanzania, que no s610 imprimid una versi6n inglesa sino que 10 convini6 en libro de cabecera del funcionariado. Puede sorprendec la respuesta casi unánime a las aiticas sobre la buroaatizaci6n econbmica: moderados y progresistas coincidieron en que su espíritu era poco consmctivo, porque tanto unos como otros operaban con igualdad de criterios sobre el papel omnipresente del estado. Y es que, en la realidad de cada dia, el estado era la principal o incluso la única fuente de recursos de que disponian 10s grupos occidentalitados. Un historiador prestigioso, Joseph Ki-Zerbo, expres6 con claridad las exigencias de este nuevo sector al defender un aecimiento imponante del funcionariado, ya que asi se produciría una amplia redistribuci6n salarial facilitada por la solidaridad familiar africana. Desde luego, este método ha permitido durante décadas que fragmentos de salarios lleguen hasta rincones perdidos en la sabana o el bosque, pero su objetivo central era satisfacer las ambiciones de pmmoci6n de 10s numerosos escolarizados: h e un pacto social que hizo aguas en la década de los d e n t a , cuando el endeudamiento estatal miserabiliz6 las reuibuciones e imposibilit6 nuevos conuatos. En el plano ideol6gic0, con una rara homogeneidad de aiterio, los nuevos gobiernos razonaron de modo original la omnipresencia del Estado y, en su seno, la hegemonia del partido Único. Apenas Madagascar, en los sesenta, y Senegal a mediados de 10s setenta se dotaron de parlamentos medianamente abiertos a la oposici6n, que de todos modos disponia de una igualdad de oportunidades menos igual que la del partido presidencial. Desde la derecha o desde la izquierda, se multiplicaron las versiones de la teoria de las 3 pes (pastores, pescadores, payeses), se& la cual en Africa nunca existi6iucha de dases, salvo la importada rmculentamente por el denostado ~paréntesiscolonialw. Puesto que el péntesis habia terminado, la historia reemprendia su idilica marcha allí donde habia sido auncada por el impetlalismo. En consecuencia, un solo movimiento polític0 podia agrupar en su seno todos 10s matices de la sociedad, complementarios peto nunca antag6nicos. Además, las exigencias de un rápido desarrollo econ6mico tampoc0 aconsejaban despilfarrar los

escasos recursos financieros en luchas partisanas que habrian desviado a la poblaci6n de la verdadera tarea. Pero el tiempo corrobor6 10s estudios más pesimistas que habian anunciado la emergencia de una clase social cuya fuente de riqueza exclusiva era el Estado, y a la que Samir Amin (1978) defini6 con el conuadictorio nombre de burguesia burodtica. Poco se invirti6 en la industria y nada en el campo, peto 10s salarios aecieron y 10s empleos en la adminisuaci6n tambidn, mientras que los precios agrícolas a la exponaci6n padeúan una larga parálisis frente al despegue de 10s precios de las manufacturas importadas. El Estado y su partido Único no cesaron de denunciar la degradaah internacional de 10s tdrminos de carnbio, con ra.2611, peto guardaron silencio sobre la hipemofia estatal o 10s sangrientos caminos que frecuentemente el partido-guia habia recorrido.para restablecer el feliz mundo de las 3 pes, ajeno a la drdida lucha de dases. N'Krurnah, ya en el exilio; coment6 con amargura que la inexistente lucha de clases habia terminado por expulsarle del poder. Apoyllndose en todo tipo de escuelas desarrollistas, los gobernantes africanos hicieron suya la dudosa idea de que la riqueza termina por generar condiciones dem d t i c a s . El indiscutible prestigio de que gozaban muchos jefes de Estado y la tradici6n estatal de corte monárquico de buena parte del continente se unieron para dar continuidad a regimenes que oscilaban entre la inoperancia y el intervenaonismo asfixiante; el punto de convergencia de los nuevos poderes fue el monopolio estatal del comercio exterior, fuente de ingresos primordial para el Estado independiente. Mienuas la actividad exportadora se mantuvo sin excesiva baja de 10s precios, los errores no produjeron graves desajustes en la vida cotidiana. Los primeros descontentos vinieron, por 10 general, de sectores mercantiles interiores demasiado agobiados por un fuerte régimen impositivo. Así cay6 Modibo Keita en Maií y Kwame N'Knunah en Ghana. En el ouo extremo del intervencionismo, el desencanto producido por la inoperancia de pesados aparat& aciminisuativos facilit6 golpes militares cuya principal labor objetiva h e refonar la tambaleante situaci6n de los grupos funcionariales: por parad6jico que resulte, los gobiernos pretorianos ensancharon la base social del Estado, al inuoducir a parte del ejkrcito en los circuitos buroa-dticos y comerciales. Probablemente, las reiteradas quejas africanas en lgs foros internacionales ponían el dedo en la fundamental llaga de la dependencia econ6mica de los países recién descolonizados. Precios establecidos en las meu6polis, redes de comercializaci6n conuoladas por el exterior, entidades financiem occidentales ofreciendo aéditos leoninos, escaso capital aut6ctono y nula inversi6n in-

AFRICA:;TRANSICI~NA LA DEMOCRACIA? temacional salvo en el rentable sector exaactivo, todo el10 insaibia a las independencias en un drculo agobiante. De ahi a decir que todo iba mal por culpa de la rapacidad imperialista -siempre plet6rica, por supuesto- s610 quedaba un paso, y la mayoria de gobernantes 10 franquearon para satisfacci6n te6rica de la izquierda occidental y enfurecimiento aeciente de las poblaciones africanas bombardeadas con profusi6n de discursos. Durante rnás de veinte años, la oposici6n universitaria acompañ6 a sus mal amados regimenes en 10 tocante a cargar la responsabilidad social a 10 que hoy se conoce como el Norte desarrollado. Bast6 para el10 que 10s movimientos intelectuales opositores acusaran a 10s gobiernos de ser meros representantes de intereses de las grandes potencias. Hay que aludir a este hecho, pues a la aedulidad occidental ante el discurso oficial africano (una muesaa externa de la cual es el pr6logo de J. Ziegler al libro de R. Ratsiraka, Strategies pour i'an 2000, Paris, 1983) debe añadine o m aedulidad aparentemente rnás crítica: la aceptaci6n del discurso opositor africano, que expulsando sociol6gicamentede Africa a los gobiernos dejaba un continente sin pecado original y presentaba una oposicidn ajena a toda perversidad externa. Los hechos erm considerablemente m h matizados: la responsabilidad mayor estaba y sip e estando del lado de quienes han impuesto las aCtuaies condiciones de carnbio, pero nunca hubo en parte alguna sectores hurnanos carentes de responsabilidad hist6rica. El problema era y es que el Estado independiente tiene mucha m b legitimidad de la que se le supuso en esas primeras etapas, y es espectador y protagonista a la vet. Fue a favor del viento descolonizador y en un período ascendente de la economia de mercado cuando se fonaron las independencias y los rnás radicales pana&canistas aeyeron acercuse al objetivo de un Estado africano: en 1963 se fündaba la Organizaci6n para la Unidad Africana (OUA), en Addis Abeba. No obstante, fmto de arduos compromisos con los moderados o partidarios del bloque occidental, el articulado de la Cara fundarnental era esavpuloso preservando la intangibilidad de las fronteras heredadas de la colonizaci6n y el Estado panafricano quedaba como brurnoso objtivo al que se hada mena611 ritual en el Prehbulo (véase en el Anexo la Carta de la OUA). Así se witaron numerosos litigios fronterizos inrnediatos, pero ni se impidid su estallido posterior ni se dio pdbulo organizativo a reagrupamientos supraestatales que pudiesen facilitar mayor coherencia hist6rica o mejor viabilidad econbmica. En 1963, el p e s o de los estados independientes opt6 por el statu quo y la preservaci6n de sus poderes locales. iNIKrumah no había decia,rado que el Estado panafricano seda eficiente y le bastaria con un 10 % de todas las administraciones y

ejercitos de entonces?La derrota del unionismo, del que s610 prevaleci6 parad6jicamente el nombre de OUA, pum de manifiesto el peso de las estrechas relaciones bilaterales entre cada nuevo Estado y su ex metr6poli, pero tambien 10s pujantes intereses estatales de 10s sectores occidentalitados: reducir la administraci6n fue una amenaza insoportable para quienes ya vivían de ella tras la evacuaci6n europea. El triunfo moderado no s610 interesaba a las cancillerías excoloniales. Seria injusto, sin embargo, no valorar el papel desempefiado por esa pequefia ONU africana que ha sido durante casi treinta años la OUA. Muy distinta a la inoperante Organizacih de Estados Americanos (OEA), dominada por la envergadura de Estados Unidos, la OUA ha sido algo más que una tribuna de oradores, al menos en su constancia descolonitadora, apoyando eficazmente a 10s movimientos independentista~de las últimas colonias portuguesas o racistas del Africa austrai. Menos eficaz en sus esfuerzos pedag6gicos, lingüísticos, deportivos y medioambientales, éstos han existido y han tenido repercusiones favorables. El gran vado ha sido la economia de mercado, tal6n de Aquiles de 30 años de independencias estatales: cada país pens6 resolver la cuesti6n mediante la relaci6n preferencial con la antigua potencia colonial o confiando rnás en el apoyo de Este y Oeste que en 10s acuerdos con sus vecinos.

