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Papeletas de Ávila 4 ALGUNOS DIBUJOS Y PIEZAS DE LOS CONVENTOS Y MONASTERIOS ABULENSES FUERA DE LA CIUDAD (II) Raimundo Moreno Blanco
LA SANTA Entre los dibujos que Valentín Carderera hizo de Ávila a mediados del siglo XIX se encuentra una vista desde el noroeste del convento de La Santa junto a la portada tardogótica de Santa Escolástica. Es un dibujo a lápiz y aguada de color de 24 x 32,3 cm que, como el resto, se conserva en el Museo Lázaro Galdiano –nº de inventario 9097-. En él tanto el punto de vista elegido como el uso irreal de la luz son sintomáticos. Carderera se sitúa en alto, en el interior del atrio de la desaparecida iglesia románica de Santo Domingo, del que asoman en la zona inferior los sillares que lo delimitaban. Punto de vista que, por cierto, sería repetido por otros dibujantes. Al tiempo que emplea colores amables, se muestra el buque del edificio de La Santa a la sombra, con la luz de la mañana, al que se contraponen en primer término los últimos restos iluminados del antiguo convento y hospital, que pese a quedar escorado gana con ello un marcado protagonismo. Este especial interés por las ruinas sobrepasadas por vegetación y el mencionado juego con la luz aproximan en cierta medida la imagen al gusto romántico de la época. En aquellos años centrales del 1800 los carmelitas habían salido de La Santa tras la desamortización de Mendizábal en 1836 y no retornarían hasta justo cuarenta años más tarde. Durante esas décadas la iglesia se mantuvo abierta al culto y la casa se destinó a diferentes usos. Tras desecharse un desafortunado proyecto para transformarlo en cárcel municipal, se sucedieron propuestas que abogaban por la instalación en el edificio del Museo y Biblioteca provinciales. De ellas sólo la segunda debió formarse empleando fondos de diferentes conventos suprimidos. Poco después y en medio de una fuerte polémica por la conveniencia de su actividad se alquiló parte del convento a una Academia de Música o Escuela Filarmónica, conocida posteriormente como Liceo de La Santa. Por ser menos molesta se instalaría en la panda norte del claustro, para lo que se vaciaron sus dos pisos superiores convirtiéndolos en uno solo con funciones de auditorio primero y de salón de grados después, cuando se instale el Instituto. Este se crearía por Real Orden en 1844, ante lo que la Diputación propuso como sede el convento. Para adecuar el edificio al nuevo uso educativo se hicieron necesarias reformas radicales en la distribución de las crujías del claustro grande, quedando incluso afectado el patio que sería convertido en jardín botánico. Aquí se mantuvo hasta su traslado a la calle Vallespín en la década de 1880. Por fortuna y como puede verse en la imagen de Carderera se respetó su arquitectura al exterior, de donde hoy sólo ha desaparecido con respecto a entonces la huerta conventual, cuyo tapia puede verse con una puerta y óculo adosada al norte, en la izquierda del dibujo. 1
V. Carderera, Exterior del convento del Carmen de Ávila, h. 1840/50
SANTO TOMÁS También dibujó Valentín Carderera en el convento de Santo Tomás. Sin embargo, en esta ocasión las obras que se conocen tienen más valor documental que artístico. Se trata de una pareja de estudios parciales del sepulcro que Domenico Fancelli labrase para el príncipe don Juan en la segunda década del siglo XVI. Ambas se guardan en el Museo Lázaro Galdiano –nº de inv. 9739 y 9740- y están realizadas a lápiz sin que se sepa si precedieron a una vista completa y más acabada, que acostumbra ser la función de este tipo de ejercicios. En ambas se representa la molduración del basamento en uno de los ángulos y especialmente los motivos decorativos renacientes que pueblan el sepulcro.
