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¡Aquél Día de la Alegría! Los últimos días de la Dictadura
La lucha sigue Radio La Primerísima Hacía mucho que esperaban ese día todo el pueblo de Nicaragua, todos los demócratas de América Latina, toda la gente honesta de la Tierra. Llegó, por fin, aquella noche del 17 de julio de 1979, cuando olvidado de la fanfarronería protocolar, calladito y apurado cual ladrón, de su “bunker” en Managua se dirigió hacia el aeropuerto donde le esperaba su avión personal el ya ex dictador Anastasio Somoza Debayle, acompañado de un puñado de taciturnos y desalentados favoritos. En el compartimiento especial del avión fueron cargados los restos del padre y el hermano del tirano, sustraídos de sus tumbas y metidos en cajas metálicas. Al amparo de la oscuridad, los fugitivos se despidieron apresuradamente de un grupito de perplejos cómplices que se quedaban en Nicaragua. El avión tomó rumbo hacia EEUU, donde en la base militar de Homestead, a 25 kilómetros al sur de Miami, a Somoza, su hijo y su séquito los esperaban representantes de la administración norteamericana. Atrás quedaban las ruinas humeantes del país, se escuchaban los clamores histéricos de los acólitos del dictador abandonados a su suerte y crecía el júbilo solemnizado del pueblo triunfante. La tragedia de Nicaragua comenzó 45 años atrás, en una oscura noche del febrero de 1934, cuando, engañado por falsas promesas de una paz nacional, vino a la capital desde la selva septentrional el general Augusto César Sandino, jefe guerrillero jamás vencido. Fue atrapado pérfidamente por soldados de la Guardia Nacional por orden expresa de Anastasio Somoza García, fundador de la dinastía somocista, que los intervencionistas estadounidenses obligados a abandonar el país habían dejado en calidad de “gauleiter” en Nicaragua.
El 21 de febrero, en el territorio del mismo aeródromo del cual, pasados 45 años, habría de escapar Somoza Debayle, Sandino fue asesinado. Al otro día fueron masacrados en forma salvaje los combatientes del ejército de Sandino, que se hallaban en sus campamentos desarmados a traición. El país se sumergió en una noche de lúgubre atrocidad y terror. Nicaragua se sumió bajo las botas de una de las más prolongadas y sangrientas dictaduras que hubo en la Tierra. Fue el imperialismo de EEUU el punto de apoyo exterior del dictador. Y se hizo apoyo interno el ejército profesional de asesinos, la Guardia Nacional, aislada del pueblo y educada por oficiales egresados de las escuelas militares norteamericanas. La oficialidad de la Guardia representaba una casta privilegiada de criminales, cómplices íntimamente vinculados con patrones de EEUU y por una caución solidaria entre sí. El ciego acatamiento de las órdenes del amo, la responsabilidad común por cuanto acometía la dictadura, los “lazos de sangre” – ese favorito recurso de los bandidos- se hicieron ley para los asesinos en uniforme de oficiales. Como si fuera en una familia mafiosa, los soldados y oficiales se veían implicados en crímenes contra su propio pueblo y sus héroes. Pasado un tiempo, los nicaragüenses honestos dirían con toda razón: “Somoza es la Guardia Nacional”. Y no era ninguna exageración. Los oficiales disfrutaban de un sueldo inaudito para los países centroamericanos. Un recluta cobraba 75 dólares mensuales y el sueldo de un coronel llegaba a 263. Además, percibían pluses especiales por concepto de alimentación, pago de alquiler y asistencia médica. La Guardia Nacional disponía de sus propios hospitales, zonas residenciales, centros recreativos, playas, etc. Se hacía todo lo posible para reducir al mínimo los cotidianos contactos humanos entre los militares y el pueblo. Si los soldados estaban dispuestos a matar por un plato de lentejas, los oficiales necesitaban de un pago mayor. Además de un alto sueldo, disfrutaban de concusión en las ciudades y poblados que controlaban. Aun jubilados, no dejaban de vivir a cuenta del estado. Según testimoniaba