ARGENTINO POR OPCIÓN

Víctor Hugo Leiva Reyes ARGENTINO POR OPCIÓN Vine a Buenos Aires en 1975. Una de las tantas etapas difíciles de la Argentina. Un barco me trajo de reg
Author:  Diego Molina Plaza

3 downloads 82 Views 83KB Size

Story Transcript

Víctor Hugo Leiva Reyes ARGENTINO POR OPCIÓN Vine a Buenos Aires en 1975. Una de las tantas etapas difíciles de la Argentina. Un barco me trajo de regreso de Europa donde había ido para intentar continuar la vida después del derrocamiento de la democracia en mi país, en él habían quedado mi esposa y mis dos hijas. Argentina era y sigue siendo distinta. En Europa para conseguir un trabajo había que tener el carnet de la seguridad social y ese documento nunca lo pude obtener por no tener un trabajo, en cambio Argentina me recibió sin condiciones solo tuve que hacer una larga “cola” en migraciones toda una noche para legalizar mi permanencia y poder trabajar, primero con una residencia precaria por noventa días y posteriormente con la residencia temporaria de renovación anual. Con esta ultima, a los cinco meses de haber llegado al país pude postular a un trabajo estable y con todos los derechos legales. En esos años para encontrar trabajo, también la argentina era distinta. Recuerdo que con la residencia en mano envíe diez cartas con mis antecedentes a empresas que ofrecían un puesto de trabajo en mi especialidad y para mi asombro durante la semana siguiente me encontré dando turnos para entrevistarme en siete de ellas. Debo reconocer que tuve la oportunidad y la suerte que mi oficio empezaba a tomar relevancia en argentina ¡justo en esos años! Casi desde siempre me desempeñe como prevencionista de accidentes laborales. En las empresas los trabajadores nos conocen como los “Seguritos”, los “hincha” que exigen el uso de casco y otros elementos de protección personal, los que capacitan sobre los riesgos del trabajo y se ocupan de promover las mejores condiciones de seguridad. Mi primer trabajo fue en una empresa constructora que desde Buenos Aires me envío a la Provincia de San Luis, mas precisamente a San Martín, un pequeño pueblo ubicado a 160 Km. de la ciudad capital de la provincia. En ese remoto lugar la empresa construía un dique o presa de embalse destinado a regular aguas para regadío. Pero antes de continuar quiero contar acerca de mi segundo gran asombro. Desde la primera entrevista hasta el momento de mi contratación, la mayor dificultad (para mi) era que yo debía decirle a la empresa cuanto quería ganar. Confieso que fueron varias las noches que pase sin poder dormir pensando en “cuanto quería ganar” y cuando ya lo tenia decidido tuve la feliz idea de anticiparme y preguntar cuanto era lo que tenia decidido pagar inicialmente la empresa. Para mi alegría el sueldo asignado fue bastante mayor a lo que pensaba pedir, más un aumento al término de los tres meses de prueba, una vivienda y los gastos de traslado de mi familia. Eran los tiempos del peso Ley y los viejos “mangos” con dos ceros más, lo cual

1

Víctor Hugo Leiva Reyes me provocaba serias dificultades a la hora de comprar o pagar algo hasta que me acostumbre a agregar los dos ceros a los precios. Así fue como reinicie mi nueva vida en este gran país. Para siempre han quedado en mi memoria los recuerdos de ese primer largo viaje, la ruta solitaria se hacia interminable, pero las enormes plantaciones de girasol en sus costado me brindaban un hermoso y novedoso espectáculo. Nunca había visto algo así, tampoco había visto tantos campos con tantas vacas juntas. Recorríamos kilómetros y kilómetros y los girasoles y las vacas seguían acompañando mi viaje. Siempre recuerdo que en ese momento empecé a sentir una agradable sensación de seguridad al pensar que nadie debería pasar hambre en un país como este. En Concaran me esperaba una camioneta encargada de trasladarme a San Martín, un viaje de 60 kilómetros por caminos de tierra y roca y al llegar al pueblo comprendí el porque del importante sueldo y los beneficios. San Martín era, en esos años, un pueblo perdido entre los cerros rocosos, formado alrededor de la antigua capilla de Santa Bárbara con una gran plaza, una hostería y no más de 400 habitantes que disponían de Intendente, comisaría policial, registro civil, oficina de correos, escuela primaria, una farmacia y un solo local comercial por cada rubro. Para llegar hasta mi nuevo lugar de trabajo había que viajar 7 kilómetros más en camionetas que literalmente brincaban sobre rocas y badenes hasta el río sobre el cual se construía el enorme paredón. No esta de mas contar que en la obra nadie sabia en que consistía mi trabajo, los jefes irónicamente me presentaban como “el experto en seguridad enviado por Buenos Aires” y de mi parte debo reconocer que en ese momento nada sabia de topadoras, excavadoras, grúas, encofrados, hormigón y de toda clase de materiales empleados en grandes construcciones. Los últimos diez años de trabajo en mi país de origen habían transcurridos en una fabrica de cigarrillos. El tiempo de prueba lo pase prácticamente aprendiendo y estudiando técnicas constructivas para aplicar normas y procedimientos para evitar accidentes a los trabajadores “gauchos”. Digo esto porque en San Martín todos vestían y lucían a lo gaucho; largas patillas, lacios bigotes, pañuelo al cuello, bombachas y alpargatas. En la obra los obreros se diferenciaban solamente por el casco amarillo que alguien les había dado y en el pueblo los policías por el arma que llevaban en la cintura, ¡Realmente increíble! Me di cuenta que el tiempo de prueba había pasado cuando mi sueldo se incremento en el porcentaje convenido, la empresa me asigno una vivienda en el campamento