V. Carderera, ¿Detalles del sepulcro del infante don Juan?, h. 1840/50
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Igualmente pasó por Ávila a mediados del siglo XIX Jenaro Pérez Villaamil (1807-1854), creador y máximo representante del paisajismo romántico español al decir de Arias Anglés. Gallego de nacimiento, pronto se trasladó a Madrid donde comenzaría estudios literarios para posteriormente enrolarse en el ejército del gobierno liberal en 1823. Tras ser herido, pasó varios años en Cádiz donde se formó en su Academia, y alcanzó pronto una fama que le granjearía trabajos al otro lado del Atlántico, hasta donde viajó para hacerse cargo de la decoración del Teatro Tapia de San Juan de Puerto Rico. Ya de vuelta a España conoció al paisajista escocés David Roberts, quien influiría decisivamente en su pintura inculcándole el paisajismo romántico británico que marcó toda su carrera. Conoció en primera persona el éxito profesional y los vaivenes políticos del siglo. El primero en forma de nombramientos Reales y Académicos, ventas a monarquías europeas o alabanzas de su pintura por parte de figuras como José Zorrilla o Charles Baudelaire con ocasión de su participación en el Salón de París de 1846. Los segundos mediante un exilio más o menos voluntario durante la regencia de Espartero, que aprovechó para viajar por Centroeuropa y cosechar también éxitos allí. De hecho, publicó en París su obra España artística y monumental. Vistas y descripciones de los sitios y monumentos más notables de España, en la que junto a Patricio de la Escosura (literato y político) y el marqués de Remisa (socio capitalista) reunió litografías destinadas a la creciente burguesía hispana, cuyo poder adquisitivo se ajustaba bien a este tipo de obras menos costosas que los encargos artísticos más tradicionales. A ello se sumaba el creciente interés romántico por lo español como apéndice de lo oriental, que facilitaría el éxito de sus vistas con motivos arquitectónicos y monumentales interiores acrecentados por el uso de puntos de vista en extremo elevados o rebajados y por la representación de inquietantes atmósferas cuando plasma interiores catedralicios. De su mano se conservan en el Museo Nacional de Escultura (Valladolid) dos dibujos a lapicero del interior del convento de Santo Tomás. El primero –29,5 x 39,5 cm y nº de inventario CE2736- muestra una vista del coro. Toma para ello un punto de vista bajo, cual contrapicado cinematográfico, que confiere al primer plano gran monumentalidad al tiempo que permite la representación de las bóvedas de punta de flecha de la nave central del templo, cuyas claves polares funcionan como eje axial de la composición. En primer término la espléndida sillería del coro, que probablemente estaría ya concluida hacia 1493 y que se viene atribuyendo por sus semejanzas al mismo Martín Sánchez que años antes concluyese la de la burgalesa Cartuja de Miraflores. En ella Villaamil únicamente esboza las complicadas tracerías flamígeras que la decoran mostrando mayor atención por las del costado septentrional, a la izquierda del espectador. Resulta interesante en el dibujo la presencia del monumental facistol, que deliberadamente se escora para permitir la visión completa de las bóvedas. Es pieza hoy tristemente desaparecida que conocemos bien gracias a las fotografías de Casiano Alguacil de finales del siglo XIX. Por las labores de su pie ha de fecharse en los años en que se hizo la sillería –más dudas ofrece el remate- y relacionarse acaso con su autor. Como es bien sabido, un facistol en que sostener los cantorales es indispensable en la vida de un coro y uno monumental se hubo de construir para este, bien nutrido y al que en ocasiones acudían los Reyes Católicos.
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J. Pérez Villaamil, Coro de Santo Tomás, 1849, Museo Nacional de Escultura.
Casiano Alguacil, h. 1890, Archivo Provincial de Toledo, (http://avilas.es)
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El segundo dibujo de Villaamil muestra la cabecera del templo desde el costado meridional –lápiz, 39,5 x 29,5 cm, nº de inventario CE2737-. Puede verse en primer término el sepulcro del infante don Juan, despojado ya entonces de la reja que lo rodeaba y que debió perder con la estancia en el convento de la tropa francesa durante la ocupación de la ciudad, envuelto por la soberbia arquitectura de esta parte del templo. Una vez más la representa Villaamil magníficamente, optando por un punto de vista que le permite recrearse en ella. De este modo plasma desde el altar elevado, cuya existencia hay que relacionar con el profundo coro, hasta los jarjamentos y parte de la nervatura de las bóvedas incluyendo un esquemático e irreal despiece de la sillería de los plementos. De las dos ventanas visibles, llama la atención la mayor, la del crucero. A diferencia de su aspecto actual se muestra en el dibujo como un vano geminado cuya zona superior se resuelve con una tracería calada propia del gótico flamígero. Queda de momento en duda saber si ese fue su aspecto original o si por el contrario se trata de una licencia ‘medievalista’ que se tomó el autor. Sea como fuere, lo cierto es que en los años en que Villaamil visitó la iglesia, el convento de Santo Tomás pertenecía a José Bachiller y no a los dominicos. Estos fueron expulsados en aplicación de las leyes desamortizadoras el 20 de febrero de 1836, tras lo que se vendería el complejo a su nuevo propietario en 1844. A él se debe en gran medida que se haya conservado su arquitectura e incluso algunas piezas como el excelente retablo mayor de Pedro Berruguete. De hecho, su ejemplar defensa de Santo Tomás le valió a Bachiller morir arruinado, cuando bien podría haberse lucrado haciendo almoneda de sus despojos.