en su época Richard Millet, catedrático de la Universidad de Illinois del Sur (EEUU), especializado en la historia contemporánea de Nicaragua, en tiempo de Somoza, más de la mitad de los directores de bancos nacionales eran oficiales jubilados. Somoza atendía las recomendaciones de su amos, no solo estableciendo “lazos de sangre” entre los guardias, concediéndoles privilegios y sobornándolos, sino también actuaba como “padrino”, de bienhechor de su mafia. No eran pocos los casos en que, al enterarse “inesperadamente” de alguna desdicha familiar de un militar, aparecía de repente en el cuartel haciendo las veces de “buen salvador”, sacaba del bolsillo un puñado de de dinero y entregaba uno que dos mil dólares al interesado para pagar la cuenta del tratamiento de un pariente enfermo, la construcción de una casa nueva en vez de la quemada, etc. Ese paternalismo primitivo, calculado para impactar la psicología de gente poco concientes, ataba la voluntad de los soldados y oficiales que aun conservaban sentimientos de gratitud, propia de todo ser humano, empujándolos, en fin de cuentas, a cometer nuevos crímenes. “Padrino” así hemos de recordar hubo varios en Nicaragua, aún cuando todos ellos se llamaban Somoza. El fundador de la dinastía, Anastasio Somoza García (Anastasio Somoza I ), vegetaba durante largo tiempo en puestos insignificantes de funcionario de diversas compañías estadounidenses, hasta que
por fin salió a flor de la vida política del país. La primera vez que los amos lo notaron fue en 1927, cuando participó en calidad de traductor del inglés en las negociaciones sostenidas entre los conservadores y los liberales (que guerreaban entre sí) y los invasores norteamericanos hacían las veces de mediador, tratando de reconciliarlos para gobernar con mayor facilidad del país. Los yanquis, que habían ocupado Nicaragua en 1912, apreciaron la disposición del joven funcionario para hacer cualquier cosa por complacer a los amos. Fue puesto a la cabeza de la Guardia Nacional que estaban formando los norteamericanos y, por consiguiente, de todo el Estado por tiempo indefinido. Somoza puso los cimientos del régimen “republicano” hereditario y, luego, se apoderó de la gran parte de las riquezas nacionales. A fin de multiplicar el patrimonio de la familia, se ponían en juego cualesquiera medios, desde la compra-venta hasta la confiscación de los bienes de los adversarios, acusados nada más que de alta traición. Miles de nicaragüenses honestos, al no soportar amenazas y chantaje, abandonaban la patria, dejando atrás su patrimonio que de inmediato “se pegaba” a las manos de Somoza. Las agencias informativas de EEUU que para aquel entonces habían monopolizado la información sobre América Central, rodearon el país con una cortina de silencio. Reporteros honestos que trataban de penetrar al país tropezaban con una “cortina de hierro” –no inventada, sino real–, creada por Somoza y sus amos. Sin embargo, de vez en cuando el mundo se enteraba de las atrocidades que azotaban la patria de Sandino, de los crímenes y robos cometidos por Somoza. Pero la propaganda burguesa hacia todo lo posible para guardar las apariencias. No es de extrañar, por lo tanto, que Somoza I siguiera, hasta 1956, convirtiendo a Nicaragua, de manera diligente e impune, en su patrimonio, sin hacer caso de nada. De fuerte salud, seguro de sí, le parecía que jamás llegaría fin de su señorío. Estaba, por lo visto, convencido sinceramente de que había quebrado la voluntad de sus adversarios políticos por fusilamientos en masa, encarcelamientos y las torturas más crueles. No obstante, el round ordinario de las elecciones presidenciales, en las cuales Somoza I, al igual que más tarde sus sucesores, ganaba siempre, un patriota llamado Rigoberto López Pérez descargó su pistola contra el aborrecido tirano. Los amos norteamericanos hicieron todo para salvarle la vida: fue llevado en avión al mejor hospital de la Zona del Canal de Panamá. más fue en vano: Somoza