ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA

ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA Año (Vol.) 17 Nº 2, noviembre 2007 Publicación fundada en 1959 Órgano oficial de la Sociedad Chilena de His

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HISTORIA DE LA MEDICINA
HISTORIA DE LA MEDICINA FICHA TÉCNICA DE LA ASIGNATURA Denominación de la asignatura Materia HISTORIA DE LA MEDICINA Medicina Social Medicina social.

HISTORIA DE LA MEDICINA
CURSO ACADÉMICO 2006-2007 Guía para los estudiantes de la asignatura de HISTORIA DE LA MEDICINA Prof. Dr. Juan Luis Carrillo Martos Universidad de S

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ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA Año (Vol.) 17 Nº 2, noviembre 2007 Publicación fundada en 1959 Órgano oficial de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Correo electrónico: [email protected]

FUNDADOR Enrique Laval M.

DIRECTOR Ignacio Duarte

EDITORES ASOCIADOS Claudia Chuaqui Patricio Hevia Enrique Laval R. Marcelo López Eduardo Medina Nelson Vargas

COMITÉ EDITORIAL Eduardo Cavieres (Chile) Ricardo Cruz-Coke (Chile) Marcos Cueto (Perú) María Angélica Illanes (Chile) Jorge Jiménez (Chile) Juan Eduardo Vargas (Chile) Carlos Viesca (México)

El objetivo de los Anales Chilenos de Historia de la Medicina es difundir el conocimiento, registro e investigación de la Historia de la Medicina entre los profesionales de la salud y de otras disciplinas, centrándose en forma preferente –pero no exclusiva– en la Historia de la Medicina Chilena.

ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA AÑO (VOL.) 17 Nº 2, noviembre 2007

Agradecemos el apoyo de las siguientes instituciones: Facultad de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile Colegio Médico de Chile A.G.

Ilustraciones de nuestra portada: Hipócrates de Cos (c. 460-380 a.C.) “Padre de la Medicina” según la tradición occidental. Simboliza el nacimiento de la medicina como un saber técnico, que explica la salud y enfermedad por una teoría racional circunscrita a la esfera del hombre y la naturaleza, excluyendo las interpretaciones mágico-sobrenaturales. Personifica el ideal del médico con los valores permanentes de la profesión. Representación convencional de su efigie, basada en un busto exhibido en el Museo Capitolino de Roma. Distintivo de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina. Muestra el frontis del edificio de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile inaugurada en 1889 en la hoy llamada Avenida Independencia de Santiago. En esa sede se consolidó la enseñanza de la medicina en el país, cimentada desde 1843 con el aporte de eminentes profesores extranjeros, continuado por una pléyade de médicos chilenos con estudios de especialidades en Alemania y Francia. Este desarrollo colocó a la medicina chilena en una posición destacada en Latinoamérica. El edificio fue destruido por un incendio en 1948: en el mismo sitio se construyó la actual Facultad de Medicina. Logotipo diseñado en 2005 por el doctor Felipe Zúñiga Herranz.

Las opiniones expresadas en esta edición son de exclusiva responsabilidad de los autores de los artículos. Valor de la Suscripción (2 números anuales): 15.000 pesos.

© Sociedad Chilena de Historia de la Medicina Derechos reservados para todos los países Inscripción Nº 156.948 Código Internacional Revista ISSN 0718-3380 An. chil. hist. med. e-mail: [email protected] Diseño de la Portada: Francisca Galilea Diagramación e impresión: Andros Impresores Printed and made in Chile

SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA DE LA MEDICINA Fundada el 4 de abril de 1955 Diagonal Paraguay 415, Depto. 42 Santiago de Chile www.historiamedicina.cl Correo electrónico: [email protected]

Directorio del período 2006-2009 Presidente Ignacio Duarte

Vicepresidente Eduardo Medina

Secretario Sergio Zúñiga

Tesorero Julio Cárdenas

Directores Jorge Dagnino Carlos Molina Carmen Noziglia

ANALES CHILENOS DE HISTORIA DE LA MEDICINA Año (Vol.) 17 Nº 2, noviembre 2007

Índice

EDITORIAL ¿Por qué enseñar historia de la Medicina?

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Artículos Originales La Salud Pública en la Historia de Chile Pablo Camus G. y Felipe Zúñiga H.

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La iniciación de la docencia y atención pediátrica en Chile. El profesor doctor Roberto del Río y el Hospital Clínico de niños Enrique Laval R.

177

La frontera de lo público y lo privado en torno a la experiencia de la salud y de la enfermedad: la tuberculosis y los sanatorios chilenos Marcelo López C.

183

Algunos antecedentes sobre los comienzos de la enseñanza de la historia de la medicina en Chile: el Dr. Juan Marín Rojas Dr. Sergio Zúñiga R.

197

Médicos y revoluciones sociales Ricardo Cruz-Coke M.

203

DOCUMENTOS Mesa redonda: Enseñanza de la historia de la medicina en las universidades chilenas Dr. Ricardo Cruz-Coke M.

211

Cronología de los principales antecedentes y sucesos que llevaron a la construcción del Hospital Ramón Barros Luco (1888-1935)

221

Mujeres médicos en universidades medievales Myriam Zemelman G.

227

Homenaje al Dr. Camilo Larraín Aguirre (1918-2007) Dr. Ricardo Cruz-Coke M.

229

Homenaje al profesor Dr. Sergio de Tezanos Pinto Dra. Carmen Noziglia N.

231

BIBLIOGRAFÍA Recopilación sobre Historia de algunos Hospitales de Chile

237

CRÓNICA El inicio de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud: Constitución de la Red Latinoamericana desde Santiago de Chile Patricio Hevia R.

241

Jornadas peruanas de Historia de la Ciencia, la Tecnología y la Salud: medicina social e inclusión en perspectiva histórica

245

VIII Jornada de Historia de la Medicina

247

Xiv Congreso de la Sociedad Española de Historia de la Medicina

248

41º Congreso Internacional de Historia de la Medicina

249

53º Congreso Internacional de Americanistas

249

instrucciones a los autores

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A. Lama / Editorial

149 An. chil. hist. med. 2007; 17: 149-152

Editorial

¿Por qué enseñar historia de la Medicina? En la reciente Jornada de Historia de la Medicina, efectuada en Santiago en agosto de 2007, se abordó en una mesa redonda el tema de la enseñanza de dicha disciplina en las universidades chilenas. En este número de los Anales se transcriben las exposiciones de los panelistas y las intervenciones de los asistentes. La Historia es el conocimiento del pensamiento y de las ideas, del ambiente en el que florecieron esas ideas y del futuro material y espiritual que aportaron al progreso de la humanidad. Es considerada hoy un saber interdisciplinario, que comprende todo el estudio sistemático no sólo de las llamadas ciencias naturales, sino también de las disciplinas históricas, filológicas o filosóficas. En el campo de la Medicina, investiga la trayectoria de la lucha del hombre contra la enfermedad y, desde comienzos del siglo XX, examina también la progresión del esfuerzo humano por mantener la salud (1, 2). La historia de la medicina como disciplina propiamente tal, entendida como una indagación de los hechos, comienza con la creación del Instituto de Historia de la Medicina fundado en 1906 por el Dr. Karl Sudhoff (1853-1938), en la Universidad de Leipzig. Recibe un fuerte estímulo con el joven médico Henry Sigerist (1891-1957). Siendo aún estudiante, Sigerist manifiesta una atracción y fascinación hacia las humanidades y la historia como el mismo testimoniara en uno de sus escritos: Una vez cuando estaba en Munich, a mediados del año académico, me sentí repentinamente cansado del hospital y de la medicina y comencé a faltar a clases y a emplear el tiempo en visitar museos y galerías de arte por el día y a asistir por la noche a teatros y a salas de concierto. Recorría inquieto las calles, cuando accidentalmente me encontré con un amigo que ese día partía para Venecia. Decidí acompañarle y pasar varias semanas viajando por Italia. Había olvidado totalmente la Medicina y estaba sumido en un mundo de Historia y Arte. Una tarde que estaba en la Plaza de San Marcos, sentí un irresistible deseo de visitar un hospital, y allí, por primera vez, se me ocurrió que la historia de las ciencias podría ser campo para conjugar todas mis ambiciones. Lleno de júbilo regresé esa misma noche a Munich. A la mañana siguiente reanudé mis obligaciones hospitalarias con gran entusiasmo y, por la tarde, fui a la biblioteca donde encontré la Revista Isis, editada por George Sarton, que poco tiempo antes había aparecido, así como diferentes publicaciones de Karl Sudhoff. En los días siguientes me formulé el plan de estudiar los distintos períodos de la historia de la medicina y de las ciencias y leí los más importantes textos sobre la materia (3).

Sigerist llega a suceder en el cargo de Director del Instituto de Historia de la Medicina a su maestro Sudhoff, en 1925 y posteriormente, a los 35 años, contactado por William Welch y Harvey Cushing, a raíz de conferencias que dicta en EE.UU., se traslada a ese país, sucediendo en 1934 al propio Welch como Director del recién creado Instituto de Historia de la Medicina de la Universidad de Johns Hopkins, con lo que la disciplina toma en EE.UU. un impulso creciente, y se difunde al resto del mundo, especialmente con la creación de una revista especializada acerca de la materia, el Boletín de Historia de la Medicina.

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En nuestro país, la disciplina de la historia de la medicina tiene sus principales impulsores en las figuras de Enrique Laval (1895-1970) y de Claudio Costa (1914-1999). La historia de la enseñanza de la medicina ha sido muy diversa en diferentes partes del mundo, y en algunos casos data desde el siglo XVIII y en otras partes, incluido nuestro país, más reciente. Así, desde 1779 a 1795 el Profesor M. I. Skidian daba clases sobre “Historia de la medicina y enciclopedia de la ciencia médica”, en la Universidad de Moscú (4). En la Universidad de La Habana, Cuba, en 1863 comenzaron a impartirse los primeros cursos completos de Historia de la medicina; se suprimen en 1969 (5). En EE.UU., en 1904 sólo tres de las universidades dictaban cursos de Historia de la medicina (Universidad de Pennsylvania, Maryland y Minnesota) (6). En la Universidad autónoma de Barcelona comienza a impartirse Historia de la medicina como asignatura curricular en 1973 (7). En nuestro país, los albores de la enseñanza de la medicina como asignatura en la malla curricular de carrera de medicina se remontan a inicios y mitad del siglo XX, con los esfuerzos precursores de los doctores Juan Marín Rojas, en la Universidad de Chile, Cristóbal Martin y Bruno Günther, en la Universidad de Concepción, Sergio de Tezanos Pinto, en la de Valparaíso, Armando Roa, monseñor Bernardino Piñera y Benedicto Chuaqui, en la Universidad Católica. La respuesta a la interrogante acerca de por qué estudiar medicina es clave (8), puesto que constituirá el fundamento razonado para abrirle un espacio dentro de las ya sobrecargadas mallas curriculares de las escuelas médicas. Diversos y destacados médicos a través del tiempo han expresado la importancia que la historia de la medicina tiene para los médicos. Así, Jacobi –entre otros– señalaba que: “De igual modo que sin el conocimiento de la historia de vuestro país, no podéis entender su estructura y sin el conocimiento del embrión no podéis seguir cabalmente el desarrollo del cuerpo, así, sin el conocimiento de la historia de vuestra ciencia o de vuestro arte, no seréis nunca ciudadanos de vuestra profesión” (9) . El famoso William Osler escribía en 1902: El joven doctor que piensa que la patología comenzó con Virchow, comete el mismo error de aquel estudiante que empieza el estudio de la historia americana con la Declaración de Independencia” (10). El español Gregorio Marañon escribía: “Leer y releer la historia de la medicina es indispensable al médico para no perder la cabeza, para no engreírse pensando que ha tenido la suerte de vivir en una época definitiva de la ciencia, para acoger con prudencia los nuevos avances, para no dejarse llevar de la última palabra de la moda, convirtiéndose en lo, peor que le puede suceder a un médico, que es ser médico de eslogan” (11).

Desde México, Ignacio Chávez enseñaba: Vosotros no seréis buenos cardiólogos mientras no seáis hombres cultos… De aquí que el conocimiento de la historia sea un requisito esencial del humanismo contemporáneo, historia amplia, de los pueblos, de la civilización y del pensamiento del hombre. A nosotros, médicos, nos interesa además y en forma decisiva, la historia de nuestra rama, que nos muestra la evolución de las doctrinas medicas,

y finalmente Pedro Laín Entralgo, en respuesta a los periodistas acerca de la inutilidad de la historia de la medicina: En cierto modo tienen razón, porque no les va a enseñar a diagnosticar, pero enseña a dar razón de lo que aprenden y diagnostican. Saber cómo se descubrió y qué ha representado la auscultación ayuda a entender lo que es auscultar a un enfermo de estenosis mitral. No cura, pero ayuda a entender lo que para diagnosticar y curar se ha hecho. Esa es la misión de la historia: dar razón del presente en función del pasado.

Todos estos pensamientos apuntan a señalar, de algún modo, las principales razones que justifican el porqué de enseñar historia de la medicina.

A. Lama / Editorial

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De tal modo que recogiendo esas ideas y agregando otras podemos agrupar las razones en las siguientes: a) Equilibra el conocimiento científico con las ciencias sociales y las humanidades, evitando con ello que el médico sea un mero técnico. Y este es un camino muy importante para una atención más humana hacia el paciente. El estudio de la historia afirma esos principios fundamentales de la medicina que no cambian a pesar de la ciencia, tecnología, el cambio social y la política: el servicio por los demás. b) Constituye un camino a la integridad del saber del estudiante, ya que su estudio le otorga dignidad intelectual y le da un sentido de profesionalismo, muy importante en el comportamiento ético del futuro médico. Por otro lado, el conocimiento de la historia concede claridad intelectual, claridad de mente, al lograr un mejor entendimiento de los hechos. Incluso, el conocer el pasado puede permitirnos predecir el cambio y el rumbo que va a seguir la medicina. c) El incluir la enseñanza de la historia en una Escuela médica significa educar en sentido universal, hacer del estudiante universitario un individuo más culto, que realmente responda a los requerimientos de una llamada educación superior. Por otra parte, la historia de medicina nos muestra ese espíritu de universalidad, ya que –como señalaba Ignacio Chávez– el progreso científico no es patrimonio de ninguna raza pretendidamente superior ni de ninguna cultura. Es el genio del hombre de todos los tiempos (12, 13). d) La historia de la medicina, sin lugar a duda, es fuente de inspiración para los jóvenes y lugar de encuentro o descubrimiento de hechos para el análisis ético, o de personajes dignos de imitar por sus cualidades o virtudes humanas. e) El estudio de la historia de la medicina es una lección de humildad. No aprender las lecciones de la historia nos condena a repetir nuestros errores. Esto, en la actualidad es muy importante, dado que el orgullo de la medicina por sus logros la cree capaz de todo y, por otro lado, la soberbia de algunos médicos los convierte en ignorantes prepotentes que creen saberlo todo, olvidando lo que un Decano americano decía, con justa razón: “La mitad de lo que nosotros les hemos enseñado a nuestros estudiantes está equivocado. Desafortunadamente no sabemos cuál mitad”.

Dr. Alexis Lama Toro

Referencias 1. Guarner V. El significado de la enseñanza de la historia de la medicina en las residencias de cirugía. Gac Med Mex 2005; 141: 85-8-8. 2. Badillo R. La historia de la medicina como estrategia para la formación integral. Acta Médica Colombiana, enero/febrero 2003   3. Beldarraín E. Henry E. Sigerist y la medicina social occidental Rev Cubana Salud Pública v.28 n.1 Ciudad de La Habana jan.-jun. 2002. 4. Zhuravleva TV, Lichterman BL, Lisitsyn YP. Teaching history of medicine at Russian medical schools: past, present, and future. CMJ on line 1999; 40, Number 1. 5. La enseñanza de la historia de la medicina en Cuba. Siglos XIX y XX* http://bvs.sld.cu/revistas/his/his%20 95/hist1095.htm 6. Moll W. A brief survey of the teaching of the history of medicine in the United States. http://www.pubmedcentral.nih.gov/articlerender.fcgi?artid=197814

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An. chil. hist. med. 2007; 17: 149-152

7. Martínez A. La enseñanza de la historia de la medicina dentro y fuera de la facultad de medicina: experiencias y perspectivas en la universitat autónoma de Barcelona. www.dsp.umh.es/shm/alvar.pdf 8. Why study the history of medicine? http://www.ncl.ac.uk/historical/medicine/why.htm 9. Texto citado por Chávez. I. Discursos y conferencias. El Colegio Nacional, México 1997. 10. Osler W. Aequanimitas. McGraw-Hill, 3º ed., 1942. 11. Laín P. Marañón y el enfermo. Revista de Occidente, Madrid 1962. 12. Chávez I. Discursos y conferencias. El Colegio Nacional, México 1997. 13. Von Engelhardt D. Teaching history of medicine in the perspective of “Medical Humanities” CMJ on line 1999; 40, Number 1.

Artículos Originales

P. Camus G. y F. Zúñiga H. / La Salud Pública en la Historia de Chile

155 An. chil. hist. med. 2007; 17: 155-175

La Salud Pública en la Historia de Chile Pablo Camus G.1

y

Felipe Zúñiga H.2

El presente trabajo expone una visión sinóptica del proceso de construcción de un cuerpo de conocimientos y un sistema organizacional complejo, orientados al enfrentamiento de las amenazas al bienestar y el nivel de salud de la población chilena desde los inicios de la República hasta nuestros días. Se detallan las diferentes entidades mórbidas que han afectado a la sociedad chilena, enfatizándose la profunda interrelación entre éstas y las condiciones de pobreza, marginalidad e inequidad, así como las variadas propuestas de solución emergidas en contextos históricos particulares. Asimismo se pone de relieve el rol del estamento médico –a través de su incipiente participación desde fines del siglo XIX en la esfera política–, en catalizar procesos de cambio y toma de conciencia social respecto al tema. Palabras clave: Salud Pública – Historia de la Medicina – Medicina Social.

Public health in the history of Chile This paper presents a synoptic view of the construction process of a body of knowledge and a complex organizational system, both oriented to face the threats to the health of Chilean population, from the beginning of the Republic up to our days. Different disease that have affected Chilean society are mentioned, emphasizing the deep interrelation between them and the conditions of poverty, marginality and inequity, as well as the several solutions that emerged in particular historic contexts. The authors point out the role of the medical professionals in catalyzing change processes and social awareness regarding the subject, through their incipient participation in the political setting from the ends of the 19th century. Key words: Public Health – History of Medicine – Social Medicine.

I.

LA SALUD EN LAS PRIMERAS DÉCADAS DEL SIGLO XX: ENTRE LA CONTINUIDAD Y EL CAMBIO

Tuberculosis, viruela y sífilis: los indicadores de mortalidad y esperanza de vida Luego de establecida la República y a medida que el país se internó, desde finales del siglo XIX, en un proceso de urbanización e industrialización, algunos problemas sociales comenzaron a hacerse sentir con cada vez mayor intensidad, especialmente en lo que respecta a la salud de la población. La falta de una vivienda y de un entorno urbano adecuado afectó decididamente las condiciones de vida y, por ende, los niveles sanitarios de la misma. En forma creciente, la

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enfermedad y la muerte se convirtieron en un problema insoluble para las clases dirigentes del país. Después de todo la inhabilidad de los trabajadores por enfermedad o muerte implicaba una menor fuerza de trabajo y pérdida de producción económica. La tuberculosis o peste blanca era la enfermedad que mayor número de muertes ocasionaba a fines del siglo XIX. Su carácter no epidémico sino constante la hacía más temible, pues siempre se estaba en riesgo de adquirir el mal. Otras enfermedades comunes y devastadoras eran las epidemias de viruela, cólera y, en menor medida, de peste bubónica. Enfermedades con un alto porcentaje de mortalidad en los hospitales eran la fiebre tifoidea y la disentería. Por otra parte, se destacaba la sífilis, tanto por

Doctor en Historia. Docente de Historia de la Medicina, Facultad de Medicina, Universidad de Chile. Correo electrónico: [email protected] Médico Cirujano. Magíster en Salud Pública. Residente de Psiquiatría, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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las dificultades que existían en su tratamiento como por las consecuencias y connotaciones sociales que implicaba, pues se estimaba que esta enfermedad era un castigo divino hacia las prácticas sexuales licenciosas. De este modo, a las clásicas pestes se sumaron en este período las llamadas “enfermedades sociales” –tuberculosis, sífilis y fiebre tifoidea, confundida tradicionalmente con el tifus exantemático–, que no eran sino la expresión clínica de la miseria, el hacinamiento, la carencia de una vivienda higiénica y de las extremas condiciones laborales a las que estaban sometidos miles de chilenos. Las enfermedades y la muerte eran una expresión más del fenómeno que en su época se denominó “la cuestión social”; Estamos hablando del drama histórico de la modernidad industrial y urbana. En este contexto, los indicadores de salud nacionales son impactantes, tanto que algunos autores han planteado que, a principios del siglo XX, eran de los peores del mundo. De acuerdo con los datos que nos entrega el Anuario Estadístico de la República de Chile, a partir de 1860 la mortalidad general por cada mil habitantes del país se mantuvo en la segunda mitad del siglo XIX sobre el 25 por mil (1-11), tendiendo a superar el 30 por mil a fines de siglo y más en 1920, mientras que en los países europeos esta tasa bordeaba el 20 por mil (12). Los indicadores nacionales alcanzaron un comportamiento similar al europeo de fines de siglo XIX sólo a partir de la década de 1940. Con todo, en 1945, las inefables cifras, tomando todas las consideraciones, indican que Chile tenía indicadores de salud negativos (tasa de mortalidad: 19,1) respecto de países como Bolivia (12,8), Paraguay (9,3), Argentina (9,4), Perú (11,9) y México (16,3) (13). Los centros urbanos que atrajeron intensamente población rural tuvieron tasas de mortalidad general mayores, pues las ciudades eran las zonas donde se expresaban con mayor intensidad los problemas sociales y ambientales que afectaban al país. En efecto, en los departamentos de Concepción y Santiago, la mortalidad general superaba el 35 por mil y en algunos años el 40 por mil. Era “el país de los muertos”, como ha señalado Gonzalo Vial en su Historia de Chile (14).

An. chil. hist. med. 2007; 17: 155-175

Respecto de la mortalidad de menores de 10 años en Chile, ésta superó, durante la segunda mitad del siglo  XIX y las primeras décadas del siglo  XX, el indicador 300 por mil. Lamentablemente no se registraron las muertes de niños menores de un año (Tasa de Mortalidad Infantil), por lo que no es posible hacer comparaciones con los datos registrados por los países europeos. No obstante, cabe señalar que en Dinamarca, Francia y Gran Bretaña, a principios del siglo  XX, el citado indicador era de menos de 200 por cada mil nacidos vivos, acercándose varios años a los 150 por mil nacidos vivos. En relación al indicador esperanza de vida, se ha calculado para Chile a fines del siglo XIX entre 27 y 28 años, mientras que en Europa alcanzaba los 45,4. Hacia 1920 la esperanza de vida en Chile era de 30,5, mientras que para Bolivia era de 31,6, en Colombia de 32 y en Venezuela de 31,3. Son conocidos los relatos que nos señalan los males sociales que afectaban a la población chilena, como la falta de alimentación adecuada, el alcoholismo, la prostitución y el crimen, especialmente durante la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Todo ello se expresaba en enfermedad y muerte (15). No obstante, como se analizará en detalle más adelante, es posible afirmar que la calidad del medio ambiente en que se desenvolvía la vida de los sectores populares, especialmente en Santiago, era uno de los principales factores que incidían en las altas tasas de mortalidad de la población. La carencia absoluta de agua potable y alcantarillado en la mayoría de las ciudades del país y en los extensos arrabales de Santiago eran un caldo de cultivo permanente para la generación y propagación de todo tipo de enfermedades infecciosas y epidémicas. En relación con las epidemias, la primera de origen europeo de la que se tiene registro histórico en Chile, ocurrió en 1561. Ese año una nave que arribó a La Serena trasplantó la viruela que luego se expandió rápidamente por todo el territorio nacional. Las muertes fueron incalculables, sobre todo entre los aborígenes que desconocían la enfermedad. Estos creyeron que la enfermedad era producida por hechizos realizados por los conquistadores quienes, como no habían logrado dominarlos, deseaban extinguirlos en su totalidad por medio de estos flagelos. Pedro Lautaro Ferrer,

P. Camus G. y F. Zúñiga H. / La Salud Pública en la Historia de Chile

destacado médico-historiador de la medicina en Chile, cita un documento en que se aprecia la magnitud de la catástrofe que provocaban las epidemias en el pasado: En 1573, el encomendero don Pedro Olmos de Aguilera, de 12.000 indios que recibió de don Pedro de Valdivia, quedó sólo con poco más de cien, y el encomendero Hernando de San Martín escribió a su Obispo que de 800 indios le habían quedado ochenta (16).

A modo de enfrentamiento básico de estos males, a los españoles y sus descendientes culturales tan sólo les quedaba orar a Dios con el objetivo de aplacar su eventual ira y castigo impuesto. Por ejemplo, en una epidemia de viruela en 1591 el cabildo de Santiago acordó hacer sacrificios y procesiones para terminar con la epidemia. Se solicitó al Obispo que declarara fiesta de guardar el día de San Sebastián, al que tomaron como patrono contra la peste, al mismo tiempo que decidieron levantarle una ermita (17).

A pesar de la existencia de otras enfermedades como el chavalongo (nombre con que se designaba a toda enfermedad febril con cefalea, como el tifus exantemático y la tifoidea), y la sífilis, la viruela fue la más horrorosa y devastadora en el pasado de Chile. Las muertes provocadas por esta epidemia son incalculables y marcaron la dinámica socioeconómica y cultural del período. Benjamín Vicuña Mackenna señalaba que tal fue la horrorosa peste de 1793, de cuyos estragos, que llegaron al punto de no encontrarse acarreadores para los muertos, ni brazos para sepultureros, oímos hablar más de una vez a los ancianos en nuestra niñez (18).

En aquella época la medicina occidental no había progresado lo suficiente. No existía el conocimiento necesario como para establecer las causas de las enfermedades contagiosas, ni se conocían los medios de transmisión de las enfermedades, punto de partida del descubrimiento de la vacunación y de la bacteriología.

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Sin embargo, cabe destacar a fines del período colonial al fraile chileno juandediano Pedro Manuel Chaparro, quien inició la inoculación de material de vesículas de pacientes con viruela durante la epidemia de 1765, lo que lo convirtió en el primer médico en usar este método de prevención en América. Se adelantó incluso a la expedición de Manuel Julián Grajales que transfirió la vacuna de Jenner desde Europa a América en 1805. En este contexto, en 1808 se estableció en Chile la primera Junta de Vacuna. Sin embargo, sus alcances y resultados fueron limitados debido a la importante resistencia de la población a recibir la inoculación. En consecuencia, debido a la ignorancia y a una deficiente capacidad de gestión sanitaria, la viruela siguió siendo una de las principales causas de muerte durante todo el siglo XIX chileno. Respecto a la terapéutica, se tenía el conocimiento (en su mayor parte transmitido por los indígenas) de una serie de plantas para aliviar ciertas enfermedades las cuales eran ampliamente conocidas por los practicantes de medicina. Baste señalar que en la famosa Botica de los Jesuitas había más de 1.000 medicamentos derivados de plantas (tabla 1).

Tabla 1 Ejemplos de plantas medicinales chilenas (19) Nombre popular

Nombre científico

Usos corrientes

Canelo

Drimis chilensis

Antitumoral

Cebolleiro

Seira corolema

Diurético

Chamico

Datura stramoniem

Narcótico

Core

Geramium core

Antiinflamatorio

Culli

Oxalis rosea

Antiescorbútico

Lauco

Bromus cathartius

Purgante

Manzanilla

Cephaloza aromatica Digestivo

Palqui

Cestrum pargui

Antifebrífugo

Pehuén

Araucaria ambrieta

Ciática, úlceras

Sándalo

Santalum Fernandezianum

Antiinfeccioso

En relación a la medicina aborigen propiamente tal, valga recordarse el particular carácter

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que para los mapuches tenía el concepto de salud-enfermedad, el cual se insertaba dentro de la cosmovisión integradora del hombre con la naturaleza, explicando las dolencias como verdaderos desequilibrios en la relación del individuo con distintos planos (tanto terrenales como sobrenaturales) que debían ser restaurados por una serie de ritos que involucraban a toda la comunidad (19).

Filantropía, Caridad y Estado: de la Beneficencia a la Asistencia Social La filantropía, expresada a través de la caridad cristiana siguió siendo durante las primeras décadas del siglo XX uno de los pilares fundamentales de la idea de salud pública en la sociedad chilena. Los cristianos sentían el deber moral de ayudar al prójimo en desgracia. Además, se consideraba a la filantropía como mérito para alcanzar la gracia divina, la salvación y la vida eterna. Para ello se ejercitaba la caridad, que se expresaba en erogaciones por medio de las cuales se financiaban los establecimientos hospitalarios, que no sólo eran centros de atención de enfermos sino recintos filantrópicos donde se recibía a huérfanos, ancianos e inválidos. En este sentido, legados y donaciones de tierras, dinero y edificios eran la base financiera de los hospitales tradicionales e históricos de Chile como el San Juan de Dios y el San Francisco de Borja. La idea de caridad fue realzada por un movimiento intelectual de fines del siglo XVIII que se denominó “Ilustración Católica”, el cual consideraba que la religión se expresaba éticamente a través de la caridad, influyendo profundamente en algunos de los hombres que organizaron el Estado Nacional en los primeros tiempos de la República como Juan Egaña, Manuel de Salas, Pedro Palazuelos y José Ignacio Cienfuegos (20). En este contexto se organizaron las Juntas de Beneficencia encargadas del cuidado de los hospitales heredados del período colonial. Las Juntas de Beneficencia estaban formadas por ciudadanos prominentes y con espíritu caritativo que se hacían cargo de la administración de los hospitales del país (21).

An. chil. hist. med. 2007; 17: 155-175

En general, los gobiernos decimonónicos intentaron involucrarse lo menos posible en los asuntos que correspondían a la administración de los hospitales. Así, en 1866 el Ministro del Interior señalaba la intervención del gobierno en la administración de la beneficencia pública debe limitarse a auxiliar y reglamentar. A los privados es a quienes les incumbe ejercitar la caridad a fin de que los más favorecidos ayuden a los menesterosos. No sería posible ni conveniente que el Estado se constituyese en el bienhechor único del país (22).

A fines del siglo XIX y principios del XX los actos de caridad seguían siendo comunes entre los miembros de la elite. Gonzalo Vial nos habla de “un río incesante de cuantiosos legados y donaciones derramado”, y por nombrar a algunos de los filántropos de ese período señala a Claudio Matte, Domingo Fernández, Ismael y Concepción Valdés, Ramón Barros Luco y el célebre intendente porteño Francisco Echaurren que entregó su fortuna total a la beneficencia. Por su parte, la hija de Marcial Martínez, Josefina Martínez, legó los fondos para levantar un sanatorio para niños tuberculosos (23). Otro caso notable es el de la filántropa Juana Ross de Edwards que construyó y mantuvo tres hospitales, seis asilos, un hospicio, un orfanato e innumerables colegios y escuelas. También está el caso de Joaquín Valledor, quien donó su extenso y valioso fundo periurbano Lo Valledor y de José Joaquín Luco, quien legó bienes que superaban los setecientos mil pesos. Finamente nombra a Manuel Arriarán, quien levantó, mantuvo y administró el primer hospital infantil del país, que posteriormente recibió el nombre de Roberto del Río (24). Las Federaciones Obreras, por su parte, denunciaban que con estupefacción el pueblo se entrega ingenuamente en manos de la burguesía católica, del clero y, en general, de una serie de ladinos patronatos, escuelas parroquiales, gotas de leche, instituciones catequistas”, mientras que ellos catalogaban a la caridad de “insulto”, “exhibicionismo”, “hipocresía” o “sádico placer” de la clase alta que estira hacia el pobre “su mano protectora temblorosa de orgullo” (25).

P. Camus G. y F. Zúñiga H. / La Salud Pública en la Historia de Chile

En suma, las elites estimaban que el Estado no debía intervenir en la salud de la población, pues ésta era un problema de nivel individual y para quienes no pudieran procurársela existían los establecimientos asistenciales mantenidos por la filantropía. Esto se observa en las dificultades que hubo para establecer Juntas de Vacuna Obligatorias en el país. En 1886 Balmaceda envió al Congreso un proyecto de Ley sobre Vacuna Obligatoria que fue rechazado, pues “atentaba contra los derechos individuales de las personas”, es decir, la facultad de decidir privadamente su propia vacunación. El principio de los derechos individuales primaba aun cuando la viruela diezmaba a la población chilena (21). Paulatinamente el Estado comenzó a intervenir en los problemas de salud pública pues, como se ha señalado, en nuestro país se observaban altísimos niveles de mortalidad con relación a otros países latinoamericanos y europeos. Sin embargo desde una perspectiva asistencialista, prosiguió la política de la beneficencia caritativa centrada en las consecuencias (la enfermedad) y no en las causas del problema (las condiciones de vida). En esta dirección, el Estado invirtió importantes sumas de dinero en la construcción de hospitales en las distintas ciudades del país, pero no invirtió tanto en saneamiento urbano. De esta manera en 1859 había en Chile 18 hospitales en tanto que en 1889 había 52, es decir, se construyeron 34 hospitales en 20 años (1-10). En general después de una colecta pública las ciudades del país recurrían al Estado para complementar los fondos recaudados vía caridad, lo que les permitía, con muchas dificultades, la construcción y el mantenimiento del hospital. En consecuencia, si en 1860 aproximadamente el 60% de los gastos de los hospitales del país era financiado por la caridad, hacia 1910 sólo el 40% del total del gasto del sistema hospitalario nacional era financiado por los medios propios que poseía la beneficencia. Es decir, en los hechos comenzaba a ser cada vez más fundamental la acción del Estado. De esta manera la filantropía y la caridad perdían terreno y comenzaban a ser desplazadas por una nueva visión de la salud pública que se expresaba en la acción del Estado Benefactor y la Asistencia Social.

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La alta mortalidad nacional obligó la transformación de un régimen caritativo e individual de salud a un régimen en que el Estado se hizo progresivamente cargo de los problemas de enfermedad y muerte que enfrentaba la población nacional, especialmente los sectores populares. En este contexto, por ejemplo, en 1892 se aprobó la Ley Orgánica de Higiene Pública que estableció el Instituto de Higiene Pública (26), sólo con carácter consultivo, donde se formaron numerosos médicos especialistas en higiene y salud pública. Asimismo, después de ocho años de trámite en el Congreso Nacional, en 1918 se aprobó el primer Código Sanitario de la República de Chile –proyecto liderado por el Dr.  Ramón Corbalán Melgarejo–, en el cual se establecía la Dirección de Sanidad con las siguientes funciones ejecutivas: vacunación, desinfección pública, inspección sanitaria, profilaxis y tratamiento de enfermedades infecciosas, estaciones sanitarias en provincias, control de ejercicio de profesiones médicas, inspecciones a boticas, laboratorios, servicios sanitarios incluyendo agua potable y alcantarillado, supervigilancia de los servicios municipales. La Ley Nº 3.385 puede considerarse, entonces, como una de las más importantes de la historia de la medicina chilena por su carácter de hito fundacional de la medicina social. Sin embargo, la situación de los hospitales del país era cada vez más inestable y precaria. A pesar de la importante subvención del Estado para el mantenimiento de los recintos, los fondos otorgados eran absolutamente insuficientes para mantener y desarrollar el sistema. Para el año 1921 la Beneficencia Pública presentaba un déficit que le impedía cubrir un 30% de sus gastos, que eran excesivos, pues el “sistema de salud” era completamente gratuito para los usuarios. Como una forma de enfrentar la crisis de la beneficencia pública y del país, agudizada por las asonadas militares de 1924, ese año se decretó la creación del Ministerio de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social, que implicó otorgar un nuevo carácter a la dirección de la salud pública, manifestado a través de la unidad de los servicios asistenciales y sanitarios del país en torno a las decisiones de los médicos y a los recursos del Estado. Asimismo se despachó, producto de las diligencias del Dr. Exequiel González Cortés,

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la Ley Nº 4.054, de Seguro Obrero Obligatorio, que cubrió a los obreros contra los riesgos de invalidez y ante la vejez y la muerte, a través de un financiamiento tripartito, es decir, de la deducción del salario obrero, los aportes del contratista y el Estado. Las atenciones hospitalarias de los obreros asegurados serían pagadas por la Caja del Seguro Obrero por lo que, en teoría, debía disminuir el importante déficit financiero del sistema hospitalario. Estas leyes introdujeron en Chile una de las más modernas y avanzadas legislaciones de doctrina social de América Latina. En buena medida toda esta legislación social es obra de las aspiraciones y luchas de los médicos fundadores de la medicina social y del Estado Benefactor, tales como Federico Puga Borne, Octavio Maira, Alejandro del Río, Lucio Córdova, Pedro Lautaro Ferrer y los citados Corbalán Melgarejo, González Cortés, José Santos Salas y Gregorio Amunátegui, entre otros. Asimismo, a través del decreto con fuerza de Ley Nº 2.101 del 31 de diciembre de 1927 y de la Ley Nº 5.115 de abril de 1932 se terminó con la autonomía de las juntas de beneficencia. La intervención del Estado transformó las antiguas instituciones de caridad y filantropía en una repartición fiscal, otorgando una gran influencia a los médicos. De la beneficencia caritativa se pasaba a un régimen de asistencia social: heredera moderna de la caridad. Incluso, las antiguas juntas de beneficencia dejaron de ser personas jurídicas de derecho privado perdiendo así buena parte de su capacidad para captar erogaciones caritativas. Mientras tanto, el Estado y los médicos intentaban hacerse cargo de la salud y la muerte de la población con el objetivo de neutralizar el conflicto social latente y suspender una revolución social que, con el ejemplo de la revolución rusa, parecía inminente. La medicalización de la sociedad: el rol de los médicos La medicina científica se había desarrollado escasamente en Chile hasta los primeros años de la República. En este contexto, hacia 1826 el médico irlandés Guillermo Blest, escribió un artículo sobre el estado de la ciencia médica en el país. con el objeto de hacer ver el despreciable estado en que se halla la educación médica

en el país, y llamar la atención del público sobre un asunto tan importante (27).

A juicio de Blest, nada se había descuidado tanto en este país como la educación médica, pues no existía un solo establecimiento para su enseñanza. Cualquier persona que por algún tiempo asista (a) los hospitales de esta ciudad puede presentarse a un examen de su aptitud para ser practicante de medicina. Un barbero cualesquiera renunciando a su humilde profesión y trabajo se dedique a la asistencia de un hospital: que aprenda de memoria algunas frases médicas: lea las páginas de algún escritor antiguo, que se le enseñe que los pulmones están en el tórax, los intestinos en el abdomen,…, …¿Y será creíble que haya quien considere que semejante estudio puede calificar a un individuo para el importante cargo de facultativo en medicina? (27).

