Asamblea del pueblo de Dios

LA MISA Asamblea del pueblo de Dios Título de la edición original italiana: "LA SANTA MESSA — ASSEMBLEA DEL POPOLO DI DIO" Tradueción de Beltrán Vil

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LA MISA Asamblea del pueblo de Dios

Título de la edición original italiana: "LA SANTA MESSA — ASSEMBLEA DEL POPOLO DI DIO" Tradueción de Beltrán Villegas M., SS. CC.

Nihil obstat: Ignacio Ortúzar R. Censor ecco.

Se puede imprimir por la Soc. de San Pablo Sac. Domingo Spoletini

Puede imprimirse y publicarse Pío Alberto Fariña, Vic. Gen. Santiago, 9 de agosto de 1957

ES PROPIEDAD DE "EDICIONES PAULINAS" Derechos reservados para la lengua española Inscripción N.9 19525. — Santiago de Chile 1957

Imprimiéronse de esta obra cien ejemplares en papel especial, como homenaje de "Ediciones Paulinas" al sacerdote D. Santiago Alberione, fundador y Superior General de la Sociedad de San Pablo, en sus bodas de plata sacerdotales: 1907 -1957.

COLECCION

PASTORAL

LITURGICA

1. DIEZ SALMOS Y EL MAGNIFICAT, texto del Centro de Pastoral Litúrgica, música del P. J. Gelineau. 2. LA MISA, ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS, por el Card. Giacomo Lercaro. 3. ORDINARIO DE LA MISA, traducción y notas de los PP. Benedectinos de Las Condes - Santiago. OTROS TITULOS EN PREPARACION

Card. GIACOMO LERCARO

LA

MISA

ASAMBLEA DEL PUEBLO DE DIOS

EDICIONES

PAULINAS

PRESENTACION En julio de 1956 se reunía un grupo de sacerdotes en Santiago para cambiar ideas acerca de la situación en que se encuentra la "pastoral" en nuestro país, es decir, todo ese conjunto de medios que emplea la Iglesia para hacer entrar a los hombres en la obra de la Salvación realizada por Dios. Ahora bien, de todos estos medios, ciertamente los más importantes son los que emplea oficialmente la Iglesia como tales y que constituyen la Liturgia. Esta, que no es otra cosa sino la perpetuación de la Acción Salvadora de Dios, tiene como dos líneas de fuerza, dos orientaciones: 1.9 la Alabanza de Dios primariamente, y 2."? el "asegurar a los hombres la efusión de los beneficios divinos y aplicarles las gracias de la Pasión Redentora de Cristo". Lo primero se logra en forma especial mediante el Oficio Divino que rezan los sacerdotes y religiosos; lo segundo, mediante los Sacramentos y bendiciones. Pero todo esto tiene un centro de donde sacan su fuerza, y que es propiamente la misma Acción Salvadora de Cristo hecha presente en medio de nosotros: el Sacrificio de la Misa. Por medio de la Misa damos a Dios la alabanza que le corresponde —"Por Cristo, con Cristo y en Cristo te damos a Ti, oh Dios Padre Todopoderoso, todo honor y gloria, en unidad del Espíritu Santo"—, y nos aplicamos los frutos de la "bienaventurada Pasión" de Cristo. En este sentido se ha dicho muy bien que la Liturgia "es la vida de la Iglesia frente a Dios, de la Iglesia, comunidad de todos los que

pertenecen a Cristo por el bautismo y que, domingo a domingo, se reúnen para celebrar, bajo la dirección del ministerio sacerdotal, el memorial del Señor" (J. Jugmann). La Liturgia nos pone en contacto con la obra de la Salvación, y al mismo tiempo nos va gradualmente "enseñando", como un maestro a su discípulo, sea a través de "lecciones" orales (lecturas, homilías), sea a través de sus mismas ceremonias o actos, basados en el simbolismo del signo. Ella quiere conducir a sus fieles hacia un cristianismo consciente. Por diversas circunstancias históricas, este segundo aspecto de la Liturgia se había ido perdiendo en los últimos siglos. Pero en estos últimos años se ha iniciado un vigoroso movimiento de renovación cristiana, que ha brotado tanto de los pastores como del pueblo fiel, y que ha tenido por características más importantes una vuelta a las fuentes de la fe de la Iglesia: la Sagrada Escritura, (la Tradición) y la Liturgia. Se puede decir que todo movimiento importante hoy en día en la Iglesia tiene estas dos características: ser bíblico y litúrgico. La pastoral tiene por finalidad propia, como decíamos más arriba, llevar la salvación de Dios a los hombres y acercar a éstos a Dios; lo que realiza a través de una serie de medios que pongan a los hombres en contacto vivo con la divinidad: la Santa Misa, la administración de Sacramentos, los sacramentales, lectura de la Sagrada Escritura, predicación, catequesis, funciones sagradas, etc. La Pastoral "litúrgica" emplea los medios propios de la Liturgia; durante siglos, la celebración de la Liturgia constituyó la principal forma de la pastoral. Pero sucede que con el correr de los siglos, ha perdido, no ciertamente su carácter fundamental de "misterio de la salvación" (es decir, el "hacer presente" la obra redentora de Cristo y permitir que la Comunidad "entre en participación del hecho redentor conmemorado y ad-

quiera así su propia salvación" (1), pero sí, en cambio, su eficacia "pastoral": los fieles asisten sin comprender gran cosa de lo que sucede, privándose de este modo de una participación más activa y por tanto de un fruto más eficaz. Por esto el Papa San Pío X señalaba que "la fuente primera e indispensable para alcanzar el verdadero espíritu cristiano... es la participación activa en los sacrosantos Misterios y en la oración pública y solemne de la Iglesia" (2). Y esta participación no podrá efectuarse si no hay una comprensión mínima de los misterios realizados. (De aquí la importancia de las "para-liturgias" (3), que ayudan a comprender mejor los elementos de la liturgia). El CENTRO DE PASTORAL LITURGICA de Chile, fundado en esa reunión a que aludíamos al comienzo, espera ser verdaderamente, contando con" la colaboración de un número cada vez mayor de sacerdotes y laicos, un instrumento de progreso y difusión en la renovación pastoral entre nosotros. Sus primeros. esfuerzos se han dirigido a la Misa, centro del Culto cristiano. Y así presentamos ahora este folleto, con una serie de "lecciones" del Cardenal Lercaro a su pueblo de Bolonia, que se caracterizan por una gran sencillez de exposición al propio tiempo que profundidad, y que aclaran las líneas fundamentales de la celebración de la Misa. (1) Dom Odo Casel, O. S. B., El Misterio del Culto Cristiano. (2) Tra le sollecitudlni, 22-XI-1903. (3) Se llama "para-liturgias" a aquellas funciones sagradas no contempladas en los libros litúrgicos de la Iglesia, que se realizan con un cierto número de fieles y aprovechando ciertos elementos litúrgicos: lecturas, cantos, salmodia, homilía, procesiones, etc. Así, por ejemplo, la celebración del Mes del Sagrado Corazón o de María (especialmente si tiene lugar una lectura pública y solemne de la Sagrada Escritura), las Vigilias de preparación a alguna solemnidad: Primera Comunión, Confirmación, alguna festividad...

El texto original ha quedado rigurosamente intacto. Cuando nos pareció necesario aclarar ciertos conceptos, lo hemos hecho siempre en nota. Completamos este folleto con dos apéndices sobre la Misa "comunitaria", que creemos serán de real utilidad para aplicar en la práctica el deseo de hacer participar a los fieles en forma activa en la Misa. Las normas allí contenidas —fundamentalmente aplicadas hoy día en todas las diócesis de Francia y en muchas otras de diversos países—, fueron analizadas y discutidas en sesión del CPL, y cuentan con la aprobación de la Autoridad Eclesiástica, no tienen ningún valor preceptivo. Pedimos a los señores párrocos y sacerdotes que las leyeren, nos hagan llegar sus observaciones —ojalá fundamentadas—, tanto de aceptación como de posibles cambios, pues este trabajo servirá de base a un DIRECTORIO PARA LA MISA que publicará a comienzos del próximo año el Episcopado Nacional, según acuerdo tomado en las últimas Conferencias Episcopales. Centro de Pastoral Litúrgica.

NOTA: Las notas a la obra del Cardenal Lercaro y lo» •dos Apéndices se deben al R. P. Beltrán Villegas M., SS. CC. Las observaciones deben dirigirse al Secretariado del CPL, Casilla 723. Santiago.