expiró. Sin embargo, la familia de la mafia nicaragüense tenía prevista esta variante también. Para el momento, el hijo mayor del dictador, Luis Somoza Debayle, ya era presidente del Parlamento y, conforme a la “constitución”, le correspondía tomar el cargo del Presidente del país. El hijo menor, Anastasio Somoza Debayle (Anastasio II ó Somoza III ) era jefe director de la Guardia Nacional y estaba dispuesto en todo momento a reforzar los derechos de la familia por ocupar los puestos superiores en el Estado, empleando las armas. Pero no se llegó a usarlas. El movimiento de izquierda no se había recobrado aún de las graves pérdidas sufridas como resultado del fracaso de los sandinistas. Los mejores representantes de la intelectualidad progresista se encontraban en el exilio. A la sociedad, cerrada por completo a las influencias externas, difícilmente penetraban los ecos de las luchas de liberación nacional, los ideales de justicia social, las ideas del socialismo científico. La inmadura burguesía nicaragüense aplastada por la dictadura, se desgarraba buscando una alternativa más segura de conquistar su lugar bajo el sol: ó bien caer definitivamente en el servilismo respecto al dictador, consagrando con su participación en las
pantomimas electorales la perpetuación de su poder; ó bien tratar de encabezar la lucha por sus derechos –que le parecían legítimos– a sustentar el poder. Entre tanto los hermanos seguían gobernando, hasta que en 1967 Luis Somoza murió de muerte natural. Somoza III, que para variar ponía a veces en el sillón presidencial a un títere, seguía siendo jefe director de la Guardia Nacional y, encabezando a menudo el estado, mantenía en todo caso el poder absoluto. Para aquel entonces Nicaragua había sido convertida en gran hacienda de la familia de los Somoza. Cerca de un tercio de las riquezas nacionales estaban concentradas en sus manos. Las mejores tierras, enormes rebaños de ganado de raza, una parte sustancial de empresas de la industria lechera y las principales compañías comerciales eran propiedad de Somoza. Era dueño absoluto de la compañía naviera Mamenic, de la línea aérea Lanica y de la Editorial Visión. Le pertenecían asimismo 46 plantaciones de café, 52 haciendas ganaderas, el 50% de las acciones de todas las compañías fundadas por los norteamericanos. El patrimonio de Somoza se evaluaba – en estimaciones aproximadas – en 500 millones de dólares. Estas inmensas riquezas habían sido robadas a un país pequeño y pobre, con una población de no más de 2 millones y medio de habitantes y con uno de los más bajos ingresos percápita en el mundo. Siguiendo las huellas del padre, Somoza III procuraba a todo costo fortalecer la caución solidaria en la Guardia Nacional. Dictó una disposición, según la cual a los oficiales y a todos los militares en general se les prohibía hacer depósitos en bancos extranjeros o comprar bienes inmuebles en el extranjero. De manera que todos los inmuebles y muebles pertenecientes a los guardias nacionales quedaban enraizados en Nicaragua, constituyendo una garantía adicional, y muy sustancial, de que los guardias defenderían el régimen somocista al mismo tiempo que su patrimonio, viniera lo que viniera. Parecía que este régimen fantasmagórico nunca llegaría a su fin, lo mismo que el tirano protagonista de la novela “El otoño del patriarca”, de Gabriel García Márquez. En la Guardia Nacional ya estaba creciendo Somoza IV (Anastasio Somoza Portocarrero). Ya llevaba charreteras de comandante, era jefe de la Escuela Militar y de importantes guarniciones en el norte del país, acumulando experiencia de gobernar por medio de metralletas. Al propio tiempo, Anastasio Somoza III fue más precavido que el fundador de la dinastía: había insistido en que su esposa tramitara la ciudadanía estadounidense y adquiriera una hacienda en Florida, compró un chalet con vista al mar en Miami, construyó su cancillería en forma de un “bunker” de hormigón armado, sin ventanas, con puertas de