Entre las causas del abandono de la profesión médica señalaba: “la opinión tan generalizada de que los médicos no merecen aún hoy día, ocupar un puesto distinguido en la sociedad”. Opinión que, según Blest, estaba en completa oposición con las ideas que tenía la ciencia moderna en Europa. Otra causa señalada por el médico irlandés fue el escaso sueldo que recibían los médicos por el ejercicio de su profesión, el cual además era fijado por la autoridad. Las indicaciones de Blest debieron esperar hasta 1833 para hacerse efectivas. Ese año, con la idea de promover el estudio de las ciencias médicas en el país, que aunque reconocidas en todas las naciones del mundo como de primera necesidad para la conservación de la vida ha sido descuidado en Chile,

el Gobierno creó en el Instituto Nacional y en el hospital San Juan de Dios un curso de ciencias médicas que duraba seis años (28). En consecuencia, una de las características de la organización de la medicina en las primeras décadas del siglo XIX era la escasa relevancia de los “médicos científicos”. Además de su reducido número, no tenía importancia

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en las decisiones que se tomaban respecto de la salud pública, encontrándose subordinados a las juntas de beneficencia y a las órdenes religiosas que administraban el funcionamiento interno de los hospitales. Junto a las órdenes religiosas existían además curanderos, charlatanes, hechiceros, machis, barberos y sangradores o flebótomos. No obstante, paulatinamente, los médicos europeos avecindados en Chile ejercieron una fuerte influencia en el desarrollo de las ciencias médicas de Chile. Durante la primera mitad del siglo XIX puede señalarse que los principales fueron: Guillermo Blest (1800-1884), Nataniel Cox (1785-1869), Lorenzo Sazié (1807-1865), Julio Lafargue (1803-1850), Manuel Julián Grajales (1780-1855) y Juan Miquel (1792-1866) (29). En este sentido, inaugurada la Universidad de Chile en 1842, se incorporaron de inmediato los estudios médicos a su programa, los cuales fueron despertando un creciente interés. Casi diez años más tarde, en 1853, alcanzaron solamente a los 17 todos los alumnos de la escuela; pero al año siguiente, el 54, bajaron a 14, el 55, esa cifra no varió; pero el 56 subió a 22; el 61 alcanzó a 36, y en 1865 alcanzaron todos los cursos a 40. Desde entonces esa cifra va subiendo con extraordinaria rapidez. En 1875 87 alumnos se inscribieron en el curso del primer año de anatomía y en el año siguiente esa cifra alcanzó a 314 (30). Se produjo desde entonces un creciente aumento de los médicos en el país y de su prestigio, además de la modernización de esa profesión al asumir y practicar los postulados científicos y positivistas provenientes de Europa, especialmente Francia y Alemania. En este sentido, en 1869 se fundó la Sociedad Médica de Chile y en 1872 la Revista Médica de Chile. Ambas se convertirían en los órganos encargados de difundir y de hacer progresar la ciencia médica en el país hasta nuestros días. De este modo, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, se produjo una valoración del ejercicio de la medicina como alternativa profesional debido a la formalización de sus estudios y al carácter científico que éstos adquirieron. De este nuevo estamento que se estaba formando, el Estado sacaría la intelligentzia que necesitaba para llevar a cabo las reformas que requería el sistema de salud. Vale decir

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que fueron dos procesos convergentes que reflejaron la importancia y profundidad de los cambios producidos en la mentalidad de la sociedad chilena de entonces. Por lo tanto, con el transcurso de la centuria los médicos, influenciados por los adelantos en el conocimiento científico proveniente de Europa, comenzaron a exigir y obtener paulatinamente un mayor protagonismo y poder en las decisiones y políticas que se debían tomar respecto de la salud de la población chilena. En este sentido fue fundamental el esfuerzo realizado para enviar a jóvenes estudiantes de medicina a Europa y traer profesores europeos a enseñar las ciencias médicas a nuestro país. Esta situación implicó un verdadero auge en el desarrollo científico de la medicina nacional al amparo del positivismo europeo que ejerció una influencia constante en la formación de nuestros médicos. Se estaba en un proceso de cambio de una medicina colonial a una medicina científica con formato y mentalidad europea que valoraba el conocimiento positivo como parte del progreso de la medicina. En esta perspectiva entre 1891 y 1925 se produjo el nacimiento formal de las ciencias biológicas y médicas en el país con la organización y establecimiento de los primeros laboratorios especializados en ciencias básicas, que fueron fundamentales en el desarrollo del positivismo científico de la medicina chilena (31). Destacan en este período por su aporte en la formación de médicos en el país, entre otros, Vicente Izquierdo (histología), Juan Noé (zoología médica), Francisco Puelma y Aureliano Oyarzún (anatomía patológica), Teodoro Muhm (fisiología), Lucas Sierra (cirugía), Augusto Orrego Luco (enfermedades mentales). Por otra parte, desde entonces, muchos de los médicos pioneros y fundadores de la medicina científico-positivista nacional tuvieron una destacada participación política, alcanzando cargos de diputados o senadores en el Congreso Nacional. Entre otros, Adolfo Murillo, José Joaquín Aguirre, Adolfo Valderrama, Augusto Orrego Luco, Francisco Puelma, Vicente Izquierdo. Posteriormente, en pleno siglo XX, tres médicos postularían a la presidencia de la República: José Santos Salas (1925), Eduardo Cruz-Coke (1946) y Salvador Allende (1952, 1958, 1964, 1970).

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En síntesis el rol y protagonismo de los médicos en la vida nacional se transformó completamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, pues, cada vez más, sus opiniones influenciaron progresivamente en la salud, la política y la sociedad chilena. En la década de 1920, los médicos se convirtieron en los artífices del Estado Benefactor, pues, como veremos, el Estado requirió de sus servicios para dirigir la organización del sistema de salud nacional. Las sociedades de socorros mutuos: la alternativa popular Una reacción desde el interior de los sectores populares al fenómeno de mortalidad y enfermedad que enfrentaba la sociedad chilena de fines de siglo XIX fue el desarrollo de distintas Sociedades de Socorros Mutuos, que se multiplicaron en las más diversas áreas urbanas del país, a partir de la segunda mitad del siglo XIX y primeras décadas del XX. Fue por supuesto una fuerza distinta a la filantropía y caridad, y a las políticas conjuntas del estamento médico y el Estado. La mutual precursora del movimiento es la “Sociedad Tipográfica de Socorros Mutuos” fundada en 1853 por la iniciativa del carpintero arquitecto Fermín Vivaceta junto al tipógrafo peruano Victorino Laynez y al tipógrafo chileno Jacinto Núñez. Por otra parte el propio Vivaceta propició la fundación de la “Sociedad de Artesanos la Unión” creada en Santiago en 1861. Desde entonces las Sociedades de Socorros Mutuos iniciaron una notable expansión. Hacia 1890 se contabilizaban alrededor de 76 sociedades de socorros mutuos, que cubrían prácticamente todo el territorio nacional, estando representadas en ellas la casi totalidad de los oficios manuales urbanos. Hacia 1912 había 428 mutuales que tenían aproximadamente 91.609 asociados. En 1923 subsistían en el país 338 sociedades mutuales con un total de 98.237 socios (32). En los “socorros mutuos” grupos de obreros y artesanos (con exclusión de peones y sirvientes domésticos) se unían y conformaban sociedades con estatutos, reglamentos y personalidad jurídica, con el objetivo de asistirse mutuamente en la enfermedad, la vejez, la muerte y la desgracia. Estas sociedades comunitarias,

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que subsistieron por más de cincuenta años, se sustentaron sobre la base del ahorro común que debía realizar cada uno de los miembros que participaban en la sociedad. En un comienzo las mutuales evitaron cuidadosa y deliberadamente criticar las relaciones laborales o a los patrones. En este sentido y para no dividirse, tampoco participaban como sociedad mutual en actividades políticas aun cuando sus miembros lo podían hacer individualmente. Por otro lado, las sociedades de socorros mutuos cumplieron un rol de sociabilidad popular puesto que generalmente los participantes contaron con una sede y algunos recursos que les permitieron desarrollar actividades recreativas y culturales. En este contexto adquirió importancia la instrucción y el adelanto moral de los miembros asociados. Con estos objetivos las sociedades fundaron escuelas y bibliotecas y desarrollaron conferencias, filarmónicas y exposiciones educativas en beneficio de sus integrantes. Por ejemplo, la Sociedad de Socorros Mutuos La Unión, fundada por Vivaceta, tenía, a principios del siglo XX, 500 socios y varios aspirantes a serlo. Los recursos aportados por los socios habían permitido a esta sociedad atención médica consistente en 11 facultativos, 20 boticas subvencionadas, subsidios por enfermedad aguda o crónica; otros subsidios para financiar baños termales o descansos campestres; montepíos, mausoleo, biblioteca y la mantención de la escuela nocturna Fermín Vivaceta que tenía alrededor de 11 matriculados. Con todo, a pesar de su amplia cobertura de acción, como hemos visto estas sociedades fueron insuficientes para asumir los requerimientos de salud de la población obrera y artesana del país. En la década de 1920 la importancia y desarrollo de estas sociedades fueron desplazados por la creciente expansión de los sistemas e instituciones de salud administradas por el Estado y sus técnicos: el estamento médico. La Ley Nº 4.054 de Seguro Obrero Obligatorio, de 1924, cubrió a los obreros contra los riesgos de invalidez y ante la vejez y muerte, a través de un financiamiento tripartito, es decir de la deducción del salario obrero, los aportes del contratista y el Estado. Con ello se impidieron las organizaciones solidarias surgidas desde el interior de la clase obrera y artesana.

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Paralelamente los propios obreros estaban en pugna sobre la capacidad de estas organizaciones obreras. Muchos presionaban por la modificación de carácter de las mutuales como organizaciones de solidaridad a organizaciones de acción política sindical, cuya presión estaba orientada directamente hacia la lucha contra el patrón. En suma, las mutuales se desarticularon tanto por la acción del Estado como por los conflictos ideológicos internos que surgieron sobre la forma de enfrentar los problemas que afectaban a las clases populares.

II. EL ESTADO BENEFACTOR Y LAS POLÍTICAS DE SALUD PÚBLICA EN CHILE El Estado y la organización de la salud: los ministerios, las cajas de previsión social y el servicio nacional de salud. En octubre de 1924 se decretó la creación del Ministerio de Higiene, Asistencia, Trabajo y Previsión Social (1924-1927). Mediante este Ministerio los médicos lograban una de sus más trascendentales aspiraciones: el carácter técnico de la dirección superior de la salud pública y la unidad de los servicios médico-asistenciales del país. Posteriormente esta repartición del Estado tuvo diversas reorganizaciones, lo cual se refleja en los cambios de nombre del ministerio. En este sentido se le llamó Ministerio de Bienestar Social (1927-1932), Ministerio de Salubridad (1932-1936), Ministerio de Salubridad, Previsión y Asistencia Social (1936-1953) y finalmente Ministerio de Salud. Por otra parte, en 1925 se modificó el Código Sanitario. Todos estos cambios en la conformación del sistema de salud nacional implicaron el surgimiento del denominado Estado Benefactor (33). Ello se ve reflejado en la Constitución de 1925 que indicaba que el Estado asume la responsabilidad de garantizar el libre e igualitario acceso a las acciones de promoción, protección y recuperación de la salud y de rehabilitación del individuo.

A juicio de Alejandro del Río, destacado médico del período,

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la Constitución de 1925 marca un manifiesto progreso y nos señala los rumbos de la acción del Estado Moderno en las materias que nos ocupan. Sus preceptos pertinentes debemos considerarlos como guía y mandato para la revisión de nuestras leyes relativas a la vida, salud y bienestar de nuestra población (34).

Del Río señalaba, asimismo, su percepción de la situación de salud pública seis años después de las reformas. Lo infructuoso de la planificación del sector seguía siendo una preocupación fundamental; Es para nosotros de suma importancia definir los factores que trabajan en nuestra contra, que han determinado nuestra penosa –por no decir vergonzosa– situación demográfica de la cual necesitamos salir a toda costa y que sigue actuando en detrimento de nuestro porvenir como nación (35).

Finalmente, del Río expresaba que era indispensable crear una escuela de higienistas y desarrollar una serie de medidas médico-preventivas contra la propagación de epidemias derivadas de la falta de higiene social.

Su objetivo era implementar un plan de “profilaxis” médica en el ámbito nacional, las evidencias científicas habían establecido una serie de normas higiénicas que permitían la prevención y control de algunas epidemias y enfermedades. El positivismo, en todo su esplendor, estimaba que las ciencias médicas podían llegar a detener las epidemias y otras enfermedades sociales. De este modo, a través del Estado de Bienestar la clase médica comenzó a intervenir en los problemas sociales originados por la salubridad e higiene pública. En este contexto, a juicio de la historiadora María Angélica Illanes, los inicios de la medicina social chilena fueron marcados por una tremenda alienación: definirse a sí mismo por las condiciones de vida y trabajo del pueblo y no poder influir directamente sobre ello (36).

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En el fondo, las leyes e instituciones creadas no apuntaban a la causa de los problemas. Además tampoco tenían la capacidad, eficiencia y recursos necesarios para influir directamente en los problemas de salud pública que más bien se relacionaban con las condiciones de vida en que se desenvolvía la población. Asimismo, en muchos casos había duplicidad de funciones entre los distintos organismos estatales que se fueron fundando, lo que hacía ineficiente el sistema (por ejemplo, las municipalidades tenían funciones parecidas a la Dirección de Sanidad). En este sentido, el Estado de Bienestar fue generando una enorme burocracia en el sistema de salud, la cual se vio reflejada en el notable aumento del presupuesto y del número de funcionarios que trabajaban en el Ministerio de Salubridad. En consecuencia, hacia 1935, los indicadores de salud no habían mejorado significativamente a pesar de 10 años de funcionamiento de las grandes reformas de las políticas de salud pública. Lo anterior motivó la implementación de nuevas acciones y políticas públicas. En 1937, Arturo Alessandri y su Ministro Cruz-Coke enviaron al parlamento dos proyectos de ley en los que se reconocía el fracaso de los intentos por disminuir la morbilidad generalizada de la población chilena. El Dr. Eduardo Cruz-Coke, en su calidad de Ministro de Salubridad, contestaba las críticas a su proyecto de medicina preventiva indicando, a los que pedían que el gobierno encarara, primero, el problema de las condiciones de vida de la población, que el país era pobre y que no disponía de fondos ilimitados para realizar todas las obras que se pudieren desear. En este contexto, indicaba que una política de salubridad debía hacer uso de lo posible y considerar la economía de la nación. En este contexto, las leyes Nº  6.174 de Medicina Preventiva, y Nº 6.236 de Madre y Niño, aprobadas en 1938, legislaron con el propósito de realizar exámenes de salud sistemáticos a los trabajadores y proteger a madres y niños de las dificultades del parto. Asimismo, en 1942, se creó la Dirección General de Protección a la Infancia y Adolescencia, conocida como PROTINFA, con el objetivo de agrupar en una sola instancia todas las instituciones fiscales y semifiscales que resguardaban la salud de niños

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y adolescentes. Ese mismo año, mediante el DFL 32/1552, se creó el Servicio Médico Nacional de Empleados (SERMENA) destinado principalmente a prestar servicios preventivos a los afiliados a la Caja de Previsión de Empleados Públicos (CANAEMPU) y Caja de Empleados Particulares (EMPART), que padecían de tuberculosis, enfermedades venéreas, cáncer y patologías cardiovasculares. Las cajas de previsión social Como se ha señalado, en 1924 se promulgó la Ley N°  4.054 de Seguro Obrero Obligatorio, de alto contenido médico social y base de la legislación previsional posterior. El seguro cubría riesgos de invalidez, vejez y muerte, así como beneficios asistenciales de salud para obreros, artesanos, campesinos, servidumbre doméstica y familiares. El financiamiento de estos programas se debía hacer en forma tripartita: deducciones de los salarios de los obreros, aportes patronales y financiamiento estatal. La cobertura establecida por esta ley fue una de sus debilidades puesto que limitaba sus beneficios sólo a los obreros, dejando a los empleados y profesionales a voluntad de su ahorro privado. En este sentido, los trabajadores que no pertenecían al sector obrero comenzaron a demandar los beneficios de la seguridad social, creándose finalmente organizaciones para diferentes empleadores denominadas “Cajas de Previsión”. Entre 1924 y 1936 surgieron 41 instituciones de previsión social. Entre las más importantes se cuentan la Caja de Previsión de Trabajadores y Empleados de los Ferrocarriles del Estado (1924), Caja de Previsión de los Empleados Particulares (1925), Caja de Empleados Públicos y Periodistas (1930), Caja de Previsión de la Marina Mercante Nacional (1937). El total de imponentes de todas las cajas alcanzaba a 1.160.796 personas en 1936, de los cuales 800.000 estaban afiliados a la Caja de Seguro Obrero y 32.000 a la Caja Nacional de Empleados Públicos (37). A través de todas estas instituciones del Estado de Bienestar se generó una maraña institucional, administrativa y financiera de difícil manejo. Por ejemplo, un obrero tuberculoso asegurado en la Caja, con esposa y cuatro hijos, sería diagnosticado en la Caja, internado en un hospital de la beneficencia, la madre sería

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atendida en el servicio sanitario y los niños en el servicio de protección a la infancia y adolescencia. El Servicio Nacional de Salud (SNS) Un hito en el desarrollo histórico del sistema de salud nacional fue la creación del Servicio Nacional de Salud (SNS) a través de la Ley Nº 10.383, en 1952, impulsada por el senador Salvador Allende y el Ministro de Salud, Jorge Mardones. En el SNS se fusionaron las entidades de la Beneficencia, la Caja de Seguro Obrero, la Dirección General de Protección a la Infancia y Adolescencia, el Servicio Médico de Municipalidades, la Sección de Accidentes del Trabajo del Ministerio del Trabajo y el Instituto Bacteriológico. El SNS integró y desarrolló las actividades de los organismos fusionados y elaboró programas de protección del indigente y su familia. En este contexto, el SNS y el SERMENA se constituyeron en los pilares fundamentales de la medicina social chilena. En 1958, surgieron las Mutuales de Seguridad, que al igual que las mutuales de principios de siglo, eran entidades gremiales, no lucrativas, basadas en el principio de solidaridad, que mediante un contrato de seguro daban seguridad a sus afiliados contra los riesgos laborales. En 1968, la Ley Nº 16.774 de Accidentes del Trabajo y Enfermedades consolidó esta estrategia para lograr los beneficios del sistema de salud. Esta Ley dio a las Mutuales de Seguridad el derecho a captar fondos y a organizar y administrar un mecanismo de atención integral en accidentes del trabajo. Este sistema ha tenido un fuerte crecimiento en nuestro país y en 1988 contaba con 37.000 empresas afiliadas y 1.400.000 trabajadores perteneciendo al sistema. Ese mismo año se dictó la Ley Nº 16.781 de Medicina Curativa que, sobre la base del antiguo SERMENA, estableció un sistema de libre elección para los empleados públicos, privados, activos y pensionados, junto a sus familias. El proceso de “medicalización” de la sociedad chilena estaba en todo su esplendor. El sistema de salud nacional contaba con variados agentes, servicios, mecanismos y normativas; lograba una amplia cobertura tanto poblacional como de acciones de salud;

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materializaba una importante participación del Estado y del estamento médico. Al analizar los resultados del modelo SNS después de tres décadas de funcionamiento, se observan sus logros en el desarrollo de la salud de la población, particularmente en las áreas materno-infantil y de las enfermedades infecciosas transmisibles, que eran los indicadores de mortalidad más altos del pasado. Como se muestra en la Tabla 2 (ver pág. siguiente), las tasas de mortalidad disminuyeron significativamente entre 1945 y 1970, de 20 a 8,9 por mil (38, 39). No obstante, según algunos autores, una de las mayores imperfecciones del sistema SNS era su condición de entidad administrativa centralizada, jerárquica e inflexible, con una dirección deficiente y reacciones lentas. Las opciones de las personas para elegir entre profesionales eran reducidas (40). En síntesis, se sugirió que la organización institucional de la salud significó pérdida de esfuerzo y dinero porque muchas veces la duplicación de servicios no hacía más que entrabar las acciones y encarecer las atenciones. En este contexto, cabe preguntarse si fue la acción del SNS la que finalmente logró mejorar los indicadores de salud en el país o bien la baja de los indicadores se debió a otras iniciativas. Nuevas orientaciones en salud pública: agua potable, alcantarillado, vivienda y alimentación complementaria Las condiciones ambientales de los asentamientos humanos en Chile hicieron prácticamente imposible la disminución de los indicadores de salud, a pesar de los enormes esfuerzos realizados por el Estado en estas materias a partir de la formación de profesionales en el ámbito de la medicina y la construcción de un sistema de salud pública basado en hospitales y dispensarios. Sin embargo, sin desconocer la importancia de la asistencia de las enfermedades, naturalmente era más efectivo atacar las causas de las enfermedades que sanar sus consecuencias; por lo tanto, era evidente la necesidad de invertir en obras de saneamiento urbano e higiene pública que en aquella época eran deplorables (41).

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Tabla 2 Tasas brutas de mortalidad general e infantil y de esperanza de vida 1900-1995 (38, 39) Esperanza de vida (años) Año

Mortalidad General*

Mortalidad Infantil** Ambos sexos

1900 1905 1910 1915 1920 1925 1930 1935 1940 1945 1950 1955 1960 1965 1970 1975 1980 1985 1990 1995

36,2 35,5 31,9 27,5 31,1 27,7 24,5 25,0 21,5 20,0 15,0 13,0 12,3 10,8 8,9 7,3 6,7 6,1 6,0 5,5

343,0 249,0 267,0 254,0 263,0 258,0 234,0 251,0 217,0 163,6 139,4 119,8 125,1 97,3 82,2 57,6 33,0 19,5 16,0 11,1

58,05 60,64 63,57 67,19 70,98 71,48 72,00

Hombres

Mujeres

30,90

32,21

39,47

41,75

40,65

43,06

54,35

59,90

58,50

64,68

* Defunciones por mil habitantes. ** Defunciones de menores de un año por mil nacidos vivos.

Todavía en 1910, El Mercurio señalaba no creemos que exista en el mundo una aglomeración humana en las condiciones más horribles que por las que atraviesa Santiago (42).

Además, muchos testimonios demuestran que la higiene personal era mínima. Incluso entre las clases pudientes. Por ejemplo, se solía escupir. De hecho había escupideros. En 1910, el doctor Valdés Canje publicó “Sinceridad. Chile Íntimo”, en el que describe algunos de los baños públicos de las ciudades de Chile. Por ejemplo, respecto de Chillán afirmaba que era “un lugar nauseabundo, a la ribera del estero de Las Toscas, que es la cloaca máxima de Chillán”. Y sobre el agua potable de esa ciudad señalaba es la más inmunda que cabe. Su toma, en el río Ñuble, está más abajo de Pinto, pueblo cuyo cementerio se extiende bordeando

poéticamente ese mismo río, el cual a veces lo arrasa y lleva consigo ataúdes y cadáveres (43).

En este contexto de higiene pública, en 1891 se dictó después de un largo debate parlamentario la Ley de Comuna Autónoma que atribuyó una serie de funciones referidas a la higiene pública: barrido de calles, impedir la acumulación de basuras, construcción de desagües, provisión de agua potable, localización de mataderos y se aprobó en 1892 la Ley Orgánica de Higiene Pública, a través de la cual se estableció el Consejo Superior de Higiene Pública. Además en 1896 se dictó una ley que hacía obligatoria la construcción de alcantarillado en las ciudades de más de cinco mil habitantes. Respecto del agua potable hasta 1880 solamente la ciudad de Santiago disponía de un sistema adecuado y moderno de provisión de este vital elemento. Desde su fundación Santiago se había abastecido de las aguas de

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la Quebrada de Ramón y, esporádicamente, de las de Vitacura. A fines de siglo, dichas fuentes no permitían satisfacer las necesidades de la capital. De ahí que se tomara la decisión, en 1893, de hacer captaciones permanentes desde Vitacura, distribuyéndose el agua, después de ser tratada, a través de cañerías que la llevaban a la ciudad. Su calidad, sin embargo, era mala y, por otra parte, resultó insuficiente para satisfacer las necesidades de una ciudad que crecía rápidamente. Por lo mismo, en 1915-1916 se iniciaron las captaciones de las aguas provenientes de Laguna Negra (44). En 1880 también se instalaron sistemas de agua potable en Valparaíso y Viña del Mar. Hacia 1915 se habían instalado 75 empresas de agua potable a lo largo del país; sin embargo, el esfuerzo era claramente insuficiente pues existían 307 municipios, es decir, al menos 232 asentamientos humanos con rango de cabecera municipal que no contaban con agua potable (45). Respecto del alcantarillado, las ciudades chilenas estaban dotadas de una red de acequias a tajo abierto por donde circulaban las aguas negras contaminadas por sus habitantes. Muchas veces la corriente no era lo suficientemente rápida para evitar que se depositaran los residuos en el fondo de las acequias. Otras veces los caudales se desbordaban inundando la ciudad. El presidente Balmaceda hizo un notable esfuerzo en tal sentido, al ser autorizado por una ley de 1888 para dotar de agua y mejorar las instalaciones a quince ciudades del país. Desde fines de siglo, por otra parte, se aprecia (gobierno de Germán Riesco) una preocupación por la construcción de alcantarillados en ciudades tales como Santiago, Concepción, Talca y otras. En 1905 se aprobó el proyecto presentado por la constructora Batignolles y Fould Cía., para dotar a Santiago con un sistema de alcantarillado, cuya primera etapa fue entregada al uso público en 1908. Sin embargo, debemos considerar que el proyecto de ingeniería se había iniciado en 1875 y estuvo listo en 1896, es decir, se construyó después de diez años de debate parlamentario sobre la aprobación de los recursos y de cuatro años de construcción (en total 31 años). Hacia 1915 sólo diez ciudades del país contaban con alcantarillado sumado a que su cobertura era bastante limitada.

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En este sentido, en el contexto internacional, desde mediados del siglo XIX se había comprobado la estrecha influencia de la construcción de alcantarillados en la disminución de las enfermedades y los índices de mortalidad. En Berlín, en 1872, la mortalidad era de 32 por mil y con la construcción del alcantarillado había bajado a 20 por mil en 1895. La mortalidad por fiebre tifoidea que era de 9 por mil había bajado a 1 por mil. En Buenos Aires la mortalidad bajó de 32 por mil a 16 por mil con la construcción de alcantarillado a fines del siglo XIX (46). En todo caso en Chile esta situación no era desconocida por los sectores dirigentes. Prueba de ello son las ya nombradas iniciativas legales que se tomaron a fines del siglo XIX. Sin embargo, aparentemente no existía plena conciencia del problema que se estaba enfrentando y de la necesidad de atacar el fondo de la situación, es decir, las condiciones ambientales de las áreas urbanas del país. Por ello los proyectos de saneamiento urbano fueron postergados, tomándose otro tipo de medidas como la construcción de hospitales a pesar de que con ello las epidemias y enfermedades no sólo no disminuían sino que tendían a aumentar. ¿Por qué se dio esta situación en Chile? Por un lado debemos señalar y comprender la profunda mentalidad religiosa de épocas pretéritas. En este contexto, todavía a principios de siglo  muchos cifraban sus esperanzas en que las oraciones podían combatir epidemias y enfermedades. Entre ellos, el propio arzobispo de Santiago, Mariano Casanova, según Valentín Letelier. Sin embargo, más fundamental es que la falta crónica de recursos de los municipios le impidió cumplir con su obligación legal de construir sistemas de agua potable y alcantarillado. Asimismo, la lentitud legislativa y la “guerrilla política” entrababan los proyectos de saneamiento en el Congreso Nacional. Por ejemplo, el Código Sanitario inició los trámites en el parlamento en 1901 y sólo en 1918 recibió sanción parlamentaria. En el caso del alcantarillado de Santiago, Gonzalo Vial (47) sostiene que la discusión que impidió el rápido despacho de las leyes que permitieron el financiamiento del proyecto se postergó, pues los congresales argumentaban que estas obras incrementaban los impuestos

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a los bienes raíces, sin considerar los gastos adicionales por conexión en que incurriría más tarde cada inmueble. Además se pensaba que el arcaico sistema de acequias no debía ser deficiente, pues se había modernizado hacía 34 años. En este contexto, muchos parlamentarios lo consideraban un gasto exagerado, superfluo, un lujo. La ceguera era colectiva si bien había algunos hombres como Pedro Montt o los médicos higienistas que sí estaban conscientes de la magnitud del problema y la urgencia de la iniciativa. Hacia 1917 el gasto en saneamiento urbano del Ministerio de Industria y Obras Públicas representaba el 14,58% del total de gastos, insignificante en relación con los caminos y los ferrocarriles que alcanzaba al 85,42% del total (48). Todavía en 1938, haciendo un balance sobre la situación de higiene de las ciudades del país, Salvador Allende indicaba que sólo un 39% de la población tenía agua potable y alcantarillado, un 5% sólo agua potable y un 56% no tenía ninguno de estos elementos básicos de higiene urbana (49). Sólo a partir de 1945 el gasto en obras de higiene ambiental se hizo cada vez más importante. Así por ejemplo en 1947 el gasto en agua potable y alcantarillado fue de 135 millones mientras que en 1951 fue de 453 millones. En torno a 1945 se generó una conciencia colectiva a nivel latinoamericano respecto de la gravedad del problema de la carencia de sistemas adecuados de agua potable y alcantarillado. En este contexto el Instituto de Asuntos Interamericanos de Washington cedió cinco millones de dólares para iniciar trabajos de saneamiento en diversas ciudades del país, lo que permitió la ejecución de 17 proyectos (50). A pesar del esfuerzo realizado, en 1959 –según la CORFO– un total de 4 millones (52% de la población; 20% de la población urbana y 80% de la población rural) no tenía agua potable. En 1963, por su parte, según MIDEPLAN, sólo el 44,8% del sector urbano contaba con agua potable y el 10,8% del sector rural; esto es, un 55,6% de la población, mientras que sólo el 21,3% de la población urbana tenía alcantarillado. De ser exactas estas estadísticas, así como las correspondientes a 1939, querrían decir que el porcentaje de población favorecida con agua potable creció sólo en un 10%, y que disminuyó el porcentaje correspondiente a la población

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dotada con alcantarillado. Esto significaría que las obras de alcantarillado y agua potable quedaron cortas ante el explosivo crecimiento urbano que se aprecia en las grandes ciudades a partir de la década de 1950. Las empresas de agua potable –esto es, la Empresa de Agua Potable de Santiago y la Dirección de Obras Sanitarias del Ministerio de Obras Públicas– carecían de recursos para financiar las nuevas necesidades que se les presentaron. Más aún, habría que decir que eran deficitarias: esto porque el precio al que vendían el agua –a $ 15 el metro cúbico en 1959– permitía cubrir menos de la cuarta parte del costo económico de ese servicio. Con empresas deficitarias, y sin fondos extraordinarios aportados por el Estado, el tema del saneamiento de las ciudades seguía sin solución. No obstante, bajo diversos programas de gobierno entre 1960 y 1990 se realizaron importantes inversiones que permitieron ampliar notablemente la cobertura de agua potable y alcantarillado en los diversos centros urbanos, lo cual coincide con el más notable descenso de las tasas de mortalidad en el país. En este contexto, otra situación que incidía en la alta mortalidad general e infantil era la habitación obrera y popular, especialmente en Santiago. A mediados del siglo XIX, producto del desencadenamiento de los procesos migratorios se originó una fuerte expansión de la ciudad de Santiago que presionó los suelos aledaños al casco urbano tradicional. En esta perspectiva se inició un lucrativo negocio que se ha denominado “arriendo a piso”, que consistía en la subdivisión de una propiedad rural ubicada junto a la ciudad y dividida en lotes por su propietario. Las familias que alquilaban debían construir sus propias viviendas. De este modo se formaron extensos rancheríos rodeando la ciudad que en aquella época se les denominaba Guangualies y que no contaban con ningún sistema de higiene, por lo cual se transformaron en lugares aptos para el desarrollo de todo tipo de enfermedades. Entre algunas de las poblaciones de ese entonces se encuentran Matadero, Pampilla, Chuchunco, Puelma, Manuel Rodríguez (51). A principios del siglo XX se inició otro proceso de desarrollo urbano que transformó la fisonomía de la ciudad y de la habitación

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popular. En la medida en que los sectores altos de la sociedad abandonaron el centro de la ciudad y se dirigieron hacia sectores periféricos como Providencia y San Miguel, los sectores bajos accedieron al arriendo de propiedades en el centro, ya sea las antiguas casonas o los conventillos especialmente construidos para tal efecto. Los conventillos consistían en dos hileras de edificación que tenían un corredor en medio y por donde corría una acequia que permitía la evacuación de los desechos humanos. Todos los testimonios acerca de los conventillos son lapidarios en cuanto a sus condiciones de higiene. Hacia 1952 alrededor de 500.000 individuos vivían en conventillos, es decir, el 29,2% de la población de Santiago. En este marco de ocupación legal del suelo urbano, la ocupación ilegal sólo había sido tolerada cuando los bienes raíces tomados no eran privados y más bien correspondían a bienes nacionales de uso público como las riberas de los ríos. Muchos de los rancheríos ilegales surgieron en las riberas del Mapocho y el Zanjón de la Aguada. A pesar de la aprobación de la Ley de Habitaciones Obreras de 1906 y la profusa legislación aprobada entre 1925 y 1940 el problema de la vivienda siguió siendo un drama nacional irresoluble. La situación se hizo cada vez más crítica. El modelo de desarrollo de sustitución de importaciones originaba una economía industrial urbana que intensificó los procesos de concentración de población en Santiago, favorecidos por el progreso en los transportes y en las comunicaciones. Santiago tenía en 1940 una población de 952.075, mientras que en 1970 alcanzó los 2.730.895 habitantes (52). En consecuencia, oleadas de inmigrantes comenzaron a instalarse en sitios eriazos alrededor de Santiago. Se iniciaría entonces un nuevo proceso de ocupación de terrenos urbanos: las tomas, las cuales se caracterizaron por su carácter ilegal. En las tomas un grupo numeroso de personas previamente concertadas ingresaban a un terreno donde construían viviendas precarias que les permitían tomar posesión de los terrenos. El movimiento de tomas de terrenos se desarrolló cada vez con mayor intensidad. En 1952 vivían en poblaciones callampas 75.000 personas, es decir, el 6,25% del total de habitantes de Santiago, mientras que en 1973 vivían en este tipo de asentamientos

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aproximadamente 500.000 personas, esto es el 18% del total de población de Santiago (53). Para contrarrestar las tomas y las condiciones higiénicas en que se encontraban estos “asentamientos espontáneos”, el gobierno de la Democracia Cristiana (1964-1970) inició la “operación sitio” que consistió en llevar a los pobladores a lugares dotados de urbanización básica, fomentando asimismo la autoconstrucción a través de créditos. No obstante, los programas no tenían la cobertura adecuada, pues las tomas de terrenos se sucedieron cada vez con mayor intensidad y muchas veces en medio de gran violencia. Entre las tomas célebres se encuentra la toma de la chacra La Feria en San Miguel que dio origen a la población La Victoria (30/10/54). Contó con la participación de unas 15.000 personas, fue incitada por el partido comunista y no tuvo un carácter violento. Distinta fue la toma de la chacra Santa Corina que dio origen a la población Herminda de la Victoria. En esta toma participaron 360 familias que debieron enfrentarse con la policía que intentó sacarlos del sitio. Como resultado una niña muerta dio origen al nombre de la población. Más violenta aún fue la toma que dio origen a la población Violeta Parra en Barrancas, en la que 5.000 pobladores se enfrentaron contra policías y bombas lacrimógenas en una verdadera batalla campal. El hecho más grave ocurrió en Puerto Montt donde la toma de unos terrenos originó una terrible masacre de pobladores sin casa. En estas circunstancias, los pobladores adquirieron lemas como “casa o muerte” o “de la toma del sitio a la toma del poder”. Los partidos políticos de izquierda comenzaron a dirigir el movimiento. El Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) plasmó el concepto de campamento, en los que se intentó fundar un poder popular basado en pequeñas comunidades revolucionarias con organización propia. Nacieron así los campamentos Nueva La Habana, Unidad Popular y Lenin. En 1970 se realizaron más de cien tomas de sitios. Un dirigente señalaba que había dirigido más de 85 tomas. Este movimiento en que se centró parte de las luchas sociales de los sesenta naturalmente se realizó al margen de la planificación urbana. A partir de 1973 los militares detuvieron completamente las tomas de terreno. En este

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sentido, su política habitacional logró imponerse sobre otras formas de ocupación como eran las tomas ilegales, que habían predominado en el pasado sobre cualquier tipo de política en vivienda. El gran logro del subsidio habitacional ha sido llegar efectivamente a los sectores más desposeídos con una vivienda dotada de agua potable y alcantarillado, lo que ha permitido seguir disminuyendo de forma notable los índices de mortalidad en el país, tanto que en 1990 Chile era superado en el ámbito latinoamericano sólo por Cuba y Costa Rica, increíble si pensamos que hacia 1950 éramos uno de los países con índices más negativos del continente. No obstante, todavía quedan muchos aspectos que mejorar en la política habitacional del país. Más que ciudad se construyen viviendas. Entendidos en la materia han señalado que hay mucho descontento e insatisfacción con la vivienda recibida. Además se ha desarrollado una ciudad segregada y formada por verdaderos guetos que dividen claramente los barrios pobres de la capital. Se ha señalado asimismo que el tipo de solución no ha sido bueno, tampoco la calidad de la construcción y del entorno en que se emplaza. Los tamaños de los terrenos y las casas son mínimos e impiden sociabilizar al interior de la vivienda. Faltan espacios públicos, áreas verdes, plazas y faltan también centros comunales de equipamiento, servicios y trabajo (54). Respecto de la alimentación y nutrición es difícil realizar un análisis preciso por la escasez de datos generalizables y comparables en el largo tiempo. Sin embargo diversos estudios han planteado que las deficiencias nutricionales son la causa básica o asociada más frecuente en la mortalidad de niños menores de cinco años. En este contexto, entonces, se considera a los programas de alimentación complementaria como políticas u orientaciones asociadas al descenso de la mortalidad en Chile. Desde inicios del siglo XX existieron iniciativas de intervención nutricional en nuestro país. En esta dirección, de acuerdo con el espíritu de caridad predominante se estableció el Patronato Nacional de la Infancia que promovió las denominadas Gotas de Leche en el país. Por otra parte, la Ley 4.054 de Seguro Obrero Obligatorio estableció la distribución de leche a los hijos de obreros menores de dos años.

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Sin embargo, el paso decisivo se dio a partir del establecimiento del Servicio Nacional de Salud en 1952 que implementó con la participación de los primeros pediatras un programa de alimentación complementaria dirigido a embarazadas, nodrizas y lactantes. En esta perspectiva, se fundaron los Consejos de Alimentación y en 1954 se creó el Programa Nacional de Alimentación Complementaria (PNAC) cuyo objetivo fue ampliar la cobertura de los programas de alimentación existentes a la fecha. Ese año se asignaron 14 mil toneladas de leche y en 1967 se alcanzaron a distribuir 20 mil toneladas. En este contexto, el Gobierno de la Unidad Popular tenía como lema electoral otorgar medio litro de leche al día para cada niño chileno y en 1971 amplió la cobertura del programa a niños menores de 15 años, distribuyéndose ese año la cifra récord de 47 mil toneladas (55). A partir de 1974, como consecuencia de la crisis económica del país y de los esfuerzos realizados por reducir el gasto público se disminuyó la cobertura del PNAC a los niños menores de un año. Sin embargo, al focalizar el programa en el primer año de vida se han obtenido buenos resultados, pues se ha reducido de manera importante la mortalidad de menores de un año, quienes son los que se encuentran con mayor riesgo Los indicadores de salud: mortalidad general, infantil y esperanza de vida Para realizar el análisis de los indicadores de salud en primer término anotaremos las tasas brutas de mortalidad general e infantil y de esperanza de vida para el período 1900-1995 (Tabla 2). Observando las tasas anotadas se puede establecer que en el período 1900 y 1920 no se observan avances significativos, pues la tasa de mortalidad general se mantiene sobre los 30 por mil, quedando en evidencia que la política de salud puesta en práctica en el siglo XIX y primeras dos décadas de este siglo (más hospitales, más médicos y personal paramédico, más vacunas, más centralización, códigos sanitarios, etc.) no provocó los cambios esperados. A partir de la década de 1930 se observa un retroceso del índice de mortalidad. De 31,1 en 1920, bajará a 24,5 en 1930 y a 20,0 en 1945 y 15 en 1950. Así, con la introducción de las sulfas y la penicilina en los

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años cuarenta disminuyeron notablemente las cifras de mortalidad en el país. Ahora bien, para dar su debida significación a ese hecho conviene comparar el índice de mortalidad de Chile con el del resto de los países americanos. El índice nacional, que en 1949 alcanzaba a 18,1, era superior al de casi todos los países. Así, Bolivia tenía en 1945 un índice de 12,8 y Paraguay un 9,3; Argentina en 1946 un 9,4 y Colombia un 15,6 y, en 1947, Canadá un 9,4, Costa Rica 13,9, Ecuador 16,1, Estados Unidos 10,1, Guatemala 17,4, México 16,3, Nicaragua 10,9, Panamá 9,1, Perú 11,2, República Dominicana 10,5, El Salvador 15,0 y Venezuela 13,9 (56). En comparación con los índices indicados los avances de nuestro país parecen pobres, lo que tal vez obedezca al hecho de que los anteriores eran resultado del suministro de sulfas y penicilina a la población, así como de las atenciones de salud, pero no del mejoramiento material de las ciudades y de la calidad de vida, que era el fondo del problema. Lo anterior confirma la hipótesis de que en nuestro país parece evidente que la urbanización deficiente influyó negativamente en las tasas de mortalidad. Así, la mortalidad en algunas ciudades fue siempre superior a la media nacional. En 1920, por ejemplo, la mortalidad en Santiago llegaba a 35 por mil habitantes, en circunstancia que en todo el país el índice era 31,1. Pensamos que este análisis vale también para el indicador Mortalidad Infantil que también mejora sustancialmente a partir del progresivo saneamiento de las ciudades ocurrido después de 1950.