El agotamiento de la premisa mayor. Economias en bancarrota El silogismo desarrollista que ha dorninado entre 10s expertos en Africa ha tenido como premisa fündamental, durante casi tres d h d a s , el aecimiento econ6mico como motor de toda aansformaci6n social; el socialismo s610 ha sido una premisa menor, una variante ocasional en pos de la misma condusi6n: la abundancia productiva y consumidora. No ha habido disonancias, en este sentido, entre te6ricos africana y occidentales, hese cuai fuese su tendencia política. Ahora bien, el ruidoso fracaso de 10s planes desarroIlistas, de las modalidades de aplicaci6n, de los esquemas multipolates y los regionales, del proteccionisme y el libre comercio, han planteado reservas sobre el rigor de tales planificaciones o sobre la capacidad africana para romper el maleficio del subd&arrollo. Para evitar pronunciamientos públicos sobre una u otra causalidad, el desmoronamiento del bloque socialista y la autosatisfacci6n del bloque vencedor ha proporcionado el argumento innovador: la democracia institucional es la condici6n previa para cuaiquier despegue econ6mico ulterior. Poco importa que, en Europa y Estados Uni-

LA HORA DE AFRICA dos, semejante afirmaci6n sea hist6ricamente insostenible, ya que asi se demora la evaluaci6n definitiva: iincapacidad de 10s expertos o incapacidad de 10s africanos? Hace escasamente un año, en otia obra poldmica, Dumont constataba el hundimiento de casi toda la economia africana, pero como en un trabajo precedente seguia atribuyendo a 10s gobiemos y a sus asesores toda la responsabilidad de tan tristes resultados. Tres años antes, Amin habia planteado desconectar las economias de Africa de las del resto del mundo, abriendo asi ritmos distintos y equilibrios nuevos. Y a 10 largo de toda la pasada década, el Fondo Monetari0 Intemacional (FMI)ha ido impulsando a 10s gobiemos africanos hacia una doble política. realismo monetari0 y desestatalizaci6n de la economía. jPuede la democracia cuadrar tan diversos plantearnientos? La evoluci6n, en tdrminos de mercado, resulta bastante descorazonadora. La pujanza comercial europea de 10s últimos quinientos 'años se ha vuelto hegemonia absoluta en el plano productivo en las pasadas décadas. Al filo de la independencia, todo el continente africano realitaba un 3 9% del comercio mundial, petr6leo kabe incluido: hoy no alcanza siquiera el 1 %, a despecho de potenaas petroliferas como Argelia, Libia o Nigeria y pese a la envergadura indiscutible de economias como la sudafricana. Por primera vez en treinta años, en 1990 la desinversi6n de capital ha superado en 3.000 millones de d6lares el flujo positivo que hasta entonces habia existida, ddbil pero real. Occidente -comprendiendo en dl a Jap6n e induso la desvencijada URSStiende a invertir y comerciar exdusivame~teen su seno, porque las estructurasestan a punto y los beneficios son inmediatos. El discurso oficial africano ha ido cambiando tambidn, y de modo vertiginosa, en el bienio 1990-199 1. Cuando en los años sesenta, en un contexto relativamente favorable, el presidente senegalés Senghor soliataba en la ONU un 1 % del PNB de cada país desarrollado en concepto de ayuda econ6mica estructural a Africa, hubo silencio en el Norte e improperios en el Sur contra semejante actitud pedlgiida. Paulatinamente, 10s jefes de Estado africanos heron acercándose a la posici6n inicialmente denostada de Senghor, con argumentos que iban desde el intemacionalismo rnilitante hasta la solidaridad humanista, pasando por el anuncio de futuros beneficios para todo el mundo. Pero los setenta no &.eton afíos de donativos sino de préstamos onerosos, casi usureros, imposibles de devolver con unos productos agricolas y mineros hertemente dwaluados. Retoma a nuestra memoria la imagen del viejo campesino senegalés, al conduir un mitin en el que el candidato oficialista habia razonado las dificultades inter-

nacionales y 10s proyectos para superarlas: ~ M u ybien, pero este mal asunto de la independencia jcuándo va a terminar?))(Biarnés, P., Main ba~sesur I'Afique, París, 1977). El control estatal de los precios al productor y de la comercializaci6n han sido una causa agravante de la paráiisis, e incluso regresi6n, de la agricultura de mercado, aunque la w 6 n última escapaba al continente. En tkrminos gubemamentales habría que plantearse quk otro sistema recaudarorio puede emplearse para sostener al Estado fuera del sistema impositivo a la produccidn y al movirniento comercial con el exterior. Ante este panicular callej6n angost0 y de salida incierta, 10s gobiemos de toda ideologia estan haciendo valer la importanua de evitar un desplome de sus Estados, no ya por el escaso interés econ6mico que tendría para el Norte desarrollado, sino para impedir la aparici6n de un continente fuera de control. Se intensifican las llamadas a 10s sentimientos solidarios de 10s países de economia pujante, se retoma el argumento senghoriano de humanismo desarrollista para un mundo más equilibrado, pero se recuerda de forma nada velada que el abandono a su suerte de 10s Estados neocoloniales tendria efectos imprevisibles en Africa y hera de ella. Con admirable optimismo, algunos polit6logos sugieren que el hundimiento del mercado africano y la espiral de violencia que agita con fuia el mundo subsahariano pueden ser el preludio de un nuwo orden social, tal y como las guerras europea5 han dado paso a equilibrios recientes. Nadie puede descartar un renacimiento h d i t i a n o a partir de tanta desestabilizaci6n1 pero seda conveniente recordar que muchas han sido las violencias que, en el pasado, lejos de engendrar nuwas socidades se limitaron a terminar con ellas combinando liquidaci611 física y desintegraci6n cultural. Dada la impotencia de los espeuabras para imaginar altemativas, hoy más que nunca se corre el riesgo de la banaIizaa6n intelectual, fría y distante, de fen6menos que agitan a un importante sector hist6rico de la hwnanidad. Aunque escolarizaci6n y sanidad de corte occidental no d e f m el bienestar de una sociedad, si son un indicio de hasta qud punto se halla avanzado el proyecto de modernidad introducido en ella. La ausencia de instruca611 escolar o de cuidados hospitalarios p M a n suplirse con enseAanzas orales o la medicina llarnada tradicional: el problema es que la colonizaa6n margin6 y folkloriz6 ambos rasgos cuiturales, a despecho de su relevancia social, y hoy no pueden asumir el retroceso del hospital y la escuela en medio de una demografia que absorbe casi todos los recursos. Ha habido un corte cultural profundo entre la socidad de antaño y la impuesta por la conquista colonial: 10s maestros rurales quedaron desfasados frente a los desafios urbanos, los