acero, y tenía siempre dispuesto su avión a chorro y su yate de alta mar. A Somoza le calmaba algo el hecho de que 6 mil guardias profesionales estuvieran haciendo servicio vigilante en los cuarteles convertidos en fuertes, de que estuviera en función el Consejo Centroamericano de Defensa, que obligaba a los aliados – Guatemala, El Salvador y Honduras – a acudir en ayuda en caso de surgir amenaza a su régimen, de que al país estuviera repleto de asesores militares estadounidenses y de que muy cerca, en la zona del Canal de Panamá, se encontraran tropas y buques de guerra de EEUU. Entre tanto, la dictadura nicaragüense permanecía como uno de los últimos vestigios del antiguo sistema de regímenes fascistas, que se desmoronaba en el mundo entero. Tal vez Somoza era el único estadista que mantenía en su escritorio una foto de Mussolini, donada por el “Duce” y con su dedicatoria. El régimen de Somoza se mantenía con el miedo engendrado por el terror. Según
estimaciones de periodistas en los últimos años en Nicaragua se asesinaba diariamente de 7 a 9 personas, arrestadas por cualquier sospecha insignificante. La creciente depauperación del pueblo, el paro forzoso en las ciudades, el abandono de la sanidad e instrucción públicas y la ausencia absoluta de perspectivas para la juventud constituían el telón de fondo, que a comienzos de los años 60 condicionó que en Nicaragua sugiera, ya en una nueva etapa cualitativa, el movimiento guerrillero. Algunos destacamentos guerrilleros aislados, encabezados por ex compañeros de armas de Sandino, actuaban en las décadas del 40 y del 50. Más, el verdadero renacimiento de la lucha de liberación nacional aconteció, sin duda, bajo el impacto del triunfo de la Revolución Cubana, de su heroico ejemplo que infundió esperanza en las almas martirizadas de los pueblos de América Central. En un principio se trataba de grupos aislados de guerrilleros que actuaban fundamentalmente en las zonas septentrionales, cubiertas de espesa selva tropical, justamente allí donde a fines de los años 20 y a comienzos de los 30 asestaba golpes demoledores a los ocupantes estadounidenses el ejército liberador de Sandino. Las acciones de la nueva generación de los sandinistas se distinguían, a principios de la década de los 60, por un carácter episódico. En 1961 se constituyó en Nicaragua el Frente Sandinista de Liberación Nacional. Se trataba de una nueva etapa en el desarrollo de la lucha de liberación nacional y revolucionaria. Encabezó el Frente el destacado patriota nicaragüense Carlos Fonseca Amador. El movimiento antisomocista adquiría de año a año mayor envergadura, y los focos de la lucha guerrillera ya no se apagaron más. El 23 de diciembre de 1972 el país se vio azotado por un inaudito fenómeno natural: un terremoto destruyó de hecho la capital del país. Quedaron en ruinas decenas de importantes poblados. Perecieron miles de personas y quedaron sin techo decenas de miles. Más, incluso esta calamidad del pueblo fue aprovechada por Somoza para el irrefrenable enriquecimiento propio: la familia del dictador se apropió de los recursos que venían de los diversos países del mundo por concepto de ayuda a los damnificados. Aún más, su pretexto de reconstruir la ciudad destruida, el gobierno de Somoza instituyó impuestos adicionales expresos, aprovechados para aumentar las cuentas bancarias de Somoza III. Todos esos hechos fueron descubiertos y dados a la publicidad por los demócratas nicaragüenses. y confirmados por observadores extranjeros. Ello acercó el momento de estallido de la indignación general del pueblo. De inmediato creció el número de acciones armadas contra el oprobioso régimen. Se consolidaban los grupos guerrilleros, se ampliaba su zona de acción y algunos destacamentos empezaron a aparecer incluso en las inmediaciones de la capital. En diciembre de 1974, el mundo fue testigo de una operación audaz en que guerrilleros agarraron como rehenes en un chalet capitalino a 17 ministros del dictador