III. EL SISTEMA DE SALUD CHILENO A PARTIR DE 1973 Descentralización del sistema de salud nacional El Gobierno Militar (1973-1990), como parte de un amplio plan de desestatización, realizó profundas transformaciones al sistema de salud nacional generado por el “Estado Benefactor”. Los principales efectos buscados por las políticas de salud fueron la reducción del gasto público en salud, la focalización de subsidios para los sectores de menores recursos, el aumento de la eficiencia y la capacidad de respuesta del sistema de salud a las necesidades de la po-

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blación y la privatización, en lo posible, de la oferta de atenciones en salud. En 1979, mediante el Decreto Ley Nº 2.763, se definió la reorganización del Ministerio de Salud, fusionando el SNS y el SERMENA y originando un Sistema Nacional de Servicios de Salud (SNSS) que estaba compuesto por los siguientes organismos: los Servicios de Salud en el que radicó la función operativa, el Fondo Nacional de Salud (FONASA) al que se asignó la función financiera, además de la Central de Abastecimientos y el Instituto de Salud Pública. Atención primaria y municipalización de los consultorios En 1977 el Ministerio de Salud optó explícitamente por privilegiar el nivel primario de atención de salud y reorientar los recursos del Estado hacia programas relacionados a este nivel. Como parte de esta política, en 1980 se inició la municipalización de los Consultorios de Atención Primaria, donde se orientaron los mayores recursos. La decisión de enfatizar la atención primaria por sobre los otros niveles de atención ha generado una demanda por atención secundaria que no ha podido ser satisfecha por su mayor complejidad e incluso por no estar disponible en el sector público, a pesar que atiende a más del 70% de la población. Otro problema que se ha presentado es la dificultad para financiar los consultorios localizados en las municipalidades con menores recursos, que no cuentan con el financiamiento adecuado para atender las necesidades de atención de su población: los pacientes deben madrugar para obtener un número que les permitirá ser atendidos. No obstante, la idea de traspasar las atenciones menores a los consultorios y con ello acercar la atención primaria a las personas ha dado mayor eficiencia y capacidad de reacción de las prestaciones médicas del sistema de salud. El sector privado y el establecimiento de las ISAPRES En el contexto de un amplio plan de reformas en el sistema económico y en el funcionamiento del

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Estado que se ha denominado Modernización, en 1981 se crearon las Instituciones de Salud Previsional (ISAPRES), entidades privadas que con sistemas de libre elección otorgan prestaciones y beneficios de salud a sus afiliados. Las opiniones acerca del nuevo sistema de salud han sido bastante críticas desde sus orígenes, en especial del estamento médico, representado por sus organizaciones gremiales y académicas. A partir de 1984 se inició una polémica intensa sobre el deterioro de la atención médica en los hospitales públicos, la falta de inversión en la renovación del equipamiento y la tecnología. El debate sobre los hospitales y su deterioro se agudizó con posterioridad a una situación de desastre como fue el terremoto de 1985. Entre las organizaciones gremiales que manifestaron su preocupación por el sistema de salud nacional estaba la Sociedad Médica de Santiago, agrupación científica fundada en 1872. En una carta fechada el 10 de julio de 1985, expresaba al Ministro de Salud “la honda preocupación que les produce el deterioro progresivo que se percibe en el sistema hospitalario chileno” (57). Las polémicas en torno al nuevo sistema de salud nacional El sistema ha tenido un fuerte impacto sobre la equidad en el acceso a sus beneficios, puesto que ha segmentado la sociedad en dos sectores claramente diferenciados por el nivel de gasto per cápita en salud (cuatro veces superior el privado) y por el número de atenciones promedio por beneficiario. Según algunos autores, el proceso de municipalización ha desarticulado el sistema de salud al separar los distintos niveles de atención, ha causado una fuerte heterogeneidad en desmedro de los establecimientos de las comunas más pobres y ha provocado una alta rotación e insatisfacción del personal. El vacío generado en el sistema hospitalario público debido al fuerte deterioro de su infraestructura, la falta de recursos para gastos operacionales, la presencia de colas de espera y los problemas de administración, fue aprovechado por las ISAPRES, que tuvieron un importante crecimiento en el período, pero sólo en los estratos altos de la población.

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En 1991, dado el volumen de los recursos que manejaban y el impacto que habían tenido sobre el desarrollo del sector privado de salud, se creó, a través de la Ley Nº 18.933, la Superintendencia de ISAPRES, organismo de seguimiento y fiscalización de las ISAPRES. El tema del sistema de salud nacional ha seguido siendo una de las mayores debilidades del actual modelo económico, puesto que solo el 30% de la población tiene acceso a los mejores servicios del sector privado. En agosto de 1995, el ejecutivo, tras tres años de discusión parlamentaria, introdujo nuevas indicaciones a la Ley que rige al sector. El debate público sobre las ISAPRES se ha situado en el diseño de una fórmula que permita alcanzar mayor transparencia en la entrega de información y en los contratos, además de mayor cobertura para la edad adulta y para las enfermedades catastróficas. A principios de 1996, dos temas que preocupaban en forma recurrente eran, por una parte, las alzas en las tarifas aplicadas por las diversas ISAPRES y, por otra, la baja captación de usuarios del sistema privado durante 1995, con un incremento de un 2,5% que contrasta con el 18% promedio de los últimos 10 años. En 1998 se polemizó en torno a la solicitud de dejar cheques en garantía al momento ingresar a una clínica y la negativa de las ISAPRES a responder por las licencias médicas. Paradójicamente, a pesar del desmantelamiento del sistema de salud público, como se ha señalado, en las últimas décadas se observa una mejoría notable en los niveles de salud de la población chilena. Así, los índices de mortalidad han seguido descendiendo y Chile es actualmente uno de los países con mejores índices en el contexto latinoamericano. La causa más importante de las variaciones observadas en las tasas de mortalidad es la significativa reducción en la prevalencia de enfermedades infecciosas y parasíticas, las cuales están relacionadas directamente con la provisión de agua potable, saneamiento y mejoría en condiciones de vida generales (58).

IV. CONCLUSIÓN Quedan en evidencia, entonces, los múltiples esfuerzos que nuestros antepasados realizaron

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para incrementar los niveles de salud de la población chilena. También los errores cometidos en la implementación de políticas y estrategias para conseguir tales objetivos. Fue en realidad, y como hemos intentado demostrar en estas páginas, una lección que, como país, nos demoramos más de cien años en aprender y construir. No obstante, a pesar de los desaciertos, el mejoramiento de la salud de la población chilena es evidente. Para los siguientes años queda el desafío de enfrentar la nueva e ingente problemática que, tal como antaño, pone en juego el nivel y calidad de vida de los ciudadanos, especialmente de los más necesitados y marginados. Así hoy, y en consonancia histórica con lo relatado, puede vislumbrarse cómo las condiciones y el entorno siguen ocupando un lugar preponderante en la generación de las patologías que más afectan a las comunidades, a saber –y una vez resueltas las enfermedades infectocontagiosas y de carácter nutricional–, todo el ámbito de las enfermedades crónicas no transmisibles, en especial los trastornos mentales y el cáncer. A la luz de esto queda el imperativo de generar una cultura y un modo de vivir que consideren no sólo aspectos básicos de higiene, sino elementos centrales para el restablecimiento de los diferentes equilibrios perdidos. A este respecto, el contar en nuestras ciudades con mayores espacios de áreas verdes, zonas de recreación, de la interacción y encuentro personal, así como el establecimiento de políticas efectivas de control de los diferentes y progresivos contaminantes (atmosféricos, acústicos, visuales, etc.), la reorientación definitiva de los estilos de vida individuales (lejos del sedentarismo, la mala-sobre-alimentación, el consumo de sustancias y actitudes evasivas-ansiosas) aparecen como el verdadero equivalente de la “necesidad de alcantarillado de principios del siglo XX” para el enfrentamiento radical –esto es, atendiendo la causalidad– del patrón mórbido actual. Como ha quedado demostrado en múltiples investigaciones y experiencias mundiales, la “simple” organización de mecanismos de enfrentamiento de la enfermedad siempre dará cuenta del verdadero fracaso del sistema sanitario al llegar muy a destiempo –y con costos que se incrementan en forma exponencial– ante procesos de salud-enfermedad que pudieran haberse manejado con clara mayor

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eficiencia en atención a los diferentes factores expuestos. NOTAS Y REFERENCIAS 1. Anuario estadístico de la República de Chile, 1848-1858. Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1859. 2. Anuario estadístico de la República de Chile, 1861-1862, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1863. 3. Anuario estadístico de la República de Chile, 1862-1866, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1867. 4. Anuario estadístico de la República de Chile, 1866-1871, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1872. 5. Anuario estadístico de la República de Chile, 1871-1874, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1875. 6. Anuario estadístico de la República de Chile, 1874-1877. Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1876. 7. Anuario estadístico de la República de Chile, 1877-1878, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1879. 8. Anuario estadístico de la República de Chile, 1878-1883, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1884. 9. Anuario estadístico de la República de Chile, 1883-1885, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1886. 10. Anuario estadístico de la República de Chile, 1885-1888 Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1889. 11. Anuario estadístico de la República de Chile, 1888-1909, Imprenta Nacional, Santiago de Chile, 1910. 12. Statistical yearbook of the League of Nations (1944). http://www.library.northwestern.edu/ govinfo/collections/league/stat.html 13. CORFO. Geografía Económica de Chile. Editorial Universitaria, Santiago de Chile 1950, Tomo II, pág. 141. 14. Vial G. Historia de Chile (1891-1973). Editorial Zig-Zag, Santiago de Chile, 1981, Vol. I, Tomo II, pág. 536. 15. Salinas R. Salud, ideología y desarrollo social en Chile. Cuadernos de Historia 1983: Nº 3: 99-126.

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E. Laval R. / Docencia y atención pediátrica en Chile: el Dr. Roberto del Río

177 An. chil. hist. med. 2007; 17: 177-182

La iniciación de la docencia y atención pediátrica en Chile. El profesor doctor Roberto del Río y el Hospital Clínico de niños Enrique Laval R.1

En 1858 la Universidad de Chile nombró al primer profesor de Higiene y Enfermedades de Niños, Dr. Francisco Javier Tocornal. En 1871 se instaló en el antiguo Hospital San Juan de Dios el Servicio de Pediatría para fines de asistencia y docencia. Tras la jubilación del Dr. Tocornal asumió el cargo el Dr. Roberto del Río (1859-1917), quien debe ser considerado el precursor de la enseñanza pediátrica en Chile. Inició la docencia en la Casa de Huérfanos y trasladó dicha enseñanza en 1889 al Hospital San Vicente de Paul. En 1901 se instaló un hospital exclusivo para niños, del cual el Dr. del Río fue sucesivamente subadministrador y administrador hasta su muerte. En un viaje que emprendió a Europa junto con su hermano el Dr. Alejandro del Río, contrataron al arquitecto alemán Federico Ruppel, que elaboró los planos para un Hospital Clínico de Niños. Por falta de fondos, el nuevo Hospital, que actualmente lleva su nombre, no alcanzó a concluirse en vida de Roberto del Río, habilitándose sólo en 1939. El continuador de la obra del profesor del Río, doctor Ángel Custodio Sanhueza, fue el formador de varias generaciones de médicos pediatras. Palabras clave: pediatría chilena – Francisco Javier Tocornal – Roberto del Río – Ángel Sanhueza – hospital de niños.

Beginning of pediatric teaching and care in Chile. Professor Roberto del Río and the Children Clinical Hospital In 1858 the Universidad de Chile appointed Dr.  Francisco Javier Tocornal as the first professor of Hygiene and Diseases of Children. In 1871 a Pediatric Service was created in the Old Hospital San Juan de Dios. After Dr. Tocornal retired, the professorship was assumed by Dr. Roberto del Río (1859-1917), who must be considered the precursor of pediatric teaching in Chile. He started teaching in the orphanage Casa de Huérfanos, but later moved to Hospital San Vicente de Paul in 1889. An hospital exclusively for children was installed in 1901. Dr. del Río was successively its sub-administrator and administrator until his death. Dr. Del Río with his brother Dr. Alejandro del Río went to Europe where they hired the German architect Federico Ruppel, who drew the plans for a Clinical Hospital for Children. Due to a lack of funds, the new Hospital, which afterwards was named after Dr. Roberto del Río, could not be finished when he was alive, initiating its operation only in 1939. The work of Dr. del Río was continued by Dr. Angel Custodio Sanhueza, who was the mentor of several generations of pediatricians. Key words: Chilean Pediatrics – Francisco Javier Tocornal – Roberto del Río – Ángel Sanhueza – Children hospital.

1



Médico-cirujano. Programa de Estudios Médicos Humanísticos. Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Ex Director del Hospital de Enfermedades Infecciosas Prof. Dr. Lucio Córdova, Santiago de Chile.

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1. EL “BALBUCEO” DE LA PEDIATRÍA EN CHILE. EL DOCTOR FRANCISCO JAVIER TOCORNAL En Chile, sólo en 1858, según decreto de la Facultad de Medicina, se designa por primera vez Profesor de Higiene y de Enfermedades de Niños, al doctor don Francisco Javier Tocornal. A esta época, segunda mitad del siglo  XIX, pertenece también un pequeño volumen sobre enfermedades de niños, escrito en francés en nuestro país por el doctor don Jorge Hércules Petit. La obra estaba dividida en seis capítulos que se referían a las enfermedades de la piel, de la dentición y sus consecuencias; de las afecciones de la cabeza y las del pecho; de las del bajo vientre y extremidades. Si bien no era un libro que tratara extensamente las enfermedades de los niños, hay en él no escaso mérito, por ser el primero escrito en Chile sobre patología infantil. El doctor Petit era francés y se radicó definitivamente en el país a partir de 1853. Fue nombrado profesor de Clínica Médica en 1861. Ese mismo año presentó un trabajo al concurso anual de la Facultad de Medicina sobre “Investigación de las causas de la tisis pulmonar en Chile y medidas que convendría emplear para removerlas”. Con especial énfasis sostuvo que la tuberculosis era una enfermedad infecciosa transmisible y muy contagiosa, pero la comisión designada para calificar la tesis, formada por los doctores Miquel, Tocornal y Elguero, la repudió con energía ya que “su autor en su afán de dar alas a la fantasía no había considerado la experiencia de los médicos en el país y las observaciones severamente realizadas en otros” (1-3). En 1871 se instaló en el antiguo Hospital San Juan de Dios el primer Servicio de Pediatría, requerido no sólo por las necesidades de la ciudad y de su extensa zona de atracción, que hasta entonces carecía de un servicio especializado, sino también por la docencia. En efecto, el doctor don Francisco Javier Tocornal, que como se señaló, había sido designado profesor de enfermedades de niños en 1858, dictaba sus clases en el Hospital San Juan de Dios. Antes, a partir del 8 de julio de 1867, tomó a su cargo la asistencia médica de los niños huérfanos de la Casa de la Providencia y durante la devastadora epidemia de viruela de 1872, dirigió el Lazareto

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Santa Isabel. Por decreto del 8 de mayo de 1878 fue confirmado como titular de la Cátedra de Enfermedades de Niños. Sin embargo, la enseñanza de dichas enfermedades figuraba ya en el famoso decreto del 19 de mayo de 1833, que llevaba la firma del Presidente Joaquín Prieto y de su Ministro don Joaquín Tocornal, por el cual deseando el Gobierno procurar el estudio de las ciencias médicas, aunque reconocidas en todas las naciones del mundo como de primera necesidad para la conservación de la vida, ha sido descuidada en Chile a influjo de una preocupación vulgar y anhelando igualmente abrir una nueva y brillante carrera a la juventud estudiosa, se abrirá en el Instituto Nacional un curso de ciencias médicas que durará seis años.

En el cuarto año se consideraba el estudio de la “obstetricia y enfermedades incidentes de niños”. A este curso de 1833, perteneció el doctor Francisco Javier Tocornal Grez (1815-1885), hijo del Ministro Joaquín Tocornal (4- 6). En el proyecto del plan de estudio de los ramos de Medicina, presentado en 1876 por el decano doctor José Joaquín Aguirre, siempre permanece el Curso de Enfermedades de Niños en el cuarto año, junto con la patología general. En 1878 se aprueba la enseñanza de “Enfermedades de Recién Nacidos”, en el quinto año, además de “Partos y Clínica de Partos”. En 1884 se establece el curso de “Clínica de Niños”, integrando el currículo del sexto año (7). La pediatría iniciaba sus balbuceos, pero a pesar de todo la Facultad seguía considerándola “como la medicina del adulto, mirada por el revés de los gemelos de teatro, como alguien agudamente dijera”, anota el profesor Eugenio Cienfuegos (8).

2. EL PROFESOR ROBERTO DEL RÍO SOTO-AGUILAR (fig. 1) (9) Tras la jubilación del Dr.  Tocornal, el 3 de mayo de 1888 fue llamado a servir la Cátedra de Enfermedades de Niños, en el Hospital San Juan de Dios, el doctor don Roberto del Río, propuesto en primer lugar en la terna formada por la Facultad el 30 de abril. El doctor del

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Oftalmología del profesor Máximo Cienfuegos y la de Enfermedades Nerviosas del doctor Carlos Sazié (4). ¿Quién era el profesor Roberto del Río, que habría de sacar paulatinamente de sus “balbuceos” a la pediatría chilena? El día 30 de abril de 1859 nacía en Santiago un hombre de tal jerarquía intelectual y moral, que “había de trazar honda huella en la trayectoria científica y cultural de la República”, escribía el profesor Eugenio Cienfuegos (8). Había llegado al seno de un hogar patricio, formado por don Castor del Río Arriarán y doña Mercedes Soto-Aguilar Allende, de esos viejos hogares santiaguinos en que la austeridad de las costumbres no excluía el afecto ni la convivencia cordial entre los padres y los hijos. A los 17 años comenzaba sus estudios de Medicina y al terminarlos en 1883 pasó a ocupar el cargo de Jefe de Clínica Quirúrgica del profesor Carvallo Elizalde. Acota el profesor Cienfuegos:

Figura 1: Dr. Roberto del Río Soto-Aguilar (9)

Río encontró las máximas dificultades para el desempeño de sus funciones, iniciando la enseñanza en la Casa de Huérfanos, pues ni la administración del hospital ni la Junta de Beneficencia consintieron en entregar a la docencia la sala San Ignacio, de niños de dicho hospital. En junio de ese año decía la Junta de Beneficencia al Gobierno: la única sala para enfermedades de niños no podrá destinarse a la enseñanza del ramo a causa de la debilidad de su enmaderación, que no podría resistir el peso de muchas personas reunidas.

La sala San Ignacio fue anexada, en 1934, a la Sección de Medicina y, en 1937, se destinó a Medicina de Mujeres (1). En 1889 empezó a funcionar en el Hospital San Vicente de Paul la Clínica Pediátrica del Profesor Roberto del Río, junto con las Clínicas Quirúrgicas de los profesores Manuel Barros Borgoño y Ventura Carvallo Elizalde; la de

Parece que en otros tiempos hubiera sido menester enfrentarse con el dolor físico y el espectáculo de la sangre, para llegar a la suprema pureza y dulzura de la infancia. Basta recordar, a este propósito, que el eminente profesor Scroggie fue primero ayudante del profesor Lucas Sierra. El propio doctor Eugenio Cienfuegos pasó de la ayudantía de los ilustres cirujanos Carvallo Elizalde, Amunátegui y Navarro, a la noble disciplina de la pediatría (5, 8).

Un año después de recibir su título, el profesor Roberto del Río obtiene el cargo de médico de la Casa de Huérfanos de Santiago, donde tal vez ya trabajaba desde la muerte de Tocornal y hasta 1892. Como se dijo, a partir de 1889 comenzó a impartir la docencia en el Hospital San Vicente de Paul, donde tuvo a su cargo la sala San Gregorio, con 30 camas, para niños de 8 a 14 años, careciendo de esta manera de los niños de corta edad, precisamente los más interesantes e instructivos para la enseñanza. Sólo por medios indirectos solía llevar a sus alumnos, o a la casa de huérfanos o algún otro hospital o policlínico en que se atendían lactantes (4).

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De sus viajes al extranjero volvía Roberto del Río pletórico de nuevos conocimientos, de experiencias recogidas en las clínicas europeas. Pero, qué podría hacer en esa pobrísima salita de San Vicente de Paul, en la cual, sin aula para los estudiantes, su enseñanza se vertía a lo largo de una visita a niños mayores, atendidos con los métodos más rutinarios que es dable imaginar. Ni la obligación de asistencia a clases, ni mucho menos sumisión a un examen, hacían que los jóvenes estudiantes prestaran escasísima atención a las palabras del catedrático. Mucho menos podía haber práctica pediátrica, cuando no existía ni siquiera esbozo de servicio donde poder recibirla. Se concibe de esta suerte, que los estudiantes de esa época cruzaban el umbral de la Escuela, sin saber de la Medicina Infantil algo mas que la “mama” por su trato con la infancia, o la madre, por su maravillosa intuición-anota el profesor Eugenio Cienfuegos (8).

Por eso, si Roberto del Río fue el precursor de la enseñanza pediátrica, hubo de corresponder a la generación posterior la grandiosa responsabilidad de realizar el milagro de colocar a la medicina infantil de Chile en el lugar más destacado de Iberoamérica. El profesor del Río ocupó numerosos e importantes cargos durante su activa vida médica. Fue Decano de la Facultad de Medicina, desde 1901 a 1910; Presidente de la Sociedad Médica, desde 1897 a 1901. Reemplazó en 1810 al doctor Mateo Donoso Cruz como Miembro Académico de la Facultad de Medicina, después de renunciar a la cátedra ese mismo año. También fue miembro de la Junta Central de Vacuna, de la Junta de Beneficencia de Santiago; Director del Patronato Nacional de la Infancia y vicepresidente del Consejo de Protección a la Infancia (4). En 1911, la Facultad había fijado como tema para el certamen bienal: “La organización de la Asistencia Pública.- Proyecto de Ley para establecerla en el país”. Fueron los hermanos del Río, don Alejandro y don Roberto, los que dieron vida e impulso a esa idea, con tal perfección, que en el transcurso de los años, habrá habido algunos detalles que agregar, pero la estructura general ha

permanecido sin alteraciones: fue perfecta desde el primer momento.

Así lo escribía en 1933 el profesor Lucas Sierra, resaltando otra faceta de la actividad múltiple de este ilustre pediatra (7).

3.

HACIA LA CREACIÓN DEL HOSPITAL CLÍNICO DE NIÑOS. FALLECIMIENTO DEL DOCTOR ROBERTO DEL RÍO. EL DOCTOR ÁNGEL CUSTODIO SANHUEZA, SU SUCESOR

Desde más o menos el último tercio o cuarto del siglo XIX, algunos médicos pensaban en la necesidad de contar en la capital con un establecimiento dedicado exclusivamente a la atención de los niños. Así, por ejemplo, en 1881, el doctor Pablo Zorrilla escribía en los Anales de la Universidad de Chile una “Reseña de las causas de mortalidad de los niños en Santiago y medios de evitarla”. Entre las medidas que proponía para superar tantos males estaban la enseñanza universal de la higiene, la creación de hospitales especiales para los niños, establecimiento de casas de lactancia, la acción de comisiones encargadas de la difusión de los conocimientos de higiene (10).

Cuando surgió en Santiago, tras una gran epidemia (ver más adelante), el primer hospital para niños en 1901, que hoy ostenta el nombre “Roberto del Río”, él fue primero subadministrador y, desde 1907, administrador hasta su muerte, a los 58 años, acaecida el 26 de mayo de 1917. Donde quisiera que Roberto del Río trabajara, nos legó un destello de aquella inteligencia privilegiada, que ha inspirado a muchos de sus innumerables discípulos para seguir con fé los destinos de nuestra ciencia.

Hasta aquí parte de lo escrito por el profesor Lucas Sierra (7). Sólo al comenzar el siglo XX fue posible convencer a las autoridades de la necesidad de hospitales para niños.

E. Laval R. / Docencia y atención pediátrica en Chile: el Dr. Roberto del Río

Dos graves epidemias, en el año 1900, sarampión y coqueluche, fueron la causa de la altísima mortalidad de menores de 10 años, en Chile. A raíz de esto, don Manuel Arriarán, durante aquel año fundó, a sus expensas, el primer hospital de niños, que funcionó provisoriamente en la Casa de Ejercicios de San José, ubicada en la calle Moneda con Avenida Brasil. Terminadas las epidemias, obtuvo del Gobierno un edificio fiscal que había servido para Escuela de Normalistas, situado en la Avenida Matucana y lo instaló allí. Poco después de la muerte de don Roberto del Río, el nuevo establecimiento pasó a llevar su nombre. En 1901, don Manuel Arriarán, desde su cargo de Presidente de la Junta de Beneficencia, consiguió el nombramiento de una Comisión para que estudiara el problema hospitalario de Santiago. Se promulgaron por el Presidente don Federico Errázuriz Echaurren y su Ministro don José Antonio Orrego, dos leyes, una que concedía $  900.000 para la construcción del Hospital General Mixto (hoy Ramón Barros Luco) y otra que autorizaba la inversión de $ 450.000 para establecer un Hospital Clínico de Niños, comprándose un terreno vecino a la Avenida Independencia, exactamente donde se levanta el actual Hospital Roberto del Río. Al iniciarse el año 1909, el doctor Roberto del Río, sufrió una grave crisis anginosa que hizo temer por su salud. Recuperado tras largo reposo, decidió emprender viaje a Europa para consultar especialistas en Francia y Alemania, el que efectuó en compañía de su hermano el doctor Alejandro del Río. La Junta de Beneficencia, de la cual formaba parte don Roberto, les confió una importante misión ad honórem: contratar los servicios de un arquitecto especializado en construcciones hospitalarias para confeccionar los planos definitivos del Hospital Clínico de Niños y del Hospital General Mixto, supervigilando su trabajo. El ingeniero don Federico Ruppel, de Hamburgo, aceptó confeccionar los planos conforme al programa que don Alejandro del Río redactó personalmente. El sueño de aquellos dos hermanos beneméritos, no había de verse realizado. Iniciada la construcción, vigilada con el amor y la minuciosidad característica de don Alejandro, el modernísimo hospital que nacía, hubo de quedar detenido en su desarrollo y legó a envejecer sin haber alcanzado madurez.

181

La detención se debió a la falta transitoria de fondos (11,13). Sucedió en la Cátedra del profesor Roberto del Río del antiguo hospital de Avenida Matucana, el doctor Ángel Custodio Sanhueza, quien en 1907 fue enviado por el Presidente Pedro Montt a estudiar en Europa con el doctor Finkelstein, profesor en Berlín, que estaba revolucionando la Pediatría. El profesor Sanhueza fue el primero que habló en Chile de la leche albuminosa, de las sopas malteadas y del examen microscópico de la deposición infantil. Sirvió la cátedra durante 22 años, formando a numerosos pediatras. Poco a poco el Hospital Roberto del Río fue acomodándose tanto a la labor asistencial como docente y a pesar de las dificultades se organizaron sus diferentes servicios médico-quirúrgicos. Por Ley Nº 5882, del 17 de agosto de 1936, el Hospital fue transferido gratuitamente a la Beneficencia Pública. A fines de 1938 el edificio del nuevo Hospital Clínico ya estaba en condiciones de ser habilitado y con motivo del terremoto del 24 de enero de 1939, el Gobierno solicitó a la Dirección General de Beneficencia trasladar al nuevo establecimiento el Hospital Roberto del Río, con el objeto de albergar en el antiguo a los refugiados de la zona devastada, lo que se completó a fines del primer semestre de aquel año. En 1940 se instaló en las dependencias del viejo hospital el denominado Hospital Nacional, que más tarde se transformó en la Maternidad Ángel Custodio Sanhueza. Finalmente, en ese lugar se construyó el actual Hospital San Juan de Dios, que inició su actividad en 1954 (11, 14). El Hospital Roberto del Río constituyó, sin lugar a dudas, un pilar importante en el desarrollo y avance de la Pediatría nacional, manteniendo encendida la antorcha que le legara el Profesor Roberto del Río, de quien don Ismael Valdés Valdés dijera ante su tumba, que “era de esos raros hombres que por completos se admiran, por buenos se les quiere y por justos, se veneran” (4, 9).

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M. López C. / La frontera de lo público y lo privado en los pacientes tuberculososAn. chil. hist. med. 2007; 17: 183-196 183

La frontera de lo público y lo privado en torno a la experiencia de la salud y de la enfermedad: la tuberculosis y los sanatorios chilenos Marcelo López C.1

Uno de los registros que la nueva historiografía ha utilizado en las últimas décadas se ha centrado en la indagación de las variadas manifestaciones que pueden dar forma a las nociones de lo público y lo privado. La existencia de este fenómeno ha sido reconocida por algunos filósofos e historiadores como propia de la modernidad. A partir de ese debate, el presente trabajo pretende mostrar cómo el estudio histórico del proceso de la salud y enfermedad puede nutrir las concepciones que la sociedad ha articulado a lo que considera parte de lo público o de lo privado. En este sentido, se propone que el examen histórico de la tuberculosis, declarada como una “enfermedad social” en el siglo XX y una de las principales fuentes de morbilidad y mortalidad hasta 1950, constituye una oportunidad para comprobar que existió un conjunto de imágenes sobre la enfermedad a partir del cual se identifican las esferas de lo público y de lo privado. El escenario privilegiado para la observación es la institución del sanatorio para tuberculosos, uno de los primeros recursos modernos a los que recurrió la medicina chilena para combatir la tuberculosis. Palabras clave: tuberculosis – sanatorio – historia sociocultural – enfermedad social.

The line between public and private spheres on health and disease experience: tuberculosis and Chilean sanatoria One of the records that the new historiography has used in the last decades is focused in the investigation of different manifestations that can shape the notions of public and private domains. The existence of this phenomenon has been acknowledged by some philosophers and historians as typical of modern times. From this point of view, the present article pretends to show how the historical study of the health and disease process can contribute to concepts of what society considers part of public or private spheres. It is proposed that tuberculosis, declared as a “social disease” in the 20th century and one of the main causes of morbidity and mortality up to 1950, constitutes an opportunity to prove the existence of a set of images about this disease, from which private and public spheres can be identified, as they were present in Sanatoria, one of the first modern tools that were used by Chilean medicine to fight tuberculosis. Key words: tuberculosis – sanatorium – sociocultural history – social disease.

Una de las facetas que en las últimas décadas del siglo XX gozó de una especial consideración por parte de las nuevas tendencias historiográficas tiene relación con la forma en que la sociedad occidental fue percibiendo aquellos ámbitos que se definieron como lo público y lo privado, a partir de la etapa de transición

1



que se gestó entre la civilización feudal y la época de la modernidad. Una aproximación a la naturaleza de esta perspectiva historiográfica nos indica que existió tras de ella un deseo de algunos historiadores de ir más allá de una forma de hacer la historia que estaba volcada hacia la cara externa de los fenómenos históricos y

Doctor (c) en Historia. Programa de Estudios Médicos Humanísticos, Facultad de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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que tradicionalmente constituyeron puntos de referencia en el siglo XX. En términos concretos, las investigaciones que se circunscribieron a ese marco metodológico atendían a temas tales como las trayectorias y creaciones de los “hombres públicos”, las sociedades, las economías y “la gran historia de los Estados”, en todos los cuales, como sostiene la historiadora Michelle Perrot, es posible apreciar el peso gravitante de lo político, es decir, aquello que puede ser recordado por la colectividad (1). La nueva propuesta historiográfica, en cambio, puso el acento en el mundo interno de los hechos. Al mismo tiempo revalorizó los particularismos y las diferencias como los ejes a partir de los cuales la labor del historiador podía fundar las interpretaciones sobre una multiplicidad de fenómenos anteriormente soslayados: la vida doméstica, la vida familiar, la sexualidad, las relaciones afectivas, la higiene corporal, los ritos cotidianos, etc. Así, fue posible descubrir una dimensión conformada por dos esferas en permanente equilibrio, encarnadas por lo colectivo y lo individual, o, para ser más precisos, lo público y lo privado. Dónde queda establecido el límite entre ambas realidades es una de las ideas que ha generado este nuevo problema que ha trascendido las fronteras de la historia y ha sido objeto de examen de la filosofía, sociología, etc. En suma, establecidas algunas de las circunstancias que prepararon el terreno para la gestación de un “giro historiográfico”, es posible acotar el terreno de nuestra indagación a partir del planteamiento de algunas interrogantes y sus posibles vías de resolución. Así, en primer lugar, pretendemos presentar cómo en el contexto de la formación de la sociedad moderna las esferas de lo público y lo privado fueron consolidándose como dos dimensiones claramente delimitadas. Y, en segundo término, conocer qué tipo de experiencias pueden cultivarnos acerca de las distintas maneras como ambas esferas fueron transformándose en nociones articuladoras de la realidad conforme a determinados contextos históricos. En este sentido, un valioso instrumento que puede facilitar el conocimiento de ese proceso lo encarnan las denominadas “representaciones sociales” sobre la salud y la enfermedad en el terreno de lo público y de lo privado (2).

An. chil. hist. med. 2007; 17: 183-196

1.

LO PÚBLICO Y LO PRIVADO: SUS DIMENSIONES TEÓRICAS

Ciñéndonos al examen elaborado por la historiadora Dena Goodman en torno a la cuestión (3), podemos comprobar que autores provenientes tanto del mundo de la historiografía como de la filosofía, en mayor o en menor medida, coinciden en señalar que en el período de la Europa feudal aquello que podría identificarse como público o como privado constituyeron planos que habitualmente se confundían. Una frontera más definida comenzó a vislumbrarse en los inicios de la época moderna, hecho que se transformó en un fenómeno complejo y en objeto de múltiples interpretaciones, especialmente en lo que se refiere a su naturaleza. A juicio de Jürgen Habermas, es plenamente posible afirmar que lo privado y lo público aparecen como dos fenómenos que evolucionan simultáneamente. Ahora bien, el filósofo alemán precisa que hacia el siglo XVII se asiste a la génesis de una particularidad, esto es, la denominada “esfera pública burguesa”, la cual sienta sus raíces históricas en dos procesos seminales: el ascenso de la moderna Nación-Estado y el auge del capitalismo (4). El particular significado detectado por Habermas en la esfera pública burguesa encontró eco en la interpretación elaborada por el historiador Roger Chartier. En su opinión, la aparición del nuevo espacio concebido por el mundo burgués cumplió un doble papel histórico: desde el punto de vista político, definió un “espacio de discusión y de crítica” sustraído al Estado y, desde un ángulo elitista, se diferenció tanto de la corte, que formó parte del ámbito público, como del pueblo, que en aquel entonces no participaba del debate crítico (5). En otras palabras, si nos remitimos a lo postulado por Habermas y Chartier, podemos apreciar que junto al ámbito de lo público –vinculado al poder público del Estado– y a la esfera de lo privado –representado por la intimidad provista por el núcleo familiar– se asentó un nuevo espacio que reunió a las “personas privadas” en una suerte de “comunidad crítica”, hecho que respondió a un proceso de privatización iniciado a fines de la época feudal y que cristalizó en la época moderna (6). Por su parte, Hannah Arendt hace hincapié en lo que ella denomina como el “descubrimien-

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to moderno de la intimidad” (7), un fenómeno que desde nuestro punto de vista reviste una singular importancia para el conocimiento de la experiencia histórica de la salud y de la enfermedad. Esta nueva dimensión que encarna “lo íntimo”, altamente sensible para el individuo moderno, tuvo su génesis en el vuelo que se produjo desde el mundo exterior hacia la “interna subjetividad del individuo”. Este fenómeno, a juicio de Arendt, históricamente se enmarcó en un proceso de auge de lo social, vivido a comienzos de la época moderna, el que se tradujo concretamente en la transformación del interés privado que existía por la propiedad privada en un “interés público” (8). Una de las facetas fundamentales en las que se expresó dicho acontecimiento fue la progresiva disolución de la esfera privada en el ámbito de lo social. La relevancia de este cambio que se percibió en la constitución de los espacios de lo público y de lo privado resultó determinante. Su efecto inmediato fue que las “cuatro paredes de la propiedad privada”, como asevera Arendt, se establecieron a partir de entonces como el único lugar seguro de las repercusiones provenientes del mundo común de lo público. En otras palabras, el único modo eficaz de garantizar “la oscuridad de lo que requiere permanecer oculto a la luz de la publicidad” (9) pasó a ser, efectivamente, la propiedad privada, un espacio que el individuo moderno adquirió para encubrirse a sí mismo. En suma, la visión que brinda Arendt permite sostener la idea de que la diferencia entre lo público y lo privado es similar a la diferencia de aquello que puede ser mostrado y aquello que debe ser encubierto. La modernidad, en definitiva, reveló el cúmulo de experiencias que “encierra la esfera de lo oculto” en el marco de la intimidad. Desde el ángulo que ofrece la historia de las ideas políticas, François-Xavier Guerra indica que la problemática de lo público y lo privado se circunscribe al origen de la modernidad política y más precisamente al liberalismo (10). En su opinión, un hecho que resultó categórico para el establecimiento de las nuevas fronteras entre ambas esferas fue la Revolución francesa. Argumenta Guerra que sobre este escenario, donde se condensaron institucional y jurídicamente los principios de la doctrina liberal triunfante, los conceptos de buen ciudadano

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y de participación en la vida política se transformaron en los ejes a partir de los cuales se delimitaron los márgenes del espacio público. Como consecuencia de ese acto se definió al mismo tiempo lo que a juicio de los ciudadanos pasó a ser parte del exclusivo ámbito privado, esto es, la vida familiar, la religión, la diversión y el ocio, todos planos en los cuales no regían los valores de la naciente República (11). En suma, a la luz de la formulación de algunos de los aspectos medulares que afloran en el debate teórico en torno a lo público y lo privado, hemos podido verificar la naturaleza moderna del proceso de separación de ambas esferas y los factores que, según la óptica que se adopte, han participado en el establecimiento de los respectivos límites. Sobre esta base estimamos posible considerar el fenómeno de la salud y de la enfermedad como una de las experiencias a partir de la cual se develan algunas formas de articulación entre las esferas de lo que se considera público y privado. Esta perspectiva adquiere mayor nitidez si se atiende al valor que en los dos últimos siglos alcanzó para la sociedad la salud de los individuos, sobre todo en función de los intereses que se fueron anidando en el proceso de consolidación del Estado nacional moderno y de la entronización de la ciencia como herramienta de modulación de la vida colectiva.