AFRICA:iTRANSICION A LA DEMOCRACIA? médicos viven bajo formas neorreligiosas pero si bien conservan su saber psiquico perdieron la formaa6n curativa. No, la colonizaci6n no fue un mero paréntesis, tomo ingenuamente pensaron 10s jefes de Estado.en el alba de las independencias. Y 10s datos no son tranquilizadores, ni en sanidad ni en escolaridad. Gran número de dispensarios rurales están cerrando, por la guerra a veces peco siempre por carencia de medios salariales y de suministros; los grandes hospitales urbanos mantienen buenos servicios técnicos, pero suelen hallarse sin medicamentos, salvo 10s que proceden de donaciones internacionales. Sin posibilidad fiable de establecer estadísticas serias, los datos parciales indican que el SIDA, favorecidoposiblemente por la propensidn cultural a la promiscuidad, se toma amenazador en paises como Kenia, Zaire o Zimbabwe. Las hambrunas reiteradas de regiones azotadas por la guerra y la sequia -Sudán, Etiopia, Mozambiquepreparan unas generaciones cuyas deficiencias psiquicas por subalimentaci6n durante la infancia serán más graves que sus dolencias fisicas. Induso la ayuda alimentaria irregular es criticada por no resolver la causa estructural y fomentar involuntariamente el aecimiento de promociones deficientes. La insaucci6n escolar y universitaris no ofrece datos tan inquietantes, pero las estadísticas son también globalrnente descendentes. Por doquier, la escolarizaci6n ha pasado del 20 % inicial -en promedio- al 60 %, y en casos notables al' 80 96 de Somalia en 10s setenta y Zimbabwe en 10s ochenta. Ello supone un simbito privilegiado del esfuerzo estatal, atribuible a la necesidad de ampliar el soporte popular y a la decisi6n de muchos sectores de la poblaci6n de dotarse de instrucci6n escalar, condia6n indispensable para acceder al espacio del Estado moderno. Sin embargo, la extensi6n social de la enseñanza está en regresi6n por falta de presupuestos: Zimbabwe, con una magnifica tasa de escolatizaci6n, la verd retroceder ya en el curso 1991- 1992 al liberaiizarla y acabar con su gratuidad, ya que es condici6n del FMI para sus aéditos el abandono estatal de 10s sectores improductivos, sanidad induida. En Somalia, la alfabetizaci6n masiva a la que ayud6 la UNESCO, ha sido destruida po; los casi quince años de guerra regional e interior. En Senegal o Madagascar, países en los que se dobl6 el porcentaje de escolatizados en la última ddcada, el fm de los contratos a docentes, las aulas con efectives de hasta cien niños o j6venes y la desaparia611 del más indispensable material escolar, se avanza hacia la incertidumbre. La emeñama moderna está en regresi6n sin alternativa vislumbrable y la juventud educada en tal sistema no puede ubicarse sociaimente ante Estados forzados a la deflaci6n funcionarial. Y en la base de todo ello, sanidad o educaci6n, una economia en bancmota.

La desaparici6n de la premisa menor. El socialisrno, sin bloque y sin mito La burocracia estatal africana es una realidad mucho rnás amplia que la de aquellos estados que se han definido socialistas, y éste es un dato que no debe menospreciarse. Tanta pujanza burocrdtica han exhibido regímenes considerados moderados -Camenin, Kenia, Zaire- como los que se han autodefinido socialistas, marxistas o no -Benín, Etiopia, Angola-. Al igual que el Occidente contemporáneo (entendiendo este concepto en su más amplia acepci6n cultural, y no como bloque politico y econ6mico del Oeste), Africa ha sido orientada por sus dirigentes hacia el desarrollismo y, en esta via, liberalisme o socialismo s610 han sido mdtodos diferenciados para alcanzar el objetivo. Debiera ser ocioso sefialar aquí que apenas una docena de Estados se han definido socialistas, y la mayoría s610 desde finales de los afíos setenta; sector importante, ciertamente, en una escena mundial dominada por 10s grandes bloques hasta 1989, pero con un peso limitado en el continente. En la práctica estatal, bum número de comportamientos han sido los mismos que los de sus vecinos h a d o s moderados o liberales. La misma hipertrofia funcionarial, el mismo monopolio riguroso del comercio de exportaci6n e importaci6n y, generalmente, un parecido discutso nacionalista orientado a una mayor productividad y competitividad en 10s mercados. Los resultados han sido similares en uno y otro t i p de rbgirnen, y si se puede hablar de un relativo milagro m a r f i o en el campo liberal, podria decirse 10 mismo de los diez años de sociaiismo zimbabwano. Los objetivos culturales,sobre todo el sueño de la abundanua en bienes, fueron los mismos y también el pragmatisme de ambos grupos, ya que todos obtuvieron sus aéditos de países y entidades fmancieras del bloque del Oeste: el Este, falto de recursos y de dara voluntad, s610 apoy6 a los sociaiistas africana con diplomacia y armamento. Cabe interrogarse, pues, sobre las mones que impulsaron a sectores políticos y militares a optar por la variante socialista del desmoiio. Con el fracaso del panafricanisrno en sus e s h e m por una gran uni6n estatal, hubo un período de recentraje pragmdtico nacionalista en el cual se produjo la aparia611 de numerosos gobiernos militares; el ejemplo del nacionaiismo militar norteafiicano sirvi6 de referente general, peto el discurso estatizador del socialismo real atrajo a un sector de militares que obtuvieron la colaboraci6n de miversitarios marscistas en Congo, Benin, Etiopía, Madagascar y, en fechas recientes, en Ghana y Burkina Faso. La iiamada via africana al socialismo, practicada por algunos gobiernos civiles de la independencia, s610 persisti6 en la Tanzania de Julius Nyerere con su plantea-

LA HORA DE AFRICA miento de comunidades productoras aamblearias o Ujamaa.Tanto por via civil como, principalmente, militar se difundi6 una ret6rica nacionalista de expresi6n anti-imperialista que, a diferencia del panafricanismo, se situ6 abiertamente en el campo diplomdtico del bloque del Este. Pero rara vez el10 conllev6 un cambio de interlocutores econ6micos. Nada vari6, sustancialmente, con el triunfo de las guemllas marxistas en las colonias portuguesas, a pesar de la nutrida literatura econ6mica y política que en Occiente salud6 un sociaiismo radical, surgido desde la confrontaci6n armada con el poder colonial. Se pens6 que en países como Bissau o Mozambique se iba a desterrar la organizaci6n colonial y romper con la dependencia exterior, pero si 10s medicos y agr6nomos fueron cubanos y sovidticos, las ventas e importaciones siguieron efectuándose en el bloque del Oeste. Y en el interior, la fuerza de 10s nuevos Estados se dirigi6 a un control estricto de toda la actividad econ6mica e ideol6gica hasta el extremo de lograr la paráiisis productiva y la rewelta social, con formas agudas en países como Bissau y Mozambique. La peculiaridad de 10s regimenes guemlleros, tambidn llamados afromarxistas, ha sido su jacobinisrno interior, sus intentos de aear movimientos populares de exaltaci6n nacional y productiva, su persecuci6n obsesiva de cualquier actividad -física o intelectual- no decidida por la planificaci6n gubernamental. Debido al mayor voluntarismo dirigista de regimenes de defmici6n marxista, algunos llegaron antes al agotamiento del sistema dejado en pie por la colonizau6n, pero sin lograr un recambio aceptable. El intento de imponer de modo universal la reforma agraria en Etiopia llev6 a un descontento general que dio la sorprendente alianza cultural de 10s supuestos campesinos beneficiarios con sus explotadores tradicionales, en una guerra que ha terminado con el Derg de Mengistu en este 1991 (el Derg, directori0 militar constituido tras la deposici6n del Negus Haile Selassie en 1974 y derribado hace un año por las guerrillas de Eritrea y Tigrd, fue aliado de la URSS y adopt6 el marxisme-leninismo como ideario del Estado etiope). Otro rasgo que ha singularizado en negativo a algunos de estos gobiernos ha sido el rechazo de las lenguas africana por ser, pretendidamente, mbales, antinacionales y caldo de cultivo de tendencias centrifugas, llegándose a la paradoja mozambiquefla, en la que los discursos oficiales se hacen en portugués pese a ser s610 hablado por un 1 % de la poblaci6n del país. Por todas estas razones, hay que convenir que en 1989, cuando fue abatido el Muro de Berlín y se inici6 la descomposicidn acelerada del bloque socialista, el sociaiismo africano arrastraba ya una larga aisis interior. Los cambios facilitados en la URSS por una sinuo-