y embajadores extranjeros, demandando que se pusiera en libertad a un grupo de sus compañeros de lucha. Fue la primera victoria de los patriotas, que hizo ver con otros ojos el mito de la invencibilidad del poder de la familia Somoza. El dictador comenzó a apretar aún mas las tuercas. En Nicaragua se declaró el estado de sitio, que de hecho no se suspendió hasta el 17 de julio de 1979. A despecho de un terror recrudecido al extremo, la oposición se puso a actuar de manera más activa. Se convirtió en uno de sus líderes un periodista popular, representante de una familia conocida en el país y director del importantísimo periódico La Prensa, Pedro Joaquín Chamorro,
quien tuvo la osadía de poner al desnudo el régimen somocista y defender la necesidad de restablecer los órdenes democráticos en el país. El 10 de enero de 1978 fue asesinado por mercenarios del dictador en una calle de Managua. Este asesinato aceleró el ya creciente movimiento de resistencia, que abarcó todos los sectores de la sociedad y fue convirtiéndose en insurrección armada del pueblo. Dicho crimen acabó con las ilusiones que abrigaban los oposicionistas moderados, de destituir con apoyo de EEUU y por vía constitucional, al dictador, liberarse por fin de esa odiosa figura. En agosto de 1978, la guerra civil en Nicaragua tuvo un nuevo y fuerte impulso: un destacamento guerrillero comandado por Edén Pastora Gómez se apoderó, en el centro mismo de la capital, del Palacio Nacional, haciendo prisioneros a 300 miembros del Gobierno, del Parlamento y a otros altos funcionarios. Los guerrilleros demandaron que se pusiera en libertad a sus compañeros de armas presos, que se les abonara 10 millones de dólares y se hiciera llegar al público por la radio un documento que incriminaba la dictadura de Somoza. El dictador no se atrevió a ordenar el asalto del Palacio Nacional, pues la muerte de sus propios compinches le privaría del apoyo ya de por sí insignificante dentro del país. Consintió a satisfacer las demandas de los guerrilleros. Es cierto que logró engañarlos, al abonar 500 mil dólares en lugar de los 10 millones, más la pérdida política sufrida por él alcanzo proporciones imposibles de evaluar. En el camino al aeropuerto, los guerrilleros –25 participantes en la operación y sus 59 compañeros puestos en libertad– fueron acompañados por miles de gente del pueblo, que hacían resplandecer pabellones del movimiento sandinista. Pasados varios días, el 27 de agosto de 1978, en Matagalpa estalló una insurrección armada del pueblo, que culminó con la victoria de los insurgentes. Somoza ordenó bombardear la ciudad y atacarla por las fuerzas blindadas de la Guardia Nacional. Esta logró apoderarse de las ruinas de la ciudad, masacrando salvajemente a los patriotas. Más, en vez del apaciguamiento planeado, resultó lo inverso. La insurrección lograba nuevos triunfos en más y más departamentos. En tales circunstancias, el Frente Sandinista de Liberación Nacional resolvió no esperar hasta que se movilizaron todas las fuerzas y exhortó de inmediato a una insurrección general bajo la consigna de “¡Muerte al somocismo!”. Las operaciones de los guerrilleros adquirieron carácter ostensiblemente ofensivo. Se crearon cuatro frentes: Frente Sur “Benjamín Zeledón”; Frente Central “Camilo Ortega”; Frente Occidental “Rigoberto López”; Frente Norte “Carlos Fonseca Amador”. Los patriotas ocuparon varias ciudades importantes, incluida la de León, segunda en importancia en el país. Dicha ofensiva iba convirtiéndose en un alzamiento de las masas populares. Gente del pueblo levantaban barricadas, fabricaron bombas, abastecían a los combatientes de víveres y, armados de escopetas, entraron al combate hombro con hombro con los sandinistas. En los pasillos del poder en Washington volvieron a activarse los defensores de Somoza y predominó el criterio de que era preferible sacrificar la defensa de los “derechos humanos” en Nicaragua que verse ante una marcha de acontecimientos incontrolada por EEUU en un país en que se desbordó la ira del pueblo. Se le hizo comprender al dictador, quien dejó a un lado las vacilaciones que tanto habían sorprendido y desencantado a muchos de sus oficiales durante la operación en que los guerrilleros tomaran el Palacio Nacional. Somoza declaró una verdadera guerra contra el pueblo,