J. Pérez Villaamil, Sepulcro del infante don Juan, 1849, Museo Nacional de Escultura
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LAS GORDILLAS (SANTA MARÍA DE JESÚS) En el Museo Nacional de Artes Decorativas se conserva un guadamecí perteneciente al convento de Las Gordillas. Hubo de salir del cenobio antes de comienzos del siglo XX, pues a su paso Gómez Moreno señala que ya había sido traslado al Museo. Cabe recordar que tanto los cordobanes como los guadamecíes son dos tipos de trabajo artístico del cuero. Concretamente, el guadamecí es la piel de carnero curtida y labrada, y que posteriormente se dora, platea y policroma. Su origen está en la ciudad de Ghadames, en el Sáhara, lugar que se destacó por su producción. El guadamecí se emplea especialmente para ornamentación en doseles, altares y retablos, así como para revestir muros o sillones.
Retablo de san Miguel, Guadamecí, Museo Nacional de Artes Decorativas
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El de Las Gordillas representa un retablo dedicado a san Miguel -3,75 x 3,20 m, nº de inventario CE540-. Según la datación que propuso M. Gómez Moreno (1530-40), se haría para la primera casa de las clarisas en la dehesa de Las Gordillas, hoy en el término municipal de Maello. De él dijo el profesor granadino: “Ignoro que se conozca en España otro guadamecí comparable a este” y es opinión que se mantiene más de un siglo después. Dedicado a san Miguel arcángel, está articulado en dos cuerpos. En el inferior, a modo de banco, se abren tres espacios entre columnas abalaustradas con decoración de mascarones y otros motivos clásicos. Ocupa el central san Miguel derrotando al dragón a cuyos pies ora una franciscana, quizás la fundadora María Dávila. En los laterales los arcángeles Rafael curando al ciego Tobías y Gabriel con espada. La zona superior se dispone a modo de tímpano semicircular y en él se representa la poco frecuente escena de los ángeles buenos capitaneados por san Miguel arrojando a los malos al infierno en llamas. Recorren el guardapolvo querubines alados y desde las enjutas observan la escena principal san Andrés y Santiago. En el mismo museo se conserva un frontal de altar en el que también se representa a san Miguel pesando las almas, lo que ha hecho que se le relacione con el anterior -86 x 211 cm, nº de inventario CE424-. No obstante, hay que señalar que de él no se conoce la procedencia exacta y que Gómez Moreno no se refirió a él, por lo que su adscripción al convento de Las Gordillas debe permanecer en cuarentena.
Para saber más: AA. VV.: La iglesia y convento de La Santa en Ávila, Ávila, 1986. ARIAS ANGLÉS, E.: El paisajista romántico Jenaro Pérez Villaamil, Madrid, 1986. CAMPDERÁ GUTIÉRREZ, B. I.: Santo Tomás de Ávila: historia de un proceso cronoconstructivo, Ávila, 2006. FERRANDIS TORRES, J.: Cordobanes y guadamecíes. Catálogo ilustrado de la exposición, Madrid, 1955. FORONDA Y AGUILERA, M. de: La Santa de Ávila: datos históricos acerca de la santa imagen, convento de La Santa y su cofradía patronato, Ávila, 1908. GARCÍA CIENFUEGOS, C.: Breve reseña histórica del Real Colegio de Santo Tomás de Ávila, Ávila, 1895. GÓMEZ MORENO, M.: Catálogo monumental de la provincia de Ávila, 3 vols., ed. Ávila, 1983.
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