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Con ocasión de la IV Semana Nacional de Liturgia Pastoral celebrada en Bolonia (Italia), en septiembre de 1955, la Secretaría del IV Congreso Nacional de Liturgia Pastoral publicó estas lecciones sobre la Santa Misa, tal como las recogió de viva voz del Emmo. Cardenal Giacomo Lercaro, Arzobispo de Bolonia, durante un Congreso Eucarístico celebrado hacía poco en la zona. Son páginas vivas, densas, persuasivas: precioso instrumento de apostolado litúrgico para los sacerdotes, maravillosa fuente de meditación para los laicos. Todos los aspectos de la Santa Misa —asamblea del Pueblo de Dios, escuela de los discípulos de Jesús, ecclesia de los santificados para el culto, reunión de la familia de Dios, etapa de la Iglesia itinerante—, están iluminados por una luz alta y serena, que descubre la trascendental belleza del Misterio Eucarístico.

LA REUNION DE LA COMUNIDAD CRISTIANA

Antiguos documentos sobre la Misa

1.— ¿Qué es la Misa? Observémosla en los primeros documentos que la presentan tal como se realizaba: nos aparece en ellos como la reunión, o como se decía entonces usando una palabra griega que fue durante mucho tiempo el nombre de la Misa, la Synaxis de la comunidad. San Pablo (Act. XX) con sus discípulos desde Filipos llega a Tróade, y allí se detiene 7 días. En el primer día de la semana, o sea el Domingo, reúne a todos los hermanos, los fieles, en una vasta sala iluminada con muchas lámparas en el tercer piso de una casa; y allí les habla y "parte el pan", es decir, celebra la Misa. En efecto, la expresión "partir el pan" es en los primeros documentos cristianos sinónimo de "Eucaristía", y "hablar y partir el pan" indica precisamente los dos tiempos de la Misa. Hacia el año 150, San Justino mártir, en una Apología dirigida al Senado Romano, revela a los paganos cómo son los ritos de los cristianos. En el día del sol (el Domingo, indicado con el nombre — 15 —

en uso entre los paganos) todos los cristianos de la ciudad y del campo se reúnen en un mismo lugar. Se leen los Profetas y los Evangelios, que explica el que preside; se reza, se trae al que preside pan, vino y agua, sobre los que él hace una gran oración de acción de gracias que contiene las palabras consagratorias de Jesús; luego se hace la distribución a los fieles de estos alimentos, que son el verdadero Cuerpo y Sangre de Cristo, y los Diáconos lo llevan a los ausentes. Es la Misa, la reunión de la Comunidad Cristiana. 2.—Los fieles, seguidores de Jesucristo, constituyen una gran sociedad que tiene por Jefe invisible al mismo Señor Nuestro Jesucristo, que la ha fundado, le ha dado una organización y ha instituido una jerarquía, una autoridad visible. Esta sociedad es la Iglesia Católica de la cual hemos felizmente entrado a formar parte el día del bautismo. La Santa Misa es, pues, la reunión de esta sociedad, la Iglesia Católica, que siendo tan grande como el mundo (sobrepasa aún los confines de la tierra, porque también los santos del Paraíso y las almas que sufren en el purgatorio forman parte de ella) no puede reunirse todo de una vez sino que se reúne por grupos. Se reúnen los fieles pertenecientes a la Iglesia en un determinado pueblo, y, en una ciudad donde los fieles son aún demasiados, se reunirán por fracciones menores que llamaremos Parroquias. Cada Misa es, por tanto, so— 16 —

bre todo la del Domingo, la reunión de la comunidad de los fieles pertenecientes a la Iglesia Católica en una determinada localidad, o de un grupo de los mismos fieles, espiritualmente unidos a toda la Iglesia. ¿Y qué se hace en esta reunión? Lo que toda sociedad hace en sus asambleas. Una sociedad necesariamente debe tener reuniones, de otra manera se extingue: reuniéndose la sociedad se expresa a sí misma y persigue los fines que motivaron su fundación. De modo que, si se trata de una sociedad de beneficencia, como por ejemplo la Conferencia de San Vicente de Paul, en la reunión se tratará de las necesidades que se quiere socorrer, de los modos de enviar las ayudas, etc. En cambio, si se trata de una sociedad cultural, por ejemplo una sociedad filosófica, entonces el orden del día cambiará y se leerán relaciones sobre argumentos filosóficos, y se harán comunicaciones sobre congresos, sesiones, artículos o libros de esta materia. Ahora bien, la Misa es la reunión de la Iglesia Católica, que, por lo tanto, persigue en ella los fines para los que fue instituida por Nuestro Señor Jesucristo, aquellos que El mismo tuvo cuando vivió en la tierra, porque la Iglesia es la continuación de la obra de Nuestro Señor; o mejor, es El mismo que continúa la obra iniciada en los años de su vida mortal y la continúa en su Cuerpo Mis* tico, que es la Iglesia, cuerpo del que nosotros somos miembros.

2.—

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La Escuela de los discípulos de Jesús 3.— Jesús en su vida terrena fue ante todo Maestro. Así fue llamado y El mismo declaró ser el único Maestro, porque como bien dijo San Pedro, sólo El tiene palabras de vida eterna. El, en efecto, vino a "iluminar a todo hombre que viene a este mundo", manifestándoles al Padre y las verdades divinas que los conducen a encontrar a Dios en la vida eterna. Esta labor de magisterio, que El ejerció personalmente en su vida terrena, al subir al cielo, la confió a la Iglesia en la persona de los Apóstoles: "Id por todo el mundo; predicad el Evangelio a todas las criaturas". "Quien os escucha, a Mí me escucha". Ya que la Misa es la reunión de la Iglesia, será ante todo una escuela, donde la Iglesia cumple su función de magisterio. La Misa es una "clase". ¿Cuáles son los instrumentos con que se imparte la enseñanza? Dos: el libro de texto y las palabras del maestro. Ahora bien, la Iglesia tiene un libro de texto que es leído en la Santa Misa: es la Biblia. La Biblia es un libro divino porque su autor principal es Dios; El se sirvió de hombres para escribir este libro: Moisés, David, Salomón, Isaías, Jeremías, Mateo, Marcos, Pablo, J u a n . . . ; pero estos hombres escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo y lo que escribieron es formalmente Palabra de Dios. La Biblia constituye el libro, de texto que la Iglesia nos lee en la Misa. — 18 —

Pero en la escuela no hay solamente un libro, también está la voz del maestro, que completa, ilustra y acerca a la inteligencia de los alumnos la enseñanza del libro. Así también en la Santa Misa tenemos la voz del Obispo o del sacerdote por él delegado, maestros autorizados por Jesús, quien les ha dado orden de predicar su palabra y ha conferido autoridad a su voz. A los Apóstoles sucedieron los Obispos, que son en la Iglesia los maestros, y todos, unidos al Papa como los Apóstoles a Pedro, forman la Iglesia docente. Ellos (maestros titulares) encargan de esta labor a los párrocos y sacerdotes (maestros delegados o suplentes) que por este mandato llegan también a ser maestros competentes y autorizados. En la Misa hay una Homilía, o, como se la llama corrientemente, la explicación del Evangelio, es decir el comentario a las lecturas que se han hecho, que completa la enseñanza de la Biblia con la de la Palabra de Dios constituida en la Tradición de la Iglesia. La Homilía explica esta divina palabra y la pone en contacto con los momentos de la vida. La Misa es por lo tanto una escuela, la escuela de los discípulos de Jesús. La "Ecclesia" de los consagrados para el culto de Dios 4.— En la tierra Jesús no fue solamente Maestro: también fue, y antes que nada, Sacerdote; — 19 —

porque todo el universo en su inmensidad: desde el cielo, con la multitud interminable de estrellas, de soles, de "sistemas que lo pueblan, hasta nuestra pequeña tierra, con la variedad de plantas, de animales y con toda la humanidad, hasta los mismos ángeles, todo el universo tiene un fin único y no puede tener sino este único fin: la glorificación de Dios. Esta glorificación de Dios está objetivamente en todas las cosas: de la misma manera que un cuadro es la alabanza del pintor, si es bello; y un libro, si es bello, es la alabanza de su autor, así todas las cosas, en su grandeza, orden y belleza, son la alabanza del poder, de la sabiduría, de la bondad de Dios. Una alabanza objetiva tiene, sin embargo, necesidad de un ojo que la vea, de una inteligencia que la comprenda, de una voluntad libre y amorosa que conscientemente la eleve a Dios; así como el cuadro tiene necesidad de un ojo competente y el libro requiere un lector inteligente, para que efectivamente dé gloria a su autor. 5.— El hombre fue creado para que, en este mundo, inteligente y libremente interpretase el cántico de alabanza que está esparcido en todo el universo y lo elevase a Dios; pero el pecado hizo al hombre enemigo de Dios y lo transformó así en un instrumento inapto, deteriorado, que no puede dar a Dios una alabanza agradable, tanto más que ya antes, por su ser de criatura infinitamente pequeña frente a la majestad divina, no podía darle la alabanza merecida (condigna). — 20 —