sa perescmika, las denuncias .generalizadas contra el mancismo, fuese el del Gulag o el del mismo Manc, han sido factores afiadidos al agotamiento social de esta variante produaivista a la que se le pueden negar muchos atributos salvo el de la tenacidad. Insistiremos, de nuevo, en que por las mismas fechas 10s regimenes moderados o aliados del Oeste estaban alcanzando asimismo niveles de bancarrota econ6mica y de aislamiento popular. Cerrada la mitologia desarrollista se abrian las posibilidades de un giro politico hacia el multipmidismo y el parlamentarismo que todos habian rechazado durante un cumo de siglo. Entrando en 10 que se esta llamando el nuevo orden internacional, según la terminologia acuflada en la guerra del Golfo Pérsico, 10s regimenes socialistas africanos reconouan su orfandad ideol6gica y diplomdtica, tras el desmantelamiento del bloque y el ideario del socialismo real. Rechazados en el interior y presionados por 10s poderes financieros exteriores, las renuncias constitucionales al partido Único e incluso al marxismo han producido ya cambios espectaculares en 10s dos últimos años. Mientras la oposici6n ganaba las elecciones legislativas y presidenciales en Benín, Cabo Verde y Si30 Tomd e Principe, en Angola, Burkina Faso, Congo y Mozambique se preparan elecciones de incierto resultado para 10s gobernantes socialistas. S610 Zimbabwe, que jamás mul6 el parlamentarismo, queda al margen del proceso aunque la pérdida del carisma gubernamental favorece a nuzvas agrupaciones políticas. Pero el hundirniento del socialismo no s610 ha rematado regimenes africanos ya desahuciados, sino que ha descabalgado a buen número de gobiernos anticomunistas, igualmente contestados en sus paises y con la economia en calda libre. Mobutu en el Zaire, Eyadema en Togo, Bongo en Gab6n han debido bien modificar sus constituciones unipartidistas, bien aceptar primeros ministros salidos de las fdas opositoras, mientras 10s disturbios se generalizan en las ciudades: todos ellos hicieron valer en el pasado su papel de bastiones del anticornunismo en Africa, eludiendo asi roda sanci6n punitiva a sus despilfarros y represiones. Cayeron 10s regímenes dictatoriales de Moussa Traore en Maü o del pro francds Hissen Habrd en Chad, y 10s equipos militares que les han sucedido han prometido constituciones democrdticas y elecciones multipmidistas. El fantasma del comunismo solapado ya no recorre Africa, para gran desconsuelo de quienes 10 agitaron para su permanencia ilimitada en el poder. Países a 10s que se puede situar en una zona menos extrema que 10s regímenes precedentes han iniciado tambidn cambios políticos. En Zambia, Kenneth Kaunda acaba de perder las elecciones y su larguisima presidencia frente a la oposici6n y su candidato. En Tanzania, el Chama ma Mapindrrzi, partido Único, ha

AFRICA:i T R ~ A ~ LA DEMOCRACIA? ~ ~ ~ ~ d ~ anunaado elecuones y parlamento multipatidista. Y en el sur, el basti6n racista del anticomunismo, la República de Suddfrica (RSA), ha visto su formidable crisis interior agravada por la desaparici6n espectacular de una amenaza en la que ya nadie cree: en un par de aAos, desde su declaraci6n institucional de febrero de 1989 y la inmediata liberaci6n de Nelson Mandela, De Klerk ha abolido todas las leyes del Apartheid: deberá afrontar el riesgo de elecciones y una Constitución que puede ser totalrnente innovadora en la tradici6n ferozmente centralista del Africa neocolonial.

Experimentando con el enfermo. La democracia desarrollista Cuando, nas quince años de guerra, se firmaron 10s acuerdos de paz de Lancaster House y el Frente Patri6tico se impuso en las elecciones de 1980, se hizo hincapi4 en el advenimiento de un nuevo poder marxista, esta vet en Zimbabwe, que acentuaba el cerco al rdgimen racista sudafricano. Se prest6, en carnbio, menos atena6n a que en el mismo país se celebraran elecciones legislativas y presidenaales en 1985 y, de nuevo, en 1990, momento en que la oposici6n totali26 un 30 % de los votos, aunque con escasa traduca6n en escaños por aplicarse el sistema britanico. En realidad, la independenaa de Zimbabwe y el triunfo de los coaligados ZANU-ZAPU cerraba un periodo: tras 8,s610 el soaalismo populista de Thomas Sankara accedería al poder mediante el consabido golpe militar, peco esa dpoca terminaba pari quienes reivindicaban el rnarxismo. Pero los maorisa vencedores en Zimbabwe estaban abriendo otra dpoca, caracterizada por la aceptaci6n, aunque fuese a regañadientes, de la confrontaci6n peri6dica y regulada de fuerzas e ideas. Al Gobiemo conservador de Londres no le entusiasmaron los resultados que llevaron al Gobierno de Zimbabwe a Mugabe y Nkomo, peco los acat6. París tampoco puso objeciones a las elecciones senegalesas de 1983 y 1988, en las que el partido gubernamental del ptesidente Diouf se impuso con esautinios no del todo fiables, pero que tenían la virmd de existir en medio de un continente sometido a la regla mayoritaria del partido guia. Por su parte, Washington aprovech6 el repliegue diplomático soviético y la derrota militar sudafricana en Cuito Canavaie -ai sur de Angola- para fortar en 1989 los acuerdos de paz que llevacían a la retirada de tropas cubanas de la zona y la preparaa6n de elecaones en la arin colonizada Narnibia: el pasado d o , el SWAPO alcanzaba una c6moda mayoria parlamentaria y Nujoma, marxista y g u e d e r o , lograba la Presidencia.

Los tres países considerados han hecho uso de su constitucionalidad democrática para obtener apoyos económicos internacionales. Sin embargo, ni EE.UU. ni las antiguas metr6polis centran su atención en países que perdieron su principal interés: el de ser ámbito de confrontaci6n con el ya extinto bloque del Este. Los Estados occidentales prestan su apoyo polític0 pero regatean de modo creciente su ayuda financiera, orientada hoy hacia 10s países del Este europeo y la misma URSS. S610 Francia mantiene aún importantes niveles de implicaci6n en el Africa negra, pero tambidn a la baja aunque 10s discursos oficiales aseguren que nunca habrá abandono de 10s Estados adscritos a la francofonia. La URSS, por su parte, s610 tuvo en el pasado incidencia econ6mica -sobre todo militar- en Angola y Etiopia, por 10 que su dejamiento de 10s problemas africanes ha sido casi imperceptible. La relaci6n ideol6gica entre democracia parlamentaria y desamollo econ6mic0, fortalecida con la desapariadn del campo socialista, no ha dado additos pero sí consejos desde las entidades fmancieras internacionales. Las duras recetas del FMI son harto conocidas: aéditos austeros a cambio de políticas econ6micas basadas en el llamado ajuste estructural. Medidas básicamente monetatisa, tendentes a cortar la inflaci6n y a terminar con la intervenci6n estatal en campos e industrias, topan con la doble barrera del funaonariado y de la devduaci6n de 10s productos locales. En la actual etapa, queda exduida la posibilidad de efectuar fuertes inversiones destinada a la aeaci6n de infraestructura, y así pocas actividades productivas p o d h realizarse por iniciativa privada, que se supone debe dar el relevo al Estado-patr6n. El ejemplo senegalés puede ser ilustrativo, aun advirtiendo su pobreza extrema en recursos por hallarse en la zona saheliana y disponer de escasos fosfatos explotables. Con una Constitución parcialmente demoadtica desde 1977 y plenamente deyie 1981, el país tiene en su activo una rica vida pol.ítica en la que el dato más recurrente ha sido y es la incorporaci61-1de los principales oponentes al gobiemo, tanto en tiempos de Senghor como hoy: Abdoulaye Wade, uno de los jefes hist6ricos de la oposici6n. es ministro de Abdou Diouf en 1991. El ajuste estructural del FMI se ha traducido en la ~deflaci6nmde funaonarios, que se han precipitado haaa el pequeño comercio urbano, en la no subvena6n a 10s agricultores y en el cese de ayudas a las escasas industrias existentes. La inflaaón ha bajado, la escolaridad y la sanidad están en regresi6n, la produca6n industrial se acerca a su tdrmino y la carnpesina carece de recursos para reconvertirse. En tdrminos más sencillos, el país no puede ofrecer a medio plazo nada a cambio de additos o inversiones. En el polo opuesto, con una infraestructura acepta-