lanzando al combate todas sus fuerzas: aviación, artillería y tanques. Día tras día, bombas y proyectiles destruían un barrio tras otro de las ciudades liberadas, segando las vidas de ancianos y niños. Procurando evitar sacrificios entre la población y preservar el grueso de sus fuerzas, los guerrilleros emprendieron una retirada táctica. La insurrección iba extinguiéndose. Más sus consecuencias eran desconcertantes para Somoza. Durante los combates de septiembre, según el comunicado emitido por el Frente Sandinista de Liberación Nacional, la Guardia Nacional perdió 1,200 efectivos entre muertos y heridos, y otros 700 desertaron. Más de 6 mil civiles perecieron víctimas de bárbaros bombardeos y combates callejeros. Las declaraciones de la dirección del Frente Sandinista mostraban su confianza en la victoria. El Frente recalcaba que sus dirigentes habían asumido ante el pueblo un compromiso histórico de acabar con el somocismo y lograr la expropiación de los bienes pertenecientes a la familia del dictador, formar nuevas fuerzas armadas nacionales que garantizaran la participación efectiva del pueblo en la decisión de su destino. La declaración inculpaba de grave responsabilidad a aquellas fuerzas del exterior –EEUU y los regímenes reaccionarios centroamericanos–, que brindaron ayuda y apoyo a Somoza en septiembre de 1978. Ahora es evidente que la insurrección de septiembre fue un ensayo general del alzamiento definitivo y victorioso. Los patriotas sacaron importantes enseñanzas de aquellos acontecimientos. Lo esencial consistía en que se creó, de hecho, el mando único, se tomaron importantes decisiones de los distintos frentes, se iban acumulando a ritmo acelerado las fuerzas y se las preparaba para combates decisivos. Somoza sobrestimó su éxito táctico temporal. Especulando con la consigna de “Somoza o el Comunismo”, trató de organizar una incursión al territorio de la vecina Costa Rica, bajo el pretexto de “perseguir” a los guerrilleros. Más se topó con un frente único de Estados democráticos de América Latina. Así, Panamá, México y Venezuela declararon estar dispuestos a acudir en ayuda de Costa Rica. Como medida de urgencia, el general Torrijos, comandante de la Guardia Nacional de Panamá, envió a ese país 4 helicópteros de combate, y Venezuela, 2 cazabombarderos de reacción “Canberra”, 2 bombarderos de turbo hélice y 1 gran aerotransporte. Campañas de protesta y condena de las acciones provocativas de Somoza se extendieron a la mayoría de los países latinoamericanos. El dictador se vio obligado a suspender la agresión a Costa Rica. Entre tanto, a Nicaragua llegaba un torrente continuo de ayuda internacionalista. Acudieron a asistir a los patriotas un grupo de voluntarios panameños, encabezados por Hugo Spadafora, ex viceministro de Sanidad de Panamá; un destacamento de 300 costarricenses tomó posiciones en el frente de combate contra la dictadura. En las filas de los sandinistas, al igual que en los años cuando Augusto César Sandino asestaba golpes a los ocupantes, se hallaban mexicanos, salvadoreños, hondureños y colombianos. El dinero necesario para comprar armas y municiones llegaba de quienes solidarizaron con el Frente Sandinista. Con el dinero recaudado se adquirían armas. Si bien es cierto que los destacamentos sandinistas combatían fundamentalmente con armas arrebatadas a la Guardia Nacional, también disponían asimismo de numerosas armas de origen europeo, norteamericano y hasta chino. Por mucho que se esforzaron los enemigos de los sandinistas en demostrar la vinculación del Frente Sandinista con Cuba y otros países socialistas, sus tentativas resultaron infructuosas.