Pero el Hijo de Dios se encarna, se hace uno de nosotros, entra en nuestra familia humana y con su cuerpo físico se introduce en este universo visible, asumiendo, o como dice San Pablo, recapitulando en sí toda la humanidad y todas las cosas. Desde el primer instante de la Encarnación hasta el último suspiro de la Cruz, Cristo, Hombre-Dios, rindió a la majestad y divinidad de Dios una alabanza verdaderamente digna, una adoración perfecta, una acción de gracias adecuada a sus beneficios, una expiación proporcionada por las culpas de los hombres y una súplica irresistible. Es la labor sacerdotal de Cristo, que El desarrolla en toda su vida terrestre y que culmina en el ofrecimiento del sacrificio de su vida en la Cruz. En efecto, el acto supremo, típico, del culto divino es el sacrificio, es decir, el ofrecimiento a Dios de algo que se sustrae a nuestro uso para reconocer su infinita majestad, su supremo dominio y nuestra total sujeción. El sacrificio de la Cruz es un sacrificio digno de la majestad de Dios porque la Víctima que se ofrece es una víctima de valor infinito. 6.— Habiendo ascendido Jesús al cielo, ¿cesará de levantarse desde la tierra hasta la majestad de Dios una alabanza digna, una acción de gracias agradable, una reparación proporcionada a la gravedad de nuestras culpas, una plegaria que solicite la gracia divina? No; continuará, porque Je— 21 —

sús sigue viviendo en la Iglesia y, por los labios y por el corazón de sus fieles, por el ministerio de sus sacerdotes, continúa dando en su Iglesia el culto debido a Dios. Ya es claro, pues, que la Iglesia cuando se reúne, lo hace sobre todo para dar este culto a la majestad de Dios. En efecto, la Misa es la "Ecclesia", es decir la reunión de los elegidos para dar a Dios un culto legítimo y digno. ¿Quiénes son estos elegidos? ¡Nosotros!: todos los fieles que han sido santificados en el bautismo., esto es, escogidos para ser instrumentos de la alabanza de Dios, y consagrados para esta labor que culmina en la ofrenda del sacrificio; y ya que el sacrificio exige un sacerdocio, en el bautismo estos fieles han recibido una iniciación al sacerdocio de Cristo. Porque Jesús, único y eterno sacerdote, comunica su sacerdocio y hace instrumentos suyos a aquellos que en la ordenación sacerdotal o en la consagración episcopal han sido investidos de sus oficios sacerdotales; pero también da una participación de su sacerdocio a todos los bautizados, por la cual todos ellos quedan habilitados para tomar parte en el sacrificio digno y ofrecerlo a Dios. En la Misa hay por tanto la oración, la alabanza de Dios, y hay sobre todo el sacrificio. ¿Y qué ofreceremos a Dios para que sea un sacrificio digno de El? Evidentemente el hombre no tiene nada proporcionado a la majestad de Dios y Dios nos pide que ofrezcamos por nuestra parte alguna cosa de entre las muchas que El mismo nos h a — 22 —

dado, "de tuis donis ac datis"; un poco de pan, un poco de vino, un poco de agua. En estas cosas tan significativas, simbolizamos también nuestra voluntad que se somete a la suya, -nuestro corazón que se ofrece a El; éste es el Ofertorio. Ofrecidas estas pequeñas cosas, que constituyen nuestra participación en el sacrificio, Dios, en su infinita bondad, las sublima, las transubstancia, cambiándolas en el Cuerpo y en la Sangre de su divino Hijo. Jesús, hecho así presente en el altar, bajo las apariencias de aquel pan y vino, renueva a la majestad de Dios la ofrenda de su vida, que presentamos al Padre junto con la ofrenda de nuestra vida. Esta es la Misa: "Ecclesia" de los santificados, de los consagrados para el culto legítimo de Dios. La reunión de la "Familia de Dios" 7.— ¿Se agotan así los aspectos de la Iglesia? No: la Iglesia es también la familia de Dios, "cuneta familia tua". ¡Cuántas veces la Liturgia llama con este nombre al conjunto de fieles! En realidad el Hijo de Dios, que vino a la tierra y se hizo hombre, no sólo es Maestro y Sacerdote, sino que es nuestro Redentor y Santificador. Nos sustrajo al pecado y nos ha revestido con su gracia, que es una participación de su Vida, y que nos convierte en hijos adoptivos de Dios. Hijos de Dios, somos hermanos de Jesús, que siendo el Unigénito del Padre, llegó así a ser el Primogénito de esta familia de hermanos. — 23 —

La Misa es la reunión de la familia de Dios en torno a su Padre; el Domingo (que quiere decir el día del Señor, y por tanto su fiesta), en la casa que es suya y nuestra —nuestra Iglesia—, nos reunimos los hijos de Dios: reunión de familia. ¿En qué consiste una reunión de familia? ¿Cómo se la imagina el sentir constante y universal de los hombres? Una reunión de familia no puede pensarse sino en torno a una mesa servida; si no se está juntos en la mesa no parece que se haya pasado juntos ese día. Si vuestros hijos cuando vienen a veros para Navidad, para Pascua, no se sientan a la mesa con vosotros, decís que no han pasado la Navidad, la Pascua, con vosotros. Es necesario sentarse alrededor de una misma mesa para que la familia se encuentre reunida: en esa mesa el padre de familia parte el pan y lo distribuye entre los hijos. El pan es su fatiga, su sudor y por tanto, por una extensión del término si se quiere, un poco de su sangre, con lo que él nutre y fortifica a sus hijos y al mismo tiempo los consolida en la unidad. ¿Se verificará en la Misa este típico aspecto de la reunión de familia? ¡Por cierto! Hay una mesa: la mesa de la comunión, a la que los hijos son invitados todas las veces que acuden a esta reunión (Conc. Trid. Sess. XXII, cap. 6); y sobre ella Dios Padre, invocado precisamente con este nombre, parte el pan, que es, no metafórica, sino verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, ofrecido como alimento a — 24 —

nuestras almas bajo las apariencias del pan. Y este alimento de toda la familia, este pan partido ("Pan partido" se llamó en los primeros tiempos la Eucaristía) dividido entre todos los hijos de Dios, los reúne no sólo con el Señor sino también entre ellos. Mucho mejor que con el pan de la casa se realiza con éste la palabra de San Pablo: "somos urt. cuerpo todos los que comemos de un mismo pan". La Misa es esta reunión de la familia de Dios en torno a una mesa para comer su pan, alimentarse para la vida eterna, consolidando así entre todos los hijos el vínculo de la fraternidad. La etapa de la Iglesia itinerante 8.— Queda aún un aspecto de la Iglesia que se refleja en la Misa. La Iglesia es una sociedad que vive en la tierra, en el mundo; pero cuyos destinos están más allá del mundo; una parte de la Iglesia vive ya fuera de los confines de esta tierra. La Iglesia vive en la tierra, pero para conducir a los hombres al cielo; es, por consiguiente, como una caravana encaminada hacia la eternidad. Los antiguos documentos cristianos, hablando de la comunidad de fieles de cada ciudad, usan esta expresión: "La Iglesia de Dios que peregrina en Esmirna", por ejemplo, o "en Efeso", como para indicar una caravana que hace un alto. "No tenemos aquí una morada estable", escribe San Pablo, "sino que estamos en marcha hacia una patria futura", _ 25 —

La Iglesia trae al mundo y nutre en los hombres esta esperanza y expectación de lo eterno. ¿Se refleja en la Misa de algún modo este aspecto tan hermoso de la Iglesia? ¡Sí! En cuanto es una reunión, la Misa tiene y exige un movimiento; hay en la Misa, como veremos, una procesión inicial, que podrá estar reducida a las proporciones mínimas, pero que permanece; hay sobre-todo una procesión al Ofertorio y a la Comunión, que tal vez no aparecerá al ojo distraído, pero que existe. Así se expresa este aspecto de la Iglesia que pasa por la tierra en marcha hacia el cielo: el movimiento de la procesión en la Misa es la expresión sensible de este sentido "escatológico" de la Iglesia (1).