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ble y unas posibilidades agropecuarias e incluso industriales no desaables, se sinia Zimbabwe. El Gobierno marxista pragmiltico, sostiene al desvencijado regimen de Mozambique y preserva en el interior la estructura colonial que dejaba el grueso de la propiedad a la minoria blanca, 10 cual ha aeado descontento popular pero ha dado continuidad a la exportaci6n. El estallido social se ha evitado tanto por el carisma de Robert Mugabe como por la política de sus Gobiernos de desarrollar sanidad y ensefianta gratuitas a niveles elevados. No obstante, la devaluaci6n de 10s productos locales y el burocratismo creciente han obligado a recurrir a 10s prestamos del FMI, que ha impuesto rigor monetario -tres dwaluaciones en 1991- y abandono de sanidad y ensefianza por parte del Estado, es decir el fin de la gratuidad plena. Como se convenia hace pocos meses por parte de numerosos especialistas, la desconexi6n de Africa con respecto a la economia mundial se esd r e a l i d o no por una deliberada decisi6n africana, sino porque 10s intereses financieros no incluyen al continente en sus previsiones. No parece decisivo que el regimen marxista y monopartidista de Benín aceptara elecciones legislativas y presidenciales, las perdiera y que el país disponga actualmente de un gobierno renovador y que evita la buroaatizaci6n. ya que los aéditos son parcos aunque 10s discursos franceses de sostén son abundantes. El mensaje político que llega a Africa es que el multipartidismo y un juego electoral limpio aearán las condiciones, a medio plazo, para un desarrollo social y econ6mico. A corto plazo, el FMI avala el tratamiento de choque para minimizar al Estado en el discunir econ6mico.

~ P u e d ecaer el Leviatan? El Estado e n el Africa de 1991 No es fhcil imaginar, en el mundo actual, sociedades organizadas de forma distinta al Estado, con su centralizaci6n, su ideologia aglutinante, sus servicios y su fuerza, coactiva o disuasiva. El pensamiento liberal, englobando en este dmbito a Marx y a Bakunín, sofi6 con la futura desaparici6n del Estado. Peto para alcantar tan idiiica meta, Roosevelt aaecent6 el Estado y Stalin 10 incorpor6 hasta en el último gesto de la vida cotidiana. Gramsci, siguiendo a 10s ilustrados, apart6 en planos irreconciliables a la sociedad civil y al Leviatán, el Estado usurpador. Este es el ideario occidental sobre ese peculiar modo de sociedad llamado Estado. En los diez últimos Mos, fracasados 10s intentos desarrollistas de todo signo en Africa, soci6logos y polit6logos han empezado a sugerir

que puede haber formas altemativas, bloques enteros de sociedad que viven ya con autonomia r&pecto al Estado o que podrim sobrevivirle si éste llegara al colapso definitivo: andlisis e hip6tesis atractives, bien elaborados y que nos atraen, porque no en vano nuestro subconsciente siente disgusto por el Leviatán moderno. La situaacín, pr6xima a la paráiisis, que viven numerosos Estados africanos permite plantear el tema. Como en otros campos, las posiciones han ido variando en el cuarto de siglo tramamido desde las independencias. Para 10s gobiernos que habian poseido colonias, e igualmente sus expertos, las nuevas administraciones,tenian garantías de toda indole, pues diiponían de legitimidad constitucional de corte europeo y 10s miembros de los Estados ahora independientes tenian por 10 general un buen nivel de instrucci6n. Dado que, rnientras fueron imperios coloniales, nunca tuvieron dudas sobre su legitimidad aviiizadora, las cancilietías metropolitanas y sus asesores tampoc0 las tuvieron sobre la bondad de unas Constituciones y unos administradores formados según aiterios exteriores al continente. Los sectores de izquierda tampoc0 se interrogaron, puesto que a su juicio 10s nuevos Estados habian alcanzado la legitimidad con su larga oposici6n al regimen colonial y su incorporaci6n en pie de igualdad al liamado conaerto de las naciones. Peto en 10s años setena, desapamida la unanimidad que s610 alguna voz pesirnista como Dumont habia roto, la aisis de la economia mundial puso al descubieno las fragilidades de 10s Estados africanos y con ella emergieron dos tipos de anáiisis: el político y el sociol6gic0, pocas veces coincidentes. Tomando el sistema político como elemento de valoraci6n, gobiemos europeos y un buen sector de investigadores consideraron que 10s vicios de comportamiento africanos se debian más a razones de clientelismo tribal que a insuficiencias constitucionales o adrninistrativas, ya que las independientes diferian poco de las que habían funcionado eficazmente en regimen colonial; podían excluirse algunos gobiernos militares, aunque buena parte de ellos mantuvo si no las constituciones parlamentarias al menos si el arquitrabado adrninistrativo. Los polit6logos empezaron asi a rastrear las raíces del Estado nepotista o neopatrimonial, en adaptaci6n africana de los estudios de Weber, con trabajos renovados hasta hoy. La occidentalizaci6n de la adrninistraadn y las promociones escolarizadas que han ido acudiendo a ella seria s610 superficial, según la teoria neopatrimonialista, ya que concebirian el Estado no como un instrumento de accidn colectiva sino como mera fuente de enriquecimiento particular. El ejemplo actualmente más demostrativo seria el del regirnen ecuatoguineano de Macias Nguema y que pervive sin modificaciones

sensibles en 1991: un dan y, en su seno, una familia acapara la pdctica totalidad de medios del Estado. Derrocado por una revuelta y la intervenci6n de paracaidistas franceses, el emperador Bokassa I de Centroíifrica habia encarnado hasta limites bufonescos esa tendencia al acaparamiento de 10s parcos fondos estatales. Ahora bien, Guinea Ecuatorial y el fenecido imperi0 Centroafricano son casos extremos de una realidad más general. En Mozambique, el gruem de funcionarios proceden del sur del país, gtupos que ni tan s610 participaron en la guerra anticolonial, pero que disponen de redes de influencia en la capital, Maputo. En Kenia, el partido ~ c oen, el poder desde la independencia, estil integrado básicamente por kikuyu y Odinga Oginga, un luo, y ve asi trabada su accesi6n a la Presidencia del país. En Madagascar, al borde de la guerra civil durante todo el 1991 y con un gobiemo civil y otro militar e n h t a d o s , se quebr6 el esquema neopammonial por la bancarrota financiera del Estado: entre 1975 y 1990, el gobiemo en el poder incluia personajes influyentes de todas las regiones para distribuir equilibradamente 10s recursos por la completa red dientelista. Con ministros procedentes de todas las zonas de CBte d'Ivoire, se ha calculado que cualquier campesino del país podia acceder a un miembro del Gobiemo con s610 cuatro niveles de intermediarios, cifra promedio irrisoriamente baja en el mundo indusmalizado. El segundo modelo analitico, frecuentemente complementari~del anterior, ha planteado la reflexi6n en tdrminos de legitimidad social, distinta de la que se desprende de la aceptaci6n que una Constitucidn democrática pueda suscitar hera de Africa. Esta comente ha dominado en la pasada década, poniendo de reliwe un dato hasta entonces minusvalorado: la extraordinaria vitalidad del tejido social africano y la subsiguiente plasticidad demostrada por algunos Estados africana. Refirikdose a un país de escasos recursos, Senegal, pero con un Estado capaz de sobrwivir a todas las tensiones, Cruise O'Brien habl6 de S~lccess Stmy (1979), y su planteamiento inaugur6 una visi611 distinta del comportarnientodel Estado independiente. Apareda entonces el problema de la legitimidad social -no legal- del Estado heredado de la colonizaci6n. Para el sector francés de la escuela sociol6gica, te6ricamente m b radical y menos posibilista, el corte grarnsciano entre Estado y sociedad es tan manifiesto, que el mantenimiento de muchos Estados subsaharianos se debe prilcticamente a 10s préstarnos internacionals y el apoyo militar que Francia, Bdlgica o Marruecos han prestado a Chad, Zaire y Gab6n, entre otros. La movilidad social, sus reagrupamientos y la aparici6n de nuevos centros de poder, por 10 general, se estarían produciendo bajo el manto de un Estado aislado y sin