2

Víctor Hugo Leiva Reyes ubicado enfrente de la hostería y pusieron una camioneta a mi disposición para ir a buscar a mi familia. El 1º de marzo de 1976 a la noche, junto a mi esposa e hijas empezó nuestro nuevo y largo camino por este país, que con el paso de los años, pasó a ser nuestro país. La obra que en principio tenía un plazo de 36 meses para su ejecución, se termino en mas de cinco años con lo cual las vicisitudes que sufrió el país, con el mas cruento de los gobiernos militares que tuvo la argentina, pasaron casi inadvertidas para nosotros viviendo en ese lejano pueblo. Con electricidad provista por un grupo electrógeno, diarios que llegaban atrasados, un canal de televisión que veíamos con dificultad y escaso contacto con grandes ciudades, casi no teníamos oportunidad para enterarnos de lo que realmente sucedía. El único cambio visible fue ver a los policías-gauchos de gorra, con uniformes y botines portando armas largas ¡pobres! Acostumbrados a usar alpargatas, caminaban a duras penas con sus borceguíes, provocando las burlas de sus vecinos y amigos. Luego de esa larga estadía en San Luis, en 1981 se produjo mi traslado a Bahía Blanca para la construcción del Polo Petroquímico iniciándose mi largo peregrinar por el país: Posadas, Ituzaingo, El Dorado, Neuquén, Bahía Blanca y Arroyito-Neuquén para finalmente terminar en 1988, después de trece años, mi relación de trabajo con esa misma empresa. A todo esto ya sentíamos a la argentina como nuestro propio país, Con el paso de los años y las hijas grandes nos vimos en la necesidad de hacernos bahienses. Primero porque habíamos comprado un pequeño departamento, segundo porque nuestras hijas empezaban la universidad y tercero porque inmediatamente de llegar empecé a trabajar en los tres años finales de la construcción de la Central Térmica de White. En esta parte de esta historia deseo contar que durante estos primeros años vividos en el país y con la vuelta de la democracia había empezado a conocer la política argentina, pero la verdad es que no la podía entender. No podía entender esa permanente lucha por el poder, las componendas, los acuerdos y los cambios de discurso ante la pasividad de un pueblo que solo se limitaba a votar. Siempre estaba el “no te metás” o el “yo no lo vote” para justificarnos. Así fue que vivimos en dictadura, con hiperinflación, el libre mercado, la recesión y la convertibilidad donde como por arte de magia nuestro peso se convirtió en un dólar y queríamos creer que habíamos entrado al primer mundo mientras cerraban nuestras fábricas y muchos iban quedando sin trabajo. Seguramente los que lleguen a leer esto recordaran esta parte de nuestra historia, pero pese a todo seguíamos viviendo. Es lo bueno de los argentinos ¡no hay