(1) "Eschaton", en griego, significa "último", "definitivo". "Escatológico", pues, es lo referente a la fase última y definitiva del Designio de Dios. (N. del T.).

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LA LINEA LITURGICA DE LA SANTA MISA

La introducción de la Asamblea Santa 1.— Hemos visto bajo qué aspectos la Misa es la reunión del pueblo cristiano. Veamos ahora cómo en la línea litúrgica se encarna este concepto en sus diversos aspectos. La reunión tiene un preámbulo. Ante todo, la llegada del sacerdote, que preside la reunión, con sus ministros, más o menos numerosos, según la Misa sea pontifical, solemne, simplemente cantada, o leída. La entrada se desarrolla, en la medida de lo posible, mediante un cortejo que atraviesa la nave, acompañado de un canto que en la tradición se llama precisamente "Introito". El Introito en el Misal está representado por una antífona, un versículo de un Salmo, seguido de la acostumbrada conclusión de todo salmo que es el "Gloria Patri", y nuevamente la antífona: es la estructura de un canto antifonal, en el que la "schola" o el solista canta los versos de un salmo, mientras la masa de los fieles repite a cada verso, como estribillo, la antífona enunciada al principio por la schola. Mientras se realiza este canto, el celebrante con sus ministros llega al altar, lo saluda con una reverencia o con una genuflexión y se detiene des— 29 —

pués al pie, para una oración que tiene carácter personal o privado, y que en la antigüedad era dejada a su iniciativa, como sucede aún hoy en aquel tipo de liturgia arcaica que es la "Acción Litúrgica" del Viernes Santo. La Schola y el pueblo continúan su canto; el celebrante sube por fin al altar y lo besa y, si la Misa es Solemne o Pontifical, lo inciensa: son los honores rendidos al altar, centro de la asamblea, sobre el cual se realizará después el acto más solemne de la asamblea misma: el sacrificio. Actualmente, hecho esto, el celebrante lee el Introito, aunque haya sido cantado por la Schola. Con esto se termina la fase introductoria de la reunión. El primer contacto: "Dominus vobiscum" 2.—Siguen cantos y oraciones. Primeramente tenemos una oración que se originó en la liturgia griega y de allí pasó a la latina; tenía este desarrollo: se indicaban sucesivamente varias intenciones de oración: la Iglesia, el Papa, el Obispo, la paz, los pecadores, los que sufren, etc., y a cada invocación del diácono el pueblo respondía "Kyrie, eleison" (Señor, apiádate). Ya en la época de San Gregorio Magno en las Misas menos solemnes había quedado sólo la invocación del pueblo "Kyrie, eleison", que hoy se dice alternadamente entre la Schola y el pueblo, si la Misa es cantada, y en— 30 —

tre el celebrante y el pueblo, si la Misa es leída. Una invocación, por lo tanto, a la misericordia de Dios, a la que sigue en las fiestas una doxología (1) trinitaria, el "Gloria in excelsis Deo", reservado antiguamente a circunstancias determinadas y a los solos Obispos, e introducido después en el Misal para todas las Misas que tienen carácter festivo. Es hermoso este canto de alabanza a Dios uno y trino, al comienzo de la reunión, ya que señala y realiza el fin supremo: la glorificación de Dios. En este momento el celebrante, presidente de la asamblea, toma contacto con los presentes y les dirige un saludo: "Dominus vobiscum" (Con vosotros el Señor), un saludo bíblico, común en el Antiguo Testamento, y que actualmente ha pasado a la Liturgia como saludo oficial. Los Obispos usan en este momento, cuando se ha dicho el Gloria, el saludo que el Evangelio pone en la boca de Jesús después de la resurrección en el primer encuentro con los Apóstoles: "Pax vobis": "Con vosotros la paz". Saludada la asamblea, el celebrante da comienzo a la reunión con una invitación: "¡Oremus!", "¡Recemos!" Si es tiempo de penitencia, sigue la orden del diácono: "Flectamus genua", "Pongámonos de rodillas", y después de breve pausa en silenciosa oración, la orden: "¡Levate!", "¡Levantaos!". La oración silenciosa de los fieles es "recogida" luego (1) "Doxa", en griego, significa "gloria". Una "doxología" es, pues, una fórmula litúrgica destinada a dar gloria a Dios. La doxología más común es el "Gloria Patri". (N. del T.).

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por el sacerdote en una fórmula que toma, tal vez por esto mismo, el nombre de "colecta" (1). Todo el pueblo concluye, sella la fórmula del sacerdote con su adhesión respondiendo "Amén". "Amén" —escribía San Justino en 150— es una palabra hebrea que significa "Así sea" (2). La Misa didáctica: Epístola - Evangelio - Homilía 3.— Empieza "ahora el primer aspecto que hemos señalado en la Santa Misa: la escuela de los discípulos de Jesús. Todos se sientan y el subdiácono en la Misa solemne, un lector en la Misa cantada, y en todos los casos el Celebrante, lee la primera lectura de la Sagrada Escritura. Esta lectura es sacada normalmente de las cartas de los Apóstoles y por eso se llama Epístola; pero puede leerse cualquier trozo del Antiguo Testamento o del Nuevo Testamento, excepto los Salmos para el Antiguo y los Evangelios para el Nuevo Testamento. En la antigüedad (y aun ahora algunas veces) las lecturas eran normalmente tres: una sacada del Antiguo Testamento (Profeta), otra del Epistolario Apostólico, y la tercera del Evangelio. (1) Del latín "colligere", recoger, reunir. Es la oración con la que el celebrante "recoge" los rezos del pueblo para presentarlos a Dios. (N. del T.). (2) No siempre. A veces (con bastante' frecuencia) se traduciría mejor por "así es". Véase 1.» Cor. XIV, 16; Cor. I, 20; Ap. III, 14. (N. del T.).

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Actualmente lo normal es que se lean dos, separadas por un canto, o mejor dicho, por dos cantos, que con su diferente tonalidad muestran claramente que una de las lecturas se ha omitido. El primer canto intercalado se llama Gradual, tal vez porque el maestro del coro lo ejecutaba como solista desde las gradas del ambón (1), donde el subdiácono o lector había leído la primera lectura. Por tanto es un canto del solista o a lo más de la "Schola"; en realidad no es un canto de toda la asamblea y no tiene carácter popular en su composición musical, porque su finalidad es dar un poco de reposo que quite la monotonía de escuchar las lecturas, e iniciar una meditación sobre la palabra de Dios que se ha leído. El segundo canto se llama "Alleluya", porque répite como estribillo esta alegre palabra "Alabad a Dios", con el sentido de aclamación que tiene hoy, por ejemplo, nuestro "¡Viva!". Cuando el Alleluya no está permitido, la Schola interpreta el Tracto, un salmo que se canta seguido, sin interrupción de antífonas, siempre con el mismo fin de separar las lecturas y dar lugar a una meditación. Actualmente la segunda lectura está tomada del Evangelio. En la Misa solemne, el Evangelio es traído solemnemente entre cirios y es incensado, y su lectura está reservada al diácono, quien, después de saludar al pueblo, anuncia el Evangelio y luego lo lee. Al Evangelio sigue inmediatamente la (1) "Ambones": pequeños púlpitos destinados a las lecturas bíblicas de la Misa. (N. del T.).