fuerza en la sociedad. Se ha explicado asi el aecimiento econdmico de hermandades musulmanas que, en Senegal o Nigeria, llegan a imponer sus propias estrategias frente al Estado. Retomando el aspecto clientelista general, la especificidad de una minoria de Estados -Senegal, CGte d'Ivoire, Nigeria- seria la de haber sabido admitir la existencia de centros de poder social ajenos a la administraci6n y haber pactado con ellos políticas escasamente intervencionistas. Visto desde este ángulo y sin olvidar su fuerte dependencia financiera, el Estado independiente en Africa tiene un futuro incierto y podria ser desechado por supertluo tan pronto como su capacidad de ofrecer algo a sus clientelas desapareciese. Y ese momento muchos 10 consideran prdximo. Peso muerto, falto de la capacidad necesaria para incidir en 10s procesos sociales y sometido a una reducci6n de sus efectivos humanos, el papel del Estado desaparece y, con ello, podrim surgir nuwas f6rmulas de organizacidn territorial y política. Esta es una posibilidad que no hay que descartar, sobre todo si las instituciones del Norte no ven peligroso que tal hipótesis se materialice. Sin embargo, el Estado en muchas regiones de Africa posee miles de años de antigiiedad. El mismo Estado fara6nico fue el primero de la humanidad en establecerse con notable dxito. Y antes de la expansi6n europea por las costas continentales, hacia siglos que algunos Estados funcionaban en la sabana sudanesa, en el bosque ecuatorial o en 10s altiplanos del Rift Valley, controlando el comercio transahariano, indico o interior. Por supuesto, se trataba de Estados patrimoniales ajenos a la tradici6n constitucionalista ilustrada, que de tocios modos tiene corm vigencia príictica. Pero erm realidades políticas cendizadas y con incuestionable capacidad como interlocutores de sociedades exteriores, con híibitos organizativos y experiencia pactista. No erm ni mejores ni peores que ouas sociedades organizadas de este modo; simplemente eran y 10 fueron hasta su derrota ante la colonizacibn, a finales del pasado siglo. Si era una ingenuidad aeer que el petiodo colonial h e un simple paréntesis, ha sido ona enome ligereza suponer que el Estado independiente africano era un vulgar subproducto de esa colonizaci6n y, por ello, desprovisto de cualquier legitimidad. Ante todo conviene subrayar que el carisma de 10s lideres de la independencia no era s610 resultado de su pugnacidad con la administraci6n colonial, sino asimismo del reconocimiento de identidad hecho por la poblaci6n africana. Aquellos dirigentes inauguraron un nuwo t i p de poder, distinto de las desaparecidas o marginada monarquias, pero erm un poder asimilable en coordenadas hist6ricas africana, y en ell0 las poblaciones no se engaftaban. Los gobemantes han sido tachados de marionetas neocoloniales, de occidentaliza-

LA HORA DE ICA

dos verbales, de inoperantes, de clientelistas y nepotistas, de cormptos y de lujo que la sociedad no puede permitirse: algo hay de todo ello, a veces incluso mucho en casos determinados, pero si únicamente fueran eso volveriamos a plantear la ecuaci6n {(poderestafador-pueblo inepto~.Todo indica que tal ecuaci6n no ha existido jamás en la historia real humana; tarnpoco en Africa. El primer dato, admitido ya por todas las escuelas africanistas, es que desde el primer instante de las independencias hubo una verdadera carrera popular hacia la administraci6n estatal. Desde el Último rinc6n del campo más distante, familias analfabetas hacian el esfuerzo econdmico de enviar por 10 menos a uno de sus hijos a la escuela y asi abrirse yn acceso futuro al Estado. ¿Concebido como un bien patrimonial?Desde luego, pero ese comportarniento no parece muy distinto del de las familias europea5 en la actualidad. En todo caso, la idea de indiferencia popular hacia el Estado es tan mítica y ahist6rica como la de una sociedad inmóvil que no efectúa cambios ni perfila nuevas estrategias personales y grupales. Lo que resultaria an6malo es que el flujo hacia el Estado hubiera terminado por si s610 con 10s restantes intereses émicos, econdmicos o religiosos y que constituyen la trama fundamental de la vida de todos 10s días. No fue así, y 10 que se produjo fue un incremento espectacular de las interrelaciones, sin que por eiio la preeminencia social se otorgara sistemdticamente al Estado. El segundo dato a retener es que la sensible parálisis operativa de numerosos gobiemos no se ha debido, cuantitativamente, tanto a la denunciada cormpci6n como a la eficacia bloqueante de canales verticales de redistribuci6n: una forma nada legal de usar presupuestos y salarios, pero con un alto grado de eficiencia al alcantar asociaciones, poblaciones y familias. Semejante comportamiento demuestra que el Estado es concebido como propio, aunque no como un promotor sino como reserva bancaria a la que se le puede devolver los aéditos tornados oficiosamente mediante contrapanidas de toda índole, desde votos hasta contenci6n social. Se podría conduir rdpidamente, y se ha hecho con excesiva rutina intelectual, que la ineficaaa estatal procede de su filtraje vertical, desde la base social, por diversos agrupamientos. Esa es s610 una parte del problema, la o m es un tercer dato significativo: en su inmensa mayoria, 10s gobiemos independientes no han tratado siquiera de desarroiiar trabajos de consideraci6n en infraesmcnua. La consmcci6n o reacondicionamiento de carreteras y ferrocarriles ha sido adjudicada, en las raras ocasiones en que se ha hecho, a contratistas extranjeros con mano de obra no africana; en Zaire, en Madagascar, hubiera sido difial induso con salarios

aceptables convencer de hacet ese t i p de labor a poblaciones que aún tienen presbte el sistema colonial del trabajo fonado en obras públicas. Pocos gobiernos africanos han sido 10 bastante ilegitimos para presionar a sus pueblos a efectuar algo que Europa impuso bajo la persuasi611 de las bayonetas: es innegable que la red viaria del continente apenas ha aecido desde la independencia, como también 10 es el poco esfuerzo gubernamental hecho desde entonces en ese h b i t o , pero nadie en el Congo ha olvidado los 30.000 muertos en la consmcci6n del ferrocarril. Un cuarto dato a calibrar en materia de legitimidades, antiguas o recientes, es el de la amalgama de grupos culturales e intereses divergentes que halian en el Estado un espacio pasablemente neutral, un terreno de encuentro que en buena medida procede de la exterioridad colonial y de su concepci6n formalmente laica y supradtnica. Ya hemos sefíalado que el neopammonialismo podia te& 6micamente en detriment0 de las restantes comunidades, peco ni en los casos crispados de Rwanda y Burundi el Estado ha tipificado legalmente la discriminaci6n: salvo el apartheid sudafricano, hoy en vias de desmantelamiento. Nigeria, país en el que el conflicto que llev6 a la guerra de Biafra en 1967-1970 era econ6mico y dmico, vive en la actualidad fuertes tensiones de signo religioso que s610 el laicismo declarado del Estado logra amoniguar. Ha sido la prodamaci6n de la daria coránica como derecho único obligatorio en Sudán 10 que ha lanzado nuevamente al sur cristiana o animista a la guerra. Precisamenre estos ejemplos permiten valorar el Estado como espacio de encuentro de tendencias diversas, espacio en el cual puden difuminarse 10s antagonismos directos. Hechas estas precisiones, con la idea de hacer inteligible la continuidad del Estado en plena aisis, hay que abordar la principal característica del Estado africano desde siglos antes del ataque colonial: sus ingresos ptincipales, procedentes siempre del exterior. En el año que acaba de transcurrir, como en los anteriores, la produca6n agropecuaria ha seguido bajando, entre otras m o nes porque las devaluaciones monetarias y la baja de los precios agrarios han seguido haciendo inútil el esfueno por mantener mercados. Caida de las exportaciones y los precios, descens0 consiguiente de la recaudaci6n estatal por tam, disminuci6n del funcionariado y de 10s additos sociales: esto es un marco poco prometedor para administraciones que no podrim funcionar basándose tan s610 en la imposici6n de la productividad interior, productividad que, además, se esta desplomando en términos de mercado. Reinos e imperios surgidos en el primer y segundo milenios de la era aistiana tuvieron una característica común: nacidos mediante la recuperaci6n estatal de una pane del excedente, se desarrollaron posteriormen-