2. TUBERCULOSIS: UN ASUNTO PÚBLICO, UNA VIVENCIA PRIVADA 2.1 La enfermedad entre lo público y lo privado Una de las apreciaciones que ha generado un alto grado de consenso dentro de la nueva historiografía de la medicina es la que postula que el fenómeno de la salud y enfermedad históricamente ha cumplido una importante faceta modeladora en la evolución del ser humano. Expresado en otros términos, estamos frente a un tema central que, como sostiene la historiadora Mirta Lobato, nos liga con la vida y la muerte y que, además, no sólo refiere a situaciones individuales, sino que también constituye un conjunto de problemas que suele recibir el apelativo de “social” puesto que involucra a un “colectivo societal”. (12)

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Las nuevas perspectivas historiográficas han amplificado las posibilidades de interpretar el vínculo dialéctico que se da entre enfermedad y sociedad. En este sentido, cabe señalar que junto con la visión brindada por los modelos biomédicos, ha sido factible sumar la existencia de la “representación sociocultural” sobre lo que se entiende por lo sano y lo mórbido. Gracias a la mediación que permite la idea de representatividad se entrevé una serie de modalidades sociales, ideológicas, religiosas, morales, etc., que se convirtieron en factores determinantes para saber cuándo estamos efectivamente en presencia de una enfermedad. En sintonía con este enfoque, encontramos el punto de vista de Carlo Cipolla, quien sostiene que “las enfermedades no se desarrollan en el vacío” (13), afirmación que devela que existe un conjunto de significaciones que trascienden la etiología biológica de una enfermedad. Siguiendo el mismo curso interpretativo, el historiador Diego Armus propone pensar la enfermedad como un “proceso” en que no sólo hace referencia a una acción biológica, sino que además involucra el criterio al que la sociedad recurre para conceptuar un evento de fenómeno morboso (14). Como es posible advertir, la intención de establecer como punto de anclaje de la indagación la observación del conjunto de interacciones socioculturales que sustentan las representaciones de lo sano y lo mórbido en un contexto histórico específico, posee pleno asidero. No obstante, es conveniente no dejar relegado otro objetivo que nos hemos propuesto alcanzar, esto es, dilucidar cómo podemos instalar la problemática de lo público y lo privado dentro de los márgenes de la discusión que hemos esbozado. En consecuencia, como una manera de articular ambas ideas es posible alentar su discusión mediante la siguiente hipótesis de trabajo: a partir de los inicios de la modernidad, las esferas de lo público y lo privado habrían dado vida a un espacio en el cual se puede distinguir cómo determinadas imágenes acerca de lo saludable y de lo mórbido han transitado regularmente a manera de objeto entre dichos ámbitos. Sin embargo, a contar del siglo XIX el proceso de circulación de las representaciones acerca de la salud y enfermedad habría tenido en el “espacio público” –definido en los términos planteados por Habermas– a su principal,

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aunque no exclusiva, fuente de generación, en detrimento del concepto de lo privado o íntimo, según lo comprende Arendt. Una interpretación que puede servir de fulcro para la hipótesis planteada la ofrece el filósofo francés Michel Foucault cuya epistemología histórica abarcó una mirada crítica sobre el papel de la ciencia médica. Así, Foucault, apoyado tanto en su particular concepción de la medicina moderna como en su noción de “biopolítica”, sostuvo que a partir del siglo XVIII, desde el terreno del poder central, se desplegaron una serie de “tecnologías de poder” que tuvieron como finalidad regular la natalidad, la morbilidad y las endemias. Esto por cuanto el Estado, que desplegó el biopoder en los niveles de lo individual y de lo colectivo, ejerció su “derecho de hacer vivir y dejar morir”, heredado de la monarquía, hecho que se materializó en las intervenciones en los campos mencionados. En este contexto habría jugado un papel preponderante, aunque no exclusivo, la medicina articulada como un poder-saber que tuvo como propósito de fondo disciplinar a la población conforme a los postulados de la biopolítica. Un cariz digno de atención en el planteamiento foucaultiano tiene relación con su idea de “la exclusión progresiva de la muerte” de lo público que envuelve el despliegue de esta nueva manifestación del poder (15). Recalcamos este concepto puesto que, según lo entiende Foucault, en el afán estatal de privilegiar la vida, la noción de muerte se convirtió en objeto de un grado de cancelación. En otras palabras, el acto de morir, antes que todo, se tornó en un acontecimiento que debía ser ocultado, es decir, un tabú, una “cosa privada y vergonzosa”. Por consiguiente, dejó de ser la ceremonia donde participaba la familia, el grupo y la sociedad (16). En definitiva, a juicio de Foucault, el poder que no domina la muerte sino a la mortalidad, desplazó a la muerte hacia lo más recóndito de la esfera de lo privado. La idea de la “privatización de la muerte” resulta aún más sugerente si se la complementa con la visión que ofrece Susan Sontag respecto a la “metáfora de la enfermedad” (17), en virtud de la cual Sontag propone que la sociedad, conforme a las pautas culturales prevalecientes, puede valerse del uso de las metáforas para encubrir el significado real de una enfermedad. En suma,

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así como es viable pensar en el concepto de la privatización de la muerte, también es dable sostener que en ciertas ocasiones se puede privatizar una de las fuentes de su causa, es decir, la enfermedad. Otro punto de vista sugerente en este nivel de la discusión es el que expone el filósofo de la ciencia Georges Canguilhem, quien, como indica Sandra Caponi, hizo presente el tema de cómo lo público y lo privado poseían una articulación particular respecto a la salud y a la enfermedad. En rigor, Canguilhem percibe que desde el instante en que la denominada “medicina social –que nació a fines del siglo XIX y se consolidó en las primeras décadas del siglo XX– emprendió su cruzada normalizadora de las conductas, comenzó a cimentarse un proceso en el que “lo privado y lo público comienzan a borrar sus fronteras” (18). Este fenómeno tuvo su expresión concreta en las denominadas “políticas de salud”, las que se transformaron inicialmente en directas intervenciones sobre la vida privada de los individuos, muchas veces impregnadas por un ánimo coactivo. En razón de aquellas transformaciones que operaron a partir de la “concomitancia entre medicina y política” (19), Canguilhem se atrevió a alimentar una tesis desafiante: el fenómeno de la salud no puede constituir parte de lo público, ya que es una experiencia totalmente ajena a ese espacio (20). En efecto, la salud se desenvuelve esencialmente como vivencia en lo privado, en el silencio, al igual que la vida del cuerpo y desde ese lugar quien se sabe enfermo solicita atención. En definitiva, hablar de una “salud pública” es un contrasentido y es preferible optar por el concepto de “salubridad”. El fenómeno de la salud y de la enfermedad, observado desde la perspectiva de Canguilhem, aparece como una experiencia que encuentra en el espacio de lo privado su “ambiente natural”, si pudiese así ser calificado. Esa interpretación, a su vez, no pretende significar que al hablar de lo privado, de lo sano y de lo mórbido se aluda a la existencia de una “esfera aislada”. Al contrario, es necesario atender al contexto histórico en el cual se observa que desde hace dos siglos la sociedad occidental ha sido testigo del creciente desarrollo de planes de “intervención” en áreas sensibles para el desarrollo social que han hallado su génesis en el celo del poder público por la vida. Los tópicos a

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debatir son, por un lado, conocer dónde es posible establecer la frontera de lo público y lo privado cuando hablamos de la salud y de la enfermedad en el escenario de la modernidad, y, por otro, qué tipo de representaciones acerca de lo sano y lo malsano transitan entre ambas esferas. 2.2. La experiencia de la tuberculosis y el espacio sanatorial Para la historiografía de la medicina y de la ciencia en general, los siglos XVIII y XIX conforman un marco temporal dentro del cual es posible subrayar la paulatina consolidación de ciertas transformaciones científicas que repercutieron profundamente en los terrenos de la técnica y teoría. A tal punto llegaron los efectos de esa serie de “movimiento tectónicos” que experimentaron las estructuras del saber moderno que algunos fenómenos sociales comenzaron a ser abordados y tratados a partir de la óptica ofrecida por la nueva “cultura científica”. Piénsese en el auge decimonónico que evidenció el positivismo, en el impacto del movimiento sanitario europeo en las nacientes políticas públicas y el auspicio que entregó la Revolución francesa a la conquista de la salud como un derecho ciudadano (21). En virtud del estrechamiento en los lazos existentes entre ciencia y sociedad y el proceso de “colonización” de la medicina por parte de las ciencias básicas y aplicadas, se puede apreciar que un escenario privilegiado por los aires de cambio que se percibieron en ese período fue el circunscrito al campo de las enfermedades, en el que se introdujeron innovaciones que en mayor o menor grado fueron despejando incertidumbres centenarias que habían existido en materia del diagnóstico y del tratamiento de algunos males (cólera, tifus, sífilis, disentería, etc.) que asolaban en forma regular a las poblaciones especialmente urbanas en la era de la industrialización. Dentro de este panorama, la experiencia histórica de la tisis o tuberculosis asoma como uno de los fenómenos más paradigmáticos del período y por su talante endémico logró una verdadera omnipresencia en la sociedad. Las razones que explican la singularidad histórica que alcanzó la tuberculosis tienen asidero tanto en el campo biomédico como en

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el plano sociocultural. Así, tenemos que desde la óptica epidemiológica aflora una realidad gravitante: su preponderancia en las tasas de morbilidad y mortalidad en el siglo XIX, y gran parte del siglo XX. Sin embargo, como sostiene Armus, la tuberculosis además de “enfermar y matar” trascendió los límites de lo patológico y dio vida a una especie de “subcultura” que se nutrió de una serie de representaciones generadas en ámbitos tan diversos como la política, la pobreza, el arte, la vida familiar, la sexualidad, etc. (22). Dentro de las primeras medidas que en el contexto del siglo  XIX los modernizados cuerpos médicos adoptaron para afrontar los trastornos derivados de la paulatina tuberculización de la sociedad emergió una que en el ámbito terapéutico demostró un aceptable grado de efectividad y, por consiguiente, se transformó en un símbolo de esperanza en lo que se refiere a la sanación de los pacientes tísicos. Esta solución estuvo encarnada por el sanatorio para tuberculosos, modelo institucional que nació en Europa (Alemania e Inglaterra) y cuya aplicación se extendió rápidamente a otros continentes (23). La materialización del sanatorio como una alternativa de sanación para los enfermos de tuberculosis, sin lugar a dudas, ilustró un cambio de época en el tratamiento de dicho mal. Junto a las consideraciones económicas y sanitarias que continuamente acompañaron la constitución del sanatorio, quizás sea su dimensión sociocultural una de las facetas que de mejor manera pueden iluminar el examen en curso, sobre todo si atendemos al conjunto de imágenes que conforma el “espacio sanatorial”. En este sentido, la visión que entrega Armus relativa a las dimensiones que implicó la vida sanatorial puede representar una oportunidad para observar cómo una “enfermedad social” se transformó en una alternativa para determinar fenómenos de inclusión o exclusión social. Un nítido ejemplo de aquello se percibe en el significado que encerraba el acto de internación del paciente en el sanatorio, hito que para Armus puede ser descrito como una forma de “destierro voluntario” (24), es decir, una vía para consagrar la autoexclusión respecto a la esfera pública. No obstante, el primer paso en el itinerario terapéutico, esto es, el ingreso del

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enfermo, también puede ser observado como acto de inclusión del paciente tuberculoso en un ámbito esencialmente privado, si tenemos presente el sentido que Arendt y Canguilhem le otorgaron a esa noción. En otras palabras, el espacio sanatorial se vislumbra como un punto de convergencia de las percepciones del tuberculoso frente a lo público y a lo privado. Como una suerte de frontera, el sanatorio es el escenario donde el enfermo articula un elenco de significaciones. Por una parte, el paciente se somete a la segregación que implica el aislamiento geográfico propio del sanatorio. No obstante, dicho espacio se constituye en una oportunidad de liberación para el paciente: liberación de la tisis, liberación de una condición social desmedrada y liberación de los estigmas de la enfermedad y su representación social. Por ese motivo es que Armus asevera que la vida sanatorial era una experiencia que limitaba las posibilidades del tuberculoso, puesto que “lo confinaba a un mundo de enfermos que habían optado por una suerte de destierro donde la privacidad y, más general, la libertad individual adquirían nuevos contenidos” (25). 2.3. Chile y la experiencia sanatorial: las voces de los tuberculosos En el marco de la historiografía de la medicina tradicional chilena, el doctor Ernesto Soza, miembro de la primera generación médica antituberculosa, sostuvo que la preocupación pública por la tuberculosis en Chile nació a fines del siglo  XVIII, en las aulas de la Real Universidad de San Felipe. Indica Soza que las autoridades decretaron el 30 de abril de 1778 que los estudios de medicina se basaran en el texto Instituciones del médico hispano Andrés Piquer, y específicamente sus obras Praxis Médica y Tratado de las balinturas, denominación que se le otorgaba a la tuberculosis en el período colonial (26). Así, desde la perspectiva del doctor Soza, el ámbito institucional académico constituye el hito apropiado para develar la existencia de un interés colectivo hacia una enfermedad, que en este caso refiere a la tuberculosis. Ahora bien, un examen preliminar de la experiencia sanatorial chilena nos arroja que su ritmo de desarrollo tiene varios puntos de

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coincidencia con el movimiento sanatorial que se vivió en Europa y en América del Norte. En el caso de Chile, escenario de las manifestaciones más acentuadas que registró la tuberculosis en su historia moderna a nivel mundial, las principales iniciativas surgen tímidamente a partir de la década de 1880, concentradas en la zona centro y norte del país y que en esta etapa respondieron a iniciativas de carácter particular (27). Desde 1920, se constató el surgimiento de una etapa en la creación de sanatorios u hospitales sanatorios, financiados y administrados por el Estado, etapa que fue el fiel reflejo de lo que podría calificarse como un nuevo consenso en torno a la significación que el Estado y la sociedad otorgaron a la tuberculosis y que se resumió en el concepto que identificó a la peste blanca como “enfermedad social”. En efecto, según refirió el doctor Héctor Orrego Puelma, pionero de la Tisiología nacional, un cambio estructural en la manera de confrontar los estragos de la tuberculosis se condensó en el gobierno de Carlos Ibáñez del Campo, etapa en la que se generó una atmósfera apropiada para instaurar una metodología científica de planificación en el combate de la tuberculosis y se consiguió una financiamiento estatal para materializar esa política pública (28). En opinión del doctor Orrego Puelma la materialización de dichas medidas asentó las bases de una verdadera revolución en la historia de la salubridad chilena (29). Otro ejemplo ilustrativo de esta nueva sensibilidad que se fraguó en el primer tercio del siglo XX y maduró en la década de 1930, está encarnado en el examen efectuado por el doctor Salvador Allende sobre la realidad de la tuberculosis en Chile. Su juicio reflejó una profunda preocupación, por cuanto dicho mal afectaba principalmente la salud de los trabajadores y, por lo tanto, era capaz de poner en jaque las fuerzas productivas del país (30). En resumen, más allá del debate que puede suscitar el grado de eficacia que el movimiento sanatorial reportó para el proceso de combate antituberculoso que vivió el país desde fines del siglo XIX, resulta digno de atención que dentro del conjunto de instituciones sanatoriales chilenas, exitosas o no en la consecución de sus objetivos, existe un elenco de voces de médicos y especialmente de pacientes que nos permiten dar un sustento a nuestro enfoque interpretativo.

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Desde que a comienzos del siglo XX la tuberculosis comenzó a adquirir el cariz de un “asunto público”, ella dejó de ser un problema que, como se desprende de la opinión del doctor Ernesto Soza, era atingente a un conjunto de individuos que preferían experimentar la enfermedad en su privacidad, fuese para evitar la “vergüenza social”, como pensaban algunas familias de la clase alta o como una revelación de la “ignorancia” de los sectores proletarios (31). Como se señaló, la enfermedad se transformó en la primera mitad del siglo XX en objeto de una lenta orquestación de las políticas del Estado. En este contexto de lo público es posible hallar una serie de interesantes testimonios que contribuyen a bosquejar la vivencia de la enfermedad como una manifestación de lo íntimo. En el contexto de la profesionalización del asistencialismo, proceso que en cierto modo contribuyó a relevar el centenario modelo que encarnaba la caridad y que formalmente asumió el Estado chileno desde 1924 con la creación del Ministerio de Higiene y Asistencia Social, emergió una institución moderna que a juicio de algunos fue reconocida como una creación de la “medicina social” para conocer a fondo el medio material en el que se desenvolvía el individuo. Esa “herramienta” recibió el nombre de “servicio de visitación social” y se desempeñó como una “sociología práctica” que aplicaba a la familia y a los desamparados los conocimientos obtenidos por las ciencias del saber humano hasta entonces (32). Debido quizás a la naturaleza introspectiva de su labor, el testimonio de las visitadoras sociales reunió un rico caudal de experiencias humanas que concurre a bosquejar un escenario donde es viable al historiógrafo articular la experiencia de la enfermedad con la noción de lo privado. En este sentido, se puede citar el caso de Hortensia Saguez, que en la década de 1930 consignó parte la experiencia laboral que le correspondió desarrollar en el Sanatorio La Higuera. Una primera imagen que se desprende de su tránsito por dicha institución habla de un estado de vivas expectativas entre los pacientes y del esfuerzo efectuado por Saguez para comprender el medio en el que desenvolvía su tarea mediante la identificación con parte de la experiencia del tuberculoso. La visitadora social manifestó lo siguiente:

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Fue así como influí con consejos y conversaciones entre grupos y bandos; pude modestamente sembrar la semilla de la tolerancia y de la comprensión, pues el hecho de convivir con ellos, bajo el mismo régimen sanatorial, comer su misma comida, influyó para crear y aun cimentar más el espíritu sanatorial tan necesario para la curación. Enfermedad corriente y contagiosa es el tedio de los enfermos; para cortarlo improvisaba fiestas sencillas en la tarde o en las noches, creaba amistades según los caracteres, no permitía que nadie se aislara en su pena o sus rencores, las introducía en los grupos de las más jóvenes y alegres, les predicaba con palabras y ejemplos la verdadera necesidad del optimismo y del buen humor; combatía como a un enemigo público la melancolía y el aburrimiento; esto es bien común, principalmente entre los que van llegando: dicen “que no se vayan”; “que quieren volver a su casa” (33). Según nuestra perspectiva, junto al papel mediador jugado por Saguez, florecen en este testimonio algunos fenómenos concretos la privacidad del paciente, a saber: los nexos de unión que nacen entre quienes viven la misma dolencia y la lucha contra la sensación de encierro, medida de aislamiento que respondía a un interés público conformado por la fe depositada en el sanatorio como herramienta moderna al servicio de la erradicación de la tuberculosis y el afán de consolidar una política de salubridad. Dicho en otros términos, el sanatorio se expresa como la zona donde el equilibrio entre lo privado y lo público se vuelca finalmente a favor de este último. Una oportunidad que permite precisar aún más la aproximación a la experiencia de la enfermedad la ofrece la observación de la cotidianidad que encerraba el Hospital Sanatorio para tuberculosos El Peral, institución modelo en su época, inaugurada en 1938 y diseñada a partir de una “planificación científica” que entre otras finalidades pretendía no solamente la sanación del paciente, sino que además su “inclusión social”, como lo manifestó el doctor Sótero del Río en el estreno del establecimiento (34). La historia de El Peral arroja nuevas luces sobre las experiencias de la vida sanatorial, sobre todo en lo que respecta a la constitución del espacio de lo privado. De la lectura de las páginas de El Perallillo, órgano oficial del centro

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de bienestar de dicho establecimiento y dirigido fundamentalmente por los pacientes, es posible entrever que el enfermo que ingresaba a ese establecimiento se enfrentaba a un conjunto de alternativas que le permitían eventualmente definir su identidad como individuo a partir de la experiencia de la enfermedad. La gama de matices que podía adquirir el nexo que surgía entre el tuberculoso y la comunidad sanatorial se manifestaba tempranamente, desde el instante en que el paciente arribaba al establecimiento. Un testimonio elocuente de ese momento definitorio para la historia personal del paciente lo entrega Boheme, pseudónimo utilizado por uno de los integrantes del establecimiento, cuya voz retrata el espacio de frontera al que ingresaba el tuberculoso: Alargando su trompa curiosa, el auto gris se detuvo ante la amplia puerta del sanatorio… con paso macilento… un poco tímido… un sobre de radiografía bajo el brazo, el hombre bajó y miró extrañado tratando de traspasar las murallas para encontrar la nueva vida que se escondía tras ellas. El corazón se le encogió de angustia… la enfermedad había traído consigo un complejo de sentimentalismo morboso de infelicidad, de desesperanza y de inferioridad. ¿Acaso sus amigos y hasta algunos de sus parientes no lo habían rechazado con miedo desde que se supo que la tisis había hecho presa de él? (35). Esta imagen que describe el interlocutor, según la óptica que se estile para examinarla, puede bien representar, en primer lugar, el peso de la estigmatización de “tísico” que debía sobrellevar el doliente, en momentos en que el discurso de la comunidad tisiológica chilena y del aparato de salubridad del Estado ponía el hincapié en el carácter de enfermedad social de la tuberculosis (36); y, en segundo término, la génesis de una nueva expectativa personal desde el instante en que el paciente toma conciencia de la oportunidad que el espacio sanatorial le ofrece para reformular su identidad no sólo como persona, sino como también como ciudadano, posibilidad que le era negada en el espacio público. Dentro del cúmulo de posibilidades que comprendía la inserción en la “subcultura sanatorial” existía la alternativa de que un tuberculoso fuese motejado de “el enfermo

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nuevo” (37), categoría que reflejaba en parte el ambiente sectario y de soledad que podía reinar en la institución. No obstante, esa situación daba pábulo para la constitución de un nuevo escenario donde desempeñaba un papel relevante la “comunidad sanatorial”, esto es, aquella conformada por los médicos y pacientes y cuyo cometido era lograr modular el ambiente inicialmente negativo que podía afrontar el paciente a fin de obtener el bien más preciado: la sanación. Visto de este modo, es factible plantear que la atmósfera a la que ingresaba el tuberculoso brindaba simultáneamente la oportunidad de seguir las sendas de la exclusión o de la inclusión. En este sentido es importante observar la opinión que en torno a ese tema exteriorizó la comunidad a través de su periódico en 1939: Es necesario ir más allá. Que cada paciente se transforme solo en un engranaje de todo un mecanismo destinado a mejorar cada vez más las condiciones de estadía en el Sanatorio. No bastan las comodidades materiales para hacer productiva una cura sanatorial. Es necesario que el espíritu tenga también un reposo paralelo al del cuerpo y que a las preocupaciones producidas por el alejamiento de los seres queridos no se sumen nuevos disgustos de la vida común (38). La vivencia diaria de la comunidad de El Peral, que se desenvolvía al ritmo del “tiempo sanatorial”, parece demostrar que el horizonte al que estaba dirigida era el del establecimiento de una atmósfera de concordia. En efecto, la creación de un Centro de Bienestar, por ejemplo, fue valorada como una fiel expresión de aquel deseo colectivo (39). Sin embargo, ello no necesariamente implicaba que con cierta periodicidad se hiciera presente lo que se podría calificar como una “fuerza centrífuga” que, eventualmente, podía minar el ideal de la concordia sanatorial. De hecho, al respecto llamaba la atención a algunos miembros de El Peral la aparición intermitente de un “espíritu de círculos de grupos” que se erigió en un fenómeno que fue interpretado como un “residuo decadente de los primeros meses de vida sanatorial” (40). Con todo, predominaba la convicción de que el deseo de confraternidad entre los habitantes del Sanatorio se imponía finalmente a esas expresiones de intimidad que yacían en los pequeños espacios privados que germinaban en torno a relaciones afectivas.

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Es dable sostener que el conjunto de manifestaciones escritas que se descubren en El Peral, además, puede ser portador de una representación de la vida sanatorial que, envuelta en aires de melancolía, suele manifestar la relación dual que establece el tuberculoso entre el mundo privado y la esfera de lo público. En efecto, por una parte, es posible apreciar un rechazo a la discriminación de que es objeto un paciente que adolece de tuberculosis “allá afuera” y, simultáneamente, constatar la existencia de una sensación de esperanza que tiene su fuente de origen en el diario vivir que se contempla en el establecimiento. En el poema titulado Oda al sanatorio, es posible reparar en los destellos que reúne ese cuadro de múltiples sensibilidades: Aquí estaremos y estaremos solos aquí donde la esperanza despunta en cada aurora, aquí donde el sueño florece en el crepúsculo, aquí donde renacen las perspectivas con algo de ilusión y canta el río en la nocturna soledad arden los áureos trigales del mundo y sentimos el ruido de las grandes cabalgatas y huele a inquietudes y a combustibles de motores sociales en marcha pero aquí vive la paz de las nostalgias, alegrías y tristezas, y en este magnífico silencio que pertenece a la ciencia –crucificada en su soledad-– el alma sonora CANTA (41).

Un rasgo interesante que se puede apreciar en el entramado de experiencias que formó parte de la vida sanatorial en Chile se identifica con lo que puede definirse como una “vocación de liberación” que, paradójicamente, fructificaba en el encierro sanatorial. Gracias al poder expresivo que ofreció la poesía para exteriorizar la experiencia de ser enfermo, los pacientes del Sanatorio Peñablanca contaron con un canal para volcar sus sensibilidades en las páginas de su medio de expresión: El Infiernillo, “el barómetro de nuestro estado de ánimo” como lo definía la comunidad de tuberculosos.

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Al observar el tejido de vivencias que nacieron en el espacio privado instaurado por los habitantes del sanatorio emana la esperanza de recuperación de un “bien social” que en el espacio público les ha sido negado: la salud. Los enfermos, mediante sus testimonios, se encargaron de echar por tierra la versión tejida en el exterior que sindicaba al mundo sanatorial como un espacio privilegiado de la muerte. Así, como una manera de refutar esa interpretación, un miembro de la comunidad que se valió del seudónimo de Letier, afirmó que el establecimiento representaba un lugar de encuentro con la salud. Los argumentos sobre los que sostuvo su impresión tuvieron el siguiente tenor: Alrededor del sanatorio se había tejido una negra leyenda que los mismos pacientes se han encargado de destruir; se creía que este era un sitio abandonado en alguna parte del campo, donde venían los enfermos solamente á morir; la verdad es totalmente diferente: este es uno de los pocos lugares donde gracias á su clima excelente clasificado entre los mejores del País, el enfermo aniquilado por la enfermedad, encuentra la preciada salud (42).

En virtud de lo expuesto por Letier, quedaba comprobado que el sanatorio significaba para el tuberculoso un horizonte sembrado de expectativas positivas, hecho que contrastaba con la imagen de la institución que estaba instalada en el terreno de lo público. Es más, dentro del mismo establecimiento circulaba la idea de que los individuos sanados, asumiendo una suerte de mandato entregado por la comunidad sanatorial, se transformasen en portavoces de los beneficios que el paciente podía hallar en un establecimiento consagrado a la salud, interpretación que se puede desprender de las siguientes palabras: Enfermo, trata de que tu vida aquí sea lo más liviana posible; olvida si es posible tu enfermedad, para que te lleves un grato recuerdo de tu permanencia en el hospital, y así puedas decir que éste fué para ti un verdadero TEMPLO DE LA SALUD (43).

A partir de este testimonio, se comprueba la existencia de un tránsito de representaciones

sobre la enfermedad entre las esferas de lo privado y lo público. En otras palabras, así como se aprecia que desde el sanatorio se podía enviar un mensaje significativo hacia el exterior, desde la contraparte también se observan manifestaciones de diversa índole que fueron objeto de varias lecturas por parte de la comunidad de tuberculosos. Soslayando la evidente predominancia del carácter normativo que impregnaban las expresiones de lo público, condensadas en el denominado “régimen sanatorial”, merece atención la existencia de ciertos fenómenos que eventualmente podían gozar de una favorable recepción entre los pacientes, actitud que a la larga podía traducirse en una ostensible y positiva reformulación de sus expectativas. En términos concretos, se advierte que la trama de relaciones humanas que surgía entre sanadores y tuberculosos podía generar situaciones de aliento para los enfermos. La experiencia que describió uno de los pacientes del Sanatorio Laennec acerca del arribo de nuevas enfermeras al establecimiento en el otoño de 1941 admite barajar esa interpretación: Se acercaron a mi lecho y con ternura innata y suave voz, después del respectivo saludo, me dirigieron unas preguntas sobre mi estado de salud, a lo que respondí como si nada me mortificara, dándoles a comprender que me sentía muy bien, demostración que no dejaba de ser fingida, ya que en mi soledad sufría moralmente la falta de algún esparcimiento espiritual que me hiciera sentir apego a la vida. Sólo ellas han conseguido arrancar de mi mente ese conjunto de ideas, ese pesimismo que embargaba mi alma, hoy ardientemente deseo ese pintoresco y desconcertante factor llamado vida, que en combinación con una perfecta salud nos es tan necesaria para procurarnos un porvenir más o menos aceptable ¿Volveré a ser lo que fui? ¿Volveré a esa actividad cotidiana, a recuperar el tiempo perdido? ¿Cuándo será todo eso realidad? Dios lo sabe, sólo de El depende nuestra felicidad (44).

Tal como se aprecia, el mundo sanatorial puede ser definido como un mosaico de voces dentro del cual cada una de ellas encuentra su instante de expresión. No obstante, a diferencia del ejemplo representado por Letier, no todas esas manifestaciones de lo privado se tradu-

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jeron necesariamente en ilusiones auspiciosas para la salud de los individuos que integraban cada comunidad de enfermos. En efecto, en el escenario que se erigió en el sanatorio Peñablanca es posible testimoniar el sentimiento de dolor descorazonador que solía generar la tuberculosis entre los dolientes del sanatorio, sensación de desdicha que se acentuaba con la percepción del ánimo de exclusión para con los tuberculosos que reinaba en el exterior, es decir, en lo público. En este sentido, conocer la palabra testificante de uno de los pacientes resulta iluminadora de esta nueva dimensión de la intimidad: ¡Señor! Siento clavarse agudas espinas en mis espaldas y en mis brazos se ciñen los brazos de tu cruz. Quiero buscar en ella la verdad de la vida, hoy que la vida niega la verdad y el amor. Y sobre esta dicha que existe, si es que existe, te pido un consuelo para un triste, un rancho en la lejanía lejos de la Humanidad, porque Señor, ellos gozan de buena salud y a nosotros, los que sufrimos, de esta enfermedad, nos consideran como a su peor enemigo. ¡Señor! Tú atenderás mi ruego que ya no es más lo que te pido que un poco de alegría y no permitas que llore al encontrarme junto al dulce laurel Hospitalario, sin amor, solitario, mirando mi idilio frente a los prados dormidos, convaleceré un tiempo, dejaré que cicatrice mi herida y los días, en puntillas, marcharán (45).

De este modo, se puede subrayar la existencia de una nueva representación que nace en torno al espacio sanatorial, esto es, palpar la enfermedad como fuente de exclusión. Como es posible observar en la historia de la tuberculosis, especialmente desde la óptica sociocultural, no debe extrañar la significación excluyente que involucraba dicho mal para parte de la sociedad chilena. Ahora bien, si circunscribimos esa apreciación al examen del contexto sanatorial, ella sugiere pensar en que en ciertos momentos de la “vivencia privada” de ser tuberculoso fue posible hallar en la intimidad del espacio sanatorial quizás si el último refugio para hacer frente a la experiencia de sentirse emplazado, “lejos de la humanidad” (46).

3.

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CONSIDERACIONES FINALES

El examen historiográfico de la problemática expuesta acerca de las formas que podía adoptar la articulación de las esferas de lo público y lo privado en el ámbito de los sanatorios para tuberculosos en Chile a mediados del siglo XX no se agota en los temas examinados, puesto que no obedece al objetivo principal de este trabajo. Sin embargo, es posible sostener que se ha allanado el camino para a partir del manejo de las experiencias del individuo enfermo y sus respectivas significaciones, poder llevar adelante la tarea de historiar algunas de las diversas sensaciones que suelen acompañar al proceso de la salud y enfermedad y el lugar que pueden ocupar en los espacios que se ha dado la sociedad moderna, enfoque que se ajusta en cierto modo a la idea de Arendt sobre el descubrimiento moderno de la intimidad. Además, es factible remarcar no tanto la complementariedad que existe entre las esferas de lo público y lo privado, sino que más bien el carácter asimétrico que se suscitó en la relación entre ambos espacios. Al citar algunos de los aspectos que resaltan en el enfoque histórico foucaultiano, pudimos advertir que desde el siglo XIX el Estado optó por privilegiar la vida sobre la muerte, disposición que se expresó en una expansión normativa del saber médico sobre la vida social. Para el caso de Chile, dicho fenómeno puede ser registrado si se atiende a la paulatina preocupación que, a partir de la década de 1880, el proceso de salud y enfermedad fue adquiriendo en la esfera de lo público. Esta renovada disposición estuvo encarnada fundamentalmente por el interés científico de los médicos educados conforme a los postulados de la “era bacteriológica” y el espíritu filantrópico de los benefactores, entre otros. El Estado, como agente promotor de los intereses colectivos, en rigor asumió un protagonismo con posterioridad, en la década de 1920. En cuanto a la relevancia que le cabe a la tuberculosis en aquel marco interpretativo, el presente examen historiográfico permite tener en cuenta que dicha enfermedad no se constituyó como una realidad estática inserta en la sociedad. La posibilidad de observar las experiencias que se registraron en los sanatorios para tuberculosos permite observar una suerte

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de flujo entre lo público y lo privado, constituido esencialmente por las representaciones que nacían en cada una de esas esferas. El examen del conjunto de vivencias que dieron vida a los espacios sanatoriales que se afincaron con fuerza en Chile en la primera mitad del siglo, demuestra la serie de facetas que puede adoptar la articulación entre la experiencia íntima y privada del paciente tuberculoso y la vocación normadora y normalizadora subyacente en las políticas públicas sobre la salud que se implementaron especialmente con el modelo de “Estado benefactor”. Si bien, desde cierto punto de vista, ese fenómeno revela cómo desde lo público se desplazó la línea divisoria hacia lo privado, convirtiendo a este ámbito en una suerte de “esfera marginal”, cabe destacar que desde la perspectiva del paciente tuberculoso, algunos de cuyos testimonios hemos presentado, quizás sea posible discutir la hipótesis de que a partir de la intimidad que esconde la vida sanatorial, en el fondo, haya sido la esfera de lo público la que adquirió un carácter de marginal para el tuberculoso. En suma, el estudio historiográfico de la experiencia de ser enfermo ha sido una de las alternativas que mayor fuerza ha cobrado en la nueva historia de la salud y la enfermedad en las últimas dos décadas. El presente estudio, en parte, trata de reflejar ese esfuerzo que más que nada aspira a delinear el carácter de “sujeto histórico” que le corresponde al paciente, cuya voz estuvo sumergida en un silencio historiográfico por razones metodológicas. Este nuevo enfoque es un factor a considerar en todo proyecto que pretenda dar cuenta de la historia de la medicina, aspiración que en los últimos quince años se ha ido materializando.

NOTAS Y REFERENCIAS 1. Ariès P, Duby G. Historia de la vida privada. De la revolución francesa a la Primera Guerra Mundial. Santillana Ediciones Generales, Madrid, 2003, tomo 4, 11. 2. La aplicación de la denominada teoría de las representaciones sociales tiene su origen en el campo de la psicología social de la década de 1960, siendo su principal gestor Serge Moscovici, aunque para algunos sea Emile Durheim y su

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idea de la representación colectiva, el verdadero fundador de esa teoría. Básicamente, como sostiene Denise Jodelet, “las representaciones sociales se nos presentan bajo formas variadas, más o menos complejas. Imágenes que condensan un conjunto de significados; sistemas de referencias que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso dar un sentido a lo inesperado; categoría que sirve para clasificar las circunstancias, los fenómenos y los individuos con quienes tenemos algo que ver; teorías que permiten establecer hechos sobre ellos”. En el fondo, asevera Jodelet, una representación es una manera de interpretar y pensar nuestra realidad cotidiana, una forma de conocimiento social. Jodelet, Denise. La representación social: fenómenos, concepto, teoría, en Moscovici S. Psicología social. Paidós, Barcelona, 1985, vol. II, 472. 3. Goodman D. Public sphere and private life: toward a synthesis of current historiographical approaches to the old regime, en History and Theory, Wesleyan University 1992, 1-20. 4. Von Horn Melton J. The rise of the public in enlightement europe. Cambridge University Press, Cambridge, 2001, 4-5. 5. Chartier R. Espacio público, crítica y desacralización en el siglo  XVIII. Gedisa, Barcelona, 1995, 33. 6. Ibíd., 34. 7. Arendt H. La condición humana. Paidós, Barcelona, Buenos Aires, México, 1993, 75. 8. Ibíd., 73. 9. Ibíd., 77. 10. Guerra FX. Aportaciones, ambigüedades y problemas de un nuevo objeto histórico, en VV.AA. Lo público y lo privado en la historia americana. Fundación Mario Góngora, Santiago, 2000, 14. 11. Ibíd., 16. 12. Lobato M. (Editora). Política, médicos y enfermedades. Lectura de historia de la salud en Argentina. Editorial Biblos, Buenos Aires, 1996, 11. 13. Cipolla C. Contra un enemigo mortal e invisible. Editorial Crítica, Barcelona, 1993, 198 págs. 92. 14. Armus D. Entre médicos y curanderos. Cultura historia y enfermedad en la América Latina moderna. Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 2002, 11. 15. Foucault M. Genealogía del racismo. Editorial Altamira, La Plata, Argentina, 1996, 199.

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16. Ibíd., 200. 17. Sontag S. La enfermedad y sus metáforas y el sida y sus metáforas. Taurus, Madrid, 1996, 12-13. 18. Caponi S. Historia, Ciencias y Salud - Manguinhos, 1997, volumen IV, 287-307. 19. Delaporte F. (Editor). A vital rationalist. Selected writings from Georges Canguilhem. Zone Books, New York, 2000, 481 páginas, 133. 20. Ibíd., 306. 21. En 1791 la Asamblea Nacional decretó que los ciudadanos tenían derecho a la salud así como a la vida, a la libertad y a la propiedad. Sobre esa base constitucional, se desplegaron una serie de campañas de salud entre la población, se acentuó el cuidado de la infancia, se garantizó el acceso a los servicios médicos para ricos y pobres y se nacionalizaron los hospitales pertenecientes a los religiosos con el fin de someter a un control higiénico riguroso a los “ciudadanos-pacientes”. Porter R. The greatest benefit to mankind. A medical history of humanity. W.W. Norton, New York, 1999, 405. 22. Armus D. La ciudad impura. Salud, tuberculosis y cultura en Buenos Aires, 1870-1950. Editorial EDHASA, Buenos Aires, 2007, 16. 23. Fundamentalmente, los sanatorios eran establecimientos emplazados conforme a una topografía médica determinada, alejados de los centros de población por lo general y dotados de un personal y régimen especializados en la atención de personas tísicas. Las experiencias pioneras emprendidas por Brehmer y Dettweiler en Alemania –extendidas a Europa con posterioridad– y Trudeau –en Estados Unidos– generaron ciertos estándares en materia de sanatorios cuya materialización tuvo su apogeo en la segunda mitad del siglo XIX y en los inicios del siglo XX, marcando una etapa en la medicina moderna, la cual es conocida como la era del movimiento sanatorial. 24. Armus D. Curas de reposo y destierros voluntarios. Narraciones de tuberculosos en los enclaves serranos de Córdoba, en Bongers W, Olbrich T. Literatura, cultura y sociedad. Paidós, Buenos Aires, 2006, 115. 25. Ibíd., 116. 26. Soza E. Revista de Beneficencia Pública, 1922, tomo XVI, 301-317. 27. El primer proyecto de sanatorio estuvo encabezado por los hermanos Donnay quienes ubicaron su obra en la zona del Alfalfar (Cajón del Maipo), que se frustró al poco tiempo

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fundamentalmente por razones de naturaleza económica. Posteriormente, entre las que es menester mencionar: el Gran Hotel de Francia, establecido en 1894, que en la década de 1930 pasó a ser administrado por la Caja del Seguro Obrero con el nombre de Sanatorio Laennec; el Sanatorio Peñablanca, fundado en 1904 por una sociedad anónima del mismo nombre y que tras un cierre inicial registrado en 1907, fue reinaugurado en 1912 gracias a la cooperación de la benefactora Juana Ross de Edwards; el Sanatorio de Los Andes, abierto en 1904; y el Sanatorio Diaguitas, ubicado en el departamento de Elqui, cuya construcción, avalada por la Junta de Beneficencia de La Serena, se inició en 1912 y que registró serios problemas en su implementación. Duarte, I. y López, M. “Sanatorios para tuberculosos en Chile: los primeros establecimientos”. An Chil Hist Med 2006; 16: 211-224. 28. Cfr. Illanes MA. En el nombre del Pueblo, del Estado y de la Ciencia: Historia social de la Salud Pública en Chile, 1880-1973. Colectivo de Atención Primaria, Santiago de Chile, 1993; López, M. “Un plan científico para combatir la peste blanca: origen del Hospital Sanatorio El Peral, 1927-1938”. An Chil Hist Med 2006; 16: 57-84. 29. Orrego Puelma H. Revista de Aparato Respiratorio y Tuberculosis, 1956; 2: 61-77. 30. Allende S. La realidad médico-social de Chile. S/E, Santiago de Chile, 1939, 87. 31. Soza E. Higiene Social, en Ferrer PL. Higiene y Asistencia Pública en Chile. Homenaje de la delegación de Chile a los delegados oficiales a la quinta Conferencia Sanitaria Internacional de las Repúblicas Americanas. Imprenta Barcelona, Santiago de Chile, 1911, 368. 32. En efecto, gracias a las gestiones efectuadas por los doctores Alejandro del Río y Gregorio Amunátegui, más la figura de Carlos Balmaceda y el respaldo de la Junta de Beneficencia, en mayo de 1925 inició sus actividades la Escuela de Servicio Social de Santiago. Cordemans, L. Servicio Social, 1927; 1 y 2: 8-31. 33. Saguez H. “Dos meses en el Sanatorio La Higuera”. Boletín Médico Social de la Caja de Seguro Obligatorio. 1938; 46: 92. 34. El Mercurio, Santiago de Chile, 15 de mayo de 1938, 30. 35. El Peralillo, septiembre de 1939, Nº 10, 5. 36. Cf. Del Río S. La lucha antituberculosa. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1937, 14 páginas;

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Orrego Puelma H. Estudios médicos y sociales sobre la tuberculosis. Imprenta Universitaria, Santiago de Chile, 1934, 183 págs. 37. El Peralillo, diciembre de 1939, Nº 13, 5. 38. El Peralillo, septiembre de 1939, Nº 10, 2. 39. “Los hombre y mujeres de tan variada condición social que una común enfermedad ha reunido en este Sanatorio, ha dado hasta ahora un bello ejemplo de lo que una cooperación amplia y desinteresada es capaz de alcanzar. Así nació el Centro de Bienestar, y así cada una de sus numerosas y activas secciones, entre

las cuales se destaca este magnífico Peralillo’, colocado siempre en una ascendente marcha de progreso”. El Peralillo, septiembre de 1939, Nº 10, 2. 40. Ibíd. 41. El Peralillo, mayo de 1940, Nº 17, 3. 42. El Infiernillo, agosto de 1940, Nº 6, 2. 43. Ibíd. 44. Laennec, mayo de 1941, Nº 15, 8. 45. El Infiernillo, enero de 1941, Nº 11, 2. 46. Ibíd.