Mientras se hacían preparativos definitivos para la ofensiva final, se intensificó el proceso de debilitamiento de la retaguardia de Somoza. En Nicaragua se formó el Frente Amplio Opositor que aunó la singular oposición “legal”, representando a sectores de la burguesía nacional. El programa de ese Frente tenía muchas reservas en cuanto al respecto socioeconómico, más preveía la retirada incondicional de la familia de Somoza del escenario político. Esta organización se convirtió en importante componente del movimiento antisomocista. Los sandinistas y el Frente Amplio Opositor no ocultaban las diferentes maneras de abordar la solución de los cardinales problemas nacionales. Lo dilucidó con nitidez, verbigracia, el Jefe del Frente Norte del FSLN, Germán Pomares, en una entrevista concedida a la revista “Bohemia” en febrero de 1979: “Entre el Frente Amplio Opositor (FAO) y el Frente Sandinista hay dos posiciones diferentes. El FAO lo único que busca, y es para lo que se ha prestado, es hacer un cambio de poder y que las mismas estructuras políticas y económicas sigan. Nosotros no queremos ese cambio de cara. Nosotros, y todo el pueblo trabajador de Nicaragua, lo que desea es el cambio de sistema de gobierno”. No todas las corrientes de la oposición antisomocista estaban representadas en el Frente Sandinista ó el Frente Amplio Opositor. Existía asimismo una organización intermedia, Grupo de los Doce, que interpretaba las ideas de la intelectualidad democrática liberal y del clero más avanzado. Dicho grupo se desempeño como elemento aglutinador en el movimiento antisomocista único. las tres organizaciones políticas establecieron entre sí un íntimo contacto y, por fin, en mayo de 1979, acordaron formar el Consejo de Reconstrucción Nacional, compuesto de cinco personas y con sede en Costa Rica. Encabezó, de hecho, el Consejo Sergio Ramírez Mercado, de 36 años, abogado y escritor, representante del Grupo de los Doce. En octubre de 1978, la diplomacia estadounidense emprendió una serie de maniobras con miras a quitar a Somoza del poder, preservando intacto su régimen. EEUU propuso el plan de llevar a cabo el plebiscito sobre el destino de Somoza. Se suponía que los electores nicaragüenses –bajo un control internacional y sin registro alguno– dirían “si” ó “no” a la pregunta de si Somoza debía seguir como Presidente del país. En caso de negativa, el dictador debería abandonar el país por un plazo de tres años. Hasta los medios más conservadores de la oposición interna estaban de acuerdo con este plan, más Anastasio Somoza rechazó la propuesta de EEUU, con pretexto de que constituía una “injerencia extranjera” en los asuntos internos de Nicaragua. El Departamento de Estado hizo entonces una nueva concesión al dictador, proponiendo sustituir el control internacional por el nicaragüense. Pero Somoza tampoco consintió, pues comprendía que un plebiscito de esa índole sería visto en el país como su fiasco político. El 28 de mayo de 1979 comenzó la ofensiva final de los sandinistas. Los combates fueron desplegados en todos los frentes. El ejército de 5 mil patriotas, respaldado enérgicamente por amplias masas populares, emprendió hostilidades contra la Guardia Nacional que había aumentado numéricamente y contaba con cerca de 12 mil soldados y oficiales. Con frecuencia las acciones guerrilleras se combinaban con batallas de posición, igual que entre dos ejércitos regulares. La combatividad, la organización y lo principal, el alto espíritu moral de los combatientes sandinistas. enseguida repercutieron en los desenlaces de los combates. Iban obteniendo una victoria tras otra. Pasado un mes de hostilidades, todas las ciudades importantes del país, menos la capital y Granada,
estaban en manos de los patriotas. Nadie tenía dudas de que se aproximaba el desenlace. El 21 de junio, en una reunión convocada urgentemente de los ministros del Exterior de los Estados miembros de la OEA, el Secretario de Estado de EEUU Cyrus Vance, propuso crear “fuerzas armadas interamericanas” que asumieran el “apaciguamiento” de Nicaragua. Dicha propuesta fue rechazada por la mayoría de los países latinoamericanos. Luego la prensa informaba que Vance no había sido partidario de semejante acción, más el asesor del Presidente para la seguridad nacional, Brzezinski, insistió en que se tratara de imponer dicha decisión. De todas maneras, en su discurso, Vance se pronunció francamente a favor de la destitución de Somoza. Los países de América Latina reconocieron uno tras otro (Panamá, Costa Rica, Perú, México, Brasil, etc.) la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional en calidad de representante legítimo del pueblo nicaragüense