2.—

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"Homilía", es decir, la palabra viva del maestro, obispo o sacerdote, que completa, explica, y acerca a la vida de los fieles la palabra de Dios que se ha leído. "Homilía", esto es, "conversación". Su tono tranquilo, discursivo, está ya dicho con el nombre tradicional. El argumento está también indicado desde los tiempos antiguos: comentario de la lectura, y "parénesis", es decir, exhortación —como dice San Justino— a imitar las cosas bellas que se han leído. La escuela tiene así todos sus elementos y se concluye con el "Credo", recitado o cantado por toda la asamblea, en la fórmula que se completó en Nicea y Constantinopla, los grandes Concilios que sellaron la enseñanza apostólica sobre la Trinidad y la Encarnación. El acto de fe en la divina palabra, presentada por el libro y por la voz del maestro, pone fin a la escuela de los discípulos del Señor. Ofrecimiento del hombre y ofrecimiento de Dios 4.— Llega ahora el momento de la "Ecclesia", de que actúe como tal la asamblea de los elegidos, santificados y consagrados en el Bautismo para ser instrumentos idóneos del culto legítimo de Dios y del ofrecimiento de un sacrificio digno de su infinita majestad. El presidente saluda a la asamblea; este sa— 34 —

ludo es una segunda toma de contacto con la reunión misma, y está justificado en su origen por el hecho que los catecúmenos, o también los penitentes suspendidos de sus derechos de fieles, eran despedidos después de la homilía. Saludada así la asamblea de los fieles, son llevados al altar los dones: es el Ofertorio. La comunidad, absolutamente incapaz de encontrar en el mundo alguna cosa digna de Dios, le ofrece lo que puede. Un poco de pan, un poco de vino... otras ofrendas, representan el pequeño, modesto e inadecuado aporte del hombre, para que se realice luego la ofrenda digna de Dios; y al mismo tiempo significan el ofrecimiento que el hombre hace de sí mismo. Es la contribución material al sacrificio y es el rito que significa la ofrenda de nosotros mismos. Pan, vino, agua y otras cosas son llevadas al altar; el desarrollo de la procesión que los lleva será más o menos amplio, y podrá incluso reducirse al modestísimo movimiento del monaguillo que toma las vinajeras de la credencia y las lleva al altar. En todo caso, hay un movimiento que caracteriza el Ofertorio, y que, desde la época de San Agustín, y tal vez por obra suya, va acompañada por un canto; la "Antífona para el ofertorio", que el sacerdote lee actualmente, es un resto de aquel canto antifonal. El sacerdote presenta a Dios la ofrenda del pan y del vino con oraciones que tienen carácter privado, mientras la asamblea canta; luego se lava las manos, después de haber — 35 —

recibido las ofrendas, con rito que es funcional y al mismo tiempo simbólico, para indicar aquella mayor pureza interior que es necesaria para entrar en lo íntimo del misterio. La gran oración sacerdotal: LA ANAFORA 5.— El hombre ha ofrecido lo que puede; cosas pequeñas, minúsculas, tomadas de los mismos dones de Dios: "de tuis donis ac datis". Ahora Dios, en su bondad, sublima y transubstancia la ofrenda del hombre; otórgale que pueda ofrecer una víctima, no sólo santa e inocente, sino de infinito valor, digna de la grandeza divina y proporcionada a su infinita majestad. Esta víctima es Jesucristo mismo, que bajo las apariencias de pan y vino, se hace verdadera, real y substancialmente presente en el altar en toda su realidad humana y divina, para renovar, en estado de víctima, la ofrenda que de sí mismo hizo en la Cruz. Esta maravillosa conversión, y el ofrecimiento de la víctima infinitamente grande, ocurren en el curso de una oración que se llama "Anáfora" (1), precedida de una oración que el celebrante dirige a los ministros que tiene a su alrededor: "Orate, fratres", y de una oración que dice en voz baja, la "Secreta". Se inicia luego la Anáfora con un diálogo proel) "Anaferein", en griego, significa "llevar hacia arriba". "Anáfora", pues, es la acción de "levantar una ofrenda" (N. del T.).

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tocolar que se encuentra en todas las liturgias, y que tiene su raíz en los más antiguos documentos cristianos: "¡Elevad los corazones!" "¡Demos gracias al Señor Dios nuestro!" Este es el tema inicial de esta oración, el agradecer. Jesús mismo lo ordenó así cuando habiendo dado gracias dijo a sus discípulos que debían hacer lo mismo cada vez que partieran el pan. El Epinicio o Trisagio (el Sanctus) que concluye el Prefacio, puede a veces parecer una interrupción en el desarrollo de la Anáfora; pero en realidad no lo es, ni siquiera cuando es cantado por el pueblo y la Schola, porque ha de notarse que no todo lo que hace o dice el celebrante, lo hace o dice también la asamblea. Hay momentos en que la liturgia le permite al celebrante expresarse personalmente, como hemos visto en las oraciones al pie del altar y en el ofertorio, que hace privadamente mientras el pueblo canta. Y aquí él, en su papel de consagrante, sigue en su acción, en silenciosa oración, mientras el pueblo lo acompaña con el canto del Trisagio. En efecto, inmediatamente despijés del prefacio, el celebrante comienza aquella parte de la Anáfora llamada "Canon" (1), en la cual sucede la consagración, es decir, la transubstanciación del pan y del vino y el ofrecimiento del sacrificio de Cristo a la eterna majestad de Dios. Es ésta, pues, una oración eminentemente sacerdotal, que desde hace siglos se dice en voz baja, porque la majestad (1) "Canon", en griego, significa "Regla". Litúrgicamente se llama Canon a la parte invariable de la Anáfora. (N. del T.).

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del silencio refleja mejor su santidad augusta. El Canon se divide en varios momentos: la presentación del pan y del vino en nombre de toda la Iglesia; la invocación de la Virgen, de los Apóstoles, de los Mártires y de todos los Santos; la "epíclesis" (1) preconsagratoria; Ja consagración, que se realiza mediante las mismas palabras de Jesús en la Ultima Cena, repetidas por el sacerdote en nombre de Cristo. A la consagración del pan, como a la del vino, sigue inmediatamente la elevación, para mostrar a los fieles y presentar para su adoración las especies consagradas; a continuación viene el recuerdo, o "anámnesis", ordenado por Jesús, de su muerte y resurrección, y el ofrecimiento de la divina víctima, que es Cristo, en unión con su Cuerpo Místico que junto con El se ofrece; luego, otra invocación a los Santos, y se cierra la Anáfora con una breve pero solemne doxología trinitaria: "Por El (Cristo), con El y en El, se te da a Ti, Dios Padre, en unión del Espíritu Santo, todo honor y gloria". El sacerdote alza entonces la voz (ecfónesis) para concluir la gran oración, a la que, ya desde tiempos de San Justino, todo el pueblo responde: Amén. Al trazar tan brevemente la línea del Canon hemos omitido el recuerdo de los vivos y el de los difuntos, el uno antes y el otro después de la consagración. Los hemos omitido, aunque en el Canon (1) "Epíclesis" significa "invocación". En la lengua litúrgica tiene un sentido técnico: invocación para pedir la transubstanciación de los dones ofrecidos. (N. del T.).

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figuren, respectivamente, después de la presentación de los dones y después de su ofrecimiento, porque representan la introducción en el Canon de la lectura de los nombres de los vivos y difuntos a quienes se deseaba beneficiar especialmente con el ofrecimiento del sacrificio. Esta lectura se hacía durante el Ofertorio, por tratarse precisamente, y casi siempre, de aquellos que ofrecían, "qui tibi offerunt", o por los que se ofrecía, "pro quibus tibi offerimus", el sacrificio mismo. Actualmente estos recuerdos han pasado al Canon. Se completa así la "Ecclesia" de los santificados. Después de llevar o enviar al Altar sus pequeñas ofrendas, y después de asistir, acompañando con el corazón la acción sacerdotal, a su sublimación por Dios en la consagración, pudieron ellos, con el sacerdote, ofrecer a la majestad de Dios el sacrificio de sí mismos en unión con el de Jesucristo, por estar investidos de una verdadera, si bien sólo inicial, participación en el sacerdocio de Cristo, que les permite ser "oferentes" junto con el, sacerdote, con la Iglesia entera y con el mismo Cristo. "Cuneta familia tua": La Comunión 6.— Y ahora veamos cómo se realiza la reunión de la familia de Dios, "cuncta familia tua" como ya la ha llamado el Canon. Se inicia con la invocación al Padre: es el Pater (el Padre Nuestro), plegaria sacerdotal en el rito latino, que el — 39 —

sacerdote dice a nombre de toda la asamblea;- ésta la sella con la última petición: "líbranos del mal", comentada por el sacerdote con un breve "embolismo" (1). Oración de hijos: saludo, expresión de votos, petición. Al Pater sigue la fracción del pan, un rito que el mismo Jesús hizo y ordenó, y que en la época cristiana más antigua tuvo un profundo realce por su significado; ahora está reducido a la sola fracción de la hostia. La fracción de la hostia va acompañada del voto: "La paz del Señor sea siempre con vosotros", y de la invocación: "Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo, danos la paz". En la Misa Pontifical y en la Solemne se ha conservado algo que fue en la antigüedad de uso común, el abrazo de paz, que ahora está reservado a los ministros y al clero, mientras que en otro tiempo los fieles también se lo daban mutuamente. La fracción del Pan y el abrazo de paz son, con la invocación al Padre, apropiados para despertar en las almas los sentimientos y disposiciones que preparen eficazmente a la participación en el sacrificio, en la mesa de los hijos de Dios, que es la Comunión. La invocación del Padre ha hecho sentir la dignidad de los hijos, ha dicho al que está en pecado que no podrá acercarse a la mesa mientras sea enemigo, y ha animado a comulgar, ya que es propio de los hijos comer el pan del padre. (1) "Embolismo" significa "desarrollo". Es el nombre técnico del "Libera nos", la oración que viene después del Pater, y que amplía la última petición. (N. del T.).