AFRICA:i T R ~ A ~LA DEMOCRACIA? ~ ~ ~ ~ d ~ te bien mediante el saqueo de 10s pueblos circundantes, bien conuolando los intercambios mercantiles con el exterior, y con frecuencia combinando rapinas y tasas comerciales. Induso 10s grandes imperios -Aksum, Bomú, Ghana, Mali, Butua- basaban su estrategia aibutaria sobte los reinos sometidos en cargas fiscales livianas en consonanaa con el ddbil excedente productivo. Por ello, la secesi6n de algunas regiones o la perdida del control comercial solia acarrear el desmoronamiento estatal o su encongimiento cuantitativo y cualitativo. La estrategia opuesta, la coerci6n militar sobre los súbditos para extraer mayor excedente, fue aplicada rara vez, ya que sus resultados eran la revuelta (imperio sonray) o la emigraci6n masiva de la poblaci6n (imperi0 mutapa). En términos hist6ricos significa una muy antigua opci6n del poder por ahorrarse confrontaciones interiores a causa de extorsiones impositivas. El10 permite entendet el dilema del Estado africano al que se aconseja democratizarse para favorecer la recuperaci6n econdmica: o presi6n tributaria que le permita acumular capital o ctéditos internacionales que le eviten el conflicto social. En las últimas décadas, la ayuda financiera de paises y entidades del Norte permiti6 que la mayoría de administraciones ampliaran sus efectives al tiempo que facilitaban aéditos al endeudado campesinado, pero el volurnen limitado de 10s aéditos y el peso de la deuda nunca h e bastante para una inversi6n c a p de crear la infraesauctura econ6mica necesaria. Con retraso, estos Estados iban pagando una parte de su deuda mientras la expomci6n les proporcionaba ingtesos, pero en 1991 la expomci6n es minima en términos de valot y un incremento impositivo terminada por liquidarla ¿Recurric a impuestos más elevados sobre el atruinado campesinado y la poca industria que a h se mantiene? En términos de sociedad moderna, estatal e inmersa en las leyes de mercado, no parece existir otra via, una via que agravatá la crispaci6n. Este es el dilema real del poder en Africa. Contra todo 10 que se aey6 tras la independencia, el Estado ha gozado de una parcial legitimidad, m e d a de pautas del pasado y del presente, y aunque contestado y pol& mico en ocasiones, su trayectoria general le ha petmitido mantenerse como polo de tefetencia para la sociedad. Una democracia sin fuertes tasas no puede sostenerse, porque sin ellas -comdo el comercio y la ayuda exterior- no puede funcionar la adrninisaaci6n ni ser el marco eficaz de una productiva y feroz diferenciaci6n social. Hay indicios de que algunos Estados tratan de soslayar el dilema, aceptando ser punto de tránsito en los circuitos mundiales de la droga, pern eso tiene sus riesgos y, principalmente, una perspectiva que se intuye com.

Templos y patrias. La fronda popular Mucho antes de que se inaugurara, en 1990, por Juan Pablo I1 la basilica de Yamoussoukro, en C6te dlIvoire, las aiticas se habían generalizado entre los intelectuales occidentales y africanos. Remedo de San Pedro del Vaticano en la pequeiía poblaci6n natal del presidente HouphouEt-Boigny, el templo supone un derroche de lujo poco acorde con la situaci6n de crisis que vive el país, y da la impresi6n de ser el fruto de una megalomania senil. Pero seria superficial no interrogarse sobre el porqud de un centro religioso y no de otros monumentos más habituales en los delirios de gobernantes autdticos. Entramos así en un extraño terreno para la mentalidad laica a la que estamos acostumbrados en el mundo occidental. Las comunidades religiosas y sus jerarquías poseen una poderosa influencia en la vida pública de la mayoria de países, sean musulmanas, cristiana o Iglesias conocidas como independientes. En la guerra implacable que se libra en Rwanda con un transfondo étnico apenas velado, la jerarquia cat6lica ha hecho respetar diversos acuerdos de alto el fuego. La Conferencia de Iglesias de Sudilfrica ha denunaado el aparthcid y sus sectotes más activos han encabezado manifestaciones y han redamado el boicot internacional al régirnen de Fktoria. En Benín, Togo, Nigeria, el culto al Fa y la teligiosidad w d ú goza del reconocimiento de los Estados, laicos pero conscientes del peso popular de unas ptácticas que alcanzan a roda la administraa6n. Poco antes del triunfo armado del actual presidente ugandds, Museveni, la profetisa Alice b e n a Imant6 gran parte de las poblaciones del norte, que llegaron hasta las cercanias de la capital desafiando las balas por creerse bajo proteccidn divina. En Senegal, un gobiemo que no contase con el beneplsicido de las hermandades sufies perderia las elecciones, ya que el p e s o de la poblaci6n sigue a 10s califas tidyan y murida. En Nigeria central y del norte, los gobiemosafederadosdisponen de dobles autoridades, aviles y musulmanas, ya que sin la aquiescencia califal no habría gobernabilidad posible. La guerrilla del Frente Patribtico, hoy en el Gobiemo de Zimbabwe, dispuso del apoyo decisivo de los jefes teligiosos tradicionales, que en la actualidad siguen recibiendo visitas protocolarias de las más altas jerarquias del Estado. La Iglesia de Simon Kimbangu, f o n a genuina congolefh de resistencia anticolonial, es hoy respetada institucionalrnente en Congo y se expande por el vecino Zaire. Desde el coloquio de Abyíin sobre las religiones en Africa, hace exactamente treinta años, no ha variado la religiosidad de la poblaci6n, pero se ha multiplicado la fuena institucional de las Iglesias en todo el continente. El cristianisme se ha extendido en el centro y sur de 501

LA HORA DE AFRICA Africa, mientras que el Islam 10 hace fundamentalmente en el oeste y, rnás lentamente, en el este. Las religiones africanas mantienen su presencia en el golfo de Guinea y zona ecuatorial, pero vitalizan a las restantes confesiones con su peculiar sentido de la sacralidad de cada instante. Como sefial6 Herskovits, el llamado animismo, 'carente de Iglesias centralizadas, seguir-á cediendo terreno a musulmanes y cristianos, pero su pujante vitalismo impregna y da intensidad a ambas religiones monoteistas, hallándose en el origen de numerosas agrupaciones sincrdticas formalmente cristianas. El fortalecimiento generalizado de las instituciones religiosas, en tiempos de aisis, tiene una sencilla lectura sociol6gica: individuos y grupos buscan la protecci6n de comunidades rnás amplias y con cierto poder para resolver problemas materiales o sostener moralmente a quienes 10 precisan. Aunque 10s lazos familiares y las relaciones entre habitantes de la ciudad y del campo por 10 general no se han roto, si ha existido relajamiento de 10 que antes fue un poderoso vinculo politico expresado en tdrminos de parentesco. Los panidos políticos, casi inexistents hasta 1989 a causa del monopolio gubemamental, carecen del mensaje total que la religi6n ofrece y sus efectivos suelen ser ddbiles induso en paises que, como Sud-áfrica, viven intensos combates por el poder. El reagrupamiento religioso, pues, constituye una comunidad en la que la reinserci6n aparece rnás dlida y menos coyuntural que la del asociacionismo sindical o de panido, por rnás audiencia que éstos puedan tener en periodos aiticos. El barrio proletario de Soweto, en 10s alrededores de la sudafricana Johanesburgo, tiene casi mill6n y medio de habitantes. Sucesor del combativo barrio de Alexandra, hoy surnergido por los rascacielos de la ciudad, Soweto posee el carisma opositor desde la represi6n racista de 1976, fecha desde la que el activisme antiapartbeid no ha cesado. Existen, aún en la ilegalidad por motivos de prudencia, una docena de organizaciones politicas que disponen de unos millares de militantes. Pero hay en el barri0 seiscientas Iglesias distintas que agrupan a la totalidad de la poblaci6n: son seiscientas confesiones de signo aistiano muy divers0 y con potenciales numdricos tambidn desiguales, desde unos centenares hasta cientos de miles de feligreses. Y con alguna rara excepci611, las Iglesias han movilizado a todo el barrio contra el rdgimen racista cuando la persecuci6n impedia a 10s partida politicos operar abiertamente. Son fen6menos que exigen reflexi6n. En tdrminos críticos, las Iglesias son centros de poder social, disponen de jerarquia frecuentemente enriquecidas tanto por la aportaci6n de 10s fieles como por su inversi6n en negocios y se implican en todo t i p de asuntos terrenales por muy alejados que esten del Bm-