3

Víctor Hugo Leiva Reyes crisis que pueda amedrentarlos! pensaba yo y notaba que a pesar de eso empezaba a sentir un cariño muy especial por este generoso país. Con ganas de participar, entender y decidir en que lado de esta compleja política argentina me iba a ubicar algún día, le proponía a mi familia si estaríamos dispuestos a adoptar la nacionalidad argentina. Primero fueron conversaciones, luego discusiones y por ultimo votaciones que terminaron siempre en un empate; mi hija mayor y yo optamos por la adopción y la menor con la madre, por continuar siendo extranjeras residentes. De esa manera quedo frustrado mi íntimo sueño de poder jurar, algún día, junto a toda mi familia en tan importante ceremonia. Terminada y entregada la central, en 1991 pude ingresar a Eseba SA., y trabaje como “segurito” de los empleados de Luz y Fuerza durante cinco años, también pudimos comprar nuestra casa, nuestras hijas seguían con sus estudios universitarios y aparecieron los “candidatos a yernos”. En 1996 fui invitado a hacerme cargo de la seguridad en el ferrocarril de cargas de Bahía, invitación que me permitió trabajar mis últimos doce años en la actividad ferroviaria. Después de la fábrica de cigarrillos, el ferrocarril fue la actividad más apasionante en toda mi vida laboral. Es increíble como pasan los años y esas viejas locomotoras siguen yendo y viniendo con su pesada carga en sus vagones y sorprendente la responsabilidad y el orgullo que sienten por su actividad sus maquinistas. Ni hablar de la responsabilidad y esfuerzo del personal a cargo de mantener en buen estado las vías ferroviarias, sin tecnología moderna y solo empleando antiguas formas y herramientas pueden desarrollar ese pesado oficio. Recuerdo que siempre les decía que la tecnología podía esperar, porque si llegaba los dejaba a todos sin trabajo. Después están los técnicos y profesionales que van reemplazando a los viejos ferroviarios, recién salidos de escuelas técnicas y de las universidades deben aprender y adaptarse para reparar y mantener esas enormes y antiguas maquinas fabricadas hace mas de cuarenta años atrás. En el 2007 cumplí 65 años, inicie mi tramite jubilatorio y manifesté en la empresa mi deseo de dejar de trabajar de inmediato. Puedo asegurar que el oficio de “segurito” va acumulando un stress que con el paso de los años se convierte en un tremendo agotamiento, ¡eso de estar siempre pensando en el cuando y como se puede accidentar un trabajador! Tengo el triste privilegio de ser uno de los últimos jubilados de las tristemente celebres AFJP. Mientras me decían que estaban calculando las “cuotas partes” que iba a ganar “gracias a mi importante capitalización” en el congreso de la nación se votaba la ley que las eliminaba. Menos mal que había optado por una «renta programada» y no la

4

Víctor Hugo Leiva Reyes «vitalicia» que le recomendaban a todos los que estaban por jubilar, porque la nueva ley me incorporo y actualizo la miserable jubilación que me habían asignado. Llevo casi cuatro años jubilado disfrutando esta etapa de la vida que considero como un hermoso regalo, viendo crecer a mis cinco nietos y ocupando todo mi tiempo en hacer todas esas cosas que uno siempre quiere hacer, pero las deja por falta de tiempo. Después de mas de 36 años viviendo en argentina, habiendo pasado todo lo que pasamos y viendo a muchos que hacían “cola” en las embajadas, confieso que jamás tuve la intención de volver a migrar, todo lo contrario nos integramos cada vez mas a esta sociedad que nos recibió sin ninguna condición. Mis hijas pudieron tener su profesión solamente con las ganas de estudiar, digo esto porque en casi todo el mundo hay que pagar para ser profesional, hay que pagar para asegurar la salud y pagar para todo, de acuerdo a los dictados de la globalización. Cuando digo que para mí este tiempo de jubilado es como un regalo, pienso en todos los jubilados que dejaron la vida reclamando un aumento o una minima decente y reclamando una buena cobertura de salud en la etapa en que más se la necesita. Tal vez mi condición de argentino por opción me permite valorar y tener una visión distinta a otros jubilados que siguen reclamando y no se dan cuenta de lo importante que es tener asegurada la actualización de los haberes por una ley y no estar sujeto a la “voluntad de un gobierno”. También puede ser porque conozco de cerca lo que significó para mi la jubilación privada, y porque desconfío de aquellos “respetables economistas” que insisten en que debemos imitar a países exitosos, algunos cercanos, cuando cualquiera puede conocer la verdadera realidad que viven los trabajadores y jubilados en esos países. ¿Que me motivo a contar esta historia de vida? En primer lugar para agradecer las oportunidades y ayudas que se me brindaron para volver a reiniciar mi vida y cumplir los sueños que tenia para mi familia y que habían quedado truncos allá por los setenta. Creo que a cambio hice de mi oficio de “segurito” una verdadera militancia en favor de los trabajadores argentinos y por ultimo para dar la visión y testimonio de un inmigrante de un país vecino, al que según el decir de alguien “le fue bien” pero créanme, no fue nada fácil; pase por un largo proceso de adaptación, hice un constante aprendizaje y estudio de las distintas actividades y sobre todo, tuve que soportar el permanente desarraigo que justamente en esta etapa es cuando mas se siente. Pese a todo, hoy pienso que valió la pena.

5

Get in touch

Social

© Copyright 2013 - 2024 MYDOKUMENT.COM - All rights reserved.