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Algunos antecedentes sobre los comienzos de la enseñanza de la historia de la medicina en Chile: el Dr. Juan Marín Rojas Dr. Sergio Zúñiga R.1

“La formación del médico debe incluir la enseñanza de las humanidades médicas. Una de sus disciplinas, la Historia de la Medicina, permite al alumno adquirir un enfoque humanista de la medicina, profundizar sus conocimientos, revisar los fundamentos de su profesión y elevar su ideal. A su vez, el estudio crítico del pensamiento científico en ciencias básicas estimulará en los alumnos la capacidad de evaluación de diversas teorías y desarrollará sus aptitudes tanto como investigador básico cuanto como profesional clínico”. Cuando el Presidente Balmaceda, en 1891, disuelve y reforma la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, incluye en la nueva planta de profesores al sabio médico alemán –avecindado en el país– Dr. José Juan Brunner a cargo de la cátedra de Historia de la Medicina. Este hecho constituye el primer intento oficial de enseñanza de la asignatura en el país. Sin embargo, la celeridad con que se desencadenaron los acontecimientos políticos en ese entonces impide concretar el proyecto. Tendrán que transcurrir más de 30 años para que, en 1932, el profesor Lucas Sierra Mendoza, quien sentía especial predilección por los estudios médicos históricos, encargue a su ayudante de Clínica Quirúrgica, Dr. Juan Marín Rojas, para que dicte un curso de Historia de la Medicina en calidad de profesor agregado. El joven cirujano, Dr. Marín, se había ya destacado como un escritor de muy fina sensibilidad, de un estilo literario muy pulcro y elegante, muy rico en imágenes y hondo en conceptos. Profesional distinguido, formará parte del cuerpo médico directivo de la Caja de Seguro Obligatorio, en los comienzos de ésta, el año 1925. Posteriormente ingresará a la Armada Nacional donde con el grado de Capitán de Corbeta prestará sus servicios médicos en el Hospital Naval de Valparaíso y luego en el Hospital de Punta Arenas. El año 1929 publica su libro de poemas Looping. La obra literaria de Marín incluye cuentos, ensayos, novelas y crónicas. En 1939 ingresará al cuerpo diplomático cumpliendo misiones como Encargado de Negocios y Cónsul en China, Egipto y otros países. Palabras clave: Historia de la Medicina – Universidad de Chile – Juan Marín – escritor – diplomático.

Some antecedents on the beginning of teaching history of medicine in Chile: Juan Marín Rojas, M.D. During President José Manuel Balmaceda’s government in 1891, the School of Medicine was closed and reorganized. Professor José Juan Brunner, a German learned doctor was appointed to teach History of Medicine in the new program, but a civil war broke out in Chile and the project was left stand by. That was the first attempt to teach this subject. After thirty years, in 1932, the great surgeon Lucas Sierra assigned Dr. Juan Marín Rojas as assistant professor in charge of a course of History of Medicine in the Faculty. The young surgeon, Dr. Marín was a very sensitive writer with a fine and elegant literary style. As a medical doctor he was a distinguished professional. In 1925 became a member of the board of Caja de Seguro Obligatorio. A few years later Marin joined the Chilean Navy, working in Valparaíso and Punta Arenas. In 1929 he published Looping, a poem book. Marin’s literary work includes essays, tales, novels and chronickle. From 1939 he filled a diplomatic position in China. India and other countries. Key words: History of Medicine - Universidad de Chile – Juan Marín – writer – diplomat.

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Médico Cirujano. División de Cirugía, Escuela de Medicina, Pontificia Universidad Católica de Chile. Docente, Departamento de Bioética y Humanidades Médicas. Facultad de Medicina. Universidad de Chile. Correo electrónico: [email protected]

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INTRODUCCIÓN La investigación bibliográfica sobre la enseñanza de la Historia de la Medicina ha permitido ubicar bien sus inicios en Europa, fundamentalmente en Alemania y Francia, a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX. En Francia surge después de su movimiento revolucionario, en el año 1794, por un decreto oficial que crea las “écoles de santé”. En él, se dispone la creación de una cátedra conjunta de Medicina Legal e Historia de la Medicina, la que posee un enfoque claramente pragmático: “enseñar algunos ejemplos para conocer los errores del pasado y evitar repetirlos”. El profesor encargado de la cátedra en París fue Pierre Jean Georges Cabanis (1757-1808), quien seguramente utilizaba su propio libro, publicado en 1804, como texto. Es poco probable que estos antecedentes hayan sido considerados y tal vez conocidos, al constituirse la primera Escuela de Medicina republicana en el Chile de 1833. El Dr.  Miguel J. Semir (1832-1882), en 1860, es quien lleva a cabo el primer intento de desarrollar una historia de la medicina nacional con su memoria de incorporación a la Facultad de Medicina de la Universidad: “Apuntes para la historia de la enseñanza médica en Chile”, publicados en agosto de 1860, en el tomo XVII de los Anales de la Universidad de Chile (4). En este trabajo el Dr. Semir realiza un recuento de la medicina nacional desde la fundación de la Universidad de San Felipe, en 1738, y considera el desarrollo médico hasta mediados del siglo XIX. Incluye, además, algunas notas sobre las personalidades y conocimientos de los facultativos. El gran historiador y escritor –entre otras cosas–, Benjamín Vicuña Mackenna (1831-1886), publica el año 1877, “Los médicos de antaño en el Reino de Chile”, un ameno estudio histórico social, con muchas anécdotas curiosas en relación con la beneficencia, la caridad pública y las instituciones en los tiempos coloniales (5). Más adelante será el Dr. Adolfo Valderrama (1834-1902), brillante profesor de la Facultad de Medicina de aquella época, quien en su discurso de inauguración en el Primer Congreso Médico Chileno, en 1889, expone el tema la “Historia de la Medicina en Chile”. En 1894 el Dr. Eduardo Salas Olano publica un pequeño libro, “Historia de la Medicina

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en Chile” y al año siguiente el Dr. José Grossi González (1859-1929), de Valparaíso, nos entrega su “Reseña del Progreso Médico en Chile”, obra que es premiada por la Universidad de Chile. Pero el gran paso lo da el Dr. Pedro Lautaro Ferrer Rodríguez (1869-1937) en 1904, con su monumental trabajo “Historia General de la Medicina en Chile”, que incluye desde el año 1535 hasta la inauguración de la Universidad de Chile en 1843. En esta obra (5) queda consignada de un modo especial la acción de las personalidades que representan y encarnan el adelanto intelectual y material de nuestra escuela médica.

Posteriormente habrá numerosas publicaciones en torno al tema, pero ninguna propuesta para incluir dentro de los estudios médicos la enseñanza de la Historia de la Medicina. El primer intento documentado (1) ocurre a fines del siglo  XIX, durante el gobierno del Presidente José Manuel Balmaceda, quien luego de disolver la Facultad de Medicina existente, en 1891, y luego al reformarla, incluye en la nueva planta de profesores al sabio médico alemán –avecindado en Chile– Dr. José Juan Brunner (1825-1899) a cargo de una cátedra de Historia de la Medicina. La celeridad con que ocurrieron los acontecimientos políticos en ese entonces, no permitió concretar este primer intento docente. Hubo de pasar más de 30 años para que, en 1932, el profesor Lucas Sierra Mendoza (1866-1937), quien sentía especial predilección por los estudios médicos históricos, encargara a su ayudante de Clínica Quirúrgica, el Dr. Juan Marín Rojas para que dictara un curso de Historia de la Medicina en calidad de profesor agregado. (1) Juan Marín con mucha erudición y dedicación cumplió cabalmente la tarea encomendada. Los siguientes párrafos han sido extraídos de su lección inaugural, la que fue dictada en la Universidad de Chile, el 25 abril de 1932 (2): Es con profunda emoción que debo deciros mi palabra inicial al abrir este curso de lecciones de Historia de la Medicina que por primera vez se profesa en nuestra Universidad… No es una vana palabra ni es un recurso de oratoria lo que acabo de deciros. Hay poderosos elementos flotando en este ambiente,

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reminiscencias del pasado y formidables interrogaciones sobre el porvenir… Hace 12 años, sin haber alcanzado todavía el título universitario que permite ejercer la medicina en Chile, llegué a la clínica del profesor Lucas Sierra como concursante al alto honor de pertenecer al grupo de colaboradores del maestro de esa clínica… Llego después de largo peregrinaje, a cobijarme bajo su alero tutelar para asumir la grave responsabilidad de enseñar la historia del desarrollo de las ciencias y las artes médicas a la juventud que hoy llena el aula de nuestra vieja escuela… Nosotros, los de mi generación y los de antes, no conocimos esta cátedra, ni puedo por lo tanto, siguiendo la tradición de todas las universidades, hacer el elogio póstumo de mi antecesor… Cábeme, en cambio, la intensa satisfacción de rendir homenaje aunque hiera con ello la modestia de quien se encuentra aquí presente, al que ha sido durante mucho tiempo un verdadero profesor sin cátedra de Historia de la Medicina… Me perdonaréis que tenga que referirme de nuevo al maestro que todos vosotros ya sabéis: el profesor Lucas Sierra…

JUAN MARÍN ROJAS (1900-1963): EL HOMBRE, EL MÉDICO, EL DIPLOMÁTICO Juan Marín Rojas (fig. 1) nació en Constitución, Talca. Su niñez transcurrió en Constitución, donde realiza sus estudios primarios. Se traslada a Talca, donde efectúa los estudios secundarios, en el Liceo de Hombres Nº 1 y luego a Santiago, a la Universidad de Chile. Recibe su título de médico cirujano el 24 de octubre de 1921. Su tesis versa sobre “Tirotoxicosis y su tratamiento quirúrgico”. Su vocación médica lo inclina hacia la cirugía. Ingresa entonces a la Clínica Quirúrgica de Lucas Sierra como ayudante. Al mismo tiempo que se desempeña como cirujano, trabaja como venereólogo en los Dispensarios de la Junta de Beneficencia de Santiago. Forma parte del cuerpo médico directivo de la Caja de Seguro Obligatorio cuando esta comienza sus prestaciones médicas, en 1925. Al

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Figura 1: Dr. Juan Marín Rojas.

cabo de unos pocos años abandona Santiago e ingresa a la Armada Nacional en la que logra el grado de cirujano capitán de corbeta. En la Marina sirve como cirujano del Hospital Naval de Valparaíso y del Hospital de Punta Arenas. Embarcado en el emblemático acorazado Almirante Latorre y otros navíos. Viaja en comisión de servicio por diversos países de Europa. Fruto de esa travesía es su ensayo “Clínicos y Maestros en Inglaterra y Francia”, en 1931. En 1933, durante el gobierno provisional de Carlos Dávila y aún siendo cirujano de la Armada, debe reemplazar al Dr. Alejandro del Río como Director General de Beneficencia y Asistencia Social, quien había sido alejado de su cargo por motivos políticos. Retirado de la Armada se dedica a sus tareas literarias y periodísticas, preferentemente la crítica. El año 1939 ingresa a la diplomacia. Encargado de Negocios y Cónsul General de Chile en China, en Shangai, hasta 1943. Encargado de Negocios y Cónsul General en El Salvador, el año siguiente. Retorna a China en 1946. En septiembre de 1947 es trasladado en la misma calidad a Egipto, Siria y El Líbano con

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sede en El Cairo. Dos años después Encargado de Negocios en la India, en Nueva Delhi. En 1953 ejerce como funcionario de la Cancillería, en Santiago. Desligado de las funciones diplomáticas, con el cambio de gobierno se reintegra a sus tareas literarias y periodísticas en “El Mercurio” de Santiago. Fue designado Presidente de la Sociedad de Escritores de Chile en 1954, en un período conflictivo de dicha institución. Por su excepcional cultura y capacidad organizadora, es nombrado en Washington Director del Departamento Asuntos Culturales de la OEA, entre 1956 y 1963. Fallece en febrero 1963, pocos días después de dirigir con gran brillo la Escuela Internacional de Verano de la Universidad de Chile en Valparaíso. Según lo definió (3) el escritor Hernán de Solar, era el hombre cordial que tendía la mano con amena humanidad. Casado con Milena Luksic Dragicevic, compañera de ruta de toda una vida. Un escritor portugués, Joaquim de Ontezrema de Carvalho, lo entrevistó (6). A la pregunta final que éste le hizo sobre qué diría a los hombres al despedirse de la vida, Juan Marín respondió con las siguientes palabras: yo les diría, con toda la fuerza de mi voz, destruyan esas bombas infernales que tienen en las manos como diabólicos juguetes sin saber qué hacer con ellos. Desmonten y desarmen todos esos mecanismos infernales de destrucción. Cultiven la tierra y empuñen la azada, pulsen la lira, miren a través del telescopio y del microcopio. Échense a cruzar los océanos y a surcar los cielos, pero no para destruir sino para crear. Acuérdense de que la vida humana es apenas un fugaz resplandor entre dos tinieblas, un breve episodio entre dos cielos infinitos. No destruyan la armonía de la creación…

JUAN MARÍN ROJAS: EL ESCRITOR A los veinticinco años, para Juan Marín, escribir un poema era “como pasar una lección de box con su maestro”. Recibió su título profesional a los veintiún años (1921). Además de médico era un admirador del arte futurista, adoraba el jazz, disfrutaba con las Greguerías

de Ramón Gómez de la Serna, pensaba en los aviones y en lo que sería el mundo de mañana con ellos. Aun más: escribió un libro de poemas que tituló “Looping”. Le encantaba Josephine Baker, la musa existencial de los años locos (8). Los poemas los escribía entre un enfermo y otro, entre una y otra operación, impregnado de éter y desinfectante y en hojas de papel que tenían el membrete de hospitales y clínicas. No me molestaba la conversación de los compañeros ni el ruido de las ambulancias, ni esa atmósfera cargada de drama que hay en los locales de la Asistencia Pública (8).

LOOPING (Fragmento) (7) Volando sobre 5.000 metros He querido hacer esta mañana un looping Me acompañaba “Saxofón” Un negro pekinés que es mi mascota Y mi única preocupación Estaba tan hermosa la pista Tan limpia la decoración Sin vientos sin neblinas Sin un solo temblor Vamos a trabajar un poco Viejo Motor Vamos a divertirnos como antaño Con Marión Cuando pasaba junto a su ventana Disparándoles un beso “en medio roll” Vamos a hacer el clown y que nos miren Las gigolettes del Orión Y cual si comprendiera se reía Brincaba y retozaba el viejo avión Todo es cuestión de apresurar la marcha Y “picar” con amor Mientras la mano decidida y firme Abre a “full” el acelerador Como silba en las montañas el viento Como cantan las alas su canción Buena lluvia de agujas en la cara Y en los oídos la trompeta lírica De Nabucodonosor…

Como escritor, Marín buscó caminos en géneros tan disímiles como el poema lírico, la novela, el cuento, el ensayo, la visión de

S. Zúñiga R. / Enseñanza de la historia de la medicina en Chile: el Dr. Juan Marín Rojas

temas médicos, los libros de viajes, los grandes reportajes y notas periodísticas volanderas. En una oportunidad, Juan Marín explicó que no había una sola línea de cuanto escribió que no haya estado influida por su formación intelectual de médico. Ciertamente si no hubiera sido médico no hubiera jamás sido escritor. ¿Me dió la medicina una filosofía de vida? Sí, aunque esta se fue formando, en su mayor parte, después durante los viajes. La medicina me dió la dimensión humana de la vida sin la cual la literatura no existe: simpatía hacia el hombre, comprensión de sus problemas, amor a la humanidad…(3)

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El Egipto de los Faraones. 1954 La India Eterna. 1956

La novela más trascendente de Marín es “Paralelo 53 Sur”, escrita cuando era cirujano de la Armada y prologada por el escritor y diplomático Emilio Rodríguez Mendoza: Empieza, pues, con Juan Marín el descubrimiento artístico de esa tierra, que primitivamente fue de presidios; de ovejas en su segundo ciclo evolutivo y que ahora empieza a empaparse en petróleo, al cual ya no falta más que acercarle un fósforo para que dé una llamita azul.

Nos relata Marín en “Paralelo 53 Sur”: Su obra literaria es extensa (6) • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • • •

Looping (Poemas). 1929 Clínicas y Maestros en Inglaterra y Francia (Crónicas Científicas). 1931 Margarita, el aviador y el médico (Novela). 1932. La muerte de Julián Aranda (Novela corta). 1933 Alas sobre el mar (Cuentos). 1933 Aquarium (Poemas). 1933 Poliedro médico (Ensayos, artículos y discursos). 1934 Un avión volaba (Novela). 1935 Paralelo 53 Sur (Novela). 1936 “Premio Municipal” de Novela El secreto del Dr. Baloux (Novelas cortas). 1937 Hacia la nueva moral (Ensayos). 1938 Puerto Negro. Premio Nacional de cuentos en el concurso de “El Mercurio”. 1938 El problema sexual y sus nuevas fórmulas sociales (Ensayos). 1938 Ensayos Freudianos (Ensayos). 1938 Naufragio (Novela). 1938 Orestes y yo (Novela). 1939 Lao-Tse o el Universismo Mágico. 1940 El Emperador Kwang Hsu (Drama). 1941 Viento Negro (Novela). 1942 China: Lao-Tse, Confucio, Buda. 1944 Tíbet misterioso y sus Lamas. 1944 Alma de la China. 1945 Mesa de Mah-jong (una crónica de China). 1948 Muerte en Shangai (Novela)

“Al resplandor de las chimeneas, rostros bronceados, de músculos rígidos, queman tizones de recuerdo”… La noche se ha venido de bruces sobre el océano y las olas, son como el sonoro latido del corazón de aquella población perdida entre los mares australes…

No pocas de las ideas generales que maneja en las tesis de sus novelas proceden de la experiencia directa de Juan Marín. En una época que ejerció su profesión como médico de la Armada, tenerlas no constituía un vicio de la lógica. Al preguntarle un periodista (8) entonces si había conocido a alguno de sus personajes, él contestó: Sí, a muchos de ellos. Pero no están vertidos en los libros “de una pieza” tal como fueron o son, sino en fragmentos. Muchos de estos personajes han cobrado vida propia a mitad de la trama y me han guiado después a lo largo del relato…

Releer la obra de Juan Marín, una figura importante en el desarrollo de la narrativa nacional, permite admirar los intentos de un grupo de escritores por ordenar de modo novelesco, sin exclusión de los datos de la realidad concreta, un mundo en el cual se trataba de ir forjando los valores del movimiento social. No son libros que sirvan sólo como pasatiempo o expresión de las vanguardias, sino un

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espejo en el que se reflejaban adecuadamente las contradicciones de esta sociedad “a medio cocer en la que vivimos” (8). La verdad no tenía fuerza ninguna. En cambio lo verosímil me acusaba por entero. JUAN MARÍN ROJAS

JUAN MARÍN ROJAS Y LA HISTORIA DE LA MEDICINA La faena de Juan Marín Rojas en la enseñanza de la Historia de la Medicina no pudo ser renovada los años siguientes porque no encontró eco en la Escuela de Medicina. Muchas de sus lecciones, especialmente sobre medicina hipocrática y paracelsiana, se encuentran publicadas en la revista ya no existente, “Medicina Moderna”… Muchos intentos de enseñar la Historia de la Medicina hubo en los años venideros en la Universidad de Chile. Todos ellos estériles. Sólo al terminar el siglo  XX, el año 1999, el Profesor Ricardo Cruz-Coke logró el anhelado propósito al implantarse como obligatoria la asignatura durante el segundo año de la carrera.

REFERENCIAS 1. Anónimo. Galería de profesores de Historia de la Medicina. An chil hist med 1959. 1: 1; 353-357. 2. Marín J. Introducción al estudio de la Historia de la Medicina. An chil hist med 1960. 2: 1: 199-220. 3. Chateau G. Leyendo a Juan Marín Rojas. An chil hist med 1971. 13; 1:141-158. 4. Semir M. Apuntes de la historia de la enseñanza médica en Chile. Anales de la Universidad de Chile. Santiago: Imp. Del Pacífico, 1846, 17; 8, pág. 737-756. 5. Reccius A. Historia y desarrollo de la Cirugía Abdominal en Chile. Ed. Zig-Zag, Santiago 1948, pág. 11-13. 6. Neghme A. La obra literaria de los médicos chilenos. Edit. Andrés Bello, Santiago 1984, pág. 165-167. 7. Sabella A. Juan Marín y la nueva inspiración. Antofagasta, 1975 Imprentas Unidas (cuadernillo 18 pág.). 8. Calderon A. Juan Marín: las novelas sociales en un mundo a medio cocer. Vida Médica. Santiago: Colegio Médico de Chile A.G. 1988. 40; 3, pág. 177-179. 9. Merino Reyes L. Juan Marín, médico, cuentista, novelista. Revista interamericana de bibliografía (Organization of American States) 1964 XIV, Nº 1, pág. 1-20.

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R. Cruz-Coke M. / Médicos y revoluciones sociales

Médicos y revoluciones sociales Ricardo Cruz-Coke M.1

Se reseña la participación de destacados médicos en actividades políticas y revolucionarias sociales durante el siglo XX. Se clasifican en: líderes democráticos, revisionistas frustrados, revolucionarios idealistas reales y presidentes revolucionarios. Finalmente se completa la serie con el proyecto de instaurar una sociedad socialista mediante medios pacíficos intentado en Chile por el Presidente Dr. Salvador Allende, que ilustró el anuncio de la caída de los socialismos reales en los finales del siglo XX. Palabras clave: médicos políticos – médicos revolucionarios.

Medical doctors and social revolutions This article outlines the participation of renown physicians in political social and revolutionary activities along the 20th century. They are classified as: democratic leaders, frustrated revisionists, true revolutionary visionaries, and revolutionary presidents. Finally the series is completed with the project of establishing a socialist society through pacific means, attempted in Chile by President Dr. Salvador Allende: its failure was one of the events that announced the fall of the real socialisms at the end of the century. Key words: politician MDs - revolutionary MDs.

Introducción Durante el siglo XX, una importante minoría de médicos y cirujanos se comprometieron en política y actividades sociales en sus respectivos países. Desarrollaron un amplio espectro de funciones políticas, desde actitudes conservadoras hasta revolucionarias. La participación de médicos en política fue escasa en Europa y en EE.UU., pero fue común en países pobres en desarrollo, donde los problemas sanitarios y sociales eran agudos y conflictivos. En las últimas décadas del siglo  XIX, un grupo de médicos se incorporaron a grupos revolucionarios cuando se generaron en Europa ideas de extrema izquierda. Ellos adoptaron programas revolucionarios y se involucraron en la reforma violenta de la sociedad liberal burguesa, con el objeto de mejorar la salud pública y el estándar de vida del pueblo. Este artículo es una breve síntesis biográfica de esos colegas políticos. Hemos seleccionado una amplia variedad de roles –que varían desde democráticos a revolucionarios– y también cla-

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sificado los diferentes tipos de sus actividades políticas. Esperamos que esta revisión del tema pueda proporcionar una visión general neutral de las aventuras revolucionarias de algunos destacados médicos políticos en la historia de la Medicina.

Médicos líderes democráticos Entre los cientos de médicos envueltos en actividades políticas públicas, un selecto grupo fue capaz de alcanzar por medios democráticos los cargos ejecutivos más altos en sus grandes países. Algunas figuras democráticas señeras del siglo XX son: Georges Clemenceau, Leonard Wood, Juan Negrín y Juscelino Kubitscheck. Georges Clemenceau (1841-1929), oriundo de la Vandee, Francia, se formó como médico in 1865, ingresó a la alta política como miembro del parlamento. Fue Primer Ministro en los períodos 1906-1909 y 1917-1920. Fue un estadista, cuya determinación y perseverancia

Médico Cirujano. Profesor Titular, Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Miembro de número de la Academia de Medicina del Instituto de Chile.

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impulsaron a Francia a la victoria en la Primera Guerra Mundial, imponiendo a Alemania el Tratado de Versalles (1-4). Leonard Wood (1860-1927), nacido en Winchester, New Hampshire, Estados Unidos. Estudió medicina en la Universidad de Harvard en 1884. Cirujano del ejército, amigo de Teddy Roosevelt, participó en la invasión a Cuba en 1898, y fue nombrado gobernador. En 1906, también fue gobernador de las islas Filipinas. Por su ideología republicana de línea dura fue excluido de participar en la Primera Guerra Mundial. En 1920 perdió la nominación presidencial republicana frente a Warren Harding, quien alcanzó la presidencia de Estados Unidos para el período 1921-1923. Como consuelo, fue designado gobernador de las Filipinas hasta su muerte (5, 6). Probablemente, fue el cirujano político norteamericano más destacado del siglo XX. Juan Negrín López (1892-1956) nació en Islas Canarias, se formó como médico en Alemania y España, fue amigo y trabajó con importantes españoles galardonados con el Premio Nobel, los doctores Santiago Ramón y Cajal y Severo Ochoa. Fue profesor de Fisiología y Director de la Escuela de Medicina en Madrid. Se afilió al Partido Socialista y llegó a ser diputado y Ministro en el Gobierno Republicano en 1931. Durante la Guerra Civil Española fue nombrado Primer Ministro en 1937. Durante el último mes de resistencia contra el general Franco, fue derrocado en un golpe militar anticomunista por el Coronel Casado, y exiliado a Francia en 1939. Fue presidente de la República Española en el exilio hasta su muerte (7-9). Juscelino Kubitschek (1902-1976) nació en Minas Gerais, Brasil. Estudió Medicina en Belo Horizonte. Se tituló de médico en 1927. Después de conocer diversas instituciones de salud en Europa se dedicó a la cirugía. Con el objeto de resolver los problemas médicos, inició una carrera política como alcalde en 1940, gobernador en 1951 y finalmente elegido presidente de Brasil en el período 1956-1961. Fundó la nueva capital Brasilia. Después de un golpe militar en 1964 fue exiliado como Presidente del Partido Social Demócrata (10-12). En 1967 retornó a Río de Janeiro y falleció en un accidente.

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Estos destacados médicos demócratas demostraron en su servicio público fuertes convicciones políticas, vigorosa energía para abogar por reformas sociales, y compromiso en las controversias políticas e ideológicas en el seno de la sociedad burguesa de la civilización occidental. Para muchos críticos izquierdistas, su esfuerzo revolucionario fue insuficiente y fueron considerados reformistas. El próximo paso debería ser una revolución social plena.

Médicos revisionistas frustrados En los últimos decenios del siglo  XIX dos médicos idealistas, Paul Lafargue y Alexander Bogdanow, estudiaron el diseño de un modelo de sociedad socialista en grupos afines a Karl Marx y Vladimir Ilich Lenin. Su tarea finalizó en un fracaso y fueron reprimidos por sus amigos. Paul Lafargue (1842-1911), oriundo de Santiago de Cuba, de padre francés, estudió medicina en París y Londres. En 1868 contrajo matrimonio con la hija de Karl Marx y desde 1871 se unió en Francia a actividades revolucionarias. Después de décadas de lucha política fue elegido diputado en Lille y en 1906 participó en la fundación del Partido Socialista Francés (Section Française International Ouvriere, SFIO). Sin embargo, las crisis y fracasos de la trayectoria de los partidos izquierdistas en Europa a comienzos del siglo XX afectaron su mentalidad idealista: y cayendo en una depresión, se suicidó junto con su esposa (13). Alexander Malinowsky Bogdanow (1873-1928) nació en Grodno, Ucrania. Estudió medicina y filosofía. Fue amigo de Lenin y de Gorki. En 1909 escribió un ensayo sobre filosofía marxista moderna concebida para enseñar a estudiantes socialistas. El texto, revisado por el mismo Lenin, fue condenado como “revisionista” y el autor excluido del partido bolchevique (comunista). Bogdanow se sometió a la doctrina leninista y sobrevivió a las purgas durante la revolución soviética. Retornando a la práctica médica, dirigió el Instituto de Transfusión en Moscú, presidió la Academia Socialista de Ciencias, y escribió un

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libro marxista soviético clásico: Organización Científica General (1922) (14).

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demostró que el éxito revolucionario de la experiencia cubana no podía repetirse en otras partes del mundo.

Revolucionarios idealistas reales Presidentes revolucionarios En el otro extremo del espectro de la revolución y el revisionismo, después de la Primera Guerra Mundial emergió una nueva generación de revolucionarios reales que esparcieron sus actividades a través del mundo. Se reseñan dos personalidades contrastantes de médicos idealistas: el europeo Frantisek Kriegel y el argentino Ernesto (Che) Guevara. Frantisek Kriegel (1908-1979), nacido en Praga y titulado médico en 1930, se afilió al Partido Comunista y comenzó su trayectoria revolucionaria como médico jefe de una brigada internacional en la Guerra Civil española (1936-1939). Después de la derrota republicana emigró a Asia, en Burma, donde ingresó al servicio médico del ejército chino. En 1945 volvió a Praga y en 1963 accedió a un puesto en el Politbureau del Partido Comunista checo. En 1968, junto con Alejandro Dubcek, secretario general del Partido Comunista, participó en el proceso de liberación conocido como “socialismo con rostro humano” en la Primavera de Praga. La invasión soviética de Checoslovaquia puso fin a este brote de revisionismo, pero Kriegel sobrevivió clandestinamente hasta su muerte natural (15). Ernesto Guevara (Che) (1928-1967) nació en Rosario, Argentina, y se recibió de médico en Córdoba en 1953. Se asoció con grupos izquierdistas en Latinoamérica y se unió a Fidel Castro en México en 1955. En 1959 ambos revolucionarios conquistaron en forma sangrienta el gobierno de Cuba, y Guevara fue Ministro de Industrias durante cinco años. Cansado de sus actividades burocráticas y molesto con Fidel, abandonó Cuba y retornó al combate de guerrilla. En 1965 fue a luchar con las guerrillas marxistas en el Congo, de donde se retiró alrededor de 9 meses después. Vuelto a Sudamérica, trató de alzar a los campesinos en una guerra de guerrillas en Bolivia, donde fue derrotado y muerto por el ejército boliviano (16-19). Su trayectoria inspiró una leyenda en los grupos izquierdistas en Latinoamérica, pero

Un puñado de médicos de línea dura, usando métodos democráticos y revolucionarios, pudieron alcanzar el poder ejecutivo en diferentes países del mundo. Lograron un significativo viraje en la historia de sus países nativos y llegaron a ser presidentes autocráticos por largos períodos. Hemos seleccionado cuatro ejemplos clásicos en los nombres de los doctores Sun Yat-sen, François Duvalier, Hasting Banda y Agostino Neto. Sun Yat-sen (Sun Yixian) (1866-1925). Nació en Guandong, China, emigró en 1879 y estudió medicina en Hawai y se graduó en Hong Kong. Organizó un levantamiento antimonárquico en el Sur de China y Cantón en 1895. Perseguido y exiliado, retornó en 1911 para llegar a ser Presidente Fundador y líder del Partido Nacionalista Chino, “el Guomingtan”. Una guerra civil surgió en 1913. Él estableció un gobierno nacionalista en Cantón en 1921 y murió por un cáncer hepático. Ha sido ampliamente reconocido como el verdadero líder de la nación china moderna al comienzo del siglo XX (20-24). Hasting Kamuzu Banda (1906-1997). Nació en Malawi, país africano descubierto por el Dr. Livingstone en 1859. Estudió medicina en los Estados Unidos y en Inglaterra. Después de ejercer como médico general en Londres, volvió en 1958 a su país de origen y se involucró fuertemente en actividades políticas contra los colonialistas. Fue encarcelado en 1959. Después de la independencia en 1964 fue el primer Presidente de la nueva República. Con una especial combinación de populismo, práctica política y uso inmisericorde del aparato de seguridad, fue la figura dominante en Malawi durante el siglo XX como presidente vitalicio hasta 1994 (25-26). Antonio Agostino Neto (1922-1979). Nació en Luanda, Angola. Estudió medicina en Portugal. Retornó en 1949 trabajando en los servicios médicos coloniales. Se unió al Movimiento Popular Marxista de Liberación (MPLA). Encarcelado en

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el período 1952-1962 escapó a la Isla del Cabo Verde. Retornó al continente y en 1974 fue electo jefe del Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), y después del retiro de los portugueses fue el primer presidente marxista de Angola hasta su muerte en Moscú por grave enfermedad. Fue apoyado por fuerzas soviéticas y cubanas en la guerra civil contra su rival Jonas Savimbi, el jefe de la guerrilla UNITA (Unión Nacional para la Independencia Total de Angola). La paz se logró en 1991 con la retirada de las tropas cubanas (25-30). François Duvalier (1907-1971). Nació en Puerto Príncipe, Haití, donde se graduó como médico en 1934. Estudió medicina tropical en Ann Arbor, Michigan. Al retornar a Haití en 1946 llegó a ser Ministro de las carteras de Salud Pública y del Trabajo. Oponiéndose a los gobiernos militares, fue elegido Presidente en 1957. Gobernó el país como un típico dictador vitalicio hasta su muerte, siendo sucedido por su hijo Jean Claude hasta 1986 (31, 32).

La vía democrática al socialismo marxista Salvador Allende (1908-1973). La posibilidad de construir una sociedad socialista a un nivel marxista leninista por medios pacíficos, en el entramado de la evolución de una democracia parlamentaria, fue intentada con “realismo mágico” por el inspirado idealismo del doctor Allende. Nacido en Valparaíso, Chile, empezó su carrera política siendo estudiante de medicina en la Universidad de Chile desde 1926 a 1933. Ejerció como especialista en enfermedades mentales. Fue uno de los fundadores del Partido Socialista chileno en 1933. Elegido diputado en 1937 y Ministro de Salubridad, Previsión y Asistencia Social en 1939. Desde 1945 fue Senador durante 25 años, y finalmente Presidente de la República en 1970. Siendo de tendencia socialdemócrata, viró al marxismo-leninismo bajo la influencia de asesores soviéticos y cubanos en el punto álgido de la guerra fría. No pudiendo obtener mayoría parlamentaria para crear un estado socialista y enfrentando fuerte oposición política en un contexto de crisis económica, fue derrocado por un golpe

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militar en 1973, y se suicidó durante la defensa del palacio presidencial (33, 34). La mítica muerte del Presidente Allende golpeó al mundo izquierdista internacional, y en la historia del siglo XX llegó a ser considerado un símbolo paradigmático del comienzo de la caída de los socialismos reales. Durante la historia de las guerras y revoluciones del siglo XX, estos agresivos y tenaces médicos intentaron imponer por la violencia el progreso social de sus países. La mayoría de sus intentos revolucionarios fracasaron, con sangrientas consecuencias para la gente que ellos pretendían ayudar. Sin embargo, sus sacrificios personales y los liderazgos y responsabilidades que asumieron, públicas, en el largo plazo abrieron el camino para mejorar el nivel de vida de muchas naciones subdesarrolladas del mundo.

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R. Cruz-Coke M. / Médicos y revoluciones sociales

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DOCUMENTOS

R. Cruz-Coke M. / Mesa redonda: Enseñanza de la historia de la medicina en las universidades 211 An. chil. hist.chilenas med. 2007; 17: 211-220

Mesa redonda: Enseñanza de la historia de la medicina en las universidades chilenas1 Moderador: Dr. Ricardo Cruz-Coke Madrid2 Panelistas: Doctores Alexis Lama, Carmen Noziglia y Felipe Zúñiga Dr. Ricardo Cruz-Coke M.

El tema que hoy nos ocupa ha tenido una evolución dispar en distintos países. En el nuestro ha sido sujeto de diversos intentos que han tenido una vida fugaz, hasta que en los últimos años se ha apreciado un interés y empeño por establecer la Historia de la Medicina como un conocimiento que se sume a los fundamentos que aportan diversas asignaturas relacionadas con las Humanidades en el plan de estudios de pregrado de Medicina. Los integrantes invitados a participar en esta sesión son, en orden alfabético, el Dr. Alexis Lama Toro, médico cardiólogo con vasta experiencia en administración académica: ha impartido la asignatura de Historia de la Medicina en la Universidad San Sebastián y en la Universidad Andrés Bello; es autor de un libro de texto sobre la materia. La doctora Carmen Noziglia del Nido, médico cirujano pediatra y Magíster en Historia, participa permanentemente en la docencia del ramo en la Universidad de Chile y en la Universidad de Valparaíso. El Dr. Felipe Zúñiga, médico cirujano, actualmente residente en Psiquiatría, es Magíster en Salud Pública y ha sido varios años docente del Departamento de Bioética y Humanidades Médicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Cedo la palabra al Dr. Lama.

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Doctor Lama Con la experiencia adquirida tras la organización y ejecución de cursos de historia de la medicina, desde 1994 en dos escuelas médicas privadas, me permitiré una reflexión que pueda proporcionar elementos al debate sobre esta tema, abordando en forma sucesiva ideas acerca de: a quiénes enseñar la Historia de la Medicina, cómo enseñarla y quiénes debieran enseñarla. ¿A quiénes enseñar historia de la medicina? Ha habido diversas opiniones en este sentido. En algunas partes se ha enseñado solo a estudiantes de pregrado, en otras solo a postgrado y en otras, a ambos. Yo pienso que, y considerando las razones por las cuales debe enseñarse la historia de la medicina, debe ser enseñada tanto a estudiantes de pregrado como de postgrado, enfatizando en este último grupo los contenidos atingentes a su especialidad y variando levemente la metodología, como expondré más adelante. Estando muchos académicos de acuerdo en que debe impartirse en pregrado, no hay consenso en qué nivel de la carrera debiera

Efectuada en la VIII Jornada de Historia de la Medicina. Organizada por la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina. Santiago, agosto de 2007. Profesor de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Miembro de número de la Academia de Medicina del Instituto de Chile.