bit0 espiritual. Pero ahi est-á el nudo del problema: jamás hubo sociedad laica en Africa. La religi6n impregna la vida popular cotidiana, pero tambidn las esferas del poder, por rnás occidentalizado que se haIle. Por eso un jefe de Estado puede construir un centro de peregrinaci6n gigantesco como Yamoussoukro. Por eso 10s presidentes cat6licos de Zirnbabwe y Madagascar asisten con devoci6n no fingida a las celebraciones paganas a las que se les invita: hay cdculo politico, pero no únicamente. Por eso el derrocado presidente de Mali asistia a la plegaria colectiva que marca el final del Ramadán. Todos 10s Estados son constitucionalmente laicos y sin embargo ni la sociedad ni sus gobemantes 10 son; el atractiva del laicismo oficial es la tolerancia de todas las aeencias, gravemente amenazada cuando el estado mismo asume un c a g o religioso determinado, como hemos sefialado para Sudán con la sbatia. El dinarnismo religioso en todo el continente puede ser juzgado como una involuci6n contraria a la modernidad, aunque 10 rnás acertado seria entendedo como un rasgo primordial del pensamiento africano, que no niega la individualidad pero destaca siempre el sentido de colectividad, sin la cual nin& aecimiento equilibrado es posible. Africa hace política con contenido religioso y el poder es concebido religiosamente, porque afecta a toda la comunidad. Este rasgo, lejos de suponer un atraso africano, constituye una via altemativa al laicismo individualista que tantas dificultades est-á causando en Occidente: en la religiosidad siempre hay un aspecto opi-áceo, mas no debiera olvidarse que es asimismo voluntad de integraci6n en la sociedad y en la naturaleza, esa naturaleza hoy amenazada por el individualismo antropocéntrico. Otro elemento que cobra plena dimensi6n en 10s dos últimos a o s es 10 que se ha dado en llamar tribalismo y que, en su fundamento, no difiere mucho de 10 que el Norte califica con el tdrmino menos despectiva de nacionalismo. Al aumentar las dificultades del Estado, en todos 10s terrenos de intervenci6n, no s610 cobran protagonismo 10s movimientos religiosos, sino las identidades no diluidas a 10 largo de este siglo. Tambih aquí el proceso de 10s andisis recuerda el seguido por la economia, dando bandazos que indicaban una comprensi6n parcial -y por 10 tanto falsa- del fen6meno cultural de las emias o pueblos. Los autores desarrollistas de 10s sesenta consideraban que la diversidad de culturas en un mismo estado era un freno al progreso y que la unidad debia efecruarse en tomo a nuevas nacions-Estado o en la gran entidad panafricana; las divergencias étnicas eran una dmora del pasado y títulos como Del ttibalismo al socialinno Uaffe, 1973) dejaban dara la actitud respecto a las diferencia hist6ricas. Esta postura negativa respecto a

AFRICA: ;TRANSICION A LA DEMOCRACIA?

la diversidad de pueblos, encuadrados a la fuerza por la colonizaci6n en las fronteras actuales, se ha mantenido bajo forma distinta hasta el año 1990, en 10s más reconocidos trabajos de corte antropol6gic0, manteniendose la escuela inglesa en un prudente silencio: las etnias habrian sido una recreaci6n colonial en su mayoria o bien resultado de antiguas manipulauones del poder o con vistas a obtenerlo. En realidad, bajo todas estas consideraciones subyace un tremendo jacobinismo y un terror a las diferencia que resulta irracional si pensamos que tanto la realeza como la naci6n e induso la clase social son fruto de enfrentamientos, maniobra5 y proyectos divergentes; denunciar la emia como consrmcci6n social y silenciar que se penenece a la naci6n francesa, deliberadamente aculturadora de otros pueblos, indica que la realidad que no se soporta es la ajena. La URSS, la Europa Central estan viviendo agudos conflictes sociales de expresi6n emica o nacional, porque las unidades impuestas son siempre vividas en forma vejatoria y porque las necesidades de reagrupamiento identitario pueden no satisfacerse con la comunidad religiosa o de ideologia política. La virulencia de las tensions emo nacionales en Africa son mayores que en el resto del mundo porque h e en ese continente donde la colonizaci6n efectu6 el más bkbaro e irracional de los repartos. Se ignoraron las comunidades lingiiísticas, las demarcaciones religiosas, las coherencias políticas de jefaturas y Estados centenarios, las keas comerciales existentes, y se pretendi6 que la paz de las bayonetas habia terminado con la endemica conflictividad aut6ctona. Todo demuestra que, en este piano, 10 Único que se logr6 fue instalar una formidable bomba de telojetfa que s610 la flexibilidad de muchos Estados neocoloniales evita que estalle de forma irreparable. Yves Petson comentaba, poc0 antes de morir en 1983, que el mapa colonial africano, consagrado por la moderaci6n de la OUA, debia abandonarse por completo en nombre de la historia y de un futuro monable para todas las sociedades de Africa. Precisarnente porque esas diferencias, nacidas de historia antiguas y particulares, son reales pudo el gobierno racista sudafricano promocionar la inquina entre zulúes y xhosa; el conflicte no se resolveril negíhdolo sino díhdole reconocimiento, institucional si cabe: 10 precisa la nueva Sudarica de 1992,lo precisan la mayoría de pueblos del continente. A pesar de su educaci6n centralista, propia del Estado-naci6n occidental, 10s Estados africanos poseen una carga hist6rica, política, que les coloca en buena posici6n para la flexibilidad administrativa y cultural. Pero ¿que Estado va a renunciar a porciones de su espacio de poder? Nuevamente retoman cuerpo en las universida-

des 10s proyectos panafricanistas, 10s únicos que podrim salvar la multiplicidad emica y religiosa. La debilidad presente de 10s estados africanos no es un obstilculo para reformas constitucionales profundas, como ya ha ocurrido en la URSS y el este europeo. La diticultad mayor se deriva de la precaria situaci6n social y econ6mica, con numerosas zonas en las que la exasperacidn se resuelve en movimientos de una desusada violencia; y una vez la ruptura civil estd en marcha, el Estado ya no puede ser espacio de confluencia sino fracci6n émica, religiosa o clasista, como en una Liberia cuarteada por dos años de guerra y odios que ya no podríh restañarse dentro del mismo Esrado. No hay nada que objetar a la teoria, general, de que la violencia engendra nuevas realidades, como la Europa de las dos guerras mundiales; pero no debiera banalizarse el hecho de que la violencia sin objeto ha culminado con frecuencia en la simple desintegraci6n social, sin relevo alguno. Por ello, a despecho de nuestra intima desconfianza por el Estado, debemos senalar que 10s fragilizados Estados de Africa pueden aún jugar un papel moderador en las fuerzas que los atraviesan. En 1990 se defini6 el estado de Animo de 10s especialista en Africa Negra, occidentales y africanos indistintamente, como (cel afropesimismow, puesto que del ensarnblaje de los diversos estudios se obtenia una globalidad descorazonadora. La soluci6n no esd en uvivir senegalesamentew, como dice la expresi6n popular de ese país en graves apuros, pero induso ese divertida giro del lenguaje desvela la enorme capacidad africana de desdramatizaci6n. Las ciencias sociales nunca han destacado por su precisi611 en las predicciones y buena parte de las catastrofes anunciadas siguen a la espera de mejor ocasi6n; el pensamiento critico occidental, del que formamos parte, tiende al pesimismo profetico y es siempre una sefial de alarma a no depreciar, pero la historia nos ha sorprendido gratarnente en más de una ocasi6n. La catastrofe africana del af~o2000 puede no tener lugar si algunas tendencias aliora incipientes logran desplegarse. La disminuci6n de efectiva funcionariales, la adopci6n de sistemas politicos multipartidistas, la redacci6n de una constituci6n piloto en una Surilfrica multirracial y multiemica, la aparici6n de mercados interiores en base a producci6n local, el avance de éticas solidarias - religiosas- frente a comportamientos individualistas de sectores del poder, son elementos de una renovaci6n que puede connarrestar el temido y pr6ximo desastre. En mi condici6n de historiador quiero recordar que 10s cuatro siglos de mata de esclavos endurecieron a las sociedades africana, pero se adaptaron y se rehicieron con una vitalidad que tampoc0 la colonizaci6n pudo truncar. Puede que la9democratizaci6nno sea la panacea, pero es un indicio.

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