y rompían relaciones con Somoza. ¿Como se explica que el dictador, bloqueado de hecho en la capital y además en el absoluto aislamiento internacional –pese a que la correlación de fuerzas iba cambiando en su detrimento– continuaba obstinadamente haciendo una sangrienta guerra civil? Sólo por el hecho de que EEUU trataba de ganar tiempo para impedir por maniobra política que surgiera una “alternativa indeseable” en Nicaragua. El departamento de Estado envió a Costa Rica a William Bowlder, Embajador Especial, encargado de procurar que se ampliara la composición del Consejo de Reconstrucción Nacional, complementándolo con varias personalidades conservadoras de Nicaragua. Fueron compuestas listas de políticos que correspondían a los designios de EEUU. A Venezuela fue enviado con misión análoga el Secretario adjunto de Estado Viron Vaky. EEUU quería aprovechar el prestigio de los gobiernos de estos países y también de México para ejercer la correspondiente presión sobre los patriotas nicaragüenses. Más todos los esfuerzos de “diluir” el Consejo resultaron vanos. Entonces los embajadores se empeñaron en obtener ciertas condiciones de arreglo ventajosas para Somoza y EEUU Mientras conservaban la última baza –el dictador que seguía su insensata resistencia en la capital–, EEUU trataba de lograr que se conservara (aunque en parte) la Guardia Nacional como Fuerzas Armadas de Nicaragua, exigía garantías de que no se tomaron represalias contra los acólitos de Somoza, etc. Más, tampoco estas maniobras dieron el fruto apetecido. La diplomacia estadounidense sufrió una derrota absoluta. En Nicaragua, Lawrence Pezzullo, recién nombrado Embajador de EEUU (que no había entregado cartas credenciales a Somoza, por cuanto ya era evidente para todo el mundo el fin de su régimen), se meneaba en búsqueda de quien pudiera sustituir al dictador. Propuso la presidencia a Ismael reyes, dirigente de la Cruz Roja nicaragüense, que la rechazó por considerar que no se podía ni hablar en serio de semejante sin una vista buena de los sandinistas. El Embajador trataba de convencer a jóvenes oficiales de la Guardia Nacional de que se quedaran en el país, que no se escaparan al extranjero y brindaran apoyo a un político aceptable para EEUU. La indecisión de los representantes estadounidenses reflejaba asimismo los estados de ánimo en el propio EEUU. Por un lado, el mismo Secretario adjunto de Estado Vaky declaró que ninguna clase de negociaciones, mediaciones ni compromisos era factible lograr con el gobierno de Somoza, por
cuanto éste había derramado demasiada sangre. Por otro lado, el ex presidente Nixon, quien en esos días llegó a México para visitar al ex Sha de Irán, condenó en público la política del gobierno estadounidense por abandonar a su suerte a la gente que le era fiel. El congresista por Georgia, McDonald, se pronunciaba por una activa intervención de EEUU en los acontecimientos en Nicaragua al lado de Somoza. El Embajador de EEUU en Nicaragua quedó sorprendido cuando, al llegar al “bunker” para sostener conversaciones con el dictador, se encontró allí con el congresista demócrata por Nueva York, Murphy, quien era amigo fiel de Somoza desde los tiempos de estudio en el mismo colegio militar. Murphy estaba presente invariablemente en todas las negociaciones de Somoza con diversos mediadores. A la influencia de semejantes anticomunistas histéricos se debió en mucho el que EEUU enviara hacia las costas de Nicaragua un buque con marines y helicópteros a bordo. Al norte de Costa Rica, en la zona de la ciudad de Liberia, y sin notificar al gobierno costarricense, arribó una escuadrilla de helicópteros y un grupo de expertos militares de EEUU supuestamente para instalar un centro de comunicación con la embajada de EEUU. Estas acciones sospechosas de Washington llamaron la atención de amplios medios de la opinión pública. A instancias del gobierno de Costa Rica, los norteamericanos se vieron obligados a retirarse. Gracias a la vigilancia y la energía de los patriotas fracasaron todas las habituales artimañas y métodos. El 17 de julio por la tarde llegó el fin de este régimen. El presidente del Parlamento y pariente del dictador, Francisco Urcuyo, trató febrilmente de preservar el régimen, más se sostuvo en la presidencia del país solo 36 horas. Temiendo la venganza del pueblo, los pilotos militares que habían bombardeado en forma bárbara las ciudades del país, huyeron a los países vecinos, donde se refugiaron también los principales jefes de la Guardia Nacional. Ante tales circunstancias, el 19 de julio, el coronel Fulgencio Largaespada anunció por la radio y televisión la capitulación incondicional de la Guardia Nacional.