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ubicarse su enseñanza. Algunos lo hacen en primer año, otros en segundo, o tercero, otros en primero, una parte y luego, un segundo bloque en cuarto año. Pienso que la historia de la medicina constituye un fundamento de la formación médica, por lo cual, a nivel de pregrado, su enseñanza debe estar dentro de los dos primeros años de la carrera. Por otra parte, más adelante, es muy posible que los estudiantes se sientan más atraídos por los ramos preclínicos o clínicos. De tal modo que recomiendo que se imparta en el segundo semestre de la carrera. En aquellas escuelas médicas donde el primer año incluye un porcentaje de estudiantes de bachillerato y que no se sabe si seguirán en la carrera, estimo más conveniente impartirla en el tercer o cuarto semestre. La enseñanza de la historia de la medicina, sin embargo, no debiera quedar solo circunscrita a un período inicial de la formación médica, sino que debiera ser un continuo que de manera transversal atraviese el plan de estudios de la carrera. Esto se podría hacer estableciendo la recomendación de que en cada asignatura los profesores encargados incluyeran los aspectos históricos relevantes de la misma en sus programas mismos que por supuesto deben incluirse en las evaluaciones. Respecto a si debe ser una asignatura obligatoria o electiva pienso que, si hemos considerado que es fundamento de la formación médica, no puede ser electivo. Pudiera haber en todo caso, y sería deseable, un curso electivo que se ocupara de aspectos más profundos de ciertos temas para alumnos mayormente interesados. ¿Cómo enseñar historia de la medicina? En este acápite debemos hacer referencia a los contenidos de la enseñanza, a su duración, metodología, recursos didácticos y formas de evaluación (13). En cuanto a los contenidos, también ha habido diversos planteamientos. Algunos proponen enseñar solo historia del país, otros agregan la universal. Pienso que se deben enseñar ambas historias, la universal y la chilena, recomendando incluir en esta última una reseña histórica de la región correspondiente. Si se trata de una escuela médica de

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la Región Metropolitana, debiera incluirse una unidad relacionada al desarrollo histórico de Santiago. Si la escuela médica se encuentra en Viña del Mar, Concepción, Antofagasta, Talca, Puerto Montt, Valdivia, etc., será la región correspondiente. La duración del curso también ha sido un tema con variadas respuestas. Hay cursos de 20 horas a otros de 80 o más. Pienso, considerando lo apretado de las mallas en todas las escuelas médicas, que un curso con una duración de 40 horas pedagógicas, distribuidas en dos horas en dos días semanales, será suficiente para lograr los objetivos programáticos. Esto en la práctica significa menos de un semestre lectivo, por lo que el curso puede ser incluido como una Unidad dentro de una asignatura más amplia, llamada, por ejemplo, Introducción a la medicina o Relación médico-paciente, en donde se entreguen contenidos iniciales de ética médica y habilidades en el cuidado de la atención del enfermo. Esto, me parece, tiene la ventaja de que los contenidos de historia de la medicina pueden ser entregados en un contexto más relacionado con la práctica clínica de los estudiantes. Los contenidos deben ser seleccionados en relación con los objetivos del programa del curso. Debieran quedar claras las concepciones de salud y enfermedad a través de la historia, con sus consecuentes ideas acerca de la terapéutica, el modo de practicar y la ética de los médicos a través de los tiempos. Se debe destacar aquellos personajes virtuosos, y aquellos hechos claves en el curso de la historia, ya sea por su importancia en el avance del conocimiento, o por la forma en que se produjeron. Es fundamental que los contenidos se relacionen con los hechos políticos, sociales y culturales de la época correspondiente. La metodología del curso debe ser en rasgos generales la misma que es usada para cualquier asignatura. Pienso que debe haber clases expositivas, realizadas por profesores excepcionalmente motivantes y motivados por la enseñanza en general y de la historia en particular. La presencia de un buen profesor delante de un grupo de alumnos sigue siendo insustituible en la enseñanza. El buen profesor debe estimular frente a los hechos y personajes un espíritu crítico y ser un estímulo para la indagación más profunda.

R. Cruz-Coke M. / Mesa redonda: Enseñanza de la historia de la medicina en las universidades chilenas

Seminarios con pequeños grupos a cargo de un tutor en que se analicen temas puntuales también resultan un buen complemento. En ellos se puede utilizar la metodología de aprendizaje basado en problemas, siempre y cuando el cuerpo docente esté capacitado en la misma. Puede haber también una reunión bibliográfica por grupos en dos ocasiones durante todo el curso, a fin de que conozcan algunas de las diversas publicaciones existentes en la temática. La presentación de películas sobre la vida de un personaje o de algún hecho histórico de la medicina, seguida de un comentario y foro, es también un excelente complemento a la enseñanza. Una visita programada, con pauta guiada, a un museo de historia de la medicina puede ser una actividad dentro del curso muy estimuladora. Pienso que es también muy importante, y que debiera estar en los objetivos programáticos, la realización de un trabajo breve de investigación histórica, donde se utilice la metodología de la investigación histórica. En el caso de estudiantes de postgrado, la realización de este tipo de investigación debiera ser una actividad importante, al igual que las reuniones bibliográficas. La evaluación debe ser semejante a cualquier otra asignatura. Todas las actividades deben ser evaluadas. Las evaluaciones ponderadas escritas breves, parciales y frecuentes tienen la ventaja de hacer que el estudiante estudie continuamente y permite una retroalimentación precoz que permite hacer correcciones y/o intervenciones oportunas. Tiene que haber, además, evaluaciones acumulativas. Las evaluaciones escritas no deben ser de selección múltiple en su totalidad ni apuntar a conocimiento meramente memorístico. El trabajo de investigación bien puede ser la nota correspondiente al examen final del curso. Entre los recursos didácticos, es importante contar con textos adecuados y en cantidad suficiente para el número de alumnos, sobre historia de la medicina universal y nacional, además de historia universal propiamente tal. Entre la bibliografía básica debe preferirse aquellos textos más entretenidos y didácticos. También debe haber una suficiente colección de videos o películas atingentes. Los trabajos de investigación hechos por los estudiantes deben estar debidamente registrados en la biblioteca. También se debe entregar en el programa una

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recomendación acerca de diferentes sitios web apropiados, que le permitan al estudiante ampliar lo aprendido en clases. ¿Quiénes deben enseñar historia de la medicina? La presencia de un médico como profesor siempre resultará indispensable, como lo es en cualquier asignatura de la carrera, pero deben incluirse, por el carácter multidisciplinario de la historia, profesionales de otras áreas del conocimiento. Así habrá que dejar espacio para los historiadores, eticistas, antropólogos, sociólogos, filósofos, profesores de literatura y arte, religión, quienes aparte de hacerse cargo de algún contenido de alguna clase, pueden participar en los seminarios, en las reuniones bibliográficas, en los foros de películas, y apoyar los trabajos de investigación de los alumnos. La organización del curso y su ejecución debiera ser responsabilidad de un departamento de la escuela abocado al desarrollo de las Humanidades, que podría ser llamado, por ejemplo, Departamento u Oficina de Desarrollo de las Humanidades Médicas, instancia que sería la responsable de toda el área humanística dentro de la carrera. Me parece sin embargo que, entre los médicos que participan del curso debiera haber también docentes, en calidad de adjuntos, a los cuales los estudiantes sigan viendo en los cursos superiores, es decir, debieran ser médicos clínicos de diferente especialidad (internistas, ginecoobstetras, pediatras, psiquiatras, neurólogos, etc.).

Dr. Cruz-Coke Gracias, doctor Lama. A continuación la doctora Noziglia expondrá la trayectoria de la enseñanza de la Historia de la Medicina en la Universidad de Valparaíso.

Doctora Noziglia Desde hace 97 años, por distintas iniciativas fueron siendo creadas varias Escuelas Universitarias en Valparaíso que dependían de las respectivas Facultades de la Universidad de Chile.

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La tradición docente médica se remonta al año 1927, en que se comenzaron a recibir internos de 7º año de Medicina de la Universidad de Chile en los hospitales “Alemán”, “San Juan de Dios” –hoy “Carlos van Buren”– y “San Agustín” –posteriormente “Dr. Enrique Deformes”–, los que contaban tanto con miembros académicos de la Facultad de Medicina como con profesores extraordinarios. En 1959, bajo el Decanato del Dr. Hernán Alessandri, se creó en Playa Ancha el “Departamento de Ciencias”, siendo designado Vicepresidente Ejecutivo el doctor Bruno Günther Shaffeld, Profesor Titular de Fisiología y Fisiopatología de la Universidad de Concepción. Allí se centralizó la enseñanza de las ciencias básicas. Bajo su dirección en 1961 comenzó a funcionar el primer año de medicina con 25 alumnos, los que dependían de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile en Santiago. El plan de estudios contemplaba la enseñanza del griego, por representar –junto con el latín– la raíz etimológica de la nomenclatura internacional. Los primeros cuatro cursos se debieron trasladar a Santiago a continuar los estudios al ser promovidos a tercer año. En 1966 se creó la Escuela de Medicina que dependía de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile. Cursaba Segundo Año el quinto curso de Medicina iniciado en esa ciudad. Al año siguiente, 1967, ya en tercer año, los alumnos comenzaron a asistir al Hospital Van Buren. Los profesores doctores: Carlos Silva Lafrenz de Medicina Interna, Svante Tornwall, Carlos Patillo y Pedro Uribe Concha de Cirugía, Roberto Gajardo Tobar de Parasitología y Alicia Vera de microbiología, integraron en sus respectivas asignaturas los aspectos históricos de los temas revisados. Llama la atención la coincidencia en el interés por las Humanidades de todos ellos y el que hayan sido autores de diferentes publicaciones de este carácter. Al año siguiente 1968, a los alumnos del tercer año de Medicina les correspondió asistir al Hospital Deformes, donde el doctor Sergio de Tezanos Pinto S. inició formalmente la enseñanza de Historia de la Medicina y de Ética, en un curso que tenía el nombre de “Introducción a la Medicina” y que comprendió además en un comienzo Laboratorio Clínico –a

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cargo de otro profesor–, materia que pronto fue separada del curso dictado por el profesor De Tezanos Pinto. Con el fin de que todos los alumnos tuvieran “Introducción a la Medicina” y no solamente aquellos que hacían su práctica clínica en el Hospital Deformes, donde trabajaba el profesor Sergio de Tezanos Pinto, “Introducción a la Medicina” pasó a dictarse en el segundo año como asignatura obligatoria. La Cátedra estuvo compuesta por dos cursos independientes, Historia de la Medicina en el primer semestre y Ética en el segundo, aunque continuó con el nombre de “Introducción a la Medicina” por la aprensión del profesor de Tezanos Pinto de que a la palabra “Ética” se le pudiera atribuir una connotación religiosa que no pretendía. En la clase inaugural de Ética decía en aquel tiempo: “Este es el lugar de encuentro donde la Medicina y la Filosofía se dan la mano”. Y luego, agregaba: Es la única oportunidad en que escucharán el tema del comportamiento que debe tener el médico… La primera objeción que surge contra este tema es que se trata de un aspecto pasado de moda.

Las clases de Historia de la Medicina, de tipo expositivo, contemplaban 13 clases de Historia de la Medicina Universal en las que se revisaba en orden cronológico la medicina desde los orígenes del hombre hasta la actualidad, incluyendo el futuro de la medicina y los grandes problemas sin resolver, tratando los temas más significativos de las distintas épocas; y 3 clases sobre la Historia de la Medicina Chilena desde la época prehispánica hasta nuestros días, concluyendo con la fundación de las Escuelas de Medicina y la Escuela de Medicina de la Sede Valparaíso de la Universidad de Chile. Este programa dio origen a un texto que se imprimió en 1979 con el nombre de Breve Historia de la Medicina Universal y notas sobre la Historia de la Medicina Chilena. Al mismo tiempo confeccionó apuntes con el resumen de algunos temas abordados en las clases de ética, los que fueron editados posteriormente, en 1997, con el título de Temas de Ética Médica. Los alumnos debían hacer además un trabajo de investigación sobre la Historia de

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la Medicina Regional. Fruto de este trabajo y de muchos años de entrevistas a médicos de la V Región o a familias de otros ya fallecidos es el libro Iluminando el olvido, publicado en el año 2002. Como lo indica en el prólogo, su objetivo era hacer que los alumnos conocieran en forma personal y directa la vida y experiencia de médicos que los habían precedido o que los acompañarían en el ejercicio de la profesión, a través de una comunicación personal y directa que pudiera servirles de aporte, ejemplo y conocimiento, y reflejara a su vez la realidad de la profesión. Dice: vidas sencillas de hombres que jamás pretendieron llegar a ser personajes ilustres, que se entregaron por entero al ejercicio de la Medicina, con una profesión de servicio a sus semejantes y, muy especialmente, a sus pacientes, silenciosos, sin pretender ni obtener beneficio alguno y que han servido de ejemplo a esta juventud y a todos los que conozcan su obra y deseen emularlos.

En 1981, en relación con la promulgación de una nueva Ley de Universidades, la Sede Valparaíso de la Universidad de Chile se transformó en autónoma, con el nombre de Universidad de Valparaíso. El profesor Sergio de Tezanos Pinto continuó enseñando Historia de la Medicina y Ética hasta los 79 años de edad el año 2001. A partir de entonces médicos diferentes tomaron a su cargo la enseñanza de Historia de la Medicina y de Ética. En Historia de la Medicina se respetó el mismo programa, proponiéndose como objetivo el que los alumnos comprendieran las distintas percepciones del concepto de enfermedad y su evolución a lo largo de la historia de la humanidad, identificaran las interrogantes planteadas sobre la problemática de la enfermedad en cada una de las épocas estudiadas con la respuesta que se le dio en cada cultura, y valoraran los diversos aportes y descubrimientos hechos por los investigadores de cada período histórico, los que permitieron el progresivo avance científico con el consiguiente impacto en el crecimiento demográfico mundial. Desde el año siguiente los alumnos fueron evaluados clase a clase a través de la entrega de un mapa conceptual que debía reflejar el aprendizaje de la clase anterior.

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El año 2005 se inició en la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso un nuevo plan de estudios que, en lo referente a Historia de la Medicina, contemplaba un curso obligatorio pero que podía ser tomado por el alumno entre primero y quinto año de la carrera. Esta modalidad tiene la ventaja de que el curso puede ser realizado por alumnos más maduros, pero tiene la desventaja de que se produce un desorden al intentar poner de acuerdo los distintos horarios disponibles por los alumnos de diferentes cursos. También se modificaron progresivamente los contenidos y la modalidad de clases. Se planificaron dos clases de tipo expositivo que abarcaran sucintamente en forma cronológica la Historia de la Medicina Universal, seguidas por siete sesiones de clases participativas en forma de seminarios, siendo presentado el tema por el docente, seguido por la participación activa de los estudiantes en base a una bibliografía sugerida previamente consistente en la lectura de fuentes, evaluada clase a clase. Se concluye con un ciclo de seis sesiones de Historia de la Medicina Chilena del tipo participativo con seminarios. A partir de 2005 se inició la carrera de Medicina en la ciudad de San Felipe bajo la dependencia de la Universidad de Valparaíso junto a otras carreras del área de la salud que ya estaban en funcionamiento, aplicando el mismo plan de estudios de Valparaíso. A través del lenguaje el ser humano pudo vivir en sociedad asumiendo actividades cada vez más complejas. Por otra parte, el lenguaje le permitió transmitir oralmente la cultura. Es así como con el tiempo pudo ser capaz de adelantarse a posibles situaciones ya vividas por otros hombres con anterioridad, de manera de saber previamente qué hacer ante futuros desafíos. Es así como el cazador-recolector podía ser instruido verbalmente antes de ir por primera vez a colaborar en una caza colectiva o a obtener su propio alimento. Desde el tiempo de los romanos se ha sostenido que la Historia es maestra de la vida. Más allá de si creamos totalmente esta aseveración, ella algo nos enseña y de allí el interés por conocerla. La Historia nos dice cómo hemos ido enfrentando a través del tiempo los múltiples problemas y desafíos que se nos han ido

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presentando. Nos proporciona criterios para encarar situaciones que, aunque para nosotros son nuevas, ya se han dado de alguna u otra forma en el pasado y han sido manejadas de diferentes maneras, con mayor o menor éxito, por quienes nos precedieron. La Historia puede explicar cómo se ha llegado hasta la actualidad; nos muestra cómo hemos utilizado los conocimientos que hemos poseído en cada época y cómo estos conocimientos se han ido trasmitiendo. También a través de ella conocemos lo que es y lo que ha sido considerado bueno o deseable. Las grandes interrogantes siguen presentes: – – – – – –

¿Qué es la vida? ¿Por qué luchamos por mantenerla? ¿Por prolongarla? ¿Por mejorar su calidad? ¿Por eliminar o aminorar el dolor? Y, ¿cuál ha sido la contribución que el médico ha hecho durante la Historia?

Todos nos hemos preguntado durante nuestras vidas cuál ha sido nuestra misión. ¿Para qué sirve conocer cómo ha sido el desarrollo de la Medicina en el contexto social? La Historia nos permite saber cuáles han sido los conocimientos científicos y técnicos de cada época, cómo paulatinamente han ido aumentando; en qué forma se han manejado los problemas médicos cuando no se conocía la causa de las dolencias ni su tratamiento, y las explicaciones que se daba a la enfermedad desde la remota Antigüedad. La sociedad necesita que se dé una respuesta a estas interrogantes: – –

una respuesta inmediata, técnica, y una reflexión sobre ellas, porque al ser humano siempre se le presentarán una y otra vez los mismos problemas del pasado, a los que se agregarán nuevas dificultades.

La experiencia señala cómo ellos fueron enfrentados y la reflexión ilumina el quehacer del médico. En el devenir en el tiempo los avances científicos y técnicos han hecho que la medicina

vaya innovando, cambiando, y en forma cada vez más vertiginosa. Sin embargo las grandes preguntas que se hicieron los griegos nos las seguimos haciendo. Estimamos que el conocimiento de la Historia de la Medicina da integridad al estudio de esta disciplina científica y a su práctica clínica, completando y perfeccionando su saber. Ella nos da a conocer los problemas que los médicos han debido enfrentar en las distintas épocas y las respuestas que se les han dado; las ideas que se han ido sucediendo; los saberes que a través de los siglos otras personas han ido acumulando, sus descubrimientos, las técnicas y procedimientos que ellas han manejado, los progresos que nos han permitido llegar a tener lo que en medicina actualmente tenemos y, finalmente, ser los médicos que en nuestro tiempo somos.

Dr. Cruz-Coke Gracias, doctora Noziglia. A continuación, cedo la palabra al Dr. Felipe Zúñiga, para que nos reseñe los principales aspectos de la docencia de la asignatura en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile.

Dr. Zúñiga Antecedentes Desde comienzos del siglo  XX, los programas de educación médica de pregrado en la Universidad de Chile consideraban a la asignatura de Historia de la Medicina sólo como una disciplina optativa, en modalidad de seminarios o conferencias magistrales. A partir de la década de 1950 comenzaron a impartirse algunos cursos regulares, limitados a la formación de posgrado. Es en 1960 cuando los Dres. Laval Manrique y Costa Casaretto dan forma a la primera experiencia formal de docencia regular para estudiantes de medicina, cátedra que permitió, asimismo, generar un impulso a la investigación y publicación en esta área, con su expresión máxima en la serie de Anales Chilenos de Historia de la Medicina. Esta experiencia de docencia e investigación duró hasta mediados

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de 1970, después del deceso del Dr. Enrique Laval en 1971. Recién en 1999, y gracias a los esfuerzos del Profesor Dr. Ricardo Cruz-Coke, vuelve a establecerse la enseñanza obligatoria de esta asignatura para estudiantes de los primeros años de medicina. Para el año 2000, en el contexto de la creciente necesidad por integrar las disciplinas humanistas dentro del currículo médico, el ramo de Historia de la Medicina, formalmente constituido, contaba con las siguientes características: • •

• • •

Dos cursos: Historia de la Medicina Universal y Chilena. Integración aún limitada dentro humanidades médicas (existía hasta entonces una Unidad Docente que intentaba dar cobijo al resto de asignaturas afines, v.gr. Antropología Médica, Bioética, Sociología Médica, etc). Metodología expositiva (diaporamas). Evaluaciones con múltiple elección. Plantas docentes con alta rotación.

Evolución Entre los años 2001 y 2002 comienza un proceso de revisión de contenidos y metodologías de enseñanza, con énfasis en la estabilidad de plantas docentes. El año 2003 se cuenta con la visita del Profesor Dr.  Miguel Sánchez, académico del Departamento de Humanidades Médicas de la Universidad Complutense de Madrid (y discípulo del Prof. Dr. Pedro Laín Entralgo), quien nos aporta su invaluable experiencia en la enseñanza y organización este tipo de asignaturas para estudiantes de medicina. A partir de esta experiencia, se realizan una serie de cambios, esencialmente en dos aspectos: • • • •

Cambio de orientación y modalidad en la asignatura: Aprendizaje basado en problemas (abandonando la visión lineal y anecdótica de los procesos históricos). Metodología: Seminarios en los cuales se realizan discusiones en base a presentaciones (revisión de textos fuentes) a cargo de alumnos. El

• •

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docente actúa aquí como moderador y guía en la adquisición de conocimientos. Clases Magistrales para consolidar conocimientos repasados en seminario docente. Paso de evaluación con múltiple elección a evaluaciones escritas de desarrollo.

El año 2004 entra en vigencia el nuevo currículum de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, consolidándose la asignatura de Historia de la Medicina (universal y chilena) como parte esencial del mismo. Este hito se asocia, además, al establecimiento del Departamento de Humanidades Médicas –logrando finalmente aglutinar las distintas asignaturas afines–, lo cual permite dar mayor estabilidad a las plantas docentes y un primer paso para su integración definitiva a la plana de académicos de la Facultad.

Estado actual La visión actual consiste en “posicionar a la Historia de la Medicina y las Humanidades Médicas como asignaturas esenciales dentro del currículum médico en la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, constituyendo un elemento diferenciador y de perfilamiento valórico en los profesionales egresados”. En relación a la clarificación de objetivos: • • • • •

General: Entregar elementos de visión histórica, humanista e integral de la medicina a futuros profesionales médicos. Específicos: Fomentar capacidad crítica y reflexiva de los distintos procesos de desarrollo médico. Promover la valoración de personajes e instituciones claves para el progreso médico. Contribuir a una visión integral de los distintos componentes en el proceso salud-enfermedad y el acto médico.

Conclusiones Como reflexión final valga señalar que en un mundo día a día más desbordante en tecnolo-

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gía y en que la relación médico-paciente se va haciendo más compleja, el refuerzo humanístico intenta afianzar, en los futuros médicos, una mejor comprensión de la enfermedad a través de su historia, de la sociedad en la que están insertos y permite por otra parte una mayor valoración de la tradición médica y su patrimonio histórico.

Dr. Cruz-Coke Después de estas tres exposiciones que se han referido a diferentes aspectos de la enseñanza de la Historia de la Medicina, ofrezco la palabra a las personas presentes, para que formulen preguntas, comentarios o nos comuniquen sus experiencias.

Dr. Yuri Carvajal ¿Por qué enseñamos historia? ¿En mi caso, que no enseño historia de la medicina, sino salud pública? Intento encontrar una respuesta unitaria a este empeño minoritario, que representa la confluencia de los que aquí estamos, porque debemos reconocer que este esfuerzo es a contracorriente. Hans Jonas, argumenta que nos encontramos ante un giro decisivo para la ética: jamás la propia existencia de hombres libres y auténticos había estado amenazada como hoy. Entonces la ética debe asumir principios radicalmente distintos de los que hasta hoy la han ocupado. Jonas propone una ética basada en la responsabilidad. Considero que la medicina también hoy se encuentra al borde del peligro: amenazada por la modernidad sin límites, por la técnica sin límites y por el mercantilismo sin límites. Los que hemos convergido en esta reunión provenimos de distintas vertientes: una gran mayoría animados por el humanismo, sobre todo el humanismo cristiano y otros, como es mi caso, desde la medicina social. Nos encontramos porque sentimos esta amenaza y creemos que la historia puede ayudarnos. El incesante movimiento hacia adelante de la técnica destruye la tradición. Hemos acudido a la historia intentando recuperar nuestra tradición, esa que naturalmente aflora de los textos de Hipócrates, de Paracelso y también de nuestros

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maestros nacionales. Pero esa tradición es avasallada por lo nuevo, la técnica, los instrumentos. ¿Qué fue del oído entrenado de mi profesor de cardiología, al lado de un ecocardiógrafo? La tradición comparece pueril ante los destellos de una pantalla digital. Pero es esa tradición una de las pocas vertientes en que podemos contrastar la crisis en que nos encontramos. ¿Qué enseñar? Creo que la propia historia, parte de esa discusión hemos conocido en estos días, tiene su propio debate sobre contenidos, teorías y métodos. Por mi parte soslayo gran parte de esas dificultades, declarándome un salubrista sin pretensiones de historiador, sino más bien alguien que intenta responder por la crisis de la medicina social, buscando en los porfiados hechos, en los porfiados documentos y en las porfiadas personas, en sus tercos testimonios orales, algunas señas. Poco a poco me he ido convenciendo de que quizás baste un solo documento bien leído, para un semestre. Así como Heidegger daba un semestre con una sola frase de Parménides, deberíamos ser capaces de abrir desde un texto, un testimonio, un hecho, el contraste radical con el presente y la asombrosa presencia de la medicina, en la actualidad. Inicio mis clases con Monteverde, uno de los hallazgos de poblamiento humano más antiguos de América, que data de 12.500 años aproximados y que se ubica a 32 km de mi Universidad. Intento mostrarles a los alumnos que en ese sitio, el hallazgo de un área especializada y la presencia de hojas manipuladas de boldo, un árbol que no existe en el bosque frío que nos rodea, tiene un significado y un valor contemporáneo. Quizás sea esta la instancia para que pudiéramos construir también una historia de la medicina afincada en nuestros territorios y que en la variedad de estilos historiográficos, de objetos de estudio, de problemas, en el intercambio de estos esfuerzos, abramos senderos habitables para los humanos en el ajeno reinado de la técnica y del mercado.

Dr. Ignacio Duarte Voy a entregar algunos antecedentes sobre la enseñanza de la historia de la medicina en la Pontificia Universidad Católica de Chile (UC).

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En el año 1943 se implementó un Curso de Historia de la Medicina para los alumnos del 4° año de la carrera, que estuvo a cargo del brillante joven profesor Dr. Armando Roa Rebolledo. Este curso se suprimió en 1944 porque debía aplicarse el programa de la reforma docente desarrollado en la Universidad de Chile, entonces entidad examinadora de la UC. En 1949 se pudo programar un curso de la asignatura en el quinto año del currículo, que a partir de 1950 dictó el médico y presbítero Bernardino Piñera, quien además estaba encargado del curso de Moral Médica. El profesor Piñera renunció a sus actividades docentes en 1953 para asumir labores de administración académica y otras propias de su condición sacerdotal. No hubo enseñanza formal de historia de la Medicina hasta 1985 en que, a solicitud de los alumnos, se habilitó un horario libre de actividades del currículo mínimo para que los estudiantes de 3º y 5º año pudiesen tomar cursos del currículo complementario optativo. Una de las materias que ellos propusieron fue la Historia de la Medicina. Se organizó un curso a cargo del profesor José Adolfo Rodríguez, con la valiosa colaboración docente del Dr. Edgardo Cruz. Al cabo de algunos años, mediando sucesivas modificaciones del plan de estudios de la carrera, el curso se suprimió. En 1999 se estableció un curso obligatorio de Historia de la Medicina en el segundo semestre del tercer año del currículo. El Dr. Benedicto Chuaqui organizó e impartió el curso. Como texto base, redactó unos apuntes de Historia de la Medicina, que fueron la base del libro Breve Historia de la Medicina del mismo autor (Ediciones Universidad Católica, Santiago 2000). El curso constaba de clases expositivas, sesiones para aclarar dudas de los alumnos y algunos seminarios. En 2003, a raíz del fallecimiento del profesor Chuaqui, se me encargó la jefatura del curso, que la Dirección de la Escuela concibe como parte del continuo de formación humanística que se imparte a los alumnos de pregrado. El curso tiene 3 créditos (un crédito equivale a una hora semanal de dedicación del alumno, considerando las actividades presenciales y el estudio personal). Se persigue que el estudiante conozca a grandes rasgos el desarrollo del pensamiento médico en las etapas princi-

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pales de la historia, y reflexione acerca de la forma en que aspectos culturales destacados de cada época han influido en la evolución científico-técnica, organizativa y humanística de la atención en salud. El método empleado es el siguiente: a) estudio personal del texto guía, adaptado del libro del Dr. Chuaqui y disponible en el sitio web del curso, que comprende la historia médica en las principales épocas de la historia de occidente y una sinopsis de la historia de la medicina en Chile ; b) seminarios de discusión sobre cada capítulo de la materia en grupos de diez alumnos a cargo de uno o dos tutores; c) preparación y presentación de un trabajo de revisión de un tema asignado. Este trabajo se hace en equipos de dos alumnos y su resultado se presenta en las sesiones de seminario. A mi modo de ver, la ubicación del curso en tercer año tiene la gran ventaja de que los alumnos conocen la anatomía, fisiología, biología celular y empiezan a practicar la semiología: esto facilita la comprensión de la materia y la comparación con el desarrollo actual. La principal desventaja es que en ese momento del currículo, el estudiante está atraído por los grandes cursos preclínicos y clínicos de mayor exigencia y dedicación horaria.

Dr. Enrique Escobar ¿Se enseña Historia de la Psiquiatría?

Dra. Noziglia Efectivamente, en la Universidad de Valparaíso se enseña Historia de la Psiquiatría dentro del contexto de la Historia del Pensamiento Médico, al que se le dedican las tres últimas clases de Historia de la Medicina Universal. Los filósofos presocráticos en el siglo VI a.C., orientados por una visión naturalista del mundo, hicieron posible que se cumpliesen por primera vez, en forma incipiente, tres exigencias en cuya virtud el conocimiento de una cosa es considerado científico: exigencia sistemática, metódica y teorética. Cumplir con la exigencia teorética significaba responder a la pregunta acerca de qué es en sí la cosa que se estudia.

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La respuesta que se dieron los pensadores griegos fue que cada cosa es en sí misma su naturaleza o physis. La physis individual es una realización particular de la physis universal. El conocimiento para aquellos filósofos implicaba cuatro aspectos o conceptos, que a su vez daban origen a cuatro ciencias: 1.

2.

3. 4.

El estudio de la constitución elemental de lo que se estudia o estequiología. Se plantearon dos concepciones básicas sobre los elementos primarios o cosmológicos: Demócrito imaginó que todo estaba constituido por átomos y Empédocles postuló la teoría de los cuatro elementos –tierra, aire, agua y fuego. Los médicos se inclinaron por esta última y discurrieron que la materia viva estaría formada por cuatro humores, considerados elementos secundarios biológicos, resultado de una mezcla en proporciones diversas de los elementos primarios. La génesis, o modo según el cual llega a ser lo que es. En los seres animados constituye la embriología. El aspecto externo e interno o anato­ mía. Lo que hace para ser lo que es, o sea la actualización de sus potencialidades, su actividad operativa, lo que comprende tanto la fisiología (del soma) como la psicología (de la psique).

Se estudia la evolución del pensamiento médico con respecto a cada una de estas cuatro ciencias a lo largo de la Antigüedad, Edad Media, Moderna y Contemporánea con los siglos XIX y XX. En la clase final se estudian las ideas fisiológicas acerca de cómo se explica la vida a partir de los griegos, para quienes los seres vivos lo estaban por poseer alma (psiché) –idea filosófica– causa y principio animador del cuerpo y sus facultades; ideas acerca de cómo ésta se mantiene, acerca del movimiento de la sangre e ideas de la fisiología moderna. También se estudia el concepto de lo psíquico con la dicotomía occidental entre el cuerpo y la mente, percibidos como realidades relacionadas pero diferentes, separando las enfermedades corporales de las psíquicas, explicando la influencia mutua con distintas teorías en las diferentes épocas, para terminar con los tipos de tratamiento empleados en los sucesivos períodos históricos, desde los tratamientos somáticos generales propios del pensamiento naturalista griego, los tratamientos morales del siglo XVIII, hasta los enfoques y tratamientos actuales.

Dr. Cruz-Coke Habiéndose cumplido el tiempo programado para esta mesa redonda, agradezco la participación de los panelistas y el interés y aportes de las personas presentes.

E. Laval R. / Antecedentes de la construcción del Hospital R. Barros Luco

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Cronología de los principales antecedentes y sucesos que llevaron a la construcción del Hospital Ramón Barros Luco (1888-1935)1 1888.– El subadministrador del Hospital San Vicente, don Evaristo Sánchez Fontecilla, estimó inconveniente la construcción de nuevas salas en dicho establecimiento y propuso que se sugiriera al Gobierno la edificación de un hospital en el sector sur o suroeste de la ciudad. 1896.– El señor Miguel Ignacio Collao, miembro de la Junta de Beneficencia, propone la construcción de un hospital en el barrio suroeste, próximo a la Estación de los Ferrocarriles del Estado. 1899.– En la sesión de la Junta de Beneficencia del 24 de abril, el señor Collao manifestó que traía del Presidente de la República el ofrecimiento de consultar en el Presupuesto de la Nación, en el lapso de tres años, los fondos necesarios para construir un nuevo hospital en el barrio que se considerará más adecuado.

Se designó una comisión formada por el Presidente de la Junta, don Blas Vial, y por los miembros don Miguel I. Collao, don José Manuel Infante, doctor don Adolfo Murillo y don José Manuel Eguiguren. La comisión evacuó su informe rápidamente. En sesión del 12 de junio se acordó solicitar del Gobierno la suma de $ 600.000 para su construcción y destinar “una sección especial a los niños de tierna edad que no puedan ser admitidos en los hospitales generales”. Este nuevo hospital sería para enfermedades comunes de hombres mujeres y niños, con cabida para 630 camas, de pabellones aislados y en cada uno de ellos un departamento para enfermedades infectocontagiosas agudas. 1

El terreno necesario se fijó en 90.000 m2, prefiriéndose el de Quinta Normal, a continuación de la Escuela de Artes y Oficios, en la Avenida de los Pajaritos. El Consejo Superior de Higiene estimó que la sección de Niños debía constituir un hospital especial, ubicado en un sitio central de la ciudad. 1901.– El proyecto se transformó en la Ley Nº 1408 del 16 de enero, destinándose además fondos para un hospital de niños. Se designó, a comienzos del año, administrador del nuevo Hospital General a don Miguel Ignacio Collao y subadministrador al doctor Manuel Barros Borgoño. La Junta de Beneficencia solicitó propuestas para adquirir terrenos para ambos hospitales: el Hospital General Mixto debía ubicarse en el sector surponiente de la ciudad. En sesión del 8 de abril el doctor Barros Borgoño manifestó que, junto con los doctores Alcibíades Vicencio e Isaac Ugarte Gutiérrez, había visitado diversos terrenos y creía que el mejor era el ofrecido por don Hermógenes Espejo en nombre de su esposa doña Antonia Pizarro de Espejo. Por 15 votos contra 2, se acordó el 15 de abril su adquisición. Los terrenos eran los de la chacra denominada “El Mirador del Gallo”, cuya superficie cubría 195.210 m2 y con un precio de $ 0,50 el m2. Lindaba al oriente con la antigua calle Padura, al poniente con la Población de San Eugenio, al sur con una calle continuación de la de Rondizzoni y al norte con una calle proyectada de 20 m de ancho que se abriría y que la separaría del Sanatorio del doctor Raimundo Charlín.

Adaptación efectuada por el Dr. Enrique Laval R. del escrito inédito “Apuntes para la historia del Hospital Ramón Barros Luco”, del Dr. Enrique Laval M.

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Al fallecer don Miguel I. Collao, la Junta designó administrador del nuevo establecimiento al doctor Manuel Barros Borgoño. El doctor Charlín, pensando que el proyecto significaba un grave peligro higiénico, hizo una presentación al Ministerio del Interior, para que ordenara no dar principio a la construcción del hospital “a causa de los peligros que puede tener para la salubridad de Santiago”. 1902.– El problema mencionado absorbió íntegramente la preocupación del Consejo Superior de Higiene. Textualmente el doctor Sazie sostenía: “Resultará que todos los gérmenes del futuro hospital serán arrastrados directamente por la dirección en que soplan los vientos hacia el Sanatorio del cual distará 15 ó 20 metros al Suroeste”. 1903.– El 10 de mayo falleció el doctor Barros Borgoño y se designó administrador del futuro hospital a don Luis Aldunate. A fines de 1905 es nombrado subadministrador don Mariano Guerrero Bascuñán. Los fondos aprobados por el Congreso Nacional se habían invertido en la compra del terreno y la Junta no disponía de recursos para afrontar la construcción del Hospital General Mixto. 1907.– En sesión del 8 de mayo, se solicita al Gobierno la suma de $ 200.000 para iniciar el edificio. Durante el lapso transcurrido, la Junta de Beneficencia vendió al Gobierno una faja de 30 metros para el colector sur del alcantarillado de la ciudad, la que dividía el terreno del Mirador del Gallo en dos porciones y el señor Guerrero estimó que el área disponible, que alcanzaba a 134.000 m2, era insuficiente para dar cabida al hospital. 1908.– Falleció el señor Luis Aldunate y el 2 de mayo fue nombrado en su reemplazo el señor Guerrero, y en sustitución de éste, poco después, el doctor Ventura Carvallo Elizalde. El 4 de agosto el administrador don Mariano Guerrero Bascuñán dio cuenta del fracaso de su intento para obtener del Gobierno que dejara sin efecto el fraccionamiento de los terrenos de El Mirador del Gallo. Frente a esta situación propuso parcelar esos terrenos a

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fin de venderlos en sitios para población, con cuyo producto, calculado aproximadamente en $ 400.000, podría iniciarse la construcción del futuro hospital, en la chacra conocida con el nombre “La Cuadra” y que la Junta había heredado de doña Silvina Hurtado, ubicada en el Llano Subercaseaux. En septiembre de 1907, con motivo del fallecimiento de doña Silvina Hurtado, la Junta había entrado en posesión de la herencia legada en 1867 por don Higinio Hurtado y en 1896 por la propia doña Silvina. El 22 de diciembre, en vista del informe favorable de la Comisión de Construcción de nuevos hospitales y del Consejo Superior de Higiene, la Junta aceptó en todas sus partes el plan propuesto por el señor Guerrero. 1909.– Los doctores Alejandro y Roberto del Río se dirigieron a Europa y fueron comisionados por la Junta de Beneficencia para contratar, hasta por la suma de $ 10.000, la confección de los planos del Hospital General Mixto y del futuro Hospital de Niños. 1910.– En agosto llegan a Chile los planos confeccionados por el arquitecto alemán doctor F. Ruppel, de Hamburgo. El doctor del Río (don Alejandro) hizo ante la Junta una completa exposición de los antecedentes, programa y proyecto definitivo, la que terminaba diciendo: “la presente publicación se limita solo a los planos fundamentales y a las memorias explicativas, dejando de mano detalles secundarios y en particular, los magníficos planos y proyectos de calefacción, ventilación, etc., debidos a la conocida firma de Otto Mayer, también de Hamburgo. A primera vista se nota la falta de planos de fachada. Se prescindió de ellos por estimarse que sería preferible dejarlos al arquitecto que aquí se encargue de la obra, en vista de los materiales, hábitos y necesidades del país”. El plano comportaba una cabida de 796 camas: – – –

Pabellón de pensionado   28 camas 7 Pabellones generales de Medicina y Cirugía, cada uno con 68 camas 476 camas Pabellón para enfermedades de mujeres   56 camas

E. Laval R. / Antecedentes de la construcción del Hospital R. Barros Luco

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2 Pabellones para enfermedades de la piel y venéreas, con 51 camas c/u 102 camas 2 Pabellones para tuberculosos, con 40 camas c/u   80 camas 2 Pabellones para enfermedades infecciosas con 24 camas c/u   48 camas Pabellón de observación     6 camas



796 camas

Además se consultaban edificios especiales para casa del portero, del médico director, posta de primeros auxilios, policlínico, pabellón de recepción de enfermos, pabellón de administración, anatomía patológica, comunidad, pabellón de operaciones, de baños, de servicios generales (cocina, lavandería, desinfectorio, caballerizas, cocheras, etc.) y pabellón para animales de experimentación. 1911.– En mayo la Junta aprobó el informe de su Comisión de Construcción de Hospitales, integrada por los administradores del Hospital General Mixto y por don Alejandro del Río, en el cual se solicitaba que se aceptaran los planos tal como los confeccionó Ruppel. La primera piedra fue colocada el 24 de septiembre de 1911, en una brillante ceremonia que presidió el Excmo. señor don Ramón Barros Luco, Presidente de la República. El acta recordatoria dice así: “En Santiago de Chile, a 24 de septiembre de 1911, S.E. el Presidente de la República, don Ramón Barros Luco, procedió a colocar la primera piedra del Hospital General Mixto en la quinta del Llano Subercaseaux, dejada por la respetable señora doña Silvina Hurtado a los Establecimientos de Beneficencia de Santiago en su testamento otorgado el 4 de Noviembre de 1896 ante el Notario Público, don Mariano Melo Egaña. El Ilmo. Revdmo. señor Arzobispo, don Juan Ignacio González Eyzaguirre, bendijo el nuevo hospital que será construido en conformidad a los planos confeccionados por el distinguido arquitecto de Hamburgo, doctor Ruppel. Sirvieron de padrinos en esta ocasión: S.E. el Presidente de la República, señor don Ramón Barros Luco y señora. El señor Presidente de la Honorable Junta de Beneficencia, don José Manuel Eguiguren y señora.