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La fracción y el abrazo han, sin embargo, afirmado claramente que no se puede estar en comunión con Cristo si no se está en comunión con los hermanos; no se puede tener comunión con la Cabeza si no se tiene comunión con los miembros. Jesús dijo: "Si al presentar las ofrendas al altar te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja la ofrenda ante el altar y vé primero a reconciliarte con t u hermano; luego vuelve a presentar tu ofrenda" (Mt. V, 23-24). Este sentido de la fraternidad, este lazo de solidaridad sobrenatural que la Comunión debe confirmar, es una disposición que el rito preparatorio cultiva en los espíritus. Sigue la comunión, que el sacerdote hace preceder de dos oraciones de carácter privado y los fieles de la confesión pública de las culpas (Confíteor), sobre las que el sacerdote invoca después la misericordia de Dios. La procesión entraña un movimiento de los fieles que van a la mesa, y este movimiento era ya, desde los tiempos más antiguos del cristianismo, acompañado de un canto. Concluida la comunión, el sacerdote arregla el altar y luego invita, después de una fórmula de saludo, a la oración de agradecimiento; por último saluda y despide a la asamblea: "Dominus vobiscum", "Ite, missa est" (1). (1) Esta última fórmula debería traducirse, no como se hace a menudo: "Idos, la Asamblea queda disuelta", sino: "Idos, la Asamblea queda en estado de misión". Terminado el culto cristiano, empieza la Misión cristiana, el Apostolado y el Testimonio. (N. del T.).

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La Misa termina aquí. En seguida la bendición que los obispos daban al salir de la asamblea, fue impartida en este momento por los obispos, y luego por los sacerdotes; además, aquel trozo del Evangelio que tanta devoción despertó en el Medio Evo, el comienzo del Evangelio de San Juan, recitado entonces mientras se iba del altar a la sacristía, fue luego también recitado en el altar, como se hace hasta hoy (menos en ciertos casos, en que el obispo lo reza al retirarse). El sentido escatológico de la Misa 7.— ¿Hay, finalmente, en la Misa aquel sentido de movimiento que significa el peregrinar de la Iglesia hacia la eternidad, la espera de la plenitud del reino de Dios, en una palabra, el sentido escatológico de la Iglesia? Sí. Hemos visto una procesión inicial acompañada de canto, otra en el ofertorio, otra en la comunión, también con cantos, y una procesión final. Estas procesiones pueden estar muy simplificadas en sus proporciones, pero existen; ahora,, si se desarrollan adecuadamente, y si van acompañadas efectivamente por el eanto de la asamblea, tanto mejor. El movimiento y el canto indican que la Iglesia es una sociedad en marcha, una caravana en viaje, que hace un alto por un momento: su ruta no está en la tierra, sino en el cielo, no en lo que pasa, sino en la eternidad. El movimiento va acompañado de canto por— 42 —

que es una peregrinación lo que la Iglesia realiza en la tierra, pero una peregrinación alegre; es un viaje, pero un viaje iluminado de esperanza, un viaje que se hace cantando porque se espera y ya se presiente el gozo de la meta, el gozo de allá arriba. Así se encarnan en la línea de la Misa los conceptos que habíamos enunciado. La línea litúrgica de la Misa ha revivido, de una manera simple, pero grandiosa y sublime, aquel misterioso diseño que había aparecido tan hermoso al examinar la Misa a través de los documentos que por los siglos la han dado a conocer.

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LA PARTICIPACION ACTIVA DEL PUEBLO EN LA SANTA MISA

Cantar es rezar tres veces La Santa Misa no se escucha. Se va a oír una conferencia, se va a oír un concierto, pero no basta oír la Santa Misa. Tampoco se asiste a la Santa Misa. Se asiste a un espectáculo, a una película, pero no basta asistir a la Santa Misa. "Escuchar y asistir" dicen en realidad presencia pasiva, y no participación personal y activa. La Santa Misa es la "asamblea del pueblo de Dios", "la escuela de los discípulos de Jesús", "la reunión de los consagrados para el culto de Dios", "la reunión de la familia de Dios", "un alto de la caravana encaminada hacia el cielo". Todas estas cosas, para usar una feliz expresión introducida por San Pío X, requieren una "participación activa". Veamos su esencia, sus tiempos, sus formas. En todas las cosas que nosotros hacemos hay un trabajo del espíritu y un gesto exterior que acompaña y expresa aquél trabajo interior. Así también aportamos a la Misa la expresión plena de nuestra humanidad, alma y cuerpo: si nuestra participación fuese solamente interior, no habría — 47 —

una comunidad que se reúne; si fuera solamente exterior, se reduciría a una serie mecánica de gestos sin espíritu, y no sería digna ni del hombre ni de Dios. Los fieles deben, por lo tanto, acercarse a la Misa, que es la asamblea del pueblo del Señor, compenetrados de su dignidad de católicos, es decir, de miembros de un Pueblo santo, rescatado con la Sangre de Cristo y elevado hasta ser "familia de Dios": sentirán la alegría de acercarse al Padre en su casa, y al mismo tiempo de unirse los hermanos bajo la mirada del Padre común; reavivarán la aspiración de glorificar al Señor con todo su ser, de suerte que la voz, la palabra, la posición del cuerpo, el mismo traje de fiesta, expresen la glorificación de Dios. Es obvio que los fieles estarán deseosos de tomar parte en la asamblea desde el comienzo, y durante su desarrollo unirán su voz a la de sus hermanos en la recitación y el canto. En nuestras regiones los hombres parecen sentirse dispensados de cantar, fenómeno que es especialmente evidente en las llamadas misas tardías. Sin embargo, un antiguo proverbio litúrgico dice: "Cantar es rezar tres veces". Y San Agustín afirmaba lisa y llanamente: "Cantare amantis est", "el canto es signo de amor". Por eso escribe Pío XI: "No respondan los fieles con un ligero e imperceptible murmullo..." Y Pío XII insiste: "Sean sus voces como el fragor de las olas del mar". La fusión de las voces es, en efecto, índice — 48 —

y coeficiente de la fusión de los espíritu: cantando juntos se produce la unidad. La unidad de la asamblea se expresa también con la posición común: todos de pie, todos de rodillas, todos sentados. ¡Tomar una posición común significa vencer el individualismo e injertarse en la familia de los hijos de Dios! Si nos encontráramos en la mesa en familia y uno permaneciese en pie, todos nos apresuraríamos a ofrecerle una silla, a rogarle que se sentara: mientras permanece en esa posición pa. rece un extraño, que quiere mantenerse fuera de la alegría común. La oración del Cristo total Y henos aquí al comienzo de la Misa. Una procesión se dirige hacia el altar: delante los monaguillos con las manos juntas, luego los cantores, los lectores y por fin el sacerdote. La asamblea se mantiene de pie y responde con el estribillo (o antífona) a la Schola que entona el canto del Introito; y el canto prosigue mientras el sacerdote se detiene para rezar al pie del altar, y mientras, ya en el altar, lee el Introito. Siguen otros cantos: el "Kyrie" y el "Gloria". En todas estas formas de alabanza a Dios participan los fieles, pensando que la oración litúrgica no es la oración de un pobre pecador que apenas se atreve a levantar la mirada hacia Dios, sino la oración de la Iglesia, la oración del "Cristo total", 2.—

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como dice Pío XII en "Mediator Dei" (1), es decir,, la oración de Cristo Cabeza junto con nosotros sus miembros. En toda acción litúrgica está Jesucristo presente con su Iglesia. Cuando cantamos, Cristo canta con nosotros; cuando invocamos, es Cristo quien invoca con nosotros; cuando decimos el Gloria, es Cristo quien con nosotros glorifica a la Trinidad Santísima: ¡oración irresistible; alabanza incomparablemente grande! Sigue la Escuela de los discípulos de Jesús, en la que se escucha la palabra de Dios presentada autorizadamente por la Iglesia que es su única depositaría y maestra infalible. La actitud del fiel que participa en la Misa es la de una atención reverente y de una dócil y generosa disposición para seguir en la vida las indicaciones que vienen de la divina palabra. Así, por ejemplo, el Evangelio de la Dominica XII después de Pentecostés trae la parábola del Buen Samaritano, y comienza con las palabras de Jesús: "Bienaventurados vuestros ojos, porque veis lo que muchos profetas desearon ver y no vieron, oír y no oyeron". Los fieles sentirán la bienaventuranza que significa el escuchar de los labios vivos de la Iglesia, la palabra auténtica y beatificante del Señor. Sigue la parábola que enseña a tratar al prójimo con comprensión y largueza y por encima de la división de razas, de lenguas y de costumbres, y a inclinarnos misericordio(1) "Mediator Dei" es el nombre con que se conoce la Encíclica de S. S. Pío XII sobre la Liturgia, publicada en 1947. (N. del T.).

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sos sobre nuestros hermanos para curarles las heridas. Los fieles saldrán de esta escuela abiertos a la generosidad del amor fraterno. El Credo cierra esta parte de la Misa; es nuestra profesión de fe, entera, segura, leal, firme y valiente. El pueblo santo de la Iglesia de Dios La dignidad conferida en el Bautismo nos da derecho a participar en la asamblea de los santificados para dar a Dios un culto perfecto. Debemos recordarlo: es el Bautismo el que nos hace inicialmente partícipes del sacerdocio de Cristo, habilitándonos para ofrecer a Dios en la asamblea de la Iglesia, la víctima santa, digna de su infinita grandeza. De aquí nace la exigencia de una conducta ejemplar y superior, y de remediar con el dolor y con la confesión la discordancia que eventualmente crea el pecado en la asamblea, sobre la cual el Padre posa su mirada con tanta complacencia. Con estos sentimientos los fieles presentan a Dios su ofrenda, una humilde ofrenda material que representa la participación interior en el sacrificio. Es un privilegio que Dios nos concede, el aceptarnos algo, el tenernos casi como sus acreedores: en la moneda, en el cirio, en las flores, en el pan y el vino que nosotros ofrecemos y que constituyen inmediata o mediatamente la materia del sacrificio, está significado el ofrecimiento de nues— 51 —

tra inteligencia que cree, de nuestra voluntad que quiere obrar conforme a la ley divina, del corazón que ama, de la vida entera que quiere ser un obsequio a la voluntad de Dios. También al Ofertorio se desarrolla una procesión hacia el altar y todos cantamos. Cantamos para indicar que damos con alegría: "Dios ama al que da de buen grado" (2.9* Cor. IX, 7). Fue tal vez San Agustín quien introdujo el canto en este momento: en sus "Retractaciones" habla de un opúsculo, hoy perdido, escrito para defender el uso del canto en el Ofertorio. Sigue la gran oración de la Anáfora, durante la cual el pan y el vino que hemos ofrecido se convierten en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y El renueva la oblación de su vida hecha sobre la Cruz. Aquí no hay más que hacer propios, humilde y fervorosamente, los sentimientos que la Anáfora misma sugiere: reconocida acción de gracias al Padre, profunda humildad ante la exaltación de la infinita grandeza divina, inmensa alegría de ser miembros de un pueblo santo que da a Dios un culto perfecto. La gran oración continúa recordando a la Iglesia, al Papa, al Obispo, a todos los fieles católicos, a aquellos especialmente por quienes se ofrece nuestro sacrificio. Este espíritu de universalidad nos sumerge en la Iglesia: no somos pequeños individuos separados, sino partes vivas del Cuerpo Místico de Cristo; y nos unimos no sólo a la Iglesia militante, sino también a la Iglesia del Paraíso; — 52 —

el sacerdote hace casi un llamado nominal: la Virgen María, Pedro, Pablo, Andrés, Santiago, Juan... los mártires y todos los santos... Después de haber asistido en silencio y en actitud de adoración a la Consagración y a la Elevación, como pueblo santo de Dios (plebs tua sancta), ofrecemos a la infinita majestad de Dios, en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesús, la Víctima pura, santa e inmaculada. Por este ofrecimiento la criatura consigue su objetivo: Dios es dignamente glorificado; el pecado es expiado; se da un agradecimiento adecuado a la generosidad divina. Son imploradas todas las gracias. Después de recordar a los difuntos y a los presentes, el sacerdote concluye" lá Anáfora con la glorificación de la Trinidad: "Por Cristo, con Cristo y en Cristo, se te da a Ti, Padre Omnipotente, en unión del Espíritu Santo, todo honor y gloria". A este himno de alabanza, que por medio de Cristo sube perfecto al cielo, los fieles se unen con el "Amén", ya recordado por San Justino. Comunión con Cristo y con los hermanos A continuación viene la reunión de la familia de Dios. Se realiza la fracción del Pan, rito impuesto por el mismo Cristo y tan destacado por la antigüedad cristiana, expresivo símbolo de la fraternidad de les fieles. El único Pan repartido "entre todos quiere ligarnos a todos en la unidad: "So— 53 —

mos todos un solo cuerpo, los que nos alimentamos de aquel único Pan dividido" (1.$ Cor. X, 17). Un solo cuerpo: hechos casi consanguíneos por esa única divina Sangre que circulará en todos nosotros; hermanos bajo la mirada del único Padre que reparte entre nosotros su Pan. Y el fiel siente primero que nada que no puede acercarse a la mesa del Padre-, si el pecado grave lo ha vuelto enemigo de Dios; siente y piensa, además, que no puede existir una plena comunión con Cristo si no hay también comunión con los hermanos, compartiendo con ellos corazón, mesa, casa y pan. "En efecto", dice la Didajé (1), "si compartimos el Pan divino, ¿cómo no dividiremos con el que tiene hambre el pan terreno?" Justamente en la mesa de la Ultima Cena se dio el mandamiento supremo del amor fraterno, sellado con el ejemplo en el servicio humildísimo prestado por Jesús a los Apóstoles, al lavarles los pies. El canto expresará y fortalecerá este espíritu de fraternidad, y manifestará por añadidura la alegría que reina en la familia de Dios.

(1) "Didajé" (que quiere decir "enseñanza", "doctrina") es el nombre con que se designa habitualmente un escrito cristiano antiquísimo (del siglo I, o del siglo II a más tardar), de autor desconocido, y cuyo título completo es: "Enseñanza de los Doce Apóstoles". (N. del T.).

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"Deo gratias!" Con un alegre "Deo gratias!" se concluye la Misa. Volvemos a nuestras casas, conscientes de haber participado en un alto de la caravana encaminada hacia el cielo. Todo en la Misa nos ha recordado que nuestro destino no está aquí abajo: el pueblo de Dios es un pueblo en marcha hacia la casa del Padre, una marcha alegrada por los cantos e iluminada por la esperanza. Recibí hace algún tiempo una carta de un joven, obrero, huérfano de padre y madre, un muchacho de ruda apariencia, pero de alma delicada. Escribía así: "En su casa aprendí a llorar y a rezar. ¡Llorar y rezar son dos cosas que liberan el alma!" Un poeta estaría orgulloso de haber escrito una frase como ésta. De la Misa, reunión de la familia de Dios en la casa de Dios, salimos también con el sentimiento alegre y seguro de una liberación interior.

APENDICE I

PARA LA ACTUACION DEL PUEBLO EN LA MISA

I . - EN BUSCA DE PRINCIPIOS

1.—E! dramatismo litúrgico Pertenece a la esencia del culto cristiano que el pueblo fiel esté situado, no frente a la Liturgia, sino dentro de ella. En otras palabras, el pueblo fiel, en virtud de su vocación cristiana (concretamente: en virtud de su carácter bautismal, que lo hace ser "raza sagrada" y "sacerdocio real", como Cuerpo que es de Cristo Sacerdote), no es espectador de la Liturgia, sino actor de ella. Por otra parte, hay funciones de la Liturgia que, por derecho divino, requieren ministros especialmente consagrados e investidos de poderes intransferibles. En otros términos, la Liturgia requiere como actores calificados a ciertos ministros especiales. De estas dos verdades resulta la esencia concreta de la Liturgia, que es el dramatismo de su estructura; es decir, que su desarrollo sólo puede verificarse mediante una distribución de roles. El acto litúrgico normal entraña el desempeño de funciones complementarias asignadas a diversos actores jerarquizados.

2.—Un principio falso Es, pues, directamente contrario a la esencia de la Liturgia, el principio de "hacer que el pueblo participe en la Misa diciendo las mismas oraciones que el sacerdote".

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Este principio se origina en el desconocimiento de las funciones precisas que la Liturgia les reconoce a los fieles. Y en último término se origina en la idea de que la Misa normal es la Misa rezada: y como en ella los fieles nada tienen que hacer, estando toda la acción acaparada por el sacerdote, cuando se quiere remediar la total inacción de aquéllos, no se encuentra otra solución sino hacerlos compartir indiscriminadamente, ya que no la misma acción, al menos las fórmulas que utiliza el celebrante. Pero la verdad es que la Misa normal es la Solemne, de la cual la rezada no es más que una reducción (como se puede reducir una Sinfonía para ser ejecutada por un solo instrumento). Y en la Misa Solemne aparece con total claridad la diversidad de roles y de actores que implica la normal celebración de la Misa. A ella, pues, hay que recurrir para encontrar los principios que orienten en la realización de una auténtica participación litúrgica del pueblo en las Misas pastoralmente públicas. Eso sí, habrá que tener presente un hecho: en la actualidad una Misa Solemne disimula en parte la verdad enunciada, por cuanto las rúbricas prescriben que el sacerdote diga en voz baja los roles de los demás actores: lo cual hace que la intervención de éstos pierda mucho de su alcance e importancia, ya que ellos parecen estar "doblando" ál sacerdote. La~ verdad es precisamente la contraria, como lo muestra la Historia.

3.—Análisis de los roles de la Misa Solemne en su forma original. Desde el punto de vista en que nos hemos situado, cabe distinguir en la Misa cinco tipos de elementos.

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a) Funciones propiamente sacerdotales, que son las siguientes: Oración colecta — Homilía — Oración secreta (super oblata) — ACTIO EUCHARISTICA — Pater (con Prefacio y su Embolismo) — Fracción del Pan — Pax Domini — Postcomunión — Bendición. b) Funciones de los Ministros, que son las siguientes: "Servitium Altaris" — Lecturas (Epístola; Evangelio) — Moniciones (Ite, Missa est). c) Funciones de los fieles (incluyendo a la "Schola", que es una "élite" cantante de la Asamblea): Introito (Procesión de entrada, y sobre todo, canto procesional) — Kyrie — Gloria — Gradual, Alleluya, etc. — Credo — Ofrenda (Procesión con los dones y canto procesional) — Reconciliación (Abrazo de paz y canto del Agnus Dei) — Comunión (Procesión y canto procesional). d) Participación de los fieles en los actos sacerdotales: Aclamaciones: Et cum spiritu tuo — Amen — Gloria tibi, Domine — Habemus ad Dominum; Dignum et justum est — Sed libera nos a malo — Deo gratias (al Ite, Missa est). Canto: el Sanctus, parte integrante de la ACTIO EUCHARISTICA. Actitudes corporales adecuadas. Sugestión de intenciones para los Mementos. e) Oraciones personales del Sacerdote o de sus ministros: Judica me — Confesión general — Aufer a nobis; Oramus te, Domine —"Munda cor; Jube, Domine, benedicere — Per evangélica; Laus tibi, Xte. — Todas las

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oraciones del Ofertorio galicano (desde "Suscipe, sánete Pater" hasta el "Orate, fratres" con el Suscípiat) — Haec commixtio — Dne. Jesu Xte. qui dixisti; Fili Dei; Perceptio Corporis; Panem caelestem; Corpus Domini; Quid retribuam; Sanguis Dni.; Quod ore; Corpus tuum — Placeat — In principio. NOTAS.— l.* Nuestro Ofertorio. El rol primario del sacerdote en la procesión de ofrenda original era recibir los dones y "preparar el Altar" disponiendo en él los dones de los fieles y los de los ministros, como también los propios suyos. Estos gestos recibieron en las Galias el acompañamiento de palabras de devoción privada, que tardíamente llegan a ser obligatorias para el celebrante en la Liturgia romana. Estos datos históricos permiten valorizar este conjunto, y percibir que la única oración propiamente sacerdotal de todo el Ofertorio es la "Oratio super oblata" (Secreta) de los Sacramentarios romanos. Una forma casi desaparecida de participar los fieles en ciertas oraciones sacerdotales, está constituida por las "preces fidélium" (en voz alta o en silencio). Ella es supuesta por la invitación "Oremus". Por desgracia, en la Liturgia actual no queda espacio realmente suficiente para esa oración de los fieles entre la invitación y la fórmula sacerdotal, cuyo oficio es recoger (colligere: collecta) la suplicación de la asamblea. Y el poco tiempo que podría quedar (correspondiente a la posición "junctis manibus" que adopta el celebrante entre el Oremus y la fórmula misma) suele ser "comido" por los oficiantes.

4.—Acción e inacción Si se logra que los fieles realmente actúen desempeñando sus funciones, y que las ejerzan con el debido relieve y con plena conciencia de su rol en la celebración total, ganará también, a sus ojos, el desempeño por el

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sacerdote de las funciones que la Liturgia le reserva. La atmósfera de silenciosa atención que resulta de la "inacción" de los fieles durante tales momentos, contribuye a crear y a arraigar la conciencia de que el- sacerdote es el presidente de la Asamblea santa, y de que su acción en ella es preponderante, insustituible, intransferible y especialmente sagrada. La comprensión vital de esto es más importante que la captación intelectual de todos los detalles de lo que el sacerdote pronuncia.

I I . - SUGERENCIAS PRACTICAS

1.—Procesión de entrada De

pie

Quizás no sea fácil hacer que el pueblo entre procesionalmente a la iglesia. Pero —y esto ha sido siempre lo esencial— puede lograrse con suma facilidad que la entrada del celebrante revista carácter de procesión (de ser posible, "per aulam ecclesiae"), acompañada por el canto del pueblo que de pie lo recibe. Ahora, ¿qué cantar? Idealmente, el Salmo que toque ese día como Salmo de Introito. En su defecto, otro Salmo, que destaque, ya la idea de entrada hacia' el Señor (v. gr., Salmos 94, 99, 121), ya una idea en consonancia con el tiempo litúrgico (v. gr., en Adviento, Salmo 24); en último caso, un canto popular adecuado (v. gr., un canto a la -Virgen, en una fiesta mañana). Si es imposible cantar, es recomendable que el "Conductor de los Fieles" (CF) recite el Salmo de Introito del día, repitiendo periódicamente

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Ja Antífona. El canto o recitación del Salmo debe terminar de todos modos antes del

2.—K y r i e Dialogado entre el Celebrante y el pueblo.

3—G l o r i a Si no puede rezarse por el pueblo en latín con decencia e inteligencia, que se haga en castellano. Que de todos modos el pueblo sólo comience en "Y en la tierra ...", después que el sacerdote haya dicho en alta voz "Gloria... Deo". Que el sacerdote modere su voz y su velocidad, en tal forma que no haya cacofonía, y que no termine él antes que la asamblea.

4.*—Oración colecta Entre el "Oremus" y la fórmula, el CF exponga brevemente el tema de la petición del día (v. gr., en la Ascensión: "Pidamos hoy que nuestro corazón esté con Cristo en el Cielo"). El Sacerdote prolongue lo más posible la pausa entre el Oremus y la fórmula. Si el CP se demora más de la cuenta, empiece el sacerdote en voz baja la oración, y eleve la voz cuando CF haya terminado. La doxología (Per Dominum) debe de todos modos ser solemne y penetrante. Todo esto vale para la Postcomunión.

5—E p i s t o l a S e n t a d o s De ser posible, leída por un Lector distinto del CF. Muy significativa resulta su lectura por uno de los ayudantes de Misa.

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6.—G r a d u a I ,

etc.

Leído por el CF.

7 —E v a n g e I i o De

pie

Si no va a ser leído por el mismo sacerdote, que lo lea un Lector (cf. supra). En tal caso, el Lector espere que el sacerdote salude al pueblo y anuncie "Sequent i a . . . " , y que en seguida comience la lectura desde "En aquel tiempo" (es decir, no repita "continuación del Santo Evangelio según...). 8—C

r e d o

Cf. supra N.

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