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El señor Vicepresidente de la Honorable Junta de Beneficencia, don Ventura Blanco Viel y señora. Los señores administradores del Hospital General Mixto, don Mariano Guerrero Bascuñán, y el doctor Ventura Carvallo Elizalde y sus respectivas esposas”. Los demás señores miembros de la honorable Junta que firman a continuación y los vecinos del barrio Subercaseaux con sus señoras. En la sesión del 26 de ese mes, se dio cuenta de una carta del Presidente de la República en que proponía que, para iniciar de inmediato los trabajos, se abriera una cuenta por $ 500.000 en el Banco Nacional, que él personalmente afianzaría y que se cubriría posteriormente con el producto de la venta de los terrenos de El Mirador del Gallo. En octubre se acordó rematar dichos terrenos, constituidos por 133.826 m2 por un mínimo de $ 5 el m2. Fueron rematados para terceros por don Enrique Fresno en la suma de $ 800.250. La honda crisis que afectó al país en los años siguientes impidió a los compradores, que eran la familia Fresno Insulza, don Horacio Campillo y otros, cumplir oportunamente sus compromisos y en 1916 se dejó sin efecto el contrato de compraventa, quedando a beneficio del establecimiento la suma de $ 178.000 que aquellos habían cancelado y la de $ 70.000 que pagarían por indemnización. En noviembre de 1927 se vendieron los terrenos a los señores Larraín García-Moreno, en la suma de $ 866.200 al contado. Al no formalizarse la compra, la Junta de Beneficencia, a fines de 1928 acordó venderlos al Club Hípico en la suma de $ 1.300.000 que fue aceptada por el Presidente de esa institución, don Ricardo Lyon. 1912.– Hasta abril poco o nada se había avanzado en la consecución de recursos para iniciar el Hospital. Por ello el señor Ramón Subercaseaux, vecino prominente del Llano, cuya residencia quedaba en frente del futuro hospital, solicitó que en las casas viejas de la chacra se construyera un dispensario, petición abonada por el administrador de los dispensarios de la Junta, don Florencio Valdés Cuevas. El doctor Alejandro del Río se opuso, expresando que en vez de arreglar edificios

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viejos, correspondía iniciar la construcción del hospital con los $  100.000 que el Gobierno había consultado en el presupuesto fiscal de ese año. Y así se acordó. En julio se aprobaron los planos del policlínico, acordándose que su construcción fuera de cemento armado y por un valor total de $ 230.000 En diciembre falleció el administrador don Mariano Guerrero Bascuñán.

ción de salas de aislamiento de prostitutas en el Hospital General Mixto, pero en definitiva se instalaron en el Hospital San Luis. Promediando este año, el Hospital vio aumentar sus recursos. Un decreto supremo puso a disposición de la Junta $ 70.000 y don Guillermo Eguiguren, hijo del presidente de la Corporación, don José Manuel Eguiguren, fallecido en un naufragio, legó al establecimiento la suma de $ 10.000.

1913.– Se nombra administrador al doctor Ventura Carvallo Elizalde, el 27 de mayo. El 3 de junio se designa subadministrador a don Ismael Tocornal. El 10 de junio, don Ventura Blanco Viel dio cuenta que el albacea de don Francisco Echaurren Huidobro, en cumplimiento de sus disposiciones testamentarias, había consignado “un censo a favor del hospital, por valor de $ 1.080.000 al 4% redimido en arcas fiscales”. Como un homenaje al señor Echaurren, la Junta acordó dar su nombre al policlínico en construcción y colocar su busto; además dar el nombre de sus padres, don Gregorio de Echaurren y Herrera y doña Juana García Huidobro y Aldunate, a las dos primeras salas que se construyeran en el establecimiento. Estos acuerdos no se cumplieron, pues ni el policlínico lleva su nombre, ni se ha colocado su busto y las dos primeras salas de hospitalización que entraron en funciones se denominaron, a propuesta del miembro de la Junta Central de Beneficencia doctor Lucio Córdova: doctor Teodoro Muhm y doctor Roberto Aguirre Luco. Poco más tarde el albacea del señor Echaurren fundó un “nuevo censo de $ 18.331,73 al 4% a favor del Hospital, gravado con 22 misas al año que se aplican por los parientes, deudos, amigos y sirvientes del señor Echaurren. Goza del censo el Arzobispado de Santiago con cargo de invertir los réditos en el Hospital”.

1917.– A comienzos de este año quedó terminado el policlínico. Su habilitación se realizó merced a un legado de $ 50.000 de la señora Pissi de Vicuña. En el mes de septiembre se estableció que hasta la fecha se habían invertido $ 700.000 en el Hospital Gral. Mixto, en la terminación del policlínico, del pabellón de entrada y cierro, requiriéndose $  1.500.000 para construir dos grandes salas, cocina, lavandería e instalar la calefacción. En noviembre fallece el administrador doctor Ventura Carvallo E.

1915.– En julio el señor Arzobispo ofreció donar al Hospital, dentro de un año, la suma de $ 30.000 de los fondos que le había legado doña Juana Ross de Edwards. La recrudescencia de las enfermedades venéreas hizo pensar a la Junta la conveniencia de invertir el legado del señor don Ignacio Díaz Muñoz, ascendente a $ 300.000, en la construc-

1918.– Se designa en abril a don Ismael Tocornal, como administrador. En junio sucedió al señor Tocornal, en el cargo de subadministrador, el doctor don Víctor Körner, quien de inmediato organizó el servicio médico y en octubre puso en funciones el consultorio maternal y el servicio de partos a domicilio, con capacidad para asistir hasta 300 partos mensuales, a cargo de tres matronas. Además en el Policlínico funcionaban Servicios de Medicina, Cirugía y Ginecología. 1919.– En septiembre el doctor Körner organizó una pequeña maternidad con 10 camas, que instaló en las viejas casas de la chacra. En este mismo mes falleció el Presidente de la República don Ramón Barros Luco, quien legó al establecimiento la suma de $ 300.000. Su esposa, la señora Mercedes Valdés de Barros Luco, manifestó a la Junta su deseo de cumplir no solo la voluntad de su marido, sino de elevar esa cantidad a $ 1.000.000: “$ 500.000 en dinero y $ 500.000 nominales en bonos del Estado del 7% y 1% de amortización acumulativa”. Los $ 500.000 debían obtenerse por adquisición del Estado de la propiedad que poseía la Sra. Valdés, entre las calles Diez de Julio, Copiapó,

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Nataniel Cox y Huemul, avaluada en $ 380.000. Como el Gobierno no estuvo en condiciones de adquirir la propiedad, pidió a la Junta que se sugiriese a la Sra. Valdés de Barros Luco que donara directamente a la Corporación este bien raíz, lo que ella no aceptó, comunicando su deseo de venderla directamente y entregar su valor a la Junta. Este aporte permitió considerar la prosecución de las construcciones y al efecto se encargó al ingeniero señor Siegel el estudio de los planos de Ruppel para construir la Maternidad ($ 450.000), los Servicios Generales ($  180.000), la instalación de los ascensores eléctricos, calefacción central, agua caliente, alcantarillado ($ 100.000) etc. Desgraciadamente doña Mercedes no pudo asegurar la entrega de los dineros ofrecidos y hubo de postergarse las edificaciones. Frente a esta circunstancia don Ismael Tocornal propuso que los intereses de los $ 300.000 legados por don Ramón Barros Luco se destinasen a hacer funcionar en el segundo piso del Policlínico 20 camas de hospitalización. 1922.– Sólo en el mes de junio la Sra. Valdés de Barros Luco donó en nombre de su esposo la suma de $ 300.000 para proseguir el Hospital y la Junta como recuerdo a su memoria acordó darle el nombre de don Ramón Barros Luco al establecimiento. 1923.– La Junta aceptó el 1º de junio la propuesta de Bade y Cía. para que por la suma de $ 569.000 construyese el pabellón de Medicina y el de Servicios Generales (cocina, etc.); aquel con una capacidad de 75 a 80 camas. El estuco calculado en $ 400.000 no fue contratado. Meses más tarde la Sra. Valdés de Barros Luco dio cumplido término a su promesa, enviando a la Junta en el mes de septiembre un cheque por $  400.000 para proseguir las construcciones. 1926.– Fallece a comienzos de septiembre la Sra. Mercedes Valdés de Barros Luco, instituyendo a la Junta de Beneficencia de Santiago como heredera universal del remanente de sus bienes, para que proceda a construir en el Hospital Ramón Barros Luco los pabellones que se alcancen, pero con la obligación de que el establecimiento cuente siempre con religiosas católicas.

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1927.– El 5 de abril se aceptó la renuncia de director a don Ismael Tocornal, quien con este motivo donó $ 24.000 al Hospital. Se designó director al doctor Víctor Körner. Días más tarde fue nombrado subdirector don Domingo Tocornal, hijo de don Ismael. En este año y en relación con la atención de imponentes de la Caja de Seguro Obligatorio, se fijó por primera vez el costo del día de estada en la Maternidad. La suma fue de $ 10 diarios. Entre el remanente de los bienes de la Sra. Valdés figuraban tres manzanas de propiedades que no se habían rematado. La Junta acordó en octubre quedarse con ellas por la suma de $ 1.089.504 y entregar esta cantidad al albacea encargado de pagar las construcciones del Hospital. El remanente ascendió aproximadamente a $ 1.800.00 del cual, por disposiciones testamentarias, debió dejarse sin invertir el capital necesario para producir un interés equivalente a las siguientes obligaciones: Cuidar a perpetuidad el mausoleo de don Ramón Barros Luco y su esposa, mandar a decir a perpetuidad y anualmente 200 misas por el alma de las personas señaladas en el testamento y pagar una mensualidad de $ 300, mientras viva, a don Alberto Barros Pérez. A fines de año el doctor Alejandro del Río emprendió su último viaje a Europa y recibió el encargo para que en Alemania solicitase de Ruppel la modificación de los planos, de acuerdo con las últimas adquisiciones en materia de arquitectura hospitalaria. 1929.– En el mes de julio figuraba como jefe de Radiología el doctor Casasbellas; el doctor Alfonso Quijano como jefe de Medicina Interna y ayudante 1° el doctor Mario Alessandri Rodríguez. 1930.– A mediados de este año se acordó construir un nuevo pabellón conforme a los planos primitivos. Contratado con la firma Saa y Vial por la suma de $ 722.056,28 vino a complementar el anteriormente construido. Por otra parte, el señor Albacea, en cumplimiento de los encargos recibidos de la Sra. Mercedes Valdés de Barros Luco, construyó la Comunidad y la Capilla del establecimiento por intermedio del Departamento de Arquitectura de la Junta de Beneficencia de Santiago.

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1931.– Con motivo del fallecimiento de don Carlos Cousiño, el Hospital fue favorecido con un legado de $ 1.000.000 con cargo al cual se adquirió la propiedad ubicada en Estado esquina de Alameda, perteneciente a la Compañía de Transportes Unidos. 1932.– Da término a su albaceazgo de la sucesión de la Sra. Mercedes Valdés, don José Florencio Valdés Cuevas, quien renunció, a favor del Hospital, al cobro de honorarios legales. La ley Nº  5115, del 30 de abril y el Reglamento Orgánico que la complementó, estableció “que todo hospital debería ser dirigido por un médico chileno”, pero al mismo tiempo estableció en el inciso 3º de su artículo 89, un régimen de excepción que la Junta Central aplicó en el caso del Hospital Barros Luco y de este modo pudo continuar frente a su dirección don Domingo Tocornal, quien renunció al cargo el 3 de noviembre, designándose en su reemplazo al doctor don Víctor Körner. 1933.– A mediados de ese año hizo su reaparición el tifus exantemático y se comenzó a habilitar de emergencia el Hospital, que hasta ese entonces estaba desocupado. A fines de agosto estaban en funciones 150 camas. En septiembre se designó el primer Consejo Administrativo del Hospital, formado por los señores don Luis Subercaseaux, Domingo Tocornal Matte y Horacio Valdés. 1934.– Son contratadas en la República Argentina las Religiosas Siervas del Espíritu Santo para dar cumplimiento a las disposiciones testamentarias de la Sra. Mercedes Valdés de Barros Luco. En virtud de las bases contrac-

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tuales, el Director General de Beneficencia, doctor Alejandro del Río, suscribió con la Madre Provinciala de la Congregación el que vinieran religiosas enfermeras a prestar sus servicios, las que revalidaron sus títulos ante la Universidad de Chile. En mayo falleció don Plácido Rodríguez, quien legó al Hospital la nuda propiedad de predios ubicados en Santiago, en las calles Lord Cochrane, Huemul y Aldunate, instituyendo usufructo vitalicio a favor de doña Encarnación Alliende de Toledo, usufructo que el establecimiento adquirió en $ 27.000. En junio las camas de aislamiento para enfermos de tifus exantemático habían aumentado a 270, sobre un total de 542 que la Beneficencia tenía destinadas a este fin en Santiago. 1935.– En vista del continuo aumento del tifus exantemático, don Alejandro del Río propuso que se aumentara a $ 2.500.000 el préstamo que se tramitaba ante la Caja de Seguro Obligatorio para construcciones hospitalarias, para edificar los pabellones ligeros que el plano de Ruppel consultaba hacia la calle Santa Rosa que estaban destinados a enfermos convalecientes y, en épocas de epidemias, a enfermedades infectocontagiosas agudas. La Junta aceptó esta idea2. La epidemia ascendía en forma vertiginosa y fue necesario clausurar el Policlínico para instalar más camas para el aislamiento de estos enfermos. El 26 de septiembre, a causa del quebrantamiento creciente de su salud, el doctor don Víctor Körner resignó su cargo de director y se nombró en su reemplazo al doctor Enrique Laval Manrique.

Nota del Dr. Enrique Laval R.: Algunos años más tarde se le dio cumplimiento, con las modificaciones necesarias, al construirse el Pabellón de Enfermedades Infecciosas del Hospital (actualmente Hospital de Enfermedades Infecciosas Prof. Dr. Lucio Córdova).

M. Zemelman G. / Mujeres médicos en universidades medievales

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Mujeres médicos en universidades medievales Myriam Zemelman G.1

El periodo al que nos referimos es, aproximadamente, la época de las cruzadas, vale decir, siglo XI; sin embargo, hay indicios que ya en el periodo de Carlomagno, siglo IX, había mujeres en la escuela de medicina de Salerno. Salerno se encuentra cerca de Nápoles y todavía no habían llegado allí las influencias de la medicina árabe, las que van hacer su aparición con Constantino El Africano, monje benedictino dedicado a la medicina y que introduce los adelantos del mundo árabe. Fundamentalmente de las escuelas de Bagdad y Persia, es necesario recordar que Bagdad alrededor del año 800 reúne a los más grandes sabios y científicos del mundo oriental sin distinguir a qué religión pertenecían. Existen documentos del año 984 que relatan que un príncipe, Adalberon, se dirigió a Salerno para sanarse de una larga enfermedad, así lo confirman las crónicas de un obispo de Verdún. Estos documentos son una prueba de la reputación que tenía la escuela de Salerno en la Galia del norte, es decir, la Francia del Norte; por otra parte, los archivos del reino de Nápoles mencionan el nombre de ciertos médicos de Salerno en el año 846. En esta escuela, la medicina que se practicaba corresponde a la grecolatina, vale decir, se aceptaban las doctrinas de Hipócrates y Galeno. Los nombres de los médicos más famosos eran Alphanus, Gariopontus, Jean Platearus El Mayor, Cophon el Mayor, Constantino El Africano y entre éstos el de la famosa Trótula. Normalmente la mayoría de los médicos eran monjes, así, por ejemplo, Alphanus llegó a ser arzobispo y más tarde Cardenal. Otro Desiderius, abad de

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Montecasino, más tarde llegó a ser Papa con el nombre de Víctor III. Estos médicos no sólo practicaron la medicina sino que escribieron obras importantes. En Salerno se debatían tres teorías en torno a la medicina: El empirismo basado en la sola observación y olvidándose del estudio de la anatomía; el metodismo que busca la causa de todas las enfermedades y, por último, el dogmatismo que se basa en las doctrinas de Hipócrates y Galeno y que se funda en la teoría de los cuatro humores fundamentales y de las fuerzas naturales. Finalmente, existe la doctrina de Gario Pontus que combina el metodismo con la de Galeno. Según los escritos de los maestros de la época había en Salerno muchas mujeres médicos, se las tenía en alta estima, ellas tenían una numerosa clientela. En el libro Circa intans, un tratado sobre materias médicas y en la Práctica de Platearus el Joven, se cita una gran cantidad de remedios empleados por las mujeres médicos y el autor las elogia por los buenos resultados. Por ejemplo, un ungüento recomendado para las quemaduras del sol dice textual: Tomando un ungüento singular que tiene efectos contra la quemadura del sol y una fisura cualquiera especialmente por causa del viento y contra las pústulas de la cara por causa del aire del mismo modo contra las manchas y escoriaciones de la cara se debe preparar raíz de lirio, cerusa, almaciga, vale decir excipientes, incienso (la planta), manteca de cerdo y agua de rosas (1).

Profesora de Historia. Instituto de Investigación Avanzada en Educación, Universidad Arturo Prat. Texto de la Conferencia dictada en la VIII Jornada de Historia de la Medicina. Santiago, 31 de agosto de 2007.

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No señala las cantidades. Por otra parte, otra médico salerniciana recomienda, después de haberlo probado, que contra todas las hemorroides tiene efectos el jugo de higos. Trótula se preocupó fundamentalmente de la ginecología y la obstetricia, pero también de la belleza femenina. En relación con la ginecología sostiene: A no ser que convenga tratar sobre la restricción de la vulva por una causa honesta, no haremos ninguna mención de ella, pero cuando por esta amplitud esté impedida alguna vez la concepción hay que pasar por alto este inconveniente (1).

Los documentos sostienen que Trótula era una buena cirujano y que en caso de desgarro vaginal a consecuencia de un parto, ella aconsejaba suturar con hilo de seda. Trótula estuvo casada con otro médico importante, Jean Platearus el Mayor, y tuvieron un hijo también médico, Jean Platearus II; estamos hablando de alrededor de 1030, y Constantino El Africano es algunos años posterior, siendo uno de los médicos más importantes que introdujo la medicina árabe, provocando una verdadera revolución. Según la tradición, Trótula llegó a ser una figura legendaria conocida como Dama Trot, ella estaba en la plenitud de su ejercicio profesional alrededor del año 1050. Se dice que perteneció a una familia noble napolitana, los Ruggieri. La principal obra atribuida a Trótula se denomina De morbis mulierum et eorum cura (Acerca de las enfermedades de las mujeres y de la cura de éstas). He aquí una receta para las mujeres que quieren adelgazar: Es necesario tomar un baño de arena caliente al borde del mar. El adelgazamiento se debe a la transpiración que produce la arena caliente (1).

También se preocupa del recién nacido, indicando las mejores formas de alimentación y de higiene. Se ocupa particularmente de la dentición y sus cuidados y cómo enseñar a los niños a hablar. Otra de sus preocupaciones son los pólipos uterinos y de sus tratamientos; asimismo, del cáncer y la inflamación

de la verga viril y de los testículos (1), pero sus escritos siendo bastante científicos no escapan a ciertas supersticiones de la época, por ejemplo: Para saber si una mujer dará a luz un macho o una hembra es necesario tomar agua de una fuente y que la mujer extraiga dos gotas de sangre o de leche del lado derecho y las ponga en el agua, si van al fondo dará a luz un macho y si flotan dará a luz una hembra (1).

Por otra parte, aconseja que el cordón umbilical se corte a tres dedos del ombligo. Trótula no se ocupa solamente del alumbramiento y de las enfermedades propias de las mujeres, a ella le interesan también otras partes de la medicina. Escribió sobre la enfermedad de los ojos, de los oídos, de los dientes y de las encías. En resumen, las doctrinas de Trótula son más prácticas que teóricas y ella sigue la escuela de Galeno. De lo que hemos expuesto hasta aquí se desprenden algunas conclusiones: Primero, la Edad Media, no fue una época oscura sino que en distintos lugares de Europa se desarrolló la ciencia, como asimismo la filosofía, la teología, la astronomía, las matemáticas. El conocimiento grecolatino no se pierde, se mantiene sobre todo en la zona mediterránea. Alrededor de 1215 va a empezar el nacimiento de las grandes universidades europeas: Bolonia, París, Oxford, Cambridge. Segundo, la mujer medieval no es un ser de segunda categoría y ello se demuestra tanto en la escuela de Salerno (mujeres dedicadas a la ciencia) como en los cantos de los trovadores que permanentemente alaban a la dama. Recién en el siglo XIV aparece la caza de brujas, que se prolongará durante el Renacimiento. ¿Será acaso porque las mujeres alcanzaron mucha notoriedad y poder? REFERENCIA 1. Greene Cumston C. Histoire de la Medécine. Ou temps des Pharaons au XVIII siècle. Traducción de Dispan de Fiaran, Editorial La Renaissance du Livre, París, 1981. Capítulo XIV.

R. Cruz-Coke M. / Homenaje al Dr. Camilo Larraín Aguirre (1918-2007)

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Homenaje al Dr. Camilo Larraín Aguirre (1918-2007)1 Dr. Ricardo Cruz-Coke M.

El Profesor Larraín, recientemente fallecido en junio de 2007, había nacido en Santiago en 1918 e ingresó a la nueva Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile, donde prosiguió sus estudios desde 1937 hasta obtener su título en 1943. Se especializó en Medicina interna en el Hospital San Francisco de Borja con el Profesor Garretón y desarrolló estudios de postgrado en Hematología en Washington, Estados Unidos, de 1953 a 1955. Al asumir el Profesor Garretón la cátedra de Medicina interna en el Hospital J.J. Aguirre, el Dr. Larraín se trasladó a ese Hospital donde fundó un Laboratorio de Hematología, especializándose en Hemofilia. Su libro Diátesis Hemorrágicas (1967) le abrió las puertas al Profesorado Extraordinario en la antigua Facultad, llegando a ser Profesor Titular en 1971. En 1964 había ingresado a la Sociedad Médica de Santiago, siendo elegido Presidente en el periodo 1971 a 1973. Fue presidente de la Sociedad Chilena de Hematología y Vicepresidente de la Sociedad Interamericana de Hematología en 1972. Fue Director del Departamento de Medicina del Hospital J.J. Aguirre en 1973-1975 y durante todo el resto del siglo XX fue el gran maestro de la clínica médica con gran prestigio entre los alumnos de pregrado y de posgrado en el hospital clínico de la Universidad de Chile. Fue distinguido como Maestro de la Medicina Interna, Maestro de la Hematología Chilena, Master del American College of Physicians, Medalla Valentín Letelier de la U. de Chile y miembro Honorario de la Academia Chilena de Medicina en 1988. Fue miembro del Comité de Historia de esta Academia que refundó la Sociedad Chilena de la Medicina en 2005. El Profesor Larraín publicó numerosos artículos biográficos sobre personajes médicos, que lo llevaron a interiorizarse sobre la vida de la Sociedad Médica de Santiago, fundada en 1869 y de su Revista Médica fundada en 1872. Culminó sus trabajos de investigación histórica hasta finales del siglo XX, con la publicación de su monumental obra enciclopédica: “La Sociedad Médica de Santiago y el desarrollo histórico de la Medicina en Chile”, 434 págs., publicada en 2002. Explorando en detalle los 130 volúmenes de la Revista y los archivos de la Sociedad, durante una década, rescató desconocidos hechos históricos, experiencias inéditas, informes de la vida de los grandes médicos y acontecimientos políticos, sociales y económicos de la medicina nacional. Con una impresionante lista de 1.400 referencias de su detallada crónica histórica, la obra muestra un equilibrio entre la abrumadora cantidad de información y la frescura de un relato novelesco y entretenido. Este libro tiene la estructura intelectual de una obra clásica de la medicina chilena sustentada en la más vasta fuente selecta de referencias médicas de los dos siglos pasados, y es comparable con las obras clásicas de Lucas Sierra, Enseñanza de la medicina en Chile (1934) y la Historia del Hospital San Juan de Dios, de Enrique Laval (1949). Considerando sus valiosos antecedentes académicos y destacadas contribuciones históricas, el Directorio de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina rinde hoy un emocionado homenaje a sus relevantes méritos de hombre ilustre, recto, de elevado espíritu universitario, que hizo importantes contribuciones a la Historia de la Medicina y a la Educación médica nacional.

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Homenaje leído en la VIII Jornada de Historia de la Medicina, Santiago de Chile, agosto de 2007.

C. Noziglia / Homenaje al profesor Dr. Sergio de Tezanos Pinto

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Homenaje al profesor Dr. Sergio de Tezanos Pinto1 Dra. Carmen Noziglia N.

Este homenaje ha sido escrito por su amigo el Profesor Dr. David Sabah Jaime, que es miembro de la Sociedad de Historia de la Medicina. A partir de 1955, el Dr. Sabah –a quien represento– trabajó estrechamente con el Dr. de Tezanos Pinto en el Servicio de Medicina Interna del Hospital Dr.  Enrique Deformes de Valparaíso bajo la dirección de Dr. Mario Alessandri, y a partir de 1968, en la Cátedra C de Medicina Interna de la recientemente creada Sede Valparaíso de la Universidad de Chile, actualmente Universidad de Valparaíso. En 1961 el Dr. de Tezanos Pinto le confió al Dr.  Sabah su reemplazo en la Cátedra de Patología de la Escuela de Servicio Social de la Universidad Católica de Valparaíso mientras él cumplía una estadía de perfeccionamiento en Estados Unidos. En el año 1977 le correspondió sucederlo en la jefatura del Servicio y en la Cátedra de Medicina, cuando el Dr. de Tezanos Pinto asumió otras altas funciones directivas en la Universidad de Valparaíso. El Dr. Sabah fue Director de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso entre 1988 y 1990 y Decano de la Facultad de Medicina entre 1990 y 2000. Nace Sergio en Valparaíso el 19 de noviembre de 1922 y realiza sus estudios primarios en el Colegio de los SSCC (Padres Franceses) de Viña del Mar y secundarios en el Seminario San Rafael entre los años 1931 y 1940, distinguiéndose como un alumno serio y aplicado. Sus estudios de Medicina los inicia en la Escuela de Medicina de la Pontificia Universidad Católica de Chile entre 1941 y

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1944 y los termina en la Universidad de Chile, donde se titula como médico en 1948 a la edad de 26 años. En ese mismo año, por una invitación de la Embajada de Francia, viaja a ese país a realizar una estadía en el Hospital Broussais y en la Universidad de la Sorbonne con el Profesor Pasteur Vallery Radot, supervisado desde la Universidad de Chile por los Profesores Orrego Puelma y Luis Hervé. En 1949 de vuelta a Chile se incorpora al Servicio de Medicina Interna del viejo Hospital Deformes de Valparaíso. Entre 1953 y 1954 realiza una estadía de investigación en el Hospital San Carlos del Instituto de Investigaciones Médicas de Madrid, España, bajo la supervisión del Maestro Carlos Jiménez Díaz y también concurre al Servicio del Profesor Gregorio Marañón. Se especializa en Gastroenterología y Hepatología, lo que le permite instalar técnicas de investigación en el Laboratorio de Especialidades Médicas creado por el Dr. Mario Alessandri en el Hospital Deformes. Entre 1961 y 62 realiza una estadía de perfeccionamiento en Hepatología en la Universidad de Minnesota como Research Assistant bajo la dirección del afamado hepatólogo Dr.  Cecil Watson. Desde muy temprano manifiesta interés por la docencia, iniciándose como profesor de Biología e Higiene Pública en la Escuela de Arquitectura de la Universidad Católica de Valparaíso entre los años 1949 y 1950 y como Profesor Titular de Patología en la Escuela de Servicio Social de la misma universidad entre

Texto leído por la doctora Carmen Noziglia, en representación del doctor David Sabah. VIII Jornadas de Historia de la Medicina, Santiago de Chile, agosto de 2007, con motivo del deceso del Dr. de Tezanos Pinto ocurrido el 30 de mayo de 2007.

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1957 y 1970. En 1967 llega a Profesor Titular de Patología en la Facultad de Odontología de la sede Valparaíso de la Universidad de Chile. Creada la Escuela de Medicina, es Profesor de Medicina de la Cátedra del Hospital Deformes a partir de 1968 y Jefe de la Carrera entre 1969 y 1971. Creada la Universidad de Valparaíso ocupa la dirección del departamento de Medicina y nuevamente es Jefe de Carrera los años 1976 y 1977. Fue Secretario General de la Universidad entre 1976 y 1980, culminando como Prorrector entre 1981 y 1986. Su gran interés por la Historia, la Ética Médica y la Bioética lo llevó a crear en 1968 en la Escuela de Medicina la cátedra de esas disciplinas, siendo Profesor Titular de Historia de la Medicina y Ética, que fue la primera en dictarse como asignatura obligatoria entre las Facultades de Medicina de ese entonces, y que ejerció hasta el año 2001, en que se acogió a jubilación, siendo honrado como Profesor Emérito de la Universidad. El Profesor Dr. Armando Roa lo distinguió como prologuista de su libro Breve Historia de la Medicina Universal y notas sobre Medicina Chilena publicado en el 1979, reeditado en 1987 con un prólogo del doctor Amador Neghme. Sobre ética escribió Enfermedad, Muerte. Recopilación de documentos de Ética Médica editado por la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile, Valparaíso, en 1979. Para facilitarle el estudio a sus alumnos, confeccionó apuntes titulados “Temas de Ética Médica”, resumiendo algunos temas abordados en las clases que impartía en el segundo semestre del segundo año de la carrera, los que fueron editados en 1997. Se desempeñó como Presidente de la Sociedad Médica de Valparaíso entre 1968 y 1969. Fue miembro de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina, y por sus méritos, Académico Correspondiente de la Academia de Medicina del Instituto de Chile en 1988. El Capítulo Valparaíso de la Sociedad Chilena de Medicina Interna lo honró como “Maestro de la Medicina” el año 2005. Otras distinciones recibidas son “Hijo Ilustre de la Medicina Chilena” en el 140º Aniversario de la Escuela de Medicina de la Universidad de Chile, Miembro Honorario de la Academia Internacional de Historia de la

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Ciencia, Profesor de la Escuela de Graduados de la Universidad de Buenos Aires, Argentina, y Miembro Correspondiente Extranjero de la Academia de Medicina de Paraguay. Formó parte de los Comités de Ética de la Facultad de Medicina, Colegio Médico y Hospital Dr. Gustavo Fricke. Pero su gran amor fue, sin duda, la Historia de la Medicina, tanto Universal, Nacional como regional, que plasmó en numerosos libros, artículos, conferencias e impulsando a sus alumnos a interesarse en el tema, entrevistando a médicos de la región o a los familiares y amigos de aquellos ya fallecidos. Estas entrevistas dieron origen al libro Iluminando el Olvido, editado por la Facultad de Medicina el año 2002, en el que, en sus propias palabras, dice: Al publicarlas cumplo con el propósito de hacer justicia a aquellos que dedicaron su vida profesional a los habitantes de esta zona y varios de ellos en el ámbito de nuestra Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso. Probablemente de cada uno de ellos se puede sacar la misma conclusión: vidas sencillas, vidas de hombres que jamás pretendieron llegar a ser personajes ilustres, que se entregaron por entero al ejercicio de la medicina como una profesión de servicio a sus semejantes y especialmente a sus pacientes, silenciosos, sin pretender obtener beneficio alguno, y que han servido de ejemplo a la juventud y a todos los que conozcan su obra y deseen emularlos.

En la publicación “Apuntes Médicos” escribió biografías de importantes figuras de la medicina chilena tales como don Pedro Mora, Francisco Cornelio Guzmán, Ramón Allende Padin, los tres doctores Blest, etc. Sus obras magnas son la ya mencionada Breve Historia de la Medicina Universal y notas sobre Historia de la Medicina en Chile, publicada por la Editorial Universitaria en 1987 y reeditada en 1987; Breve Historia de la Medicina en Chile, de la editorial de la Universidad de Valparaíso en 1995; Historia de la Medicina: Hechos y Personajes, el año 2000 e Iluminando el Olvido el 2002, de la misma editorial. En el año 2002 editó de su propio peculio Historia de la Medicina: Destacados personajes que la hicieron progresar, cuyo objetivo es,

C. Noziglia / Homenaje al profesor Dr. Sergio de Tezanos Pinto

según expresa en su prólogo, complementar el conocimiento del desarrollo de la medicina a través del tiempo desde la prehistoria hasta el año 2000; y tradujo del francés las obras de Celso La Medicina en el siglo XI DC en Roma y De Re Medica, de Aulo Cornelio Celso, y de Paré Viaje a distintos lugares. Dedica estas obras a su esposa Rebeca Domínguez, fiel compañera y apoyo en los momentos gratos y en los difíciles, a sus seis hijos, nueras y yernos y a sus treinta y un nietos. Sergio ha cumplido ampliamente con la misión de tener hijos, escribir libros y plantar el árbol de la sabiduría. De carácter fuerte e intransigente en cuanto a la ética, los valores, la caballerosidad y el respeto, ello le ha valido la incomprensión de algunos, pero el reconocimiento de muchos, tanto de sus pares como de sus alumnos­. Deseo terminar esta reseña con las propias palabras con que termina su libro Breve Historia de la Medicina en Chile, refiriéndose al viejo Hospital Deformes: …el hospital como grupo humano, como una agrupación de personal que trabaja junto con miras a un fin común, especialmente por el bien de los demás. Lo que es y debería seguir siendo el alma de los hospitales, de toda la historia y del futuro y de todos los países del mundo. Más allá de los edificios que los albergan, que pueden ser modernos o antiguos, funcionales o inadecuados, lo más importante es su equipo humano, que lo constituyen todos los que laboran en ellos: el médico más sobresaliente, la enfermera más eficiente y solícita, el personal auxiliar más colaborador y leal, la matrona más diestra, el personal administrativo más laborioso, hasta llegar a las personas más importantes que son los enfermos sufrientes y sufridos, leales, asiduos, agradecidos y todos aquellos que los han atendido directa o indirectamente, con conocimientos técnicos, con sabiduría y humanidad, con afecto y desinterés. Con esa vocación verdadera que trasciende. A todos ellos quiero evocarlos anónimamente para destacarlos en el lugar que les corresponde. El hombre actual, nace y muere en los hospitales.

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Los médicos vivimos en ellos. Son nuestro hogar, son el motivo de todos nuestros desvelos y de la realización vocacional y humana. Son nuestra alma mater. Constituyen el grupo humano de mayor convivencia. Es el equipo humano que lo constituye de verdad…

La trayectoria académica del Dr. de Tezanos Pinto constituye un ejemplo para las nuevas generaciones de médicos y estudiantes. Su fallecimiento el 30 de mayo del presente año ha causado hondo pesar en el cuerpo médico, sus antiguos pacientes y sus amigos. Profesor Dr. David Sabah Jaime

Desearía agregar, por mi parte, los siguientes datos del currículo del Profesor de Tezanos: –











Tiene numerosas publicaciones sobre Historia de la Medicina y Ética en los Anuarios de la Escuela de Medicina de la Universidad de Valparaíso. Recibió numerosas distinciones además de las ya mencionadas, entre las que podemos mencionar: RESEARCH FELLOW, Departamento de Medicina de la Universidad de Minnesota. PROFESOR HONORARIO DE LA ESCUELA DE GRADUADOS, Universidad de Buenos Aires. ACADÉMICO CORRESPONDIENTE, Academia de Medicina del Paraguay. MIEMBRO HONORARIO de la UNIÓN INTERNACIONAL de HISTORIA Y FILOSOFÍA de las CIENCIAS. División de Historia de las Ciencias. París. PREMIO REGIONAL DE ESTUDIOS HUMANÍSTICOS “MARÍA GRAHAM” Secretaría General de Gobierno Quinta Región. 1987. MIEMBRO DE LA SOCIEDAD CHILENA DE HISTORIA Y GEOGRAFÍA, Filial Valparaíso. MIEMBRO DEL COMITÉ DE BIOÉTICA de la Universidad de Chile, MIEMBRO DEL COMITÉ EDITORIAL del Boletín del Hospital G. Fricke de Viña del Mar.

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MIEMBRO DEL JURADO del Premio de Ética del Colegio Médico de Chile MIEMBRO DEL JURADO en el Otorgamiento del Premio Cultural de la Corporación Cultural de la Ilustre Municipalidad de Viña del Mar. RELATOR INVITADO en la Academia Chilena de Medicina. RELATOR INVITADO en Jornadas de Historia de la Medicina y de Ética, en Cursos de Historia de la Medicina de la Universidad de Chile, en el Instituto de Estudios Humanísticos de la Universidad de Valparaíso, en las Jornadas de Extensión Cultural del Consejo de Rectores de las Universidades Chilenas, de la Unión

Internacional de Historia y Filosofía de las Ciencias. Quisiera terminar este homenaje destacando que el Dr. de Tezanos Pinto ha sido un ejemplo para generaciones posteriores y que su recuerdo perdurará para siempre no solamente en sus alumnos sino también en todos los que tuvieron el privilegio de conocerlo y sus obras permitirán que su memoria se perpetúe en futuras generaciones de médicos. Es para mí un verdadero honor y un desafío tratar de seguir la senda que él trazó, un ideal imposible de lograr. Muchas gracias

BIBLIOGRAFÍA

E. Medina C. / Recopilación sobre Historia de algunos Hospitales de Chile

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Recopilación sobre Historia de algunos Hospitales de Chile Ministerio de Salud - Santiago, octubre de 2006 (253 pp.)

Monografía de 253 páginas, que reúne varios trabajos con datos históricos publicados sobre una treintena de hospitales entre las ciudades de Iquique y Concepción, elaborado por la bibliotecóloga Sra. Silvia Allen, Jefa del Centro de Documentación “Dr. Bogoslav Juricic Turina” del Ministerio de Salud, con la colaboración de sus ayudantes Sandra Ayala y Osmel Padilla. Se trata de noticias sobre los hospitales “Dr.  Ernesto Torres Galdames” (Iquique), “Dr. Leonardo Guzmán” (Antofagasta), “Jean y Marie Thierry” (Valparaíso), “Carlos van Buren” (Valparaíso), “Claudio Vicuña Guerrero” (San Antonio), San Martín (Quillota), San Juan de Dios (Los Andes), Psiquiátrico (Santiago, respecto a su primer siglo  de existencia 1852-1952), San Vicente de Paul (Santiago, actualmente inexistente, aunque continuado por el Hospital “Dr.  José Joaquín Aguirre), San José (Santiago, con referencias al antiguo y al nuevo establecimiento, además respecto de su dependencia el Instituto Nacional del Cáncer), Del Salvador (Santiago, con sus dependencias Instituto de Neurocirugía, Instituto Nacional de Geriatría “Eduardo Frei Montalva” e Instituto Nacional del Tórax), San Borja (Santiago), Manuel Arriarán (Santiago, junto con el anterior transformados en el Hospital San Borja-Arriarán), San Juan de Dios (Santiago), “Dr. Roberto del Río” (Santiago), Barros Luco

– Trudeau (Santiago, con su dependencia el Hospital “Dr. Lucio Córdova”), “Dr. Exequiel González Cortés (Santiago), El Pino (Santiago), “Huemul” (Santiago, actualmente inexistente), “Dr. Sótero del Río” (Santiago, con su dependencia el Hospital Padre Hurtado), “Dr. Luis Calvo Mackenna” (Santiago), San José de Maipo, San Luis (Buin), Peñaflor, “Dr. César Caravagno Burotto” (Talca), “Herminda Martín” (Chillán, con su antecesor el Hospital San Juan de Dios de la misma ciudad) y San Juan de Dios (Concepción, actualmente inexistente). La publicación de este libro es fruto de un esfuerzo digno de destacar, que permite al lector iniciarse en los orígenes y trayectoria de la mayoría de los establecimientos analizados (denominaciones religiosas y civiles, acciones filantrópicas de algunos personajes, gestión directiva de otros, etc.). Los distintos orígenes y motivaciones con que fueron consignados originalmente los datos de los diferentes hospitales, comprensiblemente determinan diferencias en la extensión y profundidad de los artículos, cerca de la mitad de los cuales no tienen referencias bibliográficas. La iconografía incluida apoya por lo general cada texto. Cabe felicitar al Ministerio de Salud por esta tangible muestra de preocupación por su patrimonio histórico y cultural. Dr. Eduardo Medina C.

CRÓNICA

Crónica

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El inicio de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud: Constitución de la Red Latinoamericana desde Santiago de Chile Patricio Hevia R.

INTRODUCCIÓN En septiembre de 2005 se realizó en Salvador, Bahia, Brasil, la discusión y aprobación de una propuesta del Grupo de Trabajo sobre Historia y Patrimonio Cultural de la Salud con ocasión de la realización de la 4ª Reunión Regional de Bibliotecas Virtuales en Salud (BVS) y del 7º. Congreso Regional de Información en Ciencias de la Salud (CRICS). El documento aprobado por unanimidad en el plenario final fue elaborado por profesionales de la Casa de Oswaldo Cruz / Fiocruz/Ministerio de Salud de Brasil y de la Unidad de Patrimonio Cultural de la Salud / Ministerio de Salud de Chile y discutido ampliamente en el grupo de trabajo integrado por diversos representantes de países de América Latina y el Caribe. En cumplimiento de dicho mandato, los días 1 y 2 de agosto de 2007 se realizó en el Auditorio del Fondo Nacional de Salud (FONASA), en Santiago de Chile, la Primera Reunión de Coordinación Regional de la Red de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud (BVS-HPCS). A continuación, el 3 de agosto, se realizó la Primera Reunión del Comité Consultivo Regional de la Red de la BVS-HPCS en la Biblioteca Central de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en la ciudad de Santiago.

Paraguay y Uruguay, así como representantes del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (BIREME), de la Organización Mundial de la Salud y de la Organización Panamericana de la Salud. Este evento se realizó con el objetivo de retomar los compromisos asumidos en Salvador, Bahia, Brasil, y dar seguimiento a las acciones realizadas en los últimos dos años por las unidades técnicas de los Ministerios de Salud de Chile y de Brasil, de la Casa de Oswaldo Cruz/ Fiocruz, y de la Organización Panamericana de la Salud, bajo la Coordinación Regional del Centro Latinoamericano y del Caribe de Información en Ciencias de la Salud (BIREME/ OPS-OMS). Durante la Reunión fueron presentadas por los representantes de los países participantes numerosas iniciativas en curso, que pueden converger hacia la cooperación técnico-científica en el ámbito de actividades, proyectos y programas orientados hacia la identificación, recuperación, conservación, valorización e integración del Patrimonio Cultural de la Salud. Al mismo tiempo, se confirmó a la Biblioteca Virtual de Salud (BVS) como un ambiente estratégico, por el éxito alcanzado como espacio virtual para la distribución del conocimiento y la organización del trabajo cooperativo en información en salud, constituyéndose en una importante posibilidad de ampliación de la visibilidad y de los usos sociales del patrimonio cultural de la salud.

CARACTERÍSTICAS DE LA REUNIÓN REGIONAL MARCO DE REFERENCIA En la Primera Reunión de Coordinación Regional de la Red de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud participaron representantes de 10 países latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Honduras, México,

El documento aprobado en Salvador, Bahia, que contenía el marco de referencia de esta Reunión Regional, fue publicado recientemente en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina (“Historia y patrimonio cultural

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de salud: propuesta para la creación de una biblioteca virtual latinoamericana”. An. Chil. Hist. Med. 2006; 16: 237-242). En América Latina la salud, como esfera de la política pública, ha desempeñado un papel crucial en la construcción y consolidación de la nación, del Estado y de sus relaciones con la sociedad. La gran diversidad de actores institucionales y sociales de la salud debe ser comprendida en una perspectiva ampliada de patrimonio, con tradiciones culturales, prácticas y valores simbólicos, elementos que en definitiva son experiencias colectivas y vivencias personales de inestimable valor para fortalecer, valorizar y difundir este vasto acervo de la salud enriquecido y renovado por las nuevas mediaciones que hoy se procesan entre ciencia, salud y sociedad. Con los más diferentes grados de desarrollo identificamos en países de la Región diversas iniciativas que lo hacen, como regla general, en una perspectiva que busca combinar investigación histórica, memoria, identidad y preservación del patrimonio documental. En este sentido, consideramos el Patrimonio Cultural de la Salud como “un conjunto de bienes materiales y simbólicos socialmente construidos que expresan el proceso de la salud individual y colectiva en sus dimensiones científica, histórica y cultural”.

CONCLUSIONES Y RECOMENDACIONES DE LA REUNIÓN REGIONAL 1.

2.

OBJETIVOS 1.

2.

Dialogar y compartir ideas, información, experiencias y recomendaciones sobre el desarrollo y fortalecimiento de las infraestructuras y capacidades nacionales y regionales en identificación, recuperación, conservación, investigación, valorización y diseminación de la Historia y Patrimonio Cultural de la Salud (HPCS). Establecer los marcos de constitución, gestión y operación de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud, a ser operada en red en la Web con acceso abierto y universal para aumentar la visibilidad y los usos sociales del patrimonio cultural de la salud y contribuir así a su inserción en las políticas de salud y en los sistemas nacionales de salud.

3.

Recomendar a la Directora de la Organización Panamericana de la Salud que promueva junto a los Ministerios de Salud la adopción y desarrollo de políticas, programas e infraestructuras para el fortalecimiento de la Historia y Patrimonio Cultural (HPCS) como parte integral de los sistemas nacionales de salud, para contribuir a valorizar la identidad y la memoria, y aumentar la conciencia de la sociedad sobre la importancia del patrimonio históricoarquitectónico, museológico, científico, artístico y documental, así como sobre el derecho a la información, como atributos fundamentales al ejercicio de la ciudadanía y como parte de las responsabilidades del Estado. Promover el desarrollo de la red de la BVS-HPCS como instancia regional y nacional para la cooperación técnica entre instituciones nacionales y regionales relacionadas con la identificación, recuperación, conservación, investigación, valorización y diseminación de la HPCS con foco en la gestión y operación de una red de fuentes de información y conocimiento con acceso abierto y universal, incluyendo, entre otros, literatura científica y técnica, biografías de personalidades y figuras históricas, legislación, directorios de instituciones, especialistas y eventos relacionados, catálogos de imágenes, obras de arte, de monumentos arquitectónicos, catálogos de archivos y de fondos documentales en general. Adoptar la estructura de gestión de la red BVS-HPCS formada por una institución coordinadora, un comité consultivo con representantes de las redes de instituciones y un plan de acción para su implantación en períodos de 2 años o más, y que incluya la participación de todas las instituciones de la red. Esta estructura deberá implantarse progresivamente en los ámbitos regional, subregional y nacional, asegurando la equidad en la participación de forma que la red regional venga a conformarse como resultado de la convergencia de redes nacionales

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y subregionales. Durante un período de transición los representantes de los países en la reunión pasarán a representar a sus países en la red regional. A medida que las redes nacionales sean establecidas, los comités consultivos nacionales nombrarán a los representantes oficiales en el comité consultivo regional. BIREME será responsable de la coordinación regional hasta la realización de la II Reunión de la BVSHPCS, que deberá elegir a la institución que será oficialmente responsable de la coordinación regional. CONSTITUCIÓN DEL COMITÉ REGIONAL DE LA RED DE BVS-HPCS El 3 de agosto de 2007 se constituyó en Santiago el Comité Consultivo Regional en carácter de provisorio de la Red de BVS-HPCS. En su primera reunión se levantó el acta constitutiva con la nómina de los participantes, de los acuerdos y de las diferentes responsabilidades asumidas. Una síntesis de ello es la siguiente:  Participantes: 17 personas representantes de 10 países latinoamericanos, de la Organización Panamericana de la Salud y de BIREME / OPS-OMS.  Características: Se realizó con el objetivo de reunir, analizar y consolidar las conclusiones y recomendaciones acordadas durante el Encuentro, así como establecer las líneas de trabajo cooperativo en apoyo de esta BVS. •



 Objetivos: Dialogar y compartir ideas, información, experiencias y recomendaciones acerca del desarrollo y fortalecimiento de las infraestructuras y capacidades nacionales y regionales en la identificación, recuperación, conservación, investigación, valorización y diseminación de la Historia y Patrimonio Cultural de la Salud; Presentar el modelo de constitución, gestión y operación de la Biblioteca Virtual en Salud de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud como instancia de convergencia y marco de trabajo para la promoción, organización y realización de la coopera-

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ción técnica en red entre las instituciones nacionales y regionales relacionadas con la historia y el patrimonio cultural de la salud; • Constituir y formalizar el Comité Consultivo Regional de la BVS-HPCS • Establecer los próximos pasos para la construcción colectiva de la BVS-HPCS en América Latina y el Caribe.  Desarrollo de la Reunión, temas tratados y acciones consideradas • Se hizo una presentación y revisión del modelo de gestión de información y conocimiento de la BVS y sobre las funciones y responsabilidades correspondientes al Comité Consultivo. La BVS, como espacio de organización y promoción del acceso público a las fuentes de información, contribuye para el desarrollo de las capacidades y para la democratización de la información y conocimiento científico y técnico. Las comunidades virtuales que conforman la operación de la BVS son instancias para fortalecer las redes sociales del campo de la historia y patrimonio cultural de la salud. • Se destacó la relevancia de la BVS-HPCS al comprender no solamente la historia de la salud de los países aisladamente considerados, sino también de la Región de América Latina y el Caribe en su conjunto. • Se puso de relevancia la importancia de consolidar y difundir el dominio conceptual de la HPCS y, para ello, uno de sus métodos para fortalecer el abordaje de HPCS en las disciplinas de Salud Pública en instituciones académicas. • La realización del evento y su perspectiva para el fortalecimiento progresivo de la Red Regional de la BVS-HPCS constituyó una oportunidad para que los grupos e instituciones nacionales que trabajan con HPCS sean fortalecidos y aumentar así su visibilidad para la obtención de apoyo de los gobiernos acerca de la preservación y puesta en valor del patrimonio cultural de la salud. • Uno de los mecanismos sugeridos para la cooperación entre países corresponde a los proyectos de Cooperación Técnica entre Países (TCC) promovidos por OPS/OMS y los Ministerios de Salud.

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Se revisaron los objetivos estratégicos de la BVS-HPCS y se puso en relevancia los siguientes aspectos:  Promover y fortalecer el Patrimonio Cultural de la Salud como tema de las políticas públicas;  Integrar el tema de la HPCS como parte de los sistemas de salud, por medio de la educación e investigación, así como acciones de atención a la salud;  Promover la diversidad en su dimensión intercultural, así como integraciones regionales y subregionales;  Contribuir para mayor visibilidad, accesibilidad e impacto de la producción científica y técnica de HPCS de la Región;  Desarrollar capacidades locales y contribuir a la formación de recursos humanos;  Promover la dimensión humana de la medicina y la atención a la salud.  Recomendaciones La Coordinación de la Red HPCS será de responsabilidad de BIREME hasta la próxima reunión de la Red HPCS y del Comité Consultivo Regional, previsto para la V Reunión de Coordinación Regional de la BVS, que se realizará en conjunto con el CRICS8 en 2008; Instalación del Comité Consultivo Regional, compuesto por representantes de cada país participante de la Reunión, en carácter provisorio, hasta indicación de los representantes oficiales por parte de los Comités Consultivos Nacionales; Creación de las Redes Nacionales de HPCS. Para ello, los representantes nacionales del Comité deberán:  Producir informes sobre la participación en la I Reunión de la Red HPCS y realizar reuniones con la representación nacional de la OPS, Ministerio de la Salud e instituciones académicas, para socializar los objetivos y estado de desarrollo de la Red HPCS y sus recomendaciones con vistas al establecimiento de las Redes Nacionales de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud;

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h)

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 Las Redes Nacionales deberán establecer los Comités Consultivos Nacionales. Elección de los representantes oficiales de los países en el Comité Consultivo Regional de la BVS-HPCS; Organización de un Seminario Subregional para visar la diseminación y el establecimiento de la Red HPCS en América Central, en noviembre de 2007, teniendo como responsables a los representantes de Honduras y Costa Rica; Creación y operación de la Comunidad Virtual de la Red HPCS a partir de noviembre 2007, teniendo como responsable a BIREME/OPS-OMS; Producción de documentos para fundamentar el establecimiento, el desarrollo y la operación de la Red HPCS:  Conclusiones y Recomendaciones de la I Reunión de Coordinación de la Red Latinoamericana de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud. Brasil y Chile.  Proyecto para el desarrollo y operación de la BVS-HPCS. Brasil.  Propuesta de institucionalización de los temas de la Historia y Patrimonio Cultural de la Salud en las políticas y servicios nacionales de salud. Brasil y Chile.  Historia y Patrimonio: propuesta de marcos conceptuales para su desarrollo en el contexto de la BVS- HPCS. Bolivia y Colombia.  Propuesta de metodología y guía para los procesos de abordaje, identificación y descripción de la historia de los hospitales, incluyendo sus archivos y patrimonios culturales y arquitectónicos. Argentina y Paraguay.  La experiencia de la Sociedad Uruguaya de Historia de la Medicina. Uruguay. Debate y validación de los documentos propuestos por el Comité Consultivo Regional Provisorio; Definición de la Matriz de Responsabilidad para la gestión y operación de fuentes de información de la BVS de Historia y Patrimonio Cultural de la Salud.

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Jornadas peruanas de Historia de la Ciencia, la Tecnología y la Salud: medicina social e inclusión en perspectiva histórica. Lima, septiembre de 2007 Como parte de una iniciativa emprendida por investigadores y académicos que se desempeñan en el ámbito universitario del Perú y cuyo interés común es la historia de las ciencias y la tecnología, a comienzos del presente año la Red Peruana de Historia de la Ciencia, la Tecnología y la Salud, encabezada por los historiadores Marcos Cueto, Pablo Murillo, Oswaldo Salaverry, Carmen Salazar-Soler y Jorge Lossio, se planteó como tarea la organización de un evento que aglutinara a profesionales latinoamericanos y europeos que estuviesen desarrollando proyectos de investigación relacionados con las temáticas de la ciencia, la salud y la tecnología. Así pues, gracias a la gestión de los miembros de la Red peruana y al patrocinio de la Universidad Nacional Mayor San Marcos, la Universidad Peruana Cayetano Heredia, el Centro Cultural de España, la Embajada de España en Perú y el Instituto Francés de Estudios Andinos, los días 3 al 6 de septiembre, en la ciudad de Lima, lograron efectuarse las Jornadas peruanas de Historia de la Ciencia, la Tecnología y la Salud, y cuyas sedes fueron la Casona de San Marcos y el Colegio Médico de Perú. La convocatoria permitió que especialistas de Perú, Argentina, Ecuador, Chile, Colombia, Brasil, México, España y Alemania pudieran exponer los avances y conclusiones de las pesquisas que actualmente llevan a cabo en los respectivos campos de investigación y las relaciones que pudiesen existir en torno a los denominados procesos de inclusión social. De este modo, las exposiciones abarcaron una variada gama de temas, entre los que corresponde mencionar: enfermedades y sexualidad; enfermedades mentales en Latinoamérica; higienismo, raza y Estado; escenarios del movimiento eugenésico; maternidad y ciencia; impacto e influencia del clima sobre la sociedad; medicina y bioantropología; tecnología minera colonial; historia regional y salud; medicina colonial latinoamericana; modernización y salud; y

nuevos modelos utilizados para la elaboración de biografías históricas. La primera jornada fue inaugurada por la presentación del historiador peruano Marcos Cueto, quien dio a conocer el papel desempeñado por el médico alemán Maxime Kuczynski, su labor en la región amazónica peruana, sus aportes a la medicina social peruana en la primera mitad del siglo XX y su trascendencia como un pionero del progreso social. Por otra parte, algunos de los principales aspectos del debate eugenésico en el siglo XX fueron objeto de la exposición de Volker Röelcke, quien esbozó algunos de los hitos internacionales de la institucionalización de la práctica de la eugenesia y su identificación con la utopía biotecnológica hacia fines del siglo pasado. El doctor Pablo Murillo esbozó el camino que siguió el debate sobre el eugenismo en las elites peruanas, en torno a la existencia de una “tragedia biológica” en la sociedad peruana compuesta por la serie de enfermedades sociales. La finalidad que se pretendió en toda esta discusión fue la de generar políticas públicas sobre salud acordes con las teorías eugenésicas. Desde el ámbito historiográfico brasileño, las investigadoras Ângela Porto y Kaori Kodama presentaron los perfiles que alcanzó durante el siglo  XIX el movimiento antiesclavista y los fundamentos sanitarios, económicos y doctrinarios que le dieron vida a una crítica contra esa modalidad de trabajo. Finalmente, en el plano de las enfermedades de connotación social, por un lado, tenemos que Carol Pasco (Perú) y Jorge Martin (Chile) centraron sus ponencias en describir las implicancias científicas y políticas que significó la presencia de la sífilis, así como la evolución de las representaciones que dicha enfermedad alcanzó en las sociedades de Perú y Chile en las últimas décadas del siglo  XIX y primera mitad del siglo XX. En el plano de las denominadas enfermedades mentales, los investigadores Andrés Ríos (México) y César Leyton (Chile), en sus respectivas alocuciones,

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coincidieron en recalcar, desde sus posiciones interpretativas, el carácter discriminatorio que caracterizó la forma en que los Estados modernos de México y Chile vieron y trataron a los “anormales”, motivados por la idea de erradicar todo elemento que atentara contra el orden social que se gestó en los albores del siglo XX latinoamericano. El segundo día de las Jornadas vio abrir sus sesiones con las exposiciones que nos ilustraron acerca de las labores que los hombres de ciencias del período colonial cultivaron la medicina hipocrática en Nueva España y llevaron a cabo el proyecto de elaborar la historia natural de nuestro continente, inspirados en las obras clásicas de autores como Plinio. Dentro del elenco de objetivos que dichos naturalistas se propusieron cumplir, destacaron el conocimiento metódico de la idiosincrasia de los indígenas y la renovación del saber botánico del continente. Todo ello habría redundado, según los expositores, en las generación de las condiciones para la difusión del “criollismo americano”. Otra perspectiva historiográfica que concitó la atención fue la constituida por las ponencias de las historiadoras María Martha de Luna Freire (Brasil) y María Soledad Zárate (Chile), quienes desde sus respectivas investigaciones dieron cuenta de la experiencia de nacer a partir de la implantación de la medicina científica en el siglo XIX, hecho que otorgó una nueva dimensión al ejercicio de la maternidad, diseñó un nuevo papel femenino y convirtió a la hospitalización del parto en un eje sustantivo de la medicina nacional. Por otro lado, el tema de los hospitales latinoamericanos fue abordado desde nuevas ópticas, como así lo demostraron el estudio arqueológico emprendido por Antonio Coello respecto al hospital limeño de San Andrés, y el estudio de la labor de los muralistas mexicanos que, como sostuvo María Rosa Guidiño, en el siglo XIX elaboraron una iconografía que se constituyó en una tribuna para difundir la modernidad científica que representó la medicina. Finalmente, el tema de la salud, la modernización y el Estado fue el escenario para dar cuenta de los matices que adquirió el despliegue del saber médico científico y sus repercusiones en el plano social. En este sentido, los trabajos de Juan Carlos Eslava (Colombia) y Adrián Carbonetti (Argentina) esbozaron las repercusiones y desafíos que

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revistió la aplicación de los principios higienistas en Bogotá y Córdoba, así como la legitimación que alcanzaron las elites médicas en ambos casos. Por otro lado, Nisia Trinidade Lima (Brasil) señaló cómo el preocupante cuadro sanitario brasileño a comienzos del siglo XX fue la oportunidad para que el movimiento sanitarista transformara su misión en un tema central de la cuestión social. En un contexto similar, Marcelo López (Chile) presentó las representaciones que adoptó la presencia de la tuberculosis para la sociedad y el Estado y cómo ese enfoque historiográfico puede definir una nueva mirada sobre los roles del médico y del paciente como sujetos históricos. La última sesión de las Jornadas tuvo en su inicio un giro en la línea temática, por cuanto fue la ocasión para analizar históricamente los vínculos entre sociedad y clima, como lo enfatizó la investigación de Alejandra Martínez (Perú) quien reveló el itinerario de las principales repercusiones del fenómeno climático de El Niño sobre el Perú entre los siglos XIX y XX. Dentro del mismo margen de análisis, Lizardo Seiner (Perú) caracterizó las relaciones entre clima, medicina y salud que operaron en el siglo XIX en el Perú. El ámbito tecnológico, por su parte, tuvo un protagonismo en esta sesión, el cual estuvo encarnado por las ponencias de Carmen Salazar-Soler (Perú), que abordó las evoluciones científicas y técnicas que experimentó la minería altoperuana entre los siglos XVI al XVIII; Luisa Vetter (Perú) y su indagación sobre la minería en el antiguo Perú; y Carlos Contreras, quien dio cuenta de los procesos de transferencia tecnológica en la minería del Perú de los borbones. En el contexto de lo que puede denominarse como historia regional de la salud, Cristina Vargas (Perú), sobre la base del estudio de los registros de defunciones, dio cuenta de la evolución epidemiológica de la ciudad de Piura entre 1880 y 1912; y Karina García (Perú), que exploró los motivos que impulsaron la creación de un centro de salud en el Piura colonial. Algunos de los pasajes de la trayectoria histórica de la educación médica peruana fueron evidenciados, por un lado, por el trabajo de Oswaldo Salaverry (Perú) y su ponencia sobre la enseñanza de la medicina en la escuela de San Fernando, desde donde se nutrió la medicalización de la política sanitaria del Estado peruano; y, por otra parte, por el

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Crónica

análisis bioarqueológico de los testimonios hallados en la bóveda perteneciente a la cátedra de anatomía dictada en el hospital de san Andrés, presentación que estuvo a cargo de Lucía Watson (Perú). Un aspecto destacado en el terreno de las innovaciones en la elaboración de proyectos bibliográficos lo dio a conocer María Rachel Fróes (Brasil), quien estableció una nueva definición de fuente y su acento en la contextualización, así como la relevancia de la biografía histórica para la investigación en el campo de la historia de la salud. Dentro de esta pluralidad de temáticas, la experiencia mexicana, a cargo de las exposiciones de Verónica Ramírez, Gabriela Castañeda y Rita Robles, y Ana María Carrillo, arrojó luces sobre la historia del Real Colegio de Cirugía de Nueva España; el Instituto Nacional de Neurología de México como escenario del despliegue de una nueva noción de ciencia y de la medicina social; y el caso del nacimiento del Instituto Mexicano de Seguridad Social como parte del proceso de gestación de la seguridad social mexicana, respectivamente. Finalmente, la clausura de las Jornadas estuvo a cargo del historiador español Rafael Huertas, quien entregó sus reflexiones sobre la transformación de la asistencia psi-

quiátrica en España entre los siglos XIX y XX, poniendo el acento en algunos de los problemas metodológicos que el historiador de la higiene mental debe enfrentar (excesos interpretativos, descontextualización) y las nuevas perspectivas que nacen a partir del tratamiento de nuevas fuentes. En suma, a juicio de los organizadores de las Jornadas peruanas de Historia de la Ciencia, la Tecnología y la Salud, la evaluación de los tres días arrojó un resultado definitivamente positivo en virtud de la diversidad de perspectivas que lograron congregarse y las posibilidades de cooperación que surgen a partir de este evento entre quienes, desde la experiencia que nace del ejercicio de distintas disciplinas, participaron exponiendo las principales líneas de sus investigaciones. Por lo tanto, para quienes fueron partícipes del encuentro en Lima dicha experiencia no puede menos que constituir un vigoroso aliciente para consolidar los trabajos de investigación en curso y una instancia de aprendizaje para en el mediano plazo gestar nuevas instancias de colaboración interdisciplinaria. Marcelo López Campillay

VIII Jornada de Historia de la Medicina Organizada por la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina, se efectuó los días 30 y 31 de agosto de 2007 en el Auditorio Lorenzo Sazie de la Facultad de Medicina de la Universidad de Chile en Santiago. El programa incluyó las siguientes acti­ vidades:

– – 3)

1)

2) – – –

Nombramiento del Dr. Lorenzo Cubillos Osorio como socio honorario de la Sociedad Chilena de Historia de la Medicina. Conferencias Visión histórica de la cirugía chilena en el siglo XX. Dr. Lorenzo Cubillos Historia de los métodos historiográficos. Prof. Cristián Gazmuri Historias desde el margen: problemas metodológicos. Prof. José Luis Martínez y Prof. Alejandra Araya

4) – –

1

Metodología e historiografía (1810). Prof. Patricio Quiroga Mujeres médicos en Universidades medievales. Prof. Myriam Zemelman Mesa Redonda: Enseñanza de la Historia de la Medicina en las universidades chilenas. Dres. Ricardo Cruz-Coke, Alexis Lama, Carmen Noziglia y Felipe Zúñiga Presentación de trabajos libres1: Medicalización y tuberculización de la sociedad urbana chilena. Marcelo López. El discurso del espacio: el significante arquitectónico como efecto en la medicalización de la mujer enferma. El Hospital

Los resúmenes de estos trabajos pueden leerse en el sitio web www.historiamedicina.cld

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– –



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San Francisco de Borja en dos momentos decimonónicos. Fernando Franulic. Viruela pastosa en el puerto de Valparaíso a comienzos del siglo  XX. Alessandro Monteverde. Algunos antecedentes históricos de la docencia de la Historia de la Medicina en Chile: el Dr. Juan Marín Rojas. Sergio Zúñiga. Dr. Fernando Allende Navarro: pionero del psicoanálisis chileno. Enrique Escobar. Anticipaciones: el general Leigh habla de salud pública en junio de 1974. Yuri Carvajal. La controversia entre Hipócrates y Aristóteles en los orígenes de la Ética médica. Marcelo González.







– 5)

Nodrizas y lactancia en el Hospital de la Santa Creu de Barcelona en el siglo XV: una historia de abandono y preocupación. Ximena Illanes. Médicos tuberculosos pioneros de la cura sanatorial. Ignacio Duarte. Marcelo López. Trastorno por déficit atencional e hiperactividad (TDAH): de lo moral a lo cerebral. Jorge González. Eva Retamal. Los médicos y las revoluciones sociales. Ricardo Cruz-Coke. Homenaje de la Sociedad Chilena a los socios Dres. Sergio de Tezanos Pinto y Camilo Larraín recientemente fallecidos. (A cargo de los doctores David Sabah, Carmen Noziglia y Ricardo Cruz-Coke).

Xiv Congreso de la Sociedad Española de Historia de la Medicina. Granada, 12 al 14 de junio de 2008 El Comité Organizador del Congreso ha convocado a reflexionar, como tema central, sobre “LA EXPERIENCIA DE ENFERMAR EN PERSPECTIVA HISTÓRICA: se requieren estudios acerca de la subjetividad de los y las pacientes, incluyendo el abordaje de las dimensiones históricas y culturales del contexto de su época; también, estudios en relación de las dimensiones colectivas de dichas experiencias o sobre su repercusión en el cuerpo político. Sin pretender agotar todos los enfoques posibles, se pretende discutir de qué maneras la cultura popular y los medios de comunicación ayudan a conformar la experiencia individual, a la vez que la expresan; acerca del modo cómo se ha trasladado a la medicina la experiencia de las

personas enfermas, cómo ha afectado a las normas de etiqueta y deontológicas, de qué manera ha influido en las formulaciones bioéticas contemporáneas. Caben reflexiones sobre la forma en que los puntos de vista científicos y profesionales contribuyen a conformar la percepción de la propia salud y enfermedad. El análisis histórico de la agencia de las y los pacientes, la construcción de la experiencia de la vulnerabilidad frente a los riesgos sanitarios o la conformación de la medicina como objeto de consumo son también aspectos susceptibles de discusión en el Congreso.” Mayor información puede encontrarse en el sitio www.historiamedicina.cl

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Crónica

41º Congreso Internacional de Historia de la Medicina. Ciudad de México, 7 al 12 de septiembre de 2008 El Comité organizador de este Congreso invita a todos los historiadores de la Medicina a participar en este evento que se efectuará en Ciudad de México los días 7 al 12 de septiembre de 2008 en el Palacio de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional Autónoma de México. El profesor Dr. Carlos Viesca preside el Comité Organizador Local, apoyado por el Comité Ejecutivo de la Sociedad Internacional de Historia de la Medicina, que preside el profesor Dr. Athanasios Diamantopoulos de Grecia y el Secretario General Dr.  Alain Trouwaide de Bélgica.

Los temas oficiales serán: Medicina del continente americano; Medicina de la segunda mitad del siglo XX; Metodologías de investigación histórica; Historia de la Terapéutica y de la Ética Médica. Las modalidades de presentación serán las conferencias magistrales, sesiones plenarias, simposios, mesas redondas, trabajos libres y carteles. Las informaciones y mayores detalles sobre este Congreso pueden obtenerse en el Departamento de Historia y Filosofía de la UNAM, en calle Brasil 33, México 6020 D.F. México. Correo electrónico: cviesca@frontstage. org. Teléfono y fax 0052555299741.

53º Congreso Internacional de Americanistas. Ciudad de México, 19 al 24 de julio de 2009 Algunas áreas temáticas propuestas por el Comité organizador son las siguientes: pensamiento e historia de la ciencia; salud y cultura; ciencias, tecnologías y medio ambiente.

Mayor información puede encontrarse en el sitio www.historiamedicina.cl

INSTRUCCIONES A LOS AUTORES

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Instrucciones a los autores

En los Anales Chilenos de Historia de la Medicina se publican trabajos sobre historia de la medicina y temas afines. Los trabajos que cumplan con los requisitos formales serán sometidos a arbitraje por el Comité Editorial y por asesores ad hoc. Los trabajos deben enviarse directamente por correo electrónico a: analeschilenos. [email protected]. El trabajo debe ser escrito en formato papel tamaño carta (21,5 x 27,5 cm), dejando un margen de a lo menos 3 cm en los 4 bordes, y un espacio y medio entre líneas. Todas las páginas deben ser numeradas en el ángulo superior derecho, empezando por la página del título. Las figuras que muestren imágenes (retratos, fotografías, radiografías, histología) deben incluirse en archivo separado. La revista recibe los siguientes tipos de artículos: –



– –

Artículos originales de investigación, que no hayan sido previamente publicados in extenso. Documentos: transcripción de cartas, actas, conferencias, mapas o planos de interés histórico. Reseñas bibliográficas. Noticias de actualidad para la sección Crónica.

4) Nombre y dirección del autor con quien establecer correspondencia. Debe incluir la dirección de su correo electrónico. 5) Fuente de apoyo financiero, cuando corresponda. Usando los números señalados con superíndice, especifique el título profesional, grado universitario o calidad de alumno del (de los) autor(es). Cada una de las secciones siguientes debe iniciarse en nuevas páginas: Resumen. La segunda página debe contener un resumen, de no más de 250 palabras, que describa los propósitos del estudio, los principales puntos del desarrollo del tema y las conclusiones más importantes. Se recomienda a los autores que envíen su propia traducción del resumen al inglés, en página separada, con la respectiva traducción del título del trabajo. La revista hará dicha traducción para quienes no estén en condiciones de proporcionarla. Palabras clave: Al final del resumen deben escribirse entre tres y cinco palabras o expresiones clave que permitan la ulterior inclusión del artículo en índices de búsqueda. Cuerpo del artículo. El artículo debe indicar al principio el o los objetivos del trabajo. Al final, se indicará una breve conclusión, relacionada con los objetivos planteados.

ARTÍCULOS ORIGINALES Los artículos de investigación deben tener una extensión de 5 a 35 páginas, en el formato indicado en el párrafo precedente. Página de título. La primera página del manuscrito debe contener: 1) El título del trabajo, conciso pero informativo, sobre el contenido central de la publicación. Ej.: Introducción del método de Lister en Chile. 2) El o los autores, identificándose con su nombre de pila, apellido paterno e inicial del materno; al término de cada nombre de autor debe identificarse con número de “superíndice”. 3) Nombre de la o las secciones, departamentos, servicios e instituciones a las que perteneció dicho autor durante la ejecución del trabajo.

Referencias y notas. El artículo debe indicar las referencias, numeradas en el orden en que se mencionan por primera vez en el texto. Identifíquelas mediante numerales arábigos, colocados (entre paréntesis) al final de la frase o párrafo en que se las alude. Las referencias que sean citadas únicamente en las tablas o en las leyendas de las figuras, deben numerarse en la secuencia que corresponda a la primera vez que se citen dichas tablas o figuras en el texto. En la lista de referencias, su formato debe ser el siguiente: a)

Para artículos en revistas. Apellido e inicial del nombre del o de los autores, en altas y bajas. Mencione todos los autores cuando sean seis o menos; si son siete o

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más, incluya los seis primeros y agregue “et al.”. Limite la puntuación a comas que separen los autores entre sí. Sigue el título completo del artículo, en su idioma original, en cursiva, altas y bajas. Luego, el nombre de la revista en que apareció, abreviado según el estilo usado por el Index Medicus, año de publicación; volumen de la revista: página inicial y final del artículo. Ejemplo: Lev E, Ohry-Kossov K, Ohry A. Langerhans in the Middle East: more about the discoverer of the pancreatic islets. Vesalius 2003; 9: 19-21.

b)

Para capítulos en libros. Ejemplo: Cruz-Coke R. Historia del Estado Benefactor Médico Social en Chile. En: Goic A, Cruz-Coke R, editores Quintas Jornadas de Historia de la Medicina. Academia Chilena de Medicina, Instituto de Chile. Lom Editores. Santiago de Chile 2003.

c)

Para artículos en formato electrónico: citar autores, título del artículo, revista de origen si procede, tal como para su publicación en papel. Indicar a continuación el sitio electrónico donde se obtuvo la cita y la fecha en que se hizo la consulta. Ej. Vesalius A. The nature, use and diversity of bone. En: De humani corporis fabrica. Disponible en: http:vesalius.northwestern. edu/flash.html (consultado el 7 de junio de 2005).



Referencias con notas. Las siguientes normas se aplican a trabajos en que alguna de las referencias incluya una nota, o que incluya notas sin referencia bibliográfica. Cada referencia con nota debe tener una numeración diferente, aunque esté tomada de un artículo u obra ya citada. Cada nota no acompañada de referencia se numerará correlativamente entre las referencias. Las referencias con notas y las notas sin referencia se listarán también al final del artículo y no al pie de la página. Ej: 3. Becker, H K. “Coca Koller” Carl Koller’s discovery of cocaine anesthesia. Psychoanalyt Quart 1963; 32: 309-373. 4. La cocaína no tiene efecto sobre la piel intacta.

5. Becker, óp. cit., pág. 283. No se aceptarán trabajos con una lista bibliográfica final integrada por artículos o libros no referidos con numeración en el cuerpo del texto. Los autores son responsables de la exactitud de sus referencias. Tablas. Presente cada tabla en páginas aparte, separando sus celdas con doble espacio (1,5 líneas). Numere las tablas en orden consecutivo y asígneles un título que explique su contenido sin necesidad de buscarlo en el texto del manuscrito (título de tabla). Sobre cada columna coloque un encabezamiento corto o abreviado. Separe con líneas horizontales solamente los encabezamientos de las columnas y los títulos generales. Las columnas de datos deben separarse por espacios y no por líneas verticales. Cuando se requieran notas aclaratorias, agréguelas al pie de la tabla. Use notas aclaratorias para todas las abreviaturas no estándares. Cite cada tabla en su orden consecutivo de mención en el texto del trabajo. Figuras. Denomine “figura” a cualquier ilustración que no sea tabla (ejemplos: gráficos, retratos, radiografías, etc.). Los gráficos, dibujados o diseñados computacionalmente, deben tener calidad profesional. Las letras, números, flechas o símbolos deben verse claros y nítidos y deben tener un tamaño suficiente como para seguir siendo legibles cuando la figura se reduzca de tamaño en la publicación. Sus títulos y leyendas no deben aparecer en la figura sino que se incluirán en hoja aparte, para ser compuestos por la imprenta. Los símbolos, flechas o letras empleadas en las fotografías con detalles topográficos deben tener un tamaño y contraste suficientes para distinguirlos de su entorno. Cite cada figura en el texto en orden consecutivo. Si una figura reproduce material ya publicado, indique su fuente de origen y adjunte en documento aparte copia del permiso escrito del autor y del editor original para reproducirla en su trabajo. La publicación de figuras en colores debe ser consultada con la Revista; su costo es fijado por los impresores y deberá ser financiado por los autores.

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Instrucciones a los autores

Leyendas para las figuras. Presente los títulos y leyendas de las figuras en una página separada. Identifique y explique todo símbolo, flecha, número o letra que haya empleado para señalar alguna parte de las ilustraciones.

DOCUMENTOS Y RECENSIONES Los documentos deben limitarse a la extensión original, agregando hasta 2 páginas de antecedentes y comentarios. Las recensiones (de libros) pueden tener una extensión de hasta 6 páginas.

FORMALIZACIÓN DEL PROCESO DE PUBLICACIÓN DE UN ARTÍCULO Una vez que el Comité Editorial haya comunicado la aceptación de un trabajo para ser publicado en los Anales, cada autor debe firmar una Declaración de Responsabilidad en los siguientes términos: Declaración de Responsabilidad Título del manuscrito:............................................................................................................................ 1)

Certifico que he contribuido directamente al contenido intelectual del manuscrito, a la búsqueda y análisis de sus datos, por lo cual me hago públicamente responsable de él.

2)

El artículo aprobado por el Comité Editorial para su publicación en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina es inédito. No ha sido enviado a otra revista, ni lo será en el futuro.

3)

Material gráfico. Marque con un visto bueno la alternativa que corresponde, y marque con una X la alternativa que no corresponde: ■ El artículo no incluye material gráfico tomado de otras publicaciones escritas o provenientes de sitios de internet. ■ El trabajo incluye material gráfico tomado de otras publicaciones escritas o provenientes de sitios de internet. Adjunto copia de la autorización del poseedor de los derechos para reproducir el material en los Anales Chilenos de Historia de la Medicina.

Nombre del autor del artículo...............................................................................................................

Firma del autor del artículo...................................................................................................................

Teléfonos:.................................................................... Fax:............................................................................... Correo electrónico:...................................................... Fecha:...........................................................................

ERRATA En el artículo Antecedentes del Formulario Nacional de Medicamentos (FNM), publicado en An Chil Hist Med 2007 (1): 107-118, aparecen los siguientes errores, a los que se agrega la correspondiente corrección: –

A la tabla Precios comparados Chile (pág. 111), línea 4, columna 2, Nicotibina (Lepetit) le faltó el valor de Eº 0,013, que quedó erróneamente agregado al lado antes de Ditubin; a éste, a su vez, le falta su precio de Eº 0,015, que quedó solo debajo de la columna 4.



La nota 6 (p. 118) tiene algunas palabras borradas: en línea 14 dice: “continuador del anterior,  reado mediante la”, y debe decir: “continuador del anterior, es creado mediante la”; en línea 37 dice: “por el Director Sanidad, el Director”, y debe decir: “por el Director General de Sanidad, el Director”.



Las notas 13, 14, 15 y 16 en realidad son respectivamente la 12, 13, 